Breve historia de la idiotez ajena
Esta semana el biólogo James Watson volvió a insistir sobre la antigua teoría de la inferioridad intelectual de los negros. Hace más de diez años publicamos una reflexión sobre un estudio hecho por Charles Murray y Herrnstein sobre “ethnic differences in cognitive ability” que mostraban gráficas de coeficientes intelectuales claramente desfavorables a la raza negra. Aunque la historia del las ciencias no difiere mucho del resto de la historia, con sus aciertos y sus tradicionales equívocos, sin proceder por un rechazo a epidérmico pensamos que valía la siguiente reflexión: “supongamos que un día se demuestre que hay razas menos inteligentes (y que se defina exactamente lo que quiere decir eso de “inteligencia”, sin recaer en una explicación escolar o zoológica). En ese caso, los seres humanos deberán estar mejor preparadas para la verdad. Esto quiere decir que debemos esperar que las razas se traten entre sí como si no estuviesen unas por encima de otras sino en la misma superficie redonda de Gea. Es decir, que no se traten como ahora se tratan suponiendo una inteligencia racial uniforme” (Crítica, 1998).
Watson, de paso, ha propuesto la manipulación genética para curar la estupidez, pero no menciona si es conveniente curar la estupidez antes de realizar cualquier manipulación genética. También los nazis —y quizás Michael Jackson— eran de la misma idea que Watson. Ni Hitler ni los nazis carecían de inteligencia ni de una alta moral de criminales. Como recordó un personaje del novelista Érico Veríssimo, “durante a era hitlerista os humanistas alemães emigraram. Os tecnocratas ficaram com as mãos e as patas livres”.
No vamos a problematizar aquí qué significa “sabiduría” por una razón de espacio, pero basta con observar que es algo que no se mide usando un gaussmeter sino recogiendo la experiencia de nuestra problemática especie, desde que se puso en pié. Pero sólo a modo de ejemplo veamos un caso que nos toca.
Por sus denuncias a la opresión de los indígenas americanos, Bartolomé de las Casas fue acusado de enfermo mental y sus indios de idiotas que merecían la esclavitud. Es cierto que sus crónicas y denuncias fueron aprovechadas para acusar a un imperio en decadencia por parte de la maquinaria publicitaria de otro imperio en ascenso, el británico. Pero esto es tema para otra reflexión.
Molesto por la crónica del religioso rebelde, el erudito español Marcelino Menéndez Pelayo en 1895 calificó a de las Casas de “fanático intolerante” y a Brevísima Historia, de “monstruoso delirio”. Su más célebre alumno y miembro de la Real Academia Española, Ramón Menéndez Pidal, fue de la misma opinión. En su publicitado y extenso libro, El padre Las Casas (1963) desarrolló la tesis de la enfermedad mental del sacerdote denunciante al mismo tiempo que justificó la acción de los conquistadores, como la muerte de tres mil indios en Cholula a manos de Hernán Cortés porque era una “matanza necesaria a fin de desbaratar una peligrosísima conjura que para acabar con los españoles tramaba Moctezuma”. Según Menéndez Pidal, Bartolomé de las Casas “era una víctima inconsciente de su delirio incriminatorio, de su regla de depravación inexceptuable”. Pero al regresar a España para denunciar las supuestas injusticias contra los indios, “se encontró con la gravísima sorpresa de que su opinión extrema sobre la evangelización del Nuevo Mundo tenía enfrente otra opinión, extrema también, en defensa de la esclavitud y la encomienda. Esa opinión estaba sostenida muy sabiamente por el Doctor Juan Ginés de Sepúlveda [a través de] un opúsculo escrito en elegante latín y titulado Democrates alter, sirve de justis belli causis apud Indos”. Una nota al pié dice: “Publicado con una hermosa traducción, por Menéndez Pelayo en Boletín de la Real Acad. De la Historia, XXI, 1891”. Ginés de Sepúlveda, basándose en la Biblia (Proverbios), afirmaba que “la guerra justa es causa de justa esclavitud […] siendo este principio y concentrándose al caso del Nuevo Mundo, los indios ‘son inferiores a los españoles como los niños son a los adultos, las mujeres a los hombres, los fieros y crueles a los clementísimos, […] y en fin casi diría como los simios a los hombres’”. Con frecuencia, Pidal confunde su voz narrativa con la de Sepúlveda. “Bien podemos creer que Dios ha dado clarísimos indicios para el exterminio de estos bárbaros, y no faltan doctísimos teólogos que traen a comparación los idólatras Cananeos y Amorreos, exterminados por el pueblo de Israel”. Según Fray Domingo de Soto, teólogo imperial, “por la rudeza de sus ingenios, gente servil y bárbara están obligados a servir a los de ingenio más elegante”. Menéndez Pidal insistía en su tesis de la incapacidad mental de quienes criticaban a los conquistadores, como “el indio Poma de Ayala, [que] mira con maliciosos ojos a dominicos, agustinos y mercedarios, mientras advierte que franciscanos, jesuitas y ermitaños hacen mucho bien y no toman limosna de plata”. Según Pidal, esto se debía a que “a esos indios prehistóricos, venidos de la edad neolítica, no era posible atraerlos con la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, sino con las Florecillas Espirituales del Santo de Asís”.
En su intención de demostrar la enfermedad mental del denunciante, Pidal se encuentra con indicios contrarios y resuelve, por su parte, una regla psicológica que lo arregla todo: “el paranoico, cuando sale del tema de sus delirios, es un hombre enteramente normal”. Luego: “Las Casas es un paranoico, no un demente o loco en estado de inconsciencia. Su lucidez habitual hace que su anormalidad sea caso difícil de establecer y graduar”. Que es como decir que era tan inteligente que no podía razonar correctamente, o por su lucidez veía ilusiones. Bartolomé de las Casas “vive tan ensimismado en un mundo imaginario, que queda incapaz para percibir la realidad externa”. Una confesión significativa: “Las Casas hubiera sido, dada su extraordinaria actividad, un excelente obispo en cualquier diócesis de España, pero su constitución mental le impedía desempeñar rectamente un obispado en las Indias”. De aquí se deducen dos posibilidades: (1) América tenía un efecto mágico-narcótico en algunas personas o (2) los obispos de España eran paranoicos como de las Casas pero por ser mayoría era tenido como algo normal.
Esta idea de atribuir deficiencias mentales en el adversario dialéctico, se renueva y extiende en libros masivamente publicitados sobre América Latina, como Manual del perfecto idiota latinoamericano (1996) y El regreso del idiota (2007). Uno de los libros objetos de sus burlas, Para leer al pato Donald (1972) de Ariel Dorfman y Armand Matterlart, parece contestar esta posición desde el pasado. El discurso de las historietas infantiles de Disney consiste en que, “no habiendo otorgado a los buenos salvajes el privilegio del futuro y del conocimiento, todo saqueo no parece como tal, ya que extirpa lo que es superfluo”. El despojo es doble, casi siempre coronado con un happy ending: “Pobres nativos. Qué ingenuos son. Pero si ellos no usan su oro, es mejor llevárselo. En otra parte servirá de algo”. Sócrates o Galileo pudieron hacerse pasar por necios, pero ninguno de aquellos necios que los condenaron pudieron fingir inteligencia. Eso en la teoría, porque como decía Demócrates, “el que amonesta a un hombre que se cree inteligente trabaja en vano”.
En Examen de ingenios para las ciencias (1575), el médico Juan Huarte compartía la convicción científica de la época según la cual el cabello rubio —como el de su rey, Felipe II— era producto de un vapor grueso que se levantaba del conocimiento que hace el cerebro al tiempo de su nutrición. Sin embargo, afirmaba Huarte, no era el caso de los alemanes e ingleses, porque su cabello rubio nace de la quema del mucho frío. La belleza es signo de inteligencia, porque es el cuerpo su residencia. “Los padres que quisieren gozar de hijos sabios y de gran habilidad para las letras, han de procurar que nazcan varones”. La ciencia de la época sabía que para engendrar varón se debía procurar que el semen saliera del testículo derecho y entrase en el lado derecho del útero. Luego Huarte da fórmulas precisas para engendrar hijos de buen entendimiento “que es el ingenio más ordinario en España”.
En la Grecia antigua, como dice Aristóteles, se daba por hecho que los pueblos que Vivian más al sur, como el egipcio, eran naturalmente más sabios e ingeniosos que los bárbaros que habitaban en las regiones frías. Alguna vez los rubios germánicos fueron considerados bárbaros, atrasados e incapaces de civilización. Y fueron tratados como tales por los más avanzados imperios de piel oscurecida por los soles del Sur. Lo que demuestra que la estupidez no es propiedad de ninguna raza.
Jorge Majfud
The University of Georgia, octubre 2007.
Leçons de l’histoire
Par Jorge Majfud
Traduit par Gérard Jugant, révisé par Fausto Giudice
Le jour même où Christophe Colomb quittait le port de Palos, le 3 août 1492, expirait le délai accordé aux juifs d’Espagne pour abandonner leur pays, l’Espagne. Dans l’esprit de l’amiral il y avait au moins deux puissants objectifs, deux vérités irréfutables : les richesses matérielles de l’Asie et la religion parfaite de l’Europe. Avec le premier il pensait financer la reconquête de Jérusalem ; avec le second il devait légitimer le dépouillement. Le mot “or” déborda de sa plume comme le divin et sanglant métal déborda des bateaux des conquistadores qui le suivirent.
La même année, le 2 janvier 1492, était tombée Grenade, l’ultime bastion arabe dans la péninsule. 1492 fut aussi l’année de la publication de la première grammaire castillane (la première grammaire européenne en langue “vulgaire”). Selon son auteur, Antonio de Nebrija, la langue était la “compagne de l’empire”. Immédiatement, la nouvelle puissance continua la Reconquête avec la Conquête, de l’autre côté de l’Atlantique, avec les mêmes méthodes et les mêmes convictions, confirmant la vocation globalisatrice de tout empire. Dans le centre du pouvoir il devait y avoir une langue, une religion et une race.
Le futur nationalisme espagnol se construisit ainsi sur la base de la pureté de la mémoire. C’est un fait que huit siècles plus tôt juifs et wisigoths ariens avaient appelé puis aidé les musulmans pour qu’ils remplacent Rodéric et les autres rois wisigoths qui s’étaient battus pour la même purification. Mais celle-ci n’était pas la raison principale du mépris, parce que ce n’était pas la mémoire qui importait mais l’oubli.
Les rois catholiques et les successifs rois de droit divin en finirent (ou voulurent en finir) avec l’autre Espagne, l’Espagne métisse, multiculturelle, l’Espagne où se parlaient plusieurs langues et où se pratiquaient plusieurs cultes et se mélangeaient différentes races. L’Espagne qui avait été le centre de la culture, des arts et des sciences, dans une Europe plongée dans le retard, de violentes superstitions et le provincialisme du Moyen Age. Progressivement la péninsule ferma ses frontières aux différents.
Maures et juifs durent abandonner leur pays et émigrer en Barbarie (Afrique) ou dans le reste de l’Europe, où ils s’intégrèrent aux nations périphériques qui surgirent avec de nouvelles inquiétudes sociales, économiques et intellectuelles. Au sein du pays restèrent quelques enfants illégitimes, des esclaves africains qui ne sont quasiment pas mentionnés dans l’histoire la plus connue mais qui étaient nécessaires pour les indignes tâches domestiques.
La nouvelle Espagne victorieuse s’enferma dans un mouvement conservateur (si je peux me permettre cet oxymore). L’État et la religion s’unirent stratégiquement pour un meilleur contrôle de leur peuple dans un processus schizophrénique d’épuration.
Quelques dissidents comme Bartolomé de las Casas furent confrontés dans un procès public à ceux qui, comme Ginés de Sepulveda, arguaient que l’empire avait le droit d’intervenir et de dominer le nouveau continent parce qu’il était écrit dans la Bible (Proverbes 11:29) que “le fou devient esclave du sage”. Les autres, les soumis, le sont pour leur “lenteur d’esprit et leurs coutumes inhumaines et barbares”.
Le discours du fameux et influent théologien, sensé comme tout discours officiel, proclamait : “[les natifs] sont les gens barbares et inhumains, étrangers à la vie civile et aux coutumes pacifiques, et il sera toujours juste et conforme au droit naturel que de tels gens se soumettent à l’empire et aux nations plus cultivées et humaines, pour que grâce à leurs vertus et à la prudence de leurs lois, ils abandonnent la barbarie et se résolvent à une vie plus humaine et au culte de la vertu”. Et à un autre moment : “[ils doivent] se soumettre par les armes, si par une autre voie ce n’est pas possible, ceux qui par condition naturelle doivent obéir à d’autres et refuser leur empire”.
A cette époque on ne recourait pas aux mots “démocratie” et “liberté” parce que jusqu’au XIXe siècle ils demeuraient en Espagne des attributs du chaos humaniste, de l’anarchie et du démon. Mais chaque pouvoir impérial à chaque moment de l’histoire joue le même jeu avec des cartes différentes. Quoique certaines, comme on le voit, ne sont pas si différentes.
En dépit d’une première réaction compatissante du roi Charles V et des Lois Nouvelles qui prohibaient l’esclavage des natifs américains (les Africains n’étaient pas considérés comme sujets de droit), l’empire, au travers de ses encomenderos*, continua à réduire en esclavage et à exterminer ces peuples “étrangers à la vie pacifique” au nom du salut et de l’humanisation.
Pour en finir avec les horribles rituels aztèques qui régulièrement sacrifiaient une victime innocente à leurs dieux païens, l’empire tortura, viola et assassina en masse, au nom de la loi et du Dieu unique, authentique. Selon le frère de las Casas, une des méthodes de persuasion était d’étendre les sauvages sur un gril et de les rôtir vivants.
Mais pas seulement la torture – physique et morale – et les travaux forcés désolèrent ces terres qui avaient été habitées par des milliers de personnes ; on employa aussi des armes de destruction massive, plus concrètement des armes biologiques. La grippe et la petite vérole décimèrent des populations entières parfois de manière involontaire et d’autres fois de manière délibérée. Comme l’avaient découvert les Anglais au nord, l’envoi de cadeaux contaminés comme des vêtements de malades ou le lancer de cadavres pestilents avaient des effets plus dévastateurs que l’artillerie lourde.
Maintenant, qui a vaincu cet empire qui fut l’un des plus grands de l’histoire ? L’Espagne.
Avec une mentalité conservatrice traversant toutes les classes sociales, qui s’obstinait à la croyance de son destin divin, de “bras armé de Dieu” (selon Menendez Pelayo), l’empire s’effondrait dans son propre passé. Sa société se fracturait et la fracture entre les riches et les pauvres augmentait en même temps que l’empire s’assurait les ressources minérales qui lui permettaient de fonctionner. Les pauvres augmentèrent en nombre et les riches augmentèrent en richesses qu’ils accumulaient au nom de Dieu et de la patrie.
L’empire devait financer les guerres qu’il menait au-delà de ses frontières et le déficit fiscal croissait au point de devenir un monstre difficile à dominer. Les réductions d’impôts bénéficièrent principalement aux classes supérieures qui bien souvent n’étaient pas obligées de les payer ou étaient exemptés d’aller en prison pour leurs dettes et détournements de fonds.
L’État fit faillite plusieurs fois. L’inépuisable source de ressources minérales qui provenait de ses colonies, bénéficiaires des lumières de l’Évangile, n’était pas suffisante : le gouvernement dépensait plus que ce qu’il recevait des terres conquises, et devait recourir aux banques italiennes.
De cette manière, quand beaucoup de pays d’Amérique (celle appelée aujourd’hui Amérique latine) devinrent indépendants, il ne restait plus de l’empire que sa terrible renommée. Le frère Servando Teresa de Mier écrivit en 1820 que si le Mexique n’était pas encore indépendant, c’était par ignorance des gens, qui n’arrivaient pas à comprendre que l’empire espagnol n’était plus un empire, mais le coin le plus pauvre d’Europe.
Un nouvel empire se consolidait, le britannique. Comme les précédents et comme ceux qui viendront, l’extension de sa langue et la prédominance de sa culture seront donc un facteur commun. Un autre sera la publicité : L’Angleterre fit tout de suite écho aux chroniques du frère de las Casas pour diffamer le vieil empire au nom d’une morale supérieure. Morale qui n’empêcha pas des crimes et des violations du même genre. Mais bien sûr, ce qui vaut ce sont les bonnes intentions : le bien, la paix, la liberté, le progrès – et Dieu, dont l’omniprésence se démontre par sa Présence dans tous les discours.
Le racisme, la discrimination, la fermeture des frontières, le messianisme religieux, les guerres pour la paix, les grands déficits budgétaires pour les financer, le conservatisme radical perdirent l’empire. Mais tous ces pêchés se résume en un seul : l’orgueil, parce que c’est cela qui empêche une puissance mondiale de voir tous les pêchés antérieurs. Ou s’il permet de les voir, c’est comme s’il s’agissait de grandes vertus
*L’encomendero était un Espagnol auquel la Couronne d’Espagne avait confié un territoire regroupant plusieurs centaines d’Indiens, l’encomienda.(NdT)
Breve história da idiotice alheia
Esta semana o biólogo James Watson tornou a insistir na antiga teoria da inferioridade intelectual dos negros. Esta antiga teoria foi apoiada no anos 90 por um estudo de Charles Murray e Herrnstein sobre “ethnic differences in cognitive ability” que mostravam gráficos de coeficientes intelectuais claramente desfavoráveis à raça negra. Agora Watson, en passant, propôs a manipulação genética para curar a estupidez, mas não diz se é conveniente curar a estupidez antes de realizar qualquer manipulação genética. Também os nazis — e talvez Michael Jackson — tinham a mesma ideia que Watson. Nem Hitler nem os nazis careciam de inteligência nem de uma alta moral de criminosos. Como recordava um personagem do escritor Érico Veríssimo, “durante a era hitleriana os humanistas alemães emigraram. Os tecnocratas ficaram com as mãos e as patas livres”.
Vejamos duas breves aproximações ao mesmo problema, uma filológica e outra biológica. Ambas ideológicas.
Pelas suas denúncias da opressão dos indígenas americanos, Bartolomé de las Casas foi acusado de doente mental e os seus índios de idiotas que mereciam a escravidão. É certo que as suas crónicas e denúncias foram aproveitadas para acusar um império em decadência por parte da maquinaria publicitária de outro império em ascensão, o britânico. Mas isto é tema para outra reflexão.
Em 1895 o erudito espanhol Marcelino Menéndez Pelayo qualificou Las Casas de “fanático e intolerante” e a Brevíssima História de “monstruoso delírio”. Seu aluno mais célebre, e membro da Real Academia Espanhola, Ramón Menéndez Pidal, foi da mesma opinião. No seu publicitado e extenso livro, El padre Las Casas (1963), desenvolveu a tese da enfermidade mental do sacerdote denunciante ao mesmo tempo que justificou a acção dos conquistadores, como a morte de três mil índios em Cholula a mãos de Hernán Cortés, porque era uma “matança necessária a fim de desbaratar uma perigosíssima conjura que Moctezuma tramava para acabar com espanhóis”. Segundo Menéndez Pidal, Bartolomé de las Casas “era uma vítima inconsciente do seu delírio incriminatório, da sua regra de depravação inexceptuável”. Mas ao regressar a Espanha para denunciar as supostas injustiças contra os índios, “deparou-se com a gravíssima surpresa de que a sua opinião extrema sobre a evangelização do Novo Mundo defrontava-se com outra opinião, também extrema, em defesa da escravidão e da encomienda . Essa opinião era sustentada muito sabiamente pelo Doutor Juan Ginés de Sepúlveda num opúsculo escrito em latim elegante e intitulado Democrates alter, sirve de justis belli causis apud Indos. Uma nota ao pé diz: “Publicado com uma formosa tradução por Menéndez Pelayo em Boletín de la Real Acad. De la Historia, XXX, 1891”. Ginés de Sepúlveda, baseando-se na Bíblia (Provérbios), afirmava que “a guerra justa é causa de justa escravidão […] sendo este princípio e concentrando-se no caso do Novo Mundo, os índios “são inferiores aos espanhóis como as crianças são aos adultos, as mulheres aos homens, os feros e cruéis aos clementes, […] e por fim quase diria como os símios aos homens”. Com frequência Pidal confunde a sua voz narrativa com a de Sepúlveda. “Bem podemos crer que Deus deu claríssimos indícios para o extermínio destes bárbaros, e não faltam doutíssimos teólogos que trazem para comparação os idólatras Cananeus e Amorreus, exterminados pelo povo de Israel”. Segundo o frade Domingo de Soto, teólogo imperial, “pela rudeza dos seus engenhos, gente servil e bárbara está obrigada a servir aos de engenho mais elegante”. Menéndez Pidal insistia na sua tese da incapacidade mental daqueles que criticavam os conquistadores, como “o índio Poma da Ayala olha com olhos maliciosos dominicanos, agostinianos e mercenários, enquanto percebe que franciscanos, jesuítas e ermitões fazem muito bem e não tomam esmola de prata”. Segundo Pidal, isto devia-se ao facto de que “a esses índios pre-históricos, vindos da idade neolítica, não era possível não era possível atraí-los com a Suma Teológica de S. Tomás de Aquino e sim com Florinhas Espirituais do Santo de Assis”.
Na sua intenção de demonstrar a enfermidade mental do denunciante, Pidal depara-se com indícios contrários e resolve, pelo seu lado, uma regra psicológica que arruma tudo; “o paranóico, quando sai do tema dos seus delírios, é um homem extremamente normal”. A seguir; “Las Casas é um paranóico, não um demente ou louco em estado de inconsciência. Sua lucidez habitual faz com que a sua anormalidade seja caso difícil de estabelecer e graduar”. O que equivale a dizer que era tão inteligente que não podia raciocinar correctamente, ou por sua lucidez via ilusões. Bartolomé de las Casas “vive tão ensimesmado num mundo imaginário que se torna incapaz de perceber a realidade externa, que é a transbordante energia desenvolvida pela Espanha nos descobrimentos geográficos”. Uma confissão significativa: “Las Casas teria sido, dada a sua extraordinária actividade, um excelente bispo em qualquer diocese da Espanha, mas a sua condição mental impedia-o de desempenhar correctamente um bispado na Índias”. Daqui deduzem-se duas possibilidade: (1) a América tinha um efeito mágico-narcótico em algumas pessoas ou (2) os bispos da Espanha eram paranóicos como de las Casas mas por serem maioria eram tidos como normais.
Esta ideia de atribuir deficiências mentais ao adversário dialéctico renova-se e estende-se em livros sobre a América Latina publicitados maciçamente, como oManual del perfecto idiota latinoamericano (1996) e El regreso del idiota (2007). Um dos livros objecto de suas zombarias, Para leer al pato Donald (1972) de Ariel Dorman e Armand Mattelart, parece contestar esta posição a partir do passado. O discurso das historietas infantis de Disney consistem em que, “não havendo concedido aos bons selvagens o privilégio do futuro e do conhecimento, todo saqueio não parece como tal uma vez que extirpa o que é supérfluo”. O roubo é duplo, quase sempre coroado por um happy ending: “Pobres nativos. Como são ingénuos. Mas se eles não utilizam o seu ouro, é melhor levá-lo. Em outra parte servirá para algo”.
Sócrates ou Galileu puderam fazer-se passar nos néscios, mas nenhum daqueles néscios que os condenaram puderam fingir inteligência. Isso na teoria, porque como dizia Demócrito, “o que admoesta um homem que se crê inteligente trabalha em vão”.
Em Examen de ingenios para las ciencias (1575), o médico Juan Huarte compartilhava a convicção científica da época segundo a qual o cabelo louro — como o do seu rei, Felipe II — era produto de um vapor grosso que se levantava pela força da inteligência. Contudo, afirmava Huarte, não era o caso dos alemães e ingleses porque o seu cabelo louro nasce da queima do excesso de frio. A beleza é sinal de inteligência, porque é o corpo a sua residência. “Os pais que quiserem gozar de filhos sábios e de grande habilidade para as letras hão de procurar que nasçam varões”. A ciência da época sabia que para engendrar varão devia-se procurar que o sémen saísse do testículo direito e entrasse no lado direito do útero. A seguir Huarte dá fórmulas precisas para engendrar filhos de bom entendimento “que é o engenho mais ordinário na Espanha”.
Na Grécia antiga, como diz Aristóteles, dava-se como assentado que os povos que viviam mais ao sul, como o egípcio, eram naturalmente mais sábios e engenhosos que os bárbaros que habitavam nas regiões frias. Houve época em que os louros germânicos foram considerados bárbaros, atrasados e incapazes de civilização. E foram tratados como tais pelos impérios mais avançados de pele escurecida pelos sois do Sul. O que demonstra que a estupidez não é propriedade de nenhuma raça.
Jorge Majfud
(*) Jorge Majfud, escritor uruguaio e professor da Universidade da Georgia, EUA.