Abstracción y transferencia de los significados

Bula julio2papa

Textos

 

Abstracción, transferencia y dinámica de los significados


El término “manzana” es identificado con una clase de elementos pero no con ninguno de ellos en particular. Es una abstracción que trasciende los límites de lo concreto —que debe hacerlo para convertirse en lenguaje. No podríamos imaginar un lenguaje compuesto por términos rígidos que indicasen sólo elementos concretos y únicos.

Luego tendremos un lenguaje, que se articula por la abstracción de sus elementos y por la concreción de su discurso. Sus elementos sígnicos —una señal, una palabra, un texto, una actitud, un “hecho”— son heredados de una cultura y resignificados por un contexto concreto y por un lector concreto. La expresión de una idea, de una emoción o de la percepción de un fenómeno físico hará uso de estas herramientas basadas en la abstracción para, en su combinación, definir un hecho o una experiencia concreta.

Podríamos pensar en la existencia de determinados símbolos que nazcan junto con el objeto significado. Pero ese símbolo no podría existir si no estuviese construido con significados del pasado. La palabra “Internet”, que es casi un nombre propio, nació para significar un fenómeno nuevo, pero veamos que tanto el fenómeno mismo era la combinación de fenómenos ya conocidos —el libro, la televisión, etc—, sino que la misma palabra Inter-net es la composición de dos palabras antiguas. Ahora, si por una catástrofe desapareciera el fenómeno de comunicación de la Red, el símbolo sobreviviría, aunque su significado continuaría variando. Esta variación del significado depende siempre de la experiencia, es decir, de la conjunción del fenómeno —físico o metafísico— y del lector. Éste, el lector, destinatario final y original del signo, es pasivo y activo al mismo tiempo. El significado que le atribuya al signo dependerá de él mismo y del contexto, al mismo tiempo que el contexto dependerá de todos los textos que él tenga conocimiento, de él como particularidad personal e intelectual y de los demás lectores.

El 15 de diciembre de 2004, el diario Clarín de Buenos Aires, en uno de sus títulos, anunció: un nuevo virus se esconde en tarjetas navideñas. Veinte años atrás no habría dudas: la información se refería a una peste transmitida a través de las postales navideñas de cartón. Hoy tampoco hay dudas, aunque el significado es otro: en el nuevo contexto, por “virus” ya no nos referimos a una infección biológica; por “tarjetas navideñas” no nos referimos a las clásicas postales que enviábamos y recibíamos por correo (tradicional). También el reflexivo “esconderse” es una metáfora aplicada a cualquier tipo de virus —biológico o informático—, pero notemos que ninguna de las palabras empleadas en el titular es nueva como signo. Ambas, “virus” y “tarjetas” se apoyan recíprocamente para conformar el significado de la frase entera y de cada una de sus partes —y viceversa. Las palabras, los signos, han sido resignificadas por una historia cambiante, por un nuevo contexto, por la estructura de la frase, del texto, por los nuevos lectores.

Los símbolos se relacionan con un pasado y con un futuro. No nacen ni mueren con el objeto. Tomamos símbolos existentes para indicar ideas, objetos y fenómenos nuevos. Éstos modificarán tanto el significado original del signo heredado como lo harán los mismos lectores del signo heredado. Pero cuando los objetos y los fenómenos concretos desaparezcan el signo sobrevivirá y con él gran parte de sus significado modificado por la última experiencia, hasta que una nueva experiencia tenga lugar. Los símbolos no son “naturales” como las cosas y los fenómenos indicados. La palabra “manzana” ha sido creada por un conjunto de hombres y mujeres que ya no están. Lo que entendemos por manzanas son, en cambio, elementos naturales. Sin embargo, tanto la palabra “manzana” como el conjunto de objetos aludidos pueden ser considerados de la misma categoría —como naturales—, en el entendido semiótico de que son preexistentes a la experiencia de lector. Tanto el espacio físico que nos rodea como el lenguaje en el que nacimos poseen una naturaleza semejante. Podemos modificarlos sólo en parte, pero debemos lidiar con sus reglas preexistentes. Podemos modificar el universo físico construyendo una casa, un jardín y una ciudad entera, pero siempre lo haremos valiéndonos de sus propias leyes, leyes físicas y leyes culturales.

Lo mismo hacemos con una novela o con el lenguaje mismo.

Milenio , B (Mexico)

Panamá América (Panamá)

 

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