Niños de Burkina Faso cosechan algodón para Victoria’s Secret

«El secreto de Victoria»

Los programas de comercio justo no logran controlar a los agricultores que explotan a niños

BLOOMBERG Londres
Niños de Burkina Faso cosechan algodón para Victoria’s Secret / BLOOMBERG

La pesadilla de Clarisse Kambire casi nunca cambia. Es de día. En un campo de algodón que estalla en flores color púrpura y blanco, un hombre se inclina sobre ella blandiendo un palo sobre su cabeza. Entonces retumba una voz, que sacude a Clarisse de su sueño y hace que su corazón dé un salto. “¡Levántate!”.

El hombre que le ordena levantarse es el mismo que aparece en el sueño de la chiquilla de 13 años: Victorien Kamboule, el agricultor para el cual trabaja en un campo de algodón en África occidental. Antes del amanecer, una mañana de noviembre se levanta de la colchoneta plástica desteñida que le sirve de colchón, apenas más gruesa que la tapa de una revista de moda, abre la puerta metálica de su choza de barro y fija sus ojos almendrados en la primera jornada de cosecha de esta temporada.

Ya venía temiéndolo. “Estoy empezando a pensar en cómo me gritará y me volverá a golpear”, había dicho dos días antes. Preparar el campo fue aún peor. Clarisse ayudó a cavar más de 500 surcos sólo con sus músculos y una azada, que reemplazan al buey y el arado que el granjero no puede pagar. Si ella es lenta, Kamboule la azota con una rama de árbol.

Esta es la segunda cosecha de Clarisse. El algodón de la primera pasó de sus manos a los camiones de un programa de Burkina Faso que maneja algodón certificado como comercio justo. La fibra de esa cosecha luego fue a fábricas en India y Sri Lanka, donde se creó ropa interior para Victoria’s Secret.

Algodón de Clarisse

“Fabricado con 20% de fibras orgánicas de Burkina Faso”, se lee en la etiqueta de la prenda, comprada en octubre.

El trabajo forzoso y el trabajo infantil no son una novedad en las granjas africanas. Se supone que el algodón de Clarisse, producto de ambas cosas, es diferente. Está certificado como orgánico y comercio justo, y por ende debería estar a salvo de semejantes prácticas.

Sembrada cuando Clarisse tenía 12 años, toda la cosecha orgánica de Burkina Faso de la última temporada fue comprada por Victoria’s Secret, según Georges Guebre, líder del programa nacional orgánico y de comercio justo, y Tobias Meier, responsable de comercio justo en Helvetas Swiss Intercooperation, una organización para el desarrollo con sede en Zúrich que estableció el programa y ha contribuido a comercializar el algodón para compradores globales. Meier dice que en principio Victoria’s Secret se quedaría también con la mayor parte de la cosecha orgánica de este año.

Bandera verde de identificación

El líder de la cooperativa local de comercio justo en el pueblito de Clarisse confirmó que su granjero es uno de los productores del programa. Al borde del campo donde ella trabaja hay una bandera verde de identificación, que entregan a sus productores.

Como socia de Victoria’s Secret, la organización de Guebre, la Federación Nacional de Productores de Algodón de Burkina, es responsable de manejar todos los aspectos del programa orgánico y de comercio justo en Burkina Faso. Conocida por sus iniciales francesas, la UNPCB (Union Nationale des Producteurs de Cotton du Burkina Faso) en 2008 copatrocinó un estudio en el cual se indicaba que cientos o quizá miles de niños como Clarisse podían ser vulnerables a la explotación por parte de productores y de Helvetas. Victoria’s Secret dice que nunca vio ese informe.

El trabajo de Clarisse pone en evidencia las deficiencias del sistema para certificar como comercio justo productos básicos y terminados en un mercado global que creció un 27% en apenas un año, hasta más de 5.800 millones de dólares en 2010 (4.500 millones de euros). Ese mercado se funda en la noción de que las compras realizadas por empresas y consumidores no deben hacer a éstos cómplices de la explotación, sobre todo de niños.

Perversión del comercio justo

En Burkina Faso, donde el trabajo infantil es endémico en la producción de su principal cultivo de exportación, pagar sobreprecios lucrativos por el algodón orgánico y de comercio justo ha creado –de manera perversa- nuevos incentivos para la explotación. El programa atrajo a agricultores de subsistencia que dicen no tener recursos para cultivar algodón con certificación de comercio justo sin violar un principio central del movimiento: obligar a trabajar en sus campos a niños ajenos.

Una ejecutiva de la casa matriz de Victoria’s Secret asegura que la cantidad de algodón que compra la firma a Burkina Faso es mínima, pero que toma seriamente las acusaciones relativas al trabajo infantil.

BLOOMBERG

“Describen una conducta contraria a los valores de nuestra empresa y el código laboral y las normas de origen que exigimos cumplir a todos nuestros proveedores”, dijo en un comunicado Tammy Roberts Myers, vicepresidenta de comunicaciones externas de Limited Brands Inc. Victoria’s Secret es la unidad más grande de la empresa de Columbus, Ohio.

“Nuestras normas prohíben específicamente el trabajo infantil”, dijo. “Estamos enérgicamente empeñados en investigar a fondo esta cuestión con las partes interesadas”.

En los campos

Para comprender la terrible situación de Clarisse y otros niños, la agencia Bloomberg pasó más de seis semanas haciendo reportajes en Burkina Fasso, entre otros, a Clarisse, su familia, los vecinos y los dirigentes de su aldea. Sus experiencias son similares a las de otros seis niños entrevistados exhaustivamente por Bloomberg, como un chiquillo escuálido de 12 años que trabaja en un campo vecino.

En granjas de parcelas pequeñas como la de Kamboule en todo Burkina Faso, investigadores patrocinados por la federación de productores constataron en 2008 que más de la mitad de los 89 productores sondeados tenía un total de 90 chicos acogidos temporalmente menores de 18 años. Muchos tenían dos o más. El problema era agudo en el sudoeste del país, que constituye el centro de producción del programa y es la tierra natal de Clarisse. Ese año, había unos 7.000 agricultores en comercio justo, según datos de Helvetas.

El estudio reveló que dos tercios de los niños acogidos temporalmente en casas como la de Kamboule no iban a la escuela como se exigía que lo hicieran. Los granjeros adheridos al programa de comercio justo dijeron a los investigadores que no les pagaban a los niños, lo que llevó a los autores del estudio a escribir “Esta categoría de niños constituye un problema en varios niveles: en cuanto a su vulnerabilidad social por un lado, y en cuanto a su situación en el trabajo por otro. Estos chicos acogidos temporalmente están en situación de empleado: obviamente se les pide que trabajen, como lo expresaron los productores con sus propias palabras, pero no reciben ninguna remuneración, independientemente de la edad”.

Nada sobre niños

Kamboule y algunos productores dicen que nadie del programa les impartió normas o capacitación sobre el trabajo infantil en sus granjas. Una instrucción cara a cara sería una necesidad en un país donde 71 por ciento de la población no sabe leer.

“No, no nos dijeron nada sobre niños”, recordó Louis Joseph Kambire, de 69 años, un granjero nervudo de comercio justo que forma parte de la comisión de auditoría de la cooperativa Benvar, la aldea de Clarisse. Como no tiene hijos propios, Kambire obliga a los niños acogidos temporalmente que tiene a su cargo a trabajar en un campo de algodón orgánico y comercio justo que cultiva junto al de Clarisse.

“Por eso trabajan para mí”, dice. Antes del programa de comercio justo, no los hacía trabajar en sus campos de subsistencia.

Ha habido escasos esfuerzos o ninguno por mejorar la capacitación después del informe de 2008, según las entrevistas de Bloomberg con granjeros en cinco de las seis aldeas donde se realizó el sondeo.

Almacenar el algodón

Clarisse acarrea su fanega hasta la casa de un vecino donde Kamboule almacena su algodón porque está más cerca del punto de recolección para el programa orgánico y de comercio justo. La casa, de un lujo relativo con su piso de cemento, se encuentra pasando la escuela a la que antes asistía.

De regreso en la choza de Kamboule, bajo la luz de una luna llena, Clarisse dice que usará parte del agua que sacó del pozo para lavarse y luego irá a las casas de los vecinos y amigos del pueblo. Si están comiendo, aguardará educadamente hasta que le ofrezcan algo de comida. Para un “enfant confié”, esta es la vida de todos los días, dice Clarisse: “Sin tu madre cerca, eres como un huérfano”.

Muy lejos, en el centro de Manhattan, Irina Richardson dice que compra corpiños y ropa interior Victoria’s Secret desde hace 15 años y la ponía contenta pensar que hacía un bien. Al enterarse del papel de Clarisse en la provisión del algodón para la lencería, esta administradora de propiedades de Long Island, de 51 años, dijo que se quedó pasmada: “Comprar algo fabricado en semejantes condiciones es una falta de respeto a otros seres humanos”.

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L’ era della Barbarie

Christ is Condemned to Death, Church of St. Ma...

Image via Wikipedia

La Era de Barbaria (Spanish)

The Age of Barbaria (English)

 

L’ era della Barbarie

Nell’ era della Barbarie cominciarono i viaggi a ritroso nel tempo all’anno trentatre. Venne scelto quell’anno perché, secondo le statistiche, la Crocifissione di Cristo attraeva l’attenzione di più gente dall’Occidente, e si pensò a questo settore sociale per ragioni economiche, giacché i viaggi, nel passato, non erano stati né diretti né tanto meno finanziati dal governo di nessun paese come in altri tempi era successo per i primi viaggi nello spazio, ma da un’ azienda privata. Il gruppo finanziario che rese possibile la meraviglia di viaggiare nel tempo fu l’Axa, sotto richiesta del maggior cervellone delle Tecnologie Blue, che fece intravedere infiniti profitti per la prestazione di “servizi turistici”, come vennero chiamati in quel momento. Da allora vari gruppi di trenta persone hanno viaggiato all’anno trentatre per presenziare alla morte del Nazareno, come facevano anticamente i turisti comuni quando, ad ogni equinozio, si concentravano ai piedi della piramide di Chitchen-Itzá per presenziare alla formazione del serpente data dalle ombre che la piramide gettava su se stessa.

Il maggior inconveniente che ebbe l’Axa fu il numero ridotto di turisti che potevano assistere all’evento di volta in volta, cosa che determinava profitti che non erano concordi con le aspettative milionarie dell’investimento, motivo per cui, di lì a poco, venne alzato questo numero fino alla cifra di quarantacinque, con il rischio di attirare l’attenzione degli antichi abitanti di Gerusalemme. Poi la cifra venne mantenuta senza alterazioni, su richiesta di uno dei principali azionisti dell’impresa che argomentò, ragionevolmente, che la conservazione di questo fatto storico allo stato originale era la condizione basilare che giustificava i viaggi e che se ogni gruppo avesse prodotto alterazioni nei fatti, la cosa si sarebbe ripercossa portando ad un abbandono dell’interesse generale nel realizzare questo tipo di viaggi.

Con il tempo si capì che ogni alterazione storica dei fatti, per minima che fosse, era quasi impossibile da riparare. Questo succedeva quando qualcuno dei viaggiatori non rispettava le regole del gioco e pretendeva di portarsi a casa qualche souvenir. Il caso più famoso fu quello di Adam Parcker che, con incredibile destrezza, riuscì a ritagliare un pezzetto triangolare della tunica rossa del Nazareno, probabilmente nel momento in cui questi cadde stravolto dalla fatica. Il furto non causò nessuna alterazione delle Sacre Scritture, ma servì a Parcker per diventare ricco e famoso, giacché il minuscolo pezzetto di tela venne valutato una fortuna e non pochi viaggiatori tra quelli che si erano scomodati ad arrivare fino a lì e avevano pagato per andare indietro nel tempo di più di mille anni, lo avevano fatto per vedere da dove mancasse al Nazareno il “Triangolo di Parcker”.

Qualcuno ha fatto obiezioni su questo tipo di viaggi che, assicurano, finiranno per distruggere la storia senza che ce ne possiamo rendere conto. E difatti è così: per ogni cambiamento che si introduce in un giorno qualunque, infiniti cambiamenti deriveranno, secolo dopo secolo, diluendosi a poco a poco o moltiplicandosi nei propri effetti. Per percepire il minimo cambiamento nell’anno trentatre sarebbe inutile ricorrere alle Sacre Scritture, perché tutte le edizioni, allo stesso modo, assorbirebbero il colpo facendo dimenticare completamente il fatto originale. Ci sarebbe la possibilità di rastrellare ogni cambiamento inviando altri viaggiatori ad anni anteriori a quello della Barbarie, ma a nessuno importerebbe un progetto così e non ci sarebbe nessun modo per finanziarlo.

Ormai non importa nemmeno il dibattito sul fatto che la storia debba rimanere come sta o se è lecito modificarla. Quest’ ultima opzione, ad ogni modo, è pericolosa, giacché è possibile prevedere i cambiamenti risultanti che potrebbero essere prodotti da qualsiasi alterazione. Sappiamo che qualsiasi cambiamento potrebbe non essere catastrofico per la specie umana, ma potrebbe esserlo per gli individui: non saremmo più noi quelli che stanno vivendo adesso, ma un altro qualsiasi.

Su una posizione contraria si trovano i gruppi religiosi più radicali. I servizi di informazione di Barbarie hanno scoperto recentemente che un gruppo di Evangelisti, appartenenti alla Chiesa Vera di Dio, di San Paolo, farà il viaggio verso l’ anno trentatre. Grazie alle offerte dei propri fedeli, il gruppo è riuscito a mettere insieme la somma più che milionaria che richiede l’Axa per il biglietto. Quello che ancora non è stato possibile confermare sono le intenzioni del gruppo. Si dice che vogliano far saltare il Golgota e incendiare Gerusalemme nel momento della Crocifissione, perché si arrivi in questa maniera, alla tanto attesa Fine dei Tempi. Tutta la storia scomparirebbe; tutti, compresi gli ebrei, riconoscerebbero l’errore, si convertirebbero al cristianesimo nell’anno trentatre e il mondo intero vivrebbe nel regno di Dio, così come era descritto nei Vangeli. Tutto questo è molto dibattuto da altre persone.

Altri ancora non si spiegano come i viaggiatori possano presenziare alla Crocifissione senza cercare di evitarla. La risposta teologica e ovvia, per cui i meno interessati ad evitare il martirio del Messia sono i suoi stessi proseliti. Ma per gli altri, che sono la maggioranza, Axa ha decretato le sue regole etiche: “Allo stesso modo in cui non evitiamo la morte di un cervo tra le fauci di un leone quando facciamo un viaggio in Africa, così non dobbiamo nemmeno evitare le apparenti ingiustizie che si commettono contro il Nazareno. Il nostro dovere morale è quello di conservare la natura e la storia così come sono”. La Crocifissione è patrimonio dell’Umanità, ma soprattutto, i suoi diritti sono stati acquistati completamente dall’Axa.

Di fatto, i cambiamenti saranno sempre più inevitabili. Già dopo sei anni di viaggi all’anno trentatre, si possono vedere ai piedi della croce, tappi di bibite e scritte con il pennarello sul palo portante, alcune delle quali recitano: “Ho fiducia nel mio signore”, altre si limitano solo al nome di chi è stato lì, insieme alla data di partenza, perché le generazioni future di viaggiatori lo ricordino. Ovviamente anche l’azienda comincia a cedere davanti alla pressione dei clienti insoddisfatti, che chiedono un miglioramento radicale nei servizi. Per esempio Barbarie ha appena inviato un rappresentante tecnico all’anno ventisei per ottenere la produzione di cinquemila metri cubi di asfalto e per negoziare con Pilato la costruzione di un corridoio più comodo per la Via Crucis, cosa che renderà meno faticoso il percorso dei viaggiatori e rappresenterebbe, inoltre, un gesto misericordioso per il Nazareno che più di una volta si è rotto i piedi con i sassi che non vedeva lungo il suo cammino. Si è calcolato che la miglioria non apporterà cambiamenti alle Sacre Scritture, dato che in queste non vi è una particolare preoccupazione per l’ urbanistica della città.

Con queste misure Axa vuole mettersi al sicuro dalla pioggia di reclami che sta subendo a causa di ipotetiche insufficienze del servizio, dovendo far fronte ultimamente a cause molto costose di clienti che hanno speso una fortuna e non sono tornati soddisfatti. Il motivo dei reclami non è sempre causato dal gran caldo di Gerusalemme, o dalla congestione nella quale si trova intrappolata la città il giorno della Crocifissione. Si deve soprattutto alle aspettative non soddisfatte dei viaggiatori. L’azienda si difende dicendo che le Sacre Scritture non sono state scritte sotto il loro controllo di qualità, ma che sono solo documenti storici e quindi esagerati. Lì dove muore il Nazareno invece di esserci una notte profonda e straziante c’è un cielo appena appena un po’ più scuro a causa dell’eccessiva concentrazione di nuvole e niente più. I cattolici hanno dichiarato che questo fatto, come tutti quelli riferiti ai Vangeli, deve prendersi nel suo valore simbolico e non meramente descrittivo. Ma la maggior parte della gente non è stata soddisfatta dalla risposta di Axa e nemmeno di quella di Papa Giovanni XXV che si è schierato in difesa della multinazionale, grazie alla quale la gente ora può essere più vicina a Dio.

Jorge Majfud

Revista Que Tal

Milano, 2008

Traduzione: Francesca Sammartino

El miedo a la liberetad II

Carl Jung and Sigmund Freud Disagree on How to...

Image by ShellyS via Flickr

El miedo a la liberetad II

Entre curanderos y terapeutas

Una teoría razonable dice que las mujeres viven veinte años más allá de su última menstruación para poder criar a sus hijos. La naturaleza les ha negado el privilegio de parir un niño indefenso cuando su vida llegaba estadísticamente al final. Por alguna razón, no por piedad, esa misma naturaleza no les negó a las mujeres el placer del sexo más allá de su utilidad reproductiva. Por el contrario, se lo prolongó veinte, cuarenta años para complicar la teología de los conservadores ortodoxos que hablan a favor de la vida y de la naturaleza cuando condenan el placer y practican todo lo contrario a lo que conocía la naturaleza antes de que llegaran sus defensores.

Excepto por este tipo de compensaciones inútiles para la reproducción, es como si a la naturaleza no le importásemos como individuos, sino sólo como especie. Por eso nos hemos despegado de ella o nuestros artificios son producto de su propia evolución que aspira a superarse a sí misma, aun a riesgo de suicidarse por sus excesos. Somos o nos creemos individuos libres, más allá de la fatalidad de la biología. Pero esa libertad, por mínima que sea, es en potencia una palanca de Arquímedes, capaz de mover la Tierra. Por eso, porque la libertad no es una condición abstracta y absoluta y sólo se accede a través de la liberación de las condiciones que nos limitan (materiales y culturales), también se ha creado la cultura opuesta: la cultura de la opresión, de la opresión propia y de la opresión ajena.

En nuestro tiempo histórico pueden reconocerse varios logros humanistas en progreso, como la desobediencia de las masas, la progresiva igualación de los derechos humanos y la aceptación de la diversidad como acompañante de esta igualdad radical entre individuos. Pero también debe reconocerse la progresión de otras taras. Por ejemplo, nuestra cultura ha subestimado en una medida creciente e insoportable la voluntad del individuo, al mismo tiempo que ha hecho de la individualidad un ilusorio ídolo de barro. Tal vez se trate de un proceso dialéctico. Al mismo tiempo que la humanidad puja por su liberación social, al mismo tiempo se impone una idea panfletaria de la libertad. El individuo se convierte en un ente individualista, intoxicado por una sobredosis de discursos que apelan a la idea de su libertad. Así nos creemos libres, como un pájaro en el cielo que fatalmente sigue las rutas magnéticas de la migración.

La política partidaria en sus fines tradicionales tiende a eso. Aunque puede ser un instrumento (provisorio) de acción por la liberación, su constitución misma procura y exige la obediencia y la renuncia de la libertad –del poder– de los individuos que siguen a sus líderes.

En muchos aspectos, también la psicología dominante, la psicología populista ha planteado el problema así. Un médico, por lo general, no nos exige fe para curarnos una fractura o bajarnos el colesterol. Un curandero o un terapeuta sí (siempre habrá maravillosas excepciones). Si el curandero o el terapeuta fracasan, no se hacen responsables: el responsable es el paciente, el hombre o la mujer sin fe, el enfermo que se resiste a la cura. Esto es parte de una equívoca tradición cristiana. Lo cual, en última instancia lleva su verdad: la revolución interior, la cura final, radica en el individuo, en su propia responsabilidad, en su voluntad de libertad.

El problema es que la misma cultura dominante ha hecho de la voluntad una antigüedad. A los ladrones se los consideran enfermos, como a los alcohólicos y a los fumadores. Los enfermos o los diferentes que antes debían sufrir la persecución y la hoguera ahora son, indiscriminadamente víctimas, objetos o sujetos de compasión. Una cultura que considera enfermedad a cualquier conducta indeseada debería considerarse a sí misma una cultura enferma.

Como parte de la sociedad de consumo, proliferan las terapias para todo tipo y gusto bajo la bendición de lo “políticamente correcto”. Allí aparecen los Don Francisco –no niego su buen corazón– hablando con un señor que golpea a su mujer con tono compasivo: “Señor, usted está enfermo. Debe pedir ayuda. Debe asistir a una terapia”. Se dice en la televisión y todos aplauden, incluso el hombre que ha golpeado a su mujer por diez años, con lágrimas en los ojos. Si el hombre reconoce que es malo y acepta el disciplinamiento de una terapia, es redimido al estatus de héroe moderno, ejemplo de civilización. Y claro, en parte el método resulta. Lo bueno es que, como en la curandería, esta superstición funciona porque quien paga por el servicio siempre obtiene algo a cambio. El dinero ha reemplazado las hojas de tabaco y los sahumerios, y el señor o la señora especialista en corazones, desde su impresionante espacio chamánico, ha reemplazado al brujo o al cura que aliviaba y curaba los pecados con cien avemarías a cambio de la voluntad y la libertad del creyente.

Pero no importa. Seamos prácticos mientras tanto. Terapia para adelgazar, terapia para engordar, terapia de pareja para no separarse, terapia de pareja para separarse, terapia para sobrevivir a la terapia, terapias de cuarenta y cinco minutos para ser feliz al contado. Es nuestro tiempo y hay que jugar con las cartas que están sobre la mesa. El método resulta, aunque la cura sea un síntoma de la enfermedad. Resulta por lo mismo que fallamos todos: por olvidarnos que más que enfermo somos apenas indignos de un mínimo de voluntad para la libertad. Le pagamos a un extraño para que nos resuelva los problemas que no podemos resolver por falta de voluntad. ¿Usted fuma y no puede dejar de hacerlo? Mentira, señor, usted no quiere dejar de fumar y punto. ¿Usted es infiel, violento, jugador, ambicioso, avaro, sexomaniaco? Usted no está enfermo, usted es un cretino según los estándares de los últimos cinco mil años.

Claro que en un límite de irracionalidad un individuo deja de ser responsable de sus actos y se convierte en un enfermo. En ese caso necesita ayuda. La víctima suele compartir un grado de responsabilidad que alimenta al opresor, aunque la responsabilidad del opresor está multiplicada por la cuota de poder que sustenta. El problema es cuando tenemos una sociedad compuesta de entes que cada vez se declaran menos responsables de sus actos. Otro síntoma de la sociedad autista. Dividuos o individuos que pretenden resolverlo todo pagándole a un tercero para que alimente una enfermedad cultural con un alivio a sus propias debilidades.

Paradójicamente, las nuestras son sociedades que se vanaglorian de altos estándares de libertad. Pero una sociedad que niegue o subestime el valor de la voluntad del individuo también está enferma. Como decía el indio M. N. Roy (Radical Humanism, 1952), con un tono existencialista, sólo la libertad individual es real (“freedom is real only as individual freedom”). No hay plena liberación individual sin la progresiva liberación social, pero el objetivo de la sociedad y de su liberación sigue siendo la libertad de conciencia del individuo. Los humanistas no apostamos por la liberación budista o la del ermitaño, porque esa pretendida pureza del alma está sucia de egoísmo. Pero entre otras piedras que habrá que remover en el camino de la liberación social e individual, están las supersticiones modernas que renuevan el disciplinamiento de los individuos según opresivos clichés socialmente consagrados por la pereza intelectual. Es decir, dejar de movernos como obedientes rebaños. La sociedad de consumo le vende la idea de la libertad a cada oveja al mismo tiempo que no cree en ella. Como decía un personaje de Juan Goytisolo (Makbara, 1980), avanzando un eslogan publicitario: “Confiar su poder de decisión en nuestras propias manos será siempre la forma más segura de decidir por usted mismo”.

Jorge Majfud

Athens, enero 2008

Palabras que curan, palabras que matan

Desde el siglo anterior, se impuso la idea de que la palabra es la solución de todas las cosas. El diálogo se confundió con la discusión y la palabra se convirtió en sinónimo tiránico de “comunicación”. El silencio fue maldecido. Pocos se plantean la posibilidad de que el uso de la palabra pueda ser más útil y efectivo como veneno que como antídoto, como tortura que como placer. Pero la verdad sigue ahí, como decían los antiguos griegos, escondida darás de lo aparente. Ya nadie recuerda que en algún tiempo “sabiduría” y “silencio” eran sinónimos. Ahora, si este extremo asiático es insostenible en la práctica y en el pensamiento social, también debería serlo el extremo occidental de pretender abusar del recurso de la palabra. Ambos extremos son el mandala budista y el afiebrado proselitismo judeo-cristiano-musulán.

No sin paradoja, sigue siendo la palabra el instrumento para acusar a la palabra, a su uso indiscriminado. La palabra cura tanto como mata. La palabra, sirve para comunicar y para incomunicar, para develar y para ocultar, para liberar y para dominar. Desde que el psicoanálisis entronó la palabra a un nivel místico de curación científica, la palabra ha sufrido una progresiva devaluación por inflación. La confesión, que antes servía, entre otras cosas, como instrumento de dominación social a través del terror del individuo angustiado por el pecado sexual, renovó su superstición original de liberación de la culpa. Con la palabra creó Dios el mundo y por la palabra perdió la humanidad el Paraíso. Casi todas las grandes religiones se basan en el misterio de la palabra tanto como las filosofías que se oponen a ellas. Sobre todo, la palabra escrita se ha convertido hoy en campo de batalla entre la omnipresencia del poder y la resistencia del margen, en una lucha por no sucumbir en un mar infinito de palabras, producto de la estratégica inflación del mercado, y la revalorización de la palabra por algún tipo de razón: razón crítica, razón histórica, razón lógica o razón dialéctica.

Pero la razón nunca es un poder en sí mismo. De nada sirve razonar ante un paquidermo, ante el César o ante alguien que sufre los efectos de una droga poderosa. La razón no puede hacer nada sino ante quienes pueden hacer uso de ella y, además, están dispuestos a renunciar a la fuerza bruta de su interés propio. La razón necesita que la fuerza bruta renuncie a sus propias posibilidades para realizar esa otra superstición llamada “la fuerza de la razón”, ya que la razón no posee ninguna fuerza. Es falso decir que el teorema de Pitágoras posee una fuerza incontestable, ya que basta con que alguien diga que no es verdad y luego nos de con un palo en la cabeza para demostrarnos que la razón no tiene ninguna chance ante la fuerza bruta, que es la única y verdadera fuerza. Para que la razón tenga fuerza como para que una moneda tenga valor, es necesario que haya alguien más, aparte del interesado, que lo reconozca. ¿Qué valor tendría un Picasso en un mundo de ciegos o en el siglo XVI?

Ahora, ¿qué significa “tomar conciencia” sino advertir correctamente cuál elección nos beneficia? De aquí derivamos a dos posibilidades: si tomamos la opción de bajarle con un palo en la cabeza a quien pretende demostrarnos el teorema de Pitágoras, porque nos perjudica en las ganancias de otra fe, estamos actuando en beneficio propio. En principio, ese acto de barbarie sería una forma de “tomar de conciencia”. Pero cuando esa conciencia se amplía, puede surgir otro problema. Mi acto, a largo plazo, tendrá efectos negativos. Cuando sea más viejo y más débil alguien repetirá, por venganza o por buen ejemplo, mi acción. Es entonces que decido no bajarle un palo sobre la cabeza de mi adversario razonador. Eso comienza a llamarse “civilismo” o “cultura de la convivencia” que, en la tradición bíblica se conoce como la regla de oro: “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti mismo”. Pero el egoísmo sobrevive, nada más que ahora ha tomado conciencia y se ha hecho más sutil y sofisticado, como un buen jugador de ajedrez que es capaz de sacrificar un peón para salvar una torre o viceversa, si ese movimiento incomprensible lleva a su adversario a un seguro jaque mate.

La primitiva prescripción cristiana de amar a los demás como a uno mismo, revela que, al menos como punto de partida, uno mismo es lo más importante y lo más amado de uno mismo. Sin embargo, la prescripción ya significa un cambio sobre la interesada “regla de oro” y una promesa de elevación: por este camino de renuncias la recompensa por el bien de un acto será el mismo bien del acto, hasta que olvidemos el origen egoísta del mismo acto de amor democrático. El egoísmo es un valor negativo en cualquier cultura. Excepto en la ideología ultracapitalista: está bien pisarle la cabeza a nuestra competencia porque eso favorece al conjunto, es decir, a nuestra competencia. Si le bajo un palo al razonador de Pitágoras le estaría haciendo un bien, ya que con eso me beneficio personalmente. Luego podré ejercitar el crédito de la compasión ofreciéndole una aspirina.

La idea utópica de algunos revolucionarios soñadores fue, por mucho tiempo, la creación de un “hombre nuevo”. En síntesis, este hombre estaría más allá de los actos egoístas y de la fiebre materialista por la cual se mide todo éxito. Evidentemente fracasaron. Pero como todo éxito y todo fracaso humano es siempre relativo. Aquellos soñadores, que en su desesperada necesidad de agarrarse de algo concreto se agarraron del marxismo, fueron derrotados por la fuerza del palo: el capitalismo demostró ser mejor productor de bienes materiales, aunque todavía no haya demostrado ser mejor productor de bienes morales. Pero no hay que confundir fracaso con derrota. El socialismo, y sobre todo esa parodia de socialismo que eran los países bajo la órbita de la Unión Soviética, fueron derrotados por un sistema mucho más efectivo creando capitales que, como ya lo sabían Pericles y Tucídides, es la base de cualquier triunfo militar. Triunfo que luego se transforma, por la fuerza de la repetición, en triunfo moral.

No obstante, la derrota de la utopía no ha sido un fracaso histórico ni la utopía era una propuesta imposible. La mayoría de los Derechos Humanos de los que se jactan los defensores del capitalismo no han surgido por el capitalismo mismo sino a pesar del capitalismo. La moral siempre viene corriendo detrás de los sistemas económicos: la abolición de la esclavitud, los derechos de la mujer y la educación universal eran antiguas proposiciones utópicas que no se impusieron en la práctica y en el discurso hasta después de la Revolución industrial, cuando el sistema exigía asalariados, más mano de obra en las industrias y en las oficinas y más obreros capaces de leer un manual o las señales de tránsito.

Pero quizás todavía podemos pensar que los seres humanos somos algo más que simples máquinas de producir riquezas y justificarlas con “valores morales” hechas a su medida.

En el siglo XX, la fuerza principal de dominación fue la fuerza de los ejércitos. El siglo XXI dista mucho de desembarazarse de esa maldición surgida en el Neolítico y perfeccionada en los dos últimos siglos. Sin embargo, si este lenguaje del poder persiste y se radicaliza, ello se debe a una reacción a una creciente fuerza histórica, durante siglos dormida: la fuerza de los individuos todavía integrante de “la masa”. Cuando esta fuerza se radicalice, los ejércitos ya nada podrán hacer. Hay dos áreas del tablero que están siendo conquistadas: los medios de creación de riqueza material y los medios de comunicación. La palabra seguirá curando y matando, pero ya no estará al servicio del poder de una minoría sedienta de oro y de sangre.

Jorge Majfud

The University of Georgia

Noviembre 2007

Palavras que curam, palavras que matam

Por Jorge Majfud

Traduzido por  Omar L. de Barros Filho

Desde o século anterior, afirmou-se a idéia de que a palavra é a solução de todas as coisas. O diálogo se confundiu com a discussão e a palavra se converteu em sinônimo tirânico de “comunicação”. O silêncio ficou maldito. Poucos se colocam a possibilidade de que o uso da palavra possa ser mais útil e efetivo como veneno que como antídoto, como tortura que como prazer. Já ninguém recorda que há algum tempo “sabedoria” e “silêncio” eram sinônimos. Agora, se este extremo asiático é insustentável na prática e no pensamento social, também deveria sê-lo no extremo ocidental de pretender abusar do recurso da palavra. Ambos extremos são a mandala budista e o febril proselitismo judeucristãomuçulmano.

Não sem paradoxo, a palavra segue sendo o instrumento para acusar a palavra, por seu uso indiscriminado. A palavra tanto cura como mata. A palavra serve para comunicar e para incomunicar, para desvelar e para ocultar, para libertar e para dominar. Desde que a psicanálise entronou a palavra em um nível místico de cura científica, a palavra sofreu uma progressiva desvalorização por inflação. A confissão, que antes servia, entre outras coisas, como instrumento de dominação social, através do terror do indivíduo angustiado pelo pecado sexual, renovou sua superstição original de libertação da culpa. Com a palavra, Deus criou o mundo e, pela palavra, a humanidade perdeu o Paraíso. Quase todas as grandes religiões baseiam-se no mistério da palavra, tanto como as filosofias que se opõem a elas. A palavra escrita, sobretudo, converteu-se hoje em campo de batalha entre a onipresença do poder e a resistência da margem, em uma luta para não sucumbir em um mar infinito de palavras, produto da estratégica inflação do mercado e a revalorização da palavra por algum tipo de razão: razão crítica, razão histórica, razão lógica ou razão dialética.

Mas a razão nunca é um poder em si mesmo. De nada serve raciocinar diante de um paquiderme, frente a César ou de alguém que sofre os efeitos de uma droga poderosa. A razão não pode fazer nada a não ser diante daqueles que podem fazer uso dela e, além disso, estejam dispostos a renunciar à força bruta de seu próprio interesse. A razão necessita que a força bruta renuncie às suas próprias possibilidades para realizar essa outra superstição chamada “a força da razão”, já que a razão não possui nenhuma força. É falso dizer que o teorema de Pitágoras possui uma força incontestável, já que basta que alguém diga que não é verdade e, depois, nos bata com um pau na cabeça para nos demonstrar que a razão não tem nenhuma chance contra a força bruta, que é a única e verdadeira força. Para que a razão tenha força para fazer com que uma moeda tenha valor, é necessário que haja alguém mais, além do interessado, que o reconheça. Que valor teria um Picasso em um mundo de cegos, ou no século XVI?

Agora, o que significa “tomar consciência” a não ser observar corretamente qual escolha nos beneficia? Daqui derivamos para duas possibilidades: se optamos por bater com um pau na cabeça de quem pretende nos demonstrar o teorema de Pitágoras, porque nos prejudica nos lucros de outra fé, estamos atuando em benefício próprio. Em princípio, este ato de barbárie seria uma forma de “ganho de consciência”. Mas, quando essa consciência se amplia, pode surgir outro problema. Meu ato, a longo prazo, terá efeitos negativos. Quando for mais velho e mais fraco, alguém repetirá minha ação, por vingança ou como bom exemplo. É então que decido não cair de pau sobre a cabeça de meu adversário explicador. Isso começa a se chamar de “civilidade” ou “cultura da convivência” que, na tradição bíblica, é conhecida como a “regra de ouro”: “não faças aos outros o que não queres que façam a ti mesmo”. Mas o egoísmo sobrevive, apenas agora tomou consciência e se fez mais sutil e sofisticado, como um bom jogador de xadrez que é capaz de sacrificar um peão para salvar uma torre ou vice-versa, se este movimento incompreensível leva seu adversário a um seguro xeque-mate.

A primitiva prescrição cristã de amar aos outros como a si próprio revela que, ao menos como ponto de partida, cada um é o mais importante e o mais amado por si próprio. Entretanto, a determinação já significa uma mudança sobre a interessada “regra de ouro” e uma promessa de elevação: por este caminho de renúncias, a recompensa pelo bem de um ato será o próprio bem do ato, até que esqueçamos a origem egoísta do amor democrático. O egoísmo é um valor negativo em qualquer cultura, exceto na ideologia ultracapitalista: está correto pisar a cabeça de nosso competidor porque isso favorece o conjunto, quer dizer, a nossa competição. Se bato com um pau no explicador de Pitágoras, estaria lhe fazendo um bem, já que com isso me beneficio pessoalmente. Depois poderei exercitar o crédito da compaixão lhe oferecendo uma aspirina.

A idéia utópica de alguns revolucionários sonhadores foi, por muito tempo, a criação de um “homem novo”. Em síntese, este homem estaria além dos atos egoístas e da febre materialista pela qual se mede todo o sucesso. Fracassaram, evidentemente. Mas, qualquer êxito e qualquer fracasso humano é sempre relativo. Aqueles sonhadores que, em sua desesperada necessidade de fixar-se em algo concreto, agarraram-se ao marxismo, foram derrotados pela força do porrete: o capitalismo demonstrou ser melhor produtor de bens materiais, embora ainda não tenha demonstrado ser melhor produtor de bens morais. Porém, não devemos confundir fracasso com derrota. O socialismo, e sobretudo esta paródia de socialismo que eram os países sob a órbita da  União Soviética, foram derrotados por um sistema muito mais efetivo, criando capitais que, como já o sabiam Péricles e Tucídides, é a base de qualquer triunfo militar. Triunfo que depois se transforma, pela força da repetição, em triunfo moral.

Não obstante, a derrota da utopia não foi um fracasso histórico, nem a utopia era uma proposta impossível. A maioria dos Direitos Humanos dos quais se jactam os defensores do capitalismo não surgiram do próprio capitalismo, mas apesar do capitalismo. A moral sempre vem correndo atrás dos sistemas econômicos: a abolição da escravatura, os direitos da mulher e a educação universal eram antigas proposições utópicas que não se impuseram na prática e no discurso até depois da Revolução Industrial, quando o sistema exigia assalariados, mais mão-de-obra nas indústrias e nos escritórios, e mais trabalhadores capazes de ler um manual ou os sinais de trânsito.

Mas, talvez ainda possamos pensar que os seres humanos somos algo mais que simples máquinas de produzir riquezas e justificá-las com “valores morais” feitas sob medida.

No século XX, a força principal de dominação foi a força dos exércitos. O século XXI ainda está muito distante de se livrar desta maldição surgida no Neolítico e aperfeiçoada nos dois últimos séculos. Entretanto, se a linguagem do poder persiste e se radicaliza, isso se deve à reação a uma crescente força histórica, durante séculos adormecida: a força dos indivíduos ainda integrante da “massa”. Quando essa força se radicalizar, os exércitos nada poderão fazer. Há duas zonas do tabuleiro que estão sendo conquistadas: os meios de criação de riqueza material e os meios de comunicação. A palavra seguirá curando e matando, mas já não estará a serviço do poder de uma minoria sedenta de ouro e de sangue.