La progresiva abolición de los derechos

Cuando éramos niños y adolescentes, trabajábamos casi todos los días. En mi caso (como en el de mi hermano y de la mayoría de nuesros compañeros de clase), colaborábamos en tareas rurales y citadinas, pero esta tradición siempre fue parte de la educación (y de la ética) familiar, sin que nunca hubiese sido una imposición de un patrón, ni una limitación a nuestras horas de estudio ni una abolición del descanso o de la recreación propia de cualquier niño.

Una historia radicalmente diferente fue la niñez brutalizada e intoxicada de la Revolución Industrial en Europa y la esclavitud en América ―y de los modernos esclavos infantiles en África hoy.

A finales del siglo XIX en Estados Unidos, los sindicatos, los partidos socialistas y una facción de la iglesia católica (la irlandesa ¿cuál otra?) se unieron para abolir el trabajo infantil. Lo lograron décadas después, cuando “el comunista” Franklin Delano Roosevelt acordó con los viejos activistas de la ahora llamada “Era progresista» varios derechos para la clase trabajadora, como la Seguridad Social y derecho a huelga.

Un siglo después, a dos meses de la inauguración de la segunda presidencia de Donald Trump, tal vez para compensar la falta de mano de obra que se prevé por la expulsión de miles de inmigrantes ilegales (otra versión de la esclavitud moderna), los conservadores “defensores de los valores de la familia” promueven de nuevo el trabajo infantil, aunque lo llaman de otra forma.

El Congreso del estado de Florida ha aprobado el proyecto por el cual los estudiantes de secundaria, luego de salir de sus clases, podrán trabajar más de ocho horas hasta entrada la noche. Estoy seguro de que no pocos compararán la situación de nuestra generación con la nueva expansión de la explotación de trabajadores y con la nueva limitación de derechos conquistados por la humanidad un siglo atrás.

Compararán peras con papayas. Nada que la fe ciega no pueda corregir.

Jorge Majfud, marzo 2025.