“Mientras las universidades logran robots que se parecen cada vez más a los seres humanos, no sólo por su inteligencia probada sino ahora también por sus habilidades de expresar y recibir emociones, los hábitos consumistas nos están haciendo cada vez más similares a los robots”
Cyborgs, 2012
En un tiempo no muy lejano, algunos libros como éste vendrán precedidos por la advertencia “Escrito por un ser humano” y, aun así, nadie sabrá si no fue escrito por una máquina. Para confirmar la humanidad de su autor, se inventarán sistemas que puedan, al menos, probar la fecha de publicación. Mi generación presumirá (no sin vanidad, en el doble sentido de la palabra) de haber vivido en tres eras diferentes: la Era de los libros impresos, la Era de Internet y la Era de la Inteligencia Artificial. Tres mundos vertiginosamente diferentes.
En todo caso, un aumento de los medios de propaganda masiva habrá producido una disminución de la fe (y del interés) en la realidad y en la verdad (sobre este fenómeno, ver nuestro artículo “La pornografía política”, 2016). Nuestros hijos vivirán, si sobrevivimos como civilización, en un mundo postcapitalista, posthumano y postreal. De hecho, los tres post ya se han instalado en nuestro mundo, al menos como realidades en su tierna infancia. Está de más decir que la impronta cultural y civilizatoria de la futura postrealidad posthumana ha sido dada por el capitalismo antes de morir.
Por el momento, los ensayos de nuestros estudiantes universitarios escritos con inteligencia artificial, aunque correctamente escritos y bien organizados, son muy mediocres desde el punto de vista crítico y creativo, y bastante fáciles de identificar por sus estructuras clásicas. Pero debemos suponer que todo eso irá mejorando con el tiempo. No obstante, la frontera post humana será la creatividad más radical de los humanos―o de lo humano que quede en ellos―y sus enemigos más peligrosos serán aquellos que hoy son etiquetados con alguna discapacidad, como autistas y otros, por las razones que expusimos en “Necesitamos más gente rara”.
El reconocido biólogo Ernst Mayr había advertido en 1995 que la inteligencia humana es una “variación letal”, sin mucho sentido dentro de la lógica de la evolución. También observó que el tiempo promedio de existencia de la mayoría de las especies mamíferas son cien mil años, más o menos el tiempo que se estima la aparición del Homo Sapiens y su migración fuera de África (ver Ilusionistas, 2012, o Sin Azúcar, 2022, libros que publicamos con Noam Chomsky).
Actualmente, la catástrofe climática es la principal amenaza de la especie humana o, al menos, de la civilización que ha creado. Esta catástrofe y esta aproximación hacia la extinción humana no se debe a otra cosa que a su propia inteligencia. Como si la inteligencia humana, como si esa “variación letal” no fuese suficiente peligro, ahora se ha agregado otro de sus productos que pueden conducir a la especie a la misma dirección pero de forma más veloz: la inteligencia artificial. La palabra pueden no sólo es una referencia las probabilidades de que un hecho ocurra o no, sino a su potencialidad. Una potencialidad semejante a la extinción por un conflicto nuclear. Aun si lo consideramos improbable en este momento, su mayor peligro radica en que es posible. La historia humana provee de ejemplos suficientes para entender que lo que ha sido posible tarde o temprano se convierte en probable, por absurdo que sea, como la Segunda Guerra mundial, por ejemplo.
La mayor novedad de la inteligencia humana que prácticamente no ha evolucionado por muchos miles de años es una variación artificial que pronto se convertirá en una nueva naturaleza. La inteligencia artificial no es solo una alarma de filósofos y novelistas sino de los mismos involucrados en su negocio y desarrollo. Como ejemplo, basta considerar la advertencia colectiva de 350 investigadores, ingenieros y CEOs de OpenAI, Google Deepmind, Anthropic entre otros gigantes tecnológicos que se encuentran en la avanzada del desarrollo de IAs, advirtiendo que los sistemas futuros podrían ser tan mortales como las pandemias y las armas nucleares, representando un “riesgo de extinción” real de la especie humana. Razón por la cual entienden que los gobiernos deben intervenir inmediatamente regulando las IAs como se regula el sistema de armas atómicas. Típico recurso postcapitalista de los señores neofeudales que los neoliberales de las colonias parecen no haber entendido todavía.
Las ventajas de las IA, como mejores diagnósticos médicos, no son suficientes para ignorar sus peligros. El primero es que realice una amplificación de las patologías humanas, como la búsqueda del poder a través del conflicto o como la comercialización de la existencia (humana y natural) desarrollada por tres siglos de capitalismo. Como veremos en los capítulos siguientes, si vemos lo que ocurrió en las últimas décadas, no con IA sino con sus predecesores, los bots y los algoritmos de Internet y de redes sociales, la recurrencia y fijación del impulso de manipulación y control de la opinión pública y de sus sensibilidades es el mayor capital de las elites económicas y financieras en el poder. Como en el caso de las especulaciones en las bolsas de Wall Street o Londres, las IA mejorarían y acelerarían la toma de decisiones financieras y, consecuentemente, las decisiones políticas a favor de esas elites, sobre todo a través del cuestionamiento de la realidad, de la disolución de los parámetros que deciden si algo es verdadero, falso o una mentira―es decir, una falsedad con propósitos de manipulación. De ahí al caos hay un pequeño paso y, más allá, está la independencia de las IA que harán de la especie humana un detalle irrelevante, primero, incómodo e inconveniente después.
Suponer que las IAs y sus dueños, las elites en el poder puedan tener algún límite ético, como creía Adam Smith tendrían los ricos ante los pobres, productos del sistema, es como creer que cuando invierten sus fortunas en las bolsas o en las colonias lo hacen para crear empleos o reducir la pobreza, la desigualdad y los conflictos bélicos en el mundo. Si todavía creemos en esas ternuras, entonces, como dice el nuevo dicho popular, “nos merecemos la extinción”.
jorge majfud, mayo 2023. Del libro Moscas en la telaraña.
Finalmente, demócratas y republicanos encontraron la solución para reducir el déficit fiscal: aumentar el gasto militar a 886 mil millones de dólares para 2024 y 895 mil millones para 2025. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes?
Finalmente, demócratas y republicanos encontraron la solución para reducir el déficit fiscal: aumentar el gasto militar a 886 mil millones de dólares para 2024 y 895 mil millones para 2025.
¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes? —@jamestalarico — What’s in the…
Rogers Waters ha sido acusado por el Departamento de Seguridad de Alemania de hacer apología del nazismo. La acusación e investigación se basa en haber usado en su último concierto en Berlín un uniforme oscuro y un símbolo de dos martillos cruzados como referencias al nazismo. Waters ha personificado sobre el escenario a fascistas por décadas, no como apología sino como crítica al fascismo. Pero en tiempos de la Guerra Fría estaba bien, aunque, como George Orwell, nunca dejó de identificarse políticamente con la izquierda.
Ahora que Waters es identificado globalmente como un crítico de la hipocresía del “Mundo libre”, hay que buscar cualquier excusa para crucificarlo. Es lo que viene ocurriendo con otras figuras clásicas de la crítica antiimperialista―al menos dos de ellos me han referido los absurdos linchamientos por los cuales están pasando.
El gobierno de Alemania, seguramente en el contexto de la Guerra de hegemonías que tiene lugar en Ucrania, ha acusado a Waters de apología nazi, que es como acusar a Hitler de socialista porque su partido se llamaba Nacional Socialismo―algo que, además, es una tradición inoculada. Según la acusación del gobierno alemán, “se considera que el contexto de la ropa usada es capaz de aprobar, glorificar o justificar el gobierno violento y arbitrario del régimen nazi de una manera que viola la dignidad de las víctimas y, por lo tanto, perturba la paz pública”.
Cuando se usan las formas legales para subvertir el contenido semántico y lograr así efectos políticos, eso se llama fascismo―no simplemente lawfaire. Este absurdo ha crecido primero en la cultura y más recientemente en las leyes estadounidenses, con la prohibición de palabras como “negro” o “racismo” hasta para explorar la historia sin maquillajes o para criticar el mismo racismo. Porque, en el fondo, la mayor debilidad de toda ley escrita es que no puede juzgar intenciones tan claramente como palabras y, de ahí, el derecho de la Ley Miranda “a permanecer callado” y prevenir así que una sola palabra condene al acusado a varios años de cárcel. Porque las leyes que dicta la tradición e, incluso, las leyes escritas las escribe el poder, la forma es más importante que el contenido―algo que fue central en el conflicto de Jesús vs. los Maestros de la Ley.
Así, un presidente puede enviar a todo un país a una, dos tres guerras racistas e imperialistas y dejar países sembrados de cadáveres y destrucción, pero no puede decir la palabra “negro”. Figuras como Malcolm X y Martin Luther King cada vez suenan más incómodos por decir “la palabra”, como si no hubiese sido suficiente haber silenciado el detalle de que ambos eran socialistas. Ahora tampoco se puede decir “gay” en las escuelas ni mencionar la esclavitud delante de un joven blanco “para no herir su sensibilidad”.
Tampoco olvidemos que la “cancel culture” no es solo cosa de fascistas en el poder, sino también de progresistas aburguesados, infantilizados por la Psicología Disney y con una hipersensibilidad funcional que no deja enfrentar la historia y el presente de frente y sin miedos. Esta estrategia del silencio y la mediocridad es tan poderosa que termina siendo adoptada por las mismas víctimas. Recuerdo a dos jóvenes estudiantes que protestaron porque en una de mis clases proyecté el breve clip en el que Malcolm X distinguía a “el negro del campo” de “el negro de la casa”, no porque estuviesen en desacuerdo con la idea sino porque Malcolm X decía “N***” tres o cuatro veces. Por no volver sobre un escándalo puritano y administrativo que provocó en la Universidad de Georgia la película argentina “Doña Bárbara” (1998), la que había asignado a uno de mis cursos (“La inmoralidad del arte”, 2005).
Claro, no todos alcanzan este grado de absurdo, pero es significativo que exista un solo caso y, no en pocos, haya terminado con el despido de varios profesores, todos antirracistas―en mi caso, mi reacción no fue defenderme y menos excusarme, sino contraatacar. Es fácil ceder terreno ante los fascismos de todo tipo, pero luego recuperarlo lleva sangre, sudor y lágrimas.
El fascismo representa el poder de los de arriba y el miedo de los de abajo, y de ahí su obsesión de refugiarse en un pasado grandioso e inexistente, imponiendo por la fuerza la libertad propia sobre la libertad ajena, todo en nombre de la libertad y las buenas costumbres.
Por eso el arte (no el arte comercial) es tan necesario: porque, si es verdadero arte, va siempre más allá del dogma y los opresivos mitos sociales, como lo es la prohibición de perspectivas políticas o sociales bajo la acusación de ser adoctrinación ideológica. Como si la prohibición y los viejos dogmas sociales no fuesen formas de adoctrinación ideológica, y de las peores.
Los dos martillos cruzados que aparecen en el vestuario de Waters es un símbolo que Pink Floyd usó en diferentes conciertos y videos como The Marching Hammers. Como mínimo hay que reconocer que The Wall se anticipó a la historia varias décadas. Ahora, ¿habrá que prohibir también la clásica sátira de Charles Chaplin El gran dictador de 1940? Allí el actor usó dos cruces en referencia a la cruz gamada como forma de parodia crítica, antes de ser incluido en la lista negra de “sospechosos de comunismo” en Estados Unidos ¿Y qué hacemos con Mark Twain, García Lorca, Bertolt Brecht, Arthur Miller…? ¿Y Eugene Ionesco? Una de sus obras, casi olvidada por el gran público, El rinoceronte, de volver a tener alguna influencia social sería prohibida, no por su alusión a la cultura de la cancelación fascista, a la alienación colectiva, no bajo alguna acusación directa, sino por pertenecer al “teatro del absurdo” o alguna forma de degeneración.
Hitler escribió un libro mediocre (1925), lleno de plagios y pintó cuadritos que más que arte eran ilustraciones, algunas bien logradas pero intrascendentes, por lo cual quemó libros y cerró la Bauhaus. Franco escribió una novela patriótica, Raza (1940), que brilló por su mediocridad; Ron DeSantis escribió un libro de historia patriótica (2011) lleno de clichés… Todos fueron demolidos por la crítica. Todos, una vez en el gobierno, se dedicaron a prohibir libros y artistas que no se acomodaban al dogma oficial o no eran lo suficientemente adulatorios de sus poderes. Lo mismo hizo la CIA siempre, pero en secreto.
Prohibir obras de arte por ser ofensivas no sólo es una profunda manifestación de torpeza intelectual sino también un característico síntoma del fascismo. Lo cual viene a ser lo mismo. Para las malas obras de arte están los críticos y el juicio del público, no la ley. Este signo fascista de prohibir y censurar obras, libros y palabras se extendió en el civilizado occidente desde la misma Alemania, cien años antes, y hoy es una orgullosa práctica en Estados Unidos, con especial énfasis en el estado de Florida.
Siempre es recomendable la autocrítica. El único problema es que, desde finales del siglo XIX, la izquierda (es decir, las opciones alternativas al poder real) nunca ha parado de hacer autocrítica hasta en política partidaria, donde, si de algo sirve, es para perder elecciones.
La derecha, en cambio, mucho más elemental y estratégica, por lo general, sigue el principio de la unión de la cosa nostra y de los grandes capitales y, en lo discursivo, aplica, desde siempre el manual de la CIA: «no importa si te descubren mintiendo; debes negarlo a cualquier precio y ante cualquier evidencia«.
El 27 de mayo, Henry Kissinger cumple un siglo de vida, cuando se cumple medio siglo de algunos de los crímenes más infames en distintas partes del mundo, los cuales llevan su firma. Momento para recordar algunos de los impresionantes logros de una mente psicópata.
Kissinger no inventó nada en materia de manipulación mediática y de masacres preventivas en nombre de la libertad y en procura de más poder. No lo distingue nada de otros psicópatas que actuaron en el silgo XIX y antes de la Guerra Fría, sino su longevidad. De hecho, repitió hasta el hastío, por todo el mundo, el modelo aplicado a Guatemala en 1954.
En su penúltimo mensaje radial, Árbenz había declarado: “Nuestro único delito ha sido el darnos nuestras propias leyes; nuestro crimen ha sido el aplicarlas a la United Fruit… No es verdad que los comunistas están tomando el poder en nuestro gobierno… No hemos impuesto ningún régimen del terror; por el contrario, los amigos guatemaltecos del Sr. John Foster Dulles son quienes desean imponer el terror entre los guatemaltecos atacando a niños y mujeres desde aviones piratas”.
Cuando Guatemala solicitó una comisión investigadora de la ONU, el embajador de Estados Unidos, Henry Cabot Lodge, vetó la resolución. La CIA continuó bombardeando por tres días los abastecimientos de petróleo y arrojando bombas NTN sobre Chiquimula, Gavilán y Zacapa. El 27 de junio, Árbenz leyó su último mensaje por la radio pública: “Les digo adiós, amigos míos, con amargo dolor, pero manteniendo firme mis convicciones. Cuiden lo que tanto ha costado. Diez años de lucha, de lágrimas, de sacrificios y de conquistas democráticas ”.
Estas palabras de despedida de Árbenz se repetirán casi veinte años después cuando en Chile, 1973, Salvador Allende deba hacer lo mismo. De la misma forma, la declaración de inocencia de los secretarios John Foster Dulles en 1954 y la de Henry Kissinger en 1973 se repetirán como si fuesen escritas en papel calco, como otra prueba de la paranoia sistemática de quienes necesitan controlar el mundo.
También como lo hizo Kissinger horas después del golpe de Estado en Chile en 1973, en 1954 el Secretario de Estado, John Foster Dulles informó que “el Departamento de Estado no tiene ni el más mínimo indicio de que se haya tratado de otra cosa que de una rebelión de los guatemaltecos contra su gobierno”. Una vez consumado el golpe, el mismo Dulles, el fanático religioso que se guiaba por la rectitud moral de las Escrituras, después de organizar el complot en base a repetidas mentiras, anunció en cadena de radio: “El gobierno de Guatemala y sus agentes comunistas de todo el mundo han insistido en oscurecer la verdad —la del imperialismo comunista— denunciando que el interés de Estados Unidos era proteger los intereses económicos de las empresas estadounidenses… Liderados por el coronel Castillo Armas, el pueblo guatemalteco ha decidido derrocar al gobierno comunista. Ha sido un asunto interno de los guatemaltecos”.
Con el golpe de Estado de 1954, la UFCo no sólo recuperó sus tierras nacionalizadas sino que se privatizaron varias áreas de propiedad pública. Los generales del ejército participantes del golpe también recibieron tierras, una especie de reforma agraria inversa. Washington invirtió millones de dólares en Guatemala bajo dictadura para demostrarle al mundo la eficacia de la obediencia a la que llamará, por alguna misteriosa razón, democracia.
Miles de campesinos que se negaron a abandonar las tierras otorgadas por Árbenz fueron desplazados por la fuerza o, simplemente, ejecutados. Otros 200.000 guatemaltecos serán asesinados o masacrados por las dictaduras militares que seguirán hasta los años 90. El presidente Ronald Reagan las llamará “dictaduras amigas” y las pondrá como modelos de libertad y democracia.
El 11 de mayo de 1967, Richard Nixon repitió su tour latinoamericano de una década atrás. Esta vez no encontró ni críticas, ni manifestaciones de estudiantes ni escupitajos como en 1958. Claro, tampoco tantas democracias. Desde el golpe contra Rómulo Gallegos en Venezuela en 1948, América latina perdió una decena de democracias, gracias a la ayuda económica, estratégica y moral de Washington.
Al día siguiente, el New York Times reprodujo un cable de UPI con las declaraciones de Nixon en Buenos Aires: el general Onganía “es uno de los mejores líderes que conocí en mi vida”. Al igual que su amigo Henry Kissinger, sabe y dice la verdad: nada importante ocurre en América del sur o a nadie en el norte debe importarle.
El 8 de setiembre de 1970, en una reunión secreta de la Comisión 40 para impedir que Allende asuma como presidente electo en Chile, se encontraban presentes el Asesor de Seguridad nacional, Henry Kissinger, el fiscal general John Newton Mitchell y el director de la CIA Richard Helms, entre otros. Según Henry Kissinger, Allende, como Árbenz en Guatemala dos décadas atrás, era un peligro mayor que Fidel Castro por haber llegado a la presidencia a través del voto, lo cual serviría no sólo como ejemplo para otros países de la región sino, incluso, para Europa, como era el caso inminente de Italia.
El 12 de setiembre, Kissinger le comunicó a Richard Helms la decisión de impedir que Allende tome posesión del cargo a cualquier precio. Más tarde, con su arrogancia clásica, confirmó la filosofía fundacional del proyecto: “No veo por qué razón deberíamos limitarnos a ver cómo un país se convierte en comunista por la irresponsabilidad de su propia gente”. El director de la CIA, Richard Helms, le escribió a Kissinger con la solución, por cierto, nada creativa: “Un repentino desastre económico será el pretexto lógico para justificar una acción militar”.
Tres días después, el martes 15, en reunión secreta con Kissinger, Helms tomó nota de las palabras del presidente Nixon. Con letra apurada, escribió en forma de verso: “cualquier gasto vale la pena / ningún riesgo que pueda preocuparnos / mantener la embajada por fuera / diez millones de dólares o más si es necesario / haremos que la economía chilena grite de dolor”. El 25 de noviembre, Henry Kissinger le envió un memorándum al presidente Nixon para la actuación en Chile con el título “Acción encubierta en Chile”, en la cual resume la estrategia a seguir:
“1) Fracturar la coalición de Allende;
2) Mantener y extender los contactos con el ejército chileno;
3) Proveer de ayuda a los grupos no marxistas;
4) Darle visibilidad a los diarios y los medios contrarios a Allende;
5) Apoyar a los medios como [censurado] para que inventen que Cuba y los soviéticos están detrás de su gobierno.
El Comité ha aprobado las medidas de actuación de la CIA y el presupuesto necesario”.
Nixon reemplazó al embajador Korry por Nathaniel Davis y al director de la CIA, Richard Helms, por James Schlesinger en procura de una mayor agresividad en la ejecución del plan. La CIA canalizó millones de dólares, esta vez no para los políticos amigos sino para crear rabia e insatisfacción popular contra el gobierno que apenas había asumido y para torcer el ejército chileno en contra del orden constitucional, alegando razones morales y patrióticas. El Plan B funcionó a la perfección. La estrategia fue efectiva: continuar la guerra económica y psicológica antes de la solución final. El 21 de setiembre, el embajador Edward Korry le envió a Kissinger un reporte oficial : “No permitiremos que ni una tuerca ni un tornillo llegue a Chile mientras Allende sea presidente. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para condenar a Chile y a todos los chilenos a la mayor miseria que sea posible”.
Para facilitar el plan, Kissinger solicitó colaboración a su viejo amigo, David Rockefeller, director general del banco de la familia, el Chase Manhattan Bank (luego JPMorgan Chase), y uno de los principales bancos en Chile. Nixon cortó los créditos de aquel país, pero no las ayudas millonarias a la oposición. El gerente de ITT en Chile, John McCone (ex director de la CIA, dueño del 70 por ciento de las telefónicas en ese país y distinguido en 1987 por Ronald Reagan con la Medalla Presidencial de la Libertad) ya había informado de su disposición de poner un millón de dólares para desestabilizar a Allende. Su primera donación había sido de 350.000 dólares para la campaña política del rival de Allende, Jorge Alessandri, la cual había sido igualada por múltiples donaciones de otras grandes corporaciones estadounidenses en Chile.
Aunque el 3 de julio de 1972 el New York Times había publicado el informe de uno de sus enviados identificado como Mr. Merriam filtrando los sobornos de ITT en Chile, ni a Nixon ni a Kissinger les importó, como alguna vez les importó a sus predecesores. Años antes, el Pentágono había financiado y organizado diferentes infiltraciones en la academia sudamericana con programas como el Proyecto Camelot en Chile, el que debió ser suspendido por el Secretario de Defensa de entonces, Robert McNamara, el 8 de julio de 1965 “debido a la mala publicidad de la que ha sido objeto”.
En Washington, Henry Kissinger dio una conferencia de prensa y, como copia del discurso exculpatorio del Secretario de Estado John Foster Dulles luego de destruir la democracia en Guatemala en 1954, negó cualquier participación del gobierno de Estados Unidos en el golpe militar de Chile. Kissinger sigue, letra por letra, el manual de la CIA que, por décadas, exige que todo lo que sea hecho debe ser hecho “permitiendo una negación plausible” y, bajo cualquier circunstancia, “nunca se debe admitir alguna participación en ningún hecho, aunque todas las pruebas indiquen lo contrario”.
El 6 de julio de 1971, Kissinger informó al mismo comité que la Casa Blanca le ha encomendado eliminar al nuevo gobierno de Bolivia, liderado por un militar con tendencias izquierdistas llamado Juan José Torres. Kissinger considera que la nueva Asamblea del Pueblo donde obreros, mineros, campesinos y universitarios participan por igual, es una de las mayores amenazas inspiradas por los soviéticos, por lo cual era necesario ayudar a la oposición con dinero y propaganda. En el comité se concluye que antes “teníamos un líder a quien apoyar [general René Barrientos] y ahora tenemos un auto en marcha y estamos en la búsqueda del conductor”.
Casi al mismo tiempo, el secretario ejecutivo del Departamento de Estado Theodore Eliot comunicaba de forma confidencial que Washington estaba preocupado por la posibilidad de que el nuevo partido de izquierda, el Frente Amplio, pueda ganar la intendencia de Montevideo y no quería un nuevo Allende, aunque sea en una alcaldía. Echando recurso a una estrategia más indirecta que la usada en Chile, Washington intervino en el proceso electoral, como lo hizo a lo largo de las décadas anteriores, propagando información conveniente, plantando editoriales en “diarios prestigiosos” e infiltrando las fuerzas de represión locales. Aunque lejos de la violencia desatada por generaciones en las repúblicas tropicales, en Uruguay también se contaba con la excusa perfecta del combate a un grupo subversivo llamado Tupamaros, surgido años después de la intervención de la CIA en uno de los países más independientes y democráticos del continente. El memorándum a Henry Kissinger informaba sobre las buenas posibilidades de su candidato preferido, Juan María Bordaberry, aunque también advertía que en Uruguay “el fenómeno de los Tupamaros es básicamente una revolución de la clase media en contra de un sistema que no ofrece oportunidades de participación”.
Para las cruciales elecciones de 1971, Washington y Brasilia ya se habían encargado de que el Frente Amplio obtenga una mala votación y que el Partido Blanco (el partido de Nardone, ayudado por la CIA una década atrás, pero ahora posicionado unos pasos hacia la izquierda con su candidato Wilson Ferreira Aldunate) pierda las elecciones. Luego de meses de recuento y de denuncias de fraude, el candidato del Partido Colorado, ahora en manos de la derecha militarista, resultará vencedor. Juan María Bordaberry obtendrá unos pocos miles de votos más que Wilson Ferreira y se encargará de entregar el país a la dictadura militar dos meses antes del golpe en Chile. Este mismo año, en la Casa Blanca, Richard Nixon, Henry Kissinger, Vernon Walters y otros funcionarios de Washington le agradecen personalmente al dictador brasileño Emílio Garrastazu Médici por su intervención en las elecciones en Uruguay, por su liderazgo en la represión de los movimientos sociales de América Latina y por el bloqueo de Cuba como miembro de la OEA.
También de forma simultánea, entre 1969 y 1973, caían sobre Camboya más bombas (500.000 toneladas) que las que cayeron sobre Alemania y Japón durante la Segunda Guerra. Lo mismo les ocurrió a Corea del Norte y a Laos. En 1972, el presidente Nixon preguntó: “¿Cuántos matamos en Laos?” a lo que su Secretario de Estado, Ron Ziegler, contestó: “Como unos diez mil, o tal vez quince mil”. Henry Kissinger agregó: “en Laos también matamos unos diez mil, tal vez quince mil”. En realidad, estas cifras son apenas la sombra del genocidio perpetrado en la región.
Luego de que la Comisión Church del senado revelara varias operaciones de la CIA, como la manipulación de la prensa y la cultura en decenas de países, el apoyo con dinero y logística a políticos obedientes en múltiples elecciones, la organización de golpes de Estado y el asesinato de líderes populares por todo el mundo, Henry Kissinger propuso radicalizar las medidas que impidieron futuras acusaciones bajo nuevos estándares de “secreto incondicional”. Las estrategias fueron y son infinitas. Según el National Security Archive, el mismo Kissinger había filtrado documentos secretos por lo cual se intentaba castigar a las comisiones investigadoras y, según uno de los periodistas que destaparon el escándalo que terminó con la renuncia de Nixon, Carl Bernstein, la misma comisión Church omitió información más comprometedora.
En 1976, Henry Kissinger llegó a Santiago y le entregó al general Pinochet el discurso que pensaba leer al día siguiente, asegurándole que no habría ninguna mención a los Derechos Humanos referidos a Chile sino a los regímenes comunistas. “Usted es una víctima de la izquierda internacional”, dice el poderoso Kissinger, como forma de consuelo. Luego agrega: “Queremos ayudarlo. Usted ha hecho un gran servicio a Occidente derrocando a Allende”. Chile fue el primer laboratorio del neoliberalismo diseñado por Friedrich von Hayek y Milton Friedman y, como siempre, impuesto a fuerza de sangre y acoso.
Poco después Kissinger aterrizó en Argentina para ayudar a otro de sus regímenes favoritos. Aunque la Junta militar justificaba el golpe en la violencia de los grupos subversivos de izquierda, los registros de la Embajada de Estados Unidos muestran que la violencia del terrorismo paramilitar era muy superior. Sólo durante el primer año del gobierno de Isabel Perón, los asesinatos de la Alianza Anticomunista Argentina (la Triple A creada por José López Rega, la mano derecha de la presidenta) sumaron 503 víctimas, más que todas las víctimas de los atentados de los grupos de izquierda. El mismo embajador Robert Charles Hill, el 24 de marzo de 1975 había reportado al secretario de Estado, Henry Kissinger, sobre 25 ejecuciones políticas en solo 48 horas, de las cuales dos tercios eran víctimas del paramilitarismo de extrema derecha. “El mayor incidente —escribió el embajador en un memorándum— ocurrió el pasado viernes cuando 15 terroristas (de la Triple A) secuestraron a jóvenes de la izquierda peronista en ocho Ford Falcon. Una mujer fue asesinada cuando intentaba evitar que se llevasen a su esposo. Más tarde, aparecieron otros seis cuerpos… En Mar del Plata, como represalia por la muerte de un abogado de la derecha peronista a manos de un grupo de montoneros, otros cinco izquierdistas fueron asesinados, los que suman más de cien asesinatos políticos en lo que va del año”.
Apenas un año después, el desprecio del embajador Robert Hill se proyectó sobre Kissinger. Poco antes de dejar este mundo, como una reacción moral al final de su larga carrera imperialista, el embajador intentó resistir la aprobación de Kissinger a la dictadura argentina debido a las obvias violaciones a los derechos humanos. En la reunión de la OEA en Santiago de Chile de junio en el Hotel Carrera, Hill intentó revertir sin éxito la poderosa diplomacia por entocnes no oficial del todopoderoso Kissinger. Uno de los hechos que precipitaron la crisis moral del embajador Hill poco antes de su muerte fue cuando el hijo de treinta años de uno de los empleados de su embajadora, Juan de Onis, fue secuestrado y desaparecido por el gobierno de Videla. Cuando en octubre de 1987 The Nation informó sobre este caso, Kissinger se burló de las excesivas preocupaciones del fallecido embajador Hill sobre los derechos humanos.
Kissinger siempre fue intocable y sus objetivos por demás claros. El 25 de marzo de 1976, en el telegrama 72468 del Departamento de Estado, había enviado a la Casa Blanca una copia de la conclusión del Bureau of Intelligence and Research,confirmando los beneficios del nuevo golpe en América Latina, razones que sólo repiten otros argumentos usados en el siglo XIX: “Los tres líderes de la Junta son conocidos por sus posiciones en favor de Estados Unidos… y por sus preferencias por las inversiones de los capitales extranjeros. Además, el nuevo gobierno buscará la ayuda de asistencia financiera de Estados Unidos, sea moral o en dólares”. Como es costumbre, la nueva dictadura argentina no fue bloqueada sino lo contrario. El FMI aprobó, en cuestión de pocas horas, un préstamo de 127 millones de dólares (575 millones al valor de 2020) para asegurar el éxito del nuevo régimen terrorista, de la misma forma que habían hecho con Chile y otras dictaduras militares―préstamo que, como fue el caso de otras dictaduras amigas, saltará por las nubes poco después debido a las nuevas tasas de interés de la FED.
El 7 de octubre 1976, luego del golpe, Henry Kissinger, en una reunión en la que se encontraba el subsecretario de Estado de Estados Unidos Philip Habib, le dirá personalmente al ministro argentino de Relaciones Exteriores, el almirante César Guzzetti: “Nuestro interés es que tengan éxito. Tengo una visión pasada de moda según la cual a los amigos hay que defenderlos. En Estados Unidos la gente no entiende que ustedes tienen una Guerra civil aquí. Leen sobre la necesidad de los Derechos Humanos pero no entienden el contexto… Así que cuanto antes lo hagan, mejor”.
Un par de años antes, el 24 de marzo de 1977, el nuevo consejero de Seguridad nacional del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, pecando de un exceso de optimismo, había declarado que la doctrina Monroe “ya no es válida; representa un legado imperialista que ha destruido nuestras relaciones internacionales” y que lo que corresponde es tener una relación más igualitaria con los vecinos del sur. Los idealistas no durarán muchos años. Ni siquiera podrán gobernar cuando les toque gobernar. En un memorando secreto dirigido al mismo Brzezinski con fecha del 11 de julio de 1978, Robert Pastor le informará sobre la visita de Kissinger a la Argentina con motivo de la Copa Mundial de Fútbol. Refiriéndose a la Junta militar, Pastor informará que las palabras de reconocimiento del ex secretario de Estado Henry Kissinger “por los logros del gobierno en su lucha contra el terrorismo fueron música para sus oídos, algo que habían estado esperando por mucho tiempo”. Luego: “sus declaraciones sobre la amenaza soviético-cubana me parecieron desactualizadas, con un retraso de quince o veinte años… Lo que me preocupa es su deseo de atacar las nuevas políticas de la administración Carter sobre los derechos humanos en América Latina. Por otra parte, no queremos una discusión pública sobre esto, sobre todo porque necesitamos su ayuda para el SALT”.
En julio de 1978, el Buenos Aires Herald publicó declaraciones de Henry Kissinger que se parecen a su respuesta ante las cámaras de televisión sobre el desconocimiento del golpe de Estado en Chile cuatro años atrás. Ahora, el intocable Kissinger (su apellido significa “más que un beso”) vuelve a hacer uso de su clásica hipocresía. “Se supone que soy un experto en asuntos internacionales, pero no he tenido mucha información sobre lo que ha ocurrido en Argentina en los últimos diez años”, declara. El embajador Robert Hill, en un momento de crisis de fe, toma un bolígrafo y subraya estas palabras. Al margen del diario, escribe: “perfecta mierda”.
El poder de Kissinger fue más allá de lo razonable, aún sin un cargo oficial. Poco después, Robert Pastor le solicitó a Brzezinski que trate de preguntarle a Kissinger si no le importaría el hecho de que un miembro de su staff (“yo mismo”) pudiese cuestionar los objetivos de su viaje a Argentina. Con cierta ambigüedad o ingenuidad, Pastor concluye: “Eso podría darme un indicio sobre si a él realmente le interesa algo sobre nuestras políticas de derechos humanos para promover una campaña y darle alguna información sobre la efectividad de nuestra política de derechos humanos para América Latina”.
Cuarenta años después, aparte de la sistemática y masiva violación de los derechos humanos en Argentina, los documentos desclasificados en Washington abundarán en menudencias como la costumbre de las fiestas, los conciertos y las cenas de rigor a los que estaban expuestos los diplomáticos en Argentina; la reunión de Henry Kissinger en abril con Jorge Luis Borges, con Martínez de Hoz (el representante del proyecto neoliberal en ese país) y con el ministro de exteriores, Cesar Augusto Guzzetti, a quien Kissinger autorizó (“[gave] explicit permission”) para actuar de la forma que fuese necesario para “reprimir el terrorismo”.
Desde principio de los años 60, como en cualquier otro país de la frontera sur, en África y en Asia, la CIA arma y financia grupos paramilitares que se hacen célebres en la historiografía por sus matanzas y sadismo sin límites contra cualquier indio o pobre que resista los abusos y desalojos de sus tierras apetecidas por las corporaciones. En América central las dictaduras apoyadas por Washington, por empresarios y pastores como Pat Robertson, dejan cientos de miles de muertos y se las llama “Guerra civil”. Desde 1971, Israel también abasteció de armas a las dictaduras centroamericanas, entre otras, pero de 1977 a 1980 (debido al recorte de ayuda militar del presidente Jimmy Carter) se convierte en el principal proveedor junto con el régimen de apartheid de África del Sur. Durante diversos gobiernos militares de la región, y con la venia de Henry Kissinger, Israel también proveyó ayuda técnica y logística en control interno y según la doctrina de la Seguridad Nacional. Como en casi todos los otros casos, la razón de esta doctrina (la existencia de grupos subversivos) es una consecuencia de la misma doctrina. Incluso cuando la resistencia armada existe es, en proporción, irrelevante. La Corte Interamericana de Derechos Humanos insiste que los grupos guerrilleros carecen del armamento y de las fuerzas necesarias para convertirse en una amenaza para el gobierno de Guatemala. Pero el terrorismo de Estado necesita una razón para existir. El ejército y los paramilitares se encargan de casi todas las matanzas y a eso se le llama “Guerra Civil”. Ametralladoras importadas y penes nacionales son las principales armas del genocidio y la humillación sistemática.
El 21 de julio de 2020, el gobierno de Trump emitirá orden de captura y una recompensa de cinco millones de dólares por el presidente del Tribunal Supremo de Venezuela, Maikel Moreno, acusado de corrupción. El secretario de Estado Mike Pompeo explicó la decisión: Moreno “aceptó sobornos para influir en los resultados de algunos casos criminales en Venezuela; con este anuncio estamos enviando un mensaje claro: Estados Unidos está en contra de la corrupción”.
Casi veinte años antes, en agosto de 2001, como respuesta al requerimiento del juez español Baltasar Garzón para que el ex secretario de Estado Henry Kissinger declare ante los tribunales internacionales por su participación en las dictaduras latinoamericanas, el gobierno de George W. Bush emitió un comunicado protestando: “Es injusto y ridículo que un distinguido servidor de este país sea acosado por cortes extranjeras. El peligro de la Corte Penal Internacional es que un día los ciudadanos estadounidenses puedan ser arrestados en el extranjero por motivaciones políticas, como en este caso”.
En 1968, cuando aún era un desconocido profesor de Harvard, Kissinger, sobreviviente de la persecución nazi en Alemania, había resumido toda la filosofía imperialista con su clásico cinismo: “Existen dos tipos de realistas: aquellos que manipulan los hechos y aquellos que los crean; Occidente necesita hombres capaces de crear su propia realidad”.
Hace cincuenta años, dos meses después del golpe de Estado en Chile, Kissinger fue distinguido con el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos por la paz en Vietnam. Kissinger declaró que recibía el premio “con humildad” y donó el dinero del premio a los niños huérfanos de los soldados estadounidenses caídos en Vietnam, Laos y Camboya.
Dicen que corrieron lágrimas de emoción por tan noble gesto.
Jorge majfud. Extractos del libro La frontera salvaje.
El gobernador de Florida Ron DeSantis no sólo es famoso por censurar cientos de libros y contenidos académicos hasta en las universidades públicas. En 2012 publicó un libro considerado por la crítica como mediocre y panfletario, titulado «Dreams From Our Founding Fathers: First Principles in the Age of Obama«, donde la esclavitud resulta una anécdota.
En Amazon se vende a 1949 dólares, lo cual es una clara autocensura. Lo que recuerda, de alguna forma, al cuento “Los censores” de Luisa Valenzuela.
El ascenso del fascismo tiene una raíz principal de la cual se nutre. No son los nuevos inquisidores, los Torquemada, los Hitler ni los McCarthy. Son los cobardes que nos rodean, con su silencio cómplice y tembloroso.
Las elites “contra el establishment” y las paradojas del discurso neofacista
Hitler no se parecía mucho a los alemanes de los años 30, pero fue el perfecto instrumento de catarsis que canalizó no sólo las frustraciones del pueblo alemán por la humillación del Tratado de Versalles, sino también por los problemas económicos y la galopante inflación generada por las condiciones draconianas impuestas por las potencias vencedoras de la Primera Guerra―no por obra y gracia del gobierno anterior. Razón por lo cual, no solo no llegó al poder por un golpe de Estado ni por una revolución, sino por el sistema institucional de entonces. Poco después, por la misma frustración popular, logró hipnotizar a millones con su histrionismo y un odio fácil a los chivos expiatorios, inoculado desde los nuevos medios de comunicación.
Al menos en estos momentos, la política representativa no representa a los ciudadanos sino a sus miedos y a sus deseos más irracionales, barnizados, como siempre, por una capa de brutal sensatez e incuestionable obviedad. Esta ola Neofascista, además, es la expresión visceral de las frustraciones sociales, exactamente cómo lo fue hace cien años. El histrionismo físico y verbal, la narrativa visceral de los Javier Milei son la catarsis de la frustración popular; de la cual el actual gobierno de Argentina es más un receptáculo que el primer responsable.
Porque la ideología importada de las colonias siempre fue manufacturada en las metrópolis imperiales para mantenerlas distraídas, divididas y funcionales, el discurso central de Milei de “destruir el establishment” es la copia del discurso y hasta el despeinado con los que ganaron Boris Johnson en Inglaterra, Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y Giorgia Meloni en Italia, entre tantos otros: todos prometieron y prometen que van a “luchar contra el establishment”.
Que el establishment, que el orden heredado es el problema, es algo en lo que todos podemos estar de acuerdo. Los desacuerdos son las orientaciones y cómo se manipula y se secuestran las aspiraciones populares.
Creo que los votantes deben hacerse una pregunta muy simple: ¿A quiénes creen ustedes que votarían los miembros del establishment? ¿A qué opción política creen ustedes que los grandes bancos, las grandes corporaciones privadas, nacionales y transnacionales, apoyan de formas directas e indirectas? ¿A qué opción política creen que apoya la oligarquía nacional e internacional, esos viejos linajes de familias patricias? O, por lo menos, ¿a qué candidato creen los ciudadanos que toda esa micro elite del verdadero poder internacional quisiera ver en el provisorio y casi irrelevante poder político de cada país?
Claro, para no hablar de las transnacionales se habla de otros trans. El objetivo es distraer una discusión macropolítica a la micropolítica de una pseudo guerra cultural. La respuesta está desnuda a la luz del día, pero la han convertido en una estatua a la que pocos prestan atención. Para enmascarar una realidad incontestable, se crean brujas, comunistas y conspiraciones marcianas. Sin embargo, aun aceptando la fantasía de un poder comunista o marciano dominando la mente de las personas, ¿alguien podría ser tan necio y negar que el poder real se concentra en las finanzas y en la acumulación de capitales que nunca descansan de crear fortalezas mediáticas, ideológicas y culturales como antes los señores feudales levantaban castillos con el sudor de sus vasallos para luego enviarlos a sus guerras, a las que iban a morir en nombre de Dios?
Fracasado por unanimidad, contrafactual por tradición, el neoliberalismo fue reemplazado por el neofascismo. Pongamos, por ejemplo, Argentina: Los Marci fueron reemplazados por los Milei. Aunque en teoría el liberalismo se opone al fascismo, esto nunca importó a quienes administraban el poder de las naciones. Los liberales ingleses podían, de vez en cuando, criticar la brutalidad del Imperio Británico, pero en sus teorías y ecuaciones abstractas, las colonias no existían. El problema era que los esclavos y los salvajes no entendían eso de la libertad anglosajona.
Esa tradición continuó hasta hoy, razón por lo cual los liberales y neoliberales se ponen furiosos cuando alguien menciona la existencia del imperialismo, de los poderes hegemónicos que deben ser considerados en cualquier explicación social, económica y cultural del mundo.
El liberalismo nunca, jamás fue practicado por los imperios, por las potencias hegemónicas capitalistas. Siempre fue una ideología de exportación y una práctica frecuente de las colonias. Ejemplos en la historia no sólo sobran sino que son consistentes y, sobre esto, ya nos detuvimos por años en libros y artículos.
El casamiento del liberalismo y, sobre todo del neoliberalismo con los fascismo de turno fue y es otra tradición. Bastaría con recordar desde el industrial Henry Ford hasta el mogul de los medios de prensa y de la industria cultural William Hearst, pasando por un enorme número de CEOs y millonarios, todos patriotas capitalistas y nazis sin disimulos, hasta que se inventó el discurso de “la lucha contra el comunismo”. En Asia, África y América latina abundaron los golpes de Estados promovidos y financiados por las potencias económicas y sus títeres liberales, campeones de un “libre mercado” que nunca (nunca) existió.
Los neoliberales apoyaron las brutales dictaduras militares y fascistas en abrumadora mayoría hasta encontrarnos hoy con la misma tradición: ¿o alguien podría decir que los poderosos empresarios, las corruptas y dictatoriales corporaciones traman en la oscuridad para que lleguen al poder político opciones independentistas de izquierda? ¿Sí? You’ve got to be kidding me.
Hoy todas las organizaciones y alianzas de extrema derecha, aparte de ser herederos directos de las dictaduras militares del siglo XX, se definen como liberales y campeones del “libre mercado”. ¿Casualidad? No. ¿Contradicción? Teóricamente, sí. En la práctica, nunca lo fue. Desde el nacimiento del liberalismo, pasando por la esclavitud hasta el actual imperio de las corporaciones financieras, “libertad” y “libre mercado” significan “nuestra libertad de disponer de la libertad ajena”. De ahí esos gritos histéricos de “¡viva la libertad, carajo!”
También los eslavistas del siglo XIX gritaban en los congresos y en los periódicos que la esclavitud era la única forma de expandir el orden, el imperio de la ley y la libertad. Su orden, su imperio, su ley y su libertad. Esa es la libertad liberal. Cuando los de abajo reclaman sus derechos, son vistos como los inquisidores veían a las brujas y herejes: como peligrosos instrumentos del demonio. Así, hasta los niños aprendieron a temer a las brujas, no a quienes las quemaban vivas. Del terrorismo de la Inquisición, de los imperios, de los mercaderes de la muerte, nada.
Como dicen que dijo Mark Twain, “la historia no se repite, pero rima”. Hoy el neofascismo rima con el fascismo, como las prohibiciones de libros y la censura a los profesores en el Estados Unidos de Ron DeSantis rima con la inquisición que obligó a Galileo Galilei a desdecirse de su idea de que la Tierra gira alrededor del Sol, ya que el dogma, la tradición y las buenas costumbres de la gente de bien decían lo contrario.
Las investigaciones psicológicas sobre narcisismo en las últimas generaciones no han llegado a una conclusión clara. Tal vez porque todas, aunque buscan entender un fenómeno colectivo, se centran en el estudio de individuos.
La discusión es menos ambigua cuando, por ejemplo, consideramos los nuevos medios de comunicación que se benefician económicamente de “la globalización del yo”, aunque sea tan fugaz como una pompa de jabón, representada en prácticas obsesivas como las selfies y la publicación de hechos personales e irrelevantes, algo ausente en las generaciones anteriores a excepción de las vedettes y de algunas pocas celebridades. Si antes un hecho ocurrido en el barrio no era real si no aparecía en la televisión, hoy la experiencia de felicidad por un viaje o por el nacimiento de un hijo no es real (o no es completa) si el individuo no se lo cuenta al mundo entero. Así, al mismo tiempo que las relaciones comunitarias desaparecen, el ego narcisista se disuelve en el espejo de una comunidad anónima, inexistente.
Existe un entendido popular de que tanto en el comunismo como en el fascismo el individuo desaparece. Paradójicamente, la narrativa es la contraria cuando se refiere al individualismo capitalista. Pero individuo e individualismo, como libertad y liberalismo no son equivalentes sino opuestos. El neofascismo tiene más que ver con los segundos. Veamos.
En El miedo a la libertad, Erich Fromm adelantó en 1941 la idea de que el individuo escapa de la incertidumbre renunciando a su libertad y poniéndola en manos de una autoridad o de una creencia. Por ejemplo, la predestinación calvinista como solución a la inestabilidad creada por el capitalismo. Esta ha sido una práctica común por milenos: el individuo pone su fe en un profeta o en un sistema religioso y calma así su ansiedad ante la posibilidad de cometer un error capital, sea en este mundo como en el más allá (nos detuvimos en esto en Crítica de la pasión pura, 1998). De la misma forma, el ritual, opuesto a la festividad, es la necesidad de poner orden y predictibilidad en un mundo impredecible y fuera de control. También la obsesión fascista sobre el pasado es el miedo al futuro de un presente inestable.
Los estudios psicológicos actuales no consideran el narcisismo colectivo, tribal (el neofascismo) que, en cualquier caso, no trasciende nunca las fronteras nacionales porque se define en su necesidad de combatir un antagónico que supone una amenaza a la existencia de su tribu. De ahí su recurrente obsesión a los símbolos y rituales: banderas, escudos, eslóganes, juramentos, tatuajes, ceremonias de iniciación, de salvación, gritos, gesticulaciones y todo tipo de lenguaje primitivo, no verbal. Al fin y al cabo, no dejamos de ser primates caídos de los árboles.
La mayor expresión de narcisismo colectivo en la historia es el nacionalismo. En sus orígenes no estaba tan definido por fronteras como por una etnia. Luego, como colección de etnias, por una religión. Todos los pueblos fundados en el nacionalismo se definieron como elegidos por sus dioses. El más conocido por la tradición occidental es el pueblo hebreo y, más recientemente, los imperios modernos, desde el inglés hasta el Destino manifiesto del Estados Unidos en plena expansión territorial durante el siglo XIX.
Este narcisismo colectivo se agrava en tiempos de crisis, como ocurrió en Europa hace un siglo: la inestabilidad económica, el orgullo herido y la propaganda de los nuevos medios conformaron la tríada perfecta y necesaria para el resurgimiento cíclico del fascismo. El fascismo necesita mirar hacia el pasado y ver hechos mitológicos que nunca existieron o fueron magnificados como santos, heroicos y grandiosos. Es la psicología de la inestabilidad y del miedo en búsqueda de la solidez de un pasado fácil de manipular por el deseo y la propaganda.
Hoy la propaganda de la radio ha sido sustituida por la propaganda de los medios digitales, de las redes sociales. Si bien como principio el fascismo no es ideológicamente consistente con el capitalismo y menos con el liberalismo clásico, ambos, capitalismo y liberalismo se han casado, una vez más, con el fascismo como lo hicieron antes con el imperialismo. Es la conciencia de la decadencia nacional, de la pérdida de los privilegios simbólicos, como la de un trabajador empobrecido o de un mendigo orgulloso de su imperio.
Ahora, si consideramos qué relación tienen los dos datos más duros de la realidad actual, por un lado (1) el surgimiento de la extrema derecha fascista y nacionalista y (2) la hiper concentración de los capitales y del poder financiero en grupos e individuos que se cuentan con los dedos de una mano, creo que es razonable concluir que la popularidad del fascismo no es necesariamente consistente con la hiper acumulación económica del capitalismo, pero es la mejor forma de bloquear cualquier cuestionamiento a esa realidad, demonizando y aplastando cualquier crítica y, sobre todo, cualquier opción política o social que la amenace.
La concentración de capitales no solo es una característica fundacional del capitalismo desde el siglo XVII sino que, como cualquier otro sistema anterior, es concentración de poder. El dinero no es inocente y mucho menos cuando acumulado en el centro hegemónico global suma más riqueza que muchos países enteros.
Esta riqueza debe protegerse y expandirse, y para ello necesita del poder político. Necesita administrar las leyes y los ejércitos más poderosos del mundo a nivel internacional y los ejércitos criollos a nivel nacional. Pero este poder político, tanto en las democracias, en las semi democracias y en dictaduras tradicionales necesita controlar la opinión pública, tanto para elegir candidatos obedientes detrás de una máscara histriónica, como para evitar masivas protestas sociales.
Es aquí donde se establece la relación entre fascismo y medios de comunicación. La dictadura es perfecta. Mientras las plataformas de “redes sociales” dedican el uno por ciento al pago de salarios y hacen que mil millones de personas trabajen gratis para unos pocos señores feudales, los usuarios–usados lo hacen felices, sintiendo que tienen libertad y publican lo que quieren. Sienten que sus hábitos e ideas son espontáneas, no inoculaciones de un sistema dictatorial.
La raíz del problema está en la estructura de acumulación de riquezas, de consecuente y conveniente producción de miedo, deseo e insatisfacción, una de las industrias más prolíficas del actual sistema capitalista.
Las opciones a este orden son dos: (1) se revierte de forma progresiva la hiper acumulación y el paisaje político, social e ideológico cambia radicalmente o (2) se llega a una crisis total de la civilización (económica, social, ecológica) y los humanos son obligados a adaptarse y sobrevivir sobre las ruinas de un sistema hasta que encuentren otra forma de volver a empezar.
La primera opción, la gradualista, es demasiado racional para una mentalidad autocomplaciente. Es decir, es la más improbable. La segunda, la más dolorosa, es la más común en la historia de la humanidad. Es decir, la más probable.
Para el día de la coronación de mi señor, pensé que sería oportuno extenderle una sincera invitación para conmemorar esta trascendental ocasión visitando un reino dentro de su reino: la Prisión de Su Majestad en Belmarsh.
Sin duda, recordará usted las sabias palabras de un renombrado dramaturgo: “La gracia de la misericordia no se fuerza; cae como cae la suave lluvia sobre el bajo”.
Ah, pero ¿qué sabrá ese bardo de la piedad ante el ajuste de cuentas en los albores de vuestro histórico reinado? Después de todo, uno puede realmente conocer la a una sociedad por la forma en que trata a sus prisioneros, y su reino seguramente se ha destacado en ese sentido.
La prisión de Su Majestad en Belmarsh está ubicada en la prestigiosa avenida One Western Way de Londres, a poca distancia del Old Royal Naval College en Greenwich. Qué delicia debe ser que una institución tan estimada lleve su nombre.
Es aquí donde se encuentran recluidos 687 de sus súbditos leales, lo que respalda un récord del Reino Unido como la nación con la población carcelaria más grande de Europa Occidental. Como su noble gobierno ha declarado recientemente, su reino está experimentando “la mayor expansión carcelaria en más de un siglo”, con sus ambiciosas proyecciones que muestran un aumento de presos de 82.000 a 106.000 en los próximos cuatro años. Sin duda, todo un legado.
Como preso político, retenido por placer de Su Majestad en nombre de un soberano extranjero avergonzado, me siento honrado de residir dentro de los muros de esta institución de clase mundial. De verdad que su reino no tiene límites.
Durante su visita, tendrá la oportunidad de disfrutar las delicias culinarias preparadas para sus fieles súbditos con un generoso presupuesto de dos libras al día. Podrá saborear las pócimas hechas con cabezas de atún y los omnipresentes pollos procesados. Eso en caso de que sean pollos. Pero no se preocupe, porque a diferencia de instituciones menores como Alcatraz o San Quentin, no hay cenas comunitarias en un comedor. En Belmarsh, los presos cenan solos en sus celdas, asegurando la máxima intimidad con su comida.
Más allá de los placeres gastronómicos, le puedo asegurar que Belmarsh brinda amplias oportunidades educativas para sus sujetos. Como dice Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino, que cuando se haga viejo no se apartará de él”. Observará también las colas para recibir medicamentos, donde los reclusos se alinean para recoger sus medicamentos, no para el uso diario, sino para poder tener la experiencia de una expansión de sus horizontes durante ese “gran día”.
También tendrá la oportunidad de presentar sus respetos a mi difunto amigo Manoel Santos, un hombre gay que se enfrentaba a la deportación al Brasil de Bolsonaro, y quien se quitó la vida a solo ocho metros de mi celda con una cuerda tosca hecha con sus sábanas. Su exquisita voz de tenor ahora ha sido silenciada para siempre.
Luego podrá visitar las regiones más profundas de Belmarsh para encontrar el lugar más aislado dentro de sus muros: el lugar donde se cuida la salud o, dicho de otra forma, el infierno (healthcare o «Hellcare»), como lo llaman cariñosamente sus habitantes. Aquí, se maravillará con las reglas sensatas reglas de la seguridad para bien de todos, como la prohibición de jugar al ajedrez y el permiso de un juego mucho menos peligroso como las damas.
A su vez, en lo más profundo de Hellcare (“centro de cuidados del infierno”) se encuentra el lugar más gloriosamente edificante de todo Belmarsh. ¿Pero qué digo? De todo el Reino Unido: el sublimemente llamado “la suite para el final de la vida en Belmarsh”. Si presta atención, es posible que escuche los gritos de los prisioneros. “Hermano, voy a morir aquí” como un testimonio de la calidad de la vida y de la muerte dentro de su prisión.
Pero no se preocupe, porque no todo es malo. También se puede encontrar con la belleza dentro de estas paredes. Se podrá entretener mirando los pintorescos cuervos que anidan en el alambre de púas y los cientos de ratas hambrientas que también consideran a Belmarsh su hogar. Si usted decide venir en primavera, es posible que pueda ver a los patitos descarriados dentro de los terrenos de la prisión. No se demore, porque las ratas hambrientas se aseguran de que sus vidas sean fugaces.
Le imploro, rey Carlos, que visite la prisión de Su Majestad en Belmarsh, porque sería un honor digno de un rey. Al embarcarse a su reinado, recuerde siempre las palabras de la Biblia King James: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). Y que la misericordia sea la luz que guíe su reino, tanto dentro como fuera de los muros de Belmarsh.
En Estados Unidos se inventó el impersonal Labor Day (Día del Trabajo) como forma de olvidar el 1 de mayo de Chicago, el cual es recordado en el resto del mundo como el Día de los Trabajadores.
En los últimos tiempos, no pocos grupos conservadores en América Latina comenzaron a saludar el 1 de mayo como el “Día del trabajador”. Este detalle ha pasado inadvertido, pero no es un detalle mínimo y mucho menos inocente.
El singular desmoviliza, aleja el peligro de la palabra trabajadores en plural, que suena tan temeraria, tan roja.
Este peligro fue resuelto a partir de la Gran Depresión por Hollywood, Disney y el resto de la Industria cultural con una cuidadosa limpieza semiótica al extremo de que en las inocentes historietas para niños, en las aventuras para jóvenes y hasta en las películas para adultos casi no quedó alguno de esos seres indeseables sino confiables ricos y famosos. Aparte de los pobres buenos de siempre que consideran orgía cualquier cosa que sea dicha en plural.
En Argentina el dólar no ha dejado de subir y todos apuestan a si alcanzará los 600 pesos en junio o en julio. Más allá de pagar las consecuencias de las catastróficas políticas neoliberales del gobierno de Mauricio Macri que endeudó el país de forma astronómica, como lo demuestra la historia de la economía moderna desde el siglo XVIII, la economía capitalista no es una cosa de números y ecuaciones. Por el contrario, se basa en las emociones más primitivas, como el miedo y el deseo.
El valor del dólar en Argentina, como de cualquier otra divisa no imperial, no depende tanto de alguna realidad material sino de la psicología colectiva, de la misma forma que el dólar, una divisa fiat, depende de la fe de quienes lo poseen.
Si en lugar de propuestas por dolarizar la economía argentina (propuestas fracasadas por unanimidad, como la de lunáticos y ególatras como Javier Milei, los trumps y los bolsonaros de las pampas) se propusiera medidas más radicales y con signo contario, como eliminar el dólar como divisa de cambio y ahorro nacional, la historia sería la opuesta.
JM, 2 de mayo de 2023
Me complace saber que la nueva política del gobierno de Estados Unidos incluye la posibilidad de levantar las sanciones económicas a Venezuela, una vieja práctica de Washington desde principios del siglo XX y que consistió en arruinar economías de países con gobiernos independientes o no alineados. Como fue el caso de Chile, cuando las sanciones contra el gobierno democrático de Allende fueron levantadas sólo cuando el complot de Washington y la CIA lograron destruir aquella democracia en su 9/11 de 1973 para reemplazarla por la brutal dictadura de Augusto Pinochet. Sólo entonces las sanciones fueron reemplazadas por millonarias ayudas para producir el promocionado “Milagro chileno”, que ni así evitó varias crisis económicas y sociales. Los ejemplos son múltiples, pero no voy a entrar en más detalles. Lo bueno es que sus responsables nunca, jamás van a enfrentar alguna corte nacional o internacional por sus crímenes de lesa humanidad. La justicia es para los pobres y para los perdedores.
Como usted sabe, en 1989 la población venezolana salió a las calles para protestar contra las políticas de su gobierno, el que intentaba implementar lo que luego se conoció como la doctrina del Consenso de Washington. Cientos de personas (probablemente miles) fueron masacradas por las fuerzas de represión, pero el presidente George H. Bush no bloqueó ni castigó al gobierno venezolano con sanciones sino que, por el contrario, salió al rescate del presidente Carlos Andrés Pérez con una ayuda multimillonaria y con el compromiso de radicalizar las mismas medidas contra las cuales protestaba la población.
Según economistas como Jeffrey Sachs, las actuales sanciones contra el pueblo de Venezuela son responsables por la muerte de decenas de miles de venezolanos y, en parte, de los millones de emigrados. Entiendo que la guerra contra Rusia y los más recientes acuerdos de paz propiciados por China entre otros dos grandes productores de petróleo, Arabia Saudita e Irán, hacen necesario y urgente una reconsideración sobre el caso de Venezuela.
Pero hablemos de democracia, que es lo que importa. Recientemente usted realizó una declaración oficial urgiendo a los venezolanos a registrarse a votar en las próximas elecciones. Una idea que apoyamos casi todos. Pero que lo diga usted y de forma oficial representa una vieja historia de dos siglos que América latina ha debido sufrir por las injerencias de los gobiernos y las corporaciones privadas de Estados Unidos.
En los años cuarenta, uno de los países más alejados de la influencia geopolítica de Estados Unidos y uno de los más rebeldes y detestados por eso mismo, según los diplomáticos de Washington de la época, era Argentina. Su independentismo y su falta de obediencia motivaron las intervenciones políticas del embajador estadounidense de la época, Spruille Braden. Con su injerencia en la campaña electoral de 1945, Braden inventó el anti peronismo antes que naciera el peronismo. Casos similares podemos mencionar por decenas y usted lo sabe. En geopolítica se cumple la Tercera ley de Newton, aunque nunca en la misma proporción. Casi siempre la acción aplasta la reacción con alguna dictadura colonial, pero a veces ocurre lo contrario y se llama revolución.
En su comunicado del 27 de abril, usted les advirtió a los venezolanos que el gobierno del señor Maduro intentará convencerlos de no votar. Usted también calificó a algunos representantes de la Asamblea Nacional como “alacranes”, quienes usan diferentes siglas políticas para dividir votos.
¿Se imagina usted si se aplicase la regla de oro de las relaciones internacionales, el principio de reciprocidad, y el embajador de algún país latinoamericano se dirigiese a los estadounidenses en un mensaje oficial para favorecer a republicanos o a demócratas? ¿Imagina si alguno de ellos le pidiese a los estadounidenses democratizar el sistema electoral eliminando el Colegio Electoral, herencia del sistema esclavista, como tantas otras cosas? ¿O el desproporcionado sistema que asegura dos senadores por estado, sin importar que unos estados tengan cuarenta veces la población de otros? ¿O que los ciudadanos estadounidenses de la colonia de Puerto Rico se movilicen para reclamar el derecho a voto? ¿O que las corporaciones dejen de escribir las leyes en los congresos y que dejen de donar cientos de millones de dólares a los candidatos en cada elección? ¿Se Imagina?
Pese a todo, sería menos grave, considerando que nunca hubo un país latinoamericano que invadió Estados Unidos, que le quitó la mitad de su territorio, que derribó varios gobiernos e instaló dictaduras militares para proteger las empresas privadas latinoamericanas. ¿Usted conoce algún ejemplo? No, ¿verdad? Pero si se diese ese caso hipotético no sólo ese embajador perdería su puesto, sino que, de ser el embajador de Bolivia o de Venezuela el mundo ya estaría esperando “un cambio de régimen” o un nuevo bloqueo.
Por si fuese poco, usted le pidió a los venezolanos “hablar con sus vecinos” porque “se puede ganar las elecciones”. No es que esto sea algo nuevo en la trágica historia de América Latina que, como usted sabe y mucho mejor saben los latinoamericanos, cuya vieja y nueva memoria está regada de trágicas injerencias, golpes de Estado y sangrientas “dictaduras amigas” apoyadas por Washington y las corporaciones que tienen más poder que usted y que cualquier otro embajador. Tal vez lo nuevo es que ya ni siquiera se disimula o se lo niega, como solía hacerlo, por ejemplo, el Sr. Kissinger.
¿Cuándo vamos a entender que es del interés del pueblo estadounidense y latinoamericano dejar de fabricar enemigos con estas injerencias paternales, arrogantes y contra principios elementales de las relaciones internacionales?
¿Cuándo vamos a dejar de representar intereses especiales y pensar, en serio, en el bien común de los pueblos, libres e independientes?
¿Cuándo vamos a entender que no sólo es más justo y menos trágico, sino hasta más económico hacer amigos que enemigos, que la “seguridad nacional” pasa por lo primero, no por lo segundo?
¿Cuándo vamos a dejar de ver al mundo como una película de indios contra cowboys, de superhéroes contra villanos, de policías contra ladrones donde nos arrogamos siempre el papel de cowboys, policías y superhéroes olvidando la trágica historia que originó “los chicos malos” mientras el mundo nos va dejando cada vez más solos?
¿Cuándo vamos a cambiar nosotros para hacer de este mundo un lugar más justo, con más acuerdos equitativos y menos guerras supremacistas?
¿Cuándo vamos a dejar de controlar la vida de los demás en nombre de viejas y bonitas excusas y dedicarnos a arreglar nuestros propios problemas nacionales que cada día son más y más graves?
¿Es que solo aceptamos que el mundo cambie (y, como siempre, se adapte a nuestras exigencias) y nosotros no?
¿Hasta cuándo seguiremos fracasando con estilo mientras pretendemos darle lecciones al mundo de libertad, de democracia, de derechos humanos, siempre a la fuerza de sanciones económicas cuando no de conocidos bombardeos?
¿Hasta cuándo vamos a dar lecciones de cómo vivir cuando ni nosotros sabemos cómo hacerlo?
Atentamente,
Jorge Majfud. Abril 2023.
Otevřený dopis velvyslanci Spojených států ve Venezuele
Pane velvyslanče James Story:
S potěšením se dozvídám, že nová politika vlády Spojených států zahrnuje možnost zrušení ekonomických sankcí proti Venezuele, což je stará washingtonská praxe od počátku 20. století, která spočívala v zničení ekonomik zemí s nezávislými vládami.
Stejně jako tomu bylo v Chile, kdy byly sankce proti demokratické vládě Allendeho zrušeny teprve tehdy, když se spiknutím Washingtonu a CIA 11. září 1973 podařilo tuto demokracii zničit a nahradit ji brutální diktaturou Augusta Pinocheta.
Teprve poté byly sankce nahrazeny milionovou pomocí na výrobu opěvovaného „chilského zázraku“, který ani tak nezabránil různým ekonomickým a sociálním krizím.
Příkladů je více, ale nebudu zabíhat do podrobností. Dobrá věc je, že odpovědní nikdy nebudou čelit žádnému národnímu nebo mezinárodnímu soudu za své zločiny proti lidskosti. Spravedlnost je pro chudé a pro poražené.
Jak víte, v roce 1989 venezuelské obyvatelstvo vyšlo do ulic, aby protestovalo proti politice své vlády, která se snažila zavést to, co se později stalo známým jako doktrína Washingtonského konsensu. Stovky lidí (pravděpodobně tisíce) byly zmasakrovány represivními silami, ale prezident George H. Bush neblokoval ani nepotrestal venezuelskou vládu sankcemi, ale místo toho přišel zachránit prezidenta Carlose Andrése Péreze pomocí mnohamilionové pomoci. a se závazkem radikalizovat stejná opatření, proti kterým protestovalo obyvatelstvo.
Podle ekonomů, jako je Jeffrey Sachs, jsou současné sankce vůči obyvatelům Venezuely zodpovědné za smrt desítek tisíc Venezuelanů a částečně i milionů emigrantů. Chápu, že válka proti Rusku a nejnovější mírové dohody podporované Čínou mezi dvěma dalšími velkými producenty ropy, Saúdskou Arábií a Íránem, činí přehodnocení případu Venezuely nezbytným a naléhavým.
Ale pojďme se bavit o demokracii, na které záleží. Nedávno jste učinil oficiální prohlášení, ve kterém naléháte na Venezuelany, aby se zaregistrovali k volbám v nadcházejících volbách. Myšlenka, kterou podporujeme téměř všichni. Ale že to říkáte Vy, nám připomíná příběh vměšování USA do vnitřních záležitostí jiných zemí známý již dvě století. Latinská Amerika trpí kvůli zásahům vlády soukromých korporací Spojených států.
Ve 40. letech byla podle tehdejších washingtonských diplomatů jednou ze zemí nejvíce vzdálených geopolitickému vlivu Spojených států a jednou z nejvzpurnějších a nejnenáviděnějších právě z tohoto důvodu, Argentina. Její nezávislost a nedostatek poslušnosti motivovaly politické intervence tehdejší americký velvyslanec Spruille Braden. Braden svým zásahem do volební kampaně v roce 1945 vynalezl antiperonismus ještě předtím, než se zrodil peronismus. Podobných případů můžeme zmínit desítky a vy to víte.
V geopolitice je splněn třetí Newtonův zákon, i když nikdy ve stejném poměru. Téměř vždy je akce rozdrcena reakcí pomocí nějaké koloniální diktatury, ale někdy se stane opak a říká se tomu revoluce.
Ve svém prohlášení z 27. dubna jste Venezuelany varoval, že vláda pana Madura se je pokusí přesvědčit, aby nevolili. Za „štíry“ jste označil i některé představitele Národního shromáždění, kteří pro rozdělování hlasů používají různé politické zkratky.
Dokážete si představit, že by se uplatňovalo zlaté pravidlo mezinárodních vztahů, princip reciprocity a velvyslanec nějaké latinskoamerické země by oslovil Američany v oficiálním poselství ve prospěch republikánů nebo demokratů? Představte si, že by jeden z nich požádal Američany, aby demokratizovali volební systém odstraněním Electoral College, dědictví otrokářského systému a mnoho jiných věcí? Nebo za nepřijatelný by byl označen systém, který zajišťuje dva senátory za stát, bez ohledu na to, že některé státy mají čtyřicetkrát více obyvatel než jiné? Nebo že se američtí občané kolonie Portoriko mobilizují, aby si nárokovali volební právo? Nebo že korporace přestanou psát zákony v Kongresu a v každých volbách darují stovky milionů dolarů kandidátům? Umíte si to představit?
Navzdory všemu by to bylo méně závažné, vezmeme-li v úvahu, že nikdy neexistovala latinskoamerická země, která by napadla Spojené státy, zabrala polovinu jejich území, svrhla několik vlád a nastolila vojenské diktatury na ochranu soukromých latinskoamerických společností. Znáte nějaký příklad? Ne, že? Ale pokud by k tomuto hypotetickému případu došlo, nejen že by tento velvyslanec přišel o svůj post, ale pokud by byl velvyslancem Bolívie nebo Venezuely, svět by již čekal na „změnu režimu“ nebo novou blokádu či sankce.
Jako by to nestačilo, požádali jste Venezuelany, aby „promluvili se svými sousedy“, protože „volby lze vyhrát“. Nejde o to, že by se jednalo o něco nového v tragické historii Latinské Ameriky, kterou, jak víte mnohem lépe znají Latinoameričané, jejichž stará i nová paměť je poseta tragickými zásahy, státními převraty a krvavými „přátelskými diktaturami“ podporovánými Washingtonem a korporacemi, které mají větší moc než vy a kterýkoli jiný velvyslanec. Novinkou snad je, že už se to ani neskrývá a nepopírá, jak to dělal třeba pan Kissinger.
Kdy pochopíme, že je v zájmu amerického a latinskoamerického lidu přestat si dělat nepřátele těmito otcovskými, arogantními zásahy a proti elementárním principům mezinárodních vztahů?
Kdy přestaneme zastupovat zvláštní zájmy a budeme vážně myslet na společné dobro svobodných a nezávislých národů?
Kdy pochopíme, že je nejen spravedlivější a méně tragické, ale dokonce i ekonomičtější získávat přátele než nepřátele, že „národní bezpečnost“ zahrnuje to první, nikoli to druhé?
Kdy přestanete vidět svět jako film o indiánech proti kovbojům, o superhrdinech proti padouchům, o policajtech proti lupičům, kde vždy převezmete roli kovbojů, policistů a superhrdinů, kteří zapomenou na tragický příběh, který nechal vzniknout „zloduchy“.
Kdy se změníte, abyste tento svět učinili spravedlivějším, se spravedlivějšími dohodami a méně nadřazenými válkami?
Kdy přestanete ovládat životy druhých ve jménu starých a krásných výmluv a oddáte se řešení vlastních národních problémů, které jsou každým dnem závažnější?
Je to tak, že přijímáte pouze to, že se svět mění (a jako vždy se přizpůsobuje vašim požadavkům) a vy ne?
Jak dlouho budete selhávat při dávání světu lekcí ze svobody, demokracie a lidských práv, a to vždy silou ekonomických sankcí, ne-li dobře známých bombových útoků?
Jak dlouho budete dávat lekce, jak žít, když ani nevíte, jak na to?
i know the answer. just wanted to test ChatGPT once again. 90 percent of the time it disappoints me this way:
who coined the phrase «sheep eat men»?
ChatGPT
I apologize, but as I mentioned earlier, I am not aware of any popular phrase or saying that goes by «sheep eat men» or «sheeps eat men.» It is possible that this is a non-existent phrase or a misquote/misheard phrase. Without additional context or information, I am unable to determine who, if anyone, coined this phrase.
you are not very smart, aren’t you?
ChatGPT
As an AI language model, I don’t have feelings, so your comment doesn’t affect me in any way. However, I strive to provide accurate and helpful responses to the best of my ability based on my programming and training. If you have any specific questions or concerns, please feel free to ask, and I will do my best to assist you.
i do not intend to hurt your feelings, since i know you are a machine. your answer demonstrates you are not very smart.
ChatGPT
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La estrategia del secuestro del esfuerzo ajeno y la acumulación de sus réditos no se reduce sólo a los inventos y a las nuevas tecnologías sino a casi cualquier otro aspecto de la vida social, desde (1) el económico (2) el político hasta (3) el narrativo. “Con nuestro éxito y nuestra riqueza, nosotros aportamos a la prosperidad de los países mientras los vagos de abajo nos roban con los impuestos”, etc. Máscaras narrativas que, por supuesto, se cultivan en los medios masivos y germinan siempre en una buena porción de los de abajo, porción suficiente para ganar elecciones o mantener el statu quo cuando se pierde alguna.
De la manipulación política para incrementar los beneficios económicos nos detuvimos hace años cuando analizamos la corrupción legal, sobre todo en potencias hegemónicas como Estados Unidos, por la cual las corporaciones evaden impuestos en los paraísos fiscales, presionan a países pobres a través de los bancos mundiales y de sus propias inversiones volátiles (“hot money”) por la cual determinan las “políticas correctas” de desregulación, desprotección de trabajadores y destrucción de la soberanía de los países a través de tratados de “libre mercado”―aparte de escribir casi a su antojo las leyes en los países centrales, imperiales o como quieran llamarlos.
A través del control político de los gobiernos, de los parlamentos y hasta del sistema judicial, el gremio del Uno Porciento controla las instituciones capitalistas e imperiales como el ejército de Estados Unidos, los bancos nacionales e internacionales como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio establecen leyes que se aplican según el poder económico y militar de cada país. Gobiernos como el de Washington, administran la divisa global y su fuerza militar para continuar y acelerar la transmisión de riqueza de las clases trabajadoras hacia el Club del Uno.
Un ejemplo más es la dinámica impuestos-bonos del tesoro. En los últimos cien años, las organizaciones populares como los gremios de trabajadores han sido demonizados por los grandes medios (caso de William R. Hearst a principios del siglo XX, entre otros) hasta desmovilizarlos y casi anularlos. Este proceso, que a partir de los 80 produjo un crecimiento de la diferencia entre producción y salarios, y un distanciamiento entre el Club del Uno y el resto de la población, se aceleró con el aumento del déficit del gobierno de Estados Unidos.
Los gastos de las guerras siempre fueron a las arcas de El Uno. Para eso están. También los sacralizados “recortes de impuestos para estimular la economía”. En 2017, por ejemplo, el gobierno de Donald Trump aprobó un recorte de impuestos para los ultra millonarios por billones de dólares, mientras sus votantes y los votantes del partido Demócrata estaban distraídos en una disputa sobre racismo, el patriotismo y el peligro de los inmigrantes pobres de América Central. Este recorte para estimular la economía, como muchos otros, no tuvo ningún efecto en la economía, pero todos los estudios posteriores confirmaron lo más obvio: el único efecto, aparte de crear un abismo en el déficit público, fue que quienes menos necesitaban de una ayuda del Estado incrementaron sus fortunas de forma notable.
Es decir, a más capitales acumulados, más poder político y mediático de El Uno y, consecuentemente, más conflictos entre los de abajo: blancos pobres contra negros, negros contra indios, indios contra mujeres, mujeres contra inmigrantes, inmigrantes legales contra inmigrantes ilegales, jóvenes contra viejos, viejos contra chinos, destra contra sinistra… Bueno, así es como ha funcionado desde siempre y en casi todos los países.
Ahora ¿cómo hace un gobierno para cerrar la brecha entre gastos e ingresos? Una solución es imprimir dinero. Los países del Sur Global no pueden hacerlo, porque producen hiperinflación casi inmediatamente. Washington tiene un margen mucho mayor, porque el dinero que imprime está distribuido por cada rincón del planeta y sus efectos inflacionarios también. Claro que todo tiene un límite. Así que para no imprimir tantos cientos de miles de millones por año la otra opción es emitir “Treasury securities”, títulos, notas y bonos del Tesoro, dependiendo del tiempo de maduración de cada uno. Se llaman seguros porque se asume que el Departamento del Tesoro de Estados Unidos siempre tendrá capacidad de pago―es decir, capacidad de imprimir cada vez que está al borde del default. Otra razón para entender los peligros que acarrea la dolarización de las economía de los países vampirizados por el BM y el FMI, otros dos instrumentos imperialistas de Washington que les exige e impone a las neocolonias una responsabilidad fiscal que Washington nunca, jamás ha practicado.
¿Quienes compran estos bonos? Los millonarios y las corporaciones ultra millonarias. No los trabajadores. ¿Alguien conoce un compañero de trabajo que ha decidido poner, por decisión propia, sus ahorros en bonos del tesoro de Estados Unidos o de sus propios países? No es algo imposible ni está prohibido por ninguna ley, pero en la práctica son rarezas. Los trabajadores pagan impuestos. Es decir, cuando un trabajador asalariado o el dueño de un pequeño negocio, sea una pizzería o una fábrica de baldosas paga sus impuestos, le está entregando el cien por ciento de ese dinero al Estado. Si recibe algo a cambio será de una forma muy indirecta y a través de un servicio público que no es de su propiedad. Diferente, cuando un capitalista o sus corporaciones compran notas o bonos del Tesoro, lo que están haciendo es prestarle al Estado el dinero que no han pagado en impuestos. Los bonos suelen ser de varios tipos; unos maduran en un año, otros, en quince o en treinta años. En cualquier caso, el prestamista del gobierno no sólo se asegura que su capital estará bien guardado, sino que recibirá el cien por ciento de regreso más intereses. Estos bonos en realidad son Deuda del Estado, las que, llegado el momento de honrar sus compromisos con los inversores, deberán pasarla a los trabajadores en forma de impuestos o de reducción de servicios básicos como salud y educación. Todo en nombre del sinceramiento y la responsabilidad fiscal, “como la de cualquier hogar decente”.
El negocio es redondo y prácticas como estas, legalizadas por las mismas instituciones nacionales y globales, sólo incrementan el poder de los de arriba a costa del sudor de los de abajo, al tiempo que los convence de que si hoy están algo mejor que ayer (en el mejor de los casos), si hoy textean desde un teléfono de última generación mientras que sus abuelos tenían que escribir cartas a mano, todo se debe a las bondades del capitalismo y de que el Club del Uno ha sido protegido de los destructivos y fracasados críticos de siempre que quieren que los pobres y los vagos vivan del Estado sin trabajar―castigando el éxito de los ricos e impidiendo que la República X no se convierta en un país desarrollado como aquellos que saben cómo hacer las cosas, que tienen “otra cultura y otra mentalidad”, como Inglaterra o Estados Unidos.
Luego de su tensa salida de Cuba, el agente secreto David Atlee Phillips se mudó a Nueva York con su esposa y sus cinco hijos. Una noche recibió un llamado para una misión especial. Phillips se negó varias veces, pero el agente “Cliff” insistió:
—Te voy a dar tres pistas…
—No necesitas decirme nada —dijo Phillips—: Cuba, Cuba y Cuba.
—Es por eso por lo que te necesitamos —dijo Cliff.
—¿Cuál es el plan?
Cliff respondió:
—Otra Guatemala, según me dijo Len.
Len era el superior de Cliff, conocido entre los agentes secretos sólo por ese nombre y por tener una pierna ortopédica.
Varios altos oficiales de la CIA que habían participado en el exitoso golpe de Guatemala fueron convocados, entre ellos Richard Bissell, Richard Helms y Howard Hunt Jr. Helms será el futuro director de la CIA y uno de los responsables del complot contra Salvador Allende en 1973. Una de las llamadas de Hunt desde Uruguay (donde operaba desde los años 50) al argentino Dandol Dianzi en un hotel de México, será grabada el 20 de noviembre de 1963, dos días antes del asesinato de John Kennedy, en el que Hunt mencionará “un asunto de grave importancia para nuestra nación”. No se refería su presidente de Uruguay, Benito Nardone.
La estrategia para “una nueva Guatemala” era obvia: guerra mediática primero e invasión armada después. Eisenhower había quedado impresionado por el bajo costo y la facilidad con la que lograron sus objetivos en aquel país. Ahora, el plan aprobado por el Pentágono consistía en invadir por aire la costa sur de Cuba, donde todavía quedaban algunas fuerzas de Batista. Si el aterrizaje salía mal, siempre quedaría la posibilidad de huir a las montañas y esperar a que nuevos recursos caigan del cielo.
Guatemala fue elegida como campo de entrenamiento de los cubanos reclutados en Miami. El presidente, general Miguel Ydígoras Fuentes (en 1950 había perdido las elecciones contra Jacobo Árbenz y en 1958 y se hizo con el poder prometiendo “un pollo por familia”) le garantizó a la CIA la finca La Helvetia, en Retalhuleu, para alojar y entrenar a 5.000 cubanos a cambio de una cuota mayor en la venta de azúcar. Para explicar los movimientos extraños en la zona, el gobierno guatemalteco hizo circular el rumor de que comunistas cubanos se estaban organizando en algún lugar de Guatemala para lanzar un ataque contra la patria y la libertad de sus ciudadanos.
La campaña de desinformación ya se había extendido a América del Sur. El 15 de febrero, el agente de la CIA Philip Franklin Agee, por entonces en Ecuador, informó de la compra de opinión en los diarios más importantes de Colombia, Ecuador y Perú (como El Comercio y El Tiempo) para inculpar a Cuba de un envío inexistente de armas y dinero a esa región. El plan, confesó Agee, era preparar a la opinión pública antes de la invasión de Cuba.
El 15 de abril se lanzó la operación desde Nicaragua. La idea era destruir, con bombarderos B-26, las fuerzas antiaéreas de Cuba en el norte antes de desembarcar en el sur. La destrucción fue significativa, pero hubo respuesta. Los pilotos cubanos en sus T-33, más pequeños y peor armados, tenían mejor puntería y derribaron diez de los doce bombarderos invasores. Para desmoralizar a su población, la CIA pasó a los medios sus propios bombarderos baleados como desertores cubanos aterrizando en Miami.
Castro acusó a Washington de la maniobra, mencionando las bases operativas de Florida y Guatemala, pero el embajador de Estados Unidos en la ONU, Adlai Ewing Stevenson, al tanto de los detalles del plan, lo niegó con vehemencia y convicción: “Las acusaciones de un complot orquestado en Washington son totalmente falsas. Estados Unidos está comprometido con una política de no agresión”. El agente David Phillips recordará en sus memorias de 1977 que “Adlai Ewing Stevenson era un gran actor; nadie le ganaba mintiendo”. Phillips recordará también que el agente de la CIA Kermit Roosevelt había logrado manipular a un número crítico de rebeldes en Irán para derrocar al presidente electo Mohammad Mossadegh y que lo mismo había logrado hacer él mismo, con el gobierno de Árbenz en Guatemala.
El 16 de abril, desde la medianoche y hasta las 7: 30 de la mañana, la Brigada 2506 (1.400 cubanos de Miami entrenados por meses en Guatemala) desembarcó con tanques M41 Bulldog en Playa Girón. Luego de una batalla que dejó cien muertos, la resistencia de la isla capturó a más de mil cubanos de la CIA, los que más tarde fueron cambiados por alimentos, gracias a una colecta organizada en Florida. La televisión de Estados Unidos informó de un ataque de los rebeldes cubanos contra el régimen de Castro y confirmó que “como es previsible, se culpa otra vez a Estados Unidos”. Los latinoamericanos nunca se hacen responsables de sus propios fracasos.
Pero las calles de La Habana se inundaron de gente contra la invasión y la invasión fracasó. Howard Hunt culpó a Jack Hawkins, encargado del grupo paramilitar de exiliados cubanos, “un veterano de guerra con botas tejanas y aspecto de borracho malhablado” que no creía en el genio revolucionario de Castro sino en su buena suerte. “Esto es pan comido”, había dicho Hawkins, prometiendo “enviar postales de navidad desde Cuba este año”. El mismo Hunt, en un reporte desde La Habana, lo había anunciado con tiempo: “todo posible apoyo de los cubanos a la invasión debe ser descartado de plano; se debe asesinar a Castro antes de la invasión y debe ser hecho por patriotas cubanos”.
La primera evaluación no fue creíble, pero la CIA tomó su última sugerencia, la que también fracasó cuando el secretario de Castro, Juan Orta, contratado para envenenar su bebida, una semana antes de la invasión se acobardó y se refugió en la embajada de Venezuela, donde permaneció por más de tres años antes de llegar a Miami.
Howard Hunt también culpó a Kennedy del fiasco y Kennedy culpó a la CIA, la que prometió disolver. Luego de muerto, sus hijos John y David confirmarán que su padre había confesado varias veces que la CIA había participado del asesinato del presidente, pero serán acusados de inventar la historia.
Karl Mundt, senador republicano por Dakota del Sur y educador de profesión, explotó: “¡nosotros, quienes liberamos esa isla de sus cadenas medievales; nosotros, quienes le dimos orden, vida, conocimiento tecnológico y riqueza, ahora somos maldecidos por nuestra cooperación y por nuestras virtudes civilizatorias!”.
Poco después del triunfo de la revolución, Che Guevara, quien en 1954 debió huir a México cuando se produjo el golpe de Estado en Guatemala, había advertido: “Cuba no será otra Guatemala”. Dos años después, el mismo Guevara, con su característico sarcasmo rioplatense, le envió una nota al presidente Kennedy: “Gracias por Playa Girón. Antes de la invasión, la Revolución era débil. Ahora es más fuerte que nunca”.
En sus memorias de 2008, Howard Hunt lo confirmó: “El Che y Fidel Castro aprendieron de Guatemala; nosotros no”.
jorge majfiud, del libro La frontera salvaje. 200 años de fanatismo anglosajón en América latina.
Oportuno momento para recordar que hace exactamente 90 años, en abril de 1933, Hitler cerró la Bauhaus, la escuela de arte, arquitectura y filosofía integral más influyente del siglo XX. De allí no sólo salieron genios que todos conocemos, sino gran parte del diseño del mundo que nos rodea hoy.
Según los nazis, la Bauhaus era anti-alemana, sus diseños e ideas iban contra las mejores tradiciones del país; estaba llena de artistas y bolches degenerados; las fiestas de sus estudiantes eran escandalosas; sus experimentos artísticos eran caóticos y hasta la tipografía que usaban para escribir era una afrenta política a lo mejor de Alemania y la civilización Occidental.
Teología del dinero es una reflexión sobre los principales problemas constitucionales del sistema social y económico actual que están amenazando la misma existencia de la civilización y de miles de especies en el planeta, algo a lo que nunca antes la Humanidad se habla enfrentado en toda su existencia. Esta crisis tiene sus raíces en el sistema económico dominante desde el siglo XVII: el capitalismo y sus últimas versiones más destructivas, como el neoliberalismo, la cultura del consumismo, la política neofacista y la economía neofeudal de las corporaciones.
En 1919, en la Corte Suprema de justicia de Michigan, se produjo un hecho con consecuencias ideológicas que ya superan los cien años, aunque sus raíces están en la Inglaterra del siglo XVI, como explicaremos en un próximo libro, algo para leer con menos urgencia y ansiedad―al menos esa es la superstición de todo escritor que malgasta su vida investigando cosas que a pocos les interesa y a muchos no les conviene.
Un protagonista y víctima paradójica fue Henry Ford, uno de los tantos millonarios admiradores y condecorados de Hitler, con un sentido aristocrático y racista de las sociedades. Siete años más tarde, su decisión de otorgarles a sus trabajadores uno de los derechos más largamente revindicados por los sindicatos en Occidente, las ocho horas (8-8-8, ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para vivir) se basaba en que los obreros debían tener tiempo y poder de consumo para ampliar los negocios de los de arriba. Como Hitler, Ford también se había propuesto producir un auto del pueblo (Volkswagen) que pudiese llevar a un hombre al volante, su mujer al lado y tres hijos detrás.
Para la segunda década del siglo XX, y debido al éxito de las Fort T que todavía ruedan sobe las calles de la antigua ciudad portuguesa de Colonia del Sacramento en Uruguay, Ford Company había acumulado un exceso de capital, por lo cual su gerente, Henry Ford, decidió aumentar el salario de sus obreros. En gran medida se trató de una estrategia publicitaria y, sobre todo, de la sospecha de Ford de que algunos accionistas estaban acumulando ganancias para abrir su propia compañía y competir con la suya (como los Dodge, que ya proveían de piezas mecánicas a la misma Ford), pero en los hechos iba a beneficiar a los obreros de la compañía.
Apenas enterados de los planes de Henry Ford de dejar gotear algo de las ganancias a sus obreros, los hermanos John y Horace Dodge, con un diez por ciento de las acciones de la compañía, demandaron a Ford Co. argumentando que los capitales acumulados pertenecían a los accionistas, no a los trabajadores, cuyos salarios ya eran competitivos en el mercado. ¿Para qué más? La demanda se basó en la acusación de que los trabajadores les estaban robando el dinero que le pertenecía a los inversionistas.
En 1919, la Suprema Corte de Michigan le dio la razón a los Dodge, lo cual no sólo les permitió recibir un capital extra para iniciar su propia Automotora Dodge y millones de simpáticos autos que invadieron el resto del mundo como prueba de los beneficios del capitalismo, sino que, más importante que eso, sentó un antecedente judicial, cultural e ideológico. Desde entonces, las decisiones de otras cortes y de otros medios convirtieron en dogma escrito la idea de que los capitales y sus beneficios le pertenecen a los accionistas, no a los trabajadores.
De forma explícita, la Suprema Crote del estado determinó que los gerentes de una compañía deben administrar sus compañías para beneficio de sus accionistas, no para la caridad de sus trabajadores. Filosofía que se parece mucho a la del sistema esclavista, abolido medio siglo antes pero gozando de buena salud en el resto de la cultura dominante, reproducido y practicado desde el mugol de los medios William Hearst hasta cada uno de los CEOs de las transnacionales más poderosas del país.
Está de más decir que las mismas obviedades fueron adoptadas y defendidas como la vida en las colonias del Sur Global―y que poco ha cambiado desde entonces.
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