Intellectus interruptus

El recorte y la austeridad llegan a la literatura periodística

Por los años noventa, todavía en pleno siglo XX, solía escribir por cinco o seis horas ininterrumpidas en

una maquina checa que había comprado a precio de chatarra un domingo en la feria de Tristán Narvaja de Montevideo, algo así como el Rastro de Madrid o algún marché aux puces en París. En aquel solitario cuarto de estudiante que daba a un callejón de la Ciudad Vieja, escribía y reescribía cuatro o cinco veces el mismo capítulo de una novela. La parte más difícil era siempre la reducción. Por lo menos era esa parte artesanal la que me consumía más tiempo. Pero lo hacía con pasión, con placer y sin ninguna urgencia, ya que por entonces no escribía para publicar.

Unos años después publiqué mi primera novela, en parte resultado de esa lucha caótica entre obsesiones, alucinaciones personales y el casi imposible fenómeno de la comunicación de un mundo fantasmagórico que puede ser muy significativo para uno pero no para el resto. Estoy seguro que si en algo he logrado comunicarme con los demás usando o usurpando ese arte sagrado que es la literatura, fue gracias a sucesivas mutilaciones: la comunicación de las emociones más profundas apenas se da en un estrecho espacio común entre las locuras propias y las particularidades ajenas. Así, un escritor de ficción que publica tiene que convertirse en un fabulador doble en el sentido de que debe ser verosímil para poder decir apenas un poco de toda la verdad que vive debajo de una superficie razonable.

Gracias a esa novelita conocí en pocos meses a varios periodistas jóvenes, cuya amistad conservo hasta el día de hoy. Un día, uno de ellos me pidió que escribiese un artículo sobre el tema de una conversación que habíamos tenido, advirtiéndome que solo disponía de un espacio de cuatro mil palabras. Nunca me imaginé que, para desdicha de tantos lectores, ese iba a ser el primer artículo de muchos cientos que llevo publicados hasta hoy. De vez en cuando descubro que muchos de ellos han sido republicados en diarios y revistas, a veces firmados por error con otros nombres. Normalmente me basta con leer dos frases para saber si las escribí yo o alguien más, aunque hayan pasado quince años. Siempre excuso estos errores pero me cuido de protestar, con cierto éxito, cuando descubro mi nombre en artículos que nunca escribí. No es justo secuestrar méritos ni hacerse responsable de las locuras ajenas.

A fines del siglo, todavía se podían encontrar artículos de cuatro o cinco mil palabras en publicaciones no académicas. Al poco tiempo pude sentir, más allá de comprender, el beneficio didáctico de reducir largos ensayos a este número que al principio parecía tan avaro.

Por la vuelta de los primeros tres o cuatro años del siglo XXI, los editores ya habrían aumentado sus exigencias de cuatro mil a dos mil palabras. Recuerdo un importante diario mexicano que una vez me devolvió mi habitual artículo semanal porque pasaba de las 1.800 palabras. Amablemente, me sugirieron llevarlo hasta ese número. Así lo hice, seguro de que la brevedad es una forma de amabilidad, y continué publicando allí y en otros diarios del continente, que aparentemente se sintieron más cómodos con el nuevo formato.

Pocos años después el número sagrado se había encogido a 1.200, lo cual coincidía con el estándar del continente y uno o dos años más tarde a solo mil palabras.

No hace mucho, uno de los medios mas leídos del mundo me pidió cuatro veces que redujera un artículo solicitado hasta 800 palabras. La primera vez les envié el artículo de mil palabras. Me respondieron que hiciera un esfuerzo para llevarlo a 850. Les envié otro de 900, asumiendo cierta flexibilidad. Rechazado. En otro momento, hubiese renunciado a enviar otra versión, pero me interesaba mucho dar a conocer el tema del cual trataba el disputado artículo. Perdido por perdido, lo mutilé hasta hacerlo entrar en 850 palabras. Naturalmente, fue publicado.

A la fecha de hoy, el nivel de flotación de los artículos de opinión anda por las ochocientas palabras, y descontando.

Ahora, al igual que para los editores de folletos y panfletos que llenan nuestros buzones y de los best-sellers que se venden por kilogramo, esta dramática e ilimitada reducción de los textos en los actuales medios masivos no se debe a un problema de espacio, como ocurría desde los antiguos egipcios y sumerios, pasando por los amanuenses de convento, los incunables, los herejes hermeneutas, los enciclopedistas franceses y todas las publicaciones periódicas en papel desde siglo XVIII al XX. Se debe al Nuevo Lector.

No pretendo poner de modelo de lectura a un ladrillo como el Ser y la Nada de Sartre, aunque lo recomiendo al menos como ejercicio intelectual. El problema es que cada día los lectores tenemos más cosas a las que prestar atención. Casi todas ellas distracciones; casi todas, estímulos fallidos. No tenemos más opciones que antes; eso es adolescentemente falso. Sólo tenemos más distracciones y, en consecuencia, más necesidades de interrumpir algo que apenas comenzamos.

Pero el día de los hombres y de las mujeres sigue teniendo veinticuatro horas. Las mismas veinticuatro horas de un lector de Flaubert y de Dostoievsky, de Kafka y de Ernesto Sábato. Por consiguiente, tenemos el mismo tiempo para ocuparnos de más cosas y llegar al fondo de ninguna.

Me temo que el jibarismo que está sufriendo la literatura periodística no se debe a la calidad sino a ciertas carencias del Nuevo Lector (aparte de un orgullo ciego y autocomplaciente, casi siempre apoyado en la excusa generacional, que le impide cualquier autocrítica). No se debe al arte de la síntesis sino al de la mutilación.

Me temo que el ejercicio de reducir, pronto se convertirá en un esfuerzo por estirar una idea hasta 140 caracteres. Probablemente sobren 10 o 20. Probablemente el Nuevo Pensamiento se las arregle bastante bien con un par de emoticones. :/

Jorge Majfud

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El mejor Unamuno

Yo, Unamuno, me confieso

Hallado un manuscrito del filósofo que permaneció oculto en una carpeta durante más de un siglo

En el texto, el autor anticipa su lucha interna entre fe y razón

Miguel de Unamuno. / AGUSTIN SCIAMMARELLA

A punto de cumplir 40 años, Miguel de Unamuno (1864-1936) atraviesa una racha accidentada. Fallece su hijo Raimundo, el niño enfermo que le acompañaba mientras escribía. Se descubre una malversación de fondos en la Universidad de Salamanca, cometida por alguien de su confianza, que, además del disgusto, le cuesta 5.000 pesetas de su bolsillo y le asfixia las cuentas.

Por si no bastara con ello, en abril de 1903 se viven en Salamanca escenas que, visto lo ocurrido días atrás en Valencia, se encuentran bien arraigadas en la tradición española. Un enfrentamiento entre guardias y estudiantes que finaliza con el asalto del claustro universitario por parte de la policía a caballo y la muerte de dos jóvenes.

Miguel de Unamuno, el rector salmantino, que había tratado de serenar a sus alumnos diciendo: “Contra la razón de la fuerza, oponed vosotros, muchachos, la fuerza de la razón”, pierde un botón de la chaqueta en la refriega y —mucho menos anecdótico— se gana varias enemistades. Sumadas a las que ya tenía, acrecientan la campaña para expulsarle del rectorado. El periódico El Lábaro le ataca día sí, día también. El obispo de Salamanca le reprocha que quiera “descatolizar” a la juventud —Unamuno repetía que “España necesita que la cristianicen descatolizándola”— y, en una carta al presidente del Gobierno Antonio Maura, exige la cabeza del rector (muy bíblico, por otra parte).

¿Qué hace Unamuno? En primer lugar coquetear con la idea de irse a Argentina, aunque tal vez sea una osadía moderna atribuir a la mente unamuniana el verbo coquetear. Presume que, al otro lado del Atlántico, sus hijos crecerán en un mundo más tolerante (“ya sé que a nadie se tuesta, ya no se hacen autos de fe, pero se hace algo peor: combatir las ideas con la burla”, dirá ante una asamblea de artesanos coruñeses, a la que acudió junto a Emilia Pardo Bazán por aquellas fechas). Y escribe, escribe como siempre en varios proyectos simultáneos, entre ellos un manuscrito sorprendente, que titula Mi confesión y que ha permanecido oculto más de un siglo, despistado entre otros papeles en la Casa-Museo Miguel de Unamuno, de la Universidad de Salamanca.

Es probable que Alicia Villar, catedrática de Filosofía Moderna en la Universidad Pontificia de Comillas, haya sido la primera lectora de estos folios de Unamuno, que ahora han sido publicados por la editorial Sígueme en un libro, que se complementa con el estudio de la experta y algunas cartas de Unamuno escritas entre 1902 y 1904 hasta ahora dispersas, que ayudan a entender las circunstancias adversas que afrontaba el pensador. “He pasado una temporada de disgustos, sinsabores y algo más”, le revela en una misiva a Pedro Jiménez Ilundáin en mayo de 1902.

Como tantas otras veces, fue un hallazgo fortuito. Alicia Villar investigaba la vinculación entre Pascal y el autor Del sentimiento trágico de la vida en la Casa-Museo, cuando encontró una carpeta donde se guardaba el Tratado del amor de Dios y 19 folios numerados, escritos por las dos caras, sobre los que no había oído hablar jamás. “Unamuno tiene tanto escrito que tardé un tiempo en comprobar que no había sido publicado nunca”, explica Villar, especialista en las obras de Pascal, Rousseau y Unamuno.

En Mi confesión se incluyen tres ensayos con algunas de las cuestiones esenciales que acompañarán al intelectual vasco durante el resto de su vida y que dieron lugar a una de sus obras más célebres: Del sentimiento trágico de la vida. Hay incluso párrafos (los relacionados con la inmortalidad), según la comparación de la catedrática Villar, desarrollados en la conocida obra que se anticipan en el manuscrito. “Asimismo coinciden las referencias a Platón, Spinoza, Nietzsche y Kierkegaard”. Y añade: “Hay otros temas recurrentes como el cainismo y la crítica al intelectualismo que ya había planteado en El mal del siglo”.

Un aspecto que aborda inicialmente el manuscrito y que luego perderá fuelle en sus preocupaciones es el afán de perpetuarse eternamente de los escritores, una inclinación que acuña como “erostratismo”, en honor de Eróstrato, que incendió el templo de Éfeso para inmortalizar su nombre. “¡Mi nombre! ¿Y qué importa mi nombre? (…) Siembro las ideas que me vienen a las mientes —sean propias o ajenas— al azar de mi marcha por el mundo, a boleo, y el mismo ahínco pongo en una carta que será trizada no bien leída, que en un escrito público que se archive y empolve mañana en uno de esos cementerios que llamamos bibliotecas”, expone el escritor, que clama contra “la avaricia espiritual” como “raíz de todo decaimiento”.

En Mi confesión se asiste al desgarro de Unamuno, que parecía brotar de una paradoja: un apasionado rehén de la razón, o viceversa: un intelectual en busca de la fe. “No quiero poner paz entre mi corazón y mi cabeza, entre mi fe y mi razón, sino quiero que se peleen y se nieguen recíprocamente, pues su combate es mi vida”, escribe en un adelanto de lo que absorberá su pensamiento en unos años.

Sospechaba de la docencia que se arrodillaba ante los ideales —políticos o económicos— y le atemorizaba la “sequedad intelectual, sin fondo de sentimiento”. Ese alejamiento del sectarismo le condena a cierta soledad. “Tiene dificultades en todos los frentes, muchos intelectuales no entienden sus problemas con la fe y los conservadores le consideran un heterodoxo”, analiza Alicia Villar.

En la pugna y la duda vive cómodo. Nunca fue el autor de La tía Tula un hombre de ideas excluyentes. “Los que lo ven todo claro son espíritus oscuros”, le dijo una tarde el poeta portugués Guerra Junqueiro. Lo suscribió plenamente: “No leo a los escritores agresivos, cortantes, afirmativos, de batalla. Creo que hacen su obra, pero que es obra muy pasajera. Y como no me siento un luchador de avanzada ni un propagandista, me quedo aquí en este retiro”.

Unamuno contado por Unamuno

En una carta al anarquista Federico Urales, fundador de La Revista Blanca, el autor de San Manuel Bueno mártir hace un interesante autorretrato.

  • Niñez. “Fui taciturno y melancólico, con un enorme fondo romántico, y criado en el seno de una familia vascongada de austerísimas costumbres (…) Fui un chico con devoción que pecaba en lo que suelen llamar (mal llamado) misticismo”.
  • Juventud. “Cuando llegué a Madrid a estudiar proseguí en mi empeño de racionalizar mi fe. El dogma se deshizo en mi conciencia (…) Habiendo sido un católico practicante y fervoroso, dejé de serlo poco a poco, en fuerza de intimar y racionalizar mi fe”.
  • Influencias. “Me creo un espíritu bastante complejo; pero podría señalar a Hegel, Spencer, Schopenhauer, Carlyle, Leopardi, Tolstói como mis mejores maestros (…) De españoles desde luego ninguno (…) Mi alma es poco española”.
  • Pensamiento. “A lo que he vuelto es al cristianismo llamado protestantismo liberal (…) Mis lecturas en economía me hicieron socialista, pero pronto comprendí que mi fondo era y es, ante todo, anarquista”.
 [Fuente: El Pais de Madrid]

José Cadalso, Noches lúgubres.

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José Cadalso. Retrato de Castas Romero. Museo ...José Cadalso. Noches lúgubres. [1771] Madrid, Biblioteca nueva, 2000.

Breve psicoanálisis de Noches a modo de Book review

Hermeneutica >>

María Dolores Albiac-Blanco, en su Introducción a Noches Lúgubres, escribe que “sin duda Cadalso compuso las Noches a raíz de la muerte de María Ignacia Ibáñez, en 1771” (74). Lo que está aún en cuestión es si Cadalso protagonizó o no un intento de exhumación de su amada tal como lo hace Tediato, el protagonista de su obra más conocida. Cierta o no, lo único que tenemos en concreto es la misma leyenda y su correspondiente disputa. Lo cual nos hace pensar más en los críticos y en los lectores de Noches lúgubres que en su autor. ¿Es importante saber si los hechos sospechados sucedieron o no? ¿No ha sido la misma sospecha —o al menos su reproducción— obra del mismo espíritu romántico que parece encarnarse en esta obra de ficción? Probablemente sí, ya que el romanticismo no deja de ser una fe y una necesidad, aparte de un simple estilo literario: el romántico es un creyente que ha perdido a Dios y la razón. Tal vez la anécdota no sea cierta, pero si estoy afectado de un ánimo romántico preferiría creerlo así. Al fin y al cabo, no sería menos cierto que su opuesto.

A pesar de que Noches lúgubres es una breve novela dialogada[1], escrita más para ser leída que representada, Cadalso hace uso de su propia experiencia de “lector de teatro”. Esto podemos verlo cada vez que inicia una noche (un capítulo) con cierto tremendismo y afectación, en la voz de su protagonista, lo que nos recuerda al célebre monólogo del príncipe Hamlet, de Shakespeare.  (137-138). Esa afectación emocional y exagerada tampoco se aleja de referente inglés, al mismo tiempo que posee los elementos más reconocibles del Romanticismo que aún no había adquirido cédula de identidad en la historia moderna del arte y la literatura: la tempestad (fenómeno cósmico) no es la causa sino la consecuencia del drama interior, existencial, del protagonista ([2]): “¡Ay si fuese el último día de mi vida ¡Cuán grato sería para mí!” (138). Aparte o de forma simultánea, la incomprensión ajena: “Lorenzo no viene. ¿Vendrá acaso? ¡Cobarde! ¡Le espantará este aparato que naturaleza le ofrece. No ve lo interior de mi corazón” (138). Y más, la incomprensión del mundo corrupto de los hombres, causa de la desdicha de su enamorada y, por ende, del protagonista: “¡ay dinero lo que puedes! Un pecho sólo se te ha resistido… ya no existe… ya tu dominio es absoluto” (138), “interés, único móvil del corazón humano” (140). Lo cual nos recuerda que estamos en un momento histórico donde el dinero comienza a imponerse como protagonista (ver Vida, de Torres Villaroel) en las nacientes sociedades capitalistas de Europa. No obstante, otros residuos de viejos tópicos conviven con una crítica moderna: “¡Entre cuántos peligros camina el hombre —dice Tediato, en uno de sus monólogos— el corto trecho que hay de la cuna al sepulcro!” (147). La comparación de la cuna y la tumba, así como la vida y un camino breve, pertenecen a la literatura medieval. Por otra parte, también tenemos el tópico de “la vida es sueño”: “Si el sueño es imagen de la muerte…—dice Tediato— ¡Ay! Durmamos. (172)

Notemos el contraste: Cadalso, un “filósofo ilustrado” [razón] (11) escribe una obra que es pura irracionalidad, como un científico o una mente obsesivamente lógica sueña en la noche y expurga sus verdades más profundas, reprimidas por la corteza cerebral. Una interpretación psicoanalítica de Noches lúgubres nos derivaría en la idea de cuna-tumba-matriz, lo cual estaría en correspondencia con la obsesión por la amada que está en la tumba. Pero ello nos llevaría a un claro complejo de Edipo, negado de forma explícita —aunque no por ello convincente— por el mismo protagonista, lo cual podría ser entendido, por la misma técnica freudiana, como una confirmación. El hecho de caer desmayado en la tumba, más allá del humor, indica la muerte como un entrar en la matriz, es decir, un nacimiento inverso, una caída en el inconsciente —en el sueño, en la muerte. Lo cual no deja de tener connotaciones sexuales (edípicas). Tediato: “caí desmayado en el mismo hoyo de donde había salido el objeto terrible” (150). Poco más tarde se demora definiendo a sus progenitores. El padre es aquel que “engendra por su gusto” y “nos educa[n] para que le[s] sirvamos” y luego “nos abandona[3] por vicios suyos” (151). Por su parte, también rechaza a la madre porque “nos engendran también por su gusto tal vez por su incontinencia [placer sexual incontrolado] nos vician con su mal ejemplo […] nos hurtan las caricias que nos deben y las depositan en un perro o en un pájaro” (152). El desprecio del padre interesado encuentra un claro paralelo en el interés monetario de la religión, según Freud, el padre muerto, el sustituto del sustituto (el tótem). Lorenzo le pregunta si lo que busca son las alhajas del templo. Tediato responde: “Queden en buenahora esas alhajas establecidas por la piedad, aumentadas por la superstición de los pueblos, y atesoradas por la codicia de los ministros del altar” (156). La expresión “éramos uno. Su alma, ¿qué era sino la mía? La mía, ¿qué era sino la suya?” (163) puede remitirnos a la idea socrática de la “unión perfecta” a través del amor. Sin embargo, Freud no se dejaría llevar por este idealismo metafísico (platonismo): sólo están perfectamente unidos, sólo comparten una mima alma —un mismo cuerpo— la madre y su hijo en el vientre. Por otra parte, la valoración de los hijos es negativa, por parte de Tediato culminando con la siguiente incertidumbre edípica: “no quiero ser, ni tener, hijo, hermano, padre, madre, ni me quiero a mí mismo, pues algo he de ser de [todo] esto” (154).

El conflicto del romántico se inicia con el nacimiento y su objetivo es volver al vientre de la madre: el amor, el sexo, el regreso al útero, la tumba, la muerte, que es lo mismo que dormir (la anulación de la conciencia). “Cuántas tardes he pasado junto a esta piedra [de la tumba de mi amada] como si parte de ella fuesen mis entrañas” (147). Pero la abertura se cierra y el nacimiento inverso no se consuma. (156). Entendido de esta forma, podemos ver que Lorenzo y Tediato son los dos hemisferios de un mismo cerebro, es decir, son una misma persona que en lugar de un monólogo realizan un “diálogo interno”. Lorenzo no es actor independiente de esta historia, sino sólo el interlocutor de los pensamientos de Tediato. Por consiguiente, lo mismo podemos pensar del hijo de Lorenzo, quien también se llama Lorenzo. Su madre ha muerto de sobreparto. La ha perdido por culpa de su padre, pero como su padre es él mismo, una vez más se confirma el incesto. Esta identificación de los tres personajes se confirma en las fraces siguientes: “[Lorenzo = Tediato] haz un hoyo muy grande; entiérralos [entiérrome] todos ellos vivos, y sepúltate también con ellos [yo mismo]” (178).

La idea del regreso al vientre de la madre está claramente confirmada en la escena de la cárcel. ¿Por qué Cadalso agrega este hecho gratuito? ¿Sólo para señalar la injusticia de la sociedad, en la cual está atrapado el Yo del romántico? Sí, esa es una lectura totalmente válida. Pero no es la única. Si continuamos con nuestro análisis psicológico, veremos que la cárcel es una forma de tumba-matriz. Cuando se descubre que Tediato es inocente y lo liberan, Cadalso se pierde la mejor oportunidad de culminar su obra de una forma perfecta, desde un punto de vista romántico, es decir, con la muerte injusta del protagonista. Sin embargo, no es esto lo que ocurre, porque esta escena tiene la función de confirmar la obsesión antes anotada: cuando Tediato se ilusiona con su condena en la celda y su posterior muerte (camino a la tumba-matiz) es arrojado de la cárcel-tumba-matriz al mundo, es decir, nace, es expulsado por el útero, es castigado por la madre con la separación: “me vienes a despertar, ¿y para qué? […] Me vuelves a arrojar de nuevo al mundo” (173), dice Tediato. ¿Por qué de nuevo? ¿No indica esto que hubo una vez anterior, es decir, el parto? “lloran, van a morir y lloran” [nacimiento] (170). “Ven, muerte, con todo tu séquito. Sí, abrase esa puerta; entren los verdugos feroces manchados aún con la sangre que acaban de derramar” (171). Luego, cuando presencia las miserias de Lorenzo y su hijo (sus propias misereias), Tediato insiste en la idea de volver a la matriz: “Oh, vuélveme a la cárcel, Ser Superemo, si sólo me sacaste de ella para que viese tal miseria en las criaturas” (181).

No obstante este análisis psicológico, podemos (debemos) considerar la dimensión histórica. La crítica a la religión es, también, producto de una sociedad más crítica y en tránsito de entrada al capitalismo luego de una experiencia por el Iluminismo.

El segundo personaje de importancia nos recuerda, también, a Hamlet: Lorenzo, “el sepulturero del templo”, se ha habituado a su trabajo hasta la insensibilidad. Sin embargo, este es un momento romántico y, por lo tanto, ni siquiera sus manos callosas serán insensibles: “he enterrado por mis manos —dice Lorenzo— tiernos niños […] doncellas hermosas, envidiadas de las que quedaban vivas” (142).

En todo momento Tediato se presentará como víctima, al tiempo que como conciencia moral. Cuando Lorenzo confunde las intenciones de Tediato, creyendo que quería abrir la sepultura del duque de Fausto, buscando documentos valiosos, Tediato dice (con desprecio): “Tan despreciables son para mí muertos como vivos; en el sepulcro como en el mando; podridos como triunfantes; llenos de gusanos como rodeados de adulones” (144-5). Apreciamos el “ego” romántico y, al mismo tiempo, no podemos pasar por alto esa conciencia social, de clases. O, lo que es más, una clara conciencia histórica. Cuando Lorenzo le advierte que tampoco el “indiano” tiene valores en su tumba, porque él mismo lo revisó, Tediato repite su desprecio: “Tampoco vendría yo de mi casa a su tumba por todo el oro que él trajo de la infeliz América a la tirana Europa” (145).

Pero el conflicto no es sólo psicológico, sino de paradigma: la razón contra el corazón, la fría Ilustración contra el Romanticismo: “Pero ¿qué es la razón humana —reflexiona Tediato—, si no sirve para vencer a todos los objetos, y aún a sus mismas flaquezas? [Yo] Vencí todos esos espantos. (150).

Otra expresión crítica contra las clases: Tediato: “[de mi muerte hablarían] como del tiempo bueno o malo suelen hablar los poderosos, no como los pobres a quienes tanto importa el tiempo” (162). Tediato a Lorenzo: “¿Qué importa que nacieras tú en la mayor miseria y yo en cuna más delicada?” (182) [Tópico medieval: la muerte igualadora.] Tediato: [anticlasismo] “hermano nos hace un superior destino, corrigiendo los caprichos de la suerte, que divide en arbitrarias e inútiles clases a los que somos de una misma especie” (182).

La edición de María Dolores Albiac-Blanco incluye la disputada Cuarta noche dentro de una sección que contiene varios apéndices. Esta colección histórica de prólogos y epílogos nos da una clara idea de los elementos que ayudaron a acrecentar el misterio y la fama de un manuscrito tan breve como Noches lúgubres. Cartas de los amigos de Cadalso, finales apócrifos para una obre claramente inconclusa, notas de editores que dicen más de su propio tiempo que del propio Cadalso completan esta edición que sin duda será de utilidad a aquellos lectores que esén más interesados en Cadalso y su mitificación posterior que en Noches lúgubres.

Jorge Majfud

majfud.org

Jacksonville University

Cadalso, José. Noches lúgubres. [1771] Madrid, Biblioteca nueva, 2000.

Torres Vilarroel, Diego de. Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras. Madrid: Ediciones Cátedra, 1980.


[1] Por ejemplo, el protagonista narra el crimen de un hombre como si fuese un narrador y los hechos no fueran visibles para el espectador. Como si hubiese escrito para ser leído y no representado (ver pág. 164).”no me dejas abrir con esta llave […] Ya abrí, entremos” (141); Ya he empezado a alzar la losa de esta tumba” (151); “Ya estamos en la cárcel” (167), etc.

[2] Como en King Lear.

[3] Layo, el padre de Edipo, abandona a su hijo atado de los pies, para salvar su vida (por conveniencia propia). Literalmente “Edipo” significa “pie hinchado”, lo cual se corresponde con la descripción que hace Tediato de los gusanos de su amada que subían por su pié.

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Oliver Law

Oliver Law

 

Oliver Law

El comandante afroamericano de la Brigada Lincoln en la Guerra Civil de España (1936-1936)

Oliver Law (1899 -9 de julio, 1937) fue un afroamericano comunista, sindicalista, y activista social, que luchó con el Batallón Lincoln, en la Guerra Civil Española.

Nacido en Texas, sirvió en el ejército durante la Primera Guerra Mundial, luego se trasladó a Chicago, donde desempeñó varios trabajos. Se unió al Partido comunista de los Estados Unidos en 1929, durante la Grán Depresión, en la que se quedó en paro, convirtiéndose en un importante activista.

Fuertemente opuesto al fascismo, lideró manifestaciones contra la ocupación italiana de Etiopía, en 1936 zarpó a España, desde Nueva York, para unirse a las fuerzas que lucharon contra los nacionales, a pesar de la prohibición del gobierno norteamericano. Era un destacado soldado con una considerable experiencia militar, sirvió en una compañía de ametralladoras y pronto se convirtió en comandante del batallón. Fue el primer afroamericano que comandó a tropas de estadounidenses blancos en la historia.

En 1936 Law se unió al Batallón Lincoln, una unidad de voluntarios estadounidenses que luchó en favor del gobierno del Frente Popular.
Después del fracaso de la toma de Madrid mediante batalla frontal, Franco ordenó cortar la carretera que unía Madrid con el resto del territorio Republicano. 40.000 hombres del bando Nacionalista, cruzaron el rio Jarama el 11 de febrero de 1937. El general José Miaja envió tres Brigadas Internacionales al valle del Jarama para bloquear el avance. La buena actuación de Law en la batalla le permitió promocionar a comandante de la compañía de ametralladoras. Unas semanas más tarde fue nombrado comandante del batallón.

El 6 de julio, el gobierno republicano lanzó una gran ofensiva en un intento de mitigar la ofensiva sobre Madrid. El general Vicente Rojo envió al Ejército Republicano a Brunete, desafiando el control Nacionalista del oeste de la capital. Luchando durante el cálido verano, las Brigadas Internacionales sufrieron muchas bajas. Law merecería aquellos galones, dirigía a sus hombres encabezando los ataques, murió en combate el 9 de julio durante un ataque en el Cerro del Mosquito, siendo alcanzado por un mortero en la batalla de Brunete.

Estos hombres hicieron cuanto estuvo en su mano, pero en su mayoría no eran militares profesionales. Ahora bien, la experiencia y el entrenamiento que les faltaba lo compensaban con su fe, su pasión y su ánimo. No estaban luchando por ellos mismos, ni tampoco por dinero. Estaban luchando por hondas convicciones. Y por eso es por lo que estaban dispuestos a morir.

Eslanda Robeson Diary

 

Eslanda Goode Robeson’s diary excerpt of Oliver Law’s story, as told by «K»

As we drove along, K. [accompanying soldier] got talking and told us the story of Oliver Law. It seems he was a Negro – about 33 – who was a former Army man fromChicago. He had risen to be a corporal in the U.S. Army. Quiet, dark brown, dignified, strongly built. All the men liked him. He began here as a corporal, soon rose to sergeant, lieutenant, captain and finally was commander of the Battalion – the Lincoln-Washington Battalion. K. said warmly that many officers and men here inSpainconsidered him the best battalion commander inSpain. The men all liked him, trusted him, respected him and served him with confidence and willingly.

K. tells of an incident when the battalion was visited by an old Colonel, Southern, of the U.S. Army. He said to Law – «Er, I see you are in a Captain’s uniform?» Law replied with dignity, «Yes, I am, because I am a Captain. In America, in your army, I could only rise as high as corporal, but here people feel differently about race and I can rise according to my worth, not according to my color!» Whereupon the Colonel hemmed and hawed and finally came out with: «I’m sure your people must be proud of you, my boy.» «Yes,» said Law. «I’m sure they are!»

K. says that Law rose from rank to rank on sheer merit. He kept up the morale of his men. He always had a big smile when they won their objectives and an encouraging smile when they lost. He never said very much.

Law led his men in charge after charge at Brunete, and was finally wounded seriously by a sniper. K. brought him in from the field and loaded him onto a stretcher when he found how seriously wounded he was. K. and another soldier were carrying him up the hill to the first aid camp.

On the way up the hill another sniper shot Law, on the stretcher; the sniper’s bullet landed in his groin and he began to lose blood rapidly. The did what they could to stop the blood, hurriedly putting down the stretcher. But in a few minutes the loss of blood was so great that Law died.

«Journey Into Spain» Eslanda Goode Robeson, January 31, 1938.
From Alvah Bessie’s The Heart of Spain (New York, VALB, 1952), p. 248.

Oliver Law was born in Texas in 1899. He served in the United States Army during the First World War. After six years in the forces he left to work in a cement factory. He later moved to Chicago where he drove a taxi, worked as a stevedore and ran a small restaurant.

During the Great Depression Law joined the Communist Party and became active in the unemployment movement. This included the organization of the International Unemployment Day demonstration on 6th March 1930. During the demonstration Law, Joe DalletSteve Nelson and eleven other activists were arrested and badly beaten by the police. Two weeks after the beatings Law had recovered sufficiently to march with 75,000 demonstrators to demand unemployment insurance.

Law also helped to organize mass protests against Benito Mussolini and the Italian invasion of Ethiopia.

In 1936 Law joined the Abraham Lincoln Battalion, a unit that volunteered to fight for the Popular Front government during the Spanish Civil War. Law arrived in Spain in January 1937 and joined the otherInternational Brigades atAlbacete.

After failing to take Madrid by frontal assault General Francisco Franco gave orders for the road that linked the city to the rest of Republican Spain to be cut. A Nationalist force of 40,000 men, including men from theArmy of Africa, crossed the Jarama River on 11th February, 1937.

General José Miaja sent three International Brigades to theJaramaValley to block the advance. Law first saw action on 27th February. He performed so well in the battle he was promoted to commander of the machine-gun company. A few weeks later he became battalion commander. It was the first time in American history that an integrated military force was led by an African-American officer.

On 6th July 1937, the Popular Front government launched a major offensive in an attempt to relieve the threat to Madrid. General Vicente Rojo sent the Republican Army to Brunete, challenging Nationalist control of the western approaches to the capital. The 80,000 Republican soldiers made good early progress but they were brought to a halt when General Francisco Franco brought up his reserves.

Fighting in hot summer weather, the Internationals suffered heavy losses. Oliver Law was killed on 9th July when he was leading his men in an attack against Mosquito Ridge.

Paul Robeson speaking to members of the 
Abraham Lincoln Battalion in Madrid in 1938.

After the war, an anti-Communist, William Herrick, claimed that Law had been murdered by his own men who objected to being led by a black man. This claim has been dismissed by Harry Fisher, the battalion runner, who took part in the offensive: «He was the first man over the top. He was in the furthest position when he was hit by a fascist bullet in the chest.» David Smith, the medic who attempted to staunch the bleeding with a coagulant, also confirmed that he had been killed by the Nationalists.

Paul Robeson attempted to get a film made on the life of Law. Robeson later complained «the same money interests that block every effort to helpSpain, control the Motion Picture industry, and so refuse to allow such a story.»

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Los fusilados del franquismo

59 fusilados sin nombre enterrados por los barrenderos del pueblo

Los arqueólogos exhuman en Burgos una fosa de la Guerra Civil en la que podría haber decenas de ferroviarios y un franciscano asesinado por rojo

NATALIA JUNQUERA – Madrid – 11/07/2011

Una intensa semana de trabajo escarbando en la tierra ha desenterrado en el paraje conocido como La Legua, en Gumiel de Izán (Burgos), una cordillera de cuerpos de más de 30 metros de largo, la extensión de una fosa donde quedaron al aire, 75 años después de haber sido enterrados, 59 esqueletos sin nombre.

«Mi abuelo seguía vivo y les pidió agua. Le mearon en la cara y le remataron»

El forense Francisco Etxeberria, coordinador de la exhumación, cuenta que las víctimas fueron arrojadas y amontonadas en esta zanja en seis tandas. A algunas las mataron allí mismo. «Hemos encontrado vainas de fusil y balas rotas junto a los huesos rotos sobre los que impactaron. La mayoría de los cráneos tienen agujeros de proyectil…». A los asesinos no les dio tiempo a matar a todos los que querían, porque esta fosa estaba preparada para albergar aún más cuerpos. Los últimos 10 metros de zanja están cavados, pero vacíos. «Habían hecho sitio libre para más», añade el forense.

«Es una fosa muy preparada», explica el investigador José Ignacio Casado, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. «Los cuerpos estaban cubiertos con cal. Los enterraban los barrenderos de Aranda de Duero, según nos ha contado gente del pueblo, después de robarles lo que llevaran de valor. Algunos vecinos recuerdan verles pasar con prendas de los desaparecidos».

Pese a todo, entre los huesos han aparecido algunos objetos convertidos hoy en valiosísimas pistas para identificar a sus dueños. Como las canicas halladas al lado de los restos de dos muchachos de 18 años; el corsé ortopédico que Fernando Lorente confía en que sea el de su abuelo, Fernando Macario Martínez, maquinista en la estación de Aranda de Duero. «Había participado en algunas manifestaciones de UGT y al estallar el golpe militar huyó al monte. Le dijeron que podía volver y lo hizo. Le detuvieron enseguida». No fue una muerte rápida. «Parece ser que mi abuelo no fue bien fusilado. Al día siguiente de dispararles, los asesinos volvieron al sitio donde los habían tirado y mi abuelo, que seguía vivo, les pidió agua. Le mearon en la cara y después le remataron. Esto lo sé porque, por lo visto, los asesinos fueron luego pavoneándose por el pueblo de la hazaña».

Junto a los huesos también ha aparecido un crucifijo de 10 centímetros, de los que se colgaban al cuello, que hace pensar a Casado que el esqueleto que tiene al lado pertenece al franciscano Emiliano María Revilla, detenido por un grupo de falangistas el 29 de julio de 1936 en su pueblo burgalés, Revilla Vallejera, por ser considerado «un cura rojo que denunciaba el hambre y la miseria de los campesinos». El padre Revilla fue llevado hasta la prisión central de Burgos. Salió de ella con otras 13 personas en una saca el 4 de septiembre de ese año. En 1950 le dieron oficialmente por muerto.

De momento, todo, salvo la aplastante evidencia de esos 59 esqueletos agujereados por las balas, es una hipótesis. Queda por delante un largo trabajo en los laboratorios de la Universidad del País Vasco y la Autónoma de Madrid. También para los investigadores José Ignacio Casado y José María Rojas, que han de buscar a los familiares de estos esqueletos sin nombre y averiguar si esta es, en efecto, la famosa «fosa de los ferroviarios» que llevan años buscando.

«Solo el 18 de agosto de 1936 se dice que fueron asesinados 60 ferroviarios afiliados en su mayoría a los sindicatos UGT y CNT», explica Casado. «En Aranda de Duero», añade Rojas, «siempre se había hablado de una fosa donde podrían estar enterradas alrededor de 50 personas, casi todos ferroviarios. Esta coincide por el número y porque el corsé puede pertenecer a uno de ellos. Si no es esta, es probable que la construcción de la autovía en los años ochenta se llevara esos cuerpos por delante».

Un hombre llamado Domingo, que fue concejal y más tarde juez de paz de Gumiel de Izán, señaló este lugar donde han sido desenterrados 59 cuerpos. La fosa ha aparecido a apenas 300 metros de otra en la que Etxeberria y su equipo desenterraron en 2003 a otras 85 víctimas. Según Casado, «solo en la franja conocida como la Ribera del Duero burgalesa fueron asesinadas en el verano de 1936 cerca de 700 personas».

[fuente: El Pais de Madrid]

La perfecta casada

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English: A statue of Fray Luis de León at the ...

León, Fray Luis de. La perfecta Casada. [1583] Estudio preliminar de Mercedes Etreros. Madrid: Taurus, 1987.

La perfecta casada

Luego de la expulsión de moros y judíos en 1492, en 1546 se establecen en España las pruebas de “limpieza de sangre” que impedía a los conversos tener cargos eclesiásticos. Esto se resolvió emigrando o borrando el pasado a fuerza de dinero. En 1566, como parte de una larga serie de medidas que procuraban la purificación del país, Felipe II prohibió a los moriscos el uso del árabe.

Fray Luis de León fue uno de esos conversos sin muchas otras posibilidades que dedicarse a la iglesia católica y al trabajo intelectual, lo que en muchos casos produjo humanistas católicos. Su obra poética es publicada por Quevedo recién en 1631.

El humanismo erasmista siempre se ocupó de los temas de la mujer, aunque la tradición cristiana, como cualquier tradición religiosa, lo había hecho con anterioridad desde una perspectiva diferente.

En 1561,Fray Luis de León llegó a ser catedrático de Teología Escolástica de la universidad de Salamanca. Diez años más tarde fue arrestado en Valladolid, sospechoso de herejía, bajo acusación de haber desautorizado la Vulgata, de haber traducido al castellano El cantar de los cantares y de aportar interpretaciones “novedosas” a las Sagradas Escrituras. No obstante, más tarde le sería restituida su cátedra en Salamanca.

La perfecta casada, libro o manual que abunda en observaciones psicológicas, en confirmaciones ideológicas sobre el orden natural de la sociedad, fue escrito para una miembro de la familia como regalo de bodas. El contexto social y literario pertenece a una tradición marcada por el misoginismo.

El tema subyacente es el mismo que en los otros de Luis de León: la idea de perfección y armonía del cosmos que penetra en la conciencia de los individuos y de la sociedad. Contrario a la caricatura misógina de la mujer (como meretriz o como santa) Luis de León no apunta tanto a los aspectos negativos del género. No obstante se trasluce la visión bíblica o clásica de la mujer como más débil, aunque León busca las excepciones a estas presunciones.

En esta obra hay un uso frecuente de símiles y ejemplos, como: “en las exégesis rabínicas abundan las analogías, y también en el propio libro santo…” (57). Por entonces, aunque el humanismo y los “modernus” ya tenían un par de siglos cuestionando el método, para confirmar la verdad de alguna proposición se buscaba apoyarla en alguna cita antigua, es decir, en la autoridad (los humanistas también abusaron de las citas, pero no por su valor de autorización, sino como oportunidad de análisis y erudición).

Así que Fray Luis de León inicia cada capítulo con una cita bíblica, casi siempre una cita sobre Salomón. Luego la comenta a su antojo: “No dice que [A es B] sino que [B es C]”

León propone la metáfora de alguien que sabe de pintura, que por palabras revela lo que el ojo inexperto no aprecia, Así es su trabajo en este libro, guiado por las Escrituras Sagradas.

La división de tareas por sexo es central. El fraile converso advierte que la tarea de la casada es diferente que la de la religiosa, por lo tanto no es bueno que aquella se dedique a la oración en la Iglesia mientras abandona su casa. Tampoco el religioso debe gobernar la vida del casado como éste no puede hacerlo en la del religioso (80). La mujer, como se lee en la literatura del siglo XVII y se ve en los comerciales mediáticos de los últimos cien años, es vanidosa (“no hay mujer sin Vanidades”) o es representada como tal, siempre compitiendo en belleza con la vecina (83).

Al igual que lo hacían y lo harán más tarde muchas mujeres intelectuales, el fraile menciona las Sagradas Escrituras (en este caso, Proverbios 31:10) para confirmar que las virtudes del ánimo en una mujer son raras: “Mujer de valor, ¿quién la hallará. Raro y extremado es su precio” (85). Y una página más adelante el fraile comenta la cita bíblica, como cualquier telepastor: “Lo que aquí decimos mujer de valor; y pudiéramos decir mujer varonil […] Quiere decir virtud de ánimo y fortaleza de corazón, industria y riqueza y poder (86). Como si no nos quedase claro, insiste un par de páginas más: “para que un hombre sea bueno le basta con un bien mediano, mas en la mujer ha de ser negocio de muchos y subidos quilates de virtud (88). Dos páginas más tarde: “Y como en el hombre ser dotado de entendimiento y razón, no pone en él loa, porque tenerlo es su propia naturaleza, mas si acaso le falta, el faltarle pone en él mengua grandísima, así la mujer no es tan loable por ser honesta, cuando es torpe y abominable cuando no lo es. […] Porque si va a decir la verdad, ramo de deshonestidades es en la mujer casta el pensar que puede no serlo, o que en serlo hace algo que le debe ser agradecido” (90).

La división de trabajo está clara, por lo que sólo un amargado liberal puede ponerlo en duda: “Por donde dice bien un poeta que los fundamentos de la casa son la mujer y el buey: el buey para que are y la mujer para que guarde” (93).

Elogia el poco gasto que genera una mujer cuando es virtuosa (94) “y a veces no gasta tanto un letrado en sus libros como alguna dama en enrubiar los cabellos” (96). La costumbre de “enrubiar” los cabellos ya era común en el siglo XVII y también el consumismo femenino que hoy sostiene la economía de los países, aunque en aquella época no era vista tanto como una virtud keynesiana como un defecto cristiano: “¿qué vida es la de aquel que ve consumir su patrimonio en los antojos de su mujer?” (97). No obstante, mucho más adelante sugiere que el pretender cambiar el color es inútil, porque la fea no se arregla y la morena puede ser más hermosa que la blanca (127). El “puede” equivale a confirmar que “normalmente” no lo es. Para probar esta verdad, cita a Menandro, el poeta, que echa fuera de su casa a la mujer que se teñía el cabello de rubio (136).

Aparentemente, en la época la necesidad de verse hermosa era una necesidad restringida a las mujeres de dudosa moral. El fraile condena la pintura en la cara. Porque “más tolerable en parte es ser adúltera, que andar afeitada, porque allí se corrompe la castidad, y aquí la misma naturaleza” (134). De igual forma compara a las mujeres del antiguo Egipto que se pintaban para atraer a sus amantes. (135). No hay mención a la tradicional costumbre masculina de afeitarse. Tampoco hay mención los hombres que se ríen pero sí critica a la mujer de buenos dientes que se anda riendo aunque esté triste solo por presumir (137).

Insiste en condenar los arreglos femeninos al mismo tiempo que advierte que esto pretende prevenir al marido de una competencia innecesaria. Está claro que en un mundo de hombres, la belleza es tan apreciada como inconveniente: “quien busca mujer muy hermosa, camina con oro por tierra de salteadores” (170). Así, el sabio fraile insiste sobre los inconvenientes de la belleza, por acción o por omisión, por oportunidad de pecar o por estar en boca de todos por sospecha.

Por el contrario, “Dios, cuando quiso casar al hombre, dándole mujer, dijo: ‘Hagámosle un ayudador su semejante’ (Génesis 2); de donde se entiende que el oficio natural de la mujer y el fin para que Dios la crió, es para que fuese ayudadora del marido” (97).

Fray Luis de León cita a San Basilio para recomendar paciencia y sumisión a la abnegada esposa, sin duda fórmula perfecta para la armonía del hogar, lo que explica tantos divorcios y tanta infelicidad en nuestros días: “que por más áspero y de fieras condiciones que el marido sea, es necesario que la mujer lo soporte, y que no consienta por ninguna razón que se divida la paz” (98).

No obstante, en algún momento Luis de León relativiza que, aunque la mujer tiene muchas obligaciones, eso no quiere decir que el hombre pueda hacerla su esclava: “así en la casa a la mujer, como parte más flaca, se le debe mejor tratamiento” (99), porque el hombre, al tener más “cordura y seso”, debe enseñar a la mujer y ser paciente para darle el ejemplo (99).

Luis de León elogia la vida agrícola con ejemplos bíblicos y clásicos. Asocia la nobleza a la agricultura y a la mujer a la rueca, desde la antigua Roma. Todo para ejemplificar lo económica que debe ser una mujer con los desperdicios o lo industriosa que debe ser para el hogar (104).

La mujer que duerme de más habilita el complot de los criados, que son los enemigos. Y ella es la responsable por el daño que pudiera ocurrir.

También debe ser caritativa con los pobres, cuidadosa con las criadas y aseada y bien alineada en su vestir (127).

¿El lector no está aun convencido? Por las dudas Fray Luis vuelve a citar a dos incuestionables autoridades: San Pedro y San Pablo, quienes dictan la sumisión de la mujer a sus maridos y condenan los arreglos femeninos (149, 150) y se la obliga a ser apacible y dulce de corazón (153).

“Como dice el sabio [Salomón, Proverbios 17: 18] ‘si calla el necio, a las veces será tenido por sabio y cuerdo’” (154). Esa es la mejor “medicina” para la mujer, y por algo se la impusieron a Sor Juana un siglo después y del otro lado del Atlántico, todo por salvar su alma rebelde: callar.

Por las dudas, “mas como quiera que sean, es justo que se precien de callar todas, así aquellas a quienes les conviene encubrir su poco saber, como aquellas que pueden sin vergüenza descubrir lo que saben, porque en todas es no sólo condición agradable, sino virtud debida, el silencio y el hablar poco” (154). Justo lo que, en vano, le digo a mi esposa.

En la época y mucho más tarde se comenzará a dudar de estas revelaciones sagradas, por lo cual hubo que echar mano a la naturaleza también: El famoso fraile nos dice que “porque, así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. […] Porque el hablar nace del entender […], por donde así como la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades, sino para un oficio simple y doméstico, así les limitó el entender,  por consiguiente les tasó las palabras y las razones” (154).

Fray Luis también nos recuerda que Demócrito, aun sin ser cristiano y siendo más antiguo, también era de la misma idea sobre la virtud del hablar poco y escaso en la mujer (154).

Pero la maravillosa misión de la mujer no acaba aquí, lo que prueba su destacado lugar el plan cósmico. “No piensen que las crió Dios y las dio al hombre sólo para que le guarden la casa, sino para que le consuelen y alegren. Para que en ella el marido cansado y enojado halle descanso, y los hijos amor, y la familia piedad, y todos generalmente acogimiento agradable” (155).

Jorge Majfud

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Quién es quién en la Academia de Historia de España

Escudo del franquismo con el Sagrado Corazón y...

Escudo del Franquismo

La orientación conservadora es hegemónica en la RAH – Entre sus miembros hay un sacerdote, un cardenal y un antiguo inspector de la policía franquista

Un circuito cerrado donde siempre corren los mismos coches y siempre ganan las mismas escuderías. Es la definición que da de la Real Academia de la Historia (RAH) Verónica Sierra, historiadora de la Universidad de Alcalá y autora del libro Palabras huérfanas, en el que rastreaba las vivencias de los niños durante la Guerra Civil y el exilio. Una historia que tiene poco que ver con la de monarcas y poderosos que presiden salas y pasillos de la Academia: «Sigue siendo feudal y burguesa, elitista y anacrónica».

Para Luis Suárez, la imagen tenebrosa de la guerra se debe a la prensa extranjera

Varios historiadores creen que el magma ideológico que impregna la institución explica la exaltación franquista de algunas reseñas delDiccionario. «Muchos miembros de la Academia están muy ideologizados en la cultura política del franquismo y esto se percibe más en la historia contemporánea», sostiene Santos Juliá, biógrafo de Manuel Azaña, descartado por la Academia para hacer su reseña. En su lugar, Carlos Seco Serrano realiza una biografía cuajada de errores que avivó la polémica por la frase que describe el Gobierno de Negrín como «prácticamente dictatorial». Entre los 36 miembros de la RAH -15 superan los 80 años y solo tres son mujeres- no figura ningún especialista en la historia reciente. «Una laguna evidente», observa Juliá, que lamenta la ausencia de una generación de historiadores con una visión moderada como Ramón Villares, Pedro Ruiz Torres o Juan Pablo Fusi.

Hay una obra clave que ayuda a saber quién es quién en la Academia. El Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos (Akal, 2002), escrito por Ignacio Peiró y Gonzalo Pasamar, recoge descripciones detalladas sobre carreras y orientaciones políticas. Esto último porque, dice Peiró, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, es «fundamental». «Cuando la ideología domina sobre la historia se hace una historia regular».

Su obra arroja varias sorpresas. Asegura que el académico Eloy Benito Ruano (Madrid, 1921) fue catedrático de Historia Medieval en la UNED y, antes, inspector de policía. En la orientación ideológica se lee: «Franquista. Perteneció a la Brigada Político-Social». A otro académico, el catedrático y sacerdote Quintín Aldea Vaquero (Gema, Zamora, 1920), se le tilda de «conservador», pero no es el único religioso: el cardenal Antonio Cañizares ingresó en febrero de 2008 con un discurso de exaltación cristiana («La fe católica, se profese o no por las personas, y se quiera o no, constituye el alma de España»). Desde entonces Cañizares solo ha acudido a una sesión de la Academia.

Sobre Luis Suárez Fernández (Gijón, 1924), autor de la biografía de Franco en elDiccionario de la RAH, se señala que fue catedrático de Historia y Estética de la Cinematografía de la Universidad Autónoma y medievalista. «Franquista. Director general de Universidades e Investigación del Ministerio de Educación». «Al disponer de los materiales y documentos de Franco, se dedica de manera hagiográfica a la figura del dictador y la historia española reciente». Pruebas de su sesgo ideológico pueden rastrearse en su último libro, Franco. Los años decisivos (1931-1945), que acaba de publicar Ariel. Allí dice: «La propaganda de izquierda tenía que cubrir entonces dos objetivos: cerrar los ojos del exterior a los crueles y numerosos asesinatos que se estaban cometiendo en zona roja y desprestigiar a un Ejército que empezaba a demostrar el ímpetu necesario para conseguir la victoria en condiciones de inferioridad numérica (…). Han sido periodistas extranjeros los que han contribuido a fabricar una imagen de la Guerra Civil más tenebrosa de lo que realmente fue».

Volvamos al diccionario de Peiró y Pasaman. A Carlos Seco Serrano (Toledo, 1923), que fue catedrático de Historia Contemporánea de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense y decano, se le define como «monárquico y liberal». «Hace una defensa expresa de la Transición y el Rey a partir de finales de los setenta», añaden. A Miguel Artola (San Sebastián, 1923), que fue catedrático de Historia Contemporánea de la Autónoma de Madrid, se le describe como «democrático y liberal». De Vicente Palacio (Bilbao, 1920), catedrático de Historia de España Contemporánea, se afirma: «Tradicionalista y franquista, próximo a sectores nacionalcatólicos y simpatizante del Opus Dei». Palacio firma la reseña sobre el Rey y pertenece a la comisión de Historia Contemporánea que supervisó los biógrafos de este periodo junto a Seco Serrano, Artola y Miguel Ochoa Brun, historiador de la diplomacia.

Por su parte, el catedrático de Historia Moderna de Madrid, Luis Miguel Enciso Recio (Valladolid, 1930), que fue senador por Valladolid con la UCD, es «de orientación intelectual católica, conservador de centro» De Gonzalo Anes, director de la RAH, se dice: «Liberal y demócrata». En el libro no figuran datos sobre académicos como Hugo O’Donnell, que presidió la comisión sobre biografías militares. O’Donnell firma la reseña de su suegro, Alfonso Armada, promotor del golpe de Estado del 23-F.

[fuente>>]

Juan de Valdés: observaciones lingüísticas de un humanista renacentista

Juan de Valdés

Juan de Valdés

Valdés, Juan de. Diálogo de la lengua. [1535] Edición de Cristina Barbolani. Madrid: Cátedra, 1982.

Juan de Valdés: observaciones lingüísticas de un humanista renacentista.

 

Juan de Valdés, hermano de Alfonso de Valdés (autor de Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, 1527) fue uno de los tantos humanistas de la escuela de Erasmo de Roterdam. Los humanistas no abundaban mucho en España (como no abundarán los ilustrados), pero tampoco eran raros en la iglesia católica del siglo XVI, el siglo de las reformas y contrarreformas.  Juan escribió algunos o quizás muchos libros religiosos que no firmó con su verdadero nombre por temor a la policía teológica de la época. A estas malas costumbres sumaba el frecuente pecado de ser un cristiano de sangre impura, lo que en la época significaba tener algún abuelo o abuela judía, musulmana o conversa. También los Valdés tenían algún tío incinerado por la Inquisición. También, como todos los humanistas de la época, consideraban que la tolerancia y la libertad no eran atributos del demonio, como lo afirmarían otros intelectuales de la iglesia, como Santa Teresa y la mayoía de los políticos españoles hasta el siglo XX, para los cuales la democracia era una ofensa al orden vertical establecido por Dios. Muchos otros continuaron ese desprecio, desde los carlistas hasta Ortega y Gasset, el filósofo más celebrado de España en el siglo XX y autor del reaccionario La rebelión de las masas en 1930.  

Debido a este ambiente progresivamente irrespirable, Juan de Valdés fue procesado por la Inquisición; la última vez huyó de España.

Esta idea de fundar una verdad en la razón y no en la autoridad, importada del mundo islámico a Europa, entre otros, por el inglés Adelardo de Bath, tuvo una traducción bastante directa en humanistas como Juan de Valdés: “entender es mejor que creer”. En algún momento se debió descubrir que para esto no sólo la razón y la lógica eran medios legítimos sino también la observación.

Pero Valdés también fue un primitivo e interesante observador de la lengua castellana. Este interés lingüístico y sobre todo la observación del idioma popular era propio de los humanistas y, además, por entonces las questione della lingua estaban en pleno apogeo en Italia. Por supuesto que Juan de Valdés está más en la línea de los lingüistas actuales que básicamente observan y procuran explicar un fenómeno y muy lejos de su compatriota Antonio de Nebrija (autor de la primera gramática europea en lengua vulgar) y el inquebrantable espíritu conservador de la Real Academia. El relativismo de Valdés está en consonancia con la tolerancia de los humanistas y en cortocircuito con los puristas prescriptivistas más contemporaneos: “yo uso así para distinguir esto de aquello […] pero si me entiende tanto escribiendo “megior” como “mejor” no me parece que es sacar de quicios mi lengua, antes adornarla con la agena” (162).

Sabemos que los dos géneros literarios de los humanistas eran, no por casualidad, la epístola y el diálogo (veremos la obra de su hermano Alfonso y de un contemporáneo de ambos, Fray Antonio de Guevara, el autor de Epístolas familiares, 1539, que leería el francés Montagne décadas más tarde). Erasmo no sólo era un obsesivo escritor de cartas, sino que esta práctica y este género continúan la línea de Platón, Cicerón y Petrarca.

Valdés descubre el “uso” de la lengua (la lengua hablada, el castellano) y lo contrapone al “arte” lingüístico (la gramática, la lengua estudiada, el latín). En la lengua hablada predomina la forma en que es usada. Las normas guían, pero no son suficientes para hablar una lengua. Valdés no sólo usa los ejemplos literarios sino también los refranes populares, coplas, villancicos y romances populares haciendo referencia al mismo Erasmo, quien escribió un libro de refranes en latín (126). Luego usa él mismo varios de su tierra como: “las letras no embotan las lanzas” (127), lo que en Cervantes dejará de ser una aclaración para convertirse en un canon: el hombre de “armas y letras” (un clásico, también, de la realidad latinoamericana del siglo XX.). Entre este cúmulo de curiosidades encontramos uno de los refranes más universales: “Cargado de hierro, cargado de miedo” (176). El editor de 1982 nos recuerda que el mismo refrán se encuentra en la Celestina (XII, pág. 143, Clásicos Castellanos). Otros refranes bosquejan el espíritu de la época tanto como la inherente condición humana: “A quien mucho mal es ducho, poco bien se le hace mucho” (198);  Y en la página 257: “Malo es errar y peor es perseverar” (también en la Celestina, del latin “Malum est errare et peius perseverare”).

Por supuesto, en Diálogos (escrito en 1533, publicado en 1737) tampoco faltan los chistes anticlericales, de estilo erasmista: “Vedme aquí, ‘más obediente que un fraile descalço cuando es combidado para algún vanquete’” (131).

Con frecuencia el autor usa estos refranes para ejemplificar sus reglas gramaticales, porque entiende que son la autoridad del uso (151). Otros refranes populares de la época revelan el etnicismo ignorado en siglos posteriores y sus prejuicios: “fue la negra al baño y truxo que contar un año” (158).

Valdés reconoce que el castellano es una síntesis de lenguas, como la original de España, la de los godos, la del los romanos, el latín, y la de los moros, el árabe (132). Creía que la lengua original de España era la griega o la de los vizcaínos, porque (como pensaban otros) así como los romanos no pudieron someter por las armas a Vizacya tampoco pudieron imponerle su idioma (132).

Valdés era de la idea de que los vocablos envejecen. Como todo humanista de su época conocía Arte Poética de Horacio (194). Pero unas sesenta páginas más adelante demuestra que aun un humanista de la época estaba atrapado en la idea de pureza y concluye con una afirmación inaceptable para los lingüistas modernos: cree que el castellano, al ser mezcla de tantas lenguas, no se puede reducir a reglas (153).

No obstante, más allá de estos detalles gramaticales, creo que hay otras observaciones mucho más relevadoras, como lo es cierta distinción social entre las formas del “vos” y de la más moderna “tú”.

Según Juan de Valdés, “también escribimos ya y yo porque la y es consonante” (163), lo que quizás para un lingüista pueda ser prueba de la “y”  fricativa postalveolar sonora (la ʒ del “sheismo”). Para mí es otro indicio (no me animo a afirmar que es una prueba) de que el acento de la época, además de la gramática, se debía parecer más al acento rioplatense que al mexicano o, incluso, al castellano hablado en el centro y norte de España.

A la pregunta de ¿por qué se escribe (en el siglo XVI) unas veces omitiendo la “d” en vocablos como tomá, otras tomad, unas comprá, otras comprad, unas comé, otras comed”, la respuesta de Valdés es harto significativa, casi un tesoro histórico:

“Póngola por dos respetos: el uno para henchir más el vocablo, y el otro por que haya diferencia entre el toma con el acento en la o, que es cuando hablo con un muy inferior, a quien digo , y tomá, con el acento en la a, que es para cuando hablo con un casi igual, a quien digo vos”  (171).

Esta observación me recuerda mucho a lo que años atrás observé en el portugués de Mozambique. Alguien de una clase superior podía llamar “você” a un inferior, pero no viceversa (“o senhor João X”). Subvertir este orden clasista, racista y rígidamente colonialista era una ofensa contra el honor de quien estaba un poco más arriba; es decir, era un ataque contra el establishment.

Indicios como el que apunta Valdez a principios del siglo XVI, el siglo de la conquista, parte del Siglo de Oro de las letras y del oro americano, siempre me han conducido a pensar que el cambio de la forma “vos” en España por el “tú” se debió a las mismas razones clasistas y colonialistas. Como había intuido Nebrija en 1492, la lengua es era “compañera del Imperio”.

Tal vez esta distinción lingüística pudo haberse acentuado en Cuba y México durante la colonia, lo que no en el Río de la Plata, dado el carácter distinto de los indígenas del sur y del gaucho, que en el siglo XIX sorprendió a Charles Darwin por su incomprensible autoestima a pesar de su pobreza. También Simón Bolívar advirtió esta diferencia que luego fue detestada en el resto de América latina como simple vanagloria argentina: “El belicoso estado de las provincias del Río de la Plata ha purgado su territorio y conducido sus armas vencedoras al Alto Perú, conmoviendo a Arequipa e inquietando a los realistas de Lima. Cerca de un millón de habitantes disfruta allí de su libertad. […] El virreinato del Perú, cuya población asciende a millón y medio de habitantes, es sin duda el más sumiso y al que más sacrificios se le han arrancado para la causa del Rey […] El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad: se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas” (“Carta de Jamaica”, 1815). Está de más aclarar que todas estas observaciones se refieren al siglo XIX.

En su Dialogo, Valdés se extiende en otros detalles menos cruciales para la vida de los pueblos. Por ejemplo, atribuye el cambio de la “f” latina por la castellana “h” a la influencia árabe (171), cambio frecuente si comparamos el castellano con el portugués o gallego, aunque probablemente el silencio de la ache provenga del vasco. Luego reconoce que evita “güerta”, “güevo” y prefiere escribir “huerta”, “huevo” porque encuentra feo el sonido “gu” (176). No explica el por qué de la “fealdad” aunque también aquí sospecho que hay otra razón de clase social: como lo demuestran las revistas y los programas de moda, los pobres y todos aquellos que necesitan trabajar para vivir han sido siempre feos, villanos.

Para terminar dejemos una observación a manera de hipótesis para lingüistas: según Valdés, la palabra latina “ignorantia” en castellano se escribía o se debía escribir “iñorancia” para que se pronunciara igual. Como en toscano “signor” y en castellano “señor” (187). Sin embargo hoy en día no se pronuncia como “ñ” castellana ni como “gn” toscana. Lo cual podría ser un indicio (como cuando observamos los cambios de pronunciación del inglés británico al inglés americano) de que la grafía haya modificado la fonética, es decir, es posible que la cultura escrita, ilustrada, haya sido políticamente tan fuerte como para modificar en algún grado el uso de las mayorías analfabetas, así como anteriormente la escritura debió seguir la oralidad de un idioma consolidado (aunque tal vez Jacques Derrida no estaría de acuerdo).

Jorge Majfud

majfud.org

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Retrato de una Academia anclada en la Historia

Basilique Franco

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Ritos religiosos, cargos vitalicios, rotunda hegemonía masculina y una desatención por la España contemporánea lastran la institución

Los miembros de la Real Academia de la Historia, antes y después de cada junta general, se encomiendan a Dios. «Que el Espíritu Santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón», es la oración que precede el inicio de las sesiones de los viernes. El breve rezo en latín es una herencia que la institución no ha desterrado de sus rituales. No es el único lastre que arrastra del pasado: otras son la presencia de un arzobispo (en la actualidad, monseñor Antonio Cañizares), el escaso número de mujeres, la hegemonía centralista (apenas hay académicos de la periferia), el predominio de especialistas en tiempos gloriosos de reyes y conquistadores y algunas funciones anacrónicas, como la de censor. Este cargo, que ahora desempeña el decano de la Real Academia de la Historia, Carlos Seco Serrano, parece simbólico en la práctica, pero podría no serlo. Todos los discursos de ingreso, recepción y contestación de los nuevos académicos son supervisados por él. Un incesante chaparrón de críticas y denuncias

«Funciona como un club sumamente restringido», critica Ángel Viñas. Un académico denuncia que un grupo de presión decide los ingresos. Se mantienen viejas tradiciones, como la de rezar antes de las juntas generales.

«Es necesario que se dé entrada a otras generaciones», según F. Marías

No suele alterarlos, según un académico, pero podría hacerlo. Lo cierto es que la entrada de nuevos miembros apenas aviva el debate. A diferencia de lo que ocurre en la Real Academia Española (RAE), donde acostumbran a disputarse los sillones dos y tres candidatos, en la de Historia reina la absoluta unanimidad. En raras ocasiones se presenta más de un aspirante a los puestos vacantes.

En los últimos años abundan los candidatos propuestos por la historiadora Carmen Iglesias, la segunda mujer en ingresar en la Academia (ha arropado a tres de los seis últimos en ingresar), y Luis Suárez, especialista en Historia Medieval y autor de la complaciente biografía de Franco en elDiccionario Biográfico Español (tres de seis, también). Para ciertos académicos, es evidente que hay «un grupo de presión» con gran influencia a la hora de decidir quiénes se sentarán en las sesiones de la institución de la calle de León.

Al igual que ocurre en la RAE, tiene que ser una terna de académicos los que defiendan la conveniencia de postular a un candidato. Los últimos electos han sido el arabista Serafín Fanjul y Fernando Marías, historiador del Arte. Con anterioridad, lo fue Luis Alberto de Cuenca. «Funciona como un club sumamemente restringido, por cooptación. Prefiero el sistema británico, más competitivo y abierto», sostiene Ángel Viñas.

Aunque la RAE y la RAH nacieron en el mismo siglo, el XVIII, empujadas por el mismo soplo de aire ilustrador y con similares prácticas, en los últimos años se han ido diferenciando en algunos aspectos. En la reforma de sus estatutos, la RAE aprovechó para suprimir los cargos vitalicios. La RAH, por el contrario, ha decidido mantener los de secretario, anticuario y bibliotecario como perpetuos, algo que no ocurre con la figura del director.

La institución histórica nació bajo los auspicios de Felipe V. En la cédula real de 1735 se animaba ya a realizar un diccionario que ayudase a aclarar «la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido».

Ha costado casi tres siglos la tarea, pero algunos aspectos relacionados con la historia más reciente no brillan por su esmero en establecer hechos objetivos. «Si un admirador de un autor polémico hace su biografía, como el caso de Luis Suárez Fernández y Franco, siempre tendremos textos casi hagiográficos o muy benévolos hacia su gestión y conducta», señala el historiador Enrique Moradiellos. La fallida elección de algunos biógrafos es una de las razones de la controversia que ha generado el Diccionario Biográfico Español, pero el origen entronca con la propia composición de la RAH, donde no están representados especialistas en la historia más reciente.

La comisión de Historia Contemporánea de la Academia -que por extensión se ocupó de supervisar contenidos del Diccionario– está formada por Miguel Artola (respetadísimo historiador del siglo XIX), Vicente Palacio (colaborador de autores vinculados al franquismo como Ricardo de la Cierva y biógrafo del Rey), Miguel Ángel Ochoa Brun (historiador de la diplomacia y la política exterior) y Carlos Seco Serrano (autor de una vasta obra sobre Alfonso XIII y Eduardo Dato).

De la institución están ausentes algunos reputados historiadores como Santos Juliá, Josep Fontana, Jordi Nadal o Juan Pablo Fusi, por citar algunos nombres. Salvo recientes incorporaciones, la media de edad de los académicos es muy alta: 15 de los 36 tienen más de 80 años. «Habría que remozarla internamente, rebajar la edad media de sus integrantes y ampliarla en número y funciones», plantea Enrique Moradiellos.

Incluso su director, Gonzalo Anes, acepta que la renovación generacional y la entrada de mujeres y expertos en temas contemporáneos son asuntos pendientes. «Con el tiempo desaparecerá esta desigualdad», asegura. Aunque hay académicos que, como el arabista Juan Vernet, son partidarios de que la Academia admita más mujeres pero siga fiel a sus tradiciones -«Yo no tocaría nada»-, los más jóvenes son conscientes de que la renovación es inevitable. «Todas las instituciones deben renovarse. Es lógico y necesario que se dé entrada a otras generaciones», afirma Fernando Marías, que, con toda la cautela, sugiere que algunas de las entradas del diccionario que se preveían polémicas «tal vez deberían haber sido controladas por la institución y no dejar la responsabilidad a autores singulares». Como es partidario de «aplicar la exigencia científica a la disciplina histórica», intuye que se creará una comisión, interna y externa, para revisar los posibles errores». Una corrección que según el propio Anes se pondrá en marcha desde la versión digital de la obra.

Tan cauto como su colega, el poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca reconoce que «la edad media de la academia es alta», pero matiza: «Hay gente valiosísima que teniendo mucha edad son pilares de la historiografía española». Ambos coinciden en que la renovación de la Academia debe pasar también por la incorporación de más mujeres. «Es una de las asignaturas pendientes y hay historiadoras estupendas», dice De Cuenca. Ninguno, sin embargo, es partidario de establecer cuotas. «La mujer debe tener una presencia obligatoria, pero natural», afirma Fernando Marías. «No creo que las cuotas ayuden a la dignidad femenina. En política es normal porque hablamos de los representantes de la ciudadanía y las mujeres son aproximadamente el 50%, pero las academias no representan a nadie». Fundada en 1738, hubo que esperar a 1935 para que ingresara en ella una mujer: Mercedes Gaibrois. La siguiente en hacerlo fue, en 1991, Carmen Iglesias, a la que seguirían, hasta hoy, solo dos historiadoras más: Josefina Gómez Mendoza, en 2003 y Carmen Sanz Ayán, en 2006.

Los miembros de la Real Academia de la Historia, antes y después de cada junta general, se encomiendan a Dios. «Que el Espíritu Santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón», es la oración que precede el inicio de las sesiones de los viernes. El breve rezo en latín es una herencia que la institución no ha desterrado de sus rituales. No es el único lastre que arrastra del pasado: otras son la presencia de un arzobispo (en la actualidad, monseñor Antonio Cañizares), el escaso número de mujeres, la hegemonía centralista (apenas hay académicos de la periferia), el predominio de especialistas en tiempos gloriosos de reyes y conquistadores y algunas funciones anacrónicas, como la de censor. Este cargo, que ahora desempeña el decano de la Real Academia de la Historia, Carlos Seco Serrano, parece simbólico en la práctica, pero podría no serlo. Todos los discursos de ingreso, recepción y contestación de los nuevos académicos son supervisados por él.

 

No suele alterarlos, según un académico, pero podría hacerlo. Lo cierto es que la entrada de nuevos miembros apenas aviva el debate. A diferencia de lo que ocurre en la Real Academia Española (RAE), donde acostumbran a disputarse los sillones dos y tres candidatos, en la de Historia reina la absoluta unanimidad. En raras ocasiones se presenta más de un aspirante a los puestos vacantes.

En los últimos años abundan los candidatos propuestos por la historiadora Carmen Iglesias, la segunda mujer en ingresar en la Academia (ha arropado a tres de los seis últimos en ingresar), y Luis Suárez, especialista en Historia Medieval y autor de la complaciente biografía de Franco en elDiccionario Biográfico Español (tres de seis, también). Para ciertos académicos, es evidente que hay «un grupo de presión» con gran influencia a la hora de decidir quiénes se sentarán en las sesiones de la institución de la calle de León.

Al igual que ocurre en la RAE, tiene que ser una terna de académicos los que defiendan la conveniencia de postular a un candidato. Los últimos electos han sido el arabista Serafín Fanjul y Fernando Marías, historiador del Arte. Con anterioridad, lo fue Luis Alberto de Cuenca. «Funciona como un club sumamemente restringido, por cooptación. Prefiero el sistema británico, más competitivo y abierto», sostiene Ángel Viñas.

Aunque la RAE y la RAH nacieron en el mismo siglo, el XVIII, empujadas por el mismo soplo de aire ilustrador y con similares prácticas, en los últimos años se han ido diferenciando en algunos aspectos. En la reforma de sus estatutos, la RAE aprovechó para suprimir los cargos vitalicios. La RAH, por el contrario, ha decidido mantener los de secretario, anticuario y bibliotecario como perpetuos, algo que no ocurre con la figura del director.

La institución histórica nació bajo los auspicios de Felipe V. En la cédula real de 1735 se animaba ya a realizar un diccionario que ayudase a aclarar «la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido».

Ha costado casi tres siglos la tarea, pero algunos aspectos relacionados con la historia más reciente no brillan por su esmero en establecer hechos objetivos. «Si un admirador de un autor polémico hace su biografía, como el caso de Luis Suárez Fernández y Franco, siempre tendremos textos casi hagiográficos o muy benévolos hacia su gestión y conducta», señala el historiador Enrique Moradiellos. La fallida elección de algunos biógrafos es una de las razones de la controversia que ha generado el Diccionario Biográfico Español, pero el origen entronca con la propia composición de la RAH, donde no están representados especialistas en la historia más reciente.

La comisión de Historia Contemporánea de la Academia -que por extensión se ocupó de supervisar contenidos del Diccionario– está formada por Miguel Artola (respetadísimo historiador del siglo XIX), Vicente Palacio (colaborador de autores vinculados al franquismo como Ricardo de la Cierva y biógrafo del Rey), Miguel Ángel Ochoa Brun (historiador de la diplomacia y la política exterior) y Carlos Seco Serrano (autor de una vasta obra sobre Alfonso XIII y Eduardo Dato).

De la institución están ausentes algunos reputados historiadores como Santos Juliá, Josep Fontana, Jordi Nadal o Juan Pablo Fusi, por citar algunos nombres. Salvo recientes incorporaciones, la media de edad de los académicos es muy alta: 15 de los 36 tienen más de 80 años. «Habría que remozarla internamente, rebajar la edad media de sus integrantes y ampliarla en número y funciones», plantea Enrique Moradiellos.

Incluso su director, Gonzalo Anes, acepta que la renovación generacional y la entrada de mujeres y expertos en temas contemporáneos son asuntos pendientes. «Con el tiempo desaparecerá esta desigualdad», asegura. Aunque hay académicos que, como el arabista Juan Vernet, son partidarios de que la Academia admita más mujeres pero siga fiel a sus tradiciones -«Yo no tocaría nada»-, los más jóvenes son conscientes de que la renovación es inevitable. «Todas las instituciones deben renovarse. Es lógico y necesario que se dé entrada a otras generaciones», afirma Fernando Marías, que, con toda la cautela, sugiere que algunas de las entradas del diccionario que se preveían polémicas «tal vez deberían haber sido controladas por la institución y no dejar la responsabilidad a autores singulares». Como es partidario de «aplicar la exigencia científica a la disciplina histórica», intuye que se creará una comisión, interna y externa, para revisar los posibles errores». Una corrección que según el propio Anes se pondrá en marcha desde la versión digital de la obra.

Tan cauto como su colega, el poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca reconoce que «la edad media de la academia es alta», pero matiza: «Hay gente valiosísima que teniendo mucha edad son pilares de la historiografía española». Ambos coinciden en que la renovación de la Academia debe pasar también por la incorporación de más mujeres. «Es una de las asignaturas pendientes y hay historiadoras estupendas», dice De Cuenca. Ninguno, sin embargo, es partidario de establecer cuotas. «La mujer debe tener una presencia obligatoria, pero natural», afirma Fernando Marías. «No creo que las cuotas ayuden a la dignidad femenina. En política es normal porque hablamos de los representantes de la ciudadanía y las mujeres son aproximadamente el 50%, pero las academias no representan a nadie». Fundada en 1738, hubo que esperar a 1935 para que ingresara en ella una mujer: Mercedes Gaibrois. La siguiente en hacerlo fue, en 1991, Carmen Iglesias, a la que seguirían, hasta hoy, solo dos historiadoras más: Josefina Gómez Mendoza, en 2003 y Carmen Sanz Ayán, en 2006.

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El México del fotógrafo Juan Rulfo

...un tal Pedro Paramo.

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La Fnac expone 25 imágenes que resumen la intensa actividad que el autor de ‘Pedro Páramo’ desarrolló en paralelo a su obra literaria

ISABEL LAFONT – Madrid – 05/04/2011

«No son recuerdos, dijo Pedro Páramo. Solo son imágenes. No conservo en la memoria sino llamaradas que se han quedado asentadas como cimientos, como granos de arena, que solamente se remueven cuando se nos voltea nuestro destino». Que nadie trate de buscar este párrafo en la obra del escritor mexicano Juan Rulfo porque lo descartó del texto final. Según Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo, porque «tiene un carácter ensayístico que siempre evitó en su creación literaria». En todo caso, afirma Jiménez, viene muy a cuento para introducir la faceta menos conocida de Rulfo, la intensa actividad como fotógrafo que desarrolló -que se sepa- a partir de la década de los cuarenta, y por eso lo ha elegido como título de la exposición que hasta el 22 de mayo puede verse en la Fnac Callao: Solo son imágenes: 25 fotografías de Juan Rulfo.

El archivo del autor cuenta con 6.000 negativos, la mitad arquitectónicos

La imagen más antigua es un autorretrato realizado hacia 1940

Pertrechado con su Rolleiflex, Rulfo retrató con altísima calidad técnica edificios, pueblos y paisajes de México. La fotografía más antigua del archivo de negativos del autor -6.000- es un autorretrato realizado hacia 1940 en San Gabriel, el pueblo del Estado de Jalisco donde fue a vivir con su abuela tras la muerte de sus padres.

Nunca fue un secreto que Rulfo era también fotógrafo. A partir de 1949 publicó imágenes en la revista literaria América y en los cincuenta y sesenta en publicaciones como Mexico This MonthSucesos para todos. «Para él no era una actividad secundaria, sino simultánea a la literatura», señala Jiménez. La biblioteca personal del autor de El Llano en llamassumaba 15.000 volúmenes, de los cuales 700 eran de fotografía. Los más antiguos databan de la década de los treinta y, según los expertos, entre ellos había auténticas rarezas: «Conocía a todos los fotógrafos clásicos. Organizaba en carpetas recortes de revistas, por ejemplo, de Steichen, y llegó a acumular una enorme cantidad de imágenes». Es posible que Rulfo fuera fotógrafo antes que escritor, sospecha Jiménez.

Los cuentos de El Llano en llamas no se publicaron hasta 1953 y Pedro Páramo -la obra que Álvaro Mutis entregó a Gabriel García Márquez un día y que le dejó sin dormir esa noche hasta que terminó su segunda lectura- apareció en 1955. En 1958 terminó El gallo de oro, su segunda novela. Hacia 1960, sin embargo, su trabajo literario y fotográfico quedó apartado a favor de la labor editorial que desarrolló Rulfo en el Instituto Nacional Indigenista hasta su muerte en 1986.

[…]

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Lecturas: 1486. Fernando de Pulgar, cronista de los reyes

Wedding portrait of King Ferdinand II of Aragó...

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Pulgar, Fernando del. Claros varones de Castilla. [1486] Madrid: Espasa-Calpe, 1942.

Fernando de Pulgar, cronista de los reyes

Fernando de Pulgar fue “cronista oficial” del rey castellano Juan II y de su hijo, Enrique IV, antes de servir como embajador en Roma de los reyes católicos de España, Fernando e Isabel; los reyes más importantes en la península Ibérica. Probablemente este hombre, que para nosotros es apenas un nombre, nació en Toledo, en 1430, en una familia judía y murió o desapareció en 1493, mucho después de convertirse al cristianismo. Como todos saben, 1492 fue el año del descubrimiento de América, de la expulsión de moros y judíos de España y el año de la primera publicación de la Gramática de la lengua castellana de Antonio Nebrija, primera gramática europea sobre una lengua vulgar. Algunos críticos y biógrafos lo han definido como humanista.

Este libro se compone de una serie de biografías minúsculas sobre personajes de su siglo, aparentemente poco objetivas y muy probablemente con el objetivo de adular a algún hombre poderoso de la época, además de la no menos poderosa Isabel.

Sobre el almirante Don Fadrique.

El almirante don Fadrique era abuelo de Fernando de Aragón. A las pocas líneas de recorrido ya apreciamos un rasgo común en la literatura y en la cultura hispánica de siglos posteriores: aparecen las figuras “intermedias” del poder. Los malos y excesivos son los “condestables”, como el de Castilla. El rey, en cabio, es incuestionable. El héroe (víctima) que estaba por debajo de los estamentos del poder, también.

Otra particularidad del relato, sobre todo considerando la época y su condición de converso, es la narración en primera persona. El narrador se convierte en autor: opina. Fernando Pulgar se entretiene analizando la conducta de un lejano romano que se suicidó, a diferencia del almirante Fadrique que vivió hasta viejo: “Si hay razones para alabar su vida no la hay para alabar su muerte”, ya que fue suicidio. Luego siguen largos discursos moralizantes.

El marqués de Santillana

Ya leímos con algún cuidado la Carta del Marqués de Santillana. Como era común e importante por demás en su época, Pulgar se detiene en las virtudes físicas de esta alma extraordinaria. Era “hermoso en las faciones de su rostro, de linaje noble castellano e muy antiguo” y admirador de los “ommes de ciencia” (36).

Huérfano de madre y padre perdió sus tierras y luego las recuperó. Pulgar refiere que el famoso poeta era alabado como hombre de ciencias y de armas y no escatima elogios por su valor ante el combate. Fue capitán en batallas contra cristianos y moros, donde fue vencedor y vencido. (39). Cuando el rey don Juan lo elige para luchar contra los moros, recibió la noticia “con alegre cara” (40).

Otra vez, como volverá a hacerlo cuando se describa a don Narváez (104) Pulgar hace referencia a los romanos como contraejemplo moral. Menciona a un capitán que debía degollar (hasta su propio “fijo”) para ser obedecido (42). El marqués de Santillana “en corte era grand Febo, por su clara gouernación, e en campo era Anibal, por su grand esfuerço” (43).

Un dicho de la época (podemos sospechar que no era de origen cristiano) aseguraba que las virtudes traen alegría y los vicios tristeza. Y como el marqués la mayor parte del tiempo estaba alegre, entonces debía ser virtuoso (46).

Feneció sus días a la edad de 65 años.

El conde Don Rodrigo de Villandrando

Para resaltar las virtudes de su biografiado, el autor, a pesar de ser un converso, se esmera en presentar a su personaje con orígenes “fijodalgo” aunque sea hijo de un escudero. El otro recurso es la descripción física: buen estado, fuerte, etc.

Por supuesto, también aquí se alaba el “estrago” y matanzas que hace el héroe al enemigo en la guerra. La guerra era la principal fuente de honor de la nobleza, y el honor el principal código moral. Así, don Rodrigo guerra en Francia y contra los ingleses. Rechaza la oferta de un capitán inglés para compartir el pan y el vino, porque después no le tendría tanta “ira” y no podría hacer tanto daño como debiera.

De grandes virtudes físicas y morales, murió muy anciano, a los 70.

El conde Cifuentes

Más descripciones físicas. Tenía la lengua çeçeosa. “Era ijodalgo [sin ache] de limpia sangre” (72). Es decir, no tenía una gota de sangre judía o sangre mora.

En uso de algunos valores o poses posmodernas, este autor del siglo XV destaca en el conde Cifuentes la franqueza, porque decía lo que le parecía con elegancia cuando otros callaban por no molestar. Alaba el hecho de que cuando recibió riquezas y el título de conde de la villa de Cifuentes [sic] por parte del rey Enrrique [sic], no cambió su persona ni hizo extravagancias, como si siempre hubiese sido noble y rico (77).

Murió muy anciano, a los 65 años, “al fin, entrado ya en los días de la vejez, en los cuales suele más reinar en los ommes la auaricia” (77).

El maestre Don Rodrigo Manrique, conde de Paredes

Actuó en tierras de moros eventualmente. Batallas con moros e con cristianos (igual que los otros). Entra en Granada y asalta los muros. Lucha contra los moros pero no recibe la ayuda que esperaba de los cristianos. Se elogia el arrojo y la disposición para la guerra. Muere a los 70 años.

Don Rodríguez de Narváez

Peleó contra los moros, los cuales, según Pulgar, eran mañosos en este arte, los sometió y los obligó a someterse como vasallos y a pagar impuestos al rey (104).

Si los romanos eran crueles, los castellanos eran muy apreciados por su valor. Eso quedó demostrado cuando hubo guerra en otros países cristianos. “sope que ouo guerra en Francia, e en Nápoles, e en otras partes, donde concurrieron gentes de muchas naciones, e fui informado que el capitán francés o italiano tenía entonces por muy bien fornecida la escuadra de su gente, cuando podía aver en ella algunos caballeros castellanos, porque conoscía dellos tener esfuerzo e constancia de los peligros más que los de otras naciones” (106).

Sin embargo, cuando hubo guerras en Castilla no llegaron guerreros de otras partes. La explicación del autor es que así como no se lleva hierro a Vizcaya, donde abunda, los guerreros extranjeros no iban a Castilla porque allí había muchos caballeros valerosos y así su valor sería poco estimado (106).

Del cardenal de San Sixto

Después de Narváez, Pulgar deja los guerreros y se ocupa de la otra clase honorable, los religiosos profesionales.

También en estos casos abundará en descripciones físicas (otro hombre alto) y en aclaraciones étnicas: el santo era de linaje de judíos, pero convertidos a “nuestra sancta fe Católica” (108). Seguidamente, alaba sus conocimientos en la ciencia de la teología.

Del cardenal San Ángelo

El cardenal era un hombre alto, “hermoso” y de linaje de fijosdalgo. Se resalta la falta cobdicia y la permanente alegría como virtudes. También algunas virtudes pr’acticas, lo cual es una rareza, tal vez porque recordaba a los crueles romanos, aficionados a las obras civiles: el cardenal también promovió la construcción de un puente.

Murió en Roma, a los 80 años.

El arzobispo de Sevilla

Tomó el apellido de su madre. De linaje de fijosdalgo de Galicia, tenía el sentido de la vista desarrollado y por eso gustaba de las perlas y las joyas. Procuraba la honra y la cercanía del rey Juan y luego de Enrique. Por ello cosechó celos y enemistades hasta que murió a los 55 años.

El arzobispo de Burgos

Hijo de Pablo, obispo de Burgos, lo tuvo legítimo antes de entrar en religión. También de linaje de judíos, como era común. Hablaba muy bien, aunque como otros ilustres de la ‘epoca ten’ia el defecto que “çeçeaua un poco”. El rey Juan le mandó tornar de lengua latina a lengua vulgar obras de Séneca. Se fue a los 60 años.

Semblanza de los reyes católicos

Rey Don Fernando el católico de cabellos prietos. Un siglo más tarde, en 1575, el médico Juan Huarte descubriría que el cabello rubio era consecuencia de los vapores que despedía la inteligencia de algunos españoles, sobre todo los hombres rubios que estaban en la corte y en el trono.

Moderado en sus gestos, el rey montaba a caballo en silla de la guisa e a la jineta, como hacían entonces los árabes y hacen hoy los jockeys. Escuchaba consejos, especialmente de su mujer, la reina Isabel. Había sido criado en la guerra. Gastaba demasiado tiempo en juegos de pelota y de ajedrez. Como buen marido, amaba a su esposa pero se daba a otras mujeres (148).

Cierre

Todas estas semblanzas de varones terminan con una mujer. La reina Doña Isabel la Católica. Rubia de ojos verde-azules. No bebía vino pero hablaba latín. Cuando asumió encontró una gran corrupción y diversos crímenes. Era una mujer derecha, recta al juzgar, pero no compasiva. Acabó con la herejía del reino de Aragón, realizada por los cristianos judíos, como el autor, que judaizaban, contaminaban, la religión católica.

Jorge Majfud

Lecturas: Alfonso el Sabio. Las siete partidas (I)

Miniatura de Las Siete Partidas (Alfonso X el ...

Miniatura de Las Siete Partidas

Lecturas: Alfonso el Sabio. Las siete partidas (II)

Alfonso X El Sabio. Las siete partidas [1256-1265]. Selección, prólogos y notas de Francisco López Estrada y María López García-Berdoy. Madrid: Editorial Castalia, 1992.

Libros, el regreso a las fuentes

Alfonso X El Sabio. Las siete partidas (I)


Este es, sin duda, el proyecto literario más famoso de Alfonso el Sabio y probablemente el más conocido del siglo XIII español. Su redacción abarcó desde 1256 a 1265 y refleja la realidad pluricultural de la época, no obstante la perspectiva del derecho y el deber pertenece claramente al sector cristiano de la península.

Es interesante confirmar la sobrevivencia de la idea, aunque más no sea la idea, del “Ius naturale” (derecho natural) que “tienen los hombres naturalmente y aun los otros animales que tienen sentido” (70). La primera Partida establece que las leyes deben estar escritas de forma “llanas y paladinas; de manera que todo hombre las pueda entender bien y retener de memoria” (ley 8, 74). Pero sólo el emperador o el rey tenían facultades para hacerlas; las otras no eran válidas (ley 12, p. 76).

Por entonces, como en algunos casos hoy, las leyes regulaban la vida privada definiendo, aunque como pecados menores, la práctica en la que un hombre yace con su mujer sin intención de hacer hijos (ley 34, p. 94) o la costumbre del “mucho comer”, porque contradecía la pobreza de Jesucristo y por razones médicas, ya que de este exceso luego surgen males y enfermedades (ley 37, p. 97).

Para no andar derrochando recursos, se establece que las limosnas deben ser dadas preferentemente a los cristianos (Titulo 23, ley 7, p. 121).

Como era conocido entre emperadores, incas y coloridos dictadores del mundo moderno, la Ley 5 (Título 1) reconoce el hecho de que el rey “es puesto en lugar de Dios”, como su vicario, representante porque así lo dicen los profetas y los sabios que entienden en las cosas naturales (133). El rey es la cabeza del pueblo y éste los miembros del cuerpo (Título 10, ley 2, p. 174).

Con una mentalidad claramente medieval, se resuelve que “pensamiento es cuidado con que aprecian los hombres las cosas pasadas, y las de luego y las que han de ser” (Título 3, Ley 1. p. 139) y “nace el pensamiento del corazón del hombre” (Título 3, Ley 2. p. 139). Según una versión de un texto de Aristóteles (traducido del árabe y del hebreo), el filósofo griego le habría aconsejado a Alejandro hablar poco porque “el uso de las muchas palabras envilece a quien las dice” (Título 3, Ley 2. p. 142).

Estas leyes también regulan la mejor forma de vestir, de comer y de beber, no sólo de los sacerdotes sino de los reyes. Pone especial cuidado en advertir sobre los abusos del vino y la conveniencia de no hablar mientras se come, para ponerse a salvo de algunas asfixias, lo que da cierta idea del estilo del buen comer de la época.

En una época en que la diversidad no era una virtud, Alfonso sabía que los enemigos “de la tierra” son peores que los enemigos de afuera, porque no se distinguen con la misma facilidad (Título 19, ley 1, p. 189).

Las formas de adquirir propiedades eran menos sutiles. Se reconocía la legitimidad de apoderarse de las tierras ajenas para cumplir con los mandamientos de Dios de poblar la tierra “y este apoderamiento viene de dos maneras: la una, es por arte, y la otra por fuerza” (T. 20, ley 6, p. 194). Ambas subsisten hoy en día, aunque la primera es más común. Para la segunda opción había que recurrir a las milicias. En la militia (del latin, hombres de campaña para la guerra contados de a mil) se distinguen los caballeros, que son más honrados por ir a caballo. Como hoy, cada mil había un caballero.

Una de las virtudes de “honra” de los caballeros es que debían ser crueles: “que fuesen crueles para no tener piedad de robar lo de los enemigos, ni de herir ni de matar” (T. 21, ley 2, p. 195). Por esta razón, “antiguamente”, dice la ley, se elegían los caballeros de entre los mil, a carniceros, carpinteros y herreros, porque eran fuertes de manos y estaban acostumbrados a herir y ensartar. También se prefería los “hijosdalgo”, es decir los Fulano de Tal, porque debían tener más vergüenza de huir de la batalla. Para estimular a estos distinguidos combatientes era recomendable la lectura de hazañas o que los más viejos contasen historias de favorables o que los juglares sólo canten canciones de batallas (T. 21, ley 20, p. 204). Por sobre todo, se debe crear la figura del caudillo: es la primera cosa que los hombres deben hacer en tiempo de guerra” gracias a lo cual es posible que “por el buen acaudillamiento vencen muchas veces los pocos a los muchos” (T. 23, ley 11, p. 209).

En tiempos en que no existían los apellidos y todavía no llegaba el renacimiento capitalista que demandará señas de herencia, aquí las leyes de Alfonso definen que “apellido” significa aquel sonido (“voz de llamamiento”) que identifica a un grupo de hombres en guerra. Una vez oído, los que lo reconocen deben salir a la defensa de aquellos que están en peligro. (T 26, Ley 24, pág. 222).

Antes que Santa Teresa y otros piadosos maldijeran la libertad, en la Edad Media significaba otra cosa: “es la más cara cosa que hombre puede haber en este mundo” (T 29, Ley 1, p. 226).

En el Título 31 se reconoce las conveniencias de la vida estudiantil y se percibe, quizás, la insistencia de algún miembro del cuerpo redactor: se establecen “estudios” como lugares de reunión de maestros y discípulos, higiénicos, donde no falte el pan y el vino. Se insiste en la necesaria seguridad que se les debe garantizar a los maestros y escolares (ley 2, p. 230). También se establece la forma de pago de los maestros y ciertos derechos modernos: si “leyesen” una parte del año pero enfermasen por largo tiempo deben recibir el salario del resto del año. Establece que los “estudios generales” tengan tienda de libros (ley 11, p. 236). La “estación” era la librería donde se vendía, alquilaban y copiaban los libros. En una partida posterior se proscribe el castigo del maestro al alumno que deje lisiado a éste. (T9, ley 1. p 328).

Por supuesto, no hay que esperar al Siglo de Oro para encontrar misoginismo explícito. Según las leyes del rey sabio, “una de las cosas que más envilece la honestidad de los clérigos es tener trato frecuente con las mujeres” (ley 36, p. 107). Tal vez por eso, a diferencia de los clérigos de Occidente, los del bárbaro Oriente se podían casar (107-108). En la partida siguiente establece que “ninguna mujer, aunque sea sabedora [del derecho] no puede ser abogada en juicio por otro; y esto por dos razones: la primera, porque no es conveniente ni honesta cosa que la mujer tome oficio de varón estando públicamente envuelta con los hombres para razonar por otro; la segunda, porque antiguamente lo prohibieron los sabios por una mujer que decían Calfurnia[1], que era sabedora, pero tan desvergonzada y enojaba de tal manera a los jueces, que no podían con ella” (Título 6. Ley 3, pp. 247-248). Por la misma razón, los ciegos tampoco podían ser abogados porque no podían ver a los jueces y rendirles honores.

Por supuesto, la ley no era la misma para cada persona, característica estamental que se conservará en la ley española por muchos siglos más y en la práctica internacional hasta nuestros días.

continúa: Lecturas: Alfonso el Sabio. Las siete partidas (II)

Jorge Majfud



[1] Se puede referir a alguna mujer de la gran familia romana de los Calpurnios. También San Pablo en la Epístola a los Corintios manda que las mujeres deben callar en una asamblea (I, 14, 33-35). Lo cual es usado en el siglo XVII, especialmente contra Sor Juana Inés de la Cruz, la cual responde con altura.

Alfonso el Sabio: Primera crónica general de España

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Folleto de un manuscrito de la Estoria de Espa...

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Libros: regreso a las fuentes

Alfonso el Sabio: Primera crónica general de España

Alfonso X el Sabio: Primera crónica general de España que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho IV en 1289. Edición de Ramón Menéndez Pidal. Madrid: Gredos, 1955.

En menos de mil páginas, estos volúmenes narran desde la historia romana hasta la peninsular de reyes godos, árabes, y visigodos. Los hechos no se fundan en pruebas, documentos o especulaciones históricas sino en una variada tradición literaria y probablemente oral también. Obviamente, estos textos con ocho siglos de antigüedad, en su gramática casi original, son una fuente inagotable de datos y curiosidades lingüísticas y ortográficas, como el uso de “cuedaron” (quedaron), “quando” (cuando), de “e” en lugar de “y” y de “y” en lugar de “ahí” o las clásicas “Espanna”, “danno”, “señor” o “anno”. Es de sospechar que la “ñ” surgió para evitar la doble ene que tomaba mucho espacio en el valioso papel de las imprentas posteriores. Pero también abundan en otras curiosidades menos formales.

En una mezcla de ficción y realidad mucho más evidente para un lector contemporáneo que las crónicas de nuestro tiempo, los historiadores de Alfonso recorren, como si rescataran, historias de luchas entre persas y moros, de los árabes que conquistaron tierras africanas para su “secta” (278), de luchas entre moros y romanos, sobre la expulsión de los judíos por parte de los godos (folio 176, 284), sobre Gunderigo, el primer rey vándalo que reinó Galicia y Asturias y pobló Lugo (295) y sobre los “bárbaros de Affrica” (308). Con realismo extremo, se relata la entrada luminosa de un grupo de santos a una iglesia, hasta que el obispo se desmayó. Eran “San Pedro et San Paulo” (279).

En esta narración oficial, los godos se distinguen por su valor contra los vándalos, lo que los lleva a conquistar brevemente África y Asia. Como todos los pueblos, los godos fueron valientes porque vencieron, hasta que fueron vencidos (287).

Poco a poco y a través de las tinieblas de mil años, vamos descubriendo detalles sobre virtudes, infortunios y traiciones de reyes y obispos. Por entonces no se usaban los modernos números arábigos de hoy; los años de cada Era se indicaban escribiendo el nombre del número, “seyscientos et quarenta et quatro”. No obstante cada “estoria”, es vaga, sin datos ni fuentes, como si los escribientes del rey tocaran de oído. Por momentos, los mismos redactores encuentran ciertos períodos más bien aburridos y reconocen que “non fallamos ninguna cosa que de contar sea que a la estoria pertenezca”(282).

No hay ideas explícitas ni complejas sino un catálogo de personajes que en su momento no necesitaron presentaciones, como el obispo de Çaragoça o “Sant Alfonso boca doro”, sobrenombre de un arzobispo de Toledo muerto en 674 (283). En una época de épicas tampoco abunda la acción narrativa. Como si el propósito original hubiese sido rescatar hechos aislados o fundar los hechos futuros y no convertirse en un fenómeno de ventas como las cartas del conquistador Hernán Cortés en el siglo XVI o del aprendiz de brujo Harry Potter en el siglo XXI.

Pero si afinamos la lectura vamos descubriendo el realismo de la época, según el cual, en tiempos de Theodisto, natural de Grecia y políglota, “no se encontraba en toda España un hombre malo ni descreído.” Theodisto, no obstante, tenía maneras amables y corazón de lobo: sacó las cosas “verdaderas” de los libros y puso las “falsas” haciendo traducir del griego al árabe libros de ciencia (278). Sólo este dato es evidencia de un rasgo que caracterizará la revolución humanista más tarde, aunque con un objstivo diferente: el autor no es la autoridad; leer no es necesariamente descifrar la verdad univoca que baja del autor, el creador, confundido con Dios. La palabra humana, tanto vela como devela, tanto cubre como descubre.

Por supuesto, las referencias a las Sanctas Escripturas y a la religión son permanentes. La imagen de los hombres buenos en abundancia es idílica. Hasta que en algún momento comenzaron a aparecer algunos hombres malos en España, entre ellos dos herejes, Eluidio y Pelayo, quienes especularon sobre la virginidad de María, enseñando “errores”. Todavía no eran tiempos de Calvino, Torquemada o del General Francisco Franco por lo que los herejes no eran quemados ni ejecutados. Fueron “corridos de Espanna” (281).

A lo largo de estas antiguas páginas también vemos el poco prestigio que tenían unos cuantos reyes. La queja sobre la autoridad parece ser un tópico antiguo, aunque en la Era moderna los españoles y los americanos colonizados la descargarán casi toda en los mandos medios, exculpando pudorosa o estratégicamente al mismo rey.

Aunque Paulo se alzó contra los moros, era un mal rey que el noble pueblo godo no mereció. Su reinado se caracterizó por el caos, donde sus mismos hombres luchan y se matan entre sí hasta que es derrotado y encarcelado junto con sus seguidores. Ante el clamor de su gente, el arzobispo intercede y ruega el perdón del rey Bamba. El simulacro de tropas francesas que debían ir al rescate del rey cristiano es descubierto por Bamba. El rescate fracasa, Bamba perdona la vida de Paulo pero lo encierra. A los franceses y alemanes los perdona y a las dos semanas los extradita a sus tierras.

El rey Bamba expulsa también a los judíos y es representado como sabio y pacificador, a pesar de que dos leguas antes de llegar a Toledo, hace cortar las barbas y sacar los “oios” de Paulo y sus seguidores. Bamba entra triunfante en Toledo y mejora la vida de sus habitantes. En el “anno 717”, ordena poner a la entrada de la ciudad inscripciones de mármol en latín: Vamba… Deo rex. (294). Algo así como el recurrente “Rey por la gracia de Dios” del que echó mano el mismo generalísimo Franco en el siglo XX.

Por varias páginas, los escribas del rey Alfonso detallan los nombres de los arzobispados y los obispos que le han de obedecer a Bamba, a partir de un Concilio hecho por el mismo interesado. La abundancia de nombres, como si fuese un escrito administrativo, demuestra el valor político y administrativo de la Iglesia de la época.

Luego de nueve años de reinado, en el año 722, envenenan al rey Bamba con una yerba en el vino. Como consecuencia el rey pierde la memoria, por lo cual es retirado a un monasterio donde vive siete años más.

Varios datos nos pintan la moral de la época. Por ejemplo, los escribas mencionan a Julian, un arzobispo de Toledo que era de origen iudio. Por su piedad “salió de entre los judíos como sale la roza de entre las espinas” (301). Mencionan también al famoso rey Vitzia. Famoso por licencioso y muy bien reconocido por sus vicios: en el año 740 ordenó que los obispos podrían tener tantas mujeres como quisieran. A juzgar por esta historia oficial, era común mandar sacar los ojos de los enemigos. Lo mismo que hizo Bamba con sus derrotados, hace Vitzia con otros. Otro “pecado” que se le atribuye es haber dejado volver a los judíos y darle más privilegios que a la iglesia (306).

Jorge Majfud

Milenio (México)

 

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