El poder de las ficciones globales

No hay que confundir riqueza con desarrollo, ni economía con cultura. Porque si la economía de una sociedad son las hojas de un árbol, la cultura son sus raíces.

 

 

BRICS summit participants: Prime Minister of I...

BRICS: El poder de las ficciones globales

 

 

Analia Gómez Vidal (*): Según el artículo que escribió usted en 2009, «BRIC, la comunidad fantasma», la principal crítica que le hacía a este producto de marketing financiero era, precisamente, ser sólo un producto de marketing financiero sin sustento real en la geopolítica contemporánea, ni tener un correlato en otras variables de corte social, como la justicia, la distribución del ingreso, o incluso factores culturales de identificación entre sí.  Sin embargo, y si bien su génesis fue puramente financiera, parece evidente en estos pocos años que sus países miembros han tomado la posta en esta situación y han extendido este concepto financiero hacia la realidad política actual. ¿Cuál es su opinión al respecto?¿Se considera en la misma posición que años atrás?

 

Jorge Majfud: Modestamente, sigo creyendo que hay un error radical (es decir, de raíz), producto del pensamiento financista que domina nuestro mundo. No es coincidencia que en Estados Unidos, el epicentro ideológico y cultural de esa mentalidad, ahora los especialistas en educación universitaria estén comenzando a alertar sobre los errores básicos de que las escuelas de negocios se estén expandiendo dramáticamente sobre las humanidades. Si se hace una lectura general de todas estas investigaciones, la recomendación es muy clara: las School of Business deben acercarse más a las humanidades (“liberal arts” en general, según la tradición norteamericana) y no al revés. Básicamente por dos razones: primero porque un ser humano es más que una profesionalización especifica. Segundo, porque las humanidades en general son indispensables para cualquier pensamiento crítico y para cualquier habilidad innovadora y creadora, aun en el mundo de los negocios.

En el caso concreto de los BRIC, aparte de ser un invento de Goldman Sachs que inspiró a los mismos líderes políticos de esos países, es una asociación con características e intereses muy estrechos: sólo comparten un mismo interés económico, geopolítico y simbólico. Hasta cierto punto comparten la misma relación amor-odio que mantienen con Estados Unidos, ese deseo de medir sus éxitos según la imagen de éxito formada por la cultura americana (producir más, consumir más, tener edificios más altos, etc.). Sus sistemas sociales y políticos difieren radicalmente unos con otros. Sus culturas son antípodas en cualquiera de los casos que se comparen.

Hay otro punto. Podemos afirmar (lo hemos hecho décadas atrás) que el poder económico mundo se moverá hacia Asia y algo, aunque relativamente poco, hacia América latina. Los cambios sociales han sido muy lentos y si se puede hablar que ha habido progreso en las clases bajas y media, creo que básicamente se debe a la prosperidad económica del momento, pero no a un claro desarrollo. Hay un consenso en que “el mundo ha cambiado” radicalmente y yo no lo creo. Claro que han cambiado las situaciones socio económica y financieras de muchas regiones geográficas, pero los países y las sociedades no cambian de la misma forma ni al mismo ritmo. Primero se necesita un cambio cultural, cosa que no veo por ninguna parte.

El éxito de China ¿es el éxito del comunismo o del capitalismo y de la cultura americana? ¿Qué nuevo modelo político, social o cultural ha surgido de Brasil, de Rusia, de India o de China que está marcando el rumbo de la civilización global? Ninguno. ¿Se ha cambiado el paradigma aristocrático, monárquico y teocrático de siglos, como lo hizo la revolución americana? No. ¿Se ha cambiado el paradigma capitalista y liberal, como por mucho tiempo lo hizo la revolución rusa o la revolución cubana? Tampoco. Todo es más del mismo paradigma americano en cinco centros dispersos de países que en sus discursos atacan lo que copian. Los líderes de los BRICS van a Estados Unidos a copiar los modelos de sus universidades, o implantan proyectos como “one laptop per child” surgidos de esos centros de estudios, por mencionar sólo unos pocos ejemplos.

El fenómeno económico de los BRICS tampoco se podría explicar sin la revolución digital, básicamente iniciada (y hasta ahora desarrollada) en Estados Unidos.

Esto también ha propiciado que, afortunadamente, los poderes económicos y financieros ahora estén mucho más dispersos, menos centralizados en Nueva York y Londres.

Los BRICS han sido siempre China más tres o cuatro países. Es parte de una propaganda y parte de una realidad; es un ejemplo de realidad auto creada por una creencia. Pero es poco más que una asociación de países gigantes en un muy buen momento económico con la expectativa que dure hasta mediados del siglo (no se computan las futuras e inevitables crisis economicas y ecologicas ni las innovaciones tecnologicas ni los cambios culturales, claro), con algunos toques sociales para legitimarla ante los ojos del pueblo. Por otra parte es comprensible: cada país, cada líder echa mano a lo que tiene más cerca, y esa “comunidad fantasma” es muy útil en muchos aspectos.

Cuando los números y los intereses entren en conflicto, los BRIC terminarán de expoliar África como antes lo hicieron los Noroccidentales. Suponiendo que no se cumplan nuestras viejas predicciones de un declive de la maquinaria China y que Brasil sea capaz de mantener el mismo ritmo de crecimiento económico por lo menos por treinta años más, lo cual es imposible, entre otras cosas por su demografia que pronto estará en declive, aparte del aumento de su poblacion anciana.

Aparte de BRIC y de BRICS se pueden inventar una decena de otros acrónimos, incorporando a Turquía, Indonesia y México y, con el tiempo, a otros países europeos. ¿Pero qué significa todo esto desde un punto de vista histórico? Significa una voluntad, un síntoma y una realidad: el fin de un mundo unipolar. Pero poco, muy poco más en lo que se refiere a una posible revolución o fenómeno paradigmático promovido por el grupo en sí mismo.

El Merco Sur tenía una base más solida y, sin embargo, después de fantásticos discursos fundadores y latinoamericanistas, hoy en día es una asociación de hermanos que con frecuencia practican el canibalismo cuando los intereses de unos rozan los del otro.

No veo el fenómeno ni veo al mundo tan diferente a lo que era diez años atrás, como tanto se insiste en los medios. Muchas personas han salido de la miseria en Brasil, sí, eso es un avance importante. Irónicamente los titulares no lo mencionan tanto como el hecho de que Brasil sea la sexta economía del mundo, como si esto importase gran cosa, más allá de satisfacer a aquellos que tienen serios complejos con el tamaño. Que en unos años China sea la primera economía del mundo tampoco es un hecho absoluto. Se dice “eso es la realidad”. ¿Pero la realidad para quién? ¿Para los ricos hombres de negocios, que son los primeros y los últimos en beneficiarse de los booms económicos? ¿Para los políticos? ¿Para los periodistas? ¿Para los ideólogos (reducidos ahora al análisis de los números de PIBs). No para aquellos que deben sufrir una criminalidad cada vez mayor. No para aquellos que siguen viviendo en las favelas de Brasil, al lado de grandes mansiones pero separados por altos muros; no para aquellos que son esclavos en las fábricas de China o en los tugurios de India. No para aquellos que han copiado todo lo peor del consumismo de algunos sectores de la sociedad estadounidense y no han aprendido algunas reglas básicas del desarrollo.

Permíteme insistir: no hay que confundir riqueza con desarrollo, ni economía con cultura. Porque si la economía de una sociedad son las hojas de un árbol, la cultura de esa sociedad son sus raíces. Con esta metafora no niego completamente el materialismo dialéctico; lo cuestiono como concepción absoluta. Por otro lado, una cosa es el éxito de una economia basado en modelos antiguos (como lo son las economías de los BRIC) y otra es una economia producto de una revolución más profunda, como lo fue la Revolución agricola, la Revolución burguesa o la Revolución industrial. En nuestro tiempo, la Revolución digital, que ha beneficiado a países como China, ha sido un producto importado de Europa y Estados Unidos. Tampoco en esto China está impulsando un cambio de paradigma más allá del cambio geopolitico tradicional.

majfud.org 

(*) Analia Gómez Vidal es economista argentina y columnista de El Economista.

Milenio (Mexico)

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El estallido de la indignación

Entrevista a Jorge Majfud

Analía Gómez Vidal nació en Buenos Aires, Argentina, en 1989. Estudió Economía (especialización en Periodismo) en la Universidad Torcuato Di Tella. Actualmente, cursa la Matejiestría en Economía en la misma institución, y trabaja como asistente de investigación en la Federación Iberoamericana de Bolsas (FIAB). Es colaboradora habitual de distintos medios independientes y se desempeña como responsable del blog del South American Business Forum (SABF).  

Twitter: http://twitter.com/#!/agomezvidal

 

El estallido de la indignación (parte I)

Analia Gomez Vidal

 

Analía Gómez Vidal: En sus artículos anteriores, usted plantea una suerte de continuidad entre los procesos de Oriente y Occidente mediante una cita a Cronel West sobre «la continuidad entre la primavera árabe y el otoño americano«. Sin embargo, parecería que los orígenes de las protestas son distintos. Me arriesgaría a decir que, en el fondo, existe una suerte de «lag» o retraso temporal en las demandas. Es decir, mientras Occidente plantea sus dudas y desilusiones con el régimen capitalista actual y su desarrollo, en Oriente se plantea una suerte de acercamiento al paradigma occidental, comenzando por la consideración de la democracia como sistema político a implementar. ¿Qué hay de cierto en esto? ¿Se pueden analizar las situaciones en naciones tan heterogéneas como si estuvieran interrelacionadas?

Jorge Majfud: No. Precisamente, no creo que puedan ser equiparables. Están inevitablemente interrelacionados, pero no son lo mismo. En concreto, tienen orígenes diferentes. Unos protestan por mayores libertades y otros por cierta frustración económica y social. No había movimientos occupy antes de la crisis económica de los últimos tres años. Por otra parte, ambos movimientos, uno nacido en el mundo Oriental y el otro en el mundo Occidental, uno en países pobres y otro en países ricos, tienen algo en común: ambos luchan o resisten una tiranía, una injusticia. Uno pelea contra las tiranías personalistas; el otro, contra la de las elites capitalistas o financieras, representadas por ese ahora famoso eslogan del “Somos el 99%”. Ambas luchas serían, desde el punto de vista social, movimientos que reivindican una determinada justicia, aquella de las mayorías débiles, sometidas o gobernadas por las minorías más fuertes. Consecuentemente, ambas luchan por formas diferentes de libertad; ambos representan el otro elemento del par de opuestos que están en el centro de cualquier civilización: la lucha entre el poder y la libertad, la moral del oprimido contra la moral por el oprimido. Tienen otro aspecto en común: como no podía ser de otra forma, la mayoría de los participantes son jóvenes. Eso los asemeja a los levantamientos de los años ‘60, aunque mucho menos ideológicos en el sentido libresco de la palabra. Mucho antes de la crisis de 2008, en pleno apogeo de las fuerzas conservadoras, publicamos que el próximo decenio serían los nuevos años ‘60 que pondrían fin a los ‘80. Ahora estamos en ese momento de definición. Los dos son movimientos ideológicos desde el momento en que no carecen de ideas, aunque la idea de la primavera árabe es muy simple y los occupy son más emocionales que racionales. Todo lo cual no los desmerece, obviamente. Por el contrario, los occupy son tan necesarios como cualquiera de los grupos que desde hace décadas vienen luchando por los derechos de las minorías o de las mayorías débiles (débiles por el capital o por una cultura, como en el caso de las mujeres). Es una tradición moderna que no nace pero proviene de las primitivas luchas sindicales del siglo XIX. Es una lucha de fuerzas, pero es algo más. Cada vez estoy más convencido de que lo que alguna vez desarrollamos en una tesis académica sobre la lucha de los campos semánticas (2005) es mucho más determinante de lo que parecía en un principio. Es decir, si bien las fuerzas económicas y productivas pueden definir un discurso o una moral, no es menos real el poder que puede tener una narrativa que haya logrado el éxito en la lucha semántica. Basta con observar el caso de los negros y de los homosexuales. Su lucha dialéctica ha logrado tantas o más victorias que cualquiera de sus luchas por la fuerza. Una vez impuesto un sistema de valores, es muy difícil revertirlo simplemente a fuerza de dinero. En cuanto a la segunda parte de tu observación, sobre un “acercamiento” al paradigma occidental, podemos reiterarlo una vez más: existe una americanización del resto del mundo. La idea de “economías emergentes” se refiere a valores básicamente cuantitativos: acelerados (aunque sospechosos) incrementos anuales de los PIBs, etc. Pero la idea de “países emergentes” se refiere a un movimiento o tendencia que sigue un canon: se “emerge” y se tiene “éxito”, según los valores del capitalismo tardío que básicamente están resumidos en la sociedad de consumo: más producción y más consumo significa éxito social, a nivel nacional y a nivel individual. Pero hay otro punto: las sociedades islámicas tienen dos opciones claras y en conflicto: el giro hacia sociedades estructuradas en las tradiciones religiosas o hacia el secularismo que inauguró la Ilustración francesa y la Revolución americana; en el caso de Occidente, las opciones parecen más improbables: un socialismo (¿real?) que no tiene modelos brillantes como paradigmas y un capitalismo que se ha revelado insostenible hasta para los más ricos que comienzan a pedir que les suban los impuestos. A finales del siglo pasado, soñábamos con que una democracia directa reemplazaría a las anacrónicas democracias representativas. Pero esta realidad parece todavía muy lejana por dos motivos: las viejas estructuras se resisten a ceder terreno, y las nuevas herramientas digitales continúan distrayendo a los “ciudadanos” que persistimos en conductas obsesivas e intrascendentes. Sospecho que hoy en día, el instrumento más poderoso seria aquel que el activista americano Cesar Chávez resumió como “every dollar is a vote”. Bien, si los ricos pueden hacer lobbies, y por otras razones, tienen más poder político en esta democracia sin un sistema alternativo a corto plazo, entonces cada ciudadano deberá tomar conciencia de cómo actuar de forma colectiva para que “su dólar” junto al de otros, cuente para un cambio o para cambios puntuales.

AGV: Desde la crisis que comenzó en 2008, hemos escuchado voces muy dispares respecto a la situación del capitalismo y sus estadíos. Algunos sostuvieron que estábamos ante el fin del capitalismo. Otros negaron fervientemente que el capitalismo fuera a terminar. Los más moderados se han centrado en la tesis del «fin del capitalismo tal como lo conocemos hoy». En definitiva, tres años después mantenemos nuestro viaje vertiginoso en un sistema que poco tiene de control y mucho de incertidumbre y especulación. Esto nos permite pensar que estamos ante un panorama donde, incluso por omisión, se realimenta el sistema original en una suerte de «statu quo consentido» por los actores principales a nivel internacional. De ser cierta esta resistencia al cambio, ¿Son realmente las protestas actuales una vía hacia la solución? La notable amplitud de demandas de los indignados a nivel global, ¿pueden plantear realmente una alternativa a lo actual? ¿Cómo se puede pasar del “caos” reinante a estructuras de base que permitan cambiar de dirección?

JM: Recuerdo una conversación que tuve por entonces con Eduardo Galeano y él, con el sentido poético, metafórico y conciso que tiene del lenguaje y de las ideas mismas, me dijo algo como “he sido invitado muchas veces al funeral del capitalismo”. Claro que la historia nos enseña que todos los grandes sistemas sociales y paradigmas históricos tienen un ciclo. Tarde o temprano, se agotan. El problema es que no hay forma de calcular cuánto puede durar cada ciclo. El capitalismo no es el orden más longevo pero se las ha arreglado para sobrevivir en diferentes momentos cruciales de la historia, como en la Segunda Guerra Mundial (que fue la primera guerra global en realidad). Luego, el suicidio del bloque soviético le dio una bocanada de oxigeno. Es de esperar que un sistema sea reemplazado por otro. Pero cuando no hay otro como alternativa clara entonces no estamos en un tiempo de revolución sino de crisis, marcado por derrumbes y revueltas. La primavera árabe es una revolución política trascendente. Pero, medido en un marco más amplio, es apenas una revuelta internacional, ya que de ella no surgen nuevos paradigmas sino la consolidación del paradigma hegemónico, obviamente más moderno (aunque no menos rapaz) que las anacrónicas dictaduras personales, verticales y patriarcales, con sus previsibles tendencias a volver la mirada a un orden teocrático como forma de consolidar una identidad y una reacción a los viejos dictadores seculares. En el mundo más “contemporáneo” (medido en una escala de valores humanista-ilustrado), en el mundo occidental, las protestas no son la solución ni pueden cambiar ningún paradigma hegemónico sino confirmarlo a través de una reparación. Es decir, este sistema está agotado, pero en vista de que no hay una alternativa clara y su crisis general representa crisis individuales y sufrimientos concretos, entonces nos conformaremos con que sea más estable, próspero y justo (en lo posible). El centro reconocerá sus errores y la periferia aparecerá para repararlos, lo cual es, como dices, una forma de statu quo, con diferentes colores, con países que suben y otros que bajan y luego vuelven a subir. Es decir, ninguno de esos cambios nos sugieren un cambio de paradigma histórico. Insisto, ese cambio habría que buscarlo en los indicios de una democracia directa y global. Pero me temo que los instrumentos y la cultura que podría hacer posible una “profundización de la democracia (directa)” están ahora ocupadas en una “trivialización de la democracia”. Tarde o temprano se producirá.

 

El estallido de la indignación (parte II)

 

Analía Gómez Vidal: En contraposición con lo expresado por usted en la primera parte de esta entrevista, existe la sensación colectiva de que las nuevas tecnologías “democratizan” y le dan voz al ciudadano que tiene acceso a ellas.

Jorge Majfud: Son un instrumento, una herramienta, un arma o un juguete. Depende del uso que se les dé.  

AGV: Bien, pero retomando su afirmación sobre la distracción de las nuevas tecnologías, ¿Son una pantalla engañosa para el atontamiento en masa? ¿Definen un nuevo estrato social, sin valor real a nivel político y civil, que marca una nueva forma de marginalidad? Pero en ese caso, ¿Cómo se justifica la expansión y globalización de ideas alrededor del mundo? ¿No sería simplista extremar el rol de las nuevas tecnologías en las revueltas árabes, ya sea posicionándolas como actores principales, o como “elementos de distracción”?

JM: Dese los antiguos egipcios, fenicios, hebreos y helenos las ideas se han expandido, internacionalizado y globalizado. Nacen, se desarrollan, se expanden y mueren. Algunas duran unos pocos años y otros algunos siglos. Algunas renacen permanentemente, como las ideas de los antiguos griegos. Las tecnologías tienen su propia dinámica pero no están exentas de los estímulos de la cultura, de la historia y de los intereses más temporales de la política. La invención de la imprenta provocó una revolución pero fue provocada por la revolución humanista, y así todo. Yo no creo que haya un Demiurgo capaz de calcular y provocar el “atontamiento de las masas”. Tampoco creo que las masas sean tontas, pero no voy a caer en la demagogia de “voz populi, vox Dei”, de la cual no creo ni medio. Basta con mirar un poco la historia. La democracia directa está todavía por nacer. Aparece más lejana de lo que pensábamos hace veinte años, pero la posibilidad real está ahí todavía y tal vez sea inevitable. Postergable, pero inevitable. Tenemos los instrumentos, pero nos falta la madurez social, la cultura necesaria que sólo llega con generaciones de aprendizaje. Por ahora hay sólo balbuceos, con frecuencia trágicos.

 

AGV: Volviendo al análisis sobre el sistema capitalista, como lo plantee anteriormente, existe una cierta sensación de statu quo aguerrido.

JM: Sí, esa es una buena definición. Pero también hay una lucha por una “reparación”. Todos quieren “salvar algo”, desde el Euro hasta los puestos de trabajo. Nadie, o casi nadie, habla de “sepultar algo”. Pero el statu quo siempre ha sido violento, más cuando se lo cuestiona. Pi i Margall, un catalán progresista, si no anarquista, en 1851 publicó Reacción y revolución… Lo tengo por aquí, decía: “la revolución es la paz y la reacción la guerra”. Y en otra parte: “Cincuenta años atrás —dicen— no existía entre nosotros esta peste abominable [de los partidos políticos]; a la voz de Dios doblaban todos los españoles la rodilla, a la del rey ceñían o desceñían sus espaldas. […] La libertad nos ha traído la discordia […] La revolución ha venido a cerrar la era de paz de nuestros padres, ha venido a encender la guerra entre clase y clase, entre hombre y hombre, entre la fe y la razón […] Nuestro pueblo, es cierto, se ha insurreccionado cien veces en lo que va del siglo; mas se ha insurreccionado, examinadlo bien, por falta de libertad, no por la libertad de que ha gozado”. Son reflexiones muy actuales, escritas en un contexto ultraconservador.

AGV: Mientras los indignados protestan y salen a las calles, hay un movimiento en sentido contrario, pero paralelo, que se refugia en la posición más conservadora. Entonces, surgen resultados políticos como el fortalecimiento del Tea Party en EE.UU., o la victoria del PP en España de la mano de Rajoy. Estos sucesos, a su vez, parecen estar en contradicción íntima con las demandas de los jóvenes y trabajadores indignados en Occidente. ¿Por qué entonces se dan estos resultados? ¿Qué hace que caminemos en dirección contraria a lo que demandamos?¿Son realmente alternativas o posiciones excluyentes?

JM: Vamos por partes. El Tea Party es un movimiento básicamente reaccionario. La confusión y la falta de sustento conceptual es tal que se mezclan un ejército de mediocres feudalistas con gente de una inteligencia extraordinaria y con algunas propuestas verdaderamente valientes, como es el caso del republicano Ron Paul y su no-intervencionismo radical. No obstante, sospecho que este movimiento fraudulento del Té disminuirá su influencia política de forma progresiva. Los Occupy han aparecido en el momento justo para contrabalancear lo que muchos piensan es una ola conservadora imparable. En España, como en otros países, votaron con el bolsillo y con un fuerte sentimiento de frustración. En esos casos de crisis económicas, los votantes necesitan encontrar un culpable que no sean ellos mismos. En el 2003 estuve en España por varios meses y le dije a mis colegas arquitectos: la nueva generación está demasiado acostumbrada a la bonanza económica. Sus niveles de gasto y ocio multiplican al de Uruguay y Argentina, mientras que no veo que la productividad por persona sea mayor. Por otra parte, el boom de la construcción no puede sostenerse indefinidamente. Me dijeron que los que estaban en crisis eran Uruguay y Argentina, no España. Cierto: las olas de inmigrantes provenían del sur. Ellos recordarán mi respuesta (algo de lo mismo ya había dicho en los diarios de España): No olviden que, por alguna razón, el Río de la Plata se llenó de inmigrantes europeos en el siglo XX, sobre todo de España, y esa realidad se va a repetir apenas se produzca la primer gran crisis aquí. Sonriendo, me preguntaron si sabía cuándo vendría esa crisis (razón por la cual rechazaba una magnífica oportunidad que me estaban ofreciendo por escrito para trabajar como arquitecto allí) y les dije: “No más de cinco años, al menos en la construcción; luego viene lo demás, como siempre”. Ahora los españoles están emigrando. Ahora, el sistema bipartidista es la ilusión perfecta del cambio que mantiene el statu quo: los electores votan al partido de la oposición cada vez que quieren un cambio pero no se animan a cambiar nada de verdad. El debate electoral en España fue alarmantemente mediocre. “Esto es inconcebible, es una real vergüenza, es incalificable, es producto de hacer las cosas mal, es inexcusable”. Es la política de los adjetivos. Luego de limpiar los discursos y los debates (en realidad no hubo debate entre Rajoy y Rubalcaba, ni entre el PP y el PSOE en general, sino simulacros) no quedaba nada, o casi nada. Entonces la política, que es concebida como solución y salvación de una sociedad en crisis, se convierte en su opuesto: en un consuelo destructivo, más que en un instrumento de potencialización de una sociedad. Porque un cambio real hubiese sido preguntarse, en tiempos de bonanza, qué se está haciendo mal para realizar los cambios a tiempo y no cuando llega la crisis. Esa es mi mayor crítica desde hace un par de años a los países de America Latina. Están dormidos en la autocomplacencia de la bonanza, en el festejo del derrumbe (muy cuestionable) del imperio. Pero si observamos que gran parte de esa bonanza se basa en la misma historia de décadas y siglos atrás, debería llamarlos a reflexión. Por ejemplo, la exportación de commodities, la lenta, y hasta, inexistencia de una mayor cultura democrática en el sentido del respeto individual por las reglas de juego (que se traduce en corrupción administrativa arriba y violencia civil e impunidad generalizada abajo) y la falta de coraje civil para cambiar esas mismas reglas y una repetición y renovación alarmante de viejos discursos exculpatorios.

Pensar Latinoamérica hoy (Parte III)

 

AGV: Al observar la situación en América Latina, muchos plantean actualmente el reinado de la intolerancia como el ambiente actual en la región. Incluso algunos, un poco más extremos, se han animado a hablar de un acercamiento a la época negra de las dictaduras en América Latina (en países como Venezuela o Argentina), si bien esta vez se produce dentro de gobiernos democráticos. Muchos se han escudado también en una suerte de redención histórica después de haber vivido esa época, cayendo en el peligro de revisar la historia hacia un relato único, y reviviendo enfrentamientos y modos que, en definitiva, no parecieran permitir el avance de la región hacia una realidad de crecimiento y equidad. Otros, de forma más explícita, han recurrido a la persecución y al asesinato de comunicadores, periodistas y actores relevantes del ámbito político y económico. ¿Somos, efectivamente, rehenes de nuestra propia historia? ¿La intolerancia a la crítica y el debate son parte de nuestra idiosincrasia, o sólo un mecanismo de defensa política a la orden del día? ¿Cómo superar la falta de oposición articulada, como el caso argentino, que potencia el fortalecimiento de un sólo discurso, y divide la opinión entre amigos y enemigos?¿A qué otros mecanismos democráticos acceder para evitar el desgaste de nuestras democracias?

JM: Ahí hay varios puntos. En breve: 1) No podemos equiparar la América Latina de hoy con aquella de las viejas dictaduras militares. No hay punto de equiparación. 2) No hay que temerle a ningún revisionismo histórico, excepto aquellos que sonpromovidos o institucionalizados por un gobierno, como es el caso más reciente de Argentina. En una democracia no debe haber tabúes, pero esta discusión y revisionismo debe partir de la libertad de los distintos grupos independientes, no comprometidos con partidos políticos y menos con el oficialismo, es decir, el poder político del momento. 3). El problema de la violencia del narcotráfico en países como México no es solo responsabilidad de los países productores o de tránsito sino de los países consumidores, como Estados Unidos y los países europeos. La mejor forma de eliminar una oferta (y en consecuencia la violencia que se deriva de ella) es eliminando la demanda. Ningún país ha ilegalizado el trafico de estiércol de perro ni nadie se mata por ese producto porque no hay interés en comprarlo (al menos por ahora). Diferente ha sido la larga historia del guano, el codiciado estiércol de murciélago y aves marinas en Perú. 4) Sí, en parte somos rehenes de nuestra propia historia. Esa es una de las razones por las cuales personalmente excuso a aquellos que están en situación de miseria y escasa educación. Cuando en un país no faltan recursos, ellos (sobre todo los niños) son el rostro visible de un crimen colectivo. Somos rehenes de la historia cuando no sabemos hacer otra cosa. Pero cuando hemos visto alternativas, otras formas de ser, y persistimos, entonces ocurre algo muy común: somos rehenes voluntarios. A nivel personal, podemos tomar conciencia de un problema pero al mismo tiempo no tomamos medidas porque nos falta voluntad, coraje o simplemente porque no queremos cambiar. Entonces necesitamos una explicación acorde, una justificación: la culpa es del otro que ha arruinado mi vida. En nuestra sociedad consumista, la falta de coraje y voluntad se llama “enfermedad”; entonces pagamos a un tercero para que nos escuche y nos diga lo que en el fondo ya sabemos o nos lo han dicho los amigos o un familiar.

AGV: Eso podría justificar la cantidad de psicólogos en la región (en especial, en Argentina)…

JM: Bueno, el fenómeno de la proliferación de psicólogos y psiquiatras en Argentina es anterior. Probablemente se explique por la gran cantidad de inmigrantes europeos a principios del siglo XX, por la propensión a la nostalgia y el intelectualismo argentino-uruguayo que se refleja hasta en el tango y en la literatura rioplatense. Pero el fenómeno de la dictadura de la psicología popular, no la más profesional sino aquella que se ha vendido como pan caliente, es más reciente; probablemente tenga menos de dos generaciones. Hace unos años, discutía con unos amigos sobre las costumbres “políticamente correctas” que reproducimos inconscientemente; no puedo citar los correos ajenos pero sí me puedo citar a mí mismo: “antes esperábamos que nuestros padres terminasen de ver el informativo para ver dibujos animados; ahora los padres debemos esperar que nuestros niños dejen de ver dibujos animados para ver el informativo. Siempre hay una generación jodida”. Enseñamos a no tener coraje y a resolver deseos y necesidades comprando y pagando. En esta nueva cultura del mercado, se forman y consolidan actitudes, reflejos y fijaciones psicológicas: pagar es importante, como en el supermercado, pago y obtengo satisfacción. Tantas veces que luego no concibo uno sin el otro. Imagina este fenómeno a nivel colectivo. El problema es harto más complejo. Y aun así, al fin de cuentas, casi todo depende de la voluntad, que es el principal componente de la libertad. América Latina ha cambiado mucho y poco a la vez. Han habido algunos progresos, pero demasiado lentos. Creo que hay una persistencia que explica tu sorpresa: la cultura verticalista y personalista que lleva siglos en el continente. Sea de izquierda o de derecha, los políticos latinoamericanos se enamoran del poder y, mientras gobiernan, van tejiendo tramas de poder que se enquistan en el aparato político y en la sociedad. Los presidentes que han promovido cambios, que han hecho revoluciones y han renunciado al poder son contados con las manos. Un caso es el de José Artigas, en el siglo XIX y otro caso notable y paradójico, que muchos no aceptarán, es el del quijotesco Ernesto Che Guevara. Pero la regla ha sido la contraria.

AGV: Con respecto a esto que menciona, es una tendencia en América Latina el desmantelamiento de las instituciones que forjan a la democracia, a partir de sus herramientas y mediante medidas amplias y poco definidas. Lo más llamativo, actualmente, es el desarrollo de este patrón desde gobiernos democráticos, en algunos casos incluso reelectos. Ante esto, ¿es tremendista advertir esta clase de movimientos políticos? ¿O pecamos de ingenuos al creer que las buenas intenciones son reales, y no sólo manipuladas? ¿Cuáles son los elementos que hacen de esta realidad algo común en Latinoamérica, con democracias tan jóvenes y tan buscadas?

JM: La ideología para muchos es como la pasión de un hincha de futbol: una vez que alguien se hace hincha de Boca o de las Chivas, defenderá a muerte su camiseta. Cambiará de esposa o de país, pero nunca dejará de ser hincha de ese equipo. Esta “lógica” no es ajena a muchos (por no decir arrogantemente a la mayoría) a los seguidores ideológicos. Y no lo dice alguien que cree que es posible vivir en una sociedad de forma neutral y sin ideología (sin un sistema de ideas), pero creo que también se puede ejercer la autocrítica y la conciencia de que una ideología es solo una forma parcial de ver la compleja realidad. Es la voluntad de explicar el todo a través de la comprensión de una de sus partes. Alguien dijo que los problemas de la democracia se solucionan con más democracia. Esto sigue siendo cierto. Los sistemas democráticos suelen tolerar prácticas autoritarias, sobre todo cuando hay una población “despolitizada” como en Estados Unidos o excesivamente “politizada” como en América Latina. En ambos casos es imposible un dialogo político, una reflexión política y entonces los pueblos fácilmente se dividen en izquierda y derecha, en blanco y negro, en “Braden o Peron”, Christianism or Communism”, “la burka ou la liberté”, etc. La esencia de un político exitoso que aspira al poder es crear dicotomías. La realidad es siempre compleja y si tiene cien variables el político elegirá dos: si usted elije la opción A, sufrirá las consecuencias de la catástrofe; si elige la opción B, la nuestra, será salvado y la prosperidad llegará a este reino. Claro que un político debe tomar decisiones dentro de un conjunto de opciones posibles. Pero el problema universal surge cuando se simplifica la realidad y se impone una sola narrativa. Y si no hay un enemigo claro, se lo inventa. Ese es parte del mecanismo por el cual una democracia (ni que hablar una dictadura) se convierte en un sistema ambiguamente autoritario, legitimado por el voto y las instituciones secuestradas con la complacencia (en democracia) o el temor (en dictadura) de las masas.

 

AGV: Entonces, en definitiva, ¿siempre tendemos al autoritarismo…? ¿Cómo podemos avanzar hacia una democracia real, con libertades individuales respetadas, y voz y voto como ciudadanos? ¿Es esto una utopía, o sólo un ensayo fallido de aquello a lo que aspiramos como sociedad?

JM: La infancia de una persona condiciona pero no determina su destino. Un ser humano se define por un diferencial: cierto grado de conciencia, de libertad y de responsabilidad. Gracias a estos tres factores que se parecen mucho entre sí, somos capaces de romper cualquier círculo vicioso. Es una perspectiva humanista. No es necesario dejar de reconocer, como en el pensamiento marxista, que la condición de clase condiciona nuestra libertad y nuestra conciencia, pero creo que debemos observar que si este mecanismo fuese absoluto cada individuo sería, necesariamente, una pieza de un engranaje. Para ser libres debemos tomar conciencia de las advertencias que han hecho los grandes marxistas de la historia, pero si nos limitamos a ellas nos paralizamos en el justo momento en que podemos ser libres. Es decir, por ejemplo, una mujer puede reconocer que sus ideas sobre cómo ser una buena mujer, una buena pobre y una buena negra o india proceden de su condición social y cultural. No sólo puede, debería hacerlo como primer paso a su propia liberación. Pero si se detiene en ese momento y no se hace responsable de su propia condición, entonces no saldrá de su círculo de violencia. Por el contrario, lo confirmará con su propia victimización. Lo mismo podemos decir del pensamiento psicoanalítico, etc. Estamos condicionados por un pasado, pero no condenados a repetimos. Igual la historia de los pueblos. Y lo digo yo que, precisamente, he propuesto y ampliado la resistida idea de que existen ciertos valores y probablemente ideas propios de las culturas latinoamericanas que proceden de las antiguas culturas prehispánicas. Algunos profesores me han dicho que unir el mito de Quetzalcóatl con el Che Guevara era imposible. Yo creo que es difícil probarlo, aunque he aportado muchos indicios al respecto, pero si es imposible probarlo también es imposible refutarlo con mayor fuerza. Todo lo cual no significa que cada pueblo esté determinado, fatalmente, por su pasado o por su nacimiento. A cada momento podemos decidir qué hacer con nuestro propio pasado. Esa decisión, a nivel social, es mucho menos radical; normalmente, si se tiene el coraje colectivo de realizar cambios profundos, puede llevar generaciones. Por la misma razón, no creo que los países cambien en diez años. Pueden tener crisis y bonanzas económicas, pero siguen siendo los mismos países, con sus mismas obsesiones y sus mismos defectos y virtudes pero con diferentes recursos.

Milenio I, (B), (Mexico)

Milenio II (B) (Mexico)

Milenio III (B) (Mexico)

Minenio IV (B) (Milenio)

Milenio V (B) (Mexico)

South American Business Forum (Engl.) (Argentina)

Growth tends to slow when GDP per head reaches a certain threshold. China is getting close

BRIC wall

Apr 14th 2011 | from the print edition

THE economic crisis may have been debilitating for the rich world but for emerging markets it has been closer to a triumph. In 2010 China overtook a limping Japan as the world’s second-largest economy. It looks sets to catch America within a decade or two. India and Brazil are growing rapidly. The past few years have reinforced the suspicion of many that the story of the century will be the inexorable rise of emerging economies. If projections of future growth look rosy for emerging markets, however, history counsels caution. The post-war period is rich in examples of blistering catch-up growth. But at some point growth starts to disappoint. Gaining ground on the leaders is far easier than overtaking them.

Rapid growth is initially easy because the leader has already trodden a clear path. Developing countries can borrow existing technologies from countries that have already become rich. Advanced economies may be stuck with obsolete infrastructure; laggards can skip right to the shiniest and best. Labour productivity soars as poor economies shift workers from agriculture to a growing manufacturing sector. And rapid income growth among young workers boosts savings and fuels investment.

But the more an emerging economy resembles the leaders, the harder it is to sustain the pace. As the stock of borrowable ideas runs low, the developing economy must begin innovating for itself. The supply of cheap agricultural labour dries up and a rising number of workers take jobs in the service sector, where productivity improvements are more difficult to achieve. The moment of convergence with the leaders, which once seemed within easy reach, retreats into the future. Growth rates may slow, as they did in the case of western Europe and the Asian tigers, or they may falter, as in Latin America in the 1990s.

The world’s reliance on emerging markets as engines of growth lends urgency to the question of just when this “middle-income trap” is sprung. In a new paper* Barry Eichengreen of the University of California, Berkeley, Donghyun Park of the Asian Development Bank and Kwanho Shin of Korea University examine the economic record since 1957 in an attempt to identify potential warning-signs. The authors focus on countries whose GDP per head on a purchasing-power-parity (PPP) basis grew by more than 3.5% a year for seven years, and then suffered a sharp slowdown in which growth dipped by two percentage points or more. They ignore slowdowns that occur when GDP per head is still below $10,000 on a PPP basis, limiting the sample to countries enjoying sustained catch-up growth. What emerges is an estimate of a critical threshold: on average, growth slowdowns occur when per-head GDP reaches around $16,740 at PPP. The average growth rate then drops from 5.6% a year to 2.1%.

This estimate passes the smell test of history (see chart). In the 1970s growth rates in western Europe and Japan cooled off at approximately the $16,740 threshold. Singapore’s early-1980s slowdown matches the model, as does the experience of South Korea and Taiwan in the late 1990s. As these examples indicate, a deceleration need not precipitate disaster. Growth often continues and may accelerate again; the authors identify a number of cases in which a slowdown proceeds in steps. Japan’s initial boom lost steam in the early 1970s, but its economy continued to grow faster than other rich nations until its 1990s blow-up.

In the right circumstances the good times may be prolonged, allowing an economy to reach a higher income level before the inevitable slowdown. When America passed the threshold it was the world leader and was able to keep growing rapidly so long as its own innovative prowess allowed. Britain’s experience indicates economic liberalisation or a fortunate turn of the business cycle may also prevent the threshold from binding at once.

Openness to trade appears to be a potent stimulant: the authors attribute the outperformance of Hong Kong and Singapore to this effect. Lifting consumption to just over 60% of GDP is useful, as is a low and stable rate of inflation. Neither financial openness nor changes of political regime seem to matter much, but a large ratio of workers to dependents reduces the odds of a slowdown. An undervalued exchange rate, on the other hand, appears to contribute to a higher probability of a slowdown. The reason for this is not clear but the authors suggest that undervaluation could lead countries to neglect their innovative capacity, or may contribute to imbalances that choke off a boom.

Middle Kingdom, middle income

The authors are careful to say that there is no iron law of slowdowns. Even so, their analysis is unlikely to cheer the leadership in Beijing. China’s torrid growth puts it on course to hit the $16,740 GDP-per-head threshold by 2015, well ahead of the likes of Brazil and India. Given the Chinese economy’s long list of risk factors—including an older population, low levels of consumption and a substantially undervalued currency—the authors suggest that the odds of a slowdown are over 70%.

It is hazardous to extend any analysis to a country as unique as China. The authors acknowledge that rapid development could shift inland, where millions of workers have yet to move into manufacturing, while the coastal cities nurture an ability to innovate. The IMF forecasts real GDP growth rates above 9% through to 2016; a slowdown to 7-8% does not sound that scary. But past experience indicates that slowdowns are frequently accompanied by crises. In East Asia in the late 1990s it became clear that investments which made sense at growth rates of 7%, say, did not at expansion rates of 5%. Political systems may prove similarly vulnerable: it has been many years since China has to deal with an annual growth rate below 7%. Structural reforms can help to cushion the effects of a slowdown. It would be wise for China to pursue such reforms during fat years rather than the leaner ones that will, eventually, come.

* “When Fast Growing Economies Slow Down: International Evidence and Implications for China”. NBER working paper, March 2011

BRIC, la comunidad fantasma

BRIC, la comunidad fantasma

En el 2001 el británico Jim O’Neil inventó el nombre y quizás el concepto del grupo de algunos países emergentes, BRIC. A juzgar por el incremento anual del PBI promedio solo dos países destacan por arriba del promedio mundial: China e India (hasta hace un año Rusia también, pero la recensión ha contraído su economía más que a la brasileña). La inclusión de otros dos países con grandes extensiones de tierra hacía al grupo más visible.  Siguiendo el juego, algunos propusieron el nombre de RICH por las iniciales de Rusia, India y China. No obstante, en términos de ingleso per capita, los países del BRIC se sitúan por debajo de otros cincuenta países y las proyecciones más optimistas para el 2050 no mejoran mucho este ranking, aun cuando China supere en veinte años el volumen bruto del PBI de Estados Unidos. Sin mencionar el abismo que separa ricos de pobres en cualquiera de los cuatro países, característica que puede soportar un país rico y hasta un país poderoso pero nunca un país verdaderamente desarrollado.

Pero ¿por qué el éxito mediático de esta comunidad fantasma? La idea de BRIC combina una percepción de grandes manchas territoriales en el mapa mundial; sus PBIs son semejantes a cuatro países europeos pero sin una moneda común como la del Euro y con el Dólar como moneda enemiga en el discurso pero que ninguno quiere reemplazar en la práctica. La unidad del brick no va más allá de estos intereses puntuales pero se presenta a sí mismo como algo excepcional. Brasil, Rusia e India poseen democracias muy diferentes. Me atrevería a decir que la brasileña es la mejor de los tres, dentro de un casi obsoleto sistema representativo que impera en el mundo. China ni siquiera tiene un sistema representativo sino una especie de comunismo de mercado. Los cuatro países poseen formas políticas y sociedades en las antípodas. Brasil, un país afroamericano. La mayor comunidad africana fuera de África vive allí e impregna casi todos los rincones de su cultura, excepto en las clases altas del sur industrializado. Rusia es una sociedad hecha en el rigor invernal de zares y moldeada por un siglo de experimentos comunistas seguido de un capitalismo abiertamente salvaje. India, una sociedad subtropical sobre una cultura milenaria que en algunas provincias aun distingue por su nacimiento a intocables, los hombres excremento que limpian las letrinas, y a castas un poco más blanquitas que se consideran el aliento de Brama. Y China, un país en proceso rápido de industrialización pero cuya cultura es en mayor parte rural, todavía obediente, todavía laboriosa, todavía populosa pero cada vez menos austera.

Entonces, ¿qué une al ladrillo? Dos cosas y poco más: (1) su interés por jugar un rol más importante en la geopolítica y (2) confirmar el éxito de sus originales proyectos pareciéndose cada vez más a la sociedad norteamericana, la que sigue siendo el demonio en los discursos, el mal ejemplo a evitar pero el modelo imitado sin tregua. En palabras orgullosas del ministro de Asuntos Estratégicos brasileño —profesor de Harvard y de Obama— Roberto Unger, “Brasil es el país del mundo más parecido a Estados Unidos”. El concepto mismo de “países emergentes” se define según los estándares impuestos por la idea de “éxito” de Estados Unidos: los índices en las bolsas de valores, la automovilizacion de la vida, la nuevayorkización de las ciudades, la expansión de las autopistas, de los shopping centers, el aumento del consumo a través del consumismo, etc. Hasta la adopción de las sectas religiosas procedentes de Estados Unidos es consecuente con esta imposición de una forma de ser, de pensar, de sentir y de medirse a sí mismo.

Si a Estados Unidos e Inglaterra los unían los intereses económicos e imperiales, también los unía una cultura en común y sociedades muy parecidas. Poco y nada une a los BRICs. Es decir, estamos ante una asociación muy útil que dará resultados interesantes a corto plazo. Pero se partirá apenas un mínimo interés entre en conflicto, apenas Estados Unidos, el socioenemigo en común, mengue su poder relativo sobre el planeta; apenas se reemplace al dólar, que empezando por China pocos  tienen interés en reemplazar por un papel nuevo. O antes.

Todas las proyecciones se realizan considerando un escenario presente y sosteniéndolo. Sin embargo, el sostenimiento de un escenario genera condiciones que acumuladas suelen producir resultados imprevistos. Es decir, mantener significa postergar una crisis. En los años 60 se preveía el fin del petróleo para el 2000. Pero siempre hay alguien inventando algo nuevo que cambia cualquier escenario.

Un escenario que nadie considera en cada uno de estos modelos de desarrollo es la alta posibilidad de una gran crisis en China. Es difícil sostener un indefinido incremento anual del 12 por ciento del PBI, realizar una industrialización en la era post industrial en un país mayoritariamente rural sin un profundo cambio en la educación y en la cultura. Inevitablemente la nueva sociedad china reclamará una progresiva democratización del sistema político. Una democratización al estilo de las viejas democracias representativas que antes de la mitad de este siglo se revelarán obsoletas ante una masa mundial que reclamará una participación más directa. Y esa crisis político-económica quizás llegue cuando el mundo alcance un límite de saturación entre el exceso de gasto de recursos naturales y la incapacidad de seguir absorbiendo tantas toneladas de baratijas y basura de exportación.

En el caso de Brasil es difícil reprocharle a Lula no haber hecho las cosas bien. Por lo menos no lo hizo mal. Si bien su slogan preelectoral de “fome zero” está muy lejos de ser algo parecido a la realidad, no son pocos los brasileños han pasado de una pobreza crónica a una clase media con mayores posibilidades. No obstante, mientras la economía de China sigue creciendo un exagerado 8 por ciento anual en plena recensión mundial, Brasil apenas sale de su recensión. Cuando Lula escribe enEl País de Madrid que “hoy generamos el 65% del crecimiento mundial”, refiriéndose al BRIC, omite que el BRIC al día de hoy representa solo el 15 % de la economía mundial (la mitad de EEUU) y que solo China produce lo que producen los otros tres países juntos. A pesar de los progresos realizados, el crecimiento del PBI brasileño ha estado muy por debajo de muchos otros países emergentes con menos visibilidad. Sin mencionar que, si excluimos este último año de recesiones, México no ha estado lejos de Brasil en crecimiento porcentual y absoluto. Es más, con la mitad de población, con menos recursos naturales y con un territorio mucho menor, su PBI es algo más de un trillón de dólares, mientras que el de Brasil es 1.5 trillones. Lula omite también que en el último año solo el 2 % del comercio de China fue con su vecino, Rusia.

Pero más allá de las distintas percepciones sobre estos datos declarados y omitidos, se sigue confundiendo riqueza con desarrollo. Y lo que es peor, se termina de liquidar cualquier otra opción para imaginar un mundo que no se mida exclusivamente en términos de fuerza y de éxito, de capital y de “investment grade”, de consumo y de competencia. Todo eso que nos hace tan parecido a las vacas que pastan todo el día en el campo y rumian mientras descansan. Vacas consumidoras, vacas para la exportación de carne; ni siquiera vacas sagradas.

De justicia social, de igual-libertad, de infancia desviolentada, de pueblos desoprimidos, de trabajo desesclavizado, de países y de ciudades desamuradas… hablamos el siglo que viene.

 

Jorge Majfud

Lincoln University, junio 2009

 

 

 

 

Los cabellos blancos de un presidente

El pasado lunes por la noche, el presidente de Brasil, Luiz Ignacio Lula da Silva, fue homenajeado por la revista Istoé, que lo eligió Brasileiro do Ano. Significativamente, la revista entregó otras distinciones: IstoÉ Dinheiro e IstoÉ Gente, que puestos en su propio contexto podrían significar dos premios redundantes.

El texto de AFP, repetido por una docena de diarios del continente, dice: “‘Las cosas evolucionan de acuerdo con la cantidad de cabellos blancos y la responsabilidad que uno tiene’, dijo Lula, de 61 años, señalando sus canas en un improvisado discurso”. Y más adelante: “‘Si uno conoce a un izquierdista muy viejo es porque debe estar con problemas’, dijo el presidente arrancando carcajadas y aplausos del público formado por empresarios políticos y artistas”.

En algo llevan razón sus palabras: los viejos izquierdistas como seu Luiz ya no son izquierdistas porque resolvieron sus problemas. No obstante, aunque se refuta a sí mismo, el mensaje fue leído sin ambigüedades por todo un continente y por los hilarantes empresarios: el presidente convertido a la sensatez se refería a los problemas psicológicos e ideológicos de quienes ya no piensan como él. Lo cual constituye la tesis central y el único recurso dialéctico de libros como Manual del perfecto idiota latinoamericano: la mera calificación de las facultades mentales del adversario.

Analicemos brevemente el silogismo planteado.

En la antigüedad, para reclamar respeto se aludían a las blancas barbas. Seu Luiz tiene barba pero el nuevo pudor ideológico le impide aludir a su pasado remanente y al dramático travestismo ideológico que supone el encanecimiento de aquellas barbas, más de una vez en remojo. El antiguo aforismo que pretende recordar y confirmar la sabiduría —política— de los hombres que peinan canas, sólo nos garantiza que dicho discurso proviene de un anciano. En este caso, de un anciano en el poder. En Informe sobre ciegos (1961), Ernesto Sábato decía, por boca de un canalla: “al sustantivo ‘viejito’ inevitablemente anteponen el adjetivo ‘pobre’, como si todos no supiéramos que un sinvergüenza que envejece no por eso deja de ser sinvergüenza, sino que, por el contrario, agudiza sus malos sentimientos con el egoísmo y el rencor que adquiere o incrementa con las canas”.  Canalla, pero irrefutable. Por culpa de este tipo de canallas, un “pobre viejito” como el recientemente fallecido General Augusto Pinochet debió ser cremado para que su tumba —según sus familiares— no se convierta en un santuario de protestas y profanaciones. En India la cremación tiene una finalidad semejante: así se evita la continuación del samsara, la indeseable reencarnación del fallecido.

América Latina posee una larga historia de caudillos que ascienden al poder por la escalera de la izquierda y luego se sostienen aferrándose al pasamano de la derecha. Entre los recursos narrativos más recurrentes del poder de turno ha estado siempre la falsa alternativa del “justo medio”. A las confesiones aplaudidas por los empresarios en San Pablo, el compañero Lula, agora o seu Luiz, agregó que, como en toda conducta humana, lo ideal es el “camino del medio” y el “equilibrio”.

Entre México y Buenos Aires existe una distancia con un inequívoco punto medio. El problema es calcular ese punto medio en un orden político, social, donde se disputan el negro y el oscuro como si fuesen dos opciones radicales. ¿Cuál es el punto medio cuando un niño llora de hambre o ni siquiera tiene fuerzas para llorar? ¿Cuál era el camino del medio cuando Hernán Cortés quemaba ciudades enteras y decapitaba hombres y mujeres indefensas? ¿Cuál era el camino del medio cuando hasta ayer los dictadores militares o caudillos más pequeños en nuestro continente disponían de países enteros como un hacendado dispone de su ganado? ¿Existe un sabio camino del medio entre los violadores de los Derechos Humanos y aquellos radicales que por años reclamaron la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad cuando pensaban que habían recuperado la democracia? ¿Se puede ser medio criminal, medio violador, medio hipócrita? ¿Qué significa equilibrio para una sociedad que produce indistintamente palacios y favelas?

Los dilemas que se usan en política para establecer un equilibrio, un punto medio, casi siempre son falsos; como el juego de regateo en un mercado, que deja contento al cliente que paga de más al lograr un precio algo más bajo que el inicial propuesto por el vendedor. Por supuesto que todos valoramos el equilibrio entre los reclamos y los logros humanos, pero el problema surge cuando tomamos este precepto y lo generalizamos a rajatabla por una razón de conveniencia personal o de clase o de gremio: no es lo mismo un equilibrio entre las posibilidades materiales y el deseo, que el equilibrio entre la justicia y la violación de los derechos.

Cuando el mismo presidente Lula subió al poder con su utópico slogan Fome Zero (Hambre Cero), no estaba proponiendo un camino del medio sino una opción radical. Radical e inexcusable en un país donde el Estado invierte millones para proteger mansiones improductivas mientras las cifras de niños muertos antes de los cinco años es de 35 cada mil, bastante mayor que la de países como Panamá (24 cada mil) o Chile (9 cada mil). El natural fracaso de una propuesta radical como la de Fome Zero no debería significar cambiarse hipócritamente de bando sino morir insistiendo en un derecho humano, irrenunciable, honrosamente radical. En este caso, la derrota ante la realidad no es tan vergonzosa como el discurso ideológico que pretende justificarla con frases dictadas por los constructores y los narradores de esa misma realidad.

Claro, cambiar no es malo. Todo lo contrario. La historia de las posiciones religiosas, científicas, filosóficas y políticas es rica en todo tipo de cambios, con frecuencia cambios dramáticos. En el mundo de las pasiones y del pensamiento estos virajes son comunes y a veces célebres: es el caso de Jean-Paul Sarte o de Mario Vargas Llosa. Del primero, Octavio Paz dijo que tantos cambios afeaban su obra. Del segundo se dijeron cosas peores, quizás porque, al menos hasta ayer, se consideraba que la cultura era un campo de batalla que sirve o se resiste al poder de turno. Renegar o no tomar posición era una forma de traición. En el caso de Ernesto Sábato los cambios y las rupturas han sido dramáticas y abundantes. De forma extraña, todas estas contradicciones filosóficas —para no llamarlas simplemente políticas— se asociaron a una coherencia existencial y, finalmente, a la coherencia, a secas.

Ahora, atribuir los cambios a una mayor sabiduría simplemente es un engaño de las apariencias que peinan canas. Einstein revolucionó las ciencias físicas con veinticinco años. Diez años después, en 1915, logró una de sus últimas proezas intelectuales: la generalización de su Teoría de la Relatividad. Desde entonces hasta que murió en 1955 se pasó toda la vida negando las posibilidades de gran parte de la física cuántica, aquella que tendría más éxito que su frustrada búsqueda de una teoría determinista y unificadora, al mejor estilo de la ciencia del siglo XIX —en lo que respecta al determinismo— y de la filosofía del siglo V a. C., en lo que respecta al precepto epistemológico de la verdad unitaria. Una broma común dice: “Si los padres saben más que los hijos, ¿por qué el padre de Edison no inventó la bombita de luz?”.

Las canas, señor Presidente, pueden significar más experiencia, sí. Pero no garantizan mucho más que eso. Más experiencia puede ser una buena base para la sabiduría o para una de las formas de la estupidez, como lo es la misma creencia de que la experiencia produce ideas. Esta superstición ha sido refutada en todos los laboratorios del mundo pero se mantiene viva gracias al orgullo senil de quienes ya no tienen ideas.

Señor presidente, resulta patético justificar un travestismo ideológico con las ideas del pato Donald al mismo tiempo que se señala sus propias canas como si fuesen las canas de Einstein —ya que no las de Marx—. ¿Qué nuevo acto de fe es necesario para creer en sus nuevas opiniones? ¿Qué nuevo acto de hipocresía es necesario para reírse a carcajadas junto con sus comensales del Gran Empresariado Tercermundista en otro de sus clásicos delirios de grandeza? Dejarse crecer el pelo blanco no ayuda mucho en la comprensión de una ecuación geodésica. Sólo lo asemejaría a usted aún más a Benny Hill.

Sinceramente, señor presidente, no me interesa defender aquella izquierda que lo llevó al poder de su país. Soy demasiado escéptico y probablemente demasiado cínico como para creer en discursos de izquierda, de centro o de derecha. Tal vez me repugne menos la demagogia de un discurso callejero que la hipocresía de una cena con champagne. Pero si vamos a analizar la profundidad de los pensamientos de esa sabiduría encarnada ahora por usted, podríamos comenzar por las siguientes conclusiones: (1) que habitualmente los hombres y mujeres de izquierda se vuelvan viejos y viejas de derecha no garantizan a nadie su sabiduría; rigurosamente, del silogismo planteado sólo se deduce que (2) la derecha está, como cualquier viejito canoso, más cerca del poder y de la muerte que la izquierda. Por lo cual habría que felicitar a los viejitos izquierdistas por su espíritu juvenil.

 

Jorge Majfud

13 de diciembre de 2006