La lengua de Dios

La lengua de Dios

Un incidente menor nos fastidió el viaje, una tarde en una gasolinera rural de Alabama, a un costado de la 59, casi llegando a Mississippi. Un tipo, más alto que cualquiera de nosotros, se había molestado porque nos escuchó hablando español ente las góndolas de helados y periódicos. Al parecer, el detonante fue cuando Thomas continuó hablando español con el cajero que, increíblemente, no era sikh ni hindú sino un muchacho que luego resultó ser de Honduras. El hombre no pudo esperar en la cola y dijo que debíamos hablar inglés, que esto era América, no México. En su camisa a cuadros vi problemas.

Aunque me había prometido mil veces desinteresarme del mundo, porque el mundo al fin y al cabo no valía la pena de tantas penas, por un viejo instinto criminal terminé respondiendo que en América e, incluso, en Estados Unidos se hablaba español desde mucho antes que inglés, y que nunca se había dejado de hablar español. Que hasta el signo de dólares, esa con una rayita, era la abreviación de Pesos, de PS, es decir, $, y que si a veces tenía dos rayitas se debían a las columnas de Hércules de la bandera española. Que si la gente que ignoraba que el español no era un idioma extranjero en Estados Unidos, que si alguien de por allí no sabía que la cultura hispana era una cultura más de este país, no sólo era un ignorante de la historia de su propio país sino que además era un ignorante.

Tal vez debí pensar que ante cualquier eventualidad mis amigos tendrían la obligación moral de defenderme. De otra forma no se entendía ese uso tan despojado de palabras que podrían costarle un diente a cualquiera. “Al menos que tu osadía se debiera a alguna condición propia de esas que padecen los argentinos, que van del exceso de confianza a cierta tendencia al suicidio, estilo Che Guevara”, me dijo luego Douglas.

El hombre de la camisa a cuadros no esperó a que terminase con mi conmovedora defensa del idioma y de la cultura hispana y me agarró por donde mejor podía.

What? Usted, pequeño malhablado —dijo—, ¿pretende enseñarle historia americana a un americano?

—Por ahí si…

—¿Sabe usted en qué idioma está escrita la constitución de este país?

—Sí, claro que lo sé. Un grupito de intelectuales, de esos que ya no se ven entre los políticos, revolucionarios y progresistas radicales…

Wait, wait, wait —me interrumpió—. En aquella época no había progres ni liberales como ahora, gracias a toda esa basura que traen ustedes del otro lado.

—Sí que eran liberales, progresistas y revolucionarios radicales como nunca los hubo después, ni siquiera en Francia. Por algo los libros Thomas Jefferson, el fundador de la democracia americana, estuvieron prohibidos por años después de su muerte. Unos pobres analfabetos lo habían acusado de ateo. En esa época no había homosexuales.

Detrás del hombre de camisas a cuadros, Carlos festejó la respuesta con un gesto obsceno. El tipo se movió nervioso, como si estuviese a punto de cambiar sus argumentos con un puñetazo de esos que solo se ven en las películas viejas.

—A ver, señor sabiondo —dijo el hombre, esbozando una sonrisa—. No cambie de tema. Por casualidad, ¿sabe usted en qué idioma está escrita la constitución de América?

—En inglés —dije.

— YeahpIn English. ¿Vio? Por algo la constitución de este país fue escrita en inglés. Entonces, si la misma constitución está escrita en inglés, todos los habitantes de este país deben hablar inglés para que entiendan lo que dice y entiendan las leyes de este país. Period.

—Señor, ¿es usted creyente? —pregunté, advirtiendo que el hombre de la camisa a cuadros llevaba una cruz tatuada debajo de la oreja derecha.

—Por supuesto —dijo el hombre, con una evidente excitación—. Soy cristiano, como todos aquí.

Next customer —dijo el hondureño.

—Bueno, al menos no es masón, como algunos de los padres fundadores. Es decir, que usted va a la iglesia los domingos y todo eso.

—A la casa de Dios —aclaró el aludido.

—Entonces ha leído la Biblia alguna vez.

—¿Bromea?

—Es decir, usted es un acérrimo defensor del uso del hebreo, el arameo y el griego en las iglesias. Obviamente usted lee la Biblia en alguno de esos idiomas, ya que fueron esos idiomas los elegidos por Dios para hablar y escribir hasta que un día, por alguna razón, decidió callarse.

Next customer in line, please —insistió el hondureño.

El hombre de la camisa a cuadros me hizo a un lado y puso las cervezas sobre el mostrador. Las pagó y, entes de irse, me señaló con un dedo:

—Aprende inglés. Tienes un acento horrible. Y tu amigo peor.

—Acento de Boston —dije.

—Lo hablan mal todos ustedes, yall —insistió el hombre, mientras abría la puerta de salida con las nalgas y nos miraba con cara de muy pocos amigos.

—Pero lo escribimos muy bien, eh —insistí, aunque el mensaje nunca llegó a destino.

Carlos se había fastidiado con este incidente y había dicho que no iba a comprar café ni nada en aquel lugar.

—Estos yanquis son unos hijos de puta —dijo Carlos.

—Hijo mío —dijo una vieja con acento sureño que había estado escuchando la conversación mientras se servía café—. No me incluya en ese grupo. No le dé el gusto a esa pobre gente.

 

Jorge Majfud

Periodico Irreverentes (ESpaña)

La Republica (Uruguay)

Tacuarembo2030 (Uruguay)

 

El mejor Unamuno

Yo, Unamuno, me confieso

Hallado un manuscrito del filósofo que permaneció oculto en una carpeta durante más de un siglo

En el texto, el autor anticipa su lucha interna entre fe y razón

Miguel de Unamuno. / AGUSTIN SCIAMMARELLA

A punto de cumplir 40 años, Miguel de Unamuno (1864-1936) atraviesa una racha accidentada. Fallece su hijo Raimundo, el niño enfermo que le acompañaba mientras escribía. Se descubre una malversación de fondos en la Universidad de Salamanca, cometida por alguien de su confianza, que, además del disgusto, le cuesta 5.000 pesetas de su bolsillo y le asfixia las cuentas.

Por si no bastara con ello, en abril de 1903 se viven en Salamanca escenas que, visto lo ocurrido días atrás en Valencia, se encuentran bien arraigadas en la tradición española. Un enfrentamiento entre guardias y estudiantes que finaliza con el asalto del claustro universitario por parte de la policía a caballo y la muerte de dos jóvenes.

Miguel de Unamuno, el rector salmantino, que había tratado de serenar a sus alumnos diciendo: “Contra la razón de la fuerza, oponed vosotros, muchachos, la fuerza de la razón”, pierde un botón de la chaqueta en la refriega y —mucho menos anecdótico— se gana varias enemistades. Sumadas a las que ya tenía, acrecientan la campaña para expulsarle del rectorado. El periódico El Lábaro le ataca día sí, día también. El obispo de Salamanca le reprocha que quiera “descatolizar” a la juventud —Unamuno repetía que “España necesita que la cristianicen descatolizándola”— y, en una carta al presidente del Gobierno Antonio Maura, exige la cabeza del rector (muy bíblico, por otra parte).

¿Qué hace Unamuno? En primer lugar coquetear con la idea de irse a Argentina, aunque tal vez sea una osadía moderna atribuir a la mente unamuniana el verbo coquetear. Presume que, al otro lado del Atlántico, sus hijos crecerán en un mundo más tolerante (“ya sé que a nadie se tuesta, ya no se hacen autos de fe, pero se hace algo peor: combatir las ideas con la burla”, dirá ante una asamblea de artesanos coruñeses, a la que acudió junto a Emilia Pardo Bazán por aquellas fechas). Y escribe, escribe como siempre en varios proyectos simultáneos, entre ellos un manuscrito sorprendente, que titula Mi confesión y que ha permanecido oculto más de un siglo, despistado entre otros papeles en la Casa-Museo Miguel de Unamuno, de la Universidad de Salamanca.

Es probable que Alicia Villar, catedrática de Filosofía Moderna en la Universidad Pontificia de Comillas, haya sido la primera lectora de estos folios de Unamuno, que ahora han sido publicados por la editorial Sígueme en un libro, que se complementa con el estudio de la experta y algunas cartas de Unamuno escritas entre 1902 y 1904 hasta ahora dispersas, que ayudan a entender las circunstancias adversas que afrontaba el pensador. “He pasado una temporada de disgustos, sinsabores y algo más”, le revela en una misiva a Pedro Jiménez Ilundáin en mayo de 1902.

Como tantas otras veces, fue un hallazgo fortuito. Alicia Villar investigaba la vinculación entre Pascal y el autor Del sentimiento trágico de la vida en la Casa-Museo, cuando encontró una carpeta donde se guardaba el Tratado del amor de Dios y 19 folios numerados, escritos por las dos caras, sobre los que no había oído hablar jamás. “Unamuno tiene tanto escrito que tardé un tiempo en comprobar que no había sido publicado nunca”, explica Villar, especialista en las obras de Pascal, Rousseau y Unamuno.

En Mi confesión se incluyen tres ensayos con algunas de las cuestiones esenciales que acompañarán al intelectual vasco durante el resto de su vida y que dieron lugar a una de sus obras más célebres: Del sentimiento trágico de la vida. Hay incluso párrafos (los relacionados con la inmortalidad), según la comparación de la catedrática Villar, desarrollados en la conocida obra que se anticipan en el manuscrito. “Asimismo coinciden las referencias a Platón, Spinoza, Nietzsche y Kierkegaard”. Y añade: “Hay otros temas recurrentes como el cainismo y la crítica al intelectualismo que ya había planteado en El mal del siglo”.

Un aspecto que aborda inicialmente el manuscrito y que luego perderá fuelle en sus preocupaciones es el afán de perpetuarse eternamente de los escritores, una inclinación que acuña como “erostratismo”, en honor de Eróstrato, que incendió el templo de Éfeso para inmortalizar su nombre. “¡Mi nombre! ¿Y qué importa mi nombre? (…) Siembro las ideas que me vienen a las mientes —sean propias o ajenas— al azar de mi marcha por el mundo, a boleo, y el mismo ahínco pongo en una carta que será trizada no bien leída, que en un escrito público que se archive y empolve mañana en uno de esos cementerios que llamamos bibliotecas”, expone el escritor, que clama contra “la avaricia espiritual” como “raíz de todo decaimiento”.

En Mi confesión se asiste al desgarro de Unamuno, que parecía brotar de una paradoja: un apasionado rehén de la razón, o viceversa: un intelectual en busca de la fe. “No quiero poner paz entre mi corazón y mi cabeza, entre mi fe y mi razón, sino quiero que se peleen y se nieguen recíprocamente, pues su combate es mi vida”, escribe en un adelanto de lo que absorberá su pensamiento en unos años.

Sospechaba de la docencia que se arrodillaba ante los ideales —políticos o económicos— y le atemorizaba la “sequedad intelectual, sin fondo de sentimiento”. Ese alejamiento del sectarismo le condena a cierta soledad. “Tiene dificultades en todos los frentes, muchos intelectuales no entienden sus problemas con la fe y los conservadores le consideran un heterodoxo”, analiza Alicia Villar.

En la pugna y la duda vive cómodo. Nunca fue el autor de La tía Tula un hombre de ideas excluyentes. “Los que lo ven todo claro son espíritus oscuros”, le dijo una tarde el poeta portugués Guerra Junqueiro. Lo suscribió plenamente: “No leo a los escritores agresivos, cortantes, afirmativos, de batalla. Creo que hacen su obra, pero que es obra muy pasajera. Y como no me siento un luchador de avanzada ni un propagandista, me quedo aquí en este retiro”.

Unamuno contado por Unamuno

En una carta al anarquista Federico Urales, fundador de La Revista Blanca, el autor de San Manuel Bueno mártir hace un interesante autorretrato.

  • Niñez. “Fui taciturno y melancólico, con un enorme fondo romántico, y criado en el seno de una familia vascongada de austerísimas costumbres (…) Fui un chico con devoción que pecaba en lo que suelen llamar (mal llamado) misticismo”.
  • Juventud. “Cuando llegué a Madrid a estudiar proseguí en mi empeño de racionalizar mi fe. El dogma se deshizo en mi conciencia (…) Habiendo sido un católico practicante y fervoroso, dejé de serlo poco a poco, en fuerza de intimar y racionalizar mi fe”.
  • Influencias. “Me creo un espíritu bastante complejo; pero podría señalar a Hegel, Spencer, Schopenhauer, Carlyle, Leopardi, Tolstói como mis mejores maestros (…) De españoles desde luego ninguno (…) Mi alma es poco española”.
  • Pensamiento. “A lo que he vuelto es al cristianismo llamado protestantismo liberal (…) Mis lecturas en economía me hicieron socialista, pero pronto comprendí que mi fondo era y es, ante todo, anarquista”.
 [Fuente: El Pais de Madrid]

“El español en Estados Unidos”

Se veía en paz de vuelta al estudio de la lengua cuando le llamaron para ocuparse del Instituto Cervantes

Su labor en la Real Academia Española le avala como gigante en la política del español

Aquí da algunas claves de lo que será su mandato.

JESÚS RUIZ MANTILLA 23 FEB 2012 – 14:46 CET52

VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA  / JAMES RAJOTTE

Perseguido por los vericuetos y las batallas públicas de la lengua, Víctor García de la Concha no ha podido refugiarse tampoco en la paz de la propia lengua. Entre el estudio, la enseñanza y la política de la misma se ha movido toda la vida. Como profesor en varios institutos, en diversas universidades y, después, como impulsor de la expansión universal del castellano al frente de la Real Academia Española (RAE).

A los 78 años, creía haber cumplido con creces su labor pública y deseaba adentrarse en el estudio profundo de un canon literario propio. Pero de nuevo recibió una llamada para ponerse al frente del Instituto Cervantes después de que Mario Vargas Llosa rechazara el ofrecimiento. Le cortaron la retirada. ¿La razón? Impulsar lo que será la gran máquina de la cultura con el Gobierno del PP. Atraer a los países hispanoamericanos en un frente común que coloque al español en su posición de dominio lingüístico global junto al inglés.

No podía decir que no. Si alguien ha impulsado las alianzas con los países de habla común, en lo que definió como la acción panhispánica, ha sido él. Ahora debe encargarse de aunar esfuerzos y no crear fricciones. Nadie como un hombre de concilio que presume de conocer y aplicar a fondo en la política y en la vida la diplomacia vaticana.

Ha llegado usted a lo que denominan el buque insignia de la cultura y resulta que tiene que cambiar el rumbo. Virar hacia el mundo hispano, ese al que se le ha dado tanto la espalda desde el propio Cervantes. Hay que virar, pero eso no implica que lo que se haya hecho hasta ahora estuviera mal. Me alegré de que al día de mi toma de posesión acudieran los cinco directores precedentes y quiero que figuren en el patronato. Cada uno ha trabajado bien y ha hecho su labor. Aquí hay mucha gente que cumple su cometido sin medios y vocacionalmente. Esta institución ha crecido a base de entusiasmo, echándose a la aventura, y esto no se puede perder. Si nos limitáramos a dar clase, estaríamos haciendo un pan como unas tortas. Lo que ha logrado el Cervantes en 20 años, comparado con otras instituciones que llevan 100 o 70 años en activo, como el Instituto Francés o el British Council, es mucho.

Aun así, hay que virar. Bueno, ligeramente.

No, bastante, mucho incluso. Bien, pero sin desatender lo que tenemos y sin perder de vista que el tiempo no nos deja.

¿Por qué? Pues para expandirnos a determinadas zonas como África, sobre todo el sur del continente, o India.

Pero no hay dinero. Hay que pensar en una presencia que a lo mejor no requiera centros, medios como el centro virtual Cervantes, aulas de nuestra marca en las universidades. Por eso urge pensar, ser imaginativos y apoyarnos en lo que tengamos, en empresas también, porque esa carrera no consiente aplazamientos. Si tardamos 15 años en llegar, el campo estará tomado.

No se había contemplado hasta ahora el mundo hispánico dentro del Cervantes como una sinergia, más bien se le ha visto como una competencia. La palabra competencia en ese sentido es absurda.

Pero así se había visto. Bueno, no creo que se haya concebido así del todo. Veamos un frente común: Estados Unidos. Nosotros tenemos allí tres centros y medio. México tiene varios. Lo que debemos hacer es establecer una alianza con ellos por una razón muy sencilla. El español allí tiene un problema común. Está contaminado, estigmatizado por considerársele vinculado a una lengua de inmigrantes que plantean problemas. Debemos emprender una labor de cambio de mentalidad en ese sentido.

Para empezar, en el reparto eurocéntrico a lo largo de sus 20 años, ¿no hubiese sido mejor centrarse en lugares donde existía una demanda real acelerada, como Estados Unidos? ¿No es tarde?Europa y el norte de África ya están básicamente atendidos. Porque se ha hecho eso podemos pensar en otros frentes. Me decían que si se abrieran 50 centros en Estados Unidos, se llenarían. Ahora no hay capacidad económica, en la época de Moratinos se habló de 10. ¿Por qué no nos unimos con México? Es lo que yo propongo. Hay disposición de ellos para colaborar. En el Gobierno y la Academia Mexicana. Me han trasladado su intención de hacerlo, de empezar a hablar de eso. Consuelo Saizar, ministra de Cultura, y Jaime Labastida, director de la Academia, llamaron el día que se conoció mi nombramiento. Urge porque el problema de esa estigmatización en la sociedad de Estados Unidos hay que abordarlo juntos, no podemos hacerlo solos.

La acción cultural, en ese sentido, ayuda a limpiar. Sí, y más si se realiza de la mano. Llevamos 20 años, no es cuestión de flagelarse, pero es necesario buscar esas nuevas alianzas, sobre todo ahora que ellos tienen economías emergentes.

De todas formas, esa visión del pasado que tiene usted sobre el Cervantes resulta leal con la institución, pero la realidad, en comparación con sus competidores que cuentan con presupuestos en ocasiones 10 veces mayores, es que esto era un hijo pobre del Estado. Nadie tenía fe en su potencial. Yo no lo creo.

Usted, cuando era director de la Real Academia, ¿no tenía la pesada sensación de que era necesario convencer a los Gobiernos para que creyeran con más fuerza en las posibilidades del español? Voy a ser sincero. Desde el Gobierno de Felipe González hasta ahora, no. La Academia fue muy pobre en épocas anteriores. No sé cómo pudo sobrevivir. A Fernando Lázaro Carreter le tocó, para empezar, reconstruir el edificio. Desde esos tiempos, cada vez que la RAE ha pedido algo, dentro de las posibilidades pudimos ir viviendo. Pero por encima de todo eso, hay que decir, estaba y está el apoyo del Rey, que eso lo tiene más que claro. Ha cruzado con nosotros el océano para asistir a congresos y reuniones, y en eso está más que volcado.

¿Cuántas veces ha sobrevolado usted el Atlántico? 50 veces. Y cada una de ellas he visitado al menos dos o tres países. Pero no solo fui yo, sino que desde entonces empezaron a venir ellos. No hay nada como entrar a casa del interesado, todo empieza y termina en personas. He hecho amigos fraternos. Como reza el dicho asturiano: Dios y el cuchu, puedenmuchu. Pero sobre todo el cuchu. Lo personal, tocarse, es importante.

¿Y cuántos le quedan por hacer? Tiene usted un aspecto envidiable, ya ha cumplido 78 años y eso se notará. Yo se lo dije honradamente al ministro Wert cuando me llamó: “Vamos a ver, yo ya tengo 78 años…”. “Pero muy bien llevados”, dijo. “Bueno, de momento…”.

Se había reorganizado la vida. Había terminado mi mandato académico. Yo tengo la gran suerte de dedicarme a algo que me gusta tanto que para mí no es trabajo. Había recuperado el espacio de la escritura, de la reflexión, salir a caminar, cosa que sigo haciendo todos los días. En fin, me llamó el ministro y le dije lo primero lo de la edad y acepté sin tener en cuenta los comentarios de los que me alertan: ¡Cómo has aceptado! ¡Te nos vas a quedar en un aeropuerto!”.

¡Hombre, por Dios! Toquemos madera. Lo que es cierto es que esa vida que usted había recuperado ha saltado por los aires. Ni me planteo arrepentirme. Los amigos me aconsejan dedicarme a la filología primera, a las academias literarias renacentistas desde las que pretendíamos aprender el renacimiento de otra manera. Explicándolo desde la perspectiva de los autores que tenían el Epithetorum opus, de Ravisius Textor, un diccionario de epítetos en los que se encontraban referencias a los clásicos y que usaban Fray Luis, Lope de Vega…

Para copiar… Para asimilar. Era la labor de la abeja para ellos. Pero, en fin, en lo que yo me estaba ocupando ahora es en realizar mi canon de la literatura. Y consiste en volver a leer ciertas obras con apoyo en la bibliografía última, que yo ya no alcancé a estudiar a fondo. ¡Lo feliz que yo he sido estos meses! Con esa relectura apoyada en estudios que han hecho alumnos nuestros. He prometido a mis amigos que no iba a dejar eso. Que voy a organizarme de manera que reservaré unas horas para mi canon.

Difícil lo veo. Bueno, como habrá un secretario general en el que se pueda descargar buena parte del trabajo y eso viene bien para la causa, aprovecharé.

Lo que ocurre es que, como usted está acostumbrado a meterse a fondo en las cosas que hace, me da la sensación de que delegar le es complicado. No, no. Precisamente porque me conozco, en el cambio de reglamento aplaudí la idea de especificar las acciones que corresponden al secretario general. No se imagina con qué detalle hemos puntualizado todo.

Aun así, tendrá tentaciones. ¿Las controlará? ¿Por qué? ¿Porque tengo fama de presidencialista?

Bueno, lo ha sido en la Real Academia. Lo fui, cierto. Y me confesaba en las juntas de Gobierno y en las comisiones. Les decía: “Vosotros sabéis que yo soy un director presidencialista”. Y me contestaban: “Por eso te hemos elegido”.

Eso tranquiliza bastante a quienes están debajo. A mí me lo contagió Fernando Lázaro Carreter. Él tenía un temperamento fuerte. Cuando le afectó un ictus, me dijo que tenía que dejarlo, y yo le convencí de que no podía porque sin esa labor sería peor para él. Me comprometí a ayudarlo a fondo y le aseguré que no haría nada sin consultarle. Él me contagió ese presidencialismo. Pero ahora no, ahora esto tiene que ser distinto, en primer lugar porque el Cervantes cuenta con una estructura distinta, con unos jefes de área más que competentes. Ahí va a estar el secretario general, y yo me dedicaré a fondo a la labor institucional.

De lo que no cabe duda es de que usted forja lealtades, porque era impactante observar a sus compañeros de la Academia en la toma de posesión haciéndole de guardia pretoriana. ¿Qué les da? ¿Miedo o cariño? Mucho cariño. Miedo no, nunca. En la Academia aprendí que la institución era más fuerte cuanto más nos tratábamos con cariño. Con la cortesía académica, que es fundamental. Yo siempre cuidé mucho a los académicos mayores, a quienes caían enfermos. Curiosamente, a medida que se hacían mayores, acudían más: Pedro Laín Entralgo, Rafael Lapesa, Ángel González, Areilza, Rosales… Yo he querido mucho a los académicos. Ahora tengo que encargarme de los directores y profesores de centros, son gente que está por ahí, por el mundo, necesitada de apoyo.

La tarea de misión que veía Lázaro Carreter en el Cervantes… Pero es que ahí damos con otro rasgo de su personalidad porque usted ha trabajado también como sacerdote. Sí. Hace ya casi medio siglo de ello y fue por poco tiempo. Pero guardo un gran respeto a esa etapa, a la que debo mucho de mi formación. No estuve en el tipo de misión a la que se refería Lázaro. Trabajé en la información de la Iglesia y fundé, siendo arzobispo Tarancón, con quien tuve una relación cercana, el semanario Esta Hora. Pero básicamente era profesor y si tuve alguna notoriedad fue porque escribía en La Nueva España. Guardo grandes amigos de entonces. Desde cardenales hasta curas de aldea. Hay gente que dice que empleo la diplomacia vaticana. No me disgusta…

Como vocación, queda, construye.Mucho va en la pasta, en la manera de ser. Hay gente conflictiva por naturaleza, que parecen salamandras, que no viven a gusto más que en el fuego, y luego hay gente de paz. Yo lo soy. Pero no por haber dedicado pocos años de mi vida a eso. Yo me recuerdo de niño como un muchacho pacífico, eso va en la manera de ser, en el carácter.

Todo construye una vida. Desde luego. Un hombre es muchos hombres. Eso lo cuenta Mario Vargas Llosa en su última novela, El sueño del celta. Aun la persona que nos parece más anodina es muchas a la vez.

También tiene su etapa como profesor de instituto. Eso fue muy importante. Lo que yo soy ahora es el final de una etapa que ha durado 50 años. Una carrera de letras. Tuve la suerte de disfrutar a grandes maestros. Fui discípulo amado de Emilio Alarcos, nada menos. De José María Cachero, José Caso, verdaderos maestros. Y a poco de terminar comencé la carrera docente con oposiciones sucesivas, de abajo arriba: primero fui adjunto y luego catedrático de instituto; en Valladolid, penene de universidad, después agregado, más tarde catedrático… Ha sido una carrera muy variada en la universidad, en Zaragoza, en Salamanca… Allí moví muchas iniciativas, incluso me hice cargo de los cursos internacionales de enseñanza de español a extranjeros, qué cosas.

Ya dicen muchos que usted tiene algo de visionario en esto del idioma. No me corresponde a mí decir eso. Soñador sí fui siempre. Pero visionario…

Lo digo por el concepto panhispánico que impulsó usted en la Real Academia y cambió la manera de percibir la enseñanza y el poder sobre el idioma. Pasó de ser castellano dictado por normas castellanas a español global, en el que América tenía tanto o más que decir sobre el idioma que España misma. Bueno, pero ahí tengo que pagar peajes. ¿Por qué yo me interesé por América? Tiene su deuda. Yo era un gran europeísta. Por mis años de estudio en Roma, algunas estancias en Alemania y porque mi padre, que era juez, se sentía muy ligado a lo francés. Cuando Fernando Lázaro me propuso ser secretario de la Academia, hablé mucho con Alonso Zamora Vicente. Fue él quien me dijo: “Víctor, por favor, ocúpate de América, estamos ciegos”. También me pidieron lo mismo Francisco Ayala y Gregorio Salvador. Fueron dos referencias que me hicieron reflexionar hondamente. Surgió la idea del panhispanismo después de ser alertado por ellos. Cuando hicimos la nueva gramática, nos planteamos la colaboración con el resto de las academias, y así ha sido con el resto de lo que se ha hecho después. Pero eso ya estaba planteado desde el principio.

¿Con antecedentes? Las academias se constituyeron como organismos correspondientes de la española, precisamente para atajar los conatos de independentismo lingüístico gracias sobre todo a Andrés Bello. Se revela y dice: “¿De qué estáis hablando? La lengua es nuestra”. Fueron academias formadas por gente de gran representatividad e influencia en los países nacientes. Algo que ocurre ahora también, son miembros de mucho peso. Estaba claro que debíamos trabajar en conjunto, y así ha sido. Mi mejor aportación a esa etapa ha sido favorecer que los tres grandes códigos puestos al día durante mis mandatos –el gramatical, el ortográfico y el léxico se hicieran como obra de todas las academias sobre el español de todo el mundo. Hoy eso es una realidad. Y nos va a servir en la labor que ahora nos toca al frente del Cervantes.

Por eso dice usted mismo que le han llamado. Por algo que resume, a mi juicio, en una carta Alfredo Matos, el director de la Academia Chilena: “Tu concepción y convicción panhispánicas ahora en perspectiva transhispánica universal”.

Eso puede ser un eje de su mandato. Así es.

Pero antes debe limar las asperezas eternas entre los Ministerios de Educación y Cultura y Exteriores para hacerse fuertes en esta institución. ¿Cómo va la lucha? Hay varios organismos de la cultura española que van por su parte. Existe una dispersión de esfuerzos que sumados producirían una sinergia considerable. Hace falta ponernos a remediarlo. Cada entidad tiene su normativa, pero con un poco de buena voluntad por parte de todos El Cervantes está ausente de América Latina, pero los centros culturales españoles que existen allí pueden servir de palestra para organizar cosas en conjunto. A eso llegaremos pronto porque es tan obvio que resulta difícil encontrar quien esté en contra de eso. Se ha señalado que en la toma de posesión, el ministro de Exteriores dejó claro que esto era suyo y lo hizo en presencia del responsable de Educación y Cultura. Pero yo puedo decir que se han dado pasos para clarificar todo eso. Lo primero que hemos hecho es modificar el reglamento. Ha sido fácil, y por eso mismo pienso que cuando llame a las puertas para unir sinergias, estoy muy confiado en que se va a conseguir y será un paso importante.

¿El reto de lo digital nos desborda para el idioma también? Sí, y eso exige investigación, negociación comercial con las grandes firmas, es un momento en que urge pensar, por muchas razones, y urge superar los compartimentos pequeños y unirse en sinergia no solo a nivel del Estado, sino con relaciones estrechas con las industrias culturales y con las empresas a las que interese la promoción de sus labores. No solo la cultura, también la ciencia, la tecnología. Todo eso está por pensar y por definir. Vendrá el mecenazgo y la ayuda, pero no porque pidamos, sino para ofrecerles.

¿Por qué? ¿Se acabó ir de pedigüeños? ¿Es a ellas a las que se debe convencer de que pueden sacar idéntico partido?Efectivamente. Hay que venderles a las empresas el valor de sus posibilidades abiertas al español para hacer cosas conjuntas. Es un problema de apertura y de vuelo. Aunque solo sea por la rentabilidad económica que les supone a las empresas. En Estados Unidos, dos de cada tres estudiantes la eligen como segunda lengua. ¿Por qué? Porque dicen que es útil. Para ganarse la vida. Ese cambio de mentalidad no lo podemos hacer solos, sino con los protagonistas de todo ese fenómeno, que son los países hispanoamericanos.

 

 

Guardián e impulsor global del español

 

Víctor García de la Concha (Villaviciosa, Asturias, 1934), filólogo y licenciado en Teología, estudió en la Universidad de Oviedo y en la Gregoriana de Roma. Su carrera como docente transcurrió a partir de los años sesenta en diferentes institutos de secundaria hasta que llegó a la universidad, donde ha desarrollado su labor como catedrático en Zaragoza y Salamanca, principalmente.

Desarrolló tres mandatos al frente de la Real Academia Española (RAE), a la que dio un impulso modernizador entre 1998 y 2010 cuando sustituyó en el cargo a Fernando Lázaro Carreter. Había sido nombrado académico en 1992 para ocupar el sillón con la letra c minúscula. Ha sido reconocido con el Toisón de Oro por parte del rey Juan Carlos, así como con el Premio Internacional Menéndez Pelayo. (En la foto, en Santander, en 1988).

 

 

[Fuente : Diario El Pais de Madrid, 26 de Febrero de 2012.]

Tercer plebiscito en Uruguay sobre la misma ley?

Personalmente, me opongo a una tercera consulta por la Ley de Caducidad. No solo entiendo que se persiste en el error de plebiscitar un tema que, aunque politizado, no es político.

Por otra parte, es como barajar y dar de nuevo porque la vez anterior no nos favoreció. Con una tercera consulta no sólo se confirmará el error historico de plebiscitar derechos humanos, de confundir una democracia con la imposición (sino con la dictadura) de la mayoría, sino que se estará agregando un cúmulo de nuevos errores, se ilegitimará al sistema representarivo y al mayor instrumento de democracia directa, que son los referendums.

Jean-Paul Sarte

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Jacksonville, Neptuno beach and Jean-Paul Sarte. Una vieja relectura de un maestro. Cuando joven lo leía en español. No recordaba el texto, recordaba la novela: la técnica narrativa, la experimentación que revela su concepción existencialista, el tema de fondo. Es decir, todo lo demás, todo lo que está más allá de la palabra en sí. Al final Sartre tenía razón contr Derrida. Esto ya lo he analizado en El eterno retorno de Quetzalcoátl (2008).

Estas fotos son solo un (pre)texto para insistir sobre otro punto:

¿Para qué sirve la literatura? (II)

¿Para qué sirve la literatura? (I)

What good is literature? (II) (English)

À quoi sert la littérature ? (French)

¿Para qué sirve la literatura? (II)

Cada tanto algún político, algún burócrata, algún inteligente inversor resuelve estrangular las humanidades con algún recorte en la educación, en algún ministerio de cultura o simplemente descargando toda la fuerza del mercado sobre las atareadas fábricas de sensibilidades prefabricadas.

Mucho más sinceros son los sepultureros que nos miran a los ojos y, con amargura o simple resentimiento, nos arrojan en la cara sus convicciones como si fueran una sola pregunta: ¿para qué sirve la literatura?

Unos esgrimen este tipo de instrumentos no como duda filosófica sino como una pala mecánica que lentamente ensancha una tumba llena de cadáveres vivos.

Los sepultureros son viejos conocidos. Viven o hacen que viven pero siempre están aferrados al trono de turno. Arriba o abajo van repitiendo con voces de muertos supersticiones utilitarias sobre el progreso y la necesidad.

Responder sobre la inutilidad de la literatura depende de lo que entendamos por utilidad, no por literatura. ¿Es útil el epitafio, la lápida labrada, el maquillaje, el sexo con amor, la despedida, el llanto, la risa, el café? ¿Es útil el fútbol, los programas de televisión, las fotografías que se trafican las redes sociales, las carreras de caballos, el whisky, los diamantes, las treinta monedas de Judas y el arrepentimiento?

Son muy pocos los que se preguntan seriamente para qué sirve el fútbol o la codicia de Madoff. No son pocos (o no han tenido suficiente tiempo) los que preguntan o sentencian ¿para qué sirve la literatura? El futbol es, en el mejor de los casos, inocente. No pocas veces ha sido cómplice de titiriteros y sepultureros.

La literatura, cuando no ha sido cómplice del titiritero, ha sido literatura. Sus detractores no se refieren al respetable negocio de los best sellers de emociones prefabricadas. Nunca nadie ha preguntado con tanta insistencia ¿para qué sirve un buen negocio? A los detractores de la literatura, en el fondo, no les preocupa ese tipo de literatura. Les preocupa otra cosa. Les preocupa la literatura.

Los mejores atletas olímpicos han demostrado hasta dónde puede llegar el cuerpo humano. Los corredores de Formula Uno también, aunque valiéndose de algunos artificios. Lo mismo los astronautas que pisaron la Luna, la pala que construye y destruye. Los grandes escritores a lo largo de la historia han demostrado hasta dónde puede llegar la experiencia humana, la verdaderamente importante, la experiencia emocional; el vértigo de las ideas y la múltiple profundidad de las emociones.

Para los sepultureros sólo la pala es útil. Para los vivos muertos, también.

Para los demás que no han olvidado su condición de seres humanos y se atreven a ir más allá de los estrechos límites de su propia experiencia, para los condenados que deambulan por las fosas comunes pero han recuperado la pasión y la dignidad de los seres humanos, para ellos, es la literatura.

Jorge Majfud

La Republica (Uruguay)

Milenio (Mexico)

El diario (Bolivia)

Inquisições sobre o paradigma. Entrevista com Eduardo Galeano

Inquisiciones sobre el paradigma: Entrevista a Eduardo Galeano (Spanish)

 

Inquisições sobre o paradigma. Entrevista com Eduardo Galeano

 

 

Esta entrevista é o resultado de uma conversa entre dois amigos, ambos escritores uruguaios de espírito crítico e comprometido. Jorge Majfud, professor de literatura latino-americana da LincolnUniversity, conversa com Eduardo Galeano, uma das personalidades mais destacadas da literatura latino-americana. A partir do cotidiano, falam do passado, do presente e do futuro. Um olhar reflexivo para construir outro mundo possível.

A entrevista foi publicada no sítio de Jorge Majfud (majfud.info), em novembro de 2008. A tradução é de Moisés Sbardelotto.

I. Passado

Jorge Majfud – Uma visão humanista considera a história como um produto humano, isto é, produto da liberdade de seus indivíduos e dos diversos grupos que a realizaram e interpretaram. Uma visão anti-humanista afirma que, pelo contrário, esses indivíduos e esses grupos são o resultado da própria história, e a sua liberdade é uma ilusão. Se você me permite uma limitação artificial dentro desse possível espectro, onde você estaria?

Eduardo Galeano – Pelo que eu tenho caminhado e ouvido, fico com a impressão de que nós fazemos a história que nos faz. Quando a história que fazemos nos sai deturpada, ou é usurpada pelos poucos que mandam entre nós, dizemos que ela, a história, é a culpada.

Nesta visão, não há lugar para o determinismo materialista ou para algum tipo de fatalismo religioso…

Os fatalismos são confortáveis, permitem-lhe dormir estirado, o destino está escrito nas estrelas, a história caminha por si só, não se preocupe, é preciso aceitar ou aceitar. Os fatalismos mentem, porque, se a vida é uma aventura da liberdade, que alguém venha e me explique se vale a pena viver. Mas cuidado: os iluminados também mentem, os escolhidos que se atribuem o poder de mudar a realidade, tocando-a com sua varinha mágica: e se a realidade não me obedece, ela não me merece.

Se o tempo de revoluções modernas, isto, das revoluções abruptas e violentas já passou, a progressão ou a resistência são a melhor alternativa no nosso tempo?

Como saber quantos mundos existem dentro do mundo, e quantos tempos dentro do tempo? A história caminha com as nossas pernas, mas, às vezes, anda em um passo muito lento e, às vezes, parece quieta. De qualquer forma, quando as mudanças vêm de baixo, do fundo, a curto ou a longo prazo eles encontram seu caminho, o ritmo que querem ou podem. A partir de baixo, digo, do pé, como cantou Zitarrosa. A única coisa que é feita desde cima são os poços.

Em seu último livro «Espelhos» (L&PM, 2009), você faz um esforço ao mesmo tempo criativo e arqueológico sobre um vasto espaço geográfico e temporal. Que períodos da história você acha que levariam o prêmio principal de crueldade e injustiça?

Há muitos favoritos nesse campeonato.

Bem, mais pontual, poderia resumir a crueldade em uma imagem, em uma situação que você viveu?

Eu pensei nisso anos atrás, em um caminhão que atravessava a selva do alto Paraná. Exceto eu, todas as pessoas eram desse mapa. Ninguém falava. Íamos muito apertados na carroceria do caminhão, aos tombos. Ao meu lado, uma mulher muito pobre, com um bebê nos braços. O bebê ardia em febre, se queixava. Ela só disse que precisava de um médico, que em algum lugar tinha que haver um médico. E finalmente chegamos a algum lugar, não sei quantas horas haviam passado, há muito tempo o bebê não se queixava. Ajudei a mulher a descer do caminhão. Quando peguei o bebê, vi que estava morto. O assassino que tinha cometido essa crueldade era todo um sistema de poder, que não ia preso nem viajava em caminhões desengonçados.

Com memórias como essa, deveríamos terminar aqui. Mas o mundo continua girando. Você acha que o passado pré-colombiano sobreviveu tantos anos de colonização e modernização, de modo a definir uma forma latino-americana de ser, de sentir e até de pensar?

Há séculos, os deuses acodem, quem sabe como, a partir do passado americano e da selva africana e de todas as partes. Muitos desses deuses viajam com outros nomes e usam passaportes falsos, porque as suas religiões são chamadas de superstições, e eles continuam sendo condenados à clandestinidade.

II. Presente

Estamos presenciando o fim do capitalismo, de um paradigma baseado no consumismo e no êxito financeiro, ou trata-se simplesmente de uma crise a mais, da qual o próprio sistema, a própria cultura hegemônica sairão fortalecidos?

Às vezes, recebo convites para assistir ao enterro do capitalismo. Bem sabemos, no entanto, que ele viverá mais do que sete vidas, esse sistema privatiza seus ganhos, mas tem a amabilidade de socializar seus prejuízos, e, como se fosse pouco, convence-nos de que isso é filantropia. Em grande medida, o capitalismo se nutre do descrédito de suas alternativas. A palavra socialismo, por exemplo, foi esvaziada de significado pela burocracia que a utilizou em nome do povo e pela socialdemocracia que, em seu nome, modernizou o «look» do capitalismo. Sabemos que esse sistema capitalista está se virando muito bem para sobreviver às catástrofes que desencadeia. Não sabemos, porém, quantas vidas a sua vítima principal, o planeta que habitamos, espremido até a última gota, poderá viver. Para onde nos mudaremos quando o planeta ficar sem água, sem terra, sem ar? A empresa Lunar Internacional já está vendendo lotes na Lua. No fim de 2008, o multibilionário russo Roman Abramovich deu um terreninho para sua noiva.

Talvez ele acredite ser o primeiro homem que deu um pedaço da Lua para uma mulher, o que vem a ser uma espécie de capitalismo romântico. Você acha que, se a China, por exemplo, tivesse uma economia hegemônica, logo se converteria em um novo império, avassalador e colonialista, como qualquer outro império?

Se eu fosse um profeta profissional, morreria de fome. Não acerto nem no futebol, porque disso sim eu sei alguma coisa. Tudo o que posso lhe dizer é o que eu posso ver: aChina está colocando em prática uma exitosa combinação de ditadura, no velho estilo comunista, com uma economia que funciona ao serviço do mercado mundial capitalista. A China pode proporcionar, assim, uma baratíssima mão-de-obra para empresas norte-americanas como o Wal Mart, que proíbe os sindicatos.

A propósito, no último «black Friday», o dia do ano em que, nos Estados Unidos, as grandes cadeias de supermercados vendem a preço de custo, uma avalanche de compradores não pôde esperar as portas de um destes Wal Marts abrirem e passou por cima de um empregado. O homem morreu esmagado… Apesar de todo esse absurdo, podemos pensar que a humanidade está em um estado mais elevado de direitos individuais e de consciência coletiva? Qual é a melhor coisa do nosso tempo?

No século XX, a justiça foi sacrificada em nome da liberdade, e a liberdade foi sacrificada em nome da justiça. Já o nosso tempo é o século XXI, e a melhor coisa que ele tem é o desafio que ele contém: ele nos convida a lutar para ajudar no reencontro da justiça e da liberdade. Elas querem viver bem coladinhas, uma de costas para a outra.

Podemos comparar a aparição da Internet com a revolução que a imprensa produziu no século XV?

Não tenho nem idéia, mas aproveito a ocasião para lembrar que a impressão não nasceu no século XV. Os chineses a tinham inventado dois séculos antes. Na verdade, eram chinesas as três invenções que tornaram possível o Renascimento europeu: a imprensa, a bússola e a pólvora. Não sei se agora a educação melhorou, mas antes aprendíamos uma história universal reduzida à história da Europa. Do Oriente Médio, nada ou quase nada. Nem uma palavra sobre a China, nada sobre a Índia. E da África só sabíamos aquilo que nos ensinava o professor Tarzan, que nunca esteve lá. E do passado norte-americano, do mundo pré-colombiano, alguma coisa folclórica, , algumas quantas penas coloridas… e deu.

Qual é o maior perigo do progresso tecnológico na comunicação?

Na comunicação e em todo o resto. As máquinas não são nenhumas santas, mas não têm a culpa por aquilo que nós fazemos com elas. O maior perigo é que o computador nos programe, assim como o carro nos dirige. Com uma facilidade assombrosa, convertemo-nos em instrumentos de nossos instrumentos.

Como escritor e como leitor, que tipo de leituras ocupam mais o seu tempo hoje?

Eu leio de tudo, começando pelas paredes que acompanham os meus passos pelas ruas das cidades.

A crueldade e a injustiça são o maior provocador da literatura de Eduardo Galeano?

Não. Se fosse assim, eu já teria adoecido de irremediável tristeza. Felizmente, sou perguntador, curioso de nascimento, e ando sempre buscando a terceira margem do rio, esse misterioso lugar onde se juntam o horror e o humor.

Por que você acha que o nosso tempo será lembrado nos séculos por vir?

Será lembrado? Haverá séculos por vir? Deus lhe ouça, e se Deus está surdo, que o Diabo te ouça.

III. Futuro

Eduardo, você acha que o mundo vai se dirigir para um maior equilíbrio de suas frações geográficas, sociais e culturais, ou, pelo contrário, estamos condenados a repetir as mesmas formas do que hoje entendemos como violência física e moral?

Condenados não estamos. O destino é um desafio, embora, à primeira vista, pareça uma maldição.

Uma melhoria do nosso presente está radicada em grande parte no aprofundamento dos valores humanos da tradição europeia ou em uma revalorização de uma origem perdida nos povos «periféricos»?

A tradição europeia não é suficiente. Nós, os americanos, somos filhos de muitas mães. A Europa, sim, mas também existem outras mães. E não só os americanos. Os humanozinhos todos, o mundo inteiro é muito mais do que aquilo que acredita ser. Mas o arco-íris terrestre não brilhará, com toda a sua luz, enquanto ele continuar sendo mutilado pelo racismo, pelo machismo, pelo militarismo, pelo elitismo e por todos esses «ismos» que negam a plenitude da nossa diversidade. E, a propósito, não faz mal esclarecer que os valores humanistas da tradição europeia se desenvolveram enquanto a Europa exterminava índios na América e vendia carne humana na África. John Locke, o filósofo da liberdade, era acionista de uma empresa negreira.

Sim, algo assim como as democracias imperiais, desde a antiga Atenas até os Estados Unidos. Mas isso significa que a história sempre se repete?

Ela não quer se repetir, ela não gosta disso nem um pouquinho, mas muito frequentemente nós a obrigamos. Para lhe dar um exemplo muito atual, há partidos que chegam ao governo prometendo um programa de esquerda e acabam repetindo o que a direita fazia. Por que não deixam que a direita continue fazendo, já que tem experiência? A história se cansa e a democracia é desacreditada quando somos convidados a escolher entre o mesmo e o mesmo.

Que papel desempenham os intelectuais «não-orgânicos» na sociedade hoje? Continuam sendo, pelo menos em uma minoria, uma força crítica e provocadora?

Eu acho que escrever não é uma paixão inútil. Mas essa generalização, os «intelectuais», orgânicos ou não orgânicos, não se parece muito com o mundo real. Existe de tudo na vinha do Senhor. No meu caso, posso lhe dizer que eu trabalho com palavras, que sou um inútil total e que isso é a única coisa que eu faço mais ou menos bem, e que eu sei, por experiência própria e alheia, que o ato da leitura é uma secreta, e às vezes fecunda, cerimônia de comunhão. Quem lê algo que vale a pena de verdade não o lê impunemente. Ler um livro desses que respiram quando você coloca o ouvido sobre ele não lhe deixa intocado: ele lhe modifica, mesmo que um pouquinho, lhe incorpora alguma coisa, algo que você não sabia ou não imaginava, e lhe convida a buscar, a perguntar. E ainda mais: às vezes, até pode lhe ajudar a descobrir o verdadeiro significado das palavras traídas pelo dicionário do nosso tempo. Que mais uma consciência crítica pode querer?

Mas os escritores contemporâneos tendem a evitar essa palavra, «intelectuais». Por quê?

Eu lhe respondo por mim mesmo, não em nome «dos escritores», que também são uma generalização duvidosa. Eu escrevo querendo dizer e me dizer em uma linguagemsentipensante, palavra certeira que os pescadores da costa colombiana do mar do Caribe me ensinaram. E por isso, justamente por isso, não gosto nada que me chamem de intelectual. Sinto que me convertem assim em uma cabeça sem um corpo, situação demasiadamente incômoda, e que estão divorciando minha razão da emoção. Supõe-se que o intelectual é aquele que é capaz de entender, mas eu prefiro aquele que é capaz de compreender. Culto não é quem acumula mais conhecimentos, porque então não haverá ninguém mais culto do que um computador. Culto é aquele que sabe escutar, escutar os outros e escutar as mil e uma vozes da natureza de que fazemos parte. Para dizer, escuto. Eu escrevo em uma viagem de ida e volta, recolho palavras que devolvo, ditas do meu modo e da minha maneira, ao mundo de onde vêm.

Aliás, qual é a sua técnica narrativa, ou seja, seus hábitos e condutas de escrita?

Não tenho horários. Não me obrigo. Em Santiago de Cuba, um velho tamborero, que tocava como os deuses, me ensinou: «Eu toco – me disse – quando minha mão coça». E eu faço o que ele disse. Se não me coça, eu não escrevo. Nunca assinei um contrato que me coloque prazos para entregar um livro. Na literatura, assim como no futebol, quando o prazer se converte em dever, passa a ser algo muito parecido ao trabalho escravo. Os livros me escrevem, crescem dentro de mim, e a cada noite vou dormir agradecendo-os, porque permitem que eu acredite que o autor sou eu. E, dito isso, esclareço que eu escrevo cada página muitas vezes, que eu rasuro, suprimo, reescrevo, quebro, volto a começar, e tudo isso faz parte da grande alegria de sentir que o que eu digo é parecido, e às vezes é muito parecido, com aquilo que as minhas páginas querem dizer.

Seus livros, depois as ditaduras militares do Uruguai e da Argentina, depois do exílio, mudam de estilo. Ou talvez aprofundam uma característica: seu olhar continua sendo o do rebelde conformista, mas a sua voz se torna mais lírica. Se bem me lembro, foi Jean-Paul Sartre que disse que a técnica escritor se refere à sua concepção do mundo. Como você definiria o seu estilo? Ele reflete a sua percepção do mundo, ou talvez suas aspirações sobre ele, ou o estilo é algo acidental, uma forma de fazer as coisas que provém de uma história da estética, de uma influência da adolescência?

Meu estilo é o resultado de muitos anos de escrever e apagar. Juan Rulfo me dizia isso, mostrando um lápis daqueles que quase não se veem agora: «Eu escrevo com a ponta da frente, mas escrevo mais com a parte de trás, onde está a borracha». Eu faço isso, ou tento fazer. Tento dizer cada vez mais com cada vez menos.

Um elemento comum da literatura do compromisso, das utopias revolucionárias até os anos 60, os anos antes das ditaduras na América do Sul, parece ser a alegria. Como exemplo ilustrativo, poderíamos fazer uma exposição de fotografias dos rostos mal-humorados dos Pinochet, por um lado, e dos rostos sorridentes dos Che Guevara, por outro. Existe uma ligação entre a «estética da tristeza» da literatura do século XX e as forças conservadoras da sociedade? Em que medida a alegria, o epicurismo do qual falava Américo Vespúcio referindo-se a uma certa imagem dos americanos nativos, é subversiva?

Volto à costa colombiana, e lhe conto que, lá, o pior insulto é «amargao». Não podem lhe dizer nada mais grave. E eles têm razão, porque, no fim das contas, não há nada no mundo que não mereça ser rido. Se a literatura de denúncia não é, ao mesmo tempo, uma literatura da celebração, ela se afasta da vida viva e faz seus leitores dormir. Supõe-se que seus leitores devem arder de indignação, mas eles caem no sono. Muitas vezes, a literatura que diz se dirigir ao povo só se dirige aos convencidos. Sem risco nenhum, parece-se mais à masturbação do que ao ato de amor, mesmo que, como me disseram, o ato de amor é melhor, porque é possível conhecer mais pessoas. A contradição move a história, e a literatura que realmente estimula a energia de mudança nos ajuda a adivinhar os sóis secretos que cada noite esconde, essa façanha humana de rir contra toda evidência. A herança judaico-cristã, que tanto elogia a dor, não ajuda muito. Se bem me lembro, em toda a Bíblia não há nenhuma risada. O mundo é um vale de lágrimas, os que mais sofrem são os eleitos para subir ao Céu.

Como você imagina o mundo daqui a 50 anos?

Com a idade que tenho, imagino que dentro de 50 anos eu já não vou estar. Como você vê, tenho uma imaginação prodigiosa.

Onetti já disse que ele escrevia para si próprio. Galeano escreveria se tivesse a pouca sorte de ser o único sobrevivente de uma catástrofe global?

O único sobrevivente? Ai! Eu morreria de tédio. Talvez escreveria da mesma forma, porque tenho o vício, mas escrever para ninguém é pior do que dançar com a irmã. Onetti ficou bravo comigo quando, uma noite, cometi uma insolência juvenil. Ele me disse isso, que ele escrevia para ele, e eu lhe propus que levaria ao correio essas cartas para Juan Carlos Onetti, Rua Gonzalo Ramirez, Montevidéu etc., etc. Ele se zangou. Zangou-se porque mentia, e sabia disso. Quem publica o que escreve, escreve para os outros.

O que você faria de diferente se tivesse a experiência e a oportunidade de fazê-lo de novo? De que Eduardo Galeano se arrepende hoje?

Não me arrependo de nada. Eu também sou a soma de todas as vezes em que meti a pata.

 

 

 

Intelectuais, clérigos e bufões do canibalpitalismo

Acto fundacional UPD. Mario Vargas Llosa.

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Intelectuales, clérigos y bufones del canivalpitalismo (Spanish)

Intelectuais, clérigos e bufões do canibalpitalismo


“O egoísmo capitalista resulta, pois, tão solidário que se assemelha àquele que prega a Bíblia”.
(Manual del perfecto idiota, pg. 226)
por Jorge Majfud [*]

No prólogo do Manual del perfecto idiota latinoamericano, (1996) Mario Vargas Llosa já insistia em que “Mendoza, Montaner e Vargas Llosa parecem ter chegado nas suas investigações sobre a idiotice intelectual na América Latina à conclusão […] de que o subdesenvolvimento é ‘uma doença mental’“. O novelista procura, numa espécie de ditadura monoléctica, definir ‘doença mental’ “como [uma] debilidade e covardia frente à realidade real e como uma propensão neurótica a evitá-la substituindo-a por uma realidade fictícia”. Tudo devido a “uma incapacidade profunda para discriminar entre verdade e mentira, entre realidade e ficção”. Na campanha eleitoral que Alberto Fujimori ganhou ao próprio Vargas Llosa em 1990, aquele reprovou a este ter “uma imaginação de novelista”, o que significava exatamente o mesmo que anos depois o autor deste prólogo reprova aos latino-americanos como sintoma característico de uma enfermidade: simplesmente qualificações pessoais (doença mental, incapacidade, debilidade, covardia, etc.) sem argumentos. Ou seja, isto é verdade porque o digo eu.

Um dos axiomas centrais do Manual consiste em dar a entender (ou crer) que vivemos naturalmente em sociedades amorosas — sobre isto Voltaire já ironizara —, onde não existem poderes de nenhum tipo interessados na dominação. Os recursos produtivos como o petróleo, as fontes de sobrevivência como a água, a multiplicidade de monopólios, a omnipresença da voz dos mais fortes nos meios de comunicação, a doações milionários dos bilionários às campanhas eleitorais, tudo, faz parte de um grande impulso fraterno para compartilhar a graça de Deus. Criticando os teólogos da libertação, os autores sustentam a atitude contrária: “O termo ‘libertação’ é em si mesmo conflitivo: apela ardorosamente à existência de um inimigo ao qual há que combater para por os desafortunados em liberdade”. E a seguir: “Será o Deus da justiça também o Deus da inveja? […] Os curas da libertação não notam que o capitalismo acaba por ser o sistema mais solidário de todos, um mundo onde a caridade […] é infinitamente maior que qualquer outro sistema. […] No capitalismo, todos colaboram com todos. O egoísmo capitalista resulta, pois, tão solidário que assemelha-se ao que prega a Bíblia”. (Fora do contexto qualquer um poderia atribuir esta frase a Marx.) Mais adiante, uma definição à la carte: “o capitalismo é uma palavra que simplesmente descreve um clima de liberdade no qual todos os membros de uma comunidade dedicam-se a perseguir voluntariamente os seus próprios objetivos econômicos”. Ou seja, Gengis Khan promoveu o capitalismo na Ásia muito antes dos modernos narcotraficantes.

Mas um sistema dominante não só precisa negar-se a si próprio como tal, tornar-se invisível, como também moralizar acerca da perigosa existência de tudo o que é marginal no seu próprio centro. A tese de procurar uma causa do subdesenvolvimento nas faculdades mentais de um grupo ou de um povo definido como fracassado não menciona, em momento algum, que função cumpre a tese em si mesma. Ou seja, a quem convém — de onde provém — esta catequese ideológica.

Este livro foi citado e recomendado por políticos e presidentes como Carlos Menem na cimeira da euforia primeiro-mundista que assolou os países do “continente idiota”, pouco antes do desastre econômico e moral de princípios do século. Mas não é uma novidade e sim uma tradição intelectual que remonta a Sarmiento ou pelo menos a Alcides Argueda (Pueblo enfermo, 1909). Só que sem o correspondente mérito histórico e literário.

Em 1550, para legitimar a exploração e genocídio dos nativos americanos, também o teólogo Ginés de Sepúlveda lançou mão da Bíblia. Perante o rei e a corte que debatiam a justiça ou injustiça da escravidão denunciada pelo sacerdote Bartolomé de las Casas, Sepúlveda citou o livro dos Provérbios. Segundo o famoso teólogo, “escrito está no livro dos Provérbios: ‘O que é néscio servirá o sábio’, tais são as gentes bárbaras e desumanas, alheias à vida civil e aos costumes pacíficos e será sempre justo e conforme ao direito natural que tais gentes submetam-se ao império de príncipes e nações mais cultas e humanas”. O próprio Hernán Cortés, invocando Deus depois de torturar e assassinar a galope aldeias inteiras, anotava nas suas cartas ao rei que a virtude da sua acção consistiu em deixar em paz aqueles povos selvagens. Para torná-lo mais legal, costumava ler-lhes, em castelhano, o comunicado de uma imediata submissão ao rei de Espanha, do contrário seriam submetidos pela força. E quando assim faziam, escrevia o herói, os mesmos caciques — que não sabiam uma palavra de castelhano — voltavam a chorar, arrependidos e reconhecendo que a culpa da destruição das suas aldeias radicava na sua própria estupidez. Por esta desobediência ao “direito natural”, afirmava Sepúlveda, a guerra empreendida pelo império era uma guerra justa.

Jorge Luís Borges, um intelectual funcional para a sua classe oligárquica, soube entretanto usar argumentos como recurso retórico principal. Certa vez recordou uma anedota: numa disputa entre dois, um deles lançou um copo de água à carta do outro. O agredido respondeu: “Muito bem; isso foi uma digressão. Agora espero os seus argumentos”. De um ponto de vista filosófico, talvez seja uma novidade histórica começar por definir o adversário dialético como “idiota” ao invés de atacar as suas idéias. De um ponto de vista histórico não; é apenas uma tradição: (des)qualificar o outro para perpetuar a sua opressão. Estas idéias responsabilizam os oprimidos pela sua opressão e ao mesmo tempo negam a existência desta. Legitimam uma ordem herdada de um pesado passado, mas em nome do progresso material e espiritual futuro.

Segundo Mário Vargas Llosa, a América Latina produziu destacados artistas, novelistas e pensadores delirantes, “tão faltos de profundidade e tanto ideólogos em contradição perpétua com a objetividade histórica e o pragmatismo”, tudo sintoma de idiotice. Faz-se implícito que o único caso em que um escritor, um novelista latino-americano é capaz de ver a realidade real e a objetividade histórica, no único caso em que não estamos perante as observações de outro idiota, é o seu próprio. Do contrário as suas afirmações anular-se-iam por si próprias, dada a sua suposta condição de perfeito idiota.

Não creio em absoluto que Vargas Llosa seja um idiota. É só parte de uma mesma lógica. Não é por acaso que ele os intelectuais funcionais condenam a “realidade fictícia” como produto de uma “doença mental” que impede o aceitar da “realidade real”. Porque realidade é o que existe (o canibalpitalismo). Portanto, se é difícil criar algo diferente no interesse de um sistema dominante que cria essa realidade, mais difícil ainda será fazê-lo se condenamos a liberdade da imaginação como um atributo da idiotice e do subdesenvolvimento. Essa mesma imaginação que se venera nos revolucionários e progressistas utópicos do passado que não se resignaram à “realidade real” do feudalismo o dos façanhudos negreiros do século XVIII ou da venda de carne humana nas fábricas do Progresso.

 

 
[*] Jorge Majfud, escritor uruguaio, professor de Literatura Latino-americana na Universidade da Geórgia, Atlanta, EUA.

 

 

Jorge Luis Borges «felizmente ella no me hizo caso i la crisis no duró»

Jorge Luis Borges, escritor argentino, rodeado...

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algunas vanas frivolidades que entretuvieron a quien perseguiría desde el mediodía de sus días, con genio y no sin perplejidad, los diversos signos donde se leían los designios del tiempo y los espejos del antiguo persa y del consecuente compadrito.

>>Leer cartas: «i son tan feas«


Sobre las declaraciones del comandante en Jefe del Ejército del Uruguay

Three Wise Monkeys
Image by Frangipani Photograph via Flickr

Uruguay : les 3 singes de la sagesse (French)

La sabiduría de los tres monitos

“no veo, no escucho, no hablo”

El comandante en Jefe del Ejército del Uruguay, teniente coronel Jorge Rosales, dijo que “hay nerviosismo entre los militares retirados por la posible anulación de la Ley de Caducidad”. Esta ley aprobada más de veinte años atrás protege a los militares que cometieron delitos de lesa humanidad durante la última dictadura en Uruguay (1973-1984). No explican por qué se autoimplican de una forma tan explícita en la violación de los Derechos Humanos.

¿Por qué habría yo de estar nervioso porque se juzguen las violaciones a los Derechos Humanos perpetuadas por los arquitectos o los profesores de literatura en mi país o alrededor del mundo? El problema no es que hayan sido profesores, obreros o militares durante la dictadura sino, simplemente, que hayan violado los Derechos Humanos de un solo individuo.

Dentro de esta misma confusión, el General Jorge Rosales afirma que existe una “predisposición del consiente colectivo” hacia las Fuerzas Armadas.

Eso hay forma de solucionarlo. Pero mientras no se sepa quienes cometieron crímenes y nunca lo pagaron con un solo día de cárcel, y ni siquiera han tenido el detalle de reconocerlo o ayudar un poco en la búsqueda de los desaparecidos antes de pedir perdón, entonces la población podrá desconfiar de cualquiera de los militares retirados. Los militares más jóvenes sólo pueden ser acusados de apoyar la perpetuación el silencio y la impunidad, pero hasta ahora nadie los ha acusado de ser responsables de los delitos que se cometieron en el pasado. Ni siquiera se acusa a la institución.

Es decir, que la queja parte de un malentendido que los mismo militares de hoy alimentan, no solo con su silencio sino ahora también con declaraciones muy reveladoras de este tipo.

¿Por qué se insiste en enseñarnos que la paz se puede alcanzar olvidando y perdonando a quienes nunca han sido juzgados y nunca se han arrepentido de nada?

¿O es que en el fondo estamos de acuerdo en que a veces, en determinadas circunstancias, es lícito secuestrar, torturar, asesinar para evitar que otros lo hagan primero pero de forma no profesional?

¿No ha sido acaso ese mismo método (el olvido sistemático, por ley, pro referéndum o por decreto) el que se ha aplicado desde el fin de la dictadura y todavía no han logrado calmar la necesidad de justicia de los familiares de las víctimas?

¿Es que acaso las víctimas deben agradecer “cierto grado” de justicia? ¿Debemos acusarlos de revoltosos o de insaciables porque piden toda la justicia o la misma justicia que tienen otros ciudadanos pertenecientes a otros estamentos sociales? Porque cuando la ley no es igual para todos estamos en una sociedad estamental, como en la Edad Media donde a cada clase social se le aplicaban leyes diferentes; como en las actuales relaciones internacionales donde los más fuertes siempre tienen la justicia de su lado.

¿Cómo explicarles a los jóvenes que la justicia siempre hace descuentos especiales para criminales mayoristas? ¿Cómo explicarles a los más viejos que la paz de los cementerios ha sido honrada con la paz de la injusticia?

Jorge Majfud

6 de abril de 2011

Pagina/12 (Argentina)

La Republica (Uruguay)


The History of Immigration

Cesar Chavez Estrada

Image by Troy Holden via Flickr

The History of Immigration


by Jorge Majfud

 

One of the typical – correction: stereotypical – images of a Mexican has been, for more than a century, a short, drunk, trouble-maker of a man who, when not appearing with guitar in hand singing a corrido, was portrayed seated in the street taking a siesta under an enormous sombrero. This image of the perfect idler, of the irrational embodiment of vice, can be traced from old 19th century illustrations to the souvenirs that Mexicans themselves produce to satisfy the tourist industry, passing through, along the way, the comic books and cartoons of Walt Disney and Warner Bros. in the 20th century. We know that nothing is accidental; even the defenders of “innocence” in the arts, of the harmless entertainment value of film, of music and of literature, cannot keep us from pointing out the ethical significance and ideological function of the most infantile characters and the most “neutral” storylines. Of course, art is much more than a mere ideological instrument; but that does not save it from manipulation by one human group for its own benefit and to the detriment of others. Let’s at least not refer to as “art” that kind of garbage.

Ironies of history: few human groups, like the Mexicans who today live in the U.S. – and, by extension, all the other Hispanic groups, – can say that they best represent the spirit of work and sacrifice of this country. Few (North) Americans could compete with those millions of self-abnegating workers who we can see everywhere, sweating beneath the sun on the most suffocating summer days, in the cities and in the fields, pouring hot asphalt or shoveling snow off the roads, risking their lives on towering buildings under construction or while washing the windows of important offices that decide the fate of the millions of people who, in the language of postmodernity, are known as “consumers.” Not to mention their female counterparts who do the rest of the hard work – since all the work is equally “dirty” – occupying positions in which we rarely see citizens with full rights. None of which justifies the racist speech that Mexico’s president, Vicente Fox, gave recently, declaring that Mexicans in the U.S. do work that “not even black Americans want to do.” The Fox administration never retracted the statement, never recognized this “error” but rather, on the contrary, accused the rest of humanity of having “misinterpreted” his words. He then proceeded to invite a couple of “African-American” leaders (some day someone will explain to me in what sense these Americans are African), employing an old tactic: the rebel, the dissident, is neutralized with flowers, the savage beast with music, and the wage slaves with movie theaters and brothels. Certainly, it would have sufficed to avoid the adjective “black” and used “poor” instead. In truth, this semantic cosmetics would have been more intelligent but not completely free of suspicion. Capitalist ethics condemns racism, since its productive logic is indifferent to the races and, as the 19th century shows, slave trafficking was always against the interests of industrial production. Hence, anti-racist humanism has a well-established place in the hearts of nations and it is no longer so easy to eradicate it except through practices that hide behind elaborate and persuasive social discourses. Nevertheless, the same capitalist ethics approves the existence of the “poor,” and thus nobody would have been scandalized if instead of “blacks,” the Mexican president had said “poor Americans.” All of this demonstrates, meanwhile, that not only those in the economic North live off of the unhappy immigrants who risk their lives crossing the border, but also the politicians and ruling class of the economic South, who obtain, through millions of remittances, the second most important source of revenue after petroleum, by way of Western Union to the “madre pobre,” from the blood and sweat of those expelled by a system that then takes pride in them, and rewards them with such brilliant discourses that serve only to add yet another problem to their desperate lives of fugitive production.

Violence is not only physical; it is also moral. After contributing an invaluable part of the economy of this country and of the countries from which they come – and of those countries from which they were expelled by hunger, unemployment and the disfavor of corruption – the nameless men, the unidentified, must return to their overcrowded rooms for fear of being discovered as illegals. When they become sick, they simply work on, until they are at death’s door and go to a hospital where they receive aid and understanding from one morally conscious part of the population while another tries to deny it to them. This latter part includes the various anti-immigrant organizations that, with the pretext of protecting the national borders or defending the rule of law, have promoted hostile laws and attitudes which increasingly deny the human right to health or tranquility to those workers who have fallen into illegality by force of necessity, through the empire of logic of the same system that will not recognize them, a system which translates its contradictions into the dead and destroyed. Of course we can not and should not be in favor of any kind of illegality. A democracy is that system where the rules are changed, not broken. But laws are a product of a reality and of a people, they are changed or maintained according to the interests of those who have power to do so, and at times these interests can by-pass the most fundamental Human Rights. Undocumented workers will never have even the most minimal right to participate in any electoral simulacrum, neither here nor on the other side of the border: they have been born out of time and out of place, with the sole function of leaving their blood in the production process, in the maintenance of an order of privilege that repeatedly excludes them and at the same time makes use of them. Everyone knows they exist, everyone knows where they are, everyone knows where they come from and where they’re going; but nobody wants to see them. Perhaps their children will cease to be ill-born wage slaves, but by then the slaves will have died. And if there is no heaven, they will have been screwed once and forever. And if there is one and they didn’t have time to repeat one hundred times the correct words, they will be worse off still, because they will go to Hell, posthumous recognition instead of attaining the peace and oblivion so desired.

As long as the citizens, those with “true human” status, can enjoy the benefits of having servants in exchange for a minimum wage and practically no rights, threatened day and night by all kinds of haunts, they will see no need to change the laws in order to recognize a reality installed a posteriori. This seems almost logical. Nonetheless, what ceases to be “logical” – if we discard the racist ideology – are the arguments of those who accuse immigrant workers of damaging the country’s economy by making use of services like hospitalization. Naturally, these anti-immigrant groups ignore the fact that Social Security takes in the not insignificant sum of seven billion dollars a year from contributions made by illegal immigrants who, if they die before attaining legal status, will never receive a penny of the benefit. Which means fewer guests at the banquet. Nor, apparently, are they able to understand that if a businessman has a fleet of trucks he must set aside a percentage of his profits to repair the wear and tear, malfunctions and accidents arising from their use. It would be strange reasoning, above all for a capitalist businessman, to not send those trucks in for servicing in order to save on maintenance costs; or to send them in and then blame the mechanic for taking advantage of his business. Nevertheless, this is the kind and character of arguments that one reads in the newspapers and hears on television, almost daily, made by these groups of inflamed “patriots” who, despite their claims, don’t represent a public that is much more heterogeneous than it appears from the outside – millions of men and women, overlooked by simplistic anti-American rhetoric, feel and act differently, in a more humane way.

Of course, it’s not just logical thinking that fails them. They also suffer from memory loss. They have forgotten, all of a sudden, where their grandparents came from. Except, that is, for that extremely reduced ethnic group of American-Americans – I refer to the indigenous peoples who came prior to Columbus and the Mayflower, and who are the only ones never seen in the anti-immigrant groups, since among the xenophobes there is an abundance of Hispanics, not coincidentally recently “naturalized” citizens. The rest of the residents of this country have come from some part of the world other than where they now stand with their dogs, their flags, their jaws outthrust and their hunter’s binoculars, safeguarding the borders from the malodorous poor who would do them harm by attacking the purity of their national identity. Suddenly, they forget where a large part of their food and raw materials come from and under what conditions they are produced. Suddenly they forget that they are not alone in this world and that this world does not owe them more than what they owe the world.

Elsewhere I have mentioned the unknown slaves of Africa, who if indeed are poor on their own are no less unhappy for fault of others; the slaves who provide the world with the finest of chocolates and the most expensive wood without the minimal recompense that the proud market claims as Sacred Law, strategic fantasy this, that merely serves to mask the one true Law that rules the world: the law of power and interests hidden beneath the robes of morality, liberty and right. I have in my memory, etched with fire, those village youths, broken and sickly, from a remote corner of Mozambique who carried tons of tree trunks for nothing more than a pack of cigarettes. Cargo worth millions that would later appear in the ports to enrich a few white businessmen who came from abroad, while in the forests a few dead were left behind, unimportant, crushed by the trunks and ignored by the law of their own country.

Suddenly they forget or refuse to remember. Let’s not ask of them more than what they are capable of. Let’s recall briefly, for ourselves, the effect of immigration on history. From pre-history, at each step we will find movements of human beings, not from one valley to another but crossing oceans and entire continents. The “pure race” proclaimed by Hitler had not emerged through spontaneous generation or from some seed planted in the mud of the Black Forest but instead had crossed half of Asia and was surely the result of innumerable crossbreedings and of an inconvenient and denied evolution (uniting blonds with blacks) that lightened originally dark faces and put gold in their hair and emerald in their eyes. After the fall of Constantinople to the Turks, in 1453, the wave of Greeks moving into Italy initiated a great part of that economic and spiritual movement we would later know as the Rennaissance. Although generally forgotten, the immigration of Arabs and Jews would also provoke, in the sleepy Europe of the Middle Ages, different social, economic and cultural movements that the immobility of “purity” had prevented for centuries. In fact, the vocation of “purity” – racial, religious and cultural – that sunk the Spanish Empire and led it to bankrupcy several times, despite all of the gold of the Americas, was responsible for the persecution and expulsion of the (Spanish) Jews in 1492 and of the (Spanish) Arabs a century later. An expulsion which, paradoxically, benefited the Netherlands and England in a progressive process that would culminate in the Industrial Revolution. And we can say the same for our Latin American countries. If I were to limit myself to just my own country, Uruguay, I could recall the “golden years” – if there were ever years of such color – of its economic and cultural development, coinciding, not by accident, with a boom in immigration that took effect from the end of the 19th until the middle of the 20th century. Our country not only developed one of the most advanced and democratic educational systems of the period, but also, comparatively, had no cause to envy the progress of the most developed countries of the world, even though its population lacked, due to its scale, the geopolitical weight enjoyed by other countries at the time. At present, cultural immobility has precipitated an inverted migration, from the country of the children and grandchildren of immigrants to the country of the grandparents. The difference is rooted in the fact that the Europeans who fled from hunger and violence found in the Río de la Plata (and in so many other ports of Latin America) the doors wide open; their descendants, or the children and grandchildren of those who opened the doors to them, now enter Europe through the back door, although they appear to fall from the sky. And if indeed it is necessary to remember that a large part of the European population receives them happily, at a personal level, neither the laws nor general practice correspond to this good will. They aren’t even third class citizens; they are nothing and the management reserves the right to deny admission, which may mean a kick in the pants and deportation as criminals.

In order to obscure the old and irreplaceable Law of interests, it is argued – as Orian Fallaci has done so unjustly – that these are not the times of the First or Second World War and, therefore, one immigration cannot be compared to another. In fact, we know that one period can never be reduced to another, but they can indeed be compared. Or else history and memory serve no purpose. If tomorrow in Europe the same conditions of economic necessity that caused its citizens to emigrate before were to be repeated, they would quickly forget the argument that our times are not comparable to other historical periods and, hence, it’s reasonable to forget.

I understand that in a society, unlike a controlled laboratory experiment, every cause is an effect and viceversa – a cause cannot modify a social order without becoming the effect of itself or of something else. For the same reason, I understand that culture (the world of customs and ideas) influences a given economic and material order as much as the other way around. The idea of the determining infrastructure is the base of the Marxist analytical code, while the inverse (culture as a determinant of socio-economic reality) is basic for those who reacted to the fame of materialism. For the reasons mentioned above, I understand that the problem here lies in the idea of “determinism,” in either of the two senses. For its part, every culture promotes an interpretive code according to its own Interests and, in fact, does so to the measure of its own Power. A synthesis of the two approaches is also necessary for our problem. If the poverty of Mexico, for example, were only the result of a cultural “deformity” – as currently proposed by the theorists and specialists of Latin American Idiocy – the new economic necessities of Mexican immigrants to the United States would not produce workers who are more stoic and long-suffering than any others in the host country: the result would simply be “immigrant idlers.” And reality seems to show us otherwise. Certainly, as Jesus said, “there is none more blind than he who will not see.”

 

Translated by Bruce Campbell

 

Alfonso el Sabio: Primera crónica general de España

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Folleto de un manuscrito de la Estoria de Espa...

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Libros: regreso a las fuentes

Alfonso el Sabio: Primera crónica general de España

Alfonso X el Sabio: Primera crónica general de España que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho IV en 1289. Edición de Ramón Menéndez Pidal. Madrid: Gredos, 1955.

En menos de mil páginas, estos volúmenes narran desde la historia romana hasta la peninsular de reyes godos, árabes, y visigodos. Los hechos no se fundan en pruebas, documentos o especulaciones históricas sino en una variada tradición literaria y probablemente oral también. Obviamente, estos textos con ocho siglos de antigüedad, en su gramática casi original, son una fuente inagotable de datos y curiosidades lingüísticas y ortográficas, como el uso de “cuedaron” (quedaron), “quando” (cuando), de “e” en lugar de “y” y de “y” en lugar de “ahí” o las clásicas “Espanna”, “danno”, “señor” o “anno”. Es de sospechar que la “ñ” surgió para evitar la doble ene que tomaba mucho espacio en el valioso papel de las imprentas posteriores. Pero también abundan en otras curiosidades menos formales.

En una mezcla de ficción y realidad mucho más evidente para un lector contemporáneo que las crónicas de nuestro tiempo, los historiadores de Alfonso recorren, como si rescataran, historias de luchas entre persas y moros, de los árabes que conquistaron tierras africanas para su “secta” (278), de luchas entre moros y romanos, sobre la expulsión de los judíos por parte de los godos (folio 176, 284), sobre Gunderigo, el primer rey vándalo que reinó Galicia y Asturias y pobló Lugo (295) y sobre los “bárbaros de Affrica” (308). Con realismo extremo, se relata la entrada luminosa de un grupo de santos a una iglesia, hasta que el obispo se desmayó. Eran “San Pedro et San Paulo” (279).

En esta narración oficial, los godos se distinguen por su valor contra los vándalos, lo que los lleva a conquistar brevemente África y Asia. Como todos los pueblos, los godos fueron valientes porque vencieron, hasta que fueron vencidos (287).

Poco a poco y a través de las tinieblas de mil años, vamos descubriendo detalles sobre virtudes, infortunios y traiciones de reyes y obispos. Por entonces no se usaban los modernos números arábigos de hoy; los años de cada Era se indicaban escribiendo el nombre del número, “seyscientos et quarenta et quatro”. No obstante cada “estoria”, es vaga, sin datos ni fuentes, como si los escribientes del rey tocaran de oído. Por momentos, los mismos redactores encuentran ciertos períodos más bien aburridos y reconocen que “non fallamos ninguna cosa que de contar sea que a la estoria pertenezca”(282).

No hay ideas explícitas ni complejas sino un catálogo de personajes que en su momento no necesitaron presentaciones, como el obispo de Çaragoça o “Sant Alfonso boca doro”, sobrenombre de un arzobispo de Toledo muerto en 674 (283). En una época de épicas tampoco abunda la acción narrativa. Como si el propósito original hubiese sido rescatar hechos aislados o fundar los hechos futuros y no convertirse en un fenómeno de ventas como las cartas del conquistador Hernán Cortés en el siglo XVI o del aprendiz de brujo Harry Potter en el siglo XXI.

Pero si afinamos la lectura vamos descubriendo el realismo de la época, según el cual, en tiempos de Theodisto, natural de Grecia y políglota, “no se encontraba en toda España un hombre malo ni descreído.” Theodisto, no obstante, tenía maneras amables y corazón de lobo: sacó las cosas “verdaderas” de los libros y puso las “falsas” haciendo traducir del griego al árabe libros de ciencia (278). Sólo este dato es evidencia de un rasgo que caracterizará la revolución humanista más tarde, aunque con un objstivo diferente: el autor no es la autoridad; leer no es necesariamente descifrar la verdad univoca que baja del autor, el creador, confundido con Dios. La palabra humana, tanto vela como devela, tanto cubre como descubre.

Por supuesto, las referencias a las Sanctas Escripturas y a la religión son permanentes. La imagen de los hombres buenos en abundancia es idílica. Hasta que en algún momento comenzaron a aparecer algunos hombres malos en España, entre ellos dos herejes, Eluidio y Pelayo, quienes especularon sobre la virginidad de María, enseñando “errores”. Todavía no eran tiempos de Calvino, Torquemada o del General Francisco Franco por lo que los herejes no eran quemados ni ejecutados. Fueron “corridos de Espanna” (281).

A lo largo de estas antiguas páginas también vemos el poco prestigio que tenían unos cuantos reyes. La queja sobre la autoridad parece ser un tópico antiguo, aunque en la Era moderna los españoles y los americanos colonizados la descargarán casi toda en los mandos medios, exculpando pudorosa o estratégicamente al mismo rey.

Aunque Paulo se alzó contra los moros, era un mal rey que el noble pueblo godo no mereció. Su reinado se caracterizó por el caos, donde sus mismos hombres luchan y se matan entre sí hasta que es derrotado y encarcelado junto con sus seguidores. Ante el clamor de su gente, el arzobispo intercede y ruega el perdón del rey Bamba. El simulacro de tropas francesas que debían ir al rescate del rey cristiano es descubierto por Bamba. El rescate fracasa, Bamba perdona la vida de Paulo pero lo encierra. A los franceses y alemanes los perdona y a las dos semanas los extradita a sus tierras.

El rey Bamba expulsa también a los judíos y es representado como sabio y pacificador, a pesar de que dos leguas antes de llegar a Toledo, hace cortar las barbas y sacar los “oios” de Paulo y sus seguidores. Bamba entra triunfante en Toledo y mejora la vida de sus habitantes. En el “anno 717”, ordena poner a la entrada de la ciudad inscripciones de mármol en latín: Vamba… Deo rex. (294). Algo así como el recurrente “Rey por la gracia de Dios” del que echó mano el mismo generalísimo Franco en el siglo XX.

Por varias páginas, los escribas del rey Alfonso detallan los nombres de los arzobispados y los obispos que le han de obedecer a Bamba, a partir de un Concilio hecho por el mismo interesado. La abundancia de nombres, como si fuese un escrito administrativo, demuestra el valor político y administrativo de la Iglesia de la época.

Luego de nueve años de reinado, en el año 722, envenenan al rey Bamba con una yerba en el vino. Como consecuencia el rey pierde la memoria, por lo cual es retirado a un monasterio donde vive siete años más.

Varios datos nos pintan la moral de la época. Por ejemplo, los escribas mencionan a Julian, un arzobispo de Toledo que era de origen iudio. Por su piedad “salió de entre los judíos como sale la roza de entre las espinas” (301). Mencionan también al famoso rey Vitzia. Famoso por licencioso y muy bien reconocido por sus vicios: en el año 740 ordenó que los obispos podrían tener tantas mujeres como quisieran. A juzgar por esta historia oficial, era común mandar sacar los ojos de los enemigos. Lo mismo que hizo Bamba con sus derrotados, hace Vitzia con otros. Otro “pecado” que se le atribuye es haber dejado volver a los judíos y darle más privilegios que a la iglesia (306).

Jorge Majfud

Milenio (México)

 

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La irrelevancia de la razón “¿Cómo Dios pudo permitir que sucediera esto?”

1963 Spanish peseta coin with the image of Fra...

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La irrelevancia de la razón

“¿Cómo Dios pudo permitir que sucediera esto?”

En 1974 Jorge Luis Borges le comentó a Ernesto Sábato que a su juicio bastaba con un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios todopoderoso. Esta observación sería rigurosamente cierta si consideramos que el Todopoderoso es, al mismo tiempo, Todobondadoso. Si Dios permite que ocurra en el mundo un solo gramo de mal es porque quiere que ocurra o no puede evitarlo. Si de verdad existe una lucha del Bien contra el Mal, entonces Dios aún no domina su propia creación o no quiere hacerlo. O es, como dice Isaías (45-6): “Fuera de mí no hay ningún otro. Yo modelo la luz y creo la tiniebla, Yo creo la dicha y la desgracia. Yo soy Yahve, el que hago todo”. También Pedro Abelardo, después de justificar la traición de Judas con las propias Escrituras, escribió, no sin fisuras: “¿quién ignora que el mismo diablo no hace más de lo que Dios le permite? […] El poder lo recibe de Dios; la voluntad, en cambio, le viene de sí mismo”.

La idea de un dios todopoderoso y desprovisto de un solo gramo de maldad es imposible para la lógica. Pero no demuestra su inexistencia, ya que un ser perfecto debe ser in-inteligible para los mortales. Por otra parte, Dios no es una proposición científicamente refutable, al decir de Karl Popper.

De cualquier forma, una discusión teológica es como una partida de ajedrez: sus conexiones con el mundo exterior son irrelevantes. La religión es lo contrario: es una forma de acción, muchas veces política, pocas veces metafísica, aunque con frecuencia se sirve de las interminables e inconducentes discusiones teológicas.

Es extraño que algunos consideren que el ateísmo es una posición científica y no una postura religiosa como cualquier otra. Pero no es menos extraño que los religiosos, que reniegan de cualquier teoría que prescinde de alguna intervención supranatural, no descansan en su absurda obsesión por demostrar la verdad contenida en las Sagradas Escrituras. No aceptan que cualquier página considerada sagrada en cualquier religión deja de ser un objeto de fe en el preciso momento en que se convierte en un hecho científicamente demostrado. Si algo es, o parece absurdo (como poner a todas las especies del planeta en un barco y luego negar siquiera la posibilidad de que los millones de especies que hoy lo habitan fueron consecuencia de alguna evolución) y usted literalmente cree en ello, ¿qué mejor prueba de su santidad?

Más consecuentes son quienes consideran o reconocen que uno no puede comprender (completamente) los designios de Dios.

No obstante, cada vez que en el mundo ocurre una catástrofe, como el terremoto en Japón o el huracán Katrina en Nueva Orléans, se reavivan las discusiones teológicas. En algunos países como Estados Unidos, una poderosa minoría ha secuestrado el discurso social con sus amenazas patoteológicas. En el mejor de los casos, los más civilizados, apenas conocen a alguien preguntan “¿a qué iglesia va usted los domingos?”; no si uno va a alguna iglesia.

Cuando no estoy cansado respondo, “no voy a ninguna iglesia, señora, Dios me libre”. Lo cual no es del todo cierto, porque cuando paso por algún templo que me inspira, entro con permiso.

“¿Entonces, no cree usted en Dios?”.

“Creo que sí, aunque nunca le pido prosperidad ni me persigno para que mi equipo de fútbol gane. Lo único que le pido siempre a Dios es que exista”.

“¿Cómo es posible creer en Dios y no tener iglesia?”, más de una vez me han preguntado en este país, con los ojos más abiertos de lo necesario.

Con frecuencia se cita el momento que en el programa de televisión The Early Show de Nueva York, la periodista Jane Clayson le preguntó a la hija del célebre telepastor Billy Graham sobre los atentados del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York:

“¿Cómo pudo Dios permitir que sucediera esto?”, inquirió, lo que recuerda el conocido cuestionamiento sobre Auschwitz.

La hija del pastor respondió:

“Al igual que nosotros, creo que Dios está profundamente triste por este suceso, pero durante años hemos estado diciéndole que salga de nuestras escuelas, que salga de nuestro gobierno y que salga de nuestras vidas. Y siendo el caballero que es, creo que Dios ha resuelto retirarse. ¿Cómo podemos esperar que Dios nos dé Su bendición y Su protección cuando le hemos exigido que nos deje solos?”

En todo el mundo se repitió, no sin emoción y lágrimas, este momento como “una respuesta profunda y sabia que dejó muda a Jane Clayson”.

Sin duda que hay que tener una fe muy profunda para creer que el creador del Universo actúa como un niño resentido unas veces o como un amante celoso otras. Pero esto es una cuestión de opinión. Lo que no es materia de discusión es el hecho de que los terroristas que perpetraron los atentados del 11 de setiembre tenían la misma opinión de Virginia Graham Foreman. Sobre todo, odiaban el tipo de decadencia humanista y secular que por mucho tiempo caracterizó el experimento histórico de este país, que las teocracias odiaron y que las nuevas republicas iberoamericanas intentaron copiar en el siglo XIX. Sus “padres fundadores” no fueron religiosos conservadores como cree la mayoría de los norteamericanos (¿cómo un conservador puede hacer algo revolucionario como fundar un país diferente o una nueva religión?) sino una elite de políticos humanistas que había diseñado y logrado, por primera vez, un gobierno y un Estado separado, por ley y en sus prácticas, de todo tipo de injerencia religiosa. Y por primera vez, un Estado que se fundase, al menos en teoría, en la igualdad como paradigma. No porque odiaran a Dios sino porque creían en el derecho a la libertad de los individuos (antes de excluir a los esclavos) y en un tipo radical, para la época, de democracia moderna como alternativa a las teocracias y las monarquías absolutistas.

Salvo algunos teólogos, los predicadores no necesitan ser racionales. Les basta con un par de aforismos para niños porque saben que los respalda la fe ciega de quienes lo siguen. Más que el Amor los protege el Miedo. Así logran confundir a Dios con sus propias religiones y las opiniones de sus pastores y sacerdotes con la opinión más reciente de Dios.

También Torquemada fue llamado “luz de España y el salvador del país” por enviar a la hoguera a los herejes. También Francisco Franco acuñó monedas que rezaban “Caudillo de España por la gracia de Dios” por el mismo mérito. Lo que prueba que hay amores que matan.

Pero no juzguemos a Dios por sus seguidores.

Claro que el racionalismo de los últimos tres siglos se convirtió en otra forma de fanatismo; también religioso, si se quiere. Pero tampoco fue culpa de la Razón sino de una reacción ciega que terminó negando todo lo irracional y espiritual que también forman parte de la condición humana.

En los países occidentales de hoy, la mayoría con gobiernos e instituciones públicas basadas en las ideas humanistas de libertad y laicidad, ya no se pueden quemar individuos por razones de opinión. Al menos no sin una buena excusa. Esto no fue un logro de ninguna religión sino a pesar de casi todas las religiones del momento. Fue un logro de los humanistas que lentamente liquidaron las teocracias y el fanatismo religioso que poco o nada tenían que ver con Dios.

Jorge Majfud

marzo 2011

Jacksonville University

majfud.org

Milenio (México)


Estudiar idiomas rejuvenece el cerebro (entre otras cosas)

Old stories

Image by Celeste via Flickr

2 languages make your brain buff

If you had any doubts about exposing your child – or yourself – to a foreign language, there’s more evidence than ever that being bilingual has enormous benefits for your brain.

Scientists presented their research supporting this idea Friday at the American Association for the Advancement of Science annual meeting in Washington, D.C.

As the human body begins its natural decline in old age, bilinguals seem to maintain better cognitive function, said Ellen Bialystok of York University in Toronto, Ontario. This is the case even for people with dementia. Bialystok and colleagues have studied many Alzheimer’s patients, both monolinguals and bilinguals. They found that bilinguals were on average four to five years older than monolinguals at comparable points of neurological impairment.

Once Alzheimer’s disease begins to compromise the brain, it appears that bilinguals can continue to function even though there’s damaged tissue, she said.

So what’s going on? One theory is that language learning is an example of «cognitive reserve.» It something that keeps the mind active in the same way as puzzles and games do, and works toward compensating for the build-up of dementia-causing pathology in the brain, Bialystok said.

In terms of starting language learning in middle or old age, the likelihood of becoming truly fluent in a new tongue is low, but it seems that every little bit helps in preventing cognitive decline, she said. And proficiency may be more important than age of acquisition, said Judith Kroll, researcher at Pennsylvania State University, before the conference.

Bilinguals are also better than monolinguals at multitasking, Kroll said. Juggling their languages helps bilinguals ignore irrelevant information and prioritize tasks better than those who only can only speak on tongue, she has found in her research. That makes sense considering that when a bilingual person speaks one language, the other language is still potentially active. That means that speakers of two languages are constantly inhibiting one language in favor of another, which perhaps enhances their overall attentional skills.

Why is it so hard for adults to learn a new language, compared with kids? The answer might not lie entirely in the brain. The social, educational, and other circumstantial conditions are different when an adult gets exposure to language, Bialystok said. As a child, learning a language is pretty much all you do. Adults can’t devote as much time or attention to the experience of picking up a new tongue.

«It’s a change we can deal with as adults if there’s sufficient time and opportunity,» she said.

Are there any downsides to being bilingual? Babies exposed to two languages throughout pregnancy, or who hear two languages in their first days of life, don’t confuse their languages, said Janet Weker of the University of California, Santa Barbara. The scientific evidence suggests bilingual and monolingual kids have similar language development milestones; it appears that children learning two languages do not experience delays in this regard generally.

There is, however, some research suggesting that the competition that’s produced by this mental juggling may introduce a delay in processing. But it’s so small that it’s not something that would be noticeable consciously, Kroll said. It appears that the benefits of being bilingual outweigh the costs.

What are you waiting for? Check out these resources for learning a new language online.

CNN.com (Feb. 22, 2011)


La pandemia del consumismo

The Pandemic of Consumerism (English)

La pandemia del consumismo

Los períodos de calentamiento global no son un invento humano. Pero los humanos hemos inventado la forma de convertir un ciclo natural en una anomalía. Su gravedad puede exceder la tragedia de una, de muchas bombas atómicas, pero no vemos la explosión porque vivimos dentro de ella, porque se parece al incontestable capricho de la naturaleza ante el cual solo cabe resignarse.

Los gobiernos del mundo están demasiado ocupados tratando de salvar a la humanidad de “la gran crisis” —la crisis económica—, estimulando el mismo consumo que nos está llevando a la catástrofe. Si la destrucción global aún no ha alcanzado la catástrofe tan temida, es sólo porque el consumismo no ha alcanzado aun los porcentajes tan deseados. En este delirio colectivo, confundimos desarrollo con consumismo, éxito con despilfarro, crecimiento con engorde. La pandemia es considerada un síntoma de buena salud. Su éxito ha sido tan abrumador que no hay ideología ni sistema político en el mundo que no esté concentrado en reproducirla y multiplicarla.

Las nuevas tecnologías podrían ayudar a disminuir las emisiones de dióxido de carbono, pero es improbable que sean suficientes ante un mundo que recién se encuentra en los inicios de su capacidad para consumir, dilapidar y destruir. Pretender reducir la contaminación ambiental sin reducir el consumismo es como combatir el narcotráfico sin reducir la adicción de los drogadictos.

El despilfarro irracional del consumismo no tiene límites; no ha evitado la muerte de millones de niños por hambre pero ha puesto en peligro la existencia de toda la biósfera. Si el exitoso consumismo no es reemplazado por la olvidada austeridad, pronto deberemos elegir entre la guerra y la miseria, entre el hambre y las epidemias.

Está en manos de los gobiernos y en manos de cada uno de nosotros organizar la salvación o acelerar la destrucción. La Conferencia sobre el cambio climático de Copenhague es una nueva oportunidad para evitar la mayor catástrofe que nunca ha enfrentado la Humanidad. Procuremos que no sea otra oportunidad perdida, porque no disponemos de todo el tiempo del mundo.

Jorge Majfud

Enero 2009

https://web.archive.org/web/20110515101838/http://www.un.org/wcm/content/site/chronicle/cache/bypass/home/archive/Issues2009/pid/5087?ctnscroll_articleContainerList=1_0&ctnlistpagination_articleContainerList=true

 

La pandémie du consumérisme

Par Jorge Majfud

Chrinique ONU  

Les périodes de réchauffement climatique ne sont nécessairement une invention humaine. Mais les êtres humains ont trouvé les moyens de transformer un cycle naturel en un cycle anormal dont la gravité dépasse l’explosion tragique d’une bombe atomique, ou même de plusieurs bombes atomiques. Toutefois, nous ne pouvons pas voir l’explosion parce que nous sommes pris dans son tourbillon, parce qu’elle semble être un accident de la nature auquel nous devons nous résigner.

Les gouvernements mondiaux sont trop occupés à tenter de sauver l’humanité de la « grande crise » – la crise économique – en stimulant la consommation qui nous conduit à une catastrophe totale. Si nous n’avons pas encore atteint le niveau d’une véritable catastrophe, c’est seulement parce que nous n’avons pas encore atteint les niveaux de consommation soi-disant souhaités.
Dans cette illusion collective, on confond développement et consumérisme, gaspillage et succès ainsi que croissance et engraissement. La pandémie est perçue comme un signe de bonne santé. Son « succès » est tel qu’il n’existe aucun système idéologique ou politique dans le monde qui ne se soit adapté pour le reproduire.
Les nouvelles technologies pourraient permettre de réduire les émissions de dioxyde de carbone, mais cela ne sera probablement pas suffisant dans ce monde qui ne fait que commencer à consommer, à gaspiller et à détruire. Tenter de réduire la pollution environnementale sans réduire le consumérisme équivaut à combattre le trafic de la drogue sans combattre la toxicomanie.
Le consumérisme débridé et irrationnel ne connaît aucune limite. Il n’a pas empêché des millions d’enfants de mourir de faim, mais il a mis en danger l’existence de l’ensemble de la biosphère. Si le consumérisme n’est pas remplacé par des valeurs oubliées comme l’austérité, nous aurons bientôt à choisir entre la guerre et la misère, la faim et les épidémies.
Il incombe aux gouvernements et à chacun d’entre nous soit d’organiser notre salut soit d’accélérer la destruction de notre propre monde.
La Conférence sur le climat de Copenhague offre une nouvelle occasion de prévenir la plus grande calamité à laquelle l’humanité ait jamais été confrontée. Il ne faut surtout pas manquer cette occasion, parce que le temps nous est compté.
Jorge Majfud est l’auteur de La Ciudad de la Luna, son ouvrage le plus récent.

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The Pandemic of Consumerism

Periods of global warming are not in and of themselves a human invention. But humans have invented ways of turning a natural cycle into an abnormality whose severity can exceed the tragedy of one atomic bomb or even of several atomic bombs. However, we cannot see the explosion because we live in it, because it seems to be an evident freak of nature to which we must all resign ourselves.

The world’s governments are too busy trying to save humanity from the “great crisis” —the economic crisis— by stimulating the same consumption that is leading us to unmitigated disaster. If the level of global destruction has not yet reached the dreaded status of full-blown catastrophe, it is only because consumerism has not yet reached its supposedly desired levels.

In this collective delusion, development is confused with consumerism, wastefulness with success, and growth with fattening. The pandemic is considered a sign of good health. Its “success” has been so overwhelming that there is no ideology or political system in the world that is not bent upon reproducing and multiplying it.

New technologies could help to reduce carbon dioxide emissions, but it is unlikely that this would be sufficient in a world that is just at the beginning of its capacity to consume, to squander, and to destroy. Trying to reduce environmental pollution without reducing consumerism is like combatting drug trafficking without reducing the drug addiction.

Wasteful and irrational consumerism has no limits; it has not prevented the death of millions of children from hunger, but it has endangered the existence of the entire biosphere. If “successful” consumerism is not replaced by the forgotten values of austerity, soon we will choose between war and misery, hunger and epidemics.

It is in hands of governments and in hands of each of us either to organize the salvation or accelerate the destruction of our own world. The Climate Change Conference in Copenhagen is a new opportunity to prevent the greatest calamity humanity has ever faced. Let us not have another opportunity missed, because we certainly do not have all the time in the world.

Jorge Majfud

August 2009

Lincoln University

Crisis IV

Picture of San Francisco at Sunset.

San Francisco

Crisis IV (English)

Krisia IV (vasco)

Crisis IV

Sábado 20 de setiembre. Dow Jones: 11.388

San Francisco, California. 5:30 AM

Estábamos de lo más tranquilos en la fiesta de Lilian cuando llegó él con sus dos amiguitos de siempre, el Patrick y el otro no me acuerdo. Le pregunté a Lilian si los había invitado y ella sólo se rió, lo que para el caso venía a querer decir que no, o que no había tenido más remedio que invitarlos. Yo nunca antes había tenido problemas con el Nacho así que no me venga con eso de animosidad o predisposición ni mucho menos premeditación.

No había sido premeditado. Nacho Washington Sánchez había llegado a la fiesta con un regalo para la joven que cumplía quince años dos días más tarde. Sus padres habían adelantado el festejo para hacerlo coincidir con el sábado 14 y en premio a sus buenas notas.

Nacho Sánchez, Santa Clara, 19, había vuelto a clases con casi veinte años, después de pasar un tiempo en una fábrica de pollos de Georgia. Y esta vez había vuelto con la madurez y las ganas como para llevarse el segundo puesto de las mejores notas de su clase.

Según declararon sus amigos a la policía, Nacho no había ido a la fiesta por Lilian sino por Claudia Knickerbacker, la chilena amiga de la cumpleañera. Y si se había despedido de miss Wright con un abrazo y un beso en la mejilla eso no quería decir nada. O no quería decir, como le gritaba George Ramírez, sexual harassment.

—Lo que pasa es que George cada vez habla menos español y se olvidó o hace que se olvida que los latinos abrazamos y besamos con más frecuencia que los yanquis. El resto está dentro de la cabeza de alguno de estos reprimidos que ven sexo en todas partes y tratan de extirparlo con una tenaza caliente. Es cierto que antes de irse a la parada de la guagua el Nacho se dio vuelta y le dijo que el George ya no era mejicoamericano porque en Calabazas North se le había caído lo de mejico. No era necesario, más después de haber aguantado como un príncipe los insultos que George le había tirado desde que salió de casa de los Wright.

—Qué insultos? Recuerda alguno?

—Eso que le decía, que el Nacho era un abusador de menores, que Lilian todavía tenía catorce años y que lo iba a denunciar a la policía y lo perseguía amenazándolo con el teléfono en la mano. Sin darse vuelta Nacho le decía, sí, llama al 911. Detrás venían los otros.

—Cuántos eran?

—Cinco o seis, no recuerdo exactamente. Estaba oscuro y yo tenía un miedo bárbaro que se armara y ligáramos todos. Faltaban cien yardas para llegar a la parada y la guagua justo estaba esperando en las luces de la otra cuadra y al George se le ocurrió gritarle que no iba a llamar al 911 sino a la Migra. Todos sabían que los padres del Nacho eran ilegales y no habían salido de esa desde que el Nacho tenía memoria, por lo que él mismo, siendo ciudadano, evitaba siempre encontrarse con la policía, como si lo fueran a deportar o lo fueran a meter preso por ser hijo de ilegales, cosa que él bien sabía que era absurdo pero era algo más fuerte que él. Cuando le robaron la billetera en el metro al aeropuerto no hizo la denuncia y prefirió volverse a casa y perdió el vuelo a Atlanta. Y por eso uno podía decirle lo peor y el Nacho se quedaba siempre en el molde, mascando rabia pero no levantaba una mano, que mano y fuerza como para doblar un burro no le faltaba. No él, claro, él no era ilegal, era ciudadano y los otros debían saberlo. Pero los otros que venían detrás, entre los que estaba John, el hermano mayor de Lilian, que entendió lo de “migra” y lo de “sexual harassment”, se puso a la par del George que sobresalía por su tamaño y su camisa blanca…

—Quiere que le traigan agua?

—Yo apuré el paso diciendo que se nos iba la guagua y me subí. Después no supe más. Sólo vi por una ventana que a lo lejos se habían tirado sobre el Nacho y el Barrett trataba inútilmente de rescatarlo de la turba. Pero el Barrett es más chico que yo. Después las luces de Guerrero Street y la Cesar Chavez, me senté en el último asiento con el celular en la mano hasta mi casa. Pero el Nacho nunca contestó a todos los mensajes que le dejé pidiéndole que me llame para atrás. Nacho se despidió así porque estaba feliz. Ella lo había invitado para que tuviese una oportunidad con la Knickerbacker y en la cocina mientras repartían el tres leches la Knickerbacker no le había dicho que no. Le dijo que podían salir el sábado próximo y eso lo había dejado muy feliz al Nacho, siempre tan acomplejado por su calvicie incipiente a los diecinueve años que creía razón suficiente para que cualquier chica bonita lo rechazase. No es que la chilena fuese una modelo, no, pero el Nacho estaba ciegamente enamorado desde que entró al school de nuevo.

—Y usted?

—Yo no creo que aquella despedida tan calurosa fuese porque estaba feliz. Ellos siempre avanzan así, no respetan el espacio personal. Dicen que los latinos son así, pero si vienen a este país deben comportarse según las reglas de este país. Aquí sólo damos la mano. No estamos en Rusia para que los hombres se anden besando. Menos besar a una niña así delante de sus padres y de todos sus amigos. You’re right, sus padres no se quejaron, pero tampoco dijeron nada cuando George y sus amigos salieron decididos a darles una lección a los intrusos esos. Los Wright son educados y como vieron que Nacho se fue sin armar escándalo prefirieron no intervenir. Pero seguro que hablaron con Lilian después, porque tenían una cara de cansados que se los llevaba la muerte. Fue por una moral issue. Por una cuestión moral. Una cuestión de principios, de valores. No podíamos permitir que cualquiera viniese a interrumpir la paz de la fiesta y abusara de una de las niñas. No, no me arrepiento. Hice lo que debía hacer para defender la moral de la casa. No, no era mi casa, pero es como si lo fuera. Soy amigo de Johnny desde la middle school. No, no lo queríamos matar, pero él se lo buscó. Qué delito hay peor que abusar de una niña? No la manoseó, pero así empiezan todos ellos. Ellos, usted sabe a quiénes me refiero. Ellos! No fuerce mi declaración, conozco mis derechos. Ellos no saben respetar la distancia personal y luego pierden el control. No, mis padres eran mexicanos pero entraron legales y se graduaron de la universidad de San Diego. No, no, no… Yo soy americano, señor, no confunda.

Domingo 21 de setiembre. Dow Jones: 11.388

Cocoa, Florida. 10:30 AM

Hace unos días un señor me recomendaba leer un nuevo libro sobre la idiotez. Creo que se llamaba El regreso del idiota, Regresa el idiota, o algo así. Le dije que había leído un libro semejante hace diez años, titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano.

—Qué le pareció? —me preguntó el hombre entrecerrando los ojos, como escrutando mi reacción, como midiendo el tiempo que tardaba en responder. Siempre me tomo unos segundos para responder. Me gusta también observar las cosas que me rodean, tomar saludable distancia, manejar la tentación de ejercer mi libertad y, amablemente, irme al carajo.

—¿Qué me pareció? Divertido. Un famoso escritor que usa los puños contra sus colegas como principal arma dialéctica cuando los tiene a su alcance, dijo que era un libro con mucho humor, edificante… Yo no diría tanto. Divertido es suficiente. Claro que hay mejores.

—Sí, ese fue el padre de uno de los autores, el Nóbel Vargas Llosa.

—Mario, todavía se llama Mario.

—Bueno, pero ¿qué le pareció el libro? —insistió con ansiedad.

Tal vez no le importaba mi opinión sino la suya.

—Alguien me hizo la misma pregunta hace diez años —recordé—. Me pareció que merecía ser un best seller.

—Eso, es lo que yo decía. Y lo fue, lo fue; efectivamente, fue un best seller. Usted se dio cuenta bien rápido, como yo.

—No era tan difícil. En primer lugar, estaba escrito por especialistas en el tema.

—Sin duda —interrumpió, con contagioso entusiasmo.

—¿Quiénes más indicados para escribir sobre la idiotez, si no? Segundo, los autores son acérrimos defensores del mercado, por sobre cualquier otra cosa. Vendo, consumo, ergo soy. ¿Qué otro mérito pueden tener sino convertir un libro en un éxito de ventas? Si fuese un excelente libro con pocas ventas sería una contradicción. Supongo que para la editorial tampoco es una contradicción que se hayan vendido tantos libros en el Continente Idiota, no? En los países inteligentes y exitosos no tuvo la misma recepción.

Por alguna razón el hombre de la corbata roja advirtió algunas dudas de mi parte sobre las virtudes de sus libros preferidos. Eso significaba, para él, una declaración de guerra o algo por el estilo. Hice un amague amistoso para despedirme, pero no permitió que apoyara mi mano sobre su hombro.

—Usted debe ser de esos que defiende esas ideas idiotas de las que hablan estos libros. Es increíble que un hombre culto y educado como usted sostenga esas estupideces.

—¿Será que estudiar e investigar demasiado hacen mal? —pregunté.

—No, estudiar no hace mal, claro que no. El problema es que usted está separado de la realidad, no sabe lo que es vivir como obrero de la construcción o gerente de empresa, como nosotros.

—Sin embargo hay obreros de la construcción y gerentes de empresas que piensan radicalmente diferente a usted. ¿No será que hay otro factor? Es decir, por ejemplo, ¿no será que aquellos que tienen ideas como las suyas son más inteligentes?

—Ah, sí, eso debe ser…

Su euforia había alcanzado el climax. Iba a dejarlo con esa pequeña vanidad, pero no me contuve. Pensé en voz alta:

—No deja de ser extraño. La gente inteligente no necesita de idiotas como yo para darse cuenta de esas cosas tan obvias, no?

—Negativo, señor, negativo.

Jorge Majfud

Crisis I

taken in the Arizona-Sonora Desert Museum look...

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Krisia I (vasco)

Crisis (I) (English)

Crisis I

Viernes 2 de mayo. Dow Jones: 13.058
Sierra Vista, Arizona. 11:10 PM

Una noche sin luna Guadalupe de Blanco cruzó la frontera de rodillas. Se comió la arena del desierto y regó el suelo de Arizona con la sangre de sus pies.
El sábado 3 a la tarde tropezó con una botella de agua caliente, de esas que los perros hermanos tiran sobre el desierto a la espera de salvar algún que otro moribundo.
El domingo se durmió muy despacio con la esperanza de no despertar al día siguiente. Pero despertó, casi ahogada sobre una gran mancha que había estampado su cuerpo en la piedra. Reconoció el halo vaginal de la Guadalupe que la había acunado toda la noche y la había devuelto al mundo con amor y sin piedad. Enseguida sintió el temprano rigor del sol, otra vez en su lento trabajo de chupar de su piel y de su carne y de su cerebro el agua que le había ganado a la suerte del día anterior. Entonces volvió a meter el corazón todavía húmedo y palpitante en el pecho, se levantó y por obediencia al Cosmos siguió caminado.
Dos días después la descubrió un coyote. Enfurecido murmuraba que el rubro no daba para más. Murmuraba y escupía tabaco. Guadalupe caminó en su compañía y al lado de la promesa de que su agonía había terminado. El coyote se quejó varias veces de la mercancía. La tierra no servía, estaba seca, el fuego subía por las piedras, los jimadores no pagaban.
En lo que iba de la temporada, se había ocupado de diecinueve mexicanos, ocho hondureños, cinco salvadoreños, dos colombianos y alguno de más al sur, un chiflado chileno o argentino en busca de emociones. Casi todos chaparros de espaldas anchas y cabezas cuadradas y bocas de piedra. Pocas palabras y mucha hambre y desconfianza. Les había dado de comer y un día, al volver, no había encontrado más que la casa vacía.
La casa quedaba a los pies de una quebrada roja como la sangre del quetzal. Adentro olía a soledad y cerveza. Por el tamaño, no parecía haber sido el refugio de tanta gente.
El comentario de Guadalupe le cayó mal. Al menos era sombra fresca.
—Guadalupe —dijo, sonriendo— ¿a qué vienes a los Estados?
—La necesidad me trae, señor.
—La necesidad es cosa seria —dijo y con destreza le tapó la boca.
Sus ojos se hincharon de lágrimas y espanto. Era joven la güerita y tenía labios blandos como la miel. Los ojos oscuros pero claros. ¿Cómo decirlo? La respiración agitada y sin arrugas. Como una respiración de placer pero ella no lo entendió así. Los inútiles grititos más suaves que irritantes. Por eso que se salvó, porque yo no soporto que al final no reconozcan un buen trabajo. Me había pasado tantas indias sin forma que no me iba a privar de ese angelito enviado por el cielo.
Lupita lloró toda la noche pero no sabría decir qué tipo de llanto era. Murmullos. Llamaba a su madre y a un tal “chiquito” que de seguro era la cría que había dejado del otro lado. Son peores que las perras. Las perras no se separan de sus cachorros.
Al final me harté de tanta melancolía y al otro día le corté un mechoncito de pelo y la dejé ir por donde había llegado.
Se fue tropezando entre las piedras, como si me fuese a arrepentir, como si fuese incapaz de cumplir con mi palabra. Se fue moqueando como una niña. Más bien parecía un resfrío. La flu. Agarró sus porquerías y se fue. Llorando, claro, como una Magdalena. Y la verdad que me arrepentí al poco rato. Esa niña necesitaba alguien que la proteja y yo alguien como ella, una mariposa coqueteando entre las llamas de la lumbre, en vivo y en directo, y no acostarme todas las noches con su lindo recuerdo. Quién sabe si no tengo un hijo por ahí y no lo sé. O una hija.
Quién sabe si dentro de quince años no me cruce con ella, livianita como una pajarita, rubiecita y linda así como era Lupita.
Vida pobre la del coyote.

Jorge Majfud

Milenio (Mexico)

Honduras contra la historia

Honduras

Image via Wikipedia

By Their Methods You Shall Know Them (English)

Honduras contra a história (Portuguese)

Honduras contra la historia

Por sus métodos los conocerás

La Biblia refiere que cierta vez los maestros de la ley llevaron ante Jesús a una mujer adúltera. Pretendían apedrearla hasta la muerte, según los obligaba la ley de Dios, que por entonces dicen que era también la ley de los hombres. Maestros y fariseos quisieron probar a Jesús, de lo cual se induce que Jesús ya era conocido por su falta de ortodoxia con respecto a las leyes más antiguas. Jesús sugirió que quien estuviese libre de pecado tirase la primera piedra. Así nadie pudo ejecutar la ley escrita.

De esta forma y de muchas otras, la misma Biblia se fue cambiando a sí misma, pese a ser una suma de libros inspiradas por Dios. Las religiones se han preciado siempre de ser grandes fuerzas conservadoras que, enfrentadas a los reformistas, se convirtieron en grandes fuerzas reaccionarias. La paradoja radica en que toda religión, toda secta ha sido fundada por algún subversivo, por algún rebelde o revolucionario. Por algo pululan los mártires, perseguidos, torturados y asesinados por los poderes políticos del momento.

Los hombres que perseguían a la adúltera se retiraron, reconociendo con los hechos sus propios pecados. Pero a lo largo de la historia el resultado ha sido diferente. Los hombres que oprimen, matan y asesinan a los presuntos pecadores siempre lo hacen justificados en alguna ley, en algún derecho y en nombre de la moral. Esta regla, más universal, fue la aplicada en el mismo ajusticiamiento de Jesús. En su época no fue el único rebelde que luchó contra el imperio romano. No por casualidad se lo crucificó junto con otros dos reos. Por asociación, se quiso significar que se estaba ajusticiando a un reo más. Ni siquiera a un disidente religioso. Ni siquiera a un disidente político. Invocando otras leyes, se sacó del medio al subversivo que ponía en cuestión la pax romana y el colaboracionismo de la aristocracia y las jerarquías religiosas de su propio pueblo. Todo fue realizado según las leyes. Pero la historia los reconoce hoy por sus métodos.

El gobierno de George Bush nos dio tema de sobra y a gran escala. Todas las guerras y las violaciones a las leyes nacionales e internacionales fueron acometidas en defensa de la ley y el derecho. Por sus intereses sectarios será juzgado por la historia. Por sus métodos se conocerán sus intereses.

En América latina, el papel de la iglesia católica ha sido casi siempre el papel de los fariseos y los maestros de la ley que condenaron a Jesús en defensa de las clases dominantes. No hubo dictadura militar, de origen oligarca, que no recibiera la bendición de obispos y de influyentes sacerdotes, legitimizando así la censura, la opresión o el asesinato en masa de los supuestos pecadores.

Ahora, en el siglo XXI, el método y los discursos se repiten en Honduras como un latigazo del pasado.

Por sus métodos los conocemos. El discurso patriota, la complacencia de una clase alta educada en la dominación de los pobres sin educación académica. Una clase dueña de los métodos de educación popular, como lo son los principales medios de comunicación. La censura; el uso del ejército en acción de sus planes; la represión de las manifestaciones populares; la expulsión de periodistas; la expulsión por la fuerza de un gobierno elegido por votación democrática, su posterior requerimiento ante Interpol, su amenaza al encarcelamiento de los disidentes si regresaban y su posterior negación por la fuerza a que regresen.

Para ver mejor este fenómeno reaccionario vamos a dividir la historia humana en cuatro grandes períodos:

1) El poder colectivo de la tribu concentrado en un miembro fuerte de una familia, por lo general un hombre.

2) Un período de expansión agrícola unificado por un tótem (algo así como un apellido vencedor) y luego un faraón o emperador. En este momento surgen las guerras y se consolidan los ejércitos más primitivos, no tanto para la defensa sino para la conquista de nuevos territorios productivos y para la administración estatal de la sobreproducción de su propio pueblo y la opresión de sus pueblos esclavos. Esta etapa se continúa con sus variaciones hasta los reyes absolutistas de Europa, pasando por la Era Feudal. En todos, la religión es un elemento central de cohesión y también de coacción.

3) En la Era Moderna tenemos un renacimiento y una radicalización del experimento griego de democracia representativa. Sólo que en este momento el pensamiento humanista incluye la idea de universalidad, de la igualdad implícita de todo ser humano, la idea de la historia como un proceso de perfeccionamiento y no de inevitable corrupción y el concepto de moral como un producto humano y relativo a un determinado tiempo. Y quizás la idea más importante, ya desde el filósofo árabe Averroes: el poder político no como la pura voluntad de Dios sino como el resultado de los intereses sociales, de clases, etc. El liberalismo y el marxismo son dos radicalizaciones (opuestas en sus medios) de esta misma corriente de pensamiento, que también incluye la teoría de la evolución de Charles Darwin. Este período de democracia representativa fue la forma más práctica de reunir las voces de millones de hombres y mujeres en una sola casa, el Congreso o Parlamento. Si el Humanismo es anterior a las técnicas de popularización de la cultura, también es potenciado por éstas. La imprenta, los libros de bolsillo, los periódicos a bajo precio en el siglo XIX, la necesaria alfabetización de los futuros obreros fueron pasos decisivos hacia la democratización. No obstante, al mismo tiempo las fuerzas reaccionarias, las fuerzas dominantes del período anterior, rápidamente conquistaron estos medios. Así, si ya no era posible demorar más la llegada de la democracia representativa, sí era posible dominar sus instrumentos. Los sermones medievales en las iglesias, funcionales en gran parte a los príncipes y duques, se reformularon en los medios de información y en los medios de la nueva cultura popular, como la radio, el cine y la televisión.

4) No obstante la ola democrática siguió su camino, con frecuencia regado en sangre por los sucesivos golpes reaccionarios. En el siglo XXI la ola del humanismo renacentista se continúa. Y con ella se continúan los instrumentos para hacerla posible. Como Internet, por ejemplo. Pero también las fuerzas contrarias, las reacciones de los poderes constituidos por las etapas anteriores. Y en la lucha van aprendiendo a usar y dominar los nuevos instrumentos. Cuando la democracia representativa no termina de madurar, ya surgen las ideas y los instrumentos para pasar a una etapa de democracia directa, participativa, radical.

En algunos países, como hoy en Honduras, la reacción no es contra esta última etapa sino contra la anterior. Una especie de reacción tardía. Aunque en apariencia implica una escala menor, tiene una trascendencia latinoamericana y universal. Primero porque significa un llamado de atención ante la reciente complacencia democrática del continente; y segundo porque estimula el modus operandi de aquellos reaccionarios que han navegado siempre contra las corrientes de la historia.

Antes anotamos las pruebas de por qué el presidente depuesto en Honduras no violó ninguna ley, ninguna constitución. Ahora podemos ver que su propuesta de una encuesta popular era un método de transición entre una democracia representativa hacia una democracia directa. Quienes interrumpieron este proceso pusieron reversa hacia la etapa anterior.

La cuarta etapa era intolerable para una mentalidad bananera que se reconoce por sus métodos.

Jorge Majfud

Julio 2009

Lincoln University

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Crisis de los ricos, via crucis de los pobres

Lucas bebiendo

Image by Arguez via Flickr

Krise der Reichen, Kreuzweg für die Armen (German)

Crisi dei ricchi, via crucis dei poveri (Italian)

Crisis for the Rich, Via Crucis for the Poor (English)

Crisis de los ricos, via crucis de los pobres

Las teorías de la evolución después de Darwin asumen una dinámica de divergencias. Dos especies pueden derivar de una en común; cada tanto, estas variaciones pueden desaparecer de forma gradual o abrupta, pero nunca dos especies terminan confluyendo en una. No existe mestizaje sino dentro de la misma especie. A la larga, una gallina y un hombre son parientes lejanos, descendientes de algún reptil y cada uno significa una respuesta exitosa de la vida en su lucha por la sobrevivencia.

Es decir, la diversidad es la forma en que la vida se expande y se adapta a los diversos medios y condiciones. Diversidad y vida son sinónimos para la biósfera. Los procesos vitales tienden a la diversidad pero al mismo tiempo son la expresión de una unidad, la biósfera, Gaia, la exuberancia de la vida en lucha permanente por sobrevivir a su propio milagro en ambientes hostiles.

Por la misma razón la diversidad cultural es una condición para la vida de la humanidad. Es decir, y aunque podría ser una razón suficiente, la diversidad no se limita sólo a evitarnos el aburrimiento de la monotonía sino que, además, es parte de nuestra sobrevivencia vital como humanidad.

No obstante, hemos sido los humanos la única especie que ha sustituido la natural y discreta pérdida de especies por una artificial y amenazante exterminación, por la depredación industrial y por la contaminación del consumismo. Aquellos que sostenemos un posible aunque no inevitable “progreso de la historia” basado en el conocimiento y el ejercicio de la igual-libertad, podemos ver que la humanidad, tantas veces puesta en peligro de extinción por sí misma, ha logrado algunos avances que le ha permitido sobrevivir y convivir con su creciente fuerza muscular. Y aún así, nada bueno hemos agregado al resto de la naturaleza. En muchos aspectos, quizás en ese natural proceso de prueba y error, hemos retrocedido o nuestros errores se han vuelto exponencialmente peligrosos.

El consumismo es uno de esos errores. Ese apetito insaciable nada o poco tiene que ver con el progreso hacia una posible y todavía improbable era sin-hambre, post-escasez, sino con la más primitiva era de la gula y la codicia. No digamos con un instinto animal, porque ni los leones monopolizan la sabana ni practican el exterminio sistemático de sus victimas, y porque hasta los cerdos se sacian alguna vez.

La cultura del consumismo ha errado en varios aspectos. Primero, ha contradicho la condición antes señalada, pasando por encima de las diversidades culturales, sustituyéndolas por sus baratijas universales o creando una pseudo diversidad donde un obrero japonés o una oficinista alemana pueden disfrutar dos días de una artesanía peruana hecha en China o cinco días de las más hermosas cortinas venecianas importadas de Taiwán antes que se rompan por el uso. Segundo, porque también ha amenazado el equilibrio ecológico con sus extracciones ilimitadas y sus devoluciones en forma de basuras inmortales.

Ejemplos concretos podemos observarlos a nuestro alrededor. Podríamos decir que es una suerte que un obrero pueda disfrutar de las comodidades que antes les estaban reservadas sólo a las clases altas, las clases improductivas, las clases consumidoras. No obstante, ese consumo —inducido por la presión cultural e ideológica— se ha convertido muchas veces en la finalidad del trabajador y en un instrumento de la economía. Lo que por lógica significa que el individuo-herramienta se ha convertido en un medio de la economía como individuo-consumidor.

En casi todos los países desarrollados o en vías de ese “modelo de desarrollo”, los muebles que invaden los mercados están pensados para durar pocos años. O pocos meses. Son bonitos, tienen buena vista como casi todo en la cultura del consumo, pero si los miramos fijamente se rayan, pierden un tornillo o quedan en falsa escuadra. Ahora resulta un exotismo aquella preocupación de mi familia de carpinteros por mejorar el diseño de una silla para que durase cien años. Pero los nuevos muebles descartables no nos preocupan mayormente porque sabemos que han costado poco dinero y que, en dos o tres años vamos a comprar otros nuevos, lo que de paso da más interés y variación en la decoración de nuestras casas y oficinas y sobre todo estimulan la economía del mundo. Según la teoría en curso, lo que tiramos aquí ayuda al desarrollo industrial en algún país pobre. Por eso somos buenos, porque somos consumidores.

No obstante, esos muebles, aún los más baratos, han consumido árboles, han quemado combustible en su largo viaje desde China o desde Malasia. La lógica de “tírelo después de usar”, que es lo más razonable para una jeringa de plástico, se convierte en una ley necesaria para estimular la economía y mantener el PBI en perpetuo crecimiento, con sus respectivas crisis y fobias cuando su caída provoca una recesión del dos por ciento. Para salir de ella hay que aumentar la droga. Sólo Estados Unidos, por ejemplo, destina billones de dólares para que sus habitantes vuelvan a consumir, a gastar, para salir de la locura de la recesión y así el mundo pueda seguir girando, consumiendo y desechando.

Pero esos desechos, por baratos que sean —el consumismo está basado en mercaderías baratas, desechables, que hace casi inaccesible el reciclaje de productos duraderos— poseen trozos de madera, plástico, baterías, caños de hierro, tornillos, vidrio y más plástico. En Estados Unidos todo eso y algo más va a la basura —aún en este tiempo llamado “de gran crisis” por razones equívocas— y en los países pobres, los pobres van en busca de esa basura. A la larga, quien termina consumiendo toda la basura es la naturaleza mientras la humanidad sigue poniendo en suspenso sus cambios de hábitos para salir de la recesión primero y para sostener el crecimiento de la economía después.

Pero ¿qué significa “crecimiento de la economía”, ese dos o tres por ciento que obsesiona al mundo entero, de Norte a Sur y de Este a Oeste?

El mundo está convencido de que se encuentra en una terrible crisis. Pero el mundo siempre estuvo en crisis. Ahora es definida como crisis mundial porque (1) procede y afecta la economía de los más ricos; (2) el paradigma simplificado del desarrollo ha irradiado su histeria al resto del mundo, restándole legitimidad. Pero en Estados Unidos las personas siguen inundando las tiendas y los restaurantes y sus recortes no llegan nunca al hambre, aun en la gravedad de millones de trabajadores sin trabajo. En nuestros países periféricos una crisis significa niños en la calle pidiendo limosna. En Estados Unidos suele significar consumidores consumiendo un poco menos mientras esperan el próximo cheque del gobierno.

Para salir de esa “crisis”, los especialistas se exprimen el cerebro y la solución es siempre la misma: aumentar el consumo. Irónicamente, aumentar el consumo prestándole a la gente común su propio dinero a través de los grandes bancos privados que reciben la ayuda salvadora del gobierno. No se trata solo de salvar algunos bancos, sino, sobre todo, de salvar una ideología y una cultura que no sobreviven por sí solas sino en base a frecuentes inyecciones ad hoc: estímulos financieros, guerras que impulsan la industria y controlan la participación popular, drogas y diversiones que estimulan, tranquilizan y anestesian en nombre del bien común.

¿Realmente habremos salido de la crisis cuando el mundo retome un crecimiento del cinco por ciento mediante el estímulo del consumo en los países ricos? No estaremos preparando la próxima crisis, una crisis real —humana y ecológica— y no una crisis artificial como la que tenemos hoy? ¿Realmente nos daremos cuenta que ésta no es realmente una crisis sino sólo una advertencia, es decir, una oportunidad para cambiar nuestros hábitos?

Cada día es una crisis porque cada día elegimos un camino. Pero hay crisis que son una larga una via crusis y otras que son críticas porque, tanto para oprimidos como para opresores significa una doble posibilidad: la confirmación de un sistema o su aniquilación. Hasta ahora ha sido lo primero por faltas de alternativas a lo segundo. Pero nunca hay que subestimar a la historia. Nadie hubiese previsto jamás una alternativa al feudalismo medieval o al sistema de esclavitud. O casi nadie. La historia de los últimos milenios demuestra que los utópicos solían preverlo con exagerada precisión. Pero como hoy, los utópicos siempre han tenido mala fama. Porque es la burla y el desprestigio la forma que cada sistema dominante ha tenido siempre para evitar la proliferación de gente con demasiada imaginación.

Jorge Majfud

Lincoln University, febrero, 2009.

Crisi dei ricchi, via crucis dei poveri

Le teorie dell’evoluzione dopo Darwin assumono una dinamica divergente. Due specie possono discendere da una comune; ogni tanto, le specie stesse possono scomparire in forma graduale o drastica, ma mai due specie finiscono con il confluire in una sola. Non esiste meticciato se non all’interno della stessa specie. Nel lungo periodo, una gallina e un’uomo sono parenti lontani, discendenti di un qualche rettile ed entrambi rappresentano una risposta positiva della vita nella lotta per la sopravvivenza.

Cioé, la diversità è la forma in cui la vita si espande e si adatta ai diversi ambienti e alle diverse condizioni. Diversità e vita sono sinonimi per la biosfera. I processi vitali tendono alla diversità ma allo stesso tempo sono espressione di una unità, la biosfera, Gaia, l’esuberanza della vita nella sua permanente lotta per sopravvivere in ambienti ostili al suo stesso miracolo.

Per la stessa ragione la diversità culturale è un requisito per la vita dell’umanità. Ovvero, e comunque potrebbe essere una ragione sufficiente, la diversità non si limita solo a evitarci la noia della monotonia ma, inoltre, è parte della nostra sopravvivenza vitale come umanità.

Nonostante ciò, siamo stati noi esseri umani la unica specie che ha sostituito la naturale e prudente sostituzione di specie con un artificiale e minaccioso sterminio, con il saccheggio industriale e con la contaminazione del consumismo. Coloro tra noi che sostengono un possibile ma non inevitabile “progresso della storia” basato sulla conoscenza e l’esercizio dell’eguale-libertà, possono vedere che l’umanità, tante volte posta in pericolo di estinzione da se stessa, ha ottenuto alcuni successi che le hanno permesso di sopravvivere e di convivere con la propria crescente forza muscolare. E nonostante ciò, non abbiamo aggiunto niente di buono al resto della natura. In molti aspetti, in questo naturale processo di prove ed errori, forse siamo andati indietro o i nostri errori sono diventati esponenzialmente più pericolosi.

Il consumismo è uno di questi errori. Questo appetito insaziabile ha poco o niente a che fare con il progresso verso una possibile e comunque improbabile era senza-fame, post-scarsità, piuttosto ha a che vedere con una più primitiva era della gola e dell’avidità. Non diciamo che ha a che fare con un istinto animale, perchè nemmeno i leoni monopolizzano la savana né praticano lo sterminio sistematico delle proprie vittime, e perchè perfino i maiali si saziano solo di tanto in tanto.

La cultura del consumismo ha mostrato i suoi limiti in vari aspetti. Primo, ha contraddetto la condizione prima segnalata, superando le diversità culturali, sostituendole con i suoi ninnoli universali o creando una pseudo diversità dove un operaio giapponese o una meccanica tedesca possono utilizzare per due giorni un oggetto di artigianato peruviano fatto in Cina o possono godere cinque giorni della più bella tendina veneziana importata da Taiwan prima che si rompano per l’uso eccessivo. Secondo, perchè ha anche minacciato l’equilibrio ecologico con le sue estrazioni illimitate e le sue restituzioni sotto forma di spazzatura immortale.

Esempi concreti possiamo osservarli attorno a noi. Potremmo dire che è una fortuna che un operaio possa apprezzare le comodità che prima erano riservate solo alle classi agiate, le classi improduttive, le classi consumatrici. Nonostante ciò, questo consumo –indotto dalla pressione culturale e ideologica- si è convertito molte volte nella finalità del lavoratore e in uno strumento dell’economia. Il che, a rigor di logica, significa che l’individuo-strumento si è convertito in un mezzo dell’economia in quanto individuo-consumatore.

In quasi tutti i paesi sviluppati o in via di questo “modello di sviluppo”, i mobili che invadono i mercati sono pensati per durare pochi anni. O pochi mesi. Sono carini, hanno un bell’aspetto come quasi tutto nella cultura del consumo, ma se li fissiamo a lungo si rigano, perdono una vite o sono squadrati. Ogni giorno di più risulta esotica la preocupazione della mia familia di carpentieri per migliorare il disegno di una sedia perchè durasse cent’anni. Dei nuovi mobili usa-e-getta non ci si preoccupa molto perchè sappiamo che sono costati poco e che, in due o tre anni ne compreremo degli altri nuovi, il che comporta maggior interesse e trasformazione nella decorazione delle nostre case e dei nostri uffici e soprattutto stimola l’economia mondiale. Secondo la teoria in corso, ciò che buttiamo qui aiuta lo sviluppo industriale in qualche paese povero. Per questo ci sentiamo buoni, perchè siamo consumatori.

Ma questi mobili, anche quelli più economici, hanno consumato alberi, hanno bruciato combustibile nel loro lungo viaggio dalla Cina o dalla Malesia. La logia del “butto dopo aver usato”, che è la cosa più ragionevole per una siringa di plastica, diventa una legge necessaria per stimolare l’economia e mantenere il PIL in perpetua crescita, con le sue rispettive crisi e fobie quando la caduta provoca una recessione del due per cento. Per uscire dalla crisi bisogna aumentare la droga. I soli Stati Uniti, per esempio, destinano milioni di dollari perchè i suoi abitanti ritornino a consumare ed a spendere, destinano milioni di dollari per uscire dalla disperazione della recessione in modo che così il mondo possa continuare a girare, consumare e buttare.

Ma questi rifiuti, pur economici che siano –il consumismo è basato su della mercanzia economica, usa-e-getta, che rende quasi impossibile il riciclaggio di prodotti durevoli- possiedono pezzi di legno, plastica, batterie, canne di ferro, viti, vetro e ancora plastica. Negli Stati Uniti tutto ciò e anche di più va nella spazzatura –anche in questo tempo chiamato per ragioni equivoche “di grande crisi” – mentre nei paesi poveri, i poveri vanno alla ricerca della stessa spazzatura. Alla lunga, chi finisce con il consumare tutta la spazzatura è la natura mentre l’umanità continua a sospendere i cambiamenti nel proprio stile di vita al fine di uscire dalla recessione e al fine di sostenere la crescita dell’economia.

Ma cosa significa “crescita economica”, cosa significa questo due o tre per cento che ossessionano tutto il mondo, da Nord a Sud da Est a Ovest?

Il mondo è convinto che si trova in una terribile crisi. Ma il mondo è sempre stato in crisi. Ora la crisi è definita come mondiale perché (1) avanza e colpisce l’economia dei più ricchi; (2) il semplificato paradigma dello sviluppo ha diffuso la propria isteria al resto del mondo, contribuendo a darle legittimità. Ma negli Stati Uniti le persone continuano ad innondare i negozi e i ristoranti e i loro tagli non implicano mai la fame, sebbene siano in una situazione di gravità in cui milioni di lavoratori si trovano senza lavoro. Nei nostri paesi periferici una crisi significa bambini per la strada a chiedere elemosina. Negli Stati Uniti vuol dire consumatori che consumano un po’ meno mentre aspettano il prossimo ticket del governo.

Per uscire da questa “crisi”, gli specialisti si strizzano il cervello e la soluzione risulta sempre la stessa: aumentare il consumo. Ironicamente, aumentare il consumo prestando alla gente comune il suo stesso denaro attraverso le grandi banche private che ricevono l’aiuto salvifico del governo. Non si tratta solo di salvare alcune banche, ma, soprattutto, di salvare una ideologia e una cultura che da sole non sopravviverebbero se non ricevessero frequenti iniezioni ad hoc: stimoli finanziari, guerre che promuovono l’industria e controllano la partecipazione popolare, droghe e diversioni che stimolano, tranquillizzano e anestetizzano in nome di un bene comune.

Usciremo veramente dalla crisi quando il mondo ricomincerà una crescita del cinque per cento attraverso lo stimolo del consumo nei paesi ricchi? Non staremo preparando la prossima crisi?, una crisi reale –umana ed ecologica- e non una crisi artificiale come quella che subiamo oggi? Quando ci renderemo conto che questa non è veramente una crisi ma solo un’avvertenza, ovvero una opportunità per cambiare le nostre abitudini?

Ogni giorno rappresenta una crisi perchè ogni giorno scegliamo un percorso. Ma ci sono crisi che sono una lunga via crucis e altre che sono critiche perchè, sia per gli oppressi che per gli oppressori comportano una doppia possibilità: la conferma di un sistema o il suo annichilimento. Finora la prima ha prevalso sul secondo per mancanza di alternative. Ma non bisogna mai sottostimare la storia. Nessuno avrebbe mai pensato ad una alternativa al feudalesimo medioevale o al sistema schiavista. O quasi nessuno. La storia degli ultimi millenni dimostra che gli utopici l’avevano previsto con una precisione esagerata. Ma, come ai giorni nostri, gli utopici hanno sempre goduto di una cattiva fama. Perchè sono la denigrazione e il discredito le forme che ciascun sistema dominante ha sempre avuto per evitare la proliferazione di gente con troppa immaginazione.

di Jorge Majfud

Lincoln University

Febbraio 2009

Traduzione di Ruggero Fornoni

Niemals darf die Geschichte unterschätzt werden

Krise der Reichen, Kreuzweg für die Armen


Jorge Majfud

Übersetzt von  Isolda Bohler

Die Evolutionstheorien nehmen nach Darwin eine Dynamik von Meinungsverschiedenheiten an. Zwei Arten können von einer gemeinsamen abstammen; immer wieder können diese Variationen allmählich oder abrupt verschwinden, aber niemals werden sich zwei Spezies zu einer vereinigen. Es gibt nur innerhalb der gleichen Spezies Artenmischung. Auf die Dauer gesehen sind die Henne und ein Mensch weitläufig verwandt, Nachkommen von irgendeinem Reptil und jeder von ihnen bedeutet eine erfolgreiche Antwort des Lebens im Kampf um sein Überleben.

Das heißt, die Vielfalt ist eine Form, in der sich das Leben entfaltet und sich an die verschiedenen Umweltbedingungen anpasst. Vielfalt und Leben sind für die Biosphäre Synonyme. Die lebenswichtigen Prozesse neigen zur Verschiedenartigkeit, aber sie sind gleichzeitig der Ausdruck einer Einheit, der Biosphäre. Gaia, die Überfülle des Lebens im permanenten Kampf um ihre eigenes Wunder in einer feindlichen Umgebung zu überleben.

Aus dem selben Grund ist die kulturelle Vielfalt eine Bedingung für das Leben der Menschheit. Das heißt, obwohl es ein ausreichender Grund wäre, begrenzt sich die Verschiedenartigkeit nicht nur darauf, uns vor der Langeweile der Monotonie zu bewahren, sondern sie ist außerdem Teil von unserem vitalen Überleben als Menschheit.

Trotzdem waren wir, die Menschen, die einzige Art, die den natürlichen und diskreten Verlust von Arten durch eine künstliche und bedrohliche Ausrottung ersetzt hat, durch die industrielle Verwüstung und durch die Umweltverschmutzung des Konsumdenkens. Jene, die wir einen möglichen, wenngleich nicht unvermeidlichen „Fortschritt in der Geschichte“ aufrechterhalten, der auf der Kenntnis und der Ausübung von Gleichheit – Freiheit basiert, können sehen, dass die Menschheit, die sich so viele Male aus eigenem Verschulden in der Gefahr des Aussterbens befand, einiges an Fortschritten erreichte, die ihr zu überleben und mit ihrer wachsenden Muskelkraft zusammenzuleben erlaubten. Und obgleich dies so ist, haben wir nichts Gutes dem Rest der Natur hinzugefügt. In vielen Aspekten haben wir uns vielleicht in diesem natürlichen Prozess der Prüfung und des Irrtums zurückentwickelt oder unsere Irrtümer sind zu großen Gefahren geworden.

Der Konsumzwang ist einer dieser Fehler. Dieser unersättliche Appetit hat nichts oder wenig mit dem Fortschritt auf eine mögliche oder noch unwahrscheinliche Ära ohne Hunger, post-Mangel, zu tun, sondern mit der primitivsten Ära der Gefräßigkeit und der Habsucht. Wir können nicht einmal sagen, aus einem tierischen Instinkt heraus, denn die Löwen monopolisieren weder die Savanne, noch praktizieren sie die systematische Ausrottung ihrer Opfer und sogar die Schweine fressen sich manchmal satt.

Die Kultur des Konsumdenkens irrte sich in verschiedenen Aspekten. Zuerst widersprach sie der zuvor aufgezeigten Bedingung, ging über die kulturellen Verschiedenheiten hinweg, indem sie die durch ihren universellen Schund ersetzte oder eine Pseudovielfalt schuf, mit der sich ein japanischer Arbeiter oder eine deutsche Büroangestellte zwei Tage an peruanischem Kunsthandwerk, hergestellt in China, erfreuen kann oder fünf Tage an den schönsten aus Taiwan importierten venezianischen Vorhängen, ehe sie durch den Gebrauch zerreißen. Zweitens, weil sie auch mit ihren unbegrenzten Extraktionen und ihren Rückgaben in Form von umweltbelastendem „unsterblichem“ Müll das ökologische Gleichgewicht bedrohten.

Konkrete Beispiele können wir in unserer Umgebung beobachten. Wir könnten sagen, es ist ein Glück, dass sich ein Arbeiter an den Bequemlichkeiten erfreuen kann, die früher nur für die obere Klasse reserviert waren, den unproduktiven Klassen, der Konsumentenklasse. Aber dieser Konsum – durch kulturellen und ideologischen Druck irregeführt – ist oft zum Zweck der Arbeit des Arbeiters und zu einem Wirtschaftsinstrument geworden. Was logischerweise bedeutet, dass sich das Individuum – Werkzeug in ein Mittel der Wirtschaft als Individuum – Kosument verwandelte.

In fast allen entwickelten Ländern oder in solchen, auf dem Weg zu diesem „Entwicklungsmodell“, sind die Möbel, die die Märkte überfluten, dafür gedacht, wenige Jahre zu halten. Oder wenige Monate. Sie sind hübsch, schön anzuschauen, wie fast alles in der Kultur des Konsums; wenn wir sie aber genau betrachten, bekommen sie Kratzer, verlieren eine Schraube oder verziehen sie sich. Jetzt kommen mir jene Sorgen meiner Familie von Schreinern, das Design eines Stuhles zu verbessern, damit der hundert Jahre halten konnte, fremd und sonderbar vor. Aber die neuen Wegwerfmöbel beunruhigen die Mehrheit nicht, denn wir wissen, dass sie wenig Geld kosteten und wir in zwei oder drei Jahren neue kaufen werden, was nebenbei mehr Abwechslung in unsere Häuser und Büros bringt, sie interessanter macht und v.a. kurbeln sie die Weltwirtschaft an. Gemäß der zur Zeit laufenden Theorie hilft das, was wir hier wegwerfen, der industriellen Entwicklung in einem armen Land. Deshalb handeln wir gut, denn wir sind Konsumenten.

Aber diese Möbel, auch die billigsten, konsumierten Bäume, verbrannten Brennstoffe im Laufe ihrer Reise von China oder von Malaysia. Die Logik von „nach Gebrauch wegwerfen“, die für eine Plastikspritze das vernünftigste ist, wird zu einem notwendigen Gesetz für den  wirtschaftlichen Anreiz und zum Erhalt des BSP durch ständiges Wachstum, mit ihren jeweiligen Krisen und Phobien, wenn ihr Fallen eine Rezession von zwei % hervorruft. Um aus ihr herauszukommen, muss die Droge erhöht werden. Nur die USA beispielsweise bestimmen zwei Billionen Dollar, damit ihre Bewohner wieder konsumieren, wieder Geld ausgeben, um aus der Verrücktheit der Rezession herauszukommen und so kann sich die Welt weiter drehen, konsumierend und wegwerfend.

Aber diese Abfälle, auch wenn sie noch so billig sind, – der Konsumzwang basiert auf billigen Wegwerf- Handelswaren, die fast das Recycling von dauerhaften Produkten unerreichbar machen – bestehen aus Stücken von Holz, Plastik, Batterien, Eisenrohren, Schrauben, Glas und noch mehr Plastik. In den USA geht all dies und etwas mehr in den Müll – obgleich in dieser Zeit der aus falschen Gründen sogenannten „großen Krise“ – und in den armen Ländern, suchen die Armen in diesem Müll. Wer auf die Dauer den ganzen Müll konsumieren wird, ist die Natur, während die Menschheit weiterhin das Verändern ihrer  Gewohnheiten in der Schwebe hält, um zuerst aus der Rezession zu kommen und danach das Wirtschaftswachstum aufrechterhalten zu können,.

Aber was bedeutet „wirtschaftliches Wachstum“? Diese zwei oder drei %, die der ganzen Welt von Nord nach Süd und von Ost nach West keine Ruhe lassen?

Die Welt ist davon überzeugt, dass sie sich in einer schrecklichen Krise befindet. Aber die Welt befand sich immer in Krise. Jetzt wird sie als eine weltweite Krise definiert, denn (1) kommt sie von der Wirtschaft der Reichen und betrifft diese; (2) strahlte das vereinfachte Paradigma der Entwicklung seine Hysterie auf den Rest der Welt aus, ihr Legitimität entziehend. Aber in den USA überschwemmen die Leute weiterhin die Läden und die Restaurants und die Kürzungen erreichen nie den Hunger, sogar in der schweren Situation  von Millionen arbeitsloser Arbeiterinnen und Arbeiter. In unseren peripheren Ländern bedeutet eine Krise, Kinder auf der Straße, die um Almosen bitten. In den USA bedeutet sie, ein bisschen weniger konsumierende Konsumenten, während sie auf den nächsten Scheck der Regierung warten.

Die Spezialisten strengen ihr Gehirn an, wie aus dieser „Krise“ herauszukommen ist und die Lösung ist immer die gleiche: Der Konsum. Ironischerweise bedeutet den Konsum zu steigern, den gemeinen Leuten ihr eigenes Geld durch die großen Privatbanken zu leihen, denen die Regierung die rettende Hilfe zukommen lässt. Es handelt sich nicht nur um die Rettung einiger Banken, sondern v.a. um die Rettung einer Ideologie und einer Kultur, die nicht für sich allein überlebt, sondern nur aufgrund der häufigen ad hoc Injektionen: Finanzielle Anreize, Kriege, die die Industrie antreiben und die Teilnahme des Volks kontrollieren, Drogen und Vergnügungen, die im Namen des gemeinsamen Guten anregen, beruhigen und betäuben.

Sind wir wirklich aus der Krise gekommen, wenn die Welt wieder fünf % Wachstum mittels des Konsumanreizes in den reichen Ländern annimmt? Werden wir so nicht die nächste Krise vorbereiten, eine reale Krise – für die Menschen und die Ökologie – und keine künstliche Krise, wie die von heute? Werden wir wirklich merken, dass es tatsächlich keine Krise ist, sondern nur eine Warnung, d.h. eine Gelegenheit, unsere Gewohnheiten zu ändern?

Jeder Tag ist eine Krise, weil wir jeden Tag einen Weg wählen. Aber es gibt Krisen, die ein langer Leidensweg sind und andere, die Beurteilungen sind; denn sowohl für die Unterdrückten als auch für die Unterdrücker bedeuten sie eine doppelte Möglichkeit: Die Bestätigung eines Systems oder ihre Vernichtung. Bis jetzt war es die erste wegen des Fehlens von Alternativen für die zweite. Aber niemals sollte die Geschichte unterschätzt werden. Niemals hätte jemand eine Alternative zum mittelalterlichen Feudalismus oder zum Sklavensystem vorhergesehen. Oder fast niemand. Die Geschichte der letzten Jahrtausende zeigt, dass die Utopien sie mit übertriebener Genauigkeit vorherzusehen pflegten. Aber, wie auch heute, hatten die Utopisten einen schlechten Ruf. Da der Spott und die Herabsetzung die Form ist, die jedes herrschende System immer benutzte, um die Ausbreitung von Leuten mit zu viel Vorstellungskraft zu verhindern.

Jorge Majfud

Lincoln University

Crise pour les riches,

chemin de croix pour les pauvres

Auteur:  Jorge Majfud

Traduit par  Isabelle Rousselot, révisé par Fausto Giudice

Les théories de l’évolution post-Darwinienne supposent une dynamique de divergences. Deux espèces peuvent avoir pour origine une espèce commune ; de temps en temps, ces variations peuvent disparaître de façon progressive ou soudaine, mais deux espèces ne finissent jamais par confluer  en une seule. In n’y a de métissage possible qu’au sein de la même espèce. Sur la longue durée, la poule et l’ homme sont des parents éloignés, tous deux descendants d’un reptile et chacun d’eux offre une réponse réussie de la vie dans sa lutte pour la survie.

En d’autres mots, la diversité est la forme dans laquelle la vie se développe et s’adapte aux divers environnements et conditions. La diversité et la vie sont synonymes pour la biosphère. Les processus vitaux tendent à la diversité mais en même temps, ils sont l’expression d’une unité, la biosphère, Gaia, l’exubérance de la vie dans sa lutte permanente pour la survie de son propre miracle dans des environnements hostiles.

Pour la même raison, la diversité culturelle est une des conditions à la vie de l’humanité. C’est-à-dire, et bien que cela puisse être une raison suffisante, la diversité ne se borne pas seulement à éviter l’ennui de la monotonie mais elle prend part en plus, de façon primordiale, à notre survivance en tant qu’humanité.

Néanmoins, nous, les êtres humains, sommes la seule espèce à avoir remplacé la perte naturelle et discrète des espèces par une extermination artificielle et dangereuse, avec une dégradation industrielle et la pollution du consumérisme. Ceux d’entre nous qui soutiennent un « progrès de l’histoire » possible même s’il nest pas inévitable, fondé sur le savoir et sur l’exercice de l’égal-liberté, peuvent voir que l’humanité, qui se place si souvent, elle-même, en danger d’extinction, a réalisé certaines avancées qui lui ont permis de survivre et de coexister avec son pouvoir musculaire croissant. Et ceci même si nous n’avons rien rajouté de bon au reste de la nature. À bien des égards, peut-être avons-nous, dans ce processus naturel d’expériences, régressé ou nos erreurs sont –elles devenues, de façon exponentielle, plus dangereuses.

Le consumérisme est une de ces erreurs. Cet appétit insatiable n’a peu ou rien à voir avec l’évolution vers une époque sans famine, post-pénurie, possible bien que peu probable et a, au contraire, tout à voir avec une ère plus primitive de cupidité et de gloutonnerie. On ne peut pas parler d’un instinct animal car même les lions n’accaparent pas la savane ni ne pratiquent une extermination systématique de leurs victimes et même les cochons connaissent parfois la satiété.

La culture de la société de consommation s’est fourvoyée de plusieurs façons. Premièrement, elle a contredit la condition susmentionnée, traversant les diversités culturelles, les remplaçant par ses babioles universelles ou créant une pseudo-diversité où un ouvrier japonais ou un employé de bureau allemand peuvent profiter pendant deux jours d’un produit de l’artisanat péruvien traditionnel fabriqué en Chine, ou pendant cinq jours, de magnifiques rideaux vénitiens importés de Taïwan, avant qu’ils ne se délabrent et ne soient plus utilisables. Deuxièmement, car elle a aussi menacé l’équilibre écologique avec ses extractions illimitées et ses rejets sous la forme de déchets immortels.

Nous pouvons en observer des exemples concrets tout autour de nous. Nous pouvons dire que c’est une chance qu’un travailleur puisse bénéficier des produits qui étaient auparavant réservés aux classes supérieures, aux classes improductives, aux classes consommatrices. Pourtant, cette consommation – provoquée par la pression culturelle et idéologique – a souvent été transformée en finalité du travailleur et en un instrument de l’économie. Ce qui signifie logiquement que l’individu en tant qu’outil a été transformé en un moyen de l’économie en tant qu’individu-consommateur.

Dans pratiquement tous les pays développés, ou ceux qui suivent ce « modèle de développement », le mobilier qui envahit les marchés, n’est pas prévu pour durer plus de quelques années. Ou quelques mois. Les objets du mobilier sont jolis, ils paraissent beaux comme presque tout dans la culture de la consommation, mais si on les regarde de plus près, ils sont rayés, il leur manque une vis ou ils sont un peu de travers. La préoccupation de ma famille de menuisiers d’améliorer la conception d’une chaise afin qu’elle dure une centaine d’années, paraît aujourd’hui exotique. Mais le nouveau mobilier jetable ne nous inquiète pas trop car nous savons qu’il nous coûte peu et que, dans deux ou trois ans, nous allons acheter de nouvelles choses, qui apporteront du coup un nouvel intérêt et du changement dans la décoration de nos maisons et bureaux et surtout, qui stimuleront l’économie mondiale. Selon la théorie actuelle, ce que nous jetons aide le développement industriel de certains pays pauvres. Donc nous sommes bons car nous sommes des consommateurs.

Et pourtant, ces objets de mobilier, même les meilleur marché, ont consommé des arbres et brûlé du carburant pendant leur long voyage depuis la Chine ou la Malaisie. La logique du « jeter après usage » qui est plutôt raisonnable lorsqu’il s’agit de seringues en plastique, devient une loi nécessaire pour stimuler l’économie et maintenir la croissance perpétuelle du PIB, avec les crises et les phobies qui l’accompagnent à chaque fois que sa chute provoque une récession de 2 %. Afin d’échapper à la récession, il faut augmenter la dose de drogue. Les USA à eux seuls, par exemple, consacrent des milliards de dollars pour que leurs résidents puissent continuer à consommer, à dépenser afin d’échapper à la folie de la récession et ainsi permettre au monde de continuer à tourner, à consommer et à jeter.

Mais ces rebuts, aussi bon marché qu’ils soient – le consumérisme est basé sur une marchandise bon marché, jetable qui rend le recyclage des produits durables presque inabordable – comprennent des morceaux de bois, de plastique, des piles, des vis, du verre et plus de plastique. Aux USA, tout cela et plus encore va à la poubelle – même dans cette période de ce qu’on appelle la « grande crise » pour des raisons douteuses – et aux pays pauvres, les pauvres qui vont récupérer ces déchets. À long terme, celle qui se retrouve à consommer tous ces déchets est la nature, tandis que l’humanité continue à reporter à plus tard tout changement de ses habitudes afin de, d’abord, sortir de la récession et pour, plus tard, soutenir la croissance de l’économie.

Mais quelle est la signification de cette « croissance de l’économie » de 2 à 3 % qui obsède le monde entier, du nord au sud et d’est en ouest ?

Le monde est convaincu de se trouver dans une crise terrible. Mais le monde a toujours été en crise. Maintenant la crise est définie comme étant mondiale car 1) elle a pour origine et affecte l’économie des plus riches ; 2) le paradigme simplifié du développement a irradié son hystérie dans le reste du monde, sapant sa légitimité. Mais aux USA les gens continuent d’envahir les magasins et les restaurants et leurs restrictions n’entraînent jamais la faim, même dans les cas les plus graves où des millions de travailleurs se retrouvent sans emploi. Dans nos pays périphériques, une crise signifie que des enfants mendient dans les rues. Aux USA, cela signifie plutôt que les consommateurs consomment un peu moins en attendant le prochain chèque du gouvernement.

Afin de sortir de cette « crise », les experts se creusent la cervelle et arrivent toujours à la même solution : augmenter la consommation. Ironiquement, augmenter la consommation signifie prêter aux gens ordinaires leur propre argent à travers les grosses banques privées qui reçoivent de l’aide du gouvernement. Il ne s’agit pas seulement de sauver quelques banques mais, surtout, de sauver une idéologie et une culture qui ne peuvent pas survivre seules sans injections fréquentes et de circonstance : stimulant financier, guerres pour promouvoir l’industrie et contrôler la participation populaire, drogues et divertissements qui stimulent, calment et anesthésient au nom du bien commun.

Serons-nous vraiment sortis de la crise quand le monde sera revenu à un taux de croissance de  5 % à travers la stimulation de la consommation dans les pays riches ? N’allons-nous pas préparer le terrain pour la prochaine crise, une vraie crise cette fois – humaine et écologique – et non pas une crise artificielle comme celle que nous traversons maintenant ? Allons-nous enfin réaliser que celle-ci n’est pas une vraie crise mais juste un avertissement, c’est à dire, une occasion de changer nos habitudes ?

Chaque jour est une crise car chaque jour nous choisissons une voie.  Mais il y a des crises qui sont un long chemin de croix et d’autres qui sont décisives car, pour l’opprimé comme pour l’oppresseur, elles offrent une alternative : la confirmation d’un système ou son annihilation. Pour l’instant, c’est la première possibilité qui se produit à cause d’un manque d’alternatives à la seconde. Mais on ne doit jamais sous-estimer l’histoire. Personne n’aurait pu prévoir une alternative au féodalisme médiéval ou au système de l’esclavage. Enfin, presque personne. L’histoire du dernier millénaire démontre que les utopistes prévoient généralement l’avenir avec une précision exagérée. Mais, et c’est toujours le cas aujourd’hui, les utopistes ont toujours eu mauvaise réputation. Car la dérision et la décrédibilisation sont la forme qu’utilisent les systèmes dominants pour éviter la prolifération des gens avec trop d’imagination.

Jorge Majfud

Lincoln University

Crisis for the Rich, Via Crucis for the Poor

Theories of evolution after Darwin assume a dynamic of divergences. Two species can derive from one in common; every now and then, these variations can disappear gradually or abruptly, but two species never end up flowing together into one. There is no mixing except within a given species. In the long view, a hen and a man are distant relatives, descendants of some reptile, and each one represents a successful response by life in its struggle for survival.

In other words, diversity is the form in which life expands and adapts to diverse environments and conditions. Diversity and life are synonymous for the biosphere. Vital processes tend toward diversity but at the same time they are the expression of a unity, the biosphere, Gaia, the exuberance of life in permanent struggle for the survival of its own miracle in hostile surroundings.

For the same reason, cultural diversity is a condition for the life of humanity. That is to say, and even though it might be motive enough in itself, diversity is not limited merely to avoiding the boredom of monotony but instead is, besides, part of our vital survival as humanity.

Nevertheless, we humans are the only species that has replaced the natural and discrete loss of species with an artificial and threatening extermination, with industrial depredation and with the pollution of consumerism. Those of us who insist on a possible though not inevitable “progress of history” based on knowledge and the exercise of equal-liberty, can see that humanity, so often placing itself in danger of extinction, has achieved some advances that have allowed it to survive and abide its growing muscular power. And even so, we have added nothing good to the rest of nature. In many respects, perhaps in that natural process of trial and error, we have regressed or our errors have become exponentially more dangerous.

Consumerism is one of those errors. That insatiable appetite has little or nothing to do with progress toward a possible and yet improbable post-scarcity, hunger-free era, and everything to do with the more primitive era of greed and gluttony. Let’s not say with an animal instinct, because not even lions monopolize the savanna or practice systematic extermination of their victims, and because even pigs are sated sometimes.

The culture of consumerism has erred in several ways. First, it has contradicted the aforementioned condition, passing over cultural diversities, substituting them for its universal trinkets or creating a pseudo-diversity where a Japanese laborer or German office worker can enjoy for two days a piece of traditional Peruvian craftwork made in China, or for five days the most beautiful Venetian curtains imported from Taiwan, before they fall apart from use. Second, because it also has threatened the ecological balance with its unlimited extractions and its returns in the form of immortal garbage.

We can observe concrete examples all around us. We might say that it is good fortune that a worker could enjoy commodities that previously were reserved only for the upper classes, the unproductive classes, the consumer classes. Nonetheless, that consumption – induced by cultural and ideological pressure – often has been turned into the very purpose of the worker and an instrument of the economy. Which logically means that the individual-as-tool has been turned into a means of the economy as individual-as-consumer.

In almost all of the developed countries, or those following that “model of development,” the furniture that invades the markets is intended to last only a few years. Or a few months. The furniture items are pretty, they look good just like almost everything in the culture of consumption, but if we look closely they are scratched, missing a screw or our out of square. That preoccupation of my family of carpenters with improving the design of a chair so that it might last a hundred years turns out to be exotic now. But the new disposable furniture does not worry us too much because we know that it costs little and that, in two or three years we are going to buy some more new stuff, which happens to provide more interest and variation in the decoration of our homes and offices and above all stimulates the world economy. According to the current theory, what we throw away here aids the industrial development of some poor country. Thus we are good, because we are consumers.

And yet, those furniture items, even the cheapest ones, have consumed trees and burned up fuel in their long journey from China or from Malaysia. The logic of “dispose of it after use,” which is most reasonable for a plastic syringe, becomes a necessary law for stimulating the economy and maintaining the perpetual growth of GDP, with its respective crises and phobias whenever its fall provokes a recession of two percent. In order to escape the recession one must increase the dosage of the drug. The United States alone, for example, dedicates billions of dollars so that its residents might continue to consume, to spend, in order to escape the madness of the recession and thus allow the world to continue to turn, consuming and discarding.

But those discards, as cheap as they may be – consumerism is based on cheap, disposable merchandise that makes the recycling of durable products almost inaccessible – possess bits of wood, plastic, batteries, steel pipe, screws, glass and more plastic. In the United States all of that and more goes into the garbage – even in this time of what is called “great crisis” for the wrong reasons – and in the poor countries, the poor go out looking for that garbage. Over the long term, the one who ends up consuming all the garbage is nature, while humanity continues to suspend its changes of habit in order to get out of the recession first and in order to sustain the growth of the economy later.

But what is the meaning of “growth of the economy,” that two or three per cent with which the whole world is obsessed, from North to South and East to West?

The world is convinced that it finds itself in a terrible crisis. But the world was already in crisis. Now the crisis is defined as worldwide because 1) it proceeds from and affects the economy of the wealthiest; 2) the simplified paradigm of development has radiated its hysteria out to the rest of the world, undermining its legitimacy. But in the United States people are still flooding the stores and restaurants and their cut backs never involve hunger, even in the gravest cases of the millions of workers without jobs. In our peripheral countries a crisis means children begging in the streets. In the United States it tends to mean consumers consuming a little less while they await the next government check.

In order to get out of that “crisis,” the experts squeeze their brains and the solution is always the same: increase consumption. Ironically, increasing consumption by lending regular people their own money through the big private banks that receive rescue aid from the government. It’s not only a matter of saving a few banks, but, above all, of saving an ideology and culture that cannot survive on their own without frequent ad hoc injections: financial stimulus, wars that promote industry and control popular participation, drugs and entertainment that stimulate, tranquilize and anaesthetize in the name of the common good.

Will we have really emerged from the crisis when the world returns to a five percent growth rate through the stimulation of consumption in the wealthy countries? Will we not be laying the ground for the next crisis, a real – human and ecological – crisis and not an artificial crisis like the one we have now? Will we truly realize that this one is not truly a crisis but just a warning, which is to say, an opportunity for changing our habits?

Every day is a crisis because every day we choose a road. But there are crises that are a long via crucis and others that are critical because, for oppressed and oppressors alike, it means a double possibility: the confirmation of a system or its annihilation. So far it has been the first because of a lack of alternatives to the second. But one must never underestimate history. Nobody could have ever foreseen an alternative to medieval feudalism or to the system of slavery. Or almost nobody. The history of the most recent millennia demonstrates that utopians usually foresee the future with an exaggerated precision. But like today, the utopians have always had a bad reputation. Because mockery and disrepute are the form that every dominant system has always used to avoid the proliferation of people with too much imagination.

Dr. Jorge Majfud

Febrero, 2009

Lincoln University

Translated by

Dr. Bruce Campbell

St. John’s University

El humanismo, la última gran utopía de Occidente / L’Humanisme, la dernière grande utopie d’Occident. / Humanism, the West’s Last Great Utopia

English: Cognatus & Ersmus Français : Cognatus...

Humanism, the West’s Last Great Utopia (English)

El humanismo, la última gran utopía de Occidente

Una de las características del pensamiento conservador a lo largo de la historia moderna ha sido la de ver el mundo según compartimentos más o menos aislados, independientes, incompatibles. En su discurso, esto se simplifica en una única línea divisoria: Dios y el diablo, nosotros y ellos, los verdaderos hombres y los bárbaros. En su práctica, se repite la antigua obsesión por las fronteras de todo tipo: políticas, geográficas, sociales, de clase, de género, etc. Estos espesos muros se levantan con la acumulación sucesiva de dos partes de miedo y una de seguridad.

Traducido a un lenguaje posmoderno, esta necesidad de las fronteras y las corazas se recicla y se vende como micropolítica, es decir, un pensamiento fragmentado (la propaganda) y una afirmación localista de los problemas sociales en oposición a la visión más global y estructural de la pasada Era Moderna.

Estas comarcas son mentales, culturales, religiosas, económicas y políticas, razón por la cual se encuentran en conflicto con los principios humanísticos que prescriben el reconocimiento de la diversidad al mismo tiempo que una igualdad implícita en lo más profundo y valioso de este aparente caos. Bajo este principio implícito surgieron los estados pretendidamente soberanos algunos siglos atrás: aún entre dos reyes, no podía haber una relación de sumisión; entre dos soberanos sólo podía haber acuerdos, no obediencia. La sabiduría de este principio se extendió a los pueblos, tomando forma escrita en la primera constitución de Estados Unidos. El reconocer como sujetos de derecho a los hombres y mujeres comunes (“We the people…”) era la respuesta a los absolutismos personales y de clase, resumido en el exabrupto de Luis XIV, “l’État c’est Moi”. Más tarde, el idealismo humanista del primer bosquejo de aquella constitución se relativizó, excluyendo la utopía progresista de abolir la esclavitud.

El pensamiento conservador, en cambio, tradicionalmente ha procedido de forma inversa: si las comarcas son todas diferentes, entonces hay unas mejores que otras. Esta última observación sería aceptable para el humanismo si no llevase explícito uno de los principios básicos del pensamiento conservador: nuestra isla, nuestro bastión es siempre el mejor. Es más: nuestra comarca es la comarca elegida por Dios y, por lo tanto, debe prevalecer a cualquier precio. Lo sabemos porque nuestros líderes reciben en sus sueños la palabra divina. Los otros, cuando sueñan, deliran.

Así, el mundo es una permanente competencia que se traduce en amenazas mutuas y, finalmente, en la guerra. La única opción para la sobrevivencia del mejor, del más fuerte, de la isla elegida por Dios es vencer, aniquilar al otro. No es raro que los conservadores de todo el mundo se definan como individuos religiosos y, al mismo tiempo, sean los principales defensores de las armas, ya sean personales o estatales. Es, precisamente, lo único que le toleran al Estado: el poder de organizar un gran ejército donde poner todo el honor de un pueblo. La salud y la educación, en cambio, deben ser “responsabilidades personales” y no una carga en los impuestos a los más ricos. Según esta lógica, le debemos la vida a los soldados, no a los médicos, así como los trabajadores le deben el pan a los ricos.

Al mismo tiempo que los conservadores odian la Teoría de la evolución de Darwin, son radicales partidarios de la ley de sobrevivencia del más fuerte, no aplicada a todas las especies sino a los hombres y mujeres, a los países y las sociedades de todo tipo. ¿Qué hay más darviniano que las corporaciones y el capitalismo en su raíz?

Para el sospechosamente célebre profesor de Harvard, Samuel Huntington, “el imperialismo es la lógica y necesaria consecuencia del universalismo”. Para nosotros los humanistas, no: el imperialismo es sólo la arrogancia de una comarca que se impone por la fuerza a las demás, es la aniquilación de esa universalidad, es la imposición de la uniformidad en nombre de la universalidad.

La universalidad humanista es otra cosa: es la progresiva maduración de una conciencia de liberación de la esclavitud física, moral e intelectual, tanto del oprimido como del opresor en última instancia. Y no puede haber conciencia plena si no es global: no se libera una comarca oprimiendo a otras, no se libera la mujer oprimiendo al hombre, and so on. Con cierta lucidez pero sin reacción moral, el mismo Huntington nos recuerda: “Occidente no conquistó al mundo por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino por la superioridad en aplicar la violencia organizada. Los occidentales suelen olvidarse de este hecho, los no-occidentales nunca lo olvidan”.

El pensamiento conservador también se diferencia del progresista por su concepción de la historia: si para uno la historia se degrada inevitablemente (como en la antigua concepción religiosa o en la concepción de los cinco metales de Hesíodo) para el otro es un proceso de perfeccionamiento o de evolución. Si para uno vivimos en el mejor de los mundos posibles, aunque siempre amenazado por los cambios, para el otro el mundo dista mucho de ser la imagen del paraíso y la justicia, razón por la cual no es posible la felicidad del individuo en medio del dolor ajeno.

Para el humanismo progresista no hay individuos sanos en una sociedad enferma como no hay sociedad sana que incluya individuos enfermos. No es posible un hombre saludable con un grave problema en el hígado o en el corazón, como no es posible un corazón sano en un hombre deprimido o esquizofrénico. Aunque un rico se define por su diferencia con los pobres, nadie es verdaderamente rico rodeado de pobreza.

El humanismo, como lo concebimos aquí, es la evolución integradora de la conciencia humana que trasciende las diferencias culturales. Los choques de civilizaciones, las guerras estimuladas por los intereses sectarios, tribales y nacionalistas sólo pueden ser vistas como taras de esa geopsicología.

Ahora, veamos que la magnífica paradoja del humanismo es doble: (1) consistió en un movimiento que en gran medida surgió entre los religiosos católicos del siglo XIV y luego descubrió una dimensión secular de la creatura humana, y además (2) fue un movimiento que en principio revaloraba la dimensión del hombre como individuo para alcanzar, en el siglo XX, el descubrimiento de la sociedad en su sentido más pleno.

Me refiero, en este punto, a la concepción del individuo como lo opuesto a la individualidad, a la alienación del hombre y la mujer en sociedad. Si los místicos del siglo XV se centraban en su yo como forma de liberación, los movimientos de liberación del siglo XX, aunque aparentemente fracasados, descubrieron que aquella actitud de monasterio no era moral desde el momento que era egoísta: no se puede ser plenamente feliz en un mundo lleno de dolor. Al menos que sea la felicidad del indiferente. Pero no es por algún tipo de indiferencia hacia el dolor ajeno que se define cualquier moral en cualquier parte del mundo. Incluso los monasterios y las comunidades más cerradas, tradicionalmente se han dado el lujo de alejarse del mundo pecaminoso gracias a los subsidios y las cuotas que procedían del sudor de la frente de los pecadores. Los Amish en Estados Unidos, por ejemplo, que hoy usan caballos para no contaminarse con la industria automotriz, están rodeados de materiales que han llegado a ellos, de una forma o de otra, por un largo proceso mecánico y muchas veces de explotación del prójimo. Nosotros mismos, que nos escandalizamos por la explotación de niños en los telares de India o en las plantaciones en África y América Latina consumimos, de una forma u otra, esos productos. La ortopraxia no eliminaría las injusticias del mundo —según nuestra visión humanista—, pero no podemos renunciar o desvirtuar esa conciencia para lavar nuestros remordimientos. Si ya no esperamos que una revolución salvadora cambie la realidad para que ésta cambie las conciencias, procuremos, en cambio, no perder la conciencia colectiva y global para sostener un cambio progresivo, hecho por los pueblos y no por unos pocos iluminados.

Según nuestra visión, que identificamos con el último estadio del humanismo, el individuo con conciencia no puede evitar el compromiso social: cambiar la sociedad para que ésta haga nacer, a cada paso, un individuo nuevo, moralmente superior. El último humanismo evoluciona en esta nueva dimensión utópica y radicaliza algunos principios de la pasada Era Moderna, como lo es la rebelión de las masas. Razón por la cual podemos reformular el dilema: no se trata de un problema de izquierda o derecha sino de adelante o atrás. No se trata de elegir entre religión o secularismo. Se trata de una tensión entre el humanismo y el trivalismo, entre una concepción diversa y unitaria de la humanidad y en otra opuesta: la visión fragmentada y jerárquica cuyo propósito es prevalecer, imponer los valores de una tribu sobre las otras y al mismo tiempo negar cualquier tipo de evolución.

Ésta es la raíz del conflicto moderno y posmoderno. Tanto el Fin de la historia como el Choque de civilizaciones pretenden encubrir lo que entendemos es el verdadero problema de fondo: no hay dicotomía entre Oriente y Occidente, entre ellos y nosotros, sino entre la radicalización del humanismo (en su sentido histórico) y la reacción conservadora que aún ostenta el poder mundial, aunque en retirada —y de ahí su violencia.

© Jorge Majfud, The University of Georgia, febrero de 2007

Milenio , II, III, IV,  (mexico)

L’Humanisme, la dernière grande utopie d’Occident.

L’Occident n’a pas conquis le monde par la supériorité de ses idées, de ses valeurs ou de sa religion, mais par la supériorité à appliquer la violence organisée. Les occidentaux oublient généralement ce fait, les non-occidentaux ne l’oublient jamais.

Une des caractéristiques de la pensée conservatrice tout au long de l’histoire moderne fut de voir le monde à travers des compartiments plus ou moins isolés, indépendants, incompatibles. Dans son discours, ceci est simplifié par une seule ligne de démarcation : Dieu et le diable, nous et ils, les véritables hommes et les barbares. Dans sa pratique, on répète l’ancienne obsession par des frontières de toute sorte : politiques, géographiques, sociales, de classe, de genre, etc. Ces murs épais sont élevés avec l’accumulation successive de deux louches de peur et d’une de sécurité.

Traduit dans un langage postmoderne, cette nécessité de frontières et de cuirasses est recyclée et vendue comme une micropolitique, c’est-à-dire, une pensée fragmentée (la propagande) et une affirmation locale des problèmes sociaux en opposition à la vision la plus globale et structurelle de l’Ere Moderne précédente.

Ces segments sont mentaux, culturels, religieux, économiques et politiques, raison pour laquelle ils se trouvent en conflit avec les principes humanistes que prescrit la reconnaissance de la diversité en même temps qu’une égalité implicite au plus profond et au cœur de ce chaos apparent. Sous ce principe implicite sont apparus des Etats prétendument souverains il y a quelques siècles : même entre deux rois, il ne pouvait pas y avoir une relation de soumission ; entre deux souverains, il pouvait seulement y avoir des accords, pas d’obéissance. La sagesse de ce principe a été étendue aux peuples, prenant une forme écrite dans la première constitution des Etats-Unis. Reconnaître comme sujets de droit, les hommes et les femmes («We the people…») était la réponse aux absolutismes personnels et de classe, résumé dans la réplique cinglante de Louis XIV,»l’État c’est Moi». Plus tard, l’idéalisme humaniste de la première heure de cette constitution a été relativisé, excluant l’utopie progressiste de l’abolition de l’esclavage.

La pensée conservatrice, par contre, a traditionnellement procédé de manière inverse : si les pays sont tous différents, toutefois quelques uns sont meilleurs que d’autres. Cette dernière observation serait acceptable pour l’humanisme si elle ne portait pas explicitement un des principes de base de la pensée conservatrice : notre île, notre bastion est toujours le mieux. En plus : notre pays est le pays choisi par Dieu et, par conséquent, doit régner à tout prix. Nous le savons parce que nos chefs reçoivent dans leurs rêves la parole divine. Les autres, quand ils rêvent, délirent.

Ainsi, le monde est une concurrence permanente qui s’est traduite, finalement, dans des menaces mutuelles et dans la guerre. La seule option pour la survie du meilleur, du plus fort, de l’île choisie par Dieu est de vaincre, d’annihiler l’autre. Il n’est pas rare que les conservateurs dans le monde soient définis comme individus religieux et, en même temps, qu’ils soient les principaux défenseurs des armes, qu’elles soient personnelles ou étatiques. C’est, précisément, la seule chose qu’ils tolèrent à l’État : le pouvoir d’organiser une grande armée où mettre tout l’honneur d’un peuple. La santé et l’éducation, en revanche, doivent relever des «responsabilités personnelles» et non être une charge sur les impôts des plus riches. Selon cette logique, nous devons la vie aux soldats, non aux médecins, ainsi que les travailleurs doivent le pain aux riches.

En même temps que les conservateurs haïssent la Théorie de l’évolution de Darwin, ils sont des partisans radicaux de la loi de survie du plus fort, non appliquée à toutes les espèces mais aux hommes et aux femmes, aux pays et aux sociétés de tout type. Qu’est-ce qu’il y de plus darwinien que les entreprises et le capitalisme à sa racine ?

Pour le très douteux professeur de Harvard, Samuel Huntington, «l’impérialisme est la conséquence logique et nécessaire de l’universalisme». Pour nous les humanistes, non : l’impérialisme est seulement l’arrogance d’un secteur qui est imposé par la force aux autres, il est l’annihilation de cette universalité, c’est l’imposition de l’uniformité au nom de l’universalité.

L’universalité humaniste est autre chose : c’est la maturation progressive d’une conscience de libération de l’esclavage physique, moral et intellectuel, tant de l’oppressé que de l’oppresseur en dernier ressort. Et il ne peut pas y avoir pleine conscience s’il n’est pas global : on ne libère pas un pays en oppressant un autre, la femme ne se libère pas en oppressant à l’homme, et son contraire. Avec une certaine lucidité mais sans réaction morale, le même Huntington nous le rappelle : «L’Occident n’a pas conquis le monde par la supériorité de ses idées, de ses valeurs ou de sa religion, mais par la supériorité à appliquer la violence organisée. Les occidentaux oublient généralement ce fait, les non-occidentaux ne l’oublient jamais».

La pensée conservatrice aussi s’est différencie du progressiste par sa conception de l’histoire : si pour le première l’histoire se dégrade inévitablement (comme dans l’ancienne conception religieuse ou dans la conception des cinq métaux d’Hésiode (Poète grec, milieu du 8ème Siècle avant J.C.), pour l’autre c’est un processus d’amélioration ou d’évolution. Si pour l’un, nous vivons dans le meilleur des mondes possibles, bien que toujours menacé par des changements, pour l’autre le monde est bien loin d’être l’image du paradis et de la justice, raison pour laquelle le bonheur de l’individu n’est pas possible au milieu de la douleur d’autrui.

Pour l’humanisme progressiste, il n’y a pas d’individus sains dans une société malade comme il n’y a pas société saine qui inclut des individus malades. Il n’ y a pas d’ homme sain avec un problème grave au foie ou au cœur, comme un cœur sain dans un homme déprimé ou schizophrénique n’est pas possible. Bien qu’un riche soit défini par sa différence avec les pauvres, personne de véritablement riche n’est entouré de pauvreté.

L’humanisme, comme nous le concevons ici, est l’évolution intégratrice de la conscience humaine qui pénètre les différences culturelles. Les chocs de civilisations [1], les guerres stimulées par les intérêts sectaires, tribaux et nationalistes peuvent seulement être vues comme des tares de cette géo-psychologie.

Maintenant, voyons comment le paradoxe magnifique de l’humanisme est double :

1) ce fut un mouvement qui dans une grande mesure est apparu chez les Catholiques pratiquants du XIVème siècle et ensuite a découvert une dimension séculaire de la créature humaine, et

2) il a été en outre un mouvement qui en principe revalorisait la dimension de l’homme comme individu pour atteindre, au XXème siècle, la découverte de la société dans son sens le plus plein.

Je me réfère, sur ce point, à la conception de l’individu comme ce qui est opposé à l’individualité, à l’aliénation de l’homme et de la femme en société. Si les mystiques du XVème siècle se centraient sur « son soi » comme forme de libération, les mouvements de libération du XXème siècle, bien qu’apparemment ayant échoués, on a découvert que cette attitude de monastère n’était pas morale depuis le moment qu’elle était égoïste : on ne peut pas être pleinement heureux dans un monde plein de douleur. A moins que ce soit le bonheur de l’indifférent. Mais il ne l’est pas à cause d’ un certain type d’indifférence vers la douleur d’autrui qui définit toute morale n’emporte où dans le monde. Y compris dans les monastères et les Communautés les plus fermées, traditionnellement on se donnait le luxe de s’éloigner du monde des pécheurs grâce aux subventions et aux quotes-parts qui venaient de la sueur du front des ces mêmes pécheurs.

Les Amish aux Etats-Unis, par exemple, qui utilisent aujourd’hui des chevaux pour ne pas être contaminés par l’industrie des véhicules à moteur, sont entourés de matériels qui sont arrivés jusqu’ à eux, d’une manière ou d’une autre, par un long processus mécanique et souvent par l’exploitation du prochain. Nous-mêmes, qui nous nous scandalisons de l’exploitation d’enfants dans les métiers à tisser de l’Inde ou dans les plantations en Afrique et Amérique Latine, nous consommons, d’une manière ou d’une autre, ces produits. L’orthopraxie n’éliminerait pas les injustices du monde – selon notre vision humaniste -, mais nous ne pouvons pas renoncer ou affaiblir cette conscience pour laver nos remords. Si déjà nous n’espérons plus qu’une révolution salvatrice change la réalité et change les consciences, essayons, en revanche, de ne pas perdre la conscience collective et globale pour soutenir un changement progressif, fait par les peuples et non par quelques illuminés.

Selon notre vision, que nous identifions par le dernier stade de l’humanisme, l’individu avec conscience ne peut pas éviter l’engagement social : changer la société pour que celle-ci fasse naître, à chaque pas, un individu nouveau, moralement supérieur. Le dernier humanisme évolue dans cette nouvelle dimension utopique et radicalise quelques principes de la précédente Ere Moderne, comme l’est la rébellion des masses. Raison pour laquelle nous pouvons reformuler le dilemme : il ne s’agit pas d’un problème de gauche ou de droite mais d’avant ou d’arrière. Il ne s’agit pas de choisir entre religion ou sécularisme. Il s’agit d’une tension entre l’humanisme et le tribalisme, entre une conception diverse et unitaire de l’humanité et une autre opposée : la vision fragmentée et hiérarchique dont le but est de régner, d’imposer les valeurs d’une tribu sur les autres et en même temps nier tout type d’évolution.

Telle est la racine du conflit moderne et postmoderne. Tant la Fin de l’Histoire que le Choc de Civilisations prétendent cacher ce que nous estimons être le véritable problème de fond : il n’y a pas dichotomie entre l’Est et l’Occident, entre eux et nous, mais entre la radicalisation de l’humanisme (dans son sens historique) et la réaction conservatrice que brandit encore le pouvoir mondial, bien qu’en retrait -et à partir de là sa violence.

Par Jorge Majfud *

Paris, 2 février 2007.

* Jorge Majfud est auteur uruguayen et professeur de littérature latino-américaine à l’Université de Géorgie, Etats Unis. Auteur, entre autres livres, de «La reina de América» et de «La narración de lo invisible».

Traduction de l’espanol pour El Correo de : Estelle et Carlos Debiasi

Note :

[1] The clash of Civilizations , de Samuel Hungtington

Humanism, the West’s Last Great Utopia

One of the characteristics of conservative thought throughout modern history has been to see the world as a collection of more or less independent, isolated, and incompatible compartments.   In its discourse, this is simplified in a unique dividing line: God and the devil, us and them, the true men and the barbaric ones.  In its practice, the old obsession with borders of every kind is repeated: political, geographic, social, class, gender, etc.  These thick walls are raised with the successive accumulation of two parts fear and one part safety.

Translated into a postmodern language, this need for borders and shields is recycled and sold as micropolitics, which is to say, a fragmented thinking (propaganda) and a localist affirmation of  social problems in opposition to a more global and structural vision of the Modern Era gone by.

These regions are mental, cultural, religious, economic and political, which is why they find themselves in conflict with humanistic principles that prescribe the recognition of diversity at the same time as an implicit equality on the deepest and most valuable level of the present chaos. On the basis of this implicit principle arose the aspiration to sovereignty of the states some centuries ago: even between two kings, there could be no submissive relationship; between two sovereigns there could only be agreements, not obedience.  The wisdom of this principle was extended to the nations, taking written form in the first constitution of the United States.  Recognizing common men and women as subjects of law (“We the people…”) was the response to personal and class-based absolutisms, summed up in the outburst of Luis XIV, “l’Etat c’est Moi.”  Later, the humanist idealism of the first draft of that constitution was relativized, excluding the progressive utopia of abolishing slavery.

Conservative thought, on the other hand, traditionally has proceeded in an inverse form: if the regions are all different, then there are some that are better than others.  This last observation would be acceptable for humanism if it did not contain explicitly  one of the basic principles of conservative thought: our island, our bastion is always the best.  Moreover: our region is the region chosen by God and, therefore, it should prevail at any price.  We know it because our leaders receive in their dreams the divine word.  Others, when they dream, are delirious.

Thus, the world is a permanent competition that translates into mutual threats and, finally, into war.  The only option for the survival of the best, of the strongest, of the island chosen by God is to vanquish, annihilate the other.  There is nothing strange in the fact that conservatives throughout the world define themselves as religious individuals and, at the same time, they are the principal defenders of weaponry, whether personal or governmental.  It is, precisely, the only they tolerate about the State: the power to organize a great army in which to place all of the honor of a nation.  Health and education, in contrast, must be “personal responsibilities” and not a tax burden on the wealthiest.  According to this logic, we owe our lives to the soldiers, not to the doctors, just like the workers owe their daily bread to the rich.

At the same time that the conservatives hate Darwin’s Theory of Evolution, they are radical partisans of the law of the survival of the fittest, not applied to all species but to men and women, to countries and societies of all kinds.  What is more Darwinian than the roots of corporations and capitalism?

For the suspiciously celebrated professor of Harvard, Samuel Huntington, “imperialism is the logic and necessary consequence of universalism.”  For us humanists, no: imperialism is just the arrogance of one region that imposes itself by force on the rest, it is the annihilation of that universality, it is the imposition of uniformity in the name of universality.

Humanist universality is something else: it is the progressive maturation of a consciousness of liberation from physical, moral and intellectual slavery, of both the opressed and the oppressor in the final instant.  And there can be no full consciousness if it is not global: one region is not liberated by oppressing the others, woman is not liberated by oppressing man, and so on.  With a certain lucidity but without moral reaction, Huntington himself reminds us: “The West did not conquer the world through the superiority of its ideas, values or religion, but through its superiority in applying organized violence.  Westerners tend to forget this fact, non-Westerners never forget it.”

Conservative thought also differs from progressive thought because of its conception of history: if for the one history is inevitably degraded (as in the ancient religious conception or in the conception of the five metals of Hesiod) for the other it is a process of advancement or of evolution.  If for one we live in the best of all possible worlds, although always threatened by changes, for the other the world is far from being the image of paradise and justice, for which reason individual happiness is not possible in the midst of others’ pain.

For progressive humanism there are no healthy individuals in a sick society, just as there is no healthy society that includes sick individuals.  A healthy man is no possible with a grave problem of the liver or in the heart, like a healthy heart is not possible in a depressed or schizophrenic man.  Although a rich man is defined by his difference from the poor, nobody is truly rich when surrounded by poverty.

Humanism, as we conceive of it here, is the integrating evolution of human consciousness that transcends cultural differences.  The clash of civilizations, the wars stimulated by sectarian, tribal and nationalist interests can only be viewed as the defects of that geopsychology.

Now, we should recognize that the magnificent paradox of humanism is double: 1) it consisted of a movement that in great measure arose from the Catholic religious orders of the 14th century and later discovered a secular dimension of the human creature, and in addition 2) was a movement which in principle revalorized the dimension of man as an individual in order to achieve, in the 20th century, the discovery of society in its fullest sense.

I refer, on this point, to the conception of the individual as opposed to individuality, to the alienation of man and woman in society.  If the mystics of the 14th century focused on their self as a form of liberation, the liberation movements of the 20th century, although apparently failed, discovered that that attitude of the monastery was not moral from the moment it became selfish: one cannot be fully happy in a world filled with pain.  Unless it is the happiness of the indifferent.  But it is not due to some type of indifference toward another’s pain that morality of any kind is defined in any part of the world.  Even monasteries and the most closed communities, traditionally have been given the luxury of separation from the sinful world thanks to subsidies and quotas that originated from the sweat of the brow of sinners.  The Amish in the United States, for example, who today use horses so as not to contaminate themselves with the automotive industry, are surrounded by materials that have come to them, in one form or another, through a long mechanical process and often from the exploitation of their fellow man.  We ourselves, who are scandalized by the exploitation of children in the textile mills of India or on plantations in Africa and Latin America, consume, in one form or another, those products.  Orthopraxia would not eliminate the injustices of the world – according to our humanist vision – but we cannot renounce or distort that conscience in order to wash away our regrets.  If we no longer expect that a redemptive revolution will change reality so that the latter then changes consciences, we must still try, nonetheless, not to lose collective and global conscience in order to sustain a progressive change, authored by nations and not by a small number of enlightened people.

According to our vision, which we identify with the latest stage of humanism, the individual of conscience cannot avoid social commitment: to change society so that the latter may give birth, at each step, to a new, morally superior individual.  The latest humanism evolves in this new utopian dimension and radicalizes some of the principles of the Modern Era gone by, such as the rebellion of the masses.  For which reason we can formulate the dilemma: it is not a matter of left or right but of forward or backward.  It is not a matter of choosing between religion or secularism.  It is a matter of a tension between humanism and tribalism, between a diverse and unitary conception of humanity and another, opposed one: the fragmented and hierarchical vision whose purpose is to prevail, to impose the values of one tribe on the others and at the same time to deny any kind of evolution.

Thisis the root of the modern and postmodern conflict.  Both The End of History and The Clash of Civilizations attempt to cover up what we understand to be the true problem: there is no dichotomy between East and West, between us and them, only between the radicalization of humanism (in its historical sense) and the conservative reaction that still holds world power, although in retreat – and thus its violence.

Jorge Majfud, february 2007.

Translated by Bruce Campbell

katrina: la hiperrealidad de la imagen

Post-Katrina School Bus

Image by laffy4k via Flickr

Hurricane Katrina and the Hyperreality of the Image (Spanish)

La hiperrealidad de la imagen


En el siglo XVI, fray Bartolomé de las Casas escribió una apasionada crónica sobre la brutal conquista del Imperio Español en el nuevo mundo. La denuncia de este cristiano converso (es decir, “de sangre impura”) a favor de un humanismo universal, provocó las Juntas de Valladolid (1550) en la cual se enfrentó, ante el público y ante el rey, a Ginés de Sepúlveda. Usando una cita bíblica tomada de Proverbios, Juan Ginés de Sepúlveda y sus partidarios defendieron el derecho del Imperio a esclavizar a los indios, no sólo porque lo hacían en nombre de la “verdadera fe” sino, sobre todo, porque la Biblia decía que el hombre inteligente debía someter al tonto. Como siempre, sólo una minoría promovía una nueva ética basada en “principios”. Se debió esperar hasta el siglo XIX para que estos “principios” se convirtieran en realidad por la fuerza de la “necesidad”.

Poco después, Guamán Poma Ayala denunció una historia semejante de violaciones, torturas y matanzas. Pero lo hizo, además, con una colección de dibujos, que entonces eran una forma de crónica, tan válida como la escrita. Su impacto e interés fue mínimo en su época, a pesar de la crudeza de las imágenes. Por entonces, al igual que en los tiempos de la Edad Media, las imágenes tenían una gran utilidad porque la mayoría de la población no sabía leer. No obstante, y por ello mismo, se puede explicar por qué no tuvo consecuencias de gran importancia: porque la “masa”, la población, no contaba como agente de cambios. O simplemente no contaba. La rebeldía podía encabezarla un cacique, como Tupac Amaru, pero la población no era protagonista de su propia historia.

Ahora a lo que voy: este proceso se ha revertido hoy en día. La “masa” ya no es “masa” y comienza a contar. No obstante, la lucha radica en este frente: como la masa (ahora sujetos de rebeldía) cuenta en la generación de la historia, aquellos que aun pertenecen al viejo orden buscan dominarla con su propio lenguaje: la imagen. Y muchas veces lo logran a la perfección. Veamos.

Nuestra cultura popular occidental está basada (y a veces atrapada) en códigos visuales y en una sensibilidad visual. Sabemos que la cultura de las clases dirigentes (dominantes) se sigue basando en las complejidades del texto escrito. Incluso los expertos en imágenes basan sus estudios y teorías en la letra. ¿Por qué la imagen es un “texto” básico para las sociedades capitalistas? Porque su “consumo” es rápido, desechable, y por lo tanto es confortable. El problema surge cuando esta imagen (el signo, el texto) deja de ser confortable y complaciente. En este momento el público reacciona, toma conciencia. Es decir, el entendimiento, la conciencia, entra por los ojos: una fotografía de una niña huyendo de las bombas de napalm en Viet Nam, por ejemplo. Por la misma razón se “recomendó” no mostrar al público las imágenes sobre la guerra de Irak donde aparecían niños destrozados por las bombas, los féretros de los soldados americanos regresando al país, etc. Por el contrario, el caso Terri Schiavo ocupó el tiempo y la preocupación del público americano durante muchas semanas, día a día, hora a hora. Hasta que esta pobre mujer se murió para descansar en paz de tanta imagen obscena de las cuales fue víctima e instrumento involuntario. Sin embargo, durante esas mismas semanas continuaron muriendo cientos de iraquíes e, incluso, de soldados americanos y ni siquiera fueron noticia, más allá de las estadísticas diarias que se publican. ¿Por qué? Porque no son personas, son números para una sensibilidad que sólo se conmueve por las imágenes. Y esto quedó demostrado con las fotografías de Abú Graib y con un video que mostraba a un soldado americano disparando contra un herido. Esos fueron los dos únicos momentos en que el público americano reaccionó indignado. Pero debemos preguntarnos, ¿alguien piensa que en la guerra no pasan esas cosas? ¿Alguien cree todavía en ese cuento posmoderno de las guerras higiénicas, donde existen “efectos especiales” pero no sangre, muerte y dolor?

Lo mismo podemos analizar sobre el problema reciente de Nueva Orleáns. La catástrofe no fue comprendida mientras los meteorólogos advirtieron de la escala de la tragedia, varios días antes. Tampoco se tomó conciencia del problema cuando los reportes hablaban de decenas de muertos. De igual forma, una contradicción dialéctica (una mentira revelada, por ejemplo) carece de consecuencias porque es “invisible”. Hoy, cuatro días después, sabemos que los muertos pueden ascender a centenares. Probablemente miles, si consideramos aquellos que morirán por falta de diálisis, por falta de insulina y otras medicinas de emergencia. Pero la televisión no ha mostrado ningún muerto. Cualquiera podrá recorrer las páginas de los principales diarios de Estados Unidos y nunca encontrarán una imagen “ofensiva”, una de esas fotografías que podemos ver en diarios de otras partes del mundo: cuerpos flotando, niños muriendo “como en África”, violencia, violaciones, etc. Porque si algo no faltan son las cámaras digitales; pero sobra “pudor”. Pudor propio, no ajeno, porque publicar en la tapa de una revista los cadáveres de una hombruna en África es tan tolerable como no censurar los senos de una africana y sí los de una mujer blanca o, al menos, “civilizada”. No soy partidario del morbo gratuito, ni de mostrar sangre repetidas veces y sin necesidad: soy partidario de mostrarlo todo. Como dijo alguien, refiriéndose a la guerra, “si fuimos capaces de hacerlo debemos ser capaces de verlo”.

Una tragedia natural como ésta (como el tsunami en Asia) es una desgracia de la cual no podemos responsabilizar a nadie. (Dejemos de lado, por un momento, la cuota de responsabilidad que tienen las sociedades en el calentamiento global de los mares.) Sin embargo, la tragedia de Nueva Orleáns está demostrando que una superpotencia como Estados Unidos puede movilizar decenas de miles de soldados, la más alta tecnología del mundo, la máquina más efectiva de ataque conocida hasta ahora en la historia de la humanidad para quitar a un presidente (o dictador) extranjero, pero no ha podido acceder hasta donde están miles de víctimas del huracán Katrina, en una ciudad que está dentro de su propio país. En Nueva Orleáns, en este momento, se están produciendo actos de vandalismo, violencia, violaciones y caos general mientras las víctimas se quejan que ni siquiera han visto un policía o un soldado que los ayudase, en un área que se encuentra bajo la ley marcial. Este reclamo lo hacen delante de las cámaras, por lo cual podemos pensar que al menos los periodistas sí pudieron acceder a esos lugares. Unos saquean por oportunistas, otros por desesperación, ya que comienzan a experimentar una situación de lucha por la sobrevivencia que no es conocida en el país más poderoso del mundo. Ayer el presidente G. W. Bush apeló a la ayuda privada y esta mañana ha dicho que no es suficiente. Falta de recursos no hay, claro (la guerra de Irak costó más de trescientos mil millones de dólares,  diez veces más de todos los destrozos producido por el huracán en esta tragedia); el parlamento ha votado una ayuda económica de diez mil millones de dólares para las víctimas. Pero éstas siguen muriendo, atrapados en estadios, en los puentes, viviendo a la intemperie, dando una imagen que no se corresponde con un país cuyos pobres sufren problemas de sobrealimentación, donde a los mendigos se los multa con mil dólares por pedir lo que no necesitan (ya que el Estado les provee de todo lo necesario para sobrevivir sin desesperación en caso de que no puedan hacerlo por sus propios medios). Una tragedia doble la sufren los hispanos indocumentados: no son objetos de compensaciones como sus vecinos, pero pierdan cuidado que serán ellos los primeros que pongan mano a la reconstrucción. ¿Quién más si no? ¿Qué otro grupo social de este país tiene la resistencia física, moral y espiritual para trabajar bajo límites de sobrevivencia y desesperanza? ¿O todavía creemos en los cuentos de hadas?

El pueblo norteamericano tomará conciencia de los objetivos y prioridades de este gobierno cuando compare la eficiencia o ineficiencia en diferentes lugares y momentos. Pero para ello debe “verlo” en sus televisores, en los medios de prensa de Internet escritos en inglés, a los cuales suelen acudir por costumbre. Porque de nada o de poco sirve que lo lean en los textos escritos, como no sirven los críticos artículos del New York Time que, con un gran número de brillantes analistas anotaron uno por una las contradicciones de este gobierno y, en vano, tomaron partido público en contra de la reelección de G. W. Bush. Ahora, cuando se produce un “cansancio” en la opinión pública, la mayoría de los habitantes de este país entiende que la intervención en Irak fue un error. Claro, como decía mi abuelo, tarde piaste.

La “opinión pública” norteamericana tomará conciencia de lo que está ocurriendo en Nueva Orleáns (y del por qué está ocurriendo, más allá del fenómeno natural) cuando puedan ver imágenes; una parte de aquello que están viendo las víctimas y narrando oralmente para un público que escucha pero no se conmueve por la narración oral, como no se conmueve por un análisis dialéctico que no apela a imágenes o a metáforas bíblicas. Se darán real cuenta de lo que está sucediendo cuando vean las imágenes “crudas”, siempre y cuando no confundan esas imágenes con el caos en algún país subdesarrollado.

El genial educador brasileño, Paulo Freire, expulsado por la dictadura de su país “por ignorante”, publicó en 1971 Pedagogía del oprimido en una editorial de Montevideo. Allí mencionó una experiencia pedagógica de una colega. La profesora mostró a un alumno un callejón de Nueva York lleno de basura y le preguntó qué veía. El muchacho dijo que veía una calle de África o de América Latina. “¿Y por qué no una calle de Nueva York?”, observó la profesora. Poco antes, en los años ’50, Roland Barthes había hecho un interesante análisis de una fotografía en la cual un soldado negro saludaba “patrióticamente” la bandera del imperio que oprimía a África (el imperio francés), y de ahí concluyó, entre otras cosas, que la imagen estaba condicionada por el texto (escrito) que la acompaña y es éste el que le confiere un significado (ideológico). Podemos pensar que el problema semántico (semiótico) es algo más complejo que esto, y depende de otros “textos” que no son escritos, que son otras imágenes, otros discursos (hegemónicos), etc. Pero la imagen “cruda” también tiene su función reveladora o, al menos, crítica. ¿Qué significa esto de “crudo”?  Son, precisamente, aquellas imágenes que el discurso hegemónico ha censurado (o reprimido, para usar un término psicoanalítico). Razón por la cual aquellos que usamos la dialéctica y el análisis relacionado históricamente con el pensamiento y con el lenguaje, debemos reconocer, al mismo tiempo, el poder de aquellos otros que manejan el lenguaje visual. Para dominar o para liberar, para ocultar o para revelar.

Una vez, en una aldea de África, un macúa me contó cómo una hechicera había transformado un saco de arena en un saco de azúcar y cómo otro hechicero había bajado volando del cielo. Le pregunté si recordaba un sueño extraño de los últimos tiempos. El macúa me dijo que había soñado que veía su aldea desde un avión. “Ha viajado alguna vez en un avión”, pregunté. Obviamente, no. Ni siquiera había estado cerca de alguno de estos aparatos. “Sin embargo usted dice que lo vio”, observé. “Sí, pero era un sueño”, me dijo. Los espíritus en cuerpos de leones, los hombres voladores, la arena convertida en azúcar no eran sueños. Historias como éstas podemos leerlas en las crónicas de los españoles que conquistaron América Latina en el siglo XVI. También podemos verlas hoy en día en muchas regiones como América Central. Mi respuesta a mi amigo macúa entonces fue la misma que les daría a los “evolucionados” norteamericanos: tengamos siempre presente que no es verdad todo lo que se ve ni se ve todo lo que es verdad.

© Jorge Majfud, 2 de setiembre de 2005

The University of Georgia

Hurricane Katrina and the Hyperreality of the Image

by Jorge Majfud

Translated by Bruce Campbell

In the 16th century, the Dominican brother Bartolomé de las Casas wrote an empassioned chronicle about the brutal conquest by the Spanish Empire of the new world. The denunciation by this Christian convert (which is to say, “of impure blood”) in behalf of a universal humanism, resulted in the Juntas de Valladolid (1550) in which he faced off, before the public and the king, with Ginés de Sepúlveda. Using a biblical quotation taken from Proverbs, Juan Ginés de Sepúlveda and his partisans defended the right of the Empire to enslave indigenous peoples, not only because they did it in the name of the “true faith” but, above all, because the Bible said that the intelligent man must subjugate the idiot. We will not go into who were the intelligent men. What matters now is knowing that over the centuries, a debate resulted among the “chroniclers” (the only literary genre permitted by the Spanish Inquisition in the Americas). As always, only a minority promoted a new ethics based on ethical “principles.” In this case the humanists and defenders of the “natural right” of the indigenous peoples. One had to wait until the 19th century for these “principles” to become reality by the force of “necessity.” In other words, the Industrial Revolution needed wage laborers, not free labor that competed with standardized production and that, besides, had no consumption power. From that point on, as always, “necessity” quickly universalized the “principles,” so that today we all consider ourselves “anti-slavery,” based on ethical “principles” and not by “necessity.”* I have explained this elsewhere, but what is important to me now is to briefly analyze the power of the written text and, beyond this, the power of dialectical (and sometimes sophistic) analysis.

Using the denunciations of father Bartolomé de las Casas, a nascent empire (the British) quickly found writers to create the “black legend” of Spain’s colonial enterprise. Then, like any new empire, it presumed an advanced morality: it presented itself as the champion of the anti-slavery struggle (which – what a coincidence – only became a reality when its industries developed in the 19th century) and pretended to give moral lessons without the necessary authority, which was denied by its own history of brutal oppression, equally as brutal as that of the old Spanish empire.

Shortly after the De las Casas-Supúlveda controversy and following the approval of the New Laws governing treatment of the indians as a consequence (although the laws weren’t worth the paper they were printed on), Guamán Poma Ayala denounced a similar history of rapes, torture and mass murder. But he did it, in contrast, with a collection of drawings, which at the time was a form of chronicle as valid as the written word. These drawing can be studied in detail today, but we would have to say that there impact and interest was minimal in their own time, despite the starkness of the images. In those days, just as during the Middle Ages, images had a special usefulness because the majority of the population did not know how to read. Nevertheless, and for that very reason, it is easy to explain why Guamán Poma’s chronicle was of no great consequence: because the “masses,” the population, didn’t matter as an agent of change. Or it simply didn’t matter. Rebellion might be headed by a cacique, like Tupac Amaru, but the population was not a protagonist of its own story.

Now here’s where I’m going with this: this process has been reversed today. The “masses” are no longer “masses” and have begun to matter: citing Ortega y Gasset, we might say that we had a “rebellion of the masses” but now can longer speak of “masses” but of a population composed of individuals that have started to question, to make demands, and to rebel. Nonetheless, the struggle is rooted on this front: as the masses (now subjects in rebellion) matter in the generation of the story, those who still belong to the old order seek to dominate them with their own language: the image. And often they succeed to perfection. Let’s take a look.

Our Western popular culture is based (at times trapped) in visual codes and a visual sensibility. We know that the culture of the ruling (or dominant) classes continues to be based on the complexities of the written text. Even the experts on images base their studies and theories on the written word. If in Latin America public opinion and sensibility are strongly conditioned by an ideological tradition (formed from the time of the Conquest, in the 16th century, and exploited by opposing political groups in the 20th century), here, in the United States, the relationship with the past is less conflict-oriented, and hence the lack of historical memory can, in some cases, facilitate the work of the proselytizers. We will not get into that issue here. Suffice it to say that the United States is a complex and contradictory country, and therefore any judgement about “Americanness” is as arbitrary and unfair as speaking of “Latinamericanness” without recognizing the great diversity that exists within that mythological construct. We must not forget that all ideology (of the left or of the right, liberal or conservative) sustains itself via a strategic simplification of the reality it analyzes or creates.

I understand that these factors should be taken into account when we want to understand why the image is a basic “text” for capitalist societies: its “consumption” is quick, disposable, and therefore “comfortable.” The problem arises when this image (the sign, the text) ceases to be comfortable and pleasant. When this happens the public reacts, becomes aware. That is to say, the understanding, the awareness, enters through the eyes: a photograph of a girl fleeing the napalm bombs in Viet Nam, for example. For the same reason it was “recommended” to not show the public images of the war in Iraq that included children torn apart by bombs (see the daily papers of the rest of the world in 2003), the coffins of American soldiers returning home, etc. By contrast, the Terri Schiavo case occupied the time and concern of the American public for many weeks, day after day, hour after hour; the president and governor Bush of Florida signed “exceptions” that were rejected by the judiciary, until the poor woman died to rest in peace from so many obscene images of which she was the unknowing and unwilling victim. Despite it all, during thos same weeks hundreds of Iraqis, as well as American soldiers, continued to die and they didn’t even make the news, beyond the publication of the daily statistic. Why? Because they aren’t persons, they are numbers for a sensibility that is only moved by images. And this was proved by the photographs of Abu Graib and with a video that showed an American soldier shooting a wounded man. Those were the only two moments in which the American public reacted with indignation. But we should ask ourselves, does anyone really believe that these things don’t happen in war? Does anyone still believe in that postmodern story about hygienic wars, where there are “special effects” but no blood, death and pain? Yes. Many people do. Lamentably, a majority. And it’s not due to lack of intelligence but to lack of interest.

We can analyze the same process at work with the recent problem of New Orleans. The catastrophe was not grasped when the meteorologists warned of the scale of the tragedy, several days before. Nor was there broad awareness of the problem when reports spoke of tens of dead. Four days after, we knew that the number of dead could rise into the hundreds. Possibly thousands, if we consider those wuo will die for lack of dialysis, lack of insulin and other emergency medicines. But television did not show a single dead person. Anyone can search the pages of the principal daily newspapers of the United States and they will not find an “offensive” image, one of those photographs that we can view in daily papers from other parts of the world: bodies floating, children dying “like in Africa,” violence, rapes, etc. Because if there is one thing in abundance it is digital cameras; but there is even more “modesty.” I am no advocate of morbid gratuitousness, nor of showing blood over and over again unnecessarily: I am an advocate of showing everything. As a U.S. citizen said with reference to the war, “if we were capable of doing it we should be capable of seeing it.”

A natural tragedy like this one (or like the tsunami in Asia) is a disgrace for which we cannot hold anyone responsible. (Let’s set aside, for a moment, the share of responsibility that societies have in the global warming of the oceans.) Nonetheless, the tragedy of New Orleans demonstrates that a superpower like the United States can mobilize tens of thousands of soldiers, the most advanced technology in the world, the most effective machinery of assault in human history in order to remove a foreign president (or dictator), but prove incapable of reaching thousands of victims of Hurricane Katrina, in a city within its own country. In New Orleans, there were acts of vandalism and violence, rapes and general chaos while victims complained that there were no policemen or soldiers to help them, in an area that found itself under martial law. This complaint was made in front of the cameras, and so we can believe that at least the journalists were able to gain access to those places. Some loot because they are opportunists, others out of desperation, as they begin to experience a situation of struggle for survival previously not seen in the most powerful country in the world. On September 1 president G.W. Bush appealed for private aid and on September 2 he said it was not sufficient. There is no lack of resources, of course (the war in Iraq cost more than three hundred billion dollars, ten times more than all the damages produced by the hurricane in this tragedy); the Congress voted for economic aid of ten billion dollars for the victims. But the latter continued to die, trapped in stadiums, on bridges, without shelter, offering up a jarring image for a country whose poor suffer from problems of overeating, where beggars are fined a thousand dollars for asking for things they don’t need (since the State supposedly provides them everything necessary to survive without desperation in case they can’t do so by their own means). Undocumented Hispanics suffer a double tragedy: they will not receive compensation like their neighbors, but rest assured that they will be the first to take up the task of reconstruction. Who else? What other social group in this country has the physical, moral and spiritual toughness to work under conditions of survival and hopelessness? Or do we still believe in fairy tales?

The people of the United States will become aware of the objectives and priorities of this government when they compare its efficiency or inefficiency in different places and moments. But for that to happen they must “see it” on their television sets, in the English-language news media on the Internet, to which they turn out of habit. Because it is of little or no use for them to read it in written texts, since the critical analyses of the New York Times are seemingly useless – a paper that, with a large number of brilliant analysts noting one by one the contradictions of this government, took sides publicly against the the reelection of G. W. Bush. Now, when there is a “fatigue” in public opinion, the majority of the country’s population understands that the intervention in Iraq was a mistake. Of course, as my grandfather used to say, you chirped too late.

U.S. public opinion will become aware of what is happening in New Orleans (and of what is happening beyond the natural phenomenon) when people can see images; a part of what the victims see and tell orally to a public that listens but is unmoved by a dialectical analysis that doesn’t appeal to images or biblical metaphors. The U.S. public will realize what is happening when its sees “raw” images, as long as they don’t confuse those images with the chaos of some underdeveloped country.

The brilliant Brazilian educator, Paulo Freire, exiled by the dictatorship of his country “out of ignorance,” published in 1971 The Pedagogy of the Oppressed with a publishing house in Montevideo, Uruguay. He mentioned there the pedagogical experience of a colleague. The teacher had shown to a student an alley of New York City filled with garbage and asked him what he saw. The boy said that he saw a street in Africa or Latin America. “And why not a street in New York City?” observed the teacher. A short timearlier, in the 1950s, Roland Barthes had done an interesting analysis of a photograph in which a black soldier saluted “patriotically” the flag of the empire that oppressed Africa (the French empire), and concluded, among other things, that the image was conditioned by the (written) text that accompanies it and that it is the latter that confers on the image (ideological) meaning. We might think that the semantic (or semiotic) problem is a bit more complex than this, and arises from other unwritten “texts,” other images, other (hegemonic) discourses, etc. But the “raw” image also has a revelatory, or at least critical, function. What do I mean by “raw”? “Raw” images are precisely those images censored (or repressed, to use a psychoanalytic term) by the dominant discourse. For this reason those of us who use dialectics and analysis related historically to thought and language must recognize, at the same time, the power of those others who control visual language. To dominate or to liberate, to hide or to reveal.

Once, in an African village, a Macua man told me how a sorceress had transformed a sack of sand into a sack of sugar, and how another sorcerer had come flying down from the sky. I asked him if he remembered any strange, recent dream. The Macua man told me he had dreamed that he saw his village from an airplane. “Have you ever flown in a plane?” I asked. Obviously not. He hadn’t even been close to one of those machines. “But you say that you saw it,” I observed. “Yes, but it was a dream,” he told me. Spirits in the bodies of lions, flying men, sand turned into sugar aren’t dreams. Stories like these can be read in the chronicles of the Spaniards who conquered Latin America in the 16th century. We can also see them today in many regions of Central America. My response to my Macua friend was the same as I would give to the more “evolved” U.S. public: we must always be aware that not everything we see is true, nor is can everything true be seen.

*This same principal that I call “necessity” was identified in the 19th century by Bautista Alberdi, when he recognized that laicism in the Rio de la Plata was (and had to be) a consequence of the great diversity of religions, a product of immigration. It was not possible to expel or engage in “ethnic cleansing,” as Spain did in the 15th century, since in Alberdi’s time we were in a different arena of history, and of the concept of “necessary resources.”

Translated by Bruce Campbell

© Jorge Majfud, september 2006.