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La virtud de la obediencia según Santa Teresa de Ávila
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RESUMEN
Podemos conjeturar que uno de los conflictos teológicos de Santa Teresa consistió en no poseer la doctrina de la predestinación de los reformadores protestantes y, al mismo tiempo, negar el valor salvador de la libertad y del pensamiento. Por el contrario, el acto insumiso de pensar antes de seguir la Ley o la religión oficial sólo podía llevar a resultados desastrosos para la eternidad. Sin embargo, para el misticismo, la relación del “yo” con Dios o con el éxtasis es una relación profundamente personal. No es raro que la palabra mística tome forma en un género deliberadamente ambiguo, subjetivo, como la poesía, ya que la precisión es imposible o, al menos improbable. Diferente, el dogma se basa en revelaciones, en la Ley, es decir, en aquellos elementos que pueden ser colectivizados independientemente de la experiencia única y personal de la tradición oriental. El poderoso y desafiante “yo” de la poeta mística, luego de la liberación, se inclina sobre el arrepentimiento. Aunque el tema principal de Santa Teresa de Jesús es ella misma, su reivindicación es la obediencia, que a su vez es la negación de todo “yo”. En los escritos de Santa Teresa casi no encontramos citas bíblicas. Es una constante problematización ética y metafísica que sólo encuentra sosiego transitorio en la obediencia permanente, en la gozosa mortificación y en el martirio voluntario. Pero obediencia ciega significa adoración de la autoridad y, por ende, autoritarismo. Lo cual deja claro en las rígidas y opresivas reglas cuando redacta las constituciones de los conventos que fundara, apelando a la persuasión poética, a la estrategia psicológica o, directamente, a la tortura física.
“Morir y padecer han de ser nuestros deseos”
“Mas la obediencia todo lo puede, y ansí haré lo que vuestra señoría manda, bien u mal”
“Aprended de mí, que soy […] humilde”
Santa Teresa de Jesús.
Éxtasis y martirio : La Ley y el “yo” místico
Podríamos decir que Santa Teresa sublimó un profundo conflicto psicológico en una forma particular de teología, de literatura y de un obsesivo trabajo social e institucional. Si nos aproximásemos a este personaje desde este punto de vista psicoanalítico, sin duda encontraríamos inagotables pruebas de este prolífico rasgo neurótico y, por momentos, esquizofrénico. En sus “Relaciones Espirituales” podemos leer, por ejemplo, sus estados cambiantes de ánimo que van desde la depresión al éxtasis repentino. No obstante, una lectura psicoanalítica no invalidaría otra puramente religiosa. En este breve ensayo bosquejaremos una síntesis de estas dos posibles lecturas desde un punto de vista literario.
Desde un punto de vista teológico, podemos ver que uno de los mayores conflictos de Santa Teresa consiste en no poseer la doctrina de la predestinación de los reformadores protestantes y, al mismo tiempo, en negar el valor salvador de la libertad y del pensamiento. Por el contrario, el acto insumiso de pensar antes de seguir la Ley sólo puede llevar a resultados desastrosos para la eternidad. “Qué haré —se pregunta— para que [yo misma] no deshaga las grandezas que Vos hacéis conmigo?” (Obras, 1958, 683) Y, en otro momento, exclama: “¡Oh libre albedrío, tan esclavo de tu libertad si no vives enclavado con el temor y amor de quien te crió” (700). Pero Santa Teresa desprecia la libertad porque niega la capacidad última del entendimiento: no se puede comprender una experiencia mística sino vivirla. Su única posible transmisión, su residuo, es la metáfora poética. Su único consuelo, luego de la consumación del intransferible placer, es la obediencia ciega, la eliminación de la duda y del cuestionamiento, la aceptación de la Revelación (cuando la hay), la negación de la serpiente del Génesis, “pues no puede el entendimiento en tan grandes grandezas alcanzar quién es su Dios, y deseándole gozar no ve cómo, puesta en cárcel tan penosa como esta mortalidad” (683). Y en otras páginas: “Oh amor, que me amas más de lo que yo me puedo amar, ni entiendo!” (697).
Para el misticismo, la relación del “yo” con Dios o con el éxtasis es una relación profundamente personal. No es raro que la palabra mística tome forma en un género deliberadamente ambiguo como la poesía, ya que la precisión es imposible o, al menos improbable. Diferente, el dogma y la religión judeocristiana se basan en revelaciones, en la Ley, es decir, en aquellos elementos que pueden ser colectivizados independientemente de la experiencia única y personal de la tradición oriental. Pero para Santa Teresa la misma experiencia es salvación y perdición. Una y otra vez nos encontraremos con este conflicto de dualidades. Su poesía pretende dar testimonio de la posesión divina, pero es un monólogo interior, un diálogo con el otro yo, es la expresión dramática de un yo aspirando a su propia negación, a la aniquilación de su propia libertad. “No me castiguéis —le escribe a Dios— en darme lo que yo quiero o deseo si vuestro amor (que en mí viva siempre) no lo deseare. Muera ya este yo, para que yo le pueda servir […] Él reine, y sea yo su cautiva, que no quiere mi alma otra libertad” (700).
Santa Teresa no leía latín y la prohibición de muchos libros en lengua “vulgar” le privó de una de sus mayores aficiones: la lectura. No obstante, supo compensar esa pérdida con sus propios experimentos literarios. Menéndez Pidal observó que, insatisfecha por lo que había leído de algunos “libros espirituales”, “se ve llevada a regiones extrañas de la literatura existente, para satisfacer su afán de ahondar en el análisis de los propios estados psíquicos.” (Obras, 1958, XXIX)
Libertad y sumisión
En los escritos de Santa Teresa casi no encontramos citas bíblicas. El tema principal de Santa Teresa de Jesús es ella misma. Y su “yo” es la expresión del conflicto —psicológico y semántico—. Una de las expresiones que más se repiten en la poesía de Santa Teresa es el oxímoron. Pero no es sólo un oxímoron sintáctico sino también conceptual —y existencial. En su literatura (especialmente en su poesía) abundan frases antitéticas como: “Vivo sin vivir en mí” (Obras, 1958, 936). “¿Oh muerte, muerte, ¡no sé quién te teme, pues está en ti la vida” (688). “Que muero porque no muero” (933). “Vela con cuidado, que todo pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve, largo” (697). “¡Oh mi dios y mi Criador! […] matáis, dejando con más vida […] Pues un gusano tan despreciado, mi Dios, ¿queréis sufra estas contrariedades?” (688). “Qué mayor ni más miserable cautiverio que estar el alma suelta en el alma de su criador” (700). “Que pesar y placer, si no es en cosas de oración, todo va templado, que parezco boba, y como tal ando algunos días” (313). O el aforismo siguiente, que podríamos tomarlo con humor: “Aprended de mí, que soy manso y humilde” (929). Quizás no con tanta gracia leeremos otras declaraciones más propias de la ética de la mortificación y el martirio voluntario: “Morir y padecer han de ser nuestros deseos” (929).
En su vasta mayoría son sólo reflexiones y cuestionamientos que intentan acallarse a sí mismos. Es una constante problematización ética y metafísica que sólo encuentra sosiego transitorio en la obediencia permanente. Sin embargo, no encuentra Ley para sus propias inquietudes. En su poesía el “yo” es el protagonista indiscutido. Aunque se refiera y justifique en Dios, toda su realización está alejada de la Ley y del dogma. El poderoso y desafiante “yo” de la poeta mística, luego de la liberación, se inclina sobre el arrepentimiento. Su reivindicación es la obediencia, que a su vez es la negación de todo “yo”. “Pues, para entender Vos mi pena ¿qué necesidad tengo de hablar, pues claramente veo que estáis dentro de mí?” (683).
Para Santa Teresa la libertad no sólo es negativa por lo que tiene de amenaza a la tradición y a la interpretación canónica, sino por lo que no tiene de seguridad metafísica: “Mas ¡ay Dios mío! ¿Cómo podré yo saber cierto que no estoy apartada de Vos? ¡Oh vida mía, que has de vivir con tan poca seguridad de cosa tan importante” (683). Esa seguridad que no encuentra en el entendimiento, en sí misma (interior), la buscará en la autoridad, en el dogma, en la institución católica (exterior).
Lo práctico de la institución
La teología de Santa Teresa no se aparta del dogma de la Iglesia Católica. A diferencia de su poesía —anárquica, irreverente, sensual o extática, por momentos ególatra— su pensamiento es un pensamiento que se origina dentro de la institución y construye su propia sumisión. Los reformadores germánicos, aunque cristianos, son responsables de la perdición de las almas europeas, antes bajo la protección religiosa de Roma. Su mayor pecado no es al libre albedrío sino la insumisión institucional, el cuestionamiento a la tradición. Y santa Teresa siente la exaltación de los poseedores de la verdad. “En cosas de la fe me hallo, a mi parecer con mayor fortaleza. Paréceme a mí que contra todos los luteranos me pondría yo sola a hacerles entender su yerro. Siento mucho la perdición de tantas almas” (Obras, 1958, 314). La perdición está en la desobediencia, sea a Dios o a la Iglesia Católica (que para la santa eran la misma cosa):
Por experiencia he visto, ajando lo que en muchas partes he leído, el gran bien que es para un alma, no salir de obediencia. Aquí se halla la quietud, que tan preciada es en las almas que desean contentar á Dios; porque si de verdad se han resignado a esta santa obediencia, y rendido el entendimiento á ella, no queriendo tener otro parecer del que su confesor, y si son religiosos, el de su prelado (Obras, 1847, 1).
Varias fundaciones más adelante, Santa Teresa reflexiona sobre el dolor y la locura. No duda sobre la virtud de la obediencia e identifica (o confunde) la sumisión a Dios con la obediencia la las autoridades terrenales: “Yo conozco algunas personas, que no les falta casi nada para del todo perder el juicio, más tienen almas humildes, y tan temerosas de ofender a Dios, que aunque se estan deshaciendo en lágrimas ente sí mesmas, no hacen más de lo que se les manda” (44). Para esto, los métodos son varios y Teresa de Ávila hecha mano a todos: el castigo físico, la norma constitucional, el temor religioso y político, y la misma poesía:
Al voto de la obediencia
Vamos, no haya resistencia
Que es nuestro blanco y consuelo
Monjas del Carmelo.
Desde un punto de vista pragmático, político, la autoridad de las jerarquías de la institución se apoya principalmente es el temor del súbdito:
No creo que hay cosa en el mundo, que tanto dañe a un perlado, como no ser temido, y que piensen los súbditos que puedan tratar con él, como con igual, en especial para mujeres, que si una vez entiende que hay en el perlado tanta blandura […] será dificultoso el gobernarlas. (Obras, 1847, 239).
El súbdito debe temer para obedecer. Especialmente aquel que es más débil a las tentaciones del pecado, como las mujeres, ya que “la flaqueza es natural y es muy flaca, en especial en las mujeres” (49). La concepción de la obediencia es de un modo tan central en Santa Teresa, que no distingue tipos ni circunstancias que la justifiquen. Los hombres y las mujeres deben ser obedientes a las autoridades como Jesús lo fue ante los jueces que lo condenaron a muerte. Sin entrar a discutir la nobleza o la perversión de aquellos jueces y de las autoridades eclesiásticas que tanto se venera como representantes de Dios. “Mas la obediencia todo lo puede, y ansí haré lo que vuestra señoría manda, bien u mal” (Obras, 1962, 1095).
Autoritarismo en Santa Teresa
Pero si Santa Teresa era obediente y sumisa también poseía los rasgos del autoritarismo. Lo cual es comprensible, ya que ambos son dos partes de un mismo sistema social y de un mismo carácter personal. Llorca y Villoslada, en su Historia de la Iglesia Católica, nos recuerda, aún desde una perspectiva favorable a la religiosa, que “Santa Teresa reforma la Orden de las Carmelitas imponiendo el uso de andar descalzas y de vivir de las limosnas” (872). Esta imposición, como cualquiera, “encontró resistencia por parte de las monjas, pero fue apoyada por teólogos y autoridades de la época y [así] pudo crear el convento de San José, en Ávila, en marzo de 1563”. (873)
En contraste con estos argumentos, podríamos observar que tanto Teresa de Ávila como San Juan de la Cruz, ambos amigos, fueron encarcelados en Toledo. Sin embargo, este hecho no se motivó en una persecución ideológica o en una marginalidad política e institucional sino que tuvo razones personales. (En esa oportunidad, Teresa de Ávila escribió sus Fundaciones, por mandato de su confesor) Sólo en este hecho vemos reproducido una actitud común del pueblo español hacia la autoridad de esa época: el ilegítimo, el usurpador, el injusto, el corrupto era aquel superior intermediario entre la autoridad máxima —el rey— y su pueblo. El rey o el papa nunca son cuestionados, mientras las demás autoridades de la rígida estructura vertical de la sociedad española y de la iglesia católica son el objeto repetido de toda queja. En contraste con esta “injusticia” del poder temporal, el rey Felipe II y el papa Gregorio XIII, en 1580, concedieron a Santa Teresa la “facultad de formar con sus fundaciones una provincia” (Llorca, 874).
Ni Santa Teresa de Jesús ni San Juan de la Cruz fueron nunca molestados por la Inquisición. Lo que sucedió a Santa Teresa de Jesús fue que la princesa de Eboli, para vengarse de ella por lo que consideraba un agravio personal, entregó la autobiografía de la santa a los inquisidores, los cuales la detuvieron algún tiempo, si bien al final la aprobaron sin ninguna corrección. (Llorca, 974)
Pero Santa Teresa no es una mártir del poder, sino todo lo contrario: se sirve de él y lo preserva con celo. La obediencia a Dios y a las autoridades es una. La mujer sensible, la poeta mística, fuera de ese estado de excepción es una mujer dura, precisamente lo contrario de lo que se podría esperar después de leer sus poemas: si en su poesía advertimos a la rebelde, la anarquista espiritual, en su vida fuera de transe vemos una mujer dura, consigo y con los demás. “Por grandísimos trabajos que he tenido en esta vida, no me acuerdo haberlas dicho, que no soy nada mujer en estas cosas, que tengo recio el corazón” (Obras, 1958, 314). La concepción de la obediencia en Santa Teresa la lleva a la prescripción y a la práctica misma de la violencia física contra el desobediente o contra el alma enferma. “Parece sin justicia, que (si no puede más) castiguen á la enferma como á la sana: luego también lo sería atar á los locos, y azotarlos, sino dejarlos matar á todos.” A pesar de ser consciente de la dudosa práctica, la justifica: “créanme, que lo he probado, y que (a mi parecer) intentando hartos remedios, y que no hallo otros.” Para evitar males mayores, “y porque no maten los locos, los atan, y castigan, y es bien, aunque parece hace gran piedad (pues ellos no pueden más) ¿cuánto más se ha de mirar que no hagan daño á las almas con sus libertades?” (Obras, 1847, 44). La desobediencia, la insumisión deja de ser una cuestión de “humores” —es decir, de enfermedad— y cobra una dimensión ético-teológica que confirma la conveniencia y justicia de los castigos:
Yo he miedo, que el demonio debajo de color deste humor, como he dicho, quiere ganar muchas almas. Porque ahora se usa más que suele, y es que toda la propia voluntad, y libertad llaman ya melancolía; y es ansí, que he pensado que en estas casas, y en todas las de religión, no se debía tomar este nombre en la boca (porque parece que trae consigo libertad) sino que se llame enfermedad grave (y cuanto lo es) y que se cure como tal […]” (45).
En el penúltimo capítulo de Fundaciones, bajo el título de “Modo de visitar los conventos de religiosas”, Teresa de Ávila describe con detalle las formas de dominación que las autoridades de cada convento deben ejercitar contra cualquier tipo de libertad que pueda surgir por parte de las súbditas. Según su rígido entendimiento, las correcciones se debían efectuar haciendo uso del castigo directo o a través de la palabra insistente. Las normas deberían evitar la sola consideración de cualquier posible cambio en los órdenes impuestos e, incluso, debían dejar en claro la imposibilidad de que alguna de las religiosas pudiese salirse o mudarse a otro convento por problemas internos. En otro libro, el que se refiere a las Constituciones de las Carmelitas Descalzas, Santa Teresa legisla como delito de “gravísima culpa” la desobediencia, la negación a sufrir la penitencia, “salirse fuera de los límites del convento.” “Y gravísima culpa es si alguna fuere inobediente, o por manifiesta rebelión no obedeciese al mandamiento del prelado, o suprior” Y gravísima culpa es también “si alguna fuera propietaria, o lo confesase ser, y siendo hallada en ellos en muerte, no se le de eclesiástica sepultura” (Obras, 1958, 908). Los castigos establecidos iban desde la cárcel —por razón de sensualidad— o comer y tomar agua de la tierra —por mentir. (909)
Para Teresa de Ávila, el principal objetivo del demonio es la pérdida de almas, la disminución de los habitantes del cielo; sus instrumentos son la libertad, el libre albedrío y, por ende, la desobediencia —a Dios y a los hombres: “que no entiendan que han de salir con lo que quieren, ni salgan, puesto en término de que hayan de obedecer, que en sentir que tienen esta libertad está el daño.” La profilaxis es evitar aquello que la misma Santa ha ejercitado más en su poesía. Los locos, los enfermos, los desobedientes “han de advertir, que el mayor remedio que tienen, es ocuparlas mucho en oficios, para que no tengan lugar de estar imaginando, que aquí está todo su mal” (Obras, 1847, 45).
La imaginación, el delirio propio es el éxtasis de la divinidad; lo mismo en los otros es locura, alineación de la libertad y del demonio. Cuando esto mismo piensan los otros, se equivocan:
Parece hace espanto á algunas personas solo el oir nombrar visiones, ó revelaciones: no entiendo la causa por que tienen por camino tan peligroso el llevar Dios un alma por aquí, ni de dónde ha procedido ese pasmo” (47).
Pero esta incomprensión a la experiencia ajena no era propia de Santa Teresa sino parte de una cultura obsesionada con la pureza religiosa. Según Menéndez Pidal, Santa teresa fue acusada de iguales confusiones por el padre Jerónimo Gracián (el mismo que le ordena la escritura de Las Moradas) por “llamar unión a la éxtasis, teología mística al rapto, y cosas semejantes” (Obras, 1958, XV) Por su parte, fray Luis de León retoma esta doble posibilidad de las alucinaciones, atribuyendo a Santa teresa la gracia de Dios y a las otras la intermediación del demonio:
ansí como es cierto que el demonio se transfigura algunas veces en ángel de luz, ansí también es cosa sin duda y de fe que el Espíritu Santo habla con los suyos y se les muestra por diferentes maneras para su provecho y para el ajeno. Y como las revelaciones primeras no se han de escribir ni curar porque son ilusiones, ansí estas segundas merecen ser sabidas y escritas” (Obras, 1958, 17).
Pragmatismo institucional
En el prólogo a Fundaciones, se justifica el haber escrito este libro por orden de sus confesores, es decir, por la gracia de la obediencia. Sin embargo, es obediencia a una tradición y rebeldía contra un presente (corrompido por la libertad). También su acción práctica, que fue inagotable, se inscribe dentro del dogma tradicional, la cual podemos entenderla como una actitud reaccionaria a cualquier cambio: contra los protestantes y contra la moral “libertina” de su época, aquella que no se basaba en el martirio físico y en la abnegación, aquella que no practicaba con rigor la más absoluta sumisión. Si leemos las “Constituciones que la madre Teresa de Jesús dio a las Carmelitas Descalzas”, podremos ver traducida esta espesa legislación que no deja un centímetro de espacio para la improvisación y la libertad de las monjas. Allí se dice qué se debe hacer a cada hora y cómo; la forma de rezar y el tono de voz. “Su ganancia no sea en labor curiosa, sino hilar o coser, o en cosas que no sean tan primas que ocupen el pensamiento para no le tener Nuestro Señor” (Obras, 1958, 895). Y aun sin saber latín la misma redactora de estas Constituciones, estableció se usara esta lengua en algunos casos específicos, como en el capítulo dedicado a las “culpas graves” (903).
De su pragmatismo católico deriva su gran obra institucional de las Carmelitas Descalzas y las casas descritas en sus Fundaciones. La preocupan sus méritos. “Veisme aquí, Señor; si es necesario vivir para haceros algún servicio, no rehúso todos cuantos trabajos en la tierra me puedan venir, como decía vuestro amador San Martín. Mas ¡ay dolor! ¡ay dolor de mí, Señor mío, que él tenía obras, y yo tengo solas palabras, que no valgo para más!” (697).
No obstante, sus palabras fueron abundantes, pero sus obras también. En Carta a Lorenzo de Cepeda (23 de diciembre de 1561), describe un proyecto de monasterio donde sólo podrán estar quince monjas enclaustradas:
[…] hacer un monasterio, donde ha de haber sólo quince [religiosas], sin poder crecer de número, con grandísimo encerramiento, así de nunca salir, como de no ver si no han velo delante del rostro, fundadas en oración y en mortificación… (985).
Esta concepción encontrará su teología opuesta en un movimiento surgido dentro mismo de la misma iglesia católica, en América Latina: para los Teólogos de la Liberación, la elección del claustro, la ignorancia de las injusticias sociales no es virtud sino egoísmo, es decir, “pecado social” Sobre todo cuando leemos revelaciones de la propia santa que asumen y confirman una práctica socialmente aceptada: “Su Majestad nos enviaba allí [a San Josef] lo necesario sin pedirlo” (Obras, 1847, 5). Y en sus “Relaciones Espirituales” lo confirma: “Paréceme a mí que estar donde estoy cierto que no me ha de faltar de comer y de vestir, que no se cumple con tanta perfección el voto y el consejo de Cristo […] (Obras, 1958, 311). Es decir, el pueblo plebeyo pagaba sus impuestos para que otros salvaran sus almas (no sin, al mismo tiempo, ser despreciados por su ignorancia de la meditación y la santa improductividad): los meditativos enclaustrados y las generosas autoridades.
© Jorge Majfud
Lincoln University
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BIBLIOGRAFíA
Fromm, Erich. El miedo a la libertad, México: Piados Studio, 1984
Jesús, Santa Teresa de. Obras Completas de Santa Teresa. Trascripción, introducciones y notas de los padres Efrén de la Madre de Dios y Otger Steggink. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1962.
____. Obras Completas. Madrid: Editorial Plenitud, 1958.
____. Obras de Santa Teresa de Jesús. Barcelona: Juan Olivares, 1847.
Llorca, B, R. García Villoslada, J. Montalbán, Historia de la Iglesia Católica (Vol. III) “Edad Nueva”. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1967.
Ribera, Ricardo. “Romero y Ellacuría: el santo y el sabio” Pinceladas para un cuadro de transición. San Salvador: Ediciones para el debate, 1997.
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