La lengua de Dios

La lengua de Dios

Un incidente menor nos fastidió el viaje, una tarde en una gasolinera rural de Alabama, a un costado de la 59, casi llegando a Mississippi. Un tipo, más alto que cualquiera de nosotros, se había molestado porque nos escuchó hablando español ente las góndolas de helados y periódicos. Al parecer, el detonante fue cuando Thomas continuó hablando español con el cajero que, increíblemente, no era sikh ni hindú sino un muchacho que luego resultó ser de Honduras. El hombre no pudo esperar en la cola y dijo que debíamos hablar inglés, que esto era América, no México. En su camisa a cuadros vi problemas.

Aunque me había prometido mil veces desinteresarme del mundo, porque el mundo al fin y al cabo no valía la pena de tantas penas, por un viejo instinto criminal terminé respondiendo que en América e, incluso, en Estados Unidos se hablaba español desde mucho antes que inglés, y que nunca se había dejado de hablar español. Que hasta el signo de dólares, esa con una rayita, era la abreviación de Pesos, de PS, es decir, $, y que si a veces tenía dos rayitas se debían a las columnas de Hércules de la bandera española. Que si la gente que ignoraba que el español no era un idioma extranjero en Estados Unidos, que si alguien de por allí no sabía que la cultura hispana era una cultura más de este país, no sólo era un ignorante de la historia de su propio país sino que además era un ignorante.

Tal vez debí pensar que ante cualquier eventualidad mis amigos tendrían la obligación moral de defenderme. De otra forma no se entendía ese uso tan despojado de palabras que podrían costarle un diente a cualquiera. “Al menos que tu osadía se debiera a alguna condición propia de esas que padecen los argentinos, que van del exceso de confianza a cierta tendencia al suicidio, estilo Che Guevara”, me dijo luego Douglas.

El hombre de la camisa a cuadros no esperó a que terminase con mi conmovedora defensa del idioma y de la cultura hispana y me agarró por donde mejor podía.

What? Usted, pequeño malhablado —dijo—, ¿pretende enseñarle historia americana a un americano?

—Por ahí si…

—¿Sabe usted en qué idioma está escrita la constitución de este país?

—Sí, claro que lo sé. Un grupito de intelectuales, de esos que ya no se ven entre los políticos, revolucionarios y progresistas radicales…

Wait, wait, wait —me interrumpió—. En aquella época no había progres ni liberales como ahora, gracias a toda esa basura que traen ustedes del otro lado.

—Sí que eran liberales, progresistas y revolucionarios radicales como nunca los hubo después, ni siquiera en Francia. Por algo los libros Thomas Jefferson, el fundador de la democracia americana, estuvieron prohibidos por años después de su muerte. Unos pobres analfabetos lo habían acusado de ateo. En esa época no había homosexuales.

Detrás del hombre de camisas a cuadros, Carlos festejó la respuesta con un gesto obsceno. El tipo se movió nervioso, como si estuviese a punto de cambiar sus argumentos con un puñetazo de esos que solo se ven en las películas viejas.

—A ver, señor sabiondo —dijo el hombre, esbozando una sonrisa—. No cambie de tema. Por casualidad, ¿sabe usted en qué idioma está escrita la constitución de América?

—En inglés —dije.

— YeahpIn English. ¿Vio? Por algo la constitución de este país fue escrita en inglés. Entonces, si la misma constitución está escrita en inglés, todos los habitantes de este país deben hablar inglés para que entiendan lo que dice y entiendan las leyes de este país. Period.

—Señor, ¿es usted creyente? —pregunté, advirtiendo que el hombre de la camisa a cuadros llevaba una cruz tatuada debajo de la oreja derecha.

—Por supuesto —dijo el hombre, con una evidente excitación—. Soy cristiano, como todos aquí.

Next customer —dijo el hondureño.

—Bueno, al menos no es masón, como algunos de los padres fundadores. Es decir, que usted va a la iglesia los domingos y todo eso.

—A la casa de Dios —aclaró el aludido.

—Entonces ha leído la Biblia alguna vez.

—¿Bromea?

—Es decir, usted es un acérrimo defensor del uso del hebreo, el arameo y el griego en las iglesias. Obviamente usted lee la Biblia en alguno de esos idiomas, ya que fueron esos idiomas los elegidos por Dios para hablar y escribir hasta que un día, por alguna razón, decidió callarse.

Next customer in line, please —insistió el hondureño.

El hombre de la camisa a cuadros me hizo a un lado y puso las cervezas sobre el mostrador. Las pagó y, entes de irse, me señaló con un dedo:

—Aprende inglés. Tienes un acento horrible. Y tu amigo peor.

—Acento de Boston —dije.

—Lo hablan mal todos ustedes, yall —insistió el hombre, mientras abría la puerta de salida con las nalgas y nos miraba con cara de muy pocos amigos.

—Pero lo escribimos muy bien, eh —insistí, aunque el mensaje nunca llegó a destino.

Carlos se había fastidiado con este incidente y había dicho que no iba a comprar café ni nada en aquel lugar.

—Estos yanquis son unos hijos de puta —dijo Carlos.

—Hijo mío —dijo una vieja con acento sureño que había estado escuchando la conversación mientras se servía café—. No me incluya en ese grupo. No le dé el gusto a esa pobre gente.

 

Jorge Majfud

Periodico Irreverentes (ESpaña)

La Republica (Uruguay)

Tacuarembo2030 (Uruguay)

 

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Diálogos con Gabriel Conte III

Barack_Obama_Young

Obama y los misterios de la historia”

 

Con Gabbriel Conte

Jorge Majfud

 

 

G.C. Cuando se dice que Obama expresó una serie de palabras en sentido «progresista», ¿debemos entender al término como «de carácter más hacia la izquierda que el común de los presidentes norteamericanos»?

 

J.M. Sí, si consideramos los últimos presidentes, desde Jimmy Carter. No, si consideramos un número mayor. Por ejemplo, Se podría considerar a los redactores de la constitución americana, la primera y la única, como fuertemente progresistas, como revolucionarios radicales. Es muy difícil encontrar en la historia de la humanidad la fundación de una nación sobre ideas y leyes tan radicales para la época. Se podría considerar a Thomas Jefferson como un presidente progresista, a pesar de que también fue un hombre de su tiempo, un propietario de tierras y esclavos. Pero cuando juzgamos a un hombre o a una mujer desde una perspectiva histórica, lo que importa es la diferencia que cada uno pueda hacer como progresista o conservador, como revolucionario o como reaccionario, como humanista o como enemigo de la humanidad. También podemos considerar como presidentes progresistas al republicano Abraham Lincoln y al demócrata Franklin Roosevelt, que no solo sacó a Estados Unidos de su peor depresión sino que además fue el creador de los programas sociales mas importantes que existen hoy, además de sus políticas económicas que en su momento fueron consideradas estatistas o keynesianas por los conservadores y por los seguidores de Milton Friedman. Desde un punto de vista más especifico, es evidente que las políticas de Obama, fácilmente reconocibles, se están inclinando a la izquierda (los conservadores lo acusan de socialista y liberal), aunque también el grado de filiación depende de quien lo mida. Como ya lo hemos repetido hasta el cansancio, incluso antes de su triunfo en el 2008, su segundo mandato iba a ser más radical. Ya lo es desde el tono de poca paciencia que está mostrando en sus discursos y en las negociaciones con los republicanos, que todavía dominan la cámara baja y tienen todo el poder de trabar la mayoría de sus proyectos. Creo que poco a poco, de aquí hasta su vejez, al igual que Jimmy Carter, Obama volverá a sus raíces intelectuales, que están en sus años ochenta, cuando en la universidad de Columbia leía escritores críticos y asistía y a reuniones de obreros e intelectuales que hubiesen escandalizado a los reaganistas y lo hubiesen llevado a la cárcel en los años cincuenta. A Obama se lo ha acusado erróneamente de muchas cosas, como de no haber nacido en Estados Unidos. Nació en Hawái, es decir, en la Polinesia, cuando Hawái hacía un par de años que se había convertido en el estado cincuenta de Estados Unidos. Hubiese sido un hijo ilegítimo en varios otros estados, ya que el matrimonio entre un negro y una blanca por entonces estaba prohibido. Aquel niño creció y se educó en el país islámico más poblado del mundo, Indonesia, pero no es musulmán, como una gran parte de la población cree. Se llama Barck Hussein Obama, un nombre lleno de reminiscencias a los enemigos obsesivos de Estados Unidos, según el discurso oficial y popular de las últimas décadas. Estuvo afiliado a una iglesia simpatizante a la teoría de la liberación, un invento latinoamericano de los sesenta y, para peor, como algunos biógrafos como Stanley Kurtz en su libro Radical-in-Chief: Barack Obama and the Untold Story of American Socialism (“El comandante radical: Barack Obama y la historia oculta del Socialismo estadounidense”) se encargan de subrayar, el joven Obama en sus años de universidad leía a Karl Marx y asistía a “conferencias de académicos socialistas”. Títulos que uno adivina son puestos más por los enemigos que por los amigos. Todo eso hace una diferencia con, por ejemplo, los tiempos no tan lejanos de Ronald Reagan, que pocos alcanzan a distinguir. Por otro lado, podríamos observar que esta tendencia a la izquierda se expresa más a nivel nacional que a nivel internacional. También si observamos las acciones de los presidentes socialistas de Europa, como el de François Hollande en Francia, por ejemplo, la regla de oro sigue siendo la misma que alguna vez improvisó Winston Churchill cuando le preguntaron qué países tenía Inglaterra como amigos. Churchill dijo, “señor, Inglaterra no tiene amigos; tiene intereses”. Sinceridad de viejo.

Barack Obama and Michelle Obama

G.C. Entonces ¿se podría decir que Obama es el más «progresista», en ese sentido, de todos los demócratas?

J.M. Tal vez sí, si consideramos las mayores figuras de su partido hoy en día. No obstante, en política internacional, el republicano Ron Paul es mucho más “progresista” para el estándar latinoamericano, con su insistencia radical contra las guerras, contra las bases militares y contra los intervencionismo en otros países, con su acusación al gobierno de Estados Unidos de crear reacciones y líderes “antiimperialistas” los cuales, según lo ha repetido en muchos debates, son naturales reacciones a los intervencionismos norteamericanos, etc. Fuera de los demócratas también podríamos mencionar al senador socialista Bernie Sanders.

G.C. Recuerdo el año pasado haber hablado con una decepcionada Aviva Chomsky, a quien aprecio mucho por su gran capacidad de análisis e investigación sobre los procesos migratorios. Ella dejó de creer en Obama y de hecho en las últimas elecciones pensó que era mejor apoyar al partido Verde, aunque también era bueno darle un voto de confianza al actual mandatario en aquellos estados en donde el voto estaba «peleado». ¿A quién le habla Obama cuando lo hace en tono «progresista»? ¿Quiere reconquistar a sus desencantados seguidores de la gestión anterior? ¿O «queda bien» decir esas cosas y nada más?

 J.M. Bueno, es natural que un intelectual deba ser un critico radical. Si uno no es radical en su crítica significa que no está yendo a la raíz de un problema. No obstante yo prescribiría, otra vez, “piensa radical, actúa moderado”. Y creo que Noam Chomsky, su padre, básicamente ha practicado esta línea y la ha articulado en sus conferencias y libros cuando insiste que no es posible tener un plan totalizador que solucione todos los problemas de una sociedad, porque las sociedades son naturalmente complejas y cambiantes. Por lo tanto, dice Noam Chomsky, lo mejor es tener ciertos principios claros de hacia dónde se quiere llegar y luego proponer ciertos cambios, llevarlos a la práctica de una forma concreta, y observar los resultados antes de continuar por ese camino. También Chomsky ha sido muy crítico con Obama. ¡Cómo no serlo con un presidente! Mucho más con el presidente de la principal potencia mundial. El problema, me parece a mí, es que un político, sea bueno o malo, siempre tiene que lidiar con la basura de la realidad política, con los intereses, con lo posible dentro de lo deseable. Los llamados intelectuales, los críticos, en cierta forma estamos libre toda esa basura, lo cual no nos hace mejores personas pero nos da cierta independencia que algunos preferimos mantener. Una independencia relativa, claro, ya que vivimos en un mundo concreto, en una sociedad llena de conflictos y no en un ideal espacio platónico. De cualquier forma, tenemos una independencia mayor de la que puede tener cualquier político de la actual era de las democracias representativas. Personalmente, yo nunca creí en Obama ni en ningún político. De hecho, creo que no deberíamos guiarnos por creencias sino por escepticismos. Pero por otro lado siempre hay que tomar una decisión. No votar, por ejemplo, es renunciar a esa minúscula parte que cada uno tiene para hacer una diferencia mayor a largo plazo. Por lo tanto, en cada elección, en cada referéndum, en cada situación en la cual tenemos más de una opción, uno siempre debe elegir el mal menor. Esto no quiere decir ser conformista, sino reconocer que nadie puede imponer sus ideales al resto ni nadie puede cambiar un mundo dominado por fuerzas infinitamente mayores a cualquier grupo o individuo. De ahí el valor de la critica radical y de las acciones colectivas. Un ejemplo simple y concreto es la lucha contra el tabaco. ¿Cómo es posible que aquellas grandes corporaciones tabacaleras de hace pocas décadas atrás fueron, en gran medida, derrotadas por el bien colectivo que comenzó con acciones de pequeños grupos de activistas?

G.C. ¿Piensa que Obama puede cumplir con esa agenda que prometió en su discurso?
J.M. Eso es como predecir el resultado de un partido de futbol. Yo diría que tiene una gran oportunidad y fuerzas moderadas para hacerlo. No olvidemos que sus adversarios no son solo los republicanos sino, quizás sobre todo, los grandes lobbies, las grandes corporaciones que todos conocemos. Y aun así no podemos estar totalmente seguros si esas fuerzas son realmente sus adversarios o sus aliados. Sólo él, su almohada y Dios lo saben mejor que el resto de nosotros.

G.C. ¿Cuál cree que sería el sesgo o el tono que tendrían sus discurso si tradujera en palabras sus acciones en el exterior?

J.M. Hasta ahora sus acciones a nivel internacional han sido poco diferentes a las iniciadas por George Bush. Con algunas diferencias, claro: un tono menos belicista, un intento por explotar alianzas estratégicas, etc. Es lo que se llama el “poder blando”, que normalmente suele ser ejercitado más por el más fuerte del vecindario, es decir, por aquel que es respetado por un “poder duro” que se reserva, que por los más débiles que deben recurrir acciones más violentas para hacer alguna diferencia a su favor. Su idea de un estado palestino y uno israelí según las fronteras de 1967 chocó contra un muro. Su aparente desinterés por África y America Latina continúa. No creo que haya una gran contradicción entre sus discursos y sus acciones. A mí lo que más me interesa son sus verdaderas intenciones, y creo que eso hay que leerlo siempre entre líneas, como si hiciéramos un trabajo psicoanalítico. Eso es lo verdaderamente importante cuando hablamos de Obama y muchos otros líderes mundiales. Ahora, que lo interesante sean más sus intenciones más íntimas, no significa al final termine haciendo una gran diferencia con respecto a las verdaderas intenciones de las titánicas fuerzas de las sectas financieras que todavía administran gran parte del poder del mundo. Al fin y al cabo, Obama es sólo un hombre.

Milenio I, II, III, IV x  (Mexico)

Ron Paul and Right-Wing Anarchy

Ron Paul et l’anarchisme de droite (French)

Ron Paul y el anarquismo de derecha (Spanish)

Special Reports

Ron Paul and Right-Wing Anarchy

by Jorge Majfud

Scandalized by the misery that he had found in the poorer classes of the powerful French nation, Thomas Jefferson wrote to Madison, informing him that this was the consequence of the “unequal division of property.” France’s wealth, thought Jefferson, was concentrated in very few hands, which caused the masses be unemployed and forced them to beg. He also recognized that “the equal distribution of property is impracticable,” but acknowledged that marked differences led to misery. If one wanted to preserve the utopian project for liberty in America, no longer for reasons of justice only, it was urgently necessary to insure that the laws would divide the properties obtained through inheritance so that they might be equally distributed among descendants (Bailyn 2003, 57). Thus, in 1776 Jefferson abolished the laws in his state that priveleged inheritors, and established that all adult persons who did not possess 50 acres of land would receive them from the state, since “the land belongs to the living, not the dead” (58).

Jefferson once expressed his belief that if he had to choose between a government without newspapers and newspapers without a government, he would choose the latter. Like the majority of his founding peers, he was famous for other libertarian ideas, for his moderate anarquism, and for an assortment of other contradictions.

Ron Paul: Carrying Jefferson’s torch in a hostile environment?

Maybe nowadays Ron Paul is a type of postmodern incarnation of that president and erudite philosopher. Perhaps for that same reason he has been displaced by Sarah Palin as representing the definition of what it means to be a supposedly good conservative. In addition to being a medical doctor, a representative for Texas, and one of the historic leaders of the Libertarian movement, Paul is probably the true founder of the non-existent Tea Party.

If anything has differentiated neoconservative Republicans from liberal Democrats during the last few decades, it has been the former’s strong international interventionism with messianic influences or its tendency to legislate against homosexual marriage. On the other hand, if anything has characterized the strong criticism and legislative practice of Ron Paul, it has been his proposal to eliminate the central bank of the United States, his opposition to the meddling of the state in the matter of defining what is or should be a marriage, and his opposition to all kinds of interventionism in the affairs of other nations.

A good example of this was the Republican Party debate in Miami in December of 2007. While the rest of the candidates dedicated themselves to repeating prefabricated sentences that set off rounds of applause and stoked the enthusiasm of Miami’s Hispanic community, Ron Paul did not lose the opportunity to repeat his discomforting convictions.

In response to a question from María Elena Salinas about how to deal with the president of Venezuela, Ron Paul simply answered that he was in favor of having a dialogue with Chavez and with Cuba. Of course, the boos echoed throughout the venue. Without waiting for the audience to calm down, he came back with: “But let me tell you why, why we have problems in Central and South America — because we’ve been involved in their internal affairs for a long time, we’ve gotten involved in their business. We created the Chavezes of this world, we’ve created the Castros of this world by interfering and creating chaos in their countries and they’ve responded by taking out their elected leaders…”

The boos ended with the Texan’s argumentative line, until they asked him again about the war in Iraq: “We didn’t have a reason to get involved there, we didn’t declare war […] I have a different point of view because I respect the Constitution and I listen to the founding fathers, who told us to stay out of the internal affairs of other nations.”

In matters of its internal politics, the Libertarian movement shares various points with the neoconservatives, for example, the idea that inequalities are a consequence of freedom among different individuals with different skills and interests. Hence, the idea of “wealth distribution” is understood by Ron Paul’s followers as an arbitrary act of social injustice. For other neocons, it is simply an outcome of the ideological indoctrination of socialists like Obama. Subsequently, they never lose the opportunity to point out all of the books by Karl Marx that Obama studied, apparently with a passionate interest, at Columbia University, and all of the “Socialist Scholars Conference” meetings that he attended (Radical-in-Chief: Barack Obama and the Untold Story of American Socialism, Stanley Kurtz). Nonetheless, according to the perspective of the libertarians, all of this would fall within the rights of anyone, such as smoking marijuana, as long as one doesn’t try to impose it upon everyone else, which in a president would be at the very least a difficult proposition.

The sacred cow of neoconservative North Americans is liberty (since according to them liberalism is a bad word), as if it had to do with an exalted concept separate from reality. In order to attain it, it would be enough to do away with or reduce everything called state and government, with the exception of the military. Hence, the strong inclination of some people for keeping guns in the hands of individuals, so that they can be used against meddling government power, whether their own or that of others.

Fanatics for total liberty either do not consider or minimize the fact that in order to be free, a certain amount of power is needed. According to Jefferson and Che Guevara, money was only a necessary evil, an outcome of corruption in society and a frequent instrument of robbery. However, in our time (the Greeks in the era of Pericles already knew this), power stems from money. It is enough, then, to have more money in order to be — in social rather than existential terms — freer than a worker who cannot make use of the same degree of liberty to educate his children or to have free time for encouraging his own personal development and intellectual creativity.

At the other extreme, in a large part of Latin America, these days the sacred cow is the “redistribution of wealth” by means of the state. The fact that production can also be poorly distributed is often not considered or is frequently minimized. In this case, the cultural parameters are crucial — there are individuals and groups who create and work for everyone else and who therefore cry out because of the injustice of not getting the benefits that they would deserve if social justice existed. Which is as if a liar were to hide behind a truth in order to safeguard and perpetuate his vices. According to this position, any merit is only the outcome of an oppressive system that doesn’t even allow the idle to put their idleness behind them. So, idleness and robbery are explained by the economic structure and the culture of oppression, which keep entire groups shrouded in ignorance. Which up to a certain point is not untrue. However, it is insufficient for demonstrating the inexistence of perpetual bums and others who are barely equipped for physical or intellectual work. In any case, there should not be redistribution of wealth if there is not first redistribution of production, which would partly be a redistribution of the desire to study, work and take on responsibility for something.

These days, states are necessary evils for protecting the equality of liberty. But at the same time they are the main instrument, as those revolutionary Americans believed, for protecting the privileges of the most powerful and for feeding the moral vices of the weakest.

Jorge Majfud, Jacksonville University.

Washington University Political Review >> Washington University.

http://www.wupr.org/?p=3185

Translated by Dr. Joe Goldstein, Georgia Southern University.

Price of Internet freedom? Eternal misquotes.

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Thomas Jefferson (1856)

By David A. Fahrenthold

On election night, a jubilant Sen. Rand Paul (R-Ky.) laid out the modern-day tea party’s philosophy — in the words of a man who was alive for the Boston Tea Party.“Thomas Jefferson,” the newly elected Paul said, “wrote that government is best that governs least.”

No, he didn’t.

Last year on the House floor, Rep. Louie Gohmert (R-Tex.), angry about the federal overhaul of health care, read a quote he said was from George Washington.

“Government is not reason. It is not eloquence,” Gohmert read. “It is force. Like fire, it is a dangerous servant and a fearful master.”

Except, historians say, Washington never said those words.

This week, Sarah Palin (R), former Alaska governor and a possible 2012 presidential candidate, has been ridiculed for her telling of a story about America’s founding. By her account, Paul Revere made his famous midnight ride to warn the Redcoats about the colonists.

But in Washington, nobody should feel too smug, as Palin is hardly the only politician with a habit of helpfully twisting the historical record, accidentally or not, and sometimes with politically handy consequences.

Senators, congressmen and even President Obama have misquoted the Founding Fathers in recent years — reverently repeating words that are either altered or entirely false.

The problem results, in part, from an unfortunate marriage of two 21st-century trends. One is the new obsession with the heroes of the American Revolution as guides in a fearful era defined by political division and deepening debt. The other is America’s continued willingness to believe things it reads on the Internet.

“As Jefferson said, the price of freedom is eternal vigilance,” Rep. Virginia Foxx (R-N.C.) said during a speech last summer.

That quote is cited as being from Jefferson online, but — alas — Jefferson never uttered it. The research staff at Monticello, Jefferson’s estate, says it was incorrectly attributed to Jefferson beginning in 1838,after he had died.

Word of this debunking, however, doesn’t seem to have reached Capitol Hill.

“Our third president, Thomas Jefferson, said this,” said Rep. Marlin A. Stutzman (R-Ind.),speaking on the House floor last month. “Eternal vigilance is the price of freedom.”

A search of the Congressional Record and C-SPAN archives, covering the past two years, turned up at least 30 instances of politicians mangling the words or deeds of the country’s founders.

Some errors were odd enough to be funny. In March, Rep. Michele Bachmann (R-Minn.)told a crowd in New Hampshire that the battles of Lexington and Concord took place there. But those fights actually took place in Massachusetts.

Other misquotes seem to carry political suggestion. Obama has been criticized for making the same mistake at least twice in his speeches. When he recites a passage from the Declaration of Independence, he leaves out three key words.

“We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that each of us are endowed with certain inalienable rights, that among these are life, liberty and the pursuit of happiness,” the president said in a speech at a Democratic fundraiser, according to a transcript on the White House Web site.

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Ron Paul et l’anarchisme de droite.

Thomas Jefferson

Image via Wikipedia

Ron Paul y el anarquismo de derecha (Spanish)

Ron Paul et l’anarchisme de droite

par Jorge Majfud

Choqué par la misère qu’il avait rencontrée dans les classes pauvres de la puissante France, Thomas Jefferson écrivit à Madison que cette misère était le résultat de la « unequal division of property » (« partage inégal de la propriété »). La richesse de la France, pensait Jefferson, était concentrée dans trop peu de mains, ce qui avait pour conséquence le chômage et la mendicité généralisés. Il reconnaissait également que « la répartition égale de la propriété est impraticable », mais les grandes différences engendrent la misère. Si l’on voulait préserver le projet utopique de la liberté en Amérique, pas uniquement pour la justice, il était urgent de garantir par la loi le partage des propriétés obtenues par héritage afin d’assurer une répartition équitable entre les descendants (Baylin 2003, 57). C’est pour cela que, en 1776, Jefferson procéda, dans son État, à l’abolition des lois qui favorisaient certains héritiers et il disposa que toute personne adulte qui ne possèderait pas 50 acres (20 hectares) de terre, les recevrait de l’État, étant donné que « la terre appartient aux vivants et non aux morts » (58).

En certaine occasion, Jefferson affirma que s’il devait choisir entre un gouvernement sans journaux et des journaux sans gouvernement, il prendrait cette dernière option. Comme la plupart des autres pères fondateurs, il se distingua par d’autres idées libertaires, par son anarchisme modéré et par une collection de contradictions diverses. Aujourd’hui, peut-être Ron Paul est-il une espèce de réincarnation postmoderne de ce président et philosophe illustré. C’est peut-être pour cette même raison qu’il a été supplanté par Sarah Palin dans la définition du bon conservateur. Médecin, représentant du Texas et un des leaders historiques du mouvement libertaire, Paul est en outre, probablement, le véritable fondateur de l’inexistant Parti du Thé (Tea Party). Si quelque chose a distingué les républicains néo-conservateurs des démocrates libéraux au cours des dernières décennies c’est son puissant interventionnisme international aux relents messianiques ou ses tendances à légiférer contre le mariage homosexuel. Au contraire, s’il y a quelque chose qui a caractérisé la forte attitude critique et la pratique législative de Ron Paul c’est bien sa proposition d’éliminer la banque centrale des États-Unis, son opposition à l’intrusion de l’État dans la définition de ce qu’est ou doit être le mariage et son opposition à toute espèce d’ingérence dans les affaires d’autres pays.

Le débat du Parti Républicain en décembre 2007 en est une parfaite illustration. Tandis que tous les autres candidats s’employèrent à répéter des phrases toutes faites qui soulevèrent les applaudissements et l’enthousiasme du public hispanique de Miami, Ron Paul ne manqua pas l’occasion de répéter ses embarrassantes convictions.

À la question de María Elena Salinas sur l’attitude à adopter avec le président du Vénézuela, Ron Paul répondit simplement en faveur du dialogue avec Chavez et avec Cuba. Évidemment les huées se firent entendre dans toute la salle. Sans attendre le retour au calme, il contre-attaqua : « Mais laissez-moi vous dire pourquoi, pourquoi nous avons des problèmes en Amérique centrale et en Amérique du sud : parce que nous sommes mêlés à leurs questions internes depuis très longtemps, nous nous sommes immiscés dans leurs affaires. C’est nous qui avons créé tous les Chavez du monde, nous avons créé tous les Castro en intervenant et en créant le chaos dans leurs pays et eux ont répondu en choisissant leurs dirigeants… »

Les huées cessèrent devant les arguments du Texan. On l’interrogea alors sur la guerre en Irak : « Nous n’avions aucune raison de nous engager là-bas, nous n’avions pas déclaré la guerre […] Mon point de vue est différent parce que je respecte la Constitution et je tiens compte de ce que les pères fondateurs nous disent : restez à l’écart des affaires internes des autres nations. »

En politique intérieure, le mouvement Libertaire partage plusieurs positions avec les néo-conservateurs. Par exemple l’idée que les inégalités sont la conséquence de la liberté entre des individus ayant des compétences et des intérêts différents. C’est ainsi que l’idée de « répartition des richesses » est considérée par les partisans de Ron Paul comme un acte arbitraire, une injustice sociale. Pour d’autres néocons, c’est simplement le résultat de l’endoctrinement des socialistes comme Obama. Et de mentionner alors tous les livres de Karl Marx qu’Obama a étudiés, apparemment avec beaucoup d’intérêt, à la Columbia University et de rappeler toutes les réunions des « Socialist Scholars Conference » auxquelles il a assisté (Radical-in-Chief : Barack Obama and the Untold Story of American Socialism, Stanley Kurtz). Néanmoins, aux yeux des libertaires, tout cela relève des droits de tout citoyen, comme fumer de la marihuana, du moment qu’il ne cherche pas à l’imposer à autrui. Ce qui pour un président serait pour le moins difficile.

La vache sacrée des néo-conservateurs étatsuniens c’est la liberté (puisque, pour eux, le libéralisme est un mauvais mot) comme s’il s’agissait d’un aspect indépendant de la réalité. Pour atteindre cette liberté, il suffit d’éliminer ou de réduire tout ce qui a à voir avec l’État ou le Gouvernement. À l’exception de l’armée. D’où la posture de certains en faveur de la détention d’armes par les individus : pour les utiliser contre le pouvoir intrusif d’un gouvernement, d’ici ou d’ailleurs.

Les extrémistes de la liberté absolue ne considèrent pas nécessaire, pour être libres, une certaine part de pouvoir ou, en tout cas, ils en minimisent l’importance. Pour Jefferson et pour Che Guevara, l’argent n’était guère qu’un mal nécessaire, produit de la corruption et outil du vol. Mais, aujourd’hui, le pouvoir (les Grecs de Périclès le savaient déjà) réside dans l’argent. Dès lors, il suffit d’avoir plus d’argent pour être, sur le plan social (et non existentiel) plus libre que le travailleur qui ne peut disposer du même niveau de liberté pour donner une éducation à ses enfants ou pour avoir des loisirs qui stimulent son développement humain et sa créativité intellectuelle.

À l’autre extrême, dans une grande partie de l’Amérique latine, la vache sacrée, aujourd’hui, c’est « la répartition des richesses », grâce à l’État. Souvent on ne prend pas en compte qu’il puisse y avoir une mauvaise répartition de la production ou on n’y accorde que peu d’intérêt. Dans ce domaine, les paramètres culturels sont essentiels : il y a des individus et des groupes qui créent et travaillent pour les autres lesquels ensuite se plaignent de l’injustice parce qu’elles n’obtiennent pas les bénéfices qu’elles mériteraient si la justice sociale existait. C’est comme si un menteur se cachait derrière une vérité pour préserver et pérenniser ses vices. Pour cette position, le mérite est seulement le résultat d’un système oppressif qui ne permet même pas aux paresseux de sortir de leur paresse. Voilà comment la paresse et le vol sont expliqués par la structure économique et la culture de l’oppression qui maintiennent des groupes entiers dans l’ignorance. Ce qui n’est pas si faux jusqu’à un certain point mais qui ne suffit pas à démontrer l’inexistence d’éternels cossards et d’autres faiblement doués pour le travail physique ou intellectuel. Quoi qu’il en soit, il ne devrait pas y avoir de répartition des richesses si, d’abord, il n’y a pas de répartition de la production. Ce qui, en partie, serait également répartition de l’envie d’étudier, de travailler et de prendre des responsabilités. Aujourd’hui, les États sont des maux nécessaires pour protéger l’éga-liberté. Mais, en même temps, ils sont le principal instrument, comme le pensaient les révolutionnaires étatsuniens, pour préserver les privilèges des plus puissants et nourrir le vice moral des plus faibles.

Jorge Majfud, Février 2011
Jacksonville University

Traduction de l’espagnol pour El Correo de : Antonio Lopez.

Oulala (Francia)


Ron Paul y el anarquismo de derecha

Ron Paul taking questions in Manchester, NH

Ron Paul

Ron Paul et l’anarchisme de droite (French)

Ron Paul and Right-Wing Anarchy (English)

Ron Paul y el anarquismo de derecha.

Escandalizado por la miseria que había encontrado en las clases bajas de la poderosa Francia, Thomas Jefferson le escribió a Madison que ésta era producto de la “unequal division of property” (“división desigual de la propiedad”). La riqueza de Francia, pensaba Jefferson, estaba concentrada en muy pocas manos, lo que provocaba que las masas vivieran desempleadas y mendigando. También reconoció que “la igual distribución de la propiedad es impracticable”, pero las grandes diferencias producen miseria. Si se quería preservar el proyecto utópico de la libertad en América, ya no solo por justicia, era urgente asegurar que las leyes dividiesen las propiedades obtenidas por herencia para ser equitativamente distribuida a los descendientes (Bailyn 2003, 57). Por esta razón, en 1776 Jefferson abolió en su estado las leyes que privilegiaban herederos y estableció que toda persona adulta que no poseyera 50 acres (20 hectáreas) de tierra, las recibiera del Estado, ya que “la tierra pertenece a los vivos, no a los muertos” (58).

Alguna vez Jefferson sostuvo que si tuviese que elegir entre un gobierno sin periódicos y los periódicos sin gobierno, elegía esto último. Como la mayoría de sus pares fundadores, fue famoso por otras ideas libertarias, por su anarquismo moderado y por una colección de otras contradicciones.

Quizás hoy en día Ron Paul sea una especie de encarnación posmoderna de aquel presidente y filósofo ilustrado. Quizás por eso mismo haya sido desplazado por Sarah Palin en la definición de lo que es ser un buen conservador. Además de médico, representante texano y uno de los líderes históricos del movimiento Libertario, probablemente Paul sea el verdadero fundador del inexistente Partido del Té (Tea Party).

Si algo ha diferenciado en las últimas décadas a los republicanos neoconservadores de los demócratas liberales, es su fuerte intervencionismo internacional con reminiscencias mesiánicas o sus tendencias a legislar contra el matrimonio homosexual. Por el contrario, si algo ha caracterizado la fuerte crítica y la práctica legislativa de Ron Paul ha sido su propuesta de eliminar el banco central de EE.UU, su oposición a la intromisión del Estado en la definición de lo que es o debe ser un matrimonio y su oposición a todo tipo de intervencionismo en los asuntos de otros países.

Un momento ilustrativo fue el debate del partido Republicano en Miami, en diciembre de 2007. Mientras el resto de los candidatos se dedicaron a repetir frases prefabricadas que levantaron los aplausos y el entusiasmo del público hispano de Miami, Ron Paul no perdió la oportunidad para repetir sus incómodas convicciones.

Ante la pregunta de María Elena Salinas sobre cómo tratar con el presidente de Venezuela, Ron Paul simplemente contestó a favor de dialogar con Chávez y con Cuba. Obviamente los abucheos resonaron en toda la sala. Sin esperar a que la tribuna se calmara, contraatacó: “Pero déjenme decirles por qué, por qué tenemos problemas en Centro América y en América del Sur: porque hemos estado metidos en sus asuntos internos desde hace mucho tiempo, nos hemos metido en sus negocios. Nosotros creamos a los Chávez de este mundo, hemos creado a los Castro de este mundo, interfiriendo y creando caos en sus países y ellos han respondido sacando a sus líderes constituidos…”.

Los abucheos terminaron con la línea argumentativa del tejano, hasta que le preguntaron de nuevo sobre la guerra en Irak: “no tuvimos razones para meternos ahí, no declaramos la guerra […] Tengo un punto de vista diferente porque respeto la Constitución y escucho a los padres fundadores que nos dicen: quédense afuera de los asuntos internos de otras naciones.”

En política interna, el movimiento Libertario comparte varios puntos con los neoconservadores. Por ejemplo la idea de que las desigualdades son producto de la libertad entre diferentes individuos con habilidades e intereses diferentes. De ahí que la idea de “distribución de la riqueza” sea entendida por los seguidores de Ron Paul como un acto arbitrario, de injusticia social. Para otros neocons, es simplemente un producto del adoctrinamiento ideológico de los socialistas como Obama. Acto seguido, no pierden oportunidad de señalar todos los libros de Karl Marx que Obama estudió, aparentemente con pasión, en Columbia University y todas las reuniones de los “Socialist Scholars Conference” a las que acudió (Radical-in-Chief: Barack Obama and the Untold Story of American Socialism, Stanley Kurtz). No obstante, según la perspectiva de los libertarios, todo esto caería dentro de los derechos de cualquiera, como fumar marihuana, siempre y cuando no intente imponérselo a los demás. Cosa que en un presidente sería por lo menos difícil.

La vaca sagrada de los neoconservadores norteamericanos es la libertad (ya que para ellos el liberalismo es una mala palabra) como si se tratase de una escancia independiente de la realidad. Para lograrla, basta con eliminar o reducir todo lo que se llame Estado y Gobierno. Menos el ejército. De ahí la afición de algunos por las armas en manos de los individuos: para ser usadas contra el poder intruso de los gobiernos, sean propios o ajenos.

Los fanáticos de la libertad absoluta no consideran o le restan importancia al hecho de que para ser libres se necesita una determinada cuota de poder. Para Jefferson y para el Che, el dinero era solo un mal necesario, producto de la corrupción de la civilización y frecuente instrumento robo. Pero en nuestro tiempo (ya lo sabían los griegos de Pericles) el poder radica en el dinero. Basta, entonces, tener más dinero para ser, en términos sociales (no existenciales) más libre que un obrero que no puede disponer del mismo grado de libertad para educar a sus hijos o para tener tiempo libre que estimule su desarrollo humano y su creatividad intelectual.

En el otro extremo, en gran parte de América latina, hoy en día la vaca sagrada es la “distribución de la riqueza”, Estado mediante. Con frecuencia no se considera o se le resta importancia al hecho de que también la producción puede estar mal distribuida. Aquí los parámetros culturales son cruciales: hay individuos y grupos que crean y trabajan por el resto que luego clama por la injusticia de no obtener los beneficios que se merecerían si existiera la justicia social. Lo que es como si un mentiroso se escondiese detrás de una verdad para salvar y perpetuar sus vicios. Para esta posición, cualquier mérito es sólo el resultado de un sistema opresivo que, incluso, no permite a los perezosos salir de su pereza. Así, la pereza y el robo se explican por la estructura económica y la cultura de la opresión que mantiene a grupos enteros en la ignorancia. Lo cual no deja de ser cierto hasta cierto punto pero no es suficiente para demostrar la inexistencia de eternos haraganes y otros escasamente dotados para el trabajo físico o intelectual. En todo caso no debería haber redistribución de la riqueza si primero no hay redistribución de la producción. Lo que en parte sería también una redistribución de las ganas de estudiar, de trabajar y de hacerse responsable de algo.

En la actualidad los Estados son males necesarios para proteger la igual-libertad. Pero al mismo tiempo son el principal instrumento, como creían aquellos revolucionarios americanos, para proteger los privilegios de los más poderosos y alimentar el vicio moral de los más débiles.

Jorge Majfud

Febrero 2011

Jacksonville University

Milenio

La Republica