Farenheit 451: Arizona y los traficantes de libros prohibidos, por Merrit Wuchina

Hace más de cinco años, a medianoche, en un callejón oscuro detrás del Centro de Convenciones George R. Brown de Houston, Texas, una camioneta negra se detiene en una esquina. Un hombre con campera de cuero y anteojos oscuros salta afuera y agarra una pila de grandes cajas de cartón que esperan en el muelle de carga. Sus cómplices lo ayudan, con sigilo, a cargar el pesado botín en el baúl.

“Hey, Tony”, pregunta una mujer, mientras le alcanza una caja. “¿Qué vamos a decir si aparece la cana y nos pregunta qué estamos haciendo?”.

“Bueno, les diré que sólo somos un montón de librotraficantes”, replica Tony, riendo. Abre la caja y pasa los dedos por los lomos: Like Water for Chocolate (Como Agua para Chocolate), The Devil’s Highway (El Camino del Diablo),Curandera, The House on Mango Street (La casa en Mango Street).

“Y les diré que estamos haciendo algo peligroso –compartir las obras de escritores y poetas latinos”.

***

El nombre completo del hombre es Tony Diaz, un escritor y profesor de Houston, que tomó su primer riesgo literario en 1988. Pese a que le dijeron que “los latinos no leen”, comenzó Nuestra Palabra: Los Escritores Latinos Diciendo lo Suyo, una organización sin fines de lucro que albergó a 30.000 pesonas en el tercer Edward James Olmos Latino Book and Family Festival, creando el más grande evento literario realizado jamás en Houston –la cuarta ciudad más poblada de los Estados Unidos. Desafortunamente, esa mega feria literaria se acabó después de la recesión de 2008. Desde entonces, la organización se concentró en firma de libros, lecturas de poesía y talleres.

Con todo, fue en una de esas mega ferias, celebradas entre 2002 y 2008, donde Díaz conoció a la periodista multimedia Liana López. Le pidió que se ocupara de manejar las lecturas de autor, las actuaciones de bandas y los paneles de debate. Las ferias de libros eran grandes y excitantes, pero al final del día, López, Días y los voluntarios de Nuestra Palabra se ocupaban de la menos glamorosa tarea de cargar los paquetes de libros en camionetas. Es allí que empezaron a bromear sobre ser traficantes de libros.

Por entonces, Díaz también conducía un programa de radio semanal para Nuestra Palabra en 90.1 FM KPFT-Houston. Invitó a López a unírsele en el aire con su coproductor Bryan Parras, activista y periodista. Durante años, Parras había estado trabajando con el Foro Social de los Estados Unidos, una caravana de autobuses que va de Oklahoma a Detroit para presentar una multitud de plataformas de justicia social. Eventualmente, López se unió a Parra en la caravana y ayudó a encontrar lugares para que los activistas durmieran y comieran en el camino.

Cuando los comentaristas políticos propusieron construir un muro en la frontera entre los Estados Unidos y México, el grupo reaccionó con una parodia. Comenzaron a llamarse “Mexican Minutemen” y reclamaron seguridad en la frontera entre los Estados Unidos y Canadá. Emitieron comunicados de prensa, hicieron carteles y organizaron una protesta frente al consulado canadiense.

Lo que jamás imaginaron era que en 2012 terminarían empacando libros prohibidos: Like Water for Chocolate,The Devil’s Highway,Curandera y House on Mango Street. Esta vez, no se trataba de llevarlos a un evento literario: formaban parte de una red de bibliotecas clandestinas en ciudades que iban de Houston, Texas, a Tucson, Arizona.

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El programa de Estudios México-Americanos del Tucson Unified School District (TUSD) era único. Con un enfoque alternativo, enseñaba la historia de los Estados Unidos a través de la lente de la literatura latina y chicana. Libros como Critical Race Theory de Richard Delgado y otros materiales que usualmente no se ofrecen sino en la universidad formaban parte del curriculum. Los estudiantes inscriptos en el programa se vanagloriaban de una tasa de graduación del 93 por ciento –casi el doble del promedio nacional para estudiantes latinos.

Sin embargo, el programa cayó bajo el fuego de los legisladores de Arizona. En mayo de 2010, el Fiscal General de Arizona, Tom Horne, presentó la HB 2281, que llamaba a eliminar los cursos de estudio étnicos que “promueven el derrocamiento del gobierno de los Estados Unidos, el resentimiento hacia una raza o una clase de personas (y) están diseñados principalmente para estudiantes de un grupo étnico en particular”. Un año más tarde, TUSD pidió una auditoría independiente de su programa de Estudios México-Americanos. La auditoría concluyó que el programa se adecuaba a la ley.

Sin embargo, al distrito escolar no le bastó. El 6 de enero de 2012, el superintendente John Huppenthal anunció que el distrito perdería 15 millones de dólares de financiamiento si no cumplía con HB 2281 y retiraba su programa de Estudios México-Americanos. Cuatro días más tarde, el consejo escolar de TUSD votó suspender el programa y ordenó que todos los libros y materiales asociados con él fueran retirados de los salones de clases.

Oficiamente, los administradores anunciaron que siete libros habían sido quitados durante la jornada escolar, empaquetados y puestos en un depósito por un período indefinido. Libros como la Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire y Critical Race Theory de Richard Delgado fueron “confiscados”. Sin embargo, con la eliminación del programa, más de cincuenta libros de éste fueron prohibidos a maestros y estudiantes. Entre ellos, títulos de escritores latinos y chicanos como Sandra Cisneros, Junot Díaz y Carmen Tafolla. Incluso textos de escritores no latinos, como  Shakespeare, Thoreau y Howard Zinn no podían ser enseñados o referidos en el contexto racial o de la historia mexicano-americana.

Los estudiantes contaron que los libros les fueron quitados de las manos durante la clase y relacionaron la experiencia con la Alemania nazi. Algunos dijeron haber tenido pesadillas, otros no podían dormir. En la Chaolla High School, más de un centenar realizaron una marcha hasta la sede de TUSD, a cinco millas, en reclamo e respuestas. El supervisor de los Estudios Étnicos, Dra. Lupita Garcia, replicó: “Este país es Norteamérica. Si vivieran en México… estudiarían historia mexicana”.

Tony Diaz señala la ironía de esa declaración: “Los estudiantes son estudiantes norteamerianos. [Los estudios mexico-americanos] son la historia de Norteamérica”. Otra ironía es que, hasta ahora, TSUD no ha dejado de enseñar historia europea.

Un día después de que la prohibición entrara en efecto, un juez federal dictaminó que los estudiantes podían demandar al Estado y cuestionar la constitucionalidad de la ley. El profesor de Historia Lorenzo López y su hija, la estudiante de segundo año KorinaLópez, son los demandantes en la causa contra el Estado que argumenta queHB 2281 viola sus derechos, según lo establecido en Primera Enmienda.

En una semana, los libriso que alguna vez fueron el corazón de un programa riguroso se tornaron invisibles. Los estudaintes estaban ansiosos por un cambio, pero tenían poco poder contra el sistema.

Pero, a 900 millas, en Houston, sus gritos de auxilio fueron escuchados.

***

Después de que los libros fueron confiscados en Tucson, Tony Diaz y Bryan Parras filmaron un video para Librotraficante frente al garage de Díaz en Houston y anunciaron su decisión de actuar.

“Mi nombre es Tony”, dice en el video, en el que viste un saco y anteojos oscuros, parado frente a una van negra.

“Puede que usted haya oído que Arizona tuvo la audacia de prohibir los estudios latinos”. El baúl de la van aparece lleno de cajas y títulos como “La breve y maravillosa vida de Oscar Wao”, de Junot Díaz.

“Bien, estoy aquí para introducir unas pocas palabras en el léxico de Arizona”.

Tony levanta su puño derecho, desafiante.

“Primera frase: Librotraficante. Yo y mis camaradas librotraficantes estaremos contrabandeando libros hacia Arizona esta primavera (boreal) de 2012”.

El movimiento Librotraficante comenzó el 16 de enero (de 2012), cuandoBryan Parras leyó un artículo sobre los hechos de tucson. Inmediatamente envió un tuit convocando a todos los LibroTraficantes: “Los LT se dirigen a Tucson c/más libros prohibidos de los que la ‘Policía del Pensamiento’ puede manejar. Sigan sintonizados…” También envió la noticia a Diaz y Lopez, que la enviaron a sus amigos, y así siguiendo. Pronto, la historia giraba por toda la red.

Mientras tanto, en San Antonio, la poeta y escritora chicana Carmen Tafolla seguía las noticias sobre Tucson y leía las reacciones de sus amigos en Facebook. Entonces, recibió una llamada que la sacudió.

“Estás en la lista, ¿sabés’”, le contó otro escritor, “por Curandera”.

Tafolla fue hasta su biblioteca y extrajo la colección de poemas que había escrito casi treinta años antes. Estaba programada para su republicación en septiembre. “Si yo fuera administradora de escuelas”, pensó, “¿cómo leería esto?”. Así que, con ojos críticos y lentamente, Tafolla releyó su propia obra, buscando cualquier rastro de material ofensivo.

Abrió en su pieza de ficción “Quality Literature”, en la que un estudiante pregunta a su profesor si puede escribir un ensayo sobre un autor chicano. El profesor replica: “la literatura chicana simplemente no tiene calidad… ¡Ni siquiera ha sido reseñada por la PMLA!”

“Sabés qué”, se dijo. “Los administradores de Tucson ni siquiera leyeron los libros”.

Volvió a Facebook. Al ver el alerta en el muro de Diaz con las historias de Arizona, replicó: “¿Y ahora qué? ¿Significa que tengo que contrabandear mis libros a Arizona en una bolsa de papel marrón?” (NdT: como la utilizada para ocultar las botellas de licor).

Diaz respondió a su pregunta en un video de Librotraficante: “Segunda Frase: Libros [Espaldas] Mojados (NdT: el juego de palabras tiene sentido en inglés. “Espaldas mojadas”, como se llamaba a los inmigrantes mexicanos y “Libros”). Hay libros que contrabandearemos ilegalmente a través de la frontera para que sean utilizados en clases clandestinas en los que realizaremos los estudios literarios latinos”.

Diaz saca Woodcuts of Women (Graados de Mujeres), de Dagoberto Gilb.

“Una dosis letal de Dagoberto Gilb te está llegando, Arizona”.

***

Junto con otros dos colegas, Lupe Mendez y Laura Acosta, el grupo comenzó a planear una Caravana Librotraficante, no diferente a las del Foro Social de los Estados Unidos que Parras y Lopez habían ayudado a organizar. La caravana fue una extensión del trabajo del equipo, durante 14 años, en Nuestra Palabra y los once años que pasaron en su programa de radio. A través de ambos proyectos, los Librotraficantes ya tenían una red informal de escritores latinos en todo el país.

Arrancando el 12 de marzo de Houston, Texas, la caravana pasaría por todas las ciudades del sudoeste –San Antonio, El Paso, Mesilla y Albuquerque– antes de llegar a Tucson el 16 de marzo. En esas ciudades, planeaban distribuir un juego completo de todos los libros prohibidos y otra literatura multicultural a organizaciones locales sin fines de lucro en un esfuerzo por crear “librerías clandestinas”. En cada ciudad, el grupo lideraría lecturas de los autores prohibidos, como Sandra Cisneros, Luis Alberto Urrea y Carmen Tafolla.

Después de emitir un comunicado de prensa, recibir la atención del Huffington Post, el New York Times, la CNN y Democracy Now!, y contactar con amigos y familia, el grupo reunió a 35 personas que acordaron viajar con ellos en el autobús durante una semana.

Hasta que comenzara, el grupo pasaba de sus trabajos al comedor de Lopez, que habían convertido en una improvisada sala de reuniones con pizarrón y proyector. Recibieron 1.000 libros, por valor de unos 20.000 dólares. Pero para lanzar la Caravana, estimaban que necesitarían 80.000$. Recibieron otros $15,000 en donaciones.

Durante las reuniones, discutían sus motivos para formar la Caravana. “Los estudiantes lo valen”, relató Lopez. “Tony y yo fuimos los primeros de nuestras familias en graduarnos en la universidad… Para un montón de latinos, atravesar la escuela secundaria es un desafío”.

“Si cosas como esta podían pasar en Tucson, donde tenían un programa sólido, bien establecido, ejemplar, durante años, con todo el apoyo de la comunidad, entonces podían pasar en cualquier parte”, decía Tafolla.

Pese a la significación del proyecto, el group también tenía sus temores respecto de comenzar la Caravana. Se preguntaban si los estudiantes de Tucson aceptarían su ayuda, si poner sus ideas en acción sería tan fácil como hablar al respecto, o si su enojo las arruinaría. Pero, al final, sus máximas personales sonaban verdaderas.

“Las leyes pueden fallarnos, pero podemos siempre recurrir al arte y empujar”, dijo Diaz.

“Si alguien iba a hacer algo, nosotros teníamos el poder de hacerlo”, dijo Lopez.

***

A las diez de la mañana del 12 de marzo, la Caravana Librotraficante comenzó con una despedida en Houston, Texas. Un centenar de personas se reunieron fuera de Casa Ramirez, una tienda mexicana propiedad de Mariano Ramírez, que alguna vez había marchado con César Chavez. Los manifestantes portaban carteles hechos por la autora de libros infantiles Marie Elena Cortez, que decían: “Los legisladores de Arizona  trataron de borrar nuestra historia, así que estamos haciendo más!” ; “Todo Arte es Ruptura” ; “Sólo el Arte Puede Salvarnos” ; “Tenemos un sueño… libros libres (NdT: “free” es “libres”, pero también “gratuitos”) para todos!”

En una carpa frente a la tienda, Tony Diaz se paró, micrófono en mano, detrás de una mesa cubierta con pan dulce, frutas y dulces mexicanos.

Entre los manifestantes había íconos de la comunidad como los activistas por los derechos de los inmigrantes María Jimenez y Pancho Claus, un hombre vestido con un traje Zoot rojo que entrega juguetes a los niños latinos en Navidad. Un conductor del canal de noticias Fox 26 entrevistó a los organizadores y ganaron un espacio en TV. Cuando el bus partió, la multitud lo ovacionó y corrió detrás suyo, deseando buen viaje a sus treinta y cinco librotraficantes.

La Caravana Librotraficante llegó a San Antonio para un mitín y una lectura frente al Alamo. Una audiencia de turistas, estudiantes, seguidores con posters, políticos, escritores, periodistas y hasta roqueros punk con cortes de pelo Mohawk se pararon a su alrededor para ver a poetas como Lorna Dee Cervantes contando su experiencia. Bryce Milligan de Wings Press estaba allí, con una donación de 200 libros de Curanderas, cuya fecha de publicación había sido coordinada para que los libros pudieran unirse a la caravana.

También Carmen Tafolla estaba entre la audiencia. Aunque había ayudado a Díaz a organizar el evento en el Centro Cultural Guadalupe, previsto para esa noche, no planeaba hablar. Tafolla había contraído una infección respiratoria y su médico le recomendó silencio total si no quería perder la voz.

“Hemos prohibido a nuestros autores… contrabandistas, como Carmen Tafolla”, dijo Díaz, mientras exhibía su libro prohibido Curandera y le pasaba el micrófono.

En ese momento, Tafolla no tenía idea de qué iba a decir, pero sabía que tenía que hablar.

“Un abrazo a todos aquí, porque están haciendo la tarea de la democracia”, dijo. La multitud la ovacionó. “Están haciendo la tarea sobre la que este país fue supuestamente construído”.

Algunos de los turistas del Alamo habían venido a escuchar a los oradores, pero la historia que escucharon no era la típica de los libros de la historia de los Estados Unidos. Era la historia presentada en Occupied America, Rethinking Columbus y otros libros chicanos. La multitud escuchó cómo el Alamo, el “santuario de la Libertad de Texas”, fue una vez parte de Mexico, y cómo los méxicanos-americanos como Tafolla no habían migrado ilegalmente a los Estados Unidos –en verdad, sus ancestros era nativos de la tierra antes de que fuera considerada Texas o Mexico.

“Volví a leer mi libro”, dijo Tafolla. “Hablaba sobre paz, sobre acabar con las guerras, sobre estar orgullosos de quienes somos como seres humanos. Hablaba del hecho de que la historia de San Antonio no empezó con ese edificio”, señaló al Alamo detrás suyo. “La historia de San Antonio comenzó 3.000 años antes, tal vez más”.

Tafolla también leyó en el Centro Cultural Guadalupe más tarde ese día y terminó sin voz por dos semanas, pero le da orgullo decir que valió la pena.

Luego, la Caravana emprendió su camino hacia El Paso, donde ofreció una lectura en el Mercado Mayapan en la histórica Chinatown de la ciudad. El barrio surgió en la década de1880 y alguna vez fue habitada por inmigrante mexicanos, anglos y chinos.

Pero luego de la lectura, hubo un pequeño problema.

“Tony, ¿donde vamos a dormir?”, preguntó uno de los pasajeros.

“Sabés –dijo—que hay chicos de 18 años que están demandando al estado de Arizona mientras van al colegio y trabajaban medio turno, por no hablar de tratar de mantener una relación con alguien y de ser chicos, y vos te parás ahí y me preguntás dónde va a dormir tu culo de clase media?”

El grupo decidió gastar en un hotel por esa noche. Parecía un precio pequeño que pagar, considerando lo que iban a recibir de escritores durante la Caravana. En San Antonio, Sandra Cisneros los había recibido en su casa y les había dado de comer. En Mesilla, Nuevo Mexico, Denise Chávez les dio dinero y coimda. Y Rudolfo Anaya les dio la bienvenida en su casa, dijo una plegaria por ellos y hasta les dio unos shots de tequila.

Finalmente, el grupo llegó a la soleada Tucson el 16 de marzo por la tarde. Carteles empapelados con caras rubias, sonrientes, de ojos azules se cernían sobre la ciudad repleta de restaurantes mexicanos y negocios de artesanías “coloniales”. En las calles, gente de diversos orígenes étnicos –negros, latinos, blancos—pululaban vestidos con el color verde del Día de San Patricio. En el John Valenzuela Youth Center, los Librotraficantes fueron recibidos por estudiantes y alumnos del Distrito Escolar Unificado de Tucson para una conferencia de prensa.

Acarreadores de libros llevaron más de mil libros a un centro juvenil, creando la primera “biblioteca underground” de Tucson. Mientras tanto, otros los entregaban a chicos por la calle desde la ventanilla de un low rider. Miembros de la Asociación Raza de Educadores de Los Angeles, California, trajeron un poco de arte callejero de LA a Tucson. Colgaron posters, pintados con spray de la obra Borderlands/La Frontera de Gloria Anzaldúa y la Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire.

En un taller para cien estudiantes y cien maestros, Bryan Parras dio una clase del Teatro de los Oprimidos, Tony Díaz habló sobre sus prácticas de enseñanza de literatura latina, la autora Diana López dio una clase sobre cómo usar la antología Hecho en Tejas en una clase, y escritores prohibidos como Dagoberto Gilb compartieron sus experiencias. Al final de la sesión, cada maestro recibió una copia de Curandera, de Carmen Tafolla.

La Caravana ofreció su última Exhibición Literaria o, como se refirió a ella Díaz, una noche de “Prosa Que Te Cambia la Cabeza”, en la Universidad de Arizona.

Lorna Dee Cervantes leyó uno de sus poemas incluído en el libro prohibido Divisiones Infinitas (Infinite Divisions: An Anthology of Chicaca Literature), y de poetas como Orlando Ramírez y Sherman Alexie, cuyo trabajo también está incluído en antologías prohibidas.

La líder de la Caravana Liana Lopez se puso de pie para leer “Loose Woman”, un poema de Sandra Cisneros.

Por supuesto, no hubiera sido una noche “que te cambia la cabeza” sin la “dosis letal” que Díaz prometió a Arizona tres meses antes en su video –una dosis de Dagoberto Gilb. Desde un teléfono celular verde, que Gilb llamó, jocosamente, su “iTechAztec”, leyó no uno de sus propios poemas sino uno de Abelardo Lalo Delgado, llamado “América Estúpida”, que es parte de la antología prohibida Cantos al Sexto Sol.

“Stupid America,” leyó Gild, “remember / that Chicano / flunking math and English / he is the Picasso / of your western states / but he will die / with one thousand / masterpieces / hanging only from his mind.”

(“América Estúpida/ recordá/ aquel Chicano/ que reprobó matemática e inglés/ es el Picaso/ de tus estados del Oeste/ pero morirá/ con mil/ obras maestras/ colgando sólo de su mente”)

***

Puede que la literatura latina en Arizona esté en cajas, pero los escritores, poetas y activistas que están detrás de los libros están saltando hacia afuera de las páginas. En lugar de desaparecer, estas voces se han vuelto más visibles, haciéndose escuchar de maneras y en lugar que nunca antes habían considerado.

Según Díaz, “ahora es la tarea de nuestra gente unirse y luchar en nombre de todos los norteamericanos para preservar el más esencial de los valores de norteamérica: la Libertad de Expresión. Debemos desafiar la censura”.

Para resistir la censura, Díaz prevé que Librotraficante se convierta en más que una lucha contra Tucson, en un movimiento nacional para promover la enseñanza de estudios étnicos. Ya ha propuesto un diplomado en estudios de Librotraficante.

“Es nuestro trabajo como artistas inspirar y dar instrumentos a nuestros estudiosos para cuantificar nuestra historia”, dijo Díaz. Propone un estudio de la historia a través de una “Demografía Cuántica”, o un estudio del multiculturalismo con la visión de que la historia se construye a partir de una serie de puentes culturales –como los hay entre los inmigrantes mexicanos, chinos e irlandeses en el Chinatown de El Paso—y no sólo un hilo singular de la historia de un grupo.

Desde que se hizo la Caravana, el movimiento Librotraficante ha recibido apoyo del Houston Chronicle y una cobertura en profundidad del Texas Observer. Un columnista del New York Times escribió también sobre la política de Arizona de censurar preguntas sobre raza. Un documental sobre el programa de Estudios México-Americanos de Tucson, llamado Precious Knowledge (Conocimiento Precioso)  se lanzó al aire en Independent Lens, de PBs, el 17 de mayo. Hasta el Daily Show (NDT: popular programa de humor politico progresista) ha satirizado la situación, con una entrevista al consejero escolar de TUSD, Michael Hicks.

En tanto, mientras las copias de Curandera de la escuela esperan reuniendo polvo en Tucson, Carmen Tafolla fue declarada Poet Laureate (Poeta Laureada) en la cámara del concejo de la ciudad de San Antonio. La decisión fue tomada independientemente de los hechos en Tucson (Tafolla estaba entre 16 nominados por miembros de la comunidad de San Antonio y fue elegida en forma unánime por un comité nacional de poetas), pero resultó justó que fuera a la vez prohibida y honrada por su trabajo.
Tafolla quiere usar el título para mejorar el futuro. “Creo que podemos evitar que ocurra (en San Antonio)”, dijo. “Creo que también puedo usar mi voz para llegar a una audiencia nacional. Daré un discurso en la American Library Association en junio (de 2012) sobre la prohibición. Creo que el rol del Laureado da crédito al hecho de que escritores con calidad e ideas humanísticas están siendo prohibidos porque son México-americanos o parte del programa de Estudios México-Americanos”.

“Recuerdo cuando nuestro primer donante nos dio 100 dólares”, recuerda Lopez. “Dijo: ‘no estaba realmente segura de que lo lograrían’”. Después de apoyar y ver a sus colegas llegar a seis ciudades, reunir a varios grupos sociales y de activistas, leer sus trabajos e incluso escribir sus propias poesías por primera vez, Lopez ve un gran desarrollo personal. “Ha vuelvo a la gente mucho más segura respecto de una obra de la que no había estado muy segura antes”.

Con un nuevo título académico en preparación, atención de los medios nacionales y miles de libros en bibliotecas clandestinas en todo el Sudoeste, es difícil creer que la lucha de los Librotraficantes contra la censura comenzó como nada más que una broma entre amigos mientras cargaban cajas después de una feria literaria.

 

http://www.elpuercoespin.com.ar/2012/07/09/farenheit-451-arizona-y-los-traficantes-de-libros-prohibidos-por-merrit-wuchina/

 

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Civilización y barbarie

Civilización y barbarie/nosotros y ellos

Ángel Gavinet, en Idearium español (1897), decía que “un ejército que lucha con armas de mucho alcance, con ametralladoras de tiro rápido y con cañones de grueso calibre, aunque deja el campo sembrado de cadáveres, es un ejército glorioso; y si los cadáveres son de raza negra, entonces se dice que no hay tales cadáveres. Un soldado que lucha cuerpo a cuerpo y que mata a su enemigo de un bayonetazo, empieza a parecernos brutal; un hombre vestido de paisano, que lucha y mata, nos parece un asesino. No nos fijamos en el hecho. Nos fijamos en la apariencia” (39).

La observación de aquel lejano español, entre otras cosas, nos recuerda la precariedad de la máxima que afirma que “la historia nunca se repite”. Bien, no sin cierto optimismo podemos afirmar que la historia progresa (y retrocede); pero en un plano de lectura quizás más profundo, la historia siempre se repite a sí misma en diferentes versiones. Cada momento de un pueblo, de un individuo, es un remake de otros pueblos, de otros individuos. Quizás estamos viviendo la vida de nuestros antepasados, con las mismas ilusiones y las mismas obsesiones, sin advertirlo porque creemos pertenecer a mundos totalmente diferentes, no sólo tecnológicamente mas avanzados, sino que con alguna frecuencia nos jactamos de haber superado los prejuicios y los errores de nuestros abuelos.

En un área más especifica, podemos observar una actitud psicológica y cultural que se repite de forma subyacente en la narrativa geopolítica actual. Cuando alguien perteneciente a una cultura extraña y ajena comete un acto de barbarie, normalmente se deduce que su cultura, los valores en las cuales creció ese individuo, son los principales responsables. O cuando un futbolista uruguayo en Inglaterra llama “negro” a otro futbolista en el medio de la pasión de un juego de fútbol, los comentaristas profesionales se descargan, de forma masiva, con acusaciones sobre todo un país, afirmando (y demostrando hipocresía o una profunda ignorancia, en el mejor de los casos) que “Uruguay es el país más racista del mundo”, como lo hiciera recientemente un famoso periodista y político británico.

Pero cada vez que alguien que perteneciente a la cultura noroccidental, a la elite de los civilizados, comete un acto de barbarie, como el que perpetuó la matanza en Arizona en 2011 o el neonazi que unos meses más tarde masacró a decenas de noruegos en un campamento, inmediatamente se delimitan los campos semánticos y se atribuyen todas las responsabilidades del acto a los individuos, a los que se carátula como psicópatas. Esta carátula clásica tiene el poder casi mágico de cerrar cualquier caso y poner a toda una sociedad al resguardo de una crítica indeseada, a la que se neutraliza con otros estigmas semánticos como “antipatriota”, “relativista” o, lisa y llanamente “idiota”, arma preferida de los reaccionarios que no soportan argumentos diferentes a los suyos.

La reciente actitud de los soldados norteamericanos orinando sobre combatientes muertos revela todo el desprecio, el desprecio en su límite extremo, por la dignidad de la vida y de la muerte ajena. Por supuesto, sería una locura responsabilizar a toda la cultura noroccidental de semejantes valores.

No parece locura, en cambio, cuando hablamos de la periferia salvaje, bárbara, sin valores humanos, habitada por masas sin nombre, por locos que se hacen matar sin una buena razón, por analfabetos que hablan una lengua defectuosa, por pueblos que no alcanzan a entender lo que es la verdadera libertad, la verdadera democracia y los verdaderos Derechos Humanos, a pesar de todos los esfuerzos que hemos hecho por enseñarles. Entonces, los repudiables actos de barbarie de otros pueblos diferentes a nuestra civilización noroccidental no se limitan a los individuos y los grupos que lo cometieron, sino a toda su cultura y a toda su religión defectuosa. Lo que de paso, justifica más violencia y confrontaciones contra los futuros invasores.

Afortunadamente, tanto en noroccidente como en suroccidente y en el resto de las civilizaciones todavía vivas, esta percepción del mundo, que apoya y justifica otros crímenes de odio, no es unánime. Quizás ni siquiera sea una pandemia, pero esta muy próxima a ser una epidemia si no se actúa con urgencia. Por ahora, uno de los remedios que en ocasiones tiene algún efecto preventivo, es la crítica radical.

Cada vez que alguien dice que un idioma tiene reglas y excepciones, asume que las excepciones no tienen regla. Los lingüistas saben que hasta los fenómenos más absurdos e irregulares funcionan según reglas, aunque sean reglas más complejas o más difíciles de comprender. Lo mismo pasa con la cultura general. Uno no puede ser responsable por lo que hacen los demás; uno no puede ser responsable por un crimen o una violación que cometió alguien en nuestra ciudad. Pero creer que con la identificación y el castigo del criminal se sanea una cultura en una determinada sociedad que experimenta la violencia en un determinado grado de regularidad, es perpetuar el problema, es negar, por un acto de cobardía moral o intelectual, que la cultura a la que pertenecemos tiene algo que ver con ese o aquel crimen que nos horroriza. Esta cobardía, esa carencia de crítica (hipo-crítica) es parte de la enfermedad cultural desde el momento en que la permite o, por lo menos, se niega a enfrentarla.

Éste es el caso, sólo como ejemplo, de los soldados norteamericanos orinando sobre los cadáveres de combatientes enemigos en Afganistán.

Jorge Majfud

majfud.org

Jacksonville University.

Critica (Chile)

Milenio (Mexico)

 

«La ciudadanía cultural y las leyes ‘Greaser’ del siglo 21»

English: Great Seal of The State of Alabama

Por Bruce Campbell

 
Los latinos están desapareciendo de las escuelas públicas, de las cocinas de los restaurantes, de las obras de construcción, y de los sembrados del estado de Alabama.

Se alegran los nativistas, xenófobos, racistas, y activistas y legisladores del Partido Republicano que apoyan la nueva legislación dura (HB 56) que toma por blanco a los migrantes indocumentados.

La huída de miles de latinos del estado a pesar de su estatus legal no es una consecuencia imprevista de la legislación – es precisamente su objetivo.  Como Lindsey Lyons, el alcalde de Albertville, Alabama, lo dijo en una entrevista con National Public Radio: «Vamos a ver un éxodo de los que se mudan a otros estados que no contemplen semejante legislación.»  El objetivo no es la reforma al sistema de inmigración; el objetivo es hacer que la población latina creciente se vaya.

Para los autores y para quienes apoyan la ley, el estado de Alabama está viviendo una fantasía que han promovido y han deseado ver puesta en escena al nivel nacional.  De modo importante, la fantasía de una población latina que se pierde de vista no es una fantasía estrictamente legal.  Se trata, de hecho, de un proyecto cultural, y tiene una larga historia.

Cultura, Poder, Ilusión
¿Cómo hacer que decenas de millones de latinos desaparezcan de la esfera pública nacional? Es un truco espectacular, comparable al truco del ilusionista David Copperfield cuando hizo desaparecer la Estatua de la Libertad frente a un público televisivo.  La decepción de Copperfield en 1983 se hizo bajo el cubierto de la oscuridad y usando una manipulación estratégica de la perspectiva del público. Las artimañas que buscan la invisibilidad relativa de los latinos en los Estados Unidos se llevan a cabo en plena luz y recurriendo a manipulaciones retóricas y medidas legislativas.

A estas alturas, nos es bastante familiar la retórica. La asociación constante, tocada como tambor por los nativistas anti-inmigrantes, entre los términos «ilegal» y «mexicano» y «inmigrante,» amplificada y reproducida por los medios masivos y en el discurso demagógico político, ha creado una nube semántica que oscurece la presencia, en plena vista, de diversos millones de latinos en la vida pública de los Estados Unidos.

El dueño de un restaurante en el vecindario donde vivo en Minneapolis, un hombre que había emigrado (legalmente) de Ecuador, me relató una experiencia que tuvo mientras tomaba un paseo veranal con su hijo. Fue interrogado por la policía, y la suposición pertinaz de los oficiales de policía fue que el ecuatoriano era mexicano, y al parecer creían también que había entrado a los Estados Unidos ilegalmente.

«Soy de Ecuador,» me dijo, «pero sólo podían ver a un mexicano ilegal.» La Estatua de la Libertad, se podría decir, se esfumó frente a sus propios ojos.

La ilusión pública en este caso resulta de mensajes culturales que niegan a los latinos su ciudadanía cultural – es decir, el derecho de ser diferente y de contribuir con esa diferencia al proceso público.  Teóricamente, todos los ciudadanos son iguales bajo la ley.  Sin embargo, en la práctica las normas culturales públicas están estructuradas por una jerarquía implícita de valores y privilegios que eleva a algunos ciudadanos por encima de otros.

Piense de cómo en una reunión pública el ciudadano que habla un inglés acentuado con una fonética no inglés podría conllevar menos autoridad moral con su audiencia que el locutor nativo hablante del inglés, a pesar de ser igualmente inteligibles y poseer los mismos derechos legales los dos. O piense de cómo un hombre que lleva un dashiki del oeste de África podría parecer, para muchas personas de un público estadounidense, un extranjero.  Las jerarquías de raza, clase social, género, y hasta edad se reflejan en el reconocimiento, o negación, de la ciudadanía cultural plena de diferentes grupos sociales.

Las marcas de las diferencias culturales en el cuerpo político pueden ser, y frecuentemente son, convertidos en signos de estatus de ciudadano de segunda clase.  Esta es una encrucijada importante de la cultura y la política en los Estados Unidos (igual que en otros países), un nexo de lo cultural y lo político que se aprovecha activamente por los que quisieran que los latinos se desaparecieran de la esfera pública.

El tomar por blanco a los inmigrantes con el martillo retórico de «ilegal» golpea pesadamente para sujetar en la mente pública una cadena de equivalencias.  Donde se trata de los latinos, el martillo y el yunque anti-inmigrantes de «ilegal» y «mexicano» buscan convertir a la piel morena, el español, y otras marcas de la visibilidad latina, en señales de la periferia de la vida pública estadounidense.  «Ellos,» nos dicen a los no latinos, no son como «nosotros.»

Destrás del amarillismo de los medios y de las posturas de campaña electoral, se halla una política de subrodinación y aislamiento cultural, y de divisionismo cívico. En la medida en que las marcas externas de la identidad latina se convierten en el equivalente cívico de letras escarlatas, los latinos se dejan menos legítimos como actores públicos, y menos visibles como compatriotas y ciudadanos. En el mismo proceso, los recursos específicos de su herencia cultural que podrían traer al proyecto nacional quedan categóricamente segregados y expulsados de las esfera pública.

Las consecuencias culturales son diversas. El español no se reconoce como lenguaje legítimo de participación cívica.  Regiones enteras del país se despojan de su rica herencia hispana en las mentes de muchos estadounidenses, a quienes se les facilita el olvido de la historia pluricultural grabada en topónimos como Arizona, Nevada, y Florida.

La ignorancia por parte del público estadounidense sobre los puertorriqueños – quienes a partir de la ley Jones de 1917 nacen ciudadanos de los Estados Unidos, aunque sin el derecho de votar en las elecciones de los Estados Unidos – se profundiza y se extiende a otra generación más.  El bilingüismo se hace sospechoso, en vez de ser reconocido como un tremendo recurso económico y cultural nacional, y como una virtud cívica.  Otras formas importantes de cultura pública – los murales, los corridos, las pachangas, entre otras – se castigan como cultura del Otro.  Las voces críticas de la política exterior de los Estados Unidos, las voces de las comunidades que tienen experiencia directa de las implicaciones para los derechos humanos para los Salvadoreños, para los Guatemaltecos, y otros, del financiamiento militar o de los tratados comerciales, se silencian.

Y mi vecino ecuatoriano-americano se encuentra enredado en una decepción de la cultura de masas que le niega la ciudadanía cultural plena, a pesar de sus derechos legales innegables.  Se le niega el poder de definir su propia presencia pública, su propia identidad como compatriota y ciudadano, y de ser reconocido como auténticamente Americano.

Ley, política, cultura
La magia negra promulgada por la retórica pública manipuladora tiene sus límites, afortunadamente.  La gente puede aguantar, y responder, los insultos.  Y el discurso público nunca es asunto de un solo lado.  Mi vecino ecautoriano-americano, por ejemplo, sin duda ha relatado su experiencia a muchos de sus compatriotas, produciendo una conciencia local que sirve de contrapeso en alguna medida para la tergiversación general de las realidades nacionales ejecutada por el amarillismo anti-inmigrante.  Los educadores siguen enseñando el español, y el interés estudiantil en el idioma sigue creciendo al lado del número creciente de estadounidenses que reconocen el valor político y económico y cultural del bilingüismo.

Y en algún momento, el discurso anti-inmigrante empieza a decir más sobre él que lo produce que sobre el objeto de su rencor.  De las 308 millones de cabezas contadas en el Censo de 2010, más de 50 millones (o más de 16%) se identificaron como Hispano o Latino. En algún momento, el hablar como si 16% de la nación no existiera (o no debiera existir) se convierte en estrategia de payaso (por no decir algo más fuerte).

Este es el momento en que entran en el escenario los mecanismos legislativos del  espectáculo cínico de la desaparición de los latinos.  Una confluencia de intereses xenófobos, nativistas, y Republicanos – después de haber visto desarrollarse los cambios demográficos de las últimas dos décadas, y al ver la consolidación de las consecuencias electorales de tales cambios – percibe una necesidad aún mayor de aislar la cultura latina y subordinar la participación pública de los latinos. Han aprendido que la retórica sola está perdiendo su magia.

De manera predicible, después de que las elecciones de 2008 resultaron en victorias convincentes para el Partido Demócrata, con márgenes significativos de apoyo entre los votantes latinos, en varios estados las asambleas legislativas bajo control Republicano han aprobado leyes que toman por blanco a los inmigrantes indocumentados.

La asamblea del estado de Arizona en 2010 aprobó SB 1070, una ley que criminaliza el no llevar consigo documentos que acrediten el estatus legal y permite que la policía detenga a cualquier persona sospechada de ser inmigrante indocumentado. (Para dejar claro que el blanco político y cultural incluía a los ciudadanos latinos, la mayoría Republicana también aprobó una ley que prohibe la enseñanza de Estudios Étnicos en las escuelas públicas.)  Luego, en 2011, los estados de Georgia, Indiana, Utah, y Carolina del Sur aprobaron sus propias versiones de la ley de Arizona, promoviendo de manera semejante las prácticas del perfil racial en el tratamiento oficial a los latinos y la criminalización de los esfuerzos por integrar económicamente y socialmente a los inmigrantes indocumentados.

No queriendo quedarse atrás, el estado de Alabama aprobó HB 56, una ley que, entre otras cosas, prohibe a que los inmigrantes indocumentados asistan a las unidersidades estatales, criminaliza «el transporte, el hospedaje, o el alquiler de propiedad» a los indocumentados, y requiere que las escuelas públicas verifiquen el estatus legal de todos sus estudiantes.

Estas leyes aplican el poder del estado – en la forma de las prácticas del perfil racial – para apoyar los mensajes culturales que subordinan y marginalizan a los latinos y los excluyen de las esfera pública.  Una medida del efecto cultural de la ley en Alabama: los niños latinos que no han desaparecido de las escuelas públicas ahora reportan que son maltratados e intimidados por otros niños que les dicen «ilegales.»

Todos estos estados comparten dos elementos clave: Primero, el gobierno del estado está bajo el control del Partido Republicano, y segundo, el Censo de 2010 halló una tasa de crecimiento drámatica de la población latina/hispana entre 2000-2010, un crecimiento demográfico que pronto o tarde podría poner en peligro la dominancia política de los Republicanos en el estado.

Georgia, Carolina del Sur, y Alabama vieron tasas de crecimiento alucinantes para la población latina/hispana, de 96.1%, 147.9%, and 144.8%, respectivamente. La tasa de crecimiento en Indiana para la categoría demográfica de Latinos/Hispanos fue 81.7%, y en Utah’s 77.8%, casi doble la tasa nacional para el mismo sector de la población. En el caso de Arizona, el crecimiento del sector latino/hispano fue «sólo» 46.3% – pero lo que sería aún más preocupante para los Republicanos, los racistas, y los xenófobos: la población latina/hispana había llegado a representar aproximadamente 30% de la población del estado.

Es difícil no llegar a la conclusión de que la legislación anti-inmigrante en estos estados se trata de un esfuerzo por cambiar los hechos demográficos para futuras elecciones, y antes del momento inevitable en que una reforma federal y comprensiva de la política migratoria ofrezca una oportunidad para hacerse ciudadanos a los estimados 12 millones de inmigrantes indocumentados en la nación, principalmente de México y Centroamérica.

A la misma vez, la legislación anti-inmigrante al nivel estatal puede verse como un esfuerzo desesperado por usar la ley como aparato para extender la vida de una política cultural que ha buscado históricamente la subordinación y la exclusión de los latinos de la esfera pública.

Redefiniendo América
Lo que está en juego en la coyuntura actual no es una cuestión solamente de leyes y resultados electorales.  Los parámetros culturales de la vida pública en los Estados Unidos también se están jugando. Lo que está en juego en el largo plazo es nada menos que las formas y el significado de la vida pública democrática en América  – es decir, la cuestión de quién se permite hablar, y cómo, y sobre qué.

Es importante recordar (y no permitir que otros olviden) que la cultura política que niega a los latinos la igualdad en la vida pública en los Estados Unidos tiene una larga historia.  Los esfuerzos actuales por expulsar a los latinos de la vida pública tienen parentesco común en los asaltos a los mexicano-americanos que ocurrieron después del Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848, el acuerdo oficial que puso fin a la guerra entre los Estados Unidos y México, y mediante el cual México cedió a los Estados Unidos aproximadamente la mitad de su territorio nacional.

El Tratado de 1848 incluyó una opción de ciudadanía estadounidense para los muchos mexicanos que de repente se econtraron viviendo en territorio ajeno, pero el sentimiento xenófobo y racista conspiró con ciertos intereses económicos para despojar a los mexicanos de su tierra en toda la región afectada por el Tratado, y quitándoles además sus concesiones mineras en California durante la fiebre de oro en aquella época. Una de las múltiples maneras en que estos intereses operaron al cuerpo social para extirpar la presencia mexicano-americana fue el aprobar de legislación que tomaba por blanco a los aspirantes a la ciudadanía.

Las leyes «Greaser» (así llamadas por sus partidarios, con el término racista «Greaser» indicando claramente el objetivo de la legislación) incluyeron una ley infame que se aplicaba explícitamente a «Toda persona típicamente conocida como ‘Greaser’ o de sangre india o española…y que anda armada y no es pacífica y quieta» [«All persons who are commonly known as ‘Greasers’ or the issue of Spanish and Indian blood…and who go armed and are not peaceable and quiet persons»]. Este ataque legislativo contra la presencia pública de los mexicano-americanos y los indígenas fue antecedida por el Impuesto al Minero Extranjero de 1850, el cual les cobró una tarifa abusiva a las concesiones mineras de los no nativos, con la consecuencia práctica de despojar a los mexicanos y latinoamericanos (y los franceses y alemanes) de sus concesiones en el contexto de la Fiebre de Oro. Por supuesto, la hostilidad xenófoba avivada contra los hispanohablantes ninguna distinción hizo entre los mexicanos y los californios nativos.

La política cultural que intenta desaparecer a los latinos no podrá superar la realidad contundente de una población creciente.  David Copperfield pudo desaparecer a la Estatua de la Libertad, pero al salir el sol la próxima mañana, allí estaba otra vez.  La diferencia es que Copperfield no quería cambiar el significando de la Libertad.

A final de cuentas, los intentos nativistas por actualizar para el siglo 21 las leyes «Greaser» del siglo 19, no harán que los latinos desaparezcan literalmente. Pero las artimañas en este caso cambian el significado potencial de América, disminuyen las posibilidades democráticas, debilitan el diálogo y las relaciones sociales posibles tanto en el presente como en el futuro.  Los recursos culturales y las perspectivas que los latinos podrían traer consigo a la mesa común se desprecian y se mantienen al margen de la esfera pública nacional.  Nuestros esfuerzos por contrarrestar la desigualdad promulgada y promovida por estas leyes necesitan encararse con la dimensión cultural de la lucha por definir la democracia americana.

Bruce Campbell es profesor de Estudios Latinos/Latinoamericanos en St. John’s University en Collegeville, MN.  Es autor de ¡Viva la historieta!: Mexican Comics, NAFTA, and the Politics of Globalization (University Press of Mississippi, 2009), y Mexican Murals in Times of Crisis (University of Arizona, 2003)

Fewer Kids in the U.S.

USA states population density map

By Conor Dougherty

The U.S. under-18 population fell between 2010 and 2011, the first time in at least two decades that the country has seen its minor population decline, according to demographers and new Census data.

The U.S. under-18 population was 73,934,272 in July 2011, a decline of 247,000 or 0.3% from July of 2010, according to an analysis of Census data by William H. Frey, a demographer atThe Brookings Institution. The child population is still up 2.3% from 2000, largely because of gains made in the early-decade boom years.

The child population is falling because fewer immigrant children are coming across U.S. borders, and because fewer children are being born. Meantime, the so-called millennial generation is moving into adulthood. With fertility rates down, Mr. Frey says “it doesn’t look like a youth boom will reverberate anytime soon.”

The U.S. minor population fell in the 1970s as well, as baby boomers moved into adulthood and women entered the labor force en masse, delaying families in the process. A large drop in fertility was also behind a decline in minors between 1920 and 1930.

States with the biggest drop in children tended to be concentrated in the aging Rust Belt and New England. Every New England state saw its under 18 population fall 1% or greater from April 2010 to July 2011 (state Estimates are over a different time period than the national tally). Michigan and Pennsylvania were also big losers. Also, while the drops were small, states including Arizona and Nevada saw their minor populations fall after huge gains earlier in the decade.

 

Mythes de base sur l’immigration

A day without immigrants, May 1, 2006. Descrip...

A day without immigrants, May 1, 2006.

Mitos fundamentales sobre la inmigración (Spanish) 

Cinq mythes de base sur l’immigration : déconstruction

Jorge Majfud

Translated by  Alain Caillat-Grenier

Edited by  Fausto Giudice فاوستو جيوديشي

Dans la plupart des pays et à travers différentes époques, les classes les plus conservatrices se sont toujours situées aux extrémités de la pyramide sociale. Aux USA la rhétorique conservatrice s’est employée à capter une partie des couches les plus basses de la société, non pas en diminuant les impôts des riches (pour cela, il y a l’idéologie du «trickle down»*) mais en créant le démon de l’immigrant illégal. Rien de plus efficace pour canaliser les frustrations des populations défavorisées, que de fabriquer  des ennemis tribaux au sein même de leur classe sociale.

Ainsi, en Arizona et en Géorgie, des lois ont été votées qui criminalisent «les sans-papiers», incitant de nombreux travailleurs «illégaux» à fuir d’un État à l’autre. Cela a entraîné chez les petits et moyens entrepreneurs une pénurie de main d’œuvre, notamment dans les secteurs de la construction et surtout de l’agriculture où l’on manque de bras pour les récoltes. Sur la seule côte ouest, plus de cent mille emplois de travailleurs agricoles saisonniers pour les récoltes n’ont pas trouvé preneurs. Bien sûr, il faut travailler sans climatisation !

De nombreuses études (ex. Damian Stanley et Peter Sokol-Hessner, NYU; Mahzarin Banaji, Harvard Univ., etc..) ont démontré que la peur de l’autre est préhistorique et que la présentation d’images de différents faciès provoque des réactions négatives, même chez l’individu le plus pacifique.

 Cependant, ceux d’entre nous qui croient en l’existence d’une certaine évolution chez l’être humain, ne se feront pas les chantres d’un comportement millénaire au seul prétexte qu’il est millénaire. Nous concevons que l’amour, la haine, la peur ou la solidarité sont des émotions irréductibles, non quantifiables par principe ou définition et vraisemblablement immanentes à tous les êtres humains au cours de l’histoire. Mais cette persistance ne devrait en principe pas se retrouver dans les formes sous lesquelles les individus et les sociétés établissent des relations pour se développer et évoluer.

 Si la notion de progrès historique n’est pas forcément intrinsèque à chacun de nous (un Tibétain du Ve siècle pouvait être socialement et moralement plus évolué que certains individus vivant aujourd’hui à Río ou à Philadelphie), nous pouvons en revanche espérer que ce progrès existe dans une société qui se donne la capacité de mettre à profit sa propre expérience historique et celle acquise hors de sa structure sociale. Si le mensonge, l’exploitation, les hiérarchies sociales et politiques se retrouvent chez les primates (Frans de Waal, etc..), ce n’est pas l’indice que ces structures (culturelles) ne peuvent pas être dépassées, mais exactement le contraire, si l’on s’attache à distinguer ce qui différencie les hommes de l’orang-outang.

Dans la problématique de l’immigration, ces éléments primitifs jouent inévitablement, bien que maquillés par des rhétoriques chargées de préceptes idéologiques dépourvus de la moindre rationalité. Par conséquent ce sont des mythes, des croyances indiscutables (donc, des réalités), qui dans des groupes déterminés, font l’objet de  réitérations, surtout médiatiques.

Mythe I : Les immigrés font monter la criminalité

Faux. Diverses études de différentes universités (Robert Sampson, Harvard University; Daniel Mears, Floride State University; ; Public Policy Institute of California , PPIC, etc..) ont clairement démontré qu’une augmentation de l’immigration est suivie d’une baisse de la criminalité. On a également observé que la première génération d’immigrés est moins encline à la violence que la troisième et ce malgré les grandes difficultés économiques auxquelles cette première génération a généralement été exposée. Concernant l’immigration latine, il peut sembler paradoxal que son niveau de violence soit inversement proportionnel à la violence brutale rencontrée dans les sociétés dont sont originaires ces immigrants. Mais cette contradiction apparente est évidemment très facilement explicable.

Mythe II: Les immigrés prennent le travail des nationaux

Faux. Dans tous les pays du monde on a toujours eu recours à une minorité fragilisée pour évacuer  toutes les frustrations engendrées par les crises. Aux USA certains chômeurs peuvent accuser les immigrants illégaux de prendre leur travail; ce comportement démontre une faible capacité d’analyse, si ce n’est de la mauvaise foi : il est en effet préférable de rester chez soi ou d’aller dans un restaurant avec l’argent de l’État, plutôt que de travailler à des tâches ingrates, que seuls les pauvres (les riches n’émigrent pas) immigrants acceptent d’effectuer.

Les immigrés les plus pauvres ne parlent pas anglais (parfois, les Mexicains et les habitants de l’Amérique centrale ne parlent même pas espagnol), ne connaissent pas les lois, n’ont pas de papiers pour travailler, ils sont poursuivis ou vivent en se cachant et malgré cela, ils obtiennent du travail au détriment des «pauvres américains». Comment font-ils ?

Des études sérieuses démontrent a contrario que l’immigration aide à créer de nouveaux emplois (Gianmarco Ottaviano, Università Bocconi, Italie; Giovanni Peri, University of California). Selon une étude du Pew Research Center, l’immigration illégale latino-américaine aux USA a chuté de 22 pour cent dans les trois dernières années, sans que cela entraîne une baisse du taux de chômage. En réalité, les immigrés sans papiers représentent annuellement à eux seuls plus d’un demi-million de consommateurs.

Mythe III. Les immigrants illégaux sont une charge car ils utilisent des services publics qu’ils ne payent pas

Faux. Tout citoyen au chômage ou gagnant moins de 18.000 dollars par an, bénéficie d’un accès gratuit à l’ensemble des services médicaux et à de nombreux autres services publics ou privés, comme le logement et les retraites. Les travailleurs sans papiers ne se présentent dans  un service de santé qu’en dernière instance (The American Journal of Public Health) et souvent ils paient pour les consultations et les traitements. Nombreux sont ceux qui  ne dénoncent même pas les vols et les abus dont ils sont victimes.

Aucun camionneur ne prétendrait réaliser des bénéfices avec son véhicule sans le faire réviser de temps à autre, mais beaucoup de citoyens utilisant les services de travailleurs sans papiers, espèrent que ceux-ci n’auront jamais recours à l’hôpital, alors qu’ils leur confient habituellement les travaux les plus dangereux et insalubres.

Selon l’Académie nationale des sciences des USA, les chiffres montrent que ces immigrants apportent à l’économie nationale plus qu’ils ne lui prennent. D’après l’économiste Benjamin Powell, ces travailleurs rapporteraient 22 milliards de dollars par an et leur légalisation augmenterait facilement ce chiffre.

Le principal facteur donnant l’avantage aux USA sur les autres économies développées (y compris la Chine émergente) réside dans son potentiel toujours important de jeunes travailleurs, lequel se maintient en grande partie grâce au taux élevé de natalité dans la population hispanophone et dans les populations immigrées en général, sans lesquelles des programmes comme le Social Securityseraient insoutenables dans un proche avenir.

Mythe IV. Les sans-papiers ne payent pas d’impôts

Faux. Les sans-papiers paient des impôts directs ou indirects, sous diverses formes. Selon les calculs effectués sur les dernières années, chaque immigrant illégal paie des milliers de dollars en impôts, beaucoup plus que nombre de citoyens inactifs. Au total, la Social Security reçoit plus de 9 milliards de dollars par an de ces contribuables, qui ne réclameront probablement jamais de remboursement sous forme de retraites ou autres avantages. Actuellement, des centaines de milliards de dollars sont fournis par des travailleurs fantômes (Eduardo Porter, New York Times; William Ford, Middle Tennessee State University; Marcelo Suárez-Orozco, New York University).

Mythe V. Les immigrants illégaux peuvent exercer  un pouvoir réel en tant que groupe

Faux. Les immigrants non naturalisés, surtout les illégaux, ne votent dans aucune élection. Dans beaucoup de cas ils ne peuvent même pas voter dans les élections de leurs pays d’origine, bien que les millions représentés par leurs transferts d’argent n’aient jamais été rejetés, ni méprisés.

Le slogan «latinos unidos» est une bonne affaire pour les grandes chaînes de médias hispanophones aux USA, mais cette union est très relative. Bien que les  «non hispaniques», puissent avoir le sentiment de l’existence d’une «hispanité», il ne fait aucun doute que les rivalités, les rancœurs et le chauvinisme sournois resurgissent dès que l’autre «non-hispanique», disparaît de l’horizon tribal. De même, dans certains cas, les statuts légaux et idéologiques sont radicalement inconciliables. Il suffit de constater la différence de statut entre un travailleur mexicain illégal et un balsero (boat people) cubain en protégé par loi.

Note

La théorie du ruissellement (traduction de l’anglais «trickle down theory») est une théorie économique d’inspiration libérale selon laquelle, sauf destruction ou thésaurisation (accumulation de monnaie), les revenus des individus les plus riches sont in fine réinjectés dans l’économie, soit par le biais de leur consommation, soit par celui de l’investissement (notamment via l’épargne), contribuant ainsi, directement ou indirectement, à l’activité économique générale et à l’emploi dans le reste de la société. Cette théorie est notamment avancée pour défendre l’idée que les réduction d’impôt y compris pour les hauts revenus ont un effet bénéfique pour l’économie globale. L’image utilisée est celle des cours d’eau qui ne s’accumulent pas au sommet d’une montagne mais ruissellent vers la base.(wikipedia)


Courtesy of Tlaxcala


Latinos Nix Violence

Latinos Nix Violence

Harvard Magazine

First-generation immigrants are more likely to be law-abiding than third-generation Americans of similar socioeconomic status, reports Robert Sampson, Ford professor of the social sciences. These new findings run counter to conventional wisdom, which holds that immigration creates chaos. The prevailing “social disorganization theory” first gained traction in the 1920s and ’30s, after the last big wave of European immigrants poured into the United States. Scholars have maintained that the resulting heterogeneity harmed society. “They weren’t saying that this was caused by any trait of a particular group,” Sampson explains. “Rather, they were saying that lots of mixing would make communication accross groups difficult, make it hard to achieve consensus, and create more crime.”

Yet in Sampson’s recent study, first-generation Latino immigrants offer a particularly vivid counterexample to this common assumption. “They come into the country with low resources and high poverty, so you would expect a high propensity to violence,” Sampson says. But Latinos were less prone to such actions than either blacks or whites—providing the latest evidence that Latinos do better on a range of social indicators, a phenomenon sociologists call the “Latino paradox.”

With colleagues Jeffrey Morenoff of the University of Michigan and Stephen Raudenbush, now of the University of Chicago, Sampson followed 3,000 young people in 180 Chicago neighborhoods from 1995 to 2002. They ranged in age from eight to 25, and came from a full range of income levels and from neighborhoods with varying degrees of integration. Chicago was a deliberate choice: “We felt it was representative of where the country was going,” Sampson explains. The number of Mexican immigrants in the city skyrocketed in the 1990s, and immigration from Poland and Russia also increased, creating an almost equal three-way split in Chicago’s general population among whites, blacks, and Latinos.

During the course of their study, Sampson and his colleagues periodically interviewed the young people on a range of subjects, including asking whether they had been involved in such violent acts as fighting or robbery. The researchers supplemented this data with census, crime, and poverty statistics, and with a separate survey that asked 9,000 Chicago adults about the strength of social networks in their neighborhoods. The investigators then developed mathematical models to determine the probability that a given child would engage in a violent act, and to understand which factors raised or lowered his or her likelihood of violence.

Sampson was surprised to discover that a person’s immigrant status emerged as a stronger indicator of a dispropensity to violence than any other factor, including poverty, ethnic background, and IQ. “It’s just a whopping effect,” he says. Of people born in other countries, he notes, “First-generation immigrants are 45 percent less likely to commit violence than third-generation immigrants, and second-generation immigrants are about 22 percent less likely [to do so] than the third generation.” Mexican Americans were the least violent among those studied, in large part because they were the most likely to be first-generation immigrants, Sampson adds. The study also revealed that neighborhoods matter. “Kids living in neighborhoods with a high concentration of first-generation immigrants have lower rates of violence,” he explains, “even if they aren’t immigrants themselves.”

[…]

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~Erin O ’Donnell

 

The History of Immigration

Cesar Chavez Estrada

Image by Troy Holden via Flickr

The History of Immigration


by Jorge Majfud

 

One of the typical – correction: stereotypical – images of a Mexican has been, for more than a century, a short, drunk, trouble-maker of a man who, when not appearing with guitar in hand singing a corrido, was portrayed seated in the street taking a siesta under an enormous sombrero. This image of the perfect idler, of the irrational embodiment of vice, can be traced from old 19th century illustrations to the souvenirs that Mexicans themselves produce to satisfy the tourist industry, passing through, along the way, the comic books and cartoons of Walt Disney and Warner Bros. in the 20th century. We know that nothing is accidental; even the defenders of “innocence” in the arts, of the harmless entertainment value of film, of music and of literature, cannot keep us from pointing out the ethical significance and ideological function of the most infantile characters and the most “neutral” storylines. Of course, art is much more than a mere ideological instrument; but that does not save it from manipulation by one human group for its own benefit and to the detriment of others. Let’s at least not refer to as “art” that kind of garbage.

Ironies of history: few human groups, like the Mexicans who today live in the U.S. – and, by extension, all the other Hispanic groups, – can say that they best represent the spirit of work and sacrifice of this country. Few (North) Americans could compete with those millions of self-abnegating workers who we can see everywhere, sweating beneath the sun on the most suffocating summer days, in the cities and in the fields, pouring hot asphalt or shoveling snow off the roads, risking their lives on towering buildings under construction or while washing the windows of important offices that decide the fate of the millions of people who, in the language of postmodernity, are known as “consumers.” Not to mention their female counterparts who do the rest of the hard work – since all the work is equally “dirty” – occupying positions in which we rarely see citizens with full rights. None of which justifies the racist speech that Mexico’s president, Vicente Fox, gave recently, declaring that Mexicans in the U.S. do work that “not even black Americans want to do.” The Fox administration never retracted the statement, never recognized this “error” but rather, on the contrary, accused the rest of humanity of having “misinterpreted” his words. He then proceeded to invite a couple of “African-American” leaders (some day someone will explain to me in what sense these Americans are African), employing an old tactic: the rebel, the dissident, is neutralized with flowers, the savage beast with music, and the wage slaves with movie theaters and brothels. Certainly, it would have sufficed to avoid the adjective “black” and used “poor” instead. In truth, this semantic cosmetics would have been more intelligent but not completely free of suspicion. Capitalist ethics condemns racism, since its productive logic is indifferent to the races and, as the 19th century shows, slave trafficking was always against the interests of industrial production. Hence, anti-racist humanism has a well-established place in the hearts of nations and it is no longer so easy to eradicate it except through practices that hide behind elaborate and persuasive social discourses. Nevertheless, the same capitalist ethics approves the existence of the “poor,” and thus nobody would have been scandalized if instead of “blacks,” the Mexican president had said “poor Americans.” All of this demonstrates, meanwhile, that not only those in the economic North live off of the unhappy immigrants who risk their lives crossing the border, but also the politicians and ruling class of the economic South, who obtain, through millions of remittances, the second most important source of revenue after petroleum, by way of Western Union to the “madre pobre,” from the blood and sweat of those expelled by a system that then takes pride in them, and rewards them with such brilliant discourses that serve only to add yet another problem to their desperate lives of fugitive production.

Violence is not only physical; it is also moral. After contributing an invaluable part of the economy of this country and of the countries from which they come – and of those countries from which they were expelled by hunger, unemployment and the disfavor of corruption – the nameless men, the unidentified, must return to their overcrowded rooms for fear of being discovered as illegals. When they become sick, they simply work on, until they are at death’s door and go to a hospital where they receive aid and understanding from one morally conscious part of the population while another tries to deny it to them. This latter part includes the various anti-immigrant organizations that, with the pretext of protecting the national borders or defending the rule of law, have promoted hostile laws and attitudes which increasingly deny the human right to health or tranquility to those workers who have fallen into illegality by force of necessity, through the empire of logic of the same system that will not recognize them, a system which translates its contradictions into the dead and destroyed. Of course we can not and should not be in favor of any kind of illegality. A democracy is that system where the rules are changed, not broken. But laws are a product of a reality and of a people, they are changed or maintained according to the interests of those who have power to do so, and at times these interests can by-pass the most fundamental Human Rights. Undocumented workers will never have even the most minimal right to participate in any electoral simulacrum, neither here nor on the other side of the border: they have been born out of time and out of place, with the sole function of leaving their blood in the production process, in the maintenance of an order of privilege that repeatedly excludes them and at the same time makes use of them. Everyone knows they exist, everyone knows where they are, everyone knows where they come from and where they’re going; but nobody wants to see them. Perhaps their children will cease to be ill-born wage slaves, but by then the slaves will have died. And if there is no heaven, they will have been screwed once and forever. And if there is one and they didn’t have time to repeat one hundred times the correct words, they will be worse off still, because they will go to Hell, posthumous recognition instead of attaining the peace and oblivion so desired.

As long as the citizens, those with “true human” status, can enjoy the benefits of having servants in exchange for a minimum wage and practically no rights, threatened day and night by all kinds of haunts, they will see no need to change the laws in order to recognize a reality installed a posteriori. This seems almost logical. Nonetheless, what ceases to be “logical” – if we discard the racist ideology – are the arguments of those who accuse immigrant workers of damaging the country’s economy by making use of services like hospitalization. Naturally, these anti-immigrant groups ignore the fact that Social Security takes in the not insignificant sum of seven billion dollars a year from contributions made by illegal immigrants who, if they die before attaining legal status, will never receive a penny of the benefit. Which means fewer guests at the banquet. Nor, apparently, are they able to understand that if a businessman has a fleet of trucks he must set aside a percentage of his profits to repair the wear and tear, malfunctions and accidents arising from their use. It would be strange reasoning, above all for a capitalist businessman, to not send those trucks in for servicing in order to save on maintenance costs; or to send them in and then blame the mechanic for taking advantage of his business. Nevertheless, this is the kind and character of arguments that one reads in the newspapers and hears on television, almost daily, made by these groups of inflamed “patriots” who, despite their claims, don’t represent a public that is much more heterogeneous than it appears from the outside – millions of men and women, overlooked by simplistic anti-American rhetoric, feel and act differently, in a more humane way.

Of course, it’s not just logical thinking that fails them. They also suffer from memory loss. They have forgotten, all of a sudden, where their grandparents came from. Except, that is, for that extremely reduced ethnic group of American-Americans – I refer to the indigenous peoples who came prior to Columbus and the Mayflower, and who are the only ones never seen in the anti-immigrant groups, since among the xenophobes there is an abundance of Hispanics, not coincidentally recently “naturalized” citizens. The rest of the residents of this country have come from some part of the world other than where they now stand with their dogs, their flags, their jaws outthrust and their hunter’s binoculars, safeguarding the borders from the malodorous poor who would do them harm by attacking the purity of their national identity. Suddenly, they forget where a large part of their food and raw materials come from and under what conditions they are produced. Suddenly they forget that they are not alone in this world and that this world does not owe them more than what they owe the world.

Elsewhere I have mentioned the unknown slaves of Africa, who if indeed are poor on their own are no less unhappy for fault of others; the slaves who provide the world with the finest of chocolates and the most expensive wood without the minimal recompense that the proud market claims as Sacred Law, strategic fantasy this, that merely serves to mask the one true Law that rules the world: the law of power and interests hidden beneath the robes of morality, liberty and right. I have in my memory, etched with fire, those village youths, broken and sickly, from a remote corner of Mozambique who carried tons of tree trunks for nothing more than a pack of cigarettes. Cargo worth millions that would later appear in the ports to enrich a few white businessmen who came from abroad, while in the forests a few dead were left behind, unimportant, crushed by the trunks and ignored by the law of their own country.

Suddenly they forget or refuse to remember. Let’s not ask of them more than what they are capable of. Let’s recall briefly, for ourselves, the effect of immigration on history. From pre-history, at each step we will find movements of human beings, not from one valley to another but crossing oceans and entire continents. The “pure race” proclaimed by Hitler had not emerged through spontaneous generation or from some seed planted in the mud of the Black Forest but instead had crossed half of Asia and was surely the result of innumerable crossbreedings and of an inconvenient and denied evolution (uniting blonds with blacks) that lightened originally dark faces and put gold in their hair and emerald in their eyes. After the fall of Constantinople to the Turks, in 1453, the wave of Greeks moving into Italy initiated a great part of that economic and spiritual movement we would later know as the Rennaissance. Although generally forgotten, the immigration of Arabs and Jews would also provoke, in the sleepy Europe of the Middle Ages, different social, economic and cultural movements that the immobility of “purity” had prevented for centuries. In fact, the vocation of “purity” – racial, religious and cultural – that sunk the Spanish Empire and led it to bankrupcy several times, despite all of the gold of the Americas, was responsible for the persecution and expulsion of the (Spanish) Jews in 1492 and of the (Spanish) Arabs a century later. An expulsion which, paradoxically, benefited the Netherlands and England in a progressive process that would culminate in the Industrial Revolution. And we can say the same for our Latin American countries. If I were to limit myself to just my own country, Uruguay, I could recall the “golden years” – if there were ever years of such color – of its economic and cultural development, coinciding, not by accident, with a boom in immigration that took effect from the end of the 19th until the middle of the 20th century. Our country not only developed one of the most advanced and democratic educational systems of the period, but also, comparatively, had no cause to envy the progress of the most developed countries of the world, even though its population lacked, due to its scale, the geopolitical weight enjoyed by other countries at the time. At present, cultural immobility has precipitated an inverted migration, from the country of the children and grandchildren of immigrants to the country of the grandparents. The difference is rooted in the fact that the Europeans who fled from hunger and violence found in the Río de la Plata (and in so many other ports of Latin America) the doors wide open; their descendants, or the children and grandchildren of those who opened the doors to them, now enter Europe through the back door, although they appear to fall from the sky. And if indeed it is necessary to remember that a large part of the European population receives them happily, at a personal level, neither the laws nor general practice correspond to this good will. They aren’t even third class citizens; they are nothing and the management reserves the right to deny admission, which may mean a kick in the pants and deportation as criminals.

In order to obscure the old and irreplaceable Law of interests, it is argued – as Orian Fallaci has done so unjustly – that these are not the times of the First or Second World War and, therefore, one immigration cannot be compared to another. In fact, we know that one period can never be reduced to another, but they can indeed be compared. Or else history and memory serve no purpose. If tomorrow in Europe the same conditions of economic necessity that caused its citizens to emigrate before were to be repeated, they would quickly forget the argument that our times are not comparable to other historical periods and, hence, it’s reasonable to forget.

I understand that in a society, unlike a controlled laboratory experiment, every cause is an effect and viceversa – a cause cannot modify a social order without becoming the effect of itself or of something else. For the same reason, I understand that culture (the world of customs and ideas) influences a given economic and material order as much as the other way around. The idea of the determining infrastructure is the base of the Marxist analytical code, while the inverse (culture as a determinant of socio-economic reality) is basic for those who reacted to the fame of materialism. For the reasons mentioned above, I understand that the problem here lies in the idea of “determinism,” in either of the two senses. For its part, every culture promotes an interpretive code according to its own Interests and, in fact, does so to the measure of its own Power. A synthesis of the two approaches is also necessary for our problem. If the poverty of Mexico, for example, were only the result of a cultural “deformity” – as currently proposed by the theorists and specialists of Latin American Idiocy – the new economic necessities of Mexican immigrants to the United States would not produce workers who are more stoic and long-suffering than any others in the host country: the result would simply be “immigrant idlers.” And reality seems to show us otherwise. Certainly, as Jesus said, “there is none more blind than he who will not see.”

 

Translated by Bruce Campbell

 

Crisis I

taken in the Arizona-Sonora Desert Museum look...

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Krisia I (vasco)

Crisis (I) (English)

Crisis I

Viernes 2 de mayo. Dow Jones: 13.058
Sierra Vista, Arizona. 11:10 PM

Una noche sin luna Guadalupe de Blanco cruzó la frontera de rodillas. Se comió la arena del desierto y regó el suelo de Arizona con la sangre de sus pies.
El sábado 3 a la tarde tropezó con una botella de agua caliente, de esas que los perros hermanos tiran sobre el desierto a la espera de salvar algún que otro moribundo.
El domingo se durmió muy despacio con la esperanza de no despertar al día siguiente. Pero despertó, casi ahogada sobre una gran mancha que había estampado su cuerpo en la piedra. Reconoció el halo vaginal de la Guadalupe que la había acunado toda la noche y la había devuelto al mundo con amor y sin piedad. Enseguida sintió el temprano rigor del sol, otra vez en su lento trabajo de chupar de su piel y de su carne y de su cerebro el agua que le había ganado a la suerte del día anterior. Entonces volvió a meter el corazón todavía húmedo y palpitante en el pecho, se levantó y por obediencia al Cosmos siguió caminado.
Dos días después la descubrió un coyote. Enfurecido murmuraba que el rubro no daba para más. Murmuraba y escupía tabaco. Guadalupe caminó en su compañía y al lado de la promesa de que su agonía había terminado. El coyote se quejó varias veces de la mercancía. La tierra no servía, estaba seca, el fuego subía por las piedras, los jimadores no pagaban.
En lo que iba de la temporada, se había ocupado de diecinueve mexicanos, ocho hondureños, cinco salvadoreños, dos colombianos y alguno de más al sur, un chiflado chileno o argentino en busca de emociones. Casi todos chaparros de espaldas anchas y cabezas cuadradas y bocas de piedra. Pocas palabras y mucha hambre y desconfianza. Les había dado de comer y un día, al volver, no había encontrado más que la casa vacía.
La casa quedaba a los pies de una quebrada roja como la sangre del quetzal. Adentro olía a soledad y cerveza. Por el tamaño, no parecía haber sido el refugio de tanta gente.
El comentario de Guadalupe le cayó mal. Al menos era sombra fresca.
—Guadalupe —dijo, sonriendo— ¿a qué vienes a los Estados?
—La necesidad me trae, señor.
—La necesidad es cosa seria —dijo y con destreza le tapó la boca.
Sus ojos se hincharon de lágrimas y espanto. Era joven la güerita y tenía labios blandos como la miel. Los ojos oscuros pero claros. ¿Cómo decirlo? La respiración agitada y sin arrugas. Como una respiración de placer pero ella no lo entendió así. Los inútiles grititos más suaves que irritantes. Por eso que se salvó, porque yo no soporto que al final no reconozcan un buen trabajo. Me había pasado tantas indias sin forma que no me iba a privar de ese angelito enviado por el cielo.
Lupita lloró toda la noche pero no sabría decir qué tipo de llanto era. Murmullos. Llamaba a su madre y a un tal “chiquito” que de seguro era la cría que había dejado del otro lado. Son peores que las perras. Las perras no se separan de sus cachorros.
Al final me harté de tanta melancolía y al otro día le corté un mechoncito de pelo y la dejé ir por donde había llegado.
Se fue tropezando entre las piedras, como si me fuese a arrepentir, como si fuese incapaz de cumplir con mi palabra. Se fue moqueando como una niña. Más bien parecía un resfrío. La flu. Agarró sus porquerías y se fue. Llorando, claro, como una Magdalena. Y la verdad que me arrepentí al poco rato. Esa niña necesitaba alguien que la proteja y yo alguien como ella, una mariposa coqueteando entre las llamas de la lumbre, en vivo y en directo, y no acostarme todas las noches con su lindo recuerdo. Quién sabe si no tengo un hijo por ahí y no lo sé. O una hija.
Quién sabe si dentro de quince años no me cruce con ella, livianita como una pajarita, rubiecita y linda así como era Lupita.
Vida pobre la del coyote.

Jorge Majfud

Milenio (Mexico)

El inconsistence colectivo de la historia

Gabrielle Giffords, Democratic nominee and gen...

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El inconsistence colectivo de la historia

La matanza de Arizona

Aunque a pocas horas de la tragedia de Arizona no se sabe bien quién es Jared Lee Loughner, se puede adivinar que es otro lunático que se inscribe dentro de una tradición, aunque minoritaria, de lo que podríamos llamar “anarquistas de derecha”.

La prensa conservadora se ha encargado de destacar que uno de los libros preferidos de Loughner era El manifiesto comunista, de Karl Marx. No creo que esto importe mucho. El pasado de un lunático pudo haber sido el pasado de una persona normal.

Lo que importa son los factores que condujeron a los hechos. Loughner no le disparó a ningún radical de derecha. No porque fuesen escasos. Le disparó Gabrielle Giffords, la representante demócrata que se había opuesto a la controvertida ley “antiinmigrante” de Arizona y había votado en favor de la “reforma socialista” de la salud, impulsada por el presidente Obama. Tal vez el hecho de que además sea la primera representante judía por Arizona no sea un dato relevante, aunque en estos casos es difícil no tenerlos al menos en cuenta.

Por otra parte, la representante ya había sido identificada por Sarah Palin como uno de los “blancos a tirar”. En un mapa de Estados Unidos, la ex gobernadora de Alaska señaló al menos veinte objetivos con una mirilla telescópica y en su cuenta de Twitter aconsejó a sus seguidores: “Don’t Retreat — Instead RELOAD!» (“No retorcedan. Por el contrario, recarguen”). La iconografía y el lenguaje verbal hacen una fuerte referencia a las armas que tanto ama Palin y con las cuales gusta posar. Es de suponer que cuando uno dibuja y habla obsesivamente sobre algo es porque está pensando en algo parecido.

La misma Gabrielle Giffords, refiriéndose a estas publicaciones, había reconocido, meses antes: “estamos en la mira del revólver de Sarah Palin”.

Por supuesto, Sarah Palin encribió en su cuenta Twitter las previsibles condolencias por el lamentable suceso en Arizona.

Históricamente, la derecha norteamericana se define, de forma explícita, por su odio a todo lo que tenga que ver con el gobierno, aunque con alguna frecuencia se sirve de él, no para extender los planes sociales sino los poderes del ejército. Probablemente Lee Loughner es otro lunático obsesionado con la gramática inglesa (en 2007 se enfureció con Giffords cuando le hizo una pregunta sobre semiótica y la representante le respondió en español), el mesianismo religioso y el deseo de controlar a otras personas al tiempo que levantan sus armas contra el control del Estado y en nombre de la libertad individual.

El recelo hacia el poder omnipresente del Estado estaba en la concepción de los fundadores de Estados Unidos, a quienes para su época no tenían un pelo de conservadores y más bien podríamos llamarlos “anarquistas de izquierda”. La Revolución americana fue parte de un experimento radical, iluminista, democrático, que hacía realidad las ideas utópicas más revolucionarias de la Europa del siglo XVII. Pero ya se advierte más de un siglo antes de 1776, en 1620, por ejemplo, con la llegada anárquica del mítico Mayflower, con una posterior colonización que no se subordinaba a la monarquía británica como se subordinaba la colonización española.

Siempre he sospechado que la cultura del automóvil en Estados Unidos tiene su explicación en esos momentos fundacionales, siglos atrás.

También, podemos conjeturar, la obsesión por las armas de las sectas conservadoras. En su origen el derecho a portar armas y a organizar milicias era un derecho constitucional contra el posible despotismo del nuevo estado americano. Poco a poco se convirtió simplemente en una obsesión deportiva, unas veces, y abiertamente criminal, otras. En este último caso, no es casualidad que las víctimas han sido representantes de los sucesivos gobiernos americanos, famosas o casi anónimas para la historia.

Ello explica, a mi forma de ver, por qué una sociedad donde la violencia civil es muy baja en comparación a otros países, periódicamente reincide con actos de magnicidio como los del sábado 9.

Algunos críticos han acentuado su foco en el tono violento que está tomando la política norteamericana. (Abría que aclarar que se deben estar refiriendo a la política interna). En todo caso no deja de ser extremadamente significativo el hecho de que la más inocente de todas las víctimas, la niña que murió en el tiroteo, había nacido el 11 de setiembre de 2001.

Jorge Majfud

Jacksonville Univeristy

majfud.org


El inconsistence colectivo de la historia

El inconsistence colectivo de la historia

Aunque a pocas horas de la tragedia de Arizona no se sabe bien quién es Jared Lee Loughner, se puede adivinar que es otro lunático que se inscribe dentro de una tradición, aunque minoritaria, de lo que podríamos llamar “anarquistas de derecha”.

La derecha norteamericana odia todo lo que tenga que ver con el gobierno, aunque con alguna frecuencia se sirve de él, no para extender los planes sociales sino los poderes del ejército. Probablemente Lee Loughner es otro lunático obsesionado con la gramática inglesa, el mesianismo religioso y el deseo de controlar a otras personas al tiempo que levantan sus armas contra el control del Estado y en nombre de la libertad individual.

El recelo hacia el poder omnipresente del Estado estaba en la concepción de los fundadores de Estados Unidos. Era parte de un experimento radical, iluminista, democrático, que hacía realidad las ideas utópicas más revolucionarias de la Europa del siglo XVIII. Pero ya se advierte más de un siglo antes de 1776, en 1620, por ejemplo, con la llegada anárquica del mítico Mayflower, con una posterior colonización que no se subordinaba a la monarquía británica como se subordinaba la colonización española.

Siempre he sospechado que la cultura del automóvil en Estados Unidos tiene su explicación en esos momentos fundacionales, siglos atrás.

También, podemos conjeturar, la obsesión por las armas de las sectas conservadoras. En su origen el derecho a portar armas y a organizar milicias era un derecho constitucional contra el posible despotismo del nuevo estado americano. Poco a poco se convirtió simplemente en una obsesión deportiva, unas veces, y abiertamente criminal, otras. En este último caso, no es casualidad que las víctimas han sido representantes de los sucesivos gobiernos americanos, famosas o casi anónimas para la historia.

Ello explica, a mi forma de ver, por qué una sociedad donde la violencia civil es muy baja en comparación a otros países, periódicamente reincide con actos de magnicidio como los de hoy.

Jorge Majfud

Jacksonville Univeristy