El eterno retorno
Los más jóvenes van descubriendo el mundo y sienten que lo van inventando. En realidad cada generación reinventa el mundo, lo vuelve a descubrir y lo vuelve a reconstruir de una forma que parece única, novedosa, revolucionaria. Para la historia, de hecho cada generación crea algo nuevo. En ocasiones, hasta hay progreso.
Para el individuo (tal vez lo que realmente importa a la existencia) no. En el fondo cada individuo no crea nada nuevo sino que repite los mismos sueños de sus padres, de sus abuelos, de sus más remotos antepasados, como si todo sucediera por primera vez. Las nuevas generaciones, el nuevo individuo, no crean el mundo ni el mundo nace con ellos. Pero en este admirable y a veces absurdo sueño radica algo tan meritorio como la creación del mundo: la conservación del mundo, de la vida, de la existencia en su estado más vivo.
Uno puede percibirlo en los sueños y anhelos de quienes vienen detrás, en la mirada fresca de un hijo. Y uno se da cuenta que ya ha pasado cierto límite existencial cundo siente y reconoce que uno ya no importa. Que casi todas nuestras preocupaciones comienzan a girar entorno a esos niños que van a reemplazarnos y que ya comienzan a soñar como soñábamos nosotros cuando estábamos vivos y éramos el centro del universo.