¿Para qué sirve la cultura?

English: «What good is culture?»

Es comprensible que en tiempos de crisis todos los sectores de una sociedad sufran recortes presupuestales y reducción de ganancias. No es del todo comprensible pero es fácilmente aceptable que la primera víctima de esos recortes sea la cultura. Aceptamos que si dejamos de leer un libro o si nos privamos de un clásico del cine no sería tan grave como si dejásemos de vestirnos o de comer. A corto plazo esto es cierto, pero a largo plazo es una trampa extremadamente peligrosa.

¿En qué sentido? Por ejemplo, en el sentido de la práctica del “sunset” o “atardecer”, técnica conocida por los legisladores de la antigua Roma y preferida por los grandes estrategas políticos, parásitos de los sistemas democráticos: se establece una ley o una norma, como el recorte de impuestos para las clases inversionistas con fecha de expiración, lo que le da una apariencia de medida provisoria; generalmente esa fecha cae en un año electoral, lo cual significa que nadie propondrá un aumento de los impuestos y la ley es previsiblemente extendida, ahora con la ventaja de haberse consolidado en el discurso político y en la desmemoria de la gente.

El problema sobre qué es superfluo y qué no lo es, se multiplica cuando pasamos del ámbito individual al ámbito público, de un tiempo medido en días o semanas a un tiempo social de años o a un tiempo histórico de décadas.

Los hombres y mujeres que suelen acceder a los gobiernos recurriendo siempre a los sueños y a las esperanzas de sus votantes, siempre terminan por justificarse en sus gobiernos no por ser soñadores sino todo lo contrario: porque tienen verdaderas responsabilidades (¿pero con quiénes?); porque son pragmáticos y quienes no están de acuerdo son soñadores delirantes, irresponsables manifestantes que no tienen otra cosa más productiva que hacer.

Por lo tanto, las armas de los pragmáticos apuntan de forma impune al flanco más débil de cualquier gobierno: primero la cultura, después la educación. En realidad, existen innumerables rubros mucho más inútiles que la cultura y la educación, como lo son vastas áreas de la administración misma. Pero obviamente necesitamos de esa administración cuando tenemos una educación y una cultura precaria y primitiva. Esto es así tanto en el llamado mundo desarrollado como en el nunca nombrado bajo mundo.

Es natural que en tiempos de crisis económica la cultura sea la primera víctima de estos francotiradores, ya que normalmente lo es aun en tiempos de bonanza. El argumento principal radica, por ejemplo, en que se deben eliminar o estrangular programas públicos como los canales de televisión estatales, las radios, las orquestas sinfónicas, los estímulos a las diversas artes, al pensamiento, a las humanidades en general, a las ciencias en particular.

¿Por qué? Porque se argumenta y se acepta que no es justo que, por ejemplo, un programa privado de televisión sobre las debilidades sexuales de los productores de entretenimiento (por no decir productores de frivolidades) que tiene cinco veces más audiencia que una serie sobre la Primera Guerra o sobre los cuentos de Borges, deba arreglárselas con sus propios medios, mientras aquellos otros programas que tienen poca audiencia injustamente reciben ayuda del gobierno, es decir, dinero de todo el resto de la población que no mira ni le interesan esos programas “culturales”.

Eso es lo que con fanático orgullo se llama libre competencia, lo cual no es otra cosa que la tiranía de las leyes del mercado sobre el resto de la vida humana. De hecho, el argumento central, explícito o azucarado, radica en que también la cultura debe someterse a las mismas reglas a las que estamos sometidos todos quienes nos dedicamos a actividades “más productivas”, como si las actividades productivas en las sociedades de consumo no fuesen, en realidad, una ínfima minoría: basaría con considerar todos los trabajos productivos que se mueven en torno al fútbol (desde los chóferes de ómnibus hasta los policías y los vendedores de parabrisas), en torno a la televisión basura, en torno a la literatura de entretenimiento, por no hablar de asuntos más serios como las drogas y las guerras. Si hiciéramos un estudio para identificar aquellos rubros realmente “productivos” o esenciales para la vida humana, probablemente no alcanzaríamos a un diez por ciento de todos los capitales que giran en torno nuestro.

Ahora, entiendo que dejar a la cultura en las manos de las leyes del mercado sería como dejar a la agricultura en las manos de las leyes de la meteorología y de la microbiología. Nadie puede decir que el exceso de lluvias, que las sequías, que las invasiones de langostas y gusanos, de pestes y parásitos son fenómenos menos naturales que la siempre sospechosa mano inasible del mercado. Si dejásemos a la agricultura librada a su suerte pereceríamos de hambre. De la misma forma es necesario entender que si dejamos a la cultura en manos de las leyes del mercado, pereceríamos de barbarie.

Jorge Majfud

 Milenio, II,  (Mexico)

MDZ (Argentina)

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Lecturas sobre el Imperio Español

Español: Estatuas de Cristobal Colón y los rey...

El Imperio Español

El siglo XV: nacimiento de una nación y de un espíritu

En su historia sobre El imperio español , Richard Konetzke nos dice que “España y Portugal fundaron, por primera vez, organismos estatales de tipo planetario […] En los Estados del rey de España, del monarca más grande de la tierra, el sol—se decía admirativamente—no se ponía nunca” (9) Éste sería, según el mismo autor, “una de las creaciones políticas más grandiosas de la humanidad europea, habiendo realizado en alta medida la misión cultural de Europa en el mundo” (10).

Los descubrimientos y conquistas ultramarinos serán la continuación natural de un proceso histórico medieval. “La peculiaridad de la Edad Media española radica en las guerras seculares contra los moros, en la ‘reconquista’ de la Península ibérica de la dominación de los árabes y bereberes […]” (11). En el siglo XIII, esta empresa religiosa y política se extenderá territorialmente hasta las costas del mar Mediterráneo, sobre todo bajo el reinado de Fernando III: en 1265 cayó Cádiz y en 1334 cayó Algeciras. Con la conquista de Granada, en 1492, desapareciera de la Península ibérica el último reino árabe.

Vilar está de acuerdo en este factor de continuidad, al cual agrega otro aspecto decisivo: la lentitud del mismo proceso en la formación del caráctr espiritual de España.

“The slow speed of the Reconquest is an important feature in itself. A rapid expulsion of the Infidel would have changed the fate of Spain.; it would have moulded her structure, her spirit and her customs as did a crusade of several centuries […] The pressure of necessity in a poor country with a rising population made the Reconquest everywhere into a continuous process of colonisation as well as a Holy War” (11).

Con los Reyes Católicos,  Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, se puso fin a la guerra de sucesión, se redujo la rebelde nobleza y la monarquía alcanzó una fortaleza desconocida totalmente en el resto de Europa a finales de la Edad Media.

En este proceso de reconquista que duró siglos, nos dice Konetzke, se formaron “las cualidades bélicas del pueblo español […] aquellos siglos produjeron el tipo de caballero español que buscaba la lucha y la aventura […] Surgió así una clase dirigente noble en los hijosdalgo” (12).

Estas características psicológicas, espirituales e, incluso “raciales”, según Konetzke, fue la misma que “demostraron también los conquistadores de América […] Esta fortaleza del alma, en esta tenacidad acerada y estricta alimentan asimismo rasgos del carácter racial de los antiguos iberos” (12).

Sin embargo, la misma guerra de Reconquista absorbió gran parte de las energías económicas. “A ello se debe que en España no se desarrollara en igual medida que en otro países europeos una burguesía entregada a la industria y al comercio” (17).

Encontraremos, por otro lado, que esta guerra impulsó la construcción de barcos y el establecimiento de una marina más fuerte hasta que “los tres grandes Estados de la Reconquista, Castilla, Aragón-Cataluña y Portugal, se convirtieron en potencias navales en el curso de las guerras contra los árabes” (25). Incluso la piratería encontró una justificación en este proceso contra el enemigo: “se convirtió en aguas africanas una costumbre constante, encontrando su justificación ideológica en el espíritu de la Reconquista, es decir, en la lucha implacable contra los enemigos del país y de la fe” (33).

Sin duda, uno de los hechos más importantes en el proceso de grandeza y decadencia de España lo fue el matrimonio de fernando e Isabel, el 19 de octubre de 1469, porque significó la unión de los dos reinos mayores de la península ibérica. Después de la muerte de Enrique IV, en 1474, es el nuevo matrimonio el que gobierna, haciéndose popular el dicho:

Tanto monta, monta tanto

Isabel como Fernando

Los conflictos y disputas en España fueron superados con una fuerte centralización judicial y administrativa de los “Reyes Católicos”. Se crea el primer ejército permanente de España (el hermano de Fernando fue el jefe). En 1496 los reyes impusieron el servicio militar obligatorio (un vecino cada doce). En el siglo XV ya podemos decir que había una conciencia de unidad de los reinos de España, basada principalmente en la necesidad política de la unión o uniformidad religiosa. Para ello se hizo uso de varios recursos, muchos de los cuales buscaban la “pureza” religiosa y étnica justificada en diferente tipo de discursos, muchos de los cuales podemos ver todavía reproducidos en la literatura del siglo XX:

Los asesinatos rituales, tales como los que les fueron atribuidos a los judíos, y uno de los cuales pudo ser probado jurídicamente, en 1491, aumentó el odio y encono de los cristianos, constituyendo la causa decisiva de que se llevara a cabo la expulsión de los judíos, proyectada ya por los Reyes Católicos desde 1483 (Konetzke, 82).

Según decreto de marzo de 1492, todos los judíos que no se convirtieran al cristianismo tenían que abandonar con sus familias España en un plazo de tres meses. Los judíos que volvieran al país después de la expulsión, serían castigados con pena de muerte.

En virtud de esta actitud en la cuestión judía y árabe, política y religión, Estado e Iglesia, se unieron, de la manera más íntima en el Estado fundado por los Reyes Católicos, mientras que, en la misma época, el Renacimiento independizaba al estado de las vinculaciones eclesiástico-religiosas, situándolo sobre una base puramente secular (83).

Los reyes católicos consiguieron en 1478 que el Papa permitiera la introducción de la Inquisición en Castilla, con el fin de vigilar la fe y la conducta de los nuevos conversos, especialmente de los judíos bautizados. Las guerras y la expansión de su política exterior habían hecho cada vez mayores y más urgentes las necesidades en dinero de los soberanos. La producción de oro y plata era insuficiente, y la falta de una balanza comercial equilibrada hacía disminuir las existencias en metálico del Estado (Konetzke, 90).

Los Reyes católicos gobernaban y manejaban la economía por decreto (“Real orden” o “cédula”), donde emitían prohibiciones y concesiones para comprar y vender. El consulado de Burgos se convirtió en el modelo de la “Casa de Contracción de Indias”, de Sevilla, casa comercial fundada en 1503, que iba a fomentar y regular, según los mismos principios, el tráfico mercantil con el Nuevo Mundo” (98). También la conquista de las islas Canarias fueron, para Fernando e Isabel, una prosecución de las guerras  contra los moros, y equipararon a los isleños con éstos (118). Para Vilar, “the ‘Conquest’ of the Indies, a natural consequence of the ‘Reconquest’ of the Middle Ages, was achieved by a social class whose only raison d’être was war” (12).

Siglo XVI: expansión colonial y decadencia social

Según Vilar, la cúspide del Imperio Español podría localizarse en el reinado de Carlos V, cuando “[he] married a Portuguese infanta and Philip II was able to unite under his sceptre the whole Peninsula together with the two greatest empires in the world. The year 1580 marks the climax of Peninsular history” (23).

Sin embargo, y al mismo tiempo, la monarquía española estaba en permanente inestabilidad debido no sólo a las rebeliones portuguesas sino también a los acreedores de la corona. En 1539 los banqueros Fugger, Welser, Schatz y Spinola eran fuertes acreedores del Estados español. En 1557 la monarquía estaba en virtual bancarrota.

One inevitable conclusion is that the Spanish colonial enterprise was a decisive factor in the economic change from which the modern world emerged. The enterprise created the first “world market” and offered to European productive capacity increasingly cheap monetary cover (Vilar, 37).

Muchos han visto el tráfico de oro del siglo XVI-XVII como una revolución  económica producida en los dos continentes. Otros vieron ene el mismo hecho la razón de la decadencia de España. La España de Carlos V no fue tan próspera como se supone, ya que era pobre en infraestructuras.  “It has already been admitted that the geographical infrastructure and psychology had always blocked productive efforts within the peninsula” (Vilar, 38). Por el contrario, el crecimiento (geográfico y económico y poblacional) de España comenzó en el siglo XV y no fue debido a la colonización (39). Entre 1532 y 1552 Sevilla fue un centro financiero “Nevertheless the peak of industrial productions occur indisputably in the reign of Charles V.” (40).

Urban growth, according to the so-called “Tomás González” census, reveals a remarkable industrial and commercial vigorous together with a continuous demographic vitality; for, despite overseas emigration, there was no rural depopulation before 1565-75 (40).

Sin embargo, el proceso de desarrollo en tiempos de Carlos V fue menor que la importación de metales y valores de América (40).

El año 1640 es crucial, que es el año en que España pierde Portugal. Se pierden varios territorios en Europa (Luxemburgo, Gibraltar, y varias posesiones italianas) e Inglaterra domina los mares. Podemos apreciar una fuerte curva descendente desde 1580 hasta 1713 donde, según Vilar, se llega al punto más bajo. La inflación estimula al principio la economía pero termina arruinándola (tesis de Häbler and Stötbeer). Parte fundamental de esta decadencia es atribuída al mismo “espíritu” social que en otra época sirvió para la Reconquista: los “Hidaldos” no invirtieron en producción (desde un punto de vista capitalista) sino en comprar tierras y construir castillos (aún en América). “All the cities works for Madrid, but she works for no-one” (46).

El Siglo de oro y el siglo de Cobre

En 1600 la plaga provoca el  declive económico y las importaciones de metales de América comienzan a menguar. Se cambian las monedas de oro (y de plata) por las de cobre. Así se hace evidente para todos el fin de la “Edad de oro” y el comienzo de la “Edad de cobre” Paradójicamente, comienza el “Siglo de oro” (intelectual) (41).

We may begin with the mystic, prefaced by the first inventors of spiritual exercises—García de Cisneros, master of St. Ignatius, Ibáñez, confessors of St. Teresa, Alonso de Madrid, Juan de Avila, Pedro de Alcántara. At the lowest point of the line lies the gentle Fray Luis de León; at the highest, St. Teresa and John of the Cross, in whom the mystic life finds its perfect verbal expression (Vilar, 41).

Pese a este misticismo, “literature itself was not excempt with intellectual subtlety. Above all the in the seventeenth century, the passion of bitterness of Quevedo. The mysticism of Calderón and the poetic sensibility of Góngora took on a cerebral flavour—it is the very Spanish tradition of the conceit which extended even to Cervantes and St. Teresa (42). El espíritu predominante de la época tenía un fuerte componenete “naïve, but forceful psychological concepts of liberty, honour and morality of the cristiano viejo, strong enough to react violently against tyranny and appeal to the sovereign over local injustice. The advent of such geniuses as Lope de Vega [1], Cervantes and Velazquez made possible the synthesis of past tradition with mystic flavour and intellectual force (43). Probablemente, su genio más representativo, por muchoas razones, fue Cervantes, ya que “possessed a more ordered genius, and his own life was a synthesis of Spanish experience. A soldier at Lepanto, prisoner of Moors freed by a cofradía, a more or less scrupulous servant of the crown, a faithful believer but not a conformist (for he was a true son of Renaissance), he meditated upon his country and his times. Spiritual grandeur and nobility carried on an extreme, an inexhaustible fount of popular wisdom, a decaying fabric in a expanding world—these contrast take on life in Quixote-Sancho, ideal and reality, individual and society.” (43).

Don Quijote, según Vilar, buscaba soluciones medievales al mundo moderno. Fue una especie de símbolo de Felipe II y de la ineficiencia española, inadaptada a los tiempos en curso, con las armas del Quijote, personaje universal que presente (y representa)  “the same challenge to the bourgeois as Chaplin’s jacket does to the worker: these are historical turning points and at the same times eternal work of art.” (53).

Jorge Majfud

_________________

Konetzke, Richard, El imperio español. Madrid, Ediciones Nueva Época, 1946.

Vilar, Pierre. Spain. A Brief History. Oxford: Pergamon Press, 1967.


[1] Recordar la obra Fuente Ovejuna

 

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El patriotismo de los ricos

Wall Street

Wall Street

The patriotism of the rich (English)

Le patriotisme des riches (French)

El patriotismo de los ricos

En todo el mundo, los ricos casi no emigran, casi no integran los ejércitos que mandan a sus guerras y que luego llenan de honores y aplausos, y maldicen al Estado que les chupa la sangre. Cuando las economías van bien, exigen recortes de impuestos para sostener la prosperidad y cuando las cosas van mal exigen que el maldito Estado los rescate de la catástrofe (con dinero de los impuestos, está de más decir).

Desde la crisis financiera de 2008, la mayor preocupación de la clase media norteamericana ha sido el desempleo y el déficit, ambas herencias del gobierno republicano de George Bush. Dentro de este partido, el Tea Party ha surgido con una fuerza que le ha permitido dominar su retórica pero tal vez sea su propia ruina en las próximas elecciones, que en principio se les presentan favorables. Su bandera es la ideología Reagan-Thatcher y la ortodoxia de oponerse a cualquier incremento en los impuestos. Aseguran que no se puede penalizar a los exitosos, los ricos, con impuestos, porque son los ricos quienes crean los puestos de trabajo cuando la riqueza comienza a derramarse desde arriba. En un debate de 2008, Obama comentó que los partidarios de esta teoría (más bien, ideología) con la crisis habían descubierto que cuando se espera que la riqueza gotee de arriba el dolor comienza a subir desde abajo.

Los datos actuales (para no ir lejos) contradicen la teoría del “trickle-down” llevada a sus extremos por el último gobierno republicano, ya que (1) la capacidad de la avaricia de los “de arriba” es ilimitada, sino infinita, y (2) el desempleo no ha bajado en los últimos años, sino lo contrario.

Aunque en el país ya no se destruyen 700.000 empleos por mes como hace un par de años, la creación de nuevos puestos sigue siendo débil (entre 15.000 y 250.000 por mes; un ritmo saludable para bajar el 9.2 por ciento de desempleo debería ser de 300.000 nuevos puestos por mes).

Por otro lado, en el último año la productividad ha crecido en proporciones muchos mayores y, sobre todo, los beneficios de las grandes compañías. Cada semana se pueden leer en los diarios especializados los resultados de una gigante financiera, industrial o de servicios que han incrementado sus ganancias en 30, 50 o 60 por ciento, como algo normal y rutinario. Cualquiera de estos porcentajes significan varios billones de dólares. Incluyendo las antes desahuciadas automotoras de Detroit. Sin entrar en detalles de cómo la clase media, Estado mediante, financió el rescate de todos esos gigantes, sin elección y bajo amenaza de que algo peor podía haber seguido.

Desde los ´80, la riqueza arriba se sigue acumulando y el desempleo abajo continúa desde el 2009 en niveles históricos. Estudios han mostrado que esta diferencia entre ricos y pobres (Bureau of Economic Analysis), una característica latinomericana, ha crecido bajo esta ideología del trickle-down.

Mucho antes de la crisis de 2008, cuando todavía existía un superávit heredado de la administración Clinton, los republicanos lograron reducir los impuestos sobre los sectores más ricos, entre ellos las petroleras. Este período de gracia vencía este año y fue extendido por el propio Obama bajo presión republicana, poco después de que los Demócratas perdieran el control de la cámara baja. Entonces, el presidente Obama fue fuertemente criticado por su propio partido por dar más concesiones a los Republicanos que exigir de ellos algo a cambio.

No obstante, en las últimas semanas las posiciones se han polarizado. En una de las últimas reuniones con los republicanos, Obama, el que nunca pierde el equilibrio, se levantó abruptamente amenazando: “no me prueben”. Ante las negociaciones para incrementar el techo de endeudamiento (práctica normal en Estados Unidos y en muchos otros países; sólo en la administración Bush se votó siete veces la misma medida) los republicanos continúan procurando suspender y eliminar varios programas de asistencia social y negándose radicalmente a subir los impuestos a los más ricos (en muchos casos, billonarios).

Por el otro, los demócratas y el presidente Obama se resisten a reducir los servicios sociales y en contrapartida exigen incrementar los impuestos a los más ricos. He escuchado a unos pocos millonarios preguntándose por qué ellos no pagaban más impuestos cuando son ellos, precisamente, los que más posibilidades tienen de aportar cuando el país necesita. Cuando el país de mitad para abajo lo necesita, habría que aclarar. Pero aparentemente no son estos millonarios los que hacen lobbies presionando en los congresos de los países.

De cualquier forma, y a pesar de toda esta mise-en-scène republicana, no tengo dudas de que antes del 2 de agosto el parlamento votará una nueva alza del techo de endeudamiento. ¿Por qué? simplemente porque le conviene a los dioses inversores de Wall Street. No porque haya trabajadores sin empleos o soldados sin piernas esperando por la caridad del Estado que los mandó al frente a cambio de un discurso y unas pocas medallas.

Jorge Majfud

Jacksonville University

Julio 2011

Milenio II (Mexico)

Costa Rica Hoy (Costa Rica)

La Republica (Uruguay)

Claridad (Puerto Rico)

Panama America (Panama)

Another day of big number for old winners

Juan de Valdés: observaciones lingüísticas de un humanista renacentista

Juan de Valdés

Juan de Valdés

Valdés, Juan de. Diálogo de la lengua. [1535] Edición de Cristina Barbolani. Madrid: Cátedra, 1982.

Juan de Valdés: observaciones lingüísticas de un humanista renacentista.

 

Juan de Valdés, hermano de Alfonso de Valdés (autor de Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, 1527) fue uno de los tantos humanistas de la escuela de Erasmo de Roterdam. Los humanistas no abundaban mucho en España (como no abundarán los ilustrados), pero tampoco eran raros en la iglesia católica del siglo XVI, el siglo de las reformas y contrarreformas.  Juan escribió algunos o quizás muchos libros religiosos que no firmó con su verdadero nombre por temor a la policía teológica de la época. A estas malas costumbres sumaba el frecuente pecado de ser un cristiano de sangre impura, lo que en la época significaba tener algún abuelo o abuela judía, musulmana o conversa. También los Valdés tenían algún tío incinerado por la Inquisición. También, como todos los humanistas de la época, consideraban que la tolerancia y la libertad no eran atributos del demonio, como lo afirmarían otros intelectuales de la iglesia, como Santa Teresa y la mayoía de los políticos españoles hasta el siglo XX, para los cuales la democracia era una ofensa al orden vertical establecido por Dios. Muchos otros continuaron ese desprecio, desde los carlistas hasta Ortega y Gasset, el filósofo más celebrado de España en el siglo XX y autor del reaccionario La rebelión de las masas en 1930.  

Debido a este ambiente progresivamente irrespirable, Juan de Valdés fue procesado por la Inquisición; la última vez huyó de España.

Esta idea de fundar una verdad en la razón y no en la autoridad, importada del mundo islámico a Europa, entre otros, por el inglés Adelardo de Bath, tuvo una traducción bastante directa en humanistas como Juan de Valdés: “entender es mejor que creer”. En algún momento se debió descubrir que para esto no sólo la razón y la lógica eran medios legítimos sino también la observación.

Pero Valdés también fue un primitivo e interesante observador de la lengua castellana. Este interés lingüístico y sobre todo la observación del idioma popular era propio de los humanistas y, además, por entonces las questione della lingua estaban en pleno apogeo en Italia. Por supuesto que Juan de Valdés está más en la línea de los lingüistas actuales que básicamente observan y procuran explicar un fenómeno y muy lejos de su compatriota Antonio de Nebrija (autor de la primera gramática europea en lengua vulgar) y el inquebrantable espíritu conservador de la Real Academia. El relativismo de Valdés está en consonancia con la tolerancia de los humanistas y en cortocircuito con los puristas prescriptivistas más contemporaneos: “yo uso así para distinguir esto de aquello […] pero si me entiende tanto escribiendo “megior” como “mejor” no me parece que es sacar de quicios mi lengua, antes adornarla con la agena” (162).

Sabemos que los dos géneros literarios de los humanistas eran, no por casualidad, la epístola y el diálogo (veremos la obra de su hermano Alfonso y de un contemporáneo de ambos, Fray Antonio de Guevara, el autor de Epístolas familiares, 1539, que leería el francés Montagne décadas más tarde). Erasmo no sólo era un obsesivo escritor de cartas, sino que esta práctica y este género continúan la línea de Platón, Cicerón y Petrarca.

Valdés descubre el “uso” de la lengua (la lengua hablada, el castellano) y lo contrapone al “arte” lingüístico (la gramática, la lengua estudiada, el latín). En la lengua hablada predomina la forma en que es usada. Las normas guían, pero no son suficientes para hablar una lengua. Valdés no sólo usa los ejemplos literarios sino también los refranes populares, coplas, villancicos y romances populares haciendo referencia al mismo Erasmo, quien escribió un libro de refranes en latín (126). Luego usa él mismo varios de su tierra como: “las letras no embotan las lanzas” (127), lo que en Cervantes dejará de ser una aclaración para convertirse en un canon: el hombre de “armas y letras” (un clásico, también, de la realidad latinoamericana del siglo XX.). Entre este cúmulo de curiosidades encontramos uno de los refranes más universales: “Cargado de hierro, cargado de miedo” (176). El editor de 1982 nos recuerda que el mismo refrán se encuentra en la Celestina (XII, pág. 143, Clásicos Castellanos). Otros refranes bosquejan el espíritu de la época tanto como la inherente condición humana: “A quien mucho mal es ducho, poco bien se le hace mucho” (198);  Y en la página 257: “Malo es errar y peor es perseverar” (también en la Celestina, del latin “Malum est errare et peius perseverare”).

Por supuesto, en Diálogos (escrito en 1533, publicado en 1737) tampoco faltan los chistes anticlericales, de estilo erasmista: “Vedme aquí, ‘más obediente que un fraile descalço cuando es combidado para algún vanquete’” (131).

Con frecuencia el autor usa estos refranes para ejemplificar sus reglas gramaticales, porque entiende que son la autoridad del uso (151). Otros refranes populares de la época revelan el etnicismo ignorado en siglos posteriores y sus prejuicios: “fue la negra al baño y truxo que contar un año” (158).

Valdés reconoce que el castellano es una síntesis de lenguas, como la original de España, la de los godos, la del los romanos, el latín, y la de los moros, el árabe (132). Creía que la lengua original de España era la griega o la de los vizcaínos, porque (como pensaban otros) así como los romanos no pudieron someter por las armas a Vizacya tampoco pudieron imponerle su idioma (132).

Valdés era de la idea de que los vocablos envejecen. Como todo humanista de su época conocía Arte Poética de Horacio (194). Pero unas sesenta páginas más adelante demuestra que aun un humanista de la época estaba atrapado en la idea de pureza y concluye con una afirmación inaceptable para los lingüistas modernos: cree que el castellano, al ser mezcla de tantas lenguas, no se puede reducir a reglas (153).

No obstante, más allá de estos detalles gramaticales, creo que hay otras observaciones mucho más relevadoras, como lo es cierta distinción social entre las formas del “vos” y de la más moderna “tú”.

Según Juan de Valdés, “también escribimos ya y yo porque la y es consonante” (163), lo que quizás para un lingüista pueda ser prueba de la “y”  fricativa postalveolar sonora (la ʒ del “sheismo”). Para mí es otro indicio (no me animo a afirmar que es una prueba) de que el acento de la época, además de la gramática, se debía parecer más al acento rioplatense que al mexicano o, incluso, al castellano hablado en el centro y norte de España.

A la pregunta de ¿por qué se escribe (en el siglo XVI) unas veces omitiendo la “d” en vocablos como tomá, otras tomad, unas comprá, otras comprad, unas comé, otras comed”, la respuesta de Valdés es harto significativa, casi un tesoro histórico:

“Póngola por dos respetos: el uno para henchir más el vocablo, y el otro por que haya diferencia entre el toma con el acento en la o, que es cuando hablo con un muy inferior, a quien digo , y tomá, con el acento en la a, que es para cuando hablo con un casi igual, a quien digo vos”  (171).

Esta observación me recuerda mucho a lo que años atrás observé en el portugués de Mozambique. Alguien de una clase superior podía llamar “você” a un inferior, pero no viceversa (“o senhor João X”). Subvertir este orden clasista, racista y rígidamente colonialista era una ofensa contra el honor de quien estaba un poco más arriba; es decir, era un ataque contra el establishment.

Indicios como el que apunta Valdez a principios del siglo XVI, el siglo de la conquista, parte del Siglo de Oro de las letras y del oro americano, siempre me han conducido a pensar que el cambio de la forma “vos” en España por el “tú” se debió a las mismas razones clasistas y colonialistas. Como había intuido Nebrija en 1492, la lengua es era “compañera del Imperio”.

Tal vez esta distinción lingüística pudo haberse acentuado en Cuba y México durante la colonia, lo que no en el Río de la Plata, dado el carácter distinto de los indígenas del sur y del gaucho, que en el siglo XIX sorprendió a Charles Darwin por su incomprensible autoestima a pesar de su pobreza. También Simón Bolívar advirtió esta diferencia que luego fue detestada en el resto de América latina como simple vanagloria argentina: “El belicoso estado de las provincias del Río de la Plata ha purgado su territorio y conducido sus armas vencedoras al Alto Perú, conmoviendo a Arequipa e inquietando a los realistas de Lima. Cerca de un millón de habitantes disfruta allí de su libertad. […] El virreinato del Perú, cuya población asciende a millón y medio de habitantes, es sin duda el más sumiso y al que más sacrificios se le han arrancado para la causa del Rey […] El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad: se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas” (“Carta de Jamaica”, 1815). Está de más aclarar que todas estas observaciones se refieren al siglo XIX.

En su Dialogo, Valdés se extiende en otros detalles menos cruciales para la vida de los pueblos. Por ejemplo, atribuye el cambio de la “f” latina por la castellana “h” a la influencia árabe (171), cambio frecuente si comparamos el castellano con el portugués o gallego, aunque probablemente el silencio de la ache provenga del vasco. Luego reconoce que evita “güerta”, “güevo” y prefiere escribir “huerta”, “huevo” porque encuentra feo el sonido “gu” (176). No explica el por qué de la “fealdad” aunque también aquí sospecho que hay otra razón de clase social: como lo demuestran las revistas y los programas de moda, los pobres y todos aquellos que necesitan trabajar para vivir han sido siempre feos, villanos.

Para terminar dejemos una observación a manera de hipótesis para lingüistas: según Valdés, la palabra latina “ignorantia” en castellano se escribía o se debía escribir “iñorancia” para que se pronunciara igual. Como en toscano “signor” y en castellano “señor” (187). Sin embargo hoy en día no se pronuncia como “ñ” castellana ni como “gn” toscana. Lo cual podría ser un indicio (como cuando observamos los cambios de pronunciación del inglés británico al inglés americano) de que la grafía haya modificado la fonética, es decir, es posible que la cultura escrita, ilustrada, haya sido políticamente tan fuerte como para modificar en algún grado el uso de las mayorías analfabetas, así como anteriormente la escritura debió seguir la oralidad de un idioma consolidado (aunque tal vez Jacques Derrida no estaría de acuerdo).

Jorge Majfud

majfud.org

Jacksonville University

Neotraba (mexico)

Milenio (Mexico)

Milenio (Mexico)

Retrato de una Academia anclada en la Historia

Basilique Franco

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Ritos religiosos, cargos vitalicios, rotunda hegemonía masculina y una desatención por la España contemporánea lastran la institución

Los miembros de la Real Academia de la Historia, antes y después de cada junta general, se encomiendan a Dios. «Que el Espíritu Santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón», es la oración que precede el inicio de las sesiones de los viernes. El breve rezo en latín es una herencia que la institución no ha desterrado de sus rituales. No es el único lastre que arrastra del pasado: otras son la presencia de un arzobispo (en la actualidad, monseñor Antonio Cañizares), el escaso número de mujeres, la hegemonía centralista (apenas hay académicos de la periferia), el predominio de especialistas en tiempos gloriosos de reyes y conquistadores y algunas funciones anacrónicas, como la de censor. Este cargo, que ahora desempeña el decano de la Real Academia de la Historia, Carlos Seco Serrano, parece simbólico en la práctica, pero podría no serlo. Todos los discursos de ingreso, recepción y contestación de los nuevos académicos son supervisados por él. Un incesante chaparrón de críticas y denuncias

«Funciona como un club sumamente restringido», critica Ángel Viñas. Un académico denuncia que un grupo de presión decide los ingresos. Se mantienen viejas tradiciones, como la de rezar antes de las juntas generales.

«Es necesario que se dé entrada a otras generaciones», según F. Marías

No suele alterarlos, según un académico, pero podría hacerlo. Lo cierto es que la entrada de nuevos miembros apenas aviva el debate. A diferencia de lo que ocurre en la Real Academia Española (RAE), donde acostumbran a disputarse los sillones dos y tres candidatos, en la de Historia reina la absoluta unanimidad. En raras ocasiones se presenta más de un aspirante a los puestos vacantes.

En los últimos años abundan los candidatos propuestos por la historiadora Carmen Iglesias, la segunda mujer en ingresar en la Academia (ha arropado a tres de los seis últimos en ingresar), y Luis Suárez, especialista en Historia Medieval y autor de la complaciente biografía de Franco en elDiccionario Biográfico Español (tres de seis, también). Para ciertos académicos, es evidente que hay «un grupo de presión» con gran influencia a la hora de decidir quiénes se sentarán en las sesiones de la institución de la calle de León.

Al igual que ocurre en la RAE, tiene que ser una terna de académicos los que defiendan la conveniencia de postular a un candidato. Los últimos electos han sido el arabista Serafín Fanjul y Fernando Marías, historiador del Arte. Con anterioridad, lo fue Luis Alberto de Cuenca. «Funciona como un club sumamemente restringido, por cooptación. Prefiero el sistema británico, más competitivo y abierto», sostiene Ángel Viñas.

Aunque la RAE y la RAH nacieron en el mismo siglo, el XVIII, empujadas por el mismo soplo de aire ilustrador y con similares prácticas, en los últimos años se han ido diferenciando en algunos aspectos. En la reforma de sus estatutos, la RAE aprovechó para suprimir los cargos vitalicios. La RAH, por el contrario, ha decidido mantener los de secretario, anticuario y bibliotecario como perpetuos, algo que no ocurre con la figura del director.

La institución histórica nació bajo los auspicios de Felipe V. En la cédula real de 1735 se animaba ya a realizar un diccionario que ayudase a aclarar «la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido».

Ha costado casi tres siglos la tarea, pero algunos aspectos relacionados con la historia más reciente no brillan por su esmero en establecer hechos objetivos. «Si un admirador de un autor polémico hace su biografía, como el caso de Luis Suárez Fernández y Franco, siempre tendremos textos casi hagiográficos o muy benévolos hacia su gestión y conducta», señala el historiador Enrique Moradiellos. La fallida elección de algunos biógrafos es una de las razones de la controversia que ha generado el Diccionario Biográfico Español, pero el origen entronca con la propia composición de la RAH, donde no están representados especialistas en la historia más reciente.

La comisión de Historia Contemporánea de la Academia -que por extensión se ocupó de supervisar contenidos del Diccionario– está formada por Miguel Artola (respetadísimo historiador del siglo XIX), Vicente Palacio (colaborador de autores vinculados al franquismo como Ricardo de la Cierva y biógrafo del Rey), Miguel Ángel Ochoa Brun (historiador de la diplomacia y la política exterior) y Carlos Seco Serrano (autor de una vasta obra sobre Alfonso XIII y Eduardo Dato).

De la institución están ausentes algunos reputados historiadores como Santos Juliá, Josep Fontana, Jordi Nadal o Juan Pablo Fusi, por citar algunos nombres. Salvo recientes incorporaciones, la media de edad de los académicos es muy alta: 15 de los 36 tienen más de 80 años. «Habría que remozarla internamente, rebajar la edad media de sus integrantes y ampliarla en número y funciones», plantea Enrique Moradiellos.

Incluso su director, Gonzalo Anes, acepta que la renovación generacional y la entrada de mujeres y expertos en temas contemporáneos son asuntos pendientes. «Con el tiempo desaparecerá esta desigualdad», asegura. Aunque hay académicos que, como el arabista Juan Vernet, son partidarios de que la Academia admita más mujeres pero siga fiel a sus tradiciones -«Yo no tocaría nada»-, los más jóvenes son conscientes de que la renovación es inevitable. «Todas las instituciones deben renovarse. Es lógico y necesario que se dé entrada a otras generaciones», afirma Fernando Marías, que, con toda la cautela, sugiere que algunas de las entradas del diccionario que se preveían polémicas «tal vez deberían haber sido controladas por la institución y no dejar la responsabilidad a autores singulares». Como es partidario de «aplicar la exigencia científica a la disciplina histórica», intuye que se creará una comisión, interna y externa, para revisar los posibles errores». Una corrección que según el propio Anes se pondrá en marcha desde la versión digital de la obra.

Tan cauto como su colega, el poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca reconoce que «la edad media de la academia es alta», pero matiza: «Hay gente valiosísima que teniendo mucha edad son pilares de la historiografía española». Ambos coinciden en que la renovación de la Academia debe pasar también por la incorporación de más mujeres. «Es una de las asignaturas pendientes y hay historiadoras estupendas», dice De Cuenca. Ninguno, sin embargo, es partidario de establecer cuotas. «La mujer debe tener una presencia obligatoria, pero natural», afirma Fernando Marías. «No creo que las cuotas ayuden a la dignidad femenina. En política es normal porque hablamos de los representantes de la ciudadanía y las mujeres son aproximadamente el 50%, pero las academias no representan a nadie». Fundada en 1738, hubo que esperar a 1935 para que ingresara en ella una mujer: Mercedes Gaibrois. La siguiente en hacerlo fue, en 1991, Carmen Iglesias, a la que seguirían, hasta hoy, solo dos historiadoras más: Josefina Gómez Mendoza, en 2003 y Carmen Sanz Ayán, en 2006.

Los miembros de la Real Academia de la Historia, antes y después de cada junta general, se encomiendan a Dios. «Que el Espíritu Santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón», es la oración que precede el inicio de las sesiones de los viernes. El breve rezo en latín es una herencia que la institución no ha desterrado de sus rituales. No es el único lastre que arrastra del pasado: otras son la presencia de un arzobispo (en la actualidad, monseñor Antonio Cañizares), el escaso número de mujeres, la hegemonía centralista (apenas hay académicos de la periferia), el predominio de especialistas en tiempos gloriosos de reyes y conquistadores y algunas funciones anacrónicas, como la de censor. Este cargo, que ahora desempeña el decano de la Real Academia de la Historia, Carlos Seco Serrano, parece simbólico en la práctica, pero podría no serlo. Todos los discursos de ingreso, recepción y contestación de los nuevos académicos son supervisados por él.

 

No suele alterarlos, según un académico, pero podría hacerlo. Lo cierto es que la entrada de nuevos miembros apenas aviva el debate. A diferencia de lo que ocurre en la Real Academia Española (RAE), donde acostumbran a disputarse los sillones dos y tres candidatos, en la de Historia reina la absoluta unanimidad. En raras ocasiones se presenta más de un aspirante a los puestos vacantes.

En los últimos años abundan los candidatos propuestos por la historiadora Carmen Iglesias, la segunda mujer en ingresar en la Academia (ha arropado a tres de los seis últimos en ingresar), y Luis Suárez, especialista en Historia Medieval y autor de la complaciente biografía de Franco en elDiccionario Biográfico Español (tres de seis, también). Para ciertos académicos, es evidente que hay «un grupo de presión» con gran influencia a la hora de decidir quiénes se sentarán en las sesiones de la institución de la calle de León.

Al igual que ocurre en la RAE, tiene que ser una terna de académicos los que defiendan la conveniencia de postular a un candidato. Los últimos electos han sido el arabista Serafín Fanjul y Fernando Marías, historiador del Arte. Con anterioridad, lo fue Luis Alberto de Cuenca. «Funciona como un club sumamemente restringido, por cooptación. Prefiero el sistema británico, más competitivo y abierto», sostiene Ángel Viñas.

Aunque la RAE y la RAH nacieron en el mismo siglo, el XVIII, empujadas por el mismo soplo de aire ilustrador y con similares prácticas, en los últimos años se han ido diferenciando en algunos aspectos. En la reforma de sus estatutos, la RAE aprovechó para suprimir los cargos vitalicios. La RAH, por el contrario, ha decidido mantener los de secretario, anticuario y bibliotecario como perpetuos, algo que no ocurre con la figura del director.

La institución histórica nació bajo los auspicios de Felipe V. En la cédula real de 1735 se animaba ya a realizar un diccionario que ayudase a aclarar «la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido».

Ha costado casi tres siglos la tarea, pero algunos aspectos relacionados con la historia más reciente no brillan por su esmero en establecer hechos objetivos. «Si un admirador de un autor polémico hace su biografía, como el caso de Luis Suárez Fernández y Franco, siempre tendremos textos casi hagiográficos o muy benévolos hacia su gestión y conducta», señala el historiador Enrique Moradiellos. La fallida elección de algunos biógrafos es una de las razones de la controversia que ha generado el Diccionario Biográfico Español, pero el origen entronca con la propia composición de la RAH, donde no están representados especialistas en la historia más reciente.

La comisión de Historia Contemporánea de la Academia -que por extensión se ocupó de supervisar contenidos del Diccionario– está formada por Miguel Artola (respetadísimo historiador del siglo XIX), Vicente Palacio (colaborador de autores vinculados al franquismo como Ricardo de la Cierva y biógrafo del Rey), Miguel Ángel Ochoa Brun (historiador de la diplomacia y la política exterior) y Carlos Seco Serrano (autor de una vasta obra sobre Alfonso XIII y Eduardo Dato).

De la institución están ausentes algunos reputados historiadores como Santos Juliá, Josep Fontana, Jordi Nadal o Juan Pablo Fusi, por citar algunos nombres. Salvo recientes incorporaciones, la media de edad de los académicos es muy alta: 15 de los 36 tienen más de 80 años. «Habría que remozarla internamente, rebajar la edad media de sus integrantes y ampliarla en número y funciones», plantea Enrique Moradiellos.

Incluso su director, Gonzalo Anes, acepta que la renovación generacional y la entrada de mujeres y expertos en temas contemporáneos son asuntos pendientes. «Con el tiempo desaparecerá esta desigualdad», asegura. Aunque hay académicos que, como el arabista Juan Vernet, son partidarios de que la Academia admita más mujeres pero siga fiel a sus tradiciones -«Yo no tocaría nada»-, los más jóvenes son conscientes de que la renovación es inevitable. «Todas las instituciones deben renovarse. Es lógico y necesario que se dé entrada a otras generaciones», afirma Fernando Marías, que, con toda la cautela, sugiere que algunas de las entradas del diccionario que se preveían polémicas «tal vez deberían haber sido controladas por la institución y no dejar la responsabilidad a autores singulares». Como es partidario de «aplicar la exigencia científica a la disciplina histórica», intuye que se creará una comisión, interna y externa, para revisar los posibles errores». Una corrección que según el propio Anes se pondrá en marcha desde la versión digital de la obra.

Tan cauto como su colega, el poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca reconoce que «la edad media de la academia es alta», pero matiza: «Hay gente valiosísima que teniendo mucha edad son pilares de la historiografía española». Ambos coinciden en que la renovación de la Academia debe pasar también por la incorporación de más mujeres. «Es una de las asignaturas pendientes y hay historiadoras estupendas», dice De Cuenca. Ninguno, sin embargo, es partidario de establecer cuotas. «La mujer debe tener una presencia obligatoria, pero natural», afirma Fernando Marías. «No creo que las cuotas ayuden a la dignidad femenina. En política es normal porque hablamos de los representantes de la ciudadanía y las mujeres son aproximadamente el 50%, pero las academias no representan a nadie». Fundada en 1738, hubo que esperar a 1935 para que ingresara en ella una mujer: Mercedes Gaibrois. La siguiente en hacerlo fue, en 1991, Carmen Iglesias, a la que seguirían, hasta hoy, solo dos historiadoras más: Josefina Gómez Mendoza, en 2003 y Carmen Sanz Ayán, en 2006.

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Santa Teresa de Jesús, Obras Completas

Talla de Santa Teresa de Jesús en la iglesia d...

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1. Jesús, Santa Teresa de. Obras de Santa Teresa de Jesús. [1573] Barcelona: Juan Olivares, 1847.

2. Jesús, Santa Teresa de. Obras Completas. Madrid: Editorial Plenitud, 1958.

Los favores espirituales de una santa (I)

Los escritores, intelectuales e hispanistas rebeldes (Américo Castro, Juan Goytisolo, Eduardo Subirats, etc.) han hablado y escrito extensamente contra la tradición purista del nacionalcatolicismo español. Por cualquier lado que se estudie la cultura europea desde la Edad Media se verá la gran diversidad de la península ibérica, la que comienza a ser castigada, negada y arrasada con especial brutalidad en tiempos de los célebres reyes católicos Fernando e Isabel a fines del siglo XV y que durará por lo menos hasta el apogeo del franquismo en el siglo XX. La idea de patria o nación basada en la unicidad (una lengua, una raza, una religión) en lugar de la unión, en la exclusión en lugar de la inclusión, no se demora en eufemismos. Todos los que no se adaptaban a este genocidio étnico y cultural eran irremediablemente perseguidos por “malos cristianos” primero y “malos españoles” después. En diversas oleadas, la mayoría debió abandonar su país o su religión por la fuerza. Ninguno logró la tan ansiada purificación de sangre aunque en algunos casos se hicieron meritorios esfuerzos por ocultar su condición de “cristianos nuevos”. Una gran cantidad de intelectuales (por no mencionar médicos y contadores) eran cualquier cosa menos “castellanos viejos”. Probablemente fray Bartolomé de las Casas era un judío converso o descendientes de familias impuras, al igual que Fray Luis de León y Santa Teresa. No obstante, tienen en común el haber servido la religión católica. De las Casas oponiéndose a los abusos del establishment; Santa Teresa apoyándolo con una pasión que no se encontraba en los Papas de su época, lo cual no la salvó de alguna visita a la cárcel.

Como mística, Santa Teresa es un individuo sensual o sensualista, deseoso de liberación individual; poco ortodoxa, ya que el misticismo católico de la época está, como el Quijote de Cervantes, marcado por la cultura islámica y judía, aunque negado por la tradición de los “hombres de letras”.

El dualismo de la santa es el dualismo de la sociedad. Con una ambigüedad muy próxima al lapsus, exclama: “Qué mayor ni más miserable cautiverio que estar el alma suelta en el alma de su criador” (1958, 700). La mujer que pensaba que “morir y padecer han de ser nuestros deseos” (1958, 929), es conocida y famosa la descripción de uno de estos raptos espirituales que la santa tuvo en 1559 con un hermoso ángel que, con dolor y placer, le incrustaba en el corazón hasta las entrañas, repetidas veces, una flecha dorada con fuego en la punta. Esta experiencia divina, narró la santa en 1559, la llevaban a proferir quejidos de placer físico y espiritual que dos siglos más tarde el papa Benedicto XIII valoró como parte del diálogo divino y otros incrédulos asociaron con experiencias más terrenales.

Como pensadora, Santa Teresa es un soldado autoritario que articula y expresa la ideología dominante de su propia sociedad y, especialmente, de un siglo misógino y represor entre otras particularidades.

El pensamiento de Santa Teresa y sus impulsos emotivos más profundos no coinciden. Son contradictorios pero no inexplicables. Son una característica del pueblo peninsular, movido por la pasión de los sentidos y la aventura y removidos por la sistemática represión, religiosa, política y moral que recomienda “palo y mano dura” para evitar lo peor. (Quizás lo mismo podemos entender de la cultura islámica, sensual y austera hasta el límite de violentas contradicciones sensuales como la danza del vientre y el rígido vestido negro de sus mujeres).

Si el lector no está de acuerdo conmigo en este punto, no está solo. Una larga tradición de siglos lo acompaña, aparte de un combativo ejército de teresianos que sigue muy activo hoy en día y al cual no niego el derecho de defensa de una religiosa e intelectual sobresaliente.

Pero tal vez podré defender mi punto de vista con algunas lecturas de la santa.

La primera línea del prologo a Las fundaciones resume su pensamiento:

“Por experiencia he visto, dejando lo que en muchas partes he leído, el gran bien que es para un alma, no salir de obediencia. Aquí se halla la quietud, que tan preciada es en las almas que desean contentar á Dios; porque si de verdad se han resignado a esta santa obediencia, y rendido el entendimiento á ella, no queriendo tener otro parecer del que su confesor, y si son religiosos, el de su prelado” (1847, 1).

Como hoy, muchos líderes religiosos creen conocer las emociones de Dios, aunque no aparezcan explicitas en ningún texto sagrado. Santa Teresa no duda en que la obediencia es la mayor virtud humana y, como cualquier cosa buena, trata de extenderla a todos los ámbitos de la sociedad. Para un místico, cuya relación individual con la divinidad es lo más importante, esta obsesión social es una nueva curiosidad. ¿Pero obediencia a quien? A las autoridades ya establecidas por la tradición eclesiástica, de estamentos sociales y de género. Cualquier desviación a esta desviación es herejía y desobediencia. La segunda palabra más importante, la “libertad” es maldita. Es la noche de la primera, el contrapeso de un mundo desgarrado por dualismos del bien y el mal, del día y la noche, de la santidad y el pecado, del hombre y la mujer.

En este prólogo, además, la santa justifica el haber escrito las Fundaciones por orden de sus confesores. “Su Majestad nos enviaba allí [San Josef] lo necesario sin pedirlo” (1847, 5). En Carta a Lorenzo de Cepeda (23 de diciembre de 1561), describe un proyecto de monasterio donde sólo podrán estar quince monjas enclaustradas: “que es hacer un monasterio, donde ha de haber sólo quince, sin poder crecer de número, con grandísimo encerramiento, así de nunca salir, como de no ver si no han velo delante del rostro, fundadas en oración y en mortificación” (1958, 985).

En el siglo XX, la santidad del claustro será cuestionada como mero egoísmo por los teólogos de la liberación, quienes proponían el compromiso con los problemas del resto de la sociedad y no la búsqueda de la santidad pura alejándose del mundo pecaminoso que proporcionaba los recursos para que otros salvaran sus almas. Y si la enclaustrada no estaba allí por virtud sino para ser corregida, necesario era predicar sobre los peligros del mundo exterior: “porque no puede nadie entender, sino quien lo ha visto, los grandísimos inconvenientes que hay, y la puerta que se abre al demonio para tentaciones, si piensan que puede ser posible salir de su casa” (1847, 244).

Pero la santa, famosa por sus levitaciones en éxtasis místico (también conocidos como “raptos” o “favores espirituales”), condena esos mismos arrebatos en las demás monjas. Las súbditas debían saber que así como no es lo mismo santidad que pecado, tampoco es lo mismo cordura que locura. Todo lo cual se resuelve obedeciendo las opiniones de los superiores.

“Yo conozco algunas personas, que no les falta casi nada para del todo perder el juicio, mas tienen almas humildes, y tan temerosas de ofender a Dios, que aunque se están deshaciendo en lágrimas ente sí mesmas, no hacen más de lo que se les manda” (1847, 44).

(continúa)

Milenio (Mexico)

 Milenio (Mexico) II

Los favores espirituales de una santa (II)

Santa Teresa tenía arrebatos místicos. Las súbditas y los locos sólo deliraban. No obstante, estos delirios no eran considerados siquiera enfermedades tratables sino delitos, para los cuales la santa recomendaba duras penas físicas:

 “Parece sin justicia, que (si no puede más) castiguen á la enferma como á la sana: luego también lo sería atar á los locos, y azotarlos, sino dejarlos matar á todos. Créanme, que lo he probado, y que (a mi parecer) intentando hartos remedios, y que no hallo otros. […] Y porque no maten los locos, los atan, y castigan, y es bien, aunque parece hacer gran piedad (pues ellos no pueden más) ¿cuánto más se ha de mirar que no hagan daño á las almas con sus libertades?” (1847, 44).

Santa Teresa temía, en un mundo donde todavía se escuchaban los ecos del humanismo, “que el demonio debajo de color deste humor, como he dicho, quiere ganar muchas almas. Porque ahora se usa más que suele, y es que toda la propia voluntad, y libertad llaman ya melancolía; y es ansí, que he pensado que en estas casas, y en todas las de religión, no se debía tomar este nombre en la boca (porque parece que trae consigo libertad) sino que se llame enfermedad grave (y cuanto lo es) y que se cure como tal” (1847, 45).

Bien, está claro que la obediencia es la virtud máxima y la libertad una inspiración del demonio. Ahora, es necesario fundar un método. Los súbditos, especialmente las mujeres, deben aprender ciertos pasos previos, como “que no entiendan que han de salir con lo que quieren, ni salgan, puesto en término de que hayan de obedecer, que en sentir que tienen esta libertad está el daño […] y han de advertir, que el mayor remedio que tienen, es ocuparlas mucho en oficios, para que no tengan lugar de estar imaginando, que aquí está todo su mal” (1847, 45). Más adelante no deja lugar a dudas: “no creo que hay cosa en el mundo, que tanto dañe a un perlado, como no ser temido, y que piensen los súbditos que puedan tratar con él, como con igual, en especial para mujeres, que si una vez entiende que hay en el perlado tanta blandura […] será dificultoso el gobernarlas” (1847, 239).

El método de mantener a los súbditos ocupados con actividades productivas ya era conocido, pero será central en las sociedades esclavistas y posesclavistas de siglos posteriores. No creo que  hoy se haya vuelto obsoleto; sólo han cambiado algunos ideoléxicos: ahora “libertad” es una bandera positiva y se usa como producto de consumo, es decir, para promover la idea de que lo que hacemos lo hacemos por libertad propia aunque haya sido previsto por algún agente especialista en marketing con bastante anterioridad.

En tiempos de la santa esta preocupación por evitar la imaginación ajena era algo común. Bastaría con recordar a Juan de Zabaleta. Medio siglo después Francisco Cascales, en Cartas filológicas (1634) [Vol 1. Madrid: Edición de “La lectura”, 1930] recordaba y recomendaba que “la aguja y la rueca son las armas de la mujer, y tan fuertes, que armada con ellas resistirá al enemigo más orgulloso de quien fuere tentada” (13). Una lectura más amplia revela que donde dice “mujer” quiere decir “hombre”: la aguja y la rueca son las armas del hombre…

Poco más adelante, al comenzar el capítulo VIII, la santa se defiende de algunos incrédulos (incrédulos como ella misma cuando se trata de los arrebatos de sus vecinas): “Parece que hace espanto á algunas personas solo el oír nombrar visiones, ó revelaciones: no entiendo la causa por qué tienen por camino tan peligroso el llevar Dios un alma por aquí, ni de dónde ha procedido ese pasmo” (1847, 47).

El misoginismo abunda en la literatura de este siglo, pero anotemos que el asco ético y cultural por lo femenino no pocas veces se articuló y legitimó en la pluma o en la voz de una mujer. Para la célebre santa, la mujer era naturalmente débil y pecaminosa, como Eva. Aunque Eva era intelectualmente inferior a Adán, la tradición posterior no ha castigado la imagen de Adán, quien consintió en comer el fruto prohibido, tanto como la de Eva, quien apenas fue un medio del mal (en la época, el número dos significaba la mujer y a la dualidad, propia del demonio).

“Téngase aviso que la flaqueza es natural y es muy flaca, en especial en las mujeres […] es menester que á cada cosita que se nos antoje, no pensemos luego es cosa de visión […] a donde hay algo de melancolía, es menester mucho más aviso, porque cosas han venido a mí destos antojos” (1847, 49). En otro momento: “De dónde vienen estas fuerzas contra Vos, y tanta cobardía contra el demonio? (1958, 693).

La santa, en cambio, tenía la virtud de ser masculina: “por grandísimos trabajos que he tenido en esta vida […] no soy nada mujer en estas cosas” (1958, 314).

Ahora, distinguir la verdad de la mentira, la realidad de la ilusión, lo divino de lo demoniaco es cuestión, en Santa Teresa, no de algún análisis o razonamiento sino de sus propios arrebatos. Y cuando no está segura de distinguir una cosa de la otra, el recurso es claro e inapelable: obedecer a la autoridad, delegar la responsabilidad de equivocarse a alguien más a cambio de obediencia.

Sin duda la obra “ensayística” de Santa Teresa es harto interesante y abunda en una infinidad de afirmaciones reveladoras. Más que las ideas de un individuo, reflejan las ideas y el pensamiento popular de una época. Las citas que traje en esta breve reseña son apenas una muestra. Es curioso que en las academias de filosofía y literatura sean más conocidas (y harto discutidas) Las moradas del castillo interior (1577) que sus reveladores ensayos y comentarios.

Santa Teresa no era buena teóloga. En sus escritos hay pocas referencias a las Sagradas Escrituras (menos, incluso, que en la hereje Sor Juana). Apenas de paso, más por tradición popular que por rigor teológico, Santa Teresa menciona el problemático libre albedrio para ponerlo dentro de sus límites de su fórmula de la obediencia es divina, la libertad es demoniaca. “¡Oh libre albedrío, tan esclavo de tu libertad si no vives enclavado con el temor y amor de quien te crió” (1958, 700). El cardenal Joseph Ratzinger, en Instrucción sobre libertad cristiana y liberación, Santiago (Chile): Ediciones Paulinas, 1986, repetirá esta misma fórmula para combatir y condenar a los nuevos teólogos de la liberación en América latina.

Por siglos, el libre albedrio distinguió a los católicos de los protestantes que subscribían al fatalismo de los elegidos antes de nacer. No por casualidad hubo humanistas dentro del catolicismo. No por casualidad el protestantismo fue una de las consecuencias del humanismo católico. No por casualidad las ansias de libertad y libre albedrío terminaron, una vez más, en el fatalismo protestante. No por casualidad la teología católica del libre albedrio fue contenida con la rígida estructura vertical de la iglesia católica y de las sociedades dominantemente católicas.

Jorge Majfud

Milenio (Mexico)

Milenio (Mexico) II

Osama y los peligros de la perspectiva cónica

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Osama y los peligros de la perspectiva cónica

Sin quererlo, en 1690 Sor Juana Inés de la Cruz demostró, con su vida y con su muerte, que una persona puede ser terriblemente censurada mediante la publicación de sus propios textos. Algo semejante se podría considerar sobre la censura de los medios de comunicación. No es necesario silenciar a alguien para censurarlo. Nadie prohíbe que un aficionado grite en un estadio repleto de gente, pero tampoco nadie, o casi nadie lo va a escuchar. Si tuviese algo importante que decir o que gritar estaría en la misma, o en casi la misma situación que alguien que ha sido amordazado en una sala silenciosa.

Algo semejante ocurre con la importancia de cada evento global. En este siglo es casi imposible una dictadura al estilo del siglo XX, digamos una dictadura absoluta de algún general en alguna república bananera o de un gran país como Estados Unidos o la Unión Soviética donde había diferentes concepciones sobre la libertad de expresión; en uno, el Estado era dueño de la verdad y de las noticias; en el otro, los millonarios y los gerentes de las grandes cadenas de información eran los dueños de casi toda la libertad de expresión.

Con el arribo y casi instalación de la Era digital, también aquellos modelos de censura se volvieron obsoletos. No la censura. Los individuos reclamaron y en muchos casos obtuvieron cierta participación en la discusión de los grandes temas. Sólo que ahora se parecen a aquel aficionado de fútbol que grita en un estadio enardecido. Su voz y sus palabras virtuales se pierden en océanos de otras voces y de otras palabras. De vez en cuando, casi siempre por una relevante frivolidad como demostrar la habilidad de morderse un ojo o por haber tenido el mérito de crear la peor canción del mundo o la mejor teoría conspiratoria (imposible de probar y de refutar), algunos saltan a la fugaz celebridad de la que hablaba Andy Warhol. Siempre he sospechado que las teorías conspiratorias son creadas y promovidas por los supuestos perjudicados. Como decía uno de mis personajes en Memorias de un desaparecido (1996): “no existe mejor estrategia contra un rumor verdadero que inventar otro falso que pretenda confirmarlo”.

Pero claro, esta teoría de una “fabrica de conspiraciones” no deja de pertenecer al mismo género de las teorías conspiratorias. El mecanismo y la trampa se basan en una premisa: de cada mil teorías conspiratorias, una es, o debe ser, verdad.

Como la teoría X ha tomado estado público, no se la puede suprimir. La mejor forma es hacerla desaparecer entre un mar de absurdos semejantes.

Ahora, dejemos de lado por un momento el problema de si existe un grupo, un gobierno o una agencia que mueve los hilos de la percepción mundial (que es lo mismo que mover los hilos de la realidad). Vamos a asumir que todo se trata de una creación colectiva en la que todos participamos, como una macro cultura, como una civilización o como un sistema sobrenatural que suele recibir diversos nombres, algunos muy gastados.

En su lugar podemos concentrarnos en los hechos. Por ejemplo, un hecho es que, al igual que en cualquier otro período de la historia, “nosotros somos los buenos y ellos son los malos”, lo que justifica nuestro accionar brutal o explica por qué somos víctimas del sistema en cuestión.

Pero si volvemos al punto concreto de la censura (uno de los instrumentos principales de cualquier poder dominante) veremos que en nuestro tiempo queda una forma posible y devastadora por su alta eficacia: la promoción de “lo que es importante”.

Un rápido y reciente ejemplo es la muerte o asesinato de Osama Bin Laden. Cierto, yo tampoco me negué a responder a entrevistas de radio de muchos países y hasta en diversos idiomas. En todos de los casos fue más por un gesto de amabilidad que de convicción. Sin embargo, esta vez me abstuve de escribir sobre el tema.

En mi modesta opinión, entiendo que se ha cumplido una vez más el mecanismo de la censura contemporánea: el exceso de discusión y pasión con que las partes disputan la verdad sobre un tema nos inhabilita para concentrarnos en otros temas y, sobre todo, para valorar la importancia de unos temas sobre otros. Es como si alguien o algo decidieran qué es importante y qué no, como alguien o algo decide qué estilo o qué color de ropa debe llevarse en una temporada.

Por ejemplo, no hubo medio de comunicación en que periodistas, lectores y usuarios de todo tipo, color y nacionalidad discutieran apasionadamente durante semanas sobre la legitimidad del ajusticiamiento de bin Laden. Por supuesto que todo puede y debe ser revisado. Pero si bien es legítimo un debate de este tipo, se torna globalmente trágico cuando observamos que el foco de atención ha determinado y definido lo que es importante. Sin embargo, ¿qué importa si un personaje nefasto (ficticio o real) como bin Laden fue bien o mal ejecutado cuando ni se menciona lo indiscutible: el asesinato de niños y otros inocentes como rutinarios efectos colaterales?

En el caso de la ejecución de bin Laden, al menos esta vez Estados Unidos procedió de una forma realmente quirúrgica, como falsamente se ha proclamado en otras ocasiones. La vida de los niños que moraban en la casa fue preservada, más allá, obviamente, de la experiencia traumática. Mas allá de que esta opción debió ser estratégica y no humanitaria, recordemos que no hace muchos años, meses, se optaba por bombardear el objetivo sin importar los “efectos colaterales”, es decir, sin importar la presencia de inocentes, muchas veces niños. Esta tragedia ha sido tan común en la historia contemporánea que las autoridades afectadas se limitaban apenas a reclamar mejores explicaciones de peores barbaridades antes de echarlas al olvido colectivo.

Para no irnos muy lejos bastaría con mencionar el reciente bombardeo a la casa del dictador libio (o llámenlo como quieran) Muammar Gaddafi por parte de la OTAN. En este bombardeo no murió el “objetivo”. La operación quirúrgica mató, asesinó, a varias personas, entre ellas el hijo de Gaddafi, y a tres de sus nietos. Pero estos niños, aunque no lo crean, tenían nombres y edades: Saif, de 2 años; Carthage, de 3; y Mastura, de 4 meses. Lo peor es que no son excepciones. Son la regla.

¿Quién recuerda sus nombres? ¿A quién le importa?

En esto no hay relativismos: un niño es un ser inocente sin importar la circunstancia, la identidad, la religión, la ideología o cualquier acción de sus padres. Un niño es siempre (siempre) inocente y lo es sin atenuantes, por más que como padres muchas veces nos hagan perder la paciencia.

Si la policía de cualquiera de nuestros países civilizados arrojase una bomba en la casa del peor de los asesinos, del peor de los violadores y matase a tres niños, seguramente habría una revuelta popular en ese país. Si el gobierno hubiese dado la orden de semejante procedimiento, seguramente caería en menos de veinticuatro horas y sus responsables serían llevados ante pulcros tribunales.

Pero como lo mismo se les hizo a niños pertenecientes a pueblos barbaros, salvajes, atrasados, entonces la acción se convierte en un simple “efecto colateral” y sus autores son apreciados como líderes responsables y valerosos que defienden la civilización, la libertad y, en definitiva, la vida de los inocentes.

Y para que la discusión no tome el centro de todas las discusiones, alguien o algo decide que lo realmente importante es discutir sobre la forma o la legitimidad de la ejecución de un tipo que había hecho meritos suficientes para terminar como terminó.

Jorge Majfud

11 de mayo de 2011.

Jacksonville University

Milenio (Mexico)

Gara (España)

Panamá América (Panamá)

Brumario (Mexico)

Mario Vargas Llosa en Argentina

Original from the then "Secretaría de Pre...

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Vargas a la carga

Página/12

 Por Luis Bruschtein

Antes de los ‘80 se decía que los liberales en política eran intervencionistas en economía. Y al revés. Los liberales en economía eran autoritarios en política. Autoritarios quiere decir que en realidad fragoteaban todo el tiempo para dar golpes militares. Viene a cuento porque el discurso liberal épico del escritor Vargas Llosa pareciera desconocerlo. Los liberales argentinos fueron golpistas desde el ’30 en adelante. Se dieron casos ridículos porque un buen militar tiene que ser nacionalista. Pero cada vez que un militar “nacionalista” dio un golpe, puso a un ministro de Economía liberal. Los golpes militares tuvieron siempre un discurso anticorrupción y supuestamente nacionalista con fragor de botas y banderas, pero fueron liberales en economía.

Se decía que un liberal en economía tenía que ser irremediablemente autoritario en política porque las medidas económicas de libre mercado son esencialmente antipopulares, y se pensaba que solamente podían ser aplicables con represión y mano dura. Eso no estaba en discusión y así sucedía.

Por el contrario, se decía que un liberal en política era intervencionista en la economía –o sea, lo contrario al libre mercado– porque las fuerzas del mercado no son democráticas, ya que siguen otras reglas, como la ley del más fuerte –el que más tiene, más gana y tiene más capacidad para sobrevivir y eliminar al más débil– que es lo opuesto a la democracia, donde todos los votos tienen el mismo valor. El libre mercado no es democrático porque favorece al más fuerte. Entonces, para ser democrático en economía, había que intervenir a través del Estado para equilibrar fuerzas y derechos.

El liberalismo original, el de los textos clásicos que plantearon igualdad ante la ley y de oportunidades, surgió en oposición a las monarquías y de allí se construyó el costado épico de su discurso. Pero, ya en el siglo XX, la herramienta política del liberalismo económico no fueron los votos sino los golpes militares. El liberalismo que llega a la modernidad no es el de los carbonarios sino el de los países centrales y el de los grandes capitales, o sea el discurso de los poderosos, que en nuestros países se verificó en invasiones y dictaduras. Ningún golpe de Estado se hizo en nombre de las dictaduras. Por el contrario, se hicieron “para defender la libertad y la democracia”. Los dictadores se presentaban siempre como demócratas. Además no es casual que los que defienden a los militares de la dictadura en la Argentina sean, sobre todo, los sectores liberales. Cuanto más liberales en el discurso, más los defienden y muchos de ellos son amigos y tienen relaciones personales con los viejos represores. José Alfredo Martínez de Hoz no era populista. Por el contrario, era muy representativo del capital concentrado que se expresaba en términos de “defensa de la democracia”, e ideológicamente se definía como un gran liberal.

Queda demostrado que, por lo menos en la Argentina moderna, ese liberalismo no fue democrático. En todo caso fueron más democráticos los acusados de populistas, como Yrigoyen y Perón, porque ampliaron derechos ciudadanos, aunque para ello debieron afectar intereses económicos.

En la excelente entrevista que le hicieron Martín Granovsky y Silvina Friera, publicada ayer por Página/12, el escritor peruano se ataja y afirma que los que apoyaron dictaduras no son verdaderamente liberales, y que no tiene por qué hacerse cargo de lo que hicieron otras personas que se dicen liberales, aun cuando hayan sido referentes ideológicos suyos, como Milton Friedman o Friedrik von Hayek, que respaldaron calurosamente a la dictadura de Augusto Pinochet en Chile y formaron parte de la Sociedad Mont Pelerin que trajo a Vargas Llosa a la Argentina.

La pasión y energía que invirtió –según relata en esa entrevista– en desentrañar las contradicciones del discurso revolucionario que lo había seducido en los ’60, contrasta con el desinterés y hasta la pereza intelectual que muestra el escritor frente a esas contradicciones del discurso liberal en los países de América latina.

Desinterés y pereza, más que ceguera o ingenuidad, porque en cada reunión a la que asiste en la región está acompañado por dirigentes y personajes que son empresarios o asesores de grandes empresas devenidos en políticos, más que políticos con trayectorias que sobresalgan por sus desempeños democráticos y pensamientos profundos. Aquí en la Argentina, su principal anfitrión fue Mauricio Macri, un hombre que repite que prefiere la mano dura antes que la negociación o que estigmatiza los inmigrantes de los países vecinos.

Vargas Llosa afirmó que el populismo y la izquierda ganaron una batalla al conseguir que el término “liberal” sea tomado como una mala palabra. En realidad, la izquierda y el supuesto populismo no estaban para dar ninguna batalla en los años ’90. Fueron los mismos liberales los que lograron ese desmérito.

En los años ’80, con el comienzo de la globalización, los gobiernos militares ya no ofrecían seguridad jurídica para la desbordante liquidez mundial. A partir de allí, no hubo más golpes. Cuando estos supuestos liberales dejaron de buscarlos o apoyarlos, se acabaron los golpes en América latina. O si los hubo, fracasaron. Las nuevas herramientas para llevar adelante esas políticas económicas fueron la presión mediática, los golpes de mercado y, por supuesto, las poderosas consecuencias de un nuevo ordenamiento mundial con hegemonía unilateral norteamericana. En el caso de la Argentina, esas presiones doblegaron a los partidos tradicionales desde la segunda mitad del gobierno de Alfonsín, más los dos gobiernos de Carlos Menem y el gobierno de la Alianza. Fueron más de 15 años de neoliberalismo que culminaron con la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza.

Pero la ola fue tan fuerte que, de la misma manera que en los años ’70 se habían reproducido como una plaga las dictaduras en la región, entre los ’80 y los ’90 se extendieron las experiencias neoliberales y en todos los países con los mismos resultados desastrosos. Pensadores populares que habían participado en el desarrollo de la Teoría de la Dependencia como el brasileño Fernando Henrique Cardoso se convirtieron al neoliberalismo y, en su caso, fue el presidente que aplicó esas teorías en Brasil. El peronismo en la Argentina, que había sido el gran muro de contención contra esas medidas, se dio vuelta con el menemismo y se convirtió en su herramienta política. Algunos gobiernos se cuidaron un poco más, Brasil no privatizó su petrolera estatal y en Chile tampoco lo hicieron con la empresa del cobre. En la Argentina, el menemismo vendió hasta la vajilla de la abuelita. En todos hubo una reacción en contra. En la Argentina, donde esas políticas habían sido salvajes, la crisis fue más profunda y la reacción popular, más violenta. Se equivoca Vargas Llosa: la izquierda o el supuesto populismo no tuvieron ningún mérito en la campaña por convertir al liberalismo en mala palabra. Fue todo obra de los mismos liberales, algunos de los cuales lo acompañan ahora cuando viene a darles charlas magistrales.

No existe liberal de izquierda, ni liberal progresista, y cuando hablan equívocamente de progreso o de cambio, siempre son cambios regresivos que favorecen al más fuerte. Cualquier desviación del libre mercado es considerada “colectivista”. Ni hablar de la distribución de la riqueza. En suma: para ser liberal hay que ser rico o, por lo menos, no hay que ser pobre. Esta expresión de un liberalismo donde prima lo que ellos llaman libertades económicas sobre los factores sociales, y donde el valor supremo es el de la propiedad, es más bien el neoliberalismo, una versión parcial y más cruda de los viejos ideales de los revolucionarios antimonárquicos que en su idealismo ponían por delante la igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades. Esta segunda parte del discurso de los viejos liberales no está muy considerada por quienes en la actualidad se asumen como sus discípulos, porque la única forma de que haya igualdad de oportunidades es a través de un Estado que regule los procesos económicos preservando una dinámica democrática.

Resulta simpático advertir que antes a los marxistas se les decía “materialistas” porque afirmaban que lo económico determinaba por sí sólo lo social y cultural. A los viejos liberales se les llamaba “idealistas” porque decían que las ideas determinaban todo lo demás. Pero estos nuevos liberales ya no son idealistas sino marxistas al revés: lo que prima es la economía, pero a favor de los poderosos.

Sabiduría popular

Cuando joven, casi niño, era hincha de Peñarol. Hasta jugué en divisiones ultrainferiores. Era un pésimo jugador y la pasión por el fútbol me duró un par de años, apenas.

Hoy admiro algunos momentos en que Diego Maradona convirtió un deporte en obra de arte. Pero cuando veo todo lo demás, pierdo casi toda toda esperanza en la educación popular… suerte que luego uno encuantra otros ejemplos mejores.

Esta tardecita miraba el otro canal de Uruguay, Canal 12, y encontré más de lo mismo, esta vez en boca del poularismo Alberto Kesman. Espero que pronto pida disculpas por esa apología de la barbarie y ese pésimo ejemplo para niños como el que aparece presenciando esa demostración de pseudomasculinidad.

Una vez Umberto Eco dijo que en un estadio había sentido que Dios no existía. Exageraba. Lo que no existe en estos casos es la humanidad. Al menos prueba de lo otro no tenemos.


Sobre las declaraciones del comandante en Jefe del Ejército del Uruguay

Three Wise Monkeys
Image by Frangipani Photograph via Flickr

Uruguay : les 3 singes de la sagesse (French)

La sabiduría de los tres monitos

“no veo, no escucho, no hablo”

El comandante en Jefe del Ejército del Uruguay, teniente coronel Jorge Rosales, dijo que “hay nerviosismo entre los militares retirados por la posible anulación de la Ley de Caducidad”. Esta ley aprobada más de veinte años atrás protege a los militares que cometieron delitos de lesa humanidad durante la última dictadura en Uruguay (1973-1984). No explican por qué se autoimplican de una forma tan explícita en la violación de los Derechos Humanos.

¿Por qué habría yo de estar nervioso porque se juzguen las violaciones a los Derechos Humanos perpetuadas por los arquitectos o los profesores de literatura en mi país o alrededor del mundo? El problema no es que hayan sido profesores, obreros o militares durante la dictadura sino, simplemente, que hayan violado los Derechos Humanos de un solo individuo.

Dentro de esta misma confusión, el General Jorge Rosales afirma que existe una “predisposición del consiente colectivo” hacia las Fuerzas Armadas.

Eso hay forma de solucionarlo. Pero mientras no se sepa quienes cometieron crímenes y nunca lo pagaron con un solo día de cárcel, y ni siquiera han tenido el detalle de reconocerlo o ayudar un poco en la búsqueda de los desaparecidos antes de pedir perdón, entonces la población podrá desconfiar de cualquiera de los militares retirados. Los militares más jóvenes sólo pueden ser acusados de apoyar la perpetuación el silencio y la impunidad, pero hasta ahora nadie los ha acusado de ser responsables de los delitos que se cometieron en el pasado. Ni siquiera se acusa a la institución.

Es decir, que la queja parte de un malentendido que los mismo militares de hoy alimentan, no solo con su silencio sino ahora también con declaraciones muy reveladoras de este tipo.

¿Por qué se insiste en enseñarnos que la paz se puede alcanzar olvidando y perdonando a quienes nunca han sido juzgados y nunca se han arrepentido de nada?

¿O es que en el fondo estamos de acuerdo en que a veces, en determinadas circunstancias, es lícito secuestrar, torturar, asesinar para evitar que otros lo hagan primero pero de forma no profesional?

¿No ha sido acaso ese mismo método (el olvido sistemático, por ley, pro referéndum o por decreto) el que se ha aplicado desde el fin de la dictadura y todavía no han logrado calmar la necesidad de justicia de los familiares de las víctimas?

¿Es que acaso las víctimas deben agradecer “cierto grado” de justicia? ¿Debemos acusarlos de revoltosos o de insaciables porque piden toda la justicia o la misma justicia que tienen otros ciudadanos pertenecientes a otros estamentos sociales? Porque cuando la ley no es igual para todos estamos en una sociedad estamental, como en la Edad Media donde a cada clase social se le aplicaban leyes diferentes; como en las actuales relaciones internacionales donde los más fuertes siempre tienen la justicia de su lado.

¿Cómo explicarles a los jóvenes que la justicia siempre hace descuentos especiales para criminales mayoristas? ¿Cómo explicarles a los más viejos que la paz de los cementerios ha sido honrada con la paz de la injusticia?

Jorge Majfud

6 de abril de 2011

Pagina/12 (Argentina)

La Republica (Uruguay)


Un poco de literatura «Hispano-American»

Juan Goytisolo, Instituto Cervantes Berlin May...

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Claro que tengo algunas discrepancias con este artículo.

Por ejemplo, el párrafo:

«A principios de 1959, una nueva ola de refugiados de la Revolución Cubana estableció una prensa de exilio de amplio alcance. Chilenos, salvadoreños, nicaragüenses y otros expatriados hispanoamericanos han contribuido también a la literatura del exilio. Algo relativamente nuevo de esta última literatura del exilio es que muchos de sus textos se llegaron a traducir al inglés, y la obra de escritores liberales, como los argentinos Luisa Valenzuela, Manuel Puig y Jacobo Timmerman, los chilenos Emma Sepúlveda y Ariel Dorfman, el salvadoreño Mario Bencastro, entre otros, se publicaron junto a las voces más conservadoras del exilio cubano, como las de Heberto Padilla y Reinaldo Arenas.»

Aquí se nota el dualismo norteamericano de «liberal» = de izquierda / «conservador» = de derecha.

Así se produce una clasificación curiosísima de Reinaldo Arenas como escritor conservador» (los conservadores estarán pegando el grito en el cielo sólo por las «obscenidades»  del cubano y los izquierdistas harían lo propio con calificaciones como «liberales», mala palabra entre la izquierda latinoamericana, aunque no en la izquierda europea y casi una bandera de la izquierda norteamericana.

Pero dejo aquí para que los lectores aprecien otras líneas que valen la pena.

 

Panorama de la literatura hispana de los Estados Unidos

por Nicolás Kanellos

Históricamente, todos los diversos grupos étnicos que por facilidad y conveniencia llamamos «hispanos» o «latinos» crearon una literatura en Norteamérica aun antes de que existieran los Estados Unidos. El volumen de su escritura a través de más de cuatrocientos años es tan cuantioso que habría que emplear a miles de estudiosos durante muchos años para investigar y recuperar, analizar y hacer accesible la totalidad de las expresiones hispanas que merecen ser preservadas y estudiadas.

Debido a su variedad y perspectivas múltiples, lo que llamamos literatura hispana de los Estados Unidos es mucho más complejo de lo que demuestran los textos producidos en los últimos cuarenta años. Esta literatura incorpora las voces del conquistador y del conquistado, del revolucionario y del reaccionario, del nativo y del desarraigado de su tierra. Es una literatura que proclama un sentido de lugar y pertenencia a los Estados Unidos mientras que también elimina fronteras y es transnacional en el sentido más posmoderno posible. Es una literatura que trasciende conceptos de etnicidad y raza, mientras que lucha por una identidad chicana, nuyorriqueña, cubanoamericana o simplemente hispana o latina.

La introducción de la cultura occidental en las tierras que eventualmente pertenecerían a los Estados Unidos fue obra de gente hispana: españoles, africanos y amerindios hispanizados, mestizos y mulatos. España fue el primer país que introdujo una lengua europea escrita en el área que llegaría a ser la parte principal de los Estados Unidos. Desde 1513, con los diarios de viaje a la Florida de Juan Ponce de Léon, la práctica de la escritura en los registros civiles, militares y eclesiásticos se volvió habitual en los lugares que se convertirían en el sur y el suroeste hispanos de los Estados Unidos.

La cultura escrita no sólo facilitó los registros de la conquista y la colonización, sino que hizo surgir las primeras descripciones y los primeros estudios de la flora y la fauna de estas tierras nuevas para europeos, mestizos y mulatos. Hizo posible la formulación de las leyes para su gobernación y facilitó su explotación comercial al mismo tiempo que creaba una historia de estos territorios -una historia oficial que no siempre concordaría con la tradición oral-.

La lengua española se extendió al norte de la Nueva España y hacia las tierras que a mediados del siglo XIX llegarían a ser parte de los Estados Unidos como resultado de conquista, anexión y compra.

Todas las instituciones del mundo letrado -escuelas, universidades, bibliotecas, archivos del gobierno, tribunales y muchas otras – fueron introducidas en Norteamérica por gente hispana a mediados del siglo XVI. Los hispanos que se establecieron en las trece colonias británicas en Norteamérica tuvieron acceso inmediato a la imprenta. Hacia 1780 ya estaban publicando sus libros y periódicos en las primeras imprentas de los Estados Unidos. Editaban centenares de libros políticos, así como libros de literatura creativa, muchos de ellos en apoyo a los nacientes movimientos de independencia en Hispanoamérica.

En Louisiana y más tarde en el suroeste y hasta parte del noreste, las publicaciones bilingües llegaron a ser a menudo una necesidad de comunicación, primero para las comunidades hispano-francesas y más tarde para las poblaciones donde convivían hispanos y angloamericanos, ya que dichas publicaciones, incluyendo las publicaciones literarias, reflejaban cada vez más la vida bicultural de los Estados Unidos.

Al principio del siglo XIX, la cultura literaria de los hispanos empezó a poseer las funciones de expresión que la han caracterizado hasta el presente. Se distinguen tres tipos de expresión correspondientes a los nativos, los inmigrantes y los exiliados. Estas categorías se relacionan con los procesos socio históricos que los hispanos han experimentado en los Estados Unidos. No solamente reflejan las tres identidades generales de los hispanos en los Estados Unidos a través de la historia, sino que también nos permiten entender sus expresiones literarias.

Estos tres procesos y patrones históricos de manifestación cultural echaron raíces profundas en el legado oral y escrito de los exploradores y colonos de las vastas regiones que llegaron a formar parte de los Estados Unidos. Esta base fundacional incluyó descripciones de la flora y la fauna, de encuentros con los amerindios, de la evangelización y de la vida diaria en la frontera, tal como la percibían los españoles y la gente hispana (incluyendo a africanos, amerindios, mestizos y mulatos), incorporadas en crónicas, diarios de viaje, etnografías, cartas y en la tradición oral.

Los primeros textos fueron escritos por los exploradores que crearon los mapas de este territorio y escribieron tra- tados sobre su gente, como Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Fray Marcos de Niza. También escribieron los primeros poemas épicos en lengua europea, como los del soldado Gaspar Pérez de Villagrá en su Historia de la Nueva México y el misionero Francisco de Escobedo en La Florida . Más tarde, colonizadores y misioneros como Fray Jerónimo Boscana y los autores anónimos de las obras de teatro popular Los tejanos Los comanches y las canciones Indita Alabado desarrollaron una literatura mestiza, mostrando muchos de los modelos culturales que sobrevivirían hasta la actualidad. Este fermento literario, tanto escrito como oral, se manifestó en los territorios del norte de la Nueva España , después México, sin acceso a la imprenta.

Aunque el mundo de los libros, las bibliotecas y la educación había sido introducido por los españoles en Norteamérica, la estricta prohibición de la imprenta por la Corona Real en sus territorios del norte impidió el desarrollo de la impresión y de la publicación entre la población que vino a ser la base hispana nativa más grande y fuerte de los Estados Unidos de hoy día: la cultura méxicoamericana del suroeste. No obstante la falta de acceso a la imprenta, el legado de expresión oral y popular ha persistido en estas tierras, reforzando no sólo la cultura en general sino también creando una base muy rica para la expresión literaria escrita. Irónicamente, el uso extendido de la imprenta y la publicación por hispanos en los Estados Unidos se desarrolló en un medio ambiente de habla inglesa, en el noreste de los Estados Unidos.

Literatura hispana nativa

La literatura de los hispanos nativos nace primero de la experiencia del colonialismo y la opresión racial. Los hispanos estuvieron sujetos a más de un siglo de «racialización,» la cual resultaba de la visión que tenían los anglosajones de los hispanos como una raza fisiológica, cultural e intelectualmente inferior a la suya.

A través de doctrinas como la «leyenda negra española» y el «destino manifiesto» (teorías racistas que justificaban la apropiación de tierras y recursos naturales por los ingleses y los angloamericanos), los hispanos fueron subsecuentemente conquistados y/o incorporados a los Estados Unidos como resultado de la compra de sus territorios; posteriormente fueron tratados como sujetos coloniales, como en los casos de los mexicanos en el suroeste, los hispanos en Florida y Luisiana, los panameños en la zona del canal y en el mismo Panamá, y los puertorriqueños en el Caribe. Por otra parte, los cubanos y los dominicanos también se desarrollaron como pueblos a principios del siglo XX, sometidos a muchas formas de dominación del gobierno colonial de Estados Unidos.

Durante los cien años que siguieron a la expansión estadounidense en el siglo veinte hubo grandes inmigraciones provenientes de países de habla hispana. Estas olas de inmigrantes estuvieron directamente relacionadas con la administración colonial practicada por los Estados Unidos en sus tierras natales y el reclutamiento de mano de obra para mantener la máquina industrial de los Estados Unidos a un ritmo galopante. Así se creó una nueva población hispana con ciudadanía estadounidense: los cientos de miles de hijos de inmigrantes hispanos, cuyas perspectivas culturales sobre la vida en los Estados Unidos han sido fundamentalmente diferentes de las de sus padres, inmigrantes y exiliados.

La literatura nativa hispana se desarrolló primero como una literatura de minoría étnica entre los hispanos que ya residían en el suroeste de México cuando los Estados Unidos se apropiaron de este territorio. Hasta ahora no se han encontrado los textos hispanos de Luisiana y Florida de la época colonial de los Estados Unidos y de sus inicios como estados. La literatura nativa hispana se ha manifestado específicamente en una actitud de reclamo de derechos civiles, políticos y culturales.

Desde sus orígenes en el siglo diecinueve, los editoriales de Francisco Ramírez, las novelas de María Amparo Ruiz de Burton y la literatura nativa hispana en general se han ocupado del estado racial, étnico y minoritario de sus lectores. Haciendo uso de ambos idiomas, el español y el inglés, la literatura nativa hispana ha incluido a los inmigrantes entre sus intereses y ha mantenido una relación con las distintas tierras de «origen», como Cuba, México, Puerto Rico y España.

Pero la razón fundamental para la existencia de la literatura nativa hispana y su punto de referencia han sido y continúan siendo las condiciones de vida de los latinos en los Estados Unidos. A diferencia de la literatura de inmigrantes, la literatura nativa no tiene un pie en una supuesta tierra natal y otro en los Estados Unidos, ya que la mayoría de los nativos nacieron en los Estados Unidos o en territorios que fueron incorporados a esta nación. Esta literatura no comparte esa doble mirada que siempre contrasta la experiencia en los Estados Unidos con la experiencia en la tierra natal. Para el pueblo hispano de los Estados Unidos, la tierra natal es los Estados Unidos; no tienen la intención de regresar al México, Puerto Rico o Cuba que recuerdan con nostalgia.

Por lo tanto, esta literatura muestra un firme sentido de lugar, a menudo elevado a un estatus mítico. Los chicanos, por ejemplo, adoptaron en los años sesenta y setenta a Aztlán, el legendario lugar de origen de los aztecas, supuestamente ubicado en lo que es hoy el suroeste; este concepto les dio -como mestizos- prioridad en estas tierras sobre los uropeoamericanos.

Lo que era para los inmigrantes el «Trópico en Manhattan» o la «Pequeña Habana», en los años sesenta y setenta se transformó en un lugar donde reinaban culturas nuevas, sintéticas y sincréticas, como en «Loisaida»(el barrio bajo sureste de la ciudad de Nueva York), tan elogiado por el poeta y dramaturgo nuyorican Miguel Piñero en Lower East Side Poem y otros trabajos, y El Bronx de Nicholasa Mohr en El Bronx Remembered . Este sentido de pertenencia a una región o lugar donde su cultura ha transformado el medio ambiente físico y cultural es una manifestación entre otras del sentimiento general de que estaba surgiendo una cultura nueva derivada de la síntesis de las viejas culturas hispana y anglosajona, inicialmente enfrentadas antitéticamente.

La literatura de inmigración

Mientras que la literatura de inmigración plantó raíces en los periódicos a mediados del siglo diecinueve en California y en Nueva York, a fines del siglo surgió una expresión inmigrante bien definida. Aunque Nueva York había sido el puerto de entrada de millones de europeos y centenares de miles de hispanoamericanos, las ciudades mayores del suroeste recibieron un flujo de aproximadamente un millón de mexicanos de clase trabajadora durante la Revolución Mexicana de 1910. La política exterior de los Estados Unidos para con el Caribe hispánico aseguraba un influjo constante de obreros puertorriqueños, cubanos y dominicanos.

Los Ángeles, San Antonio y Nueva York, por ende, recibieron el mayor número de inmigrantes y consecuentemente pudieron apoyar el mayor número de instituciones culturales, entre ellas teatros, asociaciones de escritores, periódicos y editoriales. San Antonio llegó a ser la sede de más de una docena de casas editoriales hispanas, más de las que existían en cualquier otra ciudad de los Estados Unidos. Los Ángeles produjo casi una veintena de casas teatrales y numerosas compañías dramáticas y líricas que hacían giras constantes por el suroeste. En Nueva York, Los Ángeles, San Antonio y en muchas otras ciudades, apareció un tipo de empresario hispano, refugiado o inmigrante, con suficiente capital para establecer negocios de todo tipo para servir a la creciente población en los barrios hispanos.

Construyeron de todo, desde fábricas de tortillas hasta teatros y cines, y por medio de su liderazgo cultural en las organizaciones mutualistas, las iglesias, los teatros, los periódicos y las editoriales difundían una ideología nacionalista que aseguraba tanto la solidaridad como el aislamiento de sus comunidades o, si se prefiere, de su mercado. Los refugiados económicos y políticos se asentaron en estas ciudades porque tenían tradición y población hispanas y porque sus bases industriales se estaban expandiendo, experimentando la industrialización y la modernización rápidas, tan necesarias para crear puestos de trabajo para los refugiados económicos y oportunidades de inversión en negocios nuevos para los empresarios.

Nueva York ofreció muchas oportunidades en las industrias de manufactura y servicios, mientras que Los Ángeles y San Antonio eran también buenas bases para el reclutamiento de obreros industriales y campesinos migratorios.

Desde su llegada a los Estados Unidos, los inmigrantes hispanos habían usado la imprenta y la literatura en su lengua nativa para mantener un vínculo con la tierra natal, mientras intentaban adaptarse aquí a una sociedad y una cultura nuevas. La literatura inmigrante hispana comparte muchos de los rasgos distintivos que Park identificó en1922 en un estudio sobre la prensa inmigrante. Entre esas características mencionó: 1/ el usar en forma predominante la lengua de la tierra natal, 2/ el servir a una población unida por esa lengua, sin importar su país de origen y 3/ el fomentar y solidificar el nacionalismo (9-13). La literatura de inmigración sirve a una población en transición desde la tierra natal a los Estados Unidos y refleja las razones para emigrar al recordar las vejaciones y las tribulaciones del inmigrante; también facilita el ajuste a la nueva sociedad, mientras conserva un vínculo con la patria.

Implícitos en los rasgos que señalan Park y otros estudiosos de la inmigración están los mitos del «sueño americano» y el «crisol de razas»: la creencia de que los inmigrantes vinieron para encontrar una vida mejor de la que tenían en la patria, incluyendo una mejor cultura, y que ellos o sus descendientes rápidamente se volverían estadounidenses y que entonces no habría ya más necesidad de una literatura en la lengua del «país viejo» ( old country ). Estos mitos y muchas opiniones de Park acerca de los inmigrantes europeos no nos ayudan en absoluto a comprender la literatura hispana de inmigración; el inmigrante hispano nunca vino a asimilarse a la población angloamericana ni a «fundirse» con los otros grupos en un «crisol de razas». Al contrario, la historia de los grupos hispanos en Estados Unidos ha mostrado lo infundible y poco asimilacionista de las etnias hispanas. La inmigración de hispanoamericanos ha sido constante desde la misma fundación de los Estados Unidos hasta el presente, y ni se atisba el final de este fenómeno ni se puede anticipar en un futuro previsible.

En general, la literatura hispana de inmigración muestra una doble perspectiva: compara el pasado con el presente, la tierra natal con el país nuevo, su propia cultura con la del angloamericano, y equipara la resolución de estos conflictos con el retorno a la patria del narrador, los personajes, el lector o la comunidad de inmigrantes. La literatura de inmigración trata de preservar y fortalecer la cultura de la tierra natal mientras facilita el acomodamiento a la tierra nueva. Además de ser fervientemente nacionalista, esta literatura busca representar y proteger los derechos de los inmigrantes protestando contra la discriminación, el racismo y los abusos de los derechos humanos. Como mucha de esta literatura surge de la clase trabajadora, frecuentemente adopta los dialectos de la clase rural y trabajadora inmigrante. Hoy en día la literatura temprana de inmigración puede considerarse como un museo de la oralidad de sus tiempos.

Entre los temas predominantes de la literatura de inmigración están: 1/ la descripción de la metrópoli, a menudo en términos satíricos o críticos, como se ve en los ensayos de José Martí, «Pachín» Marín y Nicanor Bolet Peraza; 2/ la descripción de las vejaciones y las tribulaciones de los inmigrantes, especialmente cuando llegan a los Estados Unidos, y una vez llegados, desde la explotación como trabajadores hasta la discriminación como extranjeros y gente de «raza», como en las obras de Daniel Venegas y Conrado Espinosa; 3/ el conflicto entre las culturas anglosajona e hispana; 4/ la resistencia a la asimilación y la correspondiente promoción del nacionalismo, siempre presentes en esta literatura; y 5/ el conflicto entre las clases sociales.

Los autores más politizados, incluyendo los de la clase trabajadora, lanzan su discurso literario bajo la premisa de un retorno inminente a la tierra natal y con una advertencia para sus paisanos, que todavía no han emigrado, de que no vengan a los Estados Unidos porque se enfrentarán a la desilusión y la explotación. Estas advertencias a sus compatriotas de los peligros que los esperan son un pretexto, pues en realidad se están dirigiendo a su barrio o «colonia» de inmigrantes aquí en el «vientre del monstruo», para usar el término de José Martí. Ello permite a los autores establecer causa común y solidaridad con sus lectores; así, el escritor y el lector u oyente juntos dan testimonio a los no iniciados, los novatos potenciales, los destinados a sufrir en el futuro como han sufrido los protagonistas de las obras literarias de inmigración. Por supuesto, esta fórmula y los temas dependen de la premisa fundamental de la literatura inmigrante: el regreso a la patria. Para realizar ese retorno, se necesita preservar la lengua, la cultura y la lealtad a la patria.

Casi invariablemente, las narrativas de inmigración terminan con los personajes principales regresando al suelo patrio. Quedarse en la metrópoli conduce a la muerte, la justicia poética más severa, como nos lo muestra la primera novela de inmigración, Lucas Guevara (1914) de Alirio Díaz Guerra y, casi medio siglo más tarde, La carreta (1953) de René Marqués.

Debido a las migraciones masivas de mexicanos y puertorriqueños de clase trabajadora durante la primera mitad del siglo XX, mucha de la literatura de inmigración se encuentra en la expresión oral, en las canciones del pueblo, en el teatro popular y otras expresiones literarias y artísticas de la clase trabajadora. El corrido anónimo «El lavaplatos» reproduce el mismo ciclo de la clase trabajadora que se ve en la novela de Daniel Venegas, Las aventuras de Don Chipote, o cuando los pericos mamen : dejar el hogar para buscar trabajo en los Estados Unidos, desilusionarse al trabajar aquí como una bestia de carga y regresar a la patria.

Las canciones de desarraigo y añoranza por la tierra natal pueden escucharse en Lamento de un jíbaro , décimas puertorriqueñas (en estrofas cantadas con diez versos y una rima como de soneto). Pero la última desilusión y vergüenza para el inmigrante es ser deportado, como lo documentan los versos melancólicos del corrido de Los deportados y el editorial A los que vuelven de Rodolfo Uranga. Muy a menudo, el desarrollo de esta literatura se da en el lugar de trabajo, ya sea en las calles recorridas por Wen Gálvez como vendedor de puerta en puerta, en la fábrica de La factoría (1925) de Gustavo Alemán Bolaños, o bajo el sol en los campos de cultivo en El sol de Texas (1926) de Conrado Espinosa. Pero también son frecuentes los temas domésticos, aun en las obras contemporáneas, tales como La carreta de René MarquésEl súper (1977) de Iván Acosta, que enseñan el conflicto entre niños aculturados y su padres.

Para las comunidades de inmigrantes hispanos la defensa de los derechos civiles y humanos se extendió a la protección de sus barrios en contra de la influencia de la cultura angloamericana y de los verdaderos peligros que se presentaban en el lugar de trabajo, en las escuelas y en la política pública. El descontento editorial ha dominado las publicaciones de los inmigrantes en las ciudades mayores desde principios del siglo veinte. Joaquín Colón, presidente de la Liga Puertorriqueña e Hispana y hermano de Jesús Colón, utilizó el Boletín de la Liga durante los años 30 para castigar a la comunidad hispana por sus fallas. Los editoriales en los periódicos hispanos resonaron constantemente con los reclamos de igualdad y en contra de la discriminación y la segregación; la defensa de la comunidad no era un tema visible solamente en los títulos.

Editorialistas del suroeste, también, desde Nemesio García Naranjo a la familia Idar y Rodolfo Uranga, atacaron el maltrato de los capataces y las autoridades de las comunidades de hispanos inmigrantes y nativos. Uranga censuró una de las mayores injusticias perpetradas contra los inmigrantes mexicanos (y también contra muchos nativos): las deportaciones generales que se llevaron a cabo durante la Depresión.

Actualmente los periódicos en español continúan con la misma tradición, criticando repetidamente la discriminación y las deportaciones de el Servicio de Naturalización e Inmigración, y los autores inmigrantes a su vez siguen erigiéndose como un baluarte de vigilancia y defensa de sus comunidades. Como los puertorriqueños han sido ciudadanos estadounidenses desde 1917, la deportación no ha sido parte de su imaginario. Mientras que los puertorriqueños del continente han tenido la inmigración y la migración profundamente grabadas en su memoria colectiva, el miedo a la deportación como una forma de discriminación y opresión ha estado mayormente ausente.

La literatura hispana de exilio

Estudiar la literatura hispana de exilio en los Estados Unidos es examinar los grandes momentos en la historia política del mundo hispano, desde principios del siglo XIX hasta el presente: la intervención napoleónica en España, los movimientos independentistas de las colonias americanas de España, la intervención francesa en México, la Guerra del 1898, la Revolución Mexicana , la Guerra Civil Española, la Revolución Cubana , las recientes guerras civiles en Centroamérica y las numerosas luchas en la América española contra los regímenes autocráticos y las intervenciones extranjeras, incluyendo las frecuentes incursiones por parte de los Estados Unidos en los asuntos domésticos de estos países.

El partidismo estadounidense en la política interna de las repúblicas hispanoamericanas ha tenido el efecto de estimular la expatriación de sus ciudadanos a estas tierras. Todas estas luchas produjeron miles de refugiados políticos en los Estados Unidos a lo largo de su historia. Debido a la expansión territorial de los Estados Unidos y a la inmigración hispana, se fueron albergando poco a poco en los Estados Unidos grandes comunidades de hispanohablantes que continuamente recibirían a los expatriados. De este modo, los refugiados encontraban sociedades similares donde podían efectuar negocios y ganarse la vida mientras esperaban cambios en su patria que posibilitaran algún día su regreso.

Buena parte de la literatura de los exiliados ha surgido tradicionalmente del deseo y la esperanza de que la patria de origen se independizara política y culturalmente, ya sea del imperio español o de los Estados Unidos. Mucha de esta literatura, particularmente la del siglo XIX, es altamente lírica e idealista en su poesía y elegante en su prosa. Sin embargo, también se caracteriza por un tono agresivo y argumentativo que resulta de su compromiso político.

La publicación de periódicos y libros por hispanos empezó a finales del siglo dieciocho en tres ciudades: Nueva Orleans, Filadelfia y Nueva York. A juzgar por el número de libros políticos publicados a principios del siglo diecinueve, el motivo principal para los españoles, cubanos, puertorriqueños y otros hispanoamericanos en los Estados Unidos era su deseo de influir en la política de su tierra natal. Los refugiados políticos de habla hispana de España e Hispanoamérica repetidamente han recurrido al exilio en los Estados Unidos para ganar acceso a una prensa libre y, de este modo, poder ofrecer a sus compatriotas noticias e ideologías políticas sin censura. Debían enviar sus escritos como contrabando en barcos a la tierra natal, de manera que se pasaran clandestinamente de mano en mano.

En muchos casos, la prensa del exilio también se comprometió en campañas políticas para recaudar fondos, en organizar a la comunidad de expatriados y en conspirar con revolucionarios para derrocar regímenes en sus países de origen. La razón de ser de la prensa de exilio siempre ha sido influir en la vida y la política en la tierra natal, al proveyendo información y opiniones sobre la tierra natal, cambiando o apoyando la opinión pública en su patria sobre la política y el gobierno, y asistiendo en la colecta de fondos para derrocar al régimen existente.

La libertad de expresión existente en el exilio era altamente deseable en comparación con la que existía en las tierras de origen. El registro histórico está lleno de ejemplos de prisión, tortura y ejecución de escritores, periodistas y editores durante las luchas para establecer la democracia en Hispanoamérica. Numerosos autores exiliados, algunos representados en esta antología, sufrieron torturas en las prisiones y muerte en los campos de batalla en las Américas. Muchos, que se veían a sí mismos como patriotas sin patria, fueron forzados a vivir en el exilio y a peregrinar de país en país, creando sus obras literarias y esparciendo sus doctrinas políticas mientras peregrinaban.

Parte de la importancia de la literatura del exilio para las letras hispanas de los Estados Unidos radica en que sirve de base para el transnacionalismo de nuestra literatura y cultura; nuestro ser y nuestra literatura no caben ni dentro de los confines geográficos y políticos de los Estados Unidos, ni los de los países de origen. Las comunidades hispanas de los Estados Unidos nunca han estado en realidad aisladas del resto de las Américas y del mundo de la cultura hispana y el idioma español; la influencia y el impacto de los hispanos en Estados Unidos, haya sido su vehículo el inglés o el español, no se han limitado a su comunidad étnica o nacional. No hay duda de que la literatura escrita por los exiliados hispanoamericanos y españoles en los Estados Unidos es una parte importante de la herencia literaria hispana de éste país.

Los primeros libros políticos impresos por hispanos en el exilio fueron escritos por ciudadanos españoles que protestaban contra la instalación por parte de Napoleón de un gobierno títere en España a principios del siglo XIX. Estos exiliados publicaron poesía y novelas, además de tratados políticos. En su mayoría estos primeros libros de protesta fueron impresos en las primeras imprentas angloamericanas. Típico de esta corriente propagandista fue el ataque a Napoleón en España ensangrentada por el horrendo corso, tyrano de la Europa , publicado en 1808 en Nueva Orleans por un autor anónimo. Un poco después, las guerras dirigidas a independizar de España a los países hispanoamericanos fueron apoyadas por numerosas publicaciones ideológicas basadas en las enseñanzas de Thomas Paine, Thomas Jefferson y John Quincy Adams. Recomendaban la adopción de la Constitución de los Estados Unidos y su sistema de gobierno por el mundo hispano.

El movimiento independentista que duró más años en el hemisferio fue el de las colonias españolas de Cuba y Puerto Rico. Muchas de estas campañas independentistas fueron planeadas, mantenidas y propagandizadas desde tierras estadounidenses. Uno de los primeros y más ilustres exiliados

fue el sacerdote y filósofo Félix Varela, fundador del periódico El Habanero en Filadelfia en 1824 y autor de Jicoténcal(1826), la primera novela histórica en lengua española y uno de los primeros documentos que apoyaron los movimientos de independencia con la Leyenda Negra.

Con un subtítulo de «periódico político, científico y literario», El Habanero militó abiertamente por la independencia de Cuba. Tanto con su periódico como con su novela y otros escritos, Varela estableció el precedente para los cubanos y puertorriqueños de imprimir y publicar en el exilio y de tener sus obras circulando clandestinamente en sus tierras natales. En efecto, los libros de Varela sobre la filosofía y la educación, la mayoría de los cuales fueron publicados en los Estados Unidos, eran los únicos best sellers en Cuba, y el mismo Varela se convirtió en el autor más popular en el primer tercio del siglo XIX; esto a pesar de que había una conspiración de silencio en la que no se permitía ni nombrar a Varela en público bajo pena de persecución por las autoridades (Fornet 73-4).

En su mayoría, los periodistas y escritores expatriados trabajaban con publicaciones periódicas en idioma español o bilingües: algunos periódicos políticamente orientados se publicaban también en inglés para influir la opinión pública angloamericana y la política del gobierno de los Estados Unidos con respecto a Cuba y Puerto Rico.

Muy pocos de los intelectuales exiliados encontraron trabajo en la prensa de habla inglesa, excepto como traductores. Una notable excepción fue Miguel Teurbe Tolón que en los años 50 del siglo XIX trabajó como el experto sobre Latinoamérica para el Herald de Nueva York. Teurbe Tolón había sido director de La Guirnalda , periódico de Cuba, donde también había iniciado su carrera literaria como poeta. En los Estados Unidos, además de trabajar para el Herald , publicó poemas y comentarios en español y en inglés en publicaciones periódicas; también tradujo al español Common Sense de Thomas Paine y la Historia de los Estados Unidos de Emma Willard. Teurbe Tolón fue uno de los fundadores de la literatura hispana de exilio, no sólo por el tema del exilio en muchas de sus obras, sino también porque sus escritos figuran prominentemente en la primera antología de la literatura de exilio publicada en los Estados Unidos, El laúd del desterrado (1856) un año después de su muerte.

Desde las publicaciones de Heredia, Varela, Teurbe Tolón y sus colegas, la literatura de exilio ha sido una de las corrientes constantes en la cultura y letras hispanas de los Estados Unidos. Muchos de los escritores que los siguieron en el siglo XX construyeron sus obras sobre la base de esta tradición, poniendo su arte al servicio de causas políticas.

En general, la literatura del exilio se ha ocupado más de las condiciones políticas de la patria que del destino de la comunidad de hispanos en los Estados Unidos. Siempre está implícita la premisa del regreso a la patria y por esta razón tampoco se preocupa mucho por el peligro de la asimilación a la cultura anglosajona durante la estancia en los Estados Unidos, que se supone es temporal. A pesar del sueño del retorno a la patria, la razón histórica del exilio de muchos individuos y sus familias es la residencia permanente en los Estados Unidos por motivos que varían. Sin embargo, como el exiliado ve el regreso siempre como inminente, tiene miedo de echar raíces en tierra extraña.

La visión de la cultura nacional, por otra parte, es estática, basada en la vida tal como estaba cuando dejaron la patria; así que muchas veces esa visión no refleja la evolución de la cultura en la tierra natal durante la ausencia de los exiliados. Los autores exiliados en el siglo XIX apelaron a la «leyenda negra» (propaganda inglesa y holandesa sobre los abusos que sufrieron los indígenas a manos de los españoles, para justificar su competencia colonial con España en el Nuevo Mundo) y, en su afán de construir una identidad americana, muchas veces se identificaron con los indígenas conquistados y abusados por los españoles. Su literatura no sólo era culturalmente nacionalista, sino también políticamente nacionalista, dado que estos autores pretendían construir la nación no sólo con la pluma en la mano sino con el fusil en el campo de batalla.

En el mundo de la literatura y del periodismo, la actividad creativa y editorial de los exiliados cubanos y puertorriqueños rivalizó con la producción de los escritores en la tierra natal. Muchos de los escritores e intelectuales dirigentes de ambas islas produjeron un corpus considerable de obras en el exilio, muchas veces más de lo que habían logrado bajo el represivo gobierno de la colonia española. Este legado sustancial incluye muchas obras fundacionales como los ensayos de Lorenzo Allo, Enrique José Varona y José Martí.

Algunas de las figuras cubanas y puertorriqueñas más importantes siguieron los ejemplos de Heredia, Varela y Teurbe Tolón escribiendo, publicando y militando desde el exilio en Filadelfia, Nueva York, Tampa, Cayo Hueso y Nueva Orleans hasta el estallido de la Guerra del 98. Muchos de ellos eran periodistas y editores al igual que prolíficos poetas del exilio: Bonifacio Byrne, Pedro Santacilia, Juan Clemente Zenea y, posterior pero más importante, José Martí. Todos ellos estudiaron las obras de su modelo, José María Heredia, cuyo peregrinaje lejos del suelo nativo se recuerda en algunos de los versos más románticos del siglo diecinueve. En efecto, abrir El laúd del desterrado con su «Himno del exilio» era rendir homenaje a Heredia.

Mientras que los expatriados cubanos y puertorriqueños tenían que someterse a largos viajes en barco e inspecciones de las autoridades aduaneras para entrar como refugiados a los Estados Unidos, los exiliados mexicanos cruzaban la frontera con relativa facilidad para establecer su prensa en el exilio. Dado que no hubo patrulla fronteriza hasta 1925, simplemente cruzaban caminando lo que era una frontera abierta para los hispanos para instalarse en las antiguas comunidades de origen mexicano del suroeste.

En efecto, la frontera abierta había servido durante décadas como una ruta de escape para numerosos criminales y refugiados políticos de ambos lados de la línea divisoria. La prensa mexicana de exilio comenzó alrededor de 1885, cuando el régimen de Porfirio Díaz en México se hizo tan represivo que un gran número de editores y escritores se vieron forzados a exiliarse en el norte. Hacia 1900, el ideólogo revolucionario más importante, Ricardo Flores Magón, lanzó su periódicoRegeneración en la ciudad de México. Anarquista militante, Flores Magón fue encarcelado en México cuatro veces por su periodismo radical.

Después de un encarcelamiento de ocho meses, durante el cual se le prohibió leer y escribir, Flores Magón se fue como exiliado a los Estados Unidos y para 1904 había comenzado de nuevo a publicar Regeneración en San Antonio, en 1905 en San Luis, y en 1906 en Canadá. En 1907 fundó Revolución en Los Ángeles, y nuevamente en 1908 reinstituyó en esta Ciudad a Regeneración. Durante todos estos años, Flores Magón y sus hermanos emplearon todos y cada uno de los subterfugios posibles para contrabandear sus escritos desde los Estados Unidos a México, incluso envasándolos en latas o envolviéndolos en otros periódicos que eran enviados a San Luis Potosí, desde donde eran distribuidos a simpatizantes en todo el país. También se convirtieron en dirigentes de sindicatos y de movimientos anarquistas entre las minorías de los Estados Unidos. Debido a sus esfuerzos revolucionarios, fueron constantemente perseguidos y reprimidos por ambos gobiernos, el mexicano y el estadounidense.

Numerosos periódicos hispanos del suroeste se hicieron eco de las ideas de Flores Magón y se afiliaron con su Partido Liberal Mexicano. La prensa mexicana del exilio floreció hacia la década de 1930 con periódicos semanales que representaban una u otra facción política. Las casas editoras se afiliaban a menudo con periódicos y publicaban desde folletos políticos hasta novelas de la revolución.

En efecto, antes que cualquier otro género literario, la novela de la revolución fue la que más floreció, ya que los periódicos y sus casas editoriales publicaron más de cien de estas novelas. A través de la novela de la revolución, autores expatriados como Teodoro Torres y Manuel Arce reaccionaron ante el cataclismo que había interrumpido sus vidas y había causado que muchos de sus lectores se reubicaran en el suroeste de los Estados Unidos. Entre los escritores se encontraba la gama completa de las facciones revolucionarias en cuanto a lealtades e ideologías, pero la mayoría de ellos representaban una reacción conservadora a los cambios socialistas en el gobierno y a la reorganización social forjada por la revolución.

Una de las primeras obras del género se considera hoy un clásico de toda la literatura latinoamericana, Los de abajo de Mariano Azuela, que no era un contrarrevolucionario. Los de abajo apareció como novela en serie en un periódico de El Paso y luego fue editada en forma de libro en esa misma ciudad en 1915. Después de su publicación le siguieron decenas de obras del mismo género desde San Diego a San Antonio. Pero estos libros se oponían a la Revolución Mexicana y sus editores por lo común eran exiliados conservadores que habían llegado al exilio con buenos recursos para establecerse en las comunidades méxicoamericanas y convertirse en empresarios culturales o en hombres de negocios. Algunos de ellos fundaron periódicos, revistas y casas editoriales para servir a la comunidad de refugiados económicos en rápida expansión. Sus periódicos eventualmente se convirtieron en una prensa para inmigrantes más que para exiliados cuando su espíritu empresarial llegó a ser más fuerte que su compromiso político para con su tierra natal.

La otra gran ola de refugiados políticos es la que llegó cruzando el Atlántico: los liberales derrotados por el fascismo español. Las comunidades hispanas a lo largo de los Estados Unidos simpatizaron con la causa de estos refugiados; muchas eran las organizaciones cubanas, mexicanas y puertorriqueñas que hicieron campañas para juntar fondos para los republicanos durante la Guerra Civil Española. Los españoles expatriados establecieron rápidamente su propia prensa del exilio. Sus esfuerzos encontraron un suelo fértil en comunidades de la era de la Depresión en las que se concentraba la organización social y sindical.

Manhattan y Brooklyn eran centros hispanos de fervor antifascista y contribuyeron con títulos tales como España Libre(1939-1977), España Nueva (1923-1942), España Republicana (1931-1935), Frente Popular (1937-1939) y La Liberación (1946-1949). Además, muchas de las organizaciones socialistas hispanas, en las que los inmigrantes españoles eran prominentes, también publicaron periódicos que apoyaban la causa republicana: el periódico anarquista Cultura Proletaria(1919-1959), El Obrero (1931-1932) y Vida Obrera (1930-1932). Algunos de los escritores españoles más destacados se refugiaron en los Estados Unidos y en Puerto Rico durante la Guerra Civil y el régimen del dictador Francisco Franco: entre ellos, el novelista Ramón Sender y los poetas Jorge Guillén y Juan Ramón Jiménez, ganador del Premio Nobel mientras vivía en el exilio en Puerto Rico.

El enfoque de la protesta escrita se transformó durante el siglo veinte; su propósito ya no era apoyar las luchas de independencia sino atacar las dictaduras modernas y los regímenes autoritarios que se habían apropiado del poder en muchos de los países hispanoamericanos. Otro propósito era criticar las repetidas intervenciones de Estados Unidos en la política interna de las repúblicas hispanoamericanas, casi siempre a favor de los dictadores y sus regímenes represivos.

El poeta que escribía con el seudónimo Lirón fue uno de los combatientes más provocadores en sus ataques contra Francisco Franco. Así mismo el salvadoreño Gustavo Solano, con el seudónimo de «El Conde Gris», consignó al dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera al infierno en su obra Sangre (1919); antes de vivir exiliado por muchos años en los Estados Unidos, Solano fue encarcelado en México por sus actividades revolucionarias y se convirtió en persona non gratapara casi todos los gobiernos centroamericanos debido a su lucha por lograr una América Central unida y democrática.

Desde su lejana perspectiva en los Estados Unidos, otros escritores centroamericanos, como el nicaragüense Santiago Argüello, reavivaron la visión ignorada de Simón Bolívar de crear una América unida, no sólo para salvarla de las amenazas imperialistas de los Estados Unidos, sino también para integrar las culturas y economías de Centro y Suramérica.

Los puertorriqueños Juan Antonio Corretjer y su esposa Consuelo Lee Tapia militaron por medio de su periódico Pueblos Hispanos y de sus escritos individuales a favor de la independencia de Puerto Rico de los Estados Unidos: la última lucha independentista hispanoamericana. Corretjer, después de servir una sentencia en una penitenciaría federal de Atlanta por sus actividades nacionalistas, se instaló en Nueva York después de que las autoridades federales le prohibieran retornar a Puerto Rico. La administración militar de los Estados Unidos en la isla era mucho más represiva que las autoridades en Nueva York u otras ciudades del continente.

Los disidentes puertorriqueños disfrutaban de mayor libertad de asociación y pasaban más desapercibidos al escribir en español y crear sus organizaciones en las comunidades hispanas de Nueva York, Tampa y Chicago, que bajo la severa vigilancia del gobierno colonial de la isla. Corretjer y Tapia se reconocían como líderes de los escritores puertorriqueños en Nueva York interesados en el retorno a una isla independiente, mientras que algunos de sus compatriotas, incluso los más radicales como Jesús Colón, quienes también escribían en Pueblos Hispanos , insistían en que los hispanos ya habían encontrado un hogar permanente en Nueva York.

A lo largo del siglo XX los refugiados políticos han contribuido en gran medida a la cultura de inmigración hispana en los Estados Unidos. La Revolución Cubana y la Guerra Fría , articulada por medio de las guerras civiles en Centroamérica y Chile, produjeron una gran cantidad de refugiados políticos que continúa hasta el presente, y los gobiernos dictatoriales en estos países y en Argentina se convirtieron en temas de la literatura del exilio hispano.

A principios de 1959, una nueva ola de refugiados de la Revolución Cubana estableció una prensa de exilio de amplio alcance. Chilenos, salvadoreños, nicaragüenses y otros expatriados hispanoamericanos han contribuido también a la literatura del exilio. Algo relativamente nuevo de esta última literatura del exilio es que muchos de sus textos se llegaron a traducir al inglés, y la obra de escritores liberales, como los argentinos Luisa Valenzuela, Manuel Puig y Jacobo Timmerman, los chilenos Emma Sepúlveda y Ariel Dorfman, el salvadoreño Mario Bencastro, entre otros, se publicaron junto a las voces más conservadoras del exilio cubano, como las de Heberto Padilla y Reinaldo Arenas.

Mientras la población hispana de los Estados Unidos siga creciendo -se estima que hacia 2050 representará un cuarto de la población total- y se integre más la economía de los Estados Unidos con aquellas que están al sur de la frontera a través de tratados como el Tratado Norteamericano de Libre Comercio, la cultura estadounidense inevitablemente estará más directamente ligada a la política interna de los países hispanoamericanos.

En el futuro previsible la cultura hispana del exilio continuará siendo parte de la cultura de los Estados Unidos, Estados Unidos seguirá siendo el lugar preferido desde donde los refugiados políticos puedan utilizar la prensa y los medios electrónicos de comunicación para expresar su oposición a los gobiernos de sus tierras natales. En años recientes hemos visto el ascenso de la literatura del exilio hispano en las listas de best sellers y en el cine, como en el caso de obras de Reinaldo Arenas y Manuel Puig.

En conclusión, los refugiados políticos hispanos han dejado una marca indeleble en el carácter y la filosofía de las comunidades hispanas en los Estados Unidos mediante sus periódicos y su liderazgo en organizaciones comunitarias e iglesias. Sus perspectivas históricas sobreviven hoy en la cultura hispana sin importar mucho si algunos refugiados en particular han regresado o no a su tierra natal. Muchos de los que se han quedado aquí, así como sus hijos, se han casado con otros hispanos nativos e inmigrantes; muchos de éstos, al pasar el tiempo, han pasado a ser parte de la gran comunidad que hoy se reconoce como una minoría étnica nacional.

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Juan Goytisolo

Disfrutable. Al comienzo, cuando se refiere a la política de las últimas décadas en España no dice nada relevante (al final es diferente). Creo que él mismo estaría de acuerdo con esto. Ocurre en entrevistas de este tipo, hay un momento en que el motor está frio y uno sabe que no está diciendo nada rescatable. Sin embargo, luego se calientan los motores y cuando Goytisolo va a temas más profundos de la cultura y la historia es de una claridad irreprochable. Para algunos especialistas, sobre todo de la academia norteamericana y para varios amigos colegas de España, no dice nada nuevo. Pero no es nada nuevo para nosotros ahora porque poquísimos como Goytisolo abrieron camino mucho antes.

Biographical

Name: Juan GOYTISOLO
Nationality: Spanish
Born: 5 January, 1931
  • Attended University of Barcelona and University of Madrid
  • Has largely lived in exile since the late 1950s, mainly in Paris and Marrakesh
  • Visiting professor at the University of California, San Diego (1969), Boston University (1970), McGill (1972), NYU (1973-4)

Quotes

What others have to
say about
Juan Goytisolo:

  • «What distinguishes Goytisolo from other writers in the ever-widening international confraternity of young protesters is the clinical objectivity of his vision and the vigorous control he displays over his powerful, driving style. His works — short, violent and frightening — are like pages torn out of the book of experience.» – Helen Cantarella, The New York Times Book Review (18/3/1962)
  • «(T)he foremost novelist of contemporary Spain» – Carlos Fuentes, The New York Times Book Review (5/5/1974)
  • «The quality of Goytisolo’s translations has varied over the years, from the disastrous version of Marks of Identity by Gregory Rabassa to the masterpieces that Helen Lane made of Count Julian and others. Peter Bush [in The Marx Family Saga] does not reach Lane’s heights or sink to Rabassa’s depths.» – Abigail Lee Six, New Statesman (9/8/1996)
  • «Now in his late 60s, Goytisolo remains a marginal man, at least in America, because of his nervy depictions of homosexuality, elliptical Modernism, his mordant sense of history, and an unfashionable multiculturalism — he knows and admires Islamic traditions. A self-exile from Franco’s Spain, Goytisolo proffers a ferocious critique of power as oppression: his dialectical standoffs between West and East, European and Arab temperaments, waver between positing irreconcilable differences, the result of centuries of injustice and misunderstanding, and tantalizing intimations of cultural synthesis.» – Bill Marx, Boston Globe (29/4/1999)
  • «Goytisolo is one the finest masters of the postmodern.» -Sophie McClennen, Review of Contemporary Fiction (Fall/1999)
  • «His greatest achievement to date is his trilogy consisting ofMasks of IdentityCount Julian and Juan the Landless. These three books can be considered together; though fictional, they are unashamedly autobiographical, and they reflect Goytisolo’s sense of alienation experienced both in Spain and in exile. Cumulatively, they provide a debunking of Spanish culture, ideology and language, and a rejection not only of realist fiction but of the very idea of literary genres.» -Shomit Dutta, Times Literary Supplement (17/11/2000)
  • «Goytisolo’s fiction parodies traditions, dwells on solipsistic estrangement, and with coy postmodern irony questions the attempt to represent reality. But his journalism bleeds sincerity, and it uncompromisingly insists that ideals like toleration, respect, and magnanimity be put into political practice.» – Thomas Hove, Review of Contemporary Fiction (Fall/2001)
  • «Thoroughly seduced by literary theory, Goytisolo maintains that a fiction writer should respond to movements in poetics and he invokes Russian formalists and French structuralists as patron saints. He tests his readers with punctuation-free interior monologues, citations in Latin and Arabic, dialogues in foreign languages, passages in mock Old Spanish, pastiche, unreliable narrators. The result is at times dazzling, but readability can hardly be counted among its merits. This may be intentional. One is not expected to curl up by the fire with a book by Goytisolo, but rather to be jolted out of any such bourgeois complacency in the first place.» – Martin Schifino, Times Literary Supplement (22/11/2002)
  • «Juan Goytisolo is a literary philosopher of the highest type — a writer interested in destroying hypocrisy and its old guard.» – Joe Woodward, San Francisco Chronicle (12/2/2006)

 

Source: http://www.complete-review.com/authors/goytisoloj.htm


The History of Immigration

Cesar Chavez Estrada

Image by Troy Holden via Flickr

The History of Immigration


by Jorge Majfud

 

One of the typical – correction: stereotypical – images of a Mexican has been, for more than a century, a short, drunk, trouble-maker of a man who, when not appearing with guitar in hand singing a corrido, was portrayed seated in the street taking a siesta under an enormous sombrero. This image of the perfect idler, of the irrational embodiment of vice, can be traced from old 19th century illustrations to the souvenirs that Mexicans themselves produce to satisfy the tourist industry, passing through, along the way, the comic books and cartoons of Walt Disney and Warner Bros. in the 20th century. We know that nothing is accidental; even the defenders of “innocence” in the arts, of the harmless entertainment value of film, of music and of literature, cannot keep us from pointing out the ethical significance and ideological function of the most infantile characters and the most “neutral” storylines. Of course, art is much more than a mere ideological instrument; but that does not save it from manipulation by one human group for its own benefit and to the detriment of others. Let’s at least not refer to as “art” that kind of garbage.

Ironies of history: few human groups, like the Mexicans who today live in the U.S. – and, by extension, all the other Hispanic groups, – can say that they best represent the spirit of work and sacrifice of this country. Few (North) Americans could compete with those millions of self-abnegating workers who we can see everywhere, sweating beneath the sun on the most suffocating summer days, in the cities and in the fields, pouring hot asphalt or shoveling snow off the roads, risking their lives on towering buildings under construction or while washing the windows of important offices that decide the fate of the millions of people who, in the language of postmodernity, are known as “consumers.” Not to mention their female counterparts who do the rest of the hard work – since all the work is equally “dirty” – occupying positions in which we rarely see citizens with full rights. None of which justifies the racist speech that Mexico’s president, Vicente Fox, gave recently, declaring that Mexicans in the U.S. do work that “not even black Americans want to do.” The Fox administration never retracted the statement, never recognized this “error” but rather, on the contrary, accused the rest of humanity of having “misinterpreted” his words. He then proceeded to invite a couple of “African-American” leaders (some day someone will explain to me in what sense these Americans are African), employing an old tactic: the rebel, the dissident, is neutralized with flowers, the savage beast with music, and the wage slaves with movie theaters and brothels. Certainly, it would have sufficed to avoid the adjective “black” and used “poor” instead. In truth, this semantic cosmetics would have been more intelligent but not completely free of suspicion. Capitalist ethics condemns racism, since its productive logic is indifferent to the races and, as the 19th century shows, slave trafficking was always against the interests of industrial production. Hence, anti-racist humanism has a well-established place in the hearts of nations and it is no longer so easy to eradicate it except through practices that hide behind elaborate and persuasive social discourses. Nevertheless, the same capitalist ethics approves the existence of the “poor,” and thus nobody would have been scandalized if instead of “blacks,” the Mexican president had said “poor Americans.” All of this demonstrates, meanwhile, that not only those in the economic North live off of the unhappy immigrants who risk their lives crossing the border, but also the politicians and ruling class of the economic South, who obtain, through millions of remittances, the second most important source of revenue after petroleum, by way of Western Union to the “madre pobre,” from the blood and sweat of those expelled by a system that then takes pride in them, and rewards them with such brilliant discourses that serve only to add yet another problem to their desperate lives of fugitive production.

Violence is not only physical; it is also moral. After contributing an invaluable part of the economy of this country and of the countries from which they come – and of those countries from which they were expelled by hunger, unemployment and the disfavor of corruption – the nameless men, the unidentified, must return to their overcrowded rooms for fear of being discovered as illegals. When they become sick, they simply work on, until they are at death’s door and go to a hospital where they receive aid and understanding from one morally conscious part of the population while another tries to deny it to them. This latter part includes the various anti-immigrant organizations that, with the pretext of protecting the national borders or defending the rule of law, have promoted hostile laws and attitudes which increasingly deny the human right to health or tranquility to those workers who have fallen into illegality by force of necessity, through the empire of logic of the same system that will not recognize them, a system which translates its contradictions into the dead and destroyed. Of course we can not and should not be in favor of any kind of illegality. A democracy is that system where the rules are changed, not broken. But laws are a product of a reality and of a people, they are changed or maintained according to the interests of those who have power to do so, and at times these interests can by-pass the most fundamental Human Rights. Undocumented workers will never have even the most minimal right to participate in any electoral simulacrum, neither here nor on the other side of the border: they have been born out of time and out of place, with the sole function of leaving their blood in the production process, in the maintenance of an order of privilege that repeatedly excludes them and at the same time makes use of them. Everyone knows they exist, everyone knows where they are, everyone knows where they come from and where they’re going; but nobody wants to see them. Perhaps their children will cease to be ill-born wage slaves, but by then the slaves will have died. And if there is no heaven, they will have been screwed once and forever. And if there is one and they didn’t have time to repeat one hundred times the correct words, they will be worse off still, because they will go to Hell, posthumous recognition instead of attaining the peace and oblivion so desired.

As long as the citizens, those with “true human” status, can enjoy the benefits of having servants in exchange for a minimum wage and practically no rights, threatened day and night by all kinds of haunts, they will see no need to change the laws in order to recognize a reality installed a posteriori. This seems almost logical. Nonetheless, what ceases to be “logical” – if we discard the racist ideology – are the arguments of those who accuse immigrant workers of damaging the country’s economy by making use of services like hospitalization. Naturally, these anti-immigrant groups ignore the fact that Social Security takes in the not insignificant sum of seven billion dollars a year from contributions made by illegal immigrants who, if they die before attaining legal status, will never receive a penny of the benefit. Which means fewer guests at the banquet. Nor, apparently, are they able to understand that if a businessman has a fleet of trucks he must set aside a percentage of his profits to repair the wear and tear, malfunctions and accidents arising from their use. It would be strange reasoning, above all for a capitalist businessman, to not send those trucks in for servicing in order to save on maintenance costs; or to send them in and then blame the mechanic for taking advantage of his business. Nevertheless, this is the kind and character of arguments that one reads in the newspapers and hears on television, almost daily, made by these groups of inflamed “patriots” who, despite their claims, don’t represent a public that is much more heterogeneous than it appears from the outside – millions of men and women, overlooked by simplistic anti-American rhetoric, feel and act differently, in a more humane way.

Of course, it’s not just logical thinking that fails them. They also suffer from memory loss. They have forgotten, all of a sudden, where their grandparents came from. Except, that is, for that extremely reduced ethnic group of American-Americans – I refer to the indigenous peoples who came prior to Columbus and the Mayflower, and who are the only ones never seen in the anti-immigrant groups, since among the xenophobes there is an abundance of Hispanics, not coincidentally recently “naturalized” citizens. The rest of the residents of this country have come from some part of the world other than where they now stand with their dogs, their flags, their jaws outthrust and their hunter’s binoculars, safeguarding the borders from the malodorous poor who would do them harm by attacking the purity of their national identity. Suddenly, they forget where a large part of their food and raw materials come from and under what conditions they are produced. Suddenly they forget that they are not alone in this world and that this world does not owe them more than what they owe the world.

Elsewhere I have mentioned the unknown slaves of Africa, who if indeed are poor on their own are no less unhappy for fault of others; the slaves who provide the world with the finest of chocolates and the most expensive wood without the minimal recompense that the proud market claims as Sacred Law, strategic fantasy this, that merely serves to mask the one true Law that rules the world: the law of power and interests hidden beneath the robes of morality, liberty and right. I have in my memory, etched with fire, those village youths, broken and sickly, from a remote corner of Mozambique who carried tons of tree trunks for nothing more than a pack of cigarettes. Cargo worth millions that would later appear in the ports to enrich a few white businessmen who came from abroad, while in the forests a few dead were left behind, unimportant, crushed by the trunks and ignored by the law of their own country.

Suddenly they forget or refuse to remember. Let’s not ask of them more than what they are capable of. Let’s recall briefly, for ourselves, the effect of immigration on history. From pre-history, at each step we will find movements of human beings, not from one valley to another but crossing oceans and entire continents. The “pure race” proclaimed by Hitler had not emerged through spontaneous generation or from some seed planted in the mud of the Black Forest but instead had crossed half of Asia and was surely the result of innumerable crossbreedings and of an inconvenient and denied evolution (uniting blonds with blacks) that lightened originally dark faces and put gold in their hair and emerald in their eyes. After the fall of Constantinople to the Turks, in 1453, the wave of Greeks moving into Italy initiated a great part of that economic and spiritual movement we would later know as the Rennaissance. Although generally forgotten, the immigration of Arabs and Jews would also provoke, in the sleepy Europe of the Middle Ages, different social, economic and cultural movements that the immobility of “purity” had prevented for centuries. In fact, the vocation of “purity” – racial, religious and cultural – that sunk the Spanish Empire and led it to bankrupcy several times, despite all of the gold of the Americas, was responsible for the persecution and expulsion of the (Spanish) Jews in 1492 and of the (Spanish) Arabs a century later. An expulsion which, paradoxically, benefited the Netherlands and England in a progressive process that would culminate in the Industrial Revolution. And we can say the same for our Latin American countries. If I were to limit myself to just my own country, Uruguay, I could recall the “golden years” – if there were ever years of such color – of its economic and cultural development, coinciding, not by accident, with a boom in immigration that took effect from the end of the 19th until the middle of the 20th century. Our country not only developed one of the most advanced and democratic educational systems of the period, but also, comparatively, had no cause to envy the progress of the most developed countries of the world, even though its population lacked, due to its scale, the geopolitical weight enjoyed by other countries at the time. At present, cultural immobility has precipitated an inverted migration, from the country of the children and grandchildren of immigrants to the country of the grandparents. The difference is rooted in the fact that the Europeans who fled from hunger and violence found in the Río de la Plata (and in so many other ports of Latin America) the doors wide open; their descendants, or the children and grandchildren of those who opened the doors to them, now enter Europe through the back door, although they appear to fall from the sky. And if indeed it is necessary to remember that a large part of the European population receives them happily, at a personal level, neither the laws nor general practice correspond to this good will. They aren’t even third class citizens; they are nothing and the management reserves the right to deny admission, which may mean a kick in the pants and deportation as criminals.

In order to obscure the old and irreplaceable Law of interests, it is argued – as Orian Fallaci has done so unjustly – that these are not the times of the First or Second World War and, therefore, one immigration cannot be compared to another. In fact, we know that one period can never be reduced to another, but they can indeed be compared. Or else history and memory serve no purpose. If tomorrow in Europe the same conditions of economic necessity that caused its citizens to emigrate before were to be repeated, they would quickly forget the argument that our times are not comparable to other historical periods and, hence, it’s reasonable to forget.

I understand that in a society, unlike a controlled laboratory experiment, every cause is an effect and viceversa – a cause cannot modify a social order without becoming the effect of itself or of something else. For the same reason, I understand that culture (the world of customs and ideas) influences a given economic and material order as much as the other way around. The idea of the determining infrastructure is the base of the Marxist analytical code, while the inverse (culture as a determinant of socio-economic reality) is basic for those who reacted to the fame of materialism. For the reasons mentioned above, I understand that the problem here lies in the idea of “determinism,” in either of the two senses. For its part, every culture promotes an interpretive code according to its own Interests and, in fact, does so to the measure of its own Power. A synthesis of the two approaches is also necessary for our problem. If the poverty of Mexico, for example, were only the result of a cultural “deformity” – as currently proposed by the theorists and specialists of Latin American Idiocy – the new economic necessities of Mexican immigrants to the United States would not produce workers who are more stoic and long-suffering than any others in the host country: the result would simply be “immigrant idlers.” And reality seems to show us otherwise. Certainly, as Jesus said, “there is none more blind than he who will not see.”

 

Translated by Bruce Campbell

 

Why Culture Matters

 

Why Culture Matters

In September of 2006, in Lewisburg, Tennessee, a neighborhood group protested because the public library was investing resources in the purchase of books in Spanish.  Of the sixty thousand volumes, only one thousand were published in a language other than English.  The annual budget, totalling thirteen thousand dollars, dedicates the sum of one hundred and thirty dollars to the purchase of books in Spanish. The buying spree representing one percent of the budget enraged some of the citizens of Tennessee, causing them to take the issue to the authorities, arguing that a public service, sustained through taxes charged to the U.S. populace, should not promote something that might benefit illegal workers.

Thus, the new conception of culture surpasses that distant precept of the ancient library of Alexandria.  That now almost completely forgotten library achieved the height of its development in second century Egypt.  Its backward administrators had the custom of periodically sending investigators throughout the world in order to acquire copies of texts from the most distant cultures.  Among its volumes there were copies of Greek, Persian, Indian, Hebrew and African texts.  Almost all of those decades-long efforts were abruptly brought to an end, thanks to a fire caused by the enlightene ships of the emperor Julius Caesar.  Nearly a thousand years later, another deliberately-set fire destroyed the similarly celebrated library of Córdoba, founded by the caliph Al-Hakam (creator of the University and of free education), where the passion for knowledge brought together Jews, Christians and Arabs with texts from the most diverse cultures known in the period.  Also in this period, the Spanish caliphs were in the habit of dispatching seekers throughout the world in order to expand the library’s collection of foreign books.  This library was also destroyed by a fanatic, al-Mansur, in the name of Islam, according to his own interpretation of the common good and superior morality.

The Tennessee anecdote represents a minority in a vast and heterogeneous country.  But it remains significant and concerning, like a sneeze on a passenger train.  Also significant is the idea, assumed there, that the Spanish language is a foreign language, when any half-way educated person knows that before English it was Spanish that was spoken in what today is the United States; that Spanish has been there, in many states of the Union for more than four hundred years; that Spanish and Latino culture are neither foreign nor an insignificant minority: more than forty million “Hispanics” live in the United States and the number of Spanish-speakers in the country is roughly equivalent to the number of Spanish speakers living in Spain.  If those who become nervous because of the presence of that “new culture” had the slightest historical awareness, they would neither be nervous nor consider their neighbors to be dangerous foreigners.  The only thing that historically has always been dangerous is ignorance, which is why the promotion of ignorance can hardly be considered synonymous with security and progress – even by association, as with the reigning method of propaganda, which consists of associating cars with women, tomatoes with civil rights, the victory of force with proof of the Truth or a million dollars with Paradise.

Translated by Bruce Campbell

Jorge Majfud

The University of Georgia, October 2006.

Carta del Marqués de Santillana y Teoría literaria del S. XV

Retrato de Íñigo López de Mendoza, Marqués de ...

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Lecturas

Santillana, Marqués del. El Prohemio e Carta del Marqués de Santillana y Teoría Literaria del S. XV [1441]. Edición, crítica, estudio y notas de Ángel Gómez Moreno. Barcelona: PPU, 1990.

Carta del Marqués de Santillana y Teoría Literaria del S. XV


Marqués del Santillana

El poeta Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, vivió en la primera mitad del siglo XV y fue figura de la corte del rey Juan II de Castilla. Como muchos miembros de la clase noble castellana, era aficionado a la guerra; como algunos otros, combinaba esta pasión con la literatura. Fue uno de los pocos humanistas de su época que tomó en serio la cultura, no como simple ornamento cortesano. En esta época, mucho antes de la caída de Constantinopla y del invento de la imprenta de letras móviles, se profundiza el interés por las humanidades y se acelera la copia y producción de textos. Lo que sugiere la idea que los inventos provocan revoluciones sociales e históricas tanto o casi tanto como las revoluciones sociales e históricas provocan inventos.  Aprovecho para insistir que ni el Renacimiento nació sólo en Italia ni el humanismo procedió únicamente de la fuga de profesores griegos de Turquía. En la península Ibérica encontramos fuertes trazos de humanismo, aunque un humanismo más conectado con Dios y las tres grandes tradiciones monoteístas.

Por otra parte, el “conocimiento” se había vuelto un símbolo de estatus de una clase ociosa, aunque aún entre los artesanos había cundido esta moda (13).

Aunque el gallego-portugués era la lengua poética de Castilla años antes (15), los poetas portugueses comienzan a usar la lengua castellana en la segunda mitad del siglo XV (14).

Don Iñigo compone su prólogo no para publicar sino para presentar a su destinatario (Pedro, condestable de Portugal) pero luego la suma como parte del libro (19).

De la misma forma que el gran Leonardo da Vinci pobremente argumenta sobre la superioridad de la pintura sobre la escultura más de un siglo después, el Marqués de Santillana se interroga sobre la naturaleza de la poesía y concluye que es superior a la prosa.

Al igual que en el siglo XVI español, el autor abusará del estilo cuatrocentista, lleno cultismos (35), lo que conocía como fingimiento, como palabras infrecuentes y novedosas y también en la estructura de la oración: el verbo al final de la frase, más propio del latín, como “…que de memorable registro dignas parescan” (37). Se repetirá el uso del infinitivo, de retoricismos como “asý commo…” y “commo… asý” y de “interrogatio retorica” (preguntas retóricas).

En “…este pequeño uolumen uos envío […]… que uos, señor, demarnades” (52) donde, según el analista de la edición crítica, “uos” está en lugar de con “os” y no “vos”.

Como Horacio, afirma preguntando: “¿E qué cosa es la poesía —que en el n(uest)ro uulgar gaya ciencia llamamos— syno un fingimiento de cosas útiles, cubiertas o ueladas con muy fermosa cobertura?” (52).

El autor menciona que en su tiempo habían quienes pensaban que la poesía era cosa vana, pero se defiende mencionando un huerto que da frutas según las distintas épocas del año, como el conocimiento da fruto en distintas edades. Inevitablemente, recurre a citas bíblicas (Moisés, Josué, David, Salomón, Job, etc. quienes cantaron en metro) como otra forma de defensa. Luego repasa ejemplos de la antigua Gracia y Roma (Siro, Homero, Dante, Virgilio). Sor Juana Inés de la Cruz usará la misma estratégica dialéctica y retórica en su célebre y a la larga trágica Carta Atenagórica, a fines del siglo XVII.

A nuestros ojos, aparece como una reiterada confusión conceptual de “ciencia”, teología y poesía, además de una pretensión de universalidad en la forma de escritura en metro y rima. “E así concluyo ca esta ciencia, por tal, es açepta p(r)inçipalme(n)te a Dios, e después a todo linaje e espeçie de gentes” (55).

Pretende justificar la rima y el metro por lo común que es en el uso para varios propósitos (religiosos, paganos, bodas, etc.), que es una forma de “demostrar” su inferioridad, como las cuentas del almacenero del barrio ante el binomio de Newton.

Muestra su preferencia por los ytálicos a los franceses (58) y mezcla otras alusiones personales (lo cual para un noble ya era mucho), como la referencia a su infancia y a un gran libro de “cantigas” portuguesas y gallegas de su abuela que podían ser del bisabuelo del destinatario (60).

Hay una referencia directa a “vn iudío” (Rabí Santó [o Santob]) que “escriuió muy buenas cosas” (61). Este judío había escrito Prouebios morales y eran elogiados por el autor por este tipo de moralización:

No uale el açor menos

por nacer en vil nío [nido],

ni los ejemplos buenos

por los decir iudío [judío]. (62)

Lo que parece una defensa explícita de un grupo o individuo al mismo tiempo que se confirma, de forma implícita, su estereotipo negativo (“vil nío”).

Para justificarse, igual que sor Juana como mujer intelectual, el marqués menciona otros nobles de su época que se dedicaron a lo mismo. “Al muy magnífico Duq(ue) don Fadriq(ue), mi señor e mi hermano, plugo mucho esta ciencia, e fizo asaz gentiles canciones e delires e tenía en su casa grandes trobadores ” (63).

Según el análisis crítico de esta edición, el cierre de la carta es el más retórico, tal como era la fórmula clásica. Lo más novedoso y significativo, quizás, es que no invoca más allá de la muerte sino un porvenir colado de parabienes. “Como vemos el marqués de Santillana es más Moderno en su deseo de que don Pedro alcance la vida de la fama; además la misma alusión a la muerte se ha desdramatizado por medio de la mitología” (148).

Esta Carta presenta todas las características de las prerrogativas medievales, como las de artes dictaminis para una carta (ya anacrónicas en el Quatrocento humanista).

En todo el texto casi no se usa la argumentación o el silogismo o lógica alguna. Se prefiere y se abusa de la autoridad: cuanto más ejemplos se nombran mejor, aún sin importar qué efectos o qué virtudes éstos debían tener más allá de la nobleza (generalmente de clase) de sus propios autores.

Con todo, según el comentario crítico, y a pesar de tantas referencias “eruditas” a autores clásicos, el Marqués tenía poca instrucción. “El léxico artificioso del señor Iñigo que tampoco habría gustado a los grandes humanistas italianos” (150). Los humanistas separaban claramente el italiano del latín y desechaban las mezclas. Se debe agregar que, aunque (o por eso mismo) los primeros y subsiguientes humanistas bebieron de las fuentes antiguas como primera inspiración (harto recurridas para los pedantes de todos los siglos), rechazaron la superficialidad del ornamento de la cita sin motivo estricto. Es más, una de las características del humanismo será la atención y, en casos, el rescate de las culturas populares como fuentes válidas de conocimiento profundo.

Jorge Majfud

Litterae (Chile)

Lecturas: Alfonso el Sabio. Las siete partidas (I)

Miniatura de Las Siete Partidas (Alfonso X el ...

Miniatura de Las Siete Partidas

Lecturas: Alfonso el Sabio. Las siete partidas (II)

Alfonso X El Sabio. Las siete partidas [1256-1265]. Selección, prólogos y notas de Francisco López Estrada y María López García-Berdoy. Madrid: Editorial Castalia, 1992.

Libros, el regreso a las fuentes

Alfonso X El Sabio. Las siete partidas (I)


Este es, sin duda, el proyecto literario más famoso de Alfonso el Sabio y probablemente el más conocido del siglo XIII español. Su redacción abarcó desde 1256 a 1265 y refleja la realidad pluricultural de la época, no obstante la perspectiva del derecho y el deber pertenece claramente al sector cristiano de la península.

Es interesante confirmar la sobrevivencia de la idea, aunque más no sea la idea, del “Ius naturale” (derecho natural) que “tienen los hombres naturalmente y aun los otros animales que tienen sentido” (70). La primera Partida establece que las leyes deben estar escritas de forma “llanas y paladinas; de manera que todo hombre las pueda entender bien y retener de memoria” (ley 8, 74). Pero sólo el emperador o el rey tenían facultades para hacerlas; las otras no eran válidas (ley 12, p. 76).

Por entonces, como en algunos casos hoy, las leyes regulaban la vida privada definiendo, aunque como pecados menores, la práctica en la que un hombre yace con su mujer sin intención de hacer hijos (ley 34, p. 94) o la costumbre del “mucho comer”, porque contradecía la pobreza de Jesucristo y por razones médicas, ya que de este exceso luego surgen males y enfermedades (ley 37, p. 97).

Para no andar derrochando recursos, se establece que las limosnas deben ser dadas preferentemente a los cristianos (Titulo 23, ley 7, p. 121).

Como era conocido entre emperadores, incas y coloridos dictadores del mundo moderno, la Ley 5 (Título 1) reconoce el hecho de que el rey “es puesto en lugar de Dios”, como su vicario, representante porque así lo dicen los profetas y los sabios que entienden en las cosas naturales (133). El rey es la cabeza del pueblo y éste los miembros del cuerpo (Título 10, ley 2, p. 174).

Con una mentalidad claramente medieval, se resuelve que “pensamiento es cuidado con que aprecian los hombres las cosas pasadas, y las de luego y las que han de ser” (Título 3, Ley 1. p. 139) y “nace el pensamiento del corazón del hombre” (Título 3, Ley 2. p. 139). Según una versión de un texto de Aristóteles (traducido del árabe y del hebreo), el filósofo griego le habría aconsejado a Alejandro hablar poco porque “el uso de las muchas palabras envilece a quien las dice” (Título 3, Ley 2. p. 142).

Estas leyes también regulan la mejor forma de vestir, de comer y de beber, no sólo de los sacerdotes sino de los reyes. Pone especial cuidado en advertir sobre los abusos del vino y la conveniencia de no hablar mientras se come, para ponerse a salvo de algunas asfixias, lo que da cierta idea del estilo del buen comer de la época.

En una época en que la diversidad no era una virtud, Alfonso sabía que los enemigos “de la tierra” son peores que los enemigos de afuera, porque no se distinguen con la misma facilidad (Título 19, ley 1, p. 189).

Las formas de adquirir propiedades eran menos sutiles. Se reconocía la legitimidad de apoderarse de las tierras ajenas para cumplir con los mandamientos de Dios de poblar la tierra “y este apoderamiento viene de dos maneras: la una, es por arte, y la otra por fuerza” (T. 20, ley 6, p. 194). Ambas subsisten hoy en día, aunque la primera es más común. Para la segunda opción había que recurrir a las milicias. En la militia (del latin, hombres de campaña para la guerra contados de a mil) se distinguen los caballeros, que son más honrados por ir a caballo. Como hoy, cada mil había un caballero.

Una de las virtudes de “honra” de los caballeros es que debían ser crueles: “que fuesen crueles para no tener piedad de robar lo de los enemigos, ni de herir ni de matar” (T. 21, ley 2, p. 195). Por esta razón, “antiguamente”, dice la ley, se elegían los caballeros de entre los mil, a carniceros, carpinteros y herreros, porque eran fuertes de manos y estaban acostumbrados a herir y ensartar. También se prefería los “hijosdalgo”, es decir los Fulano de Tal, porque debían tener más vergüenza de huir de la batalla. Para estimular a estos distinguidos combatientes era recomendable la lectura de hazañas o que los más viejos contasen historias de favorables o que los juglares sólo canten canciones de batallas (T. 21, ley 20, p. 204). Por sobre todo, se debe crear la figura del caudillo: es la primera cosa que los hombres deben hacer en tiempo de guerra” gracias a lo cual es posible que “por el buen acaudillamiento vencen muchas veces los pocos a los muchos” (T. 23, ley 11, p. 209).

En tiempos en que no existían los apellidos y todavía no llegaba el renacimiento capitalista que demandará señas de herencia, aquí las leyes de Alfonso definen que “apellido” significa aquel sonido (“voz de llamamiento”) que identifica a un grupo de hombres en guerra. Una vez oído, los que lo reconocen deben salir a la defensa de aquellos que están en peligro. (T 26, Ley 24, pág. 222).

Antes que Santa Teresa y otros piadosos maldijeran la libertad, en la Edad Media significaba otra cosa: “es la más cara cosa que hombre puede haber en este mundo” (T 29, Ley 1, p. 226).

En el Título 31 se reconoce las conveniencias de la vida estudiantil y se percibe, quizás, la insistencia de algún miembro del cuerpo redactor: se establecen “estudios” como lugares de reunión de maestros y discípulos, higiénicos, donde no falte el pan y el vino. Se insiste en la necesaria seguridad que se les debe garantizar a los maestros y escolares (ley 2, p. 230). También se establece la forma de pago de los maestros y ciertos derechos modernos: si “leyesen” una parte del año pero enfermasen por largo tiempo deben recibir el salario del resto del año. Establece que los “estudios generales” tengan tienda de libros (ley 11, p. 236). La “estación” era la librería donde se vendía, alquilaban y copiaban los libros. En una partida posterior se proscribe el castigo del maestro al alumno que deje lisiado a éste. (T9, ley 1. p 328).

Por supuesto, no hay que esperar al Siglo de Oro para encontrar misoginismo explícito. Según las leyes del rey sabio, “una de las cosas que más envilece la honestidad de los clérigos es tener trato frecuente con las mujeres” (ley 36, p. 107). Tal vez por eso, a diferencia de los clérigos de Occidente, los del bárbaro Oriente se podían casar (107-108). En la partida siguiente establece que “ninguna mujer, aunque sea sabedora [del derecho] no puede ser abogada en juicio por otro; y esto por dos razones: la primera, porque no es conveniente ni honesta cosa que la mujer tome oficio de varón estando públicamente envuelta con los hombres para razonar por otro; la segunda, porque antiguamente lo prohibieron los sabios por una mujer que decían Calfurnia[1], que era sabedora, pero tan desvergonzada y enojaba de tal manera a los jueces, que no podían con ella” (Título 6. Ley 3, pp. 247-248). Por la misma razón, los ciegos tampoco podían ser abogados porque no podían ver a los jueces y rendirles honores.

Por supuesto, la ley no era la misma para cada persona, característica estamental que se conservará en la ley española por muchos siglos más y en la práctica internacional hasta nuestros días.

continúa: Lecturas: Alfonso el Sabio. Las siete partidas (II)

Jorge Majfud



[1] Se puede referir a alguna mujer de la gran familia romana de los Calpurnios. También San Pablo en la Epístola a los Corintios manda que las mujeres deben callar en una asamblea (I, 14, 33-35). Lo cual es usado en el siglo XVII, especialmente contra Sor Juana Inés de la Cruz, la cual responde con altura.

Alfonso el Sabio: Primera crónica general de España

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Folleto de un manuscrito de la Estoria de Espa...

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Libros: regreso a las fuentes

Alfonso el Sabio: Primera crónica general de España

Alfonso X el Sabio: Primera crónica general de España que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho IV en 1289. Edición de Ramón Menéndez Pidal. Madrid: Gredos, 1955.

En menos de mil páginas, estos volúmenes narran desde la historia romana hasta la peninsular de reyes godos, árabes, y visigodos. Los hechos no se fundan en pruebas, documentos o especulaciones históricas sino en una variada tradición literaria y probablemente oral también. Obviamente, estos textos con ocho siglos de antigüedad, en su gramática casi original, son una fuente inagotable de datos y curiosidades lingüísticas y ortográficas, como el uso de “cuedaron” (quedaron), “quando” (cuando), de “e” en lugar de “y” y de “y” en lugar de “ahí” o las clásicas “Espanna”, “danno”, “señor” o “anno”. Es de sospechar que la “ñ” surgió para evitar la doble ene que tomaba mucho espacio en el valioso papel de las imprentas posteriores. Pero también abundan en otras curiosidades menos formales.

En una mezcla de ficción y realidad mucho más evidente para un lector contemporáneo que las crónicas de nuestro tiempo, los historiadores de Alfonso recorren, como si rescataran, historias de luchas entre persas y moros, de los árabes que conquistaron tierras africanas para su “secta” (278), de luchas entre moros y romanos, sobre la expulsión de los judíos por parte de los godos (folio 176, 284), sobre Gunderigo, el primer rey vándalo que reinó Galicia y Asturias y pobló Lugo (295) y sobre los “bárbaros de Affrica” (308). Con realismo extremo, se relata la entrada luminosa de un grupo de santos a una iglesia, hasta que el obispo se desmayó. Eran “San Pedro et San Paulo” (279).

En esta narración oficial, los godos se distinguen por su valor contra los vándalos, lo que los lleva a conquistar brevemente África y Asia. Como todos los pueblos, los godos fueron valientes porque vencieron, hasta que fueron vencidos (287).

Poco a poco y a través de las tinieblas de mil años, vamos descubriendo detalles sobre virtudes, infortunios y traiciones de reyes y obispos. Por entonces no se usaban los modernos números arábigos de hoy; los años de cada Era se indicaban escribiendo el nombre del número, “seyscientos et quarenta et quatro”. No obstante cada “estoria”, es vaga, sin datos ni fuentes, como si los escribientes del rey tocaran de oído. Por momentos, los mismos redactores encuentran ciertos períodos más bien aburridos y reconocen que “non fallamos ninguna cosa que de contar sea que a la estoria pertenezca”(282).

No hay ideas explícitas ni complejas sino un catálogo de personajes que en su momento no necesitaron presentaciones, como el obispo de Çaragoça o “Sant Alfonso boca doro”, sobrenombre de un arzobispo de Toledo muerto en 674 (283). En una época de épicas tampoco abunda la acción narrativa. Como si el propósito original hubiese sido rescatar hechos aislados o fundar los hechos futuros y no convertirse en un fenómeno de ventas como las cartas del conquistador Hernán Cortés en el siglo XVI o del aprendiz de brujo Harry Potter en el siglo XXI.

Pero si afinamos la lectura vamos descubriendo el realismo de la época, según el cual, en tiempos de Theodisto, natural de Grecia y políglota, “no se encontraba en toda España un hombre malo ni descreído.” Theodisto, no obstante, tenía maneras amables y corazón de lobo: sacó las cosas “verdaderas” de los libros y puso las “falsas” haciendo traducir del griego al árabe libros de ciencia (278). Sólo este dato es evidencia de un rasgo que caracterizará la revolución humanista más tarde, aunque con un objstivo diferente: el autor no es la autoridad; leer no es necesariamente descifrar la verdad univoca que baja del autor, el creador, confundido con Dios. La palabra humana, tanto vela como devela, tanto cubre como descubre.

Por supuesto, las referencias a las Sanctas Escripturas y a la religión son permanentes. La imagen de los hombres buenos en abundancia es idílica. Hasta que en algún momento comenzaron a aparecer algunos hombres malos en España, entre ellos dos herejes, Eluidio y Pelayo, quienes especularon sobre la virginidad de María, enseñando “errores”. Todavía no eran tiempos de Calvino, Torquemada o del General Francisco Franco por lo que los herejes no eran quemados ni ejecutados. Fueron “corridos de Espanna” (281).

A lo largo de estas antiguas páginas también vemos el poco prestigio que tenían unos cuantos reyes. La queja sobre la autoridad parece ser un tópico antiguo, aunque en la Era moderna los españoles y los americanos colonizados la descargarán casi toda en los mandos medios, exculpando pudorosa o estratégicamente al mismo rey.

Aunque Paulo se alzó contra los moros, era un mal rey que el noble pueblo godo no mereció. Su reinado se caracterizó por el caos, donde sus mismos hombres luchan y se matan entre sí hasta que es derrotado y encarcelado junto con sus seguidores. Ante el clamor de su gente, el arzobispo intercede y ruega el perdón del rey Bamba. El simulacro de tropas francesas que debían ir al rescate del rey cristiano es descubierto por Bamba. El rescate fracasa, Bamba perdona la vida de Paulo pero lo encierra. A los franceses y alemanes los perdona y a las dos semanas los extradita a sus tierras.

El rey Bamba expulsa también a los judíos y es representado como sabio y pacificador, a pesar de que dos leguas antes de llegar a Toledo, hace cortar las barbas y sacar los “oios” de Paulo y sus seguidores. Bamba entra triunfante en Toledo y mejora la vida de sus habitantes. En el “anno 717”, ordena poner a la entrada de la ciudad inscripciones de mármol en latín: Vamba… Deo rex. (294). Algo así como el recurrente “Rey por la gracia de Dios” del que echó mano el mismo generalísimo Franco en el siglo XX.

Por varias páginas, los escribas del rey Alfonso detallan los nombres de los arzobispados y los obispos que le han de obedecer a Bamba, a partir de un Concilio hecho por el mismo interesado. La abundancia de nombres, como si fuese un escrito administrativo, demuestra el valor político y administrativo de la Iglesia de la época.

Luego de nueve años de reinado, en el año 722, envenenan al rey Bamba con una yerba en el vino. Como consecuencia el rey pierde la memoria, por lo cual es retirado a un monasterio donde vive siete años más.

Varios datos nos pintan la moral de la época. Por ejemplo, los escribas mencionan a Julian, un arzobispo de Toledo que era de origen iudio. Por su piedad “salió de entre los judíos como sale la roza de entre las espinas” (301). Mencionan también al famoso rey Vitzia. Famoso por licencioso y muy bien reconocido por sus vicios: en el año 740 ordenó que los obispos podrían tener tantas mujeres como quisieran. A juzgar por esta historia oficial, era común mandar sacar los ojos de los enemigos. Lo mismo que hizo Bamba con sus derrotados, hace Vitzia con otros. Otro “pecado” que se le atribuye es haber dejado volver a los judíos y darle más privilegios que a la iglesia (306).

Jorge Majfud

Milenio (México)

 

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La irrelevancia de la razón “¿Cómo Dios pudo permitir que sucediera esto?”

1963 Spanish peseta coin with the image of Fra...

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La irrelevancia de la razón

“¿Cómo Dios pudo permitir que sucediera esto?”

En 1974 Jorge Luis Borges le comentó a Ernesto Sábato que a su juicio bastaba con un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios todopoderoso. Esta observación sería rigurosamente cierta si consideramos que el Todopoderoso es, al mismo tiempo, Todobondadoso. Si Dios permite que ocurra en el mundo un solo gramo de mal es porque quiere que ocurra o no puede evitarlo. Si de verdad existe una lucha del Bien contra el Mal, entonces Dios aún no domina su propia creación o no quiere hacerlo. O es, como dice Isaías (45-6): “Fuera de mí no hay ningún otro. Yo modelo la luz y creo la tiniebla, Yo creo la dicha y la desgracia. Yo soy Yahve, el que hago todo”. También Pedro Abelardo, después de justificar la traición de Judas con las propias Escrituras, escribió, no sin fisuras: “¿quién ignora que el mismo diablo no hace más de lo que Dios le permite? […] El poder lo recibe de Dios; la voluntad, en cambio, le viene de sí mismo”.

La idea de un dios todopoderoso y desprovisto de un solo gramo de maldad es imposible para la lógica. Pero no demuestra su inexistencia, ya que un ser perfecto debe ser in-inteligible para los mortales. Por otra parte, Dios no es una proposición científicamente refutable, al decir de Karl Popper.

De cualquier forma, una discusión teológica es como una partida de ajedrez: sus conexiones con el mundo exterior son irrelevantes. La religión es lo contrario: es una forma de acción, muchas veces política, pocas veces metafísica, aunque con frecuencia se sirve de las interminables e inconducentes discusiones teológicas.

Es extraño que algunos consideren que el ateísmo es una posición científica y no una postura religiosa como cualquier otra. Pero no es menos extraño que los religiosos, que reniegan de cualquier teoría que prescinde de alguna intervención supranatural, no descansan en su absurda obsesión por demostrar la verdad contenida en las Sagradas Escrituras. No aceptan que cualquier página considerada sagrada en cualquier religión deja de ser un objeto de fe en el preciso momento en que se convierte en un hecho científicamente demostrado. Si algo es, o parece absurdo (como poner a todas las especies del planeta en un barco y luego negar siquiera la posibilidad de que los millones de especies que hoy lo habitan fueron consecuencia de alguna evolución) y usted literalmente cree en ello, ¿qué mejor prueba de su santidad?

Más consecuentes son quienes consideran o reconocen que uno no puede comprender (completamente) los designios de Dios.

No obstante, cada vez que en el mundo ocurre una catástrofe, como el terremoto en Japón o el huracán Katrina en Nueva Orléans, se reavivan las discusiones teológicas. En algunos países como Estados Unidos, una poderosa minoría ha secuestrado el discurso social con sus amenazas patoteológicas. En el mejor de los casos, los más civilizados, apenas conocen a alguien preguntan “¿a qué iglesia va usted los domingos?”; no si uno va a alguna iglesia.

Cuando no estoy cansado respondo, “no voy a ninguna iglesia, señora, Dios me libre”. Lo cual no es del todo cierto, porque cuando paso por algún templo que me inspira, entro con permiso.

“¿Entonces, no cree usted en Dios?”.

“Creo que sí, aunque nunca le pido prosperidad ni me persigno para que mi equipo de fútbol gane. Lo único que le pido siempre a Dios es que exista”.

“¿Cómo es posible creer en Dios y no tener iglesia?”, más de una vez me han preguntado en este país, con los ojos más abiertos de lo necesario.

Con frecuencia se cita el momento que en el programa de televisión The Early Show de Nueva York, la periodista Jane Clayson le preguntó a la hija del célebre telepastor Billy Graham sobre los atentados del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York:

“¿Cómo pudo Dios permitir que sucediera esto?”, inquirió, lo que recuerda el conocido cuestionamiento sobre Auschwitz.

La hija del pastor respondió:

“Al igual que nosotros, creo que Dios está profundamente triste por este suceso, pero durante años hemos estado diciéndole que salga de nuestras escuelas, que salga de nuestro gobierno y que salga de nuestras vidas. Y siendo el caballero que es, creo que Dios ha resuelto retirarse. ¿Cómo podemos esperar que Dios nos dé Su bendición y Su protección cuando le hemos exigido que nos deje solos?”

En todo el mundo se repitió, no sin emoción y lágrimas, este momento como “una respuesta profunda y sabia que dejó muda a Jane Clayson”.

Sin duda que hay que tener una fe muy profunda para creer que el creador del Universo actúa como un niño resentido unas veces o como un amante celoso otras. Pero esto es una cuestión de opinión. Lo que no es materia de discusión es el hecho de que los terroristas que perpetraron los atentados del 11 de setiembre tenían la misma opinión de Virginia Graham Foreman. Sobre todo, odiaban el tipo de decadencia humanista y secular que por mucho tiempo caracterizó el experimento histórico de este país, que las teocracias odiaron y que las nuevas republicas iberoamericanas intentaron copiar en el siglo XIX. Sus “padres fundadores” no fueron religiosos conservadores como cree la mayoría de los norteamericanos (¿cómo un conservador puede hacer algo revolucionario como fundar un país diferente o una nueva religión?) sino una elite de políticos humanistas que había diseñado y logrado, por primera vez, un gobierno y un Estado separado, por ley y en sus prácticas, de todo tipo de injerencia religiosa. Y por primera vez, un Estado que se fundase, al menos en teoría, en la igualdad como paradigma. No porque odiaran a Dios sino porque creían en el derecho a la libertad de los individuos (antes de excluir a los esclavos) y en un tipo radical, para la época, de democracia moderna como alternativa a las teocracias y las monarquías absolutistas.

Salvo algunos teólogos, los predicadores no necesitan ser racionales. Les basta con un par de aforismos para niños porque saben que los respalda la fe ciega de quienes lo siguen. Más que el Amor los protege el Miedo. Así logran confundir a Dios con sus propias religiones y las opiniones de sus pastores y sacerdotes con la opinión más reciente de Dios.

También Torquemada fue llamado “luz de España y el salvador del país” por enviar a la hoguera a los herejes. También Francisco Franco acuñó monedas que rezaban “Caudillo de España por la gracia de Dios” por el mismo mérito. Lo que prueba que hay amores que matan.

Pero no juzguemos a Dios por sus seguidores.

Claro que el racionalismo de los últimos tres siglos se convirtió en otra forma de fanatismo; también religioso, si se quiere. Pero tampoco fue culpa de la Razón sino de una reacción ciega que terminó negando todo lo irracional y espiritual que también forman parte de la condición humana.

En los países occidentales de hoy, la mayoría con gobiernos e instituciones públicas basadas en las ideas humanistas de libertad y laicidad, ya no se pueden quemar individuos por razones de opinión. Al menos no sin una buena excusa. Esto no fue un logro de ninguna religión sino a pesar de casi todas las religiones del momento. Fue un logro de los humanistas que lentamente liquidaron las teocracias y el fanatismo religioso que poco o nada tenían que ver con Dios.

Jorge Majfud

marzo 2011

Jacksonville University

majfud.org

Milenio (México)