​El milagro chileno

Hace un par de semanas tuve la mala idea de contestar algunos argumentos de un señor que decía vivir en Estados Unidos porque este es un país libre. Curiosamente, o no, defendía la dictadura de Pinochet como la única forma de salvar a su país del comunismo. Una dictadura que rescató a Chile de la debacle económica en la que lo había hundido Salvador Allende, y que reorganizó el país y su economía para el modelo exitoso del que goza el país hoy en día, a pesar de algunos brotes socialistas que nunca mueren.

Está de más decir que este tipo de argumentos prefabricados ha sido por lo menos exitoso: se atribuye al equipo económico de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) el mérito de una sociedad y de una economía desarrollada en América Latina. La idea de que una dictadura que destruyó un gobierno democrático, persiguió, torturó y asesinó a miles de ciudadanos para proteger a un país de una posible dictadura sería irrisorio sino fuese criminal.

Por otro lado, el supuesto mé​rito económico de la dictadura (o “dictablanda” como le gustaba definirla el mismo dictador) también es muy cuestionable.

Más abajo he diseñado un gráfico de la evolución del PIB chileno desde 1960 hasta 2010. De estos números se desprenden algunas observaciones: GDP Chile - Cuba 2 copy

1)                  Contrariamente a lo que se suele repetir, el breve gobierno de Salvador Allende no significó ninguna catástrofe económica, pese al complot (económico, diplomático y militar) del gobierno norteamericano de la época, ampliamente documentado. Por el contrario, se observa un incremento del PIB.

2)                  Durante el período del “milagro económico” y de la estabilidad financiera de la dictadura chilena se observan varios altibajos más o menos dramáticos. Si comparamos el desarrollo del PIB de Cuba en el mismo periodo, lejos de ser considerado un ejemplo de éxito económico, vemos que en ambos países el crecimiento fue muy similar. De hecho en 1973, el PIB de Cuba era 9.9876 ​mil millones​ y el de Chile 16.3875​ mil millones​. En 1990, el de Cuba era de  28.6451​mil millones​ y el de Chile 31.5589 ​mil millones​. Es decir que en el gobierno socialista de Allende, la economía cubana era el 61 % de la chilena, mientras que al finalizar el gobierno de AugustoPinochet, la de Cuba era el 91% de la de Chile. En términos globales, la economía cubana creció más que la chilena durante el “milagro chileno” de los Chicago Boys. Obviamente que los factores son múltiples (ayuda soviética y bloqueo estadounidense a Cuba, etc.) Pero los números chilenos no muestran nada impresionante en ningún caso.

3)                  El gran despegue de la economía chilena (al menos en términos de Producto Bruto Interno) se observa precisamente en el periodo pos dictatorial hasta el presente. La mayor parte de este periodo de 25 años (1990-2015) estuvo presidido por gobiernos de centroizquierda. En dos oportunidades, por gobiernos socialistas, con todos los matices que tiene ese término a lo largo de la historia, como también es el caso de los diferentes capitalismos que existieron y existen hoy en día. Más allá de una discusión ideoléxica  (semántica e ideológica), lo que parece claro es que adjudicarle a la dictadura chilena de los 70s y 80s el mérito del presente chileno es por lo menos cuestionable. Un argumento común es que sin Pinochet Chile se hubiese convertido en otra Cuba. Bueno, también se podría decir que sin Pinochet Chile se podría haber convertido en Suecia o en Singapur y si mi abuelita tuviese cuatro ruedas sería un carrito.

Pero cuando se analiza la historia, antes que estas especulaciones complacientes para determinados grupos hay que analizar lo que de hecho ocurrió: (a) una dictadura que destruyó una democracia estratégicamente acosada y acusada de comunismo por la ingeniería publicitaria, como antes había ocurrido con el gobierno de Guatemala en 1954 gracias a otra conspiración (en aquel caso de la United Fruit Company, gracias a la cual ese país, como tantos otros, pagaron con generaciones de dictaduras y cientos de miles de muertos, pero gracias a Dios se salvaron del horror del socialismo que nunca fue); (b) el desempeño bastante mediocre en economía, tan mediocre como el cubano, aunque bastante mejor que otras dictaduras militares de la época, y (c) el mérito evidente de la generación posterior que, por alguna razón, no se identifica con la rabiosa oligarquía chilena que ante las fotos de los desaparecidos respondían con carteles: “por suerte ya no están”.

Porque para la mentalidad colonial, los países tienen dueños; cuando los disidentes expresan desacuerdo, amablemente son invitados a abandonar el país, en el mejor de los casos. Lo cual ha funcionado desde siempre, sean fascismos de izquierda o de derecha, supuestas democracias o dictaduras tradicionales. No pocas veces he escuchado la recomendación (sobre todo de latinoamericanos que dicen huir de dictaduras latinoamericanas) de que si alguien critica las acciones del gobierno estadounidense debería irse de Estados Unidos. Vienen escapando de dictaduras y traen toda esa mentalidad dictatorial mientras repiten sin pudor palabras como libertad y democracia. Lo cual significa que, si fuese por ellos, al menos sesenta o ciento veinte millones de norteamericanos deberían abandonar su propio país por no ser “americanos auténticos”. No pocas veces he escuchado más de lo mismo desde Cuba, por citar un ejemplo igual y contrario: “este país es nuestro; el que no está de acuerdo, que se vaya a Miami”.

Para terminar la discusión con Augustito (que más bien fue un monólogo de su parte) tuve que darle la razón. Se me hacía tarde. Le recomendé una película muy impactante, Missing (1982) con la actuación insuperable de Jack Lemmon sobre el caso de un periodista de Nueva York, desaparecido en Chile pocos días después de aquel glorioso once de setiembre. Se quedó satisfecho. Dijo que la iba a comprar en Amazon. Probablemente a esta altura ya la haya visto. Seguramente me estará puteando y llamando comunista. No soy comunista, pero considero que esta acusación ya no es mortal como solía serlo en América Latina. Mucho menos aquí, en Estados Unidos, cuyo presidente, como todos saben, es comunista y musulmán.

Jorge Majfud

Jacksonville University

Anuncio publicitario

Balseros

Jorge Majfud’s books at Amazon>>

Balseros

Carles Bosch y Josep Mª Doménech

España, 2002.

Cuando el contexto es Cuba el texto está debajo de un lente político que nos reclama una definición del mismo género. Esta exigencia implícita es producto de una deformación que ha producido la historia maniqueísta de los últimos cincuenta años. Consecuentemente, las producciones cinematográficas han respondido a esta simplificación política tomando posición según los únicos lugares disponibles: de este lado o del otro. Cuando miramos una película cubana generalmente no podemos abstraernos de esta exigencia. Desde el comienzo nos interrogamos sobre la posición de su productor: ¿Desde qué punto de vista ideológico está narrando la película? Sabemos que este punto de vista será (1) a favor del régimen comunista, (2) en contra del régimen comunista o (3) de forma relativa, a favor y en contra de ambos. Esto, que parece una tautología, no lo es: en cualquier caso, el factor político permanece omnipresente y exige un juicio.

Entiendo que Balseros tiene un raro mérito: ¿cómo hacer una película sobre Cuba, sobre la problemática social y política de Cuba sin tomar partido? Pero aún más: ¿cómo hacer una película sobre el problema político de Cuba sin que el elemento político se transforme en el tema de fondo? Balseros parece haberlo logrado poniendo el drama humano en el centro, de tal forma que nos impida definir la posición política de sus realizadores. Si al comienzo los espectadores anticastrista se congratularon con las imágenes de la miseria comunista que justificaba la aventura del balsero y el aparente “sueño americano” realizado en la segunda mitad del film, todo eso entra rápidamente en cuestión y un fantasma inefable cruza muchas de las historias: el esfuerzo los ha llevado de la miseria comunista a la miseria consumista. El drama de la complejidad humana comienza a desplazar al drama político. Los exiliados no son representados tanto como gente obligada a abandonar el país por la fuerza sino gente que lo abandona para realizar sueños materiales que en ocasiones logran (con modestia) y en otras ocasiones no. Luego de varios años de penurias en Estados Unidos el «sueño americano» no se destruye, ya que nunca fue una simple esperanza sino un mito. Y los mitos no se destruyen con una realidad personal. Sin embargo se advierte la paradoja del nuevo sistema: para darle a la familia de Cuba todo lo que quieren (o necesitan) es necesario antes olvidarse de ellos. Como dice uno de los personajes consejeros, para ayudar a los demás antes tienes que estar bien tú. Pero ese “estar bien” nunca llega y la lucha por la sobrevivencia se transforma en un olvido del propósito declarado originalmente.[1] Por otra parte, la libertad tiene un precio; casi siempre pasa por los clérigos del capitalismo: los abogados, los cuales no son accesibles a los balseros y a los trabajadores de servicios insuficientemente remunerados.

La carencia de libertad de expresión aparece mencionada como un problema, pero en ningún momento se dramatiza como se hace con la pobreza.[2] Por el contrario, las fiestas públicas de la construcción de las balsas parecerían indicar un folklore promovido por algún ministerio de turismo. Lo cual en parte es lógico. La película está destinada a un público consumista para el cual la «libertad de expresión» no es central; lo central es el «poder adquisitivo». Ninguno de los balseros es un intelectual, alguno de esos escritores que andan escondiéndose en la isla, algún idealista rebelde o algún artista que ha sido liberado por alguna circunstancia. Los balseros de Balseros no son refugiados de conciencia sino refugiados capitalistas: todos quieren “progresar”, tener “una casa, un carro y una mujer” o “darle a la niña lo que me pida”. La frase pintada en un bote «en Dios confiamos» representa la promesa de prosperidad material de Estados Unidos; no a Dios, porque en cubano se lo llama de cualquier otra forma. También la letra de la rumba que lo acompaña: «que sea lo que Dios quiera» no refiere a Dios sino a la suerte, a la fortuna (americana) que estas personas-personajes tratarán de realizad en Miami, en el Bronx, Nueva York, en Grand Isle, Nebraska y en Albuquerque, Nuevo México. Kaminski cita a Coper: “If it’s about ambition, we were all born in the wrong country”.

Balseros pertenece al género documental; es testimonial y es “reality show”. Es decir, es la síntesis de una tradición y una novedad de la televisión de los años noventa. La voz en off narrando la historia que es expuesta en imágenes es una constante en otras películas cubanas. A veces esa voz es personal; otras veces es una forma de voz de la conciencia, un monólogo interior. Como en las películas anteriores, la intertextualidad de otros medios de comunicación (especialmente la televisión) contextualizar  el texto y completan su narración. En Memorias del subdesarrollo aparecían Fidel Castro y Kennedy; en Balseros aparece Fidel Castro y Bill Clinton. En todas las demás aparece Fidel Castro. Otro elemento que subraya el estilo testimonial es la elección de cinco personas que narran su aventura en las balsas (Rafael Cano, Oscar del Valle, Mérycis, Míriam…) de tal forma que al comienzo nos hacen dudar si son actores profesionales o personas comunes que recrean sus propias vidas. Otro son las entrevistas, como el de aquellos a quienes les son denegadas las visas por parte de Estados Unidos [3], lo cual tiene una lectura real y directa: los balseros son producto de una política administrativa de ambos lados. Todo eso apoyado por la insistencia de fechas concretas, con día y hora marcadas en la pantalla como se marcan los hechos de una investigación sobre esa ficción colectiva que todos llamamos realidad. Todo lo cual está confirmado por el uso de rostros conocidos en la televisión hispana en Estados Unidos, de programas “reales” y de abogados que realmente son abogados.

Para terminar, una observación teórica: Kaminski expone una idea que Amarill Chanady ya había analizado en Latin American Identity and Constructions of Difference:

Because of the «impossible unity of the nations as a symbolic force», any constructions of coherent view of the nation, or sustained strategy of nation building, necessarily leads to homogenization. As Renan writes, «unity is always affected by means of brutality.» What that means is not only that the nonhegemonic sectors of society are «obligated to forget», and concomitantly obligated to adopt dominant cultural paradigms in several spheres, but that “forgetting” is the result of marginalization and silencing, if not annihilation (xix).

No obstante, no encuentro sólido el argumento de que la noción de nación está dada por el exilio, la diáspora. La recurrencia a ejemplos de Benedetti, de Peri Rossi, etc., son valiosos para describir una forma de definición de nacionalidad, de pertenencia, de subjetividad “nacionalista”, etc. Pero no son suficientes para una conceptualización más genral de los términos centrales que intenta definir (patria, matria, identidad, historia, mitos nacionales, etc.) Sí podría argumentar a favor de que la definición de nación (como la definición de identidad y de persona) está en estrecha relación con la definición y exclusión del “otro”. Eso cualquiera lo puede intuir sin haber leído nunca a J. Derrida. En este sentido, sí, el exilio juega un papel fundamental —pero no determinante.

_________


[1] Un cubano veterano aconseja e instruye al recién llegado en el arte de la sobrevivencia capitalista: “tú tienes que resolver tus problemas y no tienes tiempo para ocuparte de los demás. Y como tú siempre tienes problemas…” “Working, working, day and night”, lo que podrías es la letra de una canción es el slogan promovido para las clases servidoras, aquellas que sólo pueden aspirar a “trabajador ejemplar de la semana”, con su pequeña foto de los honores pegada en una pared de fast food. O lo que es igual: “la compañía prospera, nosotros prosperamos y todos felices” Aplausos.

[2] Es significativo el hecho de que una misma película, rodeada de connotaciones políticas, sea expuesta y premiada por Dios y por el Diablo: Balseros participó en el 24º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, en el 2002, siendo premiada como le mejor “documental extranjero”. También en Miami, en el año siguiente, participa en el International Film Festival, y recibe el Audience Award

[3] Uno de los entrevistados dice, a la puerta de la embajada norteamericana y después de serle denegada la posibilidad de entrar legalmente en este país: “La opción que me queda es timarme al mar”.

 Jorge Majfud

Jaccksonville University

Seguir leyendo «Balseros»

Sobre revisionismos

 

 

El revisionismo de la historia (I)

José Artigas es uno de los pocos líderes políticos y militares de la historia que no es representado montado en un caballo blanco inmaculado, como el del mártir San Jorge. La lista es larga y ridícula: Napoleón, Washington, San Martín, Bolívar y Stalin, etc. Ridícula, improbable, pero históricamente efectiva, simbólica, es decir, real en el imaginario tradicional.

Por el contrario, la representación más famosa de Artigas sobre un caballo lo muestra sobre un matungo criollo, oscuro, taciturno y cabizbajo como él mismo. La imagen refleja la derrota y el exilio pero, sobre todo, la forma de ser de cierto carácter nacional. No porque fuese el único líder derrotado militarmente y, sobre todo, en sus ideales. A diferencia de los llamados “Padres fundadores” de Estados Unidos, casi todos los grandes líderes de lo que hoy es América latina fueron fracasados al final de sus vidas, traicionados y derrotados. Casi todos murieron en la frustración del exilio y de la nostalgia de sus ideales destrozados. Pero no todos reflejaron en el imaginario colectivo esa melancolía y humildad, a veces terriblemente onettiana, que la tradición del nuevo país, Uruguay, adoptó para sí mima en oposición a otras formas abiertamente extrovertidas y a veces avasallante de nuestros vecinos mayores.

La historia es una creación humana; es lo que se hace y lo que se dice de lo hecho; difícilmente dicho y hecho coinciden, porque básicamente son dos cosas diferentes. Pero llamamos verdad cuando estas dos cosas se aproximan, error cuando no coinciden y mentira o ficción cuando deliberadamente se sustituye uno por el otro como forma de resolver las diferencias.

Los motores de la historia son varios: la justicia, los instintos más primitivos o el impulso natural por crear y destruir. Pero quizás el poder sea uno de sus motores menos discutidos.

Ahora, si el poder, por definición, es esa fuerza capaz de definir o cambiar una realidad, ¿cómo no sería capaz de definir o cambiar lo que se dice de ella? La narrativa histórica no se diferencia de la ficción por sus medios de expresión ni por sus efectos en la memoria. Pero si la historia está comprometida con la verdad particular de los hechos, la ficción está comprometida con la verdad general de las emociones humanas a través de lo particular.

Una de las fuerzas creadoras y destructivas más potentes de la historia humana es la política. La política crea realidades creando previamente narrativas imaginarias sobre esa realidad. Como la religión, la política es una narrativa realista, no porque sea objetiva sino porque antes de crear sus ficciones ya ha convencido al lector/espectador/votante/súbdito de que su ficción y la realidad son la misma cosa, algo tan palpable como las piedras (como si en los sueños no hubiesen piedras). Por esta misma razón, los imaginativos poetas y escritores son en el fondo más realistas que los pragmáticos políticos, porque los primeros aprenden a reconocer y distinguir la materia de su trabajo, la ficción, y los segundos suelen confundir ficción con realidad, lo que se demuestra con su fanático pragmatismo.

De acuerdo, la política es también una práctica, pero antes que todo es una ficción realista que unas veces se viste de pragmática y otras de idealista. Una es prosa llana; la otra verso utópico. Que sea buena o mala depende, muchas veces, del político, es decir, del narrador. Si no, echemos una mirada a los regímenes que hoy sentimos más lejanos: los faraones y los incas, los emperadores y reyes absolutistas de Europa; los célebres Hitler, Mussolini, Franco y Stalin; los emperadores democráticos y alucinantes Theodore Roosevelt y George Bush; los idealistas Che Guevara y el Subcomandante Marcos; los revolucionarios conservadores como Fidel Castro y Ronald Reagan; los pragmáticos Hugo Chávez, Lula da Silva y Cristina Fernández. La lista es infinita y no deja (narrador) político afuera.  Sin embargo, sobre todo aquellos que conocemos los territorios de la “ficción consciente” que es la literatura, sabemos que la realidad también existe, aunque sea imposible de definirla sin manipularla.

Todos han sido poderosos narradores, a veces defensores de sus personajes; con frecuencia, delirantes, alucinados poetas que han escrito sobre la tierra, con la sangre de los pueblos y usando lanzas y misiles en lugar de plumas, que han corregido sus borradores con bombas y masacres en lugar de correctores, la historia, la madre de todas las ficciones, la ficción más realista (es decir quijotesca) de todos los géneros literarios.

Jorge Majfud

Noviembre 2011, Jacksonville Univeristy

majfud.org

Milenio II (Mexico)

La Republica (Uruguay)

 

El revisionismo de la historia (II)

En suma, la narración de la historia está cruzada de intereses religiosos, estéticos, nacionalistas y, sobre todo, políticos. Cuando un grupo religioso en Estados Unidos se escandaliza porque el presidente Obama no menciona suficientemente a Dios en su Discurso de la Unión, su molestia es puramente política, no religiosa. En nada afecta la religión y mucho menos la fe de ninguno de sus miembros. En definitiva, la religión es básicamente una experiencia individual que a lo sumo es compartida voluntariamente por una comunidad específica. Pero cuando esa comunidad pretende trascender los limites de sus miembros voluntarios, automáticamente pasa al campo de la política travestido de religión, es decir, con pretensiones de neutralidad política. Pero el problema es puramente político, se trata de una lucha por la administración del poder social.

Ahora la presidenta Argentina ha propuesto una comisión de revisión de historia. Personalmente estoy a favor de todo revisionismo histórico. La historia, cualquier historia, puede y debe ser siempre sujeto de revisión. Siempre pueden surgir datos nuevos, documentos y nuevas teorías que expliquen lo inexplicable o corrijan supersticiones a veces enquistadas en la memoria colectiva. Considero que no hay figuras santas ni sagradas que alguna vez hayan sido seres humanos. Es la tradición la que santifica y mitifica. La misma figura de Cristo ha sido revisada con innumerables interpretaciones por aquellos mismos que lo consideran Hijo de Dios, Mesías o sólo un profeta bíblico de gran importancia. De otra forma no habría tantas sectas cristianas. Ni que hablar del Padre, cuya voluntad ha sido revisada a lo largo de los últimos tres mil años y es revisada cada domingo en diferentes templos y en diferentes canales de televisión al mismo tiempo que se afirma que Dios nunca cambia de opinión. A la revisión religiosa se llama confirmación; a la interpretación, verdad única y absoluta.

Pero el revisionismo histórico debe ser hecho con libertad y por investigadores independientes. En Argentina, por ejemplo, un caso interesante para revisar (muchos ya lo han hecho, pero continúan cabalgando en sus estatuas de bronce) son los del General Roca y del maestro Domingo Sarmiento, que no sólo fue educador y, de no ser por un revisionismo hubiese fosilizado la imagen de Artigas como montonero terrorista, sino que también fue un desclasado profundamente racista, montado a su prestigio y embestido presidente de una gran nación. Los dos fueron presidentes. Uno militar y el otro escritor y educador. Como educador consideraba que los niños eran bestias a domesticar, pero para su época dejó otros legados que ayudaron el progreso de su país y la región. Ambos fueron profundamente racistas aunque la obra del General Roca fue decididamente genocida; quizás este genocidio indígena haya culminado con las armas lo que otros, como Sarmiento, comenzaron con la pluma.

De cualquier forma, no estoy de acuerdo que este proyecto de revisión o revisionismo deba surgir de la esfera política. Los administradores sólo deberían limitarse a remover algunos monumentos o nombres de calles, después de un consenso basado en investigaciones independientes.

La política es un instrumento humano para lograr cosas, para mejorar o empeorar una sociedad. Rara vez, sino nunca, es un instrumento confiable en la narrativa de la verdad. Por ejemplo, la comisión CONADEP que resultó en el “Nunca Más” o informe Sábato, fue una tarea necesaria y un instrumento político para acelerar la búsqueda de una verdad en un contexto social adverso, con una tragedia reciente y con sus responsables vivos en su mayoría. Entonces se necesitaba el apoyo del nuevo gobierno, ayuda y protección del Estado para emprender semejante investigación. No se trataba de un tema puramente histórico o académico sino que se superponía a la competencia de otras dos instituciones del Estado en una relación delicada sino conflictiva: la Justicia y el Ejercito.

Pero en un país democrático no es necesario ni conveniente que un gobierno o un político nombre una comisión, por neutral que parezca, para revisar y reescribir, con un mandato burocrático, hechos que ocurrieron décadas o siglos atrás. Es cierto, la educación terciaria es harto más independiente que la educación secundaria. Pero ésta, cuando es pública, no debería depender de las decisiones de un gobierno sino del Estado como síntesis de una pluralidad de fuerzas e intereses generales.

El revisionismo histórico en sí es, principalmente, tarea de historiadores independientes, desde la academia hasta el periodismo, incluyendo a los aficionados a la materia que con frecuencia aportan a esta búsqueda sin principio ni final, sin conclusiones absolutas ni verdades oficiales. Estos profesionales y aficionados normalmente son independientes de cualquier mandato político; en el peor de los casos, se juegan su prestigio profesional en busca de una verdad y no intereses o emociones político partidarias.

En las sociedades libres, el revisionismo de la historia no se prohíbe pero tampoco se impone. Los críticos y los investigadores no necesitan la luz de un gobernador para saber lo que deben hacer. Este caudillismo intelectual en el Occidente moderno se arrastra desde el siglo XV, cuando los nobles encargaban a los escribas, graciosamente llamados “cronistas reales”, fijar libremente la historia. De acuerdo, gracias a muchos de ellos, como en el caso del monumental proyecto encargado por Alfonso X, Estoria de España y la Grande e general estoria, conocemos una parte de la historia hispánica de la Edad Media. De cualquier forma, se trató de una selección y de ciertas correcciones, por lo cual no se puede afirmar que conocemos los hechos como ocurrieron sino como el rey Alfonso y algunos cristianos en guerra con los moros querían que sean conocidos por su tiempo y los siglos que les sucedieron. Los “historiadores” de Alfonso acusaron a los anteriores de lo que harían ellos mismos en sus libros: en tiempos de Theodisto, políglota griego, “no se encontraba en toda España un hombre malo ni descreído”, pero Theodisto tenía maneras amables y corazón de lobo: sacó las cosas “verdaderas” de los libros y puso las “falsas” haciendo traducir del griego al árabe libros de ciencia (278). Mientras,  a cada paso los escribas de Alfonso revelaban sus propios criterios para seleccionar los hechos pasados (“non fallamos ninguna cosa que de contar sea que a la estoria pertenezca, 282, etc.)

En América, como dicen algunos detractores del padre Bartolomé de las Casas, fue gracias a Fray Diego de Landa, quien en el siglo XVI transcribió al castellano las historias de los nativos, que hoy conocemos gran parte de la historia maya. Es decir, de lo que quedó de la historia maya luego que Landa quemara casi todos sus libros originales y nos legara amablemente su versión de aquella extraña y diabólica cultura llena de “mezquitas”. No le faltaban motivaciones políticas y religiosas, y así se fosilizó o se perdió gran parte de la historia.

Ahora, cuando miramos atrás, vemos los pequeños fragmentos que sobrevivieron. No vemos las infinitas tramas, mentiras y traiciones que podrían explicar tantas cosas, no vemos aquellos hombres y mujeres que fueron secuestrados, masacrados y olvidados, simplemente porque ya no están y sus ecos se perdieron en diluvios de otras narrativas. Y como no los vemos, llamamos Historia a aquellos otros escasos fragmentos que fueron salvados o nos llegaron después de innumerables manipulaciones, fraudulentas manipulaciones que en sus tiempo sirvieron a intereses religiosos e ideológicos, es decir, intereses políticos.

La moraleja es demasiado obvia: si queremos la verdad histórica o algo que se le aproxime, dejemos que investigadores independientes, sin motivaciones sectarias, se ocupen de su materia. Lo mejor que pueden hacer los religiosos es comprender que la religión más allá de sus propios limites es política, y de las más peligrosas. Lo mejor que pueden hacer los políticos interesados en la verdad es promover la libertad y la independencia de los investigadores. Claro, la verdad no es siempre agradable ni conveniente. Por eso siempre se hay historias mejores.

Jorge Majfud

Noviembre 2011, Jacksonville Univeristy

majfud.org

Milenio , II (Mexico)

Revolucion cubana

Documentos básicos e incompletos sobre la Revolución cubana

Interviewed Fidel Castro in the Sierra Maestra

Entrevista al Che Guevara en Sierra Maestra

Brevísima cronología de la Revolución cubana.

 

1 DE ENERO DE 1959

Ante el avance de las columnas guerrilleras de Fidel Castro, el dictador Fulgencio Batista huye de Cuba. La revolución triunfa en el país

6 DE AGOSTO DE 1960

Fidel Castro anuncia la nacionalización de las refinerías de petróleo, centrales azucareras y compañías de teléfonos y electricidad de EE.UU.

11 DE ENERO DE 1961

Cuba inicia la campaña nacional de alfabetización

17 DE ABRIL DE 1961

Unos 1500 batistianos adiestrados por la CIA desembarcan en Playa Girón, en la Bahía de Cochinos. En 72 horas, el ejército rebelde desbarata la invasión

3 DE FEBRERO DE 1962

El presidente J. F. Kennedy ordena el embargo económico y financiero contra la isla, que se prolonga hasta hoy

22 DE OCTUBRE DE 1962

Comienza la crisis de octubre por la instalación de misiles nucleares soviéticos en la isla, que serán retirados más tarde ante la inminencia de una guerra nuclear entre la URSS y EE.UU.

9 DE OCTUBRE DE 1967

El Che Guevara es capturado y asesinado en Bolivia

MARZO DE 1968

El gobierno cubano expropia todos los negocios privados de la isla a excepción de las pequeñas propiedades agrícolas. Es la gran ofensiva revolucionaria

ABRIL DE 1980

Crisis migratoria con EE.UU. Unos 130.000 cubanos abandonan la isla desde el puerto de Mariel rumbo a Florida

13 DE JULIO DE 1989

El General Arnaldo Ochoa y otros tres oficiales son fusilados por el régimen tras haber sido juzgados por su implicación en tráfico de drogas

DICIEMBRE DE 1991

Fin de las relaciones con Moscú tras el derrumbe de la URSS. La producción económica de Cuba se reduce un 35 por ciento en los tres años posteriores. Comienza el denominado «período especial en tiempos de paz»

27 DE JULIO DE 1993

Ante la magnitud de la crisis el régimen autoriza los mercados campesinos, el trabajo por cuenta propia, los pequeños negocios de forma restringida, el uso del dólar y el envío de remesas desde el extranjero. Se fomenta la industria turística

5 DE AGOSTO DE 1994

Primera manifestación contra el régimen en el malecón de La Habana. Es el anticipo de la crisis de los balseros. Unas 30.000 personas huyen de la isla

21-25 DE ENERO DE 1998

Histórica visita del Papa Juan Pablo II a Cuba

25 NOVIEMBRE DE 1999

El balserito Elián González es rescatado en las costas de la Florida. La lucha por su custodia da pie al surgimiento de «la batalla de las ideas», la última vuelta de tuerca ideológica de Castro, que inicia una recentralización económica del país

MARZO-ABRIL DE 2003

El régimen lleva a cabo la mayor campaña represiva en muchos años. 75 disidentes son condenados a penas de hasta 28 años de prisión. Tres secuestradores de una lancha de pasajeros son fusilados tras un juicio sumarísimo

20 DE OCTUBRE DE 2004

Caída estrepitosa de Fidel Castro tras pronunciar un discurso en Santa Clara. se fractura la rodilla izquierda y el brazo derecho. Es el inicio de su declive físico

17 NOVIEMBRE DE 2005

En un trascendental discurso, Castro reconoce que la revolución puede autodestruirse debido a la corrupción generalizada en el país

31 DE JULIO DE 2006

Proclama al pueblo de Cuba en la que Fidel Castro anuncia que sufre una grave enfermedad intestinal y que cede el poder de forma provisional a su hermano Raúl

24 DE FEBRERO DE 2008

Raúl Castro asume como presidente de los consejos de estado y de ministros y como comandante en jefe, tras la renuncia definitiva de Fidel unos días antes .

(Resumen realizado por La Nación de Buenos Aires, el 28 de diciembre de 2008).

Ernesto Che Guevara

Biografía según ICAIC

Che talking about the Bay of Pigs Invasion.

Carta de despedida del Che a Fidel

Ernesto Che Guevara  

«Año de la Agricultura»
Habana

Fidel:


Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia, de cuando me propusiste venir, de toda la tensión de los preparativos.

Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera). Muchos compañeros quedaron a lo largo del camino hacia la victoria.

Hoy todo tiene un tono menos dramático porque somos más maduros, pero el hecho se repite. Siento que he cumplido la parte de mi deber que me ataba a la revolución cubana en su territorio y me despido de ti, de los compañeros, de tu pueblo, que ya es mío.

Hago formal renuncia de mis cargos en la dirección del partido, de mi puesto de ministro, de mi grado de comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos.

Haciendo un recuento de mi vida pasada creo haber trabajado con suficiente honradez y dedicación para consolidar el triunfo revolucionario. Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario. He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios. Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos.

Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y dolor; aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos… y dejo un pueblo que me admitió como su hijo: eso lacera una parte de mi espíritu. En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo dondequiera que esté; esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura.

Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad, salvo la que emane de su ejemplo. Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento, será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo y que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos. Que he estado identificado siempre con la política exterior de nuestra revolución y lo sigo estando. Que en dondequiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano y como tal actuaré. Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena; me alegro que así sea. Que no pido nada para ellos, pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse.

Tendría muchas cosas que decirte a ti y a nuestro pueblo pero siento que son innecesarias, las palabras no pueden expresar lo que yo quisiera, y no vale la pena emborronar cuartillas.

Hasta la victoria siempre, ¡Patria o Muerte!

Te abraza con todo fervor revolucionario

Che  

Carta leíoda por Fidel Castro el 3 de octubre de 1965, en La Habana, Cuba. 

«Hasta siempre Comandante» (Puebla)

Letra de Carlos Puebla

« Hasta Siempre Comandante «

Aprendimos a quererte
Desde la histórica altura
Donde el sol de tu bravura
Le puso un cerco a la muerte.

Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia,
De tu querida presencia
Comandante che guevara.
Tu mano gloriosa y fuerte
Sobre la historia dispara
Cuando todo santa clara
Se despierta para verte.

Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia,
De tu querida presencia
Comandante che guevara.

Vienes quemando la brisa
Con soles de primavera
Para plantar la bandera
Con la luz de tu sonrisa.

Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia,
De tu querida presencia
Comandante che guevara.

Tu amor revolucionario
Te conduce a nueva empresa
Donde esperan la firmeza
De tu brazo libertario.

Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia,
De tu querida presencia
Comandante che guevara.

Seguiremos adelante
Como junto a ti seguimos
Y con fidel te decimos:
Hasta siempre comandante.

Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia,
De tu querida presencia
Comandante che guevara.

Cuba publica el cuaderno inédito del Che en Sierra Maestra

Alberto Korda taking a picture of Che Guevara ...

Alberto Korda tomándole una foto a Che Guevara. Image via Wikipedia

‘Diario de un combatiente’ recoge las libretas originales que el guerrillero utilizó para escribir su famoso diario ‘Pasajes de la guerra revolucionaria’

MAURICIO VICENT | La Habana

El Centro de Estudios Che Guevara, que desde su fundación dirige la viuda del guerrillero cubano-argentino, Aleida March, ha decidido finalmente publicar los diarios originales que escribió Ernesto Guevara en pequeñas libretas de notas durante la lucha de la Sierra Maestra. Dichas libretas fueron la materia prima que utilizó para elaborar su mundialmente famoso Pasajes de la guerra revolucionaria, su gran testimonio, mezcla de memoria y ensayo, de aquellos episodios que empezaron en la playa de Las Coloradas con el desembarcó del yate Granma, el 2 de diciembre de 1956, y terminaron el 1 de enero de 1959 con la huida del dictador Fulgencio Batista. 

El libro, que será presentado este martes en La Habana, coincidiendo con la fecha en que el Che cumpliría 83 años, es publicado por la editorial australiana Ocean Press/Ocean Sur y lleva el título de Diario de un combatiente. Ha sido preparado por el Centro de Estudios Che Guevara, encargado de salvaguardar la obra y legado del legendario guerrillero bajo la supervisión de Aleida March, pero no deben esperarse de él grandes sorpresas ni revelaciones extraordinarias

Según admite en una nota introductoria de la editorial, buena parte de los textos ya han visto la luz, aunque fragmentariamente, y además falta un grupo importante de libretas de notas (que abarcan varios meses de la lucha) que nunca han estado en manos de los archivos del Centro de Estudios Che Guevara, y cuyo paradero se desconoce.

La mayor parte de las anotaciones de Guevara en estas libretas son observaciones y comentarios breves sobre sucesos, combates, escaramuzas y hechos que sirvieron ya de materia prima a Pasajes de la guerra revolucionaria. Sin embargo, aun así tienen el interés de que ponen de manifiesto cuáles fueron las primeras vivencias del Che al entrar en contacto con la realidad cubana -hasta ese momento solo conocía la isla y su situación a través de los ojos de Fidel Castro, su hermano Raúl y el resto de los revolucionarios cubanos en México-, y cómo su pensamiento y sus percepciones se fueron transformando.

La propia editorial advierte de que se trata de «notas muy escuetas», elaboradas «para su uso personal al no tener tiempo en aquellos momentos para desarrollarlas», e incluso admite que se puede «estar o no de acuerdo con algunas observaciones o afirmaciones» del Che.

También señalan los editores que en las libretas del Che hay errores ortográficos e imprecisiones, debido a su inicial desconocimiento de la geografía cubana y de las «zonas en que se desenvolvieron los acontecimientos que se narran», al igual que también «existen fallas» en los «nombres de combatientes y fechas»; ahora, después de una «revisión exhaustiva», muchas de ellas han sido rectificadas.

Todo ello, unido a la falta de páginas importantes de los diarios, había determinado hasta ahora que los manuscritos del Che no hubieran visto la luz como «una totalidad». La decisión de publicarlas en estos momentos, acompañadas de «notas y documentos históricos» explicativos, se justifica, según el Centro de Estudios Che Guevara, en la pretensión de que sirva de «guía instrumental y de motivación para todo el que, desde una visión contemporánea, desee acercarse al significado real» de aquella experiencia del Che.

El Che, una biografía a la altura del mito

[Fuente >>]

Jorge Majfud’s books at Amazon>>

El eterno retorno de Quetzalcóatl (IV)

Hilda Gadea and Ernesto "Che" Guevar...

Image via Wikipedia

El eterno retorno de Quetzalcóatl (IV)

El oro y la sangre

Cuando la democracia de Atenas es cuestionada por los otros pueblos que la rodeaban, sus embajadores argumentan que el reclamo de justicia era propio de los vencidos, ya que nunca nadie había esgrimido antes este argumento cuando pudo tomar algo por la fuerza. Por lo tanto —no sin paradoja—, era justo que Atenas fuese un imperio. (Tucídides)

Diferente, entre los pueblos amerindios —como en Che Guevara, en contra de la lógica marxista—, subsistía la idea de que el poder no es mera cuestión de fuerza sino de moral. Tanto Atahualpa como Moctezuma sufren de la mala conciencia de sus poderes ilegítimos y por eso son fácilmente derrotados por un puñado de ambiciosos aventureros de la nueva Europa. En lo que sigue de la colonización, para Amerindia la codicia del mundo material será uno de los valores contrarios a la moral y, por ende, al poder legítimo.

Creo que podemos resumir más de cinco siglos de historia latinoamericana con esta dinámica cósmica o semiótica: el elemento principal de la codicia, de la ilegitimidad, del mal del mundo disfrazado de belleza, es el oro; el elemento opuesto, la sangre. Si la sangre mueve el mundo, el oro lo destruye desacralizando la sangre, que es el espíritu del Cosmos.

La idea que equipara el oro al favoritismo de Dios será propia de la ética calvinista y en casos de la práctica católica, aunque no de su teología. Los incas y otros pueblos sometidos por los españoles, comenzaron a comprender que los hombres-dioses no podían ser Quetzalcóatl ni Viracocha, ya que carecían de las virtudes morales del gobernante legítimo. Su mayor defecto, la ambición de riquezas. Huamán Poma de Ayala describe a los europeos como bestias codiciosas: “Cada día no se hacía nada, cino todo era pensar en oro y plata y riquezas de las indias del Piru. Estaban como un hombre desesperado, tonto, loco, perdidos el juicio con la codicia del oro y la plata. A veces no comía con el pensamiento de oro y plata. A veces tenían gran fiesta, pareciendo que todo oro y plata tenían dentro de las manos”. Eduardo Galeano recuerda una anécdota de Humboldt que, en 1802 demostraba la persistencia del oro-pecado entre la población indígena. Astorpilco, un descendiente de incas, “mientras caminaba le hablaba de los fabulosos tesoros escondidos bajo el polvo y las cenizas. ‘¿No sentís a veces el antojo de cavar en busca de los tesoros para satisfacer vuestras necesidades?’, le preguntó Humboldt. Y el joven contestó: ‘Tal antojo no nos viene. Mi padre dice que sería pecaminoso. Si tuviésemos las ramas doradas con todos los frutos de oro, los vecinos blancos nos odiarían y nos harían daño’” (Venas, 1971). Otra historia popular cuenta, según Carlos Fuentes, que José Gabriel Condorcanqui —Tupac Amaru— en 1780 se rebeló contra la autoridad española, capturó al gobernador y “puesto que los españoles habían demostrado semejante sed de oro, Tupac Amaru […] lo ejecutó obligándole a beber oro derretido” (Espejo, 1992). Abusando del mismo simbolismo, en 1781 los españoles diseñaron al rebelde una muerte ejemplar, cortándole la lengua primero —quitándole la palabra—, tratando luego de despedazarlo tirando en vano de sus extremidades por cuatro caballos, hasta que decidieron degollarlo. Luego cortaron manos y pies debajo de una horca inútil. Juan Gelman, en Exilio (1984), entiende que “Europa es la cuna del capitalismo y al niño ese, en la cuna, lo alimentaron con oro y plata del Perú, de México, Bolivia, Millones de indios americanos tuvieron que morir para engordar al niño”.

El pecado nace de la sangre del indio y crece, como los dioses españoles llegados del mar, comiendo oro y plata.

Una de las tesis centrales de Las venas abiertas de América Latina (1971) —la referencia al oro y la sangre es implícita desde el título— puede resumirse en una frase que establece una continuidad del ritual profano que produce el sangrado: “Cuánto más codiciado por el mercado mundial, mayor es la desgracia que un producto trae consigo al pueblo latinoamericano que, con su sacrificio, lo crea”. En 1957, en Colombia, “el baño de sangre coincidió con un período de euforia económica para la clase dominante: ¿es lícito confundir la prosperidad de una clase con el bienestar de un país?” (Venas).

Para América Latina, la profanación principal, subyacente en la tradición narrativa, escrita y oral, ha sido la venta de sangre, la desacralización del sacrificio por la explotación materialista. Quienes entienden al beneficio económico como objetivo y principal motor de cualquier empresa, no podrán comprender aquello que llamarán irracionalidad de un pueblo salvaje. Por otra parte, este pueblo no ha articulado aún un pensamiento propio que considere este factor interior, reemplazándolo históricamente con ideas europeas, como el liberalismo en el siglo XIX y el marxismo o el neoliberalismo en el siglo XX. En 1968, Mario Benedetti entendía que “el desarrollo no es en sí mismo una calidad moral. […] el mundo del subdesarrollo (que es a su vez víctima y dividendo del mundo desarrollado) no sólo debe crear su ética en rebeldía, su moral de justicia, sino también proponer una autointerpretación de su historia” (Revolución). En el siglo XX, la desacralización del mundo material, la explotación de la tierra, la fiebre del oro, estarán resumidos en la cultura popular que se produce en el centro del capitalismo mundial.

El análisis de Ariel Dorfman sobre El pato Donald de Walt Disney, además de apuntar a los valores ideológicos de la historieta, revela el punto de vista histórico latinoamericano: el mundo colonialista de Disney no sólo cumple con una función opresora, sino que además representa la desacralización del cosmos: la ambición del oro, representada hasta su extremo en Tío Rico, que trivializa la vida humana y hace de la naturaleza un mero objeto de explotación. Se excluye el amor, observan Ariel Dorfman y Armand Matterlart. La concepción de la existencia está basada en la desacralización y la trivialización, resumida en el siguiente diálogo. “‘¡Bah, el talento, la fama y la fortuna no lo son todo en la vida’” —dice Donald—. ‘¿No? ¿Qué otra cosa queda?’, preguntan Hugo, Paco y Luis al unísono. Y Donald no encuentra nada que decir, sino: ‘Er… Humm… A ver… Oh-h’” (Donald).

En su libro Persona non grata (1973) el chileno Jorge Edward recuerda a Fidel Castro en la Universidad de Priceton y más tarde el ofrecimiento de un millón de dólares por parte de un productor de Hollywood por la odisea del Granma y de Sierra Maestra. Fidel rechazó diciendo que no le interesaba el dinero. Eso revela, dice el autor, la actitud norteamericana ante la Revolución cubana. Para quienes defendieron la Revolución, la anécdota revela la actitud revolucionaria ante la cultura materialista del mercado. Se decía que Ernesto Guevara firmaba los nuevos billetes cubanos simplemente “Che”, como una forma de desdén al valor material del dinero. De forma explícita lo puso en un discurso: la sociedad revolucionaria todavía no había alcanzado el estado de liberación del salario y el orden derivado de la circulación del dinero (Obra, 1967).

De la misma forma que la impronta de moros y judíos sobrevive la limpieza étnica y cultural desde Fernando e Isabel, de igual forma los ritos, el arte y los mitos más profundos de la América precolombina sobrevivirán en el continente mestizo.

En la cosmología amerindia, la muerte del mártir se convierte en victoria moral y, por lo tanto, en memoria y ejemplo contra el poder ilegítimo por la codicia. Incluso un emperador originalmente cuestionado como Atahualpa se convertirá en ejemplo de resistencia, como más tarde, una vez derrotado el ambicioso imperio español en el contexto mundial, “lo hispánico” resurgirá como la fuerza contraria al materialismo norteamericano. El oro, otra vez, al ser desacralizado se convierte en el símbolo del mayor pecado. La sangre de América Latina se convierte en mercancía y, por lo tanto, en el mayor sacrilegio, en el defecto moral de oprimidos y opresores. Resistir este pecado es un mandato moral y se mide con un sacrificio que a veces llega al ofrecimiento de la sangre propia. Un poeta cuya militancia lo llevó a la muerte, como Francisco Urondo, había revelado este sentimiento en sus versos: “nada / nos hará retroceder: le tenemos más miedo al éxito que al / fracaso” (continúa).
Jorge Majfud

Lincoln University

Noviembre 2009

La Republica (Uruguay)

Milenio (Mexico)

  1. El eterno retorno de Quetzalcóatl (I)
  2. El eterno retorno de Quetzalcoatl (II)
  3. El eterno retorno de Quetzalcóatl (III)
  4. El eterno retorno de Quetzalcóatl (IV)

Roque Dalton: Ética y estética de la liberación revolucionaria

Roque Dalton

Roque Dalton

Dalton, Roque. Los testimonios. Prólogo de Jorge Majfud. Tenerife: Baile del Sol, 2007.

Roque Dalton:


Ética y estética de la liberación revolucionaria

El marco histórico

Cien años antes que Roque Dalton fuera expulsado de su país para repetir el eterno viaje iniciativo del héroe por tierras lejanas, Adolfo Bécquer se adentraba en la España íntima de las leyendas populares. Aunque la pluma del español no estaba libre de implicaciones políticas, bien podríamos decir que su mirada hacia el pasado fantástico era la mirada de un romántico tardío que salía de su yo atormentado. No obstante, ni en sus versos ni en su prosa de este momento hay una voluntad muy diferente a la de los costumbristas anteriores. Es decir, Bécquer revela una voluntad de pintar la naturaleza y su complemento humano como el cosmos inalterable de Azorín[1], apenas perturbado por las ingratas variaciones de la historia. En su más famoso poema, “Rima LIII”, no sólo nos presenta un marco natural que se repite eterno e indiferente a las pasiones humanas, sino que dentro de ese marco pone la historia del hombre y la mujer como individuos que sólo pueden esperar la pérdida de la vida en un tiempo lineal que no puede volver. Como en las cosmogonías más conservadoras desde Hesíodo, todo cambio sólo podría agravar la corrupción, la pérdida de la armonía. “Porque, no hay duda —anotó el poeta—, el prosaico rasero de la civilización va igualándolo todo. Un irresistible y misterioso impulso tiende a unificar los pueblos con los pueblos, las provincias con las provincias, las naciones con las naciones, y quién sabe si las razas con las razas. A medida que las palabras vuelan por los hilos telegráficos, con el ferrocarril se extiende, la industria se acrecienta y el espíritu cosmopolita de la civilización invade nuestro país, van desapareciendo de él sus rasgos característicos, sus costumbres inmemoriales, sus trajes pintorescos y sus rancias ideas”[2].

No muy diferente es la reacción, la ideología y la sensibilidad de la gran mayoría de los intelectuales españoles de su tiempo y de los tiempos por venir: una constante reacción contra el cambio que sugería la larga decadencia del imperio español, casi tan larga como la llamada Reconquista. Como fue casi una constante de la generación del ’98, el rechazo a un presente marcado por la decadencia y la derrota se traduce en la mirada hacia la naturaleza y hacia un pasado estático o hacia una férrea interioridad defensiva, como en Unamuno o en Maeztu. Aunque en la misma actitud de reacción contra los cambios de la historia moderna, será Ortega y Gasset quien comience a articular un pensamiento alternativo a esta actitud escencialista que llevaba a los intelectuales, como Manuel García Morente, a afirmar que “la hispanidad es aquello por lo cual lo español es español”.[3]

Semejante y diferente es la obra de los latinoamericanos en el siglo del viento. En 1900, con Ariel, el uruguayo José Enrique Rodó impone la reivindicación de España y de un pretendido espíritu latino en América. 1898 no sólo había significado el fin simbólico de España como imperio sino, sobre todo para los latinoamericanos, la confirmación de la nueva amenaza imperial: Estados Unidos. Rodó le reprochará a Darío su torre de marfil modernista. Por esta razón o por cualquier otra, el poeta nicaragüense bajará a tierra y encarnará su talento en la reivindicación política hasta convertirse en uno de los primeros íconos intelectuales de la nueva lucha social de los pueblos oprimidos. Tal vez el compromiso político lo tomó tan desprevenido como a Julio Cortázar. No fue el caso de otros escritores como Ernesto Che Guevara, Roque Dalton, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Juan Gelman, Osvaldo Dragún, Griselda Gambaro, Érico Verísimo, Pablo Neruda, Ariel Dorfman, Nicolás Guillén, Heberto Padilla, Ernesto Cardenal, Elena Poniatowska, Mario Benedetti y Eduardo Galeano.

En casi todos, la primera condición de la sensibilidad estética es la implicación ética. Esta estética de la ética casi siempre se tradujo al lenguaje más claro pero también más simple de la política partidaria. Es decir, la gran reivindicación política del margen, de los oprimidos de todo género, que en el fondo es una continuación del humanismo europeo, se traduce en una toma de partido, en un compromiso concreto: la pertenencia a un partido político o la militancia revolucionaria.

Ya en Pablo Neruda nos encontramos con esta insistencia: el primer romántico, perdido en las turbulencias existenciales de su individualidad, baja de su tormentosa torre de marfil y pone los pies en la calle. Al igual que Rubén Darío, Neruda encontrará en este descenso en la sociedad la verdadera transformación del individuo. Este es el momento, entiendo, cuando el humanismo, que se inicia en el siglo XV con su dedo en el hombre como individuo, descubre su plena realización en su aparente opuesto: la sociedad. Así surgirá la idea del Hombre Nuevo de Ernesto Che Guevara, el romántico que murió con un libro de Pablo Neruda en su mochila, mezcla de utopía europea y mitología americana. Del carácter tormentoso y oscuro del romanticismo decimonónico, aislado y perdido en su yo, los intelectuales revolucionarios descubren la alegría del compromiso social. Palo Neruda recuerda y poetiza este cambio así:

Cuando yo escribía versos de amor, que me brotaban

todas partes, y me moría de tristeza

errante, abandonado, royendo el alfabeto

me decían: ‘Qué grande eres, oh, Teócrito!’ […]

y luego me fui por los callejones de las minas

a ver cómo vivían otros hombres. […]

me dejaron de llamar Teócrito, y terminaron

por insultarme y mandar toda la policía a

encarcelarme

porque no seguía preocupado exclusivamente

de asuntos metafísicos.

Pero yo había conquistado la alegría.[4]

Otros ejemplos de la misma idea podemos encontrar en los poetas cubanos, como Roberto Retamar y Nicolás Guillén. También, si revisamos la amplia colección de fotografías de Ernesto Guevara, observaremos el mismo gesto de la risa perpetua.[5] Las revoluciones llevan el signo de la juventud y, por esta misma razón, la risa y la muerte temprana. Envejecer, como le ocurrió a otro de los vencedores de Sierra Maestra, Fidel Castro, es una forma de traición inevitable a ese espíritu soñador. También lo es no renunciar al poder burocrático, como sí supo hacerlo a tiempo el mito del Che.

En “¿Por qué escribimos?”, Roque Dalton lo formuló así, con un tono festivo y provocador que recuerda al persa Omar Kayyam:

Uno hace versos y ama

la extraña risa de los niños

el subsuelo del hombre

que en las ciudades ácidas disfraza su leyenda,

la instauración de la alegría

que profetiza el humo de las fábricas.[6]

Y en otro poema, “Los escandalizados”, confirma:

yo sé que odiáis la risa […]

bajo las sábanas me río.[7]

Si por algo recuerdan sus amigos a Roque Dalton es por su costumbre de reír. Y por su muerte temprana. En Taberna y otros lugares, confiesa:

Menudo esfuerzo hice para tener fe tan sólo en el deseo

y en el amor de quienes no olvidaron

el amor y la risa.[8]

Y en otro poema:

la alegría es también revolucionaria, camaradas,

como el trabajo y la paz.[9]

En Los testimonios leeremos el verso tradicional y el antipoema —técnica y poética que experimentaron Nicanor Parra y Mario Benedetti— para terminar en una serie de viñetas en prosa que nos recuerda a Memorias del Fuego y otros libros de Eduardo Galeano, tal vez sin la perfección que alcanzarán en este último. Pero no sólo es la forma: el tema de fondo será, como en todos los anteriores, la historia frustrada, la ruptura de la memoria y el pecado original de la Conquista, la reivindicación de unos dioses en los que no cree pero con los cuales el poeta se solidariza. Una historia indígena, una anti-historia —es decir, una mitología— americana que resulta una obligación ética y estética ante la injusticia de la historia oficial, de la barbarie de la civilización europea y de la insaciable sed del Próspero americano.

No obstante, como José Mariátegui, Pablo Neruda, Mario Benedetti o Eduardo Galeano, Roque Dalton encontrará un apoyo ideológico sólido en una tradición europea: el marxismo en algunos casos y el humanismo implícito en casi todos. Es decir, el derecho a la utopía, aunque esa utopía sea el regreso al orden original, aunque esa utopía no sea el futuro soñado por los humanistas europeos sino el pasado destruido por este mismo sueño con las armas ciegas de la ambición.


Roque Dalton, un hombre de su tiempo

En 1956 los militares incendiaron la Universidad de El Salvador, “una vieja casona donde cabían todas las manifestaciones científicas y culturales”, según recuerda Danilo Argueta. “No se iba a permitir una casa de subversión en pleno centro de San Salvador” había dicho un funcionario militar que se vanaglorió de la acción vandálica. “De ese fuego, entre esos humos, vaticinadores de lo que llegaría después, comienza a surgir la persona de Roque Dalton.”[10]

Seis años después, en el libro de poemas El turno del ofendido, Dalton introduce una dedicatoria al general Manuel Alemán Manzanares: “para conseguir fuertes sanciones en mi contra, hizo el mejor elogio de mi vida, muy exagerado, a decir verdad…” El informe del militar, del 10 de octubre de 1960, hacía referencia a un allanamiento donde le incautaron al bachiller Roque Dalton “varios libros de ideología puramente comunista, tales como El Materialismo Histórico, El materialismo dialéctico, Sóngoro Cosongo de N. Guillén, y otros”. El informe describe al poeta como alguien que “constantemente vive agitando a la masa obrera, campesina y estudiantil”, incitando a los campesinos “para que protesten o empleen la violencia contra los terratenientes […] Es uno de los principales dirigentes intelectuales de todo este movimiento subversivo que ha alterado la paz y la tranquilidad de la nación”. Seguidamente, el mismo Dalton recuerda, considerando la modestia de sus propias obras: “el general Manzanares actuaba de rectificación del verdadero vacío de mi vida. E hice un juramento solemne: a partir de entonces yo mismo me encargaría de proveer de materiales en mi contra al juez. Por eso escogí mi profesión actual”.[11]

En estas palabras no sólo destaca la ironía sino lo que entiendo es la dinámica histórica del intelectual comprometido: el individuo es transformado por su espacio social, por los valores culturales y dialécticos que cuestiona. Al punto de agradecer al propio enemigo por el favor. La reacción (y la confirmación) es una respuesta al contexto concreto, no un simple idealismo individual, no un misticismo centrado en el yo —como el de Buda o el de Santa Teresa— que actúa en la sociedad, en la sociedad-objeto, sin ser cambiado por ésta, sin intentar cambiarla como sujeto.

Al igual que en los escritos de Ernesto Che Guevara, de Eduardo Galeano y de tantos otros, Los testimonios de Dalton marcan un periplo (1962-1968) posterior al exilio: México, La Habana, Praga y vuelta a Cuba. Este periplo del héroe se testimonia desde el primer poema “El mar”,  donde pasa lista a distintos lugares geográficos que se corresponden con una metáfora anímica. Sólo en apariencia, se ajusta al arquetipo definido por Joseph Campbell[12], pero se diferencia de éste, de forma radical, por su dimensión social: para el intelectual comprometido, la sociedad no es el campo de batalla donde el héroe se transforma a sí mismo; tampoco es el objeto que aquel debe transformar: la sociedad es, aquí, parte del individuo se transformaen ella y por ella.

En la tercer y última parte de Los testimonios, Dalton inicia con una cita de Bernal Díaz: “Después que a Dios, debemos nuestra victoria a los caballos”. Especulando con la muerte de ese dios, reflexiona: “los creyentes inconformes podrán pasarse al culto del caballo basados en la poca distancia que la Historia dejó establecida entre ambos. Por mi parte declaro que no pienso creer en el caballo”.[13] De la poesía en verso pasa a la poesía en prosa, a la viñeta fraccionada, decontructiva de la historia oficial. Con esta tercer y última parte de Los testimonios,Roque Dalton ha madurado y completado el perfil del intelectual comprometido, que es —según mi entendimiento— la consecuencia y la continuación de un espíritu humanista que se desarrolla en Occidente a lo largo de varias centurias. Será este tipo héroe dialéctico, este espíritu dionisiaco tan común en la literatura latinoamericana del siglo XX, quien reúna en una sola manifestación lo que el Occidente capitalista separó: ética y estética.


La literatura comprometida

No podemos hablar de “literatura comprometida” ya que la literatura es un fenómeno social, cultural e histórico, por lo cual cualquier hipotético compromiso depende, en última instancia, de las interpretaciones que haga el lector de cada texto. Por otra parte, en América Latina no existió un fenómeno artístico de importancia que adhiriese a los preceptos del “realismo socialista”, aunque en ocasiones los dirigentes más influyentes de la Revolución cubana se manifestaron a favor de este principio: “dentro de la revolución todo, fuera de ella, nada”. Esta idea hecha explícita en los discursos de Fidel Castro, encontró eco en algunos intelectuales como Roberto Fernández Retamar. No así en la gran mayoría de los llamados “intelectuales de izquierda” o “escritores comprometidos” del resto de América Latina. Por lo general, éstos resistieron o reaccionaron contra los preceptos stalinistas del “realismo socialista”, adhiriendo más claramente a corrientes estéticas y de pensamiento de Europa occidental, especialmente de Francia y del existencialismo de postguerra. Incluso Ernesto Guevara (que paralelamente criticó la burocratización del bloque socialista) tomará una posición a favor de la libertad de la creación artística.

Sin embargo, al separar la ética de la estética, nuestra cultura alienó y privatizó el referente trascendente a uno: la ética. Es decir, hizo de la estética el mundo de la forma y lo superfluo, de la belleza descarnada, de lo prescindible, del lujo. El arte alienado se vanaglorió de “la intrascendencia del arte”[14].

El arte comprometido, por el contrario, realizó la conmovedora experiencia de la reunificación. Quizás alguna vez alcanzó la unión que debió tener el arte en Grecia con el teatro trágico. Quizás su momento de mayor alienación fueron épocas como la curiosamente llamado “Siglo de Oro” español, donde el arte se reduce al juego de las formas y los conceptos, desde Góngora hasta Baltasar Gracian. [15]

Podemos entender que no existe el arte comprometido si asumimos que todo arte depende, en última instancia, de la recreación del espectador, del lector. El arte, según se define después del fin de la Edad Media, ya no es la habilidad de manejar determinadas reglas fijas, artesanales, casi mecánicas, sino lo contrario: a partir del Renacimiento el arte se ha definido como lo había hecho la poesía desde la antigua Grecia, es decir, como el reino de la libertad creadora, de la inspiración, de la novedad, incluso de la sagrada locura. Por lo tanto, aún hoy es imposible definir la creación artística sin el precepto de la libertad creativa, que se opone en gran parte a un pretendido arte comprometido.  Razón por la cual resulta más claro es hablar de “intelectuales comprometidos”. No obstante, este compromiso personal ha creado lo que llamamos aquí una “estética de la ética”. Es en ese sentido que nos referimos cuando hablamos de “arte comprometido”.

El descubrimiento del yo en los ensayistas del siglo XVI (hombres y mujeres sin título de nobleza y por lo general conversos o bastardos) se acentúa en el romanticismo del siglo XIX. Quizás haya una línea histórica que une a los románticos de ese siglo con los existencialistas de la segunda posguerra y los rebeldes de los años sesenta que protagonizan la primavera del 68. En los tres casos se trata de la rebelión del individuo, pero en los dos últimos es un individuo que se va descubriendo al descubrir la sociedad. Al redescubrir el yo, el humanismo descubre el otro. No es casualidad que la literatura del siglo XX —y en particular la poesía— repita el mismo proceso en cada individuo: del romántico alienado al revolucionario social, del yo al otro, de la conciencia individual, solitaria y desolada, a la conciencia social, colectiva, siempre amenazada por la propaganda; de la angustia metafísica del existencialismo a la alegría de la aventura colectiva.

En “Hablan los exquisitos”, Dalton expresa la conciencia de del revolucionario que aspira al hombre nuevo a través de una nueva sociedad, después del sacrificio del revolucionario que ha alcanzado la conciencia pero no la liberación de la moral anterior:

Supongo que somos un par de personas marcadas por el veneno de nuestra fastuosa educación, por las mariposas negras de los templos, por los vampiros de las elites. Nos gusta el whisky, Maribel, nos gusta quedarnos demasiado tiempo desnudos […] Nos fascina además el arrepentimiento. [16]


La forma de la ética, el deber de la estética

Si fuese por la creatividad formal, hoy Sor Juana Inés de la Cruz no sería Sor Juana; tal vez, ni siquiera sería el Góngora americano del siglo XVII. Nada tienen de originales versos como:

Quién será más de culpar
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga  por pecar? [17]

Su arte radica en una reivindicación, en su valor ético-estético de la observación crítica, en su lucidez y en su coraje dialéctico.

Jorge Luis Borges, quien desconfiaba de las originalidades del inasible presente, de las revoluciones modernas y de los pueblos en general, no renunció nunca a la rima ni a la métrica tradicional. Su inteligencia poética exploró y practicó como un artesano todos los rígidos recursos del pasado. Su ideología implícita, como en todos, se correspondió con las formas de su arte. Su interés en estos versos de Sor Juana se demoraría en los brillos de la estrofa, un tiempo infinito, laberíntico, hasta quedar atrapado en la virtuosa forma, en las inflexiones del concepto.

Diferente, la poesía revolucionaria se resiste a los prodigios de la forma en su búsqueda de la rebelión del significado. Dalton es en parte consciente o sospecha la vanidad de los prodigios estéticos:

Como decía Enrique Muiño, cuando mueren las palabras comienza la música, y eso es muy grave para quienes no somos inmunes a los dolores de cabeza de 70 amperios. Uno de los crímenes más abominables de la civilización occidental y la cultura cristiana ha consistido precisamente en convencer a las grandes masas populares de que las palabras sólo son elementos significantes. Que la palabra cebolla sólo tienen sentido por la existencia de la cebolla.[18]”

En la misma tradición filosófica que se continúa con el psicoanálisis (la realidad existe y se encuentra oculta detrás de los símbolos) y en la renovación siguiente que pone en los símbolos mismos una categoría de lo real, Dalton encuentra un indicio de la existencia de la realidad en observaciones de este tipo: “debemos reconocer que al aceptar que hay palabras que no se pueden decir de ninguna manera establecemos un hecho gravísimo”.[19]

Esta rebelión no puede descansarse en la complacencia del esteticismo, del seudorebelde barroco, del ingenio del estilo o del concepto. Urgido por rescatar al hombre y a la mujer de la dulce opresión del statu quo, del vaciamiento del significado, deliberadamente se despreocupa de la forma alcanzando la forma propia de su propia ideología. El arte ya no puede ser la pluma que adorna el sombrero, el paisaje que embellece la pared del individuo alienado (sea el oprimido o el opresor), sino el hacha del leñador que golpea el bosque, el martillo del obrero que golpea el hierro y no la herramienta que mueve el brazo, el fusil del hombre masa que se revela contra su categoría social de masa informe al servicio de un orden heredado.

Yo legué a la revolución por la vía de la poesía. Tú puedes llegar (si lo deseas, si sientes que lo necesitas) a la poesía por la vía de la revolución. Tienes por lo tanto una ventaja. Pero recuerda, si es que alguna vez hubiese un motivo especial para que te alegre mi compañía en la lucha, que en algo hay que agradecérselo a la poesía.[20]

La poesía críticorevolucionaria y la antipoesía renuncian a la rima como recurso fundamental. Pero no renuncia al ritmo de las palabras, al verso que nos recuerda el inevitable y necesario diálogo con la tradición. Aunque desparejo, no renuncia al metro del verso, a las aliteraciones. Los escritores comprometidos saben que el arte no es política pero no conciben un arte libre de sus implicaciones políticas.

En cierta forma, la poesía revolucionaria rechaza la aparente alienación de la estética en un mundo que se sirve de ella para reproducirse, y procura la integración de ética y estética como resultado de un mundo que procura romper los límites establecidos por un orden social injusto. Es entonces cuando la estética deja de reducirse a lo bello establecido para integrar el resto de las sensibilidades proscriptas del complaciente Parnaso. La poesía revolucionaria se negará a ver la prodigiosa forma del diamante y buscará los múltiples reflejos del mundo en sus múltiples caras. Es decir, el arte del rebelde será la reivindicación no sólo de otrarealidad sino que confirmará la existencia de la realidad más allá de los reflejos. Será, en su integración de ética y estética, una declaración ontológica y epistemológica: existe el mundo, un mundo doloroso que debemos cambiar, un mundo que ha estado deformado por el diamante cuando no oculto por sus propios brillos de colores.

Las metáforas siguen siendo las del romanticismo del siglo XIX. Desde Pablo Neruda hasta Roque Dalton las palabras preferidas son las que nombran a la naturaleza. Salvo el futurismo que se propuso cantar a la máquina, la antipoesía de Nicanor Parra que procuró bajar al poeta del Parnaso y subir la voz del hombre común a los libros, la poesía revolucionaria no le canta a las ciudades ni a la máquina ni a la abstracción. Si le canta al obrero no le canta a la industria. Si le habla al dinero, como Nicolás Guillén, le habla con burla, le habla con la ironía de la firma del Che en los nuevos billetes cubanos de los años sesenta.

La literatura comprometida o críticorevolucionaria es el romanticismo que ha encontrado al otro colectivo, que ha cambiado la soledad por la sociedad, el egoísmo por el altruismo, el autismo por el dolor ajeno, el amor de la amada muerta —que es el amor a sí mismo, el amor romántico— por el amor de la amada en el pueblo oprimido, el amor multiplicado, integrado, finalmente trascendido. También la recurrencia a la muerte, al sacrificio, a un más allá que no es el Paraíso de las grandes religiones sino la memoria de los hombres y mujeres que deben sobrevivirlos pertenece al linaje romántico. Elementos que encontramos reunidos todos en otro poeta de la generación: Ernesto Che Guevara.

Pero la literatura críticorevolucionaria no carece de contradicciones o de paradojas. Es el sentimiento trágico del romanticismo en una relación adúltera con la dialéctica materialista. Es el espíritu y la materia vueltas a reunir para crear o recrear lo que Dios había hecho mejor: un hombre y una mujer desescindidos, multiplicados y realizados en un pueblo. Un hombre, una mujer y un pueblo que sufren; pero hombre, mujer y pueblo al fin.

“En la lengua del sueño” es ese tipo de poesía en prosa que como nadie ensayará Eduardo Galeano en su trilogía Memoria del fuego. Pero Dalton todavía incluye el narrador poético en primera persona. El nosotros de la poesía críticorevolucionaria es reconocido antes que nada por sus individuos, por sus grandes nombres. Pero el yo todavía predomina en los versos aunque ya no en el mundo poético de sus autores.


Mito y utopía en la literatura comprometida latinoamericana

Una constante que podemos observar en la literatura y el pensamiento latinoamericano desde la Conquista hasta nuestros días es la aspiración deLiberación. Esta necesidad nace con la percepción de un pecado original que se renueva al mismo tiempo: Liberación de las amenazas cíclicas del cosmos precolombino; la liberación de la furia de los dioses; la liberación del conquistador; la liberación del colonizador; la liberación del despojo y la esclavitud; la liberación del caciquismo primero y del caudillismo después; las sucesivas liberaciones de los imperios español, británico y norteamericano; la liberación de la opresión de clases; la liberación de la Iglesia Católica; la liberación de la teología y la teología de la liberación; la liberación de la pedagogía del oprimido, etc.

No es casualidad que el continente latinoamericano haya abundado en otros movimientos de liberación más militantes, como los múltiples movimientos políticos y guerrilleros que, al mismo tiempo que incluían las iniciales ML (Movimiento de Liberación) significativamente hacían referencia a nombres indígenas, como Tupac-Amaru, aún cuando se trataba de guerrillas urbanas alejadas de la cultura y la tradición inca.[21]

Esta aspiración de liberación se articula de dos formas diferentes, a veces en un proceso de mestizaje y sincretismo y otras veces de formas conflictivas y contradictorias: la utopía humanista y el regreso a los valores comunitarios de la América indígena. Una, como continuación de los ideales europeos de progreso de la historia; la otra, como regreso a un estado ideal, americano, interrumpido por esa misma historia.

En ninguna de las dos variaciones observamos la opción oriental de la salvación mística del individuo apartado de la sociedad, como en el budismo o en el misticismo cristiano. En ambas —la variación utópica y la mítica— el individuo, poseedor de una conciencia social, sólo se proyecta como un ser liberado luego del proceso de inmersión en los problemas sociales, políticos a través de la revolución o la purificación social.

Desde el punto de vista arquetípico del héroe, descrito por Joseph Campbell, el individuo no puede alcanzar el estado superior (la iluminación/la liberación) si antes no desciende a los infiernos. En nuestro caso, ese “infierno” es la sociedad caída en el pecado, en la corrupción, por la cual el héroe (el revolucionario, el intelectual comprometido) debe atravesar a riesgo de pagar sus ideales de liberación con su propia vida. Su trascendencia no es metafísica sino humanística: el sacrificio del revolucionario es necesario para posibilitar el advenimiento de la nueva sociedad y, finalmente, el Hombre Nuevo.

El llamado escritor comprometido no puede centrarse en el “fenómeno literario” como una manifestación aislada e independiente de la sociedad por varias razones: primero, porque, como fenómeno, no existe una literatura indiferente a su contexto, aunque cierto tipo de lectura reclame el lícito derecho a ejercitarse sin el contexto original de donde surgió el texto (Roland Barthes); segundo, porque el factor principal de escritura de este tipo de literatura es el contexto, especialmente los conflictos de ese contexto.

Podemos advertir un factor central y fundacional de los escritores comprometidos que aparece negado —ya que no totalmente ignorado— en los escritores “no comprometidos”: la relación particular del creador individual y la sociedad de su época. Veremos que el escritor comprometido se reconoce como individuo, como yo, en un mundo en crisis. Es la angustia existencialista —el individuo y su libertad— y es la conciencia del revolucionario que se representa a sí mismo como profeta bíblico en su sentido original, es decir, no como “anticipador del futuro”, todavía, sino como “denunciador del presente”. Esta denuncia del presente será realizada casi siempre desde una perspectiva histórica que revela una decadencia y una injusticia. Una conciencia que es producto de la modernidad y de su desilusión.

Una vez producida esta conciencia crítica, el escritor comprometido no vuelve su mirada hacia su yo sino para expresar el conflicto social, histórico. No se refugia en la torre de marfil, en la literatura solipcista; no revindica la fantasía como mero juego de la imaginación, como ejercicio de evasión, como única posibilidad ética, sino que la concibe como fin y como medio. Como fin, según la filosofía estética predominante que reconoce un universo de reglas que le son propias al arte, que son propias de una dimensión humana que no puede ser abarcada por otras disciplinas, como la psicología o el pensamiento abstracto; como medio, según su filosofía social, que generalmente lo llevará a asumir un compromiso, una necesaria conexión —ética— entre ese universo artístico, individual, y el universo político, social. Como fin y como medio, en el entendido de que la obra de arte es salvadora, es reconstituyente de la humanidad y la unidad perdida, la ética y la estética reunidas otra vez para una obra de arte integral, etc.

El revolucionario, en palabras de Ernesto Che Guevara, puede atribuirse la idea de “cambiarnos para cambiar el mundo”, en un sentido profético. Esta idea de vanguardia en el cambio es explícita en los textos del revolucionario. El mismo Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América latina cierra su extenso libro apelando antes que nada a una toma de conciencia como inicio del cambio: “Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres”.[22]

Sin embargo, el modelo histórico marxista es el contrario: no puede haber una renovación moral si antes no se ha cambado la sociedad desde su base económica e institucional. Si en la cita anterior cambiamos “dioses” por “infraestructura” (ambos factores exteriores a la conciencia individual) tendríamos una declaración anti-marxista. Si sustituimos “los hombres” por “el revolucionario”, tendríamos una de las declaraciones de Ernesto Che Guevara. Es decir, si para el marxismo la conciencia de “los hombres” es un producto de un orden económico, de una infraestructura, de un momento de la historia, para el revolucionario esa conciencia comienza por una excepción: la vanguardia (no el pueblo) alcanza la conciencia, provoca el cambio estructural mediante una necesaria violencia y, finalmente, este cambio hace posible la nueva “conciencia de los hombres”, elhombre nuevo.

Podemos advertir aquí una superposición: el revolucionario —el guerrillero, el intelectual comprometido— es el individuo que alcanza una conciencia crítica en un estado de crisis de la sociedad.[23] Pero ni él ni mucho menos el resto de los individuos alienados por la sociedad decadente podrán alcanzar la liberación sin antes cambiar la sociedad. Aunque poseedor de la conciencia crítica inicial, el revolucionario se reconoce impuro y necesariamente infeliz debido a que no hay hombre nuevo, hombre liberado en una sociedad corrupta, doliente, decadente sin una Nueva Sociedad. En El socialismo y el hombre, el mismo Ernesto Che Guevara escribió:

Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarios para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales; y los métodos convencionales sufren la influencia de la sociedad que los creó.[24]

La plenitud debe armonizar ambos aspectos del ser humano: el individual y el social. El divorcio de éste —el caso de los intelectuales no comprometidos, burgueses, esteticistas, etc.— produce individuos alienados, reproductores y legitimadores de un presente injusto. Para el intelectual comprometido no existe intelectual no comprometido sino adversarios que han hecho la opción contraria, evitando el cambio, la revolución, la igualdad, la justicia y, finalmente la liberación.

La temática de Roque Dalton, su tono lírico, recuerda a otros poetas comprometidos como Pablo Neruda. En la misma dirección pero por caminos diferentes seguirá Eduardo Galeano: los mitos autóctonos, las leyendas que nutrieron la literatura latinoamericana y la historia de la Conquista europea narradas desde la otra voz. Es la visión de los vencidos: los dioses autóctonos perdieron porque eran ingenuos. La crueldad es requisito del vencedor, de la conquista y de la liberación (“Matar un tigre”).

En “El duende” recrea una leyenda americana que recuerda a las leyendas de Neruda y del más lejano Adolfo Bécquer en Desde mi celda: es el romántico que no cree pero mira hacia el pasado en busca del tiempo perdido, del tiempo desgarrado por la historia, por la violencia de la historia. También Octavio Paz vuelve su mirada a los mitos americanos, a las leyendas y a las piedras del antiguo México. Pero no toma la voz de los vencidos sino la del antropólogo que escribe en verso.

La poesía críticorevolucionaria ha sido, sucesivamente, la poesía de la esperanza, de la lucha, de la resistencia y, finalmente de la derrota. Es el camino trágico del héroe. La derrota, la muerte es la suspensión del triunfo final, como la noche procede al día.

Podría resultar incomprensible que la literatura críticorevolucionaria no se haya caracterizado por el naturalismo europeo y, por le contrario, haya optado por la re-mitologización americana. En ocasiones, la opción fue el neorrealismo, quizás más por influencia de otros márgenes europeos como le literatura rusa del siglo XIX o el cine italiano del siglo pasado. Pero la poesía críticorevolucionaria, en cambio, no abandona el tiempo y el espacio mítico. Por el contrario, lo revindica en nombre de una revolución que es hija de la historia y, más precisamente, de la modernidad. En la América conquistada, en la América marginal, la modernidad nunca es completa sino contradictoria. Los poetas revolucionarios ensayan su originalidad como regreso al origen; no es la adopción de lo nuevo que le fue largamente impuesto sino la permanente adopción de unos dioses en los cuales no cree pero con los que se solidariza. Dalton adopta a un espectro de Quetzalcoatl como metáfora pero no como dios.

Quetzalcoátl nos guía con su piedra verde clavada en la madera

sus huellas son nuestra defensa contra el extravío

su espalda el rumbo para nuestros ojos.

Y más adelante, la historia y la posición del poeta:

Núñez de la Vega y Landa los dos obispos los dos

temerosos de nuestros posibles demonios inderrotables

al fuego lo que con el fuego tiene trato dijeron

Pocas religiones hubo más socialistas que el cristianismo primitivo. Pocas, sino ninguna otra, fundaron y representaron el capitalismo y al vencedor como el cristianismo tardío. Los poetas críticorevolucionarios como Neruda, como Dalton, como Galeano no creen en los antiguos dioses americanos sino en el alma de los pueblos que creyeron en ellos y por ellos cayeron vencidos. Es un acto de desafío, entonces, adoptar o recuperar los cadáveres de la violencia y volverlos a la vida, como un gesto del rebelde americano que se representa como revolucionario europeo.

¿De quién es ese extraño Dios? […]

¿por qué a su cielo único y solitario

No pueden subir nuestras bellas serpientes de colores.[25]

Béquer todavía es un romántico cristiano. En un país orgulloso y en derrota, podía admirar el progreso y lamentarse por el tiempo perdido. Del otro lado del océano, el romanticismo había sido la novedad europea que importaron los intelectuales americanos para legitimar ante el arte la independencia de las nuevas naciones. En el siglo XIX todavía Estaban Echeverría lo asociaba al espíritu cristiano y a la liberación (humanista) de los individuos y de los pueblos. En el siglo siguiente, católicos como Roque Dalton ya habían perdido la fe, si no en Dios por lo menos en la religión de los opresores. Si en España los intelectuales se identificaron e identificaron un país —hecho de diversos países— con una sola religión —la católica— en América los críticorevolucionarios no podían hacer la misma opción. Aún con un pueblo mayoritariamente convertido, sus intelectuales se volvieron incrédulos, cuando no simplemente laicos.

Creo que Los testimonios no sólo es una obra fundamental en el mundo poético y revolucionario de Roque Dalton; además es una de sus obras más recomendables para aquellos que entran por primera vez en su mundo y pretenden acercarse al conocimiento —si no a la experiencia plena— del mundo del intelectual comprometido, del rebelde marginal; del mundo donde ética y estética, para bien o para mal, alcanzaron uno de sus grados máximos de comunión. Pero la poesía, aún la poesía más popular, si es poesía, conserva siempre un grado mínimo de hermetismo. No todos los aprendices sobrevivirán. Ésta, como cualquier gran poesía, no es una puerta universal: para unos será la vertiginosa entrada a una revelación; para otros, sólo será el ojo de la aguja del que hablaba el Maestro.


Dr. Jorge Majfud

The University of Georgia

[1] “A estas nubes que ahora avistamos, las miraron hace doscientos, quinientos, mil, tres mil años, otros hombres, con las mismas pasiones y las mismas ansias que nosotros”. Martínez Ruiz, José Azorín. Castilla. [1912] Madrid: Tip. de la “Revista Archivos” Olózaga, 1912, pág. 95. Azorín repite la misma idea en relatos como “Una ciudad y un balcón”.

[2] Bécquer, Gustavo Adolfo. Desde mi celda. [1864] Edición, introducción y notas de Darío Villanueva. Madrid: Editorial Castalia, 1985, pág. 138.

[3] Manuel García Morente, Idea de la hispanidad. Madrid: Espasa Calpe, 1947, pág. 201.

[4] Pablo Neruda. Antología esencial. Selección y prólogo de Hernán Layola. Buenos Aires: Losada, 1971, pág. 126.

[5] Lo que contrasta con las imágenes adustas de rostros afeitados y labios apretados de los dictadores militares, como las de los generales Augusto Pinochet y Rafael Videla, por citar sólo un par de ejemplos.

[6] Roque Dalton. Poesía escogida. San José: Editorial Universitaria Centroamericana, 1983, pág. 22.

[7] Ídem, pág. 100.

[8] Roque Dalton. Taberna y otros lugares. [1966] San Salvador, UCA Editores, 1983, pág. 89.

[9] Dalton, Roque. Taberna y otros lugares. [1966] San Salvador, UCA Editores, 1983, pág. 116.

[10] Dalton, Roque. Poesía escogida. Selección del autor. San José, Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana, 1983, pág. 8.

[11] Ídem, págs. 106 a 108.

[12] Campbell, Joseph. The Hero With a Thousand Faces. New York : Pantheon Books, 1949.

[13] Roque Dalton. Poesía escogida. Selección del autor. Prólogo de Manilo Argueta. San José, Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana, 1983.

[14] José Ortega y Gasset. Misión de la universidad, Kant, La deshumanización del arte. Madrid: Galo Sáez, 1936.

[15] Siglo de Oro de la literatura española —de cierto tipo de literatura— que coincide con un siglo de sangre de los pueblos indígenas en América, tanto como con el siglo de la decadencia del imperio de los Felipes.

[16] Roque Dalton. Poesía escogida. San José: Editorial Universitaria Centroamericana, 1983, pág. 70.

[17] Sor Juana Inés de la Cruz. “Redondillas”. Obras completas. Prólogo de Francisco Monterde. México, Editorial Porrúa, 1972.

[18] Roque Dalton. Taberna y otros lugares. [1966] San Salvador, UCA Editores, 1983, pág. 92.

[19] Ídem., pág. 93.

[20] Dalton, Roque. Taberna y otros lugares. [1966] San Salvador, UCA Editores, 1983, pág. 11.

[21] Un ejemplo fue el Movimiento Nacional de Liberación-Tupamaros (hoy en el gobierno, después de un triunfo significativo en las pasadas elecciones), de un país urbano como Uruguay, con una tradición indígena escasa y reprimida, con una cultura abrumadoramente europea y europeísta.

[22] Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina. (1971) Montevideo: Ediciones del Chanchito, 1999, pág. 436.

[23] José Martí: “Los tres héroes” (liderazgo moral entes que el pueblo) [1889]. Bombona? Cita de Bolívar en la independencia cuando el pueblo no quería, etc.

[24] Ernesto Guevara. El hombre nuevo. Buenos Aires: Cuadernos de Crisis, 1973, pág. 32.

[25] Roque Dalton. Poesía escogida. Selección del autor. Prólogo de Manilo Argueta. San José, Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana, 1983.

La rebelión de la alegría

Ernesto Che Guevara

Ernesto Che Guevara

La rebelión de la alegría

(Parte 1)

Si hiciéramos una exposición fotográfica de los años de la Guerra caliente en América Latina, veríamos la insistencia de la risa joven en sus revolucionarios contrastando con los rostros adustos y envejecidos de las fuerzas conservadoras de la reacción.

Fue una tradición de la cultura ilustrada criolla asumir que el carácter del indio era incapaz de las emociones, de alguna sensibilidad estética y de cualquier hábito racional para las ciencias o para el trabajo. Si en los comienzos del Renacimiento europeo Américo Vespucio y Tomás Moro pudieron sospechar con admiración el desinterés de los nativos del Nuevo Mundo por las riquezas materiales, la ausencia de la codicia europea por tener y por reinar como un atributo de virtud, en el apogeo de la Era Moderna esas carencias pasaron a significar defectos, pecados contra el progreso. La tristeza del indio, la melancolía del gaucho, el carácter sufriente del hombre y la mujer de las clases media y baja en América Latina coincidía con el precepto tradicional del cristiano sufriente que Nietzsche y Antonio Machado criticaron en Europa. No coincide con el carácter epicúreo atribuido por Américo Vespucio a los pueblos que encontró en sus cuatro viajes (1500-1504) antes de la colonización.

En la cultura popular del Río de la Plata, la clausura existencial está definida por el tango. No es un problema político sino existencial: “el mundo fue y será una porquería, ya lo sé en el quinientos seis y en el dos mil también” (Discépolo). Su icono principal, Carlos Gardel, fue definido por el poeta militante Francisco Urondo como “loco de la noche, despreocupado amigo del alba, señor de los tristes”. Casi el mismo año que Jean-Paul Sartre publica La Nausée (1938) en Francia, el alter ego de Juan Carlos Onetti, en su célebre novela El pozo (1939), reconoce su incapacidad para la fe en el pueblo, su alienación y soledad existencialista: “Me acuerdo que sentí una tristeza cómica por mi falta de ‘espíritu popular’. No poder divertirme con las leyendas de los carteles, saber que había allí una forma de alegría, y saberlo, nada más”. Luego reconoce la diferencia entre su compañero de habitación y él mismo —semejante a la diferencia entre Antoine Roquentin y el Autodidacto—: “es él el poeta y el soñador. Yo soy un pobre hombre que se vuelve por las noches hacia la sombra de la pared para pensar cosas disparatadas y fantásticas. Lázaro es un cretino pero tiene fe, cree en algo. Sin embargo ama la vida y sólo así es posible ser un poeta”. En el arte y la literatura el dolor y la tristeza continúan gozando de más prestigio que la alegría. Pero el yo existencialista del siglo XX era el yo romántico del siglo XIX que ya no encontraba ni en la muerte ni en el amor la comunión posible. Por el contrario, buscaba desesperadamente la comunicación. Mataba o se suicidaba, pero no encontraba el amor ni la muerte sino el sexo y la nada.

Pero hubo un tiempo en que todo cambió. Octavio Paz, refiriéndose a las revueltas de 1968 y, por extensión a la década de los ’60, había observado que “la irrupción del ahora significa la aparición, en el centro de la vida contemporánea, de la palabra prohibida, la palabra maldita: el placer” (Posdata, 1969). Mucho antes la alegría se había convertido en el gesto revolucionario. Si hiciéramos una exposición fotográfica de los años de la Guerra caliente en América Latina, veríamos la insistencia de la risa joven en sus revolucionarios contrastando con los rostros adustos y envejecidos de las fuerzas conservadoras de la reacción. Así tendríamos, de un lado, colecciones de retratos sonrientes de Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Roque Dalton, Francisco Urondo, entre otros, y del otro, las mandíbulas erguidas y los labios apretados de Augusto Pinochet, Rafael Videla, Emilio Masera, Gregorio Álvarez, etc.

Por aquellos años, Mario Benedetti decía ver en la Revolución cubana un “estilo joven”, lo que también recuerda al “espíritu joven” de Grecia, según F. Nietzsche. No obstante, como veremos más adelante, este epicureismo revolucionario se opondrá al hedonismo, que será identificado insistentemente con el vacío del mundo materialista, el imperio del oro, de la risa artificial de Hollywood. Por ejemplo, Eduardo Galeano recuerda una experiencia personal que es la encarnación de este problema histórico. Había bajado a unas tumbas etruscas sobre cuyas paredes no había representaciones de dolor y sufrimiento sino de placer y alegría. “Varios siglos antes de Cristo, los etruscos enterraban a sus muertos entre paredes que cantaban al júbilo de vivir”. Entonces, Galeano redescubre el antagónico cristiano, que es permanentemente identificado con la rebeldía ante la opresión de la cultura católica primero y protestante después, la cultura del conquistador: “yo había sido amaestrado católicamente para el dolor y me quedé bizco ante ese cementerio que era un placer”. Es la historia, sus creencias y prejuicios, sus paradigmas y tabúes, la que ha modelado la emoción, el dolor y la alegría en el individuo. Es decir, la clausura no es inmanente a la existencia humana. Es una clausura política —cultural, religiosa— y se puede ver una fisura en ella usando el lente de la historia.

Refiriéndose al contexto latinoamericano, el peruano Manuel Burga observa que “la risa, la fiesta popular, la alegría profana, como lo ha demostrado Bakhtin para la Europa renacentista, también tuvieron en los Andes un valor semejante para enfrentar la cultura impuesta por el sistema colonial”. Años después, Mario Benedetti, analizando Memoria del fuego (1982-86) de Eduardo Galeano, insiste en el valor revolucionario de la alegría, atribuido ahora a la metafísica amerindia, significativamente integrada y opuesta a la tradición cristiana: “cuando lejos de Cuzco, la tristeza de Jesús preocupa a los indios tepehuas, y entonces inventan la danza de los viejos, y cuando Jesús vio a la Vieja y al Viejo ‘haciendo el amor, levantó la frente y rió por primera vez’”. Por la misma época, Umberto Eco recordaba la tradición del sufrimiento como valor superior. En Il nome della rosa (1980) creó un monje malhumorado que insiste que Jesús nunca se rió, de donde se deduce la naturaleza diabólica de la risa. Ocho años más tarde, adentrado en el género de la novela histórica, Tomás de Mattos, desde su mirada revisionista de un período que se cerraba en el Río de la Plata, expone en Bernabé, Bernabé! (1988) el drama del genocidio de los indios charrúas en un país que históricamente se había considerado blanco, europeísta y civilizado. La narradora principal, Josefina Péguy, analiza en una de sus cartas la etimología del nombre del último cacique sobreviviente: “Sepé quiere decir, en charrúa, ‘sabio’. Me parece que fue un nombre bien escogido —o adoptado— porque el cacique era dueño de una risa verdadera, de la que nace del jubiloso goce de las cosas cotidianas”. Josefina Péguy agregaba que ello se debía a que el cacique Sepé no estaba contaminado con el mito del progreso, pero bien se podía entender, según nuestro análisis, que tampoco estaba marcado por la tradición del cristianismo que en su versión católica condenó el oro mientras toleraba su extracción americana y en su versión calvinista simplemente lo legitimizó, al tiempo que condenaba todo epicureismo y sensualidad.

(Parte 2)

A la clausura existencial, marcada por la angustia, el dolor y el pesimismo del individuo perdido en su propio yo, súbitamente le surge en los ’60 un temeroso rival: la alegría de la revolución, la comunión del yo con el pueblo. Paso a paso se irá confirmando la voluntad de revisión moral. En 1973 Benedetti alude directamente a Jorge Luis Borges: “por eso en este jardín no hay senderos que se bifurquen […] adiós al laberinto adiós al dédalo / adiós al relajo de antiguas lenguas germánicas / este camino es recto / el pueblo avanza puteando alegremente / y las puteadas tampoco se bifurcan / dan en el blanco…”. La misma reacción es la de Francisco Urondo, una especie de deliberado antivalor nietzscheano que no se corresponde con el canon tradicional del poeta ensimismado sino precisamente lo contrario: “No tengo / vida interior: afuera / está todo lo que amo y todo / lo que acobarda”.

El tradicional dolor del pueblo bajo la opresión es repetidas veces revertido en alegría vinculada a una posible liberación, nunca desprendida de la imagen fuerte y redentora de un individuo, casi siempre de un antagónico. De ese mismo año, 1973, es el recuerdo de Eduardo Galeano para los momentos previos al regreso de Juan D. Perón a Argentina. Antes de la tragedia, Galeano recuerda en Días y noches de amor y de guerra (1978) que “había un clima de fiesta. La alegría popular, hermosura contagiosa, me abrazaba, me levantaba, me regalaba fe”. Pero el mismo Galeano recuerda otra anécdota que revela la contracara artificial y demagógica de este gesto: “Una mañana, en los primeros tiempos del exilio, el caudillo [Perón] había explicado a su anfitrión, en Asunción, del Paraguay, la importancia política de la sonrisa” y para mostrársela “le puso la dentadura postiza en la palma de la mano”.

Otras veces, la alegría se convierte en una profesión de fe, aún cuando el individuo ha dejado por momentos de creer (la fe humanística y el carácter sagrado del texto son los dos pilares centrales de la literatura del compromiso). Bajo el título de “Introducción a la literatura”, Galeano se desdobla en yo y en Eduardo; el primero estuvo unos días escribiendo “tristezas” que una noche Eduardo rechaza con una mueca: “No tenés derecho”, le dice Eduardo a la voz narrativa y le cuenta que días atrás bajó a comprar fiambres y la mujer que atendía tenía debajo del mostrador uno de sus libros, que lee todos los días. “Ya lo leí varias veces —dijo la fiambrera—. Lo leo porque me hace bien. Yo soy uruguaya, ¿sabe?”. Por lo que Eduardo insiste: “no tenés derecho’, mientras hace a un lado las cositas lastimeras, quizás mariconas, que yo escribí en esos días”. La opción recuerda al cura de San Manuel Bueno mártir (1930) de Unamuno, quien predicaba ya sin fe en Dios pero por fe en el pueblo que necesita creer. La diferencia radica, tal vez, en que aquí es la vendedora, el pueblo, quien devuelve la fe al escritor comprometido, renovándole los votos del compromiso.

Más tarde, luego de la derrota, el exilio y el regreso de la clausura política, Galeano escapa a la clausura existencial radicalizando su regreso al origen amerindio o a una de sus representaciones. Casi como un creyente, recoge la mitología dispersa y desestimada y le da nueva vida. En el principio de Memoria del fuego (1982) el mito de la creación de los maquiritari es fundamental. No sólo recuerda que “la muerte es mentira” sino que la alegría original vence al dolor occidental. “Los indios makiritare saben que si Dios sueña con comida, fructifica y da de comer. Si Dios sueña con la vida, nace y da nacimiento”. La primer mujer y el primer hombre “soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y el misterio”. Y al soñar con la alegría —Dios o la humanidad, es lo mismo—, la alegría era realizada. Tiempo después, debido a la muerte de un hombre de la tribu kayapó que se rió por la caricia de un murciélago y murió, “los guerreros resolvieron que la risa fuera usada solamente por las mujeres y los niños”. Así la risa y la alegría vuelven a ser secuestradas por el poder y pierden su valor original.

En Centroamérica, un Roque Dalton desafiante acusaba: “yo sé que odiáis la risa”, pero “bajo las sábanas me río”. En Taberna (1966) confiesa su lucha “para tener fe tan sólo en el deseo / y en el amor de quienes no olvidaron / el amor y la risa”. Pero Dalton también es consciente del doble filo de este gesto, un signo secuestrado. “Desde la conquista española mi pueblo ríe idiotamente por una gran herida. Casi siempre es de noche y por eso no se mira sangrar”. En la tradición, la mera risa no es subversiva sino un narcótico que impide la toma de conciencia. Sólo “la alegría es revolucionaria, camaradas, / como el trabajo y la paz”. Este estímulo se convierte en una razón de la literatura. En “Por qué escribimos”, reconoce que “uno hace versos y ama / la extraña risa de los niños / el subsuelo del hombre / que en las ciudades ácidas disfraza su leyenda, / la instauración de la alegría / que profetiza el humo de las fábricas”. Alegría y liberación conforman una alianza recurrente. Según Benedetti en “Haroldo Conti: un militante de la vida” (1976), la novela Mascaró en lo más hondo “es una metáfora de la liberación, pero expresada sin retórica, narrada con fruición, atravesada de humor” (Crítica cómplice, 1988). “En la parábola de Mascaró campea un gusto por la vida, una espléndida gana de reír, como si quisiera indicarnos que las instancias liberadoras no son palabras ni posturas resecas sino actitudes naturales, flexibles, creadoras”.

El carácter de la alegría no es revindicado sólo en la literatura comprometida sino también en sus propios autores. Muerte y alegría alcanzan aquí una conjugación particular. Como hiciera Eduardo Galeano en 1978, Mario Benedetti recuerda en “El humor poético de Roque Dalton” (1981) que el salvadoreño “en el trato personal era un fabuloso narrador de chistes (los coleccionaba, casi como un filatélico), nunca llevó a su poesía la broma en bruto, sino la metáfora humorística. Refiriéndose a Urondo, el mismo Benedetti señalaba “su optimismo era incurable, pues: ‘Nada hay más hermoso que vivir, aunque sea perdiendo’. Y tenía razón”. Luego, con un guiño que es difícil separar de Ernesto Sábato, continúa: “quede el pesimismo para los esclavos de su propia pesadilla, para los que sobrevuelan como buitres su catástrofe privada. Sólo quien alcance un colmo de optimismo tendrá fuerzas para ofrendar la vida”. Más tarde en “Paco Urondo, constructor de optimismos” (1977), el mismo Benedetti completa el retrato y la valoración de este motor anímico: “en él la risa era algo así como su identidad. Siempre pensé que Paco [Urondo], cuando debía llevar una vida ilegal, no tenía más remedio que ponerse serio, ya que en él reírse era como decir su nombre”. También Juan Gelman recordará a su amigo poeta años después en Hechos y relaciones (1980) por el mismo rasgo: “andás / en la sonrisa estruendo pólvora / que atacan cada día al enemigo? / ¿Volvieron / feroz a la alegría que caía de vos?”.

El sacrificio y la muerte son entendidos, como en la tradición cristiana, como requisitos de renacimiento. Pero el Hombre nuevo que pregonaron los intelectuales comprometidos no renace en la utopía del Paraíso celestial sino en la utopía de la humanidad futura. Su martirio no pretende ser asumido con el verdadero dolor de la tortura y la crucifixión sino con la alegría de quien no teme ningún infierno eterno.

(Parte 3)

Rodolfo Walsh, con motivo de la muerte de Francisco Urondo, escribió en su obituario: “Mi querido Paco: […] lo primero que me acude a la memoria es la frase del poeta guerrillero checo, al que mataron los nazis, que dejó escrito: ‘recuérdenme siempre en nombre de la alegría’”. El mismo Walsh, un día después de la muerte de Ernesto Che Guevara, bajó a comprar el diario y lo primero que vio y recordó luego fueron “esos ojos abiertos, rompiendo el porvenir y esa especie de sonrisa con la boca fuerte, pero muerta”. Aunque otras fotografías no dejan ver con la misma claridad esta expresión viva pero ambigua del muerto, es la sonrisa lo que ven los escritores del compromiso. El nicaragüense Ernesto Cardenal en Canto nacional (1973) poetizaba que “el Che después de muerto sonreía como recién salido del hades”. Tampoco Eduardo Galeano puede dejar de observar lo mismo: “le miré largamente la sonrisa, a la vez irónica y tierna […] Pensé: ‘Ha fracasado. Está muerto’. Y pensé: ‘No fracasará nunca. No morirá jamás’, y con los ojos fijos en esa cara de Jesucristo rioplatense me vinieron ganas de felicitarlo”. Pero Jesús nunca es representado con una sonrisa sino, por el contrario, la tradición cristiana ha consagrado todas las variaciones del dolor en sus retratos imaginados por Europa.

Pablo Neruda, otro ejemplo del poeta celebrado por su compromiso político, poetizó el problema ideológico de la alegría de una forma que resume su tiempo: “Cuando yo escribía versos de amor, que me brotaban / todas partes, y me moría de tristeza” todos me aplaudían. Hasta que “me fui por los callejones de las minas / a ver cómo vivían otros hombres”, y por eso cambiaron los aplausos por la policía, “porque no seguía preocupado exclusivamente / de asuntos metafísicos / pero yo había conquistado la alegría”. La política militante aparece junto con este factor de la alegría, que se expresa por la vitalidad de la sonrisa o del cuerpo. La reivindicación del oprimido o del marginado, es motivo de esta celebración: “me voy a bailar por los caminos / con mis hermanos negros de la Habana”.

En la misma dirección apunta un discurso de otro intelectual militante, Ernesto Guevara, en el acto de entrega de Certificados de Trabajo, el 15 de agosto de 1964. Guevara recita un poema del republicano español León Felipe, exiliado en México. Este instante, captado en una breve película, insiste en la necesidad de un cambio de actitud ante el trabajo, el valor nuevo de la alegría despojada del interés material, y lo hace recurriendo a un pasado mítico, a la corrupción de la historia por ese interés material, denunciado en la ficción de Tomás Moro: “Pero el hombre es un niño laborioso y estúpido que ha convertido el trabajo en una sudorosa jornada, convirtió el palo del tambor en una azada y en vez de tocar sobre la tierra una canción de júbilo, se puso a cavar” […] quiero decir que nadie ha podido cavar al ritmo del sol, y que nadie todavía ha cortado una espiga con amor y con gracia. / Es precisamente la actitud de los derrotados, dentro de otro mundo, de otro mundo que nosotros ya hemos dejado afuera frente al trabajo; en todo caso, la aspiración de volver a la naturaleza, de convertir en un juego el vivir cotidiano”.

Jorge Edwards, reconocido crítico de la Revolución cubana, reconoce de su experiencia como embajador en La Habana a finales de los ’60 que a pesar de las frustraciones, “había en ciertos sectores de la Revolución, también, una alegría, una especie de gratitud que sobrepasaba los esquemas” (Persona non grata, 1973). La idea del héroe, de la vanguardia, es la misma para el militante, el guerrillero o el poeta: “el poeta es un optimista, pero no un iluso. […] Paso a paso, poema a poema, riesgo a riesgo, ese poeta construye su optimismo” (Benedetti, Crítica cómplice, 1988).

Pero la alegría no sólo tiene por enemigo a la tristeza y la tradición del martirio sino, también, sus falsos sustitutos: Benedetti y Viglietti entendían la necesidad de “defender la alegría como destino / de las vacaciones y del agobio / de la obligación de estar alegres” (A dos voces, 1994). Pero es Eduardo Galeano quien más claramente sintetiza, en un relato de El libro de los abrazos (1989), el valor de la risa y la alegría y la desacralización del oro capitalista, el cadáver, la máscara vacía de la emoción. Con el título de “El vendedor de risas” anota su paso por la playa de Malibú, frente a la casa donde “vivía el hombre que abastecía de risas a Hollywood”. Este mercader de la alegría se había vuelto rico grabando y vendiendo risas de todo tipo y género para el cine y la televisión, “pero él era un hombre más bien melancólico, y tenía una mujer que de una mirada quitaba a cualquiera las ganas de reír”. Es la misma observación que Cardenal y Nicolás Guillén hacen de la sonriente Marilyn Monroe, suicidándose en un mundo perfecto. Al igual que Benedetti ve en 1959 en los negros de Estados Unidos “las tres clases de seres más vivos de este Norte / quiero decir los negros / las negras / los negritos” (Hasta aquí, 1974), Galeano anota la diferencia entre la risa artificial, hecha para el beneficio capitalista, y la risa espontánea, verdadera, producto de la alegría de lo vital del latino: “Ella y él se fueron de su casa de la playa de Malibú, y nunca más volvieron. Se fueron huyendo de los mexicanos que comen comida picante y tienen la maldita costumbre de reír a las carcajadas” (Libro d e los abrazos, 1989).

Se entiende que con la alegría ha nacido la rebelión y con ella nacerá la nueva sociedad en sus orígenes heroicos. La “palabra revolución”, dice Benedetti, no es sólo alude a un concepto abstracto de la historia, sino que se encuentra encarnada: “además tiene músculos y brazos y piernas y pulmones y corazón y ojos que esperan y confían”. Es el rostro de un pueblo que “sufre y aprende, que traga amargura y sin embargo propone una alegría tangible”. Este reconocimiento del escritor, la alegría, se produce “cuando el político o el intelectual ‘descienden’ al pueblo para transmitirle su ‘fórmula infalible’, entonces sí la vanidad puede significar un seguro de incomunicación que a algunos escritores les resulta por cierto muy confortable, quizás porque no tienen nada que comunicar”.

Todavía a fines de los ’70, con las renovadas esperanzas revolucionarias provenientes de la Revolución sandinista, Benedetti insistía con el valor de la alegría: “después vino el futuro y vendrán otros / pero no volverá el pasado inmundo / nicaragua ha sido esta vez invadida / por su rotunda gana de ser pueblo”. Lo que significa, que “en algunas diáfanas temporadas”, la realidad se convierte en “alegría de un hombre / y de una suma de hombres” (Vientos del exilio, 1981). Junto con Viglietti identificó, otra vez, los dos elementos de la ecuación de la psicología militante: “defender la alegría como una trinchera”.

Pero el destino de la historia, la liberación del pueblo oprimido, debe frustrarse: “Canté como si supiera, / con el aire de mi pueblo / y al borde de la alegría / la muerte nos quitó el sueño” (A dos voces, 1994).

En los ’80 y ’90 la clausura política se convierte otra vez en clausura existencial. La posmodernidad impone un nihilismo hedonista que revive la risa de plástico de la cultura del consumo durante un par de décadas. Se promueve el deseo y se castiga el placer para que la ansiedad lubrique la gran maquinaria. Hasta que el humanismo moderno reaparece en el nuevo siglo, con su paso lento y casi siempre imperceptible desde el siglo XIV. Entonces, la alegría epicúrea vuelve a disputarle un espacio a los paraísos alucinógenos del consumismo suicida.

Jorge Majfud

Abril 2008

El foro de las ideas en español

Maria Elena Salinas, Univision

Maria Elena Salinas, Univision

El foro de las ideas en español

Diciembre 9, 2007, 7:00 p.m. ET, University of Miami. Una voz de evento anuncia el Primer Foro Presidencial del Partido Republicano en español, mencionando las reglas: en el foro no habrá debate ni diálogo ni se hablará español. Otra particularidad: el foro de ideas está organizado por la poderosa cadena Univison en la Universidad de Miami.

Tomo asiento y escucho con atención. Cada candidato tiene un traductor simultáneo al español. Todos sonríen, menos uno. A mí sólo me mueve una curiosidad griega. La simpática María Elena Salinas modula su voz. El famoso periodista Jorge Ramos, con su habitual seguridad afirma:

RAMOS: …los votos hispanos pudieran decidir quién será el próximo presidente de los Estados Unidos.

El público está algo excitado.

HUNTER: …luego, muchos años después en El Salvador, un presidente republicano, Ronald Reagan, brindó una barda para protegerlos mientras tenían elecciones libres, que trajeron la libertad a ese país. Fueron dos partidos distintos, pero estoy hablando del partido de la libertad, el Partido Republicano…

El público comienza a entusiasmarse. El calor de Miami recorre la platea.

SALINAS: Congresista Paul, la misma pregunta. El Partido Republicano ha perdido terreno, únicamente el 23 por ciento apoya al partido. ¿Qué hacer para recuperar el terreno?

PAUL: …tanto los hispanos como todos los demás americanos están cansados, están a favor de la paz, no a favor de la guerra… Estamos olvidando nuestras necesidades acá bombardeando allá… Se supone que somos los conservadores fiscales y no lo somos. Por eso es que perdimos la elección el año pasado, porque no respaldamos los principios a favor de la paz, de la libertad y de los Estados Unidos de América.

Los aplausos comienzan a decaer. La siguiente pregunta cae sobre el idioma. Romney sonríe, con su pelo negro impecable y su oído atento a la ola de voces. Sonríe, tal vez calcula.

ROMNEY: …somos una sociedad plural y maravillosa, esta estatua que usted tiene acá en pantalla, detrás de nosotros, esta es una luz que ilumina a todo el mundo y dice, esta es una tierra insólita, esta es una tierra que le da la bienvenida al pueblo de todos trasfondos, de todas las etnias…(Aplausos) Somos el partido de la fuerza y el partido de la libertad. Gracias. (Aplausos)

SALINAS: Congresista Paul, ¿cuál sería el valor práctico del inglés oficial?

PAUL: …pienso que aquellos que atacan el bilingüismo tienen envidia, quizás se sienten inferiores porque no son capaces de hablar otro idioma…

SALINAS: Hace exactamente hoy una semana, Venezuela rechazó cambios a la Constitución, pero el presidente Hugo Chávez…

Los aplausos interrumpen a María Elena, quien hace algún esfuerzo por impedir una sonrisa.

SALINAS: Muchos creen que el presidente Chávez es una amenaza para la democracia en la región. Si usted fuera presidente, ¿cómo lidiaría con Chávez?

PAUL: Bueno, él no es la persona más fácil con quien lidiar, pero tenemos que lidiar con todas las personas en el mundo de la misma manera, con amistad, oportunidad de dialogar y comerciar con las personas…

Los abucheos lo interrumpen. Ron Paul, con su mirada cansada pero con el rostro ya curtido por largos años de disidente, insiste, imperturbable, tal vez resignado.

PAUL: …hablamos con Stalin, hablamos con Kruschev. Hablamos con Mao y hemos hablado con el mundo entero, y de hecho estamos en un momento en que debemos hablar incluso con Cuba.

Ahora los abucheos crecen como un huracán sobre Miami.

PAUL: …y viajar a Cuba y tener comercio con Cuba. Pero déjenme decirles por qué, por qué tenemos problemas en Centro y Sudamérica: porque hemos estado metidos en sus asuntos internos hace tanto tiempo, nos hemos metido en sus asuntos de negocios y nosotros creamos a los Chávez de este mundo, hemos creado a los Castros de este mundo, interfiriendo y creando caos en sus países y ellos responden sacando a sus líderes constituidos.

Los abucheos alcanzan su clímax. Miami se lo quiere comer crudo, sin ron caribeño. Las reglas civilizadas del foro obligan a seguir indiferentes al próximo candidato, que ha escuchado muy bien la voz del pueblo.

HUCKABEE: …Aunque a Chávez lo eligieron, no lo eligieron para ser un dictador que es en lo que se ha convertido suspendiendo la ley constitucional. Mi mamá decía: ‘Si uno le da suficiente soga a alguien, se van a colgar’, y yo pienso…

El pueblo se ha calmado con las últimas palabras. Unos esperan con más ansiedad a Giuliani y a Romney.

GIULIANI: Yo, por cierto, estoy de acuerdo con la manera en que el rey Juan Carlos le habló a Chávez, así mismo lo haría yo. (Aplausos) Mucho mejor que lo que quiere hacer el congresista Paul… Hay un contramovimiento en Latinoamérica, se ve en Panamá, en Colombia, se puede ver en México. Yo creo que al presidente Calderón lo eligieron, no es que yo sea experto en política mexicana, pero yo creo que Chávez tuvo algo que ver con eso…

Mi curiosidad griega ha desminuido un poco. Espero una pausa comercial para consumir algo. Me aguanto, porque está hablando Romney.

ROMNEY: …el curso que tienen que tomar los estadunidenses es continuar el aislamiento de Cuba, mantenerlos aislados, no es como lo que dijo Barack Obama, el demócrata, que iba a visitar personalmente a Castro en Cuba…

El entusiasmo del pueblo sigue in crescendo.

McCAIN: Quiero felicitar al pueblo venezolano por rechazar este intento del dictador de hacerse dictador de por vida. Yo también quiero repetir unas palabras del príncipe Juan Carlos: “¿Por qué no te callas?”.

Los aplausos lo interrumpen. Comienzo a imaginar que el público no está compuesto de académicos. El senador ha confundido al rey Juan Carlos con el príncipe Carlos, y el traductor cambió “prince” por “presidente Juan Carlos”. Me acordé cuando hace unos años yo estaba en España y el gobernador Bush de Florida saludó a la “República española”.

McCAIN: …me da gusto que a mí me apoye gente que me aconseja y sabe mucho de esos asuntos… Si yo fuera el presidente de Estados Unidos, yo ordenaría que se hiciera una investigación… (Aplausos) a los cubanos que murieron, a los que tiró del avión bajo órdenes de Raúl y Fidel Castro, y los enjuiciaría si hiciera falta.

RAMOS: Una encuesta revela que dos de cada tres hispanos creen que los Estados Unidos deberían retirar sus tropas de Irak…

HUNTER: …si usted averigua qué piensan los hispanos de la Décima División de la Marina y de la Caballería, los resultados en la encuesta serán muy distintos a los de la encuesta que habla usted. (Aplausos)

ROMNEY: …lo que estamos haciendo nosotros en Irak es tratar con la protección de las vidas de los ciudadanos estadunidenses, acá y en diferentes partes del mundo, me refiero a las vidas en todas partes del mundo, a la honestidad y a la libertad…

SALINAS: Gracias. Congresista Paul, de todos usted tiene un punto de vista diferente.

PAUL: Sí, así es, yo tengo un punto de vista diferente porque no estamos justificados en meternos ahí, no declaramos la guerra y yo les diría a los hispanos que si piensan que deben venir a casa, mi respuesta es vengamos a casa lo antes posible. Tengo un punto de vista diferente porque respeto la Constitución y escucho a los padres fundadores que nos dicen ‘quédense afuera de los asuntos internos de otras naciones…’.

THOMPSON: …La comunidad hispana se conoce para sus valores. Saben que el matrimonio, por ejemplo, es entre hombre y la mujer… (Aplausos) Saben que la familia es el centro de la sociedad, y con familias fuertes tenemos sociedades mejores… (Aplausos)

Mi energía socrática está agotada. Casi no comprendo lo que dicen. Necesito un agua tónica.

PAUL: Lo más importante que pueden hacer los hispanos, o lo que pueden hacer todos los estadunidenses, es unirse para restaurar nuestra Constitución y nuestro gran país; nos hemos extraviado, y esto no es un problema hispano, es un problema americano. Lo que queremos es que el imperio de la ley sirva para tener, todos, oportunidades, no solamente tenemos que restaurar la Constitución, sino primero tenemos que leerla y entender lo que quiere decir. Ser libres en este país nuevamente.

Los gritos siguen a las palabras de Ron Paul. Ron Paul no es un buen político. No sabe escuchar la voz del pueblo de Miami. Ruddy es diferente, Ruddy sabe cómo hacerlo.

GIULIANI: Los hispanoamericanos ya han llegado a un gran nivel en Estados Unidos…

Necesito tomar aire. La emoción por el calor del pueblo en comunión con sus líderes deja exhausto a cualquiera.

GIULIANI: …algo que ha sido maravilloso para nosotros es que hayan venido los cubano-americanos aquí, que nos hayan hecho mejores norteamericanos, it made us better americans.

ROMNEY: …somos la esperanza del mundo… And hispanics are brave and they are free. (Aplausos)

Espero, luego me levanto para buscar un café.

RAMOS: Muchas gracias por confiar en Univision y muchísimas gracias por haber participado en este Foro Presidencial Republicano trasmitido exclusivamente en español por Univision…

SALINAS: Por supuesto que los candidatos ya hablaron, ahora les toca a ustedes, los votantes. Así que si usted es ciudadano norteamericano, inscríbase y vote, haga valer su voto.

[Ver Video >>]

La inteligencia colectiva

Entiendo que todo pensamiento es siempre colectivo; nadie es capaz de crear una sola idea ex nihilo, mucho menos un tipo de pensamiento. Casi todas las definiciones de inteligencia, en cambio, tienen fuertes connotaciones biológicas. Excepto si consideramos que existe otro tipo de inteligencia. Podemos entender que la educación es la inteligencia colectiva. No es un problema de cantidad de neuronas sino de las conexiones convenientes que seamos capaces de construir entre los individuos de una sociedad y entre las sociedades todas.

En el mundo de la creación intelectual –artística, tecnológica, filosófica y científica–, la inteligencia puede ser el elemento que hace la mayor diferencia entre los individuos. Pero en la sociedad en general, como en las sociedades académicas, no es la inteligencia sino la educación la que establece la mayor diferencia entre individuos, grupos y sociedades.

Nadie asumiría que en un país subdesarrollado nacen menos personas inteligentes que en un país desarrollado. Se puede argumentar que las hambrunas o la falta de alimentación adecuada marcan un declive en la inteligencia de sus individuos. Pero la permanente migración de universitarios de los países pobres a los países ricos demuestra que el problema es sobre todo estructural. En su gran mayoría, la migración de intelectuales a las universidades europeas y norteamericanas no procede de las clases altas de los países pobres. Los ricos no emigran, sólo están de paso en aquellos países donde su poder es mínimo o es desconocido. Este fenómeno antiguo comenzará a desacelerarse con la progresiva igualación de los poderes regionales, creo que más rápido de lo que piensan en los países desarrollados, y más lento de lo que piensan en los países en desarrollo. La fuerza de los capitales concentrados en pocas manos irá cediendo ante el creciente ejercicio intelectual y muscular de las grandes colectividades posnacionales.

Dentro de ese marco general, la educación es una especialidad de la cultura: su función es el desarrollo humano en una determinada área que incluye la seguridad física y psicológica, el desarrollo económico, el desarrollo de la experiencia existencial a través del arte, el desarrollo de las herramientas de poder sobre el mundo material a través de las ciencias y el desarrollo o la conservación de los intereses de un grupo social dominante a través de su propia ideología (o cultura hegemónica, en términos de Antonio Gramsci). Por lo tanto, la educación no es algo que se recibe y desarrolla fatalmente como la cultura, sino algo que se puede programar y cambiar según un objetivo más consciente. Este objetivo puede ser el dominio de un grupo por el otro, la instauración de una determinada ideología, o puede servir para liberar un grupo determinado o, desde un punto humanístico, para liberar al conjunto de las sociedades según un posible proyecto común que incluye valores fundamentales como la igualdad y la libertad.

Ahora, este proyecto –teórico aún, si se quiere– no puede reducirse al viejo modelo bélico del triunfo de una cultura sobre las demás, sino a una síntesis, a una cultura nueva que supere las taras de nuestra cultura y de las culturas ajenas. Y aquí debemos incluir en cultura la dimensión político-económica de los intereses sectarios, ya que en definitiva son posibles gracias a la moral del esclavo. La dicotomía opresor/oprimido, colonizador/colonizado no es una antigüedad de la década de los sesenta, desde el momento en que no ha sido resuelta ni superada. Pretender que estas dicotomías ya no existen es una forma de legitimizar una práctica cerrando los ojos y prestando oídos a un discurso único. Por otro lado, llevar esta dicotomía a todas las áreas de la cultura puede resultar en una simplificación: establecer una lucha, una guerra como único recurso donde bien puede haber una colaboración. La guerra ciega ha sido siempre el recurso único de opresores y oprimidos. Al dividir el cosmos en estas dos categorías, resulta más difícil localizar, concretamente, al opresor y al oprimido; tanto como difícil resulta advertir que en cada uno de nosotros hay un opresor y un oprimido, y que es la progresiva educación y una conciencia más global la que podrá liberarnos de ese conflicto que sólo vemos afuera pero que contribuimos a consolidar.

Pongamos un breve ejemplo desde nuestra cultura. Muchas veces desde el contexto latinoamericano, según el modelo aristocrático de Ariel (1900), acusamos de todo el mal a la cultura materialista de Estados Unidos. La idea común ha sido siempre que “los americanos no tienen sentido de la cultura”. No obstante, por una razón de colonización o por una razón de cultura, hasta los más radicales opositores a la cultura hegemónica cultivan la música y el baile dominante de los géneros nacidos en Estados Unidos en el siglo XX, la literatura más elitista o la más popular, el cine –el artístico y el comercial– o reproducen, sin saberlo, teorías básicas del poscolonialismo, en gran parte desarrolladas en los países colonizadores. Por otra parte, la gran mayoría de los inventos técnicos que definen nuestra realidad mundial, para bien o para mal, han sido producidos o desarrollados en estas culturas sin cultura. Desde Benjamin Franklin y Thomas Edison hasta los más recientes desarrollos que han impactado no sólo en la cultura ilustrada, sino en la cultura popular, en las nuevas formas de producción: los nuevos sistemas de la cultura digital, desde Windows, las formas de expansión de la cultura tradicional como Amazon.com o los libros digitales hasta Wikipedia, la única novedad cultural en materia de enciclopedias desde el siglo XVIII. Nos guste o nos fastidie, no podemos negar esta realidad.

Esta no es necesariamente una observación optimista, si consideramos que la humanidad aún se encuentra ante estas novedades como los cavernícolas ante un fuego que no dominaban del todo, o un niño ante un juguete nuevo. Pero si realmente estamos en un estadio infantil, bien podemos esperar una progresiva maduración que dé sentido a esa nueva era. Queda en pie nuestra crítica a lo que consideramos la estrechez de los intereses de la clase media estadunidense, como lo es el monotemático interés de producir capitales y bienes materiales y su escasa conciencia política y global. El desinterés por la política es propio de los grupos (políticamente) dominantes.

Por el otro lado, en nuestra América Latina han pululado dos opciones que tampoco la benefician: una, la de aquellos que sólo ven fracasos en nuestras culturas, porque lo miden según los parámetros culturales norteamericanos o europeos. Invariablemente la tesis de éstos se reduce a calificar las deficiencias mentales de un continente o de su élite intelectual con el cómodo látigo de idiota. Del otro lado están aquellos que se definen según la oposición al imperio de turno. Aunque tengan sobradas razones históricas para denunciar esta realidad, el problema radica en que no hemos sido capaces de ir más allá de este límite de crítica que muchas veces ha resultado un saco de fuerza. En lugar de poner manos en obra sobre nuestras propias realidades, atendiendo a las realidades del mundo que nos rodea, para bien y para mal, muchas veces nos hemos detenido en la autocompasión. En el medio del infierno hemos proyectado el paraíso, desatendiendo a quienes sugerían modestas salidas, menos heroicas pero más probables.

Entre el esclavo y el amo, elegimos defender al esclavo. Pero nunca vamos a elogiar su moral de esclavo. Mucho menos vamos a aplaudir su autocompasión. Tal vez es en este punto donde comienza a crearse una verdadera educación de la liberación, la maduración de una inteligencia colectiva que no ignore el mundo que la rodea pero que no se quede atrapada en la mera reacción y pase de una vez a la acción, a la creación. Claro que esto último siempre es más difícil. Pero no hay otra forma de romper las antiguas cadenas.

Jorge Majfud

Noviembre 2007.

Breve historia de la idiotez ajena

Esta semana el biólogo James Watson volvió a insistir sobre la antigua teoría de la inferioridad intelectual de los negros. Esta antigua teoría fue apoyada por un estudio en los ’90 de Charles Murray y Herrnstein sobre “ethnic differences in cognitive ability” que mostraban gráficas de coeficientes intelectuales claramente desfavorables a la raza negra. Ahora Watson, de paso, ha propuesto la manipulación genética para curar la estupidez, pero no menciona si es conveniente curar la estupidez antes de realizar cualquier manipulación genética. También los nazis —y quizás Michael Jackson— eran de la misma idea que Watson. Ni Hitler ni los nazis carecían de inteligencia ni de una alta moral de criminales. Como recordó un personaje del novelista Érico Veríssimo, “durante a era hitlerista os humanistas alemães emigraram. Os tecnocratas ficaram com as mãos e as patas livres”.

Veamos dos breves aproximaciones al mismo problema, uno filológico y otro biológico. Ambos ideológicos.

Por sus denuncias a la opresión de los indígenas americanos, Bartolomé de las Casas fue acusado de enfermo mental y sus indios de idiotas que merecían la esclavitud. Es cierto que sus crónicas y denuncias fueron aprovechadas para acusar a un imperio en decadencia por parte de la maquinaria publicitaria de otro imperio en ascenso, el británico. Pero esto es tema para otra reflexión.

El erudito español Marcelino Menéndez Pelayo en 1895 calificó a de las Casas de “fanático intolerante” y a Brevísima Historia, de “monstruoso delirio”. Su más célebre alumno y miembro de la Real Academia Española, Ramón Menéndez Pidal, fue de la misma opinión. En su publicitado y extenso libro, El padre Las Casas (1963) desarrolló la tesis de la enfermedad mental del sacerdote denunciante al mismo tiempo que justificó la acción de los conquistadores, como la muerte de tres mil indios en Cholula a manos de Hernán Cortés porque era una “matanza necesaria a fin de desbaratar una peligrosísima conjura que para acabar con los españoles tramaba Moctezuma”. Según Menéndez Pidal, Bartolomé de las Casas “era una víctima inconsciente de su delirio incriminatorio, de su regla de depravación inexceptuable”. Pero al regresar a España para denunciar las supuestas injusticias contra los indios, “se encontró con la gravísima sorpresa de que su opinión extrema sobre la evangelización del Nuevo Mundo tenía enfrente otra opinión, extrema también, en defensa de la esclavitud y la encomienda. Esa opinión estaba sostenida muy sabiamente por el Doctor Juan Ginés de Sepúlveda [a través de] un opúsculo escrito en elegante latín y titulado Democrates alter, sirve de justis belli causis apud Indos”. Una nota al pié dice: “Publicado con una hermosa traducción, por Menéndez Pelayo en Boletín de la Real Acad. De la Historia, XXI, 1891”. Ginés de Sepúlveda, basándose en la Biblia (Proverbios), afirmaba que “la guerra justa es causa de justa esclavitud […] siendo este principio y concentrándose al caso del Nuevo Mundo, los indios ‘son inferiores a los españoles como los niños son a los adultos, las mujeres a los hombres, los fieros y crueles a los clementísimos, […] y en fin casi diría como los simios a los hombres’”. Con frecuencia, Pidal confunde su voz narrativa con la de Sepúlveda. “Bien podemos creer que Dios ha dado clarísimos indicios para el exterminio de estos bárbaros, y no faltan doctísimos teólogos que traen a comparación los idólatras Cananeos y Amorreos, exterminados por el pueblo de Israel”. Según Fray Domingo de Soto, teólogo imperial, “por la rudeza de sus ingenios, gente servil y bárbara están obligados a servir a los de ingenio más elegante”. Menéndez Pidal insistía en su tesis de la incapacidad mental de quienes criticaban a los conquistadores, como “el indio Poma de Ayala, [que] mira con maliciosos ojos a dominicos, agustinos y mercedarios, mientras advierte que franciscanos, jesuitas y ermitaños hacen mucho bien y no toman limosna de plata”. Según Pidal, esto se debía a que “a esos indios prehistóricos, venidos de la edad neolítica, no era posible atraerlos con la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, sino con las Florecillas Espirituales del Santo de Asís”.

En su intención de demostrar la enfermedad mental del denunciante, Pidal se encuentra con indicios contrarios y resuelve, por su parte, una regla psicológica que lo arregla todo: “el paranoico, cuando sale del tema de sus delirios, es un hombre enteramente normal”. Luego: “Las Casas es un paranoico, no un demente o loco en estado de inconsciencia. Su lucidez habitual hace que su anormalidad sea caso difícil de establecer y graduar”. Que es como decir que era tan inteligente que no podía razonar correctamente, o por su lucidez veía ilusiones. Bartolomé de las Casas “vive tan ensimismado en un mundo imaginario, que queda incapaz para percibir la realidad externa, que es la desbordante energía desplegada por España en los descubrimientos geográficos”. Una confesión significativa: “Las Casas hubiera sido, dada su extraordinaria actividad, un excelente obispo en cualquier diócesis de España, pero su constitución mental le impedía desempeñar rectamente un obispado en las Indias”. De aquí se deducen dos posibilidades: (1) América tenía un efecto mágico-narcótico en algunas personas o (2) los obispos de España eran paranoicos como de las Casas pero por ser mayoría era tenido como algo normal.

Esta idea de atribuir deficiencias mentales en el adversario dialéctico, se renueva y extiende en libros masivamente publicitados sobre América Latina, como Manual del perfecto idiota latinoamericano (1996) y El regreso del idiota (2007). Uno de los libros objetos de sus burlas, Para leer al pato Donald (1972) de Ariel Dorfman y Armand Matterlart, parece contestar esta posición desde el pasado. El discurso de las historietas infantiles de Disney consiste en que, “no habiendo otorgado a los buenos salvajes el privilegio del futuro y del conocimiento, todo saqueo no parece como tal, ya que extirpa lo que es superfluo”. El despojo es doble, casi siempre coronado con un happy ending: “Pobres nativos. Qué ingenuos son. Pero si ellos no usan su oro, es mejor llevárselo. En otra parte servirá de algo”.

Sócrates o Galileo pudieron hacerse pasar por necios, pero ninguno de aquellos necios que los condenaron pudieron fingir inteligencia. Eso en la teoría, porque como decía Demócrates, “el que amonesta a un hombre que se cree inteligente trabaja en vano”.

En Examen de ingenios para las ciencias (1575), el médico Juan Huarte compartía la convicción científica de la época según la cual el cabello rubio —como el de su rey, Felipe II— era producto de un vapor grueso que se levantaba por la fuerza de la inteligencia. Sin embargo, afirmaba Huarte, no era el caso de los alemanes e ingleses, porque su cabello rubio nace de la quema del mucho frío. La belleza es signo de inteligencia, porque es el cuerpo su residencia. “Los padres que quisieren gozar de hijos sabios y de gran habilidad para las letras, han de procurar que nazcan varones”. La ciencia de la época sabía que para engendrar varón se debía procurar que el semen saliera del testículo derecho y entrase en el lado derecho del útero. Luego Huarte da fórmulas precisas para engendrar hijos de buen entendimiento “que es el ingenio más ordinario en España”.

En la Grecia antigua, como dice Aristóteles, se daba por hecho que los pueblos que vivian más al sur, como el egipcio, eran naturalmente más sabios e ingeniosos que los bárbaros que habitaban en las regiones frías. Alguna vez los rubios germánicos fueron considerados bárbaros, atrasados e incapaces de civilización. Y fueron tratados como tales por los más avanzados imperios de piel oscurecida por los soles del Sur. Lo que demuestra que la estupidez no es propiedad de ninguna raza.

Jorge Majfud

The University of Georgia

October, 2007.

El mito Che Guevara

Ernesto Che Guevara on a mule in Las Villas, Cuba

Image via Wikipedia

 

El mito Che Guevara

Empecemos observando que la idea de “mito” tiene un doble significado, uno negativo, como sinónimo de mentira, y otro positivo, como expresión de una realidad humana, es decir, como sinónimo de verdad. Quizás más importante es esta otra observación: hay mitos que son construidos por la fuerza deliberada del poder —económico, mediático, institucional, militar, eclesiástico, político, etc.— y otros que nacen, se desarrollan y sobreviven a pesar de ese poder y contra ese poder.

El Guevara histórico no fue un santo. Fue muchas veces violento y casi siempre radical. Sin embargo, si queremos continuar un análisis del mito desideologizado, debemos tener en cuenta que la idea misma de “violencia” es una simplificación —radical—: aunque los actos de la violencia sean absolutos y lamentables (el mismo Guevara los definió como una tristeza), pocos podrían igualar la violencia del amo con la violencia del esclavo. De esos pocos, sin duda, todos serán partidarios o pertenecientes a la estirpe de los amos. Al menos que se trate de esclavos moralizados por la violencia del amo. Lo cual no es una rareza histórica sino una regla: quienes reproducen el machismo suelen ser mujeres; quienes azotaban a los negros esclavos solían ser otros negros esclavos con unas gotas de privilegio.

Creo que podemos, en un nuevo paso de este breve análisis, considerar que la perspectiva de aquellos que aceptan al Che como mito positivo asume, aunque no necesariamente de forma consciente, que su violencia pertenece a este segundo tipo: la violencia del oprimido, la violencia de los colonizados que en América, por ejemplo, se sacudieron los imperios europeos; la violencia de los esclavos que se rebelaron contra sus amos —sin éxito todas las veces, ya que la esclavitud es abolida por los nuevos intereses industriales, no por la crítica ni por la rebelión de los esclavos.

No creo exagerar si reconocemos que el Che Guevara es el mito más fuerte del siglo XX, y de sus derredores también. Podemos estar en desacuerdo con la mayoría de sus ideas, de sus acciones, de sus discursos. Fríamente, podríamos criticarlo de pies a cabezas hasta llegar a la racional conclusión de que se equivocó más veces de las que acertó, de que triunfó menos veces de las que venció, etc. Pero nada de eso destruiría el misterio de su mito.

Es un lugar común de sus adversarios la idea de que el Che es producto de una orquestación marxista. Esta idea es tan misteriosa como la misma trascendencia del Che. Podríamos preguntarnos por qué los más fuertes aparatos de propaganda del imperialismo mundial, desde el Renacimiento, nunca han podido producir un mito semejante. Aunque los partidarios de Pinochet proclamen sus bondades, nunca podrán elevarlo a la categoría de mito internacional.

Es decir, la explicación del mito Che radica en otra parte. A mi entender, un hombre con tantos defectos que se convierte en la máxima expresión del idealismo, del romanticismo contemporáneo encarna un profundo espacio humano que se olvida en la pasión de la disputa partidaria. Observemos que el mito en cuestión sobrevive en un espacio que radica en el inconsciente y que se identifica en millones de personas a lo largo de la historia, como la necesidad de justicia radical o como la desobediencia del gladiador contra el pulgar de César.

Podríamos argumentar que el Che Guevara real, el histórico, no debería representar estos valores de justicia, de pureza. Pero eso es harina de otro costal. Desde un punto de vista semiótico, la realidad es la contraria: bastaría comparar cuántas obras de arte, cuantas masas han movilizado alrededor del mundo Pinochet, Videla, Batista, Stroessner o Margaret Thatcher y compararlo con el mismo fenómeno de Che Guevara.

Una razón podría radicar en un hecho fácil de observar. Excepto cuando ordenó ejecuciones y ajusticiamientos inmediatamente después del triunfo de la Revolución cubana, el Che reincidió en la costumbre de exponerse al frente de un puñado de hombres hasta la muerte. Renunció a una posición cómoda en el gobierno cubano para sumergirse en la clandestinidad africana y luego boliviana, en una aventura quijotesca que lo conduce a una muerte anunciada de forma implícita pero clara en su carta de despedida al pueblo cubano. En cambio, la histórica derecha oligárquica venera líderes militares que sólo salieron del anonimato imponiendo entre ellos y el peligro la maquinaria de un ejército y el apoyo económico de las clases altas y de los Estados.

¿Cuántos jóvenes, cuántos adultos tienen en su casa un retrato de Videla o de Pinochet? ¿Cuántos llevan el rostro de Batista o de Stroessner en una camiseta? ¿Por qué esa expresión irreducible del Che luce estampada, con orgullo, en las camisas de jóvenes en Estados Unidos, en América Latina, en Europa, en Asia y en África, es decir en todos los continentes? ¿Por una “orquestación marxista”? Pero ¿cómo, no era que el marxismo había sido derrotado en 1989? El argumento se revela débil. La razón, la explicación necesariamente radica en otra parte: no en el Che mismo sino en esos millones que viven y reviven ese mito. Es decir, ese mito es una realidad palpable, objetiva, innegable que revela otra realidad humana mucho más profunda que simples argumentos ideológicos.

De nada sirve que nos cansemos analizando las contradicciones y las profecías incumplidas del Che. La derrota ha sido la constante de casi todos los héroes y mártires latinoamericanos desde los años de la conquista pasando por las llamadas revoluciones de independencias. Su mito está más allá de todo eso, de sus propios defectos, de sus propios aciertos o barbaridades.

Una de las últimas realizaciones cinematográficas, Diario de motocicleta (2005) revela o construye un Che light, a la medida del consumismo posmoderno. Pero tampoco miente sobre el estudiante de medicina que recorrió América del Sur en 1951. Una de las canciones más conocidas que lo representa “Hasta siempre comandante” (Carlos Puebla, 1965), ha sido interpretada recientemente por Natalie Cardone. El video es por lo menos cursi, pero la fuerza estética de la interpretación —juzgo que una de las mejores versiones de los últimos años— nos recuerda que ese mito, amado por unos y odiado por otros está más vivo que nunca. Porque no es la razón la que confiere vida a un mito sino el torrente de emociones que son capaces de desprenderse de él, que se perfecciona aún en contra de cualquier contradicción histórica. Y esa ola ya no parará más.

Jorge Majfud.

Mayo 2007

¿Cómo definimos la idiotez ideológica y quiénes pueden hacerlo?

1. La importancia de llamarse idiota

Hace unos días un señor me recomendaba leer un nuevo libro sobre la idiotez. Creo que se llamaba El regreso del idiota, Regresa el idiota, o algo así. Le dije que había leído un libro semejante hace diez años, titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano.

—Qué le pareció? —me preguntó el hombre entrecerrando los ojos, como escrutando mi reacción, como midiendo el tiempo que tardaba en responder. Siempre me tomo unos segundos para responder. Me gusta también observar las cosas que me rodean, tomar saludable distancia, manejar la tentación de ejercer mi libertad y, amablemente, irme al carajo.

—¿Qué me pareció? Divertido. Un famoso escritor que usa los puños contra sus colegas como principal arma dialéctica cuando los tiene a su alcance, dijo que era un libro con mucho humor, edificante… Yo no diría tanto. Divertido es suficiente. Claro que hay mejores.

—Sí, ese fue el padre de uno de los autores, el Nóbel Vargas Llosa.

—Mario, todavía se llama Mario.

—Bueno, pero ¿qué le pareció el libro? —insistió con ansiedad.

Tal vez no le importaba mi opinión sino la suya.

—Alguien me hizo la misma pregunta hace diez años —recordé—. Me pareció que merecía ser un best seller.

—Eso, es lo que yo decía. Y lo fue, lo fue; efectivamente, fue un best seller. Usted se dio cuenta bien rápido, como yo.

—No era tan difícil. En primer lugar, estaba escrito por especialistas en el tema.

—Sin duda —interrumpió, con contagioso entusiasmo.

—¿Quiénes más indicados para escribir sobre la idiotez, si no? Segundo, los autores son acérrimos defensores del mercado, por sobre cualquier otra cosa. Vendo, consumo, ergo soy. ¿Qué otro mérito pueden tener sino convertir un libro en un éxito de ventas? Si fuese un excelente libro con pocas ventas sería una contradicción. Supongo que para la editorial tampoco es una contradicción que se hayan vendido tantos libros en el Continente Idiota, no? En los países inteligentes y exitosos no tuvo la misma recepción.

Por alguna razón el hombre de la corbata roja advirtió algunas dudas de mi parte sobre las virtudes de sus libros preferidos. Eso significaba, para él, una declaración de guerra o algo por el estilo. Hice un amague amistoso para despedirme, pero no permitió que apoyara mi mano sobre su hombro.

—Usted debe ser de esos que defiende esas ideas idiotas de las que hablan estos libros. Es increíble que un hombre culto y educado como usted sostenga esas estupideces.

—¿Será que estudiar e investigar demasiado hacen mal? —pregunté.

—No, estudiar no hace mal, claro que no. El problema es que usted está separado de la realidad, no sabe lo que es vivir como obrero de la construcción o gerente de empresa, como nosotros.

—Sin embargo hay obreros de la construcción y gerentes de empresas que piensan radicalmente diferente a usted. ¿No será que hay otro factor? Es decir, por ejemplo, ¿no será que aquellos que tienen ideas como las suyas son más inteligentes?

—Ah, sí, eso debe ser…

Su euforia había alcanzado el climax. Iba a dejarlo con esa pequeña vanidad, pero no me contuve. Pensé en voz alta:

—No deja de ser extraño. La gente inteligente no necesita de idiotas como yo para darse cuenta de esas cosas tan obvias, no?

—Negativo, señor, negativo.

2. El Che ante una democracia imperfecta

Pocos meses atrás, una de las más serias revistas conservadoras a nivel mundial, The Economist (9 de diciembre 2006), reprodujo y amplió un estudio hecho por Latinobarómetro de Chile. Mostrando gráficas precisas, el estudio revela que en América Latina, la población del país que mayor confianza tiene en la democracia es Uruguay; la que menos confianza tiene en este ideal es Paraguay y varios países centroamericanos, a excepción de Costa Rica. Al mismo tiempo, la población que más se define “de izquierda” es Uruguay, mientras que la población que más se define “de derecha” se encuentra en los mismos países que menos confianza tienen en la democracia.

Según estos datos, y si vamos a seguir los criterios de las clásicas listas sobre idiotas latinoamericanos, habría que poner al Uruguay y algún otro país a la cabeza, de donde se deduce que tener confianza en la democracia es propio de retrasados mentales.

Estos retrasados mentales —los uruguayos, por ejemplo— tuvieron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX un sistema lleno de injusticias y de imperfecciones, como cualquier sistema social, pero fue uno de los países con menor tasa de analfabetismo del mundo, el país con la legislación más progresista e igualitaria de la historia latinoamericana. Este pueblo concretó gran parte de lo que ahora es maldecido como “Estado de bienestar”; bajo ese estado de deficiencia mental, la mujer ganó varios derechos políticos y legales que le fueron negados en otras países del continente hasta hace pocos años; su economía estaba por encima de la de muchos países de Europa y su ingreso per capita (mayor que el argentino, el doble que el brasileño, seis veces el colombiano o el mexicano) no tenía nada que envidiarle al de Estados Unidos —si es que vamos a medir el nivel de vida por un simple parámetro económico. No fue casualidad, por ejemplo, que durante medio siglo aquel pequeño país casi monopolizara la conquista de los diversos torneos mundiales de fútbol.

Si ese país entró en decadencia (económica y deportiva) a partir de la segunda mitad del siglo XX, no fue por radicalizar su espíritu progresista sino, precisamente, por lo contrario: por quedar atrapado en una nostalgia conservadora, por dejar de ser un país construido por inmigrantes obreros y devolver todo el poder político y social a las viejas y nuevas oligarquías, empapadas de demagogia conservadora y patriotera, de un autoritarismo de derecha que se agravó a fines de los ’60 y se militarizó con la dictadura de los ’70.

El mismo Ernesto Che Guevara, en su momento de mayor radicalización ideológica y después de enfrentarse a lo que él llamaba imperialismo en la reunión de la “Alianza para el Progreso” de Punta del Este, dio un discurso en el paraninfo de la Universidad de la República del Uruguay ante una masa de estudiantes que esperaban oír palabras aún más combativas. En aquel momento (17 de agosto de 1961), Guevara, el Che, dijo:

“nosotros iniciamos [en Cuba] el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa. Tengo las pretensiones personales de decir que conozco a América, y que cada uno de sus países, en alguna forma, los he visitado, y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas. Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico; y yo sé que los miembros del Gobierno del Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí en la Universidad y en el territorio del país que está bajo el gobierno uruguayo. De tal forma que eso es algo que no se logra ni mucho menos, en los países de América”.

El representante mítico de la revolución armada en América Latina daba la cara ante sus propios admiradores para confirmar y reconocer, sin ambigüedades, algunas radicales virtudes de aquella democracia:

“Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es, precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre por el hombre, ni siga la explotación del hombre por el hombre, lo que no en todos los casos sucederá lo mismo, sin derramar sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es que cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.  (Ernesto Guevara. Obra completa. Vol. II. Buenos Aires: Ediciones del plata, 1967, pág. 158)

El mismo Che, en otro discurso señaló que el pueblo norteamericano “también es víctima inocente de la ira de todos los pueblos del mundo, que confunden a veces un sistema social con un pueblo” (Congreso latinoamericano de juventudes, 1960, idem Vol. IV, pág. 74).

Un latinoamericano podría sorprenderse de la existencia de “izquierdistas” (aceptemos provisoriamente esta eterna simplificación) en Estados Unidos, porque la simplificación y la exclusión es requisito de todo nacionalismo. De la misma forma, los británicos vendieron la idea existista del libre mercado cuando ellos mismos se habían consolidado como una de las economías más proteccionistas de la Revolución industrial. La imagen de Estados Unidos como un país (económicamente) exitoso donde sólo existe el pensamiento capitalista es una falacia y fue creada artificialmente por las mismas elites conservadoras que monopolizaron los medios de comunicación y promovieron una agresiva política proselitista. Y, sobre todo en América Latina, por las clases conservadoras, enquistadas en el poder político, económico y moralista de nuestros pueblos desgastados.

Tampoco existe ninguna razón sólida para descartar la fuerza interventora de las superpotencias del mundo en la formación de nuestras realidades. Sí, seguramente América Latina es responsable de sus fracasos, de sus derrotas (no reconocer sus propias virtudes es uno de sus peores fracasos). Pero que nuestros pueblos sean responsables de sus propios errores no quita que además han sido invadidos, pisoteados y humillados repetidas veces. Quizás la primera sea una verdad incontestable, pero los pecados propios no justifican ni lavan los pecados ajenos.

Jorge Majfud

The University of Georgia

Marzo 2007

The Privatization of God

Custom-made for the consumer

In the 17th century, the mathematics genius Blaise Pascal wrote that men never do evil with greater pleasure than when they do it with religious conviction. This idea – from a deeply religious man – has taken a variety of different forms since. During the last century, the greatest crimes against humanity were promoted, with pride and passion, in the name of Progress, of Justice and of Freedom. In the name of Love, Puritans and moralists organized hatred, oppression and humiliation; in the name of Life, leaders and prophets spilled death over vast regions of the planet. Presently, God has come to be the main excuse for excercises in hate and death, hiding political ambitions, earthly and infernal interests behind sacred invocations. In this way, by reducing each tragedy on the planet to the millenarian and simplified tradition of the struggle between Good and Evil, of God against the Devil, hatred, violence and death are legitimated. There is no other way to explain how men and women are inclined to pray with fanatical pride and hypocritical humility, as if they were pure angels, models of morality, all the while hiding gunpowder in their clothing, or a check made out to death. And if the leaders are aware of the fraud, their subjects are no less responsible for being stupid, no less culpable for their criminal metaphysical convictions, in the name of God and Morality – when not in the name of a race, of a culture – and from a long tradition, recently on exhibit, custom-fit to the latest in hatred and ambition.

Empire of the simplifications

Yes, we can believe in the people. We can believe that they are capable of the most astounding creations – as will be one day their own liberation – and also of incommensurable stupidities, these latter always concealed by a complacent and self-interested discourse that manages to nullify criticism and any challenge to bad conscience. But, how did we come to such criminal negligence? Where does so much pride come from in a world where violence grows daily and more and more people claim to have heard the voice of God?

Political history demonstrates that a simplification is more powerful and better received by the vast majority of a society than is a problematization. For a politician or for a spiritual leader, for example, it is a show of weakness to admit that reality is complex. If one’s adversary expunges from a problem all of its contradictions and presents it to the public as a struggle between Good and Evil, the adversary undoubtedly is more likely to triumph. In the final analysis, the primary lesson of our time is grounded in commercial advertising or in permissive submission: we elect and we buy that which solves our problems for us, quickly and cheaply, even though the problem might be created by the solution, and even though the problem might continue to be real while the solution is never more than virtual. Nonetheless, a simplification does not eliminate the complexity of the problem in question, but rather, on the contrary, produces greater problems, and sometimes tragic consequences. Denying a disease does not cure it; it makes it worse.

Why don’t we talk about why?

Let’s try now to problematize some social phenomenon. Undoubtedly, we will not plumb the full depths of its complexity, but we can get an idea of the degree of simplification with which it is treated on a daily basis, and not always innocently.

Let’s start with a brief example. Consider the case of a man who rapes and kills a young girl. I take this example not only because it is, along with torture, one of the most abhorrent crimes imaginable, but because it represents a common criminal practice in all societies, even those that boast of their special moral virtues.

First of all, we have a crime. Beyond the semantics of “crime” and “punishment,” we can evaluate the act on its own merits, without, that is, needing to recur to a genealogy of the criminal and of his victim, or needing to research the origins of the criminal’s conduct. Both the rape and the murder should be punished by the law, and by the rest of society. And period. On this view, there is no room for discussion.

Very well. Now let’s imagine that in a given country the number of rapes and murders doubles in a particular year and then doubles again the year after that. A simplification would be to reduce the new phenomenon to the criminal deed described above. That is to say, a simplification would be to understand that the solution to the problem would be to not let a single one of these crimes go unpunished. Stated in a third way, a simplification would be to not recognize the social realities behind the individual criminal act. A more in-depth analysis of the first case could reveal to us a painful childhood, marked by the sexual abuse of the future abuser, of the future criminal. This observation would not in any way overturn the criminality of the deed itself, just as evaluated above, but it would allow us to begin to see the complexity of a problem that a simplification threatens to perpetuate. Starting from this psychological analysis of the individual, we could certainly continue on to observe other kinds of implications arising from the same criminal’s circumstances, such as, for example, the economic conditions of a specific social underclass, its exploitation and moral stigmatization by the rest of society, the moral violence and humiliation of its misery, its scales of moral value constructed in accordance with an apparatus of production, reproduction and contradictory consumption, by social institutions like a public education system that helps the poor less than it humiliates them, certain religious organizations that have created sin for the poor while using the latter to earn Paradise for themselves, the mass media, advertising, labor contradictions… and so on.

We can understand terrorism in our time in the same way. The criminality of an act of terrorism is not open to discussion (or it shouldn’t be). Killing is always a disgrace, a historical curse. But killing innocents and on a grand scale can have no justification or pardon of any kind. Therefore, to renounce punishment for those who promote terrorism is an act of cowardice and a flagrant concession to impunity.

Nevertheless, we should also remember here our initial caveat. Understanding a social and historical phenomenon as a consequence of the existence of “bad guys” on Earth is an extremely naive simplification or, to the contrary, an ideologically astute simplification that, by avoiding integrated analysis – historical, economic, political – exempts the administrators of the meaning of “bad”: the good guys.

We will not even begin to analyze, in these brief reflections, how one comes to identify one particular group and not others with the qualifier “terrorist.” For that let it suffice to recommend a reading of Roland Barthes – to mention just one classic source. We will assume the restricted meaning of the term, which is the one assumed by the press and the mainstream political narratives.

Even so, if we resort to the idea that terrorism exists because criminals exist in the world, we would have to think that in recent times there has been an especially abundant harvest of wicked people. (An idea explicitly present in the official discourse of all the governments of countries affected by the phenomenon.) But if it were true that in our world today there are more bad people than before, surely it isn’t by the grace of God but via historical developments that such a phenomenon has come to be. No historical circumstance is produced by chance, and therefore, to believe that killing terrorists will eliminate terrorism from the world is not only a foolish simplification but, by denying a historical origin for the problem, by presenting it as ahistorical, as purely a product of Evil, even as a struggle between two theological “essences” removed from any social, economic and political context, provokes a tragic worsening of the situation. It is a way of not confronting the problem, of not attacking its deep roots.

On many occasions violence is unavoidable. For example, if someone attacks us it would seem legitimate to defend ourselves with an equal degree of violence. Certainly a true Christian would offer the other cheek before instigating a violent reaction; however, if he were to respond violently to an act of aggression no one could deny him the right, even though he might be contradicting one of the commandments of Christ. But if a person or a government tells us that violence will be diminished by unleashing violence against the bad guys – affecting the innocent in the process – not only does this deny the search for a cause for the violence, it also will serve to strengthen it, or at least legitimate it, in the eyes of those who suffer the consequences.

Punishing those responsible for the violence is an act of justice. Claiming that violence exists only because violent people exist is an act of ignorance or of ideological manipulation.

If one continues to simplify the problem, insisting that it consists of a conflict produced by the “incompatibility” of two religious views – as if one of them had not been present for centuries – as if it were a matter of a simple kind of war where victory is achieved only with the total defeat of the enemy, one will drag the entire world into an intercontinental war. If one genuinely seeks the social origin and motivation of the problem – the “why” – and acts to eliminate and attenuate it, we will most assuredly witness a relaxing of the tension that is currently escalating. We will not see the end of violence and injustice in the world, but at least misfortune of unimaginable proportions will be avoided.

The analysis of the “origin of violence” would be useless if it were produced and consumed only within a university. It should be a problem for the headlines, a problem to be discussed dispassionately in the bars and in the streets. At the same time, we will have to recognize, once again, that we need a genuine dialogue. Not a return to the diplomatic farce, but a dialogue between peoples who have begun dangerously to see one another as enemies, as threats – a disagreement, really, based on a profound and crushing ignorance of the other and of oneself. What is urgent is a painful but courageous dialogue, where each one of us might recognize our prejudice and our self-centeredness. A dialogue that dispenses with the religious fanaticism – both Muslim and Christian – so in vogue these days, with its messianic and moralizing pretensions. A dialogue, in short, to spite the deaf who refuse to hear.

The True God

According to the true believers and the true religion, there can be only one true God, God. Some claim that the true God is One and he is Three at the same time, but judging by the evidence, God is One and Many more. The true God is unique but with different politics according to the interests of the true believers. Each one is the true God, each one moves the faithful against the faithful of other gods, which are always false gods even though each one is someone’s true God. Each true God organizes the virtue of each virtuous people on the basis of true customs and the true Morality. There is only one Morality based on the true God, but since there is more than one true God there is also more than one true Morality, only one of which is truly true.

But, how do we know which one is the true truth? The proper methods for proof are disputable; what is not disputed is the current practice: scorn, threats, oppression and, when in doubt, death. True death is always the final and inevitable recourse of the true truth, which comes from the true God, in order to save the true Morality and, above all, the true believers.

Yes, at times I have my doubts about what is true, and I know that doubt has been condemned by all religions, by all theologies, and by all political discourses. At times I have my doubts, but it is likely that God does not hold my doubt in contempt. He must be very busy concerning himself with so much certainty, so much pride, so much morality, behind so many ministers who have taken control of his word, holding Him hostage in a building somewhere so as to be able to conduct their business in public without obstacles.

© Jorge Majfud

Translated by Bruce Campbell.