El autor socialista del juramento patriótico de EE.UU

2013-07-07 • CULTURA

En 1892, con motivo del cuarto centenario del descubrimiento europeo de América, Francis Julius Bellamy creó el famoso juramento que se repite hoy en Estados Unidos para jurar lealtad al país y a la bandera: “I pledge alleg

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And Justice for All — Pledge of Allegiance 5-9-09 9 (Photo credit: stevendepolo)

iance to my flag and to the Republic for which it stands, one nation, indivisible, with liberty and justice for all” (“Prometo lealtad a la bandera y a la República que representa, una nación, indivisible, con libertad y justicia para todos”).

Está de más decir que este juramento es una de las oraciones favoritas de los grupos más conservadores, religiosos, nacionalistas y defensores acérrimos del capitalismo como “lo americano”.

Las ideas sobre qué es y qué significa el patriotismo o lo “auténticamente americano”, o “lo auténticamente francés”, “basado en la tradición”, en la “defensa de la unidad”, “por el camino de Dios”, aparte de expresar sentimientos legítimos por sí mismos, son también instrumentos ideoléxicos: poseen una intencionalidad proselitista y una subliminal carga de violencia que universalmente siempre se ha ejercido en la definición misma de lo qué significa ser un habitante de un país determinado, más allá del respeto objetivo por sus leyes.

La historia registra innumerables casos y siempre repiten patrones psico-sociales y modus operandi muy similares: por ejemplo, para Fernando e Isabel en el siglo XVI, para el general Francisco Franco en el siglo XX, y para muchos entre medio y más acá, los verdaderos españoles eran los cristianos viejos (es decir no contaminados, sin abuelos moros o judíos), o los que hablan castellano, o los que defendían la familia tradicional, etc. Una causa sobre la “verdadera naturaleza” de las cosas sociales se vuelve radical, inflexible y violenta cuando la realidad lo niega. De esa forma, la definición del “buen español” que ocupó la vida de distinguidos escritores, académicos, políticos y sacerdotes, excluía, negaba y trataba de olvidar la enorme diversidad étnica, religiosa, cultural y lingüística que existió en la península Ibérica y luego en lo que se llamó España, ya desde tiempos de Séneca y desde mucho antes, desde los tiempos de los fenicios y los visigodos.

En 1924 a la palabra “bandera” se le agregó “de los Estados Unidos de América”. Pienso que no se trató de un cambio semántico sino sólo de una aclaración: por entonces se percibía que había demasiados inmigrantes y algunos se podían confundir al decir “mi bandera”. Tampoco hay que olvidar que en algunos grupos sociales cundió lo que se llamó “Red Scare” (“Temor Rojo”), como consecuencia del triunfo de la Revolución rusa y de la emigración de los anarquistas europeos.

En 1954, el presidente Eisenhower aprobó el agregado de “under God” (bajo Dios), lo cual hubiese encontrado la clara oposición de la mayoría de los Padres Fundadores, quienes reconocieron no sólo el derecho privado y público de creer en cualquier dios sino, incluso, en el derecho de no creer en ninguno.

Ésta fue la primera modificación importante de la frase original de Bellam. No obstante, no fue el primer cambio semántico, porque el símbolo fue sufriendo cambios progresivos y radicales para expresar diferentes ideas subliminales o explícitas y para ser usado con objetivos algo diferentes.

Lo curioso es que, si nos situamos históricamente a fines del siglo XIX, podemos observar que el famoso juramento de Bellamy refleja las propias ideas de su autor, como no es de extrañar, a pesar de alguna posible crítica posmodernista. Las expresiones de “I pledge allegiance to my flag and to the Republic for which it stands, one nation, indivisible, with liberty and justice for all”expresan de forma inequívoca los valores centrales de “unidad” y de “libertad y justicia para todos”, lo cual no sólo fue un principio socialista e iluminista radical, sino que estaba en abierta contradicción con los aristócratas y las sociedades estamentales de Europa y con los conservadores (sobre todo del sur) de Estados Unidos, que no creían ni en la igualdad ni en la libertad de los negros, de los pobres y de los no elegidos. No obstante, los ideoléxicos “libertad” e “igualdad” han triunfado desde el siglo XIX a tal grado que ahora son casi incuestionables como símbolos.

El ideoléxico “socialista” ha sido consolidado con un valor negativo como símbolo, aunque sus significados todavía están en disputa mediante el uso de sustitutos, como lo es la palabra liberal.

Nada de esta metamorfosis ideoléxica es casualidad. Francis Julius Bellamy era un socialista cristiano, pero los conservadores no lo mencionan, quizás para no recordar su condición de criminal ideológico. Algo parecido ocurre con la idea actual de que los Padres Fundadores de Estados Unidos, eran hombres religiosos y conservadores. Esta idea se ha popularizado de forma casi unánime a pesar de que es históricamente errónea: si los autores de la Revolución americana hubiesen sido conservadores lo último que habrían producido es una revolución. Si no fueron más allá de sus idealismos iluministas, de libertad, igualdad y laicismo en la cosa pública fue, precisamente, por la oposición de los conservadores, por algunas contradicciones propias y porque los cambios ideológicos introducidos en las primeras cuatro décadas del nuevo país habían llegado demasiado lejos para un mundo que todavía seguía sumido en gobiernos totalitarios, hereditarios, aristocráticos, teocráticos en su mayoría o en revoluciones políticamente inestables como en Francia.

Igual que sucede con los textos religiosos, allí donde dice “es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que un rico acceda al reino de los cielos” termina por significar que la riqueza es una prueba de que un rico ha sido elegido para entrar al reino de los cielos, aún antes de nacer. Es decir, la desigualdad fue establecida por Dios al principio de los tiempos, y aunque se acepte el ideoléxico de “igualdad” y “diversidad” luego de una derrota semántica de dos siglos, la solución consiste en redefinir los campos semánticos de dichos ideoléxicos y asignarles valores diferentes en condiciones diferentes. Es decir, cuando no se puede cambiar una palabra en una escritura sagrada, ya sea la Biblia, el Corán o la Constitución X, la solución es interpretar: donde dice blancosignifica negro. Luego de un tiempo de repetirlo el significado original no sólo se echará al olvido sino que, cuando alguien intente sacarlo a la luz nuevamente, será desacreditado con diferentes mecanismos sociales, como la burla o el descrédito y la condena que históricamente deben sufrir los revisionistas.

Jorge Majfud

Milenio (Mexico)

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Memoria, igualdad y democracia

Romney

Romney (Photo credit: Talk Radio News Service)

1. Igualdad y democracia

 

Las leyes medievales, como las recogidas y dictadas por los escribas de Alfonso el Sabio en el siglo XIII, afirmaban que todo lo prohibido y prescripto estaba basado en la voluntad de Dios y en las mejores tradiciones religiosas, cuyos siglos de permanencia probaban sus bondades. La tortura y la pena de muerte que se ensañaban con las mujeres, moros y judíos, pobres y vasallos, no eran aplicables a la nobleza. Obviamente, no se podía juzgar igual la nobleza de un noble con la vileza de un villano. Por eso, para defender su verdad y honor los caballeros, los “hijosdalgo”, podían lidiar a caballo mientras los hijos de nadie debían hacerlo de a pie. Por entonces, las leyes escritas se justificaban diciendo que ésta era la mejor forma de poner a salvo el honor de un noble, sin tener que exponerlo al terrible método de una investigación que podría perjudicarlo con las mentiras del vulgo. Todo según la voluntad de Dios, según sus intérpretes oficiales.

La historia ha traído algunos progresos, como el reconocimiento de todos los seres humano a ser considerados iguales por el derecho, lo que luego incluyó el igual derecho a ser diferentes. Aunque ahora el discurso de los arengadores conservadores intente secuestrar la autoría de estos logros, ninguno de ellos fue posible por las iglesias en el poder sino a pesar de ellas.

La igualdad fue un valor importante o incipiente entre los cristianos mientras fueron ilegales en el imperio romano, pero desapareció como por arte de magia tres siglos después de la primera crucifixión de Jesús, cuando el imperio los adoptó como la religión oficial.

Diecisiete siglos más tarde, cuando los “teólogos de la liberación”, mal o bien intentaron retomar aquel espíritu igualitario que favorecía a los pobres y marginados de este mundo, fueron literalmente asesinados poco después de ser etiquetados como “marxistas” o “curas rojos”.

 

 2. Memoria y democracia

 

Por tradición tendemos a confundir a la democracia con los sistemas que la sirven, como lo es el sistema electoral, el Estado de derecho, las voluntades de la mayoría, la protección de las minorías y de las libertades en general.

Estamos de acuerdo que es el menos malo de todos los sistemas. Pero todas las “democracias” sufren de sus propias deficiencias que distinguen la palabra y la idea con ostentosas comillas. Las comillas son su corona de espinas. La democrática Atenas se dejó convencer por los demagogos de Anito para ejecutar a Sócrates, uno de sus mejores ciudadanos y probablemente el griego mas universal de todos los siglos. En nuestro tiempo, por ejemplo, una de las mayores debilidades de la democracia es la memoria de la gente, intoxicada por las densas humaredas que emanan de la industria de la información. A su vez, esta debilidad de la democracia es la mayor fortaleza de los políticos, de los Anitos de nuestro tiempo.

Por ejemplo, en Estados Unidos se ha vuelto un lugar común culpar al Estado y a sus servicios sociales por la crisis económica. Obviamente olvidan que la crisis de 2008 fue creada por el sector privado, más específicamente por el sector financiero, por los bancos y por las mega compañías. Una vez instaurada una crisis sin precedentes desde la Gran Depresión de los años treinta, el Estado salió a salvar esos bancos y esas compañías, con relativo éxito. Esta operación no podía realizarse sin generar deuda publica. Ahora, como retribución de la mala memoria de la gente, se culpa al Estado por la deuda que tiene y como solución al déficit y a la ineficiencia estatal, se proponen nuevas reducciones de servicios y, por supuesto, nuevas privatizaciones.

Todo lo cual resulta a la larga muy lógico, desde una mentalidad maquiavélica: el sector de las grandes compañías y sectas privadas crean una deuda, son salvadas por el Estado, es decir por el pueblo, y luego, como solución al endeudamiento, proponen más privatizaciones. Y el pueblo, que se hizo cargo de financiar la salvación de las mismas sectas privadas que crearon la crisis, aplaude la solución con entusiasmo.

 

 

Jorge Majfud

Jacksonville University

majfud.org

La Republica (Uruguay)

La Republica II (Uruguay)

Milenio (Mexico)

Milenio II (Mexico)

Un dios de la tormenta

Tornado generic

Un dios de la tormenta

 

No deja de ser una curiosidad el hecho de que los conservadores religiosos pongan tantas expectativas en los fenómenos climáticos. Con excepción del calentamiento global, del cual son fuertes opositores. Cuando reconocen que existe un calentamiento global progresivo, se acuerdan de la naturaleza para culparla del fenómeno, dejando de lado alguna posible intervención humana o divina.

Todo lo demás es atribuible a Dios, según las necesidades del momento.

Ellos son los mismos moralistas que se niegan a que una mujer violada tome alguna píldora abortiva unos días después. La razón radica en que no se puede interrumpir una vida que Dios quiso. Que es estrictamente lo mismo que decir Dios quiso que algún criminal violara a esa mujer y a todas las demás mujeres inocentes que han sufrido ese tipo inigualable de violencia física y, sobre todo, moral.

No soy de los que creen que una mujer es dueña de lo que lleva en su vientre y puede hacer lo que quiera con él. Pero tampoco es la única responsable de engendrar una nueva vida. Una vez que concebimos un hijo se nos terminan algunas libertades. Yo no puedo elegir entre darle de comer a mi hijo ya nacido o echarme a descansar aunque esté agotado por una jornada de trabajo intenso.

No obstante, tampoco me convencen los argumentos de los ortodoxos que bellamente se denominan “pro vidas” (como si sus adversarios fuesen “pro muerte”) y no tienen empacho de justificar o apoyar, por acción o por omisión, tantas guerras santas en defensa de Dios, la patria y el honor, las que dejan cientos de miles de inocentes muertos sin nombre, muertos que no duelen.

El sexo ajeno y el clima regional los preocupa de manera especial. Los interpretes de un Dios invisible e inimaginable por su perfección, necesitan cosas visuales para entender Su voluntad. Cosas sinópticas como el calentamiento global, las estructuras sociales o los mecanismos con los que operan las ideologías, caen todas en un gran abismo negacionista.

Cada vez que hay una catástrofe climática, como un tornado o un huracán que deja decenas de muertos, los arengadores religiosos como Pat Robertson suelen atribuirlos a la voluntad de Dios . Excepto cuando los edificios destruidos son iglesias y cuando las victimas no son pecadores negros y pobres en su mayoría.

Daria la impresión de que el Creador del Universo, un ser Todopoderoso y Todobondadoso, se ha comportado últimamente como un dios de la tormenta, a imagen y semejante de algún dios azteca o de algún atrasado dios africano. El creador de la Humanidad y del Universo tiene poco control sobre la voluntad de algunos pecadores. Le resulta más fácil hacer temblar las placas tectónicas, destruyendo ciudades enteras, masacrando involucrados y descuidados por igual, que convencer a un humilde club de mala gente para que deje de bailar y consumir cerveza como animales.

Cuando en alguna ciudad se detectan algunos grupos o individuos haciendo uso ilícito del sexo o consumiendo algún producto de la lista prohibida, este dios manda un huracán o un terremoto y mata a los pecadores junto con algunos miles de niños y otros inocentes. Recurso que es periódicamente imitado por algunos fanáticos disfrazados de santos mártires y por los ejércitos mas poderosos del mundo que todo lo ven y todo lo pueden.

Se supone que la terrible muerte de un grupo de niños por causa de un tornado perdido debe ser bastante persuasivo para que los pecadores dejen de amarse de formas poco ortodoxas. Cuando el mismo tornado se desvía y pasa por encima de un grupo de elegidos, no se trata de ningún castigo divino sino de una prueba o de un premio del más allá.

Jorge Majfud

Jacksonville University

majfud.org

La Republica

Milenio (Mexico)

Ricos nobles, pobres villanos

Money, Money, Money

Ricos nobles, pobres villanos

 

 

Otra ayuda para los bancos

 

El gobierno de España planea a poner 19 mil millones de euros como “rescate adicional” en Bankia SA, cuyos bonos fueron recientemente declarados bonos basura por Standard & Poors. Lo que significa que cada familia española, que actualmente está sufriendo recortes de todo tipo, va a poner aproximadamente otros 1500 euros para rescatar una empresa recientemente nacionalizada, lo cual también significa que quienes vendieron hicieron un excelente negocio.

A la gente, no se les pregunta si quieren recortar servicios públicos ni se les pregunta si quieren seguir poniendo su dinero para salvar bancos y millonarios. 

Sólo se les dice que hay que ser más responsables y gastar menos.

Igual que en Argentina en el 2001 y que en Estados Unidos más recientemente. Cada vez que hay una crisis se recortan los servicios a la gente común y además se les pide que colaboren con ayudas especiales a los bancos y las corporaciones en general, que cuando no son privadas han sido estatizados en ruina por gobiernos benefactores de millonarios.

Algún día los pueblos dejarán de confundir generosidad con estupidez.

 

Capitalismo y religión

El capitalismo y la economía del libre mercado son el más perfecto equivalente práctico e ideológico de la Teoría de la evolución, donde las leyes premian al más fuerte y justifican la aniquilación del más débil. De hecho, es muy posible que las distintas teorías evolucionistas del siglo XIX se hayan inspirado en las teorías económicas del siglo XVIII, aparte de los griegos, claro.

Por otro lado, como si se tratase de una broma de algún dios o demonio, el comunismo está mucho más próximo a la religión judeocristiana donde el Estado representa al padre, aquel que interviene periódicamente en las leyes del mundo material o poniendo en suspenso las reglas del mercado para proteger, al menos en teoría, a los más débiles.

No deja de ser una magnífica y trágica paradoja que los conservadores de hoy odien al Estado tanto como aman el libre mercado.

Pero el odio al Estado se puede entender por dos razones: primero, es un sustituto secular del Padre; segundo, las donaciones para los pobres a través de los impuestos pueden conducir a la salvación de algún grupo humano desconocido, pero no a la salvación individual. Según los neoconservadores, Dios sólo puede ver las limosnas que arrojan los fieles al salir de una iglesia y odia los impuestos, sobre todo aquellos que pagan los ricos. Los ricos son los que siempre dejan las mejores limosnas, lo que prueba la generosidad de los que han sido elegidos antes de nacer.

De la misma forma, llueve porque nacen las plantas.

Tal vez esta idea o la confusión que protege a los ricos de pagar más impuestos y predica el desprendimiento y el sacrificio entre los pobres se podría entender si recordamos que Jesús elogió las dos monedas que daba la viuda y despreció las limosnas que los ricos echaban en el arca del Tesoro, porque aquella daba lo que necesitaba y éstos arrojaban lo que les sobraba, según Lucas. Pero jamás se entendería la preferencia de Dios por los ricos ni la preferencia de los ricos por las limosnas en lugar de los impuestos, si recordamos una intervención más explícita del carpintero de Nazaret, cuando afirmó que de las posibilidades de que un rico pudiese subir al cielo sin desprenderse de sus riquezas eran las mismas que tenían un camello o una soga de atar barcos de pasar por el ojo de una aguja.

Pero como sabemos que las religiones se basan en la negación de sus propios textos sagrados (poner la otra mejilla significa bombardear por las dudas; ser rico significa ser uno de los elegidos por el Dios de los pobres), para explicar semejantes paradojas tenemos que recurrir más a la psicología o a los intereses más diabólicos del egoísmo y la avaricia sin límites que al mismo Jesús de Nazaret o a la mera razón humana.

 

Arribistas y abajistas.

Si alguien se posiciona en uno de los extremos del espectro ideológico aparece como cojo o como tuerto: aparece como alguien que no puede ver “la otra cara” de la realidad. Entonces, aquellos que se ubican al medio, abusando de la misma metáfora horizontal, se ubican en el eje de la balanza y, consecuentemente, son representados como equilibrados.  Aunque este centro es virtual, porque inevitablemente depende de la distancia en que puedan estar los extremos. En ocasiones, ambos extremos, izquierda y derecha, podrían están perfectamente ubicados en un rincón cualquiera de los dos extremos, por lo que ser de izquierda podría significar ser un conservador reaccionario en un contexto, o  un revolucionario progresista en otro.

Estamos atrapados, históricamente, de una ilusión visual que oculta otra realidad, probablemente una realidad más lógica, más verdadera y, por eso mismo, diabólicamente soslayada. La dicotomía y la lucha entre izquierda y derecha usa un artilugio geométrico de alta neutralidad (la horizontalidad) para ocultar el hecho de que nuestros diversos sistemas políticos son, en última instancia, una encarnizada lucha entre arriba y abajo, entre las imponentes clanes, sectas, familias, lobbies o corporaciones que presionan, conducen gobiernos, eligen presidentes y, por otro lado (el lado de abajo) los trabajadores y consumidores comunes, que no sólo consumen artículos, muchas veces innecesarios, sino, sobre todo, consumen narrativas, moralidades, valores, verdades prefabricadas por la ingeniería de los arribistas, que son quienes ostentan un poder desproporcionado a su número. De otra forma, ninguna forma de esclavitud hubiese existido nunca. La mera fuerza sería inútil sin una moral para los esclavos que son representados a la izquierda de un espectro horizontal, democrático.


JM

Milenio , II , III (Mexico)

 

La silenciosa utopía que cambió el mundo (II)

 

 La silenciosa utopía que cambió el mundo (I)

Reflexiones complementarias para la presenteción “Humanist Voice in an Often Inhumane World: The Essay Writing of Jorge Majfud”, de Dr. J. Goldstein. Georgia Southern University, Jueves 29 de marzo de 2012.

 

 El humanismo: la silenciosa utopía que cambió el mundo (II)

Ahora veamos el problema según su maduración histórica.

Diacrónico

El humanismo moderno fue uno de los principales motores de la dramática revolución que marcó el fin de la Edad Media y el surgimiento del Renacimiento, dos nombres discutibles, ya que reflejan un punto de vista particular, que es el del Iluminismo y la Ilustración. De hecho, el Iluminismo del siglo XVIII es hijo del humanismo, como lo es el Renacimiento de los siglos XV y XVI.

Si tuviese que hacer un breve resumen, muy sintético, de los cientos de volúmenes que he ido estudiando sobre el tema a lo largo de los años, creo que podríamos hacer una lista de esos valores que desde el siglo de Dante, Petrarca y Averroes, sino antes, significaron una lentísima, casi imperceptible pero radical revolución que se prolonga hasta nuestros días:

1) El humanismo puso el acento en la libertad del individuo. Por definición y concepción, toda doctrina fatalista o filosofía determinista es anti-humanista.

2) Consideró que el arte y la literatura enseñan a ser seres humanos. Este es un descubrimiento de la antigua Grecia.

3) Consideró que la historia no es necesariamente un proceso de corrupción y degradación, como durante milenios lo ilustró la metáfora de las edades según los metales, que comenzaba en la Edad de Oro (el Edén) y terminaban en la Edad de Hierro. Esta concepción del tiempo y de la historia fue dominante en muchas culturas de la Antigüedad y, sobre todo, en la tradición judeocristiana.

4) Si la historia puede progresar, entonces los valores morales (por lo menos algunos) pueden cambiar según los contextos; no son inamovibles ni han sido definidos para siempre por una sola Revelación.

5) Leer es interpretar. Como consecuencia, es posible que aquí se haya comenzado a destruir la idea de que el autor es la autoridad. Esta concepción (derivada de la idea de que el Autor de la Biblia y del Corán es Dios, que leer es tratar de descubrir la intención del autor, y que por tratarse de Dios sólo podría haber una verdad única) progresivamente se fue degradando, sobre todo referido a textos no religiosos.

6) Por lo tanto, si es posible que un signo irradie varios significados posibles (no cualquier significado, de lo contrario dejaría de ser un signo), la diversidad no es un atributo del demonio sino algo meramente humano.

7) La popularización de la cultura a través de la imprenta, que los mismos humanistas provocaron, es una “vulgarización” (el conocimiento al vulgo) positiva desde un punto de vista democrático.

8) Consecuentemente, surge un interés por las culturas populares, los romances, los refranes, y las lenguas vernáculas.

9) Surge la extraña idea de que a través de la educación de los niños se podría definir un cambio social.

10) En literatura, se produce un redescubrimiento de los géneros del diálogo y la epístola.

11) El comercio no es algo maldito. Es sólo otra actividad típicamente humana que beneficia el bienestar material y la expansión de la cultura.

12) Se reconoce el valor de la multiplicidad de puntos de vista y, en consecuencia, el eclecticismo y la tolerancia.

13) El Estado y las religiones deben estar separados. El primero debe garantizar la libertad de cultos. (Siglo XIV).

Muchos humanistas, generalmente académicos, profesores de letras procedentes de Grecia y Turquía no eran religiosos. Sin embargo, los siglos XIV, XV y XVI abundarán en humanistas religiosos, como los poetas italianos, los ensayistas españoles o la gran figura holandesa, Erasmo de Róterdam. En este sentido, es probable que la crítica de los católicos humanistas a la autoridad excesiva de la iglesia (aparte de sus críticas a la corrupción eclesiástica de la época) y su concepción del valor de la lectura y la relectura des-institucionalizada, hayan preparado el camino al protestantismo. Lo cual será una nueva paradoja histórica, porque de aquí surgirán las doctrinas más fatalistas y anti-humanistas de la Era Moderna.

También podríamos considerar a Miguel de Cervantes y un siglo antes a Bartolomé de las Casas como otro humanista católico, probablemente converso, quien en las primeras décadas de la conquista española de América se opuso a la esclavitud de los indígenas por motivos humanitarios (por entonces, una elite de intelectuales apoyaba la idea de un “derecho natural” universal, algo muy parecido a lo que hoy son los “derechos humanos”), resistiendo a teólogos como Ginés de Sepúlveda que intentó justificar la esclavitud de las razas inferiores usando la Biblia. Fue necesario que pasaran cuatro siglos para que su prédica se materializara, fundamentalmente gracias a las nuevas condiciones de producción creadas por la Revolución Industrial.

Nuestro tiempo sería imposible de concebir sin la revolución humanista. Valores como la libertad, la diversidad, la igualdad, la democracia, los derechos humanos y la conciencia humana como motor de progreso moral, ahora son casi paradigmas. Hoy casi todas las religiones aceptan estos valores como fundamentales. Sin embargo, creo que es necesario observar que ninguno de esos valores fue resultado de la lucha de ninguna religión dominante sino todo lo contrario: esos nuevos valores encontraron enardecidas y brutales resistencias de las fuerzas más conservadoras, generalmente apoyadas por las iglesias oficiales de turno. La libertad fue maldecida por religiosos como Santa Teresa, quien consideraba que la obediencia y el reconocimiento de la jerarquía masculina era decisión de Dios. Hasta en el siglo XX, la democracia fue maldita en algunos países y en para algunas tradiciones religiosas era obra del Demonio que buscaba destruir las sanas jerarquías del mundo predicando desobediencia y libertad. La diversidad, hasta no hace mucho, fue vista siempre como una inmoralidad. La posibilidad de que diferentes religiones puedan tener partes de verdad, fue siempre motivo de persecuciones, torturas y guerras sangrientas. Incluso en la Europa renacentista, el antisemitismo y cualquier otro tipo de discriminación y persecución racial era considerado una obligación ética, cuando no las guerras santas, que hasta hoy sufrimos.

Es, en este sentido, que alguna vez he dicho que el humanismo es la última gran utopía de occidente. Porque es en sus principios, como el valor de la humanidad como una totalidad y de los individuos como una diversidad positiva, donde radica la esperanza de un mundo que todavía sufre de canibalismo. Dudo que haya alguna religión particular que pueda unir a la Humanidad y mitigar así sus trágicos conflictos. No dudo tanto de que son los valores humanistas los únicos capaces de unir la enorme heterogeneidad de la humanidad que, como una orquesta sinfónica, sea capaz de tocar una misma sinfonía, armónica, gracias a la diversidad de sus instrumentos.

 

 

Jorge Majfud

Jacksonville University. Abril, 2012.

majfud.org

Milenio (Mexico)

La silenciosa utopía que cambió el mundo (I)

creer y pensar

Si los profesores corrompen o adoctrinan adultos, con una conciencia previamente formada, las iglesias siempre llevan la ventaja de hacer lo mismo pero con menores y por mucho más tiempo.

Inquisition torture chamber

Inquisition torture chamber (Photo credit: Wikipedia)

 

Corruptores

 

Así como una democracia nunca se ha definido ni se ha probado ni ha avanzado por el nacionalismo de un pueblo sino por sus críticos, de igual forma todo lo que hoy llamamos “progreso de la historia” (con todo lo relativo que tiene esa expresión), como los múltiples derechos de las minorías, como la superación de muchas formas de explotación y esclavitud, nunca han sido producto de mentalidades conservadoras sino de aquella otra tradición que redescubrieron los humanistas al final del Edad Media y que incluyó a seculares y religiosos de extensa cultura.

Ese movimiento de una larga y lenta revolución en defensa de las libertades colectivas e individuales tuvo su raíz principalmente en aquellos profesores que huyeron de Grecia a la caída de Constantinopla y en aquellos otros (menos reconocidos) que en Córdoba y otras ciudades del sur de lo que hoy es España traducían textos científicos mientras discutían filosofía y religión en latín, hebreo, árabe y otras lenguas parecidas al castellano.

Como bien criticó el gran Ernesto Sábato a mediados del siglo pasado, el movimiento liberador del Renacimiento condujo a varias paradojas, como la de haber sido un movimiento humanista que en el siglo XX acabó en la deshumanización, un movimiento que se preocupó por la naturaleza y terminó en la máquina, un movimiento secular que terminó en una nueva religión: el fetichismo de la razón y las ciencias, donde sus paradójicos sacerdotes no eran los grandes científicos sino los cientificistas y sus rebaños estaban compuestos de tecnólatras.

Ahora, superado los paradigmas de la Era Moderna, y como bien lo había adelantado Umberto Eco hace varias décadas, volvemos a la Edad Media. Si en la Era Moderna convivían los racionalistas con los románticos, en nuestra nueva Edad Media conviven los fanáticos religiosos con el barroquismo de la publicidad, del consumismo y la hiperfragmentación del Homo Digital.

En Estados Unidos, como en muchos otros países, uno de los blancos preferidos de los neo inquisidores son los profesores y, por extensión, todos aquellos que se dedican a alguna disciplina humanística o, como se conoce en Estados Unidos, a alguna “liberal arts”. A los conservadores más radicales no sólo los irrita el adjetivo, “liberal” (que convierten en sustantivo para lanzarlo como una piedra), y la posibilidad de que exista la duda como recurso, sino los mismos fundamentos declarados de las “liberal arts”, entre los cuales está la promoción del pensamiento crítico antes que el pensamiento profesional. (Recientemente, participamos de un largo y duro debate en las asambleas de profesores que gobierna mi universidad, entre Economía y Negocios; la primera, una clásica “liberal art”; la segunda, una disciplina profesional que, por ende, se restringe mucho más a los cómo que a los por qué de la primera).

Desde los candidatos presidenciales que apelan a sus religiones como armas políticas (cada vez se parecen más a sus enemigos, los islamistas; no a aquellos medievales que apreciaban la diversidad sino a los fanáticos más contemporáneos) hasta los arengadores de los medios audiovisuales, el rebaño ha ido creciendo no sólo en número sino en su agresividad proselitista y moralizadora. No se conforman con ser los elegidos de Dios y sus voceros oficiales; además necesitan mandar al infierno al resto de infieles.

Como hiciera Anito y sus demagogos que en la democrática Atenas lograron la condena del viejo Sócrates, la fobia antiintelectual acusa a los profesores de hoy de las mismas dos cosas que hace dos mil quinientos años: (1) son demasiado incrédulos y (2) corrompen a la juventud haciéndoles demasiadas preguntas y sugiriéndoles que tal vez hay otras formas de ver un mismo problema.

Los líderes de esos poderosos grupos, orgullosamente definidos como religiosos y conservadores, en su mayoría ha realizado un pasaje fugaz por alguna universidad, más bien como ese necesario trámite administrativo que exige una sociedad contradictoria. Probablemente habrá sido para ellos una pérdida de tiempo, si no se dedicaron a algo práctico como los negocios. Junto con los lobbies secretos, estos grupos poseen una reserva incalculable de poder político y social.

Por norma y por lógica se definen como conservadores, aunque todas sus religiones y sus tradiciones han sido fundadas por revolucionarios que sucesivamente fueron torturados, crucificados o condenados de diversas formas y por diversos grupos conservadores de su tiempo.

Por supuesto que entre los malos profesores el proselitismo (típica tradición cristiano-musulmana que heredó el pensamiento ideológico en la Era Moderna, como cierto marxismo panfletario) tampoco es raro. No obstante, por definición, el pensamiento crítico no promueve la creencia ni la sumisión intelectual a la autoridad sino todo lo contrario. Los profesores no son predicadores, ni pastores ni políticos, y nada ganan con fastidiar las conciencias jóvenes.  La mejor tradición académica sigue basándose en el ejercicio de la duda y el escepticismo sobre las obviedades. En la academia también hay trabajo clerical (como en una iglesia pueden haber grandes espíritus críticos), ya que un investigador suele ser un intelectual profesional, con todos los riesgos y ventajas que esto implica, pero el clericalismo no es el ideal por el cual se define la profesión académica.

Es comprensible que en las universidades, donde normalmente se investiga, también se ejercite la duda y el cuestionamiento con alguna frecuencia. Tan comprensible como que en las iglesias de todo tipo estén casi monopolizadas por personas que en su vida nunca se les ocurriría cuestionar algo de sus propias convicciones sin considerarlo inmoral o diabólico.

Sin embargo, el caso sobre corrupción de la sociedad que llevó a Sócrates a la muerte y a Jesús al martirio, no es tan grave como se declara. Si bien es cierto que un porcentaje de estudiantes que entran a una universidad salen con ideas diferentes, con habilidades y traumas diferentes, no es menos cierto que de igual forma se podría acusar a las iglesias. Con el agravante de que si los profesores corrompen o adoctrinan adultos, con una conciencia previamente formada, las iglesias siempre llevan la ventaja de hacer lo mismo pero con menores y por mucho más tiempo. Ese es su trabajo: convencer o adoctrinar niños inocentes, incapaces de responder y sin siquiera recibir una buena nota por dudar de la verdad revelada, como suele ocurrir en las universidades. Las iglesias inyectan sus verdades (verdaderas o no, eso es materia de discusión, como los religiosos bien saben cuando se refieren a religiones ajenas, las falsas) en la más temprana edad y continúan haciéndolo por el resto de la vida de los feligreses. La mayoría de los universitarios pasa en un campus académico apenas cuatro o seis años. Cuatro o seis años felices, dicen luego, pero un tiempo casi insignificante desde el punto de vista de la adoctrinación de un individuo, que ya venía formado desde la cuna.

Entonces, señores elegidos de Dios, portavoces del Señor, miembros permanentes del Paraíso, sería bueno que, antes de criminalizar a los “liberal professors” de este país y de muchos otros, procedieran con las mismas reglas y las mismas oportunidades. Dejen de adoctrinar, dejen de lavar el cerebro de los niños y nosotros dejaremos de enseñar a los jóvenes que dudar es bueno. Aunque a partir de entonces ustedes dejarán de beneficiarse de todos los inventos que los investigadores y los espíritus críticos producen y nosotros no podamos beneficiarnos de la salvación de ustedes, sino lo contrario, como hasta ahora.

 

Jorge Majfud

Jacksonville University

majfud.org

Marzo 2012.

Milenio (Mexico)

Milenio II (Mexico)

Diario Dominicano (RD)

La Republica (Uruguay)

 

Literatura femenina de conventos

«Apareció el demonio y se metió en mi cama»

Por:EL PAÍS28/02/2012

Por Antonio Castillo Gómez

«Su Majestad es el autor de lo que escribo». Con palabras tan claras como éstas, la monja mexicana sor María de San José, nacida en 1656 y muerta en 1719, tomó la pluma para escribir su vida a instancias de su confesor y bajo la iluminación de Dios. Se trata de un fenómeno histórico-literario de amplio suceso en la España Moderna, a este y al otro lado del Atlántico.

Uno de los motivos que suelen invocarse para explicar la extensa serie de autobiografías espirituales femeninas, escritas en el mundo hispano durante los siglos XVI y XVII, es el estímulo ejercido por el Libro de la vida de Teresa de Jesús, sobre todo tras su edición impresa en 1588 por iniciativa de fray Luis de León. A partir de este momento la obra gozó de una notable difusión y fue lectura habitual en bastantes conventos femeninos, sobre todo en los monasterios de carmelitas descalzas fundados por ella. Distintas monjas así lo advirtieron al narrar sus vivencias y alguna que otra atribuyó su oficio de escritora a la inspiración recibida de la monja abulense. Fue el caso, por ejemplo, de Estefanía de la Encarnación, religiosa en el convento de Santa Clara de Lerma, quien comenzó a escribir su autobiografía, a la edad de 28 años, un día que sintió a su  lado a la madre Teresa y ésta le dio la pluma.

La mediación de Teresa de Jesús, como la de Dios o la de otras figuras celestiales, es un tópico que se repite en muchos escritos autobiográficos de las religiosas del Siglo de Oro. Puede entenderse también como una estrategia legitimadora de la escritura, es decir, como un modo de aventurarse con ciertas garantías en un territorio que les estaba prácticamente vedado, en particular si lo que escribían concernía a cuestiones espirituales.

Como muestra un botón: en 1564, Isabel Ortíz, hija de un platero madrileño, fue encarcelada por haber escrito y pretendido dar a la imprenta un librico de doctrina cristiana. Uno de los varones llamados a testificar, el doctor Alonso de Balboa, a la sazón vicario general en la audiencia arzobispal de Alcalá de Henares, declaró ante los jueces inquisidores del tribunal de Toledo que él había prevenido a la religiosa para que no se metiera en esos menesteres, recordándole que “las mujeres no habían de saber más de hilar o labrar y hacer las haciendas de su casa”, en tanto que en materias de fe y escritura lo mejor era “callar y encomendarlos a Dios”.

En consecuencia, tomar la palabra en el espacio público, dominado hegemónicamente por los varones, implicaba una cierta forma de protesta contra la subordinación social y las discriminaciones impuestas por el sistema patriarcal, entre las que se hallaban los impedimentos que las mujeres tuvieron a la hora de instruirse. Así lo expuso, entre otras, la monja madrileña María de Cristo al comienzo de su autobiografía, concluida en el tercio final del siglo XVII: “a escribir no me enseñaron porque mi padre no quiso, que decía que las mujeres no habían menester saber escribir”. Menos mal que el Señor, nuevamente Dios, le dio “grandísima inclinación a ello”, guiándola en su aprendizaje: “yo muy acaso tomé un día la pluma en la mano y empecé a escribir como si hubiera muchos tiempos que lo ejercitara según la velocidad con que lo hice”.

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Con tantas adversidades, es lógico que las monjas autobiógrafas pretendieran cimentar su atrevimiento en el mandato divino. Sus manos pasaron a ser un instrumento al servicio de Dios, del mismo modo que sus cuerpos macerados expresaron los arrebatos místicos propios de una religión tan atormentada como aquélla de la Contrarreforma. Sin ésta, además, tampoco se entendería el contenido de las autobiografías espirituales femeninas. Decepcionantes en lo que afecta a la vida familiar previa al ingreso en el convento o a la cotidianeidad del monasterio, abundan, por el contrario, en el relato de las revelaciones, milagros, estigmas y todo el repertorio sobrenatural del éxtasis místico. No faltan, por supuesto, las más diversas tentaciones del diablo, como el apuesto joven que se le apareció a Ana de San Agustín, discípula de Teresa de Jesús, con el propósito de acostarse con ella: “De recién profesa, una noche se me apareció el demonio en forma de un hombre muy galán y fuese a meter en la cama donde yo estaba; yo me levanté y me fui con la prelada, diciéndola que tenía miedo, más no lo que me había pasado”. Aunque curiosos, conviene también precisar que muchos de estos relatos no siempre fueron exclusivos de cada monja, pues si algo define a este género de escritura es la repetición de similares experiencias en diferentes autobiografías.

La condición sobrenatural de muchas vivencias de las religiosas barrocas fue otra razón de peso en la proliferación de este tipo de escritos. Detrás de gran parte de ellos se encontraba el mandato de los confesores, quienes así podían reconocer la santidad de algunas monjas, convirtiéndolas en modelo para los demás, o poner el texto en manos de la Inquisición para que ésta actuara. En cuanto a esto, son bastantes las autobiografías espirituales que nacieron como respuesta a los interrogatorios del Santo Oficio e incluso algunas se escribieron entera o parcialmente entre los muros de alguna cárcel inquisitorial, como el memorial autobiográfico de la beata madrileña María Bautista.

Por su parte, María de Vela y Cueto, monja cisterciense en el convento de Santa Ana en Ávila, donde ingresó en 1576, escribió su autobiografía inducida por el confesor, interesado en discernir si sus visiones eran diabólicas o no. Y en la misma línea, Ana de San Agustín anotó en la suya que fue el padre Alonso de Jesús María quien le mandó escribir, durante una visita al convento, para saber lo que le pasaba en la oración, “para ver en lo que iba errada y mirar con celo el bien de mi alma, como prelado, los yerros y engaños que podía tener del demonio, y para darme luz”. Unos y otros aspectos dejan ver la tensión desde la que se escribieron muchos de estos textos, fruto de cierta transacción entre lo que podía decirse y cuanto convenía callar. En el plano gráfico, las huellas de los confesores se perciben, efectivamente, en muchos manuscritos, corregidos, anotados y censurados por ellos.

Dado que un número importante de las escritoras del Siglo de Oro fueron religiosas, no han faltado los estudiosos que han visto el convento como un espacio de libertad para las mujeres. Se ha alegado que entre los claustros las monjas pudieron eludir las tareas domésticas y otras imposiciones familiares, organizando el tiempo a su antojo y hallando el respiro necesario para leer y escribir, además de alcanzar una cierta independencia frente a las autoridades masculinas.

Estas afirmaciones, empero, puede que sean algo generosas con respecto a la realidad social y a los patrones ideológicos de aquella época. De algún modo minusvaloran el hecho de que la vida conventual también estaba sujeta a reglas y reproducía en su interior la jerarquía inherente a la sociedad estamental. Por ello, frente a la tesis del convento como un mundo de relaciones libres, tal vez sea más correcto entenderlo en términos de libertad vigilada y desigual, pues tampoco todas las monjas tuvieron las mismas oportunidades. Sostener que no siempre respetaron la voluntad de sus confesores, por más que algunas lo hicieran, contribuye a relajar la función coercitiva de la tutela y el control ejercido por los religiosos encargados de asistirlas en el plano espiritual. Como si se tratara de una llamada de atención ante interpretaciones tan generosas, conviene recordar que para la beata madrileña María de Orozco y Luján su confesor mereció el título de “Dios visible”, dando por sentado que su autoridad e intervención casi igualaban a la divina.

Antonio Castillo Gómez es profesor titular de Historia de la Cultura Escrita en la Universidad de Alcalá y autor, entre otros, del libro Entre la pluma y la pared. Una historia social de la escritura en los siglos de Oro (Akal).

[Fuente: diario El Pais de Madrid]

Balseros

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Balseros

Carles Bosch y Josep Mª Doménech

España, 2002.

Cuando el contexto es Cuba el texto está debajo de un lente político que nos reclama una definición del mismo género. Esta exigencia implícita es producto de una deformación que ha producido la historia maniqueísta de los últimos cincuenta años. Consecuentemente, las producciones cinematográficas han respondido a esta simplificación política tomando posición según los únicos lugares disponibles: de este lado o del otro. Cuando miramos una película cubana generalmente no podemos abstraernos de esta exigencia. Desde el comienzo nos interrogamos sobre la posición de su productor: ¿Desde qué punto de vista ideológico está narrando la película? Sabemos que este punto de vista será (1) a favor del régimen comunista, (2) en contra del régimen comunista o (3) de forma relativa, a favor y en contra de ambos. Esto, que parece una tautología, no lo es: en cualquier caso, el factor político permanece omnipresente y exige un juicio.

Entiendo que Balseros tiene un raro mérito: ¿cómo hacer una película sobre Cuba, sobre la problemática social y política de Cuba sin tomar partido? Pero aún más: ¿cómo hacer una película sobre el problema político de Cuba sin que el elemento político se transforme en el tema de fondo? Balseros parece haberlo logrado poniendo el drama humano en el centro, de tal forma que nos impida definir la posición política de sus realizadores. Si al comienzo los espectadores anticastrista se congratularon con las imágenes de la miseria comunista que justificaba la aventura del balsero y el aparente “sueño americano” realizado en la segunda mitad del film, todo eso entra rápidamente en cuestión y un fantasma inefable cruza muchas de las historias: el esfuerzo los ha llevado de la miseria comunista a la miseria consumista. El drama de la complejidad humana comienza a desplazar al drama político. Los exiliados no son representados tanto como gente obligada a abandonar el país por la fuerza sino gente que lo abandona para realizar sueños materiales que en ocasiones logran (con modestia) y en otras ocasiones no. Luego de varios años de penurias en Estados Unidos el «sueño americano» no se destruye, ya que nunca fue una simple esperanza sino un mito. Y los mitos no se destruyen con una realidad personal. Sin embargo se advierte la paradoja del nuevo sistema: para darle a la familia de Cuba todo lo que quieren (o necesitan) es necesario antes olvidarse de ellos. Como dice uno de los personajes consejeros, para ayudar a los demás antes tienes que estar bien tú. Pero ese “estar bien” nunca llega y la lucha por la sobrevivencia se transforma en un olvido del propósito declarado originalmente.[1] Por otra parte, la libertad tiene un precio; casi siempre pasa por los clérigos del capitalismo: los abogados, los cuales no son accesibles a los balseros y a los trabajadores de servicios insuficientemente remunerados.

La carencia de libertad de expresión aparece mencionada como un problema, pero en ningún momento se dramatiza como se hace con la pobreza.[2] Por el contrario, las fiestas públicas de la construcción de las balsas parecerían indicar un folklore promovido por algún ministerio de turismo. Lo cual en parte es lógico. La película está destinada a un público consumista para el cual la «libertad de expresión» no es central; lo central es el «poder adquisitivo». Ninguno de los balseros es un intelectual, alguno de esos escritores que andan escondiéndose en la isla, algún idealista rebelde o algún artista que ha sido liberado por alguna circunstancia. Los balseros de Balseros no son refugiados de conciencia sino refugiados capitalistas: todos quieren “progresar”, tener “una casa, un carro y una mujer” o “darle a la niña lo que me pida”. La frase pintada en un bote «en Dios confiamos» representa la promesa de prosperidad material de Estados Unidos; no a Dios, porque en cubano se lo llama de cualquier otra forma. También la letra de la rumba que lo acompaña: «que sea lo que Dios quiera» no refiere a Dios sino a la suerte, a la fortuna (americana) que estas personas-personajes tratarán de realizad en Miami, en el Bronx, Nueva York, en Grand Isle, Nebraska y en Albuquerque, Nuevo México. Kaminski cita a Coper: “If it’s about ambition, we were all born in the wrong country”.

Balseros pertenece al género documental; es testimonial y es “reality show”. Es decir, es la síntesis de una tradición y una novedad de la televisión de los años noventa. La voz en off narrando la historia que es expuesta en imágenes es una constante en otras películas cubanas. A veces esa voz es personal; otras veces es una forma de voz de la conciencia, un monólogo interior. Como en las películas anteriores, la intertextualidad de otros medios de comunicación (especialmente la televisión) contextualizar  el texto y completan su narración. En Memorias del subdesarrollo aparecían Fidel Castro y Kennedy; en Balseros aparece Fidel Castro y Bill Clinton. En todas las demás aparece Fidel Castro. Otro elemento que subraya el estilo testimonial es la elección de cinco personas que narran su aventura en las balsas (Rafael Cano, Oscar del Valle, Mérycis, Míriam…) de tal forma que al comienzo nos hacen dudar si son actores profesionales o personas comunes que recrean sus propias vidas. Otro son las entrevistas, como el de aquellos a quienes les son denegadas las visas por parte de Estados Unidos [3], lo cual tiene una lectura real y directa: los balseros son producto de una política administrativa de ambos lados. Todo eso apoyado por la insistencia de fechas concretas, con día y hora marcadas en la pantalla como se marcan los hechos de una investigación sobre esa ficción colectiva que todos llamamos realidad. Todo lo cual está confirmado por el uso de rostros conocidos en la televisión hispana en Estados Unidos, de programas “reales” y de abogados que realmente son abogados.

Para terminar, una observación teórica: Kaminski expone una idea que Amarill Chanady ya había analizado en Latin American Identity and Constructions of Difference:

Because of the «impossible unity of the nations as a symbolic force», any constructions of coherent view of the nation, or sustained strategy of nation building, necessarily leads to homogenization. As Renan writes, «unity is always affected by means of brutality.» What that means is not only that the nonhegemonic sectors of society are «obligated to forget», and concomitantly obligated to adopt dominant cultural paradigms in several spheres, but that “forgetting” is the result of marginalization and silencing, if not annihilation (xix).

No obstante, no encuentro sólido el argumento de que la noción de nación está dada por el exilio, la diáspora. La recurrencia a ejemplos de Benedetti, de Peri Rossi, etc., son valiosos para describir una forma de definición de nacionalidad, de pertenencia, de subjetividad “nacionalista”, etc. Pero no son suficientes para una conceptualización más genral de los términos centrales que intenta definir (patria, matria, identidad, historia, mitos nacionales, etc.) Sí podría argumentar a favor de que la definición de nación (como la definición de identidad y de persona) está en estrecha relación con la definición y exclusión del “otro”. Eso cualquiera lo puede intuir sin haber leído nunca a J. Derrida. En este sentido, sí, el exilio juega un papel fundamental —pero no determinante.

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[1] Un cubano veterano aconseja e instruye al recién llegado en el arte de la sobrevivencia capitalista: “tú tienes que resolver tus problemas y no tienes tiempo para ocuparte de los demás. Y como tú siempre tienes problemas…” “Working, working, day and night”, lo que podrías es la letra de una canción es el slogan promovido para las clases servidoras, aquellas que sólo pueden aspirar a “trabajador ejemplar de la semana”, con su pequeña foto de los honores pegada en una pared de fast food. O lo que es igual: “la compañía prospera, nosotros prosperamos y todos felices” Aplausos.

[2] Es significativo el hecho de que una misma película, rodeada de connotaciones políticas, sea expuesta y premiada por Dios y por el Diablo: Balseros participó en el 24º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, en el 2002, siendo premiada como le mejor “documental extranjero”. También en Miami, en el año siguiente, participa en el International Film Festival, y recibe el Audience Award

[3] Uno de los entrevistados dice, a la puerta de la embajada norteamericana y después de serle denegada la posibilidad de entrar legalmente en este país: “La opción que me queda es timarme al mar”.

 Jorge Majfud

Jaccksonville University

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¿Cree usted en Dios, sí o no?

Do You Believe in God? Yes or No.

¿Cree usted en Dios, sí o no?

Me preguntan si creo en Dios y me advierten que necesitan sólo una frase. Dos a lo sumo. Es fácil, sí o no.

Lo siento, pero ¿por qué insiste usted en someterme a la tiranía de semejante pregunta? Si de verdad les interesa mi respuesta, tendrán que escucharme. Si no, buenas tardes. Nada se pierde.

La pregunta, como tantas otras, es tramposa. Me exige un claro si o un clarono. Tendría una de esas respuestas bien claras si el dios por el que se me pregunta estuviese tan claro y definido. ¿Le gusta usted Santiago? Perdone, ¿cuál Santiago? ¿Santiago de Compostela o Santiago de Chile? ¿Santiago del Estero o Santiago Matamoros?

Bueno, mire usted, mi mayor deseo es que Dios exista. Es lo único que le pido. Pero no cualquier dios. Parece que casi todos están de acuerdo en que Dios es uno solo, pero si es verdad habrá que reconocer que es un dios de múltiples personalidades, de múltiples religiones y de mutuos odios.

La verdad es que no puedo creer en un dios que calienta los corazones para la guerra y que infunde tanto temor que nadie es capaz de mover una coma. Por lo cual morir y matar por esa mentira es una práctica común; cuestionarlo una rara herejía. No puedo creer y menos puedo apoyar un dios que ordena masacrar pueblos, que está hecho a la medida y conveniencia de unas naciones sobre otras, de unas clases sociales sobre otras, de unos géneros sobre otros, de unas razas sobre otras. Un dios que para su diversión ha creado a unos hombres condenados desde el nacimiento y otros elegidos hasta la muerte y que, al mismo tiempo, se ufana de su universalidad y de su amor infinito.

¿Cómo creer en un dios tan egoísta, tan mezquino? Un dios criminal que condena la avaricia y la acumulación del dinero y premia a sus avaros elegidos con más riquezas materiales. ¿Cómo creer en un dios de corbata los domingos, que grita y se hincha las venas condenando a quienes no creen en semejantes aparato de guerra y dominación? ¿Cómo creer en un dios que en lugar de liberar somete, castiga y condena? ¿Cómo creer en un dios mezquino que necesita la política menor de algunos fieles para ganar votos? ¿Cómo creer en un dios mediocre que debe usar la burocracia en la tierra para administrar sus asuntos en el cielo? ¿Cómo creer en un dios que se deja manipular como un niño asustado en la noche y sirve cada día los intereses más repudiables sobre la tierra? ¿Cómo creer en un dios que dibuja misteriosas imágenes en las paredes húmedas para anunciar a la humanidad que estamos viviendo un tiempo de odios y de guerras? ¿Cómo creer en un dios que se comunica a través de charlatanes de esquina que prometen el cielo y amenazan con el infierno al que pasa, como si fuesen corredores de bienes raíces?

¿De qué dios estamos hablando cuando hablamos de Dios Único y Todopoderoso? ¿Es el mismo Dios que manda fanáticos a inmolarse en un mercado el mismo Dios que manda sus aviones a descargar el infierno sobre niños e inocentes en su nombre? Tal vez sí. Entonces, yo no creo en ese dios. Mejor dicho, no quiero creer que semejante criminal sea una fuerza sobrenatural. Porque bastante tenemos con nuestra propia maldad humana. Solo que la maldad humana no sería tan hipócrita si se dedicara a oprimir y a matar en su propio nombre y no en nombre de un dios creador y bondadoso.

Un Dios que permite que sus manipuladores, que no tienen paz en sus corazones hablen de la paz infinita de Dios mientras van condenando a quienes no tienen fe. A quines no tienen fe en esa trágica locura que le atribuyen cada día a Dios. Hombres y mujeres sin paz que se dicen elegidos por Dios y van proclamándolo por ahí porque no les resulta suficiente que Dios los haya elegido por su dudosas virtudes. Esos terroristas del alma que van amenazando con el infierno, con voces suaves o a los gritos a quienes se atreven a dudar de tanta locura.

Un Dios creador del Universo que debe acomodarse entre las estrechas paredes de casas consagradas y edificios sin maleficios levantados por el hombre, no para que Dios tenga un lugar en el mundo sino para tenerlo a Dios en un lugar. En un lugar propio, es decir, privatizado, controlado, circunscripto a unas ideas, a unos párrafos y al servicio de una secta de autoelegidos.

Luego la acusación clásica para todo aquel que dude de los reales atributos de Dios  establecidos por la tradición es la de soberbia. Los furiosos predicadores, en cambio, no se detienen un instante a reflexionar sobre su infinita soberbia de pertenecer y hasta de guiar y administrar el selecto club de los elegidos del Creador.

Lo único que le pido a Dios es que exista. Pero cada vez que veo estas hordas celestiales me acuerdo de la historia, cierta o ficticia, del cacique Hatuey, condenado a la hoguera por el gobernador de Cuba, Diago Velásquez.  Según el padre Bartolomé de las Casas, un sacerdote lo asistió en sus últimas horas tratando de ganarlo para el cielo si se convertía al cristianismo. El cacique le preguntó si se encontraría allí con los hombres blancos. “Si —respondió el cura—, porque ellos creen en Dios”. Lo que fue razón suficiente para que el rebelde desistiera de aceptar la nueva verdad.

Entonces, si Dios es ese ser que camina detrás de sus seguidores en trance, la verdad, no puedo creer en él. ¿Para qué habría el Creador de conferir razón crítica a sus creaturas y luego exigirles obediencia ciega, temblores alucinados, odios incontrolables? ¿Por qué habría Dios de preferir los creyentes a los pensantes?  ¿Por qué la iluminación habría de ser la pérdida de la conciencia? ¿No será que la inocencia y la obediencia se llevan bien?

¿Y todo esto quiere decir que Dios no existe? No. ¿Quién soy yo para dar semejante respuesta? Solo me preguntaba si el creador del Universo realmente cabe en la cáscara de una nuez, en la cabeza de un misil.

Jorge Majfud

Newark, mayo 2009.

Do You Believe in God? Yes or No.

Someone asks me whether I believe in God and indicates that a one sentence answer will do. Two at the most. It’s easy, yes or no.

I’m sorry, but why do you insist on subjecting me to the tyranny of such a question? If you are truly interested in my response, you will have to hear me out. If not, good day to you. Nothing is lost.

The question, like so many others, is tricky. It demands of me a clear yes or a clearno. I would have one of those very clear answers if the god about which I am being asked were so clear and well-defined. Do you like Santiago? Excuse me, which Santiago? Santiago de Compostela in Spain or Santiago, Chile? Santiago del Estero in Argentina or Santiago Matamoros?

Okay, look, my greatest desire is for God to exist. It’s the only thing I ask of him. But not just any god. It seems like almost everyone agrees that there is only one God, but if that is true then one must recognize that this is a god with multiple personalities, from multiple religions and with mutual hatred for one another.

The truth is that I cannot believe in a god who inflames the heart for war and who inspires such fear that nobody is capable of making even the slightest change. Which is why dying and killing for that lie is common practice; questioning it a rare heresy. I cannot believe, and much less support, a god who orders people massacred, who is made to the measure and convenience of some nations above others, of some social classes above others, of some genders above others, of some races above others. A god who for his own entertainment has created some men to be condemned from birth and others to be the select few until death, and a god who, at the same time, is praised for his universality and infinite love.

How does one believe in such a selfish, such a mean-spirited god? A criminal god who condemns greed and the accumulation of money and rewards the chosen greedy ones with greater material wealth. How does one believe in a god of neckties on Sunday, who shouts and swells with blood condemning those who don’t believe in such an apparatus of war and domination? How does one believe in a god who instead of liberating subjugates, punishes, and condemns? How does one believe in a small-minded god who needs the minor politics of a few of the faithful in order to gain votes? How does one believe in a mediocre god who must use bureaucracy on Earth to administer his business in Heaven? How does one believe in a god who allows himself to be manipulated like a child frightened in the night and who every day serves the most repugnant interests on Earth? How does one believe in a god who draws mysterious images on dank walls in order to announce to humanity that we are living in a time of hatreds and wars? How does one believe in a god who communicates through street-corner charlatans who promise Heaven and threaten Hell to passersby, as if they were real estate agents?

Which god are we talking about when we talk about the One and All Powerful God? Is this the same God who sends fanatics to immolate themselves in a market, the same God who sends planes to discharge Hell on children and innocents in his name? Perhaps so. Then, I don’t believe in that god. Rather, I don’t want to believe that such a criminal could be a supernatural force. Because we already have our hands full with our own human wickedness. It’s just that human evil would not be so hypocritical if it were to focus on oppressing and killing in its own name and not in the name of a kind and creative god.

A God who allows his manipulators – who have no peace in their hearts – to speak of the infinite peace of God while they go around condemning those without faith. Condemning those who have no faith in that tragic madness attributed every day to God. Men and women without peace who claim to be chosen by God and who go around proclaiming this because it’s not enough for them that God would have chosen them for their doubtful virtues. Those terrorists of the soul who go about threatening with Hell – sometimes softly and sometimes shouting – anybody who dares to doubt so much madness.

A God, creator of the Universe, who must fit between the narrow walls of consecrated homes and buildings uncursed by man, not so that God has a place but so that God can be put in a place. In a proper place, which is to say, privatized, controlled, circumscribed to a few ideas, a few paragraphs, and at the service of a sect of the self-chosen.

Of course, the classic accusation, established by tradition, for all those who would doubt the real attributes of God is arrogance. The furious preachers, in contrast, do not stop for an instant to reflect upon the infinite arrogance of their claim to belong to, and even guide and administer, the select club of those chosen by the Creator.

The only thing I ask of God is that he exist. But every time I see these celestial hordes I am reminded of the story, true or fictitious, of the indigenous chieftain Hatuey, condemned to be burned alive by the governor of Cuba, Diego Velásquez. According to father Bartolomé de las Casas, a priest was present for Hatuey’s final hours, offering him Heaven if he converted to Christianity. The chieftain asked if white men could be found there. “Yes,” responded the priest, “because they believe in God.” Which was sufficient reason for the rebel chief to refuse to accept the new truth.

Then, if God is that being who walks behind his followers in a trance, in all truthfulness, I cannot believe in him. Why would the Creator confer critical reason on his creatures and then demand of them blind obedience, hallucinatory trembling, uncontrollable hatreds? Why would God prefer believers to thinkers? Why would enlightenment mean the loss of consciousness? Could it be that innocence and obedience get along well?

And does all this mean that God does not exist? No. Who am I to give such a response? I was just wondering if the creator of the Universe really fits in a nutshell, in the head of a missile.

Jorge Majfud

Newark, mayo 2009.

Translated by Bruce Campbell

Dios, liberales y conservadores

Dios, entre liberales y conservadores

 

En Estados Unidos es casi unánime la idea de que los conservadores son gente religiosa y compasiva, mientras que los liberales son progresistas, están siempre a favor de los cambios y de la socialización de la compasión. Si en América Latina un liberal es un indigno servidor del imperio americano, en Estados Unidos es un estúpido izquierdista, en ocasiones algo menos que un traidor a la nación bendecida por Dios.

Pero éstas no son sólo definiciones populares; los discursos moralizantes siempre van acompañados con algún tipo de práctica que los confirman o los contradicen. Por ejemplo, no pocos compasivos conservadores angloamericanos son aficionados a las armas. Con frecuencia son los mismos que se escandalizan del horrible espectáculo que dan los españoles torturando y matando a un toro por placer, mientras su deporte favorito es salir a matar ciervos, pájaros y todo bicho que se mueva, no por compasión sino como civilizada diversión. Hay excepciones: algunos millonarios salen a matar animales para alimentarse, lo cual es un argumento respetable, propio de un alma compasiva. O es un problema de tamaños o simplemente es la vieja historia: los salvajes son los otros, no nosotros. Los mapas de la Europa medieval nombraban a África con el nombre “Barbaria”; para los antiguos griegos y romanos, en cambio, los bárbaros eran los rubios del norte, de la periferia del imperio, and so on.

La última tendencia indica que para ser considerado un buen liberal —si los hay, porque esta calificación ya se usa como insulto— hay que tener al menos valores y principios conservadores. Esta simplificación es producto de la escolarización realizada por los medios de desinformación, especialmente por las radios, donde se opera una paradoja histórica muy común en otros países: los antiguos liberales republicanos son ahora los más radicales (y a veces enfurecidos) conservadores.

Como ya vimos, después del término “conservador” el adjetivo asociado por la repetición del discurso social es el de “compasivo”, lo cual indica una eterna sospecha de que un conservador no es un ser compasivo. Algo así como decir “religión tolerante” o “socialista democrático”. Si es socialista debería ser democrático, pero como la historia del siglo XX ha demostrado una tendencia opuesta, se une el adjetivo como una forma de aclaración, de advertencia inconsciente. Lo curioso, lo paradójico, es que si hay un calificativo o una condición difícil de acoplar a la categoría de “conservador” es la de “ecologista”. En resumen, según los más radicales, la compasión conservadora cosiste en que la limosna que reciben los necesitados sea recibida de la propia mano del donante, en ocasiones a través de una iglesia (de paso Dios se entera) pero nunca a través de un sistema abstracto, impersonal como el Estado. Para que esta lógica funcione, claro, no deberían existir los impuestos —no por casualidad en Estados Unidos las donaciones caritativas se descuentan de los impuestos. Es como matar dos pájaros de un tiro, aunque el santo desconfíe.

La genial idea económica que domina el pensamiento conservador de los últimos cuarenta años es la siguiente: si las clases altas se enriquecen más de lo que ya son, esta riqueza desbordará hacia las clases bajas. El éxito no hay que castigarlo, por lo tanto cuanto más rica una persona menos impuestos debería pagar. Una vez un elocuente arengador radial dijo que los negros pobres de Estados Unidos poseían más riquezas que los negros de las clases medias de África, por lo cual cada negro debía de sentirse privilegiado por haber nacido en este suelo y no en la tierra de sus antepasados. Faltaba que cada afroamericano se lo agradeciera también a aquellos que sirvieron de agentes de inmigración para los asuntos africanos en el siglo XIX. Estas observaciones revelan una mentalidad irreversiblemente materialista; ignora que la violencia moral no se mide en dólares sino en relaciones sociales (lo que puede ser una bendición en un contexto, en otro es una humillación). Esta idea, la idea de las clases bajas recibiendo los beneficios que desbordan de las clases altas, aparentemente dista mucho de ser compasiva, propia de una moral religiosa donde todos somos “hijos de Dios”. El principio universalista y democrático de Jesús queda anulado, pero es anulado por otra idea religiosa mucho más antigua: Dios ha querido que haya “grupos elegidos”. No obstante, la idea de que la riqueza cuando se acumula en exceso desborda naturalmente, asume que el ser humano tiene un límite en sus ambiciones. Idea que ha sido refutada históricamente por la práctica, con casos honrosos. Casos honrosos que son repetidamente puestos como ejemplos sin considerar que son ejemplos por significar una excepción a la regla y no la regla en sí misma.

Pero el punto que me interesa ahora es el primero. ¿Qué relación lógica, necesaria o, al menos, histórica existe entre ser conservador y ser un espíritu religioso? No vamos a refutar la inocente idea de que para ser religioso hay que ir a la iglesia. Bastaría con que una sola persona se declare profundamente religiosa y anticlerical, religiosa y antidogmática, religiosa e indiferente ante todo tipo de ritual o demostración pública para anular esta condición necesaria. ¿Quién podría negarme el hecho de autodefinirme religioso sin religión? Por un lado, podríamos pensar que está en la tradición religiosa la idea (aunque de origen griego) de que “todo pasado fue mejor” y, por lo tanto, cualquier cambio nos corrompe cada vez más. Por el contrario, la “esencia” del progresismo (pilar central de la antigua Modernidad) es, precisamente, que la historia evoluciona para bien: “todo futuro puede ser mejor”.

Ahora, el consenso de que para ser una persona profundamente religiosa debe ser al mismo tiempo conservadora se choca de cabezas con la historia. No conozco un solo líder religioso que haya sido conservador, aunque sin duda eso se debe a mi vasta ignorancia. Tal vez mi conocimiento se limita sólo a los más grandes revolucionarios: Moisés, Buda, Jesús, Mahoma, etc. Incluso Martin Lutero. ¿Qué no fue el padre de los conservadores sino un revolucionario? No por casualidad su reforma se llamó “protestante”, aunque bastaría con decir que fue una reforma. Un teólogo podrá decir que una parte de su reforma ponía el acento en un regreso a los antiguos testamentos, pero aún en ese punto, “regreso” significó una profunda confrontación a siglos de autoridad de la iglesia a la cual pertenecía el mismo Lutero. Y si bien fue políticamente conservador en algunos momentos de la lucha de los campesinos, no es menos cierto que sus reformas terminaron por liquidar el orden medieval de organización social, además de negarles al Papa y a su Iglesia la autoridad de interpretar los textos sagrados. Su reforma fue un arriesgado acto de desobediencia y una revolución en las estructuras sociales de su época.

Aún menos en Jesús podemos descubrir algo que pueda ser calificado de conservador. Por el contrario, abundan los ejemplos de su desinterés por el dogma y las convenciones sociales y religiosas de su época. No me imagino al hijo del carpintero saliendo de caza con un grupo de ostentosos fariseos o recriminándole a la viuda por su miserable moneda. Más que desinterés por el poder y el protocolo: sosegado desprecio. Bastaría con recordar cada uno de sus cuestionamientos a la ley, al orden establecido por su propia religión y por la estructura política del Imperio: no se enfrentó al poder político tirando bombas o promoviendo guerras sino negando su valor en la vida humana, es decir, dejando de reconocer la autoridad, desobedeciendo. La idea de dar al César lo que era del César es un desprecio y no una claudicación. Cuando salvó a la mujer adúltera de una muerte segura que imponía la ley de Moisés, lo hizo anulando esta misma ley; no declarando que la ley debía ser ignorada, quebrantada, sino procediendo con un razonamiento muy simple e implacable: “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra”. Si la ley permanecía vigente, ya no podía haber un juez sobre la tierra que la aplicara. Que es lo mismo que su anulación. Claro que si Jesús hubiese hecho la misma pregunta en nuestros orgullosos tiempos más de un pecador hubiese arrojado no una piedra sino una maravilla de la ciencia. ¿Qué no diría Cristo de aquellos cristianos compasivos que defienden con ardor y serenidad la pena de muerte? No estaría de más recordarle a aquellos puritanos que se golpean el pecho por su alta moral, que no sólo el orgullo es el peor de los pecados, profusamente mencionado en sus libros sagrados (y en los mismos escritos luteranos), sino que el mismo Jesús, cuando fue abandonado y negado por alguno de sus discípulos, fue seguido y llorado en soledad por una prostituta, María Magdalena (aunque los teólogos de batalla han hecho inhumanos esfuerzos por demostrar que Magdalena no era prostituta). Olvidan también que la doctrina calvinista de la riqueza material como signo de ser uno de los elegidos por Dios, se derrumba ante una sola frase de Jesús: “Más fácil será que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al Reino de los Cielos”. Hay que ver a Jesús, el hijo de un pobre carpintero que nunca realizó su sueño americano (o romano) porque tampoco le interesaba, cambiando su burro por un Suburban Utility Vehicle o por los confortables primera clase de los aviones que usa el Papa. O la subversiva costumbre de Jesús de rodearse de pobres y enfermos, gente de una unánime clase baja, viudas y quién sabe qué otros marginados que fueron borrados de la memoria de la humanidad trescientos años después, en el Concilio de Nicea, cuando se eliminaron decenas de evangelios que inmediatamente pasaron a ser declarados “apócrifos”. O su único momento de furia, expulsando a los mercaderes del templo, tan bien representados hoy en día por las obscenas alianzas “morales” entre políticos, firmas financieras, petroleras e iglesias. (*)

La expresión “God bless America” (Dios bendiga América) ha sido, en ocasiones, parafraseada y contestada por otros americanos que prefieren decir: “God bless America and every country in the world” (Dios bendiga a todos los países del mundo). Paradójicamente, estos “liberales” han sido acusados de traidores. Paradójicamente estas acusaciones han venido de sectores conservadores, es decir, de aquellos que profesan la religión del Amor universal de Dios.

Claro que la condición de liberal o de conservador nada tiene que ver con el valor moral de cada individuo. La mentira y la estupidez no es propiedad de ninguno. Pero hay momentos en la historia en que uno de los bandos acumula todo el poder, la soberbia, la mentira propia y estupidez ajena.  La costumbre entre los más poderosos es negar acciones inmorales o tomar total responsabilidad por sus errores. En ambos casos las consecuencias son las mismas: ninguna.

 

 

© Jorge Majfud

 

The University of Georgia, febrero 2006

 

 

(*) Mateo 21:12: Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; (21:13) y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.

 

 

 

 

Dieu, entre libéraux et conservateurs

Par Jorge Majfud

 

Aux États-Unis, l’idée est quasi unanime que les conservateurs sont des gens religieux et compassifs, pendant que les libéraux sont progressistes, qu’ils sont toujours en faveur des changements et de la socialisation de la compassion. Si en Amérique Latine un libéral est un indigne serviteur de l’empire américain, aux États-Unis c’est un stupide gauchiste, en certaines occasions un peu moins qu’un traître envers la nation bénie de Dieu.

Mais ces définitions ne sont pas seulement des définitions populaires; les discours moralisateurs sont toujours accompagnés par quelque type de pratiques qui les confirment ou les contredisent. Par exemple, ils ne sont pas peu nombreux les conservateurs compassifs anglo-américains attachés aux armes. Fréquemment, ce sont les mêmes qui se scandalisent de l’horrible spectacle que donnent les Espagnols torturant et tuant un taureau pour le plaisir, tandis que leur sport favori est d’aller tuer des cerfs, des oiseaux et toute bestiole qui bouge, non par compassion mais par divertissement civilisé. Il y a des exceptions : quelques millionnaires sortent tuer des animaux afin de s’alimenter, ce qui est un argument respectable, propre à une âme compassive. Ou c’est un problème de taille ou simplement c’est une vielle histoire : les sauvages, ce sont les autres, et non nous-mêmes. Les cartes de l’Europe médiévale appelaient l’Afrique du nom de “Barbarie”; pour les Grecs antiques et les Romains, les barbares étaient les “rouges” du Nord, de la périphérie de l’empire, and so on.

La dernière tendance indique que pour être considéré un bon libéral – s’il y en a – parce que cette qualification maintenant s’emploie comme une insulte – il faut avoir au moins des valeurs et des principes conservateurs. Cette simplification est le produit de la scolarisation réalisée par les médias de désinformation, spécialement par les radios, où s’opère un paradoxe historique très commun dans d’autres pays : les antiques libéraux républicains sont maintenant les plus radicaux (et souvent les plus furieux) conservateurs.

Comme nous l’avons déjà vu, à la suite du terme “conservateur” l’adjectif associé par la répétition du discours social est celui de compassif, lequel indique un éternel soupçon de ce qu’un conservateur n’est pas un être compassif. Quelque chose comme dire “religion tolérante” ou “socialiste démocrate”. Si c’est socialiste cela devrait être démocratique, mais comme l’histoire a démontré une tendance opposée du XX è siècle, on adjoint l’adjectif comme une forme de mise au point, d’avertissement inconscient. Ce qui est curieux, paradoxal, c’est que s’il y a un qualificatif ou une condition difficile à accoupler à la catégorie de “conservateur” c’est celle “d’écologiste”. En résumé, selon les plus radicaux, la compassion conservatrice consiste en ce que l’aumône que reçoivent les nécessiteux soit reçue de la main propre du donateur, en des occasions à travers une église (en passant, Dieu en prend note). Mais jamais à travers un système abstrait, impersonnel comme celui de l’État. Pour que cette logique fonctionne, bien sûr, les impôts ne devraient pas exister – ce n’est pas par hasard qu’aux États-Unis les impôts sont déductibles. C’est comme abattre deux oiseaux d’un seul tir, quoique le saint se méfie.

La géniale idée économique qui domine la pensée conservatrice des dernières quarante années est la suivante : si les classes hautes s’enrichissent, cette richesse débordera vers les classes basses. On ne devrait pas pénaliser le succès, par conséquent, plus une personne est riche moins elle devrait payer d’impôts. Une fois, un harangueur radial a dit que les noirs pauvres aux États-Unis possédaient plus de richesses que ceux de la classe moyenne d’Afrique, selon lequel chaque noir devrait se sentir privilégié d’être né sur ce sol, en non sur la terre de leurs ancêtres. Il ne manquait que chaque afro-américain ne remerciât ceux qui servirent d’agent d’immigration pour les affaires africaines au XIX è siècle. Ces observations révèlent une mentalité irréversiblement matérialiste; on ignore que la violence morale ne se mesure pas en dollars mais en relations sociales (ce qui peut être une bénédiction dans un contexte est une humiliation dans un autre). Cette idée, l’idée que les classes bases reçoivent les bénéfices qui débordent des classes hautes est apparemment beaucoup éloigné d’être compassif, propre d’une morale religieuse où tous nous sommes “enfants de Dieu”. Le principe universaliste et démocratique de Jésus reste annulé, mais il est annulé par une autre idée religieuse beaucoup plus vieille : Dieu a voulu qu’il y ait des “groupes élus”. Cependant, l’idée que la richesse déborde naturellement lorsqu’elle s’accumule en excès assume que l’être humain possède une limite à ses ambitions. Idée qui a été réfutée historiquement dans la pratique, avec des exceptions honorables. Exceptions qui sont mises en exemples de façon répétée sans considérer qu’elles sont des exceptions et non la règle en elle-même.

Mais le point de vue qui m’intéresse maintenant est le premier. Quelle relation logique, nécessaire ou, à tout le moins, historique existe-t-il entre “être conservateur” et “être un esprit religieux” ? Nous n’allons pas réfuter l’innocente idée que pour être religieux il faille aller à l’église. Il suffirait qu’une seule personne se déclare profondément religieuse et anti-cléricale, religieuse et anti-dogmatique, religieuse et indifférente devant tout type de rituel ou de démonstration publique pour annuler cette condition nécessaire. Qui pourrait me nier le fait de m’auto définir religieux sans religion ? D’un côté, nous pourrions penser que l’idée que “tout passé fut meilleur” est dans la tradition religieuse (quoique d’origine grecque) et, par conséquent, tout changement nous corrompt chaque fois plus. Au contraire, “l’essence” du progressisme (pilier central de l’antique Modernité) est, précisément, que l’histoire évolue pour le bien : “tout futur peut être meilleur”.

Maintenant, le consensus que pour être une personne profondément religieuse doit être en même temps conservatrice entre en contradiction avec l’histoire. Je ne connais pas un seul chef religieux qui ait été conservateur, quoique cela, sans doute, soit dû à ma vaste ignorance. Peut-être ma connaissance se limite-t-elle seulement aux grands révolutionnaires : Moïse, Bouddha, Jésus, Mahomet, etc. Même Martin Luther. Qui ne fut pas le père des conservateurs sinon un révolutionnaire ? Ce n’est pas par hasard que sa réforme s’est appelée “protestante”, quoiqu’il suffirait de dire que ce fut une réforme. Un théologien pourrait dire qu’une partie de sa réforme mettait l’accent sur un retour aux Anciens Testaments, mais encore sur ce point de vue, “retour” signifie une profonde confrontation à des siècles d’autorité de l’église à laquelle appartenait ce même Luther. Et bien qu’il fut politiquement conservateur à certains moments de la lutte des paysans, il n’en est pas moins certain que ses réformes en terminèrent avec l’ordre médiéval d’organisation sociale, en plus de nier au Pape et à son église l’autorité d’interpréter les textes sacrés. Sa réforme fut un acte risqué de désobéissance et une révolution dans les structures sociales de son époque.

Encore moins en ce qui concerne Jésus nous ne pouvons découvrir quelque chose qui puisse être qualifiée de conservatrice. Au contraire, les exemples abondent de son désintérêt pour le dogme et les conventions sociales et religieuses de son époque. Je ne m’imagine pas le fils du charpentier sortant à la chasse avec un groupe de magnifiques pharisiens ou reprochant à la veuve sa misérable pièce de monnaie. Plus que désintérêt pour le pouvoir et le protocole : calme mépris. Il suffirait de rappeler chacun de ses questionnements à la loi, à l’ordre établi par sa propre religion et par la structure politique de l’Empire : il n’affronta pas le pouvoir politique en tirant des bombes ou promouvant des guerres, mais en niant sa valeur à la vie humaine, c’est-à-dire, cessant de reconnaître l’autorité, désobéissant. L’idée de rendre à César ce qui lui revenait est un mépris et non une claudication. Lorsqu’il sauva la femme adultère d’une mort certaine qu’imposait la loi de Moïse, il le fit annulant cette même loi; non en déclarant que la loi devait être ignorée, transgressée, mais procédant avec un raisonnement très simple et implacable : “Que celui qui est libre de toute faute lui lance la première pierre”.

Si la loi demeurait en vigueur, alors il ne pourrait y avoir de juge sur terre qui l’appliquerait. Ce qui est la même chose que son annulation. Bien sûr que si Jésus eut posé la même question en nos orgueilleux temps, plus d’un pécheur eut lancé non une pierre mais une merveille de la science. Que nous dirait le Christ de ces chrétiens compassifs qui défendent avec ardeur et sérénité la peine de mort ? Ce ne serait pas inutile de rappeler à ces puritains qui se frappent la poitrine pour leur haute morale, que non seulement l’orgueil est le pire des péchés profusément mentionné dans les livres sacrés (et dans les écrits luthériens), mais que le même Jésus, lorsqu’il fut abandonné et nié par certains de ses disciples, fut suivi et pleuré en solitude par une prostituée, Marie-Madeleine (quoique les théologiens de bataille ont fait d’inhumains efforts pour démontrer que Marie-Madeleine n’était pas une prostituée). Ils oublient aussi que la doctrine calviniste de la richesse matérielle comme signe d’être un des élus de Dieu, s’écroule devant une seule phrase de Jésus : “Il sera plus facile à un chameau de passer par le chas d’une aiguille qu’à un riche d’entrer dans le Royaume des Cieux”. Il faut voir Jésus, le fils d’un pauvre charpentier, qui jamais ne réalisa son rêve américain (ou romain) parce que cela ne l’intéressait pas de changer son rêve pour une Suburban Utility Vehicule ou pour les confortables premières classes des avions qu’utilise le Pape. Ou la subversive coutume de Jésus de s’entourer de pauvres et de malades, gens d’une unanime classe basse, veuves et qui sait d’autres marginalisés qui furent effacés de la mémoire de l’humanité trois-cent années plus tard, au concile de Nice, lorsqu’on élimina des dizaines d’évangiles qui furent immédiatement déclarés “apocryphes”. Ou son unique moment de colère, expulsant les commerçants du Temple, si bien représentés à ce jour par les obscènes alliances « morales » entre politiciens, entreprises financières, pétrolières et églises. (1)

L’expression “God Bless America” (Dieu Bénisse l’Amérique) a été, en certaines occasions, paraphrasée et contestée par d’autres américains qui préfèrent dire : “God bless america and every country in the world” (Dieu bénisse l’Amérique et tous les pays du monde). Paradoxalement, ces “libéraux” ont été accusés de traîtres. Paradoxalement, ces accusations sont venus des secteurs conservateurs, c’est-à-dire, de ceux qui professent la religion de l’Amour universel de Dieu.

Il est certain que la condition de libéral ou de conservateur n’a rien à voir avec la valeur morale de chaque individu. Le mensonge et la stupidité ne sont l’apanage d’aucun. Mais il y a des moments dans l’histoire dans lesquels une des bande accumule tout le pouvoir, l’orgueil, le mensonge véritable et la stupidité d’autrui. La coutume entre les plus puissants est de nier les actions immorales ou de prendre la totale responsabilité de leurs erreurs. Dans les deux cas les conséquences sont les mêmes : aucune.

 

 

© Jorge Majfud

Université de Géorgie, Février 2006

 

Traduit de l’espagnol par :

Pierre Trottier

Trois-Rivières, Québec, Canada. Mars 2006

 

(1) Matthieu 21 :12-13 : “ Jésus entra dans le temple de Dieu. Il chassa tous ceux qui vendaient et qui achetaient dans le temple; il renversa les tables des changeurs, et les sièges des vendeurs de pigeons. Et il leur dit : Il est écrit : Ma maison sera appelée une maison de prière. Mais vous en faites une caverne de voleurs”.

 

 

 

On How to Topple an Empire

Jorge Majfud

The University of Georgia

 

 

The same day that Christopher Columbus left the port of Palos, the third of August of 1492, was the deadline for the Jews of Spain to leave their country, Spain.  In the admiral’s mind there were at least two powerful goals, two irrefutable truths: the material riches of Asia and the perfect religion of Europe.  With the former he intended to finance the reconquest of Jerusalem; with the latter he would legitimate the looting.  The word “oro,” Spanish for “gold,” spilled from his pen in the same way the divine and bloody metal spilled from the ships of the conquistadors who followed him.  That same year, the second of January of 1492, Granada had fallen, the last Arab bastion on the Iberian Peninsula.  1492 was also the year of the publication of the first Castilian grammar (the first European grammar in a “vulgar” language).  According to its author, Antonio de Nebrija, language was the “companion to empire.”  Immediately, the new power continued the Reconquest with the Conquest, on the other side of the Atlantic, using the same methods and the same convictions, confirming the globalizing vocation of all empires.

At the center of power there had to be a language, a religion and a race.  Future Spanish nationalism would be built on the foundation of a cleansing of memory.  It is true that eight centuries before Jews and Aryan Visigoths had called for and later helped Muslims replace Roderick and the rest of the Visigoth kings who had fought for the same purification.  But this was not the principal reason for despising the Jews, because it was not memory that was important but forgetting.  The Catholic monarchs and successive divine royalty finished off (or wanted to) the other Spain, multicultural and mestizo Spain, the Spain where several languages were spoken and several religions were practiced and several races mixed.  The Spain that had been the center of culture, the arts and the sciences, in a Europe submerged in backwardness, in the violent superstitions and provincialism of the Middle Ages.  More and more, the Iberian Peninsula began closing its borders to difference.  Moors and Jews had to abandon their country and emigrate to Barbaria (Africa) or to the rest of Europe, where they integrated to peripheral nations that emerged with new economic, social and intellectual restlessness.1  Within the borders were left some illegitimate children, African slaves who go almost unmentioned in the better known version of history but who were necessary for undignified domestic tasks.  The new and successful Spain enclosed itself in a conservative movement (if one will permit me the oxymoron).  The state and religion were strategically united for better control of Spain’s people during a schizophrenic process of purification.  Some dissidents like Bartolomé de las Casas had to face, in public court, those who, like Ginés de Supúlveda, argued that the empire had the right to invade and dominate the new continent because it was written in the Bible (Proverbs 11:29) that “the foolish shall be servant to the wise of heart.”  The others, the subjugated, are such because of their “inferior intellect and inhumane and barbarous customs.”  The speech of the famous and influential theologian, sensible like all official discourse, proclaimed: “[the natives] are barbarous and inhumane peoples, are foreign to civil life and peaceful customs, and it will be just and in keeping with natural law that such peoples submit to the empire of more cultured and humane nations and princes, so that due to their virtues and the prudence of their laws such peoples might throw off their barbarism and reduce themselves to a more humane life and worship of virtue.”  And in another moment: “one must subjugate by force of arms, if by other means is not possible, those who by their natural condition must obey others but refuse to submit.”  At the time one did not recur to words like “democracy” and “freedom” because until the 19th century these remained in Spain attributes of humanist chaos, anarchy and the devil.  But each imperial power in each moment of history plays the same game with different cards.  Some, as one can see, not so different.

Despite an initially favorable reaction from King Carlos V and the New Laws that prohibited enslavement of native Americans (Africans were not considered subject to rights), the empire, through its propertied class, continued enslaving and exterminating those peoples considered “foreign to civil life and peaceful customs” in the name of salvation and humanization.  In order to put an end to the horrible Aztec rituals that periodically sacrificed an innocent victim to their pagan gods, the empire tortured, raped and murdered en masse, in the name of the law and of the one, true God.  According to Bartolomé de las Casas, one of the methods of persuasion was to stretch the savages over a grill and roast them alive.  But it was not only torture – physical and moral – and forced labor that depopulated lands that at one time had been inhabited by thousands of people; weapons of mass destruction were also employed, biological weapons to be more specific.  Smallpox and the flu decimated entire populations unintentionally at times, and according to precise calculation on other occasions.  As the English had discovered to the north, sometimes the delivery of contaminated gifts, like the clothing of infected people, or the dumping of pestilent cadavers, had more devastating effects than heavy artillery.

Now, who defeated one of the greatest empires in history, the Spanish Empire?  Spain.  As a conservative mentality, cutting across all social classes, clung to a belief in its divine destiny, as the “armed hand of God” (according to Menéndez Pelayo), the empire sank into its own past.  The society of empire fractured and the gap separating the rich from the poor grew at the same time that the empire guaranteed the mineral resources (precious metals in this case) allowing it to function.  The poor increased in number and the rich increased the wealth they accumulated in the name of God and country.  The empire had to finance the wars that it maintained beyond its borders and the fiscal deficit grew until it became a monster out of control.  Tax cuts mainly benefited the upper classes, to such an extent that they often were not even required to pay them or were exempted from going to prison for debt or embezzlement.  The state went bankrupt several times.  Nor was the endless flow of mineral resources coming from its colonies, beneficiaries of the enlightenment of the Gospel, sufficient: the government spent more than what it received from these invaded lands, requiring it to turn to the Italian banks.

This is how, when many countries of America (what is now called Latin America) became independent, there was no longer anything left of the empire but its terrible reputation.  Fray Servando Teresa de Mier wrote in 1820 that if Mexico had not yet become independent it was because of the ignorance of the people, who did not yet understand that the Spanish Empire was no longer an empire, but the poorest corner of Europe.  A new empire was consolidating power, the British Empire.  Like previous empires, and like those that would follow, the extension of its language and the dominance of its culture would be common factors.  Another would be publicity: England did not delay in using the chronicles of Bartolomé de las Casas to defame the old empire in the name of a superior morality.  A morality that nonetheless did not preclude the same kind of rape and criminality.  But clearly, what matters most are the good intentions: well-being, peace, freedom, progress – and God, whose omnipresence is demonstrated by His presence in all official discourse.

Racism, discrimination, the closing of borders, messianic religious belief, wars for peace, huge fiscal deficits to finance these wars, and radical conservatism lost the empire.  But all of these sins are summed up in one: arrogance, because this is the one that keeps a world power from seeing all the other ones.  Or it allows them to be seen, but in distorted fashion, as if they were grand virtues.

 

 

©  Jorge Majfud

The University of Georgia

February 2006.

 

Translated by Bruce Campbell

 

(1) It is commonly said that the Renaissance began with the fall of Constantinople and the emigration of Greek intellectuals to Italy, but little or nothing is said of the emigration of knowledge and capital that were forced to abandon Spain.

 

 

 

Teología del Dinero

Teología del Dinero

Antes un vasallo estaba unido a su señor por un juramento. Una infracción a las reglas de juego podía significar un palo en la cabeza del campesino. Para el desdichado, lo simbólico no era el palo, sino el Rey o el Señor que emitía su deseo en forma de orden. El Señor significaba la protección y el castigo. Con todo, la injusta relación social todavía era de hombre a hombre: el campesino podía llegar a ver al Señor; e incluso, podía llegar a matarlo, con un palo igual de consistente que el anterior.

La relación que en nuestro tiempo nos une con el Dinero es del todo abstracta. En eso se parece nuestra sociedad a la del Medioevo: tememos a un ente simbólico e invisible, como hace mil años los hombres temían a Dios. Los valores de las bolsas cambian sin nuestra participación. Entre los valores y nosotros existe una teología del dinero llamada “economía” que, por lo general, se encarga de explicar racionalmente algo que no tiene más razón que poder simbólico.

Nuestras sociedades, como en todos los tiempos, están estructuradas según una relación de poder. Como en todos los tiempos, el poder está mal repartido, pero en el nuestro procede del Dinero. Gracias al dinero, todos somos accionistas del Poder que gobierna al mundo, aunque nuestras acciones representan una fracción infinitesimal. Conocemos las cifras que se acumulan en los principales depósitos del mundo: son varias veces superiores al esfuerzo conjunto de decenas de países del tercer mundo —y del mundo intermedio también. Esto, tan simple, quiere decir que el Derecho y la Libertad están especialmente acumulados en determinadas capitales financieras.

Veamos un poco esto de la libertad. En la secundaria se nos enseñaba que también un recluso era un ser libre. Esto es rigurosamente cierto, desde un punto de vista existencial, y un recurso canalla desde un punto de vista ideológico, sobre todo teniendo en cuanta que cuando se nos enseñaba este tipo de verdades, se encarcelaba a los hombres que eran libres. Hoy también vivimos en una forma de dictadura, aunque sutil y planetaria. Nuestros gobiernos no se cansan de repetir que este nuevo Orden es Inevitable. Cuestionarlo es sólo demorar su arribo triunfal. Y, que yo sepa, lo Inevitable no es producto de la libertad.

Existe una libertad inmanente a todo ser humano, cierto; somos libres desde el primer momento en que dudamos ante un cruce de caminos. Y existe otro tipo de libertad: una libertad social. Esa no es inmanente, sino eventual. En nuestro caso, la libertad social es doblemente limitada: primero, porque, de hecho, el hombre periférico no es libre; segundo, porque se le ha hecho creer que sí lo es. Decir que el hombre globalizado es socialmente libre, es como decir que es libre como un pájaro. Pero un pájaro posee una libertad de pájaro, es decir, una libertad “inhumana”, ya que no puede elegir la dirección ni el momento de su migración. En cambio, un hombre verdaderamente libre debería poder hacerlo.

Bien; la elección de las aves está determinada por el poder de la naturaleza. Pero en algún momento de la historia supusimos que el hombre se había independizado de este poder, gracias a la irreverencia de su espíritu. Y probablemente lo haya hecho en alguna medida. Entonces, ¿a qué poder ha sucumbido ahora, esta increíble creatura…?

Llamémoslo Dinero.

Veamos. El poder del dinero es siempre simbólico: procede del reconocimiento ajeno. Todo el poder concentrado en los bancos proviene de aquellos que son perjudicados por dicho poder; no por los que reciben el beneficio de poseerlo. Poseer es un acto de fe; no-poseer es una condición de fidelidad.

Existen, sin embargo, dos valores que no son meramente simbólicos: el valor de la violencia (pretendido en monopolio por todos los gobiernos) y el valor de la tecnología. En este nuevo siglo, el valor-poder de la tecnología someterá al primero y, a pesar de su posibilidad democrática, será rápidamente absorbido por el valor-poder del dinero. Sin embargo, el Dinero posee una debilidad que esconde en lo más profundo de su ser: el de ser un símbolo abstracto que necesita ser alimentado, constantemente, de significación. Es por esta misma razón que se apresura a dominar el valor-poder de la tecnología. Esta nueva arma será usada, en el siglo que comienza, para una despiadada lucha de intereses: la casta de los productivos contra la casta financiera, los Desplazados contra los Acomodados, los dueños de la Verdad contra quienes la sufren.

El dinero es amoral, eso lo sabemos. Como dijimos, es un poder simbólico, abstracto; vale por lo que no es y es todas las cosas al mismo tiempo. Creemos usarlo y someterlo a nuestra voluntad, pero es Él quien nos somete: casi no podemos prescindir suyo, a no ser por un peligroso acto de herejía. Cada vez podemos prescindir menos.

A las antiguas “necesidades básicas” hemos agregado un conjunto innumerable de “necesidades sociales”. Nacemos y nos desarrollamos en sociedades sofisticadas que nos exigen concentración. Como el ganado, estamos condenados a pastar todo el día, a rumiar y a digerir cuando descansamos. Un descuido significaría caerse del sistema. Una muerte social, la verdadera muerte del hombre postmoderno o posthumano.

En nuestro mundo rezagado la angustia es doble: el cumplimiento con las necesidades sociales (ahora básicas) ocupa casi toda nuestra libertad. Queremos ser libres, pero la libertad es cara. Entonces, miramos hacia donde el dinero no es escaso. Diferente a otros tiempos, ahora no podemos usurpar su lugar. No podemos invadirlos; por lo tanto, la solución es dejarnos invadir. Copiamos. Queremos parecernos a ellos: porque han triunfado en la guerra y en el comercio, porque son ricos y nosotros somos pobres. También es verdad: queremos dejar de ser pobres. Pero seguiremos siéndolo, mientras pensemos que la riqueza se alcanza absorbiendo los valores culturales y morales del vencedor. Porque no es lo mismo integrarse al mundo que dejarse ingerir. También nosotros pertenecemos al mundo, a la mayor parte del mundo, y, aunque sintamos vergüenza de nuestros taparrabos, debemos recordar que la pobreza no es una prueba de nuestros vicios morales. Esa es una idea religiosa del mundo protestante que heredó el Norte y nos vendieron en el Sur.

En toda la historia existieron grandes imperios, culturas predominantes; pero nunca los pueblos periféricos (o sometidos) se empecinaron en remedar al vencedor, despreciando con alarmante frivolidad su memoria propia. Por el contrario, en el pasado fueron los pueblos conquistados los que infiltraron su propia cultura en el corazón de los invasores. Ahora no tenemos tanta dignidad; los pueblos conquistados se maquillan para parecerse al conquistador, olvidando y despreciando la profundidad moral de civilizaciones económicamente empobrecidas, a cambio de espejos y pensamiento rápido. Y, sin embargo, el mundo rico necesita tanto del mundo pobre como éstos de aquellos. O más.

Nos informan que vivimos en un mundo “globalizado”, pero los únicos que aún no se han dado cuenta de su significado son ellos, los responsables de la globalización. Como práctica, la “globalización” es casi tan antigua como el cristianismo. Pero ahora vale por sí sola; es una nueva ideología, con la particularidad histórica de que fue precedida por su propia realización. Su interpretación también es particular y siempre contradictoria: integrar significa absorber, conocer significa ignorar, diversidad cultural significa uniformización, informar significa deformar, riqueza significa dinero, etcétera.

Las fronteras siguen siendo las mismas para los pobres, e incluso se han cerrado aún más que antes; sin embargo, han sido borradas de un plumazo para dejar pasar a Dinero, portador de nuevas promesas de riqueza en aquellos países pobres que, vaya a saber uno por qué, han visto aumentar su pobreza. Todo por lo cual se podría decir, sin temor a equivocarnos, que en nuestro mundo globalizado las fronteras han sido sustituidas por filtros.

La cultura y la educación ya no une; separa. Ambas, han sido sometidas al poder del dinero y le sirven a Él para ordenarlo en castas y acumularlo en depósitos invisibles. A las nuevas universidades ya no les importa la sabiduría, la búsqueda de la verdad, sino un único y monótono objetivo: la creación de entes competentes.

El norte representa todo lo que tiene de primitivo el hombre: la necesidad desbordada de poder, la acumulación y el consumo. Todos aquellos valores espirituales que surgieron después del mesolítico comienzan a ser dejados de lado. La reparación no está cerca (sólo los evangelistas ven las cosas eternamente próximas), porque también la histórica rebeldía de la juventud ha sido adoctrinada por la publicidad y por el éxito ajeno.

Estamos de acuerdo en que hay que cambiar. Pero, ¿en qué dirección? ¿En dirección Norte? Una cosa debe quedarnos claro: hay cambios que sólo puede generarlos una sociedad en su conjunto. Por lo tanto, no es válido ese precepto ideológico resumido en la máxima: “al que no le guste, es libre de cambiar de canal” Esta frase, tan querida por los profundos filósofos de la farándula, es contradictoria, ya no sólo con la tan mentada idea de la globalización sino, sobre todo, con la más primitiva idea de sociedad.

Yo, por lo menos, no estoy en contra del Norte ni de una globalización. Por el contrario, la apoyaría con entusiasmo. Eso sí, siempre y cuando Globalización signifique “diálogo” entre culturas, entre pueblos y entre individuos; un verdadero intercambio de símbolos y de bienes materiales, y no la simple imposición de lenguas, ideologías sociales y económicas, no la imposición de costumbres monoculturales que han llevado a la supresión de decenas de idiomas con sus conocimientos propios del cielo y de la tierra, al tiempo que una expoliación de recursos naturales que no sólo atenta contra las comunidades económicamente más débiles, sino contra el planeta entero.

Pero no seamos ingenuos. No olvidemos que Dinero no acepta ningún otro tipo de asociaciones que no sean asociaciones de capitales. Cualquier otra alianza, social o espiritual, será condenada por el Éxito. Recuerden: menos la risa y el sufrimiento todo es una Ilusión Universal: Éxito y Dinero no existen sin el valor que es concedido por aquellos que son perjudicados por el Éxito y por el Dinero.

Jorge Majfud

Montevideo

6 de noviembre de 2002

Bitácora, La República (Uruguay)

https://web.archive.org/web/20021228082231/http://www.bitacora.com.uy/articulos/2002/noviembre/98/98general.htm#majfud 

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