Nuevos documentos sobre el caso Orlando Letelier

El ex ministro de relaciones exteriores del gobierno de Salvador Allende, Orlando Letelier, fue asesinado en la ciudad de Washington DC el 21 de setiembre de 1976 junto con su secretaria Ronni Karpen Moffitt, en un atentado terrorista largamente olvidado. Como es sabido por las teorías conspiratorias desde los años setenta, el encargo del atentado terrorista partió del dictador Augusto Pinochet y fue realizado por los agentes secretos de la policía chilena.

Desde los años setenta, esta versión de los hechos fue atribuida a las teorías conspiratorias. Para alimentar estas teorías, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry acaba de entregar a la presidenta chilena Michelle Bachelet  una serie de más de mil páginas de documentos desclasificados por parte del gobierno norteamericano. Entre estos documentos se pueden leer un cable escrito por la oficina de inteligencia del Departamento de Estado fechado en 1987 en los cuales resume una serie de informaciones recibidas en los años previos desde los años setenta y la afirmación del jefe de la agencia de inteligencia de Chila, Manuel Contreras, de que él mismo autorizó el asesinato de Letelier por órdenes del general Augusto Pinochet.

Los documentos desclasificados por el gobierno de Estados Unidos incluyen declaraciones de varios testigos que declararon durante la investigación realizada por agentes del FBI y detectives chilenos realizada por el Departamento de Justicia de Estados Unidos durante la presidentica de Bill Clinton en 1999.

El analista Peter Kornbluh, autor de The Pinochet File: A Declassified Dossier of Atrocity and Accountability (New York: New Press, 2003) ha dicho que los documentos hecho públicos hoy significan “un triunfo para la diplomacia de la desclasificación” El ensayo de Kornbluh publicado hoy en el sitio del National Security Archive de la George Washington University, explica el trasfondo de los documentos del caso Letelier y los detalles del esfuerzo realizado para lograr la desclasificación de estos documentos.

Estos archivos también contienen el informe realizado sobre el rol de Pinochet y la DINA, los cuales citan al propio Contreras afirmando que todas as operaciones internacionales habían sido aprobadas por Pinochet y sobre las cuales Contreras había dejado documentación sellada, en el caso de que se produjera su propia muerte”.

Jorge Majfud

Octubre 6, 2015

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El Teniente Coronel Gavazzo y la CIA

El Teniente Coronel Gavazzo y la CIA

Hay por lo menos dos innovaciones en las guerras modernas: una es el ataque preventivo; la otra es la condena de un grupo o de un individuo por lo que hubiesen podido hacer. En el caso latinoamericano, podemos ver cómo las guerrillas lucharon por violar las constituciones de sus países y para evitar que lograran hacerlo, los militares la violaron de hecho. Con un agregado: no fueron una simple reacción a la violencia del momento sino el resultado tradicional de una violencia institucionalizada por décadas en sociedades claramente autoritarias y opresoras, continuación de los abusos de clase y de raza que procedía de la colonia y se prolongó sin quiebres en las republicas de papel, estados semi feudales legitimados por maravillosas leyes y constituciones que sólo los desheredados y la clase media respetaban.

Siglos de cultura feudal no cambian con ningún gobierno ni con ningún maquillaje ideológico. Lo demuestran los personalismos que plagan izquierda y derecha casi por igual.

Los arqueólogos de las mentalidades todavía hoy pueden rastrear algunos fósiles. Un ejemplo anecdótico, aunque no único, es el caso del

Tte. Cnel. José Gavazzo y otros militares de la última dictadura en Uruguay. Recientemente el militar retirado publicó un largo relato donde acusa a los comunistas por lo que pudieron hacer o por lo que hicieron sus pares en la Unión Soviética. Lo cual es una forma obvia de justificar los crímenes propios con los ajenos. Algo similar sería sentenciar a Gavazzo, Videla o Pinochet, por los crímenes cometidos por el franquismo. Aunque sus motivaciones y prácticas son igualmente fascistas y reaccionarias, no se puede juzgar a unos por lo que hicieron otros.

A juzgar por sus escritos que el Tte. Cnel. Gavazzo acaba de publicar en el día de hoy, ni siquiera entiende la historia que él mismo formó parte, más como tétrico y patético títere (que a su vez movía los piolines de otros subtíteres), que como protagonista conciente de las causas y acciones que lo motivaban. Sí, conozco la respuesta: “yo sé lo que digo porque lo viví”. El argumento senil también sirve para darle el mismo crédito intelectual a los tupamaros, sus enemigos a muerte por entonces, que también vivieron el mismo tiempo aunque suelen recordar una realidad algo diferente y en casos incompatible. O habría que aceptar que Cristóbal Colon tenía razón cuando afirmaba que había llegado al Asia cruzando el Atlántico, ya que fue él quien lo hizo y no nosotros.

En 2007, una carta abierta de los familiares de militares presos por violación a los derechos humanos le pedía al entonces presidente de Estados Unidos, George Bush, que interfiriera en los asuntos judiciales del Uruguay para liberar a quienes lucharon contra la influencia extranjera. Como semejante contradicción no tuvo el efecto esperado, ahora el Tte. Cnel. Gavazzo mitiga sus días publicando un sitio que se llama “En voz alta”, donde publica las grabaciones intrascendentes de conversaciones telefónicas en los años setenta, con más nostalgia que inteligencia, y firma sus redacciones como “prisionero político” (de un régimen democrático y de derecho al que, curiosamente, llama “régimen”). El cambio de “preso” por “prisionero” no lo dignifica pero le da un toque militar al asunto, e injustamente significa lo mismo que durante la dictadura significaba “preso político”.

Ahora, si algo no tienen los presos políticos es voz. De hecho, se los encarcela para silenciarlos, no para victimizarlos. Eso debería saberlo el teniente coronel, alguien que vivió los tiempos que ahora intenta comprender con más lecturas y con menos recursos intelectuales. Cuando él y sus secuaces secuestraron un país en nombre de su salvación, no se podía hablar ni en voz baja. Esta prohibición no estaba limitada a los presos políticos sino a todo aquel ciudadano que no pensara como ellos. Yo mismo, siendo un niño de siete años, debí pasar horas mirando la pared de la escuela, en castigo por hacer demasiadas preguntas a la maestra. Bastaba con ser sospechoso de pensamiento para ir a la cárcel, perder el empleo o ser directamente torturado de una forma más física. El resto gozaba de libertad de expresión, lo que demuestra que el régimen no era tan terrible.

Aunque el coronel mantiene todas las garantías constitucionales e internacionales y puede publicar cuanto le dicta su brillante intelecto, y algunos otros militares retirados salen en la televisión tratando de explicarnos, con tono grave y académico, quién fue un horrible y perverso “italiano llamado Gramsci”, difícilmente pueda recibir el honor de ser considerado un preso político. Lo cual es una paradoja, ya que es como tratar de reclamar el título que alguna vez tuvieron sus victimas (con excepción de los secuestrados, torturados y desaparecidos).

En uno de sus capítulos (vamos llamarlo así) el Tte. Cnel. habla del “terrorismo de Estado” de la Unión Soviética, citando a Stalin y otros clásicos. Aquí, en Estados Unidos, he tenido muy buenos alumnos cuyos abuelos fueron famosos camaradas de Stalin y reconocidos criminales. De ser por el Tte. Cnel. Gavazzo deberían estar presos o en observación. Por alguna razón, el Retirado no alcanza a percibir que aquellos matones de Stalin fueron lo más parecido a su horda de militares que asolaron America Latina. Los diferenciaba la mano con la que cometían sus atropellos a los Derechos Humanos (la escala de la barbarie también, en el caso de un país demográficamente minúsculo como Uruguay). Denunciando la barbarie ajena se daban el lujo de justificar las barbarie propia.

El señor Tte. Cnel. y sus secuaces no sólo aniquilaron seres humanos; también asesinaron la historia. No por su lucha contra el fascismo comunista (a la cual yo mismo me sumaría de haber vivido en la Unión Soviética) sino por su lucha contra la democracia y los derechos humanos.

Obviamente, no pretendo razonar con alguien que no se arrepiente de nada; se sienten orgullos de sus crímenes, razón por lo cual no entiendo por qué no aceptan la cárcel con orgullo de mártires en lugar de llorar como marranos al mejor estilo Augusto Pinochet cuando estuvo a punto de perder su libertad. Cuando vi llorar a este señor comprendí por qué los generales y dictadores siempre iban detrás de sus ejércitos. Como el Tte. Cnel. Gavazzo, estos valientes soldados de la patria sólo se enfrentaban a un prisionero cuando estaba amarrado y encapuchado (si me pide nombres, se los puedo dar; pero estoy seguro que su valentía no le dará para tanto).

Así, los ex dictadores se consuelan pensando que son victimas del marxismo internacional y no de la justicia. Pero para que tengan en cuenta que no fueron los marxistas los únicos que los consideraron criminales peligrosos, recomiendo el análisis de un informe secreto de la CIA, aun sin traducir al español.

Según un documento desclasificado el 9 de julio de 2002 y en archivos de George Washington University, en 1976, en plena dictadura, Washington bloqueó el viaje de los militares uruguayos José Pons y el mayor José Nino Gavazo. ¿Por qué?

El documento fue firmado por Harry W. Shlauderman y dirigido a Mr. Habib, el 13 de diciembre de 1976, en los últimos días de la presidencia de Gerald Ford y con el conocimiento del reciente triunfo del demócrata Jimmy Carter, a un mes de asumir la presidencia de Estados Unidos.

El título es elocuente: “Uruguayan Threat Against Congressman Koch”. En la segunda página, bajo el subtítulo de “secreto”, el informe cita un telegrama de Siracusa, informando la decisión del gobierno uruguayo (por entonces presidido por el Dr. Aparicio Méndez pero controlado por las Fuerzas Armadas a través del Consejo de Estado) de asignar a José Pons y Nino Gavazzo, a quienes identifica como miembros del “Servicio de Inteligencia” (nombre paradójico, pero comprensible entre gente con la costumbre de colgarse medallas unos a otros).

De forma explícita, el documento refiere que “aparentemente Gavazzo es un tipo peligroso”, por lo cual se recomendó que se informara al embajador en Montevideo que “esos dos caballeros [sic] no serían bienvenidos a Estados Unidos”.

Aparentemente, una de las razones principales radicaba en que las autoridades norteamericanas consideraban un riesgo el hecho de que pudieran actuar como oficiales en suelo estadounidense, siendo dos personajes claramente  identificados con la campaña antiterrorista llevada a cabo en Uruguay.

De forma explícita y reiterada, el informe señala que sólo la amenaza contra el legislador Koch es suficiente razón para bloquear la entrada de estos dos militares al país. Sin embargo se asigna al embajador la tarea no permitir entrar a estos militares sin dar más detalles. En realidad, el gobierno norteamericano presionó al uruguayo para que retirase a sus candidatos que pensaba enviar a Washington.

La razón se encontraba en una carta enviada al jefe del Departamento de Justicia de Estados Unidos y fechada en Octubre 9 de 1976, en la cual el congresista Edward I. Koch menciona que los servicios de inteligencia de Estados Unidos habían detectado la intención de los militares uruguayos de enviar alguien a Estados Unidos para atentar contra su vida. El motivo que había enfurecido a los oficiales uruguayos de entonces fue la acción del congresista de Nueva York para retirar la ayuda militar a Uruguay debido a “la represión contra su propio pueblo” y especialmente por los actos de terrorismo perpetuados en Argentina contra los refugiados uruguayos” y en consideración del reciente atentado terrorista en el DC contra el chileno Letelier.

Según consta en varios documentos de la época y otros más recientes, al principio la CIA tomó la amenaza de los militares uruguayos como la “amenaza de unos bocones borrachos”. Sin embargo, luego del asesinato de Letelier las investigaciones y las amenazas tomaron otro tono.

Obviamente, habría mucho para discutir sobre el apoyo de algunos gobiernos de Estados Unidos a muchas dictaduras a lo largo y ancho de America latina. Pero el punto ahora es otro y creo que el Tte. Cnel. Gavazzo y sus conspiradores vocacionales sabrán comprenderlo. Aunque, claro, nunca hay que subestimar la brutalidad (física e intelectual) de seres graduados en las academias de la muerte.

De cualquier forma, recomiendo la publicación de alguno de los escritos del Tte. Cnel. Gavazzo. Son didácticos desde muchos puntos de vista.

Jorge Majfud

2011

La Republica (Uruguay)

MDZ (Argentina)

Ex chofer de Neruda denuncia que el poeta fue asesinado

Pablo Neruda during a Library of Congress reco...
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El Partido Comunista presentó una querella para esclarecer las exactas causas de la muerte del poeta. Hay sospechas de que podría haber sidoenvenenado

Neruda murió a los 69 años el 23 de septiembre de 1973, doce días después del golpe militar que derribó a su amigo Salvador Allende. La razón de su deceso según se comunicó entonces fue un cáncer a la próstata que padecía. Sus amigos y familiares sostuvieron tras su deceso que el estado de Neruda se agravó tras el golpe militar del 11 de setiembre y por la muerte de su amigo.

Pero recientemente surgieron dudas al sostener su chofer, Manuel Araya, que el poeta habría sido asesinado por agentes de la dictadura recién instaurada por el general Augusto Pinochet. Neruda, que recibió el Nobel de Literatura en 1971, se encontraba internado en una clínica privada, la misma donde en 1981 falleció el ex presidente Eduardo Frei, quien habría sido envenenado por los agentes de Pinochet según evidencia en el proceso que se lleva a cabo.

Según Araya, el poeta habría recibido una inyección en el estómago que le causó la muerte.
La Fundación Neruda, que administra sus bienes y legado, desmintió la versión y sostuvo que no hay antecedentes que confirmen la aseveración del chofer.
Pero el Partido Comunista, al cual pertenecía el poeta, presentó el martes una querella para determinar las exactas razones de su muerte.

«El Partido Comunista de Chile se hace plenamente responsable de este acto. Pensamos que es un debe moral ineludible y porque además está dentro de un cuadro que se ha presentado en el país en el último tiempo en que se han empezado a aclarar muertes que parecían habían sucedido de un modo y sucedieron de otro modo por la acción de terceros», dijo al interponer en la Corte de Apelaciones de Santiago la querella el diputado y presidente del PC, Guillermo Teillier.

Citó como ejemplos que avalan esas sospechas de la muerte de Frei, del dudoso suicidio del ex ministro José Tohá y recientemente de la autopsia que se le practica a los restos exhumados del presidente Salvador Allende.
El abogado que representa al Partido Comunista en la acción judicial, Eduardo Contreras, aseveró que la querella es «porque el conjunto de evidencias registrado en los últimos meses señala claramente que hay una duda legítima respecto a esta presunta muerte natural del poeta Pablo Neruda».

Contreras afirmó que además de las declaraciones del chofer Manuel Araya existen otros testimonios, como el del ex embajador de México en Chile Gonzalo Martínez Corbalá, que estuvieron con Neruda en la clínica el día anterior a su muerte y lo encontraron en buenas condiciones. Contreras le dijo a la AP que además de las declaraciones del ex diplomático mexicano existen testimonios de empleados de servicio del poeta. «Hay antecedentes que reafirman las sospechas», expresó.

Agregó que la versión del chofer Araya «es absolutamente verosímil» y que están indagando con toxicólogos la sustancia que le habrían inyectado.
Las causas de la muerte de Neruda serán investigadas, al igual que en el caso de Allende, por el magistrado Mario Carroza, a quien la Corte Suprema encomendó esclarecer las muertes de 726 personas no investigadas hasta ahora.

[fuente>>]

Mario Vargas Llosa en Argentina

Original from the then "Secretaría de Pre...

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Vargas a la carga

Página/12

 Por Luis Bruschtein

Antes de los ‘80 se decía que los liberales en política eran intervencionistas en economía. Y al revés. Los liberales en economía eran autoritarios en política. Autoritarios quiere decir que en realidad fragoteaban todo el tiempo para dar golpes militares. Viene a cuento porque el discurso liberal épico del escritor Vargas Llosa pareciera desconocerlo. Los liberales argentinos fueron golpistas desde el ’30 en adelante. Se dieron casos ridículos porque un buen militar tiene que ser nacionalista. Pero cada vez que un militar “nacionalista” dio un golpe, puso a un ministro de Economía liberal. Los golpes militares tuvieron siempre un discurso anticorrupción y supuestamente nacionalista con fragor de botas y banderas, pero fueron liberales en economía.

Se decía que un liberal en economía tenía que ser irremediablemente autoritario en política porque las medidas económicas de libre mercado son esencialmente antipopulares, y se pensaba que solamente podían ser aplicables con represión y mano dura. Eso no estaba en discusión y así sucedía.

Por el contrario, se decía que un liberal en política era intervencionista en la economía –o sea, lo contrario al libre mercado– porque las fuerzas del mercado no son democráticas, ya que siguen otras reglas, como la ley del más fuerte –el que más tiene, más gana y tiene más capacidad para sobrevivir y eliminar al más débil– que es lo opuesto a la democracia, donde todos los votos tienen el mismo valor. El libre mercado no es democrático porque favorece al más fuerte. Entonces, para ser democrático en economía, había que intervenir a través del Estado para equilibrar fuerzas y derechos.

El liberalismo original, el de los textos clásicos que plantearon igualdad ante la ley y de oportunidades, surgió en oposición a las monarquías y de allí se construyó el costado épico de su discurso. Pero, ya en el siglo XX, la herramienta política del liberalismo económico no fueron los votos sino los golpes militares. El liberalismo que llega a la modernidad no es el de los carbonarios sino el de los países centrales y el de los grandes capitales, o sea el discurso de los poderosos, que en nuestros países se verificó en invasiones y dictaduras. Ningún golpe de Estado se hizo en nombre de las dictaduras. Por el contrario, se hicieron “para defender la libertad y la democracia”. Los dictadores se presentaban siempre como demócratas. Además no es casual que los que defienden a los militares de la dictadura en la Argentina sean, sobre todo, los sectores liberales. Cuanto más liberales en el discurso, más los defienden y muchos de ellos son amigos y tienen relaciones personales con los viejos represores. José Alfredo Martínez de Hoz no era populista. Por el contrario, era muy representativo del capital concentrado que se expresaba en términos de “defensa de la democracia”, e ideológicamente se definía como un gran liberal.

Queda demostrado que, por lo menos en la Argentina moderna, ese liberalismo no fue democrático. En todo caso fueron más democráticos los acusados de populistas, como Yrigoyen y Perón, porque ampliaron derechos ciudadanos, aunque para ello debieron afectar intereses económicos.

En la excelente entrevista que le hicieron Martín Granovsky y Silvina Friera, publicada ayer por Página/12, el escritor peruano se ataja y afirma que los que apoyaron dictaduras no son verdaderamente liberales, y que no tiene por qué hacerse cargo de lo que hicieron otras personas que se dicen liberales, aun cuando hayan sido referentes ideológicos suyos, como Milton Friedman o Friedrik von Hayek, que respaldaron calurosamente a la dictadura de Augusto Pinochet en Chile y formaron parte de la Sociedad Mont Pelerin que trajo a Vargas Llosa a la Argentina.

La pasión y energía que invirtió –según relata en esa entrevista– en desentrañar las contradicciones del discurso revolucionario que lo había seducido en los ’60, contrasta con el desinterés y hasta la pereza intelectual que muestra el escritor frente a esas contradicciones del discurso liberal en los países de América latina.

Desinterés y pereza, más que ceguera o ingenuidad, porque en cada reunión a la que asiste en la región está acompañado por dirigentes y personajes que son empresarios o asesores de grandes empresas devenidos en políticos, más que políticos con trayectorias que sobresalgan por sus desempeños democráticos y pensamientos profundos. Aquí en la Argentina, su principal anfitrión fue Mauricio Macri, un hombre que repite que prefiere la mano dura antes que la negociación o que estigmatiza los inmigrantes de los países vecinos.

Vargas Llosa afirmó que el populismo y la izquierda ganaron una batalla al conseguir que el término “liberal” sea tomado como una mala palabra. En realidad, la izquierda y el supuesto populismo no estaban para dar ninguna batalla en los años ’90. Fueron los mismos liberales los que lograron ese desmérito.

En los años ’80, con el comienzo de la globalización, los gobiernos militares ya no ofrecían seguridad jurídica para la desbordante liquidez mundial. A partir de allí, no hubo más golpes. Cuando estos supuestos liberales dejaron de buscarlos o apoyarlos, se acabaron los golpes en América latina. O si los hubo, fracasaron. Las nuevas herramientas para llevar adelante esas políticas económicas fueron la presión mediática, los golpes de mercado y, por supuesto, las poderosas consecuencias de un nuevo ordenamiento mundial con hegemonía unilateral norteamericana. En el caso de la Argentina, esas presiones doblegaron a los partidos tradicionales desde la segunda mitad del gobierno de Alfonsín, más los dos gobiernos de Carlos Menem y el gobierno de la Alianza. Fueron más de 15 años de neoliberalismo que culminaron con la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza.

Pero la ola fue tan fuerte que, de la misma manera que en los años ’70 se habían reproducido como una plaga las dictaduras en la región, entre los ’80 y los ’90 se extendieron las experiencias neoliberales y en todos los países con los mismos resultados desastrosos. Pensadores populares que habían participado en el desarrollo de la Teoría de la Dependencia como el brasileño Fernando Henrique Cardoso se convirtieron al neoliberalismo y, en su caso, fue el presidente que aplicó esas teorías en Brasil. El peronismo en la Argentina, que había sido el gran muro de contención contra esas medidas, se dio vuelta con el menemismo y se convirtió en su herramienta política. Algunos gobiernos se cuidaron un poco más, Brasil no privatizó su petrolera estatal y en Chile tampoco lo hicieron con la empresa del cobre. En la Argentina, el menemismo vendió hasta la vajilla de la abuelita. En todos hubo una reacción en contra. En la Argentina, donde esas políticas habían sido salvajes, la crisis fue más profunda y la reacción popular, más violenta. Se equivoca Vargas Llosa: la izquierda o el supuesto populismo no tuvieron ningún mérito en la campaña por convertir al liberalismo en mala palabra. Fue todo obra de los mismos liberales, algunos de los cuales lo acompañan ahora cuando viene a darles charlas magistrales.

No existe liberal de izquierda, ni liberal progresista, y cuando hablan equívocamente de progreso o de cambio, siempre son cambios regresivos que favorecen al más fuerte. Cualquier desviación del libre mercado es considerada “colectivista”. Ni hablar de la distribución de la riqueza. En suma: para ser liberal hay que ser rico o, por lo menos, no hay que ser pobre. Esta expresión de un liberalismo donde prima lo que ellos llaman libertades económicas sobre los factores sociales, y donde el valor supremo es el de la propiedad, es más bien el neoliberalismo, una versión parcial y más cruda de los viejos ideales de los revolucionarios antimonárquicos que en su idealismo ponían por delante la igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades. Esta segunda parte del discurso de los viejos liberales no está muy considerada por quienes en la actualidad se asumen como sus discípulos, porque la única forma de que haya igualdad de oportunidades es a través de un Estado que regule los procesos económicos preservando una dinámica democrática.

Resulta simpático advertir que antes a los marxistas se les decía “materialistas” porque afirmaban que lo económico determinaba por sí sólo lo social y cultural. A los viejos liberales se les llamaba “idealistas” porque decían que las ideas determinaban todo lo demás. Pero estos nuevos liberales ya no son idealistas sino marxistas al revés: lo que prima es la economía, pero a favor de los poderosos.

Sexo y poder: para una semiótica de la violencia

Ariel Dorfman

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Bitacora (La Republcia)

Milenio (Mexico)

Sexo y poder: para una semiótica de la violencia

En 1992 el chileno Ariel Dorfman estrenó su obra La Muerte y la Doncella. Aunque sin referencias explícitas, el drama alude a los años de la dictadura de Augusto Pinochet y a los primeros años de la recuperación formal de la democracia en Chile. Paulina Salas es el personaje que representa a las mujeres violadas por el régimen y por todos los regímenes dictatoriales de la época, de la historia universal, que practicaron con sadismo la tortura física y la tortura moral. La violación sexual tiene, en este caso y en todos los demás, la particularidad de combinar en un mismo acto casi todas las formas de violencia humana de la que son incapaces el resto de las bestias animales. Razón por la cual no deberíamos llamar a este tipo de bípedos implumes “animales” sino “cierta clase tradicional de hombre”.

Otro personaje de la obra es un médico, Roberto Miranda, que también representa a una clase célebre de sofisticados colaboradores de la barbarie: casi siempre las sesiones de tortura eran acompañadas con los avances de la ciencia: instrumentos más avanzados que los empleados por la antigua inquisición eclesiástica en europea, como la picana eléctrica; métodos terriblemente sutiles como el principio de incertidumbre, descubierto o redescubierto por los nazis en la culta Alemania de los años treinta y cuarenta. Para toda esta tecnología de la barbarie era necesario contar con técnicos con muchos años de estudio y con una cultura enferma que la legitimara. Ejércitos de médicos al servicio del sadismo acompañaron las sesiones de tortura en América del Sur, especialmente en los años de la mal llamada Guerra Fría.

El tercer personaje de esta obra es el esposo de Paulina, Gerardo Escobar. El abogado Escobar representa la transición, aquel grupo encargado de zurcir con pinzas las sangrantes y dolorosas heridas sociales. Como ha sido común en América Latina, cada vez que se inventaron comisiones de reconciliación se apelaron primero a necesidades políticas antes que morales. Es decir, la verdad no importa tanto como el orden. Un poco de verdad está bien, porque es el reclamo de las víctimas; toda no es posible, porque molesta a los violadores de los Derechos Humanos. Quienes en el Cono Sur reclamamos toda la verdad y nada más que la verdad fuimos calificados, invariablemente de extremistas, radicales y revoltosos, en un momento en que era necesaria la Paz. Sin embargo, como ya había observado el ecuatoriano Juan Montalvo (Ojeada sobre América, 1866), la guerra es una desgracia propia de los seres humanos, pero la paz que tenemos en América es la paz de los esclavos. O, dicho en un lenguaje de nuestros años setenta, es la paz de los cementerios.

Paulina lo sabe. Una noche su esposo regresa a casa acompañado por un médico que amablemente lo auxilió en la ruta, cuando el auto de Gerardo se descompuso. Paulina reconoce la voz de su violador. Después de otras visitas, Paulina decide secuestrarlo en su propia casa. Lo ata a una silla y lo amenaza para que confiese. Mientras lo apunta con un arma, Paulina dice: “pero no lo voy a matar porque sea culpable, Doctor. Lo voy a matar porque no se ha arrepentido un carajo. Sólo puedo perdonar a alguien que se arrepiente de verdad, que se levanta ante sus semejantes y dice esto yo lo hice, lo hice y nunca más lo voy a hacer”.

Finalmente Paulina libera a su supuesto torturador sin lograr una confesión de la parte acusada. No se puede acusar a Dorfman de crear una escena maniqueísta donde Paulina no se toma venganza, acentuando la bondad de las víctimas. No, porque la historia presente no registra casos diferentes y mucho menos éstos han sido la norma. La norma, más bien, ha sido la impunidad, por lo cual podemos decir que La Muerte y la Doncella es un drama, además de realista, absolutamente verosímil. Además de estar construido con personajes concretos, representan tres clases de latinoamericanos. Todos conocimos alguna vez a una Paulina, a un Gonzalo y a un Roberto; aunque no todos pudieron reconocerlos por sus sonrisas o por sus voces amables.

Un problema que se deriva de este drama trasciende la esfera social, política y tal vez moral. Cuando el esposo de Paulina observa que la venganza no procede porque “nosotros no podemos usar los métodos de ellos, nosotros somos diferentes”, ella responde con ironía: “no es una venganza. Pienso darle todas las garantías que él me dio a mí”. En varias oportunidades Paulina y Roberto deben quedarse solos en la casa. Sin la presencia conciliadora y vigilante del esposo, Paulina podría ejercer toda la violencia contra su violador. De esta situación se deriva un problema: Paulina podría ejercer toda la fuerza física hasta matar al médico. Incluso la tortura. Pero ¿cómo podría ejercer la otra violencia, tal vez la peor de todas, la violencia moral? “Pienso darle todas las garantías que él me dio a mí”, podría traducirse en “pienso hacerle a él lo mismo que él me hizo a mí”.

Es entonces que surge una significativa asimetría: ¿por qué Paulina no podría violar sexualmente a su antiguo violador? Es decir, ¿por qué ese acto de aparente violencia, en un nuevo coito heterosexual, no resultaría una humillación para él y sí una nueva humillación para ella?

El mi novela La reina de América (2001) cuando la protagonista logra vengarse de su violador, ahora investida con el poder de una nueva posición económica, contrata a hombres que secuestran al violador y, a su vez, lo violan en una relación forzosamente homosexual mientras ella presencia la escena, como en un teatro, la violencia de su revancha. ¿Por qué no podía ser ella quién humillara personalmente al agresor practicando su propia heterosexualidad? ¿Por qué esto es imposible? ¿Es parte del lenguaje ético-patriarcal que la víctima debe conservar para vengarse? ¿Deriva, entonces, tanto la violencia moral como la dignidad, de los códigos establecidos por el propio sexo masculino (o por el sistema de producción al que responde el patriarcado, es decir, a la forma de sobrevivencia agrícola y preindustrial)?

Octavio Paz, mejorando en El laberinto de la soledad (1950) la producción de su coterráneo Samuel Ramos (El perfil del hombre en la cultura de México, 1934), entiende que “quien penetra” ofende, conquista. “Abrirse (ser “chingado”, “rajarse”), exponerse es una forma de derrota y humillación. Es hombría no “rajarse”. “Abrirse”, significa una traición. “Rajada” es la herida femenina que no cicatriza. El mismo Jean-Paul Sarte veía al cuerpo femenino como portador de una abertura.

Opuesto a la virginidad de María (Guadalupe), está la otra supuesta madre mexicana: la Malinche, “la chingada”. Desde un punto de vista psicoanalítico, son equiparables —¿sólo en la psicología masculina, portadora de los valores dominantes?— la tierra mexicana que es conquistada, penetrada por el conquistador blanco, con Marina, la Malinche que abre su cuerpo. (El conquistador que sube a la montaña o pisa la Luna, ambos sustitutos de lo femenino, no clava solo una bandera; clava una estaca, un falo.) Malinche no hace algo muy diferente que los caciques que le abrieron las puertas al bárbaro de piel blanca, Hernán Cortés. Malinche tenía más razones para detestar el poder local de entonces, pero la condena su sexo: la conquista sexual de la mujer, de la madre, es una penetración ofensiva. La traición de los otros jefes masculinos —olvidemos que eran tribus sometidas por otro imperio, el azteca— se olvida, no duele tanto, no significa una herida moral.

Pero es una herida colonial. El patriarcado no es una particularidad de las antiguas comunidades de base en la América precolombina. Más bien es un sistema europeo e incipientemente un sistema de la cúpula imperial inca y azteca. Pero no de sus bases donde todavía la mujer y los mitos a la fertilidad —no a la virginidad— predominaban. La aparición de la virgen india ante el indio Juan Diego se hace presente en la colina donde antes era de culto de la diosa Tonantzin, “nuestra madre”, diosa de la fertilidad entre los aztecas.

Ahora, más acá de este límite antropológico, que establece la relatividad de los valores morales, hay elementos absolutos: tanto la víctima como el victimario reconocen un acto de violación: la violencia es un valor absoluto y que el más fuerte decide ejercer sobre el más débil. Esto es fácilmente definido como un acto inmoral. No hay dudas en su valor presente. La especulación, el cuestionamiento de cómo se forman esos valores, esos códigos a lo largo de la historia humana pertenecen al pensamiento especulativo. Nos ayudan a comprender el por qué de una relación humana, de unos valores morales; pero son absolutamente innecesarios a la hora de reconocer qué es una violación de los derechos humanos y qué no lo es. Por esta razón, los criminales no tienen perdón de la justicia humana —la única que depende de nosotros, la única que estamos obligados a comprender y reclamar.

Jorge Majfud

9 de diciembre de 2006

The University of Georgia

Bitacora (La Republcia)

Milenio  (Mexico)

Milenio Nac, (Mexico)

Milenio II (Mexico)

Sex and Power: Towards a Semiotics of Violence

In 1992 the Chilean Ariel Dorfman debuted his work Death and the Maiden. Although without specific references, the drama alludes to the years of Augusto Pinochet’s dictatorship and the first years of the formal recuperation of democracy in Chile. Paulina Salas is the character who represents the women raped by the regime and by all of the dictatorial regimes of the period, of universal history, that sadistically practiced physical torture and moral torture. Sexual violation has, in this case and in all others, the particularity of combining in one and the same act almost all the forms of human violence of which other animal beasts are incapable. For this reason we should not refer to this type of featherless biped as an “animal” but as “a certain traditional kind of man.”

Another character in the drama is a doctor, Roberto Miranda, who also represents a famous class of sophisticated collaborators with barbarism: torture sessions were almost always accompanied with the advances of science: instruments more advanced than those employed by the old ecclesiastical inquisition in Europe, like the electric cattle prod; terribly subtle methods like the principle of uncertainty, discovered or rediscovered by the Nazis in the educated Germany of the 30s and 40s. In order to use all of this technology of barbarism it was necessary to rely on technicians with many years of study and a sick culture to legitimate it. Armies of doctors at the service of sadism accompanied the torture sessions in South America, especially in the years of the poorly named Cold War.

The third character in this play is Paulina’s husband, Gerardo Escobar. The attorney Escobar represents the transition, that group given the task of darning with bobby pins the bloody and painful social wounds. As has been common in Latin America, each time reconciliation commissions were created they appealed first to political necessities over moral ones. Which is to say, the truth does not matter as much as order. A little bit of truth is alright, because it is the victims’ demand; the full truth is not possible, because it bothers the violators of Human Rights. Those of us in the Southern Cone who demand the whole truth and nothing but the truth were characterized, invariably, as extremists, radicals and trouble-makers in a moment in which Peace was necessary. Nonetheless, as the Ecuadorian Juan Montalvo had already observed (Ojeada sobre América, 1866), war is a disgrace proper to human beings, but the peace that we have in America is the peace of slaves. Or, stated in a language from our 1970s, it is the peace of the cemeteries.

Paulina knows it. One night her husband returns home accompanied by a doctor who kindly had offered him assistance on the road, when Gerardo’s car broke down. Paulina recognizes the voice of her rapist. After other visits, Paulina decides to kidnap him in her own home. She ties him to a chair and threatens him in order to make him confess. While aiming a weapon at him, Paulina says: “but I am not going to kill you because your are guilty, Doctor. I am going to kill you because you haven’t shown any damned remorse. I can only forgive someone who truly asks for forgiveness, who stands up before his peers and says I did this, I did it and I will never do it again.”

Finally Paulina frees her alleged torturer without receiving a confession from the accused party. Dorfman cannot be accused of creating a Manichaean scene where Paulina does not take vengeance, emphasizing the goodness of the victims. No, because recent history does not record cases of vengeance and much less have these been the norm. The norm, rather, has been impunity, for which reason we can say that Death and the Maiden is a drama that is, besides being realist, absolutely true to life. In addition to being constructed from concrete characters, they represent three kinds of Latin Americans. We have all met at some time a Paulina, a Gerardo and a Roberto; even though not everyone could recognize them by their smiles or their kind voices.

A problem derived from this play transcends the social, political and perhaps moral sphere. When Paulina’s husband observes that revenge will not proceed because “we cannot use their methods, we are different,” she responds ironically: “it isn’t revenge. I am thinking of giving him all the guarantees that he gave to me.” On various occasions Paulina and Roberto must be alone together in the house. Without the vigilant and conciliatory presence of the spouse, Paulina could exercise any manner of violence against her violator. From this situation a problem is derived: Paulina could exercise all the physical force necessary to kill the doctor. Including torture. But, how could she exercise that other violence, perhaps the worst of all, moral violence? “I am thinking of giving him all the guarantees that he gave to me” could be translated as “I am thinking of doing to him the same thing that he did to me.”

That is when a significant asymmetry emerges: why couldn’t Paulina sexually violate her old rapist? That is, why would that apparent act of violence, in another heterosexual coitus, not result in humiliation for him while it would cause a new humiliation for her?

In my novel La reina de América (The Queen of America, 2001) when the protagonist manages to avenge herself against her rapist, now vested with the power of a new economic position, she hires men who kidnap her rapist and, each in turn, violate him in a forcibly homosexual relation while she witnesses the scene, as in a theater, the violence of her revenge. Why could it not be her who personally humiliated her aggressor practicing her own heterosexuality? Why is this impossible? Is it part of the ethico-patriarchal language that the victim must preserve in order to avenge herself? Do both moral violence and dignity, then, derive from the codes established by the masculine sex itself (or by the system of production to which the patriarchy responds, which is to say, the agricultural and pre-industrial form of survival)?

Octavio Paz, improving in El laberinto de la soledad (The Labyrinth of Solitude, 1950) upon the production of his fellow countryman Samuel Ramos (El perfil del hombre en la cultura de México, 1934), understands that “the one who pentrates” offends, conquers. “To be opened” (to be “chingado,” “torn open”), to be exposed is a form of defeat and humiliation. It is manly to not be “torn open.” “To be opened” signifies a betrayal. The “gash” is the feminine wound that does not heal. Jean-Paul Sartre himself saw the feminine body as carrier of an opening.

Opposite the virginity of María (Guadalupe), is the other supposed Mexican mother: la Malinche, “la chingada.” From a psychoanalytic point of view, they are comparable – only in masculine psychology, carrier of dominant values? – Mexican territory which is conquered, penetrated by the white conqueror, with Marina, la Malinche who opens her body.  (The conqueror who climbs the mountain or sets foot on the Moon, both substitutes for the feminine, does not only raise a flag; he drives in a stake, a phallus.) Malinche does not do anything very different from the indigenous leaders who opened their doors to the white-skinned barbarian, Hernán Cortés. Malinche had more reason to detest the local power of the time, but her sex condemns her: the sexual conquest of the woman, of the mother, is an offensive penetration. The betrayal of the other masculine chiefs – let’s forget that they were tribes subject to another empire, the Aztec – is forgotten, does not hurt as much, does not signify a moral wound.

But it is a colonial wound. Patriarchy is not a particularity of the old base communities in pre-Colombian America. Rather, it is a European system and incipiently a system of the Aztec and Incan imperial upper echelon. But not of the lower strata of these empires where woman and the myths of fertility – not of virginity – predominated. The appearance of the indian virgin to the indian Juan Diego takes place on the hill that before had belonged to worship of the goddess Tonantzin, “our mother,” goddess of fertility among the Aztecs.

Now, back to the present from this anthropological limit, which establishes the relativity of moral values, there are absolute elements: both the victim and the victimizer recognize an act of rape: violence is an absolute value and one that the stronger decides to exercise over the weaker. This is easily defined as an immoral act. There are no doubts about its present value. Speculation, questioning about how those values are formed, those codes throughout human history pertain to speculative thought. They help us to understand the why of a human relationship, of certain moral values; but they are absolutely unnecessary at the moment of recognizing what is a violation of human rights and what is not. For this reason, criminals are not forgiven by human justice – the only justice that depends on us, the only justice we are obligated to comprehend and demand.

Translated by Bruce Campbell

China: el gran salto hacia adelante

HuoQuan 1962 China

Image via Wikipedia

China: el gran salto hacia adelante

El factor etario

Entre 1958 y 1962 el gobierno de China impuso un paquete de medidas sociales y económicas con el objetivo de modernizar su economía. Las antiguas prácticas agrícolas, el delicado orden económico y cultural que podríamos llamar “econosistema”, fueron modificadas casi por decreto en un intento de industrializar una sociedad agrícola basándose en la teoría de turno sobre las fuerzas productivas. Esta práctica radical se conoció entonces como “El gran salto hacia adelante”.

Se calcula que debido a este gran salto, en tres años murieron de hambre entre 15 y 30 millones de personas. El gobierno de la época, refiriéndose a la sequía que afectó China casi en el mismo periodo, llamó a esta catástrofe “Los tres años de desastres naturales”. La tragedia recuerda una de las frases célebres de Augusto Pinochet para celebrar su golpe de Estado en 1973: “Estábamos al borde del abismo y dimos un paso hacia adelante”.

Hay muchos ejemplos históricos como éste, donde una sola decisión autocrática, casi siempre basada en una teoría de turno y en la fe infinita que algunos líderes se tienen a sí mismos, produjeron tragedias similares.

Claro, también la dinámica del capitalismo incluye una serie conocida de crisis periódicas. En estados Unidos, las recesiones se parecen a las manchas solares que se producen cada once años y están dentro de otro ciclo mayor de leves y peores crisis. Si se trata de un capitalismo periférico, estas manchas no son simple desempleo o descenso del consumo sino que incluyen, con demasiada frecuencia, hambrunas y violencia social. Cuando en Estados Unidos hay crisis económica, la inflación y el dólar bajan junto con la tasa de criminalidad. En los países que antiguamente la izquierda llamaba “del capitalismo dependiente”, la arrogancia del norte clasificaba como “tercer mundo”, los eufemistas decían “en vías desarrollo” y ahora los eufóricos llaman “emergentes”, cuando hay crisis económicas sube la inflación, el dólar y la criminalidad, hasta convertirse en un problema social de primer orden.

Pero el capitalismo está lejos de ser una segunda naturaleza (darwiniana), como pretenden sus ideólogos. Sus gobernantes son casi tan escasos como en un país comunista al peor estilo burocrático y autoritario del siglo XX, aunque no ocupen directamente los gobiernos. Sus lugares naturales son las bolsas de valores, las centrales de inteligencia y los directorios de bancos y de transnacionales. Sus gremios son los temibles lobbies. No presionan en las calles sino en los parlamentos, en los ejecutivos y en la prensa que disemina sus verdades a cambio de apoyo publicitario. La paradoja radica en que la propaganda va en las noticias y las noticias van en la publicidad.

La virtud de la China de hoy (vamos a usar los criterios de éxito definidos por la posmodernidad que todavía nos engloba) consiste en un eclecticismo intolerable para los antiguos modernos del siglo pasado. Aunque veloz, la última etapa de desarrollo de China ha sido producto de una moderación de casi cuatro décadas de comunismo capitalista. Sin las libertades de las democracias burguesas y sin las igualdades del socialismo proletario (dos anacronismos todavía en circulación), la población china fluctúa entre la esclavitud de las factorías administradas por el gobierno o por compañías extranjeras, el mayor acceso a la modernidad de las nuevas generaciones y la euforia de una nueva clase minoritaria de nuevos ricos.

Pero uno de los factores que más ha contribuido a ese desarrollo económico es al mismo tiempo su amenaza más importante: el tamaño de su población, que en términos marxistas funciona como un casi infinito Ejército Industrial de Reserva. Casi infinito no porque sean cientos de millones de desocupados sino por la abismal diferencia de ingresos entre un campesino chino (o indio), potencial obrero citadino, y un obrero en el mundo desarrollado.

Eso en números presentes. En términos históricos no tiene nada de infinito, porque el reloj biológico es el mismo para un país de tres millones que para otro de más de mil millones.

El envejecimiento de la población china, derivado de la política de “un hijo por pareja” podría convertir al gigante ejército industrial en un gigante geriátrico. Aunque esta política afectó a menos de la mitad de la población, estimuló el feminicidio y en los noventa llevó a China a situar su tasa de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo.

Advirtiendo que en algunos países la producción de capitales depende (en un porcentaje creciente y, en casos, mayor que rubros como la agricultura o la industria) de la producción intelectual en universidades y en centros de investigación, el gobierno chino ha invertido de forma agresiva en estimular el acceso de su juventud a las universidades. Si bien ha logrado un incremento en el número de matriculas, por otro lado aparece en el horizonte un signo contrario: el número de estudiantes en las escuelas primarias ha descendido de 130 millones a 100 millones en los últimos quince años.

Aunque Estados Unidos tiene la mayor tasa de natalidad del mundo desarrollado (sobre todo entre los conservadores, porque una alta tasa de natalidad suele ir asociada a un modelo patriarcal), tiene un problema semejante al de China, aunque en menor escala. La explosión demográfica posterior a la Segunda Guerra (“baby boom”) también fue parte responsable de las revueltas juveniles y culturales de los sesenta y, consecuentemente, el declive de la rebeldía juvenil en los conservadores años ochenta. No hay que subestimar este factor. El mismo Ernesto Guevara, cerca de sus cuarenta, observaba un grupo de jóvenes entusiastas y concluía que la edad puede significar una diferencia revolucionaria aun mayor que la clase social. Seguramente por este mismo factor y no por su condición física, los ejércitos que van a las guerras están compuestos por una obscena desproporción de jóvenes, adolescentes sin edad para consumir alcohol.

Ahora el retiro de los “baby boomers” es un problema para Estados Unidos. El mismo factor, amplificado, también es la base de una futura crisis en China, más lenta y más seria que una muy probable burbuja inmobiliaria en curso.

A corto plazo, la principal carta china para atenuar esta crisis es también su población: el incremento del consumo interno de la mayoría aún en la pobreza, aún en la esclavitud asalariada de las factorías. El aumento de los sueldos en China atenuará por un tiempo la crisis de su envejecimiento, al mismo tiempo que atenuará en algo el impacto en otros países exportadores. Pero también exportará inflación al resto del mundo.

Y, como de costumbre, detrás de las crisis económicas vendrán los replanteos existenciales.

Jorge Majfud

Junio 2010

Jacksonville University

Milenio (Milenio)

Panama America (Panama)