Sobre La ciudad de la Luna

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«Ciudad lunar»

 

ENTREVISTA de  María José de Acuña

El escritor a contraluz. [Montevideo>>]

«Se refiere más a un mundo esquizofrénico, orgulloso de sus miopías», asegura Jorge Majfud, escrito uruguayo radicado en EEUU, acerca de su última novela. «La ciudad de la Luna». Entrevistado en España. Majfud asegura escribir » porque sufro y me apasiona la complejidad del mundo que me rodea».

Jorge Majfud, tacuaremboense nacido en 1969 reside e imparte docencia en Georgia, Estados Unidos. Colaborador habitual de medios de prensa en Uruguay, México y España, tuvo su debut como novelista con» Hacia qué patrias del silencio» en 1996. Entrevistado en Marid por la periodista María José de Acuña, Majfud acerca de literatura, política y otros ingredientes de la realidad actual.
Intelectual comprometido, apasionado por el conocimiento desde un agudo sentido crítico, controvertido e incansable pensador con vocación de filósofo, estimulador de conciencias, contrario a la mercantilización de la cultura por lo inevitable de la banalización de la literatura, todas las características apuntadas definen a Jorge Majfud. Autor de numerosos ensayos con los que ejercita al lector en inusuales reflexiones acerca de la historia, del hombre y la mujer -de sus traumáticas incertidumbres y contradicciones, de sus cuestionables paradigmas y de lo que para él son sin duda falsos ídolos, – de los síntomas autistas de nuestras sociedades., tras Hacia qué patrias del silencio (memorias de un desaparecido) y La reina de América acaba de publicar su tercera novela con Baile del Sol. En La ciudad de la Luna, recrea una ciudad perdida en el desierto de Argelia, Calataid. 

A través de la ficción de un espacio cerrado, Majfud se refiere a problemas más globales recurriendo a esta metáfora «para hablar de una enfermedad histórica que se presenta como una virtud de nuestro tiempo -asegura-. Como en cada tiempo, los pueblos han tendido a considerarse los elegidos de Dios, la reserva moral del mundo, los poseedores de la única lengua que se entiende. Eso es algo que encontramos día a día tanto en Oriente como en Occidente. Sobre la mesa -y debajo también- están los resultados».

MA. Como latinoamericano comprometido, uno de los temas que más parecen preocuparle es la realidad de América Latina y todo lo que ello significa, especialmente en los ensayos que se publican cada semana en muchos países. Si pudiera hacer una extrapolación de escenarios, ¿cuántas ciudades-sociedades similares a Calataid podría imaginar en su área geográfica de origen?
JM. Muchas. El Cono Sur de Stroessner, Videla y Pinochet. La Cuba después de aquella revolución que pareció realizar los mejores sueños de un «hombre nuevo», libre de la locura de la avaricia del capitalismo, pero que también cayó en otra forma de orgullo cerrado que casi no deja lugar a la autocrítica. La España de Franco. En fin, la lista es larga. 

A pesar que el protagonista quería fugarse a Nueva York, Calataid es también -quizás, sobre todo- el arrogante Estados Unidos de los Bush y de toda esa ola conservadora que se radicalizó, especialmente, con Reagan y que no terminará con Obama. Y es también el Afganistán de los talibán. La España imperial rodeándose de muros para salvar su pureza de religión y de sangre, es el Estados Unidos conservador e imperial rodeándose de muros para salvar la pureza de su mentada «particularidad histórica», de su Dios privatizado, de su libertad que en el discurso de los fanáticos se vuelve una momia sin vida, excusa para otras opresiones. 

Calataid es el ejemplo descarnado del patriotismo que se opone al humanismo oprimiendo a sus individuos concretos y a la vez se ufana de su democracia y su libertad. Bueno, como La ciudad de la luna no es una novela de misterio puedo adelantar el final, ¿no? El protagonista es sentenciado a ajusticiar en público, con un hacha, a un supuesto criminal en la plaza Matriz. Luego de resistirse a semejante bestialidad, la masa termina empujándolo a «cumplir con su deber». Cuando la víctima está agonizando, ya sin movimientos, el protagonista le descubre el rostro y descubre a su hermana, la poeta sin piernas que escribía sus versos incendiarios en flechas de papel. Este acto, con sus variaciones, ocurrió en el Afganistán de los talibán en los ’90. Recuerdo la foto como una pesadilla. 

MA. Usted dejó la arquitectura para dedicarse a la docencia y a escribir. Hace unos meses escribió un artículo que tituló «¿Por qué escribimos?» y, entre otras reflexiones, manifestaba lo siguiente: «escribo porque sufro y me apasiona la complejidad del mundo que me rodea. Escribo porque quiero batalla con este mundo que no me conforma y escribo porque a veces quisiera refugiarme en algo que no está aquí y ahora, algo que está libre de la contingencia del momento, algo que se parece a un más allá humano o sobrehumano. Pero todo lo que escribo surge a partir de aquí y ahora, de mi inconformidad con el mundo». ¿Se siente heredero de aquellas voces que padecieron la férrea censura de la dictadura vivida por su país de origen durante más de una década? 
JM. Tal vez «heredero» es una palabra muy amplia para el caso. Crecí en la dictadura y en la conciencia de la contradicción que existe entre el discurso público y los hechos a la luz de una segunda mirada crítica. Escuché esas voces muchas veces, pero no puedo saber si hay algo de ellas en mi voz literaria o simplemente toda la historia pesa en mí como pesa en cualquiera y cada uno la procesa según su conciencia, sus posibilidades y habilidades. 

MA. En la actualidad y, desde hace algunos años, vive, trabaja y crea (si las tres cosas pudieran considerarse compartimentos estancos) en Estados Unidos. ¿Cómo de cerca se siente de la literatura uruguaya de hoy «que se mira a sí mismo, de forma autocrítica y nada complaciente», según palabras de Gustavo Esmoris en un reciente análisis sobre su obra?
JM. Muchos conocen mi rechazo a los patriotismos de juramentos y escarapelas. También mi profundo amor por la tierra donde pasé quizás las vidas más importantes de mi vida. Hasta que me muera, una parte seguirá viviendo en mi infancia, en mi adolescencia y juventud. Es como el lenguaje. No importa cuán correctamente escriba en inglés; nunca podré publicar algo si no siento el ritmo del texto, el color, el sabor de la palabra, de la idea, del compás discursivo. 

Para mí el inglés es sólo una herramienta; nunca será como el español, mi casa. Por otro lado, desde un punto de vista filosófico y literario, siento que los localismos se van aburriendo y desvaneciendo. Hoy en día casi no tengo contacto con lo nuevo que se escribe y publica en Uruguay. Es algo que siempre lo tengo como una materia pendiente. Me da la impresión de que nuestra generación latinoamericana, nuestros temas, nuestras preocupaciones ya no se definen por fronteras geográficas, ya no está atada a los regionalismos del siglo pasado, los pueblos Macondo en la América tropical, los dictadorcillos en sus islas, los Dostoyevsky en los bares de Montevideo y Buenos Aires. En fin, tal vez la nueva generación sea más cosmopolita y transnacional. O tal vez me equivoco, como tantas veces, por hablar sin pensarlo dos veces.

MA. Ante la pérdida de Mario Benedetti usted manifestó sentir una «mezcla de tristeza y alegría que agradece lo vivido y lo leído» y dolor o nostalgia «como si una parte del Uruguay se hubiese hundido en el mar, estando tan lejos, y la perdí para siempre». ¿Qué ha representado en su vida y en su obra una personalidad como la del célebre escritor que se nos fue?
JM. A Mario le debemos el ejemplo de amor a la literatura y el compromiso con su tiempo. Benedetti fue la antítesis de Borges. Creo que el exagerado volumen de su obra incluye muchas páginas que tal vez no eran necesarias. Pero lo bueno que ha dejado es tanto que se le perdona todo eso. En lo personal, es como si el Uruguay de mis primeras vidas hubiese cerrado un capítulo, como la muerte de mi abuelo. 

�Majfud con Euardo Galeano en Filadelfia, EEUU

 
Cada paso que damos nos acercamos a la muerte. Es algo obvio, pero de sólo pensarlo al caminar da melancolía y agradecimiento por los pasos dados, por los que damos, por los pasos que todavía vamos a dar sin miedo. Eduardo Galeano suele decir que narrar es postergar la muerte. Él es un amante de Scheherazade. No puedo estar más de acuerdo en este punto. Podríamos agregar también aquello de «Stat rosa pristina nomine; nomina nuda tenemus». «La rosa ya es sólo un nombre; sólo nombres nos quedan». Eso es lo trágico, pero también hay una esperanza: «¿Dónde está tu gloria, Babilonia? ¿Y Darío? ¿Y Ciro? 

Ernesto Sábato lo dijo de otra forma, en su última novela, Abaddon: «un día todo será pasado y olvidado y borrado. Hasta los formidables muros y la fosa que rodea la inexpugnable fortaleza.» O algo así.

MA. ¿Cómo vivió las últimas elecciones en Estados Unidos?
JM. ¿A propósito de la inexpugnable fortaleza.? Con intensidad y en detalle.

MA. Cree que pese a la crisis, la ilusión del pueblo norteamericano por Obama permanece intacta como al día siguiente de su victoria?
JM. Bueno, recuerde lo de Heráclito. Con todo, su popularidad es muy alta y no es pese a la crisis sino, en parte, por la crisis misma. Aunque ya lo habíamos adelantado en el 2006: había un recambio generacional que traería sorpresas. Y esto se manifestaba mucho antes de la crisis financiera del 2008. Claro, ya vendrán tiempos peores para su popularidad y mejores para la economía, pero se defiende muy bien. Ha impulsado cambios que son positivos. Vamos a ver si puede hacer más. Por lo que leo entrelineas de sus actos y discursos, creo que en su mente hay más claridad de lo que puede demostrar según las limitaciones que puede tener cualquier persona en su lugar.

MA. ¿Ha notado algún cambio de rumbo respecto de la relación con América Latina desde que asumió el poder la nueva Administración? 
JM. No. Todavía no. América Latina no importa mucho en este momento. El levantamiento de la exclusión de Cuba en la OEA, lo dijimos varias veces en las radios que nos consultaron sobre esto mismo, no tiene gran importancia más allá de los discursos hechos para consumo interno. Hay demasiados actos simbólicos, demasiados encuentros y cumbres de mandatarios y nunca pasa nada. Es para la prensa. En el caso de Estados Unidos el gran cambio se viene con la creciente influencia de los hispanos. Actualmente hay 45 millones, más de la cuarta parte indocumentados. Estados Unidos es uno de los países más populosos de Hispanoamérica, casi como España. Y esta proporción va en crecimiento, como una marea silenciosa pero inevitable. En una década o antes comenzarán a aparecer a la luz sus hijos, una generación mejor educada y con más poder económico, político y cultural. 

MA. Volviendo a La ciudad de la Luna, como lectores nos enfrentamos a una prosa un tanto experimental: en una misma frase pueden confluir diferentes narradores o un mismo narrador desde otras perspectivas y planos narrativos distintos, incluso mediante el uso de un castellano antiguo. Es como caminar por las dunas del desierto que retrata en la novela: desde cada una de las montañas de arena se observa una perspectiva diferente y todas son igual de verdaderas y válidas. ¿Qué ha pretendido con esta experimentación técnica en la narración?
JM. Claro, por momentos el castellano coloquial de Calataid es un tipo de castellano antiguo con sus particularidades. Una de las teorías sobre la fundación de Calataid sostiene que fue realizada por un ejército perdido de la reconquista cristiana de la península ibérica. Parte de la variación gramatical y sintáctica procede de algunos estudios que hice sobre textos originales del siglo XII y XIII e, incluso del siglo XVI, con la aparición de las estructuras lingüísticas que corresponden al «vos» que sobrevive hoy en el Río de la Plata y en regiones del norte de Sudamérica y de América Central, en lugar del más moderno «tú» que hoy usan ustedes en España. Luego algunos pronombres como «ello», etc., son producto de una intuición personal puesta en practica sobre el origen de los modernos pronombres personales de objeto directo e indirecto. 

Aparte de esa particularidad lingüística, está la experiencia de la forma literaria que podríamos llamar, por momentos, una especie de «cubismo», aunque no me gusta el término aplicado a literatura. Con todo tuve cuidado de no abusar del método para que la forma no interfiera con la historia en lugar de confirmarla. Hay una lectura en mi adolescencia que tal vez sirva como referencia. Jean Paul Sartre hizo un experimento semejante en Los caminos de la libertad (1945). Esa novela me fascinó. Allí Sartre mezclaba diferentes espacios, casi simultáneos, en un mismo párrafo. Lo único que yo he agregado es la pluralidad de voces narrativas -primera, segunda, tercera and so on- en un mismo párrafo y a veces en una misma frase. La intención era darle protagonismo a la ciudad: una idea, un prejuicio no pertenece a una persona sino que es una creación colectiva. 

MA. La ciudad de la Luna está ambientada al sur de Argelia y la historia transcurre en una época convulsa, políticamente hablando. En el pasado mes de abril el país celebró elecciones presidenciales y en zonas como la Cabilia, salvando las distancias, seguramente se podrían recrear los escenarios de ficción imaginados por usted para Calataid: Tizi Uzu, su capital, era una ciudad cubierta por el barro provocado por la lluvia que cayó durante la mañana. Como celoso observador de la actualidad internacional, ¿qué futuro más o menos próximo presume para un país como Argelia?
JM. El norte de África vivirá un renacimiento en este siglo pero tendrá que luchar contra sus Calataids. La ciudad de la Luna se terminó de escribir hace algunos años. Desde entonces y aún antes ocurrieron muchos hechos puntuales que ya comenté en el epílogo de la novela y que parecen predichos por la ficción. Quizás haya muchos más. Unos pueden ser casualidades, no sé, pero porque considero que la ficción es el resultado de la realidad, de las realidades que no aceptan ser llamadas ficciones, aún cuando son producto de la fantasía y el delirio de algunos personajes siniestros, no puede ser casualidad que realidad y ficción se confundan. Porque son las dos caras de una misma moneda y conociendo una se adivina la otra, como pueden serlo los sueños y la vigilia. 

Ahora, con respecto a Argelia. Creo que la novela se ambienta allí porque lo dictó la lógica de la ficción. Fue un proceso natural; y hoy que puedo identificar una docena de calles, rincones, edificios, arcos, sótanos, murallas y callejones con sus espacios, sus formas y sus personajes ya no podría moverla a otra parte. Es verosímil soñar, imaginar una ciudad encerrada por espesos muros, por su propia cultura y por un vasto desierto en esa región. En lugar de Argelia pudo ser Libia. No lo sé. Como ya dije antes, la historia se refiere más a un mundo esquizofrénico, orgulloso de sus miopías. Un mundo que funciona a la inversa del precepto «think globally, act locally» y, por el contrario, piensa provincianamente y actúa globalmente. Y esto, lamentablemente, es universal.

MA. Para finalizar, una curiosidad: ¿existe, o ha existido, Salvador Uriburu?
JM. Sí, existe. Es uno de los personajes de la novela. Fuera de ella, he conocido a algunos personajes como él. 

MA. ¿Es el mismo que aparece en The Walled Society publicada el año pasado en The Humanist?
JM. Sí. Ese título, La ciudad amurallada, fue uno de los títulos de la novela y esos relatos en inglés -cuidadosa traducción de Bruce Campbell- son capítulos de la novela que publica ahora Baile del Sol en español. 

 [Montevideo>>]

Letralia >>

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Balseros

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Balseros

Carles Bosch y Josep Mª Doménech

España, 2002.

Cuando el contexto es Cuba el texto está debajo de un lente político que nos reclama una definición del mismo género. Esta exigencia implícita es producto de una deformación que ha producido la historia maniqueísta de los últimos cincuenta años. Consecuentemente, las producciones cinematográficas han respondido a esta simplificación política tomando posición según los únicos lugares disponibles: de este lado o del otro. Cuando miramos una película cubana generalmente no podemos abstraernos de esta exigencia. Desde el comienzo nos interrogamos sobre la posición de su productor: ¿Desde qué punto de vista ideológico está narrando la película? Sabemos que este punto de vista será (1) a favor del régimen comunista, (2) en contra del régimen comunista o (3) de forma relativa, a favor y en contra de ambos. Esto, que parece una tautología, no lo es: en cualquier caso, el factor político permanece omnipresente y exige un juicio.

Entiendo que Balseros tiene un raro mérito: ¿cómo hacer una película sobre Cuba, sobre la problemática social y política de Cuba sin tomar partido? Pero aún más: ¿cómo hacer una película sobre el problema político de Cuba sin que el elemento político se transforme en el tema de fondo? Balseros parece haberlo logrado poniendo el drama humano en el centro, de tal forma que nos impida definir la posición política de sus realizadores. Si al comienzo los espectadores anticastrista se congratularon con las imágenes de la miseria comunista que justificaba la aventura del balsero y el aparente “sueño americano” realizado en la segunda mitad del film, todo eso entra rápidamente en cuestión y un fantasma inefable cruza muchas de las historias: el esfuerzo los ha llevado de la miseria comunista a la miseria consumista. El drama de la complejidad humana comienza a desplazar al drama político. Los exiliados no son representados tanto como gente obligada a abandonar el país por la fuerza sino gente que lo abandona para realizar sueños materiales que en ocasiones logran (con modestia) y en otras ocasiones no. Luego de varios años de penurias en Estados Unidos el «sueño americano» no se destruye, ya que nunca fue una simple esperanza sino un mito. Y los mitos no se destruyen con una realidad personal. Sin embargo se advierte la paradoja del nuevo sistema: para darle a la familia de Cuba todo lo que quieren (o necesitan) es necesario antes olvidarse de ellos. Como dice uno de los personajes consejeros, para ayudar a los demás antes tienes que estar bien tú. Pero ese “estar bien” nunca llega y la lucha por la sobrevivencia se transforma en un olvido del propósito declarado originalmente.[1] Por otra parte, la libertad tiene un precio; casi siempre pasa por los clérigos del capitalismo: los abogados, los cuales no son accesibles a los balseros y a los trabajadores de servicios insuficientemente remunerados.

La carencia de libertad de expresión aparece mencionada como un problema, pero en ningún momento se dramatiza como se hace con la pobreza.[2] Por el contrario, las fiestas públicas de la construcción de las balsas parecerían indicar un folklore promovido por algún ministerio de turismo. Lo cual en parte es lógico. La película está destinada a un público consumista para el cual la «libertad de expresión» no es central; lo central es el «poder adquisitivo». Ninguno de los balseros es un intelectual, alguno de esos escritores que andan escondiéndose en la isla, algún idealista rebelde o algún artista que ha sido liberado por alguna circunstancia. Los balseros de Balseros no son refugiados de conciencia sino refugiados capitalistas: todos quieren “progresar”, tener “una casa, un carro y una mujer” o “darle a la niña lo que me pida”. La frase pintada en un bote «en Dios confiamos» representa la promesa de prosperidad material de Estados Unidos; no a Dios, porque en cubano se lo llama de cualquier otra forma. También la letra de la rumba que lo acompaña: «que sea lo que Dios quiera» no refiere a Dios sino a la suerte, a la fortuna (americana) que estas personas-personajes tratarán de realizad en Miami, en el Bronx, Nueva York, en Grand Isle, Nebraska y en Albuquerque, Nuevo México. Kaminski cita a Coper: “If it’s about ambition, we were all born in the wrong country”.

Balseros pertenece al género documental; es testimonial y es “reality show”. Es decir, es la síntesis de una tradición y una novedad de la televisión de los años noventa. La voz en off narrando la historia que es expuesta en imágenes es una constante en otras películas cubanas. A veces esa voz es personal; otras veces es una forma de voz de la conciencia, un monólogo interior. Como en las películas anteriores, la intertextualidad de otros medios de comunicación (especialmente la televisión) contextualizar  el texto y completan su narración. En Memorias del subdesarrollo aparecían Fidel Castro y Kennedy; en Balseros aparece Fidel Castro y Bill Clinton. En todas las demás aparece Fidel Castro. Otro elemento que subraya el estilo testimonial es la elección de cinco personas que narran su aventura en las balsas (Rafael Cano, Oscar del Valle, Mérycis, Míriam…) de tal forma que al comienzo nos hacen dudar si son actores profesionales o personas comunes que recrean sus propias vidas. Otro son las entrevistas, como el de aquellos a quienes les son denegadas las visas por parte de Estados Unidos [3], lo cual tiene una lectura real y directa: los balseros son producto de una política administrativa de ambos lados. Todo eso apoyado por la insistencia de fechas concretas, con día y hora marcadas en la pantalla como se marcan los hechos de una investigación sobre esa ficción colectiva que todos llamamos realidad. Todo lo cual está confirmado por el uso de rostros conocidos en la televisión hispana en Estados Unidos, de programas “reales” y de abogados que realmente son abogados.

Para terminar, una observación teórica: Kaminski expone una idea que Amarill Chanady ya había analizado en Latin American Identity and Constructions of Difference:

Because of the «impossible unity of the nations as a symbolic force», any constructions of coherent view of the nation, or sustained strategy of nation building, necessarily leads to homogenization. As Renan writes, «unity is always affected by means of brutality.» What that means is not only that the nonhegemonic sectors of society are «obligated to forget», and concomitantly obligated to adopt dominant cultural paradigms in several spheres, but that “forgetting” is the result of marginalization and silencing, if not annihilation (xix).

No obstante, no encuentro sólido el argumento de que la noción de nación está dada por el exilio, la diáspora. La recurrencia a ejemplos de Benedetti, de Peri Rossi, etc., son valiosos para describir una forma de definición de nacionalidad, de pertenencia, de subjetividad “nacionalista”, etc. Pero no son suficientes para una conceptualización más genral de los términos centrales que intenta definir (patria, matria, identidad, historia, mitos nacionales, etc.) Sí podría argumentar a favor de que la definición de nación (como la definición de identidad y de persona) está en estrecha relación con la definición y exclusión del “otro”. Eso cualquiera lo puede intuir sin haber leído nunca a J. Derrida. En este sentido, sí, el exilio juega un papel fundamental —pero no determinante.

_________


[1] Un cubano veterano aconseja e instruye al recién llegado en el arte de la sobrevivencia capitalista: “tú tienes que resolver tus problemas y no tienes tiempo para ocuparte de los demás. Y como tú siempre tienes problemas…” “Working, working, day and night”, lo que podrías es la letra de una canción es el slogan promovido para las clases servidoras, aquellas que sólo pueden aspirar a “trabajador ejemplar de la semana”, con su pequeña foto de los honores pegada en una pared de fast food. O lo que es igual: “la compañía prospera, nosotros prosperamos y todos felices” Aplausos.

[2] Es significativo el hecho de que una misma película, rodeada de connotaciones políticas, sea expuesta y premiada por Dios y por el Diablo: Balseros participó en el 24º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, en el 2002, siendo premiada como le mejor “documental extranjero”. También en Miami, en el año siguiente, participa en el International Film Festival, y recibe el Audience Award

[3] Uno de los entrevistados dice, a la puerta de la embajada norteamericana y después de serle denegada la posibilidad de entrar legalmente en este país: “La opción que me queda es timarme al mar”.

 Jorge Majfud

Jaccksonville University

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el horror al anonimato

Horror vacui o El nacimiento del bebé X

 

Marni Kotak, una artista norteamericana conocida por sus representaciones escénicas de “arte conceptual”, se expuso a sí misma y a su hijo por nacer y ya nacido en una galería de Nueva York. El título de la muestra, “The Birth of Baby X”, es significativo. Su bebé, el que nació hoy 27 de octubre, es eso llamado X y es parte de algo que pretende ser una obra maestra del arte contemporáneo.

En los ’60 Umberto Eco bien observaba que una pieza de automóvil recogida de la calle se podría convertir en arte al ponerla en un museo. Es claro que en este caso, común en los museos de la posguerra que dejó desperdicios por todas partes, hay una re-semantización del objeto debido a su contexto.

Ahora, dar a luz en un museo como forma de arte no es llevar un acto sagrado como un nacimiento a un museo sino el acto de involucrar a un inocente en el proceso de arrastrar el narcisismo de un artista a un museo. Fuera del museo y del exhibicionismo, ese ego se siente disminuido en su rol de madre. Sin embargo, después de todo, ese no-arte, como defecar, orinar, hacer el amor y morir en publico, tiene algo de artístico: expresa de forma dramática el verdadero espíritu de su tiempo, de nuestro tiempo, desacralizado y vulgarizado por el “horror al anonimato”, lo cual nos acerca espiritualmente a un neobarroco, no retorcido por las sombras sino por las luces y la sobreexposición.

La obra «The Birth of Baby X», no es excepcional por (des)dramatizar un nacimiento, porque todas las personas hemos nacido alguna vez; ni por la rareza del lugar, porque las crónicas policiales registran muchos otros lugares insólitos de nacimientos apurados o planificados. La obra es excepcional por la magistral obsesión por una dudosa originalidad y por una clara necesidad de visibilidad sin necesidad de contenidos conceptuales. Que la acción del artista se llame “arte conceptual” no es una contradicción sino el necesario complemento a la vacuidad.

Nunca la palabra “exposición” fue más justa, por lo cual la muestra debió llamarse “La muerte de la privacidad” o “By the way, no sólo he dado a luz; también nació mi hijo”.

Jorge Majfud

Octubre 2011.

Milenio , II (Mexico)

Nosotros y los otros I y II

Injuries / Heridas

El Muro

Nosotros y los otros (I)

 

Americanos

Las masivas campañas de indignados en Europa han cruzado el Atlántico para convertirse en el movimiento de los Occupy Wall Street. En estos casos, los manifestantes no han ocupado por la fuerza ningún edificio publico o privado sino los centros simbólicos de las ciudades, desde Nueva York hasta Jacksonville. El conocido profesor de Princeton University, Cronel West, ha planteado cierta continuidad entre la primavera árabe y el otoño americano. No parecen tener, no obstante, mucha relación; sus orígenes y sus reivindicaciones son diferentes, aunque quizás el espíritu sea aquel que anunciamos diez años atrás: “Antes de la gran revolución civil habrá una profundización de la crisis de este orden obsoleto. Esta crisis será en casi todos los ámbitos, desde el orden político hasta el económico, pasando por el militar. La Superpotencia es actualmente muy frágil debido a su recurso militar, con el cual ha minado el arma más estratégica de la antigua diplomacia […] no podrá resistir un contexto crecientemente hostil porque su economía, base de su poderío militar, se debilitará en proporción inversa. Hoy está en condiciones de ganar cualquier guerra, con o sin aliados, pero los sucesivos triunfos no podrán salvarla de un progresivo desgaste. El resultado inmediato será una gran inseguridad mundial, aunque ésta se superará con la revolución civil. En este momento de quiebre, Occidente se debatirá entre un mayor control militar o en la desobediencia civil, la cual será silenciosa y anónima, sin líderes ni caudillos” (La Republica, 2003).

Políticamente, el movimiento no es estéril, pero no creo que todavía sea capaz de cambiar ningún sistema. El sistema capitalista entra en crisis en Occidente (no es la primera vez y tal vez no sea la última) y es exitosamente salvado en Oriente. Sin embargo, este movimiento de manifestantes es la necesaria respuesta al hegemónico discurso conservador que instauraron los años ochenta y cuyo fenómeno reciente más visible es el Tea Party, movimiento claramente reaccionario y conservador de una tradición inventada a su manera, que poco o nada tiene que ver con el pensamiento de los llamados “padres fundadores”.

Como reacción a la reacción de la izquierda norteamericana y a la manifestación organizada y espontánea de los occupy, no han faltado las voces que recomiendan a los manifestantes irse a Cuba (en muchos casos, sino en la mayoría, son expresiones de hispanos “conservadores”).

Estas voces, que se autodefinen como democráticas, ejercitan el más tradicional de los fascismos populares. Durante la dictadura brasileña de los setenta, el aparato de propaganda acuñó un eslogan que funcionaba perfectamente con la centenaria cultura semi feudal del continente: “Brasil, potência”, “Brasil, ámelo o déjelo». Igual en la España del franquismo: aquellos que no eran “españoles verdaderos” (como en tiempos de Fernando e Isabel) debían abandonar la bendita patria.

En Estados Unidos esa mentalidad no ha sido ajena. Como siempre, desde los grupos más conservadores se intenta definir qué es un individuo, una familia, un pueblo; todo lo que no se adecua, es un enemigo. Para algunos, si a alguien se le ocurre cambiar un país o criticarlo por su sistema económico, por su cultura o sólo por alguna de sus partes, aunque sea su propio país debería abandonarlo para no caer en contradicción. Esta idea, bastante común, pertenece a la tradición fascista más extendida y oculta en los pliegues de la conciencia popular. Significa que los países tienen dueños: si no te gusta el orden que tiene mi casa, ahí está la puerta. La casa es mía.

Así, un país le pertenece a quienes piensan de una forma X y actúan de una forma X y, por ende, son consecuentes Xs. Los otros deben aceptar el poder de los Xs o convertirse a Xs para no caer en mortal contradicción.

Esa es, en resumen, la idea subyacente en la mentalidad conservadora de los radicales del Tea Party: este país ha sido secuestrado por los “raros” (los bárbaros progresistas, los liberales sin moral) y debemos salvarlo. Si los raros no están de acuerdo con nosotros, son contradictorios, ya que nosotros somos la esencia de este país, etcétera. No es un problema dialéctico, de razón o de justicia, sino, como en una tribuna de fútbol, el “ser verdadero y autentico” en un sentido extendido más allá del grupo X, es aceptado simplemente por su lealtad al grupo X. Es decir, X es la verdadera letra del alfabeto.

No es sólo un problema estadounidense; es universal.

(continúa)

Jorge Majfud

Jacksonville Univeristy

majfud.org

Milenio (Mexico)

La Republica (Uruguay)

Milenio II (Mexico)

Nosotros y los otros (II)

Antiamericanos

Si nadie (que no sea fascista) puede reducir ningún país del mudo a una ideología, una raza, una religión, un idioma y una única tradición, por pequeño que sea, mucho menos esta operación es posible en un país gigante y extremadamente diverso, heterogéneo y contradictorio como Estados Unidos. Pero no sólo los fascistas conservadores persisten en esta actitud. La misma es emulada por posturas antiamericanas que reducen esta diversidad a un único individuo: “el americano” o “el yanqui”. Generalmente el sustantivo “americano” va asociado a “ignorante”.

La etiqueta es contradictoria especialmente cuando procede de aquellas voces que simultáneamente acusan “al americano” de ser imperialista. Lo cual hoy en día es una operación rutinaria, cómoda y políticamente correcta, que no conlleva ningún coraje intelectual y con frecuencia mucha autocomplacencia que distrae y neutraliza una crítica productiva contra una realidad –el imperialismo– que no es única sino parte de una realidad mayor y más compleja.

El mismo Che Guevara, que no sin razón acusó a Estados Unidos de ser una potencia imperial, brutal como cualquier imperio, diferenció de forma explicita el gobierno del “pueblo americano”. Un amigo norteamericano que detestaba la guerra en Irak, una vez me dijo que no se puede separar una cosa de la otra y que lo que hace el gobierno es también responsabilidad del pueblo que lo elige.

Hasta aquí estoy de acuerdo. Nadie es totalmente inocente, ni aquí ni allá. Pero no se puede responsabilizar a decenas de millones de personas que abiertamente han estado en la oposición, de ser responsables de lo que hace su gobierno o el aparato que lo rodea. Si así fuera, todos los latinoamericanos seríamos igualmente responsables por lo que han hecho nuestros gobiernos, desde las dictaduras más criminales de la historia hasta las democracias con sus injusticias pendientes. También en América Latina exterminamos a nuestros indios, humillamos a nuestros negros (aunque el racismo norteamericano, especialmente el del sur, se lleva o se llevó todos los premios en la categoría). Nuestras barbaridades, nuestros crímenes no fueron mayores porque nuestros PIBs no llegaron a ser nunca aquellos de los imperios modernos y antiguos. Esto ya lo sabían los griegos cuando respondieron a los espartanos que reclamaban “justicia” ante el dominio comercial y, por ende, militar de Atenas. Tucídides, en Historia de la guerra del Peloponeso, reproduce los argumentos de los enviados de la “democratica y tolerante” Atenas: “y una vez que ya éramos odiados por la mayoría, y que algunos ya habían sido sometidos después de haberse sublevado, y que ustedes ya no eran nuestros amigos como antes, sino que se mostraban suspicaces y hostiles, no parecía seguro correr el riesgo de aflojar. […] Disponer bien de los propios intereses cuando uno se enfrenta a los mayores peligros no puede provocar el resentimiento de nadie […] Tampoco hemos sido los primeros en tomar una iniciativa semejante, sino que siempre ha prevalecido la ley de que el más débil sea oprimido por el más fuerte; creemos, además, que somos dignos de este imperio, y a ustedes mismos así les pareció hasta que ahora, calculando sus propios intereses, se ponen a invocar razones de justicia, razones que nunca ha puesto por delante nadie que pudiera conseguir algo por la fuerza para dejar de acrecentar sus posesiones. […] en todo caso, creemos que si otros ocuparan nuestro sitio, harían ver perfectamente lo moderado que somos. […] En el caso que ustedes nos vencieran y lograsen tomar la dirección del imperio, rápidamente perderían la simpatía que se han ganado de los demás gracias al miedo que nosotros inspiramos […] Cuando los hombres entran en guerra, comienzan por la acción lo que debería ser su último recurso, pero cuando se encuentran en la desgracia, entonces ya recurren a las palabras”.

Estas palabras, que tristemente son siempre actuales, fueron pronunciadas y escritas dos mil años antes de Macchiavello y Thomas Hobbes.

También los pueblos que han sufrido el azote de la Atenas contemporánea, como Esparta (releer el delicioso clásico de Bertrand Russell, A History of Western Philosophy), nos hemos considerado los campeones de la moral. Entonces, nos sentimos en el derecho de simplificar a un pueblo diverso como el norteamericano en un solo “yanqui imperialista e ignorante”.

El imperialismo, en sus diversas formas, es una realidad; ya nos hemos encargado de analizarlo y denunciarlo casi sin tregua. Pero la idea repetida que leemos y escuchamos siempre de que “los americanos son unos ignorantes” o “los americanos no tienen cerebro”, no deja de ser paradójica: gente sin cerebro tiene la abrumadora mayoría de las mejores cien universidades del mundo; gente sin cerebro ha cambiado, para bien y para mal, el mundo de la ciencia y la tecnología en el último siglo y sobre todo en los últimos cincuenta años; gente ignorante y sin cerebro ha extendido su brutal dominio en el comercio y en la geopolítica. Todo llevado a cabo sobre gente que, se presume, sí tiene verdadera cultura y verdadera inteligencia.

Sin duda, una cultura, un pueblo inteligente y educado puede ser victima cruel de una horda de bárbaros. Eso está demostrado en la historia. Pero ningún imperio se puede sostener mas allá de sus propias agresiones bélicas si los pueblos oprimidos no colaboran en su propia opresión. Pero esos pueblos están demasiado ocupados riéndose de la ignorancia y de la poca inteligencia de los habitantes del imperio. Tal vez la moral, la sabiduría y la inteligencia de quienes se burlan de las carencias del imperio que los oprime debería estar, por lo menos, entre comillas, sino entre signos de interrogación.

Tal vez la ignorancia es más concreta y se reproduce no en los pueblos sino en individuos concretos. Los ignorantes americanos confunden a los mexicanos con Pancho Villa y a los italianos con Silvio Berlusconi. Los ignorantes mexicanos y los ignorantes italianos confunden a los norteamericanos con Lady Gaga y Chuck Norris. Aparte de la ignorancia, los une la misma tradición: el chauvinismo, con frecuencia disfrazado de nacionalismo y de conmovedores patriotismos.

Sospecho que para construir un mundo más justo y democrático del que tenemos y hemos tenido siempre, hace falta terminar con esta estéril tradición. Entre otras cosas, claro.

Jorge Majfud

Jacksonville Univeristy

majfud.org

Milenio (Mexico)

Milenio II, MR (Mexico)

La Republica (Uruguay)

The Art Assembly Line

With the market revving up and pressure to produce higher than ever, more artists are turning to assistants for help. Who really painted that masterpiece?

By STAN SESSER

Alexander Gorlizki is an up-and-coming artist, known for paintings that superimpose fanciful images over traditional Indian designs. His work has been displayed at the Victoria & Albert Museum in London, the Denver Art Museum and Toronto’s Royal Ontario Museum, among others, and sells for up to $10,000.

Mr. Gorlizki lives in New York City. The paintings are done by seven artists who work for him in Jaipur, India. «I prefer not to be involved in actually painting,» says Mr. Gorlizki, who adds that it would take him 20 years to develop the skills of his chief Indian painter, Riyaz Uddin. «It liberates me not being encumbered by the technical proficiency,» he says.

John Scofield, above left, and Bob Bigelow help with Robert Motherwell’s ‘Reconciliation Elegy’ in 1978.

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It’s a phenomenon that’s rarely discussed in the art world: The new work on a gallery wall wasn’t necessarily painted by the artist who signed it. Some well-known artists, such as Damien Hirst and Jeff Koons, openly employ small armies of assistants to do their paintings and sculptures. Others hire help more quietly.

Art-market insiders say soaring prices and demand for contemporary art is spurring the use of apprentices by more artists. The art world is divided on the practice: While some collectors and dealers put a premium on paintings and sculptures executed by an artist’s own hand, others say that assistants are a necessity in the contemporary market.

«An artist has a choice to make,» says Mark Moore, owner of Mark Moore Gallery in Santa Monica, Calif. «They either hire assistants or they risk not being able to meet their obligations to their dealers. Then the art market, which is fickle and sensitive, gets the impression that the artist has disappeared from the art world.»

Mr. Koons says he has 150 people on his payroll and that he himself never wields a paintbrush. «If I had to be doing this myself, I wouldn’t even be able to finish one painting a year,» he says. Every year his studio averages 10 paintings and 10 sculptures. In the last four years, six of his works offered at auction have sold for prices between $11 million and $25 million each.

[COVER_JUMP3]Angela de la Cruz/Lisson GalleryAngela de la Cruz, who suffered a stroke, relies on assistants to execute works like ‘Super Clutter XXL (Pink and Brown),

«More and more, [using assistants] is becoming common practice, partly because artists want to keep up with demand and partly because it’s just more widely accepted now,» says Adam Sheffer, a partner at New York gallery Cheim & Read. He says that five of the 30 artists represented by his gallery use studio assistants, including conceptual artist Ghada Amer, known for stitching figures and words across canvases and furniture, and photographer Jack Pierson, who uses found objects in his work. The fact that they use assistants is immediately disclosed by the gallery if a collector asks, Mr. Sheffer says, and «hasn’t affected the marketability of their work one bit.»

For some artists, hiring assistants can be a liability. Earlier this year, Pace, a major New York gallery, turned down several sculptures by 83-year-old John Chamberlain, because they were made by a Belgian fabricator under Mr. Chamberlain’s supervision, rather than by the sculptor himself. Mr. Chamberlain, whose metal car parts twisted into abstract bundles often sell for more than $1 million, switched galleries.

While many sculptors rely on outsiders to fabricate their works, Mr. Chamberlain had built his career, until age interfered, on twisting and combining metal pieces with his own hands. Mr. Chamberlain says the assistant did only as he instructed, so he maintained creative control at all times. His new gallery, Gagosian, notes that the Belgian fabricators are now working in his studio as his assistants.

Photos: Art with Some Assistants

Courtesy of Greenberg Van Doren Gallery, New YorkAlexander Gorlizki employs seven artists in Jaipur, India, to paint works like ‘The Warrior Returns,’ 2010, pigment and gold on paper.

Collectors often expect the use of assistants in fields like conceptual and video art, where the idea, rather than the execution, is key to the work’s value, Mr. Sheffer says. For painters, it’s a trickier proposition. «All the painters in our gallery paint their works from beginning to end—Pat Steir, Jonathan Lasker—and I think their collectors like the notion that every ounce of paint on their works was brushed on by the artists alone. It matters,» he says.

Beth Rudin DeWoody, a major Florida collector of contemporary art, agrees. «Part of the reason I like to buy drawings is that they’re usually done by the artist alone,» she says. «I know that even younger artists use assistants now. I understand they need help if the work is complicated, but the truth is I really cherish things more if the artists made the work by themselves.» She says she never asks whether an artist had assistance when she purchases a work.

For Michael Hort and his wife Susan, who collect contemporary art in New York, the use of assistants is a deal-breaker. «We like to see the artist’s hand in the work we buy, though we don’t always know for sure that that’s what we’re getting,» he says. Mr. Hort says he values the tiny imperfections in an artist’s brushstrokes, and when he notices that the work is looking «too perfect,» he suspects an assistant is involved. At that point, the Horts walk away. He recalls one painter who took Mr. Hort and his wife to lunch while assistants labored away in his studio. The Horts declined to buy anything from him.

  • Angela de la Cruz She suffered a stroke five years ago and can no longer paint, but that didn’t stop her from being nominated for a Turner Prize last year.
  • 150 The number of people Jeff Koons has on payroll. He says he never wields a paintbrush himself.
  • Sol LeWitt A wall drawing by the artist at the Albright-Knox Art Gallery in Buffalo, N.Y., was started three years after his death.

For centuries, the use of assistants and apprentices was standard in the art world. Michelangelo, Rembrandt and Rubens relied heavily on the assistants in their studios. With the rise of the Impressionists, however, the idea of a studio practice, which maximizes incomes by using assistants, fell into disfavor. Artists were supposed to be pouring out their personal visions onto the canvas—not instructing employees on how to do it.

By the time Pop art came into fashion in the mid-20th century and Andy Warhol began cranking out silkscreens and lithographs with the help of workers at his well-publicized Factory, opinion began to swing back the other way. «The value of a work of art is not invested in the hand that made it, but in the intention and the realization,» says Robert Storr, dean of Yale University’s School of Art.

Adam Lindemann, who collects works by Mr. Koons and Swiss installation artist Urs Fischer, doesn’t object to the use of assistants at all. An artist like Mr. Hirst or Mr. Koons is «designing the work not executing it, in the way an architect designs a building but doesn’t necessarily lay the bricks,» he says.

[Skybox_National]Ray Bartkus

There were no raised eyebrows last year when the Albright-Knox Art Gallery, a museum in Buffalo, N.Y., dedicated a 2,200 square foot «scribble drawing» by Sol LeWitt. The drawing was started last August, three years after Mr. LeWitt’s death. Sixteen artists, including five from Mr. LeWitt’s studio, did the work; the other 11 were artists and art students recruited by the museum. «It was not about Sol’s hand,» says John Hogan, who had been an assistant to Mr. LeWitt and worked on the Abright-Knox drawing. «It was about the thought processes in creating the work. He worked closely with us, so we knew what his intentions were.»

Mr. LeWitt had designed the drawing just before his death in 2007. «For all of Sol’s wall drawings,» says Mr. Hogan, «there’s a blueprint, a diagram of what the drawing is supposed to be, the same way an architect does a blueprint. He did the original diagram on paper and then formalized it to scale, since he knew exactly how big the walls were going to be.» (The museum’s web site notes that the painting was done by other people following the artist’s detailed instructions.)

Angela de la Cruz suffered a stroke five years ago and can no longer paint. That didn’t keep her from being nominated for the prestigious Turner Prize last year, for her brightly colored canvases—now painted entirely by assistants—which are twisted and contorted by their broken wooden frames. «It’s all about trust,» says Ms. de la Cruz. «I give them instructions and they get on with it. It’s about them understanding my language and my practice. The assistants do what I would do myself.»

With a Little Help From Their Friends

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The 46-year-old Ms. de la Cruz says that she first communicates her ideas by email to her assistants—she employs three or four, depending on the amount of work, plus a studio manager—and then talks directly to them, «which sometimes can be complicated as I have a speech impediment.»

There’s no uniform job description for an artist’s assistant. Some work a day or two a week for several months, others are employed full-time for years. While pay is rarely high—former assistants say $20 to $25 an hour is typical—some get medical insurance and other benefits. A spokeswoman for Mr. Koons’s studio says that his assistants are provided with health insurance, for instance.

Some former assistants, now well established as artists, decline to have assistants of their own. Ben Weiner, who worked for a year for Mr. Koons in 2003, says he won’t use assistants even though the gallery that represents him is clamoring for more of his art to satisfy a backlog of potential buyers. «I don’t think there’s anyone who could do my painting as well as I can,» he says. «I have ideas of how I want my paintings to look that I can’t put into words. When people see my paintings, I want them to see marks that I actually made.»

Rachel Howard, who spent four years as an assistant to Mr. Hirst, says she «can’t think of anything worse» than having an assistant herself. She notes that «I only paint for my own needs, not to fulfill anyone else’s.» Ms. Howard says she was Mr. Hirst’s assistant starting in 1992, after they met while standing at a bus stop and started talking about art. «It taught me to know my worth and not be afraid to think big,» she says. Mr. Hirst declined to be interviewed.

John E. Scofield looks back fondly on his three years as an assistant to the late abstract artist Robert Motherwell, but he says he wouldn’t use an assistant himself for his paintings. «That’s so deeply personal, you can’t,» he says. Mr. Scofield’s hand, along with that of another assistant named Bob Bigelow, contributed to one of the most famous paintings in America, Motherwell’s «Reconciliation Elegy,» a huge canvas that hangs on permanent display in the National Gallery in Washington, D.C. The two assistants filled in the large black blotches in the painting that Mr. Motherwell had outlined. Then Mr. Motherwell «pretty much reworked every square inch of what we did,» Mr. Scofield recounts.

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Philip Roth

A Philip Roth Reader

Image via Wikipedia

Es el último novelista vivo de una luminosa generación de escritores estadounidenses. Philip Roth tuvo como amigos y maestros a autores como Bernard Malamud y Saul Bellow, y junto a otros contemporáneos suyos como Thomas Pynchon, John Updike y Normal Mailer abrieron una nueva senda en busca de la gran novela norteamericana. En esta entrevista, en su casa de Nueva York, Roth habla de su último libro, Némesis, de lo que significa para él la escritura y la literatura, de la culpa y del paso del tiempo

ANDREA AGUILAR 23/04/2011

Su fama, no solo literaria, le precede. Desde que en 1959 publicó Adiós Columbus, la polémica y el éxito han marcado la carrera de Philip Roth (Newark, 1933) como la de ningún otro escritor. La impúdica e hilarante diatriba de su personaje Alexander Portnoy con su psiquiatra, a finales de los años sesenta, fue el pistoletazo que le colocó a ojos de la crítica a la altura de Styron o de su coetáneo Updike. Roth, admirador y amigo de Malamud y Bellow, inauguraba una nueva senda en la novela americana.

«El paso del tiempo deja espacio para la cavilación y llega una generación de escritores que puede capturar el hecho»

«A menudo es doloroso releerte, ves lo que no conseguiste y el lenguaje que usaste puede resultar un poco embarazoso»

Con El lamento de Portnoy también puso en pie de guerra a un grupo de rabinos que le acusaron de antisemita. Las feministas del momento no se quedaron atrás y le señalaron como un flagrante misógino. Los títulos que publicó en la siguiente década azuzaron los furibundos ataques. De la mano de Zuckerman, en nueve de sus novelas, tensó la frontera entre realidad y ficción. Su divorcio de la actriz británica Claire Bloom, y las nada elogiosas memorias que ella publicó poco después, alimentaron los cotilleos. Pero Roth no se arredró. Plantó cara a las sucesivas batallas con genio, a golpe de novela, probando una y otra vez que «la literatura no es un concurso de belleza en el plano moral». En la farsa, la sátira o la tragedia, el escritor se ha declarado enemigo de lo simple, de la dicotomía entre blanco y negro, y trabaja como pocos la gama de grises que tiñen la conciencia.

A diferencia de John Updike, el prolífico cronista de la clase media americana y exquisito crítico, Roth, el chico malo sin pelos en la lengua, satírico, irreverente, crudo, sexual y rabiosamente judío ha concentrado toda su energía en la ficción. El acoso y las peleas públicas nunca le empujaron a la misteriosa reclusión del vanguardista Thomas Pynchon. El héroe de Newark construyó su leyenda con la apabullante fuerza de sus libros, demostrando que no tenía ningún camino prohibido, que su ficción podía crecer y abarcarlo todo. En su obra ha explorado la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo, ha buceado e investigado con ahínco. «Su chorro de creatividad es casi shakespeareano», declaraba a finales de los noventa el crítico Harold Bloom. «Están DeLillo, Pynchon, Cormac McCarthy, pero en términos de diseño total y de inventiva y de originalidad, creo que Philip es lo que está más cerca de lo mejor».

Treinta y tres títulos después de su debut, el autor de Pastoral americana o La mancha humana, es el único novelista vivo cuyo trabajo está siendo publicado por Library of America, un proyecto similar a La Pléiade que reúne la obra completa de los mejores escritores estadounidenses (quitar en ediciones anotadas). Además, Roth cuenta en su haber con una impresionante lista de galardones -en la que solo falta el Nobel- y millones de lectores en todo el mundo. A los más jóvenes les cuesta entender la controversia que despertaron sus primeras obras. Quizá haber forzado el estereotipo de inmigrante judío de segunda generación hasta derribar ese muro sea una de las mayores victorias de este escritor. Con Némesis, su último libro, cierra el ciclo de cuatro novelas cortas que arrancó con Elegía y regresa al escenario de su infancia, en el Newark de la década de los cuarenta durante la epidemia de polio.

El escritor se retiró al campo en Connecticut hace más de diez años, pero pasa los inviernos en la ciudad. Al oeste de Central Park, en el Upper West Side, se encuentra su apartamento neoyorquino. Un gran ventanal con una impresionante vista al sur domina un luminoso y amplio salón de suelos de madera clara y exento de librerías. A la derecha, un flexo ilumina el escritorio de cristal. Falta el ordenador, una pieza clave para Roth desde los noventa, que vino a sustituir una sólida máquina de escribir -«como un cañón, grande, negra, inamovible»-. Antes tuvo una Olivetti portátil -«maravillosa, podías empujarla por la mesa, escribir y empujar»- y, por insistencia de sus amigos, dejó el papel y la tinta y se pasó a la pantalla y el teclado -«lo mejor que le ha pasado a mi escritura»-, algo que le permite reescribir mientras avanza. El oficio de escritor para Roth tiene algo de combate físico. Trabaja cada día, todo el día y, durante muchos años, lo hacía siempre de pie. Ahora, solo la mitad del tiempo. «Empecé porque tenía problemas de espalda. Me encanta no estar metido en el hoyo. Si te atascas puedes caminar y quitártelo de encima».

El sofá se encuentra en el otro extremo del salón. Roth, alto y delgado, camina sin zapatos por la casa. Viste un pantalón de pana y jersey de lana gruesa beis. Mientras habla, sentado en una butaca de cuero negro, juega con las gafas que le cuelgan del cuello y clava la mirada. Agudo y ágil conversador, intercala bromas y carcajadas, pero evalúa sin piedad a su interlocutor y no duda en recordar aquel tiempo en que no se mostraba tan cortés en las entrevistas -«me levantaba, me marchaba de un portazo, si me preguntaban si hacía lo mismo que mis protagonistas les gritaba que sí, exactamente, ¡al pie de la letra!»-. Esta tarde se muestra más sereno. Habla con admiración de la correspondencia de Bellow recientemente publicada y asegura que lo suyo, sin embargo, nunca fueron las cartas, ni los diarios: le cuesta encontrar el tono y siempre está tentado de reescribir, quitar -como todo lo demás-. Aunque hay un ejemplar de The Paris Review bajo su asiento, dice que no ha leído nada nuevo en ficción desde hace tiempo, ni Jonathan Franzen, ni Foster Wallace -«la última gran novela que leí fue Submundo de DeLillo»-.

PREGUNTA. En Némesis habla del miedo, un asunto central en Estados Unidos después del 11-S.

RESPUESTA. La polio atacó América en la primera mitad del siglo XX y las advertencias paternas sobre la enfermedad fueron el coro de fondo de mi infancia. Cuando se descubrió la vacuna en 1955, ya me había licenciado en la universidad. No necesitaba el 11-S para escribir este libro.

P. ¿Es la literatura una buena brújula para entender el presente desde el que se escribe?

R. ¿Pienso que la ficción refleja el momento en que ha sido escrito sin importar en qué época esté situada la acción del libro? No. Yo quería describir 1944 en Newark. Leí mucho y me entrevisté con un par de tipos de mi edad que tuvieron la polio. Cuando trabajo pongo mucho cuidado en recrear con fidelidad una época. Si el presente en el que escribo también queda reflejado no es un algo deliberado.

P. ¿Opina lo mismo como lector?

R. Si es sutil, a lo mejor, con el paso del tiempo puedes ver que algunas cuestiones históricas determinaron que los escritores estuvieran interesados en ciertos temas.

P. ¿Cómo ha afectado el 11-S a la literatura norteamericana?

R. Algunos escritores lo han usado en sus libros. Pero, en general, la literatura no funciona así. Yo tardé 65 años en hablar de la polio y ese es más o menos el margen. El paso del tiempo deja espacio para la cavilación y llega una generación de escritores que pueden capturar el hecho, que no suele ser la misma que estaba en su madurez cuando ocurrió. ¿Cree algo de lo que digo?

P. En algunos de sus libros parece que hubiera una advertencia: cuidado con la bondad.

R. Sí, una buena frase. El teatro de Sabbath es el reverso: abraza la maldad.

P. Harold Bloom considera que ese es su mejor libro.

R. Es bueno. Estoy a punto de releerlo y yo nunca releo mis novelas.

P. ¿Por qué no?

R. A menudo es doloroso, ves lo que no conseguiste hacer y el lenguaje que usaste puede resultar un poco embarazoso. Uno no siempre está en buenos términos con sus libros del pasado.

P. ¿Por qué lo está releyendo?

R. Alguien me lo sugirió, mientras yo estaba criticando algo de mi obra. El impulso detrás de Sabbath fue fuerte y nuevo. El nivel de invención es muy alto. Cuando lo publiqué lo odiaron.

P. En un ensayo sobre Bellow habla de su transformación revolucionaria con Auggie March. ¿Piensa en su propia obra en estos términos?

R. Bueno, El lamento de Portnoy fue algo totalmente distinto de mi obra anterior. Vine a Nueva York en 1963 y daba clases en Princeton. Conocí a un grupo de tipos, todos judíos y un poco mayores que yo. Nos reuníamos y teníamos unas juergas hilarantes, enlazando un tema detrás de otro con historias extravagantes. Después de dos o tres años pensé que por qué no escribía eso, y decidí llevar a la página el comedor del restaurante. Aquello fue el comienzo de una explosión que duró unos doce años. Intenté empujar el elemento cómico tan lejos como pudiera.

P. ¿Para defenderse?

R. No, era una ofensiva en todos los sentidos. La idea era «si no te gusta el tipo que escribió Portnoy, vas a odiar al que escribió esto». Me liberé de mi decorosa educación literaria. El siguiente gran cambio llegó con La contravida, a mediados de los ochenta, un nuevo acto de apertura. Me sentía expansivo cuando escribía y las palabras llegaron.

P. ¿Qué se propuso hacer en esta serie de

Némesis?

R. En los noventa Bellow estaba escribiendo novelas cortas. Recuerdo que le pregunté cómo lo hacía y él, como siempre, se rió. En aquel momento en mis libros yo buscaba ampliar y seguir incluyendo cosas que nada impedía que metiera. Pensé, ¿puedo recortar todo y escribir a pequeña escala? ¿Cómo destilo y comprimo?

P. Y llegaron estas cuatro novelas.

R. No sabía que serían cuatro. Empecé con Elegía. Quería contar la vida de un hombre a partir de sus enfermedades. Me divirtió especialmente imaginar ese discurso acusatorio y furioso de la mujer contra el adúltero. Fue divertido asumir ese papel, porque no he tenido muchas oportunidades.

P. Después vino

Indignación.

R. Quise escribir sobre lo que era ir a una universidad en el tiempo en que yo fui, a principios de los cincuenta. Esos campus convencionales eran sofocantes y detrás de esa asfixia estaba la maldita guerra y la represión sexual. Todo era tan reprimido que ni siquiera sabíamos lo reprimidos que estábamos.

P. Le ha dedicado bastante atención a la explosión de aquello.

R. Si el bang de 1963, 1964, 1965… Yo estaba en la treintena y ver aquello fue vertiginoso, daba mareo. Fue increíble.

P. ¿Ha habido una regresión desde entonces?

R. No. Lo que pasó en los años sesenta fue tímido y templado si lo comparamos con cómo viven ahora los jóvenes. Aquello fue la primera salida de la cárcel sexual y fue emocionante.

P. El nuevo libro transcurre durante un verano muy caluroso en Newark, como

Adiós Colombus su primera historia publicada.

R. Aquello lo escribió un chico que no había oído hablar de la muerte. El escritor deNémesis sí ha oído de ella.

P. El doctor, uno de los personajes, advierte al protagonista de lo que debilita un sentido erróneo de responsabilidad.

R. Bucky se siente responsable de cosas que no le corresponden. Y este sentimiento de responsabilidad es insaciable.

P. ¿Asumir la responsabilidad es una forma de eludir el caos y el azar, de crear la ilusión de control del destino?

R. Exactamente, y la polio es un ejemplo perfecto: es caos y azar, aunque él se sienta responsable. La culpa da sentido a muchas cosas.

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Inquisições sobre o paradigma. Entrevista com Eduardo Galeano

Inquisiciones sobre el paradigma: Entrevista a Eduardo Galeano (Spanish)

 

Inquisições sobre o paradigma. Entrevista com Eduardo Galeano

 

 

Esta entrevista é o resultado de uma conversa entre dois amigos, ambos escritores uruguaios de espírito crítico e comprometido. Jorge Majfud, professor de literatura latino-americana da LincolnUniversity, conversa com Eduardo Galeano, uma das personalidades mais destacadas da literatura latino-americana. A partir do cotidiano, falam do passado, do presente e do futuro. Um olhar reflexivo para construir outro mundo possível.

A entrevista foi publicada no sítio de Jorge Majfud (majfud.info), em novembro de 2008. A tradução é de Moisés Sbardelotto.

I. Passado

Jorge Majfud – Uma visão humanista considera a história como um produto humano, isto é, produto da liberdade de seus indivíduos e dos diversos grupos que a realizaram e interpretaram. Uma visão anti-humanista afirma que, pelo contrário, esses indivíduos e esses grupos são o resultado da própria história, e a sua liberdade é uma ilusão. Se você me permite uma limitação artificial dentro desse possível espectro, onde você estaria?

Eduardo Galeano – Pelo que eu tenho caminhado e ouvido, fico com a impressão de que nós fazemos a história que nos faz. Quando a história que fazemos nos sai deturpada, ou é usurpada pelos poucos que mandam entre nós, dizemos que ela, a história, é a culpada.

Nesta visão, não há lugar para o determinismo materialista ou para algum tipo de fatalismo religioso…

Os fatalismos são confortáveis, permitem-lhe dormir estirado, o destino está escrito nas estrelas, a história caminha por si só, não se preocupe, é preciso aceitar ou aceitar. Os fatalismos mentem, porque, se a vida é uma aventura da liberdade, que alguém venha e me explique se vale a pena viver. Mas cuidado: os iluminados também mentem, os escolhidos que se atribuem o poder de mudar a realidade, tocando-a com sua varinha mágica: e se a realidade não me obedece, ela não me merece.

Se o tempo de revoluções modernas, isto, das revoluções abruptas e violentas já passou, a progressão ou a resistência são a melhor alternativa no nosso tempo?

Como saber quantos mundos existem dentro do mundo, e quantos tempos dentro do tempo? A história caminha com as nossas pernas, mas, às vezes, anda em um passo muito lento e, às vezes, parece quieta. De qualquer forma, quando as mudanças vêm de baixo, do fundo, a curto ou a longo prazo eles encontram seu caminho, o ritmo que querem ou podem. A partir de baixo, digo, do pé, como cantou Zitarrosa. A única coisa que é feita desde cima são os poços.

Em seu último livro «Espelhos» (L&PM, 2009), você faz um esforço ao mesmo tempo criativo e arqueológico sobre um vasto espaço geográfico e temporal. Que períodos da história você acha que levariam o prêmio principal de crueldade e injustiça?

Há muitos favoritos nesse campeonato.

Bem, mais pontual, poderia resumir a crueldade em uma imagem, em uma situação que você viveu?

Eu pensei nisso anos atrás, em um caminhão que atravessava a selva do alto Paraná. Exceto eu, todas as pessoas eram desse mapa. Ninguém falava. Íamos muito apertados na carroceria do caminhão, aos tombos. Ao meu lado, uma mulher muito pobre, com um bebê nos braços. O bebê ardia em febre, se queixava. Ela só disse que precisava de um médico, que em algum lugar tinha que haver um médico. E finalmente chegamos a algum lugar, não sei quantas horas haviam passado, há muito tempo o bebê não se queixava. Ajudei a mulher a descer do caminhão. Quando peguei o bebê, vi que estava morto. O assassino que tinha cometido essa crueldade era todo um sistema de poder, que não ia preso nem viajava em caminhões desengonçados.

Com memórias como essa, deveríamos terminar aqui. Mas o mundo continua girando. Você acha que o passado pré-colombiano sobreviveu tantos anos de colonização e modernização, de modo a definir uma forma latino-americana de ser, de sentir e até de pensar?

Há séculos, os deuses acodem, quem sabe como, a partir do passado americano e da selva africana e de todas as partes. Muitos desses deuses viajam com outros nomes e usam passaportes falsos, porque as suas religiões são chamadas de superstições, e eles continuam sendo condenados à clandestinidade.

II. Presente

Estamos presenciando o fim do capitalismo, de um paradigma baseado no consumismo e no êxito financeiro, ou trata-se simplesmente de uma crise a mais, da qual o próprio sistema, a própria cultura hegemônica sairão fortalecidos?

Às vezes, recebo convites para assistir ao enterro do capitalismo. Bem sabemos, no entanto, que ele viverá mais do que sete vidas, esse sistema privatiza seus ganhos, mas tem a amabilidade de socializar seus prejuízos, e, como se fosse pouco, convence-nos de que isso é filantropia. Em grande medida, o capitalismo se nutre do descrédito de suas alternativas. A palavra socialismo, por exemplo, foi esvaziada de significado pela burocracia que a utilizou em nome do povo e pela socialdemocracia que, em seu nome, modernizou o «look» do capitalismo. Sabemos que esse sistema capitalista está se virando muito bem para sobreviver às catástrofes que desencadeia. Não sabemos, porém, quantas vidas a sua vítima principal, o planeta que habitamos, espremido até a última gota, poderá viver. Para onde nos mudaremos quando o planeta ficar sem água, sem terra, sem ar? A empresa Lunar Internacional já está vendendo lotes na Lua. No fim de 2008, o multibilionário russo Roman Abramovich deu um terreninho para sua noiva.

Talvez ele acredite ser o primeiro homem que deu um pedaço da Lua para uma mulher, o que vem a ser uma espécie de capitalismo romântico. Você acha que, se a China, por exemplo, tivesse uma economia hegemônica, logo se converteria em um novo império, avassalador e colonialista, como qualquer outro império?

Se eu fosse um profeta profissional, morreria de fome. Não acerto nem no futebol, porque disso sim eu sei alguma coisa. Tudo o que posso lhe dizer é o que eu posso ver: aChina está colocando em prática uma exitosa combinação de ditadura, no velho estilo comunista, com uma economia que funciona ao serviço do mercado mundial capitalista. A China pode proporcionar, assim, uma baratíssima mão-de-obra para empresas norte-americanas como o Wal Mart, que proíbe os sindicatos.

A propósito, no último «black Friday», o dia do ano em que, nos Estados Unidos, as grandes cadeias de supermercados vendem a preço de custo, uma avalanche de compradores não pôde esperar as portas de um destes Wal Marts abrirem e passou por cima de um empregado. O homem morreu esmagado… Apesar de todo esse absurdo, podemos pensar que a humanidade está em um estado mais elevado de direitos individuais e de consciência coletiva? Qual é a melhor coisa do nosso tempo?

No século XX, a justiça foi sacrificada em nome da liberdade, e a liberdade foi sacrificada em nome da justiça. Já o nosso tempo é o século XXI, e a melhor coisa que ele tem é o desafio que ele contém: ele nos convida a lutar para ajudar no reencontro da justiça e da liberdade. Elas querem viver bem coladinhas, uma de costas para a outra.

Podemos comparar a aparição da Internet com a revolução que a imprensa produziu no século XV?

Não tenho nem idéia, mas aproveito a ocasião para lembrar que a impressão não nasceu no século XV. Os chineses a tinham inventado dois séculos antes. Na verdade, eram chinesas as três invenções que tornaram possível o Renascimento europeu: a imprensa, a bússola e a pólvora. Não sei se agora a educação melhorou, mas antes aprendíamos uma história universal reduzida à história da Europa. Do Oriente Médio, nada ou quase nada. Nem uma palavra sobre a China, nada sobre a Índia. E da África só sabíamos aquilo que nos ensinava o professor Tarzan, que nunca esteve lá. E do passado norte-americano, do mundo pré-colombiano, alguma coisa folclórica, , algumas quantas penas coloridas… e deu.

Qual é o maior perigo do progresso tecnológico na comunicação?

Na comunicação e em todo o resto. As máquinas não são nenhumas santas, mas não têm a culpa por aquilo que nós fazemos com elas. O maior perigo é que o computador nos programe, assim como o carro nos dirige. Com uma facilidade assombrosa, convertemo-nos em instrumentos de nossos instrumentos.

Como escritor e como leitor, que tipo de leituras ocupam mais o seu tempo hoje?

Eu leio de tudo, começando pelas paredes que acompanham os meus passos pelas ruas das cidades.

A crueldade e a injustiça são o maior provocador da literatura de Eduardo Galeano?

Não. Se fosse assim, eu já teria adoecido de irremediável tristeza. Felizmente, sou perguntador, curioso de nascimento, e ando sempre buscando a terceira margem do rio, esse misterioso lugar onde se juntam o horror e o humor.

Por que você acha que o nosso tempo será lembrado nos séculos por vir?

Será lembrado? Haverá séculos por vir? Deus lhe ouça, e se Deus está surdo, que o Diabo te ouça.

III. Futuro

Eduardo, você acha que o mundo vai se dirigir para um maior equilíbrio de suas frações geográficas, sociais e culturais, ou, pelo contrário, estamos condenados a repetir as mesmas formas do que hoje entendemos como violência física e moral?

Condenados não estamos. O destino é um desafio, embora, à primeira vista, pareça uma maldição.

Uma melhoria do nosso presente está radicada em grande parte no aprofundamento dos valores humanos da tradição europeia ou em uma revalorização de uma origem perdida nos povos «periféricos»?

A tradição europeia não é suficiente. Nós, os americanos, somos filhos de muitas mães. A Europa, sim, mas também existem outras mães. E não só os americanos. Os humanozinhos todos, o mundo inteiro é muito mais do que aquilo que acredita ser. Mas o arco-íris terrestre não brilhará, com toda a sua luz, enquanto ele continuar sendo mutilado pelo racismo, pelo machismo, pelo militarismo, pelo elitismo e por todos esses «ismos» que negam a plenitude da nossa diversidade. E, a propósito, não faz mal esclarecer que os valores humanistas da tradição europeia se desenvolveram enquanto a Europa exterminava índios na América e vendia carne humana na África. John Locke, o filósofo da liberdade, era acionista de uma empresa negreira.

Sim, algo assim como as democracias imperiais, desde a antiga Atenas até os Estados Unidos. Mas isso significa que a história sempre se repete?

Ela não quer se repetir, ela não gosta disso nem um pouquinho, mas muito frequentemente nós a obrigamos. Para lhe dar um exemplo muito atual, há partidos que chegam ao governo prometendo um programa de esquerda e acabam repetindo o que a direita fazia. Por que não deixam que a direita continue fazendo, já que tem experiência? A história se cansa e a democracia é desacreditada quando somos convidados a escolher entre o mesmo e o mesmo.

Que papel desempenham os intelectuais «não-orgânicos» na sociedade hoje? Continuam sendo, pelo menos em uma minoria, uma força crítica e provocadora?

Eu acho que escrever não é uma paixão inútil. Mas essa generalização, os «intelectuais», orgânicos ou não orgânicos, não se parece muito com o mundo real. Existe de tudo na vinha do Senhor. No meu caso, posso lhe dizer que eu trabalho com palavras, que sou um inútil total e que isso é a única coisa que eu faço mais ou menos bem, e que eu sei, por experiência própria e alheia, que o ato da leitura é uma secreta, e às vezes fecunda, cerimônia de comunhão. Quem lê algo que vale a pena de verdade não o lê impunemente. Ler um livro desses que respiram quando você coloca o ouvido sobre ele não lhe deixa intocado: ele lhe modifica, mesmo que um pouquinho, lhe incorpora alguma coisa, algo que você não sabia ou não imaginava, e lhe convida a buscar, a perguntar. E ainda mais: às vezes, até pode lhe ajudar a descobrir o verdadeiro significado das palavras traídas pelo dicionário do nosso tempo. Que mais uma consciência crítica pode querer?

Mas os escritores contemporâneos tendem a evitar essa palavra, «intelectuais». Por quê?

Eu lhe respondo por mim mesmo, não em nome «dos escritores», que também são uma generalização duvidosa. Eu escrevo querendo dizer e me dizer em uma linguagemsentipensante, palavra certeira que os pescadores da costa colombiana do mar do Caribe me ensinaram. E por isso, justamente por isso, não gosto nada que me chamem de intelectual. Sinto que me convertem assim em uma cabeça sem um corpo, situação demasiadamente incômoda, e que estão divorciando minha razão da emoção. Supõe-se que o intelectual é aquele que é capaz de entender, mas eu prefiro aquele que é capaz de compreender. Culto não é quem acumula mais conhecimentos, porque então não haverá ninguém mais culto do que um computador. Culto é aquele que sabe escutar, escutar os outros e escutar as mil e uma vozes da natureza de que fazemos parte. Para dizer, escuto. Eu escrevo em uma viagem de ida e volta, recolho palavras que devolvo, ditas do meu modo e da minha maneira, ao mundo de onde vêm.

Aliás, qual é a sua técnica narrativa, ou seja, seus hábitos e condutas de escrita?

Não tenho horários. Não me obrigo. Em Santiago de Cuba, um velho tamborero, que tocava como os deuses, me ensinou: «Eu toco – me disse – quando minha mão coça». E eu faço o que ele disse. Se não me coça, eu não escrevo. Nunca assinei um contrato que me coloque prazos para entregar um livro. Na literatura, assim como no futebol, quando o prazer se converte em dever, passa a ser algo muito parecido ao trabalho escravo. Os livros me escrevem, crescem dentro de mim, e a cada noite vou dormir agradecendo-os, porque permitem que eu acredite que o autor sou eu. E, dito isso, esclareço que eu escrevo cada página muitas vezes, que eu rasuro, suprimo, reescrevo, quebro, volto a começar, e tudo isso faz parte da grande alegria de sentir que o que eu digo é parecido, e às vezes é muito parecido, com aquilo que as minhas páginas querem dizer.

Seus livros, depois as ditaduras militares do Uruguai e da Argentina, depois do exílio, mudam de estilo. Ou talvez aprofundam uma característica: seu olhar continua sendo o do rebelde conformista, mas a sua voz se torna mais lírica. Se bem me lembro, foi Jean-Paul Sartre que disse que a técnica escritor se refere à sua concepção do mundo. Como você definiria o seu estilo? Ele reflete a sua percepção do mundo, ou talvez suas aspirações sobre ele, ou o estilo é algo acidental, uma forma de fazer as coisas que provém de uma história da estética, de uma influência da adolescência?

Meu estilo é o resultado de muitos anos de escrever e apagar. Juan Rulfo me dizia isso, mostrando um lápis daqueles que quase não se veem agora: «Eu escrevo com a ponta da frente, mas escrevo mais com a parte de trás, onde está a borracha». Eu faço isso, ou tento fazer. Tento dizer cada vez mais com cada vez menos.

Um elemento comum da literatura do compromisso, das utopias revolucionárias até os anos 60, os anos antes das ditaduras na América do Sul, parece ser a alegria. Como exemplo ilustrativo, poderíamos fazer uma exposição de fotografias dos rostos mal-humorados dos Pinochet, por um lado, e dos rostos sorridentes dos Che Guevara, por outro. Existe uma ligação entre a «estética da tristeza» da literatura do século XX e as forças conservadoras da sociedade? Em que medida a alegria, o epicurismo do qual falava Américo Vespúcio referindo-se a uma certa imagem dos americanos nativos, é subversiva?

Volto à costa colombiana, e lhe conto que, lá, o pior insulto é «amargao». Não podem lhe dizer nada mais grave. E eles têm razão, porque, no fim das contas, não há nada no mundo que não mereça ser rido. Se a literatura de denúncia não é, ao mesmo tempo, uma literatura da celebração, ela se afasta da vida viva e faz seus leitores dormir. Supõe-se que seus leitores devem arder de indignação, mas eles caem no sono. Muitas vezes, a literatura que diz se dirigir ao povo só se dirige aos convencidos. Sem risco nenhum, parece-se mais à masturbação do que ao ato de amor, mesmo que, como me disseram, o ato de amor é melhor, porque é possível conhecer mais pessoas. A contradição move a história, e a literatura que realmente estimula a energia de mudança nos ajuda a adivinhar os sóis secretos que cada noite esconde, essa façanha humana de rir contra toda evidência. A herança judaico-cristã, que tanto elogia a dor, não ajuda muito. Se bem me lembro, em toda a Bíblia não há nenhuma risada. O mundo é um vale de lágrimas, os que mais sofrem são os eleitos para subir ao Céu.

Como você imagina o mundo daqui a 50 anos?

Com a idade que tenho, imagino que dentro de 50 anos eu já não vou estar. Como você vê, tenho uma imaginação prodigiosa.

Onetti já disse que ele escrevia para si próprio. Galeano escreveria se tivesse a pouca sorte de ser o único sobrevivente de uma catástrofe global?

O único sobrevivente? Ai! Eu morreria de tédio. Talvez escreveria da mesma forma, porque tenho o vício, mas escrever para ninguém é pior do que dançar com a irmã. Onetti ficou bravo comigo quando, uma noite, cometi uma insolência juvenil. Ele me disse isso, que ele escrevia para ele, e eu lhe propus que levaria ao correio essas cartas para Juan Carlos Onetti, Rua Gonzalo Ramirez, Montevidéu etc., etc. Ele se zangou. Zangou-se porque mentia, e sabia disso. Quem publica o que escreve, escreve para os outros.

O que você faria de diferente se tivesse a experiência e a oportunidade de fazê-lo de novo? De que Eduardo Galeano se arrepende hoje?

Não me arrependo de nada. Eu também sou a soma de todas as vezes em que meti a pata.

 

 

 

Un poco de literatura «Hispano-American»

Juan Goytisolo, Instituto Cervantes Berlin May...

Image via Wikipedia

Claro que tengo algunas discrepancias con este artículo.

Por ejemplo, el párrafo:

«A principios de 1959, una nueva ola de refugiados de la Revolución Cubana estableció una prensa de exilio de amplio alcance. Chilenos, salvadoreños, nicaragüenses y otros expatriados hispanoamericanos han contribuido también a la literatura del exilio. Algo relativamente nuevo de esta última literatura del exilio es que muchos de sus textos se llegaron a traducir al inglés, y la obra de escritores liberales, como los argentinos Luisa Valenzuela, Manuel Puig y Jacobo Timmerman, los chilenos Emma Sepúlveda y Ariel Dorfman, el salvadoreño Mario Bencastro, entre otros, se publicaron junto a las voces más conservadoras del exilio cubano, como las de Heberto Padilla y Reinaldo Arenas.»

Aquí se nota el dualismo norteamericano de «liberal» = de izquierda / «conservador» = de derecha.

Así se produce una clasificación curiosísima de Reinaldo Arenas como escritor conservador» (los conservadores estarán pegando el grito en el cielo sólo por las «obscenidades»  del cubano y los izquierdistas harían lo propio con calificaciones como «liberales», mala palabra entre la izquierda latinoamericana, aunque no en la izquierda europea y casi una bandera de la izquierda norteamericana.

Pero dejo aquí para que los lectores aprecien otras líneas que valen la pena.

 

Panorama de la literatura hispana de los Estados Unidos

por Nicolás Kanellos

Históricamente, todos los diversos grupos étnicos que por facilidad y conveniencia llamamos «hispanos» o «latinos» crearon una literatura en Norteamérica aun antes de que existieran los Estados Unidos. El volumen de su escritura a través de más de cuatrocientos años es tan cuantioso que habría que emplear a miles de estudiosos durante muchos años para investigar y recuperar, analizar y hacer accesible la totalidad de las expresiones hispanas que merecen ser preservadas y estudiadas.

Debido a su variedad y perspectivas múltiples, lo que llamamos literatura hispana de los Estados Unidos es mucho más complejo de lo que demuestran los textos producidos en los últimos cuarenta años. Esta literatura incorpora las voces del conquistador y del conquistado, del revolucionario y del reaccionario, del nativo y del desarraigado de su tierra. Es una literatura que proclama un sentido de lugar y pertenencia a los Estados Unidos mientras que también elimina fronteras y es transnacional en el sentido más posmoderno posible. Es una literatura que trasciende conceptos de etnicidad y raza, mientras que lucha por una identidad chicana, nuyorriqueña, cubanoamericana o simplemente hispana o latina.

La introducción de la cultura occidental en las tierras que eventualmente pertenecerían a los Estados Unidos fue obra de gente hispana: españoles, africanos y amerindios hispanizados, mestizos y mulatos. España fue el primer país que introdujo una lengua europea escrita en el área que llegaría a ser la parte principal de los Estados Unidos. Desde 1513, con los diarios de viaje a la Florida de Juan Ponce de Léon, la práctica de la escritura en los registros civiles, militares y eclesiásticos se volvió habitual en los lugares que se convertirían en el sur y el suroeste hispanos de los Estados Unidos.

La cultura escrita no sólo facilitó los registros de la conquista y la colonización, sino que hizo surgir las primeras descripciones y los primeros estudios de la flora y la fauna de estas tierras nuevas para europeos, mestizos y mulatos. Hizo posible la formulación de las leyes para su gobernación y facilitó su explotación comercial al mismo tiempo que creaba una historia de estos territorios -una historia oficial que no siempre concordaría con la tradición oral-.

La lengua española se extendió al norte de la Nueva España y hacia las tierras que a mediados del siglo XIX llegarían a ser parte de los Estados Unidos como resultado de conquista, anexión y compra.

Todas las instituciones del mundo letrado -escuelas, universidades, bibliotecas, archivos del gobierno, tribunales y muchas otras – fueron introducidas en Norteamérica por gente hispana a mediados del siglo XVI. Los hispanos que se establecieron en las trece colonias británicas en Norteamérica tuvieron acceso inmediato a la imprenta. Hacia 1780 ya estaban publicando sus libros y periódicos en las primeras imprentas de los Estados Unidos. Editaban centenares de libros políticos, así como libros de literatura creativa, muchos de ellos en apoyo a los nacientes movimientos de independencia en Hispanoamérica.

En Louisiana y más tarde en el suroeste y hasta parte del noreste, las publicaciones bilingües llegaron a ser a menudo una necesidad de comunicación, primero para las comunidades hispano-francesas y más tarde para las poblaciones donde convivían hispanos y angloamericanos, ya que dichas publicaciones, incluyendo las publicaciones literarias, reflejaban cada vez más la vida bicultural de los Estados Unidos.

Al principio del siglo XIX, la cultura literaria de los hispanos empezó a poseer las funciones de expresión que la han caracterizado hasta el presente. Se distinguen tres tipos de expresión correspondientes a los nativos, los inmigrantes y los exiliados. Estas categorías se relacionan con los procesos socio históricos que los hispanos han experimentado en los Estados Unidos. No solamente reflejan las tres identidades generales de los hispanos en los Estados Unidos a través de la historia, sino que también nos permiten entender sus expresiones literarias.

Estos tres procesos y patrones históricos de manifestación cultural echaron raíces profundas en el legado oral y escrito de los exploradores y colonos de las vastas regiones que llegaron a formar parte de los Estados Unidos. Esta base fundacional incluyó descripciones de la flora y la fauna, de encuentros con los amerindios, de la evangelización y de la vida diaria en la frontera, tal como la percibían los españoles y la gente hispana (incluyendo a africanos, amerindios, mestizos y mulatos), incorporadas en crónicas, diarios de viaje, etnografías, cartas y en la tradición oral.

Los primeros textos fueron escritos por los exploradores que crearon los mapas de este territorio y escribieron tra- tados sobre su gente, como Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Fray Marcos de Niza. También escribieron los primeros poemas épicos en lengua europea, como los del soldado Gaspar Pérez de Villagrá en su Historia de la Nueva México y el misionero Francisco de Escobedo en La Florida . Más tarde, colonizadores y misioneros como Fray Jerónimo Boscana y los autores anónimos de las obras de teatro popular Los tejanos Los comanches y las canciones Indita Alabado desarrollaron una literatura mestiza, mostrando muchos de los modelos culturales que sobrevivirían hasta la actualidad. Este fermento literario, tanto escrito como oral, se manifestó en los territorios del norte de la Nueva España , después México, sin acceso a la imprenta.

Aunque el mundo de los libros, las bibliotecas y la educación había sido introducido por los españoles en Norteamérica, la estricta prohibición de la imprenta por la Corona Real en sus territorios del norte impidió el desarrollo de la impresión y de la publicación entre la población que vino a ser la base hispana nativa más grande y fuerte de los Estados Unidos de hoy día: la cultura méxicoamericana del suroeste. No obstante la falta de acceso a la imprenta, el legado de expresión oral y popular ha persistido en estas tierras, reforzando no sólo la cultura en general sino también creando una base muy rica para la expresión literaria escrita. Irónicamente, el uso extendido de la imprenta y la publicación por hispanos en los Estados Unidos se desarrolló en un medio ambiente de habla inglesa, en el noreste de los Estados Unidos.

Literatura hispana nativa

La literatura de los hispanos nativos nace primero de la experiencia del colonialismo y la opresión racial. Los hispanos estuvieron sujetos a más de un siglo de «racialización,» la cual resultaba de la visión que tenían los anglosajones de los hispanos como una raza fisiológica, cultural e intelectualmente inferior a la suya.

A través de doctrinas como la «leyenda negra española» y el «destino manifiesto» (teorías racistas que justificaban la apropiación de tierras y recursos naturales por los ingleses y los angloamericanos), los hispanos fueron subsecuentemente conquistados y/o incorporados a los Estados Unidos como resultado de la compra de sus territorios; posteriormente fueron tratados como sujetos coloniales, como en los casos de los mexicanos en el suroeste, los hispanos en Florida y Luisiana, los panameños en la zona del canal y en el mismo Panamá, y los puertorriqueños en el Caribe. Por otra parte, los cubanos y los dominicanos también se desarrollaron como pueblos a principios del siglo XX, sometidos a muchas formas de dominación del gobierno colonial de Estados Unidos.

Durante los cien años que siguieron a la expansión estadounidense en el siglo veinte hubo grandes inmigraciones provenientes de países de habla hispana. Estas olas de inmigrantes estuvieron directamente relacionadas con la administración colonial practicada por los Estados Unidos en sus tierras natales y el reclutamiento de mano de obra para mantener la máquina industrial de los Estados Unidos a un ritmo galopante. Así se creó una nueva población hispana con ciudadanía estadounidense: los cientos de miles de hijos de inmigrantes hispanos, cuyas perspectivas culturales sobre la vida en los Estados Unidos han sido fundamentalmente diferentes de las de sus padres, inmigrantes y exiliados.

La literatura nativa hispana se desarrolló primero como una literatura de minoría étnica entre los hispanos que ya residían en el suroeste de México cuando los Estados Unidos se apropiaron de este territorio. Hasta ahora no se han encontrado los textos hispanos de Luisiana y Florida de la época colonial de los Estados Unidos y de sus inicios como estados. La literatura nativa hispana se ha manifestado específicamente en una actitud de reclamo de derechos civiles, políticos y culturales.

Desde sus orígenes en el siglo diecinueve, los editoriales de Francisco Ramírez, las novelas de María Amparo Ruiz de Burton y la literatura nativa hispana en general se han ocupado del estado racial, étnico y minoritario de sus lectores. Haciendo uso de ambos idiomas, el español y el inglés, la literatura nativa hispana ha incluido a los inmigrantes entre sus intereses y ha mantenido una relación con las distintas tierras de «origen», como Cuba, México, Puerto Rico y España.

Pero la razón fundamental para la existencia de la literatura nativa hispana y su punto de referencia han sido y continúan siendo las condiciones de vida de los latinos en los Estados Unidos. A diferencia de la literatura de inmigrantes, la literatura nativa no tiene un pie en una supuesta tierra natal y otro en los Estados Unidos, ya que la mayoría de los nativos nacieron en los Estados Unidos o en territorios que fueron incorporados a esta nación. Esta literatura no comparte esa doble mirada que siempre contrasta la experiencia en los Estados Unidos con la experiencia en la tierra natal. Para el pueblo hispano de los Estados Unidos, la tierra natal es los Estados Unidos; no tienen la intención de regresar al México, Puerto Rico o Cuba que recuerdan con nostalgia.

Por lo tanto, esta literatura muestra un firme sentido de lugar, a menudo elevado a un estatus mítico. Los chicanos, por ejemplo, adoptaron en los años sesenta y setenta a Aztlán, el legendario lugar de origen de los aztecas, supuestamente ubicado en lo que es hoy el suroeste; este concepto les dio -como mestizos- prioridad en estas tierras sobre los uropeoamericanos.

Lo que era para los inmigrantes el «Trópico en Manhattan» o la «Pequeña Habana», en los años sesenta y setenta se transformó en un lugar donde reinaban culturas nuevas, sintéticas y sincréticas, como en «Loisaida»(el barrio bajo sureste de la ciudad de Nueva York), tan elogiado por el poeta y dramaturgo nuyorican Miguel Piñero en Lower East Side Poem y otros trabajos, y El Bronx de Nicholasa Mohr en El Bronx Remembered . Este sentido de pertenencia a una región o lugar donde su cultura ha transformado el medio ambiente físico y cultural es una manifestación entre otras del sentimiento general de que estaba surgiendo una cultura nueva derivada de la síntesis de las viejas culturas hispana y anglosajona, inicialmente enfrentadas antitéticamente.

La literatura de inmigración

Mientras que la literatura de inmigración plantó raíces en los periódicos a mediados del siglo diecinueve en California y en Nueva York, a fines del siglo surgió una expresión inmigrante bien definida. Aunque Nueva York había sido el puerto de entrada de millones de europeos y centenares de miles de hispanoamericanos, las ciudades mayores del suroeste recibieron un flujo de aproximadamente un millón de mexicanos de clase trabajadora durante la Revolución Mexicana de 1910. La política exterior de los Estados Unidos para con el Caribe hispánico aseguraba un influjo constante de obreros puertorriqueños, cubanos y dominicanos.

Los Ángeles, San Antonio y Nueva York, por ende, recibieron el mayor número de inmigrantes y consecuentemente pudieron apoyar el mayor número de instituciones culturales, entre ellas teatros, asociaciones de escritores, periódicos y editoriales. San Antonio llegó a ser la sede de más de una docena de casas editoriales hispanas, más de las que existían en cualquier otra ciudad de los Estados Unidos. Los Ángeles produjo casi una veintena de casas teatrales y numerosas compañías dramáticas y líricas que hacían giras constantes por el suroeste. En Nueva York, Los Ángeles, San Antonio y en muchas otras ciudades, apareció un tipo de empresario hispano, refugiado o inmigrante, con suficiente capital para establecer negocios de todo tipo para servir a la creciente población en los barrios hispanos.

Construyeron de todo, desde fábricas de tortillas hasta teatros y cines, y por medio de su liderazgo cultural en las organizaciones mutualistas, las iglesias, los teatros, los periódicos y las editoriales difundían una ideología nacionalista que aseguraba tanto la solidaridad como el aislamiento de sus comunidades o, si se prefiere, de su mercado. Los refugiados económicos y políticos se asentaron en estas ciudades porque tenían tradición y población hispanas y porque sus bases industriales se estaban expandiendo, experimentando la industrialización y la modernización rápidas, tan necesarias para crear puestos de trabajo para los refugiados económicos y oportunidades de inversión en negocios nuevos para los empresarios.

Nueva York ofreció muchas oportunidades en las industrias de manufactura y servicios, mientras que Los Ángeles y San Antonio eran también buenas bases para el reclutamiento de obreros industriales y campesinos migratorios.

Desde su llegada a los Estados Unidos, los inmigrantes hispanos habían usado la imprenta y la literatura en su lengua nativa para mantener un vínculo con la tierra natal, mientras intentaban adaptarse aquí a una sociedad y una cultura nuevas. La literatura inmigrante hispana comparte muchos de los rasgos distintivos que Park identificó en1922 en un estudio sobre la prensa inmigrante. Entre esas características mencionó: 1/ el usar en forma predominante la lengua de la tierra natal, 2/ el servir a una población unida por esa lengua, sin importar su país de origen y 3/ el fomentar y solidificar el nacionalismo (9-13). La literatura de inmigración sirve a una población en transición desde la tierra natal a los Estados Unidos y refleja las razones para emigrar al recordar las vejaciones y las tribulaciones del inmigrante; también facilita el ajuste a la nueva sociedad, mientras conserva un vínculo con la patria.

Implícitos en los rasgos que señalan Park y otros estudiosos de la inmigración están los mitos del «sueño americano» y el «crisol de razas»: la creencia de que los inmigrantes vinieron para encontrar una vida mejor de la que tenían en la patria, incluyendo una mejor cultura, y que ellos o sus descendientes rápidamente se volverían estadounidenses y que entonces no habría ya más necesidad de una literatura en la lengua del «país viejo» ( old country ). Estos mitos y muchas opiniones de Park acerca de los inmigrantes europeos no nos ayudan en absoluto a comprender la literatura hispana de inmigración; el inmigrante hispano nunca vino a asimilarse a la población angloamericana ni a «fundirse» con los otros grupos en un «crisol de razas». Al contrario, la historia de los grupos hispanos en Estados Unidos ha mostrado lo infundible y poco asimilacionista de las etnias hispanas. La inmigración de hispanoamericanos ha sido constante desde la misma fundación de los Estados Unidos hasta el presente, y ni se atisba el final de este fenómeno ni se puede anticipar en un futuro previsible.

En general, la literatura hispana de inmigración muestra una doble perspectiva: compara el pasado con el presente, la tierra natal con el país nuevo, su propia cultura con la del angloamericano, y equipara la resolución de estos conflictos con el retorno a la patria del narrador, los personajes, el lector o la comunidad de inmigrantes. La literatura de inmigración trata de preservar y fortalecer la cultura de la tierra natal mientras facilita el acomodamiento a la tierra nueva. Además de ser fervientemente nacionalista, esta literatura busca representar y proteger los derechos de los inmigrantes protestando contra la discriminación, el racismo y los abusos de los derechos humanos. Como mucha de esta literatura surge de la clase trabajadora, frecuentemente adopta los dialectos de la clase rural y trabajadora inmigrante. Hoy en día la literatura temprana de inmigración puede considerarse como un museo de la oralidad de sus tiempos.

Entre los temas predominantes de la literatura de inmigración están: 1/ la descripción de la metrópoli, a menudo en términos satíricos o críticos, como se ve en los ensayos de José Martí, «Pachín» Marín y Nicanor Bolet Peraza; 2/ la descripción de las vejaciones y las tribulaciones de los inmigrantes, especialmente cuando llegan a los Estados Unidos, y una vez llegados, desde la explotación como trabajadores hasta la discriminación como extranjeros y gente de «raza», como en las obras de Daniel Venegas y Conrado Espinosa; 3/ el conflicto entre las culturas anglosajona e hispana; 4/ la resistencia a la asimilación y la correspondiente promoción del nacionalismo, siempre presentes en esta literatura; y 5/ el conflicto entre las clases sociales.

Los autores más politizados, incluyendo los de la clase trabajadora, lanzan su discurso literario bajo la premisa de un retorno inminente a la tierra natal y con una advertencia para sus paisanos, que todavía no han emigrado, de que no vengan a los Estados Unidos porque se enfrentarán a la desilusión y la explotación. Estas advertencias a sus compatriotas de los peligros que los esperan son un pretexto, pues en realidad se están dirigiendo a su barrio o «colonia» de inmigrantes aquí en el «vientre del monstruo», para usar el término de José Martí. Ello permite a los autores establecer causa común y solidaridad con sus lectores; así, el escritor y el lector u oyente juntos dan testimonio a los no iniciados, los novatos potenciales, los destinados a sufrir en el futuro como han sufrido los protagonistas de las obras literarias de inmigración. Por supuesto, esta fórmula y los temas dependen de la premisa fundamental de la literatura inmigrante: el regreso a la patria. Para realizar ese retorno, se necesita preservar la lengua, la cultura y la lealtad a la patria.

Casi invariablemente, las narrativas de inmigración terminan con los personajes principales regresando al suelo patrio. Quedarse en la metrópoli conduce a la muerte, la justicia poética más severa, como nos lo muestra la primera novela de inmigración, Lucas Guevara (1914) de Alirio Díaz Guerra y, casi medio siglo más tarde, La carreta (1953) de René Marqués.

Debido a las migraciones masivas de mexicanos y puertorriqueños de clase trabajadora durante la primera mitad del siglo XX, mucha de la literatura de inmigración se encuentra en la expresión oral, en las canciones del pueblo, en el teatro popular y otras expresiones literarias y artísticas de la clase trabajadora. El corrido anónimo «El lavaplatos» reproduce el mismo ciclo de la clase trabajadora que se ve en la novela de Daniel Venegas, Las aventuras de Don Chipote, o cuando los pericos mamen : dejar el hogar para buscar trabajo en los Estados Unidos, desilusionarse al trabajar aquí como una bestia de carga y regresar a la patria.

Las canciones de desarraigo y añoranza por la tierra natal pueden escucharse en Lamento de un jíbaro , décimas puertorriqueñas (en estrofas cantadas con diez versos y una rima como de soneto). Pero la última desilusión y vergüenza para el inmigrante es ser deportado, como lo documentan los versos melancólicos del corrido de Los deportados y el editorial A los que vuelven de Rodolfo Uranga. Muy a menudo, el desarrollo de esta literatura se da en el lugar de trabajo, ya sea en las calles recorridas por Wen Gálvez como vendedor de puerta en puerta, en la fábrica de La factoría (1925) de Gustavo Alemán Bolaños, o bajo el sol en los campos de cultivo en El sol de Texas (1926) de Conrado Espinosa. Pero también son frecuentes los temas domésticos, aun en las obras contemporáneas, tales como La carreta de René MarquésEl súper (1977) de Iván Acosta, que enseñan el conflicto entre niños aculturados y su padres.

Para las comunidades de inmigrantes hispanos la defensa de los derechos civiles y humanos se extendió a la protección de sus barrios en contra de la influencia de la cultura angloamericana y de los verdaderos peligros que se presentaban en el lugar de trabajo, en las escuelas y en la política pública. El descontento editorial ha dominado las publicaciones de los inmigrantes en las ciudades mayores desde principios del siglo veinte. Joaquín Colón, presidente de la Liga Puertorriqueña e Hispana y hermano de Jesús Colón, utilizó el Boletín de la Liga durante los años 30 para castigar a la comunidad hispana por sus fallas. Los editoriales en los periódicos hispanos resonaron constantemente con los reclamos de igualdad y en contra de la discriminación y la segregación; la defensa de la comunidad no era un tema visible solamente en los títulos.

Editorialistas del suroeste, también, desde Nemesio García Naranjo a la familia Idar y Rodolfo Uranga, atacaron el maltrato de los capataces y las autoridades de las comunidades de hispanos inmigrantes y nativos. Uranga censuró una de las mayores injusticias perpetradas contra los inmigrantes mexicanos (y también contra muchos nativos): las deportaciones generales que se llevaron a cabo durante la Depresión.

Actualmente los periódicos en español continúan con la misma tradición, criticando repetidamente la discriminación y las deportaciones de el Servicio de Naturalización e Inmigración, y los autores inmigrantes a su vez siguen erigiéndose como un baluarte de vigilancia y defensa de sus comunidades. Como los puertorriqueños han sido ciudadanos estadounidenses desde 1917, la deportación no ha sido parte de su imaginario. Mientras que los puertorriqueños del continente han tenido la inmigración y la migración profundamente grabadas en su memoria colectiva, el miedo a la deportación como una forma de discriminación y opresión ha estado mayormente ausente.

La literatura hispana de exilio

Estudiar la literatura hispana de exilio en los Estados Unidos es examinar los grandes momentos en la historia política del mundo hispano, desde principios del siglo XIX hasta el presente: la intervención napoleónica en España, los movimientos independentistas de las colonias americanas de España, la intervención francesa en México, la Guerra del 1898, la Revolución Mexicana , la Guerra Civil Española, la Revolución Cubana , las recientes guerras civiles en Centroamérica y las numerosas luchas en la América española contra los regímenes autocráticos y las intervenciones extranjeras, incluyendo las frecuentes incursiones por parte de los Estados Unidos en los asuntos domésticos de estos países.

El partidismo estadounidense en la política interna de las repúblicas hispanoamericanas ha tenido el efecto de estimular la expatriación de sus ciudadanos a estas tierras. Todas estas luchas produjeron miles de refugiados políticos en los Estados Unidos a lo largo de su historia. Debido a la expansión territorial de los Estados Unidos y a la inmigración hispana, se fueron albergando poco a poco en los Estados Unidos grandes comunidades de hispanohablantes que continuamente recibirían a los expatriados. De este modo, los refugiados encontraban sociedades similares donde podían efectuar negocios y ganarse la vida mientras esperaban cambios en su patria que posibilitaran algún día su regreso.

Buena parte de la literatura de los exiliados ha surgido tradicionalmente del deseo y la esperanza de que la patria de origen se independizara política y culturalmente, ya sea del imperio español o de los Estados Unidos. Mucha de esta literatura, particularmente la del siglo XIX, es altamente lírica e idealista en su poesía y elegante en su prosa. Sin embargo, también se caracteriza por un tono agresivo y argumentativo que resulta de su compromiso político.

La publicación de periódicos y libros por hispanos empezó a finales del siglo dieciocho en tres ciudades: Nueva Orleans, Filadelfia y Nueva York. A juzgar por el número de libros políticos publicados a principios del siglo diecinueve, el motivo principal para los españoles, cubanos, puertorriqueños y otros hispanoamericanos en los Estados Unidos era su deseo de influir en la política de su tierra natal. Los refugiados políticos de habla hispana de España e Hispanoamérica repetidamente han recurrido al exilio en los Estados Unidos para ganar acceso a una prensa libre y, de este modo, poder ofrecer a sus compatriotas noticias e ideologías políticas sin censura. Debían enviar sus escritos como contrabando en barcos a la tierra natal, de manera que se pasaran clandestinamente de mano en mano.

En muchos casos, la prensa del exilio también se comprometió en campañas políticas para recaudar fondos, en organizar a la comunidad de expatriados y en conspirar con revolucionarios para derrocar regímenes en sus países de origen. La razón de ser de la prensa de exilio siempre ha sido influir en la vida y la política en la tierra natal, al proveyendo información y opiniones sobre la tierra natal, cambiando o apoyando la opinión pública en su patria sobre la política y el gobierno, y asistiendo en la colecta de fondos para derrocar al régimen existente.

La libertad de expresión existente en el exilio era altamente deseable en comparación con la que existía en las tierras de origen. El registro histórico está lleno de ejemplos de prisión, tortura y ejecución de escritores, periodistas y editores durante las luchas para establecer la democracia en Hispanoamérica. Numerosos autores exiliados, algunos representados en esta antología, sufrieron torturas en las prisiones y muerte en los campos de batalla en las Américas. Muchos, que se veían a sí mismos como patriotas sin patria, fueron forzados a vivir en el exilio y a peregrinar de país en país, creando sus obras literarias y esparciendo sus doctrinas políticas mientras peregrinaban.

Parte de la importancia de la literatura del exilio para las letras hispanas de los Estados Unidos radica en que sirve de base para el transnacionalismo de nuestra literatura y cultura; nuestro ser y nuestra literatura no caben ni dentro de los confines geográficos y políticos de los Estados Unidos, ni los de los países de origen. Las comunidades hispanas de los Estados Unidos nunca han estado en realidad aisladas del resto de las Américas y del mundo de la cultura hispana y el idioma español; la influencia y el impacto de los hispanos en Estados Unidos, haya sido su vehículo el inglés o el español, no se han limitado a su comunidad étnica o nacional. No hay duda de que la literatura escrita por los exiliados hispanoamericanos y españoles en los Estados Unidos es una parte importante de la herencia literaria hispana de éste país.

Los primeros libros políticos impresos por hispanos en el exilio fueron escritos por ciudadanos españoles que protestaban contra la instalación por parte de Napoleón de un gobierno títere en España a principios del siglo XIX. Estos exiliados publicaron poesía y novelas, además de tratados políticos. En su mayoría estos primeros libros de protesta fueron impresos en las primeras imprentas angloamericanas. Típico de esta corriente propagandista fue el ataque a Napoleón en España ensangrentada por el horrendo corso, tyrano de la Europa , publicado en 1808 en Nueva Orleans por un autor anónimo. Un poco después, las guerras dirigidas a independizar de España a los países hispanoamericanos fueron apoyadas por numerosas publicaciones ideológicas basadas en las enseñanzas de Thomas Paine, Thomas Jefferson y John Quincy Adams. Recomendaban la adopción de la Constitución de los Estados Unidos y su sistema de gobierno por el mundo hispano.

El movimiento independentista que duró más años en el hemisferio fue el de las colonias españolas de Cuba y Puerto Rico. Muchas de estas campañas independentistas fueron planeadas, mantenidas y propagandizadas desde tierras estadounidenses. Uno de los primeros y más ilustres exiliados

fue el sacerdote y filósofo Félix Varela, fundador del periódico El Habanero en Filadelfia en 1824 y autor de Jicoténcal(1826), la primera novela histórica en lengua española y uno de los primeros documentos que apoyaron los movimientos de independencia con la Leyenda Negra.

Con un subtítulo de «periódico político, científico y literario», El Habanero militó abiertamente por la independencia de Cuba. Tanto con su periódico como con su novela y otros escritos, Varela estableció el precedente para los cubanos y puertorriqueños de imprimir y publicar en el exilio y de tener sus obras circulando clandestinamente en sus tierras natales. En efecto, los libros de Varela sobre la filosofía y la educación, la mayoría de los cuales fueron publicados en los Estados Unidos, eran los únicos best sellers en Cuba, y el mismo Varela se convirtió en el autor más popular en el primer tercio del siglo XIX; esto a pesar de que había una conspiración de silencio en la que no se permitía ni nombrar a Varela en público bajo pena de persecución por las autoridades (Fornet 73-4).

En su mayoría, los periodistas y escritores expatriados trabajaban con publicaciones periódicas en idioma español o bilingües: algunos periódicos políticamente orientados se publicaban también en inglés para influir la opinión pública angloamericana y la política del gobierno de los Estados Unidos con respecto a Cuba y Puerto Rico.

Muy pocos de los intelectuales exiliados encontraron trabajo en la prensa de habla inglesa, excepto como traductores. Una notable excepción fue Miguel Teurbe Tolón que en los años 50 del siglo XIX trabajó como el experto sobre Latinoamérica para el Herald de Nueva York. Teurbe Tolón había sido director de La Guirnalda , periódico de Cuba, donde también había iniciado su carrera literaria como poeta. En los Estados Unidos, además de trabajar para el Herald , publicó poemas y comentarios en español y en inglés en publicaciones periódicas; también tradujo al español Common Sense de Thomas Paine y la Historia de los Estados Unidos de Emma Willard. Teurbe Tolón fue uno de los fundadores de la literatura hispana de exilio, no sólo por el tema del exilio en muchas de sus obras, sino también porque sus escritos figuran prominentemente en la primera antología de la literatura de exilio publicada en los Estados Unidos, El laúd del desterrado (1856) un año después de su muerte.

Desde las publicaciones de Heredia, Varela, Teurbe Tolón y sus colegas, la literatura de exilio ha sido una de las corrientes constantes en la cultura y letras hispanas de los Estados Unidos. Muchos de los escritores que los siguieron en el siglo XX construyeron sus obras sobre la base de esta tradición, poniendo su arte al servicio de causas políticas.

En general, la literatura del exilio se ha ocupado más de las condiciones políticas de la patria que del destino de la comunidad de hispanos en los Estados Unidos. Siempre está implícita la premisa del regreso a la patria y por esta razón tampoco se preocupa mucho por el peligro de la asimilación a la cultura anglosajona durante la estancia en los Estados Unidos, que se supone es temporal. A pesar del sueño del retorno a la patria, la razón histórica del exilio de muchos individuos y sus familias es la residencia permanente en los Estados Unidos por motivos que varían. Sin embargo, como el exiliado ve el regreso siempre como inminente, tiene miedo de echar raíces en tierra extraña.

La visión de la cultura nacional, por otra parte, es estática, basada en la vida tal como estaba cuando dejaron la patria; así que muchas veces esa visión no refleja la evolución de la cultura en la tierra natal durante la ausencia de los exiliados. Los autores exiliados en el siglo XIX apelaron a la «leyenda negra» (propaganda inglesa y holandesa sobre los abusos que sufrieron los indígenas a manos de los españoles, para justificar su competencia colonial con España en el Nuevo Mundo) y, en su afán de construir una identidad americana, muchas veces se identificaron con los indígenas conquistados y abusados por los españoles. Su literatura no sólo era culturalmente nacionalista, sino también políticamente nacionalista, dado que estos autores pretendían construir la nación no sólo con la pluma en la mano sino con el fusil en el campo de batalla.

En el mundo de la literatura y del periodismo, la actividad creativa y editorial de los exiliados cubanos y puertorriqueños rivalizó con la producción de los escritores en la tierra natal. Muchos de los escritores e intelectuales dirigentes de ambas islas produjeron un corpus considerable de obras en el exilio, muchas veces más de lo que habían logrado bajo el represivo gobierno de la colonia española. Este legado sustancial incluye muchas obras fundacionales como los ensayos de Lorenzo Allo, Enrique José Varona y José Martí.

Algunas de las figuras cubanas y puertorriqueñas más importantes siguieron los ejemplos de Heredia, Varela y Teurbe Tolón escribiendo, publicando y militando desde el exilio en Filadelfia, Nueva York, Tampa, Cayo Hueso y Nueva Orleans hasta el estallido de la Guerra del 98. Muchos de ellos eran periodistas y editores al igual que prolíficos poetas del exilio: Bonifacio Byrne, Pedro Santacilia, Juan Clemente Zenea y, posterior pero más importante, José Martí. Todos ellos estudiaron las obras de su modelo, José María Heredia, cuyo peregrinaje lejos del suelo nativo se recuerda en algunos de los versos más románticos del siglo diecinueve. En efecto, abrir El laúd del desterrado con su «Himno del exilio» era rendir homenaje a Heredia.

Mientras que los expatriados cubanos y puertorriqueños tenían que someterse a largos viajes en barco e inspecciones de las autoridades aduaneras para entrar como refugiados a los Estados Unidos, los exiliados mexicanos cruzaban la frontera con relativa facilidad para establecer su prensa en el exilio. Dado que no hubo patrulla fronteriza hasta 1925, simplemente cruzaban caminando lo que era una frontera abierta para los hispanos para instalarse en las antiguas comunidades de origen mexicano del suroeste.

En efecto, la frontera abierta había servido durante décadas como una ruta de escape para numerosos criminales y refugiados políticos de ambos lados de la línea divisoria. La prensa mexicana de exilio comenzó alrededor de 1885, cuando el régimen de Porfirio Díaz en México se hizo tan represivo que un gran número de editores y escritores se vieron forzados a exiliarse en el norte. Hacia 1900, el ideólogo revolucionario más importante, Ricardo Flores Magón, lanzó su periódicoRegeneración en la ciudad de México. Anarquista militante, Flores Magón fue encarcelado en México cuatro veces por su periodismo radical.

Después de un encarcelamiento de ocho meses, durante el cual se le prohibió leer y escribir, Flores Magón se fue como exiliado a los Estados Unidos y para 1904 había comenzado de nuevo a publicar Regeneración en San Antonio, en 1905 en San Luis, y en 1906 en Canadá. En 1907 fundó Revolución en Los Ángeles, y nuevamente en 1908 reinstituyó en esta Ciudad a Regeneración. Durante todos estos años, Flores Magón y sus hermanos emplearon todos y cada uno de los subterfugios posibles para contrabandear sus escritos desde los Estados Unidos a México, incluso envasándolos en latas o envolviéndolos en otros periódicos que eran enviados a San Luis Potosí, desde donde eran distribuidos a simpatizantes en todo el país. También se convirtieron en dirigentes de sindicatos y de movimientos anarquistas entre las minorías de los Estados Unidos. Debido a sus esfuerzos revolucionarios, fueron constantemente perseguidos y reprimidos por ambos gobiernos, el mexicano y el estadounidense.

Numerosos periódicos hispanos del suroeste se hicieron eco de las ideas de Flores Magón y se afiliaron con su Partido Liberal Mexicano. La prensa mexicana del exilio floreció hacia la década de 1930 con periódicos semanales que representaban una u otra facción política. Las casas editoras se afiliaban a menudo con periódicos y publicaban desde folletos políticos hasta novelas de la revolución.

En efecto, antes que cualquier otro género literario, la novela de la revolución fue la que más floreció, ya que los periódicos y sus casas editoriales publicaron más de cien de estas novelas. A través de la novela de la revolución, autores expatriados como Teodoro Torres y Manuel Arce reaccionaron ante el cataclismo que había interrumpido sus vidas y había causado que muchos de sus lectores se reubicaran en el suroeste de los Estados Unidos. Entre los escritores se encontraba la gama completa de las facciones revolucionarias en cuanto a lealtades e ideologías, pero la mayoría de ellos representaban una reacción conservadora a los cambios socialistas en el gobierno y a la reorganización social forjada por la revolución.

Una de las primeras obras del género se considera hoy un clásico de toda la literatura latinoamericana, Los de abajo de Mariano Azuela, que no era un contrarrevolucionario. Los de abajo apareció como novela en serie en un periódico de El Paso y luego fue editada en forma de libro en esa misma ciudad en 1915. Después de su publicación le siguieron decenas de obras del mismo género desde San Diego a San Antonio. Pero estos libros se oponían a la Revolución Mexicana y sus editores por lo común eran exiliados conservadores que habían llegado al exilio con buenos recursos para establecerse en las comunidades méxicoamericanas y convertirse en empresarios culturales o en hombres de negocios. Algunos de ellos fundaron periódicos, revistas y casas editoriales para servir a la comunidad de refugiados económicos en rápida expansión. Sus periódicos eventualmente se convirtieron en una prensa para inmigrantes más que para exiliados cuando su espíritu empresarial llegó a ser más fuerte que su compromiso político para con su tierra natal.

La otra gran ola de refugiados políticos es la que llegó cruzando el Atlántico: los liberales derrotados por el fascismo español. Las comunidades hispanas a lo largo de los Estados Unidos simpatizaron con la causa de estos refugiados; muchas eran las organizaciones cubanas, mexicanas y puertorriqueñas que hicieron campañas para juntar fondos para los republicanos durante la Guerra Civil Española. Los españoles expatriados establecieron rápidamente su propia prensa del exilio. Sus esfuerzos encontraron un suelo fértil en comunidades de la era de la Depresión en las que se concentraba la organización social y sindical.

Manhattan y Brooklyn eran centros hispanos de fervor antifascista y contribuyeron con títulos tales como España Libre(1939-1977), España Nueva (1923-1942), España Republicana (1931-1935), Frente Popular (1937-1939) y La Liberación (1946-1949). Además, muchas de las organizaciones socialistas hispanas, en las que los inmigrantes españoles eran prominentes, también publicaron periódicos que apoyaban la causa republicana: el periódico anarquista Cultura Proletaria(1919-1959), El Obrero (1931-1932) y Vida Obrera (1930-1932). Algunos de los escritores españoles más destacados se refugiaron en los Estados Unidos y en Puerto Rico durante la Guerra Civil y el régimen del dictador Francisco Franco: entre ellos, el novelista Ramón Sender y los poetas Jorge Guillén y Juan Ramón Jiménez, ganador del Premio Nobel mientras vivía en el exilio en Puerto Rico.

El enfoque de la protesta escrita se transformó durante el siglo veinte; su propósito ya no era apoyar las luchas de independencia sino atacar las dictaduras modernas y los regímenes autoritarios que se habían apropiado del poder en muchos de los países hispanoamericanos. Otro propósito era criticar las repetidas intervenciones de Estados Unidos en la política interna de las repúblicas hispanoamericanas, casi siempre a favor de los dictadores y sus regímenes represivos.

El poeta que escribía con el seudónimo Lirón fue uno de los combatientes más provocadores en sus ataques contra Francisco Franco. Así mismo el salvadoreño Gustavo Solano, con el seudónimo de «El Conde Gris», consignó al dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera al infierno en su obra Sangre (1919); antes de vivir exiliado por muchos años en los Estados Unidos, Solano fue encarcelado en México por sus actividades revolucionarias y se convirtió en persona non gratapara casi todos los gobiernos centroamericanos debido a su lucha por lograr una América Central unida y democrática.

Desde su lejana perspectiva en los Estados Unidos, otros escritores centroamericanos, como el nicaragüense Santiago Argüello, reavivaron la visión ignorada de Simón Bolívar de crear una América unida, no sólo para salvarla de las amenazas imperialistas de los Estados Unidos, sino también para integrar las culturas y economías de Centro y Suramérica.

Los puertorriqueños Juan Antonio Corretjer y su esposa Consuelo Lee Tapia militaron por medio de su periódico Pueblos Hispanos y de sus escritos individuales a favor de la independencia de Puerto Rico de los Estados Unidos: la última lucha independentista hispanoamericana. Corretjer, después de servir una sentencia en una penitenciaría federal de Atlanta por sus actividades nacionalistas, se instaló en Nueva York después de que las autoridades federales le prohibieran retornar a Puerto Rico. La administración militar de los Estados Unidos en la isla era mucho más represiva que las autoridades en Nueva York u otras ciudades del continente.

Los disidentes puertorriqueños disfrutaban de mayor libertad de asociación y pasaban más desapercibidos al escribir en español y crear sus organizaciones en las comunidades hispanas de Nueva York, Tampa y Chicago, que bajo la severa vigilancia del gobierno colonial de la isla. Corretjer y Tapia se reconocían como líderes de los escritores puertorriqueños en Nueva York interesados en el retorno a una isla independiente, mientras que algunos de sus compatriotas, incluso los más radicales como Jesús Colón, quienes también escribían en Pueblos Hispanos , insistían en que los hispanos ya habían encontrado un hogar permanente en Nueva York.

A lo largo del siglo XX los refugiados políticos han contribuido en gran medida a la cultura de inmigración hispana en los Estados Unidos. La Revolución Cubana y la Guerra Fría , articulada por medio de las guerras civiles en Centroamérica y Chile, produjeron una gran cantidad de refugiados políticos que continúa hasta el presente, y los gobiernos dictatoriales en estos países y en Argentina se convirtieron en temas de la literatura del exilio hispano.

A principios de 1959, una nueva ola de refugiados de la Revolución Cubana estableció una prensa de exilio de amplio alcance. Chilenos, salvadoreños, nicaragüenses y otros expatriados hispanoamericanos han contribuido también a la literatura del exilio. Algo relativamente nuevo de esta última literatura del exilio es que muchos de sus textos se llegaron a traducir al inglés, y la obra de escritores liberales, como los argentinos Luisa Valenzuela, Manuel Puig y Jacobo Timmerman, los chilenos Emma Sepúlveda y Ariel Dorfman, el salvadoreño Mario Bencastro, entre otros, se publicaron junto a las voces más conservadoras del exilio cubano, como las de Heberto Padilla y Reinaldo Arenas.

Mientras la población hispana de los Estados Unidos siga creciendo -se estima que hacia 2050 representará un cuarto de la población total- y se integre más la economía de los Estados Unidos con aquellas que están al sur de la frontera a través de tratados como el Tratado Norteamericano de Libre Comercio, la cultura estadounidense inevitablemente estará más directamente ligada a la política interna de los países hispanoamericanos.

En el futuro previsible la cultura hispana del exilio continuará siendo parte de la cultura de los Estados Unidos, Estados Unidos seguirá siendo el lugar preferido desde donde los refugiados políticos puedan utilizar la prensa y los medios electrónicos de comunicación para expresar su oposición a los gobiernos de sus tierras natales. En años recientes hemos visto el ascenso de la literatura del exilio hispano en las listas de best sellers y en el cine, como en el caso de obras de Reinaldo Arenas y Manuel Puig.

En conclusión, los refugiados políticos hispanos han dejado una marca indeleble en el carácter y la filosofía de las comunidades hispanas en los Estados Unidos mediante sus periódicos y su liderazgo en organizaciones comunitarias e iglesias. Sus perspectivas históricas sobreviven hoy en la cultura hispana sin importar mucho si algunos refugiados en particular han regresado o no a su tierra natal. Muchos de los que se han quedado aquí, así como sus hijos, se han casado con otros hispanos nativos e inmigrantes; muchos de éstos, al pasar el tiempo, han pasado a ser parte de la gran comunidad que hoy se reconoce como una minoría étnica nacional.

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Latinos Fuel Growth in Decade

By SUDEEP REDDY

In a demographic shift touching every corner of the U.S., the Hispanic population grew faster than expected and accounted for more than half of the nation’s growth over the past decade, with the group’s increase driven by births and immigration.

Growing Diversity

See population and growth rates by race for every state.

The Census Bureau—in its first nationwide demographic tally from the 2010 headcount—said Thursday the U.S. Hispanic population surged 43%, rising to 50.5 million in 2010 from 35.3 million in 2000. Latinos now constitute 16% of the nation’s total population of 308.7 million.

The Census Bureau has estimated that the non-Hispanic white population would drop to 50.8% of the total population by 2040—then drop to 46.3% by 2050. This demographic transformation—Latinos now account for about one in four people under age 18—holds the potential to shift the political dynamics across the country.

«The Hispanic population is under-represented in the electorate and politically because of demographic factors,» including the high share under age 18 and the high number of immigrants, said Jeffrey Passel, a demographer at the Pew Hispanic Center. «Their presence in the electorate will increase over time.»

Nearly 92% of the nation’s population growth over the past decade—25.1 million people—came from minorities of all types, including those who identified themselves as mixed race. Nine million people, or 3%, reported more than one race.

In addition to the 16.3% of people who identified as Hispanic or Latino of any race, 63.7% identified as white; 12.2% identified as black; 4.7% as Asian; and 0.7% as American Indians or Alaska Natives. Other races made up the rest.

States in the South and West posted the sharpest growth rates during the decade, with the population of the West surpassing the Midwest for the first time. More than half the U.S. lived in the 10 most populous states, with about a quarter in the three largest states: California, Texas and New York.

The Census Bureau said the population continued shifting toward the South and West, which together accounted for 84% of the decade’s population growth. The nation’s center of population—the balancing point if all 308 million people weighed the same—moved about 25 miles south to just outside Plato, Mo. In 1790, the year of the first Census, the population center was near Chestertown, Md.

The Census data also showed blacks moving out of big cities in the North and into suburbs and the South, marking more black-white integration.

Two cities, New York and Washington, saw their black populations decline. The District of Columbia notched its first decennial population increase since the 1940s, rising to 601,700 despite an 11% drop in blacks. But the non-Hispanic black population in the nation’s capital was just 50% in 2010, as the non-Hispanic white population jumped almost a third to 209,000.

Orange County Register/Associated PressWorkers in California, a state where Latino population growth has risen.

CENSUS

CENSUS

New York City’s population inched up 2.1%, bringing the 2010 total to 8.2 million. The city’s non-Hispanic black population declined for the first time since 1860, according to William Frey, a demographer at the Brookings Institution. While not substantial, the 5.1 % decline is in line with other urban centers that posted declines, Mr. Frey said. New York City’s growth was fueled by increases in its Asian and Hispanic populations. The city’s white population fell slightly, by 2.8%.

«We’ve moved to an African-American population that, at least for a lot of young people, is becoming much more mainstream than 20 years ago in terms of where they want to live and how they see themselves in American life,» Mr. Frey said. «It’s affecting the way suburbs are growing. It’s changing the way the South is growing.»

The increasing racial diversity among U.S. children underscored a shift that is likely to make whites a minority in the early 2040s. Of the entire Hispanic population, children make up about one-third, compared with one-fifth among whites.

The total number of people under age 18 rose by nearly two million over the decade. But the number of white children fell, while the number of Hispanic children rose sharply. During the decade, Texas alone added 979,000 individuals under age 18, of which 931,000 were Hispanic.

«That can tell you as much as anything how important Hispanics are for the future of children in the United States,» Mr. Frey said. Of the states gaining people, «they owe it to Hispanics.»

(source) Wall Street Journal>> read more>>

Revoluciones, nuevas tecnologías y el factor etario

Heridos en Egipto

Revoluciones, nuevas tecnologías y el factor etario

El común acuerdo en nuestros días es que la reciente revolución árabe se debe principalmente a las nuevas tecnologías. Sin embargo, revoluciones sociales han existido a lo largo de toda la Era Moderna (de hecho es uno de sus pilares fundamentales) mucho antes de Internet o las redes sociales.

Al igual que la imprenta de piezas móviles en el siglo XV o los periódicos en el siglo XVIII, las nuevas tecnologías de la información y de la difusión cultural han sido siempre factores de precipitación de un fenómeno, pero rara vez su primera causa. Por el contrario, la imprenta surge después de la maduración de la revolución humanista, iniciada un siglo antes. La reforma de Lutero (paradójicamente consecuencia de la revolución humanista y más tarde paradigma de los conservadores antihumanistas más radicales) y la no menos violenta contrarreforma, hicieron de casi todo el siglo XVI un siglo reaccionario en términos sociales.  Pero luego de este inmenso paréntesis reaccionario, en el siglo XVIII los ilustrados y los filósofos iluministas, fundadores de nuestro mundo moderno y posmoderno, retomaron el legado humanista, le pusieron un énfasis a la razón critica (aunque no al racionalismo) y agregaron el anticlericalismo que no estaba presente en los anteriores humanistas. Básicamente, los ilustrados o el iluminismo provocan una de las revoluciones más trascendentes de la historia mundial que tiene como consecuencia práctica y teórica la Revolución americana primero y la francesa después (aunque esta última sin continuidad política), modelos de las subsiguientes revoluciones políticas, sociales y hasta artísticas en todo el mundo.

La difusión de periódicos se hace común entre las clases educadas de Europa, sobre todo en la Francia del siglo XVIII, cuando estos filósofos ilustrados ya habían comenzado su propia revolución. Revolución que necesitaba de estos nuevos medios ya que, como todas las revoluciones modernas, estaba afectada por el mismo espíritu proselitista de cristianos y musulmanes.

Se acusa también que el nazismo se convirtió en un fenómeno social e histórico gracias a los nuevos medios de difusión, como la radio y el cine, y las nuevas teorías y prácticas de propaganda, lo cual es cierto pero insuficiente. Muchos otros países contaban con los mismos medios. Por otra parte, el nazismo tuvo sus raíces en décadas anteriores (los nazis cuentan milenios) y en razones que van mas allá de la mera innovación tecnológica y la necesidad histórica.

Los actuales levantamientos en el mundo árabe no son siquiera revoluciones. Son rebeliones. En algunos casos ni eso, apenas revueltas. Podemos aceptar que han sido estimuladas por los nuevos medios de comunicación, es cierto, pero no creo que éste sea el factor central. También podríamos especular que todo ha sido producto de una manipulación sociológica por parte de alguna central de inteligencia que tomó ventaja de las “inocentes” redes sociales, pero al menos en el momento no disponemos de datos suficientes.

Para comprender una revolución es necesario mirar a la historia previa de las ideas. Para comprender una rebelión basta con mirar la pirámide etaria y el grado de status quo del poder político y social de turno.

Las revoluciones latinoamericanas se caracterizaron, entre otras cosas, por su juventud. El mismo Ernesto Che Guevara observó un día, en la facultad de arquitectura, con la poca ortodoxia marxista que lo caracterizó los últimos años: “había olvidado yo que hay algo más importante que la clase social a la que pertenece el individuo: la juventud, la frescura de ideales, la cultura que en el momento en que se sale de la adolescencia se pone al servicio de los ideales más puros” (Obra, 1967, 194).

Al igual que las revueltas de fines de los ’60 en Europa y América, las revueltas árabes de hoy en día tienen un efecto dominó y se explican principalmente por el gran porcentaje de de su población juvenil. El Mayo francés, las revueltas de Praga y Tlatelolco, de Chicago y Nueva York son, sobre todo, revueltas juveniles. La proporción de jóvenes en América y en Europa era mayor en los ‘60 que poco después de la Segunda Guerra, que dejó poblaciones más envejecidas y estimuló el conformismo suburbano de los ‘50.

Uno podría pensar que aun un bajo porcentaje de jóvenes representan millones en cualquier país, y basta con unos miles para tener una revuelta con alguna consecuencia concreta. Pero es posible que el un porcentaje X de adultos y viejos funcione como contenedor de las energías juveniles.

A fines del siglo XX decíamos, respondiendo a Francis Fukuyama y a Samuel Huntington, que el problema geopolítico de la única potencia mundial del momento, Estados Unidos, no eran tanto los conflictos de intereses con el mundo islámico (entonces presentados como conflictos culturales) sino el conflicto de intereses con China, que hoy se califican como colaboración estratégica. Entonces fechábamos en 2015 como un probable año en que esos conflictos comenzarían a hacerse críticos o al menos evidente. Luego señalamos una aceleración del declive de la influencia mundial de la primera potencia con el inicio de la guerra de Irak.

A Estados Unidos todavía lo salva no sólo cierta cultura de la innovación, el riesgo y la practicidad, sino también el hecho de ser todavía el único país industrializado (antigua denominación moderna) con una tasa de nacimientos aceptable en términos económicos y una población que dista mucho de ser tan vieja como la europea o la japonesa.

Más tarde, cuando todo esto pasó a formar parte del consenso general, estuvimos de lado de quienes advertían ciertas contradicciones en la imparable maquinaria China. Más allá de que su régimen político dista mucho de ser una inspiración procedente de la tradición humanista e iluminista, su ventaja es que todavía no es el imperio que alguna vez fue y que siempre quiso ser. Su próximo posicionamiento como primera potencia económica del mundo es inevitable, al menos por un par de décadas, antes que India le dispute ese obsesivo y absurdo privilegio que no dice mucho sobre el desarrollo de un país o de una sociedad.

Por las limitaciones de su sistema político (obviamente, esto es materia de discusión desde algunas perspectivas ideológicas), uno podría esperar que en cinco o diez años China tuviese alguna revuelta demandando más participación popular en la administración del futuro político y económico de su país y de sus provincias apenas se enfriase el acelerado ritmo de su crecimiento económico o sufriese algún desequilibrio inflacionario. En un país tan populoso donde la mayoría son pobres, el precio de los alimentos es un factor de alta sensibilidad.

No obstante, el creciente envejecimiento de su población por un lado acelera ese enfriamiento económico y por el otro hace pensar que, a pesar de la diversidad y de los números astronómicos de su población, a pesar de las nuevas tecnologías de comunicación e interacción, esta revuelta contra el estatus quo de un gobierno central es más bien improbable.

No imposible, pero es mucho menos predecible que la actual rebelión de las jóvenes sociedades árabes de hoy en día, gobernadas por regímenes faraónicos y por los mismos nombres del siglo pasado.

Claro, un complemento válido sería observar que también las potencias actuales son las mismas que las del siglo pasado y se rigen, al menos en política internacional, con la mentalidad misma del Ancien régime. Pero ese tema merece un espacio propio.

Jorge Majfud

La República (Uruguay)

Milenio (Mexico)

Gara (España)

Panama America (Panama)

The Rebellion of the Readers, Key to Our Century

Portrait of Erasmus of Rotterdam, 1523. Oil an...

Image via Wikipedia

La rebelión de los lectores (Spanish)

The Rebellion of the Readers,

Key to Our Century

Jorge Majfud

Among the most frequented sites for tourists in Europe are the Gothic cathedrals.  Gothic spaces, so different from the Romanesque of centuries before, tend to impress us through the subtlety of their aesthetic, something they share with the ancient architecture of the old Arab empire.  Perhaps what is most overlooked is the reason for the reliefs on the facades.  Although the Bible condemns the custom of representing human figures, these abound on the stones, on the walls and on the stained glass.  The reason is, more than aesthetic, symbolic and narrative.

In a culture of illiterates, orality was the mainstay of communication, of history and of social control.  Although Christianity was based on the Scriptures, writing was least abundant.  Just as in our current culture, social power was constructed on the basis of written culture, while the working classes had to resign themselves to listening.  Books were not only rare, almost original pieces, but were jealously guarded by those who administered political power and the politics of God.  Writing and reading were nearly exclusively the patrimony of the nobility; listening and obeying was the function of the masses.  That is to say, the nobility was always noble because the vulgate was very vulgar.  For the same reason, the masses, illiterate, went every Sunday to listen to the priest read and interpret sacred texts at his whim – the official whim – and confirm the truth of these interpretations in another kind of visual interpretation: the icons and relief sculptures that illustrated the sacred history on the walls of stone.

The oral culture of the Middle Ages begins to change in that moment we call Humanism and that is more commonly taught as the Renaissance.  The demand for written texts is accelerated long before Johannes Gutenberg invented the printing press in 1450.  In fact, Gutenberg did not invent the printing press, but a technique for movable type that accelerated even more this process of reproduction of texts and massification of readers.  The invention was a technical response to a historical need.  This is the century of the emigration of Turkish and Greek scholars to Italy, of the travel by Europeans to the Middle East without the blindness of a new crusade. Perhaps, it is also the moment in which Western and Christian culture turns toward the humanism that survives today, while Islamic culture, which had been characterized by this same humanism and by plurality of non-religious knowledge, makes an inverse, reactionary turn.

The following century, the 16th, would be the century of the Protestant Reform.  Although centuries later it would become a conservative fore, it birth – like the birth of all religion – arises from a rebellion against authority.  In this case, against the authority of the Vatican.  Luther, however, is not the first to exercise this rebellion, but the humanist Catholics themselves who were disillusioned and in disagreement with the arbitrariness of the Church’s political power.  This disagreement was justified by the corruption of the Vatican, but it is likely that the difference was rooted in a new way of perceiving an old theocratic order.

Protestantism, as the word itself says, is – was – a disobedient response to an established power.  One of its particularities was the radicalization of written culture over oral culture, the independence of the reader instead of the obedient listener.  Not only was the Vulgate, the Latin translation of the sacred texts, questioned; the authority of the sermon moved to the direct, or almost direct, reading of the sacred text that had been translated into vulgar languages, the languages of the people.  The use of a dead language like Latin confirmed the hermetic elitism of religion (philosophy and science would abandon this usage long before).  From this moment on, the oral tradition of Catholicism will continually lose strength and authority.  It will have, nevertheless, several rebirths, especially in Franco’s Spain.  Professor of ethics José Luis Aranguren, for example, who made a number of progressive historical observations, was not free from the strong tradition that surrounded him.  In Catolicismo y protestantismo como formas de existencia (Catholicism and Protestantism as Forms of Existence) he was explicit: “Christianity should not be a ‘reader’ but a ‘listener’ of the Word, and ‘hearing it’ is a much as ‘living it.’” (1952)

We can understand that the culture of orality and obedience had a revival with the invention of the radio and of television.  Let’s remember that the radio was the principal instrument of the Nazis in Germany of the pre-war period.  Film and other techniques of spectacle were also important, although in lesser measure.  Almost nobody had read that mediocre little book called Mein Campf (its original title was Against Lying, Stupidity and Cowardice) but everyone participated in the media explosion that was produced with the expansion of radio.  During the entire 20th century, first film and later television were the omnipresent channels of US culture.  Because of them, not only was an aesthetic modeled but, through this aesthetic, an ethics and an ideology, the capitalist ideology.

In great measure, we can consider the 20th century to be a regression to the culture of the cathedrals: orality and the use of the image as means for narrating history, the present and the future.  News media, more than informative have been and continue to be formative of opinion, true pulpits – in form and in content – that describe and interpret a reality that is difficult to question.  The idea of the objective camera is almost uncontestable, like in the Middle Ages when no one or very few opposed the true existence of demons and fantastical stories represented on the stones of the cathedrals.

In a society where the governments depend on popular support, the creation and manipulation of public opinion is more important and must be more sophisticated than in a crude dictatorship.  It is for this reason that television news media have become a battlefield where only one side is armed.  If the main weapons in this war are the radio and television channels, their munitions are the ideolexicons.  For example, the ideolexicon radical, which is encountered with a negative value, must always be applied, by association and repetition, to the opponent.  What is paradoxical is that radical thought is condemned – all serious thought is radical – at the same time that a radical action is promoted against that supposed radicalism.  That is to say, one stigmatizes the critics that go beyond politically correct thinking when these critics point out the violence of a radical action, such as a war, a coup d’etat, the militarization of a society, etc.  In the old dictatorships of our America, for example, the custom was to persecute and assassinate every journalist, priest, activist or unionist identified as radical.  To protest or throw stones was the behavior of radicals; torturing and killing in a systematic manner was the main resource of the moderates.  Today, throughout the world, official discourse speaks of radicals when referring to anyone who disagrees with official ideology.

Nothing in history happens by chance, even though causes are located more in the future than in the past.  It is not by accident that today we are entering into a new era of written culture that is, in great measure, the main instrument of intellectual disobedience of the nations.  Two centuries ago reading meant a lecture or sermon from the pulpit; today it is the opposite: to read means an effort at interpretation, and a text is no longer only a piece of writing but any symbolic organization of reality that transmits and conceals values and meanings.

One of the principal physical platforms for that new attitude is the Internet, and its procedure consists of beginning to rewrite history at the margins of the traditional media of visual imposition.  Its chaos is only apparent.  Although the Intenet also includes images and sounds, these are no longer products that are received but symbols that are searched for and produced in an exercise of reading.

In the measure that the economic powers that be, corporations of all kinds, lose their monopoly on the production of works of art – like film – or the production of that other genre of school desk fiction, the daily sermon where the meaning of reality is managed – the so-called news media – individuals and nations begin to develop a more critical awareness, which naturally is a disobedient state of mind.  Perhaps in the future, we might even be speaking of the end of national empires and the inefficacy of military force.  This new culture leads to a progressive inversion of social control: top-down control is converted to the more democratic control from the bottom up.  The so-called democratic governments and the old style dictatorships do not tolerate this because they are democratic or benevolent but because direct censorship of a process that is unstoppable is not convenient to them.  They can only limit themselves to reacting and delaying as long as possible, by recourse to the old tool of physical violence, the downfall of their sectarian empires.

Translated by Bruce Campbell

The Terrible Innocence of Art

Borges in L'Hôtel, Paris

Image via Wikipedia

La terrible inocencia del arte (Spanish)

The Terrible Innocence of Art

Jorge Majfud

The idea that art exists beyond all social reality is similar to the disembodied theology that proscribes political interpretations of the death of Jesus; or to the nationalist mythologies imposed like sacred universal values; or the templars of language, who are scandalized by the ideological impurity of the language used by rebellious nations. In all three cases, the reaction against social, political and historical interpretations or deconstructions has the same objective: the social, political and historical imposition of their own ideologies. The very “death of ideologies” was one of the most terrible of ideologies since, just like the other dictatorial states of the status quo, it presumed its own purity and neutrality.

In the case of art, two examples of this ideology were translated in the idea of “art for art’s sake” in Europe, and in the Modernismo of Spanish America. This latter, although it had the merit of reflecting upon and practicing a new vision with regard to the instruments of expression, soon revealed itself to be the “ivory tower” that it was. Not without paradox, its greatest representatives began by singing the praises of white princesses, non-existent in the tropics, and ended up becoming the maximal figures of politically-engaged literature of the continent: Rubén Darío, José Martí, José Enrique Rodó, etc. Decades later, none other than Alfonso Reyes would recognize that in Latin America one cannot make art from the ivory tower, as in Paris. At most, in the midst of tragic realism one can make magical realism.

Ivory towers have never been constructions indifferent to the rawness of a people’s reality, but instead far from neutral forms of denial of that reality, on the artists’ side, and of consolidation of its state, on the side of the dominant elites (politically dominant, that is). There are historical variations: today the ivory tower is a watchtower strategy, a secular minaret or belltower raised by the consumer market. The artist is less the kind of his tower, but his labor consists in making believe that his art is pure creation, uncontaminated by the laws of the market or with hegemonic morality and politics. At the foot of the stock market tower run rivers of people, from one office to another, scaling in rapid elevators other glass towers in the name of progress, freedom, democracy and other products that spill from the communication towers. All of the towers raised with the same purpose. Because more than from contradictions – as the Marxists would assert – late capitalism is constructed from coherences, from standardized thought, etc. Capitalism is consistent with its contradictions.

The explanation of the most faithful consumers of commercial art is always the same: they seek a healthy form of entertainment that is not polluted by violence or politics, all that which abounds in the news media and in the “difficult” writers. Which reminds us that there are few political parties so demagogic and populist as the imperial party of commercialism, with its eternal promises of eternal youth, full satisfaction and infinite happiness. The idea of “healthy entertainment” carries an implicit understanding that fantasy and science fiction are neutral genres, separate from the political history of the world and separate from any ideological manipulation. There are at least five reasons for this consensus: 1) this is also the thinking of the literary greats, like Jorge Luis Borges; 2) mediocre writers frequently have confused the profundity or the commitment of the writer with the political pamphlet; 3) it is justifiable to understand art from this purist perspective, because art is also a form of entertainment and pastime; 4) the idea of neutrality is part of the strength of a hegemonic culture that is anything but neutral; lastly, 5) neutrality is confused with “dominant values” and the latter with universal values.

At this point, I believe that it is very easy to distinguish at least two major types of art: 1) that which seeks to distract, to divert attention (“divertir” means to entertain in Spanish). That is to say, that which seeks to “escape from the world.” Paradoxically, the function of this type of art is the inverse: the consumer departs from his work routine and enters into this kind of entertaining fiction in order to recuperate his energies. Once outside the oneiric lounge of the theater, outside the magical best-seller, the work of art no longer matters for more than its anecdotal value. It is the forgetting that matters: within the artwork one is able to forget the routine world; upon leaving the artwork, one is able to forget the problem presented by that work, since it is always a problem invented at the beginning (the murder) and solved at the end (the killer was the butler). This is the function of the happy ending. It is a socially reproductive function: it reproduces the productive energy and the values of the system that makes use of that individual worn out by routine. The work of art fulfills here the same function as the bordello and the author is little more than the prostitute who charges a fee for the reparative pleasure.

Different is the problematic type of art: it is not comfort that it offers to whomever enters into its territory. It is not forgetting but memory that it demands of he who leaves it. The reader, the viewer do not forget what is exhibited in that aesthetic space because the problem has not been solved. The great artwork does not solve a problem because the artwork is not the one who has created it: the exposition of the existential problem of the individual is what will lead to departure from it. Clearly in a consumerist world this type of art cannot be the ideal prototype. Paradoxically, the problematic artwork is an implosion of the author-reader, a gaze within that ought to provoke a critical awareness of one’s surroundings. The entertaining artwork is the inverse: it is anasthesia that imposes a forgetting of the existential problem, replacing it with the solution of a problem created by the artwork itself.

I mean to say that, recognizing the multiple dimensions and purposes of a work of art – which include entertainment and mere aesthetic pleasure – means also recognizing the ideological dimensions of any cultural product. That is to say, even a work of “pure imagination” is loaded with political, social, religious, economic and moral values. It would suffice to pose the example of the science fiction in Jules Verne or of the fantastical literature of Adolfo Bioy Casares. Morel’s Invention (1940), considered by Borges to be perfect, is also the perfect expression of a writer of the Argentine upper class who could allow himself the luxury of cultivating the starkest imagination in the midst of a society convulsed by the “infamous decade” (1930-1943). A luxury and a necessity for a class that did not want to see beyond its narrow so-called “universal” circle. What could be farther from the problems of the Argentina of the moment than a lost island in the middle of the ocean, with a machine reproducing the nostalgia of an unbelievably hedonistic upper class, with an individual pursued by justice who seeks a Paradise without poverty and without workers? What could be farther from from a world in the midst of the Holocaust of the Second World War?

Nevertheless, it is a great novel, which demonstrates that art, although it is not only aesthetics, is not only politics either, nor mere expression of the relations of power, nor mere morality, etc.

Freedom, perhaps, may be the main differential characteristic of art. And when this freedom does not turn its face away from the tragic reality of its people, then the characteristic turns into moral consciousness. Aesthetics is reconciled with ethics. Indifference is never neutral; only ignorance is neutral, but it proves to be an ethical and practical problem to promote ignorance in the name of some virtue.

Translated by Bruce Campbell

El eterno retorno

Cute Kids in Children's Costumes

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El eterno retorno

Los más jóvenes van descubriendo el mundo y sienten que lo van inventando. En realidad cada generación reinventa el mundo, lo vuelve a descubrir y lo vuelve a reconstruir de una forma que parece única, novedosa, revolucionaria. Para la historia, de hecho cada generación crea algo nuevo. En ocasiones, hasta hay progreso.

Para el individuo (tal vez lo que realmente importa a la existencia) no. En el fondo cada individuo no crea nada nuevo sino que repite los mismos sueños de sus padres, de sus abuelos, de sus más remotos antepasados, como si todo sucediera por primera vez. Las nuevas generaciones, el nuevo individuo, no crean el mundo ni el mundo nace con ellos. Pero en este admirable y a veces absurdo sueño radica algo tan meritorio como la creación del mundo: la conservación del mundo, de la vida, de la existencia en su estado más vivo.

Uno puede percibirlo en los sueños y anhelos de quienes vienen detrás, en la mirada fresca de un hijo. Y uno se da cuenta que ya ha pasado cierto límite existencial cundo siente y reconoce que uno ya no importa. Que casi todas nuestras preocupaciones comienzan a girar entorno a esos niños que van a reemplazarnos y que ya comienzan a soñar como soñábamos nosotros cuando estábamos vivos y éramos el centro del universo.

Bilioteca pública se une al libro electrónico

Con el Kindle en todas partes

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Bilioteca pública se une al libro electrónico

OverDrive facilita el préstamo, que a los 14 días desaparece del aparato

DAVID ALANDETE / JAVIER MARTÍN – Washington / Barcelona – 26/02/2011


Estados Unidos está viviendo una de las mayores transformaciones que ha experimentado el mercado editorial en décadas, tal vez siglos. La imprenta está quedando poco a poco obsoleta. Hasta la fecha, los libros habían quedado al margen de la profunda metamorfosis que han vivido los sectores de la música y el vídeo desde el auge de Internet.

Más de 13.000 establecimientos emplean el sistema en Canadá y EE UU

El Ministerio de Cultura español ofrece dispositivos con el texto cargado

Ahora, sin embargo, una nueva generación de lectores electrónicos -más delgados, más portátiles, más cómodos de leer- ha revolucionado el mercado. Amazon, líder con su Kindle 3, ha incluido recientemente en sus servicios el préstamo de libros. Otros aparatos, como los que usan el software para tabletas de Apple y Google, han optado por aliarse con las bibliotecas públicas. Son viejos servicios, prestados a través de nuevos medios.

Las empresas están probando nuevas iniciativas que le eviten al sector editorial una sangría como la que vive el mundo de la música. Amazon ha probado con el préstamo: el propietario de un libro puede cederle a alguien el documento, en el formato azw, propio del Kindle, durante un máximo de 14 días.

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Inquisiciones sobre el paradigma

Jorge Majfud’s books at Amazon>>

cine pilitico


Inquisições sobre o paradigma. Entrevista com Eduardo Galeano (Portuguese)

Inquisiciones sobre el paradigma

Entrevista a Eduardo Galeano

Jorge Majfud

I. Pasado

Jorge Majfud: Una visión humanista considera la historia como un producto humano, es decir, producto de la libertad de sus individuos y de los diversos grupos que la han realizado e interpretado. Una visión antihumanista afirma que, por el contrario, esos individuos y esos grupos son el resultado de la historia misma y su libertad es una ilusión. Si me permitís una limitación artificial dentro de este posible espectro, ¿dónde te situarías?

Eduardo Galeano: Por lo que tengo caminado y escuchado, me da la impresión de que nosotros hacemos la historia que nos hace. Cuando la historia que hacemos nos sale más bien chueca, o es usurpada por los pocos que entre nosotros mandan, decimos que ella, la historia, tiene la culpa.

J. M.: En esta visión no hay lugar para el determinismo materialista o para algún tipo de fatalismo religioso…

E. G.: Los fatalismos son cómodos, te permiten dormir a pata suelta, el destino está escrito en los astros, la historia camina sola, no te amargues, hay que aceptar o aceptar. Los fatalismos mienten, porque si la vida no es una aventura de la libertad, que alguien venga y me explique si vale la pena vivir. Pero ojo: también mienten los iluminados, los elegidos que se atribuyen el poder de cambiar la realidad tocándola con su varita mágica: y si la realidad no me obedece, no me merece.

J. M.: Si el tiempo de las revoluciones modernas, es decir, de las revoluciones abruptas y violentas ha pasado, ¿es la progresión o la resistencia la mejor alternativa en nuestro tiempo?

E. G.: Andá a saber cuántos mundos hay dentro del mundo, y cuántos tiempos dentro del tiempo. La historia camina con nuestras piernas, pero a veces anda a paso muy lento, y a veces parece quieta. De todos modos, cuando los cambios vienen de abajo, desde lo hondo, a la corta o a la larga ellos encuentran su camino, al ritmo que quieren o pueden. Desde abajo, digo, desde el pie, como cantó Zitarrosa. Lo único que se hace desde arriba son los pozos.

J. M.: En tu último libro Espejos realizás un esfuerzo al mismo tiempo creativo y arqueológico sobre un vasto espacio geográfico y temporal. ¿Qué períodos de la historia crees que se llevarían el premio mayor a la crueldad y la injusticia?

E. G.: Hay demasiados favoritos en ese campeonato.

J. M.: Bueno, más puntual, ¿podrías resumir la crueldad en una imagen, en una situación que te ha tocado vivir?

E. G.: Me ocurrió hace años, en un camión que atravesaba la selva del alto Paraná. Salvo yo, era toda gente de ese mapa. Nadie hablaba. Íbamos muy apretados, en la caja del camión, a los tumbos. A mi lado, una mujer muy pobre, con un bebé en brazos. El bebé ardía de fiebre, se quejaba. Ella sólo dijo que precisaba un médico, que en alguna parte tenía que haber un médico. Y por fin llegamos a alguna parte, no sé cuántas horas habían pasado, hacía mucho que el bebé no se quejaba. Ayudé a que aquella mujer bajara del camión. Cuando recogí el bebé, vi que estaba muerto. El asesino que había cometido esa crueldad era todo un sistema de poder, que no iba preso ni viajaba en camiones destartalados.

J. M.: Con memorias como esa deberíamos terminar aquí. Pero el mundo sigue girando. ¿Crees que el pasado precolombino ha sobrevivido tantos años de colonización y modernización, tanto como para definir una forma latinoamericana de ser, de sentir y hasta de pensar?

E. G.: Desde hace siglos, los dioses acuden, quién sabe cómo, desde el pasado americano y desde la selva africana y desde todas partes. Muchos de esos dioses viajan con otros nombres y usan pasaportes falsos, porque sus religiones se llaman supersticiones y ellos siguen condenados a la clandestinidad.

II. Presente

J. M.: ¿Estamos presenciando el fin del capitalismo, de un paradigma basado en el consumismo y el éxito financiero, o simplemente se trata de una crisis más de la que saldrá fortalecido el mismo sistema, la misma cultura hegemónica?

E. G.: Con frecuencia recibo convites para asistir al entierro del capitalismo. Bien sabemos, sin embargo, que vivirá más de siete vidas este sistema que privatiza sus ganancias pero tiene la amabilidad de socializar sus pérdidas, y por si fuera poco nos convence de que eso es filantropía. En gran medida, el capitalismo se nutre del desprestigio de sus alternativas. La palabra socialismo, por ejemplo, ha sido vaciada de significado, por la burocracia que la usó en nombre del pueblo y por la socialdemocracia que en su nombre modernizó el look del capitalismo. Sabemos que este sistema capitalista se las está arreglando bastante bien para sobrevivir a las catástrofes que desata. No sabemos, en cambio, cuántas vidas podrá vivir su víctima principal, el planeta que habitamos, exprimido hasta la última gota. ¿Adónde nos mudaremos, cuando el planeta quede sin agua, sin tierra, sin aire? La empresa Lunar International ya está vendiendo lotes en la luna. A fines del 2008, el multimillonario ruso Roman Abramovich le regaló un terrenito a la novia.

J. M.: Quizás presume ser el primer hombre que le regala un pedazo de la Luna a una mujer, lo que viene a ser una especia de capitalismo romántico. ¿Crees que si China, por ejemplo, tuviese una economía hegemónica pronto se convertiría en un nuevo imperio, avasallante y colonialista como cualquier otro imperio?

E. G.: Si yo fuera profeta profesional, me moriría de hambre. No acierto ni en el fútbol, que de eso sí que algo sé. Todo lo que te puedo decir es lo que puedo ver: China está poniendo en práctica una exitosa combinación de dictadura política, al viejo estilo comunista, con una economía que funciona al servicio del mercado mundial capitalista. China puede proporcionar, así, baratísima mano de obra a empresas norteamericanas como Wal Mart, que prohíbe los sindicatos.

J. M.: A propósito, en el último “viernes negro”, el día del año en que en Estados Unidos las grandes cadenas de supermercados venden al costo, una avalancha de compradores no pudo esperar a que abrieran las puertas de uno de estos Wal Marts y se llevó por delante a un empleado. El hombre murió aplastado… A pesar de todo este absurdo, ¿podemos pensar que la humanidad se encuentra en un mayor estado de derechos individuales y de conciencia colectiva? ¿Qué es lo mejor de nuestro tiempo?

E. G.: En el siglo veinte, la justicia fue sacrificada en nombre de la libertad, y la libertad fue sacrificada en nombre de la justicia. Ya nuestro tiempo es el siglo veintiuno, y lo mejor que tiene es el desafío que contiene: nos invita a luchar para ayudar al reencuentro de la justicia y la libertad. Ellas quieren vivir bien pegaditas, espalda contra espalda.

J. M.: ¿Podemos comparar la aparición Internet con la revolución que produjo la imprenta en el siglo XV?

E. G.: No tengo ni idea, pero valga la ocasión para recordar que la imprenta no nació en el siglo XV. Los chinos la habían inventado dos siglos antes. En realidad, eran chinas las tres invenciones que hicieron posible el Renacimiento europeo: la imprenta, la brújula y la pólvora. No sé si ahora habrá mejorado la educación, pero antes aprendíamos una historia universal reducida a la historia de Europa. De Medio Oriente, nada o casi nada. Ni una palabra sobre China, nada sobre la India. Y del África, sólo sabíamos lo que nos enseñaba el profesor Tarzán, que nunca estuvo allí. Y del pasado americano, del mundo precolombino, alguna cosita folklórica, unas cuantas plumas de colores… y chau.

J. M.: ¿Cuál es el mayor peligro del progreso tecnológico en la comunicación?

E. G.: En la comunicación, y en todo lo demás. Las máquinas no son ningunas santas, pero no tienen la culpa de lo que nosotros hacemos con ellas. El mayor peligro está en que la computadora nos programe, como el automóvil nos maneja. Con asombrosa facilidad, nos convertimos en instrumentos de nuestros instrumentos.

J. M.: Como escritor y como lector, ¿qué tipo de lecturas te ocupan mayor tiempo hoy?

E. G.: Yo leo de todo, empezando por las paredes que acompañan mis pasos por las calles de las ciudades.

J. M.: Es la crueldad y la injusticia el mayor provocador de la literatura de Eduardo Galeano?

E. G.: No. Si así fuera, ya me hubiera enfermado de irremediable tristeza. Por suerte soy preguntón, curioso de nacimiento, y ando siempre buscando la tercera orilla del río, ese misterioso lugar donde se juntan el horror y el humor.

J. M.: ¿Por qué crees que será recordado nuestro tiempo en los siglos por venir?

E. G.: ¿Será recordado? ¿Habrá siglos por venir? Dios te oiga, y si Dios está sordo, que te oiga el Diablo.

III. Futuro

J. M.: ¿Eduardo, creés que el mundo se dirigirá a un mayor equilibrio de sus fracciones geográficas, sociales y culturales o, por el contrario, estamos condenados a repetir las mismas formas de lo que hoy consideramos violencia física y moral?

E. G.: Condenados, no estamos. El destino es un desafío, aunque a primera vista parezca una maldición.

J. M.: ¿Una mejora de nuestro presente radica mayormente en la profundización de los valores humanistas de la tradición europea o en una revalorización de un origen perdido en los pueblos “periféricos”?

E. G.: La tradición europea no alcanza. Los americanos somos hijos de muchas madres. Europa sí, pero hay también otras madres. Y no sólo los americanos. Los humanitos todos, el mundo entero es mucho más que lo que cree ser. Pero el arcoiris terrestre no brillará, en todo su lucerío, mientras siga mutilado por el racismo, el machismo, el militarismo, el elitismo y todos esos ismos que nos niegan la plenitud de nuestra diversidad. Y dicho sea de paso, no viene mal aclarar que los valores humanistas de la tradición europea se desarrollaron mientras Europa exterminaba indios en América y vendía carne humana en África. John Locke, el filósofo de la libertad, era accionista de una empresa negrera.

J. M.: Sí, algo así como las democracias imperiales, desde la antigua Atenas hasta Estados Unidos. ¿Pero quiere decir eso que la historia se repite siempre?

E. G.: Ella no quiere repetirse, eso no le gusta ni un poquito, pero muy frecuentemente nosotros la obligamos. Por ponerte un ejemplo muy actual, hay partidos que llegan al gobierno prometiendo un programa de izquierda, y terminan repitiendo lo que la derecha hacía. ¿Por qué no dejan que la derecha lo siga haciendo, ya que tiene experiencia? Se aburre la historia, y se desprestigia la democracia, cuando se nos invita a elegir entre lo mismo y lo mismo.

J. M.: ¿Qué rol cumplen hoy en la sociedad los intelectuales “no orgánicos”? ¿Siguen siendo, al menos en una minoría, una fuerza crítica y provocadora?

E. G.: Yo creo que escribir no es una pasión inútil. Pero esa generalización, “los intelectuales”, orgánicos o no orgánicos, no se parece mucho al mundo real. Hay de todo en la viña del Señor. En mi caso, te puedo decir que trabajo con palabras, que soy un inútil total y eso es lo único que me sale más o menos bien, y que me consta, por experiencia propia y ajena, que el acto de la lectura es una secreta, y a veces fecunda, ceremonia de comunión. Quien lee algo que de veras vale la pena, no lee impunemente. Leer un libro de esos que respiran cuando te los ponés al oído, no te deja intocado: te cambia, aunque sea un poquitito, te incorpora algo, algo que no sabías o no imaginabas, y te invita a buscar, a preguntar. Y más, todavía: a veces hasta te puede ayudar a descubrir el verdadero significado de las palabras traicionadas por el diccionario de nuestro tiempo. ¿Qué más puede querer una conciencia crítica?

J. M.: Pero los escritores contemporáneos tienden a evitar esa palabra, “intelectuales” ¿Por qué?

E. G.: Te contesto por mí, no en nombre de “los escritores”, que también son una generalización dudosa. Yo escribo queriendo decir y decirme en un lenguajesentipensante, certera palabra que me enseñaron los pescadores de la costa colombiana del mar Caribe. Y por eso, justo por eso, no me gusta nada que me llamen intelectual. Siento que así me convierten en una cabeza sin cuerpo, situación por demás incómoda, y que me están divorciando la razón de la emoción. Se supone que intelectual es el capaz de entender, pero yo prefiero al capaz de comprender. Culto no es quien acumula más conocimientos, porque entonces no habrá nadie más culto que una computadora. Culto es quien sabe escuchar, escuchar a los demás y escuchar las mil y una voces de la naturaleza de la que formamos parte. Para decir, escucho. Escribo en un viaje de ida y vuelta, recojo palabras que devuelvo, dichas a mi modo y manera, al mundo de donde vienen.

J. M.: A propósito, ¿cuál es tu técnica narrativa, es decir, tus hábitos y conductas de escritura?

E. G.: No tengo horarios. No me obligo. En Santiago de Cuba, un viejo tamborero, que tocaba como los dioses, me lo enseñó: “Yo toco -me dijo- cuando me pica la mano”. Y yo le hago caso. Si no me pica, no escribo. Nunca he firmado un contrato que me ponga plazos para entregar un libro. En la literatura, como en el fútbol, cuando el placer se convierte en deber, pasa a ser algo bastante parecido al trabajo esclavo. Los libros me escriben, crecen dentro de mí, y cada noche me duermo dándoles las gracias, porque me permiten creer que el autor soy yo. Y dicho esto te aclaro que escribo muchas veces cada página, que tacho, suprimo, reescribo, rompo, vuelvo a empezar, y todo eso es parte de la alta alegría de sentir que lo que digo se parece, y a veces se parece mucho, a lo que mis páginas quieren decir.

J. M.: Tus libros después de las dictaduras militares de Uruguay y Argentina, después del exilio, cambian de estilo. O quizás profundizan una característica: tu mirada sigue siendo la del rebelde inconformista, pero tu voz se vuelve más lírica. Si mal no recuerdo, fue Jean-Paul Sartre que dijo que la técnica de un escritor remite a su concepción del mundo. ¿Cómo definirías tu etilo? ¿Refleja tu percepción del mundo o, quizás, tus aspiraciones sobre él o el estilo es algo accidental, una forma de hacer las cosas que proviene de una historia de la estética, de una influencia de la adolescencia?

E. G.: Mi estilo es el resultado de muchos años de escribir y borrar. Juan Rulfo me lo decía, mostrándome un lápiz de aquellos que ahora ya casi ni se ven: “Yo escribo con el grafo de adelante, pero más escribo con la parte de atrás, donde está la goma”. Eso hago, o intento hacer. Intento decir cada vez más con menos.

J. M.: Un elemento común de la literatura del compromiso, de las utopías revolucionarias hasta los setenta, de los años previos a las dictaduras en América del Sur, parece ser la alegría. Como ejemplo ilustrativo podríamos hacer una exposición de fotografías de los rostros adustos de los Pinochet, por un lado, y de los rostros sonrientes de los Che Guevara por el otro. ¿Existe una conexión entre la “estética de la tristeza” de la literatura del siglo XX y las fuerzas conservadoras de la sociedad? ¿En qué medida es subversiva la alegría, el epicureísmo del que hablaba Américo Vespucio refiriéndose a cierta imagen de los nativos americanos?

E. G.: Vuelvo a la costa colombiana, y te cuento que allá el peor insulto es amargao.Nada más grave te pueden decir. Y no les falta razón, porque al fin y al cabo, no hay nada en el mundo que no merezca ser reído. Si la literatura de denuncia no es, al mismo tiempo, una literatura de la celebración, se aleja de la vida viva y duerme a sus lectores. Se supone que sus lectores deben arder de indignación, pero ellos se caen de sueño. Con frecuencia ocurre que la literatura que dice dirigirse al pueblo, sólo se dirige a los convencidos. Sin riesgo ninguno, se parece más a la masturbación que al acto del amor, aunque según me han dicho el acto del amor es mejor, porque se conoce gente. La contradicción mueve la historia, y la literatura que de veras estimula la energía de cambio nos ayuda a adivinar los soles secretos que cada noche esconde, esa humana hazaña de reír contra toda evidencia. La herencia hebreo-cristiana, que tanto elogia el dolor, no ayuda mucho. Si no recuerdo mal, en toda la Biblia no suena ni una risa. El mundo es un valle de lágrimas, los que más sufren son los elegidos que suben al Cielo.

J. M.: ¿Cómo imaginás el mundo dentro de cincuenta años?

E. G.: Con la edad que tengo, me imagino que dentro de cincuenta años ya no estaré. Como ves, tengo una imaginación prodigiosa.

J. M.: Alguna vez Onetti dijo que él escribía para sí mismo. ¿Galeano escribiría si tuviese la poca fortuna de ser el único sobreviviente de una catástrofe mundial?

E. G.: ¿El único sobreviviente? Uy! Me moriría de aburrimiento. Quizá escribiría igual, porque tengo el vicio, pero escribir para nadie es peor que bailar con la hermana. Onetti se enojó conmigo cuando una noche cometí una juvenil insolencia. Él me dijo eso, que él escribía para él, y yo le propuse llevarle al Correo esas cartas para Juan Carlos Onetti, calle Gonzalo Ramírez, Montevideo, etc., etc. Él se cabreó. Se cabreó porque mentía, y bien lo sabía. Quien publica lo que escribe, escribe para los demás.

J. M.: ¿Qué harías diferente si tuvieses la experiencia y la oportunidad de hacerlo de nuevo? ¿De qué se arrepiente Eduardo Galeano hoy?

E. G.: No me arrepiento de nada. Yo también soy la suma de todas mis metidas de pata.

Noviembre 2008

La ventana (Cuba)

Pagina/12 (Argentina)

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INQUIRIES ON PARADIGM

Interview with Eduardo Galeano

By Dr. Jorge Majfud

Tranlated by Dr. Bruce Campbell

I. Past

II. Presente

III. Future

I. Past

Jorge Majfud: A humanist vision considers history to be a human product, which is to say, a product of the freedom of its individuals and the diverse groups that have enacted it and interpreted it. An anti-humanist vision asserts that, on the contrary, those individuals and those groups are the result of history itself, and their freedom is an illusion. If you will permit me an artificial restriction within this possible spectrum, where do you situate yourself?

Eduardo Galeano: Based on what I have experienced in my life, I have the impression that we make the history that makes us. When the history that we make comes out crooked, or is usurped by the few among us who rule, we blame it on history.

J. M.: In this view there is no room for materialist determinism or for any kind of religious fatalism…

E. G.: Fatalisms are comforting, they allow you to sleep soundly, fate is inscribed in the stars, history moves along by itself, don’t be bitter, one must either accept it or accept it. Fatalisms lie, because if life is not an adventure in freedom, someone should come and explain to me whether living is worth the trouble. But notice: the enlightened ones lie also, the select few who are attributed the power to change reality by touching it with their magic wand: and if reality does not obey me, it doesn’t deserve me.

J. M.: If the time of modern revolutions, that is, of abrupt and violent revolutions has passed, is it progression or resistance that is the better alternative in our times?

E. G.: Who knows how many worlds there are in the world, and how many times there are in time. History walks with our feet, but sometimes it walks very slowly, and sometimes it seems motionless. At any rate, when the changes come from below, from down in the depths, sooner or later they find their way, at their own pace. From below, I mean, from the foot, like in the Zitarrosa song. The only things made from above are wells.

J. M.: Your latest book Espejos (Mirrors) represents an effort that is both creative and archeological and covers a vast geographic and temporal space. Which periods of history do you believe would win first prize for cruelty and injustice?

E. G.: There are too many favorites in that championship.

J. M.: Okay, more to the point, could you sum up cruelty in an image, in a situation that you have experienced?

E. G.: It happened to me years ago, in a truck that was crossing the upper Paraná. Except for me, everyone was from that area. Nobody spoke. We were packed closely together, in the bed of the truck, bouncing around. Next to me, a very poor woman, with a baby in her arms. The baby was burning up with fever, crying. The woman just said that she needed a doctor, that somewhere there had to be a doctor. And finally we arrived somewhere, I don’t know how many hours had gone by, the baby hadn’t cried for a long time. I helped that woman get down off the truck. When I picked up the baby, I saw that it was dead. The killer who had committed this cruelty was an entire system of power, and was neither in prison nor travelling around on rickety old trucks.

J. M.: With memories like that one we should stop here. But the world keeps turning. Do you believe that the pre-Colombian past has survived so many years of colonization and modernization, enough to define a Latin American way of being, of feeling, and even of thinking?

E. G.: For centuries, the gods have come, who knows how, from the American past and from the African jungle and from everywhere. Many of those gods travel with other names and use fake passports, because their religions are called superstitions and they continue to be condemned to the underground.

II. Present

J. M.: Are we witnessing the end of capitalism, of a paradigm based on consumerism and financial success, or is this simply one more crisis which will end up strengthening the system itself, the same hegemonic culture?

E. G.: I frequently receive invitations to attend the burial of capitalism. We know quite well, however, that this system – which privatizes its profits but kindly socializes its losses, and as if that weren’t enough convinces us that that is philanthropy – will live more than seven lives. To a great degree, capitalism feeds off of the discrediting of its alternatives. The word socialism, for example, has been emptied of meaning, by the bureaucracy that used it in the name of the people and by the social democracy that in its name modernized capitalism’s look. We know that this capitalist system is managing quite well to survive the catastrophes that it unleashes. We don’t know, on the other hand, how many lives its main victim – the planet we inhabit, squeezed to the last drop – will be able to live. Where will we move, when the planet is left without water, without land, without air? The company Lunar International is already selling plots of land on the moon. At the end of 2008, the Russian multimillionaire Roman Abramovich made a gift of a little plot to his fiancee.

J. M.: Perhaps he intends to be the first man to give a piece of the moon to his wife, which turns out to be a kind of romantic capitalism. Do you believe that if China, for example, had a hegemonic economy it would quickly become a new empire, colonialist and dominating like any other empire?

E. G.: If I were a professional prophet, I would die of hunger. I’m not even right in soccer, and that is something I know something about. All I can say to you is what I can see: China is putting into practice a successful combination of political dictatorship, in the old communist style, with an economy that functions at the service of the capitalist world market. China can thus provide an extremely cheap workforce to U.S. enterprises like Wal Mart, which bans unions.

J. M.: Speaking of which, on the most recent “black Friday,” the one day of the year that the large retail chains in the U.S. sell at cost, an avalanche of shoppers couldn’t wait for the doors to be opened at one of those Wal Marts and it ran over an employee. The man was crushed to death… Despite all of this absurdity, can we think that humanity finds itself in an improved state of individual rights and of collective conscience? What is best about our times?

E. G.: In the 20th century, justice was sacrificed in the name of freedom, and freedom was sacrificed in the name of justice. Our time is now the 21st century, and the best it has to offer is the challenge it presents: it invites us to fight to assist the reunion of freedom and justice. They want to live real close to each other, back to back.

J. M.: Can we compare the appearance of the Internet with the revolution produced by the printing press in the 15th century?

E. G.: I have no idea, but it is important to remember that the printing press was not born in the 15th century. The Chinese had invented it two centuries earlier. In reality, the three inventions that made the Renaissance possible were all Chinese inventions: the printing press, the compass, and gunpowder. I don’t know if today education has improved, but before we used to learn a universal history reduced to the history of Europe. From the Middle East, nothing or almost nothing. Not a word about China, nothing about India. And about Africa, we only knew what professor Tarzan taught us, and he was never there. And about the American past, about the pre-Colombian world, some little folkoric thing, a few colored feathers… and ciao.

J. M.: What is the greatest danger of technological progress in communication?

E. G.: In communication, and in everything else. Machines are no saints, but they are not to blame for what we do with them. The greatest danger lies in the possibility that the computer can program us, just like the automobile drives us. With frightening ease, we become instruments of our instruments.

J. M.: As a writer and as a reader, what kind of reading occupies most of your time these days?

E. G.: I read everything, starting with the walls that accompany my steps through the streets of the cities.

J. M.: Are cruelty and injustice the greatest provocations for the literature of Eduardo Galeano?

E. G.: No. If that were the case, I would have already fallen ill from unmitigated sadness. Luckily I am a busybody, curious by birth, and I am always seeking out the third bank of the river, that mysterious place where humor and horror meet.

J. M.: Why do you think our times will be remembered in the centuries to come?

E. G.: Will be remembered? Will there be centuries to come? May God hear you, and if God is deaf, may the Devil hear you.

III. Futuro

J. M.: Eduardo, do you believe the world will move in the direction of a greater balance of its geographical, social and cultural divisions or, on the contrary, are we condemned to repeat the same forms of what we today consider physical and moral violence?

E. G.: Condemned, we are not. Fate is a challenge, although at first sight it might appear to be a curse.

J. M.: Does an improvement of our present lie mainly in the deepening of humanist values from the European tradition, or in a revaluation of a lost origin in the “peripheral” nations?

E. G.: The European tradition is not enough. We Americans are the children of many mothers. Europe yes, but there are also other mothers. And not only the Americans. All the little humans, everybody is much more than what they believe they are. But the earthly rainbow will not shine, in all its brilliance, as long is it continues to be mutilated by racism, machismo, militarism, elitism and all those isms that deny us the fullness of our diversity.  And by the way, it is fitting to clarify that the humanist values of the European tradition were developed while Europe was exterminating indigenous people in the Americas and selling human flesh in Africa. John Locke, the philosopher of freedom, was a shareholder in a slave-trading enterprise.

J. M.: Yes, somewhat like the imperial democracies, from ancient Athens to the United States. But does that mean that history always repeats itself?

E. G.: She doesn’t want to repeat herself, she doesn’t like that one bit, but very often we oblige her to. To give you a very current example, there are parties who come into the government promising a program of the left, and they wind up repeating what the right wing did. Why don’t they let the right continue doing it, since they have the experience? History grows bored, and democracy is discredited, when we are invited to choose between one and the same.

J. M.: What role do “non-organic” intellectuals fulfill in society today? Do they continue to be, at least a few of them, a critical and provocative force?

E. G.: I believe that writing is not a useless passion. But that generalization, “intellectuals,” organico or non-organic, doesn’t look much like the real world. It takes all kinds to make the world. In my case, I can tell you that I work with words, that I am totally useless otherwise, and that is the only thing that I do more or less well, and that it seems to me, based on my own and other’s experience, that the act of reading is a secret, and sometimes fertile, ceremony of communion. Anyone who reads something that is really worth the trouble, does not read with impunity. Reading one of those books that breathe when you put them to your ear, does not leave you untouched: it changes you, even if only a little bit, it integrates something to you, something that you did not know or had not imagined, and it invites you to seek, to ask questions. And more, still: sometimes it can even help you to discover the true meaning of words betrayed by the dictionary of our times. What more could a critical consciousness want?

J. M.: But contemporary writers tend to avoid that word, “intellectuals.” Why?

E. G.: I will answer for myself, not in the name of “writers,” which is also a dubious generalization. I write wanting to speak and express myself in a language that issentipensante (feeling-thinking), a very precise word taught to me by fishermen of the Colombian coast of the Caribean sea.  And for that reason, precisely for that reason, I don’t like at all to be called an intellectual. I feel like I am thereby turned into a bodiless head, which is also an uncomfortable situation, and that my reason and emotion are being divorced from one another. One supposes that an intellectual is someone capable of knowing, but I prefer someone capable of comprehending. A cultured person is not someone who accumulates more knowledge, because then there will be nobody more cultured than a computer. A cultured person is someone who knows how to listen, to listen to others and listen to the thousand and one voices of the natural world of which we are a part. In order to speak, I listen. I write on a round-trip journey, I pick up words that I return, stated in my method and manner, to the world from which they come.

J. M.: Speaking of which, what is your narrative technique, that is, your writing habits and behaviors?

E. G.: I have no schedules. I don’t make myself write. In Santiago, Cuba, an old drummer, who played like the gods, taught me: “I play” – he told me – “when my hand itches.” And I paid attention. If I don’t itch, I don’t write. In literature, like in soccer, when the pleasure turns into duty, it becomes

something pretty similar to slave labor. The books write me, they grow inside of me, and every night I fall asleep thanking them, because they allow me to believe that I am the author. And having said this I will point out to you that I write each page many times, that I scratch out, I suppress, I re-write, I tear up, I start over again, and all that is part of the great happiness of feeling that what I say is similar to, and sometimes very similar to, what my pages want to say.

J. M.: Your books after the military dictatorships in Uruguay and Argentina, after exile, are different in style. Or perhaps they deepen one characteristic: your gaze continues being that of a non-conformist rebel, but your voice becomes more lyrical. If I remember correctly, it was Jean-Paul Sartre who said that a writer’s technique transmits his conception of the world. How would you define your style? Does it reflect your perception of the world or, perhaps, your aspirations about it, or is style something accidental, a form of doing things that comes from a history of aesthetics, from an influence of the adolescent years?

E. G.: My style is the result of many years of writing and erasing. Juan Rulfo used to tell me, showing me one of those pencils that you now almost never see: “I write with the graphite in the front, but I write more with the back part, where the eraser is.” That is what I do, or I try to do. I try to always say more with less.

J. M.: One common element of committed literature, of the revolutionary utopias up until the seventies, from the years prior to the dictatorships in South America, seems to be happiness. As an example to illustrate this we could make an exhibit of photographs of the severe faces of the Pinochets, on one side, and of the smiling faces of the Che Guevaras on the other. Does a connection exist between the “aesthetics of sadness” of the literature of the 20th century and society’s conservative forces? In what degree is happiness, the Epicureanism of which Amerigo Vespucci spoke with reference to a certain image of native Americans, subersive?

E. G.: I will return to the Colombian coast, and I will tell you that there, the worst insult is amargao (a bitter person). Nothing worse can be said to you. And not without reason, because at the end of the day, there is nothing in the world that doesn’t deserve to be laughed at. If the literature of denunciation is not, at the same time, a literature of celebration, it distances itself from life as lived and puts its readers to sleep. Its readers are supposed to burn with indignation, but they are nodding off instead. It frequently occurs that the literature that claims to speak to the people, only speaks to those who are already persuaded. Without taking any risks, it seems more like masturbation than the act of love, even though according to what I have been told the act of love is better, because one gets to know people. Contradiction moves history, and the literature that truly stimulates the energy of social change helps us to find the secret suns that every night conceals, that human feat of laughing in the face of the evidence. The Judeo-Christian heritage, which so praises pain, does not help much. If I remember correctly, in the entire Bible not a single laugh is heard. The world is a vale of tears, the ones who suffer the most are the chosen ones who ascend to Heaven.

J. M.: How do you imagine the world in fifty years?

E. G.: At my age, I imagine that in fifty years I will no longer be here. As you can see, I have a prodigious imagination.

J. M.: Onetti once said that he wrote for himself. Would Galeano write if he had the bad fortune to be the sole survivor of a world-wide catastrophe?

E. G.: The sole survivor? Uy! I would die of boredom. Perhaps I would write anyway, because I have the vice, but writing for nobody is worse than dancing with your own sister. Onetti got mad at me one night when I committed a juvenile insolence. He told me that, that he wrote for himself, and I proposed to carry to the Post Office for him those letters for Juan Carlos Onetti, Gonzalo Ramírez Street, Montevideo, etc., etc. He got pissed off. He got pissed off because he was lying, and he knew it quite well. Anyone who publishes what they write, writes for others.

J. M.: What would you do differently if you had the experience and opportunity to do it all over again? What does Eduardo Galeano regret?

E. G.: I have no regrets. I am also the sum of all the times I put my foot in my mouth.

Translated by Dr. Bruce Campbell

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January 2009

Pi i Margall y la voluntad de síntesis del krausismo

Drawing of Francisco Pi y Margall, Spanish sta...

Image via Wikipedia

Pi i Margall y la voluntad de síntesis del krausismo

ÍNDICE:

INTRODUCCIóN

LA GENERACIóN EN DISPUTA

RAZóN, CONCIENCIA Y LIBERTAD

LA UNIDAD EN LA DIVERSIDAD

LA FATALIDAD DE LA HISTORIA Y LA VIOLENCIA DE SU NEGACIóN

EL CUESTIONAMIENTO DE LA TRADICIóN

EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD

EL PROGRESO DE LA HISTORIA Y LOS CAMBIOS DE PARADIGMAS

FUNDAMENTO COSMOLóGICO: EL PANTEíSMO

BIBLIOGRAFíA

CONCLUSIONES

“Es ley de nuestra raza que se anticipen las reformas políticas a las sociales”

Nicolás Salmerón, Obras de don Nicolás Salmerón, 1881.

“Caudillo de España por la gracia de Dios”

Leyenda en las monedas con la imagen de Francisco Franco, 1957.

1. INTRODUCCIóN

De la misma forma que las ideas de Karl Christian Krause —progresión de la historia, surgimiento del pueblo, sentido “metafísico” del destino humano, etc.— están en consonancia con las ideas emergentes a mediados del siglo XVIII, de igual forma el krausismo español también es el resultado de esta tradición filosófica y de un contexto social concreto. Esto último implica un siglo de inestabilidad, de reclamos y de reacciones, de una lucha entre monárquicos y republicanos, entre católicos y liberales, entre conservadores y revolucionarios. Un libro resume este estado de la sociedad, aunque desde una perspectiva radical: La reacción y la revolución, de Francisco Pi i Margall. Publicado en 1854, en medio de las convulsiones políticas que describe y anuncia, tendrá su antítesis teórica casi ochenta años más tarde, en La rebelión de las masa (1930) escrito por otro liberal. La reacción y la revolución resume la actitud cultural e ideológica de la Modernidad, radicalmente rechazada por Ortega y Gasset. Para Pi, la revolución no es el elemento generador de la violencia; es la expresión natural de la dinámica de la historia en progreso. Su tesis central es muy simple: “la revolución es la paz y la reacción la guerra”. La cual no sólo refleja una idea sino una actitud, del todo moderna: la provocativa resemantización —ética e ideológica— de las palabras, sobre todo de aquellas que se han instaurado como mitos sociales por una tradición que se pretende cuestionar.

Si recurrimos a la fórmula más célebre de la historia de la filosofía surgida, precisamente, de la pluma de Hegel, podemos identificar aquí a la monarquía y a los conservadores españoles con (x) la tesis a la cual revolucionarios liberales como Pi i Margall se opondrán invirtiendo los significados de “revolución” y “reacción”: (y) laantítesis. Situados en este contexto, podemos ver al movimiento krausista no tanto como una corriente “revolucionaria” sino todo lo contrario: el krausismo español representó la voluntad de (z) síntesis, no sólo como propuesta teórica, sino también como necesidad práctica, es decir, política: la (S) reforma antes que la (At) revolucióny después de la (T) reacción.

En el presente ensayo, procuraremos, por un lado, (I) verificar esta fórmula sintética (T + At = S) a través del análisis de las síntesis propias de cada uno de los términos (T, At y S) en un orden cronológico concreto. Es decir, no partiremos delanálisis inductivo sino, a la inversa, de la síntesis —de la hipótesis— para identificar las partes. Por el otro, (II) veremos dos lecturas opuestas: una, predominantemente fatalista y con ambas cuotas de materialismo e idealismo, en el caso de Pi i Margall; la otra que toma los elementos supraestructurales (culturales y metafísicos) como punto de partida de la dinámica social e histórica, en el caso del krausismo.

2. LA GENERACIóN EN DISPUTA

Casi todos los intelectuales españoles en el siglo XIX —si no todos— entendían que la inexistencia de un pensamiento maduro en su país justificaba la importación de un pensamiento “europeo” o, por lo menos, de ideas y modelos que se imponían en Francia y Alemania o la vuelta radical a una tradición idealizada. Sanz del Rio entendía que en España no había pensamiento y uno de sus detractores, Menéndez Pelayo, sólo coincidía en la descalificación: “en España hemos sido krausistas por casualidad, gracias a la lobreguez y a la pereza intelectual de Sanz del Rio”. Para Menéndez Pelayo, Sanz del Rio no era más que un charlatán, pero el resto de la sociedad no era mejor: “Sólo aquí —se lamentaba— donde todo se extrema y acaba por convertirse en mojiganga, son posibles tales cenáculos”. “En estudiar nadie pensaba… La enseñanza era pura farsa, un convenio tácito entre maestros y discípulos, fundado en la mutua ignorancia […] Olvidadas las ciencias experimentales, aprendíase física sin ver una máquina”. De algo parecido se quejaba Pi i Margall, al tiempo que se justificaba por el uso de un lenguaje con excesos de exabruptos: “Pero me extralimito sin sentirlo. El triste estado de la ciencia en España me obliga, tanto como la ignorancia de muchos revolucionarios, a usar este lenguaje […] No hay entre nosotros escuela, no hay crítica, no hay lucha”. En su libro La reacción y la revolución (1854) se propuso “despertar […] una nueva creencia, y más aún que una creencia, una actividad filosófica de que por desgracia carecemos en España”. Antonio Heredia Soriano, en El krausismo español (1975) hace su propia colección de expresiones de malestar sobre el estado del pensamiento y la cultura en España en esta época: Juan Valera, M. J. Narganes, Donoso Cortés, Balmes, López de Uribe, Borrego, Gil de Zárate, Francisco de Paula Canalejas, Manuel de la Revilla, Menéndez Pelayo, cada uno desde su perspectiva ideológica particular coincidía en el mismo pesimismo. Según Heredia, la crisis de 1833 —desencadenada por la muerte de Fernando VII— sólo deja paso a dos novedades: la democracia y el krausismo. La primera promovida por la izquierda como una idea del todo revolucionaria y vulgar a los ojos de sectores conservadores; la segunda como “versión original del nuevo cristianismo ilustrado”. Guillermo Fraile, en Historia de la filosofía española desde la Ilustración (Madrid, 1972) coincide con esta percepción y hace su propia lista de “decepcionados”, incluyendo a Pi i Margall, a Juan Valera, María Fabié, Laureano Figuerola, Francisco de Paula Canalejas, etc.

No podemos decir que Francisco Pi i Margall fuera un autor original, porque, como casi todos, estaba precedido por las novedades políticas e intelectuales que habían tenido lugar en el resto de Europa unas décadas antes. Aunque por entonces Hegel comenzaba a ser cuestionado y sus fervientes seguidores ya no eran fervientes, Pi i Margall sostuvo un principio básico de su dialéctica histórica: “¿Concebios algo? Vemos primero su tesis, su lado positivo; más tarde su antítesis, su lado negativo, y sólo después de otro tiempo dado su síntesis; síntesis que da a su vez lugar  a otra afirmación y a otra negación; et sic de cœteris”. La misma dialéctica de inversión vuelve a usar para contestar a sus adversarios, con geométrica claridad: “Nuestro pueblo, es cierto, se ha insurreccionado cien veces en lo que va del siglo; mas se ha insurreccionado, examinadlo bien, por falta de libertad, no por la libertad de que ha gozado” Y poco más adelante concluye: “El pueblo cuanto más rudo es menos libre […] pero observad, en cambio, que la libertad, proclamada por la revolución, tiende principalmente a contrarrestar los efectos de la rudeza en ese mismo pueblo”. Esta observación lleva implícita la idea de la libertad como condición necesaria para una reformulación de la educación social; el krausismo insistirá en un proceso inverso: la educación precede al cambio, a la superación y, por ende, precede a la libertad. En este sentido, si el pensamiento de Pi era materialista —en el sentido marxista de la palabra—, el pensamiento krausista procedía de forma inversa.

Muchas de las ideas de Pi i Margall coinciden en temas, en forma y en formulaciones con aquellas que caracterizaron el pensamiento krausista en España.La reacción y la revolución, de 1854, contiene ya gran parte de las ideas políticas, sociales y teológicas que formularía Sanz del Rio en Cuestión de la filosofía novísima(1856), Discurso pronunciado en la Universidad Central (1857) y en Ideal de la Humanidad para la vida (1860). No obstante, no encontramos pruebas contundentes para sugerir siquiera que Sanz del Rio había leído con interés La reacción y la revolución. Por el contrario, un silencio casi hermético —y por ello significativo— cubre el nombre de Pi i Margall en los escritos de Sanz del Rio, hecho que no deja de ser desconcertante cuando el destino juntó a Pi y Salmerón en el fracaso de la I República, cuando escritores fuertemente influenciados por el krausismo, como Pérez Galdós, se refirieron a Pi como político y como filósofo. Pío Baroja comparó a Pi i Margall con uno de los más conocidos krausistas, lo que revela una coincidencia de contextos e ideales: “Pi i Margall no se parecía en nada a Salmerón. No era como éste, retórico y palabrero”. Pero esta escasez de referencias directas sólo confirma la idea de Ortega y Gasset sobre las generaciones, según la cual en un mismo espacio y en un mismo tiempo vital, una generación comparte creencias, ideas y esperanzas que permean cada uno de sus individuos. El propio Pi i Margall lo había dicho mucho antes con diferentes palabras: “hay pensamientos puramente sociales, verdades sociales, que en vano pretenderíamos atribuir a ningún hombre”.

Sin embargo, krausistas, revolucionarios y liberales comparten un origen en común: el pensamiento alemán de principios del siglo XIX. Al igual que Sanz del Rio, Pi i Margall se enfrentó con la aparente paradoja de (a) la historia como un proceso progresivo e inevitable y (b) la libertad humana como consecuencia de su razón. Con este propósito, dedicará el subtítulo: “Teoría de la libertad y la fatalidad, explicada por la historia general y la contemporánea española”. Al igual que los krausistas que le seguirán a La reacción y la revolución,  las preocupaciones teológicas también lo ocuparon, como fundamento insoslayable de sus convicciones sobre la historia y la humanidad: el panteísmo —panenteísmo en Sanz del Rio, una reformulación más compleja de la primera—, como respuesta al dogma católico que había perdido su destino histórico de universalidad para identificarse con un dogma estático y nacionalista.

La actitud dialéctica del joven Pi i Margall —en 1854 tenía treinta años— se parecerá mucho al “antimoralismo” que practicará Nietzsche años después: la voluntad de una antítesis radical. “Tomo la pluma para demostrar —dice, y lo repetirá varias veces a lo largo de su primer libro—  que la revolución es la paz y la reacción la guerra”. Si sus argumentos no son lógicos para probar su antítesis, al menos resultan suficientes o convincentes para inquietar la tesis conservadora, instalada en la sociedad y en la historia española. Como ejemplo puntual, se refiere a su momento, entendiendo que los conflictos entre sindicatos y patrones que se les hecha en culpa a la revolución no pueden ser resueltos por la reacción.

Su tesis fundamental está basada en el principio de “progreso histórico”. Si el progreso y la evolución de las sociedades humanas, de la historia, de la especie en sí misma es inevitable, pretender detenerla implica necesariamente violencia. Por lo tanto, con violencia debe superar el obstáculo: es la revolución necesaria, la revolución permanente. Este concepto de revolución es propio de la modernidad, pero será sustituido por los krausistas por la reforma, permanente y progresiva. De esta forma, se sintetizan las ideas de “progreso necesario” y de “instinto de conservación” —por entonces en dramático conflicto— en el concepto krausista dearmonía, como medio y como fin. Al tomarse este precepto de “armonía” como constitucional del pensamiento krausista, se deberá llevarlo a los mismos ámbitos de discusión que ya había recorrido el mismo Pi i Margall: a la política, a la historia y a la metafísica —o religión, como problemática abarcadora de todas las demás.

3. RAZóN, CONCIENCIA Y LIBERTAD

Esta preocupación por la “dinámica natural” de la historia —que equivale a decir, por  “lo inevitable”, o por la “fatalidad”—, como ya dijimos, había encontrado en Pi i Margall y en los liberales de su tiempo una salida en la revolución necesaria. “La libertad —escribió—, permítaseme la expresión, es la verdadera válvula del vapor revolucionario”. Mucho antes había advertido:

[No cortaremos el paso al progreso de la historia] cuando, adquirida ya por nuestra razón la completa conciencia de sus propias leyes [y] verificada la grande ecuación entre la libertad individual y la fatalidad de las cosas sociales, la humanidad puede dirigirse sin vacilar al cumplimiento de su objetivo.

Julián Sanz del Rio parece haber estado de acuerdo con esta idea, cuando en los mismos tiempos de la revolución de 1854 escribió, en su diario personal: “¡Oh, julio de 1854! Has de ser una Restauración liberal pura para liberarte de tus excesos”.

Una vez establecida la libertad como paradigma —como motor del proceso dialéctico de la historia y como objetivo de la humanidad en sí misma—, las consecuencias políticas son inevitables: “Un ser que lo reúne todo en sí es indudablemente soberano. El hombre, pues, todos los hombres son ingobernables. Todo poder es un absurdo. Todo hombre que extiende la mano sobre otro hombre es un tirano. Es más: es un sacrílego”. Y más adelante: “Entre dos soberanos no caben más que pactos. Autoridad y soberanía son contradictorios. A la base social autoridad debe, por lo tanto, sustituirse la base social contrato. Lo manda así la lógica”.

Ahora, este concepto nos lleva a un problema clásico que no fue resuelto en la larga historia de ideologías activistas del siglo XX, ni por su pensamiento filosófico: ¿de qué tipo de libertad estamos hablando? En primer lugar, de la libertad individual. Bien. No obstante, la persecución de esta libertad implicaba un “desequilibrio” social. Es decir, no es suficiente establecer que la libertad —el derecho— de uno termina donde comienza la libertad del otro, porque esto no sólo es tautológico sino que no define dónde está marcado ese límite. De hecho, esas fronteras suelen ser arbitrarias y dependen del poder de cada uno para extender o contraer el área de su propia libertad. Si esta libertad no está basada únicamente en el derecho que establece la igualdad de todo individuo ante la ley sino que, además —y quizás sobre todo— está basada en otro derecho, el de la propiedad, rápidamente tenderemos una desigualdad de “libertades”. ¿Es igualmente libre el que ordena que el que obedece? ¿Es igualmente libre el que vende su mano de obra que aquel que puede comprarla? ¿Es igualmente libre el que debe que el acreedor? Etcétera.

Esta contradicción se prendió resolver con otra contradicción, no menos paradójica. Durante casi todo el siglo XX, muchos intelectuales —Jean-Paul Sartre, por citar uno— creyeron afirmar la libertad individual, de una forma radical, proponiendo un Estado omnipresente que pusiera a salvo a la sociedad de relaciones feudales de poder, basadas en el siglo XX ya no en la posesión de la tierra sino en la posesión del capital, de los medios de producción (materiales) y de reproducción (ideológicos). Cien años antes Pi i Margall entendía lo contrario, aunque no contestaba a los críticos revolucionarios y progresistas sino a sus opuestos, los conservadores: “Se espera generalmente mucho de gobiernos fuertes; se debe esperar muy poco. […] Todo poder, he dicho, es tiranía y toda tiranía engendra pobreza”.

Claro que las prácticas y experimentos radicales de algunos absolutismos del siglo XX nacieron en el siglo anterior, en el siglo de las utopías. A este efecto, Pi i Margall pone como ejemplo la instauración del modelo comunista de Owens en Inglaterra, sin que esto hubiese provocado la insurrección armada. Y, de forma casi indistinta, otro experimento racialmente diferente:

Fijad ahora la vista, siquiera por un momento, en esa gran república [Estados Unidos]. Es hoy el asilo de todos los proscriptos. Cada religión levanta allí su templo […] el furierista en el falansterio, el comunista en el seno de Icaria. Nada se rechaza por utópico […] Sólo la libertad corrige allí la libertad, y ved con todo ¡qué orden! ¿qué progreso! En setenta años ha pasado aquella gran nación de tributaria a vencedora.

Este entusiasmo, claro, no deja de tener el perfil de los mismo utópicos que le precedieron. La presunción de “derechos preexistentes”, como los “derechos naturales” son, sin duda, un avance histórico. Necesarios pero no suficientes. La contradicción, el conflicto entre libertad individual y el poder social que lo limita y a veces lo restringe hasta obstruirlo —el poder del Estado o del capital— no se resuelven con la sola declaración. Pero se hace consciente al debate al formularlo de manera explícita:

¿Cómo puede ser pues el capital base y motivos de derechos que son inherentes a la calidad del hombre, que nacen en el hombre mismo? Todo hombre que tiene uso de razón es, por ser tal elector y elegible […] Puede pensar libremente, escribir libremente, enseñar libremente, hablar libremente de lo humano y lo divino, reunirse libremente […]

4. LA UNIDAD EN LA DIVERSIDAD

El fin del último reinado absolutista de Fernando VII significó también el fin de una era. No obstante, la inercia cultural retardaba la aceptación de las nuevas ideas que hacían de otros países europeos sociedades más dinámicas y económicamente más desarrolladas. No hubo, por lo tanto, lugar a una evolución más fluida en la sociedad española de mediados de siglo, sino una lucha y tensión entre una estructura tradicionalista —y reaccionaria— y otra nueva que comenzaba a ser consciente de sus posibilidades y derechos. Pi i Margall, en 1854, resumió su momento histórico de esta forma: “Cincuenta años atrás —dicen— no existía entre nosotros esta peste abominable [de los partidos políticos]; a la voz de Dios doblaban todos los españoles la rodilla, a la del rey ceñían o desceñían sus espaldas. […] La libertad nos ha traído la discordia”. La opción revolucionaria era, por lo tanto, combatir el poder —aquí de una forma casi abstracta—: “Dividiré y subdividiré el poder, lo movilizaré, y lo iré de seguro destruyendo”. Pero el poder debía ser atomizado no sólo como estrategia para su derrota, sino porque el nuevo depositario del poder era, ahora, lo que sería en el futuro uno de los problemas más difíciles de resolver: la libertad del pueblo y del individuo. “En un solo hombre se manifiesta cada una de las infinitas evoluciones del espíritu”. La idea de Humanidad y, por lo tanto, de Universalidad, cala fuerte en pensadores como Pi i Margall, por un lado, y de los krausistas por el otro. Uno verá esta reinvención francesa del cristianismo primitivo (humanidad, fraternidad, universalidad) desde un punto de vista político; los otros desde una perspectiva religiosa, casi mística, aunque sin desdeñar el compromiso social sino todo lo contrario: como para los teólogos de la liberación, cien años después, la humanidad, la sociedad, es un elemento inseparable de la salvación del individuo. La virtud dejará de ser el enclaustramiento para convertirse en la acción social, en la conciencia del individuo en la sociedad y ésta en la humanidad. Pero esta unidad en la humanidad es, al mismo tiempo, el reconocimiento y el respeto a la individualidad. El humanismo y el universalismo terminan en los derechos del hombre —y, consecuentemente, más tarde en los “derechos de la mujer”—, en el reconocimiento de la igualdad de los hombres. De igual forma, nacerá la búsqueda de la identidad nacional y regional, por lo cual podemos entender el universalismo humanista (internacionalismo) y el regionalismo (nacionalismo) como dos partes de un mismo proceso, tal como lo es el colectivismo y el individualismo, aparentemente incompatibles. Ya no serán problemas matrimoniales de reyes desconocidos, los depositarios de la voluntad de Dios, sino que la identidad del pueblo recaerá en su propia cultura. Los pueblos, los países —como los nuevos individuos— reclamarán de forma creciente ser considerados en un mismo nivel de igualdad, en su misma diversidad, y esto conducirá a los conflictos por las autonomías. “Continuad empeñándoos en sujetarlas todas [las provincias de España] a un solo tipo, y dejáis en pié otro motivo de discordia. Aumentáis el antagonismo queriendo disminuirlo. Comprimís el ingenio del vuelo nacional, cuyas manifestaciones son tanto más provechosas cuánto más diversas”. Y de forma más explícita aún:

La revolución salva también estos escollos. Ama la unidad y hasta aspira a ver realizada la de la gran familia humana; mas quiere la unidad en la variedad, rechaza esa uniformidad absurda, por la que tanto reclaman los que piden la abolición de los fueros vascongados. […] Nuestra especie es una y mil las razas a que pertenecemos; una la verdad y la belleza, y mil las formas bajo que se presentan a la inteligencia y a los sentidos.

Consecuentemente, la autonomía de las regiones en España encontraba un equivalente en América en sus independencias. Al mismo tiempo que en esta independencia de naciones había una ganancia para las partes que debían unirse en un orden mayor. Pi i Margall propone alianzas con las colonias de España e incluso con Portugal (en un sistema de república federal) Advierte que los norteamericanos amenazan a la Antillas y propone convertirlas en provincias en lugar de colonias. “[Las Antillas] hoy gime bajo el arbitrario poder de codiciosos generales, y mañana viviría bajo sus propias leyes; hoy es esclava y mañana sería libre. ¿Favorecería mañana, como hoy, los intentos de la república de Washington? ¿Nos expondría como hoy a una guerra en que, a no contar con el apoyo de otras naciones, tenemos todas las posibilidades de salir vencidos?”.

Esta unidad [la de los imperios] ha concentrado casi siempre la vida en la metrópolis, ha absorbido la de las colonias, las ha muerto. Ha apagado mil focos de actividad, ha destruido mil elementos de progreso. No ha dado al vencedor ni súbitos ni aliados; no le ha dado sino esclavos, que al verle en peligro han trabajado para hundirle más pronto en el sepulcro. Ha empobrecido y degenerado a las comarcas subyugadas, ha asesinado a la nación dominadora con las mismas riquezas arrebatadas por los soldados y los sátrapas.

Incluso, Pi i Margall va más allá de lo que se podía esperar en una España marcada por la Reconquista: elogia la diversidad en tiempos de la presencia árabe en España, cuando “las más tenían convertidas su corte en morada de las ciencias y la poesía; en todas o casi en todas se desenvolvían las artes y el comercio, las instituciones políticas, la instrucción, las leyes. El genio peninsular se desarrollaba a la sazón en todo y en todas partes”.

De la tradición francesa los progresistas y liberales españoles toman las ideas; de los países anglosajones el ejemplo. La Inglaterra, la Bélgica y “la república de Washington” se erigen como los nuevos paradigmas de la libertad. Pi se quejaba de esa falta de libertad en España desde muchos puntos de vista, como por ejemplo el religioso: “Sucede poco más o menos con nuestro monarquismo lo que con nuestras creencias religiosas. No ha habido en la cámara un solo hombre que haya tenido el suficiente valor para decir: ‘No soy católico, soy protestante o judío o musulmán o ateo’”. Pero la concepción de “unidad” en los tradicionalistas no era la misma que la de los progresistas:

La unidad religiosa, han dicho todos, ¿cómo no hemos de quererla? Que la España es toda esencialmente católica ¿quién lo niega? ¡Miserables! Da vergüenza vivir en un país donde en el siglo XIX no hay aún valor para decir lo que todos los ojos ven y todos los oídos oyen. La voz de los obispos les intimida a esos hombres que se atreven a llamarse revolucionarios.

También Sanz del Rio, en El Ideal de la vida para la humanidad participa de la idea universalista de la humanidad que trasciende los límites nacionales:

las particulares y antipáticas nacionalidades, los pueblos y las Uniones de los pueblos, separados unos de otros con límite históricos y geográficos, reconozcan entonces en esta su limitación la tendencia progresiva de la humanidad a abrazar más y más en sí su personas interiores, venciendo con laboriosos ensayos un límite tras de otro”.

En este punto Sanz del Rio coincide con Pi i Margall: “En la esfera política [es posible que] en los estados existentes en Europa pueda venir en un tiempo, y mediante los mismos, una unión superior política, p. ej., un Estado y reino europeo, en que los estados nacionales sean, aunque libres en su esfera, particulares y subordinados, no definitivos, absolutos, como lo son hoy”. Y de ahí a una unión mayor, probablemente mundial. Pero el mismo Sanz da un indicio de que esta idea ya estaba en circulación en su época: “se cree que estos Estados mayores políticos anularían la soberanía interior de los pueblos y Estados, hoy absolutos […]”. Al fin y al cabo, por un lado estaban los ejemplos de los reyes (que procedían de un país y gobernaban en otros) y, por el otro, existía el ejemplo norteamericano.

5. LA FATALIDAD DE LA HISTORIA Y LA VIOLENCIA DE SU NEGACIóN

Pi i Margall reconoce que la revolución ha acabado con la paz de las generaciones anteriores. Pero, por otra parte, es un proceso inevitable. La historia posee su propio mecanismo, su propio proyecto más allá de los individuos y de los grupos sociales. “La revolución no la hemos ido a buscar; nos la han traído los sucesos, y nos la han traído porque era necesaria”. Y más adelante, formula la misma idea con otras palabras: “Es inútil empeñarse en detener el progreso. La guerra misma difunde las ideas”.

¿Por qué pues, repito, condenáis la revolución, si esta revolución es necesaria, es decir, nos viene impuesta por la fatalidad social de nuestra misma especie? ¿Por qué acusáis a la revolución de habernos traído la desunión y las luchas de partido, si estas no son sino el resultado de nuestra libertad mal dirigida?

¿Por qué España podía prolongar su reacción? Por su propio atraso que evitaba condiciones de violencia inmediatas. El joven Pi i Margall, inmerso en las convulsiones de su propio tiempo, era consciente de una tesis que será sostenida a finales del siglo XX:

Conviene, por otra parte, observar que nuestra situación no es aún desesperada como la de Inglaterra y Francia. El pauperismo existe entre nosotros; las causas que lo producen obran aquí como en aquellos países; mas, gracias a nuestro mismo atraso y a lo poco extendida que está la industria manufacturera, la miseria no ha invadido sino un corto número de clases […] La decreciente progresión de los salarios dista mucho de haber llegado a término funesto; las perturbaciones debidas a los adelantos de las máquinas no son continuas ni aún frecuentes.

Lo cual, unida esta idea a las anteriores, produce la siguiente síntesis: “La guerra social en este país, ya que no es evitable, es aplazable”.

La diferencia teórica e ideológica entre los krausistas y los progresistas como Pi, estaba en que este último sólo veía a las revoluciones como parte del mecanismo de “ajuste” de la fatalidad de la historia; los krauisitas, en cambio, concebían laprogresión de este cambio, lo cual era afirmado por su concepto central de “armonía”. Esto, llevado de un plano teológico y místico a un plano social, simplemente significa eludir la fatalidad de las crisis —presupuesto marxista— como estado normal de las sociedades (capitalistas) en evolución. Sin embargo, Pi no hace un análisis propio del cásico materialismo dialéctico, aunque no deja de considerar que un orden social (como la misma libertad del pueblo) tienen como consecuencia un orden cultural (su mayor educación, etc.) Por el contrario, el idealismo alemán se deja ver por varias aristas de su discurso: el motor de esos cambios sociales procede de una fatalidad, de un espíritu de la historia, de su propia “naturaleza”. Luego de producido estos cambios socioeconómicos, sí, seguirán los cambios en la conciencia social, en su cultura, en sus leyes, etc. El krausismo, por el contrario veía una dinámica inversa, más propia de aquella que retomará Ortega y Gaset en el mediodía de su producción filosófica: es la cultura —la filosofía, la educación, la religión—  la que define un orden social concreto. Ambos comparten, en cambio, la idea de progreso y la necesidad de impulsarlo, antes que reaccionar contra éste.

Si diferentes son los diagnósticos, diferentes serán los pronósticos y las prescripciones. Nicolás Salmerón, un cuarto de siglo más tarde, pasada la experiencia de la I República, dirá que “es ley de nuestra raza que se anticipen las reformas políticas a las sociales”. Pero para evitar volver a caer nuevamente en “esa triste serie de reacciones y de revoluciones que son el patrimonio casi exclusivo de las razas latinas, obligados estáis a preparar la evolución económica y social que debe constituir el fondo de las instituciones democráticas, de la organización republicana”. Lo cual nos pone en perspectiva las ideas de su colega Pi i Margall —La reacción y la revolución como antítesis— y la pretendida síntesis formulada y expuesta por el krausismo: evolución sin revolución; reforma sin reacción. Así, leeremos en los escritos de Sanz del Rio frecuentes expresiones como “transformación gradual de las instituciones públicas”; “movimiento naturalprogresivo de la inteligencia”; “la noble y progresiva moral”; “educación libre, gradual,progresiva de la sociedad”, “la marcha progresiva de las sociedades humanas”, etc. El siguiente párrafo no deja dudas:

Así, aunque sus convicciones [las del hombre político ejemplar] puedan no concertar con la legislación dominante, no le niega la obediencia práctica; sus particulares ideas, sus planes de reforma social, política o administrativa procura manifestarlos y realizarlos por medios legítimos y conformes a la constitución y a las circunstancias históricas, cooperando desde su lugar por medios pacíficos para el cumplimiento de todo derecho y progreso en su pueblo.

6. EL CUESTIONAMIENTO DE LA TRADICIóN

Citando a Seco, en Gaceta oficial Carlista, de 1836, Casimiro Martí recuerda una percepción común para la época que hoy nos parece fantástica:

Desde que la revolución, para poner en movimiento las masas populares y hacerlas el fatal instrumento de sus designios, afectó destruir la sencilla y virtuosa ignorancia de las gentes, ignorancia saludable que les hiciera vivir contentas sin ambicionar destinos de superior jerarquía, desencadenándose cierto género de pasiones que hasta entonces tenía subyugadas […] ¡Cuánto más conveniente hubiera sido continuar bajo el pretendido oscurantismo y dejarse el pueblo conducir por la voluntad de los reyes!

No obstante, Joaquín Francisco Pacheco decía que la mitad del electorado sería para los carlistas si existiese el voto universal. Lo cual nos sugiere que el autoritarismo que caía sobre el pueblo no se debía tanto a la violencia estatal sino a una ideología social.

No habían sido puestos en duda ni la naturaleza de Dios ni la legitimidad de los reyes. La aristocracia, el clero, la plebe se reunían todavía bajo una misma bóveda para legislar sobre los intereses de los pueblos […] Los más ardientes revolucionarios no aspiraban, como los demócratas de hoy, a las libertades absolutas; los proletarios no exigían, como los de hoy, las reformas de las leyes sociales para ver aliviados sus padecimientos.

Mª Victoria Alberola Fioravanti, en La revolución de 1869 y la prensa Francesa, observa —al igual que Ortega y Gasset— que el siglo XIX es el siglo de la “opinión pública”. Los individuos se hicieron consciente de su emancipación, de las posibilidades de un pensamiento propio y, sobre todo, de sus derechos y deberes sobre la participación de la vida pública. Las “masas” descubren que pueden influir y determinar su propio destino.

¿Qué traía consigo la realización de esa nueva idea [de la revolución]? Traía consigo nada menos que la negación del derecho divino de los reyes, la entronización del principio de soberanía de los pueblos […] la decadencia del principio de autoridad, la intervención completa de los poderes públicos.

Pi i Margall promueve una conciencia diferente a la construida por la tradición eclesiástica, monárquica y feudal: “El pueblo no debe agradecer nada a nadie. El pueblo se lo merece todo a sí mismo”. Por su parte, Sanz del Rio advierte sobre la inmovilidad del dogma (religioso): la religión no debe estar “impuesta por estatutos históricos”; por el contrario, debe “poder ser examinada, rectificada, mejorada”Aquí hay un progresismo antidogmático, aunque no es más racional que declarativo. Cien años después, no obstante, circulaban en España monedas con la imagen del general Francisco Franco y una leyenda faraónica que lo coronaba: “Caudillo de España por la gracia de Dios”.

7. EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD

Como anotamos antes, una de los problemas más graves de la Modernidad ha sido la conciliación entre (1) la nueva reivindicación de la libertad individual, de los derechos del hombre, por un lado, y (2) la aparente necesidad de un Estado omnipresente que pudiera garantizar esas libertades, es decir, que pudiera evitar un regreso a un orden feudal, por el otro. Esta paradoja nunca fue resuelta —hoy en día está vigente—, pero en el siglo XIX liberales, anarquistas y socialistas aún mantienen intactas sus esperanzas de realizar la “liberación del pueblo”. Pi i Margall entiende que “hay pensamientos puramente sociales, verdades sociales, que en vano pretenderíamos atribuir a ningún hombre”. Lo cual, formulado como un “paradigma” o “zeitgeist” no implica grandes conflictos al entendimiento. Sin embargo, diferente a los pensadores krausistas, Pi también entiende que no hay progreso en el individuo, sino en la historia. Por otra parte, anota una observación que podría tomarse como una contradicción en esta relación individuo-sociedad: “Todo progreso, es un hecho irrecusable, empieza y ha de empezar forzosamente por la negación individual de un pensamiento colectivo”. Pi recuerda una idea común de algunos reformadores de su época —entre los cuales podemos identificar luego a los krausistas— que entendían que “sólo en la soberanía individual descansa la soberanía colectiva”, pero discrepa; luego se pregunta: “admitida la soberanía individual, ¿cómo admitir la colectiva?”.

La tesis anarquista conlleva una contradicción interna; sueña con la realización de la libertad del individuo de los otros individuos (que tradicionalmente se organizaron en instituciones de poder). Para ello promueve la eliminación de cualquier tipo de gobierno, de autoridad:

[La tradición] ha sentado sobre las ruinas de la soberanía y de la libertad de todos, las de uno, las de muchos, la de las mayorías parlamentarias, las de las mayorías populares; las sientan todavía. Su forma no ha alterado esencialmente su principio, y por esto condeno aún como tiránicos y absurdos todos los sistemas de gobierno, o lo que es igual, todas las sociedades, tales como están actualmente constituidas.

Incluso, Pi i Margall declaró que al mismo sistema republicano sólo podía aceptarlo “como una forma pasajera”. Para él, una relación “justa” entre los individuos, entre los pueblos, entre las naciones no era una relación vertical —religiosa— que ordena súbditos y autoridades; una verdadera relación de “sociedad” sólo puede basarse en un pacto social, es decir, en leyes, en normas: en el derecho.  La sociedad “es en virtud de mi consentimiento”. “El derecho, por lo tanto, lo mismo que el saber, o no existe o existe dentro de mí”. Podemos entender que la autoridad no tiene existencia propia; existe porque hay una sociedad de la cual se sirve, haciéndole creer de su preexistencia y preeminencia: “La sociedad y la autoridad, es decir, la fuerza, no puede nada sino en nuestros cuerpos, sujetos, como todo organismo, a la ley de una necesidad inevitable”. En otro momento, Pi profundiza esta deconstrucción precoz de la relación del poder y del cuerpo: “El derecho de penar, simple atributo del poder, es tan místico y tan inconsistente como el poder mismo. La ciencia no lo explica, el principio de soberanía individual lo niega”. Heredero de los ilustrados, Pi confirma la vocación de “despersonalizar” las relaciones sociales de organización, representadas anteriormente por las monarquías absolutistas —“L’État, c’est moi”, según Luis XIV—: “[Pueblo,] tus demás garantías son, no las personas, sino las instituciones”. (448)

8. EL PROGRESO DE LA HISTORIA Y LOS CAMBIOS DE PARADIGMAS

Casimiro Martí entiende que el proceso que lleva a la aceptación del pensamiento krausista se debe fundamentalmente a las condiciones sociales de un momento determinado de España:

La fatiga de la guerra civil, y la endeblez de las bases teóricas del liberalismo, dan lugar a que la corriente liberal se manifieste en España con las características del eclecticismo. Las palabras claves de la vida política durante los últimos años de la lucha civil entre carlistas y liberales, y los inmediatos que la siguieron, son «coalición, conciliación, transacción», exponente no sólo de eclecticismo, sino de manifiesta ambigüedad. [El subrayado es nuestro.]

Diferente, Pi i Margall no veía tanto el contexto concreto, la particularidad dictando sus propias reglas, escribiendo su propia historia —la circunstanciaorteguiena, la contingencia sartreana—, sino una dinámica histórica, universal, con sus leyes generales y sus reclamos inevitables. El ahora antiguo aforismo era, para él, la primera ley: lo único que permanece es el cambio. Toda idea “verdaderamente social” se transforma y se depura, inevitablemente. La historia es un ser vivo que rejuvenece sin cesar. “¿La veis degenerada?  Es que toca ya al fin de una de sus evoluciones naturales. La oís protestando con poderosa voz contra viejos abusos cometidos en su nombre?  Es que ha entrado ya en otro cuadrante de su vida”. Y enseguida una observación que demuestra su conciencia de la problemática de los significados, de los propios instrumentos de definición de las ideas y, por ende, de la historia misma: “Justicia, libertad, propiedad, gobierno, ¿qué conservan ya de la significación que en otros períodos históricos tuvieron? Cada una de estas palabras encierra en sí una historia, y hoy ya son casi la antítesis de lo que en tiempos muy antiguos fueron”.

Semejante y diferente, Sanz del Rio declaraba, tres años después, en su discurso pronunciado en la Universidad Central (1857): “miramos la tradición como una fuente de enseñanzas para las generaciones presentes, no como una norma […] que deba detener la marcha progresiva de las sociedades humanas”. No desprecia la historia, pero tampoco la acepta como regla y medida. En estas palabras vemos una voluntad conciliadora y de síntesis que caracterizó al krausismo español. Voluntad que no fue patrimonio exclusivo de éstos.

Casimiro Martí observa que también “en el interior del partido democrático, la eliminación de los resabios utópicos socializantes significó la sustitución de la influencia francesa por la alemana, que se manifestó sobre todo a través de los krausistas”. Más adelante, el mismo autor confirma la idea del krausismo en su voluntad reformista (que se opone a la idea de la “revolución necesaria” como un estado permanente del progreso de la historia): “La filosofía de los krausistas españoles, en lo que toca a la realidad social y política, es portadora de una concepción racionalista, liberal (pero no individualista sino organicista), reformistas por la vía de la evolución, y sobre todo por vías de influencia pedagógica”. Según Elías Díaz —citado por Martí—, esta inclinación del krausismo es consecuente con los intereses de la burguesía española del momento, la cual no podía estar a gusto con ninguno de los extremos: el despotismo monárquico, inmovilizador de la dinámica burguesa, y el “desorden” popular basado en las reformas abruptas.

Para Elías Díaz, las principales razones de la prevalencia de la filosofía krausista en España radican en su concordancia con la concepción del mundo y los intereses de todo tipo, propios de la burguesía liberal progresista española de la segunda mitad del siglo pasado. Entre estas concordancias, Elías Díaz destaca particularmente el afán de libertad del orden político y el intento de hacer compatible esa libertad con la defensa del orden socioeconómico basado en la propiedad privada.

9. FUNDAMENTO COSMOLóGICO: EL PANTEíSMO

El discurso de Sanz del Rio es esencialmente teológico, tradicional; no por sus ideas sobre Dios, sino por su método discursivo. Cada una de las ideas, cada una de las frases, no se deducen ni se relaciona a las anteriores ni a las posteriores sino por una profesión de fe. “Nosotros, digo otra vez, no vemos esto con nuestros ojos, pero lo sentimos más cerca, en nuestro corazón […]”. Un eclecticismo metodológico se puede observar en una especie extraña de “deducción mística”, expresada en afirmaciones de este tipo:

Aquí no se supone jamás; no se afirma más de lo que se ve directa, inmediatamente, desde la primera verdad de intuición inmediata, yo, hasta la última verdad, la intuición del ser, en la cual y por la cual existe y es posible la intuición del yo. El orden de progresión es tan circunspecto, tan rigurosamente gradual, que no es posible negar el asentimiento a cada afirmación sucesiva.

A mediados del siglo XIX, el panteísmo y sus variaciones había ganado terreno entre los  intelectuales en España. Entre estos, podría incluirse krausistas como Sanz del Rio y a otros filósofos como José Álvarez Guerra (autor de una teoría panteísta, semejante a la krausista, llamada Unidad simbólica y destino del Hombre en la Tierra, o Filosofía de la Razón, Madrid, 1837), Bonosio Piferrer (autor de El Ser y la nada, 1852) y Miguel López Martínez quien, según Guillermo Fraile, también procuró “armonizar el panteísmo con el catolicismo” en su libro Armonía del mundo racional en sus tres fases: la Humanidad, La Sociedad y la Civilización (Madrid, 1851). En el caso de Sanz del Rio, Gullermo Fraile entiende que el krausismo fue sólo una excusa —la más próxima, la que se le cruzó en el camino— en la expresión de sus ideas y sentimientos religiosos: “a los efectos religiosos probablemente hubieran sido iguales si hubiese elegido el kantismo, el hegelismo o cualquier otro”. Esta expresión, de ser acertada, estaría afirmando que más importante que la doctrina en sí fue la necesidad de recambio filosófico de la época.  Es decir, la progresiva sustitución del idealismo alemán por el positivismo francés. No obstante debemos repetir la importancia de un contexto concreto, insoslayable: la agitación entre conservadores católicos y liberales de todo tipo —republicanos, socialistas, anarquistas, etc.

También Pi i Margall se encargará de definir este aspecto religioso-metafísico en La Reacción y la Revolución. De forma explícita: “el panteísmo; es mi sistema”. Y en otro momento: “perdona, lector, si tal vez a pesar tuyo te he conducido por ese espinoso terreno metafísico. Quisiera despertar en ti una nueva creencia, y más aún que una creencia, una actividad filosófica de que por desgracia carecemos en España”. Pi i Margall no sólo suscribe el principio cartesiano de cogito ergo sum, sino que entiende que tanto el derecho como el conocimiento se realizan dentro del individuo. También la idea de Dios.

No se advierte que lo finito y lo infinito, lejos de ser contradictorios, se implican y se contienen mutuamente. No se advierte que, como lo infinito tiende necesariamente a limitarse, tiende lo finito a universalizarse y a absorberse en lo infinito […] El hombre está en Dios, Dios en el hombre.

Pero, ¿por qué esa necesidad de definir su cosmogonía, una metafísica en medio de formulaciones sociales y políticas? Simplemente porque en este momento, especialmente en España, no era posible separar política de religión. Y una cosa es fundamento y lleva a la otra. Así, irá más lejos en su crítica y en la provocación al orden social de mediados del siglo XIX: “si todo está, por consiguiente en mí, soy, repito, soberano”. Está claro que si el dogma católico es el instrumento ideológico del poder monárquico, vertical, el panteísmo —ya que no podía serlo el ateísmo— era la legitimación del individuo anárquico, que se reservaba el derecho de hablar con Dios sin intermediarios.

Al igual que lo harán los krausistas unos años después, Pi relacionará su concepción panteísta a una relación “armónica” entre el individuo y el todo (Dios): “si a algo me siento aquí obligado, es a poner en armonía la libertad con el panteísmo”. (El subrayado es nuestro.) Julián Sanz del Rio, a poco de instalado en su cátedra de la universidad en Madrid, dejó en su diario reflexiones sobre la revolución de junio de 1854, la que llamó “Restauración”. Diferente al ánimo de Pi pero bajo los mismos principios metodológicos, Sanz del Rio anotó: “el pueblo que sabe creer y no pensar, no puede sistematizar su libertad”. La creencia, llevada a la esfera social, es un reconocimiento sumiso de la revelación, de la Ley, del orden monárquico y vertical de la iglesia católica; el pensar, en cambio, exige una participación activa del individuo, obediente sólo a las reglas de un sistema racional, universal, pero nunca particular, partidario, relativo y personal. Este sistematizar será, en gran parte para el krausismo, tener la capacidad de poner en “armonía” en un todo los valores y las verdades relativas.

El panteísmo de Pi formulado en la frase —y en uso de las mismas palabras de Sanz del Rio— “como lo infinito tiende necesariamente a limitarse, tiende lo finito a universalizarse y a absorberse en lo infinito” encuentra su traducción (geo)política en la unión de las naciones soberanas, independientes. Para Pi i Margall, los individuos y las naciones se identifican bajo una misma ley humanista: “entre dos soberanos no caben más que pactos. Autoridad y soberanía son contradictorios. A la base social autoridad debe, por lo tanto, sustituirse la base social contrato. Lo manda así la lógica”. Semejantes, serán las ideas de los krausistas y las de Sanz del Rio: “Únete a Portugal —escribió éste en su diario— como un hermano a otro hermano; como los dos brazos de un pueblo que fueron separados por Alfonso VI y Felipe IV”.

En El krausismo español desde dentro, Martín Buezas transcribe las siguientes palabras del diario de Sanz del Rio, las cuales adelantan uno de los principios de los teólogos de la liberación:

En la Edad Media, en el silencio del mundo, el hombre gozaba de Dios […] Dios quiere ser hallado por el hombre en el Mundo y en las relaciones simples y dobles del mundo; pero no permite ser gozado inmediatamente con un corazón egoísta y relativamente inútil.

Y más adelante, apunta: “Vida del Clero: ociosidad; riqueza sin proporción al trabajo: influencia fácil sobre le pueblo creyente”.

Como ya anotamos, la formulación metafísica y la elección del panteísmo —cuando no el panenteísmo— serán, por un lado, un requisito de la época y, por otro, una necesidad de reforma. De forma paradójica, el credo cristiano y el credo humanista, que alguna vez estuvieron en armonía y fueron separados por la tradición eclesiástica, vuelven a encontrarse en la Modernidad para provocar una profunda crisis. De esta confrontación surgirá el conflicto armado o la síntesis armónica. El “racionalismo armónico” de Sanz del Rio es otra muestra de esta voluntad de síntesis: el racionalismo es aquí una forma del gnosticismo: se opone a la revelación, a la autoridad; es un perpetuo camino de ascenso, de perfección. Es la razón de la Ilustración sin sus pretensiones autárticas, idolátricas, laicas o ateas. “La verdad no se prueba por el número, ni se prueba por la tradición, ni se prueba por la autoridad”.

El racionalismo armónico [no lleva] al materialismo, como la negación del espíritu; ni al idealismo, como la negación del mundo exterior; ni al fatalismo, como negación de la libertad; ni al ateísmo, como la negación de Dios. El racionalismo armónico no es exclusivo, ni negativo, ni opositivo; sino que primeramente es uno, y ajo la unidad es interiormente relativo. Reconoce todos los principios constitutivos del hombre y del mundo.

Luego de definir las bases del “racionalismo armónico” y sus implicaciones metafísicas, Sanz del Rio derivará —en orden inverso al expuesto por Pi i Margall— al hecho político. Una consecuencia de estos principios será la “patria universal […] la libertad de pensamiento, de prensa, de enseñanza, de asociación”. Lo que nos recuerda a los principios revindicados por el catalán en 1854, pero a través de una “transformación gradual de las instituciones políticas”. En lo que atañe a las instituciones sociales ambos, Sanz y Pi, llegan a las mismas conclusiones aunque por caminos diferentes. También los krausistas declaran “injusta e invasora la pretensión del Estado de sujetar a su competencia e intervención toda la actividad social: la centralización como sistema de gobierno daña a la educación libre”. También en lo que tocaba a derecho natural ambas corrientes estarían de acuerdo: “todo hombre tiene derechos absolutos, imprescindibles, que derivan de su propia naturaleza, y no de la voluntad, el interés o la convención de sus semejantes”.

Aunque, en el fondo, todo pensamiento es ecléctico —como toda raza es mestiza, etc.— podemos considerar al krausismo como un movimiento ecléctico, en el sentido tradicional de la palabra. No obstante los krausistas no prefirieron este término sino otro más elegante: armónico. Su fórmula sería, según Krause, “unir sin confundir y distinguir sin separar”. Fórmula asentada en un antiguo precepto —desde Heráclito hasta Platón— que Ramón de Campoamor define como la “substancia única: lo vario es siempre aparente; lo real es invariablemente siempre uno”.

10. CONCLUSIONES

Como hemos visto en este ensayo, el krausismo no fue un movimiento revolucionario ni portador de ideas novedosas. Su vocación, desde el inicio, fue pedagógica: sustituir el sermón por la didáctica, la tradición estática por la progresión, la fragmentación por la unidad, la reacción y la revolución por el consenso. Su lectura de la realidad, su concepción cosmológica compartía con el pensamiento de Pi i Marall el idealismo alemán; ambos diferían en su lectura de esta dinámica cósmica: para los primeros la cultura era el motor de los cambios sociales y se debía actuar sobre ellos para evitar el conflicto y promover un proceso “natural” de la historia; para los otros, para Pi, los cambios infraestructurales precedían los demás cambios; la cultura, la tradición, en todo caso, significaban más un obstáculo que un beneficio para el pueblo. El espíritu krausista tendrá un continuador, en cierta forma, en la actitud de Ortega y Gasset quien hará una defensa al “derecho de continuidad”. En las mismas páginas de Faro, bajo el título “La reforma liberal”, Ortega advertirá: “Tampoco la realización del ideal necesita de la destrucción de la realidad: cambiarla es suficiente”. La voluntad del krausismo fue, en cada momento, la voluntad de síntesis debida más que a un quehacer filosófico tradicional a las condicionantes sociales de la España del siglo XIX. Es decir, a lacircunstancia orteguiana. Su fracaso fue como todo fracaso humano: relativo. Su éxito, también.

© Jorge Majfud

Lincoln University

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11. BIBLIOGRAFíA CITADA

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12. BIBLIOGRAFíA SUGERIDA

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Trujillo, Gumersindo. Introducción al federalismo español. Pi y Margall y los orígenes del federalismo español. Madrid: Tecnos, 1965.

Notas

El mismo año aparece la traducción de Sanz del Rio, del alemán, Compendio de Historia Universal, del Dr. Jorge Weber. Según Guillermo Fraile, en Historia de la filosofía española desde la Ilustración. Madrid: Biblioteca de autores cristianos, 1972, el libro de Pi i Margall “aprovecha la libertad de imprenta [y] desahoga a su gusto su sectarismo anticristiano”. (pág., 79) Éste es el estilo predominante en la literatura crítica editada en España hasta el franquismo.

José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas. Madrid: Colección Austral, 1958.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución [1854], pág., 65.

Descalificación que, por otra parte, era el estilo público y literario de su época y que abarcó a Ortega y Gasset a su momento, cuando éste escribió elogiosamente sobre el krausismo español. Rodríguez García Loredo, en su voluminoso libro El “esfuerzo medular” del Kraussimo frente a la obra gigante de Menéndez Pelayo, censura el siguiente párrafo de Ortega y Gasset:  “Por los años 70 quisieron los krausistas, único esfuerzo medular que ha gozado España en el último silgo, someter el intelecto y el corazón de sus compatriotas a la disciplina germánica. Mas el engaño no fructificó [gracias  a “nuestro catolicismo”] (pág., 19) Y más adelante: “Puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que el más rudo golpe y la mayor ruptura inferidos a nuestro sublime ideal católico, a nuestra gloriosa tradición científica y a la unidad nacional de España provienen del krausismo y la “Institución libre de enseñanza”. (pág., 27) Para Rodríguez García Loredo el sistema krausista era un “panteísmo psicológico, irracional y absurdo”. (pág., 28) “¡Qué enorme atraso mental demuestra este pobre hombre!”. (pág., 28) [Sanz del Rio] Mientras que uno de los méritos de Marcelino Menéndez Pelayo consistió en “recordar a los españoles cómo la clave de su grandeza reside en la ardiente y común profesión de la fé católica, que hizo a España “una nación de teólogos armados” y un segundo “pueblo escogido para ser la espada y el brazo de Dios”. (pág., 218) Más adelante encontramos de forma explícita su posición política e ideológica: “Casi huelga decir que esos vaticinios de Menéndez Pelayo —sobre el seguimiento de España en el orden religioso, científico, etc.— comenzaron a cumplirse en el año 1936, año en que también se inició la liberadora Cruzada contra los enemigos de nuestra Religión, de nuestra historia, de nuestra ciencia, de nuestro ideario político, social, etc., etc.” (pág., 221)

Marcelino Menéndez-Pelayo. “El krausismo”. [1882] Proyecto Ensayo Hispánico, http://www.ensayistas.org

Guillermo Fraile. Historia de la filosofía española desde la Ilustración, pág., 129.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución [1854], pág., 145.

Op. cit. pág., 292.

Antonio Heredia Soriano. “El krausismo español”. Proyecto Ensayo Hispánico, http://www.ensayistas.org

Guillermo Fraile, Historia de la filosofía española desde la Ilustración pág., 68-70. A comienzos del siglo XX el panorama no era percibido de otra forma. En 1909, Ortega y Gasset había advertido que “tras una generación inepta no puede venir una generación potente, tras una generación de distraídos, sólo es posible una generación de vanidosos […] nuestro padres nos han dado ya muertas algunas partes de nuestras almas y no lograremos galvanizarlas”. (José Ortega y Gasset. Antología. Edición de Pedro Cerezo Galán. Barcelona: Península, 1991, pág. 50) Para concluir: “Hemos perdido la arcaicas virtudes y aún no hemos llegado a los gustos modernos”. (pág., 51) Pasado la mitad del siglo, en pleno Franquismo se publicará lo inverso, pero desde fuera de la perspectiva de la Modernidad, recurriendo a un discurso medieval de la época de la Reconquista. Para Rodríguez y García Loredo (El “esfuerzo medular” del Kraussimo frente a la obra gigante de Menéndez Pelayo. Oviedo, España: La Cruz, 1961, pág., 218).

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 126.

Op. cit. pág., 273. Para comprender la dinámica de las rebeliones en este momento, es necesario tener en cuenta que la constitución de 1845 establecía una clase “económicamente apta” para el disfrute de los derechos políticos. Esta aptitud estaba estratégicamente definida por “aquellos que tenían algo que perder” y que, por lo tanto, estaban “interesados en el mantenimiento del orden público”. Es decir, un sector privilegiado de propietarios. Según esta definición de ciudadanos, los que estaban aptos para intervenir en la vida política era un 1,02% (en 1858) y un 2,67% (en 1865) El número de artesanos, sirvientes y jornaleros era de algo más del 20%. Según algunos autores, ésta era una de las explicaciones para la débil base del liberalismo español que pretendía universalizar los derechos del ciudadano. (Casimiro Martí. “Afianzamiento y despliegue del sistema liberal” Revolución burguesa, oligarquía y constitucionalismo (1834-1932) Ed. Dirigida pro Manuel Tuñón de Lara, Tomo VIII. Barcelona: Editorial Labor, 1981. pág., 187-188.)

Op. cit. pág., 273.

Este partir de lo supraestructural como motor de la dinámica social e histórica, será una característica radical en el pensamiento de Ortega y Gasset quien, precisamente, escribió elogiosamente sobre el krausismo como una de las pocas fuerzas intelectuales rescatables de la España pasada. No obstante, al igual que la paradoja de igualdad y/o libertad de los individuos en sociedad, al igual que la antigua disputa entre cultura y/o infraestructura, aquí es muy difícil negar ambas o ninguna; por el contrario, parecería necesaria una nueva síntesis que reconociera una relación simbiótica entre ambas dimensiones.

Ver Benito Pérez Galdós. Los artículos políticos en la Revista de España, 1871-1872, pág., 108-109.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 13.

Las convicciones propias tienen vigencia individual. Pero las “ideas del tiempo” (Zeitgeist) pertenecen a un “sujeto anónimo”, a la sociedad, con las que debo contar; gran parte de mis propias convicciones proceden de la sociedad. En un solo momento conviven al menos tres generaciones: gracias a este “desequilibrio” la historia cambia, se mueve. («Idea de las generaciones», El tema de nuestro tiempo [1923] http://www.ensayistas.)

Op. cit. pág., 120.

Op. cit. pág., 115.

Op. cit. pág., 65.

Op. cit. pág., 271.

El primer Ortega y Gasset lo formuló así: “La conservación es un instinto, el instinto más radical: por eso hay siempre conservadores, porque es natural. Liberalismo es, por el contrario, superación de todos los instintos sociales, domesticación de la naturaleza: por eso, en el pleno sentido de la palabra, hay tan pocos liberales en España, porque el liberalismo es cultural”. José Ortega y Gasset. Vieja y nueva política. Escritos políticos, I (1908/1918) Madrid: Ediciones de la Revista de Occidente, 1973, pág., 68.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 274.

Op. cit. pág., 127.

Buezas, Fernando Marín. El krausismo español desde dentro. Madrid: editorial Tecnos, 1978, pág., 161.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 246.

Idem.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 273. Paradójicamente, veinte años más tarde, cuando Pi i Margall alcance la presidencia de la I República, Pérez Galdós lo acusará de autoritario. “Parece que hasta los más alborotados inclinan la frente ante el dictador, lo cual prueba que los partidos que llevan al último límite la representación, son los primeros que abdican toda iniciativa en manos de una autoridad personal”. (Benito Pérez Galdós. Los artículos políticos en la Revista de España, 1871-1872. Lexinton, KY: Dendle y Schraibman, 1982, pág., 108) El artículo original fue publicado en Revista Política, Tomo XXVI, 13 de mayo de 1872, número 101, págs. 136-146.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 274.

Op. cit. pág., 275.

Ortega y Gasset, a principios del siglo XX, ejemplificaba este punto de la siguiente forma y (todavía) desde un punto de vista “revolucionario-liberal”, semejante al de Pi y que perderá más tarde: “Cree el liberalismo que ningún régimen social es definitivamente justo: siempre la norma o la idea de justicia reclama un más allá, un derecho humano aún no reconocido y que, por tanto, trasciende, rebosa de la constitución escrita. […] El derecho a transformar las constituciones es un derecho sobreconstitucional, no es un derecho escrito. […] a ese derecho sobreconstitucional que es a su vez un sagrado deber, llamo revolución”. (José Ortega y Gasset.Vieja y nueva política. Escritos políticos, I (1908/1918) Madrid: Ediciones de la Revista de Occidente, 1973. pág., 25)

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 447.

Op. cit. pág., 115.

Op. cit pág., 249.

Op. cit. pág., 251.

Ver ensayo de Ribera, Ricardo. Proyecto Ensayo Hispánico, “Romero y Ellacuría:
el santo y el sabio” http://www.ensayistas.org.

Op. cot. pág., 267.

Idem.

Una problematización de este punto se puede encontrar en Josep Conangla i Fontanilles.Cuba y Pi y Margall. La Habana 1947.

Ver Antoni Juglar. Pi i Margall y el federalismo español. Madrid: Tesaurus, 1975 e Isidre Moles. Ideario de Pi y Margall. Madrid: Península, 1996.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 270.

Idem.

Op. cit. pág., 167.

Op. cit. pág., 268.

Op. cit. pág., 274.

Op. cit. pág., 279.

Op. cit pág., 280.

Julián Sanz del Rio. Ideal de la humanidad para la vida. [1860] Proyecto Ensayo Hispánico, http://www.ensayistas.org

Julián Sanz del Rio. Ideal de la humanidad para la vida. http://www.ensayistas.org

Idem.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 115.

Op. cit. pág., 116.

Op. cit. pág., 121.

Op. cit. pág., 127.

Para una ampliación documentada de la situación socioeconómica de este momento, verHistoria de España. Dirigida por el profesor Manuel Tuñón de Lara. Tomo VIII. Barcelona: Editorial Labor, 1981.

Op. cit. pág., 273.

Idem.

Antonio Heredia Soriano. “El krausismo español”. http://www.ensayistas.org

Ver C.A.M Hennessy. The Federal Republic in Spain; Pi y Margall and The Federal Republican movement, 1868-74. Oxford: Charleston Press, 1962.

Julián Sanz del Rio. Ideal de la humanidad para la vida. [1860] Proyecto Ensayo Hispánico, http://www.ensayistas.org

Casimiro Martí. “Afianzamiento y despliegue del sistema liberal”. Revolución burguesa, oligarquía y constitucionalismo (1834-1932) Ed. Dirigida pro Manuel Tuñón de Lara, Tomo VIII. Barcelona: Editorial Labor, 1981. pág., 177. Años después, Ortega y Gasset pasará por sus propias revoluciones y reacciones personales. En La rebelión de las masas escribirá pensamientos o impresiones de este tipo: “[Antes] ciertos placeres de carácter artístico y lujoso, o bien las funciones de gobierno y de juicio político sobre los asuntos públicos […] eran ejercidas estas actividades especiales por minorías calificadas —calificadas, por lo menos en pretensión—. La masa no pretendía intervenir en ellas: se daba cuenta de que si quería intervenir tendría, congruentemente, que adquirir esas dotes especiales y dejar de ser masa. Conocía su papel en una saludable dinámica social.”. (José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas. Madrid: Colección Austral, 1958, pág., 39) Más de diez años antes, en 1916, en las páginas de El Espectador el mismo Ortega, después de abandonar sus pretensiones socialistas y revolucionarias, había escrito, con nostalgia: “[Antes] el hombre del pueblo […] cuando veía pasar una duquesa en su carroza se extasiaba, y le era grato cavar la tierra de un planeta donde se ven, por veces, tan lindos espectáculos transeúntes”. Recurriendo a las lecturas de Nietzsche sobre el resentimiento —ressentiment, como aquel que niega las cualidades de las que carece—, Ortega concluye con un romanticismo pastoril: antes, “el hombre de pueblo no se despreciaba a sí mismo: se sabía distinto y menor que la clase noble; pero no mordía su pecho el venenoso ‘resentimiento’”. (José Ortega y Gasset. El Espectador (Antología). Selección y prólogo de Paulino Garragorri. Madrid: Alianza Editorial, 1980, pág., 35.) Los subrayados son nuestros.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 116.

Mª Victoria Alberola Fioravanti. La revolución de 1869 y la prensa Francesa. Madrid: Editora Nacional, 1973, pág., 15.

Op. cit. pág., 127. No obstante, Fioravanti cuestiona que aquello que se consideraba “libertad de conciencia”, por entonces, no era más que “libertad de imprenta”. (pág., 146)

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 450.

Julián Sanz del Rio. “Discurso pronunciado en la Universidad Central. Inauguración del año académico de 1857 a 1858” [1857]. http://www.ensayistas.org

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 120.

Op. cit. pág., 252. Aquí podemos entender “pensamiento colectivo” como “tradición”.

Idem.

Op. cit. pág., 248.

Op. cit pág., 273.

Sin definir este término —¿qué es justicia?— se mantiene indefinida toda la teoría que se sirve de él. La teoría usa este concepto preestablecido en parte por una tradición determinada y, al mismo tiempo, la redefine (De este problema ya nos ocupamos en nuestro bosquejo de una teoría de los Campos Semánticos) Es decir, el corolario usa un axioma como base y punto de partida de una teoría —aquí estoy usando el modelo de los teoremas matemáticos—, pero no tiene otra opción que modificarlo en su propia formulación. Ninguna teoría humanística puede escapar alguna vez a este círculo relativo.

Op. cit. pág., 148.

Op. cit. pág., 250.

Como el valor del dinero, es simbólico; no depende más del acreedor que del deudor que reconoce este valor, esta relación.

Op. cit. pág., 251.

Op. cit. pág., 260.

Op. cit pág., 448.

Casimiro Martí. Revolución burguesa, oligarquía y constitucionalismo (1834-1932), pág., 204.

“En un solo hombre se manifiesta cada una de las infinitas evoluciones del espíritu”. (pág., 251)

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 122. Estos son otros ejemplos que Ortega y Gasset reformulará y presentará como propios: (1) cada generación es como una caravana. Dentro de una carreta va el hombre prisionero pero secretamente voluntario y satisfecho. De vez en cuando se ve cruzar otra caravana de perfil extranjero, enloquecida: es otra generación: (2) por otra parte, la observación de Pi sobre el lenguaje y las palabras también coinciden con las presentadas por Ortega en la misma conferencia de 1933: la ventaja del lenguaje consiste en ofrecer un soporte material al pensamiento; pero, al mismo tiempo, lleva con ello una desventaja: tiende a suplantarlo. (Generación, Ensayo)

Julián Sanz del Rio. “Discurso pronunciado en la Universidad Central” [1857]. http://www.ensayistas.org

Casimiro Martí. Revolución burguesa, oligarquía y constitucionalismo (1834-1932), pág., 205.

Op. cit. pág., 205.

Idem.

Guillermo Fraile. Historia de la filosofía española desde la Ilustración, pág., 131.

Guillermo Fraile. Historia de la filosofía española desde la Ilustración, pág., 83.

Op. cit. pág., 129.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 283.

Op. cit. pág., 292.

Op. cit. pág., 290.

Op. cit. pág., 251.

Op. cit. pág., 292.

Fernando Marín Buezas. El krausismo español desde dentro, pág., 160.

Guillermo Fraile. Historia de la filosofía española desde la Ilustración, pág., 132.

Franciso Pi i Margall. Reacción y revolución, pág., 146.

Fernando Marín Buezas. El krausismo español desde dentro, pág., 161.

Op. cit. pág., 125.

Op. cit. pág., 135.

Campoamor llamaba a los krausistas “los caballeros de la lenteja” (Revista Europea, Nº 62, 9 de mayo de 1875 y nº 65, del 23 de mayo; Nº 73, del 18 de julio), en referencia a la metáfora usada por Sanz del Rio para explicar la idea del panenteísmo, según la cual la humanidad era la síntesis perfecta entre la naturaleza y el espíritu. Según Campoamor, los krausistas han hecho retroceder cien años por lo menos la educación filosófica de España” (Fraile, 123). Lo cual, visto desde la perspectiva franquista es estrictamente cierto.

Julián Sanz del Rio. “Racionalismo armónico, definición y principios” [1860] http://www.ensayistas.org

Idem.

No es extraño que aún los socialistas del siglo XIX simpatizaran más con los anarquistas y liberales que con una “dictadura del proletariado”: el Estado era la representación de la opresión; y en la propuesta que se materializaría en el siglo XX esta alternativa no sería más liberadora que opresora.

Idem.

José Luis Gómez-Martínez. “Panenteísmo”. Proyecto Ensayo Hispánico. http://www.ensayistas.org

José Ortega y Gasset. Vieja y nueva política. Escritos políticos, I (1908/1918), pág. 29.

Cornel West: La audacia de la crítica

Cover of "Hope on a Tightrope: Words and ...

Cover of Hope on a Tightrope: Words and Wisdom

Milenio (Mexico)

La Republica (Uruguay)

Cornel West:


La audacia de la crítica

Con su inconfundible estilo de afro sin blanquear, Cornel West, el autor deRace Matters (1993), levanta a la gente por donde pasa. No usa peluca ni se alisa el pelo. No se ha dejado engordar. Es un provocador de la talla de Noam Chomsky pero cuando habla desborda energía física: es un trueno que habla con todo su cuerpo. Suele vestir un austero traje negro que acomoda por detrás del cuello con un tic que anuncia una conclusión en forma de pregunta.

A diferencia de Noam Chomsky, West combina el ritmo y la pasión proselitista del pastor norteamericano con la protesta aguda del activista. Es lo que se conoce como “profesor estrella”, género casi desconocido en America latina y que en las populosas clases universitarias de Europa y Estados Unidos le hacen sombra a las estrellas de Hollywood o de la NBA. Frantz Fanon fue otro filósofo negro que dejó una huella indeleble en el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX, reconocido por Jean-Paul Sartre y practicado por Ernesto Che Guevara y Paulo Freire en América Latina. Pero el psiquiatra caribeño-argelino, autor del precoz ensayo postcolonialista Peau noire, masques blancs (1952) no recibió en vida el crédito que hoy la academia norteamericana le reconoce sino persecución, descrédito y, por momentos, injusto olvido. Cuando no la burla propagandística de la derecha latinoamericana.

Como Friedrich Nietzsche, Cornel West es un profesor y filosofo de combate. Como Nietzsche, combina en sus intereses y convicciones el pensamiento y la música. Pero West es un rebelde cristiano. Si en Nietzsche la palabra es poder, en West es justicia, “la forma que toma el amor en público”. Lejos de la definición nietzscheana del cristianismo tradicional y lejos también de la teología de humillaciónde la tradición europea, en West el cristianismo retoma los valores que debió tener antes de Constantino.

En su último libro, Hope On a Tightrope (La esperanza en la cuerda floja), West vuelve en un estilo poco académico. Pero este estilo de lectura fácil, elegante, más próximo a Kahlil Gibran que a Edward Said, sin conceptos complejos, tiene la virtud de la comunicación popular. Casi no hay personaje histórico que no sea fácilmente reconocido por lectores no especializados. Entre sus páginas Napoleón y tantos otros dejan de ser grandes sin el criterio militar que escribió la historia para los textos de educación primaria. “Occidente llama grande a Churchill —anota West—. Él creía que los negros eran subhumanos. Estaba con Mussolini. Fue grande resistiendo a los nazis para el imperio británico. Puedo reconocérselo. […] Pero no piense usted que solo porque su sufrimiento está en el centro de su discusión por eso puede pasar por alto el mío” (167).

Su perfil de cristiano vuelto intelectual critico y radical se resume en la frase que nos recuerda, literalmente pero sin Dios, a Che Guevara: “Cualquier resistencia a la injusticia, sea en Estados Unidos, en Egipto, en Cuba, en Arabia Saudita, es una actividad dirigida por Dios, porque la indignación contra el trato cruel de cualquier grupo de personas es un eco de la voz divina para todos aquellos de nosotros que consideramos la cruz con seriedad” (169). Luego: “MLK lo dijo claramente cuando dijo que ‘la matanza criminal de los vietnamitas, especialmente los niños, es un signo de la brutalidad americana” (169). Tres días antes de su asesinato, MLK había preparado un discurso llamado “Por qué America se puede ir al infierno” (170). Pero la desmemoria histórica es un instrumento de gran utilidad. “En 1969 los Panteras Negras solían leer en público algunos fragmentos de la declaración de independencia. Y eso molestaba a la gente. Yo escuché a Huey Newton leer esto cuando salió de prisión. La gente decía, ‘¿Qué doctrina revolucionaria nos está leyendo ahora?’ Era la Declaración de Independencia de Jefferson” (173).

Refiriéndose al jazz, el blues y el hip-hop como formas de expresión, escape y reivindicación de las clases negras oprimidas, hoy adoptados mundialmente, West entiende que “ninguna otra clase social en Estados Unidos puede considerarse creadora de la más importante fuerza cultural en el planeta” (179). Lo cual es erróneo si consideramos que, precisamente Hollywood y otras industrias culturales, diseñadas para consolidar la supremacía que se critica, la supremacía imperial, ha sido de hecho la fuerza cultural más importante del mundo, creado por la clase dominante norteamericana.

Con respecto a las Américas del Sur, West recuerda por donde va que “Estados Unidos ha intervenido militarmente en América latina más de cien veces en los últimos 162 años. Es muy difícil para un gobierno luchar contra el terrorismo con la democracia, cuando ha institucionalizado políticas militaristas que con frecuencia han apoyado regimenes antidemocráticos cuando no ha derribado regimenes democráticos. La ‘seguridad nacional’ se ha vuelto más que un término elástico. Ahora justifica la agresión imperial estadounidense e invasiones preventivas y guerras en nombre de la democracia. Pero la tiranía nunca puede ser promovida como democracia” (179).

Otros aforismos breves, simples, anotaciones al margen acompañan el último libro de West que alude al título y a la muletilla más conocida de uno de los amigos del autor, el presidente Barack Obama (The Audacity of Hope, 2006/La audacia de la esperanza). Pero cuando habla, West no es condescendiente con su “hermano” Obama. Todo lo contrario. Pocos días atrás, en la capilla de Lincoln University definió el problema de una forma simple: no hay que mirar si hay un negro en la cúpula sino cuantos negros hay todavía en el sótano. Quizás los académicos se aburran leyendo frases como “solo más democracia puede mejorar la suerte de las victimas de la democracia americana”.

Pero el West oral es bastante más persuasivo que el West escrito, lo que ya es demasiado. Cierta vez, en una mesa redonda sobre Setiembre 11, Bill Maher le preguntó si creía en las teorías de la conspiración. West respondió con un estilo que refleja su filosa inteligencia: “No. Yo sé que el mundo es un lugar misterioso. Sé que suelen tomarse decisiones en secreto. Pero no creo en ninguna conspiración”.

Cuando un estudiante le preguntó por qué enseñaba en la elitista Princeton University, Cornel West confirmó: todos podemos hacer algo desde cualquier lugar donde estemos. Sin duda, esa voz se escucha más fuerte desde Princeton. Por lo menos para las masas, se escucha más fuerte que valiente y también lúcida voz de Frantz Fanon, por un tiempo apagada entre el polvo de Argelia, reverberando como un susurro entre los anaqueles de las faraónicas bibliotecas norteamericanas.

Jorge Majfud

Lincoln University, april 2009.

Eduardo Galeano

LOS OJOS ABIERTOS DE AMERICA LATINA

Son muy pocos los casos de escritores que sostienen una total indiferencia por la ética de su trabajo. No son pocos los que han entendido que en la práctica literaria es posible separar la ética de la estética. Jorge Luis Borges, no sin maestría, practicó una forma de política de la neutralidad estética y quizás estuvo convencido de esta posibilidad. Así, el universalismo del precoz posmodernismo borgeano no era otra cosa que el mismo eurocentrismo de la Era Moderna matizado con el exotismo propio de un imperio que, como el británico, se aferraba con la nostalgia de viejo decadente a los misterios de la India sometida y de las noches de una Arabia fuera de los peligros de la historia. No era el reconocimiento de la diversidad –de la igual libertad– sino la confirmación de la superioridad del canon europeo adornado con souvenirs y botines de guerra.

Quizás hubo un tiempo en que verdad, ética y estética eran lo mismo. Quizás fueron los tiempos del mito. También ha sido un rasgo propio de lo que llamamos literatura del compromiso. No una literatura hecha para la política sino una literatura integral, donde el texto y el autor, la ética y la estética van juntos; donde literatura y metaliteratura son la misma cosa. Diferente ha sido el pensamiento publicitario de la posmodernidad, estratégicamente fragmentado sin conexiones posibles. Legitimados por esta moda cultural, los críticos del establishment se dedicaron a rechazar cualquier valor político, ético o epistemológico de un texto literario. Para este tipo de superstición, el autor, su contexto, sus prejuicios y los prejuicios de los lectores quedaban fuera del texto puro, destilado de toda contaminación humana. Pero ¿qué quedaría de un texto si le quitamos todo lo metaliterario? ¿Por qué el mármol, el terciopelo o el sexo repetido hasta el vacío habrían de ser más literarios que el erotismo, un drama social o la lucha por la verdad histórica? Rodolfo Walsh dijo que una máquina de escribir podía ser un abanico o una pistola. ¿No ha sido esta fragmentación y posterior destilación una estrategia crítica para convertir la escritura en un juego inocente, en un calmante más que en un instrumento de inquisición contra la musculatura del poder?

En su nuevo libro Eduardo Galeano contesta estas preguntas con su inconfundible estilo –Borges reconocería: con amable desdén–, sin ocuparse de ellas. Como sus libros anteriores desde Días y noches de amor y de guerra (1978), Espejos está organizado con la fragmentación posmoderna de la cápsula breve. No obstante todo el libro, como el resto de su obra, muestra una inquebrantable unidad. Su estética y sus convicciones éticas también. Aun en medio de las más violentas tormentas ideológicas que sacudieron la más reciente historia, esta nave no se ha resquebrajado.

Espejos amplía a otros continentes el área geográfica de América latina que había caracterizado por décadas el interés principal de Eduardo Galeano. Su técnica narrativa es la misma que de la trilogía Memoria del Fuego (1982-1986): con un narrador impersonal que cumple con el propósito de aproximarse a la voz anónima y plural de “los otros” y evitando la anécdota personal, con un orden temático algunas veces y con un orden cronológico casi siempre, el libro se inicia con los mitos cosmogónicos y culmina en nuestros tiempos. Cada breve texto es una reflexión ética, casi siempre reveladora de una realidad dolorosa y con el invalorable consuelo de la belleza de la narración. Quizás no otro es el principio de la tragedia griega: la lección y la conmoción, la esperanza y la resignación o la lección mayor del fracaso. Como en sus libros anteriores, el paradigma del escritor comprometido latinoamericano, y sobre todo el paradigma de Eduardo Galeano, parece reconstruirse una vez más: la historia puede progresar, pero ese progreso ético-estético tiene por destino utópico el origen mítico y por instrumentos de lucha la memoria y la conciencia de la opresión. El progreso consiste en una regeneración, en la recreación de la humanidad tal como lo hiciera el más sabio, justo y vulnerable de los dioses amerindios, el hombre-dios Quetzalcóatl.

Si quitásemos el código ético desde el cual se realiza la lectura de cada texto, Espejos estallaría en fragmentos brillantes; pero no reflejarían nada. Si quitásemos la maestría estética con la cual fue escrito este libro dejaría de ser memorable. Como los mitos, como el pensamiento mítico que reivindica su autor, no hay forma de separar una parte del todo sin alterar el sagrado orden del cosmos. Cada parte no es sólo un fragmento alienado sino una pequeña pieza que ha desenterrado un arqueólogo consecuente. La pequeña pieza vale por sí sola, pero mucho más vale por los otros fragmentos que han sido ordenados y éstos valen aún más por aquellos fragmentos que se han perdido y que ahora se revelan por los espacios vacíos que se han formado, revelando el jarrón, toda una civilización sepultada por el viento y la barbarie.

La primera ley del narrador, no aburrir, se cumple. La primera ley del intelectual comprometido también: en ningún caso la diversión se convierte en narcótico sino en lúcido placer estético.

Espejos ha sido publicada este año simultáneamente en España, México y Argentina por Siglo XXI, y en Uruguay por Ediciones del Chanchito. Esta última continúa una colección ya clásica de tapas negras alcanzando el número 15, representado significativamente con la letra ñ. Los textos van acompañados de ilustraciones a manera de pequeñas viñetas que recuerdan el cuidadoso arte de la edición de libros en el Renacimiento además de la época juvenil del autor como dibujante. Aunque su concepción del mundo lo lleva a pensar de forma estructural, es difícil imaginarse a Eduardo Galeano pasando por alto algún detalle. Como buen joyero de la palabra que pule en búsqueda cada uno de sus diferentes reflejos, así también es cuidadoso en las ediciones de sus libros como objetos de arte.

Con cada entrega, este icono de la literatura latinoamericana nos confirma que otros premios formales, como el Premio Cervantes, se están demorando demasiado.

Jorge Majfud

Lincoln University, Mayo 2008

Eduardo Galeano:

The Open Eyes of Latin America

On Mirrors, Stories of Almost Everyone

There are very few cases of writers who maintain total indifference toward the ethics of their work. There are not so few who have understood that in the practice of literature it is possible to separate ethics from aesthetics. Jorge Luis Borges, not without mastery, practiced a kind of politics of aesthetic neutrality and was perhaps convinced this was possible. Thus, the universalism of Borges’ precocious postmodernism was nothing more than the very eurocentrism of the Modern Age nuanced with the exoticism proper to an empire that, much like the British empire, held closely to the old decadent nostalgia for the mysteries of a colonized India and for Arabian nights removed from the dangers of history. It was not recognition of diversity—of equal freedom—but confirmation of the superiority of the European canon adorned with the souvenirs and booty of war.

Perhaps there was a time in which truth, ethics and aesthetics were one and the same. Perhaps those were the times of myth. This also has been characteristic of what we call committed literature. Not a literature made for politics but an integral literature, where the text and the author, ethics and aesthetics, go together; where literature and metaliterarure are the same thing. The marketing thought of postmodernity has been different, strategically fragmented without possible connections. Legitimated by this cultural fashion, critics of the establishment dedicated themselves to rejecting any political, ethical or epistemological value for a literary text. For this kind of superstition, the author, the author’s context, the author’s prejudices and the prejudices of the readers remained outside the pure text, distilled from all human contamination. But, what would remain of a text is we took away from it all of its metaliterary qualities? Why must marble, velvet or sex repeated until void of meaning be more literary than eroticism, a social drama or the struggle for historical truth? Rodolfo Walsh said that a typewriter could be a fan or a pistol. Has this fragmentation and later distillation not been a critical strategy for turning writing into an innocent game, into more of a tranquilizer than an instrument of inquiry against the musculature of power?

In his new book, Eduardo Galeano responds to these questions with unmistakable style—Borges would recognize: with kind contempt—without concerning himself with them. Like his previous books, since Days and Nights of Love and War (1978), Mirrors is organized with the postmodern fragmentation of the brief capsule narrative. Nevertheless the entire book, like the rest of his work, evinces an unbreakable unity. His aesthetics and his ethical convictions as well. Even in the midst of the most violent ideological storms that shook recent history, this ship has not broken up.

Mirrors expands to other continents from the geographical area of Latin America that had characterized for decades Eduardo Galeano’s main interest. His narrative technique is the same as in the trilogy Memory of Fire (1982-1986): with an impersonal narrator who fulfills the purpose of approaching the anonymous and plural voice of “the others” and avoiding personal anecdote, with a thematic order at times and almost always with a chronological order, the book begins with the cosmogonic myths and culminates in our times. Each brief text is an ethical reflection, almost always revealing a painful reality and with the invaluable consolation of a beautiful narration. Perhaps the principle of Greek tragedy is none other than this: lesson and commotion, hope and resignation or the greater lesson of failure. As in his previous books, the paradigm of the committed Latin American writer, and above all the paradigm of Eduardo Galeano, seems to be reconstructed once again: history can progress, but that ethical-aesthetical progress has mythical origin for its utopian destination and memory and awareness of oppression for its instruments. Progress consists of regeneration, of the recreation of humanity in the same manner as the wisest, most just and most vulnerable of the Amerindian gods, the man-god Quetzalcóatl, would have done it.

If we were to remove the ethical code with which each text is read, Mirrorswould shatter into brilliant fragments; but it would reflect nothing. If we were to remove the aesthetic mastery with which this book was written it would cease to be memorable. Like myths, like the mythical thought redeemed by the author, there is no way of separating one part from the whole without altering the sacred order of the cosmos. Each part is not only an alienated fragment but a tiny object that has been unearthed by a principled archeologist. The tiny object is valuable in its own right, but much is more valuable due to the other fragments that have been organized around it, and these latter become even more valuable due to those fragments that have been lost and that are now revealed in the empty spaces that have been formed, revealing an urn, an entire civilization buried by wind and barbarism.

The first law of the narrator, to not be boring, is respected. The first law of the committed intellectual as well: never does entertainment become a narcotic instead of a lucid aesthetic pleasure.

Mirrors has been published this year simultaneously in Spain, Mexico, and Argentina by Siglo XXI, and in Uruguay by Ediciones del Chanchito. The latter continues an already classic collection of black cover books which has reached number 15, represented meaningfully with the Spanish letter ñ. The texts are accompanied with illustrations in the manner of little vignettes that recall the careful art of book publishing in the Renaissance, in addition to the author’s drawings as a young man. Even though his conception of the world leads him to think structurally, it is difficult to imagine Eduardo Galeano skipping over any detail. Like a good jeweler of the word who polishes in search of every one of his different reflections, he is equally careful in the publication of his books as works of art. The English edition, Mirrors, Stories of Almost Everyone, translated by Mark Fried, will be published by Nation Books.

With each new contribution, this icon of Latin American literature confirms for us that additional formal prizes, like the Cervantes Prize, should not be long in coming.

Dr. Jorge Majfud, Lincoln University

Translated by Dr. Bruce Campbell, St. John’s University

El identificador de textos

Cambio/16 (España)

Milenio (Mexico)

La Republica (Uruguay)

El identificador de textos

En la academia todavía tenemos la manía de andar pensando cosas raras sin un propósito definido de antemano. Es una vieja tradición, con algunos casos célebres. Hay gente que se pasa la vida tratando de descubrir por qué las polillas se posan en un ángulo alfa en los meses de setiembre y marzo; o por qué decimos “aquí” en lugar de “acá”, and so on.  Muchos fracasan, pero por cada uno que logra responder ese tipo de preguntas bizarras luego resulta que medio pueblo se salva de una catástrofe o termina masacrado por algún hombre práctico que no pierde su tiempo en descubrir “por qué” pero está seguro en “cómo” aplicarlo a la realidad. ¿Qué se imaginaba Einstein que sus especulaciones de 1905 sobre la relatividad del tiempo terminarían en la bomba atómica?

Tiempo atrás estuvimos trabajando en un interesante programa que llamamos IT (Identificador de Texto). La idea se me había ocurrido hace varios años y es muy simple: toda existencia deja trazas. En el caso de la expresión de la escritura, la historia es conocida. La caligrafía tradicional se centra principalmente en el trazo del autor. Cada persona dibuja o da un énfasis particular a cada letra, a cada palabra. De hecho cualquiera puede distinguir, más o menos, el manuscrito de un hombre del de una mujer (y sus variaciones) o el manuscrito de un tímido del de un extrovertido, con sólo echar una mirada a la caligrafía. Algo parecido ocurría también en la era de las maquinas de escribir. Cada máquina tenía un golpe de letra particular, por lo cual no resultaba difícil identificar al autor de un texto anónimo si se localizaba la maquina. Para evitar esta identificación del anónimo, se inventó luego la misiva hecha de letras y palabras recortadas de los diarios.

En el mundo electrónico el anonimato pareció triunfar finalmente. Muchos lectores de diarios aprovechan esta creencia del anonimato inventándose seudónimos y descargando sus frustraciones ocultas en el travestismo de su identidad propia. Obviamente que cada vez que alguien pone un comentario anónimo en cualquier sitio graba su IP, el cual es expuesto al administrador de dicha página digital. Ni que hablar de un correo electrónico.

Pero aún así queda la posibilidad de que el anónimo use una computadora pública o se conecte en el wireless del parque más cercano o de la librería donde toma café. En países como Estados Unidos, resulta bastante difícil no encontrar un servicio gratuito de Internet o una computadora libre en algún restaurante o en alguna universidad. En Asia, África y en América Latina son más comunes los cyber cafes. A los efectos es lo mismo: el receptor muchas veces puede saber de dónde procede un mensaje X o el comentario de un lector registrado o sin registrar en un diario, por ejemplo, pero muchas veces no puede detectar directamente quién es el autor.

En el mundo digital no tenemos la caligrafía del escritor ni el golpe de tecla de la máquina de escribir, pero tenemos un rastro inequívoco, si se lo analiza a gran escala: la sintaxis y la gramática que, desde un punto de vista radical, es como las huellas dactilares de cada persona.

Como el tono de voz y como cualquier expresión humana, la gramática profunda de cada individuo es casi tan particular como su ADN. No hay en el mundo dos personas que escriban exactamente igual. Por supuesto que en el proceso de investigación y prueba, también consideramos y valoramos la autodeformación deliberada: faltas ortográficas realizadas a posteriori o intencionalmente, desplazamientos forzados de adjetivos o de sustantivos, una duplicación pronominal donde no la había, una variación en el dativo, un complemento indirecto redundante, una voz pasiva en lugar de la activa, eliminación de artículos o abuso de gerundios, de leísmos o de tiempos verbales como el pasado perfecto (más propio de España que de Chile, por ejemplo), adopción de estilos de clases sociales que le son ajenas al autor, etc.

No obstante, al igual que aquellos que escribían a mano intentaban deformar su propia letra para crear el anonimato, esta deformación es prácticamente imposible ante los ojos de un experto calígrafo. En el mundo digital no tenemos la ventaja del trazo de la mano en el papel pero, en cambio, poseemos un número de ocurrencias que multiplican varias veces las cartas a mano. Por otro lado, con el uso de una computadora especializada de poder mediano, es posible realizar millones de combinaciones sintácticas y gramaticales. Es aquí que, a partir de un determinado número de textos, la identidad se reconoce con una precisión que no deja dudas. Esta idea puede resultar extraña o compleja, pero es fácil de comprender si recurrimos a una metáfora: si una persona se saca una cantidad X de fotografías y en cada una cubre una parte diferente de su rostro haciendo irreconocible su identidad en cada una de las fotografías, evidentemente basta un numero específico de fotos “enmascaradas” para tener el retrato exacto, desenmascarado, del hombre de las múltiples caras. Un experimento semejante se podría hacer con los diferentes personajes representados por un mismo actor. La combinación no arrojaría ninguno de sus personajes particulares sino el retrato del actor.

Este proyecto lingüístico tenía virtudes y defectos. La contra era que en cierta medida hubiese podido incrementar una práctica de “gran hermano”, de la cual somos todos victimas hasta cierto punto. La ventaja era que ayudaba a desenmascarar desde criminales hasta pequeños insultantes. Hubo un caso, por ejemplo, el de un texto firmado por un seudónimo que luego de testeado arrojó la identidad de un político algo conocido, sin mucha trascendencia.

Finalmente abandonamos el proyecto. Había más dudas que certezas sobre sus posibles aplicaciones. No obstante sabemos que no pasará mucho tiempo antes que alguien más se le ocurra la misma idea y, por supuesto, haga mucho dinero en el proceso. Porque uno de los fenómenos más interesantes de nuestro tiempo es ver cómo alguien o un pequeño grupo, en uso y abuso de su propio ingenio, logra que millones de personas trabajen gratuitamente para ellos. En casos, además, quienes trabajan gratuitamente lo hacen con pasión y alegría, ya que se sienten protagonistas y participes de alguna forma de poder o de liberación prefabricada.

Jorge Majfud

majfud.org

Enero 2011.

El identificador de textos (Milenio)

https://web.archive.org/web/20110210202527/http://impreso.milenio.com/node/8907218

La ideología de un vaso de agua

Messages from Haiti

Image by B.S. Wise via Flickr

La ideología de un vaso de agua

Desde la muerte de las ideologías supimos que no había ninguna posibilidad para la muerte de las ideologías. Para que una cultura, un pueblo o un individuo carezcan de algún tipo de ideología antes es necesario privarle de la capacidad de sostener alguna idea. Mínimo de dos, ya que un par de ideas ya conforman el embrión de un sistema de ideas, es decir, una ideología. El único método conocido para privar a alguien de alguna idea es la lobotomía o la más tradicional decapitación. Para privarnos al resto de pensamiento no es necesario este tipo de intervenciones quirúrgicas. Basta con la propaganda.

La sola idea de la muerte de las ideologías es una ideología, quizás la menos sofisticada de todas y por lo mismo una de las más populares.

Sin embargo, si bien nadie carece de una ideología, todavía es posible que haya momentos en que la vida humana no esté medida, limitada o impulsada por esta ineludible trampa intelectual.

Una semana después del terremoto de Haití la desesperación, la violencia y el caos hacían casi imposible la ayuda internacional. Haití ha vivido en los últimos tiempos de la caridad internacional —la mayor parte de su PIB eran donaciones—, y quienes han vivido y trabajado allí saben lo difícil que era ya antes de la catástrofe. Cuando insistí en algunas radios y diarios que  no era el momento de perder el tiempo con discusiones ideológicas, no me refería a que algún país o algún político no estuviesen aprovechándose del momento para ejercitar su deporte favorito. Todo lo contrario. Sea de izquierda o de derecha, sea el imperio o los autoproclamados antiimperialistas, muchos sacaron de forma directa o indirecta partido de la desgracia ajena.  Pocos líderes mundiales están libres de culpa en esto, no obstante no pocos arrojaron la primera piedra.

El pedido de suspender la discusión ideológica ante una de las catástrofes naturales más graves de la historia humana asumía que sí hay momentos en que es posible moverse según otros impulsos aparte de la acción y la reacción ideológica.

¿Qué le importa a alguien que está sepultado entre los escombros si la mano que lo rescata es de la cruz Roja, un soldado de la ONU o un marine del imperio? Lo único que puede importarle es que esa mano llegue de una vez.

Pero como en la teología medieval y en las telenovelas latinoamericanas, solo hay ángeles o demonios, buenos o malos. Los buenos nunca pueden hacer algo mal; los malos nunca son capaces de algo bueno. A excepción de Michael Jackson, si alguien es negro no puede ser blanco. Esta percepción, que no llega a ser una ideología, ha sido desde siempre el principal arma de los mejores políticos y de los peores religiosos: simplificadores profesionales que demonizan cualquier problematización, cualquier posibilidad de que los malos puedan hacer algo bueno o que los buenos sean capaces de algún pecado.

Mientras discutimos si Estados Unidos provocó el terremoto en  Haití o si su presencia es ayuda o invasión, las victimas y los inocentes siguen muriendo, algunos aplastados esperando una grúa que lo saque debajo de una pared o alguien le alcance un vaso de agua.

Todos tenemos una ideología, toda institución, todo gobierno la tiene. Pero quizás no siempre, quizás no todo es ideología.

Esa mano, ese vaso de agua, por ejemplo.

Ahora lo urgente es lo importante. Ya tendremos tiempo de discutir todo lo demás. Miles no tendrán la misma suerte.

Jorge Majfud

24 de enero de 2010

La muerte del individuo

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Image via Wikipedia

La mort de l’individu (French)

La muerte del individuo

El individuo virtual y sus identidades

Es un lugar común en nuestras instituciones las políticas para ahorrar papel reemplazándolo por archivos PDF, etc. Está claro que las tecnologías electrónicas han hecho posible no sólo una mayor democratización mundial de la información y de algunos medios digitales de producción sino que, además, han evitado que esa masiva popularización del acceso a la participación de la vida moderna (que fastidiaba a Ernest Renan en el siglo XIX y a Ortega y Gasset a principios del XX) no se traduzca en una catástrofe ecológica mayor de la que ya tenemos.

Sin embargo, este mundo virtual no es tan “environmentally friendly” (“amable con el ambiente”) como se pretende. Todo tiene un precio. Usando el correo electrónico ahorramos energía y evitamos una contaminación mayor que si enviásemos cartas de papel por correo postal. Pero seguramente en la era del correo tradicional no enviábamos ni recibíamos cientos de cartas por día.

Desde hace algunos años sabemos que hacer una brevísima investigación on line usando un buscador como Google emite tanto dióxido de carbono como al hervir una caldera. Consideramos que una búsqueda razonable emite 7 gramos de CO2, lo que más o menos se corresponde con la aclaración de Google que dice que cuando uno aprieta “search” solo se consume/libera 0.2 gramos.

Esta referencia ecológica puede ilustrarnos un problema semejante a nivel psicológico y social cada vez que consideramos la “nueva libertad” y las nuevas posibilidades de comunicación de los individuos por el mero hecho de estar conectados. Ya hemos escrito mucho sobre este punto y no vamos a repetir. Pero ahora me interesa molestar un poco más sobre el problema central de este fenómeno del individuo-conectado.

Hace unos días, mientras esperaba en un mall o centro comercial (lo que en español latinoamericano se dice “shopping center”, tan equivoco como la palabra “plaza” usada en Estados Unidos) me detuve a descansar. En un instante dejé de mirar toda la gente que estaba buscando cosas para comprar y observé el resto de la gente que no estaba comprado cosas. Delante de mí pasó un padre seguido de tres niños, con un iPhone en una mano, el pulgar explorando la diminuta pantalla y sus ojos absortos en una lista de mensajes recibidos. Una chica entro a una tienda y revisó varias camisas sin dejar de leer su correo. Dos chicas más, repitiendo la misma práctica, se cruzaron increíblemente sin chocarse. En el nivel de abajo dos jóvenes y un hombre mayor reposaban en cuatro sillones. Cada uno tenía un BlackBerry, un iPad, un iPod y un iPud en una mano, sobre una rodilla, o en la mesita de al lado. (El insistente prefijo “i” puede referir “intelligent” o, ¿por qué no?, “yo” en inglés, algo así como “yo-Telefono”, “yo-Cosa”; porque cuando el mercado insiste con un símbolo, es porque el verdadero significado es el contrario.) Ninguno resistió más de un minuto sin revisar algo. Casi siempre cambiaban de postura y se ponían a escribir, tal vez contestaban un correo o chateaban con alguien que no debía ser ninguno de los otros dos que estaban al lado.

Siempre pensé que el fenómeno de las comunicaciones había puesto de relieve, a un nivel crítico, alguna obsesión histórica o natural de la humanidad por la comunicación. Algo así como el impulso de los insectos en la noche que orbitan alrededor del fuego y van a morir incinerados allí mismo. Al fin al cabo, la gente habla y escribe, en gran medida, no porque tenga algo importante o crucial que decir, sino por el solo hecho, placer o necesidad de sentirse comunicados, desde un novelista hasta un médico o un mecánico.

Todo lo cual parecería ser algo muy humano: la comunión sería el clímax de este impulso de comunicación.

Estuve media ahora observando, tratando de descifrar el fenómeno que nos engloba. Tratar de dar respuestas a cada fenómeno que cae alrededor también es otra obsesión. Pero yo no quería resolver esa cuestión antes de tener una idea, al menos vaga, una tímida hipótesis, del fenómeno que había atrapado a el resto de la gente que no estaba comprando, consumiendo (fenómeno más primitivo y más fácil de explicar).

Para responder a esta pregunta había que preguntarse primero por qué el fenómeno de hablar por teléfono y, sobre todo, de textear, ha reemplazado de forma tan dramática el simple acto de hablar cara a cara, con lo interesante que debe ser sentir con todos los sentidos a un semejante, a otro ser humano.

¿Cómo explicar, entonces, la contradicción de este impulso histórico de comunicación con la incomunicación resultante?

Entonces creí encontrar la lógica de esta aparente contradicción. En el mundo de la comunicación digital no sólo se destila en su estado más puro el acto de la comunicación, que requiere la distancia como obstáculo de placer, sino que el acto es una confirmación del individuo aislado, alienado, por la supresión del otro, por la objetivización del sujeto.

En este mundo, el otro se ha multiplicado de forma exponencial y proporcionalmente se ha diluido la comunión con cualquiera de ellos. El otro es menos sujeto y mas objeto, desde el momento en que yo, como individuo, puedo decidir cuándo eliminarlo. Es decir, en todo momento me protege la conciencia o la percepción de que el otro no amenazará mi espacio individual con una visita incómoda de la que no puedo deshacerme. Así, el otro está bajo control.

Los jóvenes y el viejo estaban allí, comunicándose con alguien más, con muchos más, pero su espacio vital, sus individualidades estaban protegidas por un simple botón (que ni siquiera es un botón) capaz de eliminar la presencia del otro, capaz de ponerlo entre paréntesis o de arrastrarlos a un tiempo posterior, un tiempo de calendario que depende del individuo-aislado-que-se-comunica.

Al mismo tiempo, esta paradoja genera otra contradicción aparente que es parte de la misma lógica. Tampoco el individuo-aislado-que-se-comunica es un individuo en el sentido tradicional. Primero, porque su existencia virtual puede adquirir varias identidades simultaneas. El sujeto se autocosifica con una máscara. Segundo, porque su “verdadera identidad” (más exactamente su “identidad oficial”) puede ser robada. El robo de identidad es uno de los terrores crecientes de la nueva civilización digital. Una vez que alguien le roba la identidad a Juan Rosas-Z con carnet número X, ni el pesado peso del gobierno más poderoso del mundo puede hacer mucho. Juan Rosas-Z deja de ser Juan Rosas-Z y adquiere los delitos que alguien más, que ahora se llama Juan Rosas-Z ha cometido en alguna parte del mundo. En algunos casos, se ha verificado que esta pesadilla ha llevado a mucha gente a cambiar su nombre oficial, su identidad, para detener la ola de actos cometidos por su fantasma.

El otro, el fantasma que ha perdido su condición humana de sujeto, ahora forma parte de un mundo fantasmagórico donde vive el individuo que tiene a los otros bajo control pero ha perdido el control sobre si mismo.

Queda una esperanza, claro. El individuo-colectivo-humano se ha suicidado muchas veces y muchas veces ha renacido con viejas y nuevas obsesiones. Tal vez sea su forma natural de reinventarse cada quinientos años.

Jorge Majfud

Enero 2011.

Jacksonville University

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Cambio 16

Milenio

La República

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