Diálogo con Gabriel Conte

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El intelectual «más influyente» de Iberoamérica: «No tengo interés de influir decididamente en nada»

Empecemos por acordar un significado del término «intelectual», ya que, como sabemos, entre éstos vive el ánimo de la polémica y -como seguramente esta nota será leída en primer término por ellos- debemos ser consecuentemente, precisos.

Vamos por la formalidad de la Real Academia Española de las Letras:

1. adj. Perteneciente o relativo al entendimiento.
2. adj. Espiritual, incorporal.
3. adj. Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras.

Vayamos, de inmediato, a una explicación popular en torno a quién debe ser considerado por los otros como «un intelectual»: «Es aquel que se dedica al estudio y la reflexión crítica de la realidad y comunica sus ideas con pretensión de influir en ella, alcanzando autoridad ante la opinión pública». Lo dice la Wikipedia, pero chequeando su información pocas veces confiable, puede comprobarse que lo ha tomado de las ya famosas listas de la revista (con versión en español) Foreign Policy.

Para darle un barniz intelectual a esta introducción sobre intelec tuales, no podemos dejar de citar a Jean Paul Sartre, quien dijo: «L’intellectuel est quelqu’un qui se mêle de ce qui ne le regarde pas» (Intelectual es el que se mete en lo que no le importa).

Chomsky, desde su costado, giró 180 grados desde su posición ineludible de intelectual de este tiempo para señalar que «Los intelectuales son especiualistas en difamación, son básicamente comisarios políticos, son administradores ideológicos, los más amenazados por la disidencia».

Pero a lo que iremos de lleno es una valoración acerca de estos seres que se encuentran en los libros, las universidades y también en las listas de famosos: en la búsqueda del intelectual más influyente de Iberoamérica, la ya mencionada publñicación inglesa Forfeign Policy abrió sus páginas en Internet para que fuesen los lectores, y no su equipo, quienes esta vez eligieran a uno de un montón.

Así, en el canon oficial de la publicación, aparecieron nominados tales como Mario Vargas Llosa y su hijo Álvaro; Eduardo Galeano, Jorge Edwards, Enrique Krauze, Michel Bachelet y Ricardo lagos de Chile; Fernando Henrique Cardoso, Felipe González y Julio maría Sanguinetti, por citar a los políticos que, además, piensan, escriben y proponen. Los disidentes cubanos Yoani Sánchez y Carlos Alberto Montaner también están en el listado.

Pero la cuestión es que este año el elegido por los lectores de la versión en español de Foreign policy es el escritor uruguayo Jorge Majfud quien además de su pasión por las letras, es arquitecto y docente que realiza sus labores en los Estados Unidos.

 


Allí ha sido docente de la Universidad de Georgia, de donde egresó, en la Linconln University y en la Universidad de Jacksonville. Colaborador en muchísimos medios de comunicación, sus textos han pasado por The Huffington Post, La Vanguardia de Barcelona yPágina/12.
 

Majfud, como escritor, es autor de Crisis -novela-, Cybors-ensayos- El eterno retorno de Quetzalcoalt -investigacion académica- e Ilusionistas -prólogo y traduccion para libro de aquel que maldefinió a los intelectuales: Noam Chomsky-. En este año, son los cuatro libros de su autoría que han sido publicados.

Sin embargo esa no es toda su obra. Casa de las Américas de Cuba lo distinguó en 2001 con una mención por la novela La Reina de América, también Excellence in Research Award de la Universidad de Georgia.

Antes de los cuatro títulos publicadoe en 2012 su producción literaria incluyó:

– Hacia qué patrias del silencio (Memorias de un desaparecido), novela, 1996.

– Crítica de la pasión pura, ensayos, 1998.

– La Reina de América, novela, 2001.

– El tiempo que me tocó vivir, ensayos, 2004.

– La narración de lo invisible / Significados ideológicos de América Latina, ensayos, 2006.

– Perdona nuestros pecados, cuentos, 2007.

– La ciudad de la Luna, novela, 2009.

 

 

 

– Si fueras vos «el gran elector», ¿a quiénes señalarías como «los intelectuales del momento» en Iberoamérica?

– Esas listas siempre han sido muy discutibles. Alguien me escribió diciendo que había propuesto mi nombre luego de leer el prólogo que le escribí a Noam Chomsky. Es decir, son circunstancias del momento que luego se olvidarán. Les agradezco mucho a quienes amablemente me incluyen en esta o en aquella lista, si es de buena fe. Así que no voy a decir que no me alegra que la gente se acuerde de mi trabajo, pero es una alegría que dura unas pocas horas, a veces minutos. Si me preocupase por los aplausos o por los insultos no podría vivir. Pero esa indiferencia, que a veces me preocupa, no es algo calculado, sino algo que viene con los años. Aparentemente hay gente que de hecho no duerme por esas cosas y ni siquiera tienen una vida propia. Ahora hay una cultura del canibalismo… pero, en fin, ese es otro tema.

En pocas palabras, creo que en el fondo todos sabemos lo relativo que son las listas de los mejores y los peores y no creo que dejen de serlo por un largo tiempo. Incluso si se inventara un algoritmo que midiese la influencia de un intelectual en un espacio y en un tiempo determinado, aún así quedarían muchos puntos discutibles, como lo es la misma definición de “intelectual” o de “influencia”, que varía incluso de un idioma a otro, de una cultura a otra.

Pero si aceptamos un cierto entendido tradicional en tu pregunta, te mencionaría, más allá de mis preferencias propias, a Eduardo Galeano, Mario Vargas Llosa, Leonardo Boff, Fernando Savater, Pérez-Reverte, Javier Marías, Montserrat Domínguez, y muchos otros. Ahí en Argentina ustedes tienen grandes valores, algunos con una gran proyección mediática y otros nunca reconocidos suficientemente, como Hugo Biagini, Horacio Verbitsky, Juan Gelman, Jorge Lanata, Emilio Cafassi, etc. 

– ¿Sigue siendo importante la intelectualidad a la hora de los cambios que influyen en mejorar la vida de los habitantes de esta zona del mundo?

– No, al menos no como, por ejemplo, en tiempos de la fundación de Estados Unidos o de las republicas iberoamericanas. Las palabras “intelectual” e “intelectualidad” han perdido mucho de aquel prestigio que procedía del Renacimiento, que maduró en el Iluminismo y tuvo sus figuras históricas hasta fines del siglo XX. Todavía queda mucho de eso pero no tanto como en décadas pasadas. El último gran icono del intellectuelle engagée fue Jean Paul Sarte. Sin duda, desde Sartre y Foucault hasta hoy esa figura es Noam Chomsky. Este cambio se debe a varios factores. Primero, los mismos intelectuales de izquierda (esta no es una condición per se del intelectual comprometido, pero en un mundo dominado por la derecha era natural que los intelectuales se corriesen a la izquierda, sobre todo en America Latina) comenzaron a renegar del título en su proyecto de conectarse con las masas o, mejor dicho, con el pueblo. Segundo, los intelectuales y sobre todo las ideologías de derecha, lograron descalificar el trabajo intelectual como algo superfluo o como un estorbo para el progreso material.

Fue una forma de neutralizar la literatura, por ejemplo, reduciéndola a su función de entretenimiento. Cuando esto no funcionó, se la criminalizó bajo etiquetas como “idiota”, “infantil”, “realismo mágico”, “torre de marfil” o “improductivo”. Lo curioso es que los intelectuales de derecha generalmente han defendido el derecho de los escritores, por ejemplo, a recluirse en sus “torres de marfil”; lo cual es un derecho legitimo, pero comienza a ser sospechoso cuando se intenta reducir el trabajo intelectual en general y literario en particular a ese espacio solipsista, narcisista. Es decir, inofensivo. Etiquetas que, por supuesto, tenían una funcionalidad clara para el statu quo del momento.

En cierta medida, este desprestigio también fue producto del triunfo del espíritu práctico y conquistador del empresario anglosajón contra el declive de lo que hace un siglo se llamaba el “espíritu latino”, que en este sentido no sólo incluía a Francia sino que tenía en París el polo opuesto a Londres; el racionalismo contra la practicidad, donde “intelectual” era una mala palabra.

Sin duda que los intelectuales han cometido errores catastróficos. ¿Qué grupo humano no lo ha hecho a lo largo de diez mil años de historia? Pero también podríamos pensar en lo que sería el mundo hoy sin los poetas, los dramaturgos y los filósofos griegos de los siglos V y VI a. C., sin los humanistas judíos, islámicos y cristianos de la Alta Edad Media, o de los iluministas del siglo XVIII. Simplemente nunca hubiésemos tenido revoluciones como la americana y la francesa, ni tantos movimientos sociales y populares que cambiaron el mundo para mejor, resistiendo una larga lista de violentas esclavitudes que hoy pocos tienen en cuenta a la hora de estigmatizar a los “revoltosos” de turno. La Democracia estaría en pañales. Y si bien hoy la democracia agoniza en manos de los señores feudales de turno, que son las megacorporaciones y los dueños de la mayor parte del capital que circula en el planeta, también es cierto que su dominio no alcanza a ser absoluto, no gracias a sus buenos corazones sino a los “irresponsables radicales” que no se conforman con agradecer a esos señores por una esclavitud que llaman progreso solo porque en gran medida es una esclavitud consentida –como lo han sido siempre todas las formas de esclavitudes anteriores.

– ¿Diferenciarías en ese proceso a intelectuales de economistas?

– Sí. Obviamente, los economistas hacen un trabajo intelectual. Pero también lo médicos, los mecánicos o un agricultor que medita sobre la conveniencia de plantar trigo en lugar de soja. Todas las disciplinas universitarias se basan en un trabajo intelectual. La diferencia en la definición radica en que el intelectual se especializa en nada, es decir, su área no se limita a una disciplina estrictamente limitada, como puede ser la lingüística o la cardiología, sino que es, básicamente, un generalista que intenta ver la realidad a vuelo de pájaro para replantear los problemas que generalmente no son feudos cerrados de especialistas y, al mismo tiempo, trascienden su grupo social y temporal.

Eso como definición general. Por lo tanto, un economista puede ser un intelectual, como Noam Chomsky es un intelectual aparte de ser el lingüista más célebre del último siglo. Un economista puede ser un intelectual pero no todos los economistas son intelectuales, como no todos los escritores ni todos los profesores universitarios son intelectuales. Todos sabemos que existe algo llamado “trabajo clerical”, que es el más común, por ejemplo, entre los intelectuales orgánicos, como diría Antonio Gramsci, si me permiten la herejía de citar a Gramsci en estos tiempos en que los insultos valen por argumentos.

– ¿Qué rol les cabe, a tu criterio, a los dirigentes sociales que protagonizan los cambios en Latinoamérica y de quienes no se puede decir que detenten dotes intelectuales?

 – Se podría decir que un presidente como Evo Morales no es la imagen del intelectual, como Fernando Henrique Cardozo, por ejemplo. Sí, cada tanto escuchamos algún que otro disparate… Pero en el acierto o en el error, al menos los bolivianos dieron un enorme paso hacia la democracia cuando se dieron cuenta que su país no era un país de criollos blancos solo porque los indios, hechos y desechos en la cultura del “pongo”, como en Perú, nunca salían en los diarios. Entonces eligieron a alguien como ellos, que más o menos los representa. Las orgullosas “democracias desarrolladas” del norte han reincidido en elegir políticos profesionales que representan más a los banqueros que financian sus brillantes carreras y sus campañas electorales, que a  los electores que los eligen como sus representantes. Esta no es la idea de democracia que uno pueda tener. Luego, para anestesiar o descalificar este tipo de crítica, se intenta comparar un país pobre y subdesarrollado con uno rico o desarrollado, como si en los países más desarrollados los valores radicales de la democracia no entrasen en la idea de desarrollo; como si el progreso y el desarrollo de una sociedad no se debiera a sus trabajadores, a sus inventores ni a sus intelectuales sino a sus banqueros y a todos aquellos especuladores que se presentan como los “padres fundadores” de sociedades y de países enteros, mientras lucran de ese desarrollo y secuestran las democracias y sus narrativas.

Ahora, no me voy a arrogar la autoridad de definir el rol de los dirigentes sociales. Pero si me preguntas tal vez sí pueda dar una opinión. Para empezar yo diría que su rol debe ser más importante que el rol de cualquier grupo de intelectuales. Pero este rol no debería excluir a los intelectuales, algo que está muy de moda. Esto se debe a la dictadura de los tecnócratas y al menosprecio de otras dimensiones de la existencia humana más allá de la producción y la economía, algo que se surge desde las raíces de nuestra civilización basada en el consumo como fuente de riqueza y de éxito social, de un mundo que confunde riqueza con desarrollo.

Pienso que la función desde los presidentes hasta los gremialistas, es trabajar en pasos graduales pero concretos hacia una democracia más directa, que es lo mismo decir, hacia una democracia más radical, que es el sentido de cualquier democracia que no sea una simple cobertura y legitimación del poder de unas elites en el poder, ya sea el financiero como el paradójicamente llamado poder de los “representantes del pueblo”. Como ya he expresado muchas veces, desde los experimentos parlamentaristas en Inglaterra en el siglo XVII y revoluciones políticas como la americana y la francesa en el siglo XVIII, donde se iniciaron los primeros experimentos concretos más allá de la teoría y del pensamiento de los pensadores humanistas, del renacimiento y de la Revolución industrial, no hemos tenido grandes novedades en esta previsible evolución. Las novedades han sido, aunque no pocas ni de poca importancia, en el área de los derechos humanos y de la ecología, pero no en la gestión misma de la democracia. El anacronismo de los sistemas representativos que denunciamos hace muchos años como fuerzas reaccionarias, se está evidenciando aun más en los conflictos de intereses que vemos en las democracias del mundo desarrollado: en lugar de mostrar una democracia avanzada están mostrando democracias subdesarrolladas, donde los ciudadanos no solo tienen pocas opciones y suelen quedar cautivos de sus propios errores, sino que además la capacidad popular de gestión es mínima ante las grandes fuerzas del capital de los bancos y de las megacorporaciones. ¿Dónde está la democracia en un mundo donde las decisiones más importantes en la economía y el medioambiente está en manos de multinacionales que lucran, por ejemplo, con la quema de petróleo o con la venta de armas?

Así la verdad también está en manos de millonarias campañas propagandísticas a favor, obviamente, de sus propios intereses. Por otro lado, ¿cómo se contesta a esta situación desde otras áreas mas “marginales” del mundo? De dos formas: o copiando los peores valores centrales del mundo desarrollado, como lo es el consumismo superfluo, o repitiendo tradiciones, como la latinoamericana de caudillos salvadores que se enamoran del poder político desde el primer día, con la excusa de luchar contra el imperialismo, y así tenemos una eterna postergación del protagonismo del pueblo mismo para autogestionarse en sus problemas concretos y relacionarse más directamente con sus pares del otro lado del planeta.

– Si así fuera, ¿en qué temas te gustaría influir con tu pensamiento, tus columnas y tus libros?

– Honestamente, no tengo ni el interés ni la pretensión de influir decisivamente en nada. Sólo quiero comprender este mundo. Tal vez esa sería mi mayor contribución, si es que mi vida va a justificarse por algo, además de mi función de padre. Lo único que quisiera es no equivocarme de una forma que haga infeliz a la gente. Cosa que es más bien utópica, ya que cualquier cosa que uno haga causará diferentes efectos en diferentes personas. Es imposible controlar eso. Dicen que hace tiempo ya hubo un hombre bueno que en lugar de responder con violencia aconsejaba ofrecer la otra mejilla y cambiar el miedo por el amor, incluso a sus enemigos… ¿Lo cruificaron, no?

Así que la lección está servida. Por mi parte, como no provengo de una familia acomodada, como se decía antes, y debo luchar palmo a palmo por mi propia sobrevivencia y la de mi familia, no tengo mucho tiempo ni siquiera de imaginarme que pueda ser un héroe dialectico, como decía Nietzsche. Sí quisiera pensar que al menos he aportado un grano de arena en la construcción de un tiempo mejor para mi hijo y toda su generación, para esos que tendrán que seguir luchando cuando nosotros ya no estemos para ayudarlos. Esas cosas sí me preocupan de verdad. Por lo tanto, lo que puedo intentar desde el lugar donde me puso el destino, es contribuir para un mundo menos brutal, con menos violencia física y menos violencia moral, que es la más universal y la más difícil de visualizar. Con mucha frecuencia pienso que algún día me retiraré de todas las batallas dialécticas, y entonces no me importará hacer silencio sobre algo que alguna vez consideré crucial o inmoral. No lo sé. Seguramente todavía no me ha llegado ese tiempo… De cualquier forma, este trabajo de escribir con pasión y publicar con responsabilidad tiene sus riesgos y, en mi caso personal, un incurable sentimiento de culpa.

 

 

 

Milenio II (Mexico)

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“El español en Estados Unidos”

Se veía en paz de vuelta al estudio de la lengua cuando le llamaron para ocuparse del Instituto Cervantes

Su labor en la Real Academia Española le avala como gigante en la política del español

Aquí da algunas claves de lo que será su mandato.

JESÚS RUIZ MANTILLA 23 FEB 2012 – 14:46 CET52

VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA  / JAMES RAJOTTE

Perseguido por los vericuetos y las batallas públicas de la lengua, Víctor García de la Concha no ha podido refugiarse tampoco en la paz de la propia lengua. Entre el estudio, la enseñanza y la política de la misma se ha movido toda la vida. Como profesor en varios institutos, en diversas universidades y, después, como impulsor de la expansión universal del castellano al frente de la Real Academia Española (RAE).

A los 78 años, creía haber cumplido con creces su labor pública y deseaba adentrarse en el estudio profundo de un canon literario propio. Pero de nuevo recibió una llamada para ponerse al frente del Instituto Cervantes después de que Mario Vargas Llosa rechazara el ofrecimiento. Le cortaron la retirada. ¿La razón? Impulsar lo que será la gran máquina de la cultura con el Gobierno del PP. Atraer a los países hispanoamericanos en un frente común que coloque al español en su posición de dominio lingüístico global junto al inglés.

No podía decir que no. Si alguien ha impulsado las alianzas con los países de habla común, en lo que definió como la acción panhispánica, ha sido él. Ahora debe encargarse de aunar esfuerzos y no crear fricciones. Nadie como un hombre de concilio que presume de conocer y aplicar a fondo en la política y en la vida la diplomacia vaticana.

Ha llegado usted a lo que denominan el buque insignia de la cultura y resulta que tiene que cambiar el rumbo. Virar hacia el mundo hispano, ese al que se le ha dado tanto la espalda desde el propio Cervantes. Hay que virar, pero eso no implica que lo que se haya hecho hasta ahora estuviera mal. Me alegré de que al día de mi toma de posesión acudieran los cinco directores precedentes y quiero que figuren en el patronato. Cada uno ha trabajado bien y ha hecho su labor. Aquí hay mucha gente que cumple su cometido sin medios y vocacionalmente. Esta institución ha crecido a base de entusiasmo, echándose a la aventura, y esto no se puede perder. Si nos limitáramos a dar clase, estaríamos haciendo un pan como unas tortas. Lo que ha logrado el Cervantes en 20 años, comparado con otras instituciones que llevan 100 o 70 años en activo, como el Instituto Francés o el British Council, es mucho.

Aun así, hay que virar. Bueno, ligeramente.

No, bastante, mucho incluso. Bien, pero sin desatender lo que tenemos y sin perder de vista que el tiempo no nos deja.

¿Por qué? Pues para expandirnos a determinadas zonas como África, sobre todo el sur del continente, o India.

Pero no hay dinero. Hay que pensar en una presencia que a lo mejor no requiera centros, medios como el centro virtual Cervantes, aulas de nuestra marca en las universidades. Por eso urge pensar, ser imaginativos y apoyarnos en lo que tengamos, en empresas también, porque esa carrera no consiente aplazamientos. Si tardamos 15 años en llegar, el campo estará tomado.

No se había contemplado hasta ahora el mundo hispánico dentro del Cervantes como una sinergia, más bien se le ha visto como una competencia. La palabra competencia en ese sentido es absurda.

Pero así se había visto. Bueno, no creo que se haya concebido así del todo. Veamos un frente común: Estados Unidos. Nosotros tenemos allí tres centros y medio. México tiene varios. Lo que debemos hacer es establecer una alianza con ellos por una razón muy sencilla. El español allí tiene un problema común. Está contaminado, estigmatizado por considerársele vinculado a una lengua de inmigrantes que plantean problemas. Debemos emprender una labor de cambio de mentalidad en ese sentido.

Para empezar, en el reparto eurocéntrico a lo largo de sus 20 años, ¿no hubiese sido mejor centrarse en lugares donde existía una demanda real acelerada, como Estados Unidos? ¿No es tarde?Europa y el norte de África ya están básicamente atendidos. Porque se ha hecho eso podemos pensar en otros frentes. Me decían que si se abrieran 50 centros en Estados Unidos, se llenarían. Ahora no hay capacidad económica, en la época de Moratinos se habló de 10. ¿Por qué no nos unimos con México? Es lo que yo propongo. Hay disposición de ellos para colaborar. En el Gobierno y la Academia Mexicana. Me han trasladado su intención de hacerlo, de empezar a hablar de eso. Consuelo Saizar, ministra de Cultura, y Jaime Labastida, director de la Academia, llamaron el día que se conoció mi nombramiento. Urge porque el problema de esa estigmatización en la sociedad de Estados Unidos hay que abordarlo juntos, no podemos hacerlo solos.

La acción cultural, en ese sentido, ayuda a limpiar. Sí, y más si se realiza de la mano. Llevamos 20 años, no es cuestión de flagelarse, pero es necesario buscar esas nuevas alianzas, sobre todo ahora que ellos tienen economías emergentes.

De todas formas, esa visión del pasado que tiene usted sobre el Cervantes resulta leal con la institución, pero la realidad, en comparación con sus competidores que cuentan con presupuestos en ocasiones 10 veces mayores, es que esto era un hijo pobre del Estado. Nadie tenía fe en su potencial. Yo no lo creo.

Usted, cuando era director de la Real Academia, ¿no tenía la pesada sensación de que era necesario convencer a los Gobiernos para que creyeran con más fuerza en las posibilidades del español? Voy a ser sincero. Desde el Gobierno de Felipe González hasta ahora, no. La Academia fue muy pobre en épocas anteriores. No sé cómo pudo sobrevivir. A Fernando Lázaro Carreter le tocó, para empezar, reconstruir el edificio. Desde esos tiempos, cada vez que la RAE ha pedido algo, dentro de las posibilidades pudimos ir viviendo. Pero por encima de todo eso, hay que decir, estaba y está el apoyo del Rey, que eso lo tiene más que claro. Ha cruzado con nosotros el océano para asistir a congresos y reuniones, y en eso está más que volcado.

¿Cuántas veces ha sobrevolado usted el Atlántico? 50 veces. Y cada una de ellas he visitado al menos dos o tres países. Pero no solo fui yo, sino que desde entonces empezaron a venir ellos. No hay nada como entrar a casa del interesado, todo empieza y termina en personas. He hecho amigos fraternos. Como reza el dicho asturiano: Dios y el cuchu, puedenmuchu. Pero sobre todo el cuchu. Lo personal, tocarse, es importante.

¿Y cuántos le quedan por hacer? Tiene usted un aspecto envidiable, ya ha cumplido 78 años y eso se notará. Yo se lo dije honradamente al ministro Wert cuando me llamó: “Vamos a ver, yo ya tengo 78 años…”. “Pero muy bien llevados”, dijo. “Bueno, de momento…”.

Se había reorganizado la vida. Había terminado mi mandato académico. Yo tengo la gran suerte de dedicarme a algo que me gusta tanto que para mí no es trabajo. Había recuperado el espacio de la escritura, de la reflexión, salir a caminar, cosa que sigo haciendo todos los días. En fin, me llamó el ministro y le dije lo primero lo de la edad y acepté sin tener en cuenta los comentarios de los que me alertan: ¡Cómo has aceptado! ¡Te nos vas a quedar en un aeropuerto!”.

¡Hombre, por Dios! Toquemos madera. Lo que es cierto es que esa vida que usted había recuperado ha saltado por los aires. Ni me planteo arrepentirme. Los amigos me aconsejan dedicarme a la filología primera, a las academias literarias renacentistas desde las que pretendíamos aprender el renacimiento de otra manera. Explicándolo desde la perspectiva de los autores que tenían el Epithetorum opus, de Ravisius Textor, un diccionario de epítetos en los que se encontraban referencias a los clásicos y que usaban Fray Luis, Lope de Vega…

Para copiar… Para asimilar. Era la labor de la abeja para ellos. Pero, en fin, en lo que yo me estaba ocupando ahora es en realizar mi canon de la literatura. Y consiste en volver a leer ciertas obras con apoyo en la bibliografía última, que yo ya no alcancé a estudiar a fondo. ¡Lo feliz que yo he sido estos meses! Con esa relectura apoyada en estudios que han hecho alumnos nuestros. He prometido a mis amigos que no iba a dejar eso. Que voy a organizarme de manera que reservaré unas horas para mi canon.

Difícil lo veo. Bueno, como habrá un secretario general en el que se pueda descargar buena parte del trabajo y eso viene bien para la causa, aprovecharé.

Lo que ocurre es que, como usted está acostumbrado a meterse a fondo en las cosas que hace, me da la sensación de que delegar le es complicado. No, no. Precisamente porque me conozco, en el cambio de reglamento aplaudí la idea de especificar las acciones que corresponden al secretario general. No se imagina con qué detalle hemos puntualizado todo.

Aun así, tendrá tentaciones. ¿Las controlará? ¿Por qué? ¿Porque tengo fama de presidencialista?

Bueno, lo ha sido en la Real Academia. Lo fui, cierto. Y me confesaba en las juntas de Gobierno y en las comisiones. Les decía: “Vosotros sabéis que yo soy un director presidencialista”. Y me contestaban: “Por eso te hemos elegido”.

Eso tranquiliza bastante a quienes están debajo. A mí me lo contagió Fernando Lázaro Carreter. Él tenía un temperamento fuerte. Cuando le afectó un ictus, me dijo que tenía que dejarlo, y yo le convencí de que no podía porque sin esa labor sería peor para él. Me comprometí a ayudarlo a fondo y le aseguré que no haría nada sin consultarle. Él me contagió ese presidencialismo. Pero ahora no, ahora esto tiene que ser distinto, en primer lugar porque el Cervantes cuenta con una estructura distinta, con unos jefes de área más que competentes. Ahí va a estar el secretario general, y yo me dedicaré a fondo a la labor institucional.

De lo que no cabe duda es de que usted forja lealtades, porque era impactante observar a sus compañeros de la Academia en la toma de posesión haciéndole de guardia pretoriana. ¿Qué les da? ¿Miedo o cariño? Mucho cariño. Miedo no, nunca. En la Academia aprendí que la institución era más fuerte cuanto más nos tratábamos con cariño. Con la cortesía académica, que es fundamental. Yo siempre cuidé mucho a los académicos mayores, a quienes caían enfermos. Curiosamente, a medida que se hacían mayores, acudían más: Pedro Laín Entralgo, Rafael Lapesa, Ángel González, Areilza, Rosales… Yo he querido mucho a los académicos. Ahora tengo que encargarme de los directores y profesores de centros, son gente que está por ahí, por el mundo, necesitada de apoyo.

La tarea de misión que veía Lázaro Carreter en el Cervantes… Pero es que ahí damos con otro rasgo de su personalidad porque usted ha trabajado también como sacerdote. Sí. Hace ya casi medio siglo de ello y fue por poco tiempo. Pero guardo un gran respeto a esa etapa, a la que debo mucho de mi formación. No estuve en el tipo de misión a la que se refería Lázaro. Trabajé en la información de la Iglesia y fundé, siendo arzobispo Tarancón, con quien tuve una relación cercana, el semanario Esta Hora. Pero básicamente era profesor y si tuve alguna notoriedad fue porque escribía en La Nueva España. Guardo grandes amigos de entonces. Desde cardenales hasta curas de aldea. Hay gente que dice que empleo la diplomacia vaticana. No me disgusta…

Como vocación, queda, construye.Mucho va en la pasta, en la manera de ser. Hay gente conflictiva por naturaleza, que parecen salamandras, que no viven a gusto más que en el fuego, y luego hay gente de paz. Yo lo soy. Pero no por haber dedicado pocos años de mi vida a eso. Yo me recuerdo de niño como un muchacho pacífico, eso va en la manera de ser, en el carácter.

Todo construye una vida. Desde luego. Un hombre es muchos hombres. Eso lo cuenta Mario Vargas Llosa en su última novela, El sueño del celta. Aun la persona que nos parece más anodina es muchas a la vez.

También tiene su etapa como profesor de instituto. Eso fue muy importante. Lo que yo soy ahora es el final de una etapa que ha durado 50 años. Una carrera de letras. Tuve la suerte de disfrutar a grandes maestros. Fui discípulo amado de Emilio Alarcos, nada menos. De José María Cachero, José Caso, verdaderos maestros. Y a poco de terminar comencé la carrera docente con oposiciones sucesivas, de abajo arriba: primero fui adjunto y luego catedrático de instituto; en Valladolid, penene de universidad, después agregado, más tarde catedrático… Ha sido una carrera muy variada en la universidad, en Zaragoza, en Salamanca… Allí moví muchas iniciativas, incluso me hice cargo de los cursos internacionales de enseñanza de español a extranjeros, qué cosas.

Ya dicen muchos que usted tiene algo de visionario en esto del idioma. No me corresponde a mí decir eso. Soñador sí fui siempre. Pero visionario…

Lo digo por el concepto panhispánico que impulsó usted en la Real Academia y cambió la manera de percibir la enseñanza y el poder sobre el idioma. Pasó de ser castellano dictado por normas castellanas a español global, en el que América tenía tanto o más que decir sobre el idioma que España misma. Bueno, pero ahí tengo que pagar peajes. ¿Por qué yo me interesé por América? Tiene su deuda. Yo era un gran europeísta. Por mis años de estudio en Roma, algunas estancias en Alemania y porque mi padre, que era juez, se sentía muy ligado a lo francés. Cuando Fernando Lázaro me propuso ser secretario de la Academia, hablé mucho con Alonso Zamora Vicente. Fue él quien me dijo: “Víctor, por favor, ocúpate de América, estamos ciegos”. También me pidieron lo mismo Francisco Ayala y Gregorio Salvador. Fueron dos referencias que me hicieron reflexionar hondamente. Surgió la idea del panhispanismo después de ser alertado por ellos. Cuando hicimos la nueva gramática, nos planteamos la colaboración con el resto de las academias, y así ha sido con el resto de lo que se ha hecho después. Pero eso ya estaba planteado desde el principio.

¿Con antecedentes? Las academias se constituyeron como organismos correspondientes de la española, precisamente para atajar los conatos de independentismo lingüístico gracias sobre todo a Andrés Bello. Se revela y dice: “¿De qué estáis hablando? La lengua es nuestra”. Fueron academias formadas por gente de gran representatividad e influencia en los países nacientes. Algo que ocurre ahora también, son miembros de mucho peso. Estaba claro que debíamos trabajar en conjunto, y así ha sido. Mi mejor aportación a esa etapa ha sido favorecer que los tres grandes códigos puestos al día durante mis mandatos –el gramatical, el ortográfico y el léxico se hicieran como obra de todas las academias sobre el español de todo el mundo. Hoy eso es una realidad. Y nos va a servir en la labor que ahora nos toca al frente del Cervantes.

Por eso dice usted mismo que le han llamado. Por algo que resume, a mi juicio, en una carta Alfredo Matos, el director de la Academia Chilena: “Tu concepción y convicción panhispánicas ahora en perspectiva transhispánica universal”.

Eso puede ser un eje de su mandato. Así es.

Pero antes debe limar las asperezas eternas entre los Ministerios de Educación y Cultura y Exteriores para hacerse fuertes en esta institución. ¿Cómo va la lucha? Hay varios organismos de la cultura española que van por su parte. Existe una dispersión de esfuerzos que sumados producirían una sinergia considerable. Hace falta ponernos a remediarlo. Cada entidad tiene su normativa, pero con un poco de buena voluntad por parte de todos El Cervantes está ausente de América Latina, pero los centros culturales españoles que existen allí pueden servir de palestra para organizar cosas en conjunto. A eso llegaremos pronto porque es tan obvio que resulta difícil encontrar quien esté en contra de eso. Se ha señalado que en la toma de posesión, el ministro de Exteriores dejó claro que esto era suyo y lo hizo en presencia del responsable de Educación y Cultura. Pero yo puedo decir que se han dado pasos para clarificar todo eso. Lo primero que hemos hecho es modificar el reglamento. Ha sido fácil, y por eso mismo pienso que cuando llame a las puertas para unir sinergias, estoy muy confiado en que se va a conseguir y será un paso importante.

¿El reto de lo digital nos desborda para el idioma también? Sí, y eso exige investigación, negociación comercial con las grandes firmas, es un momento en que urge pensar, por muchas razones, y urge superar los compartimentos pequeños y unirse en sinergia no solo a nivel del Estado, sino con relaciones estrechas con las industrias culturales y con las empresas a las que interese la promoción de sus labores. No solo la cultura, también la ciencia, la tecnología. Todo eso está por pensar y por definir. Vendrá el mecenazgo y la ayuda, pero no porque pidamos, sino para ofrecerles.

¿Por qué? ¿Se acabó ir de pedigüeños? ¿Es a ellas a las que se debe convencer de que pueden sacar idéntico partido?Efectivamente. Hay que venderles a las empresas el valor de sus posibilidades abiertas al español para hacer cosas conjuntas. Es un problema de apertura y de vuelo. Aunque solo sea por la rentabilidad económica que les supone a las empresas. En Estados Unidos, dos de cada tres estudiantes la eligen como segunda lengua. ¿Por qué? Porque dicen que es útil. Para ganarse la vida. Ese cambio de mentalidad no lo podemos hacer solos, sino con los protagonistas de todo ese fenómeno, que son los países hispanoamericanos.

 

 

Guardián e impulsor global del español

 

Víctor García de la Concha (Villaviciosa, Asturias, 1934), filólogo y licenciado en Teología, estudió en la Universidad de Oviedo y en la Gregoriana de Roma. Su carrera como docente transcurrió a partir de los años sesenta en diferentes institutos de secundaria hasta que llegó a la universidad, donde ha desarrollado su labor como catedrático en Zaragoza y Salamanca, principalmente.

Desarrolló tres mandatos al frente de la Real Academia Española (RAE), a la que dio un impulso modernizador entre 1998 y 2010 cuando sustituyó en el cargo a Fernando Lázaro Carreter. Había sido nombrado académico en 1992 para ocupar el sillón con la letra c minúscula. Ha sido reconocido con el Toisón de Oro por parte del rey Juan Carlos, así como con el Premio Internacional Menéndez Pelayo. (En la foto, en Santander, en 1988).

 

 

[Fuente : Diario El Pais de Madrid, 26 de Febrero de 2012.]

Vargas Llosa apoya a Humala?

Ollanta Humala

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Gana Perú saluda apoyo de Vargas Llosa; pero rechaza a Kuczynski

14-abr-2011 Victor Hugo Sandoval Pinto

Humala dice que Vargas Llosa es su amigo – wikimedia
Humala agradeció el apoyo del novelista; pero él y sus partidarios desdeñan el pacto por el Perú propuesto por el líder de Alianza por el Gran Cambio.

Ollanta Humala lanzó elogios al Nobel de Literatura. No era para menos. El novelista Vargas Llosa venía de mostrarle con reticencias su apoyo. Horas antes uno de los asesores del exmilitar se negó a aceptar el Pacto por el Perú de Pedro Pablo Kuczynski y le llamó perdedor ante las cámaras. ¿Es Gana Perú una mejor opción que el Fujimorismo?

Humalismo y Fujimorismo insisten con sus marcos de diálogo

En una entrevista a través de RPP noticias, el exmilitar radical usó los términos «consenso», «coincidencias», «marco de diálogo» en busca de aliados para la segunda vuelta. Es el mismo estilo de la candidata fujimorista; pero no consigue hasta el momento ponerse de acuerdo en ninguno de los seis puntos del Pacto por el Perú que exigió Pedro Pablo Kuczynski.

A Humala no le gusta la economía de mercado de PPK

Interrogado sobre sus puntos de vista respecto al Pacto mínimo por el Perú, redactado por PPK, líder de centro derecha, respondió con dudas que no conocía su existencia. Sin embargo El Comercio, el diario de mayor circulación, había difundido esta noticia en primera plana desde la mañana.

Pese a sus buenas intenciones, Humala no consigue coincidir con PPK, economista que el Fujimorismo desea enlistar en sus filas. Sería un error para su candidatura si los votos de Kuczysnki, un 19%, fueron a derivar en Fuerza 2011.

El exmilitar hizo hincapié en que él respetaba una economía nacional de mercado, y no solamente una economía de mercado, que era uno de los seis puntos claves del líder de Alianza por el Gran Cambio.

Vargas Llosa y Humalismo son amigos

Sus reticencias con PPK se disolvieron cuando le tocó abordar el tema de MVLl. Yo veo una ventana abierta para poder dialogar. Somos amigos, lo conozco y lo estimo. Creo que es uno de los peruanos que le da más brillo al Perú y saludo su opinión» fueron sus elogios en busca de la reconciliación y dijo que él no había entrado a esta contienda electoral para insultar.

Con esto habría hecho alusión a que el novelista le comparó de igual a igual con la ultraderecha de Keiko Fujimori. En 2009 dijo de ambos: «Son el sida y el cáncer»

Humala en favor de reformar la Constitución. PPK en contra

«No hay marcha adelante ni marcha atrás en la reforma de la Constitución» fueron sus declaraciones ante la insistencia del periodista.

Si PPK fue claro en su mantenimiento de la Constitución de 1993, Humala rehúsa serlo. En su campaña electoral, dijo que era necesario cambiarla o regresar a la de 1979. En esta segunda fase, ni ha negado ni se ha puesto en contra. Otro punto de divergencia con PPK.

Para el exmilitar golpista, los temas importantes del plan de gobierno son las políticas distributivas y sobre todo que él, Ollanta Humala, es el continuismo de la democracia. Rosa María Palacios no parece estar de acuerdo.

Humalistas rehúsan hablar de economía y la reforma de la Constitución

Siguiendo la estrategia de Humala, Carlos Tapia, en una entrevista en América Televisión con la periodista Rosa María Palacios, se negó a tocar el tema económico y la reforma de la Constitución. Eso, según él, se resolvería en un pacto no existente y que estaba lejos de los seis puntos de Pedro Pablo Kuczynski.

Gana Perú y su desprecio por Pedro Pablo Kuczynski

Cuando se pidió que respondiera cómo evaluaba el acuerdo de PPK, el simpatizante de Gana Perú arremetió con ironía y desdeñó a Kuczysnki tildándole de «perdedor».

«¡¿Quién es Kuczynski?! Él ha perdido las elecciones. ¿Cuándo los perdedores presentan las agendas de unidad de los ganadores?», sentenció seguro de su triunfo. Era el partido ultraizquierdista quien debía poner los puntos sobre las íes y convocar a los demás partidarios para hallar coincidencias, y no los «perdedores» quienes pusieran condiciones al partido ganador.

¿Humala respetaría libertad de prensa?

La entrevista terminó en un clima de confrontación. Carlos Tapia calificó de fujimorista a Rosa María Palacios y le pidió que siguiera el ejemplo de Vargas Llosa. La periodista evitó hablar sobre el escritor; pero perdió el control y acusó a los humalistas de que harían del país una dictadura: «Ud. prohíbe que yo haga preguntas sobre su plan de gobierno. Libertad de prensa va a haber en el Perú, aunque ustedes ganen». Es la confrontación de una sociedad polarizada. La ultraizquierda de Humala y la ultraderecha de Keiko Fujimori en segunda vuelta. Lástima para ellos que la Libertad de prensa y la Constitución les corten las alas.

Cultura popular II: «Yo» de Ricky Martin es el libro más vendido en Venezuela

«Yo» de Ricky Martin es el libro más vendido de la semana en Venezuela

15.04.2011 09:04 AM Como todos los viernes, se da a conocer la lista de las ediciones preferidas por los lectores. En el país destacan también Mario Vargas Llosa y Mathías Malzieu

Redacción Web/ AP

El intérprete lanzó su libro después de haber confesado su homosexualidadEl intérprete lanzó su libro después de haber confesado su homosexualidadFoto: Archivo

Caracas.- Como todos los viernes las agencias internacionales informan sobre los libros más vendidos en algunos países de Latinoamérica. En Venezuela “Yo” del cantante Ricky Martín encabeza la lista de las ediciones preferidas por los aficionados a la lectura.

El listado continúa con “Tres cuentos de Poe en B/N” de Besse X, “Monster High” de Lisa Harrison, “La caída de los gigantes” de Ken Follet y “La alargada sobra del amor” de Mathías Malzieu.

El grupo lo completan los libros “Fahrenheit 451 de Ray Bradbury” (T. Hamilton), “El sueño del celta” (Mario Vargas Llosa), “Dragun” (R. Riera), “Cuánta tierra necesita un hombre” (- Leon Tolstoi y M.A. Diez) y “Conflicto” (L.J (II) Smith).

Fuente>> 

Intelectuais, clérigos e bufões do canibalpitalismo

Acto fundacional UPD. Mario Vargas Llosa.

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Intelectuales, clérigos y bufones del canivalpitalismo (Spanish)

Intelectuais, clérigos e bufões do canibalpitalismo


“O egoísmo capitalista resulta, pois, tão solidário que se assemelha àquele que prega a Bíblia”.
(Manual del perfecto idiota, pg. 226)
por Jorge Majfud [*]

No prólogo do Manual del perfecto idiota latinoamericano, (1996) Mario Vargas Llosa já insistia em que “Mendoza, Montaner e Vargas Llosa parecem ter chegado nas suas investigações sobre a idiotice intelectual na América Latina à conclusão […] de que o subdesenvolvimento é ‘uma doença mental’“. O novelista procura, numa espécie de ditadura monoléctica, definir ‘doença mental’ “como [uma] debilidade e covardia frente à realidade real e como uma propensão neurótica a evitá-la substituindo-a por uma realidade fictícia”. Tudo devido a “uma incapacidade profunda para discriminar entre verdade e mentira, entre realidade e ficção”. Na campanha eleitoral que Alberto Fujimori ganhou ao próprio Vargas Llosa em 1990, aquele reprovou a este ter “uma imaginação de novelista”, o que significava exatamente o mesmo que anos depois o autor deste prólogo reprova aos latino-americanos como sintoma característico de uma enfermidade: simplesmente qualificações pessoais (doença mental, incapacidade, debilidade, covardia, etc.) sem argumentos. Ou seja, isto é verdade porque o digo eu.

Um dos axiomas centrais do Manual consiste em dar a entender (ou crer) que vivemos naturalmente em sociedades amorosas — sobre isto Voltaire já ironizara —, onde não existem poderes de nenhum tipo interessados na dominação. Os recursos produtivos como o petróleo, as fontes de sobrevivência como a água, a multiplicidade de monopólios, a omnipresença da voz dos mais fortes nos meios de comunicação, a doações milionários dos bilionários às campanhas eleitorais, tudo, faz parte de um grande impulso fraterno para compartilhar a graça de Deus. Criticando os teólogos da libertação, os autores sustentam a atitude contrária: “O termo ‘libertação’ é em si mesmo conflitivo: apela ardorosamente à existência de um inimigo ao qual há que combater para por os desafortunados em liberdade”. E a seguir: “Será o Deus da justiça também o Deus da inveja? […] Os curas da libertação não notam que o capitalismo acaba por ser o sistema mais solidário de todos, um mundo onde a caridade […] é infinitamente maior que qualquer outro sistema. […] No capitalismo, todos colaboram com todos. O egoísmo capitalista resulta, pois, tão solidário que assemelha-se ao que prega a Bíblia”. (Fora do contexto qualquer um poderia atribuir esta frase a Marx.) Mais adiante, uma definição à la carte: “o capitalismo é uma palavra que simplesmente descreve um clima de liberdade no qual todos os membros de uma comunidade dedicam-se a perseguir voluntariamente os seus próprios objetivos econômicos”. Ou seja, Gengis Khan promoveu o capitalismo na Ásia muito antes dos modernos narcotraficantes.

Mas um sistema dominante não só precisa negar-se a si próprio como tal, tornar-se invisível, como também moralizar acerca da perigosa existência de tudo o que é marginal no seu próprio centro. A tese de procurar uma causa do subdesenvolvimento nas faculdades mentais de um grupo ou de um povo definido como fracassado não menciona, em momento algum, que função cumpre a tese em si mesma. Ou seja, a quem convém — de onde provém — esta catequese ideológica.

Este livro foi citado e recomendado por políticos e presidentes como Carlos Menem na cimeira da euforia primeiro-mundista que assolou os países do “continente idiota”, pouco antes do desastre econômico e moral de princípios do século. Mas não é uma novidade e sim uma tradição intelectual que remonta a Sarmiento ou pelo menos a Alcides Argueda (Pueblo enfermo, 1909). Só que sem o correspondente mérito histórico e literário.

Em 1550, para legitimar a exploração e genocídio dos nativos americanos, também o teólogo Ginés de Sepúlveda lançou mão da Bíblia. Perante o rei e a corte que debatiam a justiça ou injustiça da escravidão denunciada pelo sacerdote Bartolomé de las Casas, Sepúlveda citou o livro dos Provérbios. Segundo o famoso teólogo, “escrito está no livro dos Provérbios: ‘O que é néscio servirá o sábio’, tais são as gentes bárbaras e desumanas, alheias à vida civil e aos costumes pacíficos e será sempre justo e conforme ao direito natural que tais gentes submetam-se ao império de príncipes e nações mais cultas e humanas”. O próprio Hernán Cortés, invocando Deus depois de torturar e assassinar a galope aldeias inteiras, anotava nas suas cartas ao rei que a virtude da sua acção consistiu em deixar em paz aqueles povos selvagens. Para torná-lo mais legal, costumava ler-lhes, em castelhano, o comunicado de uma imediata submissão ao rei de Espanha, do contrário seriam submetidos pela força. E quando assim faziam, escrevia o herói, os mesmos caciques — que não sabiam uma palavra de castelhano — voltavam a chorar, arrependidos e reconhecendo que a culpa da destruição das suas aldeias radicava na sua própria estupidez. Por esta desobediência ao “direito natural”, afirmava Sepúlveda, a guerra empreendida pelo império era uma guerra justa.

Jorge Luís Borges, um intelectual funcional para a sua classe oligárquica, soube entretanto usar argumentos como recurso retórico principal. Certa vez recordou uma anedota: numa disputa entre dois, um deles lançou um copo de água à carta do outro. O agredido respondeu: “Muito bem; isso foi uma digressão. Agora espero os seus argumentos”. De um ponto de vista filosófico, talvez seja uma novidade histórica começar por definir o adversário dialético como “idiota” ao invés de atacar as suas idéias. De um ponto de vista histórico não; é apenas uma tradição: (des)qualificar o outro para perpetuar a sua opressão. Estas idéias responsabilizam os oprimidos pela sua opressão e ao mesmo tempo negam a existência desta. Legitimam uma ordem herdada de um pesado passado, mas em nome do progresso material e espiritual futuro.

Segundo Mário Vargas Llosa, a América Latina produziu destacados artistas, novelistas e pensadores delirantes, “tão faltos de profundidade e tanto ideólogos em contradição perpétua com a objetividade histórica e o pragmatismo”, tudo sintoma de idiotice. Faz-se implícito que o único caso em que um escritor, um novelista latino-americano é capaz de ver a realidade real e a objetividade histórica, no único caso em que não estamos perante as observações de outro idiota, é o seu próprio. Do contrário as suas afirmações anular-se-iam por si próprias, dada a sua suposta condição de perfeito idiota.

Não creio em absoluto que Vargas Llosa seja um idiota. É só parte de uma mesma lógica. Não é por acaso que ele os intelectuais funcionais condenam a “realidade fictícia” como produto de uma “doença mental” que impede o aceitar da “realidade real”. Porque realidade é o que existe (o canibalpitalismo). Portanto, se é difícil criar algo diferente no interesse de um sistema dominante que cria essa realidade, mais difícil ainda será fazê-lo se condenamos a liberdade da imaginação como um atributo da idiotice e do subdesenvolvimento. Essa mesma imaginação que se venera nos revolucionários e progressistas utópicos do passado que não se resignaram à “realidade real” do feudalismo o dos façanhudos negreiros do século XVIII ou da venda de carne humana nas fábricas do Progresso.

 

 
[*] Jorge Majfud, escritor uruguaio, professor de Literatura Latino-americana na Universidade da Geórgia, Atlanta, EUA.

 

 

Vargas Llosa augura un futuro «casi clandestino» para el libro de papel

Jorge Luis Borges, escritor argentino

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El premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa vaticinó que el libro de papel no llegará a desaparecer por el interés de un público reducido y «casi clandestino», durante una charla con estudiantes en la ciudad mexicana de Monterrey (norte).

«El libro de papel no va a desaparecer enteramente, como dijo Bill Gates», dijo el escritor peruano a jóvenes de varias universidades. «Siempre habrá un sector minoritario, casi clandestino, que va a mantener el libro de papel».

De esta forma cada obra literaria «será más rigurosa y más profunda y atraerá vocaciones más intensas. Así que habrá una suerte de compensación» frente al libro digital, consideró el autor de ‘Conversación en la catedral’.

El novelista teme que la «decadencia y el empobrecimiento de creatividad llegue con los libros digitales tal como pasó con la televisión».

Vargas Llosa, de 74 años, recibirá el jueves en Monterrey el premio Alfonso Reyes, otorgado por autoridades mexicanas y que en el pasado obtuvieron otros gigantes de las letras como Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Alejo Carpentier.

La semana pasada Vargas Llosa fue galardonado por el presidente Felipe Calderón y actuó en dos representaciones de su adaptación teatral de «Las mil y una noches» en el emblemático Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana.

fuente

The Importance of Being Called an Idiot

Mario Vargas Llosa

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¿ Cómo definimos la idiotez ideológica? (Spanish)

The Importance of Being Called an Idiot


Jorge Majfud

 

A few days ago a gentleman recommended that I read a new book about idiocy.  I  believe it was called The Return of the Idiot, The Idiot Returns, or something like that.  I told him that I had read a similar book ten years ago, titled Manual for the Perfect Latinamerican Idiot.

“What did you think?” the man asked me narrowing his eyes, kind of scrutinizing my reaction, kind of measuring the time it took me to respond.  I always take a few seconds to respond.  I also like to observe the things around me, take a healthy distance, control the temptation to exercise my freedom and, kindly, go after the guy.

“What did I think?  Entertaining.  A famous writer who uses his fists against his colleagues as his principal dialectical weapon when he has them within reach, said that it was a book with a lot of humor, edifying… I would not say so much.  Entertaining is sufficient.  Clearly there are better books.”

“Yes, that was the father of one of the authors, the Nobel Vargas Llosa.”

“Mario, he is still called Mario.”

“Fine, but what did you think about the book?” he insisted anxiously.

Perhaps he was not so interested in my opinion as he was in his own.

“Someone asked me the same question ten years ago”, I recalled.  “I thought it deserved to be a best seller.”

“That’s what I said.  And it was, it was; in effect, it was a best seller.  You realized that pretty quick, like me.

“It wasn’t so difficult.  In the first place, it was written by experts on the topic.”

“Undoubtedly”, he interrupted, with contagious enthusiasm.

“Who better to write about idiocy, am I right?  Second, the authors are staunch defenders of the market, above all else.  I sell, I consume, therefore I am.  What other  merit could they have but to turn a book into a sales success?  If it were an excellent book with limited sales it would be a contradiction.  I suppose that for the publisher it’s also not a contradiction that they have sold so many books on the Idiot Continent, right?  In the intelligent and successful countries it did not have the same reception.”

For some reason the man in the red tie sensed some doubts on my part about the virtues of his favorite books.  That meant, for him, a declaration of war or something of the kind.  I made a friendly gesture to bid farewell, but he did not allow me to place my hand on his shoulder.

“You must be one of those who defend those idiotic ideas of which those books speak.  It is incredible that a cultured and educated man like yourself could uphold those stupidities.”

“Could it be that too much studying and researching cause damage?” I asked.

“No, studying doesn’t do damage, of course not.  The problem is that you are separated from reality, you don’t know what it is to live like a construction worker or business manager, like us.”

“Nonetheless, there are construction workers and business managers who think radically differently from you.  Might there not be another factor?  That is, for example, could it be that those who have ideas like yours are more intelligent?”

“Ah, yes, that must be…”

His euphoria had reached climax.  I was going to leave him with that little vanity, but I couldn’t contain myself.  I thought out loud:

“It’s quite strange.  The most intelligent people don’t need idiots like me to realize such obvious things, no?”

“Negative, sir. Negative.”

 

Translated by Bruce Campbell

 

 

¿Para qué sirve la literatura? (II)

xarranca - rayuela (1,2,3,4,5,6,7,8,9,le ciel)

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¿Para qué sirve la literatura? (I)

What good is literature? (II) (English)

À quoi sert la littérature ? (French)

¿Para qué sirve la literatura? (II)

Cada tanto algún político, algún burócrata, algún inteligente inversor resuelve estrangular las humanidades con algún recorte en la educación, en algún ministerio de cultura o simplemente descargando toda la fuerza del mercado sobre las atareadas fábricas de sensibilidades prefabricadas.

Mucho más sinceros son los sepultureros que nos miran a los ojos y, con amargura o simple resentimiento, nos arrojan en la cara sus convicciones como si fueran una sola pregunta: ¿para qué sirve la literatura?

Unos esgrimen este tipo de instrumentos no como duda filosófica sino como una pala mecánica que lentamente ensancha una tumba llena de cadáveres vivos.

Los sepultureros son viejos conocidos. Viven o hacen que viven pero siempre están aferrados al trono de turno. Arriba o abajo van repitiendo con voces de muertos supersticiones utilitarias sobre el progreso y la necesidad.

Responder sobre la inutilidad de la literatura depende de lo que entendamos por utilidad, no por literatura. ¿Es útil el epitafio, la lápida labrada, el maquillaje, el sexo con amor, la despedida, el llanto, la risa, el café? ¿Es útil el fútbol, los programas de televisión, las fotografías que se trafican las redes sociales, las carreras de caballos, el whisky, los diamantes, las treinta monedas de Judas y el arrepentimiento?

Son muy pocos los que se preguntan seriamente para qué sirve el fútbol o la codicia de Madoff. No son pocos (o no han tenido suficiente tiempo) los que preguntan o sentencian ¿para qué sirve la literatura? El futbol es, en el mejor de los casos, inocente. No pocas veces ha sido cómplice de titiriteros y sepultureros.

La literatura, cuando no ha sido cómplice del titiritero, ha sido literatura. Sus detractores no se refieren al respetable negocio de los best sellers de emociones prefabricadas. Nunca nadie ha preguntado con tanta insistencia ¿para qué sirve un buen negocio? A los detractores de la literatura, en el fondo, no les preocupa ese tipo de literatura. Les preocupa otra cosa. Les preocupa la literatura.

Los mejores atletas olímpicos han demostrado hasta dónde puede llegar el cuerpo humano. Los corredores de Formula Uno también, aunque valiéndose de algunos artificios. Lo mismo los astronautas que pisaron la Luna, la pala que construye y destruye. Los grandes escritores a lo largo de la historia han demostrado hasta dónde puede llegar la experiencia humana, la verdaderamente importante, la experiencia emocional; el vértigo de las ideas y la múltiple profundidad de las emociones.

Para los sepultureros sólo la pala es útil. Para los vivos muertos, también.

Para los demás que no han olvidado su condición de seres humanos y se atreven a ir más allá de los estrechos límites de su propia experiencia, para los condenados que deambulan por las fosas comunes pero han recuperado la pasión y la dignidad de los seres humanos, para ellos, es la literatura.

Jorge Majfud

La Republica (Uruguay)

Milenio (Mexico)

El diario (Bolivia)

¿Para qué sirve la literatura? (I)

Intelectuales argentinos se oponen a que Vargas Llosa inicie feria

Mario Vargas Llosa, Miami Book Fair Internatio...

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Intelectuales cercanos a la presidenta argentina, Cristina Fernández, rechazaron el martes que el peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura en 2010, sea quien inaugure la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, al acusarlo de liberal autoritario.

«Me gustaría que en la inauguración de la Feria del Libro no estuviera presente. Su liberalismo lo expresa de una manera tajante y hasta diría que, si me permite la paradoja, autoritaria también», dijo el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, en declaraciones a la prensa.

En cambio, la postura del Gobierno fue expresada por el secretario de Cultura, Jorge Coscia, quien dijo que de ninguna manera se intentará prohibir el discurso de Vargas Llosa.

Pero Coscia coincidió en considerarlo «un reaccionario (…), enemigo de las industrias culturales (…) y funcional a un sistema de dependencia cultural en Latinoamérica».

«Me parece válido que los intelectuales tomen partido. En lo que no estoy de acuerdo es en la prohibición», señaló el funcionario a Radio del Plata.

Aurelio Narvaja, de Ediciones Colihue, también solicitó que se rectifique la decisión de invitar al autor de «Conversación en la Catedral» para la apertura de la Feria el 20 de abril, y que durará hasta el 9 de mayo.

En una carta dirigida a los organizadores, Narvaja consideró a Vargas Llosa «un extraordinario escritor y muy merecido Nobel» pero afirmó que su presencia sería «un grave error que desvirtúa la tradición de la Feria».

«Es un propagandista, ostensible y florido, de las ideas y las políticas de la derecha liberal y como tal ha dicho las peores cosas de nuestro gobierno», agregó.

El filósofo y escritor José Pablo Feinmann dijo que le produjo «una enorme indignación que Vargas Llosa venga a abrir la feria después de lo que dijo sobre la Argentina».

El Premio Nobel había dicho al diario italiano Corriere della Sera que «Cristina Fernández es un desastre total. Argentina está conociendo la peor forma de peronismo, populismo y anarquía. Temo que sea un país incurable».

Los intelectuales están elaborando una solicitada para expresar un común rechazo a Vargas Llosa, invitado por la Fundación El Libro para la inauguración cultural de la 37 edición de la Feria.

El autor de «El sueño del celta» había señalado al diario El País de Madrid que Kirchner y su extinto marido, el ex presidente Néstor Kirchner, son «capitalistas ejemplares que (…) consiguieron multiplicar siete veces su capital».

El escritor peruano dijo una vez a la radio argentina La Red que «no es posible que Argentina, con lo que representa desde el punto de vista cultural, elija un presidente de esos niveles de incultura y de pobreza intelectual».

La Feria tendrá por primera vez dos aperturas, la oficial el 20 de abril, con presencia de Kirchner, y al día siguiente la apertura cultural.

El filósofo y profesor de la Universidad de Buenos Aires Ricardo Forster, miembro junto con González del Grupo Carta Abierta, afín al Gobierno, opinó que le parece «desafortunada la decisión de que sea él quién inaugure la Feria».

Vargas Llosa «tiene una mirada política que ha venido expresando con mucha intensidad. Una mirada del mundo muy destemplada, muy poco abierta y muy poco diversa para quienes no piensan como él», dijo Forster.

Fuente: AFP

bufones del canibalpitalismo

Acto fundacional UPD. Mario Vargas Llosa.

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Intelectuais, clérigos e bufões do canibalpitalismo (spanish)

 

Intelectuales, clérigos y bufones del canibalpitalismo

“El egoísmo capitalista resulta, pues, tan solidario que parece el que predica la Biblia”. (Manual del perfecto idiota, pág. 226)

En el prólogo de Manual del perfecto idiota latinoamericano (1996), Mario Vargas Llosa ya insistía que “Mendioza, Motaner y Vargas Llosa parecen haber llegado en sus investigaciones sobre la idiotez intelectual en América Latina a la conclusión […] que el subdesarrollo es ‘una enfermedad mental’”. El novelista procura, en una suerte de dictadura monoléctica, definir ‘enfermedad mental’  “como [una] debilidad y cobardía frente a la realidad real y como una propensión neurótica a eludirla sustituyéndole una realidad ficticia”. Todo debido a “una incapacidad profunda para discriminar entre verdad y mentira, entre realidad y ficción”. En la campaña electoral que Alberto Fujimori le ganó al propio Vargas Llosa en 1990, aquel le reprochó a éste de tener “una imaginación de novelista”, lo que significaba exactamente lo mismo que años después el autor de este prólogo le reprocha a los latinoamericanos como síntoma característico de una enfermedad: nada más que calificaciones personales (enfermedad mental, incapacidad, debilidad, cobardía, etc.), sin argumentos. Es decir, esto es verdad porque lo digo yo.

Uno de los axiomas centrales del Manual consiste en hacer entender (o creer) que vivimos naturalmente en sociedades amorosas —sobre esto ya ironizó Voltaire—, donde no existen poderes interesados en dominación de ningún tipo. Los recursos de producción como el petróleo, las fuentes de sobrevivencia como el agua, la multiplicidad de monopolios, la omnipresencia de la voz de los más fuertes en los medios de comunicación, las donaciones millonarias de los billonarios a las campañas electorales, todo, es parte de un gran impulso fraterno por compartir la gracia de Dios. Criticando a los teólogos de la liberación, los autores sostienen la actitud contraria: “El término ‘liberación’ es en sí mismo conflictivo: convoca ardorosamente a la existencia de un enemigo al que hay que combatir para poner en libertad a los desdichados”. Luego: “¿Es el Dios de la justicia también el Dios de la envidia? […] A los curas de la liberación se les escapa que el capitalismo resulta ser el sistema más solidario de todos, un mundo donde la caridad […] es infinitamente mayor que cualquier otro sistema. […] En el capitalismo, todos colaboran con todos. El egoísmo capitalista resulta, pues, tan solidario que parece el que predica la Biblia”. (Fuera de contexto cualquiera podría atribuir esta frase a Marx.) Más adelante una definición à la carte: “el capitalismo es un apalabra que simplemente describe un clima de libertad en el que todos los miembros de una comunidad se dedican a perseguir voluntariamente sus propios objetivos económicos”. Es decir, el Genghis Khan promovió el capitalismo en Asia mucho antes de los modernos narcotraficantes.

Pero un sistema dominante no sólo necesita negarse a sí mismo como tal, hacerse invisible, sino también moralizar sobre la peligrosa existencia de todo lo marginal a su propio centro. La tesis de buscar una causa del subdesarrollo en las facultades mentales de un grupo o de un pueblo definido como fracasado, no menciona en ningún momento qué función cumple la tesis en sí misma. Es decir, a quién conviene —de dónde proviene— esta catequesis ideológica.

Este libro fue citado y recomendado por políticos y presidentes como Carlos Menem en la cumbre de la euforia primermundista que asoló a los países del “continente idiota”, poco antes de la debacle económica y moral de principios de siglo. Pero no es una novedad sino una tradición intelectual, que se remonta a Sarmiento o por lo menos a Alcides Arguedas (Pueblo enfermo, 1909). Sólo que sin el correspondiente mérito histórico y literario.

En 1550, para legitimizar la explotación y genocidio de los nativos americanos, también el teólogo Ginés de Sepúlveda echó mano a la Biblia. Ante el rey y la corte que debatía la justicia o injusticia de la esclavitud denunciada por el sacerdote Bartolomé de las Casas, Sepúlveda citó el libro de Proverbios. Según el famoso teólogo, “escrito está en el libro de los Proverbios: ‘El que es necio servirá al sabio’ tales son las gentes bárbaras e inhumanas, ajenas a la vida civil y a las costumbres pacíficas y será siempre justo y conforme al derecho natural que tales gentes se sometan al imperio de príncipe y naciones más cultas y humanas”. El mismo Hernán Cortés, invocando a Dios y luego de torturar y asesinar al galope aldeas enteras, anotaba en sus cartas al rey que la virtud de su acción consistió en dejar en paz a aquellos pueblos salvajes. Para hacerlo más legal, solía leerles, en castellano, el comunicado de una inmediata sumisión al rey de España, de lo contrario serían sometidos por la fuerza. Y cuando lo hacían, escribía el héroe, los mismos caciques —que no sabían una palabra de castellano— volvían llorando, arrepentidos y reconociendo que la culpa de la destrucción de sus ladeas radicaba en su misma necedad. Por esta desobediencia al “derecho natural”, afirmaba Sepúlveda, la guerra emprendida por el imperio era una guerra justa.

Jorge Luis Borges, un intelectual funcional a su clase oligárquica, supo sin embargo usar argumentos como principal recurso retórico. Alguna vez recordó una anécdota: en una disputa entre dos, uno de ellos le arrojó un vaso de agua en la cara del otro. El agredido contestó: “Muy bien; eso fue una digresión. Ahora espero sus argumentos”. Desde un punto de vista filosófico, tal vez es una novedad histórica comenzar definiendo al adversario dialéctico como “idiota” en lugar de atacar sus ideas. Desde un punto de vista histórico no; es sólo una tradición: (des)calificar al otro para perpetuar su opresión. Estas ideas responsabilizan a los oprimidos de su opresión y al mismo tiempo niegan la existencia de ésta. Legitiman un orden heredado de un pesado pasado pero en nombre del futuro progreso material y espiritual.

Según Mario Vargas Llosa, América Latina ha producido destacados artistas, novelistas y pensadores delirantes, “tan faltos de hondura y tantos ideólogos en entredicho perpetuo con la objetividad histórica y el pragmatismo”, todos síntomas de la idiotez. Se hace implícito que en el único caso en que un escritor, un novelista latinoamericano es capaz de ver la realidad real y la objetividad histórica, en el único caso en que no estamos ante las observaciones de otro idiota, es en el suyo propio. De lo contrario sus afirmaciones se anularían a si misma, dada su supuesta condición de perfecto idiota.

No creo en absoluto que Vargas Llosa sea un idiota. Es sólo parte de una misma lógica. No es casualidad que él y los intelectuales funcionales condenen la “realidad ficticia”, como producto de una “enfermedad mental” que impide aceptar la “realidad real”. Porque realidad es lo que existe (el canibalpitalismo). Por lo tanto, si es difícil crear algo diferente al interés de un sistema dominante que crea esa realidad, más difícil aún será hacerlo si condenamos la libertad de la imaginación, como un atributo de la idiotez y el subdesarrollo. Esa misma imaginación que se venera en los revolucionarios y progresistas utópicos del pasado que no se resignaron a la “realidad real” del feudalismo o de los exitosos negreros del siglo XVIII o de la venta de carne humana en las fábricas del Progreso.

Jorge Majfud

The University of Georgia

Junio 2007

Intelectuais, clérigos e bufões do canibalpitalismo

“O egoísmo capitalista resulta, pois, tão solidário que se assemelha àquele que prega a Bíblia”.

(Manual del perfecto idiota, pg. 226)

No prólogo do Manual del perfecto idiota latinoamericano, (1996) Mario Vargas Llosa já insistia em que “Mendoza, Montaner e Vargas Llosa parecem ter chegado nas suas investigações sobre a idiotice intelectual na América Latina à conclusão […] de que o subdesenvolvimento é ‘uma doença mental’“. O novelista procura, numa espécie de ditadura monoléctica, definir ‘doença mental’ “como [uma] debilidade e covardia frente à realidade real e como uma propensão neurótica a evitá-la substituindo-a por uma realidade fictícia”. Tudo devido a “uma incapacidade profunda para discriminar entre verdade e mentira, entre realidade e ficção”. Na campanha eleitoral que Alberto Fujimori ganhou ao próprio Vargas Llosa em 1990, aquele reprovou a este ter “uma imaginação de novelista”, o que significava exatamente o mesmo que anos depois o autor deste prólogo reprova aos latino-americanos como sintoma característico de uma enfermidade: simplesmente qualificações pessoais (doença mental, incapacidade, debilidade, covardia, etc.) sem argumentos. Ou seja, isto é verdade porque o digo eu.

Um dos axiomas centrais do Manual consiste em dar a entender (ou crer) que vivemos naturalmente em sociedades amorosas — sobre isto Voltaire já ironizara —, onde não existem poderes de nenhum tipo interessados na dominação. Os recursos produtivos como o petróleo, as fontes de sobrevivência como a água, a multiplicidade de monopólios, a omnipresença da voz dos mais fortes nos meios de comunicação, a doações milionários dos bilionários às campanhas eleitorais, tudo, faz parte de um grande impulso fraterno para compartilhar a graça de Deus. Criticando os teólogos da libertação, os autores sustentam a atitude contrária: “O termo ‘libertação’ é em si mesmo conflitivo: apela ardorosamente à existência de um inimigo ao qual há que combater para por os desafortunados em liberdade”. E a seguir: “Será o Deus da justiça também o Deus da inveja? […] Os curas da libertação não notam que o capitalismo acaba por ser o sistema mais solidário de todos, um mundo onde a caridade […] é infinitamente maior que qualquer outro sistema. […] No capitalismo, todos colaboram com todos. O egoísmo capitalista resulta, pois, tão solidário que assemelha-se ao que prega a Bíblia”. (Fora do contexto qualquer um poderia atribuir esta frase a Marx.) Mais adiante, uma definição à la carte: “o capitalismo é uma palavra que simplesmente descreve um clima de liberdade no qual todos os membros de uma comunidade dedicam-se a perseguir voluntariamente os seus próprios objetivos econômicos”. Ou seja, Gengis Khan promoveu o capitalismo na Ásia muito antes dos modernos narcotraficantes.

Mas um sistema dominante não só precisa negar-se a si próprio como tal, tornar-se invisível, como também moralizar acerca da perigosa existência de tudo o que é marginal no seu próprio centro. A tese de procurar uma causa do subdesenvolvimento nas faculdades mentais de um grupo ou de um povo definido como fracassado não menciona, em momento algum, que função cumpre a tese em si mesma. Ou seja, a quem convém — de onde provém — esta catequese ideológica.

Este livro foi citado e recomendado por políticos e presidentes como Carlos Menem na cimeira da euforia primeiro-mundista que assolou os países do “continente idiota”, pouco antes do desastre econômico e moral de princípios do século. Mas não é uma novidade e sim uma tradição intelectual que remonta a Sarmiento ou pelo menos a Alcides Argueda (Pueblo enfermo, 1909). Só que sem o correspondente mérito histórico e literário.

Em 1550, para legitimar a exploração e genocídio dos nativos americanos, também o teólogo Ginés de Sepúlveda lançou mão da Bíblia. Perante o rei e a corte que debatiam a justiça ou injustiça da escravidão denunciada pelo sacerdote Bartolomé de las Casas, Sepúlveda citou o livro dos Provérbios. Segundo o famoso teólogo, “escrito está no livro dos Provérbios: ‘O que é néscio servirá o sábio’, tais são as gentes bárbaras e desumanas, alheias à vida civil e aos costumes pacíficos e será sempre justo e conforme ao direito natural que tais gentes submetam-se ao império de príncipes e nações mais cultas e humanas”. O próprio Hernán Cortés, invocando Deus depois de torturar e assassinar a galope aldeias inteiras, anotava nas suas cartas ao rei que a virtude da sua acção consistiu em deixar em paz aqueles povos selvagens. Para torná-lo mais legal, costumava ler-lhes, em castelhano, o comunicado de uma imediata submissão ao rei de Espanha, do contrário seriam submetidos pela força. E quando assim faziam, escrevia o herói, os mesmos caciques — que não sabiam uma palavra de castelhano — voltavam a chorar, arrependidos e reconhecendo que a culpa da destruição das suas aldeias radicava na sua própria estupidez. Por esta desobediência ao “direito natural”, afirmava Sepúlveda, a guerra empreendida pelo império era uma guerra justa.

Jorge Luís Borges, um intelectual funcional para a sua classe oligárquica, soube entretanto usar argumentos como recurso retórico principal. Certa vez recordou uma anedota: numa disputa entre dois, um deles lançou um copo de água à carta do outro. O agredido respondeu: “Muito bem; isso foi uma digressão. Agora espero os seus argumentos”. De um ponto de vista filosófico, talvez seja uma novidade histórica começar por definir o adversário dialético como “idiota” ao invés de atacar as suas idéias. De um ponto de vista histórico não; é apenas uma tradição: (des)qualificar o outro para perpetuar a sua opressão. Estas idéias responsabilizam os oprimidos pela sua opressão e ao mesmo tempo negam a existência desta. Legitimam uma ordem herdada de um pesado passado, mas em nome do progresso material e espiritual futuro.

Segundo Mário Vargas Llosa, a América Latina produziu destacados artistas, novelistas e pensadores delirantes, “tão faltos de profundidade e tanto ideólogos em contradição perpétua com a objetividade histórica e o pragmatismo”, tudo sintoma de idiotice. Faz-se implícito que o único caso em que um escritor, um novelista latino-americano é capaz de ver a realidade real e a objetividade histórica, no único caso em que não estamos perante as observações de outro idiota, é o seu próprio. Do contrário as suas afirmações anular-se-iam por si próprias, dada a sua suposta condição de perfeito idiota.

Não creio em absoluto que Vargas Llosa seja um idiota. É só parte de uma mesma lógica. Não é por acaso que ele os intelectuais funcionais condenam a “realidade fictícia” como produto de uma “doença mental” que impede o aceitar da “realidade real”. Porque realidade é o que existe (o canibalpitalismo). Portanto, se é difícil criar algo diferente no interesse de um sistema dominante que cria essa realidade, mais difícil ainda será fazê-lo se condenamos a liberdade da imaginação como um atributo da idiotice e do subdesenvolvimento. Essa mesma imaginação que se venera nos revolucionários e progressistas utópicos do passado que não se resignaram à “realidade real” do feudalismo o dos façanhudos negreiros do século XVIII ou da venda de carne humana nas fábricas do Progresso.

[*] Jorge Majfud, escritor uruguaio, professor de Literatura Latino-americana na Universidade da Geórgia, Atlanta, EUA.

¿Cómo definimos la idiotez ideológica y quiénes pueden hacerlo?

1. La importancia de llamarse idiota

Hace unos días un señor me recomendaba leer un nuevo libro sobre la idiotez. Creo que se llamaba El regreso del idiota, Regresa el idiota, o algo así. Le dije que había leído un libro semejante hace diez años, titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano.

—Qué le pareció? —me preguntó el hombre entrecerrando los ojos, como escrutando mi reacción, como midiendo el tiempo que tardaba en responder. Siempre me tomo unos segundos para responder. Me gusta también observar las cosas que me rodean, tomar saludable distancia, manejar la tentación de ejercer mi libertad y, amablemente, irme al carajo.

—¿Qué me pareció? Divertido. Un famoso escritor que usa los puños contra sus colegas como principal arma dialéctica cuando los tiene a su alcance, dijo que era un libro con mucho humor, edificante… Yo no diría tanto. Divertido es suficiente. Claro que hay mejores.

—Sí, ese fue el padre de uno de los autores, el Nóbel Vargas Llosa.

—Mario, todavía se llama Mario.

—Bueno, pero ¿qué le pareció el libro? —insistió con ansiedad.

Tal vez no le importaba mi opinión sino la suya.

—Alguien me hizo la misma pregunta hace diez años —recordé—. Me pareció que merecía ser un best seller.

—Eso, es lo que yo decía. Y lo fue, lo fue; efectivamente, fue un best seller. Usted se dio cuenta bien rápido, como yo.

—No era tan difícil. En primer lugar, estaba escrito por especialistas en el tema.

—Sin duda —interrumpió, con contagioso entusiasmo.

—¿Quiénes más indicados para escribir sobre la idiotez, si no? Segundo, los autores son acérrimos defensores del mercado, por sobre cualquier otra cosa. Vendo, consumo, ergo soy. ¿Qué otro mérito pueden tener sino convertir un libro en un éxito de ventas? Si fuese un excelente libro con pocas ventas sería una contradicción. Supongo que para la editorial tampoco es una contradicción que se hayan vendido tantos libros en el Continente Idiota, no? En los países inteligentes y exitosos no tuvo la misma recepción.

Por alguna razón el hombre de la corbata roja advirtió algunas dudas de mi parte sobre las virtudes de sus libros preferidos. Eso significaba, para él, una declaración de guerra o algo por el estilo. Hice un amague amistoso para despedirme, pero no permitió que apoyara mi mano sobre su hombro.

—Usted debe ser de esos que defiende esas ideas idiotas de las que hablan estos libros. Es increíble que un hombre culto y educado como usted sostenga esas estupideces.

—¿Será que estudiar e investigar demasiado hacen mal? —pregunté.

—No, estudiar no hace mal, claro que no. El problema es que usted está separado de la realidad, no sabe lo que es vivir como obrero de la construcción o gerente de empresa, como nosotros.

—Sin embargo hay obreros de la construcción y gerentes de empresas que piensan radicalmente diferente a usted. ¿No será que hay otro factor? Es decir, por ejemplo, ¿no será que aquellos que tienen ideas como las suyas son más inteligentes?

—Ah, sí, eso debe ser…

Su euforia había alcanzado el climax. Iba a dejarlo con esa pequeña vanidad, pero no me contuve. Pensé en voz alta:

—No deja de ser extraño. La gente inteligente no necesita de idiotas como yo para darse cuenta de esas cosas tan obvias, no?

—Negativo, señor, negativo.

2. El Che ante una democracia imperfecta

Pocos meses atrás, una de las más serias revistas conservadoras a nivel mundial, The Economist (9 de diciembre 2006), reprodujo y amplió un estudio hecho por Latinobarómetro de Chile. Mostrando gráficas precisas, el estudio revela que en América Latina, la población del país que mayor confianza tiene en la democracia es Uruguay; la que menos confianza tiene en este ideal es Paraguay y varios países centroamericanos, a excepción de Costa Rica. Al mismo tiempo, la población que más se define “de izquierda” es Uruguay, mientras que la población que más se define “de derecha” se encuentra en los mismos países que menos confianza tienen en la democracia.

Según estos datos, y si vamos a seguir los criterios de las clásicas listas sobre idiotas latinoamericanos, habría que poner al Uruguay y algún otro país a la cabeza, de donde se deduce que tener confianza en la democracia es propio de retrasados mentales.

Estos retrasados mentales —los uruguayos, por ejemplo— tuvieron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX un sistema lleno de injusticias y de imperfecciones, como cualquier sistema social, pero fue uno de los países con menor tasa de analfabetismo del mundo, el país con la legislación más progresista e igualitaria de la historia latinoamericana. Este pueblo concretó gran parte de lo que ahora es maldecido como “Estado de bienestar”; bajo ese estado de deficiencia mental, la mujer ganó varios derechos políticos y legales que le fueron negados en otras países del continente hasta hace pocos años; su economía estaba por encima de la de muchos países de Europa y su ingreso per capita (mayor que el argentino, el doble que el brasileño, seis veces el colombiano o el mexicano) no tenía nada que envidiarle al de Estados Unidos —si es que vamos a medir el nivel de vida por un simple parámetro económico. No fue casualidad, por ejemplo, que durante medio siglo aquel pequeño país casi monopolizara la conquista de los diversos torneos mundiales de fútbol.

Si ese país entró en decadencia (económica y deportiva) a partir de la segunda mitad del siglo XX, no fue por radicalizar su espíritu progresista sino, precisamente, por lo contrario: por quedar atrapado en una nostalgia conservadora, por dejar de ser un país construido por inmigrantes obreros y devolver todo el poder político y social a las viejas y nuevas oligarquías, empapadas de demagogia conservadora y patriotera, de un autoritarismo de derecha que se agravó a fines de los ’60 y se militarizó con la dictadura de los ’70.

El mismo Ernesto Che Guevara, en su momento de mayor radicalización ideológica y después de enfrentarse a lo que él llamaba imperialismo en la reunión de la “Alianza para el Progreso” de Punta del Este, dio un discurso en el paraninfo de la Universidad de la República del Uruguay ante una masa de estudiantes que esperaban oír palabras aún más combativas. En aquel momento (17 de agosto de 1961), Guevara, el Che, dijo:

“nosotros iniciamos [en Cuba] el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa. Tengo las pretensiones personales de decir que conozco a América, y que cada uno de sus países, en alguna forma, los he visitado, y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas. Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico; y yo sé que los miembros del Gobierno del Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí en la Universidad y en el territorio del país que está bajo el gobierno uruguayo. De tal forma que eso es algo que no se logra ni mucho menos, en los países de América”.

El representante mítico de la revolución armada en América Latina daba la cara ante sus propios admiradores para confirmar y reconocer, sin ambigüedades, algunas radicales virtudes de aquella democracia:

“Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es, precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre por el hombre, ni siga la explotación del hombre por el hombre, lo que no en todos los casos sucederá lo mismo, sin derramar sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es que cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.  (Ernesto Guevara. Obra completa. Vol. II. Buenos Aires: Ediciones del plata, 1967, pág. 158)

El mismo Che, en otro discurso señaló que el pueblo norteamericano “también es víctima inocente de la ira de todos los pueblos del mundo, que confunden a veces un sistema social con un pueblo” (Congreso latinoamericano de juventudes, 1960, idem Vol. IV, pág. 74).

Un latinoamericano podría sorprenderse de la existencia de “izquierdistas” (aceptemos provisoriamente esta eterna simplificación) en Estados Unidos, porque la simplificación y la exclusión es requisito de todo nacionalismo. De la misma forma, los británicos vendieron la idea existista del libre mercado cuando ellos mismos se habían consolidado como una de las economías más proteccionistas de la Revolución industrial. La imagen de Estados Unidos como un país (económicamente) exitoso donde sólo existe el pensamiento capitalista es una falacia y fue creada artificialmente por las mismas elites conservadoras que monopolizaron los medios de comunicación y promovieron una agresiva política proselitista. Y, sobre todo en América Latina, por las clases conservadoras, enquistadas en el poder político, económico y moralista de nuestros pueblos desgastados.

Tampoco existe ninguna razón sólida para descartar la fuerza interventora de las superpotencias del mundo en la formación de nuestras realidades. Sí, seguramente América Latina es responsable de sus fracasos, de sus derrotas (no reconocer sus propias virtudes es uno de sus peores fracasos). Pero que nuestros pueblos sean responsables de sus propios errores no quita que además han sido invadidos, pisoteados y humillados repetidas veces. Quizás la primera sea una verdad incontestable, pero los pecados propios no justifican ni lavan los pecados ajenos.

Jorge Majfud

The University of Georgia

Marzo 2007

El Jesús que secuestraron los emperadores

¿Quien me presta una escalera

para subir al madero,

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno?

(Antonio Machado)

Hace unos días el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se refirió a Jesús como el más grande socialista de la historia. No me interesa aquí hacer una defensa o un ataque de su persona. Sólo quisiera hacer algunas observaciones sobre una típica reacción que causaron sus palabras por diversas partes del mundo.

Tal vez decir que Jesús era socialista es como decir que Tutankamón era egipcio o Séneca era español. No deja de ser una imprecisión semántica. Sin embargo, aquellos que en este tiempo se han acercado a mí con cara de espantados por las palabras del “chico malo” ¿lo hacían en función de algún razonamiento o simplemente en función de los códigos impuestos por un discurso dominante?

En lo personal, siempre me ha incomodado el poder acumulado en un solo hombre. Pero si el señor Chávez es un hombre poderoso en su país, en cambio no es él el responsable del actual orden que rige en el mundo. Para unos pocos, el mejor orden posible. Para la mayoría, la fuente de la violencia física y, sobre todo, moral.

Si es un escándalo imaginar a un Jesús socialista, ¿por qué no lo es, entonces, asociarlo y comprometerlo con la cultura y la ética capitalista? Si es un escándalo asociar a Jesús con el eterno rebelde, ¿por qué no lo es, en cambio, asociarlo a los intereses de los sucesivos imperios —exceptuando el más antiguo imperio romano? Aquellos que no discuten la sacralizad del capitalismo son, en gran número, fervientes seguidores de Jesús. Mejor dicho, de una imagen particular y conveniente de Jesús. En ciertos casos no sólo seguidores de su palabra, sino administradores de su mensaje.

Todos, o casi todos, estamos a favor de cierto desarrollo económico. Sin embargo, ¿por qué siempre se confunde justicia social con desarrollo económico? ¿Por qué es tan difundida aquella teología cristiana que considera el éxito económico, la riqueza, como el signo divino de haber sido elegido para entrar al Paraíso, aunque sea por el ojo de una aguja?

Tienen razón los conservadores: es una simplificación reducir a Jesús a su dimensión política. Pero esta razón se convierte en manipulación cuando se niega de plano cualquier valor político en su acción, al mismo tiempo que se usa su imagen y se invocan sus valores para justificar una determinada política. Es política negar la política en cualquier iglesia. Es política presumir de neutralidad política. No es neutral un observador que presencia pasivo la tortura o la violación de otra persona. Menos neutral es aquel que ni siquiera quiere mirar y da vuelta la cabeza para rezar. Porque si el que calla otorga, el indiferente legitima.

Es política la confirmación de un statu quo que beneficia a una clase social y mantiene sumergida otras. Es político el sermón que favorece el poder del hombre y mantiene bajo su voluntad y conveniencia a la mujer. Es terriblemente política la sola mención de Jesús o de Mahoma antes, durante y después de justificar una guerra, una matanza, una dictadura, el exterminio de un pueblo o de un solo individuo.

Lamentablemente, aunque la política no lo es todo, todo es política. Por lo cual, una de las políticas más hipócritas es afirmar que existe alguna acción social en este mundo que pueda ser apolítica. Podríamos atribuir a los animales esta maravillosa inocencia, si no supiésemos que aún las comunidades de monos y de otros mamíferos están regidas no sólo por un aclaro negocio de poderes sino, incluso, por una historia que establece categorías y privilegios. Lo cual debería ser suficiente para menguar en algo el orgullo de aquellos opresores que se consideran diferentes a los orangutanes por la sofisticada tecnología de su poder.

Hace muchos meses escribimos sobre el factor político en la muerte de Jesús. Que su muerte estuviese contaminada de política no desmerece su valor religioso sino todo lo contrario. Si el hijo de Dios bajó al mundo imperfecto de los hombres y se sumergió en una sociedad concreta, una sociedad oprimida, adquiriendo todas las limitaciones humanas, ¿por qué habría de hacerlo ignorando uno de los factores principales de esa sociedad que era, precisamente, un factor político de resistencia?

¿Por qué Jesús nació en un hogar pobre y de escasa gravitación religiosa? ¿Por qué no nació en el hogar de un rico y culto fariseo? ¿Por qué vivió casi toda su vida en un pueblito periférico, como lo era Nazareth, y no en la capital del imperio romano o en la capital religiosa, Jerusalén? ¿Por qué fue hasta Jerusalén, centro del poder político de entonces, a molestar, a desafiar al poder en nombre de la salvación y la dignidad humana más universal? Como diría un xenófobo de hoy: si no le gustaba el orden de las cosas en el centro del mundo, no debió dirigirse allí a molestar.

Recordemos que no fueron los judíos quienes mataron a Jesús sino los romanos. Aquellos romanos que nada tienen que ver con los actuales habitantes de Italia, aparte del nombre. Alguien podría argumentar que los judíos lo condenaron por razones religiosas. No digo que las razones religiosas no existieran, sino que éstas no excluyen otras razones políticas: la case alta judía, como casi todas las clases altas de los pueblos dominados por los imperios ajenos, se encontraba en una relación de privilegio que las conducía a una diplomacia complaciente con el imperio romano. Así también ocurrió en América, en tiempos de la conquista. Los romanos, en cambio, no tenían ninguna razón religiosa para sacarse de encima el problema de aquel rebelde de Nazareth. Sus razones eran, eminentemente, políticas: Jesús representaba una grave amenaza al pacífico orden establecido por el imperio.

Ahora, si vamos a discutir las opciones políticas de Jesús, podríamos referirnos a los textos canonizados después del concilio de Nicea, casi trescientos años después de su muerte. El resultado teológico y político de este concilio fundacional podría ser cuestionable. Es decir, si la vida de Jesús se desarrolló en el conflicto contra el poder político de su tiempo, si los escritores de los Evangelios, algo posteriores, sufrieron de persecuciones semejantes, no podemos decir lo mismo de aquellos religiosos que se reunieron en el año 325 por orden de un emperador, Constantino, que buscaba estabilizar y unificar su imperio, sin por ello dejar de lado otros recursos, como el asesinato de sus adversarios políticos.

Supongamos que todo esto no importa. Además hay puntos muy discutibles. Tomemos los hechos de los documentos religiosos que nos quedaron a partir de ese momento histórico. ¿Qué vemos allí?

El hijo de Dios naciendo en un establo de animales. El hijo de Dios trabajando en la modesta carpintería de su padre. El hijo de Dios rodeado de pobres, de mujeres de mala reputación, de enfermos, de seres marginados de todo tipo. El hijo de Dios expulsando a los mercaderes del templo. El hijo de Dios afirmando que más fácil sería para un camello pasar por el ojo de una aguja que un rico subiese al reino de los cielos (probablemente la voz griega kamel no significaba camello sino una soga enorme que usaban en los puertos para amarrar barcos, pero el error en la traducción no ha alterado la idea de la metáfora). El hijo de Dios cuestionando, negando el pretendido nacionalismo de Dios. El hijo de Dios superando leyes antiguas y crueles, como la pena de muerte a pedradas de una mujer adúltera. El hijo de Dios separando los asuntos del César de los asuntos de su Padre. El hijo de Dios valorando la moneda de una viuda sobre las clásicas donaciones de ricos y famosos. El hijo de Dios condenando el orgullo religioso, la ostentación económica y moral de los hombres. El hijo de Dios entrando en Jerusalén sobre un humilde burro. El hijo de Dios enfrentándose al poder religioso y político, a los fariseos de la Ley y a los infiernos imperiales del momento. El hijo de Dios difamado y humillado, muriendo bajo tortura militar, rodeado de pocos seguidores, mujeres en su mayoría. El hijo de Dios haciendo una incuestionable opción por los pobres, por los débiles y marginados por el poder, por la universalización de la condición humana, tanto en la tierra como en el cielo.

Difícil perfil para un capitalista que dedica seis días de la semana a la acumulación de dinero y medio día a lavar su conciencia en la iglesia; que ejercita una extraña compasión (tan diferente a la solidaridad) que consiste en ayudar al mundo imponiéndole sus razones por las buenas o por las malas.

Aunque Jesús sea hoy el principal instrumento de los conservadores que se aferran al poder, todavía es difícil sostener que no fuera un revolucionario. Precisamente no murió por haber sido complaciente con el poder político de turno. El poder no mata ni tortura a sus adulones; los premia. Queda para los otros el premio mayor: la dignidad. Y creo que pocas figuras en la historia, sino ninguna otra, enseña más dignidad y compromiso con la humanidad toda que Jesús de Nazaret, a quien un día habrá que descolgar de la cruz.

Jorge Majfud

The University of Georgia

26 de enero de 2007

El mito Che Guevara

Ernesto Che Guevara on a mule in Las Villas, Cuba

Image via Wikipedia

 

El mito Che Guevara

Empecemos observando que la idea de “mito” tiene un doble significado, uno negativo, como sinónimo de mentira, y otro positivo, como expresión de una realidad humana, es decir, como sinónimo de verdad. Quizás más importante es esta otra observación: hay mitos que son construidos por la fuerza deliberada del poder —económico, mediático, institucional, militar, eclesiástico, político, etc.— y otros que nacen, se desarrollan y sobreviven a pesar de ese poder y contra ese poder.

El Guevara histórico no fue un santo. Fue muchas veces violento y casi siempre radical. Sin embargo, si queremos continuar un análisis del mito desideologizado, debemos tener en cuenta que la idea misma de “violencia” es una simplificación —radical—: aunque los actos de la violencia sean absolutos y lamentables (el mismo Guevara los definió como una tristeza), pocos podrían igualar la violencia del amo con la violencia del esclavo. De esos pocos, sin duda, todos serán partidarios o pertenecientes a la estirpe de los amos. Al menos que se trate de esclavos moralizados por la violencia del amo. Lo cual no es una rareza histórica sino una regla: quienes reproducen el machismo suelen ser mujeres; quienes azotaban a los negros esclavos solían ser otros negros esclavos con unas gotas de privilegio.

Creo que podemos, en un nuevo paso de este breve análisis, considerar que la perspectiva de aquellos que aceptan al Che como mito positivo asume, aunque no necesariamente de forma consciente, que su violencia pertenece a este segundo tipo: la violencia del oprimido, la violencia de los colonizados que en América, por ejemplo, se sacudieron los imperios europeos; la violencia de los esclavos que se rebelaron contra sus amos —sin éxito todas las veces, ya que la esclavitud es abolida por los nuevos intereses industriales, no por la crítica ni por la rebelión de los esclavos.

No creo exagerar si reconocemos que el Che Guevara es el mito más fuerte del siglo XX, y de sus derredores también. Podemos estar en desacuerdo con la mayoría de sus ideas, de sus acciones, de sus discursos. Fríamente, podríamos criticarlo de pies a cabezas hasta llegar a la racional conclusión de que se equivocó más veces de las que acertó, de que triunfó menos veces de las que venció, etc. Pero nada de eso destruiría el misterio de su mito.

Es un lugar común de sus adversarios la idea de que el Che es producto de una orquestación marxista. Esta idea es tan misteriosa como la misma trascendencia del Che. Podríamos preguntarnos por qué los más fuertes aparatos de propaganda del imperialismo mundial, desde el Renacimiento, nunca han podido producir un mito semejante. Aunque los partidarios de Pinochet proclamen sus bondades, nunca podrán elevarlo a la categoría de mito internacional.

Es decir, la explicación del mito Che radica en otra parte. A mi entender, un hombre con tantos defectos que se convierte en la máxima expresión del idealismo, del romanticismo contemporáneo encarna un profundo espacio humano que se olvida en la pasión de la disputa partidaria. Observemos que el mito en cuestión sobrevive en un espacio que radica en el inconsciente y que se identifica en millones de personas a lo largo de la historia, como la necesidad de justicia radical o como la desobediencia del gladiador contra el pulgar de César.

Podríamos argumentar que el Che Guevara real, el histórico, no debería representar estos valores de justicia, de pureza. Pero eso es harina de otro costal. Desde un punto de vista semiótico, la realidad es la contraria: bastaría comparar cuántas obras de arte, cuantas masas han movilizado alrededor del mundo Pinochet, Videla, Batista, Stroessner o Margaret Thatcher y compararlo con el mismo fenómeno de Che Guevara.

Una razón podría radicar en un hecho fácil de observar. Excepto cuando ordenó ejecuciones y ajusticiamientos inmediatamente después del triunfo de la Revolución cubana, el Che reincidió en la costumbre de exponerse al frente de un puñado de hombres hasta la muerte. Renunció a una posición cómoda en el gobierno cubano para sumergirse en la clandestinidad africana y luego boliviana, en una aventura quijotesca que lo conduce a una muerte anunciada de forma implícita pero clara en su carta de despedida al pueblo cubano. En cambio, la histórica derecha oligárquica venera líderes militares que sólo salieron del anonimato imponiendo entre ellos y el peligro la maquinaria de un ejército y el apoyo económico de las clases altas y de los Estados.

¿Cuántos jóvenes, cuántos adultos tienen en su casa un retrato de Videla o de Pinochet? ¿Cuántos llevan el rostro de Batista o de Stroessner en una camiseta? ¿Por qué esa expresión irreducible del Che luce estampada, con orgullo, en las camisas de jóvenes en Estados Unidos, en América Latina, en Europa, en Asia y en África, es decir en todos los continentes? ¿Por una “orquestación marxista”? Pero ¿cómo, no era que el marxismo había sido derrotado en 1989? El argumento se revela débil. La razón, la explicación necesariamente radica en otra parte: no en el Che mismo sino en esos millones que viven y reviven ese mito. Es decir, ese mito es una realidad palpable, objetiva, innegable que revela otra realidad humana mucho más profunda que simples argumentos ideológicos.

De nada sirve que nos cansemos analizando las contradicciones y las profecías incumplidas del Che. La derrota ha sido la constante de casi todos los héroes y mártires latinoamericanos desde los años de la conquista pasando por las llamadas revoluciones de independencias. Su mito está más allá de todo eso, de sus propios defectos, de sus propios aciertos o barbaridades.

Una de las últimas realizaciones cinematográficas, Diario de motocicleta (2005) revela o construye un Che light, a la medida del consumismo posmoderno. Pero tampoco miente sobre el estudiante de medicina que recorrió América del Sur en 1951. Una de las canciones más conocidas que lo representa “Hasta siempre comandante” (Carlos Puebla, 1965), ha sido interpretada recientemente por Natalie Cardone. El video es por lo menos cursi, pero la fuerza estética de la interpretación —juzgo que una de las mejores versiones de los últimos años— nos recuerda que ese mito, amado por unos y odiado por otros está más vivo que nunca. Porque no es la razón la que confiere vida a un mito sino el torrente de emociones que son capaces de desprenderse de él, que se perfecciona aún en contra de cualquier contradicción histórica. Y esa ola ya no parará más.

Jorge Majfud.

Mayo 2007

¿Cómo definimos la idiotez ideológica y quiénes pueden hacerlo?

1. La importancia de llamarse idiota

Hace unos días un señor me recomendaba leer un nuevo libro sobre la idiotez. Creo que se llamaba El regreso del idiota, Regresa el idiota, o algo así. Le dije que había leído un libro semejante hace diez años, titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano.

—Qué le pareció? —me preguntó el hombre entrecerrando los ojos, como escrutando mi reacción, como midiendo el tiempo que tardaba en responder. Siempre me tomo unos segundos para responder. Me gusta también observar las cosas que me rodean, tomar saludable distancia, manejar la tentación de ejercer mi libertad y, amablemente, irme al carajo.

—¿Qué me pareció? Divertido. Un famoso escritor que usa los puños contra sus colegas como principal arma dialéctica cuando los tiene a su alcance, dijo que era un libro con mucho humor, edificante… Yo no diría tanto. Divertido es suficiente. Claro que hay mejores.

—Sí, ese fue el padre de uno de los autores, el Nóbel Vargas Llosa.

—Mario, todavía se llama Mario.

—Bueno, pero ¿qué le pareció el libro? —insistió con ansiedad.

Tal vez no le importaba mi opinión sino la suya.

—Alguien me hizo la misma pregunta hace diez años —recordé—. Me pareció que merecía ser un best seller.

—Eso, es lo que yo decía. Y lo fue, lo fue; efectivamente, fue un best seller. Usted se dio cuenta bien rápido, como yo.

—No era tan difícil. En primer lugar, estaba escrito por especialistas en el tema.

—Sin duda —interrumpió, con contagioso entusiasmo.

—¿Quiénes más indicados para escribir sobre la idiotez, si no? Segundo, los autores son acérrimos defensores del mercado, por sobre cualquier otra cosa. Vendo, consumo, ergo soy. ¿Qué otro mérito pueden tener sino convertir un libro en un éxito de ventas? Si fuese un excelente libro con pocas ventas sería una contradicción. Supongo que para la editorial tampoco es una contradicción que se hayan vendido tantos libros en el Continente Idiota, no? En los países inteligentes y exitosos no tuvo la misma recepción.

Por alguna razón el hombre de la corbata roja advirtió algunas dudas de mi parte sobre las virtudes de sus libros preferidos. Eso significaba, para él, una declaración de guerra o algo por el estilo. Hice un amague amistoso para despedirme, pero no permitió que apoyara mi mano sobre su hombro.

—Usted debe ser de esos que defiende esas ideas idiotas de las que hablan estos libros. Es increíble que un hombre culto y educado como usted sostenga esas estupideces.

—¿Será que estudiar e investigar demasiado hacen mal? —pregunté.

—No, estudiar no hace mal, claro que no. El problema es que usted está separado de la realidad, no sabe lo que es vivir como obrero de la construcción o gerente de empresa, como nosotros.

—Sin embargo hay obreros de la construcción y gerentes de empresas que piensan radicalmente diferente a usted. ¿No será que hay otro factor? Es decir, por ejemplo, ¿no será que aquellos que tienen ideas como las suyas son más inteligentes?

—Ah, sí, eso debe ser…

Su euforia había alcanzado el climax. Iba a dejarlo con esa pequeña vanidad, pero no me contuve. Pensé en voz alta:

—No deja de ser extraño. La gente inteligente no necesita de idiotas como yo para darse cuenta de esas cosas tan obvias, no?

—Negativo, señor, negativo.

2. El Che ante una democracia imperfecta

Pocos meses atrás, una de las más serias revistas conservadoras a nivel mundial, The Economist (9 de diciembre 2006), reprodujo y amplió un estudio hecho por Latinobarómetro de Chile. Mostrando gráficas precisas, el estudio revela que en América Latina, la población del país que mayor confianza tiene en la democracia es Uruguay; la que menos confianza tiene en este ideal es Paraguay y varios países centroamericanos, a excepción de Costa Rica. Al mismo tiempo, la población que más se define “de izquierda” es Uruguay, mientras que la población que más se define “de derecha” se encuentra en los mismos países que menos confianza tienen en la democracia.

Según estos datos, y si vamos a seguir los criterios de las clásicas listas sobre idiotas latinoamericanos, habría que poner al Uruguay y algún otro país a la cabeza, de donde se deduce que tener confianza en la democracia es propio de retrasados mentales.

Estos retrasados mentales —los uruguayos, por ejemplo— tuvieron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX un sistema lleno de injusticias y de imperfecciones, como cualquier sistema social, pero fue uno de los países con menor tasa de analfabetismo del mundo, el país con la legislación más progresista e igualitaria de la historia latinoamericana. Este pueblo concretó gran parte de lo que ahora es maldecido como “Estado de bienestar”; bajo ese estado de deficiencia mental, la mujer ganó varios derechos políticos y legales que le fueron negados en otras países del continente hasta hace pocos años; su economía estaba por encima de la de muchos países de Europa y su ingreso per capita (mayor que el argentino, el doble que el brasileño, seis veces el colombiano o el mexicano) no tenía nada que envidiarle al de Estados Unidos —si es que vamos a medir el nivel de vida por un simple parámetro económico. No fue casualidad, por ejemplo, que durante medio siglo aquel pequeño país casi monopolizara la conquista de los diversos torneos mundiales de fútbol.

Si ese país entró en decadencia (económica y deportiva) a partir de la segunda mitad del siglo XX, no fue por radicalizar su espíritu progresista sino, precisamente, por lo contrario: por quedar atrapado en una nostalgia conservadora, por dejar de ser un país construido por inmigrantes obreros y devolver todo el poder político y social a las viejas y nuevas oligarquías, empapadas de demagogia conservadora y patriotera, de un autoritarismo de derecha que se agravó a fines de los ’60 y se militarizó con la dictadura de los ’70.

El mismo Ernesto Che Guevara, en su momento de mayor radicalización ideológica y después de enfrentarse a lo que él llamaba imperialismo en la reunión de la “Alianza para el Progreso” de Punta del Este, dio un discurso en el paraninfo de la Universidad de la República del Uruguay ante una masa de estudiantes que esperaban oír palabras aún más combativas. En aquel momento (17 de agosto de 1961), Guevara, el Che, dijo:

“nosotros iniciamos [en Cuba] el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa. Tengo las pretensiones personales de decir que conozco a América, y que cada uno de sus países, en alguna forma, los he visitado, y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas. Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico; y yo sé que los miembros del Gobierno del Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí en la Universidad y en el territorio del país que está bajo el gobierno uruguayo. De tal forma que eso es algo que no se logra ni mucho menos, en los países de América”.

El representante mítico de la revolución armada en América Latina daba la cara ante sus propios admiradores para confirmar y reconocer, sin ambigüedades, algunas radicales virtudes de aquella democracia:

“Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es, precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre por el hombre, ni siga la explotación del hombre por el hombre, lo que no en todos los casos sucederá lo mismo, sin derramar sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es que cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.  (Ernesto Guevara. Obra completa. Vol. II. Buenos Aires: Ediciones del plata, 1967, pág. 158)

El mismo Che, en otro discurso señaló que el pueblo norteamericano “también es víctima inocente de la ira de todos los pueblos del mundo, que confunden a veces un sistema social con un pueblo” (Congreso latinoamericano de juventudes, 1960, idem Vol. IV, pág. 74).

Un latinoamericano podría sorprenderse de la existencia de “izquierdistas” (aceptemos provisoriamente esta eterna simplificación) en Estados Unidos, porque la simplificación y la exclusión es requisito de todo nacionalismo. De la misma forma, los británicos vendieron la idea existista del libre mercado cuando ellos mismos se habían consolidado como una de las economías más proteccionistas de la Revolución industrial. La imagen de Estados Unidos como un país (económicamente) exitoso donde sólo existe el pensamiento capitalista es una falacia y fue creada artificialmente por las mismas elites conservadoras que monopolizaron los medios de comunicación y promovieron una agresiva política proselitista. Y, sobre todo en América Latina, por las clases conservadoras, enquistadas en el poder político, económico y moralista de nuestros pueblos desgastados.

Tampoco existe ninguna razón sólida para descartar la fuerza interventora de las superpotencias del mundo en la formación de nuestras realidades. Sí, seguramente América Latina es responsable de sus fracasos, de sus derrotas (no reconocer sus propias virtudes es uno de sus peores fracasos). Pero que nuestros pueblos sean responsables de sus propios errores no quita que además han sido invadidos, pisoteados y humillados repetidas veces. Quizás la primera sea una verdad incontestable, pero los pecados propios no justifican ni lavan los pecados ajenos.

Jorge Majfud

The University of Georgia

Marzo 2007

The Privatization of God

Custom-made for the consumer

In the 17th century, the mathematics genius Blaise Pascal wrote that men never do evil with greater pleasure than when they do it with religious conviction. This idea – from a deeply religious man – has taken a variety of different forms since. During the last century, the greatest crimes against humanity were promoted, with pride and passion, in the name of Progress, of Justice and of Freedom. In the name of Love, Puritans and moralists organized hatred, oppression and humiliation; in the name of Life, leaders and prophets spilled death over vast regions of the planet. Presently, God has come to be the main excuse for excercises in hate and death, hiding political ambitions, earthly and infernal interests behind sacred invocations. In this way, by reducing each tragedy on the planet to the millenarian and simplified tradition of the struggle between Good and Evil, of God against the Devil, hatred, violence and death are legitimated. There is no other way to explain how men and women are inclined to pray with fanatical pride and hypocritical humility, as if they were pure angels, models of morality, all the while hiding gunpowder in their clothing, or a check made out to death. And if the leaders are aware of the fraud, their subjects are no less responsible for being stupid, no less culpable for their criminal metaphysical convictions, in the name of God and Morality – when not in the name of a race, of a culture – and from a long tradition, recently on exhibit, custom-fit to the latest in hatred and ambition.

Empire of the simplifications

Yes, we can believe in the people. We can believe that they are capable of the most astounding creations – as will be one day their own liberation – and also of incommensurable stupidities, these latter always concealed by a complacent and self-interested discourse that manages to nullify criticism and any challenge to bad conscience. But, how did we come to such criminal negligence? Where does so much pride come from in a world where violence grows daily and more and more people claim to have heard the voice of God?

Political history demonstrates that a simplification is more powerful and better received by the vast majority of a society than is a problematization. For a politician or for a spiritual leader, for example, it is a show of weakness to admit that reality is complex. If one’s adversary expunges from a problem all of its contradictions and presents it to the public as a struggle between Good and Evil, the adversary undoubtedly is more likely to triumph. In the final analysis, the primary lesson of our time is grounded in commercial advertising or in permissive submission: we elect and we buy that which solves our problems for us, quickly and cheaply, even though the problem might be created by the solution, and even though the problem might continue to be real while the solution is never more than virtual. Nonetheless, a simplification does not eliminate the complexity of the problem in question, but rather, on the contrary, produces greater problems, and sometimes tragic consequences. Denying a disease does not cure it; it makes it worse.

Why don’t we talk about why?

Let’s try now to problematize some social phenomenon. Undoubtedly, we will not plumb the full depths of its complexity, but we can get an idea of the degree of simplification with which it is treated on a daily basis, and not always innocently.

Let’s start with a brief example. Consider the case of a man who rapes and kills a young girl. I take this example not only because it is, along with torture, one of the most abhorrent crimes imaginable, but because it represents a common criminal practice in all societies, even those that boast of their special moral virtues.

First of all, we have a crime. Beyond the semantics of “crime” and “punishment,” we can evaluate the act on its own merits, without, that is, needing to recur to a genealogy of the criminal and of his victim, or needing to research the origins of the criminal’s conduct. Both the rape and the murder should be punished by the law, and by the rest of society. And period. On this view, there is no room for discussion.

Very well. Now let’s imagine that in a given country the number of rapes and murders doubles in a particular year and then doubles again the year after that. A simplification would be to reduce the new phenomenon to the criminal deed described above. That is to say, a simplification would be to understand that the solution to the problem would be to not let a single one of these crimes go unpunished. Stated in a third way, a simplification would be to not recognize the social realities behind the individual criminal act. A more in-depth analysis of the first case could reveal to us a painful childhood, marked by the sexual abuse of the future abuser, of the future criminal. This observation would not in any way overturn the criminality of the deed itself, just as evaluated above, but it would allow us to begin to see the complexity of a problem that a simplification threatens to perpetuate. Starting from this psychological analysis of the individual, we could certainly continue on to observe other kinds of implications arising from the same criminal’s circumstances, such as, for example, the economic conditions of a specific social underclass, its exploitation and moral stigmatization by the rest of society, the moral violence and humiliation of its misery, its scales of moral value constructed in accordance with an apparatus of production, reproduction and contradictory consumption, by social institutions like a public education system that helps the poor less than it humiliates them, certain religious organizations that have created sin for the poor while using the latter to earn Paradise for themselves, the mass media, advertising, labor contradictions… and so on.

We can understand terrorism in our time in the same way. The criminality of an act of terrorism is not open to discussion (or it shouldn’t be). Killing is always a disgrace, a historical curse. But killing innocents and on a grand scale can have no justification or pardon of any kind. Therefore, to renounce punishment for those who promote terrorism is an act of cowardice and a flagrant concession to impunity.

Nevertheless, we should also remember here our initial caveat. Understanding a social and historical phenomenon as a consequence of the existence of “bad guys” on Earth is an extremely naive simplification or, to the contrary, an ideologically astute simplification that, by avoiding integrated analysis – historical, economic, political – exempts the administrators of the meaning of “bad”: the good guys.

We will not even begin to analyze, in these brief reflections, how one comes to identify one particular group and not others with the qualifier “terrorist.” For that let it suffice to recommend a reading of Roland Barthes – to mention just one classic source. We will assume the restricted meaning of the term, which is the one assumed by the press and the mainstream political narratives.

Even so, if we resort to the idea that terrorism exists because criminals exist in the world, we would have to think that in recent times there has been an especially abundant harvest of wicked people. (An idea explicitly present in the official discourse of all the governments of countries affected by the phenomenon.) But if it were true that in our world today there are more bad people than before, surely it isn’t by the grace of God but via historical developments that such a phenomenon has come to be. No historical circumstance is produced by chance, and therefore, to believe that killing terrorists will eliminate terrorism from the world is not only a foolish simplification but, by denying a historical origin for the problem, by presenting it as ahistorical, as purely a product of Evil, even as a struggle between two theological “essences” removed from any social, economic and political context, provokes a tragic worsening of the situation. It is a way of not confronting the problem, of not attacking its deep roots.

On many occasions violence is unavoidable. For example, if someone attacks us it would seem legitimate to defend ourselves with an equal degree of violence. Certainly a true Christian would offer the other cheek before instigating a violent reaction; however, if he were to respond violently to an act of aggression no one could deny him the right, even though he might be contradicting one of the commandments of Christ. But if a person or a government tells us that violence will be diminished by unleashing violence against the bad guys – affecting the innocent in the process – not only does this deny the search for a cause for the violence, it also will serve to strengthen it, or at least legitimate it, in the eyes of those who suffer the consequences.

Punishing those responsible for the violence is an act of justice. Claiming that violence exists only because violent people exist is an act of ignorance or of ideological manipulation.

If one continues to simplify the problem, insisting that it consists of a conflict produced by the “incompatibility” of two religious views – as if one of them had not been present for centuries – as if it were a matter of a simple kind of war where victory is achieved only with the total defeat of the enemy, one will drag the entire world into an intercontinental war. If one genuinely seeks the social origin and motivation of the problem – the “why” – and acts to eliminate and attenuate it, we will most assuredly witness a relaxing of the tension that is currently escalating. We will not see the end of violence and injustice in the world, but at least misfortune of unimaginable proportions will be avoided.

The analysis of the “origin of violence” would be useless if it were produced and consumed only within a university. It should be a problem for the headlines, a problem to be discussed dispassionately in the bars and in the streets. At the same time, we will have to recognize, once again, that we need a genuine dialogue. Not a return to the diplomatic farce, but a dialogue between peoples who have begun dangerously to see one another as enemies, as threats – a disagreement, really, based on a profound and crushing ignorance of the other and of oneself. What is urgent is a painful but courageous dialogue, where each one of us might recognize our prejudice and our self-centeredness. A dialogue that dispenses with the religious fanaticism – both Muslim and Christian – so in vogue these days, with its messianic and moralizing pretensions. A dialogue, in short, to spite the deaf who refuse to hear.

The True God

According to the true believers and the true religion, there can be only one true God, God. Some claim that the true God is One and he is Three at the same time, but judging by the evidence, God is One and Many more. The true God is unique but with different politics according to the interests of the true believers. Each one is the true God, each one moves the faithful against the faithful of other gods, which are always false gods even though each one is someone’s true God. Each true God organizes the virtue of each virtuous people on the basis of true customs and the true Morality. There is only one Morality based on the true God, but since there is more than one true God there is also more than one true Morality, only one of which is truly true.

But, how do we know which one is the true truth? The proper methods for proof are disputable; what is not disputed is the current practice: scorn, threats, oppression and, when in doubt, death. True death is always the final and inevitable recourse of the true truth, which comes from the true God, in order to save the true Morality and, above all, the true believers.

Yes, at times I have my doubts about what is true, and I know that doubt has been condemned by all religions, by all theologies, and by all political discourses. At times I have my doubts, but it is likely that God does not hold my doubt in contempt. He must be very busy concerning himself with so much certainty, so much pride, so much morality, behind so many ministers who have taken control of his word, holding Him hostage in a building somewhere so as to be able to conduct their business in public without obstacles.

© Jorge Majfud

Translated by Bruce Campbell.

¿Cómo definimos la idiotez ideológica y quiénes pueden hacerlo?

Mario Vargas Llosa y Pilar Reyes

Image by Casa de América via Flickr

The Importance of Being Called an Idiot (English)

¿Cómo definimos la idiotez ideológica y quiénes pueden hacerlo?

1. La importancia de llamarse idiota

Hace unos días un señor me recomendaba leer un nuevo libro sobre la idiotez. Creo que se llamaba El regreso del idiota, Regresa el idiota, o algo así. Le dije que había leído un libro semejante hace diez años, titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano.

—Qué le pareció? —me preguntó el hombre entrecerrando los ojos, como escrutando mi reacción, como midiendo el tiempo que tardaba en responder. Siempre me tomo unos segundos para responder. Me gusta también observar las cosas que me rodean, tomar saludable distancia, manejar la tentación de ejercer mi libertad y, amablemente, irme al carajo.

—¿Qué me pareció? Divertido. Un famoso escritor que usa los puños contra sus colegas como principal arma dialéctica cuando los tiene a su alcance, dijo que era un libro con mucho humor, edificante… Yo no diría tanto. Divertido es suficiente. Claro que hay mejores.

—Sí, ese fue el padre de uno de los autores, el Nóbel Vargas Llosa.

—Mario, todavía se llama Mario.

—Bueno, pero ¿qué le pareció el libro? —insistió con ansiedad.

Tal vez no le importaba mi opinión sino la suya.

—Alguien me hizo la misma pregunta hace diez años —recordé—. Me pareció que merecía ser un best seller.

—Eso, es lo que yo decía. Y lo fue, lo fue; efectivamente, fue un best seller. Usted se dio cuenta bien rápido, como yo.

—No era tan difícil. En primer lugar, estaba escrito por especialistas en el tema.

—Sin duda —interrumpió, con contagioso entusiasmo.

—¿Quiénes más indicados para escribir sobre la idiotez, si no? Segundo, los autores son acérrimos defensores del mercado, por sobre cualquier otra cosa. Vendo, consumo, ergo soy. ¿Qué otro mérito pueden tener sino convertir un libro en un éxito de ventas? Si fuese un excelente libro con pocas ventas sería una contradicción. Supongo que para la editorial tampoco es una contradicción que se hayan vendido tantos libros en el Continente Idiota, no? En los países inteligentes y exitosos no tuvo la misma recepción.

Por alguna razón el hombre de la corbata roja advirtió algunas dudas de mi parte sobre las virtudes de sus libros preferidos. Eso significaba, para él, una declaración de guerra o algo por el estilo. Hice un amague amistoso para despedirme, pero no permitió que apoyara mi mano sobre su hombro.

—Usted debe ser de esos que defiende esas ideas idiotas de las que hablan estos libros. Es increíble que un hombre culto y educado como usted sostenga esas estupideces.

—¿Será que estudiar e investigar demasiado hacen mal? —pregunté.

—No, estudiar no hace mal, claro que no. El problema es que usted está separado de la realidad, no sabe lo que es vivir como obrero de la construcción o gerente de empresa, como nosotros.

—Sin embargo hay obreros de la construcción y gerentes de empresas que piensan radicalmente diferente a usted. ¿No será que hay otro factor? Es decir, por ejemplo, ¿no será que aquellos que tienen ideas como las suyas son más inteligentes?

—Ah, sí, eso debe ser…

Su euforia había alcanzado el climax. Iba a dejarlo con esa pequeña vanidad, pero no me contuve. Pensé en voz alta:

—No deja de ser extraño. La gente inteligente no necesita de idiotas como yo para darse cuenta de esas cosas tan obvias, no?

—Negativo, señor, negativo.

2. El Che ante una democracia imperfecta

Pocos meses atrás, una de las más serias revistas conservadoras a nivel mundial, The Economist (9 de diciembre 2006), reprodujo y amplió un estudio hecho por Latinobarómetro de Chile. Mostrando gráficas precisas, el estudio revela que en América Latina, la población del país que mayor confianza tiene en la democracia es Uruguay; la que menos confianza tiene en este ideal es Paraguay y varios países centroamericanos, a excepción de Costa Rica. Al mismo tiempo, la población que más se define “de izquierda” es Uruguay, mientras que la población que más se define “de derecha” se encuentra en los mismos países que menos confianza tienen en la democracia.

Según estos datos, y si vamos a seguir los criterios de las clásicas listas sobre idiotas latinoamericanos, habría que poner al Uruguay y algún otro país a la cabeza, de donde se deduce que tener confianza en la democracia es propio de retrasados mentales.

Estos retrasados mentales —los uruguayos, por ejemplo— tuvieron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX un sistema lleno de injusticias y de imperfecciones, como cualquier sistema social, pero fue uno de los países con menor tasa de analfabetismo del mundo, el país con la legislación más progresista e igualitaria de la historia latinoamericana. Este pueblo concretó gran parte de lo que ahora es maldecido como “Estado de bienestar”; bajo ese estado de deficiencia mental, la mujer ganó varios derechos políticos y legales que le fueron negados en otras países del continente hasta hace pocos años; su economía estaba por encima de la de muchos países de Europa y su ingreso per capita (mayor que el argentino, el doble que el brasileño, seis veces el colombiano o el mexicano) no tenía nada que envidiarle al de Estados Unidos —si es que vamos a medir el nivel de vida por un simple parámetro económico. No fue casualidad, por ejemplo, que durante medio siglo aquel pequeño país casi monopolizara la conquista de los diversos torneos mundiales de fútbol.

Si ese país entró en decadencia (económica y deportiva) a partir de la segunda mitad del siglo XX, no fue por radicalizar su espíritu progresista sino, precisamente, por lo contrario: por quedar atrapado en una nostalgia conservadora, por dejar de ser un país construido por inmigrantes obreros y devolver todo el poder político y social a las viejas y nuevas oligarquías, empapadas de demagogia conservadora y patriotera, de un autoritarismo de derecha que se agravó a fines de los ’60 y se militarizó con la dictadura de los ’70.

El mismo Ernesto Che Guevara, en su momento de mayor radicalización ideológica y después de enfrentarse a lo que él llamaba imperialismo en la reunión de la “Alianza para el Progreso” de Punta del Este, dio un discurso en el paraninfo de la Universidad de la República del Uruguay ante una masa de estudiantes que esperaban oír palabras aún más combativas. En aquel momento (17 de agosto de 1961), Guevara, el Che, dijo:

“nosotros iniciamos [en Cuba] el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa. Tengo las pretensiones personales de decir que conozco a América, y que cada uno de sus países, en alguna forma, los he visitado, y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas. Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico; y yo sé que los miembros del Gobierno del Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí en la Universidad y en el territorio del país que está bajo el gobierno uruguayo. De tal forma que eso es algo que no se logra ni mucho menos, en los países de América”.

El representante mítico de la revolución armada en América Latina daba la cara ante sus propios admiradores para confirmar y reconocer, sin ambigüedades, algunas radicales virtudes de aquella democracia:

“Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es, precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre por el hombre, ni siga la explotación del hombre por el hombre, lo que no en todos los casos sucederá lo mismo, sin derramar sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es que cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.  (Ernesto Guevara. Obra completa. Vol. II. Buenos Aires: Ediciones del plata, 1967, pág. 158)

El mismo Che, en otro discurso señaló que el pueblo norteamericano “también es víctima inocente de la ira de todos los pueblos del mundo, que confunden a veces un sistema social con un pueblo” (Congreso latinoamericano de juventudes, 1960, idem Vol. IV, pág. 74).

Un latinoamericano podría sorprenderse de la existencia de “izquierdistas” (aceptemos provisoriamente esta eterna simplificación) en Estados Unidos, porque la simplificación y la exclusión es requisito de todo nacionalismo. De la misma forma, los británicos vendieron la idea existista del libre mercado cuando ellos mismos se habían consolidado como una de las economías más proteccionistas de la Revolución industrial. La imagen de Estados Unidos como un país (económicamente) exitoso donde sólo existe el pensamiento capitalista es una falacia y fue creada artificialmente por las mismas elites conservadoras que monopolizaron los medios de comunicación y promovieron una agresiva política proselitista. Y, sobre todo en América Latina, por las clases conservadoras, enquistadas en el poder político, económico y moralista de nuestros pueblos desgastados.

Tampoco existe ninguna razón sólida para descartar la fuerza interventora de las superpotencias del mundo en la formación de nuestras realidades. Sí, seguramente América Latina es responsable de sus fracasos, de sus derrotas (no reconocer sus propias virtudes es uno de sus peores fracasos). Pero que nuestros pueblos sean responsables de sus propios errores no quita que además han sido invadidos, pisoteados y humillados repetidas veces. Quizás la primera sea una verdad incontestable, pero los pecados propios no justifican ni lavan los pecados ajenos.

© Jorge Majfud

The University of Georgia, marzo 2007

The Importance of Being Called an Idiot

A few days ago a gentleman recommended that I read a new book about idiocy.  I  believe it was called The Return of the Idiot, The Idiot Returns, or something like that.  I told him that I had read a similar book ten years ago, titled Manual for the Perfect Latinamerican Idiot.

“What did you think?” the man asked me narrowing his eyes, kind of scrutinizing my reaction, kind of measuring the time it took me to respond.  I always take a few seconds to respond.  I also like to observe the things around me, take a healthy distance, control the temptation to exercise my freedom and, kindly, go after the guy.

“What did I think?  Entertaining.  A famous writer who uses his fists against his colleagues as his principal dialectical weapon when he has them within reach, said that it was a book with a lot of humor, edifying… I would not say so much.  Entertaining is sufficient.  Clearly there are better books.”

“Yes, that was the father of one of the authors, the Nobel Vargas Llosa.”

“Mario, he is still called Mario.”

“Fine, but what did you think about the book?” he insisted anxiously.

Perhaps he was not so interested in my opinion as he was in his own.

“Someone asked me the same question ten years ago”, I recalled.  “I thought it deserved to be a best seller.”

“That’s what I said.  And it was, it was; in effect, it was a best seller.  You realized that pretty quick, like me.

“It wasn’t so difficult.  In the first place, it was written by experts on the topic.”

“Undoubtedly”, he interrupted, with contagious enthusiasm.

“Who better to write about idiocy, am I right?  Second, the authors are staunch defenders of the market, above all else.  I sell, I consume, therefore I am.  What other  merit could they have but to turn a book into a sales success?  If it were an excellent book with limited sales it would be a contradiction.  I suppose that for the publisher it’s also not a contradiction that they have sold so many books on the Idiot Continent, right?  In the intelligent and successful countries it did not have the same reception.”

For some reason the man in the red tie sensed some doubts on my part about the virtues of his favorite books.  That meant, for him, a declaration of war or something of the kind.  I made a friendly gesture to bid farewell, but he did not allow me to place my hand on his shoulder.

“You must be one of those who defend those idiotic ideas of which those books speak.  It is incredible that a cultured and educated man like yourself could uphold those stupidities.”

“Could it be that too much studying and researching cause damage?” I asked.

“No, studying doesn’t do damage, of course not.  The problem is that you are separated from reality, you don’t know what it is to live like a construction worker or business manager, like us.”

“Nonetheless, there are construction workers and business managers who think radically differently from you.  Might there not be another factor?  That is, for example, could it be that those who have ideas like yours are more intelligent?”

“Ah, yes, that must be…”

His euphoria had reached climax.  I was going to leave him with that little vanity, but I couldn’t contain myself.  I thought out loud:

“It’s quite strange.  The most intelligent people don’t need idiots like me to realize such obvious things, no?”

“Negative, sir. Negative.”

Jorge Majfud

Translated by Bruce Campbell

Mario Vargas Llosa Lectures on Borges at Princeton

Mario Vargas Llosa en su curso sobre Borges en Princeton University este semestre.

VIDEO: New York Times

PRINCETON, N.J. — Five days after the Peruvian novelist Mario Vargas Llosa won the Nobel Prize in Literature, he walked into a Princeton classroom where 25 students awaited their weekly seminar on the magical realism of the Argentine writer Jorge Luis Borges.
James Leynse for The New York Times

And then, said one astounded undergraduate, he pretended nothing had happened.

“Thank you very, very much,” he said, smiling broadly, according to students who were there and had presented him with a card and a spread of baked goods. “We’ll eat this during the break. But for now, let’s start class.”

Since he won the Nobel on Oct. 7, Mr. Vargas Llosa has been at the center of a whirlwind of attention — “a revolution in my life,” he said in an interview. “It’s really fantastic to experience directly what globalization means,” he said, even though “it has been very comic in some cases.”

He had one offer to invest the prize money — about $1.5 million — in an ice cream company. And someone writing from a remote village, he said, asked him to pay for an operation.

But amid the chaos, this high-flying international literary celebrity has faithfully kept up his duties as a college professor here. Twice a week he wakes up in his Manhattan apartment at 5:30 a.m. to prepare for his classes, one on Borges and the other on creative writing and techniques of the novel, before boarding a train.

“The cultural environment at Princeton is great because there are many writers — Joyce Carol Oates, Michael Wood,” Mr. Vargas Llosa said, adding that he enjoys riding the train back and forth from Manhattan. “It’s very nice. But not if you take the train at 5 or 6 o’clock. It can be a Kafkaesque commute.”

Hairy commutes aside, Mr. Vargas Llosa has settled into a happy New York life with his wife, Patricia. They take an hourlong walk in Central Park each morning, usually around 8. The low-key cafe society of the capitals of Europe and South America is nowhere to be found in New York, he said, so on days he is not on campus, he spends afternoons at theNew York Public Library, which he adores for its ample space and generous natural light.

“Everyone is in a rush in New York, even in restaurants and in cafes,” he said. “You don’t have the serenity. That, I think, is very important in order to read.”

Teaching has been a part of Mr. Vargas Llosa’s life, on and off, since the 1960s, when he had posts at universities in Britain, and later at Harvard, Columbia and Georgetown. He was a visiting lecturer at Princeton in 1992, returning this fall at the invitation of the Program in Latin American Studies.

On Tuesday afternoon he arrived for his usual Borges seminar at Jones Hall, walking into a small carpeted room with five rows of chairs and a wooden desk in the front. As his students quietly filed in, opening laptops and spiral-bound notebooks, Mr. Vargas Llosa, in a salmon-colored shirt and dark-blue tie, his silver hair neatly parted, took his usual seat behind the desk.

Resting his elbows on the desktop, he began an hour of free-floating Borges analysis, describing passages from the stories “The Theologians” and “The Writing of the God,” and delving into a discussion of the point of view of the narrator, the shift from reality to unreality and the themes of isolation, inspiration and imagination. He read the last paragraph of “The Theologians” aloud, a passage in which a character goes to heaven, only to realize that his rival is, metaphorically, his other half.

“It’s an act we can call fantastic,” Mr. Vargas Llosa said, as the students listened intently and scribbled notes. “It’s an act we can call miraculous. Either way, it entirely changes the story we just read.”

The first half of class is typically devoted to his lecture, delivered while seated, with only the occasional glance at his notes.

“It’s hard to really put your finger on it, but there is a gravitas to his way of speaking and presenting ideas,” said Julia Kaplan, 21, of South Brunswick, N.J. “He likes us to deconstruct the stories and really look closely at what is the narrator doing, what tense is the story in, what level of reality is the story at. He’s a wonderful professor.”

Both seminars are taught in Spanish, to classes that include many native speakers who hail from Latin American countries like El Salvador and Mexico.

For his students, holding a seat in Mr. Vargas Llosa’s class has become the equivalent of winning the academic lottery, earning them the sudden envy of friends and fellow students.

“I woke up the day he won and had two e-mails from my parents and friends saying, ‘Your professor’s a Nobel laureate,’ ” said Erick Walsh, 19, a sophomore from El Salvador. “I couldn’t believe it.”

William Saborio contributed reporting.

¿Para qué sirve la literatura?

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À quoi sert la littérature ? (French)

What good is literature, anyway? (English)

¿Para qué sirve la literatura? (II)

¿Para qué sirve la literatura?

Estoy seguro que muchas veces habrán escuchado esa demoledora inquisición “¿Bueno, y para qué sirve la literatura?”, casi siempre en boca de algún pragmático hombre de negocios; o, peor, de algún Goering de turno, de esos semidioses que siempre esperan agazapados en los rincones de la historia, para en los momentos de mayor debilidad salvar a la patria y a la humanidad quemando libros y enseñando a ser hombres a los hombres. Y si uno es escritor, palo, ya que nada peor para una persona con complejos de inferioridad que la presencia cercana de alguien que escribe. Porque si bien es cierto que nuestro financial time ha hecho de la mayor parte de la literatura una competencia odiosa con la industria del divertimento, todavía queda en el inconsciente colectivo la idea de que un escritor es un subversivo, un aprendiz de brujo que anda por aquí y por allá metiendo el dedo en la llaga, diciendo inconveniencias, molestando como un niño travieso a la hora de la siesta. Y si algún valor tiene, de hecho lo es. ¿No ha sido ésa, acaso, la misión más profunda de toda la literatura de los últimos quinientos años? Por no remontarme a los antiguos griegos, ya a esta altura inalcanzables por un espíritu humano que, como un perro, finalmente se ha cansado de correr detrás del auto de su amo y ahora se deja arrastrar por la soga que lo une por el pescuezo.

Sin embargo, la literatura aún está ahí; molestando desde el arranque, ya que para decir sus verdades le basta con un lápiz y un papel. Su mayor valor seguirá siendo el mismo: el de no resignarse a la complacencia del pueblo ni a la tentación de la barbarie. Para todo eso están la política y la televisión. Por lo tanto, sí, podríamos decir que la literatura sirve para muchas cosas. Pero como sabemos que a nuestros inquisidores de turno los preocupa especialmente las utilidades y los beneficios, deberíamos recordarles que difícilmente un espíritu estrecho albergue una gran inteligencia. Una gran inteligencia en un espíritu estrecho tarde o temprano termina ahogándose. O se vuelve rencorosa y perversa. Pero, claro, una gran inteligencia, perversa y rencorosa, difícilmente pueda comprender esto. Mucho menos, entonces, cuando ni siquiera se trata de una gran inteligencia.

© Jorge Majfud

Montevideo

Diciembre de 2000

Litterae (Chile)

 

What good is literature, anyway?

I am sure that you have heard many times this loaded query: «Well, what good is literature, anyway?» almost always from a pragmatic businessman or, at worst, from a Goering of the day, one of those pseudo-demigods that are always hunched down in a corner of history, waiting for the worst moments of weakness in order to «save» the country and humankind by burning books and teaching men how to be «real» men. And, if one is a freethinking writer during such times, one gets a beating, because nothing is worse for a domineering man with an inferiority complex than being close to somebody who writes. Because if it is true that our financial times have turned most literature into a hateful contest with the leisure industry, the collective unconscious still retains the idea that a writer is an apprentice sorcerer going around touching sore spots, saying inconvenient truths, being a naughty child at naptime. And if his/her work has some value, in fact he/she is all that. Perhaps the deeper mission of literature during the last five centuries has been precisely those things. Not to mention the ancient Greeks, now unreachable for a contemporary human spirit that, as a running dog, has finally gotten exhausted and simply hangs by its neck behind its owner’s moving car.

However, literature is still there; being troublesome from the beginning, because to say its own truths it only needs a modest pen and a piece of paper. Its greatest value will continue to be the same: not to resign itself to the complacency of the people nor to the temptation of barbarism. Politics and television are for that.

Then, yes, we can say literature is good for many things. But, because we know that our inquisitors of the day are most interested in profits and benefits, we should remind them that a narrow spirit can hardly shelter a great intelligence. A great intelligence trapped within a narrow spirit sooner or later chokes. Or it becomes spiteful and vicious. But, of course, a great intelligence, spiteful and vicious, can hardly understand this. Much less, then, when it is not even a great intelligence.

© Jorge Majfud