«Novela de la crisis: sobre las raíces y los desarraigos» con Susana Baumann

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Las raíces son lo último que se seca

O

 

Entrevista al escritor hispano Jorge Majfud


Susana Baumann
: ¿Cómo resumirías el tema central de tu última novela, Crisis? Por Susana Baumann, periodista, New Jersey.

Jorge Majfud: En todo texto existen diferentes niveles de lectura. Muchos más y más complejos en los textos religiosos y de ficción. Pero el ensayo, por citar sólo un género literario, es más directo, expresa y problematiza las ideas y las emociones más consientes de un autor. La ficción, si no es un mero producto de un cálculo de marketing, por ser una forma insustituible de explorar la realidad humana más profunda, posee niveles más profundos y más complejos, como los sueños, como la vida.

crisis capa

En el caso de Crisis, en un esfuerzo simplificador podría decir que los temas centrales son el drama de los inmigrantes latinoamericanos, sobre todo de los inmigrantes ilegales en Estados Unidos y, en un nivel más profundo, si se me permite el atrevimiento, el drama universal de los individuos que huyen de un lugar buscando una vida mejor pero que en el fondo es una huída de uno mismo, de la realidad que es percibida como injusta y no se resuelve con la fuga. La fuga es un perpetuo aplazamiento pero también es un permanente descubrimiento, una profunda exploración existencial que no alcanza quien permanece confortable en su propio coto de caza. La incomunicación, la violencia moral, económica y cultural son componentes inevitables de ese doble drama social y existencial. También la violencia más concreta de las leyes, cuando son funcionales a la deshumanización. Etc.

S.B. ¿Por qué esa estructura donde no existe la linealidad?

J.M. Cuando hacemos un análisis, cuando escribimos un ensayo, podemos distinguir claramente la forma del contenido. Sin embargo, en la ficción y quizás en la existencia irracional, vital, esto no es posible. Si decimos que un sueño significa algo, estamos diciendo que contiene algo que no se visualiza en primera instancia y que, como cualquier símbolo, vale por lo que no es.  Así ha sido la historia bíblica, desde José hasta la lógica de todos los análisis modernos, como el marxismo, el psicoanálisis, y la de cualquier crítica posmoderna que pretenda poner un poco de orden e inteligibilidad al caos de los estímulos y las percepciones.

Si mal no recuerdo fue Borges quien complementó o quizás refutó esta idea dominante afirmando que la imagen de una pesadilla no representa ningún miedo: son el miedo. Por otro lado sabemos que el estilo de un escritor expresa su propia concepción sobre el mundo. En el caso de una novela concreta, más allá del factor de formación consciente del escritor, que muchas veces da el oficio, existe un factor que procede del fondo, del contenido mismo del libro. Es decir, el estilo, la estructura de una novela expresan en sí mismos el tema o los temas centrales, las ideas y sobre todo las intuiciones y las percepciones que el autor pueda tener de una historia o sobre una determinada circunstancia que le resulta vital y significativa.

Más concretamente, la estructura y el estilo de Crisis son lo que en artes plásticas sería un mosaico o en las ciencias sería un fractal. Cada historia puede ser leída de forma independiente, es una historia particular pero al mismo tiempo si las consideramos en su conjunto forman otra imagen (como en un mosaico), otra realidad que es menos visible al individuo y, también, forman la misma realidad a una escala mayor (como en el fractal). Por eso muchos personajes son diferentes pero comparten los mismos nombres (Guadalupe, Ernesto, etc.), porque son “personajes colectivos”. Creo, siento que a veces creemos vivir una vida única y particular sin advertir que estamos reproduciendo antiguos dramas de nuestros antepasados, y los mismos dramas de nuestros contemporáneos en diferentes espacios pero en condiciones similares. Porque somos individuos por lo que tenemos de particular y somos seres humanos por lo que compartimos con cada uno de los otros individuos de nuestra especie.

S.B. La novela se ubica en distintas geografías físicas y sociales de Estados Unidos.

J.M. Sí, en parte hay una intención de reivindicación del vasto pasado y presente hispano dentro de unos límites sociopolíticos que insisten en ignorarlos…

S.B. ¿Pero cuál es la intención de esta evidente diversidad? ¿Cómo se explican desde un punto de vista formal?

J.M. Al igual que los individuos, cada fragmento posee sus propias particularidades y rasgos comunes. Cada historia está ambientada en diversos espacios de Estados Unidos (América latina aparece en inevitablesflash-backs) que al mismo tiempo son similares. Es la idea que expresa un personaje cuando va comer a un Chili’s, un restaurante de comida tex-mex. (Cada vez que entro en alguno de estos restaurantes no puedo evitar enconarme con algún fantasma de esa novela o algún otro que quedo excluido sin querer). Si bien cada uno reproduce un ambiente entre hispano y anglosajón, lo cierto es que uno no podría deducir por sus detalles y su espacio general si la historia o el drama se desarrolla en California, en Pensilvania o en Florida.

Al mismo tiempo, para cada ciudad elegí nombres españoles. Es una forma de reivindicación de una cultura que ha estado bajo ataque durante mucho tiempo. Pero basta mirar el mapa de Estados Unidos para encontrar una enorme cantidad de espacios geográficos nombrados con palabras españolas, en algunos estados son mayoritarios. Pero son tan invisibles que la ignorancia generalizada las considera palabras inglesas, como “Escondido”, “El Cajón”, “Boca Raton” o “Colorado”, y por ende la misma historia de la cultura hispana desaparece bajo este manto de amnesia colectiva, en nombre de una tradición que no existe. El español y la cultura hispana han estado en este país un siglo antes que el inglés y nunca lo ha abandonado, por lo cual no se puede hablar del español y de la cultura hispana como “extranjeros”. La etiqueta es una violenta estrategia para un imperceptible pero terrible culturicidio.

S.B. Me llamó la atención la mención del valor del Dow Jones para iniciar cada historia…

JM: Bueno, los valores son reales y acompañan esa “caída” existencial, el proceso de “crisis”, que es social, económico y es existencial, usando un recurso frío, como son los valores principales de la bolsa de Wall Street. Nuestra cultura actual, incluida la de los países emergentes como China o cualquier otro que se presentan como “alternativas” al modelo americano, están sustentados en la ilusión de los guarismos, ya sea de las bolsas o de los porcentajes del PIB. La economía y las finanzas son el gran tema de nuestro tiempo y todo se mide según un modelo de éxito que nació en Estados Unidos en el siglo XX. La caída y cierta recuperación del Dow Jones acompañan el drama existencial y concreto de cada personaje. Así como estamos en un espacio y en un tiempo, también estamos en una realidad monetaria (sea virtual o no, pero realidad en fin, ya que es percibida y vivida como tal).

S.B. Vamos a terminar por el principio. Cuéntenos sobre su infancia y sus comienzos, su infancia en Uruguay.

J.M. Mi infancia en Uruguay, como la infancia de cualquiera, fue la etapa más importante de mi vida. Como muchos, la recuerdo como una tierra misteriosa y fantástica, llena de seres queridos que ya no están. Como pocos, tuve una infancia terriblemente marcada por los acontecimientos políticos del Cono Sur durante los años 70, con una familia dividida entre Tirios y Troyanos, entre el sufrimiento, la tortura (sobre todo la tortura psicológica y moral) y la solidaridad, entre el poder y la resistencia, entre los discursos oficiales y las verdades reprimidas, entre el universal crimen (aceptado por la cultura popular) de los que trazan una línea en el suelo y dictan: “o estás de un lado o estás del otro”. Hasta que uno dice “no estoy de ninguno de los dos lados” y se convierte en un crítico sospechoso; pero crítico al fin.

S.B. ¿De dónde procede la inquietud literaria?

J.M. Aprendí a leer los diarios antes de entrar a jardinera (kindergarten). Leí unos pocos clásicos a escondidas (lo recuerdo como un descubrimiento fantástico), asumiendo que la literatura era algo inútil y sospechoso. En mi adolescencia me dediqué a la pintura y a la escultura, como mi madre. Gracias a Leonardo da Vinci me decidí por la arquitectura, por el arte escondido detrás del prestigio de las matemáticas y los problemas prácticos. De todas formas no pude resistir la tentación de escribir ensayos y ficción mientras era un solitario y casi esquizofrénico estudiante en la Facultad de Arquitectura del Uruguay, descubriendo una gran ciudad, Montevideo, lejos de la familia y los amigos. En aquella soledad llena de gente, el mundo que procedía de la imaginación y la memoria me procuraba de un vértigo y una emoción estética muy parecida a la plenitud de la libertad, que raras veces alguien experimenta en su totalidad. La literatura no sólo curó mis conflictos psicológicos, sino que también me dio una nueva perspectiva filosófica acerca de lo que es la realidad y la ficción, lo que es importante y lo que no lo es. Luego de recibirme trabajé como arquitecto, sobre todo haciendo cálculos de estructura, pero siempre supe que lo hacía para sobrevivir, no por vocación. De esa época me viene la convicción que la realidad está más hecha de palabras que de ladrillos. En esa época ya había publicado mi primera novela, Memorias de un desaparecido, en 1996, y había reconocido un destino: cuando alguien sabe que bajo cualquier circunstancia y practicando cualquier otra profesión continuará escribiendo, que el mundo cobra un sentido superior visto desde esa actividad y que morirá considerándose un escritor, sin importar qué diga la crítica o los lectores, entonces no es que uno ha encontrado su verdadera vocación sino que su vocación lo ha encontrado finalmente a uno, rendido ante las evidencias.

S.B. Desde entonces ha publicado mucho. ¿Cuáles considera que son sus mayores logros?

J.M. No tengo muchos logros. La vida de un escritor, como la de una persona cualquiera, se parece a su résumé: el curriculum más impresionante esconde una lista de fracasos, varias veces más extensa. Mi mayor logro es mi familia. Dudo de muchas cosas que hago a diario, muchas veces de forma obsesiva, pero nunca dudaré de haber dado vida a un ángel que espero que sea un buen hombre, no libre de conflictos y contradicciones pero un hombre honesto, tranquilo y lo más feliz posible. Eso no tiene una explicación racional. Como todas las cosas más importantes de la vida, que son muy pocas, no dependen de la razón.

S.B. ¿Cómo se llega a la posición que usted ocupa actualmente?

J.M. Si la pregunta se refiere a mi actividad literaria, ignoro la respuesta e ignoro si lo que asume la pregunta es cierto: que he alcanzado alguna posición. Si se refiere más concretamente a mi actual profesión como profesor en Jacksonville University, la respuesta no es complicada: hay un llamado de una universidad para un puesto full time publicado a nivel nacional para doctores en el área X, se envía la solicitud y documentos necesarios, el comité de búsqueda elige algunos entre cientos de otros doctores para una serie de entrevistas en una conferencia nacional. Después de un tiempo y de las correspondientes deliberaciones, se eligen tres candidatos para una visita a dicha universidad. Luego de un proceso de antevistas, pruebas y demostraciones de clase, etc., finalmente se elige uno. Claro que el proceso nunca termina, y para un extranjero es mucho más complicado y difícil.

S.B. ¿Qué les diría a los jóvenes que están empezando una carrera en la literatura?

J.M. Les diría que traten de pensar desde un punto de vista diferente al suyo propio. El mundo y hasta la realidad más humilde y pequeña es siempre más amplia y compleja de lo que uno puede percibir y pensar al principio. Si no se dedican a la política, les recomendaría que no simplifiquen, que no sean maniqueos, que sean conscientes de esta complejidad, que cuestionen sus propias convicciones. Les recomendaría que escriban con convicción. Si bien como personas debemos ser humildes antes nuestras imperfecciones, como escritores debemos ser soberbios en el sentido de que no debe importarnos más las críticas que nuestras propias convicciones literarias y filosóficas. El escritor debe saber lo que está haciendo, porque cuando escribe es como un dios y todo lo demás no importa. Finalmente, sólo por no extenderme demasiado, les sugeriría que, al mismo tiempo, se liberen de las estrechas definiciones de “éxito”, generalmente asociadas al dinero y al prestigio.  No digo que no sea legítimo buscar mejorar la economía familiar, individual, o el reconocimiento hacia lo que uno hace. Eso es humano y es un derecho. Me refiero a la simplificación que la estrechez de esos valores significa, por la cual, por ejemplo, ser un buen padre o una buena madre o un buen hijo o un buen amigo cada vez cuentan menos en nuestras nociones de “éxito”.

Crisis (novela)

Ed. baile del Sol, Tenerife

Milenio I, II, III, IV México

 

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Intellectus interruptus

El recorte y la austeridad llegan a la literatura periodística

Por los años noventa, todavía en pleno siglo XX, solía escribir por cinco o seis horas ininterrumpidas en

una maquina checa que había comprado a precio de chatarra un domingo en la feria de Tristán Narvaja de Montevideo, algo así como el Rastro de Madrid o algún marché aux puces en París. En aquel solitario cuarto de estudiante que daba a un callejón de la Ciudad Vieja, escribía y reescribía cuatro o cinco veces el mismo capítulo de una novela. La parte más difícil era siempre la reducción. Por lo menos era esa parte artesanal la que me consumía más tiempo. Pero lo hacía con pasión, con placer y sin ninguna urgencia, ya que por entonces no escribía para publicar.

Unos años después publiqué mi primera novela, en parte resultado de esa lucha caótica entre obsesiones, alucinaciones personales y el casi imposible fenómeno de la comunicación de un mundo fantasmagórico que puede ser muy significativo para uno pero no para el resto. Estoy seguro que si en algo he logrado comunicarme con los demás usando o usurpando ese arte sagrado que es la literatura, fue gracias a sucesivas mutilaciones: la comunicación de las emociones más profundas apenas se da en un estrecho espacio común entre las locuras propias y las particularidades ajenas. Así, un escritor de ficción que publica tiene que convertirse en un fabulador doble en el sentido de que debe ser verosímil para poder decir apenas un poco de toda la verdad que vive debajo de una superficie razonable.

Gracias a esa novelita conocí en pocos meses a varios periodistas jóvenes, cuya amistad conservo hasta el día de hoy. Un día, uno de ellos me pidió que escribiese un artículo sobre el tema de una conversación que habíamos tenido, advirtiéndome que solo disponía de un espacio de cuatro mil palabras. Nunca me imaginé que, para desdicha de tantos lectores, ese iba a ser el primer artículo de muchos cientos que llevo publicados hasta hoy. De vez en cuando descubro que muchos de ellos han sido republicados en diarios y revistas, a veces firmados por error con otros nombres. Normalmente me basta con leer dos frases para saber si las escribí yo o alguien más, aunque hayan pasado quince años. Siempre excuso estos errores pero me cuido de protestar, con cierto éxito, cuando descubro mi nombre en artículos que nunca escribí. No es justo secuestrar méritos ni hacerse responsable de las locuras ajenas.

A fines del siglo, todavía se podían encontrar artículos de cuatro o cinco mil palabras en publicaciones no académicas. Al poco tiempo pude sentir, más allá de comprender, el beneficio didáctico de reducir largos ensayos a este número que al principio parecía tan avaro.

Por la vuelta de los primeros tres o cuatro años del siglo XXI, los editores ya habrían aumentado sus exigencias de cuatro mil a dos mil palabras. Recuerdo un importante diario mexicano que una vez me devolvió mi habitual artículo semanal porque pasaba de las 1.800 palabras. Amablemente, me sugirieron llevarlo hasta ese número. Así lo hice, seguro de que la brevedad es una forma de amabilidad, y continué publicando allí y en otros diarios del continente, que aparentemente se sintieron más cómodos con el nuevo formato.

Pocos años después el número sagrado se había encogido a 1.200, lo cual coincidía con el estándar del continente y uno o dos años más tarde a solo mil palabras.

No hace mucho, uno de los medios mas leídos del mundo me pidió cuatro veces que redujera un artículo solicitado hasta 800 palabras. La primera vez les envié el artículo de mil palabras. Me respondieron que hiciera un esfuerzo para llevarlo a 850. Les envié otro de 900, asumiendo cierta flexibilidad. Rechazado. En otro momento, hubiese renunciado a enviar otra versión, pero me interesaba mucho dar a conocer el tema del cual trataba el disputado artículo. Perdido por perdido, lo mutilé hasta hacerlo entrar en 850 palabras. Naturalmente, fue publicado.

A la fecha de hoy, el nivel de flotación de los artículos de opinión anda por las ochocientas palabras, y descontando.

Ahora, al igual que para los editores de folletos y panfletos que llenan nuestros buzones y de los best-sellers que se venden por kilogramo, esta dramática e ilimitada reducción de los textos en los actuales medios masivos no se debe a un problema de espacio, como ocurría desde los antiguos egipcios y sumerios, pasando por los amanuenses de convento, los incunables, los herejes hermeneutas, los enciclopedistas franceses y todas las publicaciones periódicas en papel desde siglo XVIII al XX. Se debe al Nuevo Lector.

No pretendo poner de modelo de lectura a un ladrillo como el Ser y la Nada de Sartre, aunque lo recomiendo al menos como ejercicio intelectual. El problema es que cada día los lectores tenemos más cosas a las que prestar atención. Casi todas ellas distracciones; casi todas, estímulos fallidos. No tenemos más opciones que antes; eso es adolescentemente falso. Sólo tenemos más distracciones y, en consecuencia, más necesidades de interrumpir algo que apenas comenzamos.

Pero el día de los hombres y de las mujeres sigue teniendo veinticuatro horas. Las mismas veinticuatro horas de un lector de Flaubert y de Dostoievsky, de Kafka y de Ernesto Sábato. Por consiguiente, tenemos el mismo tiempo para ocuparnos de más cosas y llegar al fondo de ninguna.

Me temo que el jibarismo que está sufriendo la literatura periodística no se debe a la calidad sino a ciertas carencias del Nuevo Lector (aparte de un orgullo ciego y autocomplaciente, casi siempre apoyado en la excusa generacional, que le impide cualquier autocrítica). No se debe al arte de la síntesis sino al de la mutilación.

Me temo que el ejercicio de reducir, pronto se convertirá en un esfuerzo por estirar una idea hasta 140 caracteres. Probablemente sobren 10 o 20. Probablemente el Nuevo Pensamiento se las arregle bastante bien con un par de emoticones. :/

Jorge Majfud

Diálogo con Gabriel Conte

Link permanente: http://www.mdzol.com/mdz/nota/429768

http://www.mdzol.com/entrevista/431288

El intelectual «más influyente» de Iberoamérica: «No tengo interés de influir decididamente en nada»

Empecemos por acordar un significado del término «intelectual», ya que, como sabemos, entre éstos vive el ánimo de la polémica y -como seguramente esta nota será leída en primer término por ellos- debemos ser consecuentemente, precisos.

Vamos por la formalidad de la Real Academia Española de las Letras:

1. adj. Perteneciente o relativo al entendimiento.
2. adj. Espiritual, incorporal.
3. adj. Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras.

Vayamos, de inmediato, a una explicación popular en torno a quién debe ser considerado por los otros como «un intelectual»: «Es aquel que se dedica al estudio y la reflexión crítica de la realidad y comunica sus ideas con pretensión de influir en ella, alcanzando autoridad ante la opinión pública». Lo dice la Wikipedia, pero chequeando su información pocas veces confiable, puede comprobarse que lo ha tomado de las ya famosas listas de la revista (con versión en español) Foreign Policy.

Para darle un barniz intelectual a esta introducción sobre intelec tuales, no podemos dejar de citar a Jean Paul Sartre, quien dijo: «L’intellectuel est quelqu’un qui se mêle de ce qui ne le regarde pas» (Intelectual es el que se mete en lo que no le importa).

Chomsky, desde su costado, giró 180 grados desde su posición ineludible de intelectual de este tiempo para señalar que «Los intelectuales son especiualistas en difamación, son básicamente comisarios políticos, son administradores ideológicos, los más amenazados por la disidencia».

Pero a lo que iremos de lleno es una valoración acerca de estos seres que se encuentran en los libros, las universidades y también en las listas de famosos: en la búsqueda del intelectual más influyente de Iberoamérica, la ya mencionada publñicación inglesa Forfeign Policy abrió sus páginas en Internet para que fuesen los lectores, y no su equipo, quienes esta vez eligieran a uno de un montón.

Así, en el canon oficial de la publicación, aparecieron nominados tales como Mario Vargas Llosa y su hijo Álvaro; Eduardo Galeano, Jorge Edwards, Enrique Krauze, Michel Bachelet y Ricardo lagos de Chile; Fernando Henrique Cardoso, Felipe González y Julio maría Sanguinetti, por citar a los políticos que, además, piensan, escriben y proponen. Los disidentes cubanos Yoani Sánchez y Carlos Alberto Montaner también están en el listado.

Pero la cuestión es que este año el elegido por los lectores de la versión en español de Foreign policy es el escritor uruguayo Jorge Majfud quien además de su pasión por las letras, es arquitecto y docente que realiza sus labores en los Estados Unidos.

 


Allí ha sido docente de la Universidad de Georgia, de donde egresó, en la Linconln University y en la Universidad de Jacksonville. Colaborador en muchísimos medios de comunicación, sus textos han pasado por The Huffington Post, La Vanguardia de Barcelona yPágina/12.
 

Majfud, como escritor, es autor de Crisis -novela-, Cybors-ensayos- El eterno retorno de Quetzalcoalt -investigacion académica- e Ilusionistas -prólogo y traduccion para libro de aquel que maldefinió a los intelectuales: Noam Chomsky-. En este año, son los cuatro libros de su autoría que han sido publicados.

Sin embargo esa no es toda su obra. Casa de las Américas de Cuba lo distinguó en 2001 con una mención por la novela La Reina de América, también Excellence in Research Award de la Universidad de Georgia.

Antes de los cuatro títulos publicadoe en 2012 su producción literaria incluyó:

– Hacia qué patrias del silencio (Memorias de un desaparecido), novela, 1996.

– Crítica de la pasión pura, ensayos, 1998.

– La Reina de América, novela, 2001.

– El tiempo que me tocó vivir, ensayos, 2004.

– La narración de lo invisible / Significados ideológicos de América Latina, ensayos, 2006.

– Perdona nuestros pecados, cuentos, 2007.

– La ciudad de la Luna, novela, 2009.

 

 

 

– Si fueras vos «el gran elector», ¿a quiénes señalarías como «los intelectuales del momento» en Iberoamérica?

– Esas listas siempre han sido muy discutibles. Alguien me escribió diciendo que había propuesto mi nombre luego de leer el prólogo que le escribí a Noam Chomsky. Es decir, son circunstancias del momento que luego se olvidarán. Les agradezco mucho a quienes amablemente me incluyen en esta o en aquella lista, si es de buena fe. Así que no voy a decir que no me alegra que la gente se acuerde de mi trabajo, pero es una alegría que dura unas pocas horas, a veces minutos. Si me preocupase por los aplausos o por los insultos no podría vivir. Pero esa indiferencia, que a veces me preocupa, no es algo calculado, sino algo que viene con los años. Aparentemente hay gente que de hecho no duerme por esas cosas y ni siquiera tienen una vida propia. Ahora hay una cultura del canibalismo… pero, en fin, ese es otro tema.

En pocas palabras, creo que en el fondo todos sabemos lo relativo que son las listas de los mejores y los peores y no creo que dejen de serlo por un largo tiempo. Incluso si se inventara un algoritmo que midiese la influencia de un intelectual en un espacio y en un tiempo determinado, aún así quedarían muchos puntos discutibles, como lo es la misma definición de “intelectual” o de “influencia”, que varía incluso de un idioma a otro, de una cultura a otra.

Pero si aceptamos un cierto entendido tradicional en tu pregunta, te mencionaría, más allá de mis preferencias propias, a Eduardo Galeano, Mario Vargas Llosa, Leonardo Boff, Fernando Savater, Pérez-Reverte, Javier Marías, Montserrat Domínguez, y muchos otros. Ahí en Argentina ustedes tienen grandes valores, algunos con una gran proyección mediática y otros nunca reconocidos suficientemente, como Hugo Biagini, Horacio Verbitsky, Juan Gelman, Jorge Lanata, Emilio Cafassi, etc. 

– ¿Sigue siendo importante la intelectualidad a la hora de los cambios que influyen en mejorar la vida de los habitantes de esta zona del mundo?

– No, al menos no como, por ejemplo, en tiempos de la fundación de Estados Unidos o de las republicas iberoamericanas. Las palabras “intelectual” e “intelectualidad” han perdido mucho de aquel prestigio que procedía del Renacimiento, que maduró en el Iluminismo y tuvo sus figuras históricas hasta fines del siglo XX. Todavía queda mucho de eso pero no tanto como en décadas pasadas. El último gran icono del intellectuelle engagée fue Jean Paul Sarte. Sin duda, desde Sartre y Foucault hasta hoy esa figura es Noam Chomsky. Este cambio se debe a varios factores. Primero, los mismos intelectuales de izquierda (esta no es una condición per se del intelectual comprometido, pero en un mundo dominado por la derecha era natural que los intelectuales se corriesen a la izquierda, sobre todo en America Latina) comenzaron a renegar del título en su proyecto de conectarse con las masas o, mejor dicho, con el pueblo. Segundo, los intelectuales y sobre todo las ideologías de derecha, lograron descalificar el trabajo intelectual como algo superfluo o como un estorbo para el progreso material.

Fue una forma de neutralizar la literatura, por ejemplo, reduciéndola a su función de entretenimiento. Cuando esto no funcionó, se la criminalizó bajo etiquetas como “idiota”, “infantil”, “realismo mágico”, “torre de marfil” o “improductivo”. Lo curioso es que los intelectuales de derecha generalmente han defendido el derecho de los escritores, por ejemplo, a recluirse en sus “torres de marfil”; lo cual es un derecho legitimo, pero comienza a ser sospechoso cuando se intenta reducir el trabajo intelectual en general y literario en particular a ese espacio solipsista, narcisista. Es decir, inofensivo. Etiquetas que, por supuesto, tenían una funcionalidad clara para el statu quo del momento.

En cierta medida, este desprestigio también fue producto del triunfo del espíritu práctico y conquistador del empresario anglosajón contra el declive de lo que hace un siglo se llamaba el “espíritu latino”, que en este sentido no sólo incluía a Francia sino que tenía en París el polo opuesto a Londres; el racionalismo contra la practicidad, donde “intelectual” era una mala palabra.

Sin duda que los intelectuales han cometido errores catastróficos. ¿Qué grupo humano no lo ha hecho a lo largo de diez mil años de historia? Pero también podríamos pensar en lo que sería el mundo hoy sin los poetas, los dramaturgos y los filósofos griegos de los siglos V y VI a. C., sin los humanistas judíos, islámicos y cristianos de la Alta Edad Media, o de los iluministas del siglo XVIII. Simplemente nunca hubiésemos tenido revoluciones como la americana y la francesa, ni tantos movimientos sociales y populares que cambiaron el mundo para mejor, resistiendo una larga lista de violentas esclavitudes que hoy pocos tienen en cuenta a la hora de estigmatizar a los “revoltosos” de turno. La Democracia estaría en pañales. Y si bien hoy la democracia agoniza en manos de los señores feudales de turno, que son las megacorporaciones y los dueños de la mayor parte del capital que circula en el planeta, también es cierto que su dominio no alcanza a ser absoluto, no gracias a sus buenos corazones sino a los “irresponsables radicales” que no se conforman con agradecer a esos señores por una esclavitud que llaman progreso solo porque en gran medida es una esclavitud consentida –como lo han sido siempre todas las formas de esclavitudes anteriores.

– ¿Diferenciarías en ese proceso a intelectuales de economistas?

– Sí. Obviamente, los economistas hacen un trabajo intelectual. Pero también lo médicos, los mecánicos o un agricultor que medita sobre la conveniencia de plantar trigo en lugar de soja. Todas las disciplinas universitarias se basan en un trabajo intelectual. La diferencia en la definición radica en que el intelectual se especializa en nada, es decir, su área no se limita a una disciplina estrictamente limitada, como puede ser la lingüística o la cardiología, sino que es, básicamente, un generalista que intenta ver la realidad a vuelo de pájaro para replantear los problemas que generalmente no son feudos cerrados de especialistas y, al mismo tiempo, trascienden su grupo social y temporal.

Eso como definición general. Por lo tanto, un economista puede ser un intelectual, como Noam Chomsky es un intelectual aparte de ser el lingüista más célebre del último siglo. Un economista puede ser un intelectual pero no todos los economistas son intelectuales, como no todos los escritores ni todos los profesores universitarios son intelectuales. Todos sabemos que existe algo llamado “trabajo clerical”, que es el más común, por ejemplo, entre los intelectuales orgánicos, como diría Antonio Gramsci, si me permiten la herejía de citar a Gramsci en estos tiempos en que los insultos valen por argumentos.

– ¿Qué rol les cabe, a tu criterio, a los dirigentes sociales que protagonizan los cambios en Latinoamérica y de quienes no se puede decir que detenten dotes intelectuales?

 – Se podría decir que un presidente como Evo Morales no es la imagen del intelectual, como Fernando Henrique Cardozo, por ejemplo. Sí, cada tanto escuchamos algún que otro disparate… Pero en el acierto o en el error, al menos los bolivianos dieron un enorme paso hacia la democracia cuando se dieron cuenta que su país no era un país de criollos blancos solo porque los indios, hechos y desechos en la cultura del “pongo”, como en Perú, nunca salían en los diarios. Entonces eligieron a alguien como ellos, que más o menos los representa. Las orgullosas “democracias desarrolladas” del norte han reincidido en elegir políticos profesionales que representan más a los banqueros que financian sus brillantes carreras y sus campañas electorales, que a  los electores que los eligen como sus representantes. Esta no es la idea de democracia que uno pueda tener. Luego, para anestesiar o descalificar este tipo de crítica, se intenta comparar un país pobre y subdesarrollado con uno rico o desarrollado, como si en los países más desarrollados los valores radicales de la democracia no entrasen en la idea de desarrollo; como si el progreso y el desarrollo de una sociedad no se debiera a sus trabajadores, a sus inventores ni a sus intelectuales sino a sus banqueros y a todos aquellos especuladores que se presentan como los “padres fundadores” de sociedades y de países enteros, mientras lucran de ese desarrollo y secuestran las democracias y sus narrativas.

Ahora, no me voy a arrogar la autoridad de definir el rol de los dirigentes sociales. Pero si me preguntas tal vez sí pueda dar una opinión. Para empezar yo diría que su rol debe ser más importante que el rol de cualquier grupo de intelectuales. Pero este rol no debería excluir a los intelectuales, algo que está muy de moda. Esto se debe a la dictadura de los tecnócratas y al menosprecio de otras dimensiones de la existencia humana más allá de la producción y la economía, algo que se surge desde las raíces de nuestra civilización basada en el consumo como fuente de riqueza y de éxito social, de un mundo que confunde riqueza con desarrollo.

Pienso que la función desde los presidentes hasta los gremialistas, es trabajar en pasos graduales pero concretos hacia una democracia más directa, que es lo mismo decir, hacia una democracia más radical, que es el sentido de cualquier democracia que no sea una simple cobertura y legitimación del poder de unas elites en el poder, ya sea el financiero como el paradójicamente llamado poder de los “representantes del pueblo”. Como ya he expresado muchas veces, desde los experimentos parlamentaristas en Inglaterra en el siglo XVII y revoluciones políticas como la americana y la francesa en el siglo XVIII, donde se iniciaron los primeros experimentos concretos más allá de la teoría y del pensamiento de los pensadores humanistas, del renacimiento y de la Revolución industrial, no hemos tenido grandes novedades en esta previsible evolución. Las novedades han sido, aunque no pocas ni de poca importancia, en el área de los derechos humanos y de la ecología, pero no en la gestión misma de la democracia. El anacronismo de los sistemas representativos que denunciamos hace muchos años como fuerzas reaccionarias, se está evidenciando aun más en los conflictos de intereses que vemos en las democracias del mundo desarrollado: en lugar de mostrar una democracia avanzada están mostrando democracias subdesarrolladas, donde los ciudadanos no solo tienen pocas opciones y suelen quedar cautivos de sus propios errores, sino que además la capacidad popular de gestión es mínima ante las grandes fuerzas del capital de los bancos y de las megacorporaciones. ¿Dónde está la democracia en un mundo donde las decisiones más importantes en la economía y el medioambiente está en manos de multinacionales que lucran, por ejemplo, con la quema de petróleo o con la venta de armas?

Así la verdad también está en manos de millonarias campañas propagandísticas a favor, obviamente, de sus propios intereses. Por otro lado, ¿cómo se contesta a esta situación desde otras áreas mas “marginales” del mundo? De dos formas: o copiando los peores valores centrales del mundo desarrollado, como lo es el consumismo superfluo, o repitiendo tradiciones, como la latinoamericana de caudillos salvadores que se enamoran del poder político desde el primer día, con la excusa de luchar contra el imperialismo, y así tenemos una eterna postergación del protagonismo del pueblo mismo para autogestionarse en sus problemas concretos y relacionarse más directamente con sus pares del otro lado del planeta.

– Si así fuera, ¿en qué temas te gustaría influir con tu pensamiento, tus columnas y tus libros?

– Honestamente, no tengo ni el interés ni la pretensión de influir decisivamente en nada. Sólo quiero comprender este mundo. Tal vez esa sería mi mayor contribución, si es que mi vida va a justificarse por algo, además de mi función de padre. Lo único que quisiera es no equivocarme de una forma que haga infeliz a la gente. Cosa que es más bien utópica, ya que cualquier cosa que uno haga causará diferentes efectos en diferentes personas. Es imposible controlar eso. Dicen que hace tiempo ya hubo un hombre bueno que en lugar de responder con violencia aconsejaba ofrecer la otra mejilla y cambiar el miedo por el amor, incluso a sus enemigos… ¿Lo cruificaron, no?

Así que la lección está servida. Por mi parte, como no provengo de una familia acomodada, como se decía antes, y debo luchar palmo a palmo por mi propia sobrevivencia y la de mi familia, no tengo mucho tiempo ni siquiera de imaginarme que pueda ser un héroe dialectico, como decía Nietzsche. Sí quisiera pensar que al menos he aportado un grano de arena en la construcción de un tiempo mejor para mi hijo y toda su generación, para esos que tendrán que seguir luchando cuando nosotros ya no estemos para ayudarlos. Esas cosas sí me preocupan de verdad. Por lo tanto, lo que puedo intentar desde el lugar donde me puso el destino, es contribuir para un mundo menos brutal, con menos violencia física y menos violencia moral, que es la más universal y la más difícil de visualizar. Con mucha frecuencia pienso que algún día me retiraré de todas las batallas dialécticas, y entonces no me importará hacer silencio sobre algo que alguna vez consideré crucial o inmoral. No lo sé. Seguramente todavía no me ha llegado ese tiempo… De cualquier forma, este trabajo de escribir con pasión y publicar con responsabilidad tiene sus riesgos y, en mi caso personal, un incurable sentimiento de culpa.

 

 

 

Milenio II (Mexico)

¿Para qué sirve la cultura?

English: «What good is culture?»

Es comprensible que en tiempos de crisis todos los sectores de una sociedad sufran recortes presupuestales y reducción de ganancias. No es del todo comprensible pero es fácilmente aceptable que la primera víctima de esos recortes sea la cultura. Aceptamos que si dejamos de leer un libro o si nos privamos de un clásico del cine no sería tan grave como si dejásemos de vestirnos o de comer. A corto plazo esto es cierto, pero a largo plazo es una trampa extremadamente peligrosa.

¿En qué sentido? Por ejemplo, en el sentido de la práctica del “sunset” o “atardecer”, técnica conocida por los legisladores de la antigua Roma y preferida por los grandes estrategas políticos, parásitos de los sistemas democráticos: se establece una ley o una norma, como el recorte de impuestos para las clases inversionistas con fecha de expiración, lo que le da una apariencia de medida provisoria; generalmente esa fecha cae en un año electoral, lo cual significa que nadie propondrá un aumento de los impuestos y la ley es previsiblemente extendida, ahora con la ventaja de haberse consolidado en el discurso político y en la desmemoria de la gente.

El problema sobre qué es superfluo y qué no lo es, se multiplica cuando pasamos del ámbito individual al ámbito público, de un tiempo medido en días o semanas a un tiempo social de años o a un tiempo histórico de décadas.

Los hombres y mujeres que suelen acceder a los gobiernos recurriendo siempre a los sueños y a las esperanzas de sus votantes, siempre terminan por justificarse en sus gobiernos no por ser soñadores sino todo lo contrario: porque tienen verdaderas responsabilidades (¿pero con quiénes?); porque son pragmáticos y quienes no están de acuerdo son soñadores delirantes, irresponsables manifestantes que no tienen otra cosa más productiva que hacer.

Por lo tanto, las armas de los pragmáticos apuntan de forma impune al flanco más débil de cualquier gobierno: primero la cultura, después la educación. En realidad, existen innumerables rubros mucho más inútiles que la cultura y la educación, como lo son vastas áreas de la administración misma. Pero obviamente necesitamos de esa administración cuando tenemos una educación y una cultura precaria y primitiva. Esto es así tanto en el llamado mundo desarrollado como en el nunca nombrado bajo mundo.

Es natural que en tiempos de crisis económica la cultura sea la primera víctima de estos francotiradores, ya que normalmente lo es aun en tiempos de bonanza. El argumento principal radica, por ejemplo, en que se deben eliminar o estrangular programas públicos como los canales de televisión estatales, las radios, las orquestas sinfónicas, los estímulos a las diversas artes, al pensamiento, a las humanidades en general, a las ciencias en particular.

¿Por qué? Porque se argumenta y se acepta que no es justo que, por ejemplo, un programa privado de televisión sobre las debilidades sexuales de los productores de entretenimiento (por no decir productores de frivolidades) que tiene cinco veces más audiencia que una serie sobre la Primera Guerra o sobre los cuentos de Borges, deba arreglárselas con sus propios medios, mientras aquellos otros programas que tienen poca audiencia injustamente reciben ayuda del gobierno, es decir, dinero de todo el resto de la población que no mira ni le interesan esos programas “culturales”.

Eso es lo que con fanático orgullo se llama libre competencia, lo cual no es otra cosa que la tiranía de las leyes del mercado sobre el resto de la vida humana. De hecho, el argumento central, explícito o azucarado, radica en que también la cultura debe someterse a las mismas reglas a las que estamos sometidos todos quienes nos dedicamos a actividades “más productivas”, como si las actividades productivas en las sociedades de consumo no fuesen, en realidad, una ínfima minoría: basaría con considerar todos los trabajos productivos que se mueven en torno al fútbol (desde los chóferes de ómnibus hasta los policías y los vendedores de parabrisas), en torno a la televisión basura, en torno a la literatura de entretenimiento, por no hablar de asuntos más serios como las drogas y las guerras. Si hiciéramos un estudio para identificar aquellos rubros realmente “productivos” o esenciales para la vida humana, probablemente no alcanzaríamos a un diez por ciento de todos los capitales que giran en torno nuestro.

Ahora, entiendo que dejar a la cultura en las manos de las leyes del mercado sería como dejar a la agricultura en las manos de las leyes de la meteorología y de la microbiología. Nadie puede decir que el exceso de lluvias, que las sequías, que las invasiones de langostas y gusanos, de pestes y parásitos son fenómenos menos naturales que la siempre sospechosa mano inasible del mercado. Si dejásemos a la agricultura librada a su suerte pereceríamos de hambre. De la misma forma es necesario entender que si dejamos a la cultura en manos de las leyes del mercado, pereceríamos de barbarie.

Jorge Majfud

 Milenio, II,  (Mexico)

MDZ (Argentina)

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Eduardo Galeano

Eduardo Galeano

“The Hoariest of Latin American Conspiracy Theorists”

 

Although I would say that the article “The Land of Too Many Summits” by Christopher Sabatini (Foreign Affairs, April 12, 2012) is right on some points, it nonetheless fails to give little more than unproved opinions on other matters — or as Karl Popper would say, certain statements lack the “refutability” condition of any scientific statement — and is inaccurate in terms of its overall meaning.

For years I have argued that Latin American victimhood and the habit of blaming “the Empire” for everything that is wrong is a way to avoid taking responsibility for one’s own destiny. Mr. Sabatini is probably right in the central point of his article: “If the number of summits were a measure of the quality of diplomacy, Latin America would be a utopia of harmony, cooperation, and understanding.” However, Latin American leaders continue to practice antiquated traditions founded upon an opposing ideology: a certain cult of personality, the love for perpetual leadership positions, the abuse of grandiloquent words and promises, and the sluggishness of concrete and pragmatic actions and reforms, all of which are highly ironic features of governments that consider themselves “progressive.» Regardless, not all that long ago, when conservative dictatorships or marionette governments in some banana republic or another manifested such regressive characteristics, it didn’t seem to bother the leaders of the world’s wealthiest populations all that much.  

On some other basic points, Sabatini demonstrates factual inaccuracies. For example, when he states that Eduardo Galeano “wrote the classic screed against the developed world’s exploitation and the region’s victimhood, Open Veins of Latin America, read by every undergraduate student of Latin America in the 1970s and 1980s,” he forgets — I cannot assume any kind of intellectual dishonesty since I don’t know much about him, but neither can I accuse him of ignorance, since he has followed “Latin American politics for a living” — that at that time Latin America was not the magic-realist land of colorful communist dictators (with the exception of Cuba) as many Anglo readers frequently assume, but rather the land of brutal, conservative, right-wing military dictatorships with a very long history.

Therefore — anyone can logically infer the true facts — that famous book was broadly forbidden in that continent at that time. Of course, in and of itself, the widespread prohibition against it made the publication even more popular year after year. But such popularity did not primarily stem from the book’s portrayal of the self-victimization of an entire continent — which I am not going to totally deny — but was more in response to Galeano’s frank representation of another reality, not the false imaginings of certain horrible conspiracy theorists, but rather the reality created throughout Latin American history by other hallucinating people, some of whom became intoxicated by their access to power, although they themselves did not actually wield it in the formal sense.

Therefore, if Eduardo Galeano — a writer, not a powerful CEO, a commander in chief of some army, another drunken president, nor the leader of some obscure sect or lobby — is “the hoariest of Latin American conspiracy theorists,” then who or what is and was the de facto hoariest of Latin American conspirators? Forget the fact that Galeano is completely bald and try to answer that question.

Regrettably, it has become commonplace for the mass media and other supporters of the status-quo to ridicule one of the most courageous and skillful writers in postmodern history, and to even label him an idiot. However, if Eduardo Galeano was wrong in his arguments — no one can say he was wrong in his means, because his means have always been words, not weapons or money — at least he was wrong on behalf of the right side, since he chose to side with the weak, the voiceless and the nobodies, those who never profit from power, and consequently, we may argue, always suffer at its hands.

He did not pick white or black pieces from the chessboard, but instead chose to side with the pawns, which historically fought in wars organized by the aristocracy from the rearguard (kings, queens, knights, and bishops). Upon the conclusion of battle, that same aristocracy always received the honors and conquered lands, while the pawns were forever the first to die.

Thus has it been in modern wars. With the ridiculous but traditional exception of some prince playing at war, real soldiers are mostly from middle and lower classes. Although a few people have real money and everyone has real blood, as a general rule, only poor people contribute to wars with their blood, whereas only rich people contribute to wars with their money — not so hard to do when one always has abundant material means, and even less difficult when such a monetary contribution is always an interest-bearing investment, whether in terms of actual financial gain or perceived moral rectitude, both of which may well be considered as two sides of the same coin.

Is it mere coincidence that the economically powerful, the politicians in office, the big media owners and a variety of seemingly official self-appointed spokespersons for the status quo are the ones who continuously repeat the same tired litany about the glory of heroism and patriotism? It can hardly be a matter of chance, considering that such individuals have a clear need to maintain high morale among those who are actually going to spill their own blood upon the sacrificial altar of war, and have an equally evident motive for demoralizing to the greatest extent possible those skeptics or critics such as Eduardo Galeano who cross the line, and who never buy those jewels of the Crown.

 

Jorge Majfud

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“Zombis, autómatas en la cadena de producción-consumo”

Notas originales para Milenio  (Mexico)

“Zombis, autómatas en la cadena de producción-consumo”

CULTURA • 9 JUNIO 2012 – 2:58AM — POR GUSTAVO MENDOZA

Milenio - Mexico

 

El filósofo Jorge Majfud refiere que el término “cultura popular ha dejado de producirse en el pueblo” para ser ahora un artículo meramente de consumo.

Monterrey • ¿Qué cosa es un zombie?, sino todos nosotros que vivimos día a día tratando de saciar la sed de consumo. A la par, ¿quiénes son los que se benefician de las crisis, sino es que los más poderosos?

Estas y otras cuestiones responde y analiza el filósofo y escritor Jorge Majfud (Uruguay, 1969) quien ha publicado su novela Crisis, a la cual describe como una “novela mosaico” en donde aparecen personajes dentro del contexto de la Gran Recesión norteamericana.

En entrevista vía correo electrónico, el colaborador de MILENIO analiza el papel de los trabajadores ante una crisis –como la sufrida en 1929 en Estados Unidos- y como se destacan los grupos poderosos que son beneficiados con los impuestos de los primeros.

Además, el autor refiere que el término “cultura popular ha dejado de producirse en el pueblo” para ahora ser un artículo meramente de consumo.

Y sobre dos fenómenos sociales actuales ofrece su reflexión: ¿por qué existe un regreso en la música y moda hacia la década de los 80? Y claro, las multitudinarias Zombies walks que se promocionan por todo el mundo, y de la cual Monterrey no ha quedado afuera.

 

En la contraportada de Crisis se habla de una novela mosaico, con protagonistas múltiples. ¿Por qué siempre los afectados en una crisis terminan siendo los trabajadores?

JM: La respuesta es una simple observación sobre una lógica histórica: los grupos que poseen el verdadero poder social se benefician de una crisis o sufren sus consecuencias en menor grado. En nuestro tiempo, es aún más claro que también las provocan y luego reciben, descaradamente, las multimillonarias ayudas de la población en general, incluido los trabajadores, a través de los impuestos, que no dejan de señalar como la causa de la negativa injerencia del Estado en sus sabios negocios. En nuestro tiempo esos dioses son invisibles (la virgen de Guadalupe al menos se puede ver y alguna gente hasta puede habler con ella), o es el Charging Bull, el “becerro de oro” de Wall Street, o son deidades inalcanzables y desconocidas, como los grupos financieros que especulan usando cálculos de probabilidades como una computadora juega al ajedrez. Son los dioses de nuestro tiempo, dioses abstractos y perversos a los que no se puede siquiera rezar. Si los trabajadores tuviesen el mismo poder, hoy en día en lugar de ser expulsados a las calles en nombre de la austeridad y la eficiencia productiva estarían aumentando sus beneficios cada mes, como de hecho lo están haciendo los dueños de las grandes compañías y, sobre todo, los especuladores. Un “humilde” especulador con conocimientos en matemáticas que trabaja para algún especulador mayor en Wall Street en plena crisis gana (o ganaba) aproximadamente diez millones de dólares por año. Por no hablar de otros dioses oscuros, como los intocables lobbies que presionan o secuestran la democracia desde tiempos anteriores.

 

2. ¿Cuál era el contexto de los inmigrantes hispanos durante la Gran Recesión, si la comparamos con la recién crisis norteamericana en el 2008-2009, que causó fenómenos como la disminución de envío de remesas hacia México, por ejemplo?

 

JM: Si te refieres a la crisis de 1929, más que una gran recesión produjo la Gran Depresión que duró casi una década con algunas recuperaciones tímidas y con ciertas leyes y políticas que significaron las mayores acciones socializadoras de Estados Unidos desde su revolución. Recordemos que la Crisis del 29 se produjo al final de una década de derroche, optimismo y persecuciones ideológicas contra los inmigrantes y fue seguida en los años treinta por el nacimiento de Superman, las olas de violencia contra los negros y su dramática disminución en términos de población. Ahora, en esta Gran Recesión que técnicamente terminó en julio de 2009, las remesas disminuyeron en cantidad y por el estratégico y progresivo debilitamiento del dólar. Para mí las remesas son un tema aparte de gran importancia: no sólo porque en algunos países son importantes ingresos, sino porque significan la consolidación de una gran injusticia binacional: como los ricos vernáculos se benefician de un status quo dado en sus países; nunca emigran. Los protege un sistema y una moral popular: cuando en América latina decimos “es un chico bien”, no queremos decir que es un joven trabajador sino alguien que no necesita trabajar para comer. Como antes se distinguía al “noble” del “villano”, al rico del pobre, al bueno del malo. Si decimos “es de familia trabajadora”, queremos decir que no tiene ningún privilegio, sino todo lo contrario. Siempre emigran los pobres, rara vez los holgazanes y los delincuentes: emigran los trabajadores, expulsados por las injusticias sociales de sus propios países. Luego de arriesgar sus vidas y el poco capital del que disponen, son explotados, perseguidos, humillados y criminalizados en la tierra prometida. Pese a todo, y al mismo tiempo de que son acusados de incrementar la criminalidad en el país donde trabajan, mantienen (esto es estadístico) uno de los niveles de criminalidad más bajos a nivel nacional. Mientras son acusados de ser una carga para el sistema de salud, a los cuales acuden en última instancia, mantienen los precios de bajos y aportan a la economía y al funcionamiento de esta sociedad de una forma que ningún otro grupo puede ni quiere hacerlo.

 

3. ¿En las crisis se acentúa el discurso anti inmigrante en los EU?

 

JM: Lamentablemente eso responde a un padrón histórico. Ante cualquier crisis, sobre todo ante las crisis político-económicas, siempre se buscan a los extranjeros primero y a los grupos raciales o religiosos minoritarios después, como la más rápida y simplista excusa para justificar todo tipo de frustraciones y fracasos. Sería muy largo dar ejemplos y creo que ni falta hacen.

 

4. Vemos en la música y en la moda –a través de las redes sociales- una marcada tendencia a prolongar (o recuperar) todo lo hecho en la década de los 80 ¿Es ciudadano este modelo o de donde nade?

 

JM: Hay una sacralización de los ´80, sobre todo en política. Todavía vivimos en esa época reaccionaria que exterminó el espíritu joven de los ´60, aunque no mucho de sus logros, como las reivindicaciones de las minorías y el pensamiento poscolonialista. Pero en el discurso popular (creo que a partir del siglo XX la “cultura popular” dejó de producirse en el pueblo para producirse en la industria del entretenimiento) todavía se diviniza los 80s. en muchos casos me parece que se tratan de reacciones nostálgicas que pudieran estar indicando cierto declive de ese predominio ideológico. Hace muchos años dijimos que esta década podría marcar cierto regreso de los ´60. En parte ya lo estamos viendo, pero con mucha timidez.

 

5. Te pregunto por un fenómeno creciente en el mundo, y en especial México: las llamadas Zombies Walks ¿Existe algún transfondo que miles de jóvenes se disfracen de muertos vivientes que anhelan un cerebro que degustar?

 

JM: En los fenómenos culturales nada, nada es casualidad. Primero, porque históricamente los grandes artistas se han adelantado siempre a los analistas, como lo demostraron los surrealistas mucho antes de la Segunda Guerra. Segundo, por una razón opuesta: porque, como ya te dije, la “cultura popular” ya no es “cultura del pueblo” sino “cultura para el pueblo”, programada y diseñada para ser consumida por el pueblo. ¿Alguien cree que el marketing podría planear una estrategia de consumo que no se retroalimente a sí misma? Creo que sería muy ingenuo aceptar máximas como: “producimos lo que el pueblo quiere consumir”. Demasiado naive. Ya ni siquiera se puede hablar de “pueblo” sino, meramente, de “gente”, como un grupo informe e indefinido de individuos que muchas veces ni siquiera son individuos completos sino autómatas en la cadena de producción consumo, es decir, “zombies” (alegres y orgullosos de su condición, pero zombies al fin). Los zombies son la expresión de la desacralización de la vida, el cuerpo humano considerado como materia de consumo. ¿Qué otra cosa es el consumismo y sus expresiones como el marketing más deshumanizado, las guerras posmodernas y el crimen organizado? Hace pocos meses se descubrió que escaneando el cerebro de una persona se puede predecir la tendencia de sus gustos en los próximos seis meses. Inmediatamente aparecieron artículos observando que esto facilitaba el estudio de marketing. Si esto parece tétrico yo creo que es aún peor: los gustos de un individuos no sólo pueden ser adivinados con el fin de explotar su capacidad consumista, sino que de hecho son creados por la misma maquinaria del marketing. Lo que los altamente tecnológicos escaners ven no es la naturaleza humana sino lo que han hecho con ella a lo largo del tiempo.

 

6. En EU ya se decidieron unas elecciones presidenciales a través de las redes sociales. ¿Crees que el fenómeno se puede extender, quizás en México?

 

JM: Las redes sociales tuvieron cierta influencia en las últimas elecciones de 2008, pero no creo que las hayan decidido. La diferencia entre Estados Unidos y México no está en las redes, las cuales son idénticas de un lado y del otro, sino en la cultura profunda de cada país y en la situación mercantil que se encuentre cada uno dentro del sistema capitalista. Estas redes todavía son más juguetes que instrumentos de democracia. Lo serán algún día cuando la población esté más madura. Es decir, que sea responsable y no vítima o actor de reparto, que sufra y se beneficie directamente de sus decisiones políticas y no viva la política momo un espectáculo diseñado para la pasión partidista, para los clásicamente estériles debates electoralistas, para decidir cada día y no para elegir representantes cada dos o cuatro años. Es sobre lo que escribíamos al final del siglo pasado: el paso de una democracia representativa, hoy anacrónica, a una democracia directa. El mundo de Internet debe ser uno de los principales instrumentos de esa democracia directa. Pero basta con ver cómo hoy en día lo que abunda son la copia y la repetición, la escasez de pensamiento crítico y la abundancia de la antigua queja o la autocomplacencia. La mayoría de las noticias que se reproducen en los blogs y en las redes sociales son copia de algún gran medio de comunicación, al estilo antiguo. La mayoría de las ideas que circulan han sido creadas por políticos o publicitarios, que es lo mismo. La mayoría de las ideas son munúsculos fragmentos, especies de haikus banalizados por sus naturalezas radicalmente efímeras e intrascendentes. Es una cultura de la distracción vestida, asombrosamente, de compromiso humano y social. No obstante, aunque creo que la crítica radical debe estar siempre (o cualquier tipo de democracia está muerta), también creo que podemos tener muchas esperanzas en este proceso civilizatorio: la madurez llegará y con ella la democracia directa, estación previa para un orden anárquico, quizás global, que sepa autoregularse para potenciar la libertad de los individuos y de los pueblos. En ese orden de cosas, por simple lógica, la violencia deberá ser mucho menor, pese a todos los discursos tradicionales que han demonizado todo proyecto que amenace la pérdida de poder y privilegio de las elites que les han robado a los demás una gran parte del poder social y mundial. Este cambio, si opta por el camino de la revolución, fracasará. Sería el ideal para las fuerzas de la reacción. Pero debe ser un cambio progresivo a través de la maduración histórica, y su principal vitamina será, como siempre, la crítica radical y la acción medrada.

 

Fuente: Milenio  (Mexico)

Antología de Nueva York

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«Edición de súper-lujo, que no sólo tiene a escritoras de primerísima línea como Francis Scott Fitzgerald, Chester Himes. O. Henry, Edgar Allan Poe, Ambrose Bierce y Henry James, sino que cuenta además con escritores actuales de primerísima línea como Lourdes Ortiz, María Zaragoza, Joaquín Leguina José Luis Alonso de Santos, Andrés Trapiello y los mejores escritores actuales de España e Hispanoamérica.

MAR Ed.

De las respectivas obras:© María Zaragoza, Lourdes Ortiz, José Luis Ordóñez, Juan Vivancos
Antón, Jesús Yébenes, Nelson Verástegui, José Luis García Rodríguez, Andrés Fornells, Juan
Serrano, José G. Cordonié, Carlos Augusto Casas, José M. Fernández Argüelles, Andrés Trapiello, Cristina Ruberte París, José Vázquez Romero, Joaquín Leguina, Elena Marqués, Juan Martini, Manuel Gómez Gemas, Fabricio de Potestad, Jorge Majfud, Joseba Iturrate, Vizconde de Saint-Luc, Álvaro Díaz Escobedo, Isaac Belmar, Miguel Angel de Rus, José Luis Alonso de Santos, Tomás Pérez Sánchez, Mar Cueto, Francisco Legaz, Pedro Amorós, Anunciada Fernández de Córdova y Chester Himes con autorización de Himes Literary Estate & Trust.
De las traducciones: © José Luis Gª (inglés)
De la edición: © M.A.R. Editor
Edición y prólogo de Miguel Angel de Rus
Mayo de 2012
http://www.mareditor.com
ISBN: 978-84-939322-5-1
Depósito legal:
Diseño de la colección: Absurda Fabula
Imprime: Publidisa
Impreso en España.

PRÓLOGO
Al hacer una antología sobre Nueva York se puede caer
en la fascinación o en la denuncia, en la descripción alucinada del ambiente turístico o en lo más sórdido de las calles desconocidas en las que duermen a la intemperie los homeless, en el drama-espectáculo de las Torres Gemelas o en el Nueva York de los dulces años en que parecía que el mundo sólo podía ir a mejor y que la ciudad era una fiesta continua. Por ello, en M.A.R. Editor hemos procurado mantener un equilibro entre todas las posturas y entre los autores clásicos, los clásicos vivos, y los autores que se abren camino y que aportan una visión fresca y distinta de una ciudad que fascina o que repele, principal destino turístico del planeta. Por ello se han buscado autores que nos han sido contemporáneos, como el gran Chester Himes, para mostrar el N.Y. más duro; clásicos de los años del gran desarrollo neoyorquino
como O. Henry, Francis Scott Fitzgerald, Edgar Allan Poe, Ambrose Bierce o Henry James; destacados autores actuales
que resultan muy familiares a los buenos lectores, como Lourdes Ortiz, María Zaragoza, Andrés Trapiello, José Luis Alonso de Santos y Joaquín Leguina, y autores de España e Hispanomérica cuya gran calidad no está en relación con la fama, y que nos presentan obras de verdadero interés, como José Luis Ordóñez, Juan Vivancos Antón, Jesús Yébenes, Nelson Verástegui, José Luis Gª Rodríguez, Andrés Fornells, Juan Serrano, José G. Cordonié, Carlos Augusto Casas, José M. Fernández Argüelles, Cristina Ruberte París, José Vázquez Romero, Elena Marqués, Juan Martini, Manuel Gómez Gemas, Fabricio de Potestad, Jorge Majfud, Joseba Iturrate, Vizconde de Saint-Luc, Álvaro Díaz Escobedo, Isaac Belmar, Tomás Pérez Sánchez, Mar Cueto, Francisco Legaz, Pedro Amorós y Anunciada Fernández de Córdova, que cierra este libro de relatos con un curioso poema a los taxis de Nueva York, uno de los iconos culturales del tiempo presente (para bien o para mal), como sabe cualquier amante del cine.

 

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L’État, un trésor divin

 

Estado, divino tesoro (Spanish)

Cet article a été publié dans plusieurs quotidiens du continent le mois même de la Grande crise, en septembre 2008. Je crois qu’il est nécessaire de le relire maintenant plus encore.

 

L’État, un trésor divin

Reverse of 100 dollars (1914 series)

Par Jorge Majfud


L’État dans des temps normaux

Quand l’abus l’idéologie atteint le maximum de bénéfices pour les classes qui le promeuvent, on recourt au plan B qui consiste à suspendre temporairement l’orthodoxie sans suspendre l’idéologie dominante. Le plan A est le plan typique des feuilletons télévisés et des programmes de charité. Dans le premier cas il y a une femme riche, vieille et mauvaise et de l’autre une jeune femme pauvre et gentille. La solution morale consiste à punir la mauvaise riche et à récompenser les souffrances de la gentille pauvre. C’est-à-dire, comme dans la théologie traditionnelle et comme dans les harangues religieuses les plus modernes, les systèmes, les structures sociales et globales n’existent pas ou n’ont pas d’importance. Il y a seulement des bons et des mauvais individus.

Dans le cas des shows de la télévision, les bons sont ceux qui provoquent la maladie d’un système contradictoire, en reproduisant et en consolant la même contradiction, et les méchants sont les critiques qui ne font rien pour les pauvres sinon de critiquer leurs bienfaiteurs. C’est le cas de programmes comme le mexicain « Le Show des Rêves » que nous consommons aussi aux États-Unis, où différents couples dansent et chantent pour soigner la maladie terrible d’un parent. Si le duo chante faux ou n’émeut pas le jury avec ses pirouettes, le couple est éliminé et avec lui le malade. Ceux qui osent critiquer cette obscénité de notre culture, sont moralement écrasés avec toute la force des caméras et avec le même recours à la sensiblerie collective qui applaudit elle même ce qu’elle condamnait des temps passés : les pauvres moribonds allaient aux portes des églises pour que les riches sains finissent par consoler leur âme en jetant quelques pièces devant le regard agité du public qui savait reconnaître une œuvre de bien. Ceux qui observaient l’hypocrisie – c’est-à-dire la « peu nombreuse –critique » – du mécanisme social de la moralisation qui consolait les deux parties, nantis et malheureux, au moment où cela se reproduisait, étaient accusés de ne rien faire pour les pauvres, dans le meilleur des cas, ou étaient stigmatisés par un vocabulaire négatif comme « subversifs », « démoniaques », « improductifs », « critiqueurs », etc. Ce qui confirme la « quasi-perfection » d’une idéologie dominante quand elle se reproduit elle-même à travers la collaboration émouvante entre élus et condamnés.

Tandis que ce drame médiatique et réel moralise des millions de personnes, l’État applaudit l’initiative privée de ces bons roturiers qui luttent pour survivre et s’occupent à sauvegarder la sécurité de l’initiative privée des hommes nobles de la bourse et de leurs investissements salvateurs qui apportent la prospérité au pays. Tandis que l’un espère que son neveu gagne le concours de danse et ainsi la charité peut sauver la vie ou une fonction vitale, l’État investit une grande partie de ses ressources s’assurant qu’aucun n’interrompt la digestion de quelqu’un qui dîne dans un hôtel de cinq étoiles et organise le destin de milliers d’employés et par hasard pourrait aider un malade incurable à sauver sa vie. Dans certains cas ils arrivent à temps. Dans d’autres, ils sont des producteurs de programmes de télévision dont le noble objectif est d’aider les pauvres et les malades.

Quand l’inquiétude sociale dépasse les limites que la narration officielle peut contenir, on tente de maquiller le système en remplaçant certains individus qui sont en charge de tout le malheur de la nation, qu’ils soient gouvernants ou membres de l’opposition.

L’État face à une crise de ses ennemis

Dans la grande politique, il y a pas seulement deux partis pour alterner entre la faction des bons et les méchants, y compris, comme dans le cas étasunien, on peut accuser un individu – le président en échec – et sauver ainsi non seulement un système mais un parti politique qui est à quelques jours d’une élection nationale.

Comme exemple, ce fut jusqu’à présent le discours du candidat républicain John McCain, selon qui tout sera résolu quand lui, le rebelle solitaire (« The maverick ») et un petit groupe de dissidents conservateurs remplacera les hommes et les femmes qui sont aujourd’hui à la Maison Blanche, tous membres de son propre parti sont maintenant accusés d’incompétents et corrompus. Cette narration n’est pas si difficile à digérer par un public conservateur habitué à la pensée et à la harangue féroce des pasteurs et angoissants présentateurs de radios qui chaque jour nous rappellent que le monde est en danger à cause des mauvais garçons (« bad guys »).

De cette crise financière on se sortira avec le même ressort qui a sorti les États-Unis de la Grande Dépression des années 30 : en suspendant momentanément l’idéologie dominante et en permettant qu’un autre individu et qu’un autre parti fasse le sale travail, en le laissant exercer sa propre cohérence pour un temps déterminé. Ce qui en passant démontre que la démocratie représentative fonctionne. C’est comme dire que l’un ne croit pas en Dieu sauf dans les moments où notre vie est en danger ou qu’une souffrance nous menace.

Cependant, bien que nous revenions aux temps de l’orthodoxie anti étatique, nous trouverons encore une contradiction cynique corrigée chaque jour par la narration dominante. L’intervention de l’État dans les régimes du capitalisme dominant est plus significative que dans beaucoup d’états socialistes dont l’influence géopolitique est marginale. Pour le bien et le mal, c’est encore l’État qui monopolise la violence qui maintient hors de danger un système menacé d’une manière permanente non seulement par ses adversaires idéologiques ou par ses déplacés, mais par sa propre activité où le risque élevé de l’investissement est l’une de ses principales composantes. C’est l’État qui soutient, bouge et provoque les interventions policières et militaires pour garantir la continuité d’un système et d’une idéologie. C’est l’État, l’armée, qui garantit le contrôle de la géopolitique au bénéfice de groupes déterminés et au préjudice d’autres, bien qu’il le fasse toujours au nom de tous. C’est l’État qui garantit les différences et les pleins pouvoirs des élites de différentes de formes. D’abord, en commençant par l’appareil répresseur ou offensif. Deuxièmement, à travers l’appareil idéologique. Troisièmement, à travers la garantie de ses classes fermées, presque des castes, où est garantie la stabilité et la permanence de gérants déterminés qui sont fonctionnels au système, comme aux sociétés financières, etc. C’est l’État capitaliste qui prévient de tout mouvement vers l’anarchie d’une société ou de la société globale, en provoquant non seulement une société incapable d’être administré pour elle même dans une démocratie directe mais en stigmatisant la tendance historique de la Société Désobéissante par le mot « anarchie », associé au chaos, au désordre et à la violence de la rue.

Cela ne fait pas plus de deux siècles que les sociétés organisés par classes dans plusieurs pays de l’Europe appliquaient des lois différentes pour leurs différentes classes sociales. Quant un artisan ne pouvait pas payer ses dettes, il allait prison. Quand un noble aristocrate ne pouvait pas le faire, il rentrait chez lui. Pendant au moins deux ans ceux qui aux États-Unis ne pouvaient pas payer leurs maisons étaient punis par l’expulsion et la mise aux enchères. Quand les millionnaires de Wall Street se sont vus dans la panade, ils ont fait peur au monde entier avec les faillites – dans de nombreux cas cela a seulement signifié un changement de nom, un contrat d’achat d’un lobbysur un autre – et tout le poids de l’État a été mobilisé, non pour punir la mauvaise pratique mais pour leur octroyer une facilité de crédit de 700 milliards de dollars.

Depuis l’Angleterre du XVIIIe siècle a surgi et fut consolidée l’idée de que l’égalité et la liberté étaient incompatibles. Cependant cette conclusion paradigmatique a été silencieusement réfutée par une longue histoire qui commence au moins au XVe siècle. L’accroissement de la liberté à travers « la rébellion des masses » c’est-à-dire à travers la demande et la possession des bénéfices de la civilisation et de l’histoire – à l’éducation, à la culture et au pouvoir politique – n’a pas favorisé les différences sociales de pouvoir mais tout le contraire : elle les a progressivement atténuées. Depuis l’Ère Moderne (1775-1950) et en passant par l’âge des révolutions (1776-1918) les partisans de l’égalité se sont méfiés tant de la liberté des individus comme leurs adversaires, les partisans de la liberté, se sont méfiés de l’égalité. Ainsi surgit l’apogée du pouvoir de l’État moderne, représentatif, comme forme de résolution de conflit : l’égalité était menacée par la liberté démesurée de ses individus.

Cependant, nous pouvons reconnaître un paradoxe : l’État avec plus de fréquences que d’exceptions a favorisé les puissants d’une société parce qu’il a été dominé par ceux-ci. C’est-à-dire l’égalité a été protégée par les États autant qu’a été protégée l’inégalité, et peut-être la protection de l’égalité de la part de l’État fut une excuse pour justifier l’existence d’un État qu’il a systématiquement protégé, et surtout en dernier ressort, l’inégalité.

Jorge Majfud
Lincoln University, Septembre 2008 

Traduit de l’espagnol pour El Correo par : Estelle et Carlos Debiasi

  • 1ère publication : El CorreoParis, le 6 Octobre 2008. 
  • 2e publication  : El Correo. Paris, le 23 mai 2012.

 

Interview on Crisis

Jorge Majfud applies his fractal vision to Latino immigrants

 
 

Teacher, writer and novelist Jorge Majfud. (Photo/ Jacksonville University)

Jorge Majfud is a writer, novelist and professor of Spanish and Latin American literature at the University of Jacksonville in Florida whose books — including his fourth, Crisis, to be on the market in the U.S. in June — share a common thread: They are born from his experiences as a Latino and as an immigrant.

Uruguayan by birth, Majfud’s childhood in the 70’s was imprinted by the stream of political affairs in the Southern Hemisphere: political persecution, corruption, years of suffering and torture – real, psychological and moral — and social solidarity. “Those were years of listening at the official speeches and holding back the unofficial truth, of watching universal injustices and being unable to stop them,” Majfud told Voxxi.

“Until someone pushed you to take sides, and when you refused to do it, then  you became a ‘critic’ of the events, a suspicious one but ultimately a critic.”

Beginnings

A writer who confesses learning to read newspapers before nursery rhymes in kindergarten, Majfud, 42, describes himself as an avid devourer of the “classics” during those formidable childhood years. Perhaps as a form of escape from reality. “It was a time of fantastic discoveries, perceiving literature as something useless but fascinating,” he said.

Taking after his mother, Majfud explored the world of painting and sculpture, and ended up at the School of Architecture in the University of the Republic of Uruguay.  However, he could not resist writing essays and fiction during those years, which “not only channeled my psychological conflicts but also gave me a new philosophical perspective about reality and fiction, of what was important and not.”

During seven years working as an architect, Majfud came to realize that reality was built more from words than from bricks. Soon after, his first novel, Memorias de un desaparecido (Memories of a Missing Person), was published in 1996.

Highlight

Fast forward to 2012 and Majfud is about to give birth to his fourth novel, Crisis, which will be printed in Spain and available to the U.S. market next month. “On its surface, Crisis is the drama ofLatin-American immigrants, especially those undocumented ones, in the United States,” Majfud told Voxxi. “At a deeper level, it is the universal drama of those individuals fleeing from a geographical space, apparently looking for a better life but in reality, fleeing themselves; fleeing a reality perceived as unfair but rarely solved through the actual physical relocation.”

Missing, moving, fleeing individuals seem to be recurrent characters in Majfud’s writings, which document their paths towards permanent discovery of their own identity in different realities and situations. These characters stumble upon communication barriers and live through moral, economic and cultural violence as inevitable components of their double drama: as social and as existential beings.

Faithful to his architectural past, Majfud chose a “mosaic” format for his new novel.

“They are fractals in the sense that they may be nearly the same at different scales,” he said. “Each story can be read by itself but when read through, they form an image, such as the pieces of a mosaic, a reality that is less visible to the individual but it can be seen from afar as a collective experience.”

Many of its characters are different but they share the same names – Guadalupe, Ernesto, and so on – because they are collective roles. “Sometimes we believe our life is unique and particular without perceiving we are merely replicating our ancestors’ past experiences or the same dramas of our contemporaries living in different spaces but in similar conditions,” Majfud said. “We are individuals in our particularities but we are collectives in our human condition.”

Each story is set in a different U.S. location with Latin American images appearing in inevitable flash-backs. “Each time a character goes to eat at a Chili’s – a Tex-Mex chain restaurant – trying to navigate a reality between a Hispanic and an Anglo-Saxon context, it is hard to say if they are in California, Pennsylvania or Florida,” Majfud said.

Likewise, he chose Spanish names for all the cities where the stories take place. “It is a way to vindicate a culture that has been under attack for a long time. Just looking at the United States map, you can find a large amount of geographical spaces named with Spanish words, names like‘Escondido’, ‘El Cajón’, ‘Boca Ratón’ o ‘Colorado,’ especially in certain states where they are predominant.”

Novel «La ciudad de la luna» by Jorge Majfud. (The city of the moon)

“However,” he said, “they are invisible to the English speaker, who in his/her ignorance considers them as part of the daily vocabulary. The history ofHispanic culture becomes then subdued, disappears under this blanket of collective amnesia, in the name of a non-existent tradition. Spanish language and culture were in this country one century before the first English settlers arrived, and have never left. Consequently, we cannot qualify Spanish language and culture as being ‘foreign.’ This label is a violent strategy for an indiscernible but dreadful culturicide.”

Although Majfud believes all individuals share a common base – not only biological and psychological but also moral in its most primitive levels – they also differ in certain characteristics, which in our times are considered positive, with certain exceptions, such as cultural diversity.

“Such differences produce fears and conflicts, actions and reactions, discrimination and mutual rejection,” he said. “It is natural that these cultural currents, the Anglo-Saxon and the Hispanic cultures, would reproduce the universal dynamics of dialogue and conflict, and integration and rejection from one another, elements that are also present in Crisis.”

Achievements

Finally, Majfud talked about his achievements. “A writer’s life, like any other person’s, looks like his résumé: the most impressive record of achievements hides a number of failures, sometimes larger than the successes.”

Majfud believes his best achievement is his family; one with failures, because he is human, but his main achievement so far.

“I doubt my actions, sometimes obsessively; however, I never have doubts about the angel I have brought to this life, my son. I hope he will be a good man, not without conflicts or contradictions but an honest one, serene and the happiest he can be,” Majfud said.

“This desire does not have a rational explanation, it just is. As the most important things in life, which are few, it does not depend on reason.”

Shown here is Ernesto Camacho’s painting, “Christie’s World“ from his Series, “Diaries of a City”. “Christie’s World” Christie’s World is a depiction of a single mother in a big city. Although surrounded by the hard, fast paced society of New York, she never looses the quality of being a gracious woman. Even though life in the Big Apple can become disheartening at times, Christy remains alive. (Photo/ Courtesy Majfud with artist permission)

Crisis cover

http://voxxi.com/jorge-majfud-applies-his-fractal-vision-to-latino-immigrants/

 

Entrevista de Carlos Parodiz

Ideas y apuntes básicos de Carlos Parodiz para La Unión de Argentina. «Un cronista de los tiempos oscuros« (2/04/2012)

 

 

Carlos Parodiz: Me gustaría comenzar con tus orígenes, sobre todo por tus primeros recuerdos. ¿Recuerdas algún momento en particular de esa época?

JM: Muchos. Uno de los peores, quizás, cuando estaba en el patio de una casa de campo, en 1973, jugando cerca de una vieja carreta. Sentimos un ruido muy fuerte y fuimos a ver qué pasaba. Encontramos a una tía tendida sobre la cama, con un agujero en el pecho. Se había suicidado luego que los militares le dijeran que iban a castrar a su esposo, detenido y torturado en un arrollo de la zona. Creo que una persona es siempre la primera y la última responsable de ese tipo horrible de decisiones, pero no cabe dudas que el contexto era todo lo deleznable como para llevar a cualquier persona al infierno.

CP: ¿Esa experiencia concreta está en tu literatura aparte de algún artículo que anda por ahí?

JM: No de forma literal. El ambiente, casi surrealista, aunque no nocturno sino más bien insolado, está en las alucinaciones que sufre el protagonista de Memorias de un desaparecido (1996) que finalmente huye hacia el norte, por los campos fronterizos y desolados entre Brasil y Uruguay.

CP: ¿Cual fue tu primer contacto con la literatura?

JM: Probablemente fueron las historias fantásticas que suelen contar las personas de campo. Yo nací y crecí en la ciudad, en una ciudad chica, pero mi padre tenía un campo con algunos ranchos viejos y para mí ir allá los fines de semana era una excursión a un mundo fantástico, lleno de misterios. Algo así como las excursiones que luego de joven hacia a la selva mozambicana. Por entonces, todos eran caminos de tierra y la vieja Dodge Power Wagon del 50, creo, aunque era un pequeño monstruo para la época, con frecuencia se empantanaba en los accidentes del terreno. Pero como literatura escrita en sí mismo, recuerdo la lecturas de libros y, sobre todo, del diario que siempre recibía mi padre. Aprendí a leer al revés, antes de ir a la escuela, hasta que el médico recomendó que me sacaran los diarios para controlar mi hiperactividad. Luego, en secreto, disfruté algunos libros de la pequeña biblioteca de mis padres. Mi madre tenía algunos libros de arte que atesoraba con mucho cariño y mi padre, que más bien era un lector de diarios, solía cambiar algunos trabajos de carpintería por libros que casi nunca leía. Según recuerdo, decía que los libros no hacían mal, y si estaban ahí alguien iba a darles un buen uso.

CP: ¿empezaste a escribir por esa época?

JM: Casi. En mi dormitorio siempre había una máquina de escribir que mi padre usaba de vez en cuando. Siempre estaba cerrada con una caja, hasta que en algún momento nos dio autorización de usarla y ya no paré de “tipear”. En aquella vieja Olivetti escribía pequeñas obras de teatro, muy llenas de humor, para mis abuelos que vivían en una granja de Colonia y al que visitábamos todos los veranos, dos o tres meses. Luego pequeños cuentos que invariablemente tiraba a la basura porque me daban mucha vergüenza. No por su contenido sino por el solo acto de escribir ficción, lo cual consideraba una especie de magia que sólo podían atreverse gente muy especial como Jorge Luis Borges, al cual admiraba desde chico por las revistas argentinas que nos llegaban de segunda mano a la granja de Colonia, siempre con expresiones llenas de sarcasmo, ese humor tan típico del rio de la Plata. Pensaba que intentar imitarlo era por lo menos ridículo y, por lo tanto, sólo escribía cuando sabía que en la casa no había nadie. Por entonces aquellas máquinas hacían ruido. Cada letra era un martillazo.

CP: Pero te decidiste por la arquitectura.

JM: Sí, de algo había que vivir. Arquitectura parecía una profesión muy seria. Además en mi adolescencia me atraía por igual la escultura, la pintura como las matemáticas y la teoría de la Relatividad. Pero podría decir que la arquitectura fue para mí un accidente y una invaluable experiencia de vida. Trabajé un tiempo en Uruguay y en el exterior haciendo cálculos y proyectos muy menores, dirigiendo algunas obras sin trascendencia mientras dedicaba casi todo el tiempo a leer, escribir y sobrevivir.

CP: ¿Cómo llegas a Estados Unidos?

JM: Siempre pensé que me iba a radicar en alguna región próxima al rio de la Plata. En el año 1999 una universidad de Nueva Zelanda me otorgó una beca para haer una maestría en arquitectura, pero decidí finalmente renunciar para invertir todo el dinero que tenía en la cuota inicial de un minúsculo apartamento en Montevideo para dedicarme de lleno a diferentes proyectos de construcción de viviendas en sociedad con otros colegas. Pero poco después llegó la gran crisis en Argentina y Uruguay y todo fue de mal en peor. Daba clases en distintas instituciones públicas y con frecuencia no cobraba. Una vez estuve siete meses sin cobrar y cuando pasaba por la capital a preguntar por mi sueldo me decían de muy mala manera que era un pesado, que no entendía que el Estado no tenía los fondos suficientes. Me comí otras humillaciones, que me las reservo. No vale la pena volver sobre eso. Lo cierto es que decidí finalmente aceptar la invitación de un profesor de la Universidad de Georgia para hacer una maestría en literatura allí. Él era un experto en ensayo latinoamericano, había leído mis libros, por lo cual manteníamos contacto y discusiones desde años antes. Sólo tuve que dar los exámenes internacionales de ingreso, en Buenos Aires. Recuerdo que para ahorrar en el pasaje tomé una lancha en Nueva Palmira, creo, y quedamos atracados en varios bancos de arena, porque el rio estaba bajo. Luego, con lo que había ahorrado en Europa, pagué las cuentas que me quedaban en Uruguay y me fui a estudiar otra vez, que era como empezar de nuevo, con la ventaja de que era lo que realmente me interesaba y a mi esposa no le desagradaba la aventura. La primera semana que llegamos, como lo había previsto, nos quedaban apenas cincuenta dólares para resistir hasta mi primer sueldo, que prácticamente me pagaron por adelantado. Al final seguí hasta completar un doctorado y por el momento seguimos por aquí.

CP: ¿Qué grado de libertad tienes en tu trabajo como escritor?

JM: Tal vez más de la que tenía cuando alguna vez en mi propio país, en medio de la necesidad económica, me propusieron un interesante puesto en la administración pública previo a una invitación a una reunión de políticos importantes y, como no fui, luego me retiraron la oferta. Por otro lado, siempre he sido muy crítico de muchos aspectos de la cultura y, sobre todo, de las políticas internacionales de Estados Unidos, con frecuencia brutales. Pero es un error simplificar un país con una etiqueta, como comúnmente se hace desde afuera. Es como decir que los chilenos son Pinochet, los argentinos o Menem o Kirchner, y los uruguayos tupamaros, colaboracionistas del pasado régimen militar, o simplemente acomodados, etc. Estas serían simplificaciones inaceptables o meros insultos. Es más atractivo pensar que todo funciona por orden y agrado del Poder, con mayúscula, pero esto es una percepción simplista y metafísica. En lo personal he escrito innumerables ensayos sobre cómo el poder se filtra en el lenguaje, en las actitudes individuales, históricas, en la cultura popular. Me han dicho que exagero, pero creo que es necesario ser radical cada vez que se hace una crítica o un análisis. Es decir, radical de “ir a la raíz”. Pero por otra parte no podemos simplificar como los políticos que adoran plantear falsas dicotomías: “estás con nosotros o estás contra nosotros”. Luego, súmale los eternos chauvinismos, de acá y de allá. No pocos se jactan de tener las mentes muy abiertas, y se los exigen a los demás, pero el órgano pensante se les cierra como una reacción epidérmica apenas la crítica atraviesa las fronteras nacionales. Eso es universal y trágico. El poder está en todas partes pero no lo puede todo y podemos ver ejemplo de sobra por doquier. No puedo negar que las universidades norteamericanas (creo que las europeas también) son de los pocos lugares donde se puede hacer investigación. Por muchos motivos: porque hay recursos y hay tiempo (¿cuánta investigación puede hacer un profesor que está corriendo de una clase a otra, enseñado treinta horas como a veces ocurre en América Latina? Estoy confiado que esta realidad tenderá a cambiar). Tampoco hay, o no abundan en la academia americana, esos fantasmas de ciertas condicionantes políticas como con cierta frecuencia se ve desde afuera o en algunas películas de Hollywood, que también necesitan emocionar y vender. Como profesor integro el gobierno de mi actual universidad y sé por experiencia propia que si un país poderoso como Estados Unidos es el escenario de choque de diferentes grupos de intereses heterogéneos, las universidades tienen un grado de libertad e independencia que no se encuentra en la mayoría de otros ámbitos laborales.

 CP: ¿Has tenido mentores que influyeran en tu literatura?

JM: Muchos. Ernesto Sábato, Jean Paul Sartre, José Saramago y un largo etcétera.

CP: Cuales creés son los intereses que no deben perderse de vista (como se lee en algún comentario tuyo) y cuán oscuro seguís viendo el tiempo inmediato?

JM: Los primeros intereses que no se deben perder de vistas son los del bien común de un grupo, de una sociedad y, en su máximo ideal, los intereses comunes de la Humanidad. Esta es, además de previsible, una respuesta políticamente correcta. No se desmerece por esto sino, a veces, por otra razón. El problema de una respuesta tan arraigada en la cultura popular es que se subestima otro valor importante, más existencialista: una libertad que para el individuo no sea una libertad concreta es una libertad ficticia. Cuando en nombre de un mecanismo o de un sistema, sea comunista o capitalista, sistemáticamente se frustran los intereses individuales en beneficio de los intereses de un grupo, ese grupo o ese sistema pierde toda su razón humana de ser. Uno se sacrifica por alguien más, sobre todo por la familia, por los hijos. Pero si la lógica es que uno debe renunciar a sus derechos individuales y al goce de un minino de libertad y ello se traducirá en lo mismo en los hijos y los nietos, entonces todas las obligaciones y los intereses del grupo se convierten en un gran absurdo. En un picadero de carne. En esto no soy ni optimista ni pesimista. La humanidad tiene nuevas herramientas de liberación, herramientas que las pueden conducir a una anarquía saludable, pero por el momento se encuentra distraída con sus nuevos juguetes.

CP: ¿Tiene chances de vivir mejor una sociedad virtual?

JM: Las chances que tiene una sociedad virtual de vivir mejor son virtuales. El mundo virtual, el mundo de las comunicaciones interactivas, como lo dijimos hasta el cansancio en el siglo pasado, son la necesaria herramienta para moverse de una democracia representativa a una democracia directa. No solo por las posibilidades de opinar y de votar innumerables veces, sino porque los medios de producción se deberían descentralizar, en el proceso inverso que produjo las viejas ciudades industrializadas, llenas de instituciones semi-fascistas, centralizadas. Internet debería ser la metáfora, aparte de de uno de sus instrumentos, pero, repito, por ahora es más un juguete que una herramienta. La Sociedad Desobediente madurará algún día, No sé cuando, exactamente. En 2002 y 2003 advertimos sobre la debacle económica de Estados Unidos como consecuencia de la guerra en Irak y la gran crisis económica y social que seguiría. Concretamente mencioné un movimiento global sin líderes, como lo son hoy los indignados y los occupy. Pero tampoco creo hoy que este sea exactamente el momento de madurez de ninguno de ellos. Habrá una restauración y otra vez un movimiento hacia la democracia directa. Pero ya no sabría decir cuando podría ocurrir.

 CP: ¿Qué juicio te merece tu obra en tiempos donde la información parece marchar en sentido contrario a la posibilidad de leer?

JM: Mi obra (si se pudiera llamar así) no me merece ningún juicio. He hecho lo que quería hacer. Tal vez me quedé con las ganas de escribir más, no importa. Mientras pueda seguir escribiendo lo haré. Si no pudiese hacerlo, tal vez dormiría más y comería mejor. En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, no creo que hoy la gente tenga menos tiempo para leer. Seguramente tiene más tiempo que un obrero de la era industrial. También tiene más acceso a la literatura que antes. El problema que le veo es el mismo problema del pensamiento publicitario: es una lectura hiperfragmentada, un permanente coitus interruptus. Las nuevas generaciones son incapaces de leer un libro entero. No digo con eso que no haya descubierto algunas otras formas ventajosas, pero entiendo que simultáneamente a lo que se puede defender como un simple “cambio generacional” se está perdiendo un ejercicio intelectual nada despreciable, como lo era poder resistir una maratón de decientas paginas y ser capaces de entender lo que se ha leído. Ahora, cuanto más se sabe menos se comprende. Algunos estudiantes que han acudido a mi oficina en busca de ayuda se defienden con la excusa que pertenecen a una generación “múltiple tarea”, que pueden hablar, textear, escuchar música y reflexionar, conducir y hacer el amor todo al mismo tiempo. Esto sería fantástico si al menos pudieran hacer una de esas cosas mínimamente bien.

CP: ahora parce que no es necesario estudiar porque todo está en Google.

JM: claro, Google y Wikipedia son instrumentos fantásticos. Pero observemos que cualquiera tiene todos esos millones de artículos y datos al alcance de la mano y sólo unos pocos que tienen algunos de esos datos en su cabeza son capaces de inventar teorías nuevas, de crear e innovar en las practicas del mundo de hoy, lo que me hace pensar que la memoria humana no es sólo un banco de datos como una simple computadora. El resto se dedica a cumplir su antiguo rol de consumidores de novedades y baratijas modernas. Es decir, las cosas no han cambiado tanto.

CP:  ¿Cómo se ve el horizonte literario desde tu lugar y porqué?

JM: Desde aquí quizás lo más novedoso es el crecimiento de una identidad literaria hispana dentro de Estados Unidos, como consecuencia no sólo del crecimiento de la población de hispanos que suma más de cincuenta millones, sino por el mayor acceso a la educación que cada vez mas tienen los descendientes de los primeros inmigrantes. Como a lo largo de toda la historia, los ricos no emigran, y estos inmigrantes eran, en su mayoría, pobres y en casos casi analfabetos. Ese fenómeno histórico y cultural necesariamente tenía que tener una traducción en un movimiento cultural progresivamente más fuerte. La cultura hispana y el idioma español han estado en este país desde mucho antes que el inglés y la cultura anglosajona. Eso no es nuevo. Lo nuevo quizás sea la conjunción de todos los factores anteriores en un movimiento histórico que hará propicio una mayor y mejor producción literaria propia de lo que imprecisamente se llama “hispano”.

CP: ¿Lees mucha literatura uruguaya?

JM: Debo reconocer que tengo esa materia pendiente. Mis lecturas uruguayas se han quedado un poco en los ochenta. De etapas más recientes sigo leyendo la producción más reciente de Eduardo Galeano y otros pocos autores como Tomás de Mattos o Gustavo Esmoris. Se que hay muchos otros autores reconocidos como Claudia Amengual, Andrea Blanqué y Mercedes Vigil, pero todavía no alcanzo a leerlos. No es posible abarcarlo todo. De ahí la importancia del trabajo de los buenos críticos.

 CP: ¿Cuales son, hoy, tus dos orillas?

JM: Una es mi memoria, mi identidad, que ha quedado anclada en el Rio de la Plata, llena de buenos recuerdos y de tristes desencuentros. La otra es el futuro de mi esposa y de mi hijo, que han reemplazado casi totalmente mis preocupaciones por mi propio futuro.

Le racisme dans l’autrui

Stop The War - 33 - George Galloway

La paja en el ojo ajeno (Spanish)

Le racisme dans l’œil d’autrui


par Jorge Majfud *

À propos des accusations de paroles racistes contre le footballeur uruguayen Luis Suárez en Angleterre, ex-député anglais, a affirmé que « l’Uruguay est la nation la plus raciste du monde entier ».

Bien entendu que je ne vais pas dire qu’en Uruguay il n’y a pas de racisme. J’espère m’être soigné depuis longtemps du chauvinisme et des patriotismes de cocardes et d’hypocrites révérences. En fait je ne peux pas signaler un seul pays dans le monde où il n’y a pas de racisme. Aux États-Unis nous connaissons déjà l’historique qu’il a ; dans les meilleurs cas de lutte contre le racisme mais très peu sont capables de nier les barbaries historiques contre la population noire qu’ils appellent de façon incorrecte et euphémiquement « afro-américains ». Le mot « noir » en espagnol (negro) est très proche de « nègre » ou directement « negro » en anglais et c’est l’une des offenses les plus infamantes, sans ambiguïtés d’intention, comme en espagnol ou en portugais, par sa charge historique et par sa particularité sémantique. En espagnol, c’est certainement ambiguë, selon l’intentionnalité de celui qui parle, et cela va de l’expression d’affection et d’amitié à l’insulte la plus primitive.

En Uruguay mon grand-père parfois m’appelait « negro », avec affection, parce que ma peau était plus foncé que celle du reste de mes cousins. Cependant, en Afrique du Sud, ils m’ont presque assassiné à coups de couteau dans une rue de Johannesburg ; pour être blanc, comme un chauffeur noir de taxi me l’a expliqué peu après.

Dans mon cher Mozambique, le premier mois je ne pouvais pas distinguer les macuas et les macondes [branche différente des macuas] et eux s’entretuaient pour leurs différences. Attitude tribale et raciste dont ont bien profité des Anglais, portugais, Hollandais, hindous et d’autres blancs africains, jusqu’à il n’y a pas longtemps, comme je l’ai constaté. Sans parler des hutus qui, dans le Rwanda des années 90, ont massacré presque un million de tutsis pour des raisons ethniques et raciales, ce qui ici revient au même.

Mais dans les mille dernières années le prix (toute personne de culture moyenne sait cela) l’a emporté le racisme blanc avec son siège et origine dans les grands empires européens. Quand ce ne fut pas lors des massacres commis par les croisés au début du millénaire, dans le meilleur style Atila, ce fut l’honorable Reconquista d’abord et la Conquête espagnole du Nouveau Monde après, une entreprise, entre d’autres choses, profondément raciste et ethnocide, si entreprise il y a eu ; l’incommensurable holocauste juif aux mains des nazis et les purifications ethniques successives, comme celle des Balkans. Sans oublier ces actes quotidiens du racisme dont souffrent aujourd’hui, avec cruauté ou une subtile discrimination, des minorités ou de faibles majorités, du monde développé jusqu’au Moyen-Orient, de quelques latinos pauvres aux États-Unis jusqu’aux palestiniens sans droits civils et parfois sans droits de l’homme sur leur propre terre.

Monsieur George Galloway mentionne l’annihilation des charrúas au XIXe siècle, par la main des Créoles blancs. C’est strictement vrai. Nous avons souvent critiqué sans délicatesse le chauvinisme qui dissimule toute sorte de racisme ; dans notre pays ; nous avons signalé à plusieurs reprises ce génocide comme tous les génocides indigènes dans le reste de l’Amérique et rarement mentionné dans les médias. Les indigènes qui avaient survécu à la colonisation européenne gênaient les propriétés et les appropriations des propriétaires fonciers et ils ont été exterminés ou on les a dépouillés de leurs terres sous l’excuse que c’était une race incapable de civilisation, comme le président et enseignant l’argentin Domingo Faustino Sarmiento l’a défini dans ses multiples livres. Sans parler du racisme contre des populations indigènes souvent fois supérieures, comme au Paraguay, en Bolivie, au Pérou, en Équateur ou en Amérique Centrale ; que dire du racisme contre les populations afro descendantes aux Caraïbes et surtout au Brésil.

Certes, le racisme a pris place dans notre Amérique Latine. Mais qu’un Anglais vienne à déclarer que « l’Uruguay est la nation la plus raciste au monde » (et il l’a lancé dans en anglais très britannique, pour que le monde entier le comprenne, en prenant soin de mettre au clair qu’ « il connaissait l’Uruguay » parce que « il y avait été »), ce serait une plaisanterie de mauvais goût si ce n’était pas une hypocrisie si pathétique.

Non parce qu’un anglais n’importe lequel ne puisse pas signaler le racisme dans un autre pays. Je m’explique.

Le même ex-député et showman George Galloway sait parfaitement le très long historique du racisme le plus féroce qu’a connu le monde durant les derniers siècles, œuvre du civilisé et flegmatique empire britannique qui s’est seulement opposé au trafic d’esclaves en Amérique et a commencé à parler de morale quand le commerce millionnaire négrier a cessé d’être rentable. Un empire qui a rasé des villages entiers, de la Chine à l’Amérique, en passant par l’Inde, l’Afrique ou par toute autre région maritime où habitaient quelques animaux humanoïdes de teint obscure. Il les a envahis, il les a soumis et il les a systématiquement humiliés.

C’est pour cela que la mise au point est critique et nécessaire. Ce n’est pas qu’en Uruguay il n’y a pas de racisme comme l’affirment quelques chauvins qui vivent en regardant ailleurs. Le problème réside en deux mots comme « le plus » et avec la circonstance aggravante spéciale que celui qui le dit fut un député d’une puissance politico-militaire raciste par tradition et récidiviste par intérêt.

Mister George Galloway, comme député anglais, s’est opposé à la Guerre en Irak et il a eu l’élégance de signer plusieurs déclarations en défense de l’humanité. Précisément, pour les deux conditions, celle d’anglais et de celle d’humaniste (ou quelque chose qui ressemble), il devrait être vacciné contre l’hypocrisie. Mais par des détails comme ceux-ci, il démontre qu’au fond c’est un autre premiermondiste colonialiste. Ce qui devrait également être le motif d’une plainte devant des tribunaux internationaux. Avec la circonstance aggravante que si le footballeur Suárez est un garçon qui a pu avoir dit une stupidité dans la fièvre d’un match de football, Monsieur George Galloway est un vieil homme politique, avec une aura d’intellectuel, avec tout le temps du monde pour réfléchir à ses propres stupidités et aux stupidités criminelles des gouvernements successifs qui se sont succédés dans son pays et qui ont déjà quelques siècles d’ insistance impunie.

Jorge Majfud, majfud.org. Jacksonville University.

Traduit de l’espagnol pour El Correo par  : Estelle et Carlos Debiasi

Campos semánticos

Palabras, números y los campos semánticos

 

Un número significa el universo infinito de objetos, elementos, conceptos y de cualquier cosa individualizable de unidades agrupadas en un conjunto determinado. El “3” significa una agrupación única de unidades no individualizadas ontológicamente.  Cuando significamos “3” podemos referirnos a un conjunto de llaves, de días, de ideas o de planetas. Por esta razón, comúnmente se opone matemáticas a literatura, porque una es el reino de la abstracción y la otra es el reino de lo concreto, de lo encarnado, de las ideas y de las emociones. Esto, que puede ser sostenido como primera aproximación, es una idea intuitiva pero no menos arbitraria.

Cada palabra también es una abstracción. Cuando significamos árbol estamos haciendo una abstracción de nuestra propia experiencia y de la experiencia colectiva. La palabra árbol no se refiere a nada concreto sino a un conjunto infinitamente variable de una misma unidad. Un número es un conjunto despojado de sus cualidades, mientras que una palabra es algo con todas las cualidades de un mismo conjunto despojado de sus cantidades. Incluso cuando pretendo nombrar directamente una unidad, definida por una identidad, como por ejemplo cuando significo el nombre de una persona —de un individuo concreto— que conozca, Juan R., estoy haciendo una abstracción. Hay infinitos Juan R., pero sus amigos podemos reconocer elementos comunes que identificamos con él: su aspecto físico, su carácter, algunas anécdotas que hemos compartido con él y otras que él nos ha contado, etc. Pero mi Juan R. seguramente no es el mismo que el Juan R. de su hermano o del propio Juan. En cualquier caso Juan R. como árbol son abstracciones, es decir, símbolos que representan para el lector una determinada cualidad de algo. Juan R. pretende indicar a una persona concreta así como “3 manzanas” pretenden indicar un conjunto de objetos concretos. Se podría decir que en este último caso la abstracción del número “3” ha desaparecido al indicarse los objetos concretos con los cuales está relacionado, las manzanas. Pero observemos que “manzanas” no es una abstracción menor. ¿A cuáles manzanas nos estamos refiriendo? Supongamos que las manzanas no están en nuestras manos y se refieren a una promesa futura. Entonces manzana representa al universo infinito de diferentes tipos de manzanas. Sólo dejaría de ser una abstracción cualitativa si me imagino las manzanas con sus formas, brillos y colores particulares. Pero esto ya no es un símbolo (el símbolo-palabra) sino una imagen figurativa construida por la imaginación como una visualización directa.

Tenemos, entonces, que el conjunto posible de significados de 3 manzanas es igualmente infinito que los conjuntos “3” y “manzanas”. Pero sus campos semánticos son diferentes (en un libro anterior ya nos ocupamos esta idea de los Campos Semánticos). El C(-) de 3 manzanas es mayor, por ser la intersección de los dos campos negativos de los términos que lo componen (“3” y “manzanas”). Como se puede apreciar, el lenguaje que estamos manejando en este último párrafo está tomado del lenguaje matemático, por lo que podemos aclarar la idea usando una metáfora de esa disciplina. Podemos decir que el conjunto de números impares es infinito, pero pertenece al conjunto de números naturales. Existe un conjunto, también infinito, de números pares que no le pertenecen al primero pero sí pertenecen al mismo conjunto de números naturales.

La abstracción, en el caso de una palabra, no es cuantitativa (como en los números) sino cualitativa. Lo cuantitativo se puede medir mientras que lo cualitativo depende de un juicio subjetivo. Es por ello que lo primero pertenece al ámbito tradicional de las ciencias mientras que lo segundo se lo identifica con el universo del arte y la especulación filosófica. Las dos son formas de abstracción, aunque son formas de abstracciones diferentes. Sin la abstracción no hay símbolo, porque el símbolo necesita identificarse sólo con una parte del objeto aludido al mismo tiempo que se identifica con un conjunto mayor a la unidad de esos mismos objetos. Esto le da flexibilidad significante al mismo tiempo que hace posible la transferencia sígnica, sin la cual no sería posible una combinación infinita de signos y términos para la creación infinita de significados.

Jorge Majfud

majfud.org

Jacksonville University

Milenio , B (Mexico)

La Republica (Uruguay)

Practicing life

Practicing life

By Jorge Majfud

Translated by John Catalinotto. John Jay College, New York.

Not a few times I’ve heard that the disadvantage of learning a new language is that if it isn’t used, it is lost. This is technically inaccurate, since losing the ability to use knowledge does not necessarily mean that one has forgotten everything or all that is needed. In fact, the same thing happens with our own mother tongue. In our memory there are tens of thousands of words (you can check by opening a dictionary), but we use just a tiny fraction. This is just one example, since the problem is rooted not in quantity but in quality. According to some studies conducted with students in my home country, new generations of students use only 500 words, which is contradictory considering the new written media in the digital age. Contradictory, but not inexplicable: you cannot emerge unscathed from having mastered the ability to manage emoticons and other forms of intellectual poverty and laziness, so characteristic of the «click» culture.

Sure, you have to respect the changes of the new generations; a generation that doesn’t change is a lost generation. But neither can you cozy up to the younger generation, in a complicit and cowardly manner, while neglecting to point out all they have inadvertently lost because they probably never encountered it. At least until it is shown that the one old habit of reading 300 pages of antiquities (on paper, why not?) by some genius of history is a futile and anachronistic exercise. Then all worldly power will remain concentrated in the hands of those few who come from top universities, redoubts and bastions of the «old» literacy, while the rest will be limited to another traditional role: their function as consumers of novelties.

The old catchphrase of «a picture is worth a thousand words» is far more popular but no less true than its opposite: «a word is worth a thousand pictures,» and not only for abstract thought and the most profound emotions. We also see it every day in the media: images, with the false aura of objectivity, are almost always slaves of the text accompanying them, of the speech that says who is the base and who is noble in that war, in that street brawl, among those children dying of hunger. In these cases, what is bizarre is to hear: «The images speak for themselves.»

Learning is often a pleasure, but any serious learning involves a great effort. If it were not, the world would be almost perfect and no title, no recognition and probably no skill would have any social value, like a medal in an Olympic tournament that is valued for its selective discrimination. Of course not all knowledge and all skills mean a breakthrough for humanity. For example, stupidity is not innate. No one will find a stupid child two years old. That is, stupidity is also a skill that is acquired after a careful training.

Languages, then, are not the only example of something that requires care to grow and maintain itself. In the same way you learn any subject, including those that require physical training, you also can lose many skills and much knowledge when you don’t use them. The muscles of a bodybuilder deflate much more quickly than the exotic words we learn in a sightseeing trip.

I studied mathematics for many years in formal education in my country and for a few semesters I even taught math (at a time when, not without contradiction, my main job was to solve practical problems in construction projects) before leaving all of this for literature. Sure, to leave is also an imprecise verb. Everything is still there. However, my ability to solve differential or integral equations, which at one point in my life was a fascinating exercise, has significantly diminished. One day I started to refresh some of that know-how and I realized, not without difficulty, that the high-walled city had not disappeared, it was somewhere in my memory, but a little bit buried, or maybe more so. Or maybe that this ability that formerly served to solve the equations or structural calculations that computers now do, is dedicated now to influencing my life in some other unsuspected form.

Either way, we know that the same thing happens to an athlete. The brain is, after all, a muscle, a greasy muscle that consumes almost one third of the total body oxygen. We do not know if it’s there that the spirit,  the soul and all emotional activity lie, along with the intellect, but it is surely the central station of all these life experiences.

The game of profit and loss also occurs with the most complex feelings and emotions and with the most basic and elemental ones like love and hate, sadness and happiness.

Once a teacher friend in the United States saw that I was worried and when I told him my vague reasons (the world, my own uncertainties about the future) he warned me about the following: you always have problems and, of course, it’s best to take them seriously and solve them. For a problem there is nothing better than a solution. But then, if you live in a constant state of worry or unhappiness, even when you’ve solved those problems that were troubling you, you will fail to notice what has been done or, worse, you will be unable to be reasonably happy, because you will have lost the training or wisdom needed to reach that state. You learn to be unhappy and then, as with a mother-tongue, it is more difficult to lose that perspective. Still, no learning is irreversible.

If you do not practice certain feelings, you lose them. It is possible to recover them, however. Sure, it is easier to understand this intellectually than to do it. But understanding is almost always the first step.

Keeping memory (and now also intelligence) in hand, is not something that will go unnoticed by the intellectual muscle, just as it would not pass unnoticed if a tennis champion should replace the traditional court and racket with a PlayStation. While universities manage robots that look more and more like human beings, not only for their intelligence but now also for their ability to express and react to emotions, our habits as consumers are making us more and more similar to the robots.

That is, not only are the unused language skills being lost, the basic skills that make us human beings face the same fate. In the first case it is obvious because there’s always a language from which to observe the loss, in the other it’s not so obvious, because once you lose the human condition you can no longer notice it, just as a robot cannot really see that it really is not a human being, no matter what it says, thinks or feels.

Jorge Majfud

majfud.org

La práctica vital

Practicing life (English)

La práctica vital

No pocas veces he escuchado que la desventaja de estudiar un nuevo idioma consiste en que si luego no se usa, se pierde. Esto es técnicamente impreciso, ya que perder la habilidad de usar un conocimiento no significa necesariamente que uno ha olvidado todo o lo necesario. De hecho, ocurre lo mismo con nuestra propia lengua materna. En nuestra memoria hay decenas de miles de palabras (podemos verificarlo con sólo abrir un diccionario), pero usamos apenas una fracción. Es sólo un ejemplo, ya que el problema no radica en las cantidades sino en la calidad. Según algunos estudios realizados con estudiantes de mi propio país de origen, las nuevas generaciones de estudiantes usan apenas quinientas palabras, lo cual resulta paradójico considerando los nuevos medios escritos de la Era digital. Paradójico, no inexplicable: no se puede salir ileso de tanta habilidad para el manejo de emoticones y otras pobrezas y perezas intelectuales, tan propia de la cultura del “clic”.

Claro, hay que respetar los cambios de las nuevas generaciones; generación que no cambia es generación perdida. Pero tampoco se puede adular a las nuevas generaciones dejando de señalarles, de forma cómplice y cobarde, todo lo que han perdido de forma inadvertida porque probablemente nunca lo conocieron. Al menos que se demuestre que sólo aquel hábito de leer antigüedades de trecientas paginas (de papel, ¿por qué no?) de algún genio de la historia, es un ejercicio inútil y anacrónico. Entonces el poder del mundo seguirá concentrado en las manos de aquellos pocos que salen de las mejores universidades, reductos y bastiones de la “antigua” cultura escrita, mientras el resto se limitará a otro rol tradicional: a su función de consumidores de novedades.

El viejo latiguillo de “una imagen vale por mil palabras” es harto más popular pero no menos cierto es su contrario: “una palabra vale por mil imágenes”. No sólo para el pensamiento abstracto y para las emociones más profundas. También lo vemos todos los días en la prensa: las imágenes, con esa falsa aureola de objetividad, son casi siempre esclavas del texto que las acompaña, del discurso que dice quién es el villano y quién el noble en esa guerra, en esa gresca callejera, en esos niños muriendo de hambre. En esos casos, qué grotesco resulta escuchar “las imágenes hablan por sí solas”.

Aprender suele ser un placer, pero cualquier aprendizaje serio implica un gran esfuerzo. Si no lo fuera, el mundo sería casi perfecto y ningún título, ningún reconocimiento y probablemente ninguna habilidad tendría algún valor social, como una medalla en un torneo olímpico vale por la discriminación que representa. Claro que no todo conocimiento ni toda habilidad significan un avance para la humanidad. Por ejemplo, la estupidez tampoco es algo innato. Nadie encontrará un niño estúpido de dos años de edad. Es decir, la estupidez también es una habilidad que se adquiere luego de un entrenamiento esmerado.

Los idiomas, entonces, no son el único caso que requiere cuidado para crecer y mantenerse. De la misma forma que se aprende cualquier disciplina, incluida aquellas que requieren entrenamiento físico, también se pierden muchas otras habilidades y muchos conocimientos cuando no se usan. Mucho mas rápido se desinflan los músculos de un físicoculturista que las palabras exóticas que aprendemos en un viaje de turismo.

He estudiado matemáticas durante muchos años en la educación formal de mi país e, incluso, por unos pocos semestres fui profesor de matemáticas (al tiempo que, no sin paradoja, mi principal trabajo era resolver problemas prácticos en las obras de construcción) antes de abandonarlo todo por la literatura. Claro, abandonar también es un verbo impreciso. Todo está ahí. Sin embargo, mis habilidades para resolver ecuaciones integrales o diferenciales, que en algún momento de mi vida fueron un ejercicio fascinante, han disminuido de forma sensible. Un día me puse a refrescar algo de ese conocimiento y me di cuenta, no sin dificultad, que la ciudad de los altos muros no había desaparecido, estaba en algún lugar de mi memoria, pero un poco o bastante enterrada. O quizás esa habilidad que antes servía para resolver ecuaciones o cálculos estructurales que ahora hacen las computadoras, se ha dedicado a influir en mi vida de alguna otra forma insospechada.

De cualquier forma, sabemos que lo mismo le ocurre a un deportista. El cerebro es, al fin y al cabo, un músculo. Un músculo grasoso que consume casi un tercio del oxigeno total del cuerpo. No sabemos si ahí radica el espíritu, el alma y toda la actividad emocional, aparte de la intelectual, pero seguramente es la estación central de todas estas experiencias vitales.

El juego de perdidas y ganancias también ocurre con los sentimientos y emociones más complejas y con las más básicas y elementales, como el amor y el odio, la tristeza y la felicidad.

Una vez un profesor amigo en Estados Unidos me vio preocupado y luego que vagamente le referí los motivos (el mundo, mis propias incertidumbres sobre el futuro) me advirtió lo siguiente: uno siempre tiene problemas y, claro, lo mejor es tomarlos en serio y resolverlos. Para un problema no hay nada mejor que una solución. Pero luego, si uno vive en un permanente estado de preocupación o infelicidad, una vez cuando uno ha resuelto aquellos problemas que alguna vez lo preocuparon, no alcanza a advertir que lo ha hecho o, peor, es incapaz de ser razonablemente feliz, ya que ha perdido el entrenamiento o la sabiduría necesaria para serlo. Uno aprende a no ser feliz y luego, como un idioma materno, es más difícil perder esa perspectiva. Aun así, tampoco es un aprendizaje irreversible.

Si uno no practica ciertos sentimientos, los pierde. No es imposible recuperarlos. Claro, es más fácil comprender esto que realizarlo. Pero comprender es, casi siempre, el primer paso.

Llevar la memoria (y ahora también la inteligencia) en la mano, no es algo que pasará inadvertido por el músculo intelectual, como no pasaría inadvertido para un campeón de tenis la sustitución de la cancha y la raqueta tradicional por el PlayStation. Mientras las universidades logran robots que se parecen cada vez más a los seres humanos, no sólo por su inteligencia probada sino ahora también por sus habilidades de expresar y recibir emociones, los hábitos consumistas nos están haciendo cada vez más similares a los robots.

Es decir, no sólo los idiomas que no se usan se pierden; las mismas habilidades básicas de ser seres humanos corren la misma suerte. En el primer caso es evidente porque siempre nos queda una lengua desde la cual observar la pérdida; en el otro no, porque una vez que se pierde la condición de ser humano no se puede advertirlo, como un robot no puede advertir que en realidad no es un ser humano, sin importar lo que diga, piense o sienta.

Jorge Majfud, 2011.

majfud.org

MDZ (Argentina)

La Republica (Uruguay)

Milenio II (Mexico)

Opinión de Jorge Majfud: La gran revolución del siglo XXI

Le patriotisme des riches

Donald Trump

Donald Trump

Politique et économie aux États-Unis : Le patriotisme des riches

par Jorge Majfud *

Dans tout le monde, le riches presque ils n’émigrent pas, presque n’entrent pas dans le forces armée qu’ils envoient à ses guerres et qui rassasient tout de suite des honneurs et d’applaudissements, et ils maudissent l’État qui leur suce le sang. Quand les économies vont bien, ils exigent des diminutions d’impôts pour soutenir la prospérité et quand les choses vont mal exigent que le maudit État les sauve de la catastrophe (avec l’argent des impôts, ceci va sans dire).

Depuis la crise financière de 2008, le plus grand souci de la classe moyenne usaméricaine a été le chômage et le déficit, les deux hérités du gouvernement républicain de George Bush. A l’intérieur de ce parti, le « Tea Party » a surgi avec une force qui lui a permis de dominer sa rhétorique mais peut-être ceci sera sa propre ruine dans les proches élections, qui en principe se leur présentent favorables. Son drapeau est l’idéologie Reagan-Thatcher et l’orthodoxie de s’opposer à toute augmentation des impôts. Ils assurent que l’on ne peut pas pénaliser ceux qui triomphent, les riches, avec des impôts, parce qu’ils sont les riches qui créent les postes de travail quand la richesse commence à se répandre depuis là-haut. Dans un débat en 2008, Obama a commenté que les partisans de cette théorie (plutôt, une idéologie) avec la crise avaient découvert que quand on attend que la richesse ruisselle depuis là-haut, la douleur commence à monter depuis en bas.

Les actuelles données (pour ne pas aller loin) contredisent la théorie du « trickle-down » portée à l’extrême par le dernier gouvernement républicain, puisque la capacité d’avarice de « là-haut » est illimitée, pour ne pas dire à l’infinie, et le chômage n’a pas baissé dans ces dernières années, mais le contraire.

Bien que dans le pays 700.000 postes de travail ne soient pas détruits par mois comme a été fait il y a une paire d’années, la création de nouveaux postes continue d’être faible (entre 15.000 et 250.000 par mois ; un rythme salutaire pour descendre 9.2 pour cent de chômage devrait être de 300.000 nouveaux postes par mois).

D’un autre côté, dans la dernière année la productivité a grandi dans des proportions plus grands et, surtout, les bénéfices des grandes compagnies. Chaque semaine on peut lire dans les quotidiens spécialisés les résultats de bénéfices gigantesques, d’un industriel ou des services qui ont augmenté ses gains de 30, 50 ou 60 pour cent, comme quelque chose de normal et routinier. N’importe lequel de ces pourcentages ils signifient quelques milliards de dollars. En incluant les auparavant laisse pour mortes automotrices de Detroit. Sans entrer dans des détails comment la classe moyenne, a travers l’État, a financé le sauvetage de tous ces géants, sans élection et sous la menace dont quelque chose de pire pouvait avoir arriver.

Depuis les années 80, la richesse d’haut continue de s’accumuler et le chômage en bas continue attendre depuis 2009 des niveaux historiques. Des études ont montré que cette différence entre riches et pauvres (Bureau of Economic Analysis), une caractéristique latinomericaine, a grandi sous cette idéologie du trickle-down .

Bien avant la crise de 2008, quand existait encore un excédent hérité de l’administration Clinton, les républicains ont réussi à réduire les impôts pour les couches les plus riches, parmi eux les groupes pétroliers. Cette période de faveur prenait fin cette année et il a été étendu par le propre Obama sous pression républicaine, peu de temps après que les Démocrates perdaient le contrôle de la Chambre basse. Alors, le président Obama a été fort critiqué par son propre parti pour donner plus de concessions aux Républicains que pour exiger de ceux-ci un peu en échange.

Cependant, dans ces dernières semaines les positions se sont polarisées. Dans l’une des dernières réunions avec les républicains, Obama, lui qui ne perd jamais son calme, il s’est s’abruptement levé en menaçant : « ne me prouvez pas ». Devant les négociations pour augmenter le plafond d’endettement (une pratique normale aux États-Unis et dans beaucoup d’autres pays ; seulement dans l’administration Bush la même mesure a été votée sept fois) les républicains continuent d’essayer de suspendre et d’éliminer plusieurs programmes d’aide sociale et en se refusant de monter radicalement les impôts aux plus riches (dans de nombreux cas, des multimillionnaires).

Parleur part, les démocrates et le président Obama se refusent à réduire les services sociaux et dans une contrepartie ils exigent augmenter les impôts aux plus riches. J’ai écouté certains millionnaires en se demandant pourquoi ils ne payaient pas plus impôts quand ce sont eux, précisément, qu’ont plus de possibilités de contribuer quand le pays a besoin. Quand le pays de la moitié vers le bas a besoin de cela, faudrait préciser. Mais ils ne sont pas apparemment ces millionnaires qui font du lobbies en faisant pression dans les congrès des pays.

De toute façon, et malgré tout ce mise-en-scène républicaine, je n’ai pas de doutes de ce qu’avant le 2 août le parlement votera une nouvelle hausse du plafond d’endettement. Pourquoi ? Simplement parce que cella arrange aux dieux investisseurs de Wall Street. Non parce qu’il y a des travailleurs au chômage ou des soldats sans jambes dans l’attente de la charité de l’État qui les a envoyés au front en échange d’un discours et des quelques médailles.

Jorge Majfud
Jacksonville University

Paris, le 20 juillet 2011.

Traduit de l’espagnol pour El Correo par : Estelle et Carlos Debiasi

The patriotism of the rich

(en) John Boehner and President Bush in Troy, ...

John Boehner and President Bush

US Politics and Economics: the patriotism of the rich

Almost nowhere in the world do the rich emigrate. They rarely form part of the armies that they send off to wars, and that they then cover with honours and applause, and they curse the state that sucks their blood. When the economy is doing well, they demand tax cuts to maintain prosperity, and when things do badly they demand that the accursed state bail them out–with tax money, of course.
Since the financial crisis of 2008, the US middle classes have been worried about the deficit and unemployment, both inherited from the Republican government of George W. Bush. Within this party, the splinter known as the Tea Party has risen with such force as to dominate the discourse, but which could put paid to the Republican Party’s chances to win an election, which in principle would seem in their favor. Their banner is the Reagan-Thatcher ideology and opposition to any tax increases. They assure us that it is wrong to penalize the successful, the rich, with taxes, since it is the rich who create jobs when the riches trickle down from above. In a debate in 2008, Obama noted that those who propose this theory (or rather, this ideology) learned when the crisis struck, that when one waits for the riches to trickle down in droplets, the pain rises up from the bottom.
Contemporary data – to go no further – contradicts the «trickle down» theory which was brought to extremes by the last Republican government, since (1) the avarice of those on top has no limits, it is infinite, and (2) unemployment has not decreased in the last few years, on the contrary it has risen.
Even though the 700.000 jobs that were lost every month a couple of years ago has not continued, the creation of new jobs is extremely weak (between 15.000 and 250.000 monthly; a healthy rhythm to bring down the 9.2 per cent of unemployment would require 300.000 new jobs every month).
On the other hand, during the last year productivity has increased in much larger proportions, and above all, the profit levels of the big companies. Each week one can read in the specialized press the results of a financial, industrial or service giant that has increased profits by 30, 50 or 60 per cent, as something perfectly normal, even routine. Any of these percentages come to several billion dollars. This even includes the once fallen motor industries of Detroit. Without going into details as to how the middle classes, through the State, have financed the rescue of these giants, without an election and under the threat that if this were not done, worse things would happen.
Since the 1980s, wealth continues to accumulate at the top while unemployment, since 2009, continues at historical levels. Studies have demonstrated that the gap between rich and poor (Bureau of Economic Analysis), characteristic of Latin American economies, has grown significantly under the trickle down ideology.
Long before the crisis of 2008, when there was still a surplus inherited from the Clinton administration, the Republicans managed to lower taxes for the richest sectors of the economy, among others the oil companies. This period of grace is to end this year and was extended by Obama under pressure from the Republicans, shortly after the Democrats lost control of the House of Representatives. At that time Obama was strongly criticized from within his own party for granting concessions to the Republicans without gaining anything in return.
Nevertheless, in recent weeks the positions have polarized. In one of the last meetings with Republicans Obama, who never loses his cool, stood up to them with the threat: «don’t try me.»
In face of negotiations to increase the debt limit (a normal practice in the United States and in many other countries; the Bush administration had done this seven times) the Republicans continue to attempt to suspend and eliminate various social programmes even as they deny any rise in taxes to the richest citizens (in many cases, billionaires).
On their part, the Democrats and President Obama oppose the reduction of social services and demand an increase in taxes for the very wealthy. I have heard a few millionaires asking why they shouldn’t pay more taxes when it is they who have more to contribute when the country needs it. When the country from the middle on down is in need, we might point out. But apparently these millionaires are not the ones who lobby the legislatures of the rich countries.
In any event, in spite of all this Republican mise-en-scène, I have no doubt that before the second of August Congress will vote to raise the debt limit. Why? Because this is good for the gods of Wall Street. Not because there are unemployed workers or soldiers without legs hoping for help from the State that sent them to the front in exchange for some speeches and a few medals.
– Jorge Majfud, Jacksonville University
(ALAI Amlatina, 18/07/2011. Translation: Jordan Bishop).

Producción, riqueza y desarrollo de las sociedades

Conversaciones en torno a la producción, la riqueza y el desarrollo de las sociedades

Entrevista a Jorge Majfud, por Analía Gómez Vidal

 

Analía Gómez Vidal nació en Buenos Aires, Argentina, en 1989. Estudió Economía (especialización en Periodismo) en la Universidad Torcuato Di Tella. Actualmente, cursa la Maestría en Economía en la misma institución, y trabaja como asistente de investigación en la Federación Iberoamericana de Bolsas (FIAB). Es colaboradora habitual de distintos medios independientes y se desempeña como responsable del blog del South American Business Forum (SABF).  

Twitter: http://twitter.com/#!/agomezvidal

 

I: Crecimiento  

Analía: Una idea que he escuchado durante mi formación es que la pobreza podría combatirse a partir del aumento de la producción. Sin embargo, siempre me ha preocupado la idea de que, si es necesario aumentar cada vez más la producción y el consumo, y así mantener la máquina en funcionamiento, ¿cuándo diremos basta? ¿Hasta qué punto podemos constatar que el desarrollo siempre es beneficioso para la sociedad? ¿Es el desarrollo per se lo que debemos buscar?

 

Jorge Majfud:  Decimos basta cuando se alcanza conciencia de un vicio que todavía podemos dominar o cuando, en el caso más frecuente, un factor externo, como la naturaleza o la economía misma, traspasa un punto crítico y la tendencia general se revierte de forma más o menos abrupta.  Esto es lo que conocemos como crisis. Ahora, en cuanto a que “la pobreza se combate con el aumento de la producción”, debemos cuestionarnos sobre lo básico. Primero, ¿de qué tipo de pobreza estamos hablando? Luego, ¿la pobreza de quién? Unos pocos se refieren la pobreza cultural. Unos menos aun discuten la pobreza espiritual. Está sobreentendido que hablamos de pobreza económica, que está fuertemente vinculada a la pobreza cultural y más aún a la pobreza de educación. En cuanto a lo segundo, también podemos considerar que existen casos en los que la producción puede combatir la pobreza de un grupo y aumentar la opresión (y la pobreza misma) de otro grupo menos favorecido por este tipo de producción. Bastaría recordar las primeras etapas de la Revolución industrial en Europa y los modelos colonialistas del llamado tercer mundo, periferia o barbaria. Por otro lado, la producción puede disminuir la pobreza material pero también puede aumentar la pobreza psicológica, social y espiritual al inducir, por ejemplo, el consumismo como único recurso para estimular la economía, lo que luego se llama “crecimiento” y hasta se confunde con “desarrollo”. La producción y el consumo no son ilimitados. El desarrollo sí, y si bien tradicionalmente se lo asocia al incremento de los anteriores, podría ser el caso que un menor consumo significase un mayor desarrollo social. De hecho este próximo paso es necesario, aunque todavía no inevitable.

 

Analia: ¿Podemos  establecer parámetros que nos impidan vivir tras un objetivo que sabemos nunca alcanzable, porque siempre buscamos más? Es necesario?

 

J.M. Sí, lo es. Pero el problema surge cuando nos preguntamos quién o quiénes deben o pueden establecer estos parámetros. ¿El Estado? ¿Los gobiernos? ¿El mercado? ¿La conciencia individual? ¿La conciencia colectiva, producto de una maduración histórica promovida por la libertad de expresión y una crítica radical? Sospecho que lo ideal serían estas dos últimas opciones. No obstante, la toma de conciencia colectiva normalmente es un logro a largo plazo y, como decía Keynes, «a largo plazo estaremos todos muertos». De cualquier manera, podemos estar de acuerdo en que un modelo global basado en “cuanto más mejor” es insostenible.

II: El modelo en Occidente

Analia: El modelo planteado ¿es típicamente occidental? ¿Por qué?

J.M. En gran medida sí, y surge sobre todo en el siglo XV o XVI. Hace muchos años, un hindú me dijo en India que los occidentales nunca podríamos ser felices porque siempre buscábamos más. Yo no propondría (uso el condicional porque respeto mi ignorancia sobre la mente profunda de Asia) un modelo budista donde se considera que la interminable búsqueda del placer es la responsable de la infelicidad humana, pero reconozco que nuestro mundo, por lo menos el capitalista, promueve obsesivamente el deseo y castiga el placer con ese objetivo (el placer, ya sabemos, es improductivo cuando no es prostibulario). Promueve aumentar el consumo y la producción y así estimular la economía, el crecimiento y el éxito nacional, aunque en el proceso nos destruyamos como seres humanos. Por otro lado, no estoy de acuerdo con que el hambre se pueda combatir solo con meditación o con dejar de pensar en la comida. Tal vez necesitamos un equilibrio entre el clásico Oriente y el clásico Occidente (cosa que parece cada vez más lejana, con el evidente triunfo de Occidente en el llamado exitoso mundo oriental de hoy). Aunque en muchas civilizaciones existieron otras formas de humanismos, es el humanismo renacentista el que deriva en los actuales Derechos Humanos (a través de las concepciones de progreso de la historia, de la validez primera de la razón critica sobre la mera autoridad, de la libertad no como maldición demoníaca sino como un objetivo humano en permanente construcción) y también es un aporte valioso de ese “modelo occidental”. La Europa del Renacimiento que reivindicó la codicia como valor moral, aunque le puso otros nombres como “ambición” o “espíritu de superación”, también produjo sus utopías opuestas a estos valores. Muchas de esas utopías son realidades concretas hoy, como la igualdad y la libertad individual y un lago etcétera. El mismo capitalismo que nace en esta época, con sus exploradores y sus nuevas sectas cristianas (hoy religiones) que legitimaron la codicia y la violencia justificada sobre los “pueblos inferiores”, por otro lado también destruyeron los sistemas de castas y estamentos, sustituyendo los títulos nobiliarios y las purezas de sangre por el valor abstracto del dinero. Lo que a su vez, liberó a muchos grupos sumergidos. También creó, con el tiempo, nuevas diferencias; tal vez no tan rígidas y arbitrarias como en tiempos feudales, aunque este punto es materia de debate hoy en día, sobre todo cuando analizamos la dinámica “democrática” de los grandes lobbies mundiales. En resumen, el “modelo occidental” no es un monolito. Incluye contradicciones internas. No obstante, todas esas contradicciones, esas luchas, todo lo bueno y todo lo malo de Occidente parece simplificarse en el american way of life que, con variaciones (a veces solo pintorescas) es el que se está imponiendo en casi todo el mundo, para bien y para mal, con el agravante de que en la mayoría de los casos un injerto ortopédico y en otros una imitación raquítica.

 

Analia: ¿Cómo diferenciamos conceptos como producción, consumo y desarrollo?

J.M. Las ideas sobre lo que entendemos por producción y consumo son mucho más simples y más fáciles de cuantificar que la idea de desarrollo. En nuestra civilización, necesitamos cuantificar, debido a la complejidad que han alcanzado nuestras sociedades modernas y posmodernas. Pero desde el inicio, la consideración del número y la cantidad como única fuente de verdad es equívoca. Podemos medir, contrastar una cantidad con otra de forma mucho más fácil que cuando intentamos valorar la calidad de algo. No me refiero a la calidad de un vino, lo cual no provoca muchas crisis existenciales a los catadores profesionales. Me refiero a la calidad de experiencias humanas más complejas. Para no irnos al área puramente artística o metafísica, podemos considerar que la idea de desarrollo puede ser cuantificada, pero en sí misma es una valoración cualitativa. Al no distinguir estas dos categorías, tendemos a confundir riqueza con desarrollo, y de ahí esa percepción, que está en tu anterior pregunta, de que con el simple aumento de la producción se elimina la pobreza y se aumenta el desarrollo de un país, de una sociedad. No. Puede haber una producción desenfrenada, eso que se suele llamar “milagro económico”, y al mismo tiempo se puede confirmar el subdesarrollo de esa misma sociedad (que a veces no se advierte por la proliferación de nuevas herramientas o nuevos juguetes tecnológicos). Un ejemplo extremo, didáctico, sería una economía basada en la esclavitud. En cierto momento de la historia pudo ser altamente productiva, sobre todo en una cultura agrícola o agropecuaria. Pero en esos casos no podríamos hablar de desarrollo. Si comparamos el norte y el sur de Estados Unidos antes de la Guerra Civil de 1861, podríamos decir que el sistema esclavista del sur era menos desarrollado que el sistema industrializado del norte, porque los esclavos por su color eran menos libres, o tenían menos opciones que los esclavos asalariados de la cultura industrial del norte. Pero no eran sociedades pobres. Lo mismo Bolivia o Brasil…

III: El PIB (parte I)

Analia: ¿Sin un crecimiento sostenido del PIB no hay desarrollo?

 

JM. Bien, para comenzar no sé si sería buena idea entrar en el lugar común de cuestionar al PIB en su validez de medir el tamaño de una economía y su performance anual, si importa más el nominal o si el poder de compra es más realista, etcétera.

 

Analia: Podemos entrar un poco en esa discusión...

J.M. Lo que debería estar claro es que el PBI de un país no mide su grado de desarrollo. Para eso están otros índices.

Analia: ¿Y el PIB per cápita…?

J.M. Es cierto que en el consciente y en el inconsciente colectivo el tamaño del PIB es sinónimo de desarrollo. Hay cierta relación. Los países desarrollados (con todas las simplificaciones y variaciones que supone esta definición) tienen un PIB per cápita mayor que el de los países subdesarrollados. Pero el PIB en sí, aunque atractivo como primera regla de éxitos y fracasos, políticos y nacionales, es in indicador bastante primitivo. Basta recordar que en materia de “producto bruto” son lo mismo las ganancias que deja una vacuna que combate una enfermedad que una droga que la produce. Incluso, en este caso, ni se puede argumentar que la primera producirá más ganancias económicas a largo plazo que la segunda, porque la gente saludable vive más que la que se enferma, ya que es posible que en un país pobre la población joven sea abrumadoramente mayor que la adulta y por lo tanto a mediano plazo no importa que se enfermen. Por el contrario, es posible que la gente sana (al menos sana de cuerpo y alma) tienda a consumir menos que los drogadictos y, por lo tanto, a aportar menos al incremento del PIB. Por supuesto que esta especulación muestra una posibilidad, no la realidad necesariamente. Vale solo como ejemplo o como hipótesis de trabajo.

Por otro lado, si dejamos las especulaciones de lado y echamos una mirada a la historia, a corto plazo veremos que, en las últimas generaciones, sociedades desarrolladas (como los países escandinavos) tuvieron desempeños pobres en materias de inversiones, o medidos por el crecimiento porcentual de sus respectivas bolsas de valores, mientras que países subdesarrollados, ya sea  en Asia o en América Latina,  el monto de inversiones fue bastante mayor.

IV: Mercados y desarrollos desiguales.

Analia: Es decir, que las bolsas suban exponencialmente no significa necesariamente que la economía se esté dirigiendo a un escenario de crecimiento real.

JM. Sí, esto ha sido demostrado con ejemplos viejos y más recientes. La caída abrupta de una bolsa de valores refleja, significa y al mismo tiempo provoca el pánico (recordemos que las bolsas y los inversionistas son entes altamente emocionales). Pero en estados normales, un excesivo crecimiento del Dow Jones o del Nikkei o el de Indonesia no significan el mismo crecimiento proporcionalmente. Ustedes pueden corregirme en este punto. Ahora, a largo plazo, la historia nos muestra que el “desarrollo” de África y América Latina, en un contexto de colonización, no acompañó de la misma forma las cadenas de booms económicos que periódicamente vivió el continente, con su típico bipolarismo emocional de excesivas euforias y crisis autodestructivas.

Analia: ¿Podemos poner algunos ejemplos?

JM. El trazado de ferrocarriles en su época significó no sólo la sensación de progreso y modernización sino también el incremento real del PIB, ya que eso creó puestos de trabajo y movilizó otros sectores de la producción, principalmente la producción de materias primas. Pero a largo plazo, eso funcionó como una jaula de oro, como una estructura que impidió la industrialización y favoreció la explotación de materias primas. Como bien lo ilustró Eduardo Galeano, hace cuarenta años, hoy visto de forma displicente. La idea de “venas abiertas” o de “jaula de oro” expresa una realidad. Basta ver en Google los mapas de América Latina y compararlos con el de Estados Unidos. Todavía se ven, en el sur, las líneas principales de carreteras y vías férreas convergiendo en abanico hacia los puertos, que era donde se asentó primero el poder español, y luego el poder criollo que continuó el modelo exportador (del que tanto se jactaba Domingo Sarmiento), mientras en las sierras y en las llanuras se refugiaban los indios, ya en tiempos de Bartolomé de las Casas, los gauchos después, y los guerrilleros más recientemente. En Estados Unidos la colonización fue a la inversa. No solo procedió por unión (no pocas veces, la anexión violenta), en lugar del proceso por fragmentaciones que sufrió Iberoamérica, sino que mucho antes los colonos ocuparon (y desalojaron a los indios) para asentarse allí y no para explotar, hacerse ricos y luego retirarse a Europa a reclamar sus títulos de nobleza, como hicieron muchos conquistadores españoles. El mapa norteamericano muestra la unión de nodos (ciudades), pero no una red de explotación internacional. Es decir, un dólar invertido en el sur, a la larga no iba a producir lo mismo que un dólar invertido en el norte. El dólar del sur servía para mantener la dependencia (y perdón por la referencia a otra teoría norteamericana de los ’50, tan despreciada hoy); el dólar del norte sirvió para sentar las bases de su propio desarrollo. Recuerdo que en Mozambique, un país que se extiende en una franja de norte a sur, las vías principales lo cruzaban de este a oeste. Habían sido trazadas por el imperio británico para extraer las riquezas de tierra adentro, por sobre la colonia portuguesa. El país no importaba. Hasta no hace tantos años, no se podía ir por tierra de la capital a las principales provincias del norte. Hasta la leche y los huevos de gallina nos llegaban por avión cada semana.

Analia: ¿De qué año estamos hablando?

JM. Hace algo más de diez años. Ahora, poco a poco han ido cambiando las cosas en Africa, pero todavía es más o menos lo que era entonces.

V: El PIB (parte II)

Analia: Se puede crecer en términos de PIB destruyendo o construyendo mal.

JM. Sin duda. Como en aquella vieja película de Chaplin, The Kid, en la que el niño rompía los vidrios para que el protagonista, el vidriero, tuviese trabajo, se puede generar PIB destruyendo el patrimonio ya establecido. Hace un par de años, aquí (nota de editor: Estados Unidos)  hubo un billonario plan llamado “Cash for Clunkers”.  El gobierno de Obama daba varios miles de dólares a cada persona que quisiera deshacerse de su auto viejo (que en cualquier otro país se consideraría “usado pero nuevo”). El consumidor compraba un cero kilómetro, y a su auto lo destruían inmediatamente, echándole una solución en el motor que se transformaba en algo parecido al vidrio, lo cual hacía imposible revenderlo. Luego lo hacían chatarra. El plan tenía un aspecto razonable, que era disminuir la contaminación del aire y bajar el consumo de combustible. Pero la razón principal fue estimular la economía, lo que a corto plazo dio resultados muy evidentes y quizás a mediano plazo también. Es un ejemplo reciente sobre cómo aumentar el PIB y estimular la economía destruyendo lo que en otros países más pobres sería un artículo de lujo. Me pregunto si los economistas tienen algún índice que mida no el PIB de un país, sino su riqueza en valores absolutos, el patrimonio total. Es decir, que mida la “riqueza producida”, como las escuelas y las universidades, la estructura de autopistas, pero no los minerales sin extraer. Tal vez, en ese caso se podría hablar de cierta aproximación de la riqueza de un país a su desarrollo, aunque seguiría faltando el aspecto cualitativo. La guerra es otro factor fundamental en el PIB. Si en 2009 se hubiese producido un conflicto mundial entre dos grandes potencias, la economía podría haber sufrido de muchas formas. Las bolsas se hubiesen contraído por un tiempo, el petróleo hubiese subido abruptamente, pero sin duda la recesión hubiese terminado mucho antes y el desempleo en los países del norte hubiese caído dramáticamente. No sería descabellado pensar que una receta semejante fue usada muchas veces en el pasado. Al fin y al cabo, la industria armamentística es una de las más importantes del mundo, junto con el comercio de drogas, lo cual da una idea de lo engañoso que puede resultar un simple índice como el PIB.

Otro factor que podríamos señalar es cuando vemos que, para calcular el tamaño del PIB y sobre todo en términos nominales, las principales variables son el crecimiento anual, la apreciación de la moneda nacional y la inflación. Si la moneda nacional se aprecia de forma acelerada, eso podría quitar competitividad a sus exportaciones, pero en la medición global la economía indicaría un mayor PIB. Lo mismo ocurre con la inflación. No sólo se trata de que la deflación o la inflación anémica asuste o desestimule a inversionistas y productores, lo que crea un círculo negativo, al estilo del Japón de las últimas dos décadas, sino también de que la inflación en términos absolutos, abstractos, funciona como una variable positiva para el cálculo del PIB en términos absolutos.

 

VI: El PIB (parte III)

 

Analia: Por lo visto, el PIB no es su dato favorito.

JM. Es un dato importante, pero insuficiente y a veces engañoso. Aunque tal vez algo peor que los defectos técnicos del PIB es la obsesión paranoica de medirnos como pueblos y como ideologías según el tamaño del PIB, todo lo que se encoge, y cómo agrandarlo. Vivimos obsesionados con el tamaño y la cantidad del mundo que nos rodea. Es una característica de nuestra civilización occidental, desde el Renacimiento, pero también es la forma más fácil de lidiar con un mundo progresivamente más complejo. El otro número al que los políticos, economistas, inversores y ciudadanos comunes le prenden varias velas es la tasa de desempleo. Creo que después del PIB, es el guarismo más obsesivamente contemplado. Por ejemplo, hoy en día la economía de Estados Unidos está creciendo a una tasa de casi el 3 por ciento anual. Nada mal, comparada con la europea o la japonesa. Sin embargo la mayor crítica de los políticos de la oposición señala, aparte del endeudamiento, el alto índice de desempleo. Estuvo por muchos meses a casi 10 por ciento. Hoy está a 8.9 por ciento y se estima que Obama llegará a la lucha por la reelección con un 7.7 por ciento, el más alto para un presidente que busca su segundo termino (históricamente, creo que el segundo es el termino más importante de cada presidente, tal vez porque ya no se juega ninguna reelección). 9.8 por ciento todavía es considerado muy alto. Sobre todo por las compañías que están reportando ganancias desorbitantes. Hasta las fenecidas automotoras están reportando ganancias de dos dígitos. No es raro leer, casi a diario en el Wall Street Journal que una gran compañía X ha reportado un incremento del 40 o del 80 por ciento en sus ganancias. Sin embargo se resisten a tomar nuevos empleados. Claro, parte del aumento de la productividad y de las ganancias se deben a la reducción de empleados. Pero el primer argumento es: “no tomamos nuevos empleados porque estamos cautelosos con respecto al futuro”. ¿Cuál es el principal indicador que miran las compañías y los inversionistas antes de invertir en su personal? El índice de desempleo. Es decir, las compañías no contratan más personal porque están esperando que el índice de desempleo baje, pero éste no baja porque las compañías no toman nuevos empleados. Para mí la solución sería una simple mentira piadosa. Si el gobierno mintiera más radicalmente sólo sobre el índice de desempleo, eso generaría el más grande estímulo que se está buscando en la economía. Al fin y al cabo, las inyecciones de dinero no deja de ser otra mentira, una manipulación artificial sobre las “leyes del mercado”, con el agravante de generar deuda, real o psicológica y mas fuga de capitales a aquellos países que tienen sus tasas de interés por las nubes (en casos más del 10 por ciento) para evitar precisamente mas inflación que genera el consumo y la misma inundación de capitales. Claro, no se puede mentir por mucho tiempo. Eso genera desconfianza. Por eso algunos países latinoamericanos son menos creíbles en este tipo de datos. No es que Estados Unidos no mienta, solo que tal vez sabe hacerlo de formas imposibles de verificar, por su complejidad o por su incontrastabilidad, como los anotados estímulos monetarios, etc. Razón por la cual hay mayores controles sobre mentiras más directas, como podría ser una salvadora y muy estimulante manipulación del índice de desempleo.

VII: El desarrollo y la libertad

Analia: ¿Qué es “desarrollo”, entonces? En todo caso, ¿existe una medida efectiva de qué es el «desarrollo»? Si así fuera, ¿Cómo podemos evaluar su validez?

 

JM. Para simplificar el análisis de desarrollo, podemos enlistar algunos factores básicos, aunque variables según la sociedad, la cultura y el momento histórico. Por ejemplo, el primero sería lo que prefiero llamar “igual-libertad”. Es decir, un alto grado de libertad, del individuo-en-sociedad (la libertad de un pueblo que no tenga a la libertad del individuo como objetivo final es un contrasentido, carece de sentido existencial o sólo tiene un sentido abstracto, tal como lo entendía un indio marxista llamado N.M. Roy[1]). Pero una sociedad desarrollada es una sociedad que ha expandido el potencial de libertad a todos sus miembros lo cual, tanto en el capitalismo como en el comunismo, es por lo menos cuestionable. Lo es cuando consideramos una sociedad X, pero aún más cuando consideramos la sociedad internacional y sus relaciones desiguales de producción y consumo.

Analia: ¿Podemos ser libres siendo pobres?

JM. En términos existenciales, sí. Un millonario puede ser un deplorable esclavo de su propia fortuna. Pero en términos sociales, según los parámetros modernos fundados en el humanismo y en el iluminismo, no podemos ser libres si vivimos acosados por la necesidad y los problemas económicos. Claro que aquí entra otra variable crucial: las expectativas. Lo que hoy llamamos necesidad, como tener un teléfono celular, un automóvil o un título universitario, antes era un lujo. En resumen, según las expectativas y los valores más comunes de nuestras sociedades contemporáneas (“realización personal”, “oportunidades de crecimiento”, etc.), la “liberación” del individuo depende de lo que algunos teóricos europeos en el siglo XIX entendían como el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad. Es decir, en una sociedad sumida en la miseria, donde todo es pura urgencia y necesidad, podría haber igualdad, pero en una situación de “igual necesidad”. Para salir de este estado necesitamos bienes, producción, etc. Pero si esta producción depende de que unos grupos se liberen para esclavizar a otros, sea de forma clásica o a través de un salario insuficiente o condiciones laborales agobiantes o denigrantes para los individuos, entonces no tendremos desarrollo y sí todos los otros factores que definen una sociedad subdesarrollada: 1) altos niveles de desigualdad, 2) violencia civil, 3) desestimulo del esfuerzo y la responsabilidad individual, 4) bajos niveles de educación, 5) escasez de ocio creativo, 6) descreencia en las normas y las instituciones y, por lo tanto, 7) tendencia al autoritarismo desde arriba hacia abajo y viceversa.

 

VIII: Los modelos importados

 

Analía: Muchas veces, como usted ha mencionado, tendemos a creer que la exportación de modelos ajenos y su aplicación en nuestros contextos (en particular en Latinoamérica) tendrán resultados similares a los obtenidos en su país/región de origen. Sin embargo, por momentos esto ha sido contraproducente. ¿Por qué nos empeñamos en la extrapolación de modelos, si hemos comprobado que no son infalibles? ¿Por qué modelos no exitosos en otros países son incluso exportados a nuestra región (como el caso del sistema educativo argentino, copiado del europeo durante muchos años)? En definitiva, ¿Cómo podemos definir aquello que perseguimos, pero no vemos claramente qué es?

 

JM. Sí, la copia de modelos sociales y económicos en Iberoamérica se remonta al nacimiento mismo de nuestras repúblicas. Nuestros mejores intelectuales y fundadores se basaron en la experiencia de la Revolución Americana, de su constitución y de sus instituciones como padres fundadores. Una elite se basó en las ideas del iluminismo europeo que no pudieron materializarse en antiguas estructuras políticas, pero sobre todo sociales. Sin embargo, la experiencia americana fue vivida como un éxito tanto por propios como por los mismos latinoamericanos, y por los intelectuales europeos hasta finales del siglo XIX, por lo menos. Pero los Jefferson, los Madison, los Paine, simplemente se inspiraron en ideas, no copiaron porque no existía una experiencia semejante en ninguna parte del mundo. Nuestros líderes latinoamericanos, en gran medida, copiaron o quisieron copiar la experiencia norteamericana. De ahí surgen las “repúblicas de papel”: constituciones maravillosas pero divorciadas de la realidad semicolonial y semifeudal del continente. El mismo Sarmiento, y hasta Alberdi, eran admiradores de la experiencia norteamericana y vieron la copia, si no literal, como un objetivo.

  En resumen, si bien es imposible crear nada de la nada misma, es imprescindible que cada contexto exprese su realidad en leyes y sistemas con cierto grado de creatividad que refleje las particularidades sociales, económicas y, sobre todo, culturales. Eso abarca también la investigación tecnológica, la cual pareciera, por lo menos, de aplicación universal. No obstante, no es casualidad que Estados Unidos, Europa, y ahora China, inviertan desesperadamente en investigación e innovación. Los inventores tienen la sartén por el mango, por lo menos en las primeras etapas de cada invento.

IX: El mundo que vendrá

 

Analía: ¿Cómo será el mundo dentro de diez años?

Si usamos diferentes softwares que calculan escenarios, veremos que es casi inevitable que China sea la mayor potencia económica en el 2020. La población china seguirá siendo mucho más pobre que la norteamericana, pero el país, más de cuatro veces más poblado, pasará a ser la principal economía mundial. Aunque cambiemos las variables de inflación, de apreciación del yuan, de crecimientos de PIB, etc., el resultado sería prácticamente el mismo. Si no es en el 2020, será en el 2022. Eso, según los software más sofisticados. No obstante, estos programas responden a una lógica del momento. No consideran, por ejemplo, el factor humano. En mi opinión, China será la principal economía del mundo tarde o temprano, pero también veo que es uno de los escenarios político-sociales más delicados del mundo. El más explosivo. Aunque el carácter del pueblo chino, con toda su diversidad interna, raramente se aproximaría al del mundo árabe o latinoamericano. Es muy difícil mantener a un pueblo con un alto grado de crecimiento económico ininterrumpido. Cualquier crisis de semejante boom económico, que ya lleva treinta años, provocará un efecto dominó de reivindicaciones sociales y políticas. Quizás esa sea la principal razón por la cual el gobierno chino se preocupa tanto por la inflación. Tarde o temprano, tambien China deberá enfrentar cambios radicales en sus sistema político.


[1] “It is absurd to argue that negation of freedom is the road to freedom. The purpose of all rational human endeavor, collective as well as individual, should be the attainment of freedom in ever large measure, and freedom is real only as individual freedom.” (Roy 36). Roy, M. N. Radical Humanism. [1952] New York: Prometheus Book, 2004.


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Sexto continente – Lourdes Ortiz,’Ojos de gato’ – 10/06/11

¿Cómo ve la realidad de nuestro tiempo la mujer española, urbanita y de edad media? ¿Siente como los hombres? ¿Somos, los machos, más primitivos? Nos lo aclara Lourdes Ortiz, que acaba representar su libro de relatos, Ojos de gato.

Juana Escabias nos presenta su libro de relatos Adúlteras, en el que nos descubre que toda mujer puede haberlo sido alguna vez en su vida, aunque sea ‘de pensamiento’.

El uruguayo Jorge Majfud nos lleva a meditar sobe la tristeza del indio, la melancolía del gaucho, la miseria de las clases medias y la necesidad de disfrutar de la alegría.

Vera Kukharava nos trae diversas definiciones del Diccionario del Diablo, de Bierce.

Hablamos con José Luis Sánchez Hernando del poemario Itinerario del Milagro y con Irene Jiménez de su libro de relatos Lugares comunes.

Sexto Continente se mueve al ritmo de músicos cubanos.

El eterno retorno de Quetzalcóatl (III)

The seizure of Atahualpa at Cajamarca

El eterno retorno de Quetzalcóatl (III)


De Kukulcan a Ernesto Che Guevara

La actitud del conquistador español fue la actitud del corregidor, institución que procedía de la Reconquista y se ejerció en la colonia. Los grabados de la época y las crónicas no son ambiguas: el corregidor tenía el poder social y lo ejercía con violencia física y moral. El corregidor creía o decía entender que el indígena se corregía moralmente con violencia al mismo tiempo que era explotado como un esclavo. El opresor se justificaba por las deficiencias morales e intelectuales de sus oprimidos. A su vez, los oprimidos recibían esta moralización y la hacían suya.

En este escenario es comprensible que todo un continente esperase su regreso del hombre-dios, el justiciero Quetzalcóatl/Viracocha para poner fin a la furia del cosmos. Pero Cortés no era Quetzalcóatl y los amerindios tardaron poco en descubrirlo. El falso Mesías era otro azote del Cosmos que recibieron con resignación y sacrificio, siempre a la espera del regreso del verdadero. Esta memoria del fuego fue combatida durante siglos con el fuego del conquistador. No desapareció sino que se refugió en las profundidades del inconsciente colectivo. En su lugar, como sobre los cimientos de los templos antiguos, se levantaron las iglesias, se levantó la conciencia intelectual de la América criolla: el ritual católico de la colonia y el humanismo ilustrado de los inventores de las nuevas repúblicas. El peruano José Mariátegui observó que «los dominicos se instalaron en el templo del Sol, acaso por cierta predestinación de orden tomista, maestra en el arte escolástico de reconciliar el cristianismo con la tradición pagana» (7 ensayos, 1928). Será en el siglo XX cuando Prometeo y Quetzalcóatl, en una dualidad creadora y destructora, aparecerán enmascarados en la cultura ilustrada, en la literatura de los escritores comprometidos.

Las tres divinidades descendidas en la naturaleza humana prometen el regreso. Prometeo engaña a Zeus, el dios que ejerce su poder como un tirano arbitrario. Jesús es traicionado. Quetzalcóatl es traicionado por los otros dioses que le revelaron su rostro humano. Jesús, como Quetzalcóatl, es sustituido por falsos mesías. La usurpación de Hernán Cortés es doble: arrasa aldeas enteras en nombre de Jesús mientras es visto como Quetzalcóatl que regresa. El sexo no representa la unión sino la violencia del conquistador. «Por la justicia no se asimiló el español las razas conquistadas, sino por el sexo ineludible» (José Martí, 1893). Como los dioses que engendran a Quetzalcóatl, este encuentro sexual incluye la guerra pero no el amor, de donde nace otra vez la nueva humanidad. Esta vez no es Quetzalcóatl que regresa, sino un impostor. La autoridad y la realidad son así doblemente ilegítimos. Sólo el regreso del verdadero dios-hombre y su sacrificio podrán remediarlo. (Otros personajes míticos de la cultura mesoamericana comparten las características de Quetzalcóatl. Kukulcán, por ejemplo, domina la vida cultural en Chichén-Itzá en el siglo X y desaparece más tarde como Quetzalcóatl.)

Si vamos más lejos aún, al otro gran imperio americano, el inca, encontraremos a Viracocha, dios que poseía múltiples representaciones y, probablemente, múltiples formas de ser. Pero la dualidad es común y se puede resumir, al igual que el dios mesoamericano, en (1) un dios superior, creador del Cosmos y (2) un dios humano, un dios ordenador del caos del mundo. Como Quetzalcóatl, Viracocha abandona a su pueblo marchándose hacia el océano, pero no hacia el Oriente sino hacia Occidente con la promesa de volver. Viracocha no es un dios único y creador sino «el que señala el lugar adecuado para cada cosa y el momento en que cada uno lo debe ocupar» (Manuel Burga, 1988), es decir, una suerte de gran arquitecto y, al mismo tiempo, el gobernante legítimo.

Por su parte, Viracocha en Perú aparece con la misma dualidad de Quetzalcóatl, siendo al mismo tiempo creador del mundo (salido del lago Titicaca) y «héroe cultural». Como en la cosmogonía mesoamericana, la creación no es única sino que está precedida de intentos fallidos. Después que Wira-Kocha crea el mundo y «ciertas gentes», en una segunda aparición convierte a esta gente en piedras. Crea el Sol, la Luna y un arquetipo de seres humanos en diferentes lugares de la tierra. Luego se retira hacia el océano y desaparece. Como en Mesoamérica, el mundo antiguo del Perú se construía y destruía por la oposición de dos fuerzas en lucha.

Las tragedias de Moctezuma y la de Atahualpa también son paralelas, aunque los separen miles de quilómetros y diez años. Los une una cosmogonía similar, el sentimiento de la ilegitimidad de sus poderes y, como consecuencia, la misma historia de derrota.

Al morir Huayna Cápac, el imperio inca quedó dividió en dos hermanos: al norte en Quito, en manos de Atahualpa, y al sur en Cuzco, en las de Huáscar. Pero Atahualpa entra en guerra con su hermano y lo derrota. Como los aztecas en México, los incas formaron un imperio sobre distintos pueblos andinos. Cuando Pizarro llega a Perú, el imperio estaba dividido por luchas fratricidas. Esta misma idea del poder cuestionado por el oprimido pero también por quien lo ejerce, se acentúa con la disputa de Atahualpa sobre su hermano, ante él y ante los habitantes de la gran capital, Cuzco.

Poco hacía que Atahualpa se había convertido en la autoridad máxima cuando comenzaron a llegar signos inquietantes. Cada uno, como el paso de un cometa, eran anuncios para Atahualpa de una catástrofe. Coincidentemente, los mensajeros del imperio comienzan a llegar con noticias de Viracocha, que regresa por el mar. «Huamán Poma indica, lo que ha podido ser una idea consensual en las creencias campesinas de su época, que a la muerte de Huayna Cápac y durante sus funerales en el Cusco se descifró la profecía que había sido mantenida en secreto durante muchas generaciones: unos hombres vendrían del mar (cocha) a conquistar el imperio» (Burga). Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina (1971) recuerda y de alguna forma confirma la profecía popular según la cual los mismos incas que quisieron aprovecharse de la plata de Potosí se encontraron con una advertencia quechua: «no es para ustedes; Dios reserva esas riquezas para los que vienen de más allá».

El 5 de enero de 1533 un soldado analfabeto, Hernando Pizarro, llega a la «mezquita» de Pachacámac y profana públicamente el santuario. Enterado del regreso de Viracocha, Atahualpa espera a los hombres-dioses en Cajamarca y los recibe. Los españoles no encontraron ninguna resistencia militar sino lo contrario: al igual que en México, fueron recibidos como enviados divinos. En un atardecer, en una confusión que no duró más de media hora, Pizarro y sus hombres atacan la plaza central y capturan a Atahualpa. Poco después deciden ejecutarlo en el garrote, el 26 de julio de 1533, con la excusa de castigar al asesino de Huáscar, el legítimo emperador, y prometen devolver el poder a la antigua nobleza. Pizarro designa sucesor a Tupac Huallpa. Luego a Manco Inca, descendientes de Huayna Cápac. Más tarde hace correr el rumor de que el cuerpo de Atahualpa había sido incinerado. De esa manera los españoles procuraban desterrar las esperanzas mesiánicas que parecían despertarse entre los nativos en contra de los intereses de la nobleza indígena y la soldadesca invasora.

El indio Huamán Poma de Ayala se declara cristiano pero insiste en marcar la diferencia moral basada en la codicia (del naciente capitalismo europeo), como defecto principal, que lleva a la destrucción del mundo. Dirigiéndose a los lectores españoles, escribe: «ves aquí en toda la ley cristiana no he hallado que sean tan codiciosos en oro y en plata los indios, ni he hallado quien deba cien pesos ni mentiroso, ni jugador, ni perezoso, ni puta ni puto […] y vosotros tenéis ídolos en vuestra hacienda, y plata en todo el mundo» (1615).

En esta cosmovisión amerindia (como en los escritos de Ernesto Che Guevara, el último Quetzalcóatl) subsiste la idea de que el poder no es mera cuestión de fuerza muscular sino de fuerza moral, aunque sea una moral discutible por otros pueblos y otras mentalidades. Tanto Atahualpa como Moctezuma sufren de la mala conciencia de su poder ilegítimo y por eso son derrotados.

La motivación de riquezas rápidas en el Nuevo Mundo nunca deja de ser una prioridad en las acciones de los conquistadores. Las repetidas invocaciones a la evangelización aparecen en primer lugar, pero pueden leerse como justificaciones morales de objetivos entendidos como pecados capitales por la tradición cristiana. Tanto Cortés como Pizarro, resuelven su mala conciencia —basada en la codicia y la necesidad de fama— con la adaptación de la religión a sus acciones, no de sus acciones a la religión o a su conciencia, como lo muestra Cortés en sus años de madurez. Es decir, aunque motivados por la religión, quizás como atenuante moral, no son creyentes en el grado que lo eran los pueblos amerindios que actuaron y se dejaron derrotar por sus cosmovisiones. Y también se revelaron según esta tradición de Quetzalcoátl, aunque nunca con la suficiente fuerza como para inaugurar una nueva era. (Continúa)

Jorge Majfud
Lincoln University

Noviembre 2009

La Republica (Uruguay)

Milenio (Mexico)

  1. El eterno retorno de Quetzalcóatl (I)
  2. El eterno retorno de Quetzalcoatl (II)
  3. El eterno retorno de Quetzalcóatl (III)
  4. El eterno retorno de Quetzalcóatl (IV)

Washington Benavides

Larbanois (standing left), along with Edward D...

Washington Benavides y Eduardo Darnauchans entre otros

Reflexiones con motivo del nuevo libro de Washington Benavides.

El frasco azul y otros frascos, Washington Benavides; poemario, 40 páginas, Ediciones Abrelabios

Cuando yo era niño, Washington Benavides y Circe Maia eran dos sinónimos de poeta. Si mal no recuerdo, mi hermano, que es carpintero, le arregló algunas veces la guitarra a su sobrino, Carlos. Para mí, solo ese acto era una forma de participar en algo que estaba más allá de los estrechos límites de la realidad material. Mi padre, también carpintero, hombre práctico y sin mucho oído para la música, compraba sus cassettes porque, decía, los cantores también comen. Washington y Carlos dieron a su tierra “El país de la cina cinas” y otros himnos que no necesitan ninguna consagración oficial.

Con el tiempo, entre las estrellas y el barro político de la dictadura militar, ese grupo de escritores y artistas que integraban Tomás de Mattos, Eduardo Larbanois, el genio inclasificable de Eduardo Darnauchans (alumno de Washington, un poco Onetti, un poco Leonard Cohen) y Héctor Numa Moraes, entre otros, realizaron una mezcla exótica y obviamente imposible: unieron el canto y la cultura popular al arte de culto.

Así, en una especie de pueblo de provincia que era y es Tacuarembó, Uruguay (no por su tamaño sino por su aislación geográfica y por la particularidad de estar rodeada de estancias y de una fuerte cultura ganadera y conservadora que no puede verse al espejo sin montar en cólera), surgió una generación de intelectuales que no despreciaron la alegría ni le temieron al vértigo de emociones más oscuras y profundas.

Todo parece tan lejano. No por el tiempo. No porque esos artistas hayan dejado de producir. No porque la seriedad o el vigor de los grandes haya declinado, sino por el culto a la frivolidad y a la intrascendencia que caracteriza nuestra época y a veces se ensaña especialmente con las provincias culturales más débiles que siempre copian los defectos ajenos, que es otra forma de conservar los defectos propios.

Lamentablemente, el Rio de la Plata, la región geográfica y espiritual que hizo nacer uno de los géneros populares con mayor vigor espiritual y riqueza intelectual, el tango, y no fue avaro con el mundo dando escritores como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti y Eduardo Galeano, se ha especializado en el arte de la frivolidad y la intrascendencia. Lo que demuestra otra de las características rioplatense: la creación y la autodestrucción.

Pero la tontería y la frivolidad si bien aturden, tampoco sobreviven a sus promotores. La ventaja de los grandes artistas como Washington Benavidez es que se pueden morir y seguir trabajando.

La historia demuestra, de forma abrumadora, que los pueblos no sólo se equivocan, sino que sus consensos han gozado, casi por norma, de buenos equívocos e inconmensurables supersticiones. Pero la historia también demuestra que el juicio del tiempo es implacable y muchas veces inapelable.  A este juicio sobreviven los grandes; o los grandes se definen por este juicio.

No sé si poetas como Benavides lo saben; no sé si le importan. Si sé que le importará a las generaciones que sobrevivan a esta catástrofe, ruidosa pero imperceptible, dentro de la cual vivimos.

Entonces, los sobrevivientes deberán recurrir a las obras de los grandes artistas para recuperar su propia condición humana, para explorar toda esa existencia que está más allá de los estrechos límites individuales. Esas vidas ajenas de las cuales estamos hechos todos y que es la condición de cada ser humano que ha sido elevado, en alguna medida, por encima de su condición de ser animal, por encima de su condición de simple pieza de una gran máquina de picar carne.

Jorge Majfud

La Republica (Uruguay)

Milenio (Mexico)