
Image by smallcaps via Flickr
Bianco x Nero = Nero (Italian)
Blanco x Negro = Negro
El centro de los debates en las internas del partido Demócrata de Estados Unidos es un caso interesante y, sea cual sea su resultado, significará un cambio relativo. No es ninguna sorpresa, para aquellos que lo han visto desde una perspectiva histórica. Sin duda, el más probable triunfo de Hillary Clinton no será tan significativo como puede serlo el de Obama. No los separa tanto el género o la raza, sino una brecha generacional. Una, representante de un pasado hegemónico; la otra, representante de una juventud algo más crítica y desengañada. Una generación, creo, que operará cambios importantes en la década siguiente.
Sin embargo, en el fondo, lo que aún no ha cambiado radicalmente son los viejos problemas raciales y de género. El centro y, sobre todo, el fondo de los debates han sido eso: gender or race, al mismo tiempo que se afirma lo contrario. Es significativo que en medio de una crisis económica y de temores de recesión, las discusiones más acaloradas no sean sobre economía, sino sobre género y raza. En la potencia económica que, por su economía, ha dominado o influido en la vida de casi todos los países del mundo, la economía casi nunca ha sido el tema central como puede serlo en países como los latinoamericanos. Igual, entiendo que el desinterés por la política es propio de la población de una potencia política a nivel mundial. Cuando hay déficit fiscal o caídas del PIB o debilitamiento del dólar, los más conservadores siempre han sacado sus temas favoritos: la amenaza exterior, la guerra de turno, la defensa de la familia –la negación de derechos civiles a las parejas del mismo sexo– y, en general, la defensa de los valores, esto es, los valores morales según sus propias interpretaciones y conveniencias. Pero ahora las más recientes encuestas de opinión indican que la economía ha pasado a ser uno de los temas principales de atención para la población. Esto ocurre cada vez que la maquinaria económica se aproxima a una recesión. Sin embargo, los candidatos a la presidencia temen desprenderse demasiado del discurso conservador. Quizás Obama ha ido un poco más lejos en este desprendimiento criticando el abuso de la religión y cierto tipo de patriotismo, mientras Hillary ha rescatado la breve y eficaz multilla de su esposo que en 1992, en medio de la recesión de la presidencia de George H. Bush, lo llevó a la victoria: “It’s the economy, stupid”. Su fácil consumo se debe a esa sencillez que entiende la generación McDonald.
Hillary Clinton es hija de un hombre y una mujer pero, a pesar de lo que pueda decir el psicoanálisis, todos la ven como una mujer, and period. Barack Obama es hijo de una blanca y un negro, pero es negro, y punto. Esto último se deduce de todo el lenguaje que se maneja en los medios y en la población. Nadie ha observado algo tan obvio como el hecho de que también puede ser considerado tan blanco como negro, si caben esas categorías arbitrarias. Esto representa la misma dificultad de ver la mezcla de culturas en el famoso melting pot: los elementos están entreverados, pero no se mezclan. De la fundición de cobre y estaño no surge el bronce, sino cobre o estaño. Se es blanco o se es negro. Se es hispano o se es asiático. El perjudicado es John Edwards, un talentoso hombre blanco que salió de la pobreza y parece no olvidarla, pero no tiene nada políticamente correcto para atraer. Ni siquiera es feo o maleducado, algo que mueva a un público compasivo.
Pero las palabras pueden –y en política casi siempre lo hacen– crear la realidad opuesta: Hillary Clinton dijo hace pocos días, en Carolina del Sur, que amaba estas primarias porque parece que se nominará a un afroamericano o a una mujer, y ninguno va a perder ni un solo voto por su género –aquí se evita la palabra sexo– o por su raza (“I love this primary because it looks like we are going to nominate an African-American man or a woman and they aren’t going to lose any votes because of their race or gender”). Razón por la cual Obama le habla a las mujeres y Clinton a los afroamericanos. Razón por la cual en Carolina del Sur casi el ochenta por ciento de la población negra y sólo el veinte por ciento de los blancos votó por Obama. Razón por la cual Florida y California –dos de los estados más hispanos de la Unión– se resistirán a apoyar a Obama, el representante de la otra minoría.
Así, mientras la costumbre ha pasado a despreciar la calificación de “políticamente correcto”, nadie quiere dejar de serlo. Los debates de las elecciones 2008 me recuerdan a la Cajita Feliz de McDonald. Tanto derroche de alegría, de felicidad, de sonrisas alegres no necesariamente significan salud.
La secretaria de Estado de la mayor potencia mundial es una mujer negra. Desde hace años, una mujer afroamericana tiene más influencia sobre vastos países que millones de hombres blancos. Sin embargo, la población negra de Estados Unidos –como la de muchos países latinoamericanos– continúa sin estar proporcionalmente representada en las clases altas, en las universidades y en los parlamentos, mientras que su representación es excesiva en los barrios más pobres y en cárceles donde compiten a muerte con los hispanos por la hegemonía de ese dudoso reino.
Jorge Majfud
enero 2008
Bianco x Nero = Nero
Il centro dei dibattiti all’interno del partito Democratico degli Stati Uniti è un caso interessante e, qualunque sia il risultato, significherà un cambiamento relativo. Non è una sorpresa per coloro che lo hanno visto da una prospettiva storica. Senza dubbio, la più probabile vittoria di Hillary Clinton non sarà così significativa come può esserlo quella di Obama. Non li separa tanto il genere o la razza, ma un divario generazionale. Una, rappresentante di un passato egemonico; l’altro, rappresentante di una gioventù un po’ più critica e disillusa. Una generazione, credo, che opererà cambiamenti importanti nel prossimo decennio.
Ciononostante, in fondo in fondo, quello che ancora non è cambiato radicalmente sono i vecchi problemi razziali e di genere. Il centro, e soprattutto, l’essenza dei dibattiti sono stati: gender or race, mentre si afferma il contrario. È significativo che nel mezzo di una crisi economica e di timori di recessione, le discussioni più accalorate non siano sull’economia, ma sul genere e sulla razza. Nella potenza economica che, dovuto alla sua economia, ha dominato o influito sulla vita di quasi tutti i paesi del mondo, l’economia non è stato quasi mai il tema centrale come può esserlo in paesi come quelli latinoamericani. Forse capisco che il disinteresse per la politica sia proprio della popolazione di una potenza politica di livello mondiale. Quando ci sono un deficit fiscale o delle cadute del PIL o l’indebolimento del dollaro, i più conservatori hanno sempre tirato fuori i loro temi preferiti: la minaccia esterna, la guerra di turno, la difesa della famiglia, la negoziazione di diritti civili alle coppie dello stesso sesso e, in generale, la difesa dei “valori”; questo è, i valori morali secondo le loro interpretazioni e i loro profitti. Ma adesso le più recenti indagini indicano che l’economia è diventata uno dei temi principali di attenzione per la popolazione. Questo succede ogni volta che il macchinario economico si avvicina a una recessione. Ciononostante, i candidati alla presidenza temono di staccarsi troppo dal discorso conservatore. Forse Obama è andato un po’ troppo lontano in questo distacco, criticando l’abuso della religione e un certo tipo di patriottismo mentre Hillary ha riscattato il breve ed efficace ritornello del suo sposo che nel 1992, nel mezzo della recessione della presidenza di George W. Bush, lo ha portato alla vittoria: “it’s the economy, stupid”. Il suo facile consumo si deve a questa semplicità che capisce la generazione McDonald.
Hillary Clinton è figlia di un uomo e di una donna ma, malgrado quello che possa dire la psicoanalisi, tutti la vedono come una donna, and period. Barack Obama è figlio di una bianca e di un nero, ma è nero punto e basta. Quest’ultimo si deduce da tutto il linguaggio che viene impiegato nei mezzi di comunicazione e all’interno della popolazione. Nessuno ha osservato qualcosa di tanto ovvio come il fatto che possa essere considerato tanto bianco quanto nero, se si ammettono quelle categorie arbitrarie. Ciò rappresenta la stessa difficoltà che si ha nel vedere la mescolanza di culture nel famoso “melting pot”: gli elementi vengono mescolati, ma non si mescolano. Dalla fusione di rame e stagno non nasce il bronzo, ma rame e stagno. Si è bianco o si è nero. Si è ispano-americano o si è asiatico. Chi ne è danneggiato è John Edwards, un talentuoso uomo bianco che è venuto fuori dalla povertà e sembra non averla dimenticata, ma non ha nulla di politicamente corretto per essere affascinante. Non è neppure brutto o maleducato, qualcosa che possa muovere un pubblico compassionevole.
Ma le parole possono e in politica quasi sempre lo fanno, creano la realtà opposta: Hillry Clinton ha detto pochi giorni fa, in Carolina del Sud, che amava queste primarie perché sembra che verrà nominato un afro-americano o una donna e nessuno perderà neppure un solo voto a causa del suo genere, qui si evita la parola “sesso”, o della sua razza (��I love this primary because it looks like we are going to nominate an African-American man or a woman and they aren’t going to lose any votes because of their race or gender”). Ragione per la quale Obama parla alle donne e Hillary agli afro-americani. Ragione per la quale, la Florida e la California, due degli stati più ispano-americani dell’Unione faranno resistenza ad appoggiare Obama, il rappresentante dell’altra minoranza.
Così, mentre abitudinariamente si è passati a disprezzare la qualifica di “politicamente corretto”, nessuno vuole smettere di esserlo. I dibattiti delle elezioni 2008 mi ricordano la Scatoletta Felice di McDonald. Tanto spreco di allegria, felicità, sorrisi allegri non necessariamente significano salute. La Segretaria di Stato della più grande potenza mondiale è una donna nera. Da tempo, una donna afro-americana ha più influenza su vasti paesi di milioni di uomini bianchi. Ciononostante, la popolazione nera degli Stati Uniti, come quella di molti paesi latinoamericani, non è ancora proporzionalmente rappresentata all’ interno delle classi alte, nelle università e nei parlamenti mentre la sua rappresentanza è eccessiva nei quartieri più poveri e nelle carceri dove competono a morte con gli ispano-americani a causa dell’egemonia di questo dubbioso regno.
Jorge Majfud
Tradotto da Giorgia Guidi
Hillary e Barack: gênero e raça
Branco x Negro = Negro
O centro dos debates no interior do partido Democrata dos Estados Unidos é um caso interessante, seja qual for seu resultado, significará uma mudança relativa. Não é nenhuma surpresa para aqueles que o observaram a partir de uma perspectiva histórica. Sem dúvida, o triunfo mais provável de Hillary Clinton não será tão significativo como seria o de Obama. Não são o gênero ou a raça que os separam tanto, mas sim um abismo entre gerações. Uma, representante de um passado hegemônico; a outra, representante de uma juventude um pouco mais crítica e desiludida. Uma geração, acredito, que operará mudanças importantes na década seguinte.
Entretanto, em essência, o que ainda não mudou radicalmente são os velhos problemas raciais e de gênero. O centro e, sobretudo, o fundo dos debates foram: gender or race, ao mesmo tempo em que se afirma o contrário. É significativo que, em meio a uma crise econômica e de temores à recessão, as discussões mais acaloradas não sejam sobre economia, mas sobre gênero e raça. Na potência econômica que, por sua economia, dominou ou influiu na vida de quase todos os países do mundo, a economia quase nunca foi o tema central, como pode ocorrer em países como os latino-americanos.
Igualmente, entendo que o desinteresse pela política é próprio da população de uma potência política global. Quando existem déficit fiscal ou quedas do PIB, ou debilitamento do dólar, os mais conservadores sempre acenam com seus temas favoritos: a ameaça exterior, a guerra da vez, a defesa da família – a negação de direitos civis aos casais de mesmo sexo – e, em geral, a defesa dos “valores”, isto é, os valores morais segundo suas próprias interpretações e conveniências.
Mas, agora, as mais recentes pesquisas de opinião indicam que a economia passou a ser um dos assuntos principais que chamam a atenção da população. Isto acontece sempre que a máquina econômica se aproxima de uma recessão. Contudo, os candidatos à presidência temem se desprender demasiadamente do discurso conservador. Talvez Obama tenha ido um pouco mais longe nesse descolamento, criticando o abuso da religião e certo tipo de patriotismo, enquanto Hillary resgatou o breve e eficaz estribilho de seu esposo que o levou à vitória em 1992, em plena recessão da presidência de George H. Bush: “É a economia, estúpido”. Seu consumo fácil deve-se a essa singeleza que a geração McDonald compreende.
Hillary Clinton é filha de um homem e uma mulher, porém, apesar do que possa dizer a psicanálise, todos a vêem como uma mulher, and period. Barack Obama é filho de uma branca e um negro, mas é negro, e ponto. O último se deduz de toda a linguagem que é manejada nos meios e na população. Ninguém observou algo tão óbvio como o fato de que também ele pode ser considerado tão branco como negro, se é que cabem essas categorias arbitrárias. Isto representa a mesma dificuldade em ver a mescla de culturas no famoso “melting pot”: os elementos estão misturados, mas não se mesclam. Da fundição de cobre e estanho não surge o bronze, mas cobre ou estanho. Se é branco ou se é negro. Se é hispano ou se é asiático. O prejudicado é John Edwards, um talentoso homem branco que saiu da pobreza e parece não esquecê-la, mas que não tem nada de politicamente correto para atrair. Nem sequer é feio ou mal educado, algo que se dirija a um público compassivo.
Mas as palavras podem – e na política quase sempre o fazem – criar a realidade oposta: Hillary Clinton disse há poucos dias, na Carolina do Sul, que amava estas primárias porque parece que se nomeará a um afro-americano ou a uma mulher, e nenhum vai perder nem um só voto por seu gênero – aqui a palavra “sexo” é evitada – ou por sua raça (“I love this primary because it looks like we are going to nominate an African-American man or a woman and they aren’t going to lose any votes because of their race or gender”). Razão pela qual Obama fala às mulheres e Clinton aos afro-americanos. Razão pela qual a Flórida e a Califórnia – dois dos estados mais hispânicos da União – resistirão a apoiar Obama, o representante de outra minoria.
Assim, embora o hábito tenha passado a depreciar a qualificação de “politicamente correto”, ninguém quer deixar de sê-lo. Os debates das eleições 2008 lembram-me do lanche Feliz do McDonalds. Tanto esbanjamento de alegria, de felicidade, de sorrisos alegres, não necessariamente significam saúde. A Secretária de Estado da maior potência mundial é uma mulher negra. Há anos, uma mulher afro-americana tem mais influência sobre vastos países que milhões de homens brancos. Mesmo assim, a população negra dos Estados Unidos – como a de muitos países latino-americanos – continua sem estar proporcionalmente representada nas classes altas, nas universidades e nos parlamentos, enquanto que sua representação é excessiva nos bairros mais pobres e nas prisões onde competem à morte com os hispanos pela hegemonia nesse duvidoso reino.
Jorge Majfud
Traduzido por Omar L. de Barros Filho
Branco x Negro = Negro
Tradução: Naila Freitas/Verso Tradutores
Hillary Clinton é filha de um homem e de uma mulher, mas, apesar do que possa dizer a psicanálise, é vista por todos como uma mulher, e ponto. Barack Obama é filho de uma branca e de um negro, mas é negro e ponto. A análise é de Jorge Majfud, da Universidade da Geórgia (EUA).
O centro dos debates nas internas do Partido Democrata dos Estados Unidos é um caso interessante e seja qual for seu resultado, vai significar uma mudança relativa. Não é nenhuma surpresa para aqueles que estão vendo tudo a partir de uma perspectiva histórica. Não há dúvida de que o mais provável triunfo de Hillary Clinton não vai ser tão significativo quanto pode vir a ser o de Obama. O que separa os dois não é tanto o gênero ou a raça, mas a geração que cada um representa. Uma, representante de um passado hegemônico; a outra, representante de uma juventude um pouco mais crítica e desenganada. Esta última, uma geração, eu acho, que fará mudanças importantes na próxima década.
Contudo, no fundo o que ainda não mudou radicalmente são os velhos problemas raciais e de gênero. O centro, e principalmente o fundo, dos debates têm sido isso: gender or race, ao mesmo tempo que se afirma o contrário. É significativo ver que no meio de uma crise econômica e dos temores por uma recessão, as discussões mais exaltadas não são sobre economia, mas sobre gênero e raça. Na potência econômica que, justamente devido à sua economia, vem dominando ou influenciando a vida de quase todo o mundo, a economia quase nunca tem sido o tema central, como pode ser em países como os latino-americanos. De qualquer modo, entendo que a falta de interesse pela política é algo próprio da população de uma potência política de nível mundial.
Quando ocorre um déficit fiscal, ou uma queda no PIB, ou um enfraquecimento do dólar, os mais conservadores sempre tiram da manga seus temas favoritos: a ameaça exterior, a guerra do momento, a defesa da família —a negociação de direitos civis para os casais de mesmo sexo— e, em geral, a defesa dos «valores», ou seja, dos valores morais segundo suas próprias interpretações e conveniências. Mas agora, as mais recentes pesquisas de opinião indicam que a economia passou a ser um dos principais temas de atenção para a população. Isto acontece cada vez que a máquina econômica está próxima de uma recessão. Contudo, os candidatos à presidência temem largar cedo demais o discurso conservador.
Talvez Obama tenha ido um pouco mais longe nesse caminho quando critica o abuso da religião e um certo tipo de patriotismo, enquanto Hillary resgatou o breve e eficaz slogan de seu esposo, que em 1992, no meio da recessão do período presidencial de George H. Bush, serviu para levá-lo à vitória: «it’s the economy, stupid». É consumido com tanta facilidade por ter essa simplicidade que a geração McDonald’s entende.
Hillary Clinton é filha de um homem e de uma mulher, mas, apesar do que possa dizer a psicanálise, é vista por todos como uma mulher, e ponto. Barack Obama é filho de uma branca e de um negro, mas é negro e ponto. Isto é o que se deduz de toda a linguagem da mídia e da população. Ninguém observou até agora algo tão óbvio quanto o fato de que ele poderia ser considerado tanto branco quanto negro, se é que cabem essas categorias arbitrárias. Isto apresenta a mesma dificuldade que ver a mistura de culturas no famoso «melting pot»: os elementos estão embaralhados, mas não de misturam. Da fundição do cobre e do estanho não surge o bronze, mas cobre ou estanho. Se é branco ou se é negro. Se é hispano o se é asiático. Quem sai prejudicado é John Edwards, um talentoso homem branco que saiu da pobreza mas não parece ter esquecido dela, mas que não tem nada politicamente correto para atrair votos. Nem sequer é feio ou mal-educado, nada que possa mobilizar um público compassivo.
Mas as palavras podem — e na política quase sempre fazem isso — criar a realidade oposta: Hillary Clinton disse há poucos dias, na Carolina do Sul, que amava estas primárias porque ao que parece será escolhido um afro-americano ou uma mulher e nenhum dois dois irá perder um só voto devido ao seu gênero —aqui ela evita a palavra «sexo»— ou pela sua raça («I love this primary because it looks like we are going to nominate an African-American man or a woman and they aren’t going to lose any votes because of their race or gender»). Razão pela qual Obama fala para as mulheres e Clinton para os afro-americanos. Razão pela qual a Flórida e a Califórnia — dois dos estados mais hispanos da União — irão resistir a apoiar Obama, o representante da outra minoria.
Assim, enquanto o costume passou a desprezar o «politicamente correto», ninguém quer deixar de sê-lo. Os debates das eleições de 2008 me lembram o McLanche Feliz do McDonald’s: tanto esbanjar alegria, felicidade e sorrisos alegres não necessariamente significa saúde. A Secretária de Estado da maior potência mundial é uma mulher negra. Há muitos anos que uma mulher afro-americana tem mais influência sobre vastos países do que milhões de homens brancos. Contudo, a população negra dos Estados Unidos —assim como a de muitos países latino-americanos— continua não estando proporcionalmente representada nas classes mais altas, nas universidades e nos parlamentos, ao mesmo tempo que sua representação é excessiva nos bairros mais pobres e nas cadeias, onde competem até a morte com os hispanos pela hegemonia desse duvidoso reino.
Jorge Majfud, The University of Georgia .
Tradução: Naila Freitas/Verso Tradutores
Barack Hussein Obama: ¿las palabras pueden?
En un reciente debate emitido por CNN entre los candidatos demócratas, una Hillary Clinton ofuscada, quizás por su derrota dos días antes en las preliminares de Iowa, reprochó a los demás candidatos de abusar de la palabra “cambio”. Lo significativo es que esta palabra es la preferida también por los republicanos, al igual que la frase “enough is enough” (“ya basta”). John Edwards también insistió, como lo ha hecho desde el 2004, que ningún cambio es posible hasta que no se quiebre el poder de los grandes lobbys que dominan el poder político y la economía de este país. Estas corporaciones “nunca renunciarán voluntariamente al poder, y todos lo que piensan así viven en el País de Nunca Jamás”. (They “won’t voluntarily give the power away and those who think so are living in Neverland!”.) En gran parte, quien es aludido de vivir en Nerverland –como Michael Jackson y Peter Pan– es Barack Obama.
Pero el error de Edwards, Richardson y Clinton radica en no entender que la política, especialmente la política norteamericana, no se mueve según argumentos, razonamientos o datos. Éstos sólo sirven para legitimar un deseo popular o una acción de gobierno. Como lo anotamos en otro ensayo, son los estados de ánimo el motor de los electores. Si hay un candidato que representa una fuerte esperanza de ser o de estar –motivada por el miedo o por el cansancio–, más allá de cualquier realidad, ése será el vencedor. Si ese candidato es capaz de hacer volar a sus electores como Peter Pan en Neverland, no sólo resultará vencedor, sino que Neverland terminará por imponerse como el paradigma de la realidad y el pragmatismo. No hay nada más poderoso que la imaginación. Lo mismo ocurrió con el imperio islámico, movido por una fe radical que habían perdido los romanos, y con otros imperios, como el español –al principio inferior cultural y militarmente al imperio musulmán– que surgió por la fuerza de la creencia en su destino celestial, contra los musulmanes y los aztecas, y cayó por la burocratización de esa misma fe. Esto será así por unas décadas más, hasta que la sociedad global madure su perfil multipolar.
“No basta con repetirlo –dijo la senadora Clinton–; hay que saber hacerlo. Y para saber quién puede hacerlo se debe ver la experiencia y el historial de cada candidato. (“Change is just a word if you don’t have the strength and experience to actually make it happen”.) La observación iba dirigida, no sólo con la mirada de un rostro rígido y sin paciencia, sino por la repetida alusión al senador de Illinois, Barack Obama, de no tener experiencia política necesaria para gobernar. Obama se mostró débil en esta oportunidad, con ideas un poco vagas. Hubiese bastado con recordar que al ahora atacado presidente le había sobrado experiencia desde el principio. A diferencia de John Edwards, que insistió apasionadamente con cifras sobre la catástrofe del gobierno del presidente Bush, Obama se limitó a insistir en los aspectos positivos de un “nuevo comienzo”. Respondiendo a la senadora Clinton, titubeó unas palabras que al principio pudieron sonar “políticamente inconvenientes”. Cuando lo correcto y tradicional es asociarse al prestigio los “hechos” y las “acciones”, tal vez porque no tenía la experiencia del gobernador hispano de Nuevo México, Bill Richardson, para responder a la senadora; Obama balbuceó unas palabras que en principio pudieron sonar débiles, pero que la realidad de la voluntad popular está confirmando como su mayor fuerza: “Las palabras valen –dijo–; con las palabras se puede cambiar esta realidad”.
Esta expresión me recordó el reciente libro colectivo de la Unicef Las palabras pueden, en el cual fuimos invitados a participar. Muchas veces insistí, tal vez por mi doble experiencia de arquitecto y escritor, que la realidad está hecha más con palabras que con ladrillos. Esta afirmación se debía al aspecto negativo de las palabras organizadas en las narraciones sociales de una cultura hegemónica: me refería a las palabras del poder, a la manipulación ideológica, a lo “políticamente correcto”, a los clichés, a los ideoléxicos, etcétera. Sin embargo, por otro lado, podemos ver su aspecto positivo o, al menos, optimista: con las palabras se puede cambiar el mundo. Es demasiado optimista pero no del todo utópico. Esta confianza en las palabras puede ser más propia de nuestro amigo Eduardo Galeano, pero nunca pensamos escucharla en un candidato serio a la presidencia de Estados Unidos en su sentido de cambio, de (tibia) rebelión. Primero por la historia político partidaria y geopolítica de este país. Luego por la excesiva confianza de la cultura angloamericana en los “hechos” y su menosprecio por las “palabras”, las ideas y todo lo que proceda del lado intelectual del ser humano.
Estados Unidos está a un paso de un cambio significativo. Como previmos, este cambio, en medio de una marea conservadora que lleva 30 años, puede producirse en la próxima década. Y este es el año crucial.
Lo más probable es que un candidato demócrata se lleve la presidencia. Hace cuatro años pensé que sería una mujer, Hillary. Como es casi la norma, una mujer hija o esposa de algún prestigioso ex gobernante, como ha sido la norma hasta ahora. Desde hace un buen tiempo pensamos que ese presidente puede ser Obama. Aunque el poder destruye cualquier cambio significativo, podemos pensar que de todos los candidatos, salvo el disidente republicano Ron Paul –con un sorprendente apoyo que casi iguala al obtenido por Rudy Giuliani, pero lejos de llegar a la presidencia–, Barack Obama es quien mejor representa ese posible cambio y, más, es quien mejor está habilitado para encarnarlo. No a pesar de su escasa experiencia, sino por eso mismo.
Barack Hussein Obama parece ser un candidato marcado por un fuerte y hasta paradójico simbolismo. Su nombre no lo beneficia, a no ser por una radical interpretación psicoanalítica (que también se dio en la Reconquista ibérica): recuerda fonéticamente tres veces a personajes musulmanes, un presidente, un dictador y la obsesión número uno de este país. Por otro lado, si en los siglos anteriores era común que el patrón blanco embarazara a la sirvienta negra, Obama es producto de una simetría. No es descendiente de esclavos africanos, sino el hijo de un musulmán negro de Kenia y una laica blanca de Missouri. La peor combinación para los influyentes conservadores. Nació en Honolulu, cuando sus padres estudiaban en la universidad, y se crió en Indonesia, el país musulmán más poblado del mundo. No fue amamantado por nodrizas negras sino por una familia blanca, típica clase madia norteamericana, luego de la separación de sus padres. Obama es un universitario exitoso, según los cánones actuales; abogado y conferencista. Es, en el fondo, no sólo un ejemplo para la minoría negra norteamericana, sino para la blanca también: representa el paradigma del despojado, del Moisés nacido en desventaja que se encumbra en lo más alto de la pirámide política-económica de un pueblo.
Pero por esto mismo también representa la mayor amenaza para el ala conservadora de esta sociedad, que es la que retiene el mayor poder económico y sectario, aquel que nunca saldrá a la luz sino como meras especulaciones o bajo etiquetas como “teorías de la conspiración”.
Obama se ha opuesto desde el principio a la guerra de Irak, ha dicho que se entrevistaría con Fidel Castro, que socializaría la salud y otros servicios, además de una larga lista de manifestaciones de voluntad políticamente incorrectas que poco a poco comienzan a ser premiadas ante la mirada atónita de los radicales y hasta de los más moderados neocons, acostumbrados al poder. La acusación de vivir en Neverland puede terminar emocionalmente asociándolo al consolidado precepto de “I have a dream” de Martin Luther King.
Tal vez Obama triunfe en las internas demócratas. Si lo hace, más fácil le resultará vencer a los republicanos y llegar a la presidencia. Tal vez impulse esos cambios que, tarde o temprano llagarán a este país. Ojalá no alcance el mismo destino trágico de John F. Kennedy o del otro soñador negro.
© Jorge Majfud
Athens, enero 2008
La sociedad amurallada
Con el paso de los años, y gracias a una atenta observación de sus clientes, el doctor Salvador Uriburu había descubierto que la mayoría de la población de Calataid carecía del origen europeo que alardeaba. En sus ojos, en sus manos, persistían los esclavos nígros que repararon las murallas en el siglo IX y seguramente los más antiguos esclavos que construyeron las cisternas en tiempos de Garama. En sus gestos rituales persistían los seguidores de Kahina, la sacerdotisa del desierto africano convertida al judaísmo antes de la llegada del islam. Dentro de la minoría blanca, también la diversidad era notable, pero había sido puesta en suspenso mientras estaban ocupados en considerarse la clase representativa (y fundadora) del pueblo. Los mismos ojos azules podían encontrarse detrás de unos párpados rusos o detrás de otros irlandeses; los mismos cabellos rubios podían cubrir un cráneo germano u otro gallego. ¿Cómo era posible -había escrito Salvador Uriburu- que un pueblo tan diverso fuese tan racista y, al mismo tiempo, desbordara tanto patriotismo, tanto amor fanático por una misma bandera? ¿Cómo se puede venerar el conjunto y al mismo tiempo despreciar las partes que lo conforman? Al menos que la veneración patriótica no sea otra cosa que la Mentira Necesaria que una de las partes alimenta para usar a las otras partes en beneficio propio.
En una de sus últimas apariciones públicas, en mayo de 1967, en la sala de notables del club Libertad, el doctor Uriburu había ensayado un ejercicio que molestó a los nuevos tradicionalistas, una vez que fueron capaces de descifrar el cuestionamiento. Salvador Uriburu había dibujado, en una pizarra negra, una serie de al menos 15 triángulos, círculos y cuadrados. Cuando preguntó a los presentes cuántos tipos de dibujos veían allí, todos estuvieron de acuerdo en que veían tres. Cuando les pidió que eligieran uno de esos tres tipos, todos eligieron el grupo de los triángulos, y el doctor volvió a preguntarles cuántos grupos veían en el grupo de triángulos. Todos dijeron que había, por lo menos, dos grupos: un grupo de triángulos isósceles y un grupo de triángulos rectángulos.
—Más o menos isósceles y más o menos rectángulos —dijo uno con perspicacia, advirtiendo que los dibujos no eran perfectos.
—Las figuras no son perfectas —confirmó Salvador Uriburu—, como los humanos. Y como los humanos todos vieron primero las diferencias, aquello que las figuras tenían de diferente, antes que ver lo que tenían en común.
—No es verdad —dijo alguien—, los triángulos tienen algo en común entre sí. Cada uno tiene tres lados, tres ángulos.
—También los círculos y los cuadrados tienen algo en común: todos son figuras geométricas. Pero nadie observó que también había un único grupo de dibujos, el grupo de las figuras geométricas.
Salvador Uriburu no puso nombres ni aclaró el ejemplo, como era su costumbre. A quien le caiga el sayo que se lo ponga. Pero después de meses de discutir la extraña y pedante exposición de las figuritas del doctor, el pastor George Ruth Guerrero llegó a la conclusión de que este tipo de pensamiento le venía al doctorcito de la secta de los humanistas y, seguramente, de los alumbrados.
—El grupo de las figuras geométricas —concluyó el pastor, con el índice erecto— representaba a la humanidad e cada grupo de figuras representaba una raza, una religión, una desviación e ansí sucesivamente. Los humanistas quieren facernos creer que la verdad no existe; que es igual la fe de los moros e de los judíos que la verdadera fe de los cristianos, la raza de los elegidos e la raza de los pecadores, la moral de nostros padres e la sodomía de los modernos, los vestidos de nostras mujeres e la desnudez impúdica de las nigerianas.
Lo acusaron de gnóstico. Se sabía, por rumores y por revistas llegadas de la Francia, que el Heterodoxo había conquistado el resto de Europa con una creencia insólita: la verdad no existía; cualquier herejía podía ser tomada como un sustituto de la verdadera fe y de la razón lógica. Y se decía que alguien intentaba introducir todo eso en Calataid.
La alusión fue directa, pero el doctor Uriburu no respondió. La última vez que entró en la sala de notables, en agosto de 1967, se esperaba que dijera que estaba a favor o en contra de esta superstición, que definiera, de una vez por todas, de qué lado estaba. En lugar de esto, salió con otra de sus figuras que no se correspondía con su profesión de científico, y mucho menos con la del creyente, lo que demostraba su irremediable descenso en el misticismo, en la secta de los alumbrados que, se decía, se reunía todos los jueves en una cámara desconocida de las antiguas cisternas.
—Una vez un hombre subió a una montaña de arena —dijo— y al llegar a la cumbre decidió que ésa era la única montaña del desierto. Sin embargo, enseguida advirtió que otros habían hecho lo mismo, desde otras cumbres. Entonces dijo que la suya, la que estaba bajo sus pies, era la verdadera. Otro hombre, tal vez una mujer, decidió bajar de su duna y subió a otra, y luego a otra, hasta que comprendió (quizás sobre la duna más alta) que las dunas eran muchas, infinitas para sus fuerzas. Entonces, cansado, dijo que el desierto no era una duna de arena en particular, sino todas las dunas juntas. Dijo que había unas dunas más altas y otras más pequeñas, que un solo puñado de arena, de cualquiera de ellas, no representaba a una duna en particular sino a todo el desierto, pero que ninguno, como ninguna de las dunas, era el desierto, completamente. También dijo que las dunas se movían, que aquella duna verdadera, que permitía la única perspectiva del desierto y de sí mima, cambiaba permanentemente de tamaño y de lugar, y que ignorarlo era parte inseparable de cualquier verdad única. A diferencia de otro caminante exhausto, este descubrimiento no lo llevó a negar la existencia de todas las dunas, sino la pretensión arbitraria de que sólo había una en la inmensidad del desierto. Negó que un puñado de arena tuviera menos valor y menos permanencia que aquella duna arbitraria y pretenciosa. Es decir, negó unas ideas y afirmó otras; no fue indiferente a la eterna búsqueda de la verdad. Y por eso fue igualmente perseguido en nombre del desierto, hasta que una tormenta de arena puso fin a la disputa.
Un silencio indescriptible siguió al nuevo enigma del doctor. Luego un murmullo reprimido llenó la sala. Alguien tomó la palabra para anunciar el final de la reunión y recordó la fecha de la próxima. Sonó la campana; todos se levantaron y salieron sin saludarlo. Sabía que también les molestaba que dudase de la tolerancia y de la libertad de Calataid, recurriendo a metáforas como si fuese una víctima de la Inquisición o viviese en tiempos del bárbaro Nerón.
Uriburu se quedó sentado, mirando por la ventana los viejos y rapaces que pasaban montando en bicicletas y no podían verlo, con las manos en los bolsillos de su saco, jugando con un puñado de arena. Perdió la razón veinte días después. Un extraño diagnóstico, de su puño y letra, concluía que Calataid padecía de “autismo social”. El autismo, decían sus libros, es producto del crecimiento acelerado del cerebro que, en lugar de aumentar la inteligencia, la reduce o la hace inútil debido a la presión de la masa encefálica contra las paredes del cráneo. Para el doctor Uriburu, más preocupado por la arqueología que por la biología, las murallas de Calataid habían provocado el mismo efecto con el crecimiento de su orgullo o de población. Por lo tanto, era inútil pretender curar a los individuos si la sociedad estaba enferma. De hecho, suponer que la sociedad y los individuos son dos cosas diferentes es un artificio de la vista y de la medicina, que identifica cuerpos, no espíritus. Y Calataid era incapaz de relacionar dos hechos diferentes con una explicación común. Más aún: era incapaz de reconocer su propia memoria, grabada escandalosamente en las piedras, en los vacíos húmedos de sus entrañas, y negada o encubierta por el más reciente invento de una tradición.
Jorge Majfud,
febrero 2003
Mémoire douce de la barbarie:
La prison de Liberté
Mes vieux amis ont toujours ri de ma mémoire quoique, avec les années, ils ont crû en prudence et m’ont gardé leur amitié. Le meilleur sentiment dont je suis redevable envers ma mémoire est la nostalgie. Une profonde nostalgie. D’entre le pire est l’inutile regret.
Les paradoxes du destin ont fait que j’eus à regretter les années de la dictature militaire dans mon pays; j’eus la malchance de croître et d’abandonner mon enfance à cette époque. Ce n’est pas à la barbarie que je dois être reconnaissant et qui paraît, du reste, l’éclairer, si ce n’était par l’illimitée nécessité humaine qui jamais ne se repose. Une fois, dans une classe de littérature au secondaire, nous demandions à la professeure pourquoi on ne parlait pas d’Onetti, étant donné qu’il avait reçu, deux années auparavant, le prix Cervantes d’Espagne, et que, il était un des classiques d’actualité de notre pays. La réponse, contondante, fut que Juan Carlos Onetti avait tout reçu de son pays – éducation, renommée, etc. –, et que par la suite il s’en était allé en exil parler en mal de son propre pays. Il n’est pas nécessaire de commenter de tels ex abrupto. Seulement on attend de quelqu’un qui s’est dédié à la littérature une vision moins étroite de l’existence. On suppose qu’une personne avec cet étrange métier a vécu plusieurs vies et a eu à sentir et à penser le monde à partir de d’autres prisons. Cependant, il n’en est pas ainsi; la nécessité n’est pas la simple carence de quelque chose, mais le résultat d’un long apprentissage, presque toujours basé sur la pratique. Si ce rappel occupe encore dans sa mémoire quelque espace, peut-être fait-il partie de son quota de regrets. J’ajouterai que cette professeure, selon mon jugement, n’était pas une mauvaise personne. Peut-être était-elle plus heureuse que les autres professeures de littérature que j’eus par la suite pendant des années. La seule chose qu’elles avaient en commun était une certaine sensualité, insoupçonnable, par la façon de se vêtir ou de parler.
A ce que je vois, c’est qu’il ne serait pas rare que quelqu’un pense, pendant que je signale que je grandis en des temps de dictature, que je lui suis reconnaissant, que je lui dois mon éducation et, peu s’en faut, la vie, et que par conséquent, je devrais lui témoigner quelque reconnaissance. Bien sûr que la réponse est non. Comme disait Borges – si souvent aveugle, mais non moins si souvent brillant – une personne naît où elle peut. A moi me revint de naître à un moment historique où la politique – ou, pour mieux dire, son antithèse: la barbarie – s’infiltrait par les fentes des portes et des fenêtres, jusqu’à détruire des familles entières. Une de celles-là fut, bien sûr, ma famille. Mais je ne vais pas entrer dans ceci maintenant.
Je ne peux éviter de rappeler cette nuit noire «la prison de Liberté», là en Uruguay. Avant, j’avais connu des dépôts moindres à l’occasion de visites que ma famille rendait à mon grand-père, Ursino Albernaz, le vieux rebelle, le révolutionnaire, le mouton noir d’une famille de paysans conservateurs. Mon grand-père avait été renié par sa première famille; il lui restait celle que lui-même avait construite et, sans le vouloir, détruite aussi. Il fut torturé par plusieurs «petits soldats de la patrie». Je passerai sous silence le nom de voisins, quoiqu’ils vivent encore et que je n’aie de preuves que la confession de mes êtres chéris, maintenant tous décédés; je dirai seulement que le célèbre “Nino” Govazzo fut d’entre ses lâches inquisiteurs. Quoique l’adjectif «lâche» est une redondance historique, car les dictatures ne soulignent aucun acte héroïque, ni de ses soldats et encore moins de ses généraux. Ni même ne purent en inventer; non seulement parce qu’elles manquaient d’imagination, mais parce que ni eux-mêmes ne se croyaient lorsqu’ils s’accrochaient des étoiles et des médailles à leurs uniformes, une après l’autre, jusqu’à se couvrir toute la poitrine de ferraille qu’ils portaient orgueilleusement dans les fêtes sociales. Il ne reste que le souvenir de la permanente et obsessive propagande détaillant les horreurs d’autrui. Ou les démonstrations d’amour des religieux partisans de Pinochet qui, dans les années 90’, défilaient avec les portraits des disparus sous le régime et montrant une légende qui disait : “Grâce à Dieu, ils sont morts”. (Récemment était ici à l’Université de Géorgie le célèbre Frederic Jameson qui, avec son habituel clin d’œil provocateur, rappela les coutumes narratives des empires, le plaisir du succès et de la torture : l’épique appartient aux vainqueurs pendant que le romantisme est le propre des perdants. Cependant, c’est ce dernier qui demeure. En Amérique Latine, il n’y eut même jamais une épique des vainqueurs. Qui peut imaginer un écrivain, si petit soit-il, repêchant quelque chose des misérables succès de nos Attila?)
De ces courses en enfer, mon grand-père en sortit avec une rotule claquée et quelques coups qui ne furent pas si démoralisateurs comme ceux dont dû souffrir son fils cadet, Caito, mort avant de voir la fin de ce qu’il appelait «les temps obscurs». Au début des années 70’, ils montèrent tous les deux au plus grand espace symbolique de la dictature : ils furent envoyés à la prison de Liberté.
Je me souviens de la prison de la Liberté à partir d’infinis points de vue. Pour nous les enfants qui allions là, le long voyage était une promenade, quoique nous devions toujours nous lever tôt pour ensuite attendre sur le côté d’une route, par nuits froides et pluvieuses. Attendre, toujours attendre sur la route, dans les terminaux d’omnibus, aux interminables postes de sécurité, dans les couloirs et les salles de tripotage. Enfants, nous ne pouvions imaginer que tout ce processus, en plus d’être épuisant, était humiliant. Cela nous sauvait l’innocence, ou la presque innocence, parce que je sus toujours ce que signifiait cela: c’était quelque chose dont nous ne pouvions parler. Des années plus tard, un de mes personnages nomma cette génération: “la génération du silence”, et je crois qu’il donna ses raisons, en plus de cela. Ce «silence» signifiait, pour moi, qu’il existait une contradiction tragique entre le discours officiel et ma propre vie. Dans l’humble école de Tacuarembó dans laquelle j’étais, cette école qui laissait dégoutter sur nos cahiers les jours de pluie, on nous parlait de la justice et de l’ordre pacifique qui régnaient sur le pays grâce aux Soldats de la Patrie. Des années plus tard, à l’école secondaire, on nous répétait encore que nous vivions en démocratie. Pendant que nous devions écouter et répéter tout cela sur la place publique, pendant les étés, dans une cuisine rurale de Colonie, rarement illuminée par une lanterne de mantille, j’écoutais les histoires de personnes inconnues au sujet d’hommes et de femmes jetés à partir d’avions dans le Rio de la Plata, un art de la dictature argentine. Quinze années plus tard, ce seraient ces mêmes confessions, de la part de l’ex-capitaine de navires Adolfo Scilingo, qui scandaliseraient le monde. Cela se passait en 1995, selon mes souvenirs; je lus cette nouvelle dans quelque pays d’Europe – par l’architecture ce pourrait être Prague -, ce qui me donna une idée de la suspecte innocence du monde et d’une bonne partie de notre société. Suite à Scilingo ou Tilingo (*), je me ravisai argumentant que tout cela avait été un «roman».
Si je libère ma mémoire à partir du premier «check point» qui a précédé l’entrée à la monstrueuse prison de Liberté, tout de suite me vient à la conscience des militaires de toutes parts portant des bottes noires, des femmes chargées de bourses, des enfants se plaignant du passage rapide de leurs mères, des malédictions en secret, des invocations à Dieu. Par la suite, un salon ressemblant à une station de train, gris, de tous côtés. Le ciel aussi gris et le plancher humide marqué par les bottes qui allaient et venaient. Un militaire à moustaches taillées et remplissant des formulaires et autorisant les gens à passer. Je ne sais pas pourquoi, il ressemblait à un Videla aux yeux clairs, aux lèvres serrées et à voix de commandement. Par la suite, une petite salle où d’autres militaires tâtaient les visiteurs. Puis, un chemin d’asphalte conduisant à un autre édifice. Une pièce sans fenêtre. Un portrait de José Artigas vêtu en lancier militaire. Plus tu attends, plus tu as envie d’aller aux toilettes et de ne pas pouvoir y aller. Une belle enfant qui me sourit parmi tout ce dégoût. Ses cheveux roux brillaient dans la pénombre de la petite salle. Mais, en ce qui me concerne, ce qui m’avait impressionné, c’était son regard, innocent (cela me revient maintenant), rempli de tendresse. Quelque chose d’improbable dans cet enfer.
A un certain moment, mon grand-père se leva et alla au téléphone parler à son fils. Une épaisse vitre les séparait. Ce même soir, ou bien un autre semblable, il lui avoua qu’il avait été là, en prison, où il s’était convertit en ce pour lequel il avait été emprisonné. Quelque temps plus tard, il me répéta aussi la même conviction : s’il était tombé injustement, maintenant, du moins, il avait une justification qui rendait toutes ses années de jeunesse plus supportables. Maintenant il avait une cause, une raison, quelque chose pour laquelle se sentir fier et racheté.
Par la suite les enfants continuèrent par une autre porte et sortirent dans une cour tendrement équipée de jeux d’enfants. L’oncle était là avec sa grosse moustache et son éternel sourire. Sa calvitie naissante et ses questions infantiles : “Comment ça va à l’école ?”. A mon côté, je me souviens de mon frère regardant d’une façon absorbée mon oncle et mon cousin plus âgé. M., s’éjectant d’un toboggan. Caíto l’attrapait, le remontait de nouveau et, à travers les cris de joie de M., en venait à lui demander : “Comment vont les papas?” “Alors, as-tu une fiancée?”
Mais nous, nous n’étions pas là pour cela. Je me rapprochai de l’oncle et lui dis, à voix très basse, afin que le gardien qui marchait par-là n’entende pas le message que j’avais pour lui. Il devint sérieux.
Par la suite, je me souviens de lui de l’autre côté d’une clôture barbelée, marchant en file indienne avec les autres prisonniers. J’avais envie de pleurer mais me contins. Mon cousin cria son nom et il fit comme s’il se touchait la nuque en bougeant les doigts. Je le vis s’éloigner, la tête inclinée vers le sol. L’oncle avait été torturé avec différentes techniques : ils l’avaient submergé plusieurs fois dans un ruisseau, traîné dans un champ couvert d’épines. Plus tard je sus que lorsqu’ils lui apportèrent son épouse elle se tira une balle dans le cœur . Mon frère et moi, ce jour de 1973 ou 1974, étions dans ce camp de Tacuarembó, jouant dans la cour près de la route. Lorsque nous entendîmes le coup de feu, nous allâmes voir ce qui arrivait. La tante Marta, que je connaissais à peine, était étendue sur un lit et une tache couvrait sa poitrine. Par la suite entrèrent des personnes que je ne pus reconnaître à une aussi grande distance et nous obligèrent à sortir. Mon frère aîné avait six ans et commença à se demander : “Pourquoi naissons-nous si nous devons mourir?” La maman, la grand-mère Joaquina, qui était une inébranlable chrétienne, celle que je ne vis jamais dans aucune église, dit que la mort n’est pas quelque chose de définitif mais seulement un passage pour le ciel. Excepté pour ceux qui s’enlèvent la vie
–Alors, la tante Marta n’ira pas au ciel?
–Peut-être que non – répondait ma grand-mère –, quoique cela personne ne le sait.
Il plaisait à un employé de mon père, de jouer avec les rimes, qu’il répétait chaque fois utilisant une seule voyelle :
Estaba la calavera
Sentada en un butaca
Y vino la muerte y le preguntó
Por qué estaba tan flaca? (**)
Lorsqu’elle arriva ici, son visage déformé par tant de «a» me rappelait la mort. La tante Marta était froide et morte. Plus tard j’eus un rêve qui se répéta souvent. Je gisais immobile mais conscient dans un sous-sol rempli de déchets. Quelqu’un, avec la voix de ma grand-mère disait : “Laisse-le, il est mort”. Alors, il était doublement abandonné : par moi-même et par les autres. Ce rêve, comme certains autres – quoique les critiques littéraires se plaisent à répéter que les rêves n’ont d’importance qu’à ceux qui les rêvent – sont transcrits, presque littéralement, dans mon premier roman. Mon frère et moi nous sûmes, par déduction secrète, pourquoi elle l’avait fait. Quoique maintenant je pense que personne ne peut culpabiliser personne d’un suicide sinon celui qui presse la gâchette ou qui se pend à un arbre. Ni même un dictateur. Laisser pour son propre suicide des lettres rendant responsable quelqu’un qui n’est pas présent à ce moment est de compléter la lâcheté de l’acte suprême d’évasion – et une preuve posthume de la manipulation des émotions d’autrui que la mort exerça ou voulut exercer de son vivant. Dans le cas de la tante Marta, ce ne fut pas un acte politique; elle fut seulement victime de la politique et de ses propres faiblesses.
L’oncle Caíto mourut peu de temps après être sortit de prison, en 1983, presque dix années plus tard, lorsqu’il avait 39 ans. Il était malade du cœur. Il mourut pour cette raison ou d’un inexplicable accident de moto, sur un chemin de terre, au milieu de la campagne.
Jorge Majfud
Université de Géorgie
Février 2006
(*) “bête”
(**) Était la tête de mort
Assise sur un fauteuil
Et vint la mort et lui demanda
Pourquoi était-elle si maigre?
Traduit de l’Espagnol par : Pierre Trottier, mai 2006
Trois-Rivières, Québec, Canada
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Debe estar conectado para enviar un comentario.