La historia baja al pueblo

La historia baja al pueblo

Con voz suave pero robótica, Heather dice: “dobla a la derecha y mantente sobre la izquierda”. Entonces doblo a la izquierda. Heather se sorprende: “recalculando posición”, dice, para inmediatamente insistir: “Conduce dos millas. Luego mantente sobre la derecha y toma la rampa a la derecha”. Heather tiene un objetivo fijo y no dejará de recalcular mi posición para volver a insistir. “When possible, make a U-turn”. Nadie hace mejor ese trabajo que ella. Con su visión satelital calcula y en fracciones de segundo determina el mejor camino hasta X. “Make a U-turn now!” Ella lo ve todo y, al mismo tiempo, no entiende lo que ve. “Make a U-turn now!” A veces juzga mal porque tiene una fuerte tendencia a elegir los caminos más rápidos y no entiende mis preferencias por las zonas pobladas en lugar de las autopistas y los túneles.

La imposición de Heather por llegar a X es relativa. “Recalculating…” Antes de salir de casa yo mismo le di la orden. En realidad X era mi objetivo inicial. ¿Pero qué pasaría si X fuese un objetivo erróneo o un objetivo decidido por la costumbre o por una falsa obligación? O peor: ¿qué ocurriría si desconozco cuál es mi destino final, que fue definido previamente por alguien más y, ante mi propia ignorancia o ceguera o simple incertidumbre decido obedecer a Heather, por miedo a perderme, por la casi siempre inútil y hasta perversa ansiedad de no perder tiempo, por miedo a romper un orden, por miedo al caos?

Nuestro presente está mucho más definido por nuestro futuro —por nuestra imprecisa visión del futuro— que por nuestro pasado. Pero no sabemos con certeza cuál es nuestro destino X al cual creemos dirigirnos. Nos movemos en varios niveles de conciencia por lo cual nunca podemos decir que estamos completamente despiertos. Para mantener la ilusión de que somos consientes de nuestra dirección hacia X, nos mantenemos dentro del marco de los mitos fundadores: como la voz robótica de Heather, el navegador, el mito fundador nos indica, con insistencia y precisión el camino a X.

La mañana siguiente al triunfo electoral de Barack Obama, vi por los pasillos de las oficinas un pequeño grupo de gente que se abrazaba y decía “estoy soñando”; “esto es realmente un sueño”. Los diarios del mundo relacionaron el famoso “Yo tengo un sueño” de Martin Luther King cuarenta años atrás con el “sueño realizado” de Obama. Como nunca antes en la historia de las elecciones de Estados Unidos, una apreciable proporción del mundo se alegró del resultado. Todos esperamos cambios del nuevo presidente; aunque no muchos ni radicales, cambios que no acentúen la pesadilla, cambios que no agraven nuestras decepciones por venir.

En otros ensayos anotamos que el reciente cambio político en Estados Unidos, así como el cambio geopolítico del mundo en los últimos años, aparentemente apuntaban a la misma dirección y sentido trazado por la revolución del pensamiento humanista del Renacimiento. Las reacciones contrarias de las últimas décadas, en gran medida representadas por las ideologías conservadoras del imperialismo postcolonial del último tercio del siglo XX habrían sido un “desvío” en esa hoja de ruta, una violenta ralentización de la historia, una confirmación de que la verdad es una permanente reconstrucción del poder ideológico-militar del momento, de que la fuerza de la razón no tiene ninguna posibilidad ante la razón de la fuerza, que el único poder procede del músculo, no de la sabiduría ni mucho menos de la justicia, tal como puede entenderla un humanista. ¿Pero cómo saber si un desvío que dura décadas y un objetivo X que aparece como inalcanzable, pueden ser ralamente considerados desvío uno y objetivo el otro?

Hay una diferencia radical. El navegador GPS es sólo un instrumento de nuestros propósitos. Para los mitos sociales, en cambio, somos nosotros los instrumentos de sus propósitos. Los mitos sociales pueden funcionar como un obsesivo navegador que, sin importar el inesperado rumbo de nuestro camino, permanentemente están buscando un nuevo camino para llegar al mismo punto y tienen la fuerza de imponerlo. Justificar una masacre en nombre de la libertad y poner todo el tradicional aparataje mediático para hacerlo creíble, sino incuestionable al menos posible, es sólo un mínimo ejemplo. Llamar terrorista a un asesino que mata niños y a otro que hace el mismo trabajo honrarlo como héroe, aquél porque calcula sus barbaridades y éste  porque calcula sus errores inevitables, es sólo parte de la narratura social que consolida el mismo mito. Esta idea enquistada en el inconsciente colectivo, a veces estimulada por el miedo o la autocomplacencia, fue observada ya por el español Ángel Gavinet hace 101 años:

“Un ejército que lucha con armas de mucho alcance, con ametralladoras de tiro rápido y con cañones de grueso calibre, aunque deja el campo sembrado de cadáveres, es un ejército glorioso; y si los cadáveres son de raza negra, entonces se dice que no hay tales cadáveres. Un soldado que lucha cuerpo a cuerpo y que mata a su enemigo de un bayonetazo, empieza a parecernos brutal; un hombre vestido de paisano, que lucha y mata, nos parece un asesino. No nos fijamos en el hecho. Nos fijamos en la apariencia” (Idearium, 1897).

Pero esta percepción no es producto de una mera “naturaleza psicológica” sino del laborioso trabajo del poder social a lo largo de los siglos.

Los mitos fundadores preexisten a cualquier cambio político, a cualquier decisión individual e incluso colectiva. De ahí las eternas frustraciones ante los cambios políticos. Sin embargo, si echamos una mirada general a la historia, podemos sospechar que hay algo más fuerte que cualquier mito social: los grandes movimientos de la historia —los más imperceptibles—, las ideas sobre la justicia y el poder, sobre la libertad y la esclavitud, sobre la rebelión de los pueblos y la fuerza arrogante de los césares, persisten o se radicalizan.

Hay un cambio sensible en nuestra época que es congruente con ese movimiento general de la historia de los últimos siglos, que significa la continuación de los valores humanistas que, si bien no han sido los valores dominantes, sí han sido los más persistentes y aquellos que más se han legitimado desde la caída intelectual de las teocracias europeas de la Edad Media. En nuestro tiempo ese signo es la progresiva separación de las creencias populares de los poderes imperiales. Si a mediados del siglo XX “imperio” seguía siendo una palabra que llenaba de orgullo a quien lo representaba —por ejemplo, el imperio británico, brutal como cualquier otro— desde los sesenta ya se ha confirmado como signo de agresión y opresión injustificable. Si a mediados del mismo siglo la narratura social todavía estaba en manos de una minoría propietaria de los medios de comunicación y entretenimiento —dos ideoléxicos paradójicos— hoy en día la voz mayoritaria de quienes no tienen nada de ese poder han descubierto un nuevo poder.

Esa voz ha probado ser todavía inmadura e irresponsable. Esa nueva conciencia todavía no es consciente de su poder o lo usa para distraerse e, incluso, para la autodestrucción. Podemos conjeturar, no sin un alto riesgo de equivocarnos, que gran parte de la antigua masa —esa que despreciaba Ortega y Gasset— aún no ha dejado de ser rebaño y todavía se guía por los antiguos mitos sociales que la oprimen. Pero esa gente, esa humanidad, está creando poco a poco una nueva cultura, una nueva conciencia y una silenciosa pero imparable rebeldía ante la histórica agresión de los césares, de los negreros, de los antiguos dueños del mundo. O quizás confundimos deseo con realidad.

“Recalculating… Take ramp ahead”.

Jorge Majfud

Lincoln University, enero 2009.

היסטוריה נמוכה לאנשים

אף אחד לא טוב יותר משימה זו ממנה. עם החזון שלו בלוויין מעריכה, שברי שניה קובע את הנתיב הטוב ביותר לעשות x. פרסה עכשיו! היא רואה הכל, באותו זמן, לא מבין מה הוא רואה. לעשות פרסה עכשיו! לפעמים בהערכתו כי יש נטייה חזקה כדי לבחור את הכבישים המהירים ביותר והוא אינו מבין ההעדפות שלי אזורים מאוכלסים במקום כבישים ומנהרות. הטלת הת’ר לבוא X הוא יחסי. חישוב מחדש לפני לצאת מהבית אני עצמי נתתי הוראה. X היה למעשה המטרה הראשונית שלי.

אבל מה יקרה אם X היה יעד מוטעית או יעד נבחר על-ידי התאמה אישית או על-ידי חובת שקר? או גרוע מכך: מה יקרה אם אני לא יודע איזה אזור היעד הסופי, אשר הוגדר בעבר על ידי מישהו אחר, לפני משלי בורות או עיוורון או פשוט חוסר וודאות אני מחליט לציית הת’ר, מחשש לאבד אותי, כמעט תמיד חסר תועלת וחרדה מסולף אפילו לא להפסיד זמן, מחשש שבירת הזמנה, מחשש כאוס? ההווה שלנו הרבה יותר מוגדר על-ידי העתיד שלנו על-ידי חזוננו לא מדויק של העתיד דרך העבר שלנו. אבל לא יודע בוודאות מה X שלנו של היעד שאליו אנו מאמינים ישירה אלינו. אנו עוברים במספר רמות התודעה שבו מעולם לא לומר כי אנחנו ער לחלוטין. כדי לשמר את האשליה כי אנו מודעים לכיוון שלנו ל- X, אנחנו נשארים במסגרת של המיתוסים המייסד: איך קול רובוטי של הת’ר, הדפדפן, המיתוס המייסד אומר לנו, ההתעקשות ובדייקנות הכביש ל- X. בבוקר שלמחרת את הניצחון הבחירות של ברק אובמה, במסדרונות משרדי ראיתי קבוצה קטנה של אנשים אשר היו חיבקתי ואמר שאני חולם; זהו באמת חלום. עיתונים בעולם הקשורות המפורסם שיש לי חלום, מרטין לותר קינג 40 לפני שנה עם החלום ממשית של אובמה. כפי מעולם בהיסטוריה של הבחירות ארצות הברית, חלק ניכר של העולם שמחו את התוצאה.

כל השינויים תקווה הנשיא החדש; אמנם לא רבים ולא רדיקלי, שינויים לא להדגיש את הסיוט, שינויים אשר לא להחמיר והאכזבה לבוא. במסות אחרות אנחנו רשום כי השינויים הפוליטיים האחרונים בארצות הברית, כמו גם את השינוי הגיאו-פוליטית בעולם בשנים האחרונות, לכאורה הצביע לכיוון שנתווה על ידי המהפכה של הומניסטים הרנסאנס חשב וכתובת אותו. בניגוד לתגובות בעשורים האחרונים, בעיקר המיוצג על-ידי אידיאולוגיות השמרנית של האימפריאליזם post-colonial של השליש האחרון של המאה ה-20 היה סטייה זו מפת הדרכים, ההאטה היסטוריה אלימה, אישור כי האמת שיחזור קבוע של כוח השבירה של הרגע, כי הכוח של סיבה אין לה סיכוי נגד הסיבה בכוחהכוח היחיד מגיע השריר, לא את החוכמה או צדק הרבה פחות, כפי הומניסט ואפשר להבין את זה. אך כיצד ניתן לדעת אם לעשות עיקוף הנמשכת? עשרות שנים, יעד X השני מופיע באופן בלתי ניתן להשגה, הם עשויים להיחשב ralamente אחד והפניית המטרה? יש הבדל רדיקלי. נווט GPS הוא מכשיר רק על פי המטרות שלנו. עבור מיתוסים חברתיים, לעומת זאת, אנחנו מכשירים למטרות שלה. מיתוסים חברתיים יפעלו כדפדפן אובססיבית, כי בין כותרת לא צפויות בדרך שלנו, כל הזמן מחפש דרך חדשה להגיע באותה הנקודה, יש את הכוח לכפות אותו. יישור דו-צידי של טבח בשם החופש, לשים את כל המדיה המסורתית מכשירים כדי להפוך אותו אמינה, אך מסבא כדי שפחות, הוא רק דוגמה מינימלית. מחבל שיחה רוצח מי הורג ילדים, אחר שעושה את אותה עבודה לכבד אותו כגיבור, אחד כי הוא מחשב הזוועות שלו כי הוא מחשב שלו טעויות בלתי נמנע, זהו רק חלק narratura חברתית אשר מאחד את המיתוס אותו. רעיון זה נטועה בתת-מודע קולקטיבי, גירוי לעיתים על-ידי פחד או כישלונה, נצפתה כבר ספרדית מלאך Gavinet 101 לפני שנים: צבא אשר נלחם עם נשק מרחיקת לכת, מהיר אש מקלעים ומקלעים גדול-calibre, למרות זה משאיר את השדה הגופות, הוא צבא המפוארת; והם אם גופותיהם של הגזע השחור, אמר כי אין שום הגופות כזה. חייל אשר נלחם אמנויות והורג האויב שלו ב- bayonetazo, מתחילה להיראות ברוטלי; בגדים שמלה אזרחי אדם, אשר נלחם והורג, אנחנו חושבים הוא רוצח. לא נבחן העובדה. אנחנו מסתכלים במראה (Idearium, 1897). אך תפיסה זו היא תוצר של הטבע פסיכולוגי בלבד, אך העבודה המפורטת של כוח חברתי במשך מאות שנים. מיתוסים המייסד preexist כל שינוי פוליטי, כל החלטה, ואפילו קולקטיבית. ומכאן התסכולים אינסופית לפני שינויים פוליטיים. עם זאת, אם ניקח מבט כללי על היסטוריה, אנו יכולים לחשוד יש משהו חזק יותר מאשר כל מיתוס חברתי: התנועות הגדול בהיסטוריה ביותר לגילוי, רעיונות על צדק, כוח, חופש, עבדות, המרד של העמים והכוח יהירה של כתארים, להתמיד או להיות radicalized. יש שינוי ניכר בתוך זמן שלנו, כי היא עולה בקנה אחד עם כללי תנועה זו בהיסטוריה של מאות השנים האחרונות, כלומר, המשכו של הומניסטים ערכים שהיו, למרות שהם לא היו הערכים השלטת, כן מתמיד ביותר, למי יש יותר legitimised מהתמוטטות רוחני theocracies ימי הביניים באירופה. הזמן שלנו כי חתימה הוא ההפרדה פרוגרסיבי של האמונות העממיות של כוחות הקיסרי. אם המאה ה mid-twentieth האימפריה נשארה מילה מלא גאווה שייצגו לדוגמה, אכזרי, האימפריה הבריטית כמו בכל מקום אחר מאז שנות השישים כבר אישרה כאות תוקפנות ודיכוי מוצדק. אם באמצע המאה אותו narratura חברתי היה עדיין בידיו של בעל המיעוט של המדיה וגילה בידור שני פרדוקסלי ideolexicos היום רוב קולו של אלה שיש להם דבר על הכוח הזה יש כוח חדש. כי קול הוכיחה להיות לא בשלה עדיין חסר אחריות. מודעות חדשה זו עדיין לא מודע כוחם או השתמש בה כדי להסיח את הדעת של e, גם עבור הרס עצמי. והתנוון, לא בלי סיכון גבוה של להיות טועה, כי הרבה של המסה הישן כי אורטגה אי גאסט תיעב עדיין לא חדל להיות עדר, עדיין מודרכת על-ידי מיתוסים חברתיים קדומים אשר לדכא אותה. אבל אותם אנשים, כי האנושות הוא בהדרגה יצירת תרבות חדשה, מודעות חדשה ומרד שותק אבל בלתי ניתן לעצירה לפני תוקפנות ההיסטורית של כתארים, של negreros של הבעלים לשעבר של העולם. או אולי אנו לבלבל תשוקה עם המציאות. חישוב מחדש של כבש לקחת מראש. חורחה Majfud

Jorge Majfud

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La rebelión de los lectores, la clave de nuestro siglo

Uno de los sitios recurrentes para los turistas en Europa son sus catedrales góticas. Los espacios góticos, tan diferente a los románicos siglos anteriores, nos suelen impresionar por la sutileza de su estética, algo que comparte con la antigua arquitectura del pasado imperio árabe. Quizás lo que más pasa inadvertido es la razón de los relieves en sus fachadas. Aunque la Biblia condena la costumbre de representar figuras humanas, éstas abundan en las piedras, en los muros y en los vitrales. La razón es, antes que estética, simbólica y narrativa.

En una cultura de analfabetos, la oralidad era el sustento de la comunicación, de la historia y del control social. Aunque el cristianismo estaba basado en las Escrituras, escritos era lo que menos abundaba. Al igual que en nuestra cultura actual, el poder social se construía sobre la cultura escrita, mientras que las clases trabajadoras debían resignarse a escuchar. Los libros no sólo eran piezas casi originales, escasas, sino que estaban cuidados con celo por quienes administraban el poder político y la política de Dios. La escritura y la lectura eran casi un patrimonio de la nobleza; escuchar y obedecer era función del vulgo. Es decir, la nobleza siempre fue noble porque el vulgo era muy vulgar. Razón por la cual el vulgo, analfabeto, asistía cada domingo a escuchar al sacerdote leer e interpretar los textos sagrados a su antojo —al antojo oficial— y confirmar la verdad de estas interpretaciones en otro tipo de interpretación visual: los íconos y los relieves que ilustraban la historia sagrada sobre los muros de piedra.

La cultura oral de la Edad Media comienza a cambiar en ese momento que llamamos Humanismo y que más comúnmente se enseña como Renacimiento. La demanda de textos escritos se acelera mucho antes que Johannes Gutenberg inventara la imprenta en 1450. De hecho, Gutenberg no inventó la imprenta, sino una técnica de piezas móviles que aceleraba aún más este proceso de reproducción de textos y masificación de lectores. El invento fue una respuesta técnica a una necesidad histórica. Este es el siglo de la emigración de los académicos turcos y griegos a Italia, de los viajes de los europeos a Medio Oriente sin la ceguera de una nueva cruzada. Quizás, también es el momento en que la cultura occidental y cristiana gira hacia el humanismo que sobrevive hoy mientras la cultura islámica, que se había caracterizado por este mismo humanismo y por la pluralidad del conocimiento no religioso, hace un giro inverso, reaccionario.

El siglo siguiente, el XVI, será el siglo de la Reforma protestante. Aunque siglos más tarde se convertiría en una fuerza conservadora, su nacimiento —como el nacimiento de toda religión— surge de una rebelión contra la autoridad. En este caso, contra la autoridad del Vaticano. No es Lutero, sin embargo, el primero en ejercitar esta rebelión sino los mismos humanistas católicos que estaban disconformes y decepcionados con las arbitrariedades del poder político de la iglesia. Esta disconformidad se justificó por la corrupción del Vaticano, pero es más probable que la diferencia radicase en una nueva forma de percibir un antiguo orden teocrático.

El protestantismo, como lo dice su palabra, es —fue— una respuesta desobediente a un poder establecido. Una de sus particularidades fue la radicalización de la cultura escrita sobre la cultura oral, la independencia del lector en lugar del escucha obediente. No sólo se cuestionó la perfección de la Vulgata, traducción al latín de los textos sagrados, sino que se trasladó la autoridad del sermón a la lectura directa, o casi directa, del texto sagrado que había sido traducido a lenguas vulgares, a las lenguas del pueblo. El uso de una lengua muerta como el latín confirmaba el hermetismo elitista de la religión (la filosofía y las ciencias abandonarían este uso mucho antes). A partir de este momento, la tradición oral del catolicismo irá perdiendo fuerza y autoridad. Tendrá, sin embargo, varios renacimientos, especialmente en la España de Franco. El profesor de ética José Luis Aranguren, por ejemplo, quien hiciera algunas observaciones progresistas de la historia, no estuvo libre de la fuerte tradición que lo rodeaba. En Catolicismo y protestantismo como formas de existencia fue explícito: “el cristianismo no debe ser ‘lector’ sino ‘oyente’ de la Palabra, y ‘oírla’ es tanto como ‘vivirla’” (1952).

Podemos entender que la cultura de la oralidad y la obediencia tuvieron un revival con la invención de la radio y de la televisión. Recordemos que la radio fue el instrumento principal de los nazis en la Alemania de la preguerra. También lo fueron, aunque en menor medida, el cine y otras técnicas del espectáculo. Casi nadie había leído ese mediocre librito llamado Mein Kampf  (su título original era Contra la Mentira, la Estupidez y la Cobardía) pero todos participaron de la explosión mediática que se produjo con la expansión de la radio. Durante todo el siglo XX, el cine primero y después la televisión fueron los canales omnipresentes de la cultura norteamericana. Por ellos, no sólo se modeló una estética sino, a través de ésta, una ética y una ideología, la ideología capitalista.

En gran medida, podemos considerar el siglo XX como una regresión a la cultura de las catedrales: la oralidad y el uso de la imagen como medios de narrar la historia, el presente y el futuro. Los informativos, más que informadores han sido y siguen siendo aún formadores de opinión, verdaderos púlpitos —en la forma y en el contenido— que describen e interpretan una realidad difícil de cuestionar. La idea de la cámara objetiva es casi incontestable, como en la Edad Media nadie o pocos se oponían a la verdadera existencia de demonios e historias fantásticas representadas en las piedras de las catedrales.

En una sociedad donde los gobiernos dependen del respaldo popular, la creación y manipulación de la opinión pública es más importante y debe ser más sofisticada que en una burda dictadura. Es por esta razón por la cual los informativos de televisión se han convertido en un campo de batalla donde sólo una de las partes está armada. Si las armas principales en esta guerra son los canales de radio y televisión, sus municiones son los ideoléxicos. Por ejemplo, el ideoléxico radical, que se encuentra valorado negativamente, siempre se debe aplicar, por asociación y repetición, al adversario. Lo paradójico, es que se condena el pensamiento radical —todo pensamiento serio es radical— al tiempo que se promueve una acción radical contra ese supuesto radicalismo. Es decir, se estigmatiza a los críticos que van más allá de un pensamiento políticamente correcto cuando éstos señalan la violencia de una acción radical, como puede serlo una guerra, un golpe de estado, la militarización de una sociedad, etc. En las pasadas dictaduras de nuestra América, por ejemplo, la costumbre era perseguir y asesinar a todo periodista, sacerdote, activista o gremialista identificados como radicales. Protestar o tirar piedras era propio de radicales; torturar y asesinar de forma sistemática era el principal recurso de los moderados. Hoy en día, en todo el mundo, los discursos oficiales hablan de radicales cuando se refieren a todo aquel que no concuerda con la ideología oficial.

Nada en la historia es casual, aunque sus causas están más en el futuro que en el pasado. No es casualidad que hoy estamos entrando a una nueva era de la cultura escrita que es, en gran medida, el instrumento principal de la desobediencia intelectual de los pueblos. Dos siglos atrás lectura significaba dictado de cátedra o sermón de púlpito; hoy es lo contrario: leer significa un esfuerzo de interpretación, y un texto ya no es sólo una escritura sino cualquier trama simbólica de la realidad que transmite y oculta valores y significados.

Una de las principales plataformas físicas de esa nueva actitud es Internet, y su procedimiento consiste en comenzar a reescribir la historia al margen de los tradicionales medios de imposición visual. Su caos es sólo aparente. Aunque Internet también incluye imágenes y sonidos, éstas ya no son productos que se reciben sino símbolos que se buscan y se producen como en un ejercicio de lectura.

A medida que los poderes económicos, las corporaciones de todo tipo, pierden el monopolio de la producción de obras de arte —como el cine— o la producción de ese otro género de ficción de pupitre, el sermón diario donde se administra el significado de la realidad, los llamado informativos, los individuos y los pueblos comienzan a tomar una conciencia más crítica que, naturalmente es una consciencia desobediente. Quizás en un futuro, incluso, estemos hablando del El fin de los imperios nacionales y la ineficacia de la fuerza militar. Esta nueva cultura lleva a una inversión progresiva del control social: del control de arriba hacia abajo se convierte en el más democrático control de abajo hacia arriba. Los llamados gobiernos democráticos y las dictaduras de viejo estilo no toleran esto porque sean democráticos o benevolentes sino porque no les conviene la censura directa de un proceso que es imparable. Sólo pueden limitarse a reaccionar y demorar lo más posible, recurriendo al viejo recurso de la violencia física, el derrumbe de sus imperios sectarios.

© Jorge Majfud

The University of Georgia, febrero de 2007

El humanismo, la última gran utopía de Occidente

Una de las características del pensamiento conservador a lo largo de la historia moderna ha sido la de ver el mundo según compartimentos más o menos aislados, independientes, incompatibles. En su discurso, esto se simplifica en una única línea divisoria: Dios y el diablo, nosotros y ellos, los verdaderos hombres y los bárbaros. En su práctica, se repite la antigua obsesión por las fronteras de todo tipo: políticas, geográficas, sociales, de clase, de género, etc. Estos espesos muros se levantan con la acumulación sucesiva de dos partes de miedo y una de seguridad.

Traducido a un lenguaje posmoderno, esta necesidad de las fronteras y las corazas se recicla y se vende como micropolítica, es decir, un pensamiento fragmentado (la propaganda) y una afirmación localista de los problemas sociales en oposición a la visión más global y estructural de la pasada Era Moderna.

Estas comarcas son mentales, culturales, religiosas, económicas y políticas, razón por la cual se encuentran en conflicto con los principios humanísticos que prescriben el reconocimiento de la diversidad al mismo tiempo que una igualdad implícita en lo más profundo y valioso de este aparente caos. Bajo este principio implícito surgieron los estados pretendidamente soberanos algunos siglos atrás: aún entre dos reyes, no podía haber una relación de sumisión; entre dos soberanos sólo podía haber acuerdos, no obediencia. La sabiduría de este principio se extendió a los pueblos, tomando forma escrita en la primera constitución de Estados Unidos. El reconocer como sujetos de derecho a los hombres y mujeres comunes (“We the people…”) era la respuesta a los absolutismos personales y de clase, resumido en el exabrupto de Luis XIV, “l’État c’est Moi”. Más tarde, el idealismo humanista del primer bosquejo de aquella constitución se relativizó, excluyendo la utopía progresista de abolir la esclavitud.

El pensamiento conservador, en cambio, tradicionalmente ha procedido de forma inversa: si las comarcas son todas diferentes, entonces hay unas mejores que otras. Esta última observación sería aceptable para el humanismo si no llevase explícito uno de los principios básicos del pensamiento conservador: nuestra isla, nuestro bastión es siempre el mejor. Es más: nuestra comarca es la comarca elegida por Dios y, por lo tanto, debe prevalecer a cualquier precio. Lo sabemos porque nuestros líderes reciben en sus sueños la palabra divina. Los otros, cuando sueñan, deliran.

Así, el mundo es una permanente competencia que se traduce en amenazas mutuas y, finalmente, en la guerra. La única opción para la sobrevivencia del mejor, del más fuerte, de la isla elegida por Dios es vencer, aniquilar al otro. No es raro que los conservadores de todo el mundo se definan como individuos religiosos y, al mismo tiempo, sean los principales defensores de las armas, ya sean personales o estatales. Es, precisamente, lo único que le toleran al Estado: el poder de organizar un gran ejército donde poner todo el honor de un pueblo. La salud y la educación, en cambio, deben ser “responsabilidades personales” y no una carga en los impuestos a los más ricos. Según esta lógica, le debemos la vida a los soldados, no a los médicos, así como los trabajadores le deben el pan a los ricos.

Al mismo tiempo que los conservadores odian la Teoría de la evolución de Darwin, son radicales partidarios de la ley de sobrevivencia del más fuerte, no aplicada a todas las especies sino a los hombres y mujeres, a los países y las sociedades de todo tipo. ¿Qué hay más darviniano que las corporaciones y el capitalismo en su raíz?

Para el sospechosamente célebre profesor de Harvard, Samuel Huntington, “el imperialismo es la lógica y necesaria consecuencia del universalismo”. Para nosotros los humanistas, no: el imperialismo es sólo la arrogancia de una comarca que se impone por la fuerza a las demás, es la aniquilación de esa universalidad, es la imposición de la uniformidad en nombre de la universalidad.

La universalidad humanista es otra cosa: es la progresiva maduración de una conciencia de liberación de la esclavitud física, moral e intelectual, tanto del oprimido como del opresor en última instancia. Y no puede haber conciencia plena si no es global: no se libera una comarca oprimiendo a otras, no se libera la mujer oprimiendo al hombre, and so on. Con cierta lucidez pero sin reacción moral, el mismo Huntington nos recuerda: “Occidente no conquistó al mundo por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino por la superioridad en aplicar la violencia organizada. Los occidentales suelen olvidarse de este hecho, los no-occidentales nunca lo olvidan”.

El pensamiento conservador también se diferencia del progresista por su concepción de la historia: si para uno la historia se degrada inevitablemente (como en la antigua concepción religiosa o en la concepción de los cinco metales de Hesíodo) para el otro es un proceso de perfeccionamiento o de evolución. Si para uno vivimos en el mejor de los mundos posibles, aunque siempre amenazado por los cambios, para el otro el mundo dista mucho de ser la imagen del paraíso y la justicia, razón por la cual no es posible la felicidad del individuo en medio del dolor ajeno.

Para el humanismo progresista no hay individuos sanos en una sociedad enferma como no hay sociedad sana que incluya individuos enfermos. No es posible un hombre saludable con un grave problema en el hígado o en el corazón, como no es posible un corazón sano en un hombre deprimido o esquizofrénico. Aunque un rico se define por su diferencia con los pobres, nadie es verdaderamente rico rodeado de pobreza.

El humanismo, como lo concebimos aquí, es la evolución integradora de la conciencia humana que trasciende las diferencias culturales. Los choques de civilizaciones, las guerras estimuladas por los intereses sectarios, tribales y nacionalistas sólo pueden ser vistas como taras de esa geopsicología.

Ahora, veamos que la magnífica paradoja del humanismo es doble: (1) consistió en un movimiento que en gran medida surgió entre los religiosos católicos del siglo XIV y luego descubrió una dimensión secular de la creatura humana, y además (2) fue un movimiento que en principio revaloraba la dimensión del hombre como individuo para alcanzar, en el siglo XX, el descubrimiento de la sociedad en su sentido más pleno.

Me refiero, en este punto, a la concepción del individuo como lo opuesto a la individualidad, a la alienación del hombre y la mujer en sociedad. Si los místicos del siglo XV se centraban en su yo como forma de liberación, los movimientos de liberación del siglo XX, aunque aparentemente fracasados, descubrieron que aquella actitud de monasterio no era moral desde el momento que era egoísta: no se puede ser plenamente feliz en un mundo lleno de dolor. Al menos que sea la felicidad del indiferente. Pero no es por algún tipo de indiferencia hacia el dolor ajeno que se define cualquier moral en cualquier parte del mundo. Incluso los monasterios y las comunidades más cerradas, tradicionalmente se han dado el lujo de alejarse del mundo pecaminoso gracias a los subsidios y las cuotas que procedían del sudor de la frente de los pecadores. Los Amish en Estados Unidos, por ejemplo, que hoy usan caballos para no contaminarse con la industria automotriz, están rodeados de materiales que han llegado a ellos, de una forma o de otra, por un largo proceso mecánico y muchas veces de explotación del prójimo. Nosotros mismos, que nos escandalizamos por la explotación de niños en los telares de India o en las plantaciones en África y América Latina consumimos, de una forma u otra, esos productos. La ortopraxia no eliminaría las injusticias del mundo —según nuestra visión humanista—, pero no podemos renunciar o desvirtuar esa conciencia para lavar nuestros remordimientos. Si ya no esperamos que una revolución salvadora cambie la realidad para que ésta cambie las conciencias, procuremos, en cambio, no perder la conciencia colectiva y global para sostener un cambio progresivo, hecho por los pueblos y no por unos pocos iluminados.

Según nuestra visión, que identificamos con el último estadio del humanismo, el individuo con conciencia no puede evitar el compromiso social: cambiar la sociedad para que ésta haga nacer, a cada paso, un individuo nuevo, moralmente superior. El último humanismo evoluciona en esta nueva dimensión utópica y radicaliza algunos principios de la pasada Era Moderna, como lo es la rebelión de las masas. Razón por la cual podemos reformular el dilema: no se trata de un problema de izquierda o derecha sino de adelante o atrás. No se trata de elegir entre religión o secularismo. Se trata de una tensión entre el humanismo y el trivalismo, entre una concepción diversa y unitaria de la humanidad y en otra opuesta: la visión fragmentada y jerárquica cuyo propósito es prevalecer, imponer los valores de una tribu sobre las otras y al mismo tiempo negar cualquier tipo de evolución.

Ésta es la raíz del conflicto moderno y posmoderno. Tanto el Fin de la historia como el Choque de civilizaciones pretenden encubrir lo que entendemos es el verdadero problema de fondo: no hay dicotomía entre Oriente y Occidente, entre ellos y nosotros, sino entre la radicalización del humanismo (en su sentido histórico) y la reacción conservadora que aún ostenta el poder mundial, aunque en retirada —y de ahí su violencia.

Jorge Majfud

2 de febrero de 2007

L’Humanisme, la dernière grande utopie d’Occident.

L’Occident n’a pas conquis le monde par la supériorité de ses idées, de ses valeurs ou de sa religion, mais par la supériorité à appliquer la violence organisée. Les occidentaux oublient généralement ce fait, les non-occidentaux ne l’oublient jamais.

Une des caractéristiques de la pensée conservatrice tout au long de l’histoire moderne fut de voir le monde à travers des compartiments plus ou moins isolés, indépendants, incompatibles. Dans son discours, ceci est simplifié par une seule ligne de démarcation : Dieu et le diable, nous et ils, les véritables hommes et les barbares. Dans sa pratique, on répète l’ancienne obsession par des frontières de toute sorte : politiques, géographiques, sociales, de classe, de genre, etc. Ces murs épais sont élevés avec l’accumulation successive de deux louches de peur et d’une de sécurité.

Traduit dans un langage postmoderne, cette nécessité de frontières et de cuirasses est recyclée et vendue comme une micropolitique, c’est-à-dire, une pensée fragmentée (la propagande) et une affirmation locale des problèmes sociaux en opposition à la vision la plus globale et structurelle de l’Ere Moderne précédente.

Ces segments sont mentaux, culturels, religieux, économiques et politiques, raison pour laquelle ils se trouvent en conflit avec les principes humanistes que prescrit la reconnaissance de la diversité en même temps qu’une égalité implicite au plus profond et au cœur de ce chaos apparent. Sous ce principe implicite sont apparus des Etats prétendument souverains il y a quelques siècles : même entre deux rois, il ne pouvait pas y avoir une relation de soumission ; entre deux souverains, il pouvait seulement y avoir des accords, pas d’obéissance. La sagesse de ce principe a été étendue aux peuples, prenant une forme écrite dans la première constitution des Etats-Unis. Reconnaître comme sujets de droit, les hommes et les femmes («We the people…») était la réponse aux absolutismes personnels et de classe, résumé dans la réplique cinglante de Louis XIV,»l’État c’est Moi». Plus tard, l’idéalisme humaniste de la première heure de cette constitution a été relativisé, excluant l’utopie progressiste de l’abolition de l’esclavage.

La pensée conservatrice, par contre, a traditionnellement procédé de manière inverse : si les pays sont tous différents, toutefois quelques uns sont meilleurs que d’autres. Cette dernière observation serait acceptable pour l’humanisme si elle ne portait pas explicitement un des principes de base de la pensée conservatrice : notre île, notre bastion est toujours le mieux. En plus : notre pays est le pays choisi par Dieu et, par conséquent, doit régner à tout prix. Nous le savons parce que nos chefs reçoivent dans leurs rêves la parole divine. Les autres, quand ils rêvent, délirent.

Ainsi, le monde est une concurrence permanente qui s’est traduite, finalement, dans des menaces mutuelles et dans la guerre. La seule option pour la survie du meilleur, du plus fort, de l’île choisie par Dieu est de vaincre, d’annihiler l’autre. Il n’est pas rare que les conservateurs dans le monde soient définis comme individus religieux et, en même temps, qu’ils soient les principaux défenseurs des armes, qu’elles soient personnelles ou étatiques. C’est, précisément, la seule chose qu’ils tolèrent à l’État : le pouvoir d’organiser une grande armée où mettre tout l’honneur d’un peuple. La santé et l’éducation, en revanche, doivent relever des «responsabilités personnelles» et non être une charge sur les impôts des plus riches. Selon cette logique, nous devons la vie aux soldats, non aux médecins, ainsi que les travailleurs doivent le pain aux riches.

En même temps que les conservateurs haïssent la Théorie de l’évolution de Darwin, ils sont des partisans radicaux de la loi de survie du plus fort, non appliquée à toutes les espèces mais aux hommes et aux femmes, aux pays et aux sociétés de tout type. Qu’est-ce qu’il y de plus darwinien que les entreprises et le capitalisme à sa racine ?

Pour le très douteux professeur de Harvard, Samuel Huntington, «l’impérialisme est la conséquence logique et nécessaire de l’universalisme». Pour nous les humanistes, non : l’impérialisme est seulement l’arrogance d’un secteur qui est imposé par la force aux autres, il est l’annihilation de cette universalité, c’est l’imposition de l’uniformité au nom de l’universalité.

L’universalité humaniste est autre chose : c’est la maturation progressive d’une conscience de libération de l’esclavage physique, moral et intellectuel, tant de l’oppressé que de l’oppresseur en dernier ressort. Et il ne peut pas y avoir pleine conscience s’il n’est pas global : on ne libère pas un pays en oppressant un autre, la femme ne se libère pas en oppressant à l’homme, et son contraire. Avec une certaine lucidité mais sans réaction morale, le même Huntington nous le rappelle : «L’Occident n’a pas conquis le monde par la supériorité de ses idées, de ses valeurs ou de sa religion, mais par la supériorité à appliquer la violence organisée. Les occidentaux oublient généralement ce fait, les non-occidentaux ne l’oublient jamais».

La pensée conservatrice aussi s’est différencie du progressiste par sa conception de l’histoire : si pour le première l’histoire se dégrade inévitablement (comme dans l’ancienne conception religieuse ou dans la conception des cinq métaux d’Hésiode (Poète grec, milieu du 8ème Siècle avant J.C.), pour l’autre c’est un processus d’amélioration ou d’évolution. Si pour l’un, nous vivons dans le meilleur des mondes possibles, bien que toujours menacé par des changements, pour l’autre le monde est bien loin d’être l’image du paradis et de la justice, raison pour laquelle le bonheur de l’individu n’est pas possible au milieu de la douleur d’autrui.

Pour l’humanisme progressiste, il n’y a pas d’individus sains dans une société malade comme il n’y a pas société saine qui inclut des individus malades. Il n’ y a pas d’ homme sain avec un problème grave au foie ou au cœur, comme un cœur sain dans un homme déprimé ou schizophrénique n’est pas possible. Bien qu’un riche soit défini par sa différence avec les pauvres, personne de véritablement riche n’est entouré de pauvreté.

L’humanisme, comme nous le concevons ici, est l’évolution intégratrice de la conscience humaine qui pénètre les différences culturelles. Les chocs de civilisations [1], les guerres stimulées par les intérêts sectaires, tribaux et nationalistes peuvent seulement être vues comme des tares de cette géo-psychologie.

Maintenant, voyons comment le paradoxe magnifique de l’humanisme est double :

1) ce fut un mouvement qui dans une grande mesure est apparu chez les Catholiques pratiquants du XIVème siècle et ensuite a découvert une dimension séculaire de la créature humaine, et

2) il a été en outre un mouvement qui en principe revalorisait la dimension de l’homme comme individu pour atteindre, au XXème siècle, la découverte de la société dans son sens le plus plein.

Je me réfère, sur ce point, à la conception de l’individu comme ce qui est opposé à l’individualité, à l’aliénation de l’homme et de la femme en société. Si les mystiques du XVème siècle se centraient sur « son soi » comme forme de libération, les mouvements de libération du XXème siècle, bien qu’apparemment ayant échoués, on a découvert que cette attitude de monastère n’était pas morale depuis le moment qu’elle était égoïste : on ne peut pas être pleinement heureux dans un monde plein de douleur. A moins que ce soit le bonheur de l’indifférent. Mais il ne l’est pas à cause d’ un certain type d’indifférence vers la douleur d’autrui qui définit toute morale n’emporte où dans le monde. Y compris dans les monastères et les Communautés les plus fermées, traditionnellement on se donnait le luxe de s’éloigner du monde des pécheurs grâce aux subventions et aux quotes-parts qui venaient de la sueur du front des ces mêmes pécheurs.

Les Amish aux Etats-Unis, par exemple, qui utilisent aujourd’hui des chevaux pour ne pas être contaminés par l’industrie des véhicules à moteur, sont entourés de matériels qui sont arrivés jusqu’ à eux, d’une manière ou d’une autre, par un long processus mécanique et souvent par l’exploitation du prochain. Nous-mêmes, qui nous nous scandalisons de l’exploitation d’enfants dans les métiers à tisser de l’Inde ou dans les plantations en Afrique et Amérique Latine, nous consommons, d’une manière ou d’une autre, ces produits. L’orthopraxie n’éliminerait pas les injustices du monde – selon notre vision humaniste -, mais nous ne pouvons pas renoncer ou affaiblir cette conscience pour laver nos remords. Si déjà nous n’espérons plus qu’une révolution salvatrice change la réalité et change les consciences, essayons, en revanche, de ne pas perdre la conscience collective et globale pour soutenir un changement progressif, fait par les peuples et non par quelques illuminés.

Selon notre vision, que nous identifions par le dernier stade de l’humanisme, l’individu avec conscience ne peut pas éviter l’engagement social : changer la société pour que celle-ci fasse naître, à chaque pas, un individu nouveau, moralement supérieur. Le dernier humanisme évolue dans cette nouvelle dimension utopique et radicalise quelques principes de la précédente Ere Moderne, comme l’est la rébellion des masses. Raison pour laquelle nous pouvons reformuler le dilemme : il ne s’agit pas d’un problème de gauche ou de droite mais d’avant ou d’arrière. Il ne s’agit pas de choisir entre religion ou sécularisme. Il s’agit d’une tension entre l’humanisme et le tribalisme, entre une conception diverse et unitaire de l’humanité et une autre opposée : la vision fragmentée et hiérarchique dont le but est de régner, d’imposer les valeurs d’une tribu sur les autres et en même temps nier tout type d’évolution.

Telle est la racine du conflit moderne et postmoderne. Tant la Fin de l’Histoire que le Choc de Civilisations prétendent cacher ce que nous estimons être le véritable problème de fond : il n’y a pas dichotomie entre l’Est et l’Occident, entre eux et nous, mais entre la radicalisation de l’humanisme (dans son sens historique) et la réaction conservatrice que brandit encore le pouvoir mondial, bien qu’en retrait -et à partir de là sa violence.

Jorge Majfud, Paris, évrier 2007.

* Jorge Majfud est auteur uruguayen et professeur de littérature latino-américaine à l’Université de Géorgie, Etats Unis. Auteur, entre autres livres, de «La reina de América» et de «La narración de lo invisible».

Traduction de l’espanol pour El Correo de : Estelle et Carlos Debiasi

Note :

[1] The clash of Civilizations , de Samuel Hungtington

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