Crisis IV

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San Francisco

Crisis IV (English)

Krisia IV (vasco)

Crisis IV

Sábado 20 de setiembre. Dow Jones: 11.388

San Francisco, California. 5:30 AM

Estábamos de lo más tranquilos en la fiesta de Lilian cuando llegó él con sus dos amiguitos de siempre, el Patrick y el otro no me acuerdo. Le pregunté a Lilian si los había invitado y ella sólo se rió, lo que para el caso venía a querer decir que no, o que no había tenido más remedio que invitarlos. Yo nunca antes había tenido problemas con el Nacho así que no me venga con eso de animosidad o predisposición ni mucho menos premeditación.

No había sido premeditado. Nacho Washington Sánchez había llegado a la fiesta con un regalo para la joven que cumplía quince años dos días más tarde. Sus padres habían adelantado el festejo para hacerlo coincidir con el sábado 14 y en premio a sus buenas notas.

Nacho Sánchez, Santa Clara, 19, había vuelto a clases con casi veinte años, después de pasar un tiempo en una fábrica de pollos de Georgia. Y esta vez había vuelto con la madurez y las ganas como para llevarse el segundo puesto de las mejores notas de su clase.

Según declararon sus amigos a la policía, Nacho no había ido a la fiesta por Lilian sino por Claudia Knickerbacker, la chilena amiga de la cumpleañera. Y si se había despedido de miss Wright con un abrazo y un beso en la mejilla eso no quería decir nada. O no quería decir, como le gritaba George Ramírez, sexual harassment.

—Lo que pasa es que George cada vez habla menos español y se olvidó o hace que se olvida que los latinos abrazamos y besamos con más frecuencia que los yanquis. El resto está dentro de la cabeza de alguno de estos reprimidos que ven sexo en todas partes y tratan de extirparlo con una tenaza caliente. Es cierto que antes de irse a la parada de la guagua el Nacho se dio vuelta y le dijo que el George ya no era mejicoamericano porque en Calabazas North se le había caído lo de mejico. No era necesario, más después de haber aguantado como un príncipe los insultos que George le había tirado desde que salió de casa de los Wright.

—Qué insultos? Recuerda alguno?

—Eso que le decía, que el Nacho era un abusador de menores, que Lilian todavía tenía catorce años y que lo iba a denunciar a la policía y lo perseguía amenazándolo con el teléfono en la mano. Sin darse vuelta Nacho le decía, sí, llama al 911. Detrás venían los otros.

—Cuántos eran?

—Cinco o seis, no recuerdo exactamente. Estaba oscuro y yo tenía un miedo bárbaro que se armara y ligáramos todos. Faltaban cien yardas para llegar a la parada y la guagua justo estaba esperando en las luces de la otra cuadra y al George se le ocurrió gritarle que no iba a llamar al 911 sino a la Migra. Todos sabían que los padres del Nacho eran ilegales y no habían salido de esa desde que el Nacho tenía memoria, por lo que él mismo, siendo ciudadano, evitaba siempre encontrarse con la policía, como si lo fueran a deportar o lo fueran a meter preso por ser hijo de ilegales, cosa que él bien sabía que era absurdo pero era algo más fuerte que él. Cuando le robaron la billetera en el metro al aeropuerto no hizo la denuncia y prefirió volverse a casa y perdió el vuelo a Atlanta. Y por eso uno podía decirle lo peor y el Nacho se quedaba siempre en el molde, mascando rabia pero no levantaba una mano, que mano y fuerza como para doblar un burro no le faltaba. No él, claro, él no era ilegal, era ciudadano y los otros debían saberlo. Pero los otros que venían detrás, entre los que estaba John, el hermano mayor de Lilian, que entendió lo de “migra” y lo de “sexual harassment”, se puso a la par del George que sobresalía por su tamaño y su camisa blanca…

—Quiere que le traigan agua?

—Yo apuré el paso diciendo que se nos iba la guagua y me subí. Después no supe más. Sólo vi por una ventana que a lo lejos se habían tirado sobre el Nacho y el Barrett trataba inútilmente de rescatarlo de la turba. Pero el Barrett es más chico que yo. Después las luces de Guerrero Street y la Cesar Chavez, me senté en el último asiento con el celular en la mano hasta mi casa. Pero el Nacho nunca contestó a todos los mensajes que le dejé pidiéndole que me llame para atrás. Nacho se despidió así porque estaba feliz. Ella lo había invitado para que tuviese una oportunidad con la Knickerbacker y en la cocina mientras repartían el tres leches la Knickerbacker no le había dicho que no. Le dijo que podían salir el sábado próximo y eso lo había dejado muy feliz al Nacho, siempre tan acomplejado por su calvicie incipiente a los diecinueve años que creía razón suficiente para que cualquier chica bonita lo rechazase. No es que la chilena fuese una modelo, no, pero el Nacho estaba ciegamente enamorado desde que entró al school de nuevo.

—Y usted?

—Yo no creo que aquella despedida tan calurosa fuese porque estaba feliz. Ellos siempre avanzan así, no respetan el espacio personal. Dicen que los latinos son así, pero si vienen a este país deben comportarse según las reglas de este país. Aquí sólo damos la mano. No estamos en Rusia para que los hombres se anden besando. Menos besar a una niña así delante de sus padres y de todos sus amigos. You’re right, sus padres no se quejaron, pero tampoco dijeron nada cuando George y sus amigos salieron decididos a darles una lección a los intrusos esos. Los Wright son educados y como vieron que Nacho se fue sin armar escándalo prefirieron no intervenir. Pero seguro que hablaron con Lilian después, porque tenían una cara de cansados que se los llevaba la muerte. Fue por una moral issue. Por una cuestión moral. Una cuestión de principios, de valores. No podíamos permitir que cualquiera viniese a interrumpir la paz de la fiesta y abusara de una de las niñas. No, no me arrepiento. Hice lo que debía hacer para defender la moral de la casa. No, no era mi casa, pero es como si lo fuera. Soy amigo de Johnny desde la middle school. No, no lo queríamos matar, pero él se lo buscó. Qué delito hay peor que abusar de una niña? No la manoseó, pero así empiezan todos ellos. Ellos, usted sabe a quiénes me refiero. Ellos! No fuerce mi declaración, conozco mis derechos. Ellos no saben respetar la distancia personal y luego pierden el control. No, mis padres eran mexicanos pero entraron legales y se graduaron de la universidad de San Diego. No, no, no… Yo soy americano, señor, no confunda.

Domingo 21 de setiembre. Dow Jones: 11.388

Cocoa, Florida. 10:30 AM

Hace unos días un señor me recomendaba leer un nuevo libro sobre la idiotez. Creo que se llamaba El regreso del idiota, Regresa el idiota, o algo así. Le dije que había leído un libro semejante hace diez años, titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano.

—Qué le pareció? —me preguntó el hombre entrecerrando los ojos, como escrutando mi reacción, como midiendo el tiempo que tardaba en responder. Siempre me tomo unos segundos para responder. Me gusta también observar las cosas que me rodean, tomar saludable distancia, manejar la tentación de ejercer mi libertad y, amablemente, irme al carajo.

—¿Qué me pareció? Divertido. Un famoso escritor que usa los puños contra sus colegas como principal arma dialéctica cuando los tiene a su alcance, dijo que era un libro con mucho humor, edificante… Yo no diría tanto. Divertido es suficiente. Claro que hay mejores.

—Sí, ese fue el padre de uno de los autores, el Nóbel Vargas Llosa.

—Mario, todavía se llama Mario.

—Bueno, pero ¿qué le pareció el libro? —insistió con ansiedad.

Tal vez no le importaba mi opinión sino la suya.

—Alguien me hizo la misma pregunta hace diez años —recordé—. Me pareció que merecía ser un best seller.

—Eso, es lo que yo decía. Y lo fue, lo fue; efectivamente, fue un best seller. Usted se dio cuenta bien rápido, como yo.

—No era tan difícil. En primer lugar, estaba escrito por especialistas en el tema.

—Sin duda —interrumpió, con contagioso entusiasmo.

—¿Quiénes más indicados para escribir sobre la idiotez, si no? Segundo, los autores son acérrimos defensores del mercado, por sobre cualquier otra cosa. Vendo, consumo, ergo soy. ¿Qué otro mérito pueden tener sino convertir un libro en un éxito de ventas? Si fuese un excelente libro con pocas ventas sería una contradicción. Supongo que para la editorial tampoco es una contradicción que se hayan vendido tantos libros en el Continente Idiota, no? En los países inteligentes y exitosos no tuvo la misma recepción.

Por alguna razón el hombre de la corbata roja advirtió algunas dudas de mi parte sobre las virtudes de sus libros preferidos. Eso significaba, para él, una declaración de guerra o algo por el estilo. Hice un amague amistoso para despedirme, pero no permitió que apoyara mi mano sobre su hombro.

—Usted debe ser de esos que defiende esas ideas idiotas de las que hablan estos libros. Es increíble que un hombre culto y educado como usted sostenga esas estupideces.

—¿Será que estudiar e investigar demasiado hacen mal? —pregunté.

—No, estudiar no hace mal, claro que no. El problema es que usted está separado de la realidad, no sabe lo que es vivir como obrero de la construcción o gerente de empresa, como nosotros.

—Sin embargo hay obreros de la construcción y gerentes de empresas que piensan radicalmente diferente a usted. ¿No será que hay otro factor? Es decir, por ejemplo, ¿no será que aquellos que tienen ideas como las suyas son más inteligentes?

—Ah, sí, eso debe ser…

Su euforia había alcanzado el climax. Iba a dejarlo con esa pequeña vanidad, pero no me contuve. Pensé en voz alta:

—No deja de ser extraño. La gente inteligente no necesita de idiotas como yo para darse cuenta de esas cosas tan obvias, no?

—Negativo, señor, negativo.

Jorge Majfud

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