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Lektionen der Geschichte (German)
The Fall of An Empire (English)
De cómo se derrumba un imperio
El mismo día que Cristóbal Colón partió del puerto de Palos, el 3 de agosto de 1492, vencía el plazo para que los judíos de España abandonaran su país, España. En la mente del almirante habían al menos dos poderosos objetivos, dos verdades irrefutables: las riquezas materiales de Asia y la religión perfecta de Europa. Con el primero pensaba financiar la reconquista de Jerusalén; con lo segundo debía legitimar el despojo. La palabra “oro” desbordó de su pluma como el divino y sangriento metal desbordó de las barcas de los conquistadores que le siguieron. Ese mismo año, el 2 de enero de 1492, había caído Granada, el último bastión árabe en la península. 1492 también fue el año de la publicación de la primar gramática castellana (la primera europea en lengua “vulgar”). Según su autor, Antonio de Nebrija, la lengua era la “compañera del imperio”. Inmediatamente, la nueva potencia continuó la Reconquista con la Conquista, al otro lado del Atlántico, con los mismos métodos y las mismas convicciones, confirmando la vocación globalizadora de todo imperio. En el centro del poder debía haber una lengua, una religión y una raza. El futuro nacionalismo español se construía así en base a la limpieza de la memoria. Es cierto que ocho siglos atrás judíos y visigodos arrianos habían llamado y luego ayudado a los musulmanes para que reemplazaran a Roderico y los demás reyes visigodos que habían pugnado por la misma purificación. Pero ésta no era la razón principal del desprecio, porque no era la memoria lo que importaba sino el olvido. Los reyes católicos y los sucesivos reyes divinos terminaron (o quisieron terminar) con la otra España, la España mestiza, multicultural, la España donde se hablaban varias lenguas y se practicaban varios cultos y se mezclaban varias razas. La España que había sido el centro de la cultura, de las artes y de las ciencias, en una Europa sumergida en el atraso, en violentas supersticiones y en el provincianismo de la Edad Media. Progresivamente la península fue cerrando sus fronteras a los diferentes. Moros y judíos debieron abandonar su país y emigrar a Barbaria (África) o al resto de Europa, donde se integraron a las naciones periféricas que surgían con nuevas inquietudes sociales, económicas e intelectuales. (1) Dentro de fronteras quedaron algunos hijos ilegítimos, esclavos africanos que casi no se mencionan en la historia más conocida pero que eran necesarios para las indignas tareas domésticas. La nueva y exitosa España se encerró en un movimiento conservador (si se me permite el oximoron). El estado y la religión se unieron estratégicamente para el mejor control de su pueblo en un proceso esquizofrénico de depuración. Algunos disidentes como Bartolomé de las Casas debieron enfrentarse en juicio público ante aquellos que, como Ginés de Sepúlveda, argumentaban que el imperio tenía derecho a intervenir y a dominar el nuevo continente porque estaba escrito en la Biblia (Proverbios 11:29) que “el necio será siervo del sabio de corazón”. Los otros, los sometidos lo son por su “torpeza de entendimiento y costumbres inhumanas y bárbaras”. El discurso del famoso e influyente teólogo, sensato como todo discurso oficial, proclamaba: “[los nativos] son las gentes bárbaras e inhumanas, ajenas a la vida civil y a las costumbres pacíficas, y será siempre justo y conforme al derecho natural que tales gentes se sometan al imperio de príncipe y naciones más cultas y humanas, para que merced a sus virtudes y a la prudencia de sus leyes, depongan la barbarie y se reduzcan a vida más humana y al culto de la virtud”. Y en otro momento: “[se debe] someter con las armas, si por otro camino no es posible, a aquellos que por condición natural deben obedecer a otros y rehusar su imperio”. Por entonces no se recurría a las palabras “democracia” y “libertad” porque hasta el siglo XIX permanecieron en España como atributos del caos humanista, de la anarquía y del demonio. Pero cada poder imperial en cada momento de la historia juega el mismo juego con distintas cartas. Algunas, como se ve, no tan distintas.
A pesar de una primera reacción compasiva del rey Carlos V y de las Leyes Nuevas que prohibían la esclavitud de los nativos americanos (los africanos no entraban como sujetos de derecho), el imperio, a través de sus encomenderos, continuó esclavizando y exterminando estos pueblos “ajenos a la vida pacífica” en nombre de la salvación y la humanización. Para acabar con los horribles rituales aztecas que cada tanto sacrificaban una víctima inocente a sus dioses paganos, el imperio torturó, violó y asesinó en masa, en nombre de la ley y del Dios único, verdadero. Según Fray de las Casas, uno de los métodos de persuasión era extender a los salvajes sobre una parrilla y asarlos vivos. Pero no sólo la tortura —física y moral— y los trabajos forzados desolaron tierras que alguna vez estuvieron habitadas por millares de personas; también se emplearon armas de destrucción masiva, más concretamente armas biológicas. La gripe y la viruela diezmaron poblaciones enteras de forma involuntaria unas veces y mediante un preciso cálculo otras. Como habían descubierto los ingleses al norte, el envío de regalos contaminados unas veces, como ropas de enfermos, o el lanzamiento de cadáveres pestilentes tenía efectos más devastadores que la artillería pesada.
Ahora, ¿quién derrotó a uno de los más grandes imperios de la historia, como lo fue el español? España. Mientras una mentalidad conservadora, que cruzaba todas las clases sociales, se aferraba a la creencia de su destino divino, de “brazo armado de Dios” (según Menéndez Pelayo), el imperio se hundía en su propio pasado. Su sociedad se fracturaba y la brecha que separaba a ricos de pobres aumentaba al mismo tiempo que el imperio se aseguraba los recursos minerales que le permitían funcionar. Los pobres aumentaron en número y los ricos aumentaron en riquezas que acumulaban en nombre de Dios y de la patria. El imperio debía financiar las guerras que mantenía más allá de sus fronteras y el déficit fiscal crecía hasta hacerse un monstruo difícil de dominar. Los recortes de impuestos beneficiaron principalmente a las clases altas, al extremo de que muchas veces ni siquiera estaban obligados a pagarlos o estaban eximidos de ir a prisión por sus deudas y desfalcos. El estado quebró varias veces. Tampoco la inagotable fuente de recursos minerales que procedía de sus colonias, beneficiarias de la iluminación del Evangelio, era suficiente: el gobierno gastaba más de lo que recibía de estas tierras intervenidas, por lo que debía recurrir a los bancos italianos.
De esta forma, cuando muchos países de América (la hoy llamada América Latina) se independizaron, ya no quedaba del imperio más que su terrible fama. Fray Servando Teresa de Mier escribía en 1820 que si México no se había independizado aún era por ignorancia de la gente, que no alcanzaba a entender que el imperio español ya no era un imperio, sino el rincón más pobre de Europa. Un nuevo imperio se consolidaba, el británico. Como los anteriores y como los que vendrán, la extensión de su idioma y el predominio de su cultura será entonces un factor común. Otros serán la publicidad: Inglaterra enseguida echó mano a las crónicas de Fray de las Casas para difamar al viejo imperio en nombre de una moral superior. Moral que no impidió crímenes y violaciones del mismo género. Pero claro, lo que valen son las buenas intenciones: el bien, la paz, la libertad, el progreso —y Dios, cuya omnipresencia se demuestra con Su presencia en todos los discursos.
El racismo, la discriminación, el cierre de fronteras, el mecianismo religioso, las guerras por la paz, los grandes déficits fiscales para financiarlas, el conservadurismo radical perdieron al imperio. Pero todos estos pecados se resumen en uno: la soberbia, porque es ésta la que le impide a una potencia mundial poder ver todos los pecados anteriores. O se los permite ver, pero como si fueran grandes virtudes.
© Jorge Majfud
The University of Georgia, febrero 2006
(1) Comúnmente se dice que el Renacimiento comenzó con la caída de Constantinopla y la emigración de los intelectuales griegos a Italia, pero poco o nada se dice de la emigración de capitales y de conocimientos que fueron forzados a abandonar España.
On How to Topple an Empire
Translated by Bruce Campbell
The same day that Christopher Columbus left the port of Palos, the third of August of 1492, was the deadline for the Jews of Spain to leave their country, Spain. In the admiral’s mind there were at least two powerful goals, two irrefutable truths: the material riches of Asia and the perfect religion of Europe. With the former he intended to finance the reconquest of Jerusalem; with the latter he would legitimate the looting. The word “oro,” Spanish for “gold,” spilled from his pen in the same way the divine and bloody metal spilled from the ships of the conquistadors who followed him. That same year, the second of January of 1492, Granada had fallen, the last Arab bastion on the Iberian Peninsula. 1492 was also the year of the publication of the first Castilian grammar (the first European grammar in a “vulgar” language). According to its author, Antonio de Nebrija, language was the “companion to empire.” Immediately, the new power continued the Reconquest with the Conquest, on the other side of the Atlantic, using the same methods and the same convictions, confirming the globalizing vocation of all empires.
At the center of power there had to be a language, a religion and a race. Future Spanish nationalism would be built on the foundation of a cleansing of memory. It is true that eight centuries before Jews and Aryan Visigoths had called for and later helped Muslims replace Roderick and the rest of the Visigoth kings who had fought for the same purification. But this was not the principal reason for despising the Jews, because it was not memory that was important but forgetting. The Catholic monarchs and successive divine royalty finished off (or wanted to) the other Spain, multicultural and mestizo Spain, the Spain where several languages were spoken and several religions were practiced and several races mixed. The Spain that had been the center of culture, the arts and the sciences, in a Europe submerged in backwardness, in the violent superstitions and provincialism of the Middle Ages. More and more, the Iberian Peninsula began closing its borders to difference. Moors and Jews had to abandon their country and emigrate to Barbaria (Africa) or to the rest of Europe, where they integrated to peripheral nations that emerged with new economic, social and intellectual restlessness.1 Within the borders were left some illegitimate children, African slaves who go almost unmentioned in the better known version of history but who were necessary for undignified domestic tasks. The new and successful Spain enclosed itself in a conservative movement (if one will permit me the oxymoron). The state and religion were strategically united for better control of Spain’s people during a schizophrenic process of purification. Some dissidents like Bartolomé de las Casas had to face, in public court, those who, like Ginés de Supúlveda, argued that the empire had the right to invade and dominate the new continent because it was written in the Bible (Proverbs 11:29) that “the foolish shall be servant to the wise of heart.” The others, the subjugated, are such because of their “inferior intellect and inhumane and barbarous customs.” The speech of the famous and influential theologian, sensible like all official discourse, proclaimed: “[the natives] are barbarous and inhumane peoples, are foreign to civil life and peaceful customs, and it will be just and in keeping with natural law that such peoples submit to the empire of more cultured and humane nations and princes, so that due to their virtues and the prudence of their laws such peoples might throw off their barbarism and reduce themselves to a more humane life and worship of virtue.” And in another moment: “one must subjugate by force of arms, if by other means is not possible, those who by their natural condition must obey others but refuse to submit.” At the time one did not recur to words like “democracy” and “freedom” because until the 19th century these remained in Spain attributes of humanist chaos, anarchy and the devil. But each imperial power in each moment of history plays the same game with different cards. Some, as one can see, not so different.
Despite an initially favorable reaction from King Carlos V and the New Laws that prohibited enslavement of native Americans (Africans were not considered subject to rights), the empire, through its propertied class, continued enslaving and exterminating those peoples considered “foreign to civil life and peaceful customs” in the name of salvation and humanization. In order to put an end to the horrible Aztec rituals that periodically sacrificed an innocent victim to their pagan gods, the empire tortured, raped and murdered en masse, in the name of the law and of the one, true God. According to Bartolomé de las Casas, one of the methods of persuasion was to stretch the savages over a grill and roast them alive. But it was not only torture – physical and moral – and forced labor that depopulated lands that at one time had been inhabited by thousands of people; weapons of mass destruction were also employed, biological weapons to be more specific. Smallpox and the flu decimated entire populations unintentionally at times, and according to precise calculation on other occasions. As the English had discovered to the north, sometimes the delivery of contaminated gifts, like the clothing of infected people, or the dumping of pestilent cadavers, had more devastating effects than heavy artillery.
Now, who defeated one of the greatest empires in history, the Spanish Empire? Spain. As a conservative mentality, cutting across all social classes, clung to a belief in its divine destiny, as the “armed hand of God” (according to Menéndez Pelayo), the empire sank into its own past. The society of empire fractured and the gap separating the rich from the poor grew at the same time that the empire guaranteed the mineral resources (precious metals in this case) allowing it to function. The poor increased in number and the rich increased the wealth they accumulated in the name of God and country. The empire had to finance the wars that it maintained beyond its borders and the fiscal deficit grew until it became a monster out of control. Tax cuts mainly benefited the upper classes, to such an extent that they often were not even required to pay them or were exempted from going to prison for debt or embezzlement. The state went bankrupt several times. Nor was the endless flow of mineral resources coming from its colonies, beneficiaries of the enlightenment of the Gospel, sufficient: the government spent more than what it received from these invaded lands, requiring it to turn to the Italian banks.
This is how, when many countries of America (what is now called Latin America) became independent, there was no longer anything left of the empire but its terrible reputation. Fray Servando Teresa de Mier wrote in 1820 that if Mexico had not yet become independent it was because of the ignorance of the people, who did not yet understand that the Spanish Empire was no longer an empire, but the poorest corner of Europe. A new empire was consolidating power, the British Empire. Like previous empires, and like those that would follow, the extension of its language and the dominance of its culture would be common factors. Another would be publicity: England did not delay in using the chronicles of Bartolomé de las Casas to defame the old empire in the name of a superior morality. A morality that nonetheless did not preclude the same kind of rape and criminality. But clearly, what matters most are the good intentions: well-being, peace, freedom, progress – and God, whose omnipresence is demonstrated by His presence in all official discourse.
Racism, discrimination, the closing of borders, messianic religious belief, wars for peace, huge fiscal deficits to finance these wars, and radical conservatism lost the empire. But all of these sins are summed up in one: arrogance, because this is the one that keeps a world power from seeing all the other ones. Or it allows them to be seen, but in distorted fashion, as if they were grand virtues.
© Jorge Majfud
The University of Georgia
February 2006.
Translated by Bruce Campbell
(1) It is commonly said that the Renaissance began with the fall of Constantinople and the emigration of Greek intellectuals to Italy, but little or nothing is said of the emigration of knowledge and capital that were forced to abandon Spain.
De comment s’écroule un empire
Traduit de l’espagnol par: Pierre Trottier
Le mot « or » déborda de sa plume comme le divin et sanglant métal déborda des barques des conquérants qui le suivirent. Cette même année, le 2 janvier 1492, était tombée Grenade, le dernier bastion arabe de la péninsule. 1492 fut aussi l’année de la publication de la première grammaire castillane ( la première européenne en langue « vulgaire » ). Selon son auteur, Antonio de Nebrija, la langue était la “compagne de l’empire”. Immédiatement, la nouvelle puissance poursuivit la Reconquête avec la Conquête, de l’autre côté de l’Atlantique, avec les mêmes méthodes et les mêmes convictions, confirmant la vocation globalisatrice de tout empire. Au centre du pouvoir, il devait y avoir une langue, une religion et une race. Le futur nationalisme espagnol se construisait ainsi sur la base du nettoyage de la mémoire. Bien sûr que huit siècles auparavant, les juifs et les wisigoths ariens avaient appelé puis aidé les musulmans afin qu’ils remplacent Rodrigue et les autres rois wisigoths qu’ils avaient combattus par la même purification. Mais cela n’était pas la raison principale du mépris, parce que ce qui importait n’était pas le souvenir mais l’oubli . Les rois catholiques et leurs suivants rois divins en finirent (ou voulurent en finir) avec l’autre Espagne où l’on parlait plusieurs langues et y pratiquait plusieurs cultes, et où se mélangeaient plusieurs races. L’Espagne qui avait été le centre de la culture, des arts et des sciences, dans une Europe plongée dans le retard, dans de violentes superstitions et dans le provincialisme du Moyen-Âge. Progressivement, la péninsule ferma ses frontières. Les maures et les juifs durent abandonner leur pays et émigrer en Barbarie (Afrique) ou dans le reste de l’Europe, où ils s’intégrèrent aux nations périphériques qui surgissaient avec de nouvelles inquiétudes sociales, économiques et intellectuelles. A l’intérieur des frontières demeurèrent quelques fils illégitimes, des esclaves africains qu’on ne mentionne presque pas dans l’histoire la plus connue mais qui devenaient nécessaires pour les indignes tâches domestiques. La nouvelle et prestigieuse Espagne se renferma dans un mouvement conservateur ( si l’on me permet l’oxymoron ). L’État et la religion s’unirent stratégiquement pour le meilleur contrôle de leur population dans un processus schizophrénique d’épuration. Quelques dissidents comme Bartolomé de las Casas durent affronter un jugement devant ceux qui, comme Gines de Sepulveda, argumentaient que l’empire avait le droit d’intervenir et de dominer le nouveau continent parce qu’il était écrit dans la bible (Proverbes 11 :29) que “ l’insensé sera l’esclave de l’homme sage “. Les autres, les soumis le sont pour leur « maladresse d’esprit et leurs coutumes inhumaines et barbares ». Le discours du réputé et influent théologien, sensé comme tout discours officiel, proclamait : “ [les natifs] sont des gens barbares et inhumains, étrangers à la vie civile et aux coutumes pacifiques, et il sera toujours juste et conforme au droit naturel que de tels gens se soumettent à l’empire du prince et aux nations plus cultivées et plus humaines, afin qu’ils obéissent à ses vertus et à la prudence de ses lois, qu’ils bannissent la barbarie et qu’ils se ramènent à un vie plus humaine et au culte de la vertu “. Et, à un autre moment : “ [On doit] soumettre avec les armes, lorsqu’un autre chemin n’est pas possible, ceux qui par condition naturelle doivent obéir à d’autres et refuser votre empire “. En ce temps-là, on ne recourait pas aux mots « démocratie » et « liberté », parce que jusqu’au XIX è siècle, ils demeurèrent en Espagne comme des attributs du chaos humaniste, de l’anarchie et du démon. Mais chaque pouvoir impérial à chaque moment de l’histoire joue le même jeu avec différentes cartes. Certaines, comme on le voit, ne sont pas si différentes.
Malgré une première réaction compassive de Charles V et des Lois Nouvelles qui prohibaient l’esclavagisme des natifs américains (les africains n’entraient pas comme sujets de droit), l’empire, à travers ses commissionnaires (encomenderos) , continua de réduire en esclavage et d’exterminer ces peuples “ étrangers à la vie pacifique “, au nom du salut et de l’humanisation. Pour en finir avec ces horribles rituels aztèques, qui à tout moment sacrifiaient une victime innocente à leurs dieux païens, l’empire tortura, viola et assassina en masse, au nom de la loi et du Dieu unique, véritable. Selon Fray de las Casas, une des méthodes de persuasion était de les étendre sur une grille et de les rôtir vifs. Mais non seulement la torture – physique ou morale – et les travaux forcés désolèrent les terres qui, pour certaines, furent habitées par des milliers de personnes, mais aussi, ils employèrent des armes de destruction massive, plus concrètement des armes biologiques. La grippe et la variole disséminèrent des populations entières de façon involontaire, quelques fois, et d’autres fois au moyen d’un calcul précis. Comme l’avaient découvert les Anglais du Nord, l’envoi de cadeaux contaminés comme des vêtements de malades ou le lancement de cadavres pestilentiels avaient des effets plus dévastateurs que l’artillerie lourde.
Maintenant, qui fit s’écrouler un des plus grands empires de l’histoire, comme le fut l’empire espagnol ? L’Espagne. Pendant qu’une mentalité conservatrice, qui imprégnait toutes les classes sociales, s’accrochait à la croyance de son destin divin, de « bras armé de Dieu » (selon Menéndez Pelayo), l’empire s’enfonçait dans son propre passé. Sa société se fracturait et la brèche qui séparait les riches des pauvres augmentait en même temps que l’empire s’assurait des ressources minérales qui lui permettaient de fonctionner. Les pauvres augmentèrent en nombre et les riches augmentèrent en richesses qu’ils accumulaient au nom de Dieu et de la patrie. L’empire devait financer les guerres qu’il maintenait au-delà de ses frontières et le déficit fiscal croissait jusqu’à devenir un monstre difficile à dominer. Les coupures d’impôts bénéficièrent aux classes hautes, au point que souvent elles n’étaient même pas obligées de les payer, ou elles étaient exemptées de prison pour non paiement ou pour leurs malversations. L’état fit faillite plusieurs fois. L’inépuisable source de ressources minérales de ses colonies, bénéficiaires de l’illumination de l’Évangile, non plus n’était suffisante : le gouvernement dépensait plus qu’il ne recevait de revenus de ses terres; ce qui fait qu’il devait recourir aux banques italiennes.
De cette façon, lorsque plusieurs pays d’Amérique (aujourd’hui appelés Amérique Latine) prirent leur indépendance, il ne restait alors de l’empire guère plus que sa terrible réputation. Fray Servando Teresa de Mier écrivait en 1820 que si le Mexique n’était pas devenu alors indépendant c’était par ignorance de la part de sa population, qui n’arrivait pas à saisir que l’empire espagnol maintenant n’était plus un empire, mais le recoin le plus pauvre de l’Europe. Un nouvel empire se consolidait, l’empire britannique. Comme ceux antérieurs et ceux qui viendront, l’extension de sa langue et la prédominance de sa culture seront alors des facteurs communs. Un autre facteur sera la publicité : l’Angleterre se servit des chroniques de Fray de las Casas afin de diffamer le vieil empire au nom d’une morale supérieure. Morale qui n’empêcha pas les crimes et les violations du même genre. Mais, bien sûr, ce qui vaut, ce sont les bonnes intentions : le bien, la paix, la liberté, le progrès – et Dieu, dont l’omniprésence se démontre par Sa présence dans tous les discours.
Le racisme, la discrimination, la fermeture des frontières, le mécanisme religieux, les guerres pour la paix, les grands déficits fiscaux pour les financer, le conservatisme radical perdirent l’empire. Mais tous ces péchés se résument en un seul : la superbe, parce que c’est elle qui l’a empêché de pouvoir constater tous les péchés antérieurs. Ou ça lui a permis de les voir comme s’ils étaient de grandes vertus.
1 Communément, on dit que la Renaissance commença avec la chute de Constantinople et l’émigration des intellectuels grecs en Italie, mais on ne dit que peu ou rien de l’émigration des capitaux et des connaissances qu’ils furent forcés d’abandonner en Espagne.
2 Histoire : propriétaire d’un indien sous le régime de l’encomienda. [N. du T.]
Jorge Majfud, février 2006
Université de Géorgie
Traduit de l’espagnol par:
Pierre Trottier, mars 2006
Trois-Rivières, Québec, Canada
O primeiro pecado capital dos Impérios
Lições da História
Por Jorge Majfud
Traduzido por Omar L. de Barros Filho
No mesmo dia em que Cristóvão Colombo partiu do porto de Palos, 3 de agosto de 1492, vencia o prazo para que os judeus da Espanha abandonassem seu país. Na mente do almirante habitavam, ao menos, dois poderosos objetivos, duas verdades irrefutáveis: as riquezas materiais da Ásia e a religião perfeita da Europa. Com o primeiro, pensava financiar a reconquista de Jerusalém; com o segundo, deveria legitimar o saque. A palavra “ouro” vazou de sua pena assim como o divino e sangrento metal transbordou das barcas dos conquistadores que o seguiram.
Nesse mesmo ano de 1492, em 2 de janeiro, caíra Granada, o último bastião árabe na península. 1492 também foi o ano da publicação da primeira gramática castelhana (a primeira européia em língua “vulgar”). Segundo seu autor, Antonio de Nebrija, a língua era a “companheira do império”. Imediatamente, a nova potência continuou a Reconquista com a Conquista, do outro lado do Atlântico, com os mesmos métodos e as mesmas convicções, confirmando a vocação globalizadora de todo o império. No centro do poder devia haver uma língua, uma religião e uma raça. O futuro nacionalismo espanhol construía-se, assim, em base à limpeza da memória. É certo que, oito séculos atrás, judeus e visigodos arianos haviam chamado, e depois ajudado, os muçulmanos para que substituíssem Roderico e os demais reis visigodos, que pugnaram pela mesma purificação. Mas esta não era a razão principal do desprezo, porque não era a memória o que importava, mas sim o esquecimento. Os reis católicos e os sucessivos reis divinos terminaram (ou quiseram terminar) com a outra Espanha, a Espanha mestiça, multicultural, a Espanha onde se falavam várias línguas e se praticavam vários cultos e se misturavam várias raças. A Espanha que fora o centro da cultura, das artes e das ciências, em uma Europa mergulhada no atraso, em violentas superstições e no provincianismo da Idade Média.
Progressivamente, a península foi fechando suas fronteiras aos diferentes. Mouros e judeus tiveram que abandonar seu país e emigrar à Barbária (África) ou ao resto da Europa, onde se integraram às nações periféricas que surgiam com novas inquietudes sociais, econômicas e intelectuais. Dentro das fronteiras ficaram alguns filhos ilegítimos, escravos africanos, que quase não são mencionados na história mais conhecida, mas que eram necessários para as indignas tarefas domésticas. A nova e exitosa Espanha encerrou-se em um movimento conservador (se me permitem o oxímoro). O estado e a religião uniram-se, estrategicamente, para o melhor controle de seu povo, em um processo esquizofrênico de depuração. Alguns dissidentes, como Bartolomé de las Casas tiveram que enfrentar em julgamento público aqueles que, como Ginés de Sepúlveda, argumentavam que o império tinha direito a intervir e a dominar o novo continente, porque estava escrito na Bíblia (Provérbios 11:29) que “o néscio será servo do sábio de coração”. Os outros, os submetidos, o são por sua “torpeza de entendimento e costumes desumanos e bárbaros”. O discurso do famoso e influente teólogo, sensato como todo discurso oficial, proclamava: “[os nativos] são as gentes bárbaras e desumanas, alheias à vida civil e aos costumes pacíficos, e será sempre justo e conforme ao direito natural que tais gentes submetam-se ao império do príncipe e nações mais cultas e humanas, para que, graças às suas virtudes e à prudência de suas leis, deponham a barbárie e reduzam-se à vida mais humana e ao culto da virtude”. E, em outro momento: “[deve-se] submeter pelas armas, se por outro caminho não for possível, aqueles que por condição natural devem obedecer a outros e recusar seu império”. Então não se recorria às palavras “democracia” e “liberdade” porque, até o século XIX, permaneceram na Espanha como atributos do caos humanista, da anarquia e do demônio. Mas, cada poder imperial, em cada momento da história, joga o mesmo jogo com distintas cartas. Algumas, como se vê, não tão distintas.
Apesar de uma primeira reação compassiva do rei Carlos V e das Leis Novas, que proibiam a escravidão dos nativos americanos (os africanos não entravam como sujeitos de direito), o império, através de seus encomenderos*, continuou escravizando e exterminando esses povos “alheios à vida pacífica”, em nome da salvação e da humanização. Para acabar com os horríveis rituais astecas, que a cada tanto sacrificavam uma vítima inocente a seus deuses pagãos, o império torturou, violou e assassinou em massa, em nome da lei e de um Deus único, verdadeiro. Segundo o Frei de las Casas, um dos métodos de persuasão era estender os selvagens sobre uma grelha e assá-los vivos. Mas não só a tortura – física e moral – e os trabalhos forçados desolaram terras que, certa vez, foram habitadas por milhares de pessoas; também foram empregadas armas de destruição massiva, armas biológicas, mais concretamente. A gripe e a varíola dizimaram populações inteiras, de forma involuntária algumas vezes e, mediante um cálculo preciso, outras. Como os ingleses descobriram ao norte, o envio de presentes contaminados, como roupas de doentes, e o lançamento de cadáveres pestilentos tinham, algumas vezes, efeitos mais devastadores que a artilharia pesada.
Agora, quem derrotou um dos maiores impérios da história, como foi o espanhol? A Espanha.
Enquanto uma mentalidade conservadora, que cruzava todas as classes sociais, aferrava-se à crença de seu destino divino, de “braço armado de Deus” (segundo Menéndez Pelayo), o império afundava em seu próprio passado. Sua sociedade fraturava-se, e a brecha que separava ricos de pobres aumentava, ao mesmo tempo em que o império assegurava os recursos minerais que lhe permitiam funcionar. Os pobres aumentaram em número e os ricos aumentaram em riquezas, que acumulavam em nome de Deus e da pátria. O império devia financiar as guerras que mantinha além de suas fronteiras, e o déficit fiscal crescia até se transformar em um monstro difícil de dominar. As isenções de impostos beneficiaram principalmente as classes altas, ao extremo que, muitas vezes, nem sequer eram obrigadas a pagá-los ou eram eximidas de ir para a prisão por suas dívidas e desfalques. O estado quebrou várias vezes. Tampouco a inesgotável fonte de recursos minerais que procedia de suas colônias, beneficiárias da iluminação do Evangelho, era suficiente: o governo gastava mais do que recebia dessas terras sob intervenção, pelo que devia recorrer aos bancos italianos.
Desta forma, quando muitos países de América (a hoje chamada América Latina) se independizaram, já não restava do império mais do que sua terrível fama. Frei Servando Teresa de Mier escrevia, em 1820, que se o México não havia se independizado ainda era por ignorância do povo, que não alcançava a compreensão de que o império espanhol já não era um império, mas o rincão mais pobre da Europa. Um novo império se consolidava, o britânico. Como os anteriores e como os que virão, a expansão de seu idioma e o predomínio de sua cultura será, então, um fator comum. Outro será a publicidade: a Inglaterra, em seguida, lançou mão das crônicas do Frei de las Casas para difamar o velho império em nome de uma moral superior. Moral que não impediu crimes e violações do mesmo gênero. Mas, claro, o que valem são as boas intenções: o bem, a paz, a liberdade, o progresso – e Deus, cuja onipresença se demonstra com Sua presença em todos os discursos.
O racismo, a discriminação, o fechamento de fronteiras, o messianismo religioso, as guerras pela paz, os grandes déficits fiscais para financiá-las, o conservadorismo radical perderam o império. Mas, todos esses pecados resumem-se em um: a soberba, porque é esta que impede uma potência mundial de ver todos os pecados anteriores. Ou, se permite que veja, é apenas como se fossem grandes virtudes.
*NdT: a encomienda era uma instituição jurídica implantada pela Espanha com a finalidade de regular as relações entre os espanhóis e os indígenas. Os encomenderos eram, portanto, os comissários, os encarregados, os mestres das Índias.
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