Hace unos días un amigo, el periodista y escritor alemán Frederico Füllgraf, leyó el artículo sobre el lenguaje racista “La tiranía del lenguaje (colonizado)” y me escribió por correo:
“Te diste cuenta del uso de la palabra ‘denigrante’?”
Por un momento pensé que había confundido esa palabra con un anglicismo y la eché al olvido. Pero cuando una persona de su amplia cultura te hace un cuestionamiento, hasta el inconsciente continúa trabajando.
Unos días después, su pregunta volvió a darme vuelta la cabeza y le eché una nueva mirada a la palabra. Apenas pensé en su posible etimología, el significado saltó solo: denigrar, de-nigro, anegrentar, degradar a alguien.
Una prueba más de que el lenguaje tiene una memoria propia, apare de un pensamiento inoculado, sobre todo en sus ideoléxicos más populares.
Una prueba más de que, con mucha frecuencia, aquellos que hablan o leen un idioma como su segunda o tercera lengua están entrenados en un esfuerzo intelectual extra y ponen una atención que los hablantes nativos no usan.
JM, febrero 2022