Arqueología de los símbolos primarios (II)

Coyolxauhqui

Arqueología de los símbolos primarios (I)

El ave que devora la serpiente (II)

Para una arqueología de los símbolos primarios

 

Es muy difícil saber cómo era este dios tan importante, Huitzilopochtli. No existen muchas representaciones, aunque en algunos códices aparece siempre con grandes plumas verdes, como el quetzal. Por otra parte, su nombre alude al colibrí, también ave de plumas verdes. Sabemos que era el dios principal de la guerra y podríamos especular que pertenecía a la esfera celestial, por el origen de su nacimiento (una pluma) y por su oposición a su hermana y a su madre, representadas con serpientes como agente de la tierra, la fertilidad y quizás de lo femenino por extensión o por implicación. Quizás por eso mismo era un dios más abstracto e invisible, como lo serán los dioses masculinos y celestiales en otras civilizaciones.

Tampoco es casualidad que Coatlicue haya dado a luz a Huitzilopochtli de una forma asexuada, fecundada por una pluma, lo que resulta un paralelo claro con el nacimiento de una era celestial y masculina sobre un pasado terrestre y femenino. Huitzilopochtli también era la representación del sol o el sol mismo. Tradicionalmente los dioses celestes han pertenecido a religiones patriarcales, verticales. Por otra parte, la importancia de la ausencia de una relación sexual en la madre del dios es un sustituto simbólico de la virginidad; para Coyolxauhqui la abstinencia es un pecado, pero es típicamente una virtud para las culturas patriarcales.

No es casualidad —no desde un punto de vista antropológico— que los habitantes prehispánicos del valle adorasen a Coatlicue en el cerro Tepeyac, el mismo donde surge el culto a la virgen María en la cuarta década del siglo XVI. Por entonces Coatlicue era conocida como diosa de la falda de serpientes pero también como Tonantzin o Teteoinan, “madre de los dioses”. Si consideramos que Huitzilopochtli fue el único sobreviviente de los hermanos, entonces de hecho Coatlicue era la “madre de Dios”, quien lo concibió sin tener relaciones sexuales. La falda o vestido de la actual imagen de la virgen de Guadalupe está ornamentada con figuras innecesarias que sólo se explican por su estética indígena, que bien podrían ser estilizaciones de una falda de serpientes, así como su capa verde puede ser el sustituto del quetzal. Aunque el ángel que parece sostenerla pueda proceder de la tradición pictórica de Europa, desde la perspectiva de los indígenas esta asociación debió ser imposible. Para ellos, ese ángel no podía ser otro que Huitzilopochtli, el colibrí, el hijo recién nacido que se vistió de plumas para proteger a su madre.

Algunas teorías han sugerido que en realidad la palabra de origen árabe “Guadalupe”, que da nombre a la virgen negra de España, en su origen debió ser Coatlalopeuh, que significa “la que domina las serpientes” (Anzaldúa, 49). Los cuernos negros que vemos a los pies de la virgen en la famosa imagen mexicana (frecuentemente asociados a la luna) sería esta serpiente disimulada. Si bien esta lectura es consistente con una interpretación del génesis judeocristiano, también lo sería, según lo que hemos propuesto antes: Coatlicue y Coyolxauhqui, madre e hija aparentemente enfrentadas representante del mundo de las serpientes que comenzaba a dejar lugar al mundo de las aves, son vencidas y reemplazadas por el hijo, Huitzilopochtli.

Ahora, si Huitzilopochtli es el triunfo definitivo de la Era del Ave (cielo-guerra-masculino) sobre la Era de la Serpiente (tierra-fertilidad-femenino), otra hipótesis que podríamos considerar es Quetzalcóatl como la representación no de un mundo consolidado sino como el mito y el personaje de un mundo ambiguo y en transición, del mundo reptil, el mundo de la tierra, al mundo de las aves, el mundo de los cielos.

Obviamente que el continente americano se distingue por su población de pájaros. Pero no podemos decir que Asia haya adoptado el dragón por su abundancia de dragones o de reptiles. La razón debe radicar en el momento en que una cultura y una civilización madura o recibe su impronta histórica y la fija y perpetúa. Podemos ver esto en las culturas derivadas de las improntas del viejo testamento, a partir de Moisés, o de las culturas cristianas a partir de Cristo y de las culturas grecorromanas de los primeros siglos de esta época. La “impronta histórica” tiene lugar en un momento dado, en condiciones de recambio y expansión sobre nuevos pueblos y puede durar ciclos de miles de años.

El símbolo de la fundación de Tenochtitlán, México, hecho relativamente reciente y uno de los últimos de las culturas amerindias, representa el fin de la ambigüedad, el conflicto final y el definitivo triunfo del águila sobre la serpiente.

Por lo que ya vimos más arriba, tampoco es casualidad que fuera precisamente Huitzilopochtli el dios que diera instrucciones a los mexicas para fundar su ciudad, Tenochtitlán, en el lugar donde un águila sobre un nopal estuviese devorando una serpiente.

El sentimiento de culpa o de ilegitimidad que poseían los últimos emperadores aztecas (y el último emperador inca con respecto a Viracocha) por haber desplazado a los legítimos creadores de una cultura anterior, Tula, fue explicito, sobre todo en el momento en que tanto Hernán Cortés y Francisco Pizarro conquistan ambos imperios en las primeras décadas del siglo XVI. Tula había florecido en la cultura Quetzalcóatl, una cultura menos guerrera y más artesana, más culta y creadora.

La sensibilidad mexicana adapta y adopta fácilmente a la virgen María, no sólo porque es una forma de reemplazo, de un travestismo de Coatlicue-Huitzilopochtli (o directamente de un sincretismo entre la cultura europea y la americana), sino que representa una figura femenina que dio a luz a un dios masculino del cielo. Se podría entender la idea de Ave María no sólo por ser Ave el reverso de Eva, como se ha querido explicar de una forma algo forzada, sino porque el cielo es el reino de las aves y son la aves (el quetzal, el águila devorando la serpiente, símbolo de la tierra) los símbolos de la nueva Era.

La virgen de Guadalupe es también el quetzal, el ave de plumas verdes, tal como podemos verlo en el ícono de la cultura mexicana y por extensión latinoamericana e hispana en Estados Unidos. La importancia de la experiencia visual, es decir sensual o sensorial, es central en esta sensibilidad religiosa como seguramente lo era en tiempos prehispánicos.

El triunfo de los dioses del cielo, que en América son dioses aztecas primero y cristianos después, serán fundamentalmente guerreros, aunque con una teología contraria, en oposición a los dioses terrestres (en las culturas mesoamericanas los dioses residían en las entrañas de la tierra), identificados con la serpiente, la que en Asia y en las primeras culturas americanas representaba el bien y la fertilidad y en la visión de los vencedores representaba siempre el mal y el engaño, como el demonio que tienta a la mujer o como la diosa Coyolxauhqui, representante del celo contra lo nuevo.

 

 

Jorge Majfud

Jacksonville University

majfud.org

Milenio (Mexico)

 

Arqueología de los símbolos primarios (I)

 

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Arqueología de los símbolos primarios (I)

Museo Nacional de Antropologia in Mexico City ...

El ave que devora la serpiente (I)

Para una arqueología de los símbolos primarios

No podemos pensar que los mitos y los símbolos centrales de un cultura y mucho menos una civilización puedan ser irrelevantes, casuales o consecuencia de meras circunstancias históricas, como por ejemplo el triunfo de un tótem familiar sobre otro y su posterior hegemonía. Creo que es legítimo sospechar que todos provienen y conducen a las verdades centrales de cada cultura y de cada civilización.

Partiendo de esta hipótesis podemos considerar por un momento el dragón, uno de los símbolos centrales de la civilización oriental. Cuando pasamos a América, encontramos esta misma figura pero con variaciones: tradicionalmente no se habla de dragones sino de serpientes.

La más importante de estas serpientes es la serpiente emplumada, Quetzalcóatl. De no ser por la enorme distancia temporal que los separa, podríamos imaginar que se trata de una memoria de la evolución que llevó a algunos reptiles a convertirse en aves. El Archaeopteryx, por ejemplo, vivió hace más de cien millones de años. Podríamos especular, por ejemplo, que hace unas pocas decenas de miles de años existió alguna especie con estas características de transición, o que el descubrimiento de alguno de aquellos fósiles más antiguos impregnó la imaginación de los humanos en el paleolítico, pero esto es sólo una especulación sin indicios que la sostengan hasta ahora.

A partir de aquí es interesante observar varios puntos problemáticos. El carácter híbrido de Quetzalcóatl no radica solamente en su figura mitológica como serpiente y como animal emplumado sino en su ambigüedad ontológica también: fue un dios y fue un hombre. En la traición occidental, cristiana, se podría hablar de un hombre dios o de un dios hecho hombre, humanizado. En la civilización Quetzalcóatl no se trata del hijo de un dios ni del creador del Universo sino del re-creador de la humanidad, lo que lo aproxima a la figura de Jesús pero, sobre todo, de los revolucionarios y rebeldes amerindios y latinoamericanos desde los primeros años después de la conquista española hasta, por lo menos, la Guerra Fría. Como ya lo analizamos en el libro El eterno retorno de Quetzalcóatl, Ernesto Che Guevara es uno de esos Quetzalcóatl, semidiós barbado que recrea el mundo imperfecto y luego renuncia al poder; muere y renace, no en el cielo sino en el cosmos natural.

Pero esta simbología tiene aún implicaciones más profundas desde un punto de vista histórico.  Se han rastreado los orígenes asiáticos de los primeros pobladores conocidos en América, sobre todo usando el análisis genético y lingüístico (como el número de fonemas, etc.). Pero un análisis aparte también podría considerar las sorprendentes similitudes asiáticas de muchas esculturas y retratos olmecas (una de las primeras civilizaciones que se desarrollaron en el continente). Dejemos de lado la fuerte posibilidad de que podamos hacer lo mismo con el origen polinésico de los habitantes de la isla de Pascua y de la franja peruano-chilena del continente americano. También sería de gran interés estudiar las altamente posibles civilizaciones americanas (y sus conexiones con Europa) que se desarrollaron más o menos hace 10.000 años y que inevitablemente quedaron bajo los océanos al finalizar la gran glaciación, la que significó un dramático ascenso de los niveles del mar en varios metros con consecuencias topológicas imprevistas por un simple cálculo geométrico realizado por cualquier software de computadora. (No pocos han observado coincidencias lingüísticas entre la mítica Atlantis de Platón y Aztlan, Azatlan, Tulan, y Tenochtitlan, aunque los diversos autores han estado más preocupados por una Atlantis localizada en los Azores que por la más probables franjas costeras de México y el Caribe, algo que se puede intuir fácilmente explorando en Google map.)

Observemos que lo que en algunas ruinas mayas se identifica como la cabeza de la serpiente emplumada de Quetzalcóatl coincide increíblemente con las representaciones de los dragones coreanos. Por ejemplo, las cabezas de dragones que salen de las paredes del templo de Naksan en la costa este sudcoreana, cuyos orígenes no son tan antiguos (año 676) pero sugieren una fuerte conexión con las representaciones de Kukulcan (años 600-900), origen maya de la versión azteca más conocida de Quetzalcóatl. La cabeza del dragón coreano, aparte de escamas posee plumas, dientes y fauces de un dragón, todo representado con el mismo estilo que las deidades mexicanas. También es muy probable que los colores originales sean los mismos, con cierto predominio del verde.

Esto nos conduce a otros problemas. Recordemos que una de las alegorías centrales de la mitología azteca, que aparece hoy en la bandera mexicana, representa la lucha de una serpiente con un águila. La cultura azteca es mucho más joven que la maya y que muchas otras que se diseminaron por el continente. En muchos casos, aparecen diferentes versiones de Quetzalcóatl, ya sea como Kukulcan o como el más distante y nunca asociado Viracocha en Perú.  Quetzalcóatl, increíblemente, contiene a ambos: la serpiente o dragón y el quetzal o el ave del paraíso. De este período, probablemente, procede uno de los rituales más particulares del mundo, originado antes del periodo clásico y vivo aún hoy en día en México: los hombres voladores. Originalmente los participantes (4+1, como en el calendario) se vestían con plumas de quetzal.

Por si fuese poco, el mito fundador de Huitzilopochtli parece reforzar este cambio de Eras. Su hermana, Coyolxauhqui (cara pintada de cascabeles), intenta matar a su madre Coatlicue porque ésta se embaraza de una forma deshonrosa con un abola de plumas que cae entre sus senos (o con una pluma que entra en su vientre) mientras barría la Montaña de la Serpiente. Aunque la virginidad del dios es recurrente en mucho smitos alrededor del mundo, tal como lo demostró Joseph Campbell, no era un alor central en las culturas americanas. Al menos son como en el mundo cristiano y musulmán. El problema debió ser otro: el celo del cambio de una Era por otra. No debe ser casualidad que Coatlicue en náhuatl significa “falda de serpientes” y que haya sido embarazada por una pluma, que es una poderosa representación simbólica de una traición o adulterio, un cambio de una Era, la de la serpiente, por otra, la del ave. Antes que Coatlicue (mujer-serpiente) diese a luz a Huitzilopochtli (hombre-ave), Coyolxauhqui (mujer-serpiente) intenta matar a su madre. Pero el recién nacido Huitzilopochtli, vestido de plumas, mata a su hermana (cuya cabeza se convierte en la luna) y a sus seguidores, a quienes arroja al cielo para hacerlos estrellas.

[continua Arqueología de los símbolos primarios (II)]

Jorge Majfud

Jacksonville University

majfud.org

Milenio (Mexico)

23 lápidas prehispánicas halladas en México

23 lápidas halladas en México descubren mitos de la cultura prehispánica

Las piedras, de 550 años de antigüedad, están en pleno centro de la capital

Narran el nacimiento de Huitzilopochtli, dios mexica de la guerra

Imagen de una de las 23 lápidas, cedida por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. /HÉCTOR MONTAÑO (EFE)

El centro de la bulliciosa capital de México ocultaba uno de los grandes secretos de la cultura prehispánica. Un grupo de arqueólogos ha descubierto frente al Templo Mayor azteca 23 lápidas de unos 550 años de antigüedad que muestran mitos de la cultura mexica como el nacimiento del dios de la guerra Huitzilopochtli y el origen de la Guerra Sagrada.

Las piedras grabadas, hechas de tezontle (piedra volcánica), y localizadas a finales de 2011 en la Plaza Manuel Gamio, representan serpientes, prisioneros, ornamentos y guerreros que aluden al origen de la antigua cultura mexica, según ha explicado en un comunicado el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH).

El hallazgo ha tenido lugar durante los trabajos de supervisión arqueológica previos a la creación de un nuevo acceso al museo de Templo Mayor. Una vez terminados los trabajos de restauración y sondeo para determinar la existencia de alguna ofrenda bajo de las lápidas, se colocará un suelo de cristal para que los visitantes puedan admirar las 23 lápidas.

El Templo Mayor, edificado en lo que ahora es el Zócalo de la capital mexicana y áreas circundantes, fue el centro más importante de la vida religiosa de los mexica. Posiblemente, los grabados fueron orientados hacia lo que fue el centro de adoración de Huitzilopochtli, lo que presume que corresponden a la cuarta etapa de construcción del Templo Mayor (1440-1469), según el investigador Raúl Barrera, responsable del Programa de Arqueología Urbana del INAH.

Otra de las lápidas frente al Templo Mayor. / HÉCTOR MONTAÑO (EFE)

Los vestigios prehispánicos tienen gran valor arqueológico, ya que es la primera vez que se encuentran dentro de lo que era el recinto sagrado de la antigua Tenochtitlan y se pueden mostrar «a manera de documento iconográfico un discurso que narra ciertos mitos de esta antigua civilización», según el arqueólogo.

De acuerdo con el mito del nacimiento de Huitzilopochtli, la diosa de la tierra y la fertilidad, Coatlicue, quedó embarazada cuando una pluma entró en su vientre mientras barría. Molestos por ello, sus hijos, 400 guerreros surianos (en náhuatlcentzonhuitznahua) y la diosa de la Luna, Coyolxauhqui, decidieron ir a la montaña de Coatepec, donde vivía la embarazada, para matarla. “A su llegada al cerro Coatepec», explica el arqueólogo Barrera, Coyolxauhqui y los guerreros enfrentaron a Coatlicue y la decapitaron. En ese momento nació el dios de la guerra Huitzilopochtli, quien enfrentó a los guerreros y mató a su hermana, a la cual desmembró”. La leyenda sobre el origen de la Guerra Sagrada entre los mexicas, descrita en los códices Chimalpopoca y Boturini, establece que durante el recorrido que realizaron de Aztlán hacia el lago de Texcoco, en el Valle de México, donde edificarían su ciudad, bajaron del cielo los guerreros estelares del norte, llamados en náhuatl mimixcoas, que fueron enfrentados, derrotados y sacrificados por los tenochcas.

“Ambos mitos se relacionan con el concepto de una batalla estelar, en la cual el dios de la guerra y del Sol Huitzilopochtli, sale victorioso de la afrenta contra los 400 guerreros del sur y Coyolxauhqui, lo que dio origen a las estrellas (combatientes muertos) y a la Luna (al lanzar la cabeza de su hermana decapitada al cielo)”, ha señalado Raúl Barrera.

Las imágenes representan ocho serpientes con las fauces abiertas, un escudo de guerra o chimalli con figuras de caracoles y cuentas de piedra, y dardos en dirección a la parte inferior, y trazos que quizá simbolicen chorros de sangre, según han explicado Lorena Vázquez y Rocío Morales, arqueólogas involucradas en la investigación.

 

[fuente : El Pais de Madrid]

memoria profunda de Amerindia

Our Lady of Guadalupe.
Image via Wikipedia

La Virgen y el Quetzal, memoria profunda de Amerindia

Las religiones monoteístas o las monolatrías derivadas de la tradición hebrea repudian y castigan la formación de imágenes humanas y mucho más su adoración. Similar ha sido el Islam y en menor medida el protestantismo. No así el catolicismo. Las antiguas religiones romanas dejaron su herencia en la nueva religión del imperio.

No obstante, en el catolicismo europeo la valoración de imágenes de la Sagrada familia, de una vasta colección de santos y de partes de santos es aún un fenómeno secundario en comparación a la liturgia. Diferente, en el protestantismo el espectáculo del rito ha sido sustituido por el trance proselitista y el orgullo público de ser un elegido de Dios. La palabra histérica, cuando no obsesiva, que busca convencer y confirmar es natural en una secta que nació protestando. Quizás por su origen de catacumbas y luego por su centenaria posición en la cúspide de la pirámide del poder, el sacerdote católico está más entrenado en la combinación de la palabra pausada y el silencio calculado. Quizás por su temprano ejercicio intelectual, mucho más amplio y diverso que el de los pastores protestantes, los sacerdotes católicos no son afectos a la elocuencia verbal ni a la verborragia. En los países católicos, este trance colectivo de la oratoria está casi todo exorcizado en las religiones seculares que son los partidos políticos. En particular en el continente de los pájaros, en el mundo latinoamericano donde la política, la cosmología y la literatura son la misma cosa con profesionales diferentes.

Pero la percepción literaria del mundo en el mundo amerindio es, ante todo, visual. Es propio de un mundo vivo donde la tierra no es un reino maldecido por una abstracción celeste sino parte del cosmos, parte de la unión entre la serpiente y el ave.

El rasgo que mejor distingue la religiosidad del continente es la veneración de la virgen María, en particular en su versión guadalupana. Dentro de esta experiencia religiosa, un aspecto destacable son los avistamientos de la virgen. Si bien son conocidas las apariciones de vírgenes en otras partes del mundo, como la virgen de Fátima en Portugal, en América Latina la importancia de estas apariciones es mucho mayor y diferente en su naturaleza. El fenómeno no consiste en la aparición de la virgen sino en una imagen física de la virgen y a veces de Jesús. El milagro es siempre material y simbólico, como una huella es a un pie.

De hecho las apariciones de la virgen son prácticamente mínimas y resultan una anécdota que justifica la imagen que se venera. Se venera la representación en nombre de lo representado. Así se produce el milagro: se une el agua con el aceite, se compatibiliza la sensualidad amerindia con la abstracción judeocristiana.

Según la tradición, la virgen de Guadalupe sólo se apareció al indio Juan Diego hace más de cuatro siglos. Pero las apariciones de las imágenes de la virgen han sido innumerables. Aún cuando la tradición teológica y popular alega que no se venera una imagen sino lo que representa, lo cierto es que lo representado no puede ser fácilmente sustituido por una copia cualquiera, como una Biblia y su copia tienen el mismo valor semántico y religioso. Los estudios y las leyendas que se tejen entorno a la pintura de la virgen de Guadalupe en México están rodeados de misterios visuales. En uno de ellos se ha llegado a mostrar o demostrar que en la iris del ojo izquierdo de la pintura de la virgen están representados una serie de personajes históricos que van desde el indio Juan Diego arrodillado hasta el obispo Zumárraga.

Los misterios ópticos son de tal grado de importancia que quienes creen descubrirlas no se preocupan por el mensaje o la interpretación que el milagro puede portar sino por el milagro mismo de la imagen que luego atribuyen poderes chamánicos de sanación. Esto se resuelve con un mismo mensaje repetido y siempre intrascendente, como la alegación de que una aparición significa que tiempos terribles están por venir.

Lo que queda claro es la importancia visual de la experiencia religiosa, es decir, la conexión entre espíritu y materia, entre la divinidad y la sensualidad de la imagen que representa el extremo opuesto de la abstracción hebrea o islámica.

Esta es la misma conexión cosmogónica que tenían los pueblos amerindios antes de la llegada del colonizador europeo. Muchos especialistas han observado que la aparición de la virgen de Guadalupe en el cerro de Tepeyec, el mismo lugar donde los indígenas adoraban a Tonantzin, demuestra o sugiere la sustitución de la Diosa Madre amerindia por la Madre del hijo de Dios -Madre de Dios, según tradicional equívoco-. No obstante podemos alegar que si en la liturgia consiente hubo una sustitución, también podemos considerar que la imposición teológica y moral del colonizador sólo confirmó los valores y las percepciones anteriores que sobrevivieron reprimidas en un pueblo numeroso.

La (original) virgen de Guadalupe está rodeada de símbolos que podemos rastrear entre los aztecas y hasta la mítica Tula, como el Quinto Sol y la Luna. Podemos agregar otros detalles. El color verde que rodea a la virgen de Guadalupe, presente en la bandera de México, probablemente se refiere al verde del quetzal. La misma forma de la capa de la virgen se asemeja a las alas del ave sagrada cuando posa en una rama. El verde fue un color divino y real en el cosmos amerindio y tal vez también representó la libertad, debido a que el quetzal no se reproduce en cautiverio. También verde era el color brillante del colibrí (Huitzilopochtli, el «Colibrí izquierdo») y del agave (maguey) que florece después de cinco años para morir y reproducirse.

América es el continente de las aves y sin duda éstas representaron en un tiempo mucho más que simples adornos en un mundo material sino el espíritu mismo del Cosmos en movimiento, la unión del cielo y la tierra como el águila devorando la serpiente según la leyenda azteca.

Leopoldo Zea y otros latinoamericanistas han observado que en ningún otro continente como en América latina la colonización europea sustituyó las culturas originales. Creo que esta idea sólo se puede aplicar a los afros en Estados Unidos donde, más allá del pretendido nombre étnico y el color de piel, difícilmente se pueda encontrar algo de África que haya sobrevivido a la violencia del colono, como sí podemos encontrar en los afros de Brasil o del Caribe.

En un estudio anterior he insistido que la civilización prehispánica no sólo sobrevivió en forma de influencias a escalas artesanales sino que la misma represión del colonizador minoritario provocó su travestismo y consecuente consolidación en lo más profundo del alma del futuro continente. Las diferencias culturales que identifican al pueblo latinoamericano proceden del vencido y del vencedor. Son los rasgos del vencedor, la civilización hispánica, los visibles, los únicos conservados en la letra escrita y en el poder de las instituciones. Pero son los rasgos del vencido los que han moldeado las formas de sentir y de ver el mundo, transmitidos en una forma de ser y de hacer, en las tradiciones orales y en las actitudes humanas ante los problemas, ante la vida y apenas visibles en sus detalles. La narración de sus héroes y obsesiones, la tradición de sus fracasos y renacimientos, lo revelan.

Jorge Majfud

Caridad (Puerto Rico)