Los superhéroes de la cultura de masas

Superman and his alter ego, Clark Kent

Superman and his alter ego, Clark Kent

 

1. Accidente y renacimiento

Como lo demostrara Joseph Cambell en The Hero With a Thousand Faces (1949), el nacimiento del héroe siempre está marcado por un hecho excepcional. En el caso de los héroes contemporáneos de la cultura popular, los héroes que nacen junto con las nuevas tecnologías en el siglo XX nacen adultos. Excepto Superman (cuya naturaleza sobrenatural estaba presente desde su nacimiento y no por casualidad su niñez se asemeja a la de Moisés y Jesús, aunque sin Dios), por lo general el héroe nace de un hombre o —excepcionalmente— de una mujer cuando éstos ya son adultos.

Este nacimiento es una forma de renacimiento producido por una muerte simbólica, concretamente, por un accidente. Pero la idea del accidente en los superhéroes es todo menos accidental. El “accidente” une y cierra la fractura tanto como en la realidad la abre. El superhéroe popular es producto de una fuerza oficial y dominante apoyada en la alta tecnología, es la expresión máxima de la ciencia y el cálculo. Las ciencias y, sobre todo, la tecnología tienen la cualidad de poder multiplicar en serie cualquier producto, desde los automóviles inventados por Henry Ford hasta las imágenes de la Gioconda y de Jesús sufriendo. Por lo tanto, es necesario un nuevo desdoblamiento. Si las armas de defensa y destrucción son el resultado de una economía que se basa en la reproducción calculada del capital (sea capitalista o comunista), si los armamentos militares son todos productos del cálculo y la reproducción, si el héroe real es honrado en “la tumba del soldado desconocido” y sus guerreros son todos anónimos y actúan en masa como un gran mecanismo impersonal, entonces el superhéroe debe ser un individuo único y sus armas deben ser únicas y nunca producto de un cálculo tecnológico que pueda hacer dos.

Por esta razón, es necesario recurrir una vez más al accidente. Incluso para las armas excepcionales de un héroe excepcional. Es necesario que se deje constancia que, por ejemplo, el escudo de Capitán América, el héroe investido de superpoderes por accidente, es producto de otro accidente: está hecho de una aleación creada por accidente y no puede ser duplicada” (“This alloy was created by accident and never duplicated”). La realidad es precisamente la contraria: no hay accidente; hay cálculo, hay desdoblamiento, hay duplicación.

En todos los héroes ficticios del siglo XX, sus vidas están divididas por un accidente. En el caso de El fugitivo (serie mundialmente famosa en los 60 y 70), ese accidente es doble: primero el asesinato de la esposa de Richard Kimble cambia su vida; segundo el accidente del tren evita que muera en manos de una “justicia ciega”.

Como el Mayflwer (la tormenta que cambia el rumbo del barco y los planes del grupo de 101 peregrinos), el destino de un individuo, de una grupo y de un pueblo están definidos por un desdoblamiento que ocurre a partir de un accidente.

En el caso de El fugitivo, la metamorfosis es la inversa que en Superman: el rostro público es el criminal (el doctor) mientras que el rostro ilegal es el rostro positivo, el rejuvenecido. Este fenómeno comienza a producirse durante la cuestionada guerra de Viet Nam.

 

2. Desdoblamiento, Dislocación y Desplazamiento

El desdoblamiento y la dislocación ya se manifiestan abiertamente en Inglaterra en Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde (1886). El contexto es el del Imperio británico, la Revolución industrial y el positivismo científico. Pero tanto la Pax Británica, el progreso industrial como el positivismo se manifiestan en los mitos populares como el horror a lo irracional al mismo tiempo que la irracionalidad de la fuerza muscular es la fuente de la justicia contra la injusticia de la fuerza muscular (del imperio), el racionalismo y el cientificismo de la filosofía dominante en Europa.

Ya en los años de la Gran Depresión, cuando todavía no existía la criptonita y Superman no tenía ningún límite a su fuerza bruta, uno de los personajes de Superman se burlaba del héroe diciendo: “he may possess super strength but he was as easy to trick as a child (Tal vez posee superpoderes pero es tan fácil de engañar como un niño)”. Por si fuese poco, pocas veces Superman hace gala de su inteligencia. Podríamos decir que nunca: resuelve esta debilidad con más fuerza muscular. La otra debilidad de Superman es la misma Louis Lane, quien es tan hermosa y deseada como tonta, ya que cada una de sus iniciativas por cuenta propia (y con frecuencia luego de humillar o desobedecer a Clark Kent) terminan en catástrofe y en otra buena oportunidad para la aparición de Superman (claro eufemismo de “Supermacho”) a su rescate.

La creciente secularización que sigue a la Revolución inglesa y a la revolución industrial (Hobsbawm) significa una lucha contra las fuerzas conservadoras de las sociedades occidentales pero al mismo tiempo el vacío es ocupado por una naturaleza científico-tecnológica que suplanta la antigua función de las iglesias en la articulación de un discurso mítico de las mismas sociedades. Superman siempre aparece del cielo cuando la víctima lo necesita (en ocasiones la víctima implora su ayuda), lo cual es un claro sustituto de Dios, sobre todo del Dios del Antiguo Testamento que promete justicia aquí en la tierra, no en el más allá de los cristianos y musulmanes.

Todos los héroes “mítico-cómicos” o “mitómicos” poseen una doble personalidad. Este es un fenómeno que podemos encontrarlo en versionas más antiguas en Europa, como en los “fairy tales/cuentos de hadas”,  “Cinderella/La cenicienta”, “Caperucita roja”, todas las historias de sapos príncipes y una infinidad de mutaciones fantásticas que revelan el origen antiguo de esta dualidad psicológica. La personalidad secreta es agresiva, violenta e irracional. Incluso en héroes como Superman, aunque en casos como éste el héroe no es perseguido sino que colabora con el gobierno secular. Al mismo tiempo, sugiere que la violencia es la principal forma de hacer justicia. Es decir, el cosmos de estos personajes carece de cualquier dimensión metafísica o racional. Es la democracia que se autocontrola intramuros pero se expresa, como en la antigua Atenas, como un imperio muscular extramuros.

 

(continúa)

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 3.     Hibridismo

Los personajes del mundo de Walt Disney o de Hannah Barbera son tanto más reales cuanto más híbridos. Los protagonistas centrales de este mundo, como el ratón Mickey o el pato Donald son animales antropomorfos. Pero esta naturaleza central, esta hiperrealidad está rodeada y enmarcada por seres secundarios: verdaderos animales o verdaderos humanos.

En series como Tom y Jerry, los humanos aparecen casi siempre de la cintura para abajo. Aún cuando se vea sus rostros no son los rostros de dioses sino de seres incautos, casi tontos, ingenuos de la astucia o desconocedores de las tramas que los personajes híbridos de la historia verdadera están desarrollando. De igual forma, aparecen algunos animales es su estado animal. Tampoco éstos tienen un rol central ni tienen plena conciencia de lo que está ocurriendo en el centro de la trama. Casi siempre son perros (Spike, Pluto).

Aquí ocurre un nuevo desdoblamiento. En el “mundo real” —en el plano explícito— de los humanos, los perros representan la autoridad, la fiabilidad, la amistad y, sobre todo, la fidelidad. Por esta razón, al ingresar al “mundo real de la ficción” vemos que los perros generalmente asumen profesiones de guardias y de policías. No sin paradoja, estos papeles no representan la astucia sino la ingenuidad. La ley es ingenua; el delito es astuto. No obstante la “ingenuidad del guardián” permanece como un valor ético positivo.

Por su parte, los gatos, símbolos de la independencia e imprevisibilidad en el “mundo real” de los humanos, se mantiene en forma de ilegalidad. La oposición perro-gato con sus valores representados de fidelidad-infidelidad se mantiene pero el protagonismo, el cuasimonopolio simpático pertenece a los gatos y a sus perseguidos, los ratones.

Los ratones, por su parte, comparten con los gatos el centro del “mundo real de la ficción”. Son tanto más reales cuanto más híbridos. Las temporales asociaciones de ratones y perros se realizan por la astucia del ratón, no del perro, que de esa forma obtiene seguridad y protección contra la persecución del gato. Gracias a esta protección, el ratón actúa impunemente burlándose del gato.

Si volvemos al “mundo real de los humanos” en el escenario mundial, las asociaciones casi no tienen variaciones: el perro guardián, quien tiene el poder legal e incontestable son los poderes hegemónicos. Los gatos son los gobiernos o las fuerzas contrarias a ese orden del perro mientras que los ratones representan los débiles disidentes que deben valerse del engaño político para sobrevivir a la tiranía de los gatos: primer, segundo y tercer mundo en la imaginería de la Guerra Fría.

Otra vez el desdoblamiento plantea la realidad de forma inversa, ya que no es el poder —el perro— la fuerza ingenua sino quien actúa con la astucia del ratón para castigar al gato.

El perro guardián es presentado con un atributo contrario al real, la ingenuidad y la bondad, la defensa en lugar de la agresión. Por el otro lado, los instrumentos de ese poder, las segundas categorías de la jerarquía, son los depositarios de toda la maldad de una fuerza secundaria. Este modelo se ha repetido a lo largo de la historia. En la España imperial, desde la ensayística política de Quevedo (Política de Dios, 1626), la literatura de ficción de Cervantes (El Quijote, 1605), el teatro de Lope de Vega (Fuente Ovejuna, 1619) hasta las denuncias de Bartolomé de las Casas (Destrucción de las Indias, 1552) y las crónicas de Guamán Poma de Ayala (Nueva crónica y buen gobierno, 1615), lo que se consideraba el máximo poder político y moral, los reyes, nunca son puestos en tela de juicio ante un reclamo. Es más, todos los reclamos por las violaciones, las opresiones, las injusticias y las explotaciones son dirigidos a los reyes como reclamos contra los virreyes, gobernadores o correctores. La historia de la guerra de independencia de Estados Unidos no es diferente. Hasta el célebre Common Sense (1776) de Thomas Paine, todos los argumentos y probablemente todas las intenciones de los americanos alzados en rebelión contra el imperio Británico no iban dirigidos al rey George III sino a los mandos medios de la estructura jerárquica: el parlamento y sus ministros. De hecho la idea de independencia no era dominante hasta la publicación de las 46 páginas del inglés radical que nada tenía de “sentido común” para la abrumadora mayoría de los americanos de su época.

Los reyes —los perros— representaban un poder legal, legítimo y más bien ingenuo. Los mandos medios, los ministros y gobernadores, los recaudadores de impuestos, eran los verdaderos gatos.

Para el posterior análisis marxista, el rey ni siquiera era el perro que sostenía el monopolio del poder sino un instrumento más de opresión y explotación —junto con los gatos— de un sistema impersonal, el capitalismo, el verdadero perro.

 

4. Travestismo

El poder necesita ejercitar un permanente ejercicio de travestismo ya que su fuerza radica siempre en su invisibilidad. Cuando el capitalismo industrial evoluciona a un capitalismo de consumo —consumo de bienes, consumo de símbolos—, sus expresiones populares cambian. Uno de estos cambios más riesgosos, pero también más efectivos, es la colonización de la crítica tradicional que en la etapa anterior era condenada o marginada. Entonces la expresión mediática toma una voz crítica y paródica. El poder se trasviste de crítico pero enfoca su crítica a los mandos medios desplazando la atención de sí mismo.

En los años noventa Los Simpson realizan una importante variación al evitar el hibridismo animal y presentar el “mundo real de los humanos” sin el desdoblamiento esperado, por lo cual se constituye en un ejemplo de crítica desde los mismos instrumentos de difusión anteriores. En este sentido se asemejan y superan a Los Picapiedras. No obstante, al recurrir a la diversión neutralizan cualquier posible crítica convirtiendo un posible drama real en una indudable comedia fantástica. El objeto de crítica —la cultura popular, la clase media— desplaza del centro a todo un sistema político-económico-cultural —el capitalismo tardío, el capitalismo consumista— con sus rostros visibles. Simpson es el ejemplo del obrero ingenuo y decadente con una hija inteligente, eterna promesa de un futuro cambio y con un jefe capitalista explotador, a todas luces un chico malo. También el jefe, ambicioso, corrupto y millonario, es un mando medio —uno de los gatos— que concentra todo el mal del sistema que representa. El sistema, como el buen rey, se lava las manos y justifica cualquier dolor, injusticia, realidad mediocre o realidad opresiva por la existencia de malos mandos medios, por la existencia de los gatos que juegan con los ratones.

 

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