Los hechos de la historia

Letters in stone

Alguna vez un pastor norteamericano propuso que se promulgara una ley para que en las universidades se enseñaran hechos y no teorías. El reclamo venía en alusión a la maldita teoría de la Evolución, que más de una vez se ha intentado refutar con los “hechos” decrito en algunos libros sagrados. Por supuesto que si en las universidades no se enseñaran teorias habría que empezar por cerrarlas todas. Por otra parte, aunque bien sabemos que entre un hecho y una teoria has notables diferencias, en ningún caso los hechos pueden ser apreciados o juzgados sino a travez de una teoría que, cuando es paradigmatica (sin importar que sea erronea o no) se convierte en un lente invisible desde el cual se ve el reto de la “realidad”.

No obstante hagamos una modesta observación casi complementaria de eso que llamamos “hechos” (existen multiples formas de analizar este mismo problema). Cada vez que alguien nos explica lo qué es un hecho, está ensayando una teoría o prototeoría. No basta con decir que un hecho es esa lluvia que cae en este momento porque también llueve en los sueños. Sería menos riesgozo e impreciso llamar a esa lluvia (la lluvia de la vigilia o la lluvia de los sueños, según el punto de vista de la vigilia, lcaro) percepción o fenómeno, pero comienza a ser un hecho cuando la definimos como tal.

Comencemos con una provocación: un hecho es un texto. Por ejemplo, un hecho histórico es un texto que ha olvidado que es un texto; no es un fenómeno puramente objetivo e innegable, tal como denuncia ser. Su significado está comprometido con su contexto y con un lector. Es un texto que varía según el contexto y según el resultado de las diversas luchas por el significado de la cual pueda ser objeto. Las armas de esta lucha serán la resignificación, a través de la (re)definición de los campos semánticos y de estratégicas transferencias sígnicas con sus correspondientes olvidos, con el olvido y de su propia historia. Su campo de batalla será el propio contexto. Del contexto serán tomados los signos establecidos en su búsqueda de modificar los significados de signos claves de un pensamiento.

Cuando afirmo que un hecho es un texto estoy fijando un axioma de partida. Al mismo tiempo, estoy estableciendo una identidad gramatical —usando el enlace  es— que, en realidad, significa una inclusión: un conjunto está incluido en el otro, pero no viceversa. Si bien podemos advertir que se puede cumplir la ley de reciprocidad —un texto es un hecho— advertimos que la primera expresión conlleva un significado distinto a la segunda, a su inversión semántica. El axioma un hecho es un texto es, a su vez, una metáfora, porque sólo una parte de uno puede identificarse en el otro. No son sinónimos ni se confunden. Con esta metáfora de baja figuración estamos operando una transferencia de significado. Es decir, hay algo propio de un texto que entendemos presente en un hecho. Este “algo” es, o puede ser, su carácter de objeto interpretativo y de sujeto de interpretación. Es decir, como un texto, un hecho puede ser producto de una construcción simbólica o susceptible de alteraciones perceptivas.

No obstante, la misma expresión “un hecho histórico es un texto” podemos derivarla de una idea más general: un texto es aquello que es (o puede ser) interpretado recurriendo a algo más que no es él mismo: a un contexto y a un observador que vinculará uno y otro —el texto y el contexto— en una relación de dar-y-recibir, de extraer-y-conferir significado.

Esto nos lleva a otra pregunta: ¿texto y contexto son dos categorías ontológicas diferentes o su “ser” depende de una relación semántica?

¿En qué se diferencia el texto del contexto? ¿No son acaso la misma cosa pero en una posición semántica diferente? Es decir, en una relación de dar-y-tomar significado de forma diferente?

Si tuviese que ampliar o aclarar un poco esta idea, comenzaría por precisar que aquí estoy entendiendo “texto” en su sentido amplio. En un sentido restringido, “texto” refiere sólo a un código o mensaje escrito. En un sentido más amplio, podemos decir que “texto” es, también, cualquier hecho significativo que puede ser tomado como una unidad. Por ejemplo, un saludo, una manifestación callejera, una agresión armada, etc.

No obstante, todo ello puede ser, al mismo tiempo, contexto —o parte de un contexto— que intervenga en la aportación del significado de un texto.

Desde la revolución científica de principios del siglo XX —incluso de las ciencias físicas—, el “observador” ha pasado a primer plano como parte activa del fenómeno observado. En el campo literario, este “observador” que confiere significado y modifica lo observado es el lector. El profesor Gómez-Martínez de la Universidad de Georgia, ha analizado esto bajo el nombre de “antrópico”, reconociendo un momento histórico post-posmoderno, último eslabón de la serie autor-texto-lector (Más allá de la pos-Modernidad, 1999). Como siempre, Nietzsche en el siglo XIX ya nos hablaba un poco de esto: escribió que  “the existence of innumerable interpretations of a given text to the fact that the reading is never the objective identifying of a sense but the importation of meaning into a text which has no meaning ‘in itself’” (Atkins, 28).

Para no hacerlo tan abstracto trataré de explicarme con más ejemplos. El significado de un texto escrito está comprometido, entre otras cosas, con su contexto literario. Dicho de forma gráfica, el contexto de un libro puede ser una biblioteca. Pero el contexto de una biblioteca cualquiera —una corriente literaria, una corriente de pensamiento— está, a su vez, inmersa en un contexto histórico, cultural, etc. No obstante, el contexto de un hecho histórico está conformado por otros “hechos” y por otros textos literarios, es decir, por otros textos en el sentido amplio del término.

Parece claro, entonces, que la diferencia entre texto y contexto no es una diferencia ontológica, sino que depende de la relación semántica —semiótica— que uno mantenga con el otro.

 

Jorge Majfud

 

Milenio (Mexico)

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Realidad y ficción

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La locura de la realidad

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Las cruzadas

Los catálogos de libros, la crítica literaria y los anaqueles de las bibliotecas se ordenan principalmente según la clasificación antagónica de “ficción” y “no-ficción”. La costumbre es tan útil como engañosa. Lo que llamamos ficción —cuentos, novelas, y a veces poesía— fácilmente puede reclamar el mismo derecho que los sueños a considerarse la expresión cultural de una verdad, de la realidad más profunda de un ser humano o de una sociedad.

Cuando estudiamos la literatura del medioevo o del siglo XVI español, observamos la “idealización” de ciertos tipos psicológicos y morales que casi siempre nos parecen improbables por su excesiva virtud o por sus inaceptables prejuicios morales. Sin embargo, esa idea de idealización, de exageración o de improbabilidad —referida a las virtudes morales, como en El Abencerraje, de 1561— antes que nada está determinada por nuestra propia sensibilidad; es decir, es el juicio de unos lectores de principios del siglo XXI.

Ahora, si prestamos atención, la mayor parte del “arte popular”, como pueden ser las telenovelas y las novelas rosa, son idealizaciones o improbabilidades en el sentido de que difícilmente encontraremos entre nosotros una realidad que coincida con dichos estereotipos. Pero aquí lo importante no es lo que podemos llamar “realidad” en un pretendido sentido científico u objetivo. Si existe una ley que traspasa la historia de la literatura —especialmente de la ficción— es la que se refiere a la necesidad de verosimilitud. Las ficciones, desde las llamadas mitológicas y fantásticas hasta las más realistas, comparten un grado mínimo de verosimilitud. Las improbabilidades de la literatura medieval y las no menos improbables historias de las telenovelas modernas, han sido y son populares por lo que tienen de verosímil. Más allá de que un análisis ponga en evidencia su valor ideológico y su “irrealismo”, es importante notar aquí que estas historias son lo que son porque han sido reconocidas como “verosímiles” por una determinada sensibilidad en un determinado momento histórico y en un determinado lugar. ¿Qué es el “realismo” sino una realidad verosímil? Lo que hoy consideramos inverosímil fue verosímil en su tiempo, y es a partir de este reconocimiento que comenzamos a tener una idea de los hombres y mujeres que las leían con entusiasmo y pasión. Es aquí, entonces, donde la ficción “absurda”, “inverosímil” o “arbitraria” se convierte en un elemento valiosísimo de conocimiento y, por lo tanto, en “objeto real”. Lo verosímil ya no es un sustituto de la realidad sino el más fuerte indicio de una realidad sensible, ética y espiritual de un pueblo. Y es en este sentido en que el estudio de la sensibilidad —ética y estética— de un pueblo, a través de su ficción, cobra un valor harto más significativo e insustituible que un pretendido estudio histórico a través de los “hechos”, ya que éstos, los “hechos” no son juzgados a través de dicha sensibilidad sino a través de la nuestra. Todo lo cual no significa que uno sea excluyente del otro sino todo lo contrario: nos advierte de la parcialidad de cada uno de ellos y la necesidad de complementación de ambos géneros en cada estudio.

Por otra parte, lo que está clasificado como no-ficción —libros de historias, ensayos, crónicas, reflexiones— difícilmente sería capaz de prescindir de la imaginación de su autor o de los prejuicios y mitos de la sociedad de la cual surgió. Si los matemáticos ptolemaicos fueron capaces de demostrar la “realidad” de un universo con la Tierra en el centro, y que la modernidad rechazó —radicalmente, hasta hace pocos años; relativamente, hoy en día—, ¿cómo no dudar de la ausencia de ficción en cada uno de esos milimétricos relatos sobre las Cruzadas de la Edad Media[1]?

Podemos tratar de definir un punto de apoyo para evitar una relatividad estéril, sin salida. Ante la amplitud y la virtual imposibilidad de definir una “realidad” en términos absolutos, podemos definir qué entendemos nosotros por “realidad”, integrando el entendido de que la categoría ontológica del mundo físico no es suficiente para limitar este concepto —a la larga, metafísico—. Podemos comenzar por decir que “realidad” es todo punto de partida desde el cual construimos una narración, un discurso, una representación del mundo. Mas’ud Zavarzadeh, por ejemplo, en cierto momento escribió: “Implicit in my approach, of course, is the assumption that culture (that is, the ‘real’) at any given historical moment, consist of an ensemble of contesting subjectivities” (5). Desde su punto de vista de crítico y teórico analizando el fenómeno cinematográfico, “cultura” es su punto de partida, la “realidad” a la cual está referida una película como reflejo y como formadora o reproductora de su propio origen cultural. Desde otro punto de vista, por ejemplo desde un punto de vista psicológico, podemos ver la cultura como punto de partida o punto de llegada. En el primer caso la cultura es lo “real”; en el segundo, es la “construcción” o el producto de otra realidad: la mente humana. Para un médico de finales del siglo XIX, por ejemplo, los sueños eran producto de una determinada condición fisiológica (como una indigestión) y, por lo tanto, eran el reflejo ficticio de la realidad biológica. Este último caso, claro, se refiere a una lectura reduccionista o materialista, para la cual lo real es el mundo físico, biológico, económico y así sucesivamente. La realidad de una lectura descendente podrá contradecir esta afirmación partiendo de un fenómeno cultural, intelectual o psicológico: aún una enfermedad física puede ser causada por una actitud mental, y la causa no es menos real que la consecuencia.

En resumen, podemos decir que la diferencia (pseudo-ontológica) entre realidad y ficción es una confirmación ideológica, la legitimación epistemológica de un paradigma y de una cosmovisión determinada.

Creo que uno de mis personajes en la novela La ciudad de la Luna expresó esta misma dinámica de una forma bastante sitética:

 

Llamamos realidad a la locura

que permanece

y locura a la realidad

que se desvanece.

 


[1] Ver, por ejemplo, Runciman, Steven . A History of the Crusades. The Kingdom of Acre and the Later Crusades. Cambridge: Cambridge University Press, 1987

La Gaceta (Argentina)

Milenio II, III, (Mexico)

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Quevedo: Política de Dios, Govierno de Christo.

 

 

El Siglo del Loro

 

 

Spanish writer Francisco de Quevedo (1580–1645...

Si no fuera por el genio inigualable de Cervantes, de Lope de Vega y de Calderón de la Barca, si no fuera por el genio anónimo del realismo español (como el de Lazarillo de Tormes) y el histórico flujo de metales preciosos de América hacia España, lo que la crítica ha llamado “Siglo de Oro” debería llamarse “Siglo del Oro” o “Siglo del Loro”, debido a la inundación verborragica del palabrerío sin sustento y sin sustancia de un gran número de otras figuras menores, reverenciadas más por la superficialidad del ingenio barroco que por la profundidad del genio español. Más genios y en menos tiempo tuvo la llamada Edad de plata: Gaudí, Picasso, Dalí, Lorca, Machado, Hernández, Alberti, Ortega y Gasset, Falla…

Baltasar Gracián, por ejemplo, que se hizo célebre por su máxima sobre el valor de lo mínimo —“lo bueno, si breve, dos veces bueno”— prefirió el juego a la brevedad lingüística. Pero los hubo peores: Góngora, Juan de Zabaleta, Saavedra Fajardo…

Si echamos una mirada a las ideas y convicciones de Quevedo, uno de los escritores más afamados de su época y de las épocas posteriores, veremos que, aunque contemporáneos, el mismo Don Quijote se le adelantaba varios siglos. El pensamiento de Quevedo no sólo es medieval; además es lento. Como en muchos otros de sus contemporáneos, sus palabras iban más rápido que sus ideas.

Increíblemente, la crítica conservadora ha valorado la profundidad de su contenido moral, quizás porque sus raíces se encuentran en los tiempos romanos.

Por esta época, el Mayflower acababa de llegar a Massachusetts y en Inglaterra, un país menor y más bien marginal a pesar de Shakespeare, ya comenzaban los primeros chispazos de la rebelión de los innobles y el cuestionamiento a las formas de gobierno tradicional. Pero España, a las puertas de una crisis económica y un dramático descenso de su población, todavía estaba en el apogeo de su autosatisfacción y su orgullo nacionalista que, como en los cuentos de hadas, se reproducía a través de un discurso dulce, desde arriba hacia abajo.

Seguramente porque en aquellos tiempos (de pobreza rampante en la mayor parte de su población pero todavía con un fuerte sentido aristocrático) las discusiones políticas y sociales eran mínimas o intrascendentes, los intelectuales con alguna inquietud social se dedicaban a dar consejos a los reyes. En Política de Dios, gobierno de Cristo, tiranía de Satanás (1626), Quevedo formula y detalla el ideal del gobernante, apoyado, con frecuencia, en los Evangelios.[1] En gran medida, este libro se demora en largas arengas teológicas con comentarios bíblicos sazonados con citas latinas, que es lo único que quedó el humanismo anterior. Su discurso es oscuro y retorcido, como Francisco Cascales advirtiese con respecto a Góngora más o menos por la misma época. Quizás porque los Evangelios prescriben no mencionar el nombre de Dios en vano, Quevedo lo menciona una decena de veces en una sola página, en la 49.

Desde el primer capítulo, Quevedo se despacha con pensamientos como “El entendimiento bien informado guía la voluntad, si le sigue” (41). Luego de detenerse en la historia de Caín (44) y en el pecado de la enviada, advierte que “grandes son los peligros del reinar” (45). Como ha sido parte de una larga tradición de cientos y miles de años, siempre se exonera a los reyes y se culpa a los mandos medios o se excusa a aquellos por las malas influencias de los consejeros, lo cual recuerda la figura del príncipe de las tinieblas, el eterno consejero.

Nada diferente al resto de los escritores dorados de este siglo, el misoginismo no podía faltar en ningún análisis políticamente correcto: “en dexandole Dios consigo [Eva a Adán] sirvió a la muger con la sujeción y obediencia” (49). La sujeción y la obediencia al hombre eran claras virtudes que Dios habría dado a las mujeres. Por supuesto, medio siglo antes Santa Teresa estaba totalmente de acuerdo.

Según Quevedo, los reyes deben saber quiénes los están robando (57-58), ya que Jesús hizo lo mismo cuando una mujer lo tocó y “sintió salir virtud de Él” (56).

En el Capítulo V, Quevedo lo hace más explícito y se apoya en la justificación que hace Jesús ante Judas, quien le había preguntado por qué dejaba que una mujer le echara un perfume caro a los pies y no se lo vendía para darles a los pobres, como era su prédica. Quevedo lo traduce a su gusto o al gusto de su rey: “Ni para los pobres se ha de quitar del Rey. Ioan 12” (59).

Claro que hay distintas especies de ladrones. Cuando se refiere a los ministros y otros personajes infiltrados en el gobierno, nos recuerda a nuestro propio tiempo y, sobre todo, a los lobbies que contribuyen con los gobiernos de formas tan generosas: “el mayor ladrón no es el que hurta porque no tiene; sino el que teniendo da mucho por hurtar más” (118).

La tarea del rey no es fácil, ni siquiera hoy: “Vna cosa es entre los soldados obedecer órdenes; otra es seguir el exemplo” (63), por lo cual el rey debe cuidar “de que los suyos no pierdan la fe” (63).

De igual forma que Jesús trató con indiferencia a su propia familia, el rey debe hacer lo mismo con la suya. El Capítulo IX, incluso, aconseja que el rey debe castigar a los ministros en público para dar ejemplo, a imitación de Cristo; consentirlos es dar escándalo, a imitación de Satanás (72).

Recién en el capítulo XVIII descubrimos el verdadero propósito de los reyes. “Los Reyes nacieron para los solos y desamparados” (109). “Los necesitados no han de buscar al rey y a los ministros. Igual que Jesús, cuando expulsó a los mercaderes del tempo, demostrando por única vez verdadero enojo, igual debía hacer el rey con aquellos que “con pretexto de Religión hacen hazienda” (112).

Quevedo inicia cada capítulo con una cita y luego se extiende comentándola según las necesidades y los intereses del momento, según la actual práctica de los conservadores de todo el mundo. En el capitulo catorce, un lapsus: “Es tan fecunda la sagrada Escritura, que sin demasía, ni proligidad, sobre vna cláusula se puede hazer vn libro, no dos capítulos” (92).

En todo el libro se asume que el Rey debe ser la imagen de Cristo, ya que el Poder procede de arriba hacia abajo. Esta estratégica confusión entre la cosa divina y la cosa política es una tradición de miles de años y va desde los faraones egipcios hasta algún que otro presidente norteamericano, pasando por los incas y los reyes absolutistas de Europa.

La misma idea tenía el general Francisco Franco, cuando mandó acuñar en las monedas de su tiempo su imagen rodeada de la leyenda “Caudillo de España por la Gracia de Dios”. Igual gritaban los romanos antes de entrar en batalla (“Nobiscum Deus”) y grabaron los nazis en sus insignias (“Gott mit uns”): Dios está con nosotros; confiamos en Dios.

Porque nada sucede sin el consentimiento del Creador. Nada, incluso lo bueno, que parece malo.

 

Jorge Majfud

Jacksonville University

 majfud.org

Milenio (Mexico)

Panama America (Panama)

 


[1] 

. Política de Dios, Govierno de Christo. [1626] Valencia: University of Illinois Press y Editorial Castalia, 1966.

 

La violencia moral en «La reina de América» (Laurine Duneau)

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La reina de America

La violencia moral en «La reina de América» de Jorge Majfud

Laurine Duneau, Université d’Orléans

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La reina de América fue escrita entre 1999 y 2000 y publicada en 2002 en Tenerife, España. En una primera lectura, esta novela trata de una joven española que a principio de los años sesenta es forzada por su padre a emigrar a América del Sur por razones económicas, pero como consecuencia de un amor frustrado en el barco que la llevaba a Buenos Aires y por la muerte abrupta de su padre poco antes de arribar a Buenos Aires, termina siendo arrastrada a la prostitución en Montevideo.

Coincidentemente, los años sesenta significaron cierta recuperación económica de España, debido a una mayor apertura del régimen militar de la época, mientras, de forma simultánea comenzaban a marcar un fuerte declive económico del Cono Sur. Pero, por entonces, la dirección de los emigrantes era todavía hacia el sur.

Aunque los temas pueden considerarse universales (los conflictos sociales e individuales que se derivan de la inmigración, el predominio del poder masculino en distintas esferas sociales, la brutalidad política y la búsqueda de justicia), la novela en sí los aborda desde dramas concretos, individuales y desde múltiples puntos de vista. Para enfatizar este aspecto, el autor no recurre sólo a la narración de múltiples voces sino que, con frecuencia, las mezcla en la misma página con las narraciones de los medios de prensa, orales y escritos, desde los cuales se filtra la voz oficial del poder político o de la cultura popular.

Uno de estos temas centrales es la violencia en sus diversas formas; la violencia que se produce en una sociedad y se materializa en sus individuos. La novela pone especial atención en la violencia moral.

Para el análisis de La reina…, vamos a seguir algunos ejes que me parece importante poner en evidencia. Primero, vamos a analizar el peritexto (títulos, subtítulos, prefacio, dedicatoria, notas). Después, seguiremos con la representación del extranjero; en esta parte cabe subrayar las referencias a Uruguay (país omnipresente en la obra) y a Argentina (donde vive otro de los protagonistas, Jacobsen, y desde donde se inicia la narración de Consuelo, la hija de la prostituta, como una especie de confesión con múltiples flash-backs). Ambos países son uno solo en términos culturales pero también fueron uno solo para las dictaduras que en los años setenta actuaron en complicidad. En una tercera parte, veremos más bien las nociones de «violencia» que están presentes a lo largo de la historia. Y, por fin, tendremos una suerte de entrevista con el autor, ya que tuve la suerte hablar con él a lo largo de mi lectura.

I) Análisis del peritexto

La reina de América tiene riqueza en cuanto al peritexto ya que los títulos, capítulos y subcapítulos son importantes de la narración. También tiene al principio una cita que analizaremos, sin olvidar poner el acento sobre el incipit, es decir, aquella primera palabra o frase que desde el comienzo representa el resto del texto y que por lo general nos adelanten el espíritu del texto.

A) El título de la novela

El título de esta novela es paradójico. Una paradoja es una figura lógica que consiste en afirmar algo en apariencia absurdo por chocar contra las ideas corrientes, adscritas al buen sentido, o a veces opuestas al propio enunciado en que se inscriben. Según la definición del propio autor, «toda paradoja, es apenas una contradicción aparente con una lógica interna»1. Efectivamente, no hay reinas en América (si no consideramos Canadá con su reina en Inglaterra). Este título es una manera de anunciar el viejo sueño de «hacerse la América», propia de los inmigrantes europeos de los últimos siglos, que en muchos casos simplemente fue una cruel pesadilla. En uno de los pasajes más crueles de la obra, se desarrolla un matrimonio entre Mabel, la prostituta, la protagonista aludida por el título, y un imaginario Jacobsen, el joven de origen danés que Mabel había conocido en el barco y que la resistencia primero y luego la muerte inesperada del padre de ella, en Montevideo, convertiría en una ausencia obsesiva. El «príncipe de Dinamarca» es, irónicamente, un anarquista, y la «princesa Mabel», futura reina de América, una prostituta. Esta boda es real en la obra pero es una farsa, una mise-en-scène en un hospital psiquiátrico con el propósito de consolar a Mabel, que entonces ya había caído en la demencia. Todas las amigas de Mabel están presentes pero el novio es imaginario.

Tanto el matrimonio como el título son fraudulentos, como las esperanzas de Mabel y como su aventura americana. En realidad, la reina no es más que una prostituta demente, una pobre mujer humillada por todas las formas posibles, lo que se aprecia a lo largo de casi toda la obra.

B) Análisis de la cita

Si seguimos el orden cronológico en el cual aparecen los elementos del peritexto, entraremos en el análisis de la cita antes de que comience la historia. La cita es la siguiente: «Pero yo creo que en un mundo doloroso el placer no es un lujo sino una necesidad» (129). Esta frase es una reflexión de Consuelo, al promediar el libro, pero el autor la elige para encabezar la novela. El significado nos aporta una clave: en un mundo lleno de dolor, físico y moral, el placer, intelectual o físico, como el sexo (de los enamorados o el sexo comercial del prostíbulo de Mabel) son necesarios para sobrevivir o, al menos, es comprensible. De la misma forma, son comprensibles los vicios de aquellos que han caído en desgracia doble, ya que no es suficiente el dolor de caer al margen de una sociedad que además los juzga y condena, como será también el caso del mendigo que se baña en la fuente del obelisco de Montevideo ante el escándalo y el desprecio de quienes pasan por allí.

C) Los capítulos

Como vimos antes, esta obra se divide en capítulos.

Los capítulos: I AtardecerII NocheIII MadrugadaIV Amanecer son las diferentes etapas de la noche hasta la salida del sol el día después. Al principio el lector puede pensar que estas etapas de la noche tienen relación con Mabel y su trabajo nocturno, pero viendo la estructura misma de la narración de Consuelo, vemos que también se refieren a esas horas de continuas confesiones que hace la hija de Mabel ante el anciano y casi paralítico Jacobsen, que aparentemente se limita a escuchar. Aunque el autor no es la «palabra oficial» de su propia obra, creo que resulta interesante conocer su propia opinión sobre este punto. En el transcurso de mi investigación, me confesó que para él estos títulos son, de hecho,

el ciclo de un día que se reproduce en varios años de los protagonistas, es decir, es el ciclo vital, psicológico y espiritual de luz y sombra, de razón y locura, se vigilia y sueño. También marca el drama de un proceso de progresiva locura (de Mabel y de Consuelo) sometidas a un mundo irracional, autoritario, doloroso (el ciclo, el proceso político de una dictadura que nace y luego muere pero de la que quedan sus consecuencias en la sociedad), con mucha violencia moral, más que física, violencia que en gran medida procede de los valores del patriarcado.

No es casualidad que bajo cada capítulo hay un título que caben analizar.

D) Los títulos de los capítulos

Los títulos le dan unidad a la aparente diversidad de escenas.

En el primero, Atardecer, tenemos el subtítulo «El pecado original». Aunque se refiere al origen de un acto, es un juicio religioso que puede ser ambiguo. En una primera lectura se puede pensar que este título hace referencia a Mabel, a su profesión. En efecto, desde un tradicional punto de vista religioso, el sexo es un pecado y la prostitución mucho más. Por otra parte, la historia se inicia y se desencadena con la huida de España del padre de Mabel, arruinado por los malos negocios. En su huida, el padre arrastra a su joven hija al exilio, la que se enamora en el barco que la lleva a Buenos Aires. Este amor no sólo enfurece al padre, sino que aparentemente provoca su muerte en el puerto de Montevideo, como consecuencia de un ataque al corazón. A partir de entonces, la joven nunca olvidará su amor frustrado y su culpa por la muerte de su padre, y su vida será una verdadera caída en el infierno. También podemos entender que este «pecado original», desde un punto de vista secular, puede entenderse como más violencia, ya que el juicio popular y tradicionalista criminaliza a la víctima. Entonces, el pecado original también puede ser entendido como el pecado que la sociedad comete contra «la pecadora».

El segundo capítulo, Noche, se subtitula «El Anticristo» el que, obviamente, también hace referencia a la religión y sobre todo al «anticristo» que lleva Consuelo en su vientre y del cual lucha por abortar. Ella siente que lleva «la culpa» dentro de su cuerpo y lo expresa de esta forma: «A mí me había tocado cargar con el semen fértil del Diablo y por días enteros estuve obsesionada con liberarme del Anticristo».

Pero, en realidad ¿quién es el Anticristo? ¿Ese inocente que finalmente es abortado (bajo la presión de su padre, el violador, para no hacerse responsable del «producto»? ¿Es el violador o es la sociedad con su cultura machista que produce esos monstruos? Bajo esta lectura crítica, el padre, que en las tradiciones religiosas y psicológicas son la representación de la autoridad, de la ley y representante o sustituto de lo divino, sería todo lo contrario: el padre es el Anticristo, el representante del mal, el instrumento del dolor y de la injusticia.

El tercer título, Madrugada, se subtitula «El eclipse de la razón» y ya no tiene relación con la caída moral, que comienza casi simultáneamente con la novela, sino con el colapso psicológico, con la caída en la locura de Mabel y posteriormente de su hija, Consuelo. Ambos derrumbes psicológicos pertenecen a tiempos diferentes pero coinciden en el mismo espacio literario; la locura de Mabel, la madre, como experiencia narrada, y la locura de Consuelo, la hija, como parte de la misma narración del colapso de su madre. Según el diccionario de la real Academia Española, un eclipse es una «ocultación transitoria total o parcial de un astro por interposición de otro cuerpo celeste» o, en su segunda acepción, es la «ausencia, evasión, desaparición de alguien o algo». Las dos acepciones de la palabra corresponden bien a la psicología de los personajes en ese momento de la novela.

Poco antes de este eclipse o colapso de ambas mujeres, Mabel le entrega la custodia de su hija a Vicente, su primo (quien emigró tiempo después de Mabel pero logró hacer fortuna en una empresa de demoliciones). A partir de entonces, Mabel ya no va a ver a su madre y Consuelo lo resume de esta forma:

Las pocas veces que intenté visitarla al apartamento de la Aguada no la encontré, y me quedé más bien con ganas de no volver más por aquellos barrios que me recordaban la infancia y la humillación, la escuela, el liceo y la miseria. La mentira.
(166)                

Consuelo ya no verá a su madre sino para negarla. Cuando finalmente encuentra a su madre una noche, mientras caminaba con sus compañeros de estudio, el encuentro es el más perfecto y dramático desencuentro:

Hubo un tiempo en que me olvidé de ella y no volví a buscarla. Y pensé que ella tampoco lo hacía. Hasta llegué a pensar que había enganchado algún tipo y que había tenido otros hijos. Pero me equivocaba. Un día la vi en una esquina oscura, cerca de facultad. Yo iba con unos amigos que se rieron de ella porque tenía pintura de labios hasta las orejas y una enorme peluca rubia.Ella debió reconocerme, porque se quedó mirándome un momento. Reconocí sus ojos grandes y asustados que me miraban. La vi más gorda y más vieja, con menos clientes quizá, o con clientes más baratos, con una minifalda roja, espantosa, que le dejaba ver la punta de la bombacha. Pero yo comprendí, después, que ese maquillaje excesivo y de mal gusto no era otra cosa que un disfraz para que yo no la reconociera. Había ido a verme salir de facultad y parecía que tenía frío, aunque no hacía frío.
(167)                

A partir de entonces, Consuelo ya no tiene a nadie con qué contar, está completamente perdida. Además, sale con un muchacho, Abayubá, a quien por alguna razón que no alcanza a comprender admira, pero definitivamente no lo quiere.

Yo sufría porque no lo quería y él sufría por quererme igual. Me daba lástima, pero no amor. Pensé que era algo que podía llegar a aprender con el tiempo, pero me equivoqué: sólo aprendí a complacer, a mentir.
(141)                

Consuelo se encuentra perdida, sufriendo a una aparente incapacidad para querer. Por algún tiempo se aferra a Abayubá, quien a su vez tuvo que sufrir los cambios imprevistos de Consuelo, que por momentos lo enamoraba y por momentos lo castigaba con el silencio y con una indiferencia sin respuestas. Por su parte, Abayubá era más consciente de los problemas sociales que lo afectan que de las complejidades psicológicas de los individuos, según dejó escrito en una carta, antes de suicidarse: «mi tristeza no era una tristeza de mujer. Yo no necesitaba un psicólogo; necesitaba un fusil».

En la oscuridad de este eclipse, Consuelo explora o navega como un barco sin timón en búsqueda de su identidad.

Llegué a pensar que era media rarita; lesbiana, en una palabra. Y me dejé atormentar un largo tiempo por esa idea, hasta que realmente tuve la oportunidad de tener algo con una compañera del colegio y tampoco me gustó nada.
(142)                

Tal vez esta sea una de las constantes psicológicas en Consuelo, que nunca alcanzará a saber qué es lo qué quiere.

En cuanto a Mabel, está perdiendo la razón, está hundiéndose en un círculo infernal de las formas de prostitución más peligrosa, aquellas que le permiten su pobreza, su edad y su nula autoestima. Es, sin duda, el personaje que más sufre la crueldad en sus formas más diversas.

Finalmente, el último capítulo, Amanecer, lleva otro título paradójico, ya que está desprovisto de todas las implicaciones positivas que comúnmente se le atribuyen a esta apalabra. El subtítulo es «El juicio final» y es, en realidad, una falta de juicio: es el final para Mabel y para Consuelo quienes, definitivamente «pierden el juicio», es decir que pierden la razón.

Mabel muere y su lápida continúa el engaño, el absurdo, quizás como en cualquier caso:

Reina de AméricaMadrid – 2 de julio de 1942Montevideo – 21 de octubre de 1983.
(210)                

En su paso por Buenos Aires hacia Estados Unidos, Consuelo encuentra a Jacobsen y comienza la narración de La reina de América. Al terminar la novela, Consuelo reconoce: «ahora voy a emigrar, como lo hizo el abuelo Rodrigo, que también se había venido de lejos para escapar de tanta locura» (138).

Pero, como la anterior, como todas, la fuga es ilusoria. La historia sugiere que Consuelo ya ha caído en la locura y no saldrá de ella. Sólo repetirá la historia de su abuelo, de su madre, incluso sus mismas esperanzas de no repetir antiguos fracasos.

En el breve párrafo final, se mezclan dos espacios, el gato que consuelo ahoga en una fuente de la casa de Jacobsen en Buenos Aires, lo cual refleja su locura casi infantil, y un basurero en Montevideo, donde una rata come parte de la cata que Mabel había escrito para Jacobsen, la cual nunca llegó al destinatario:

El gato asoma un poco a la superficie rompiendo, lentamente, el espejo de agua oscura que no se aclara con las primeras luces de la mañana, y ahí se quedará, casi como un pequeño bulto de hojas de roble, hasta que alguien decida limpiar la fuente. Por su parte, la rata da vuelta sobre su cuerpo y comienza a roer el papel por el lado donde dice ¿O es que la Eternidad se… mientras caen unas gotas del cielo. Pero la lluvia no es lo suficientemente fuerte y la rata continúa comiendo: Eternid…»
(248)                
E) El incipit

El incipit, la primera frase con la que comienza la novela, dice:

Mi madre era una prostituta hermosa -terminó por decir Consuelo, peinando con fuerza los pelos de camello de un pequeño mamut, mientras él miraba la acacia gigante y movía la cabeza sin querer-, hermosa como yo, según decía un novio que tuve, un imbécil que se había acostado primero con ella hasta que se aburrió y no le pareció mal reclamar a la hija y un día se metió en mi cuarto y en mi cama cuando yo ni siquiera sabía su nombre y todavía creía en las historias románticas que leía en las novelas de Corín Tellado.
(9)                

En este incipit encontramos la primera persona del singular. La hija, Consuelo, está hablando de su madre y de sí misma, a quien se define como ingenua. Elincipit tiene una función de resumen y plantea la situación y el tono de la narración: una hija y su madre prostituta. Además sabemos que existe otro personaje; un «imbécil» que se ha acostado con las dos. ¿Violó a la hija? Este primer párrafo ya anuncia la violencia moral que va a ser el núcleo de la novela. Inmediatamente da información sobre el papel de la mujer. Pero, pueden surgir preguntas como ¿quién es el «él» en la frase «mientras él miraba la acacia gigante» (9)? ¿Por qué movía la cabeza sin querer? Y ella, ¿por qué está peinando un mamut? En este inicio de la obra, Consuelo le habla a un hombre (que no conocemos por el momento) en primera persona. Apenas podemos pensar que este hombre es viejo o enfermo por su manera de mover la cabeza sin querer. No podremos saber que Consuelo, la voz narradora al inicio, está en Buenos Aires, hablándole a Jacobsen, el amor idealizado de Mabel, hasta muy avanzada la novela.

Después de haber analizado el peritexto, vamos a ver las representaciones del extranjero en la obra. Como ya hemos dicho, en la obra, los dos países presentes son Argentina y Uruguay.

II) Representación del «extranjero»

Podemos ver al extranjero a través de las alusiones a sus dictaduras.

En este libro construido con diferentes voces, aparecen voces en cursivas que representan las narraciones de los medios de comunicación más omnipresentes como la radio y la televisión. La radio difunde las novedades en cuanto al fútbol y la televisión se hace presente fundamentalmente por la publicidad.

En Argentina y en Uruguay en esa época se usó el fútbol para disimular los problemas políticos de las dictaduras (como en el Mundial de Fútbol de Argentina 78).

Por otra parte, las dictaduras de ambos países actuaron en complicidad al igual que lo hicieron algunos medios de comunicación. Estas voces oficiales o dominantes en la sociedad de la época, se van filtrando entre el drama personal de cada personaje, como si en principio no estuviesen relacionados.

En la celda de al lado a la de Jacobsen [encarcelado por segunda vez, esta vez por un delito real], el Pelado chista y pide silencio, pero Saporitti [un locutor de radio] recuerda que el año próximo se realizará el Campeonato Mundial de Fútbol en la Argentina, por primera vez, y debemos estar preparados para mostrar una buena imagen al mundo… A lo que casi todo el piso Segundo de la cárcel responde, sin hacer caso del Pelado:¡Argentina va’ salir Campeóóón!¡Argentina va’ salir Campeóóón!

Se lo dedicamo’ a todos

¡La puta madre que los-pa-rió!

(172)                

Las alusiones a equipos de fútbol de un lado y del otro, el anuncio de las tormentas, los comentarios periodísticos sobre las actividades de la moda en los balnearios más conocidos de ambos países, ayudan a establecer esta fuerte y trágica relación cultural y política entre Argentina y Uruguay, entre sus capitales, Buenos Aires y Montevideo, separados y unidos por un ancho río.

Los problemas políticos en relación con las dictaduras en la época eran numerosos y no vamos a enumerarlos aquí. Pero podemos ver brevemente algunos ejemplos.

La primera vez Jacobsen es detenido por razones políticas, acusado de anarquista pero sin haberle probado alguna actividad organizada. Es detenido en Buenos Aires, después de su viaje a Montevideo en búsqueda de Mabel. Durante su último viaje a Montevideo, logra su objetivo de encontrar a Mabel, a quién descubre en un restaurante con otro hombre (en realidad con un cliente). A su regreso a Buenos Aires, los servicios de inteligencia del ejército argentino lo detienen. En su interrogatorio reconoce haber ido en búsqueda de una mujer, pero la explicación suena cursi y difícil de creer para los oídos de los militares quienes deciden comprobar la existencia de Mabel. Cuando logran localizarla, la obligan a fotografiarse teniendo relaciones sexuales con los militares de menor rango. En una sesión de interrogatorio en Buenos Aires, el coronel libera a Jacobsen porque, le informa, ha descubierto que su declaración anterior era inverosímil pero verdadera. Como venganza, el coronel obliga a Jacobsen a reconocer a la prostituta de la fotografía, lo que para Jacobsen es un doloroso descubrimiento.

Finalmente Jacobsen, después de descubrir el Ford Falcón del coronel estacionado cerca de un restaurante, toma venganza y mata al coronel en un parque de Buenos Aires y es encarcelado por última vez. En la cárcel, el mundo exterior se filtra a través de una radio que, al mismo tiempo, es escuchada del otro lado del Río de la Plata, en Montevideo.

Siempre relacionado con la dictadura y los problemas de la época, también se ve Argentina a través de su famoso coche Ford Falcón presente en el libro. Los Ford Falcón fueron célebres en los años setenta porque eran usados por el ejército para secuestrar disidentes o sospechosos de serlo2. En La reina de América, antes de la intervención de los militares, Jacobsen había descubierto a Mabel bajando de un Ford Falcón rojo, con un cliente.

Hay también un secuestro pero esta vez no por razones políticas (al menos no de una forma explícita). El hombre, el contador Soto Lorenzo, dueño de una radio funcional a la dictadura uruguaya. A esa altura del relato, Mabel se encuentra en clara decadencia física y psicológica y sube al auto del contador pidiendo ayuda:

Un árbol la sostiene un momento hasta que parece recuperarse y continúa caminando. Cruza una luz roja y, al llegar a la placita triangular de Blanes, un Ford Falcon rojo o verde se detiene y un hombre calvo le hace señales desde adentro. Mabel duda, siente frío otra vez y finalmente entra.Lléveme a mi casa, por favor señor -dice Mabel, mirando hacia delante, y la voz se le quiebra. Adentro siente un calor que no la alivia: el aire está espeso, la radio dice muy fuerte que los estudiantes universitarios, todavía dominados por ideologías extranjeras, se niegan a concurrir a sus clases.Esto le hace muy mal al país, pero sobre todo a ellos mismos, que no comprenden ciertas cosas porque no alcanzaron a vivirlas…

Ya veremos adónde -dice el hombre, sonriéndole y mirando con atención por el espejo, para dejar pasar un auto que le venía haciendo señales con las luces.

Lo siento, señor, no estoy trabajando hoy.

¿A sí? ¿Y la ropa adónde está?

Teniente General Bonino Pérez, muchas gracias por sus declaraciones para radio Libertad.

No, no, por nada. El agradecido soy yo.

Buenas noches.

Ahora el estado del tiempo: inestable, desmejorando por el norte. Se prevén tormentas eléctricas… Hay restos de humo o aliento de cigarrillos y alcohol, y no olvide: Coca-Cola, la chispa de la vida.

(170)                

Pero el contador Soto Lorenzo la lleva a una zona de pinares sobre una playa periférica y la obliga a tener sexo, diciendo que ella es una prostituta. Mabel saca la pequeña pistola que siempre lleva consigo y lo mata. La radio presentará este hecho de una forma que enaltece la figura de la aparente víctima.

SANGUINETTI .-   (Con voz afectada, firme y pareja.) Ampliando la información ya adelantada por nuestro Informativo Central de las nueve horas, estamos en condiciones de informarles que el contador Soto Lorenzo fue cobardemente asesinado de tres balazos a sangre fría.
LARREA.-  El contador Soto Lorenzo, que se había desempeñado hasta el momento como director de esta radio y como Consejero de Estado, fue ultimado de tres balazos a quemarropa en una zona próxima a Lomas de Solymar.
SANGUINETTI .-  Las autoridades arrestaron en las últimas horas a una mujer de iniciales M. M. Z, sobre la cual caen las principales sospechas. La mencionada mujer, estaría vinculada a movimientos subversivos que operaron hasta hace pocos años en ambas márgenes del Plata.
LARREA.-  M. M. Z., de nacionalidad española, había sido vinculada por los Servicios de Inteligencia de Argentina con el grupo maoísta ERRP, que operaba desde la ciudad porteña de Buenos Aires, más precisamente en el barrio de la Floresta. Fuentes no oficiales, dan cuenta de una posible relación de la misma mujer, M. M. Z., con el asesinato en la ciudad de Buenos Aires del coronel Máximo Otegui, consumado hace siete años, en 1972.
(188)                

Estas dictaduras llevaron a violencias de todo tipo. Y en La reina de América, sentimos las tensiones en tiempos de dictaduras y somos lectores y testigos de la violencia moral, omnipresente en toda la obra.

III) La violencia moral

Como vimos, uno de los temas centrales de la novela consiste en este tipo de violencia y su relación con la violencia física. Apenas en el incipit nos informamos que la narradora es violada por un cliente de su madre. La violación o la agresión sexual inician el primer capítulo y es una de las traducciones de esta violencia moral que subyace en toda la novela. Es el ejemplo de una violencia tanto física como moral ya que abre una herida difícil de curar. Según el mismo autor, la violencia física engendra heridas que un día llegan a desaparecer gracias a la cicatrización pero las consecuencias de la violencia moral son mucho más perdurables y más difíciles de visualizar.

Mabel también ha sido violada por un hombre que se creyó en el derecho de desconocer su dolor por ser prostituta. En este caso el abuso de poder es físico (la fuerza del hombre sobre la mujer enferma), social (ella es una prostituta callejera y él un contador reconocido) y moral (la autoestima se ha reducido al mínimo, hasta ser identificada con un objeto sin derecho a la piedad).

Al comienzo de la narración, Consuelo aparece peinando con fuerza un mamut de una forma que revela cierta perturbación o neurosis. El principio y el final de la novela coinciden en el tiempo y en el espacio, y la protagonista (y una de las narradoras principales) confirma esta inestabilidad psíquica cuando ahoga a Voltaire, el gato de Jacobsen, el que pocos años antes había sido rescatado de las aguas en una bolsa de nylon.

Toda la historia que Consuelo narra a Jacobsen es una regresión a un pasado lleno de violencia en el que, como su madre, ha sido sexualmente abusada. Pero Consuelo logra vengarse del Tito (su violador), el que a su vez es violado por un sicario que ella había contratado3. Aquí, la violencia no está en la penetración física del hombre sino en su humillación delante de ella. La humillación, por supuesto, violencia moral y en este caso sirve al propósito de la venganza de la víctima.

IV) Extracto de una entrevista con el autor

Me puede decir ¿cuál fue el contexto en el que escribió el libro? ¿Y si tuvo impacto en la escritura de su libro?

Mi contexto como autor en el momento de escribir la novela fue a fines de los ’90, sin ninguna violencia particular. Una vida normal. Pero yo creo que la «herida» viene de mi infancia, ya que tuve que vivir la violencia moral de la dictadura (y la violencia física también). Eso está resumido en «Tecnología de la Barbarie».

En su libro se mezclan muchas voces con una tercera persona dominante, ¿cómo lo explica?

Sí, correcto. La tercera persona es dominante y luego aparecen muchas otras voces narrativas cuando aparecen diferentes personajes. Incluso algunos medios como la radio se entremezclan (como un juego de cartas) en un contrapunto. En el caso de la radio o la TV, sus voces se distinguen porque están en «italics» (o cursivas).

Yo sospecho que en esa técnica puede haber algo de Los caminos de la libertad, de Sartre. Recuerdo que cuando era muy joven me impresiono mucho «El aplazamiento» (lo leí en español). Sartre combinaba magistralmente varios espacios de forma simultánea en un solo párrafo.

Cuando en su libro se habla de Abayubá, a este chico le gusta mucho Sartre también. ¿Tiene algo que ver con usted?

Tenés razón. Tiene algo de mí pero también de algunos muchachos como yo, que conocí en Montevideo en 1988, 1989. Ellos no iban al liceo (secundaria) ni a la universidad, pero eran bohemios, lectores empedernidos de Jean-Paul Sartre. Cada personaje tiene algo del autor y de muchas otras personas, en diferentes proporciones.

¿Entonces tienen todos sus personajes algo de usted?

No sé si mi «yo» está desparramado entre personajes como Mabel y Consuelo. Puede que haya algo del autor en cada una, pero sospecho que muy poco, desde un punto de vista concreto, como lo es ser mujeres abusadas sexualmente. Nunca he sido mujer ni he sido abusado sexualmente. Pero ellas encarnan todas mis frustraciones sobre la violencia y la injusticia social. Pocas cosas hay más dolorosas, para mí, que el sufrimiento de un niño o de una mujer por razones de violencia moral como lo es la humillación. Tal vez uno soporta más fácilmente la humillación de un verdugo, pero nunca la de alguien inocente, alguien que de principio es más débil, en una familia o en una sociedad…

Como los sueños (al menos es lo que comúnmente asumimos en nuestra civilización occidental), el autor origina cada personaje y cada situación de forma inconsciente o, al menos, con un diálogo intuitivo con su propia conciencia, según una realidad concreta y según una naturaleza general, que es común a todos los seres humanos. Todos tenemos esperanzas y temores, todos tenemos cierto sentimiento de justicia y de venganza, todos amamos y odiamos (aunque en proporciones diferentes; en lo personal he tratado siempre de controlar algún sentimiento tan horrible como es el odio, pero creo nadie puede decir que está libre de haberlo experimentado), etc.

Cuando menciona en un momento de La reina de América «el uruguayo», «es culpa del uruguayo». ¿Quién es? ¿Es un hombre tipo que vive en Uruguay?

En Uruguay siempre se habla de «el uruguayo», que es una especie de personaje inexistente, invisible, que aparentemente contiene todas las características típicas de «un uruguayo». Tradicionalmente se le echa la culpa de todos los defectos, algo así como «chivo expiatorio» (o «cabeza de turco»).

¿Por qué haber elegido un nombre indígena para Abayubá?

En los 60, Uruguay y Argentina «descubren» América Latina (que en realidad se refiere a la «América indígena») y su sentimiento de culpa por su «europeísmo» anterior. Especialmente entre los grupos de izquierda (y tal vez como consecuencia de la Revolución Cubana) todo lo indígena comenzó a ser reivindicado y pasó a ser símbolo de resistencia y de legitimidad. No por casualidad el anterior presidente de Uruguay se llamaba Tabaré Vázquez. Pero al mismo tiempo sigue siendo un valor ambiguo, ya que lo indígena nunca ha dejado de ser étnica y culturalmente marginal. En Uruguay, además, tenemos la triste conciencia de que los indios charrúas fueron exterminados, por lo cual es una ironía que se hable de «garra charrúa» para referirse a los jugadores de fútbol que representan a nuestro país.

Para terminar, ¿por qué usted eligió siempre hablar de fútbol por la radio y de una probable tormenta (meteorología) que está a punto de llegar?

Primero, porque en Argentina y en Uruguay por esa época se usó el fútbol para disimular los problemas políticos de las dictaduras (como en el Mundial de Fútbol de Argentina 78). Segundo, supongo que fue porque expresaba (igual que cuando se habla de moda) un contraste dramático entre la frivolidad de «lo que estaba ocurriendo» en los medios y la tragedia de los individuos como Mabel. Es un contraste, un contrapunto que evidencia la crueldad social, la indiferencia hacia las tragedias que muchas veces los pueblos no ven o no quieren ver. En el caso de los reportes meteorológicos, es por una razón opuesta a la del Romanticismo del siglo XIX. Para aquella corriente literaria, la naturaleza se conmovía junto con las emociones de los individuos. Como La reina de América es una novela más bien cruel, el tiempo, el clima es más bien indiferente a los sufrimientos humanos. Esa indiferencia con que se da el reporte del clima, las tendencias de la moda y los resultados del fútbol representan la indiferencia del contexto con los personajes que sufren.

Bibliografía
  • Diario El País de Madrid, 23 de abril de 1985.
  • Diario La República de Montevideo, 3 de agosto de 2011.
  • Majfud, Jorge, La reina de América, Tenerife, Baile del Sol, 2002.

Notas

 1. Diario La República de Montevideo, 3 de agosto de 2011.

 

2.«Una numerosa partida de Ford Falcon de color verde destinada a la Policía Federal fue requisada por los grupos de tareas destinados al chupamiento callejero de personas (chupar: secuestrar); el Falcon, un coche grande, robusto, vulgar, verde, sin matrículas, con dos antenas y tres tipos dentro sembró el terror en las áreas urbanas. Familias enteras desaparecieron en los chupaderos: los hijos, los padres, los abuelos, los hijos de los hijos… La desaparición de niños secuestrados junto con sus padres, o nacidos en prisión, es otro de los dramas añadidos de las posguerras argentinas» («En el corazón de las tinieblas», Diaro El País de Madrid, 23 de abril de 1985).

3. Según el autor hay un límite entre venganza y justicia; aunque sus métodos y convivencias sociales de uno y del otro son distintos, ambos perciben objetivos casi idénticos.

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La reina de America

 

Una entrevista

Jorge Majfud: «Un novelista no puede tener pudor ni carecer de principios morales»

Cultura y Espectáculos Diario de Avisos,  Santa Cruz de Tenerife, 17 de enero de 2003

 

Jorge Majfud (Tacuarembó, Uruguay, 1969) movió los cimientos de la literatura uruguaya con una primera novela, Hacia qué patrias del silencio (memorias de un desaparecido), donde hablaba sin tapujos de la represión en su país, de los desaparecidos y la dictadura.

Texto: Mª Luisa Pedrós
Foto: Javier Ganivet
 

Después de ese libro, este arquitecto apasionado por el conocimiento, emprendió la tarea de redefinir los límites de la moral en Crítica de la pasión pura, un ensayo de 1998 inédito aún en España. Su segunda novela, La reina de América, abandona el tono filosófico de sus trabajos anteriores para narrar una historia descarnada: la de una joven española que emigra en los sesenta a la América de la bonanza y que a su llegada al continente ve cómo la vida le juega una mala pasada que solo le deja el recurso de la prostitución. 
Por esos extraños juegos de relaciones, Baile del Sol, una pequeña y modesta editorial tinerfeña, puso los ojos sobre la obra de Majfud y en 2001 publicó Hacia qué patrias del silencio y ahora edita La reina de América. Estos días, Majfud visita Tenerife para promocionar la obra. Ayer, en una apretada jornada, dio una rueda de prensa, concedió entrevistas y participó en el ciclo Diálogos en vivo, donde habló frente al periodista Fernando Delgado sobre el arte de fabular. 
Majfud es un hombre de gestos sosegados, casi suspendidos en el aire. Le gusta hablar. Dice que esa es una de sus grandes pasiones: hablar, y pensar. Escuchándolo se tiene la sensación de que no es la misma persona que escribe La reina de América, un libro duro, de lenguaje directo y descarnado. «En mi vida privada soy puritano, pero en la ficción no puedo permitírmelo». 

– Dicen de usted que que tiene vocación de filosofar. Un comentario así habría acabado con su carrera literaria en España. 
«Sí, parece que hoy en día es peligroso pensar. Se nos está imponiendo una cultura de la chatarra donde lo único que le queda al individuo es la capacidad de reflexionar, de preguntarse, de filosofar, en definitiva. La actitud de reflexión es única y siempre es valiosa. Solamente en las culturas donde hay dogmas de pensamiento, económicos o militares, es una actividad desprestigiada. Me cuesta creer que Occidente haya renunciado a una de las características que lo han definido: la valentía individual de cuestionar las cosas. Sinceramente, si para que mis libros se vendieran tuviera que renunciar a eso, no lo haría. Frente a esa mercantilización de la cultura, a esa banalización de la literatura, hay un grupo de escritores que practicamos la resistencia. No nos oponemos a que se publique Corín Tellado, pero nos negamos a que eso se venda a la altura de Saramago, por citar el nombre de un resistente». 

– Un periodista le preguntó a raíz de la salida de Hacia qué patrias de silencio si se sentía un outsider por sus temas y la postura que adopta ante ellos, y usted contestó que no lo sabía. Con La reina de América en la calle, ¿ya tiene hecha esa reflexión? 
«Creo que estuvo en lo cierto, pero aún siendo un outsider pongo el acento en el tiempo que me ha tocado vivir. En el Cono Sur, sobre todo en la década de los 90, ha habido una predilección especial por la historia de siglos pasados, como para evitar analizar esta. Ya lo dijo Francis Fukuyama: «Ha llegado el fin de la historia». No estoy de acuerdo, queda historia para rato porque queda mucho por construir, pero también por destruir. No estoy de acuerdo con la evasión, quiero vivir este tiempo trágico que nos ha tocado y aceptarlo como un desafío». 
– Hábleme de esta frase suya:»Un intelectual útil al partido no es un intelectual, es un payaso entrenado para ganar». 
«En Uruguay la presión para que el intelectual se ponga al servicio del poder es inmensa. Para que cualquier arquitecto, profesor o escritor viva desahogadamente, tiene que pactar con el poder. Muchas veces se me han acercado para pedirme que participe en esto o en aquello y me he dado cuenta que son concesiones, no puedo hacerlo porque no sólo estoy traicionando la confianza de mucha gente, sino la mía propia. Nosotros tenemos dos grandes resistentes que se han negado a dar ese paso: Eduardo Galeano y Mario Benedetti. La gente cree que para los dos ha sido fácil; nadie sabe por lo que han pasado. Nadie recuerda que Benedetti pagó sus primeros ocho libros de su bolsillo». 

– La Reina de América rompe cierta idea romántica sobre la emigración española al continente. 
«Existe el mito del europeo que viajaba a hacer las Américas, a triunfar. Muchos lo lograron, pero otros tantos fracasaron y encontraron una realidad aún peor que la que abandonaban. Eso le pasa a Mabel. Sola y obligada a prostituirse y sometida a un sistema represor del que no escapa porque es violada por un poderoso. Fue duro escribir sobre eso, porque requiere ser muy directo, y yo en mi vida privada soy pudoroso, pero no puedo ser pudoroso cuando en la ficción trato un tema en profundidad. Un novelista no puede tener pudor». 

– En la trama, los años de represión en Uruguay se filtran como un rumor ¿Su sociedad ha superado ya las consecuencias de la dictadura? 
«El miedo persiste, a pesar de que creo improbable una vuelta a la dictadura militar porque no hay interés internacional para eso; sin embargo, la sociedad uruguaya mantiene el miedo. No sabemos dónde están nuestros desaparecidos, ni cómo desaparecieron. Las respuestas se han silenciado y ese silencio es malo porque esa es una deuda moral de nuestra sociedad». 

– Una de las características de la obra es la experimentación técnica:salto de un hecho a otro sin avisos, diálogos sin los guiones tradicionales… ¿Fue deliberada? 
«La técnica sale espontáneamente como necesidad del momento creativo, pero más tarde me sucedió que tomé conciencia de lo que estaba haciendo y seguí empleando la técnica de una manera más consciente». 

– La literatura que llega a España desde América lo hace principalmente de Cuba y Méjico, ¿son esos países los que actualmente generan literatura en el continente o es política editorial? 
«A lo largo de los viajes que he hecho por Hispanoamérica me ha sorprendido descubrir que en literatura existen islas. Los escritores que son reconocidos en el Cono Sur no son conocidos en absoluto en España y a la inversa. En el Río de la Plata no conocemos esos escritores cubanos ni mejicanos. Es una literatura fragmentada en su propio conocimiento».

 

Información complementaria

 

«Los sudamericanos somos europeos en el exilio»

 

Majfud parafrasea a Borges al hablar de la política española con los emigrantes americanos: «Los sudamericanos somos europeos en el exilio».

 

  «El Río de la Plata fue muy receptivo con la emigración española cuando España estaba muy mal y nosotros estábamos muy bien»

 

«Creo que más tarde o más temprano, Europa tendrá que admitir que nos necesita. Hasta ahora, este fenómeno se trata de una manera maniquea, en blancos o negros. El Río de la Plata fue muy receptivo con la emigración española cuando España estaba muy mal y nosotros estábamos muy bien. Nunca nadie les pidió un solo papel. Sé que las cosas han cambiado, y que el orden mundial es otro, pero desde el punto de vista humanitario sería lógico que los españoles fueran condescendientes y ayudaran a esos hijos de España».

Recuerda cómo los que llegaron a Uruguay fueron «acogidos» hasta que se integraron en una sociedad donde «aún casi todos sus dirigentes hablan con acento español». «Para nosotros no hubo diferencias, y quizá porque no teníamos una cultura ancestral, formamos una sociedad plural y mixta»; pero frente a esto, el escritor está convencido de que España no debería temer nada. «Ustedes tienen una cultura lo suficientemente arraigada como para que nosotros desequilibremos esa identidad».

Desde que llegó a Tenerife ha recopilado todas las informaciones publicadas sobre emigración. «Se trata como un tema económico o humanitario, pero no hay un discurso desprejuiciado».

«Hablan de nosotros como prostitutos, delincuentes y corruptos y olvidan que toda la dirigencia de nuestros países son hijos de españoles o de italianos, no pertenecen a ninguna otra cultura muy distinta; somos, como decía Borges, europeos en el exilio. No somos una raza aparte, somos consecuencia de algo». Entre los recortes guarda uno durísimo que habla de los latinoamericanos que podrán optar a la nacionalidad española dejando atrás «latrocinio, machismo, narcotráfico, corrupción, vagancia, irresponsabilidad, prostitución»… No puede seguir leyendo: «No tenemos un gen destructivo, somos náufragos».                             

 

 

 

Antología de Nueva York

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«Edición de súper-lujo, que no sólo tiene a escritoras de primerísima línea como Francis Scott Fitzgerald, Chester Himes. O. Henry, Edgar Allan Poe, Ambrose Bierce y Henry James, sino que cuenta además con escritores actuales de primerísima línea como Lourdes Ortiz, María Zaragoza, Joaquín Leguina José Luis Alonso de Santos, Andrés Trapiello y los mejores escritores actuales de España e Hispanoamérica.

MAR Ed.

De las respectivas obras:© María Zaragoza, Lourdes Ortiz, José Luis Ordóñez, Juan Vivancos
Antón, Jesús Yébenes, Nelson Verástegui, José Luis García Rodríguez, Andrés Fornells, Juan
Serrano, José G. Cordonié, Carlos Augusto Casas, José M. Fernández Argüelles, Andrés Trapiello, Cristina Ruberte París, José Vázquez Romero, Joaquín Leguina, Elena Marqués, Juan Martini, Manuel Gómez Gemas, Fabricio de Potestad, Jorge Majfud, Joseba Iturrate, Vizconde de Saint-Luc, Álvaro Díaz Escobedo, Isaac Belmar, Miguel Angel de Rus, José Luis Alonso de Santos, Tomás Pérez Sánchez, Mar Cueto, Francisco Legaz, Pedro Amorós, Anunciada Fernández de Córdova y Chester Himes con autorización de Himes Literary Estate & Trust.
De las traducciones: © José Luis Gª (inglés)
De la edición: © M.A.R. Editor
Edición y prólogo de Miguel Angel de Rus
Mayo de 2012
http://www.mareditor.com
ISBN: 978-84-939322-5-1
Depósito legal:
Diseño de la colección: Absurda Fabula
Imprime: Publidisa
Impreso en España.

PRÓLOGO
Al hacer una antología sobre Nueva York se puede caer
en la fascinación o en la denuncia, en la descripción alucinada del ambiente turístico o en lo más sórdido de las calles desconocidas en las que duermen a la intemperie los homeless, en el drama-espectáculo de las Torres Gemelas o en el Nueva York de los dulces años en que parecía que el mundo sólo podía ir a mejor y que la ciudad era una fiesta continua. Por ello, en M.A.R. Editor hemos procurado mantener un equilibro entre todas las posturas y entre los autores clásicos, los clásicos vivos, y los autores que se abren camino y que aportan una visión fresca y distinta de una ciudad que fascina o que repele, principal destino turístico del planeta. Por ello se han buscado autores que nos han sido contemporáneos, como el gran Chester Himes, para mostrar el N.Y. más duro; clásicos de los años del gran desarrollo neoyorquino
como O. Henry, Francis Scott Fitzgerald, Edgar Allan Poe, Ambrose Bierce o Henry James; destacados autores actuales
que resultan muy familiares a los buenos lectores, como Lourdes Ortiz, María Zaragoza, Andrés Trapiello, José Luis Alonso de Santos y Joaquín Leguina, y autores de España e Hispanomérica cuya gran calidad no está en relación con la fama, y que nos presentan obras de verdadero interés, como José Luis Ordóñez, Juan Vivancos Antón, Jesús Yébenes, Nelson Verástegui, José Luis Gª Rodríguez, Andrés Fornells, Juan Serrano, José G. Cordonié, Carlos Augusto Casas, José M. Fernández Argüelles, Cristina Ruberte París, José Vázquez Romero, Elena Marqués, Juan Martini, Manuel Gómez Gemas, Fabricio de Potestad, Jorge Majfud, Joseba Iturrate, Vizconde de Saint-Luc, Álvaro Díaz Escobedo, Isaac Belmar, Tomás Pérez Sánchez, Mar Cueto, Francisco Legaz, Pedro Amorós y Anunciada Fernández de Córdova, que cierra este libro de relatos con un curioso poema a los taxis de Nueva York, uno de los iconos culturales del tiempo presente (para bien o para mal), como sabe cualquier amante del cine.

 

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Entrevista de Carlos Parodiz

Ideas y apuntes básicos de Carlos Parodiz para La Unión de Argentina. «Un cronista de los tiempos oscuros« (2/04/2012)

 

 

Carlos Parodiz: Me gustaría comenzar con tus orígenes, sobre todo por tus primeros recuerdos. ¿Recuerdas algún momento en particular de esa época?

JM: Muchos. Uno de los peores, quizás, cuando estaba en el patio de una casa de campo, en 1973, jugando cerca de una vieja carreta. Sentimos un ruido muy fuerte y fuimos a ver qué pasaba. Encontramos a una tía tendida sobre la cama, con un agujero en el pecho. Se había suicidado luego que los militares le dijeran que iban a castrar a su esposo, detenido y torturado en un arrollo de la zona. Creo que una persona es siempre la primera y la última responsable de ese tipo horrible de decisiones, pero no cabe dudas que el contexto era todo lo deleznable como para llevar a cualquier persona al infierno.

CP: ¿Esa experiencia concreta está en tu literatura aparte de algún artículo que anda por ahí?

JM: No de forma literal. El ambiente, casi surrealista, aunque no nocturno sino más bien insolado, está en las alucinaciones que sufre el protagonista de Memorias de un desaparecido (1996) que finalmente huye hacia el norte, por los campos fronterizos y desolados entre Brasil y Uruguay.

CP: ¿Cual fue tu primer contacto con la literatura?

JM: Probablemente fueron las historias fantásticas que suelen contar las personas de campo. Yo nací y crecí en la ciudad, en una ciudad chica, pero mi padre tenía un campo con algunos ranchos viejos y para mí ir allá los fines de semana era una excursión a un mundo fantástico, lleno de misterios. Algo así como las excursiones que luego de joven hacia a la selva mozambicana. Por entonces, todos eran caminos de tierra y la vieja Dodge Power Wagon del 50, creo, aunque era un pequeño monstruo para la época, con frecuencia se empantanaba en los accidentes del terreno. Pero como literatura escrita en sí mismo, recuerdo la lecturas de libros y, sobre todo, del diario que siempre recibía mi padre. Aprendí a leer al revés, antes de ir a la escuela, hasta que el médico recomendó que me sacaran los diarios para controlar mi hiperactividad. Luego, en secreto, disfruté algunos libros de la pequeña biblioteca de mis padres. Mi madre tenía algunos libros de arte que atesoraba con mucho cariño y mi padre, que más bien era un lector de diarios, solía cambiar algunos trabajos de carpintería por libros que casi nunca leía. Según recuerdo, decía que los libros no hacían mal, y si estaban ahí alguien iba a darles un buen uso.

CP: ¿empezaste a escribir por esa época?

JM: Casi. En mi dormitorio siempre había una máquina de escribir que mi padre usaba de vez en cuando. Siempre estaba cerrada con una caja, hasta que en algún momento nos dio autorización de usarla y ya no paré de “tipear”. En aquella vieja Olivetti escribía pequeñas obras de teatro, muy llenas de humor, para mis abuelos que vivían en una granja de Colonia y al que visitábamos todos los veranos, dos o tres meses. Luego pequeños cuentos que invariablemente tiraba a la basura porque me daban mucha vergüenza. No por su contenido sino por el solo acto de escribir ficción, lo cual consideraba una especie de magia que sólo podían atreverse gente muy especial como Jorge Luis Borges, al cual admiraba desde chico por las revistas argentinas que nos llegaban de segunda mano a la granja de Colonia, siempre con expresiones llenas de sarcasmo, ese humor tan típico del rio de la Plata. Pensaba que intentar imitarlo era por lo menos ridículo y, por lo tanto, sólo escribía cuando sabía que en la casa no había nadie. Por entonces aquellas máquinas hacían ruido. Cada letra era un martillazo.

CP: Pero te decidiste por la arquitectura.

JM: Sí, de algo había que vivir. Arquitectura parecía una profesión muy seria. Además en mi adolescencia me atraía por igual la escultura, la pintura como las matemáticas y la teoría de la Relatividad. Pero podría decir que la arquitectura fue para mí un accidente y una invaluable experiencia de vida. Trabajé un tiempo en Uruguay y en el exterior haciendo cálculos y proyectos muy menores, dirigiendo algunas obras sin trascendencia mientras dedicaba casi todo el tiempo a leer, escribir y sobrevivir.

CP: ¿Cómo llegas a Estados Unidos?

JM: Siempre pensé que me iba a radicar en alguna región próxima al rio de la Plata. En el año 1999 una universidad de Nueva Zelanda me otorgó una beca para haer una maestría en arquitectura, pero decidí finalmente renunciar para invertir todo el dinero que tenía en la cuota inicial de un minúsculo apartamento en Montevideo para dedicarme de lleno a diferentes proyectos de construcción de viviendas en sociedad con otros colegas. Pero poco después llegó la gran crisis en Argentina y Uruguay y todo fue de mal en peor. Daba clases en distintas instituciones públicas y con frecuencia no cobraba. Una vez estuve siete meses sin cobrar y cuando pasaba por la capital a preguntar por mi sueldo me decían de muy mala manera que era un pesado, que no entendía que el Estado no tenía los fondos suficientes. Me comí otras humillaciones, que me las reservo. No vale la pena volver sobre eso. Lo cierto es que decidí finalmente aceptar la invitación de un profesor de la Universidad de Georgia para hacer una maestría en literatura allí. Él era un experto en ensayo latinoamericano, había leído mis libros, por lo cual manteníamos contacto y discusiones desde años antes. Sólo tuve que dar los exámenes internacionales de ingreso, en Buenos Aires. Recuerdo que para ahorrar en el pasaje tomé una lancha en Nueva Palmira, creo, y quedamos atracados en varios bancos de arena, porque el rio estaba bajo. Luego, con lo que había ahorrado en Europa, pagué las cuentas que me quedaban en Uruguay y me fui a estudiar otra vez, que era como empezar de nuevo, con la ventaja de que era lo que realmente me interesaba y a mi esposa no le desagradaba la aventura. La primera semana que llegamos, como lo había previsto, nos quedaban apenas cincuenta dólares para resistir hasta mi primer sueldo, que prácticamente me pagaron por adelantado. Al final seguí hasta completar un doctorado y por el momento seguimos por aquí.

CP: ¿Qué grado de libertad tienes en tu trabajo como escritor?

JM: Tal vez más de la que tenía cuando alguna vez en mi propio país, en medio de la necesidad económica, me propusieron un interesante puesto en la administración pública previo a una invitación a una reunión de políticos importantes y, como no fui, luego me retiraron la oferta. Por otro lado, siempre he sido muy crítico de muchos aspectos de la cultura y, sobre todo, de las políticas internacionales de Estados Unidos, con frecuencia brutales. Pero es un error simplificar un país con una etiqueta, como comúnmente se hace desde afuera. Es como decir que los chilenos son Pinochet, los argentinos o Menem o Kirchner, y los uruguayos tupamaros, colaboracionistas del pasado régimen militar, o simplemente acomodados, etc. Estas serían simplificaciones inaceptables o meros insultos. Es más atractivo pensar que todo funciona por orden y agrado del Poder, con mayúscula, pero esto es una percepción simplista y metafísica. En lo personal he escrito innumerables ensayos sobre cómo el poder se filtra en el lenguaje, en las actitudes individuales, históricas, en la cultura popular. Me han dicho que exagero, pero creo que es necesario ser radical cada vez que se hace una crítica o un análisis. Es decir, radical de “ir a la raíz”. Pero por otra parte no podemos simplificar como los políticos que adoran plantear falsas dicotomías: “estás con nosotros o estás contra nosotros”. Luego, súmale los eternos chauvinismos, de acá y de allá. No pocos se jactan de tener las mentes muy abiertas, y se los exigen a los demás, pero el órgano pensante se les cierra como una reacción epidérmica apenas la crítica atraviesa las fronteras nacionales. Eso es universal y trágico. El poder está en todas partes pero no lo puede todo y podemos ver ejemplo de sobra por doquier. No puedo negar que las universidades norteamericanas (creo que las europeas también) son de los pocos lugares donde se puede hacer investigación. Por muchos motivos: porque hay recursos y hay tiempo (¿cuánta investigación puede hacer un profesor que está corriendo de una clase a otra, enseñado treinta horas como a veces ocurre en América Latina? Estoy confiado que esta realidad tenderá a cambiar). Tampoco hay, o no abundan en la academia americana, esos fantasmas de ciertas condicionantes políticas como con cierta frecuencia se ve desde afuera o en algunas películas de Hollywood, que también necesitan emocionar y vender. Como profesor integro el gobierno de mi actual universidad y sé por experiencia propia que si un país poderoso como Estados Unidos es el escenario de choque de diferentes grupos de intereses heterogéneos, las universidades tienen un grado de libertad e independencia que no se encuentra en la mayoría de otros ámbitos laborales.

 CP: ¿Has tenido mentores que influyeran en tu literatura?

JM: Muchos. Ernesto Sábato, Jean Paul Sartre, José Saramago y un largo etcétera.

CP: Cuales creés son los intereses que no deben perderse de vista (como se lee en algún comentario tuyo) y cuán oscuro seguís viendo el tiempo inmediato?

JM: Los primeros intereses que no se deben perder de vistas son los del bien común de un grupo, de una sociedad y, en su máximo ideal, los intereses comunes de la Humanidad. Esta es, además de previsible, una respuesta políticamente correcta. No se desmerece por esto sino, a veces, por otra razón. El problema de una respuesta tan arraigada en la cultura popular es que se subestima otro valor importante, más existencialista: una libertad que para el individuo no sea una libertad concreta es una libertad ficticia. Cuando en nombre de un mecanismo o de un sistema, sea comunista o capitalista, sistemáticamente se frustran los intereses individuales en beneficio de los intereses de un grupo, ese grupo o ese sistema pierde toda su razón humana de ser. Uno se sacrifica por alguien más, sobre todo por la familia, por los hijos. Pero si la lógica es que uno debe renunciar a sus derechos individuales y al goce de un minino de libertad y ello se traducirá en lo mismo en los hijos y los nietos, entonces todas las obligaciones y los intereses del grupo se convierten en un gran absurdo. En un picadero de carne. En esto no soy ni optimista ni pesimista. La humanidad tiene nuevas herramientas de liberación, herramientas que las pueden conducir a una anarquía saludable, pero por el momento se encuentra distraída con sus nuevos juguetes.

CP: ¿Tiene chances de vivir mejor una sociedad virtual?

JM: Las chances que tiene una sociedad virtual de vivir mejor son virtuales. El mundo virtual, el mundo de las comunicaciones interactivas, como lo dijimos hasta el cansancio en el siglo pasado, son la necesaria herramienta para moverse de una democracia representativa a una democracia directa. No solo por las posibilidades de opinar y de votar innumerables veces, sino porque los medios de producción se deberían descentralizar, en el proceso inverso que produjo las viejas ciudades industrializadas, llenas de instituciones semi-fascistas, centralizadas. Internet debería ser la metáfora, aparte de de uno de sus instrumentos, pero, repito, por ahora es más un juguete que una herramienta. La Sociedad Desobediente madurará algún día, No sé cuando, exactamente. En 2002 y 2003 advertimos sobre la debacle económica de Estados Unidos como consecuencia de la guerra en Irak y la gran crisis económica y social que seguiría. Concretamente mencioné un movimiento global sin líderes, como lo son hoy los indignados y los occupy. Pero tampoco creo hoy que este sea exactamente el momento de madurez de ninguno de ellos. Habrá una restauración y otra vez un movimiento hacia la democracia directa. Pero ya no sabría decir cuando podría ocurrir.

 CP: ¿Qué juicio te merece tu obra en tiempos donde la información parece marchar en sentido contrario a la posibilidad de leer?

JM: Mi obra (si se pudiera llamar así) no me merece ningún juicio. He hecho lo que quería hacer. Tal vez me quedé con las ganas de escribir más, no importa. Mientras pueda seguir escribiendo lo haré. Si no pudiese hacerlo, tal vez dormiría más y comería mejor. En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, no creo que hoy la gente tenga menos tiempo para leer. Seguramente tiene más tiempo que un obrero de la era industrial. También tiene más acceso a la literatura que antes. El problema que le veo es el mismo problema del pensamiento publicitario: es una lectura hiperfragmentada, un permanente coitus interruptus. Las nuevas generaciones son incapaces de leer un libro entero. No digo con eso que no haya descubierto algunas otras formas ventajosas, pero entiendo que simultáneamente a lo que se puede defender como un simple “cambio generacional” se está perdiendo un ejercicio intelectual nada despreciable, como lo era poder resistir una maratón de decientas paginas y ser capaces de entender lo que se ha leído. Ahora, cuanto más se sabe menos se comprende. Algunos estudiantes que han acudido a mi oficina en busca de ayuda se defienden con la excusa que pertenecen a una generación “múltiple tarea”, que pueden hablar, textear, escuchar música y reflexionar, conducir y hacer el amor todo al mismo tiempo. Esto sería fantástico si al menos pudieran hacer una de esas cosas mínimamente bien.

CP: ahora parce que no es necesario estudiar porque todo está en Google.

JM: claro, Google y Wikipedia son instrumentos fantásticos. Pero observemos que cualquiera tiene todos esos millones de artículos y datos al alcance de la mano y sólo unos pocos que tienen algunos de esos datos en su cabeza son capaces de inventar teorías nuevas, de crear e innovar en las practicas del mundo de hoy, lo que me hace pensar que la memoria humana no es sólo un banco de datos como una simple computadora. El resto se dedica a cumplir su antiguo rol de consumidores de novedades y baratijas modernas. Es decir, las cosas no han cambiado tanto.

CP:  ¿Cómo se ve el horizonte literario desde tu lugar y porqué?

JM: Desde aquí quizás lo más novedoso es el crecimiento de una identidad literaria hispana dentro de Estados Unidos, como consecuencia no sólo del crecimiento de la población de hispanos que suma más de cincuenta millones, sino por el mayor acceso a la educación que cada vez mas tienen los descendientes de los primeros inmigrantes. Como a lo largo de toda la historia, los ricos no emigran, y estos inmigrantes eran, en su mayoría, pobres y en casos casi analfabetos. Ese fenómeno histórico y cultural necesariamente tenía que tener una traducción en un movimiento cultural progresivamente más fuerte. La cultura hispana y el idioma español han estado en este país desde mucho antes que el inglés y la cultura anglosajona. Eso no es nuevo. Lo nuevo quizás sea la conjunción de todos los factores anteriores en un movimiento histórico que hará propicio una mayor y mejor producción literaria propia de lo que imprecisamente se llama “hispano”.

CP: ¿Lees mucha literatura uruguaya?

JM: Debo reconocer que tengo esa materia pendiente. Mis lecturas uruguayas se han quedado un poco en los ochenta. De etapas más recientes sigo leyendo la producción más reciente de Eduardo Galeano y otros pocos autores como Tomás de Mattos o Gustavo Esmoris. Se que hay muchos otros autores reconocidos como Claudia Amengual, Andrea Blanqué y Mercedes Vigil, pero todavía no alcanzo a leerlos. No es posible abarcarlo todo. De ahí la importancia del trabajo de los buenos críticos.

 CP: ¿Cuales son, hoy, tus dos orillas?

JM: Una es mi memoria, mi identidad, que ha quedado anclada en el Rio de la Plata, llena de buenos recuerdos y de tristes desencuentros. La otra es el futuro de mi esposa y de mi hijo, que han reemplazado casi totalmente mis preocupaciones por mi propio futuro.

Sobre Juan Carlos Onetti

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Las transparencias de un texto

 

«Sospechó, de golpe, lo que todos llegan a comprender, más tarde o más temprano: que era el único hombre vivo en un mundo ocupado por fantasmas, que la comunicación era imposible y ni siquiera deseable, que tanto daba la lástima como el odio, que un tolerante hastío, una participación dividida entre el respeto y la sensualidad eran lo único que podía ser exigido y convenía dar»  (El astillero, 1961)

 

De la primera  a  la tercera persona

 

¿En qué consiste el relato en tercera persona? Podríamos decir que la narración en tercera persona no es otra cosa que la crónica y el comentario cuando el narrador es dios. Un dios que inventa pero ha asumido–o hemos asumido los lectores–que sólo relata lo que observa–un dios pasivo o el Dios de Spinosa. En una obra de ficción, el observador omnipresente es igual al creador (entendiendo por “creador” tanto al escritor como al lector). Pero el escritor/lector crea cada paso que narra y, por un mecanismo que se llama literatura o ficción es convertido en observador pasivo. Paradójicamente, se convierte en un observador que nada puede hacer para alterar el destino de los personajes, el transcurso de los acontecimientos (es el Dios de G.W. Leibniz, de Spinoza, de John Stuart Mill[1]). Si así lo hiciera, perdería inmediatamente su condición de dios omnipresente para convertirse en un dios personal, en el narrador en primera persona. Éste, bien pudiese ser el tipo de narración que se lee en breves pasajes de algunos textos sagrados, como el Antiguo Testamento. Pero nunca aparece con la misma categorización narrativa desde el principio hasta el final de una obra dada, sea de ficción literaria o de ficción/crónica religiosa. Al menos que–ahora de forma consciente–un día alguien se tome el trabajo de escribir una novela bajo estos preceptos–la tercera persona que modifica los acontecimientos e influye sobre sus propios personajes y no se convierte, en ningún momento, en primera persona.

 

Tradicionalmente–dice Franz K. Stanzel–la oposición entre “perspectiva interna y externa incluye la distinción tradicional entre punto de vista omnisciente y limitado. Hay una gran afinidad entre perspectiva externa y omnisciencia, y una incluso mayor entre perspectiva interna y punto de vista limitado. Hay también una gran afinidad entre perspectiva interna y visión interior, pero como conceptos teóricos deben ser separados. Las visiones interiores, que son los pensamientos de los personajes, también pueden presentarse desde la perspectiva externa de un narrador autoral” (Stanzel, 260).

 

Ahora, sólo con la observación absoluta no basta. También es necesario conocer lo invisible: los pensamientos y las emociones de cada personaje. Para ello hay dos caminos: el narrador en tercera persona simplemente puede apropiarse del interior de los personajes, hablar de los otros como si hablara de sí mismo; hablar de si mismo como si fuese otros; o, en su defecto, adivinar esa interioridad basándose en los reflejos humanos de los pensamientos y de las emociones, esto es, los gestos y las palabras–“un leve balanceo de la cabeza denotaba confusión…”

 

Éste es el caso de Los Adioses. El narrador está humanizado en uno de los personajes. Dios se ha hecho hombre para convivir con los misteriosos mortales. Y–al igual que en la tradición teológica cristiana–el narrador omnisciente no pierde al “rebajarse” a la condición de ser humano, sino todo lo contrario: su ganancia es doble: por un lado adquiere los defectos de sus destinatarios –los lectores; por otro, se hace comprensible para los mismos, habla su mismo idioma, el idioma de los defectos, las mezquindades, las imperfecciones. El narrador pasa a ser dato del problema.

 

Fernando Ainsa, en Las trampas de Onetti [2], dice: “La contemplación de lo que hacen los demás es la condición ideal del testigo y forma inequívocamente el punto de vista desde el cual una historia es narrada. En esa misma medida, las novelas y cuentos son relativizados en la formulación de sus posibles verdades y convertios en una hipótesis agresiva de arbitrariedad cierta”. Y más adelante, refiriéndose a Los adioses: Esa relativización por la marginalidad y el aparente desinterés del protagonista en contarla, hace que “una historia sea conocida, sin entenderla bien”. […] “El procedimiento de contar la historia a través de la versión de terceros, pasivos y espectadores de las acciones de los protagonistas principales, permite a Onetti amortiguar la explicación de toda emoción y, fundamentalmente, de toda certeza”.

 

Fenomenología general  de la forma narrtiva

 

El pozo refleja el punto de vista existencialista que se haría célebre por causa de otra novela francesa, La náusea, publicada el mismo año, en 1939. El uso del relato en primera persona no responde sólo a una razón de estilo. Rara vez sólo el estilo, la técnica o la mera invención logran sostener una propuesta literaria más allá de la anécdota. “Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía todo por primera vez. Hay dos carteles, sillas […] Caminaba con las manos atrás, oyendo golpear las zapatillas en las baldosas, oliéndome alternativamente una de las axilas […] Recuerdo que, antes que nada, evoqué una cosa sensilla: Una prostituta me mostraba el hombro izquierdo…” En este caso–como en La náusea–el mundo está visto a través del protagonista-narrador-lector. El lector debe perder su yo e incorporarse a la experiencia angustiante de ser uno-solo-en-el-mundo hasta los límites del solipsismo, donde la existencia del mundo queda reducida a su sospechosa percepción.

 

Aquí el relato se encuentra cerrado y abierto al mismo tiempo: sólo tenemos la perspectiva de una persona que se confunde con el autor-narrador. Por otro lado, si el lector se desprende de la subjetividad del protagonista-narrador quedará más libre de conjeturar: el protagonista-narrador irradia su subjetividad, es posible que se equivoque en sus percepciones, como un demente nos narra un hecho y nosotros, los lectores-intérpretes nos consideramos capaces de separar los hechos de la subjetividad del protagonista-narrador. Diferente, el dios-narrador nos limita esta posibilidad: no podemos saber más que él. De hecho, es probable que el dios-narrador nos esté ocultando datos, hechos, causas, futuras consecuencias. Nos lo oculta para engañarnos, entretenernos o entretenerse él con nosotros. Lo asumimos. El protagonista-narrador puede ser genial, pero en todo momento es un par nuestro, posee nuestra misma condición ontológica. Incluso puede ubicarse debajo del lector, escondido en la forma de un idiota, de un niño, de un déspota o de un inmoral. El lector, entonces, es capaz de ver a través de su protagonista-narrador; ver hechos, verdades y mentiras. El relato ocurre en un nivel próximo al lector, pero el texto se desarrolla, con todas sus lecturas, más allá de esa transparencia, semi-transparencia u opacidad. Ver más y mejor de lo que puede hacerlo el protagonista hundido en su contexto ficticio, alucinante. Sin embargo, lo mismo no es posible–o casi no lo es–cuando nos enfrentamos al dios-narrador. Sólo una lectura meta-texutal podría ir más allá de la narración del dios: es decir, el lector podría advertir posibilidades éticas, ideológicas del texto. Pero si nos remitimos al campo específico de la ficción, la verdad de los hechos estaría controlada y decretada por el dios-narrador. Toda hermenéutica se reduciría a su interior, a su texto: como si una catástrofe mundial hubiese dejado solamente ese texto para que los nuevos hombres y mujeres recuperasen la memoria, una memoria parcial, dirigida por el dios-narrador, incompleta, cierto, pero sería lo única referencia textual de un universo que dejó de existir o existe sólo dentro de los márgenes de ese texto. Ejercicio que no se diferencia mucho del que ejercen algunas sextas fanáticas y religiosas: se cuentan las palabras heredadas, se las congela y toda nueva verdad deberá remitirse a ellas. Lo que el dios-narrador omita no existe; lo que él dice no se contradice.

 

En el primer caso el autor–el escritor–queda absuelto de sus ideas, de sus juicios y prejuicios–: todos recaen en la naturaleza independiente de su creación, de su personaje. Es probable que los méritos del personaje recaigan sobre su creador; no así sus defectos que, paradójicamente, podrían constituirse en las virtudes de la creación. En el segundo caso, una lectura metatextual lo responsabilizará por sus errores.

 

Dentro del texto–Los adioses–existen otros textos, una sociedad de textos a través de cuyas sucias transparencias el lector y los protagonistas deberán ver. Son los diálogos, las cartas que llegan de lejos, los fragmentos “materiales” que también engañan.

 

La transparencia permite ver otras realidades, pero esas realidades están deformadas por su propio cuerpo, por la heterogeneidad de su transparencia, por la suciedad que la oscurece y la confunde: prejuicios, imposibilidad de confirmaciones, creaciones equívocas que no poseen una categoría epistemológica diferente al resto de las confirmaciones verdaderas.

 

En Los adioses el uso de tercera persona no alcanza la categoría del dios-narrador. No ha habido un momento de revelación negativa; desde el comienzo sabemos que el que narra los hechos es uno de los personajes y, por lo tanto, la narración procede desde dentro del mismo texto. Es el texto–a través de una de sus partes–que se construye a sí mismo, como un gusano de ceda entreteje su propio capullo. “[Yo] Quisiera no haber visto del hombre…”  Así comienza Los adioses, ubicando al lector en el lugar que el texto quiere ubicarlo, evitando otro posible juego, otro posible desengaño que bien hubiese sido parte del mismo autor de otros textos. Desde entonces sabremos que es un observador privilegiado, tendrá gran parte de nuestro crédito, pero será víctima también de nuestra crítica y discrepancia. Su categoría ontológica lo permitirá. También permitirá igualarnos con él y, de alguna forma, participar en la narración, introducirnos como lectores-personajes en el texto para participar de la vergüenza de sus errores, de sus prejuicios, que son los nuestros y de nadie más. En ningún momento el autor es responsable de la trampa literaria: no tenemos excusa, el autor está ausente y somos nosotros quienes reconstruimos la conducta histórica y colectiva de enjuiciar hechos y personas por sus apariencias. Esta reconstrucción que hace el protagonista-narrador–y es fuertemente confirmada por el lector–se debe a la misma necesidad humana de unir hechos inconexos, de obtener una estructura coherente en un conjunto caótico, lo cual no es otra cosa que la mismo fenómeno narrativo: dados ciertos acontecimientos, párrafos, capítulos, siempre–o casi siempre–se obtendrá una historia, una conexión muchas veces cautiva de la concatenación de causas-efectos, ya sean físicos, psicológicos o sociales. La reconstrucción nos pertenece a los lectores-observadores, en una novela, en un cuadro o en la realidad fragmentada de una ventana. Los hechos pueden ser dados–si suscribimos cierta idea de realidad exterior–, pero la narración nos pertenece y está construida con los únicos materiales que conocemos: aquellos que aprendimos a manejar en nuestra sociedad, juicios y prejuicios, razones y absurdos que han modelado nuestra identidad y nuestra visión de las cosas y de los otros.

 

Desde el momento en que no somos dioses, todo es objeto de lectura y de interpretación: la mirada de una mujer, la curiosidad de un perro, el movimiento de las nubes. Esa interpretación única es libre: está dirigida por las ideologías y los paradigmas–éticos y cosmogónicos–que forman parte de nuestra existencia individual y social. Lo único absoluto son las diferencias: la lectura de un texto–de una realidad–puede estar condicionada por el propio texto, por la propia realidad o no. En el texto pueden estar incluidas las leyes que regirán la conducta del lector y éstas pueden ser leyes liberales o autoritarias.

 

En el caso de la narración en primera persona estamos ante leyes liberales o democráticas–si se me permite la metáfora–ya que el lector se encuentra más libre de recurrir a un conjunto más amplios de prejuicios–los de su propia realidad, los del resto del Universo humano. Generalmente la narración en tercera persona incluye dentro de su cuerpo la imposición de una visión privilegiada. Si logramos cuestionarla corremos el riesgo de salirnos del texto. Es una herejía y, por lo tanto, seremos expulsados de la sexta. No se puede cuestionar una sola palabra del dios-narrador sin dejar de creer en él, en todo su texto. La narración en tercera persona nos requiera fidelidad ortodoxa.

 

En cambio, al cuestionar al personaje-narrador no nos estamos saliendo del texto: lo estamos reconstruyendo desde dentro del mismo, usando o modificando sus leyes humana de reracionamiento que existe entre cualquiera de los personajes, del personaje-narrador y del lector-personaje.

 

Sobre la independencia de un texto

 

Es verdad que se puede considerar al texto como un universo propio, “independiente” de su autor y del resto del universo. Esta consideración es un ejercicio intelectual totalmente válido, gracias al cual se pueden obtener una riqueza significativa que no se obtendría si nos dejásemos engañar por la idea de que el autor es la palabra autorizada para interpretar su propia obra.

 

Sin embargo, ésta no es más que una formulación ficticia. Sería una falsedad absoluta declarar que un texto puede tener una vida independiente, ya que cada palabra está impregnada de intertextualidades: de historias, sociales y personales. De hecho, eso es lo que se pretende delos Libros Sagrados: la interpretación al pie de la letra pretende que el mensaje dependa del significado de cada palabra, de cada frase, de cada párrafo y de cada metáfora. Sin embargo, como esto es imposible–la independencia metatextual–, toda interpretación se la asienta en el contexto social, político, económico y cultural del lector ya que éste es transparente, es decir, no es percibido por el lector con la intencsidad que podría percibir un cambio semiótico, como ser la interpretación “aparentemente” contradictoria de una orden o prescripción atendiendo “rigurosamene” al contexto socio-cultural original. Lo cual es un error flagrante cuando se busca la intención original del texto y no el mero proselitismo o la justificación teológica de una determinada sexta.

 

Es, en este sentido, que me animaría a firmar que para una exhaustiva revisión e interpretación de una novela–o cualquier otra obra de ficción–más importante que la consideración del autor lo es la consideración del contexto socio-cultural en la cual se concibe la obra. Desde este punto de vista–el más interesante, creo yo–el autor es casi un detalle prescindible, una anécdota a veces molesta para la literatura y algo interesante para el oficio de vender libros.

 

La tercera persona en Los adioses

 

En La vida breve la conciencia–del texto, del autor–acerca de este juego de transparencias, de puntos de vistas narrativos, nos hace un guiño que es resumido por Rodríguez Monegal[3]: “Y si Onetti crea a Brausen, por un acto de imaginación (…) Brausen crea a Juan María Arce y, luego, a Díaz Grey por un expediente similar” Y, más adelante: “[En Los adiosesintenta una nueva forma de narración: el relato en tercera persona que, sin embargo, asume un único y exclusivo punto de vista. […] Aquí la perspectiva desde la que se ve toda la novela, está fijada por un personaje secundario, que equivale a un testigo y es, realmente, un ‘narrador’. La distinción entre autor y narrador es mucho más clara en esta novela que en La vida breve. Por eso, Los adioses, si bien es inferior a otras novelas de Onetti, es un relato de gran importancia para comprender su visión narrativa” (Monegal, 40)

 

Ahora, entremos directamente a la espesura del texto y cortemos un ejemplo directamente de allí: “El doctor Gunz le había prohibido las caminatas; pero solamente usaba el ómnibus para volver al hotel cuando llevaba en el bolsillo uno de los sobres escritos a máquina. Y no por la urgencia de leer la carta, sino por la necesidad de encerrarse en su habitación, tirado en la cama con los ojos enceguecidos en el techo, o yendo y viniendo de la ventana a la puerta, a solas con su vehemencia, con su obsesión, con su miedo a la esperanza, con la carta aún en el bolsillo…”[4]

 

En este párrafo podemos ver una técnica característica no sólo de Los Adioses, sino de otras novelas de Onetti: El relato en primera persona desde el punto de vista del dios-narrador, es decir, de la tercera persona. De esta forma, el protagonista-narrador no pierde su condición humana, conjetural, pero asume uno de sus defectos como virtud divina: la imposible capacidad de penetrar en la subjetividad ajena, en su intimidad, se convierte en fuente de conocimiento. Este conocimiento será, un nuevo filtro o transparencia. El lector, al despegarse del narrador, deberá decidir la construcción del relato: la información que recibe es sobre el personaje aludido, sobre el narrador o sobre ambos, aunque deformada. De nada–o con efecto inverso–servirá la aclaración que hace una página más tarde: “estaba solo, y cuando la soledad nos importa somos capaces de cumplir todas las vilezas adecuadas para asegurarnos compañía, oídos, ojos que nos atiendan. Hablo de ellos, de los demás, no de mí”

 

Finalmente, las cartas que lee el protagonista-narrador es capital para la “resolución” de la trama. O, mejor dicho, sólo para “completarla”. Las cartas poseen una categoría material superior a las conjeturas del narrador. Su lectura es la misma que hubiese hecho un dios-narrador mientras la mujer la estaba escribiendo o mientras permanecía oculta en la oscuridad de un cajón. La revelación por parte de uno de los protagonistas posee un efecto doble: no sólo actúa sobre el lector, sino sobre otro protagonista, en este caso, el narrador.

 

Sin embargo, si bien aceptamos que la carta–el fragmento–es una revelación, el texto incuestionable, al hacerlo no estamos haciendo otra cosa distinta a lo que ya habíamos hecho junto con el narrador: conjeturar. Deducimos o abducimos según relaciones no probadas: la carta debió ser escrita por la mujer imaginada, debió estar dirigida al enfermo, aludía a quien suponemos era su hija, a una relación diferente a la supuesta anteriormente. Adivinamos que hasta el autor–Onetti–asumía los mismos hechos. Pero, en cambio, no lo hace el texto: él nos ha enseñado a desconfiar. No podemos fiarnos de una conjetura ajena donde no hay dios-narrador. Todo son presunciones y prejuicios que el lector–como el narrador–une, construye, arma como un mosaico, inventando las partes que faltan.

 

Onetti: técnica y autor

 

Dijimos que la cosmovisión del autor se refleja en el uso de sus técnicas de escritura. Brevemente, podemos decir que en Onetti el escepticismo y la desconfianza forman un par dinámico que se retroalimenta y genera su mundo propio, que no es más ni menos ficticio que el realismo de los grandes empresarios, de ministros y lustrabotas.

 

En el caso de Onetti, si no fue totalmente consciente de ellos, por lo menos lo dejó expresó con lucidez: “Para Dorotea Muhr, que me ha estado queriendo por más tiempo que ninguna otra, y me ha mentido menos que las demás, y mejor[5] Claro, no es posible ser un sobreviviente escéptico y al mismo tiempo carecer de ironía.

 

José Donoso dice, en el prólogo a El Astillero su mundo abierto pero sofocante nos convence de la existencia de su tiempo y de sus fluctuaciones […[ nos agudiza la emoción al no darnos soluciones, sino proponernos una encadenación de preguntas. ¿Quién las contestará? Nadie, es evidente.”

 

Ahora, el mundo onettiano es abierto y cerrado al mismo tiempo. Desde un punto de vista semiótico, la apertura está dada en la lectura ambigua, plurisignificante. En cierta forma el lector no encontrará interpretaciones amuralladas, nunca será pasivo: deberá interpretar, su trabajo será el de un monje que ejercita la hermenéutica, el de un cabalista que explora otras posibilidades textuales.

 

Sin embargo, desde un punto de vista existencial, se podría decir que el mundo onettiano está cerrado. Lo han cerrado la falta de esperanzas, de redención, el escepticismo. ¿Es contradictoria la técnica con la visión cosmogónica del autor? No, en absoluto. ¿Qué infierno más temido puede haber que la duda y la infinita ambigüedad, la indefinición? ¿Qué universo más cerrado puede haber que el laberinto, por más amplio que sea–por su misma amplitud?

Jorge Majfud

 

Bibliografía

 

  • Ainsa, Fernando. Las trampas de Onetti, University of Yale, 1970
  • Onetti, Juan Carlos. El astillero. Seix Barral, 1978.
  • Onetti, Juan Carlos. El pozo, para una tumba sin nombre. Ed. Seix Barral, 1979
  • Onetti, Juan Carlos. La vida breve. Sudamericana.
  • Onetti, Juan Carlos. Los adioses. Ed. Grijalbo Mondadori. S.A. Barcelona 1995
  • Rodríguez Monegal, Emir. Prólogo de Obras completas de Juan Carlos Onetti. Ed. Aguilar, Madrid 1979.
  • Saer, Juan José. Más allá de las modas. Phcuentos Nro. 1
  • Stancel, Franz K. Towards a Gramar of fiction, 1978.

 

 


 

[1] Guillermo de Conches decía que Dios podía hacer un ternero del tronco de un árbol, pero jamás lo había hecho.

 

[2] Ainsa, Fernando. Las trampas de Onetti, University of Yale, 1970.

 

[3] Rodríguez Monegal, Emir. Prólogo de Obras completas de Juan Carlos Onetti. Ed. Aguilar, Madrid 1979.

 

[4] Onetti, Juan Carlos. Los adioses. Ed. Grijalbo Mondadori. S.A. Barcelona 1995. Pág. 40.

 

[5] Saer, Juan José. Más allá de las modas. Phcuentos Nro. 1

 

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Escritura y civilización

An inscription of the Code of Hammurabi

Código de Hammurabi

La civilización de la escritura

 

La invención de la escritura (3.500 a. C.) no solo posibilitó el registro de datos; también provocó una revolución metafísica, difícil de igualar por cualquier otro invento: el tiempo mitológico fue reemplazado por otro “histórico”, y con ello todo un mundo se derrumbó para dejar paso a otro.

No es cierto de que con la escritura comenzó el registro de las acciones humanas. Mucho antes las creaturas conservaban su pasado en un tipo de memoria colectiva, transmitida de forma oral. Para su conservación, este tipo de memoria implicaba una perpetua repetición y en este tránsito los registros sufrían modificaciones. Sabemos que estos cambios no eran arbitrarios y que se producían en beneficio de cierto arquetipo: el mito. Como lo mostró el rumano Mircea Elide, las culturas arcaicas no soportaban la historia; la anulaban traduciendo los hechos reales en arquetipos mediante la repetición. Incluso en nuestro tiempo, un acontecimiento concreto no persiste dos siglos en la memoria colectiva sin perder su particularidad histórica, tiempo que deberíamos reducir a unos pocos años si consideramos los grandes ídolos populares del siglo XX. La mentalidad arcaica solo conserva lo general y echa al olvido los datos particulares. Esa costumbre de la mente humana está aún entre nosotros. En su Historia de la eternidad, J. L. Borges, libre de las supersticiones de la modernidad, olvidando o contradiciendo el existencialismo de la época, observó: “Lo genérico puede ser más intenso que lo concreto”. Acababa de analizar el platonismo y recordaba: “De chico, veraneando en el norte de la provincia, la llanura redonda  y los hombres que mateaban en la cocina me interesaron, pero mi felicidad fue terrible cuando supe que ese redondel era pampa y esos varones gauchos”.

Así como en diferentes culturas encontramos las mismas pirámides, también encontramos el relato de la Creación como las diferentes versiones de una misma historia. La memoria oral, imprecisa y fugaz, recurría al arquetipo, a la estructura “natural” de las primeras culturas.  La invención de la escritura supuso un largo proceso y sus consecuencias no fueron tan inmediatas como las que provocó Edison con cualquiera de sus juguetes. Los antiguos mitos y, sobre todo, la conducta mitológica de la mente arcaica  se conservaron en las novedosas tablas de arcilla de Sumeria y en los papiros de Egipto. Pero desde entonces el tiempo dejó de ser circular e impreciso. Los hechos individuales comenzaron a ser ordenados según su orden de precedencia. Los semidioses e intelectuales del Nilo ampliaron y elevaron la antigua obsesión de conservar el cuerpo de sus muertos: mejor, comenzaron a conservar sus memorias; hazañas, desdichas, historias familiares e historias del imperio. Más al oriente, Sargón y Hammurabi se sumergieron en las profundidades del tiempo, pero ya no dejaron de ser hombres concretos, los autores de leyes y victorias en el campo de batalla. El olvido ya no era posible y ellos, que no querían ser olvidados como sus vecinos hindúes, se ocuparon en anotar hechos, fechas y nombres.

Cuando Hegel describió el espíritu indiano (hedonista, sensual y onírico), lo que hizo fue describir las propias fantasías europeas sobre aquel país exótico de donde provenían los más intensos aromas, no el espíritu hindú. Pero advirtió una característica significativa: los hindúes carecían de las preocupaciones historiográficas  de  otras naciones. Con frecuencia los describe como desproporcionados mentirosos. “Los indios —escribió— no pueden comprender nada semejante a lo que el Antiguo Testamento refiere de los patriarcas. La inverosimilitud, la imposibilidad  no  existen para ellos”. Luego recuerda que, según la memoria hindú, existieron reyes que gobernaron miles de años. Cuenta, por ejemplo, que el reinado de Wikramâdiya fue un momento glorioso en la historia de India. Pero también se supo que hubo ocho o nueve reyes con este mismo nombre en un periodo de 1500 años. Inverosímil, se lo atribuye a un defecto de la numeración decimal que toma fracciones por números enteros. Señor, a cualquier pueblo se le puede atribuir este desliz matemático, menos  a los inventores del cero. Bueno, pero Hegel hizo otras observaciones importantes: los hindúes, que alcanzaron gran fama en literatura, álgebra, geometría, astronomía y gramática, descuidaron por completo la historia. La mayor parte de lo que se conocía de la historia india en tiempos de Hegel había sido escrita por extranjeros.

Este desinterés por la historia de los hindúes se explica por su propia concepción del tiempo: profundamente mitológico, circular como el samsara. Porque en India, aún hoy, la realidad más concreta está vista a través de la doctrina de los ciclos cósmicos que lleva a las almas a transmigrar y al Universo a regenerarse eternamente, incluyendo en la misma rueda a  las creaturas, a los dioses y a las piedras. “El hombre indio —observó Spengler— lo olvida todo. En cambio, el egipcio no podía olvidar nada. No ha habido nunca un arte indio del retrato, de la biografía in nuce. La plástica egipcia, en cambio, no conoció otro tema”. Hay que agregar otros ejemplos: la escultura idealista de la Grecia clásica y la escultura retratística de Roma. El primero, un pueblo mitológico; el otro, obsesivamente histórico.

El sánscrito es una de las lenguas más antiguas que se ha dado la Humanidad. En su uso y perfección maduró una poderosísima cultura, la india, mucho antes de la aparición del sánscrito escrito. El pueblo hebreo, en cambio, está marcado por la escritura, y ello se debe a que se formó y maduró (no antes del 1250 a. C.) sobre una poderosa tradición escrita; tanto si consideramos la tradición egipcia en Moisés como la civilización sumeria en Abraham.

Jorge Majfud

majfud.org

Milenio, II (Mexico)

Sexto continente RTVE

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RTVE

Sexto continente RTVE

Sexto continente – Lourdes Ortiz,’Ojos de gato’ – 10/06/11

¿Cómo ve la realidad de nuestro tiempo la mujer española, urbanita y de edad media? ¿Siente como los hombres? ¿Somos, los machos, más primitivos? Nos lo aclara Lourdes Ortiz, que acaba representar su libro de relatos, Ojos de gato.

Juana Escabias nos presenta su libro de relatos Adúlteras, en el que nos descubre que toda mujer puede haberlo sido alguna vez en su vida, aunque sea ‘de pensamiento’.

El uruguayo Jorge Majfud nos lleva a meditar sobe la tristeza del indio, la melancolía del gaucho, la miseria de las clases medias y la necesidad de disfrutar de la alegría.

Vera Kukharava nos trae diversas definiciones del Diccionario del Diablo, de Bierce.

Hablamos con José Luis Sánchez Hernando del poemario Itinerario del Milagro y con Irene Jiménez de su libro de relatos Lugares comunes.

Sexto Continente se mueve al ritmo de músicos cubanos.

Crisis (IV)

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Crisis IV (Spanish)

Crisis (IV)

 

 

 

Saturday September 20.  Dow Jones: 11,388

San Francisco, California. 5:30 AM

 

We were feeling really laid back at Lilian’s party when he arrived with his usual two little friends, Patrick and the other guy whose name I don’t remember.  I asked Lilian if she had invited them and she just laughed, which in this case meant no, or that she had no choice but to invite them.  I had never had problems with Nacho before so don’t come at me with that stuff about animosity or predisposition, much less premeditation.

It wasn’t premeditated.  Nacho Washington Sánchez had come to the party with a gift for the young girl who was turning fifteen two days later.  Her parents had moved the celebration up so that it would fall on Saturday the 14th, and as a reward for her good grades.

Nacho Sánchez, Santa Clara, 19, had gone back to school at the age of almost twenty, after spending a time in a Georgia chicken factory.  And this time he had come back with enough maturity and motivation to carry him to the second best grades in his class.

According to his friends’ statements to the police, Nacho didn’t go to the party because of Lilian but because of Claudia Knickerbacker, the Chilean friend of the birthday girl.  And if he said goodbye to miss Wright with a hug and a kiss on the cheek, that didn’t mean anything.  Or it didn’t mean, like George Ramírez yelled at him, sexual harassment.

—The thing is that George speaks less and less Spanish all the time and he forgot or acts like he forgets that we Latinos hug and kiss more often than Yankees do.  The other stuff is inside the head of one of those repressed people who see sex everywhere and try to surgically remove it with a pair of hot tongs.  It’s true that before heading for the bus stop Nacho turned around and told him that George wasn’t a Mexican-American anymore because in Calabazas North the “Mexican” part had fallen off of him.  It wasn’t necessary, but it was after tolerating like a prince the insults that George had thrown at him since he left the Wrights’ house.

—What insults?  Do you remember any of them?

—He said to him that Nacho was a child abuser, that Lilian was still only fourteen years old and that he was going to report him to the police and he followed him around threatening him with the telephone in his hand.  Without turning around Nacho told him, sure, call 911.  The others were coming up behind.

—How many were they?

—Five or six, I don’t remember exactly.  It was dark and I was really scared that there would be a fight and we would all get pulled in.  We were about a hundred yeards from the bus stop and the bus was waiting for the light to change a block away and George decided to yell at him that he wasn’t going to call 911, but the Migra instead.  Everybody knew that Nacho’s parents were illegals and hadn’t gotten papers for as long as Nacho could remember, which was why, even though he was a citizen, he always avoided run-ins with the police, as if they would deport him or put him in jail for being the child of illegals, which he knew perfectly well was absurd but was something that was stronger than him. When his wallet got stolen in the metro to the airport he didn’t report it and chose to go back home and he missed his flight to Atlanta.  And that’s why you could say the worst to him and Nacho always kept his cool, biting back his anger but never lifting a hand, and he was strong enough to knock out a mule if he wanted to.  Not him, of course, he wasn’t illegal and the others must have known it.  But the ones coming from farther back, including John, Lilian’s older brother, who heard the part about “the Migra” and the part about “sexual harassment,” and he caught up with George who stood out because of his size and his white shirt…

—Do you want them to bring you some water?

—I started walking faster, saying that the bus was going to leave without us and I got on it.  After that I don’t know what happened.  I just saw through the window, from a distance, that they had rushed at Nacho and Barrett was trying hopelessly to rescue him from the mob.  But Barrett is smaller than me.  Then all I saw were the streetlights on Guerrero and Cesar Chavez, and I sat in the last seat with my cell phone in my hand until I got home.  But Nacho never answered any of the messages I left him asking him to call me back.  Nacho said good-bye the way he did because he was happy.  She had invited him so he would have a chance to ask the Knickerbacker girl out, and in the kitchen while they were cutting the tres leches cake Knickerbacker hadn’t told him no.  She told him that  they could go out next Saturday and that left Nacho feeling really happy.  He had such a complex because of his prematurely thinning hair at 19 years old, which he thought was sufficient reason for any pretty girl to reject him.  It’s not like the Chilean girl was a model or anything, but Nacho was blindly in love since starting back to school.

—And you?

—I don’t think that such a warm good-bye was because he was happy.  They always come across that way, they don’t respect your personal space.  They say Latinos are like that, but if they come to this country they should behave according to the rules of this country.  Here we just shake hands.  We’re not in Russia where men go around kissing each other. Much less kiss a child like that in front of her parents and all of her friends.  You’re right, her parents didn’t complain, but they also didn’t say anything when George and his friends decided to go out and teach those intruders a lesson. The Wrights are polite and when they saw that Nacho left without causing trouble they decided not to intervene.  But I’m sure they spoke with Lilian afterward, because they looked worn out.  It was because of a moral issue. A matter of principles, of values.  We couldn’t allow some nobody to come and upset the peace at the party and abuse one of the little girls. No, I don’t regret it.  I did what I had to do to defend the morality of the family.  No, it wasn’t my home, but it sort of was.  I’ve been Johnny’s friend since middle school.  No, we didn’t want to kill him, but he was asking for it.  What worse crime is there than abusing a little girl?  He didn’t fondle her, but that’s how they all start.  Them, you know who I’m talking about.  Them!  Don’t coerce my statement, I know my rights.  They don’t know how to respect personal distance and then they lose control.  No, my partents were Mexicans but they entered the country legally and they graduated from the University of San Diego. No, no, no… I’m an American, sir, make no mistake.

(from the novel Crisis)

Jorge Majfud

Translated by Bruce Campbell

 

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La palabra

Con creciente nerviosismo hacía figuras triangulares doblando el papelito donde decía 22-A. Trataba de pensar en las ventajas de la A o de la K sobre las letras intermedias. Estaba seguro que iba a pronunciar la palabra apenas se enfrentase con la mujer de la puerta H.

Esta certeza absurda lo había asustado tanto que sin mirar a ningún lado dio un paso y se salió de la fila. Fingió un malestar. Tomó su maleta y se dirigió al baño. Hizo varios movimientos sospechosos: tomó por un pasillo lleno de gente que se dirigía en dirección contraria; debió forcejear con diez o veinte personas que no advirtieron que alguien iba a contramano. Todos olían a perfume, a limpio. Los hombres llevaban trajes negros y azules. Hasta los homofóbicos llevaban medias y corbatas rosas, porque estaban de moda. Predominaban los perfumes dulces. Alguno, incluso, olía a sandía, pero sin el pegote que produce el azúcar de la sandía secada en la mano. Al menos cinco mujeres llevaban joyas auténticas, con predominancia del oro blanco. Todas se parecían. Todas debían ser hermosas, según los enormes anuncios de belleza de las vidrieras de los free shops. Labios carnosos de una boca que podría abrirse y tragar a una persona. Ojos gigantes de párpados sin arrugas.

Aunque había nacido allí, aunque había vivido cuarenta años allí, 22-A se sentía extranjero, o algo le llamaba la atención. Estaba perturbado por ofender la rigurosa rutina; ultimamente no había cumplido con los servicios habituales de los domingos; una reciente experiencia en la montaña —estuvo una semana sin conexión, alejado por un accidente climático de todos los índices que más ama— lo había mantenido bajo una leve pero sospechosa fiebre. Su nuevo estado se revelaba con enigmáticas freses, quizás pensamientos. “Un día para Dios —le decía a un amigo de la bolsa—; seis días para el Dinero”.

Tomó por otro pasillo sólo por salvarse de la corriente que lo arrastraba en un esfuerzo comprometedor. Aunque no sabía hacia dónde estaba la batería de baños que había usado media hora antes, caminó simulando seguridad. Después de varios cambios de dirección que debieron percibir las cámaras ocultas en oscuras esferas de navidad, dio con unos baños.

Entró en un gabinete arrastrando el carrito de su maleta y se forzó a orinar. Pero no tenía nada para hacer y temió que del ducto de aire lo estuviesen vigilando. Un agujero negro no revelaba la presencia de ningún ojo de vidrio. Ni su ausencia tampoco.

Los diálogos obscenos de los años sesenta que durante años fueron borrados por la rigurosa higiene moral en curso, comenzaban a regresar de una forma más digna. Con letras impresas de impecable color rojo, la empresa W quería recordarle al feliz orinante que el mundo estaba en peligro y necesitaba de su colaboración. Enfrente, en la puerta, otra leyenda prevenía al defecnate de turno de los engaños de toda forma de alivio y de la necesidad de una permanente alerta máxima.

Guardó el pene con pudor y salió, absurdamente nervioso. ¿Qué diría si alguien lo detenía y lo interrogaba? ¿Por qué estaba nervioso? Si no tuviese nada para ocultar no tendría motivos para esa palidez en el rostro, para ese sudor revelador en las manos.

Mientras se lavaba las manos pudo verlo. Esta vez sí, había una pequeña cámara. O fingía ser una cámara, no importa. Como esas semiesferas que cuelgan en las grandes tiendas. De diez, tal vez una tenga una cámara que vigila. Lo importante no es que exista o no, sino que nadie pueda afirmar con certeza si existe o no. Una especie de agnosticismo de la mirada ajena era el mejor freno a los instintos más bajos. Vigilancia que nadie podría acusar como violación de privacidad, porque todos aquellos eran lugares públicos, incluido el sector del baño donde la gente se lava las manos. Las cámaras (o la sospecha de las cámaras) estaban ahí para seguridad de la misma gente. De hecho nadie estaba en contra de este sistema, sino todo lo contrario. Habría que imaginar qué terrible sería si no existiesen esos puntos de control. Quienes de vez en cuando se atrevían a imaginarlo se horrorizaban o escribían voluminosas novelas que se vendían como pan caliente.

Por alguna razón, 22A comprendió que ir al baño y no poder orinar no podría ser nada extraordinario. Menos sospechoso. Esta idea lo calmó. Tocándose el estómago, luego la cabeza, tratando de pensar qué podía haberle hecho mal, salió de nuevo en dirección a la puerta H.

—El monstruo debe morir. ¿Qué opina usted?

—¿Cuál monstruo?

—¿Cuál más? Barbasucia.

—Oh, cierto, Barbasucia, el monstruo…

—Duda de que es un monstruo?

—¿Yo? No, no dudo. Es un monstruo.

—Entonces, ¿por qué pregunta cuál monstruo? ¿Estaba pensando en Barbavieja?

—Bueno, no. No precisamente.

—Qué otro monstruo podría merecer ser juzgado en un tribunal como el que juzgó a Barbasucia? ¿Puede explicárselo a la audiencia de Tú Noticias Show?

—Bueno, no sé…

—Pero duda.

—Sí, claro, dudo. Dudo firmemente.

—Increíble. ¿En quién está pensando?

—No puedo decirlo.

—¿Cómo que no puede? ¿No vivimos en un mundo libre, acaso?

—Yes, Sir. Vivimos en un mundo libre.

—Entonces diga lo que está pensando.

—No puedo.

—¿Acaso no es libre de decir que Barbasucia y Barbavieja son dos monstruos?

—Sí, señor, soy libre de decirlo y de repetirlo.

—¿Entonces?

—¿Soy libre de decir todo lo que pienso?

—Por supuesto. ¿Por qué lo duda?

—Cualquier cosa que diga podría ser usado en mi contra. Es mejor ser una buena persona.

—Claro, libertad y libertinaje no son lo mismo.

—Yes, Sir.

—¿Me va a decir lo que estaba pensando?

—Yes, sir.

—¿Estaba pensando que gracias a Dios los dictadores son juzgados por la justicia?

—Sí, señor. Siempre he pensado que todos los dictadores deberían ser juzgados. Me apena un poco que algunos se escapen siempre.

—Excelente. El problema es que no vivimos en un mundo perfecto. Pero sus palabras son muy valientes. Claro que semejante acto de rebeldía no hubiera sido posible bajo una dictadura monstruosa como la de Barbasucia o la de Barbavieja.

—Sí, señor.

—¿Se da cuenta que puede decirlo libremente?

—Sí, señor.

—¿Alguien lo está torturando para decir lo que no quiere decir?

—Señor, no señor.

—Comprende, entonces, el valor de la libertad?

—Sí, señor.

—Excelente. Volvemos a estudios y seguimos con Tú Noticias Show, donde Tú eres la estrella protagónica. ¿Me escucha Rene? ¿Aló me escuchan?

Pero no se puso en la fila que estaba esperando para ingresar. Quiso saber si estaba seguro de sí mismo. Por un instante se sintió mejor, ya no tenía los síntomas del pánico. Pero todavía no había alcanzado la certeza de que aunque lo obligaran, no iba a pronunciar la palabra. Sabía que bastaban fracciones de segundo para pronunciarla. Fracciones que habían sido fatales para mucha gente que, ignorantes del peligro, ignorantes de las consecuencias de sus actos, se habían atrevido a usarla en broma. Sabía del caso de un senador extranjero que había entrado en una tienda para comprar una pluma. Cuando pasó por la caja la empleada le preguntó qué era aquello. ¿Para qué diablos preguntó eso? ¿No sabía que una pluma se usa habitualmente para escribir? Aún si la pluma tenía otras funciones, por ejemplo sexuales o para servirse el pan en el desayuno, ¿qué le importaba a ella para qué quería ese objeto diminuto que se vendía en su propio negocio? Es decir, en el negocio de alguien que ella no conocía pero para el cual trabajaba día tras día bajo de aquellas luces que no permitían saber si era de día o de noche, como en los gallineros industrializados donde las buenas ponedoras no ven nunca la luz variable del sol.

Una pluma señorita. Eso debió responder el senador. Pero no, el muy torpe dijo la palabra, como si la ironía fuese reconocida por la ley. Qué tonto; la ironía sólo es reconocida por la inteligencia. Si aquello fuese aquello el senador no lo hubiese dicho. Lo dijo porque aquello no era aquello y decirlo debía ser gracioso, como cuando los surrealistas ponían en un museo una pipa y de título Esto no es una pipa.

El senador tuvo suerte porque era senador. Su país pagó una fortuna y lo dejaron libre después de varios días de cárcel. Un pobre diablo quién sabe qué. Un pobre diablo tiene que cuidarse mucho de no decir la mala palabra y, además, no parecer que está a punto de decirla.

Apenas llegó a este punto se dio cuenta que decirla era cuestión de una leve distracción. De una leve traición, de esas que un hombre o una mujer enferma suele ejercer contra su misma integridad física, arrojándose de un balcón sin razones o estampándole un beso a la mujer más puritana del continente, que al mismo tiempo es la jefa de quien depende el trabajo y la vida de un pobre diablo, un diablo enfermo.

Se puso de pié casi con rebeldía. Se puso de pié sin pensarlo. De repente se descubrió de pié, rodeado de gente que sin detener su marcha apurada lo miraba como si estuviese rayado. Comenzaba a parecer sospechoso, ahora ya no solo sospechoso para sí mismo sino para el resto de la gente. Se dio cuenta de que lejos de favorecerlo la prórroga y la meditación le estaban haciendo mal. En malas, en pésimas condiciones llegaría a la mujer de la puerta H. Se enfrentaría a la menos linda de todas las funcionarias y le diría la palabra. Cuanto más pensara más probabilidades tendría. ¿No había estado pensando en ir a la puerta H cuando de repente se vio a sí mismo parado, de un salto, al lado de su maleta gris y de las demás personas que lo veían pasar?

De repente, sin recordar los pasos anteriores, se encontró frente a la mujer de la puerta H que le preguntaba:

—¿Algo para declarar?

A lo que respondió con un silencio que sospechosamente se iba alargando.

La mujer de la puerta H lo miró y miró al guardia. El guardia se acercó sacando un transmisor de la cintura. Enseguida aparecieron dos más.

La mujer repitió la pregunta anterior.

—Algo para declarar?

—Paz —dijo.

Los guardias lo tomaron de los brazos. Sintió que unas pinzas hidráulicas le cortaban los músculos y finalmente le partían los huesos.

—Paz! —gritó esta vez— un poco de Paz, sí, eso es, Paz! ¡Paz, carajo! ¡Paz, la concha de tu madre!

Los guardias lo inmovilizaron con una dosis eléctrica de alto amperaje.

Fue acusado ante tribunales de atentar contra la seguridad pública y más tarde condenado por haber ocultado a tiempo la palabra con la palabra Paz, que también es peligrosa en estos tiempos especiales. La defensa apeló el fallo recurriendo a alteraciones psiquiátricas, producto de su traumática experiencia reciente en la montaña.

Jorge Majfud, University of Georgia, 2006

Milenio (Mexico)

Del libro Perdona nuestros pecados (Montevideo, 2007) y Algo salió mal (Tenerife, 2015)

Alainet 2008 https://www.alainet.org/es/articulo/128197

الكلمة

بقلق متزايد، كان يرسم أشكالاً مثلثة بثني الورقة الصغيرة التي كتب عليها 22-A. كان يحاول التفكير في مزايا الحرف A أو K على الحروف الوسطى. كان متأكداً من أنه سيقول الكلمة بمجرد أن يواجه المرأة عند الباب H.

هذه اليقين السخيف أخافه لدرجة أنه دون أن ينظر إلى أي مكان، خطا خطوة وخرج من الطابور. تظاهر بالمرض. أخذ حقيبته وتوجه إلى الحمام. قام بعدة حركات مشبوهة: سلك ممرًا مزدحمًا بالناس الذين يتجهون في الاتجاه المعاكس؛ واضطر إلى الصراع مع عشرة أو عشرين شخصًا لم يلاحظوا أن هناك شخصًا يسير في الاتجاه المعاكس. كان الجميع يفوح منهم رائحة العطر والنظافة. كان الرجال يرتدون بدلات سوداء وزرقاء. حتى المثليون كانوا يرتدون جوارب وربطات عنق وردية، لأنها كانت موضة. كانت العطور الحلوة هي السائدة. كان بعضها يفوح برائحة البطيخ، ولكن دون اللزوجة التي يسببها سكر البطيخ المجفف في اليد. كانت خمس نساء على الأقل يرتدين مجوهرات أصلية، مع غلبة الذهب الأبيض. كانت جميعهن متشابهات. كان من المفترض أن تكون جميعهن جميلات، وفقًا للإعلانات الضخمة عن الجمال في واجهات المتاجر الحرة. شفاه ممتلئة لفم يمكن أن يفتح ويبتلع شخصًا. عيون عملاقة بجفون خالية من التجاعيد.

على الرغم من أنه ولد هناك، وعلى الرغم من أنه عاش هناك أربعين عامًا، إلا أن 22-A كان يشعر بأنه غريب، أو أن هناك شيئًا ما يلفت انتباهه. كان منزعجًا من إخلاله بالروتين الصارم؛ ففي الآونة الأخيرة لم يقم بخدماته المعتادة أيام الأحد؛ وتجربة حديثة في الجبل —قضى أسبوعًا دون اتصال، بعيدًا عن كل المؤشرات التي يحبها بسبب حادث مناخي— أبقته تحت حمى خفيفة ولكنها مشبوهة. كان حالته الجديدة تتجلى في عبارات غامضة، ربما أفكار. ”يوم لله“، قال لصديق له في البورصة؛ ”ستة أيام للمال“.

اتخذ ممرًا آخر فقط لينجو من التيار الذي كان يجره في جهد محفوف بالمخاطر. على الرغم من أنه لم يكن يعرف أين توجد مجموعة الحمامات التي استخدمها قبل نصف ساعة، إلا أنه مشى متظاهرًا بالثقة. بعد عدة تغييرات في الاتجاه لا بد أن الكاميرات الخفية في كرات عيد الميلاد المظلمة قد التقطتها، عثر على الحمامات.

دخل إلى أحد المراحيض وهو يجر عربة حقيبته وأجبر نفسه على التبول. لكن لم يكن لديه ما يفعله وخشي أن يكونوا يراقبونه من خلال مجرى الهواء. لم يكشف ثقب أسود عن وجود أي عين زجاجية. ولا عن عدم وجودها أيضًا.

الحوارات الفاحشة في الستينيات، التي تم محوها لسنوات بسبب النظافة الأخلاقية الصارمة السائدة، بدأت تعود بشكل أكثر كرامة. بحروف مطبوعة باللون الأحمر النقي، أرادت شركة W أن تذكر المتبول السعيد بأن العالم في خطر ويحتاج إلى تعاونه. أمامه، على الباب، حذرت عبارة أخرى المتبول من خداع كل أشكال الراحة ومن ضرورة البقاء في حالة تأهب قصوى دائمة.

أخفى قضيبه بحياء وخرج، وهو يشعر بتوتر غير معقول. ماذا سيقول إذا أوقفه أحدهم واستجوبه؟ لماذا كان متوتراً؟ إذا لم يكن لديه ما يخفيه، فلن يكون هناك سبب لتلك الشحوب على وجهه، ولذلك العرق الكاشف على يديه.

بينما كان يغسل يديه، تمكن من رؤيتها. هذه المرة، كانت هناك كاميرا صغيرة. أو كانت تتظاهر بأنها كاميرا، لا يهم. مثل تلك الكرات نصف الكروية التي تتدلى في المتاجر الكبيرة. من بين عشرة، ربما تحتوي واحدة على كاميرا مراقبة. المهم ليس وجودها أو عدم وجودها، بل أن لا أحد يستطيع أن يؤكد بثقة ما إذا كانت موجودة أم لا. كان نوع من عدم اليقين بشأن نظرات الآخرين هو أفضل رادع للغرائز الدنيا. مراقبة لا يمكن لأحد أن يتهمها بانتهاك الخصوصية، لأن كل تلك الأماكن كانت أماكن عامة، بما في ذلك منطقة الحمام حيث يغسل الناس أيديهم. كانت الكاميرات (أو الشك في وجود الكاميرات) موجودة من أجل أمن الناس أنفسهم. في الواقع، لم يكن أحد يعارض هذا النظام، بل على العكس تمامًا. كان من الصعب تخيل مدى فظاعة الوضع لو لم تكن هناك نقاط مراقبة. أولئك الذين تجرأوا من حين لآخر على تخيل ذلك كانوا يشعرون بالرعب أو يكتبون روايات ضخمة كانت تباع كالخبز الساخن.

لسبب ما، أدرك 22A أن الذهاب إلى الحمام وعدم القدرة على التبول قد لا يكون أمراً غير عادي. أقل إثارة للريبة. هدأته هذه الفكرة. لمس بطنه، ثم رأسه، محاولاً التفكير في ما قد يكون أضر به، وخرج مرة أخرى متجهاً نحو الباب H.

—يجب أن يموت الوحش. ما رأيك؟

—أي وحش؟

—أي وحش آخر؟ بارباسويسيا.

—أوه، صحيح، بارباسويسيا، الوحش…

—هل تشك في أنه وحش؟

—أنا؟ لا، لا أشك. إنه وحش.

—إذن، لماذا تسأل أي وحش؟ هل كنت تفكر في باربافيجا؟

—حسنًا، لا. ليس بالضبط.

—أي وحش آخر يستحق أن يُحاكم في محكمة مثل تلك التي حاكمت بارباسوسيا؟ هل يمكنك أن تشرح ذلك لجمهور Tú Noticias Show؟

—حسناً، لا أعرف…

—لكنك تشك.

—نعم، بالطبع، أشك. أشك بشدة.

—لا يصدق. في من تفكر؟

—لا أستطيع أن أقول.

—كيف لا تستطيع؟ ألا نعيش في عالم حر؟

—نعم، سيدي. نحن نعيش في عالم حر.

—إذن قل ما تفكر فيه.

—لا أستطيع.

—ألا تحرر أن تقول إن بارباسوكيا وباربافيجا هما وحشان؟

—نعم، سيدي، أنا حر في أن أقول ذلك وأكرره.

—إذن؟

—هل أنا حر في قول كل ما أفكر فيه؟

—بالطبع. لماذا تشك في ذلك؟

—أي شيء أقوله يمكن أن يستخدم ضدي. من الأفضل أن أكون شخصًا صالحًا.

—بالطبع، الحرية والانحراف ليسا نفس الشيء.

—نعم، سيدي.

—هل ستخبرني بما كنت تفكر فيه؟

—نعم، سيدي.

—كنت أفكر أنه لحسن الحظ يتم محاكمة الديكتاتوريين أمام العدالة؟

—نعم، سيدي. لطالما اعتقدت أن جميع الديكتاتوريين يجب أن يحاكموا. يؤسفني قليلاً أن بعضهم يفلتون دائماً من العقاب.

—ممتاز. المشكلة هي أننا لا نعيش في عالم مثالي. لكن كلماتك شجاعة جداً. بالطبع، لم يكن مثل هذا العمل التمردي ممكنًا في ظل دكتاتورية وحشية مثل دكتاتورية بارباسوكيا أو باربافيجا.

—نعم، سيدي.

—هل تدرك أنه يمكنك قول ذلك بحرية؟

—نعم، سيدي.

—هل هناك من يعذبك لتقول ما لا تريد قوله؟

—لا، سيدي.

—هل تفهم إذن قيمة الحرية؟

—نعم، سيدي.

—ممتاز. نعود إلى الاستوديو ونواصل برنامج Tú Noticias Show، حيث أنت النجم الرئيسي. هل تسمعني يا رينيه؟ هل تسمعونني؟

لكنه لم يقف في الطابور الذي كان ينتظره للدخول. أراد أن يعرف ما إذا كان واثقاً من نفسه. للحظة شعر بتحسن، ولم يعد يعاني من أعراض الذعر. لكنه لم يصل بعد إلى اليقين بأنه حتى لو أُجبر على ذلك، فلن ينطق الكلمة. كان يعلم أن أجزاء من الثانية كافية لينطقها. أجزاء كانت قاتلة لكثير من الناس الذين، جاهلين بالخطر، جاهلين بعواقب أفعالهم، تجرأوا على استخدامها على سبيل المزاح. كان يعلم بحالة سيناتور أجنبي دخل متجرًا لشراء قلم. عندما مر على الكاشير، سألته الموظفة ما هو ذلك الشيء. لماذا سألت ذلك بحق الجحيم؟ ألم تكن تعلم أن القلم يستخدم عادة للكتابة؟ حتى لو كان للقلم وظائف أخرى، مثل الاستخدام الجنسي أو لتقديم الخبز في وجبة الإفطار، ما الذي يهمها في الغرض من هذا الشيء الصغير الذي تباعه في متجرها؟ أي في متجر شخص لا تعرفه ولكنها تعمل فيه يومًا بعد يوم تحت تلك الأضواء التي لا تسمح بمعرفة ما إذا كان النهار أو الليل، كما هو الحال في حظائر الدجاج الصناعية حيث لا ترى الدجاجات الجيدات أبدًا ضوء الشمس المتغير.

قلم يا آنسة. كان يجب أن يجيب السيناتور بذلك. ولكن لا، قال الكلمة الغبية، كما لو أن السخرية معترف بها قانونًا. يا له من أحمق؛ السخرية لا يعترف بها إلا الذكاء. لو كان ذلك ذلك لما قاله السناتور. قاله لأن ذلك لم يكن ذلك وكان من المفترض أن يكون قول ذلك مضحكاً، كما عندما وضع السرياليون غليوناً في متحف وعنونوه هذا ليس غليوناً.

كان السناتور محظوظاً لأنه كان سناتوراً. دفعت بلاده ثروة طائلة وأطلقوا سراحه بعد عدة أيام في السجن. مسكين، من يدري ماذا. على المسكين أن يحذر كثيراً من أن يقول الكلمة البذيئة، وأيضاً ألا يبدو أنه على وشك أن يقولها.

بمجرد وصوله إلى هذه النقطة، أدرك أن قولها كان مسألة إلهاء بسيط. خيانة بسيطة، من تلك التي يمارسها رجل أو امرأة مريضة ضد سلامتهما الجسدية، بالقفز من شرفة دون سبب أو بتقبيل المرأة الأكثر تحفظًا في القارة، والتي هي في الوقت نفسه رئيسة العمل والحياة لرجل مسكين، رجل مريض.

وقف على قدميه بتحدٍ تقريبًا. وقف على قدميه دون أن يفكر. فجأة وجد نفسه واقفًا، محاطًا بأشخاص ينظرون إليه وكأنه مجنون دون أن يتوقفوا عن مسيرتهم السريعة. بدأ يبدو مريبًا، ليس فقط بالنسبة لنفسه بل بالنسبة للآخرين أيضًا. أدرك أن التمديد والتأمل، بدلاً من أن يكونا في صالحه، كانا يضرانه. سيصل إلى المرأة عند الباب H في حالة سيئة، بل في حالة مزرية. سيواجه أقل الموظفات جمالاً ويقول لها الكلمة. كلما فكر أكثر، زادت فرصته. ألم يكن يفكر في الذهاب إلى البوابة H عندما وجد نفسه فجأة واقفاً، قافزاً، بجانب حقيبته الرمادية والأشخاص الآخرين الذين رأوه يمر؟

فجأة، دون أن يتذكر الخطوات السابقة، وجد نفسه أمام المرأة عند البوابة H التي سألته:

—هل لديك شيء تصرح به؟

فأجاب بصمت طويل بشكل مريب.

نظرت إليه المرأة عند البوابة H ثم نظرت إلى الحارس. اقترب الحارس وهو يخرج جهاز إرسال من حزامه. سرعان ما ظهر اثنان آخران.

كررت المرأة السؤال السابق.

”هل لديك ما تصرح به؟“

”السلام“ قال.

أمسكه الحراس من ذراعيه. شعر وكأن ملقطًا هيدروليكيًا يقطع عضلاته ويكسر عظامه في النهاية.

”سلام!“ صرخ هذه المرة، ”قليل من السلام، نعم، هذا هو، السلام! السلام، اللعنة! السلام، اللعنة عليك!“

أوقف الحراس حركته بجرعة كهربائية عالية الأمبير.

تم اتهامه أمام المحكمة بمخالفة الأمن العام، ثم أدين لاحقًا لإخفائه الكلمة بكلمة ”سلام“، التي تعتبر أيضًا خطيرة في هذه الأوقات الخاصة. استأنفت الدفاع الحكم باللجوء إلى الاضطرابات النفسية، الناتجة عن تجربته الصادمة الأخيرة في الجبل.

خورخي ماجفود، جامعة جورجيا، 2006

Слово

С нарастающим волнением он складывал бумажку, на которой было написано «22-A», в треугольные фигуры. Он пытался подумать о преимуществах буквы «A» или «K» перед промежуточными буквами. Он был уверен, что произнесет это слово, как только столкнется с женщиной у двери «H».

Эта абсурдная уверенность настолько испугала его, что, не глядя ни на кого, он сделал шаг и вышел из очереди. Он притворился, что ему плохо. Взял чемодан и направился в туалет. Сделал несколько подозрительных движений: пошел по коридору, полному людей, идущих в противоположном направлении; ему пришлось проталкиваться через десять или двадцать человек, которые не заметили, что кто-то идет в противоположном направлении. Все пахли духами, чистотой. Мужчины были одеты в черные и синие костюмы. Даже гомофобы носили розовые носки и галстуки, потому что это было модно. Преобладали сладкие духи. Некоторые даже пахли арбузом, но без липкости, которую оставляет на руках сахар из сушеного арбуза. По крайней мере пять женщин носили настоящие драгоценности, преимущественно из белого золота. Все они были похожи друг на друга. Все они должны были быть красивыми, судя по огромным рекламным плакатам в витринах магазинов беспошлинной торговли. Пухлые губы рта, который мог бы открыться и проглотить человека. Огромные глаза без морщин на веках.

Хотя он родился там, хотя прожил там сорок лет, 22-A чувствовал себя чужим, или что-то привлекало его внимание. Его беспокоило нарушение строгой рутины; в последнее время он не выполнял обычные воскресные обязанности; недавний опыт в горах — он пробыл неделю без связи, удаленный из-за погодного происшествия от всех индексов, которые он больше всего любит, — держал его в состоянии легкой, но подозрительной лихорадки. Его новое состояние проявлялось в загадочных фразах, возможно, мыслях. «Один день для Бога, — говорил он своему другу с биржи, — шесть дней для денег».

Он пошел по другому коридору, только чтобы спастись от потока, который увлекал его в компрометирующее усилие. Хотя он не знал, где находился туалет, которым он пользовался полчаса назад, он шел, делая вид, что уверен в себе. После нескольких изменений направления, которые, должно быть, зафиксировали скрытые камеры в темных рождественских шарах, он нашел туалеты.

Он вошел в кабинку, таща за собой чемодан на колесиках, и заставил себя помочиться. Но ему нечего было делать, и он боялся, что за ним наблюдают из вентиляционного канала. Черная дыра не выдавала присутствия каких-либо стеклянных глаз. Но и их отсутствие тоже.

Непристойные диалоги шестидесятых годов, которые в течение многих лет были стерты строгой моральной гигиеной, начали возвращаться в более достойной форме. Безупречным красным шрифтом компания W хотела напомнить счастливому мочащемуся, что мир в опасности и нуждается в его помощи. Напротив, на двери, другая надпись предупреждала деффектанта о ложности любой формы облегчения и о необходимости постоянной максимальной бдительности.

Он скромно спрятал пенис и вышел, бессмысленно нервничая. Что он скажет, если его остановят и допросят? Почему он нервничает? Если ему нечего скрывать, у него нет причин для такой бледности лица, для такого выдающего пота на руках.

Пока он мыл руки, он смог это увидеть. На этот раз да, там была маленькая камера. Или она притворялась камерой, неважно. Как те полусферы, которые висят в больших магазинах. Из десяти, может быть, одна имеет камеру наблюдения. Важно не то, есть она или нет, а то, что никто не может с уверенностью сказать, есть она или нет. Своего рода агностицизм постороннего взгляда был лучшим сдерживающим фактором для низменных инстинктов. Наблюдение, которое никто не мог бы обвинить в нарушении частной жизни, потому что все эти места были общественными, включая зону туалета, где люди моют руки. Камеры (или подозрение о наличии камер) были там для безопасности самих людей. На самом деле никто не был против этой системы, а наоборот. Можно только представить, как было бы ужасно, если бы этих контрольных точек не было. Те, кто время от времени осмеливался это представить, приходят в ужас или пишут объемные романы, которые расходятся как горячие пирожки.

По какой-то причине 22А понял, что пойти в туалет и не смочь помочиться не может быть чем-то необычным. Менее подозрительным. Эта мысль его успокоила. Потрогав живот, затем голову, пытаясь понять, что могло ему навредить, он снова вышел в направлении двери H.

—Чудовище должно умереть. Что вы об этом думаете?

—Какое чудовище?

— А какой еще? Бородач.

— Ах да, Бородач, монстр…

— Вы сомневаетесь, что он монстр?

— Я? Нет, не сомневаюсь. Он монстр.

— Тогда почему вы спрашиваете, какой монстр? Вы думали о Старухе?

— Ну, нет. Не совсем.

—Какое еще чудовище заслуживает суда, подобного тому, который был над Бородачом? Можете ли вы объяснить это зрителям Tú Noticias Show?

—Ну, я не знаю…

—Но вы сомневаетесь.

—Да, конечно, я сомневаюсь. Я твердо в этом уверен.

—Невероятно. О ком вы думаете?

—Я не могу сказать.

—Как это не можете? Разве мы не живем в свободном мире?

—Да, сэр. Мы живем в свободном мире.

—Тогда скажите, о чем вы думаете.

—Я не могу.

—Разве вы не свободны сказать, что Барбасусия и Барбавеха — два монстра?

—Да, сэр, я свободен сказать это и повторить.

—Тогда?

—Я свободен говорить все, что думаю?

—Конечно. Почему вы сомневаетесь?

—Все, что я скажу, может быть использовано против меня. Лучше быть хорошим человеком.

—Конечно, свобода и разврат — не одно и то же.

—Да, сэр.

—Вы скажете мне, о чем вы думали?

—Да, сэр.

—Я думал о том, что, слава Богу, диктаторы привлекаются к ответственности?

—Да, сэр. Я всегда считал, что все диктаторы должны быть привлечены к ответственности. Мне немного жаль, что некоторые из них всегда уходят от наказания.

—Отлично. Проблема в том, что мы не живем в идеальном мире. Но ваши слова очень смелые. Конечно, такой акт неповиновения был бы невозможен при чудовищной диктатуре, как диктатура Барбасучи или Барбавехи.

—Да, сэр.

—Вы понимаете, что можете говорить это свободно?

—Да, сэр.

—Кто-то пытает вас, чтобы вы сказали то, чего не хотите?

—Нет, сэр.

—Вы понимаете, значит, ценность свободы?

—Да, сэр.

—Отлично. Возвращаемся в студию и продолжаем Tú Noticias Show, где Tú — главная звезда. Ты меня слышишь, Рене? Алло, вы меня слышите?

Но он не встал в очередь, которая ждала, чтобы войти. Он хотел узнать, уверен ли он в себе. На мгновение он почувствовал себя лучше, симптомы паники исчезли. Но он все еще не был уверен, что даже если его заставили, он не произнес бы это слово. Он знал, что для его произнесения достаточно долей секунды. Долей, которые стали фатальными для многих людей, которые, не зная об опасности, не зная о последствиях своих действий, осмелились использовать его в шутку. Он знал о случае с иностранным сенатором, который зашел в магазин, чтобы купить ручку. Когда он подошел к кассе, продавщица спросила его, что это такое. Зачем, черт возьми, она спросила об этом? Разве она не знала, что ручка обычно используется для письма? Даже если у ручки были другие функции, например, сексуальные или для подачи хлеба на завтрак, какое ей дело, для чего ей нужен этот крошечный предмет, который продавался в ее собственном магазине? То есть в магазине человека, которого она не знала, но для которого работала день за днем под светом ламп, не позволяющих понять, день сейчас или ночь, как в промышленных курятниках, где хорошие несушки никогда не видят меняющегося света солнца.

Ручка, мисс. Так должен был ответить сенатор. Но нет, этот неуклюжий человек произнес это слово, как будто ирония признавалась законом. Какой глупец! Ирония признается только интеллектом. Если бы это было это, сенатор не сказал бы этого. Он сказал это, потому что это не было это, и сказать это должно было быть забавным, как когда сюрреалисты помещали в музей трубку с названием Это не трубка.

Сенатору повезло, потому что он был сенатором. Его страна заплатила целое состояние, и его освободили после нескольких дней тюрьмы. Бедный черт, кто знает что. Бедный черт должен очень осторожно следить за тем, чтобы не сказать плохое слово и, кроме того, не показать, что он собирается его сказать.

Как только он дошел до этого, он понял, что сказать это было делом легкого отвлечения. Легкого предательства, такого, которое больной мужчина или женщина обычно совершают против своей физической целостности, бросаясь с балкона без причины или целуя самую пуританскую женщину на континенте, которая в то же время является начальницей, от которой зависит работа и жизнь бедного черта, больного черта.

Он встал почти с бунтарством. Он встал, не задумываясь. Внезапно он обнаружил, что стоит, окруженный людьми, которые, не останавливаясь в своей спешке, смотрели на него, как на сумасшедшего. Он начинал казаться подозрительным, теперь уже не только для себя, но и для остальных людей. Он понял, что отсрочка и размышления не только не помогали ему, но и вредили. В плохом, в ужасном состоянии он подойдет к женщине у выхода H. Он столкнется с самой некрасивой из всех служащих и скажет ей слово. Чем больше он думал, тем больше у него было шансов. Разве он не думал о том, чтобы пойти к двери H, когда вдруг обнаружил, что стоит, вскочив, рядом со своим серым чемоданом и другими людьми, которые видели, как он проходит?

Внезапно, не помня предыдущих шагов, он оказался перед женщиной у двери H, которая спросила его:

—Есть что-то, что вы хотите заявить?

На что он ответил подозрительно затягивающимся молчанием.

Женщина у выхода H посмотрела на него, а затем на охранника. Охранник подошел, вынув из-за пояса передатчик. Сразу же появились еще двое.

Женщина повторила предыдущий вопрос.

—Есть что заявить?

—Мир, — сказал он.

Охранники схватили его за руки. Он почувствовал, как гидравлические клещи перерезают ему мышцы и, наконец, ломают кости.

«Мир!» — закричал он на этот раз. «Немного мира, да, вот именно, мира! Мир, черт возьми! Мир, мать твою!

Охранники обездвижили его с помощью высоковольтного электрического тока.

Он был обвинен в суде в покушении на общественную безопасность, а позже осужден за то, что вовремя скрыл слово словом «мир», которое в эти особые времена также является опасным. Защита обжаловала приговор, сославшись на психические расстройства, вызванные его недавним травматическим опытом в горах.

Хорхе Маджфуд, Университет Джорджии, 2006 г.

那个词

他越来越紧张,把写着22-A的小纸条折成三角形。他努力思考A或K相对于中间字母的优势。他确信自己一见到H号门的女人就会脱口说出那个词。

这种荒谬的确定感令他惊惶失措,他猛地迈步脱离队伍,假装身体不适。拎起行李走向洗手间时,他做出几处可疑举动:逆着人流穿过拥挤的走廊,与十来个没注意到有人逆向行走的人推搡挤撞。所有人身上都飘着香水味,带着洁净的气息。男士们身着黑蓝西装。就连恐同者都穿着粉色袜子系着粉色领带,只因这是当季潮流。甜腻的香水味弥漫四周,甚至有人身上飘着西瓜香,却没有干西瓜籽在掌心摩擦时留下的黏腻感。至少五位女士佩戴着真品珠宝,以白金首饰为主。她们都长得相似。根据免税店橱窗里巨大的美容广告,她们都该是美人。丰满的双唇仿佛能张开吞噬整个人。巨型眼眸的睫毛毫无皱纹。

尽管生于斯长于斯,尽管在此生活了四十年,22-A却感到自己是异乡人,或者说有什么东西在吸引着他。他因打破严苛的日常规律而心神不宁;最近他未能履行周日的常规服务;一次山间经历——因气候事故断联一周,远离他最珍视的一切指标——使他持续低烧不退,症状轻微却令人不安。他的新状态通过晦涩的短语显露,或许是思绪。“一天献给上帝——他对一位股票经纪朋友说——六天献给金钱。”

他另寻一条通道,只为摆脱那股将他卷入危险漩涡的人流。尽管不记得半小时前使用的洗手间位置,他仍装作镇定地向前走。经过几次转向——暗藏在圣诞球里的摄像头应该捕捉到了这些动作——他终于找到洗手间。

他拖着行李箱推入隔间,强迫自己排尿。但尿意全无,他担心通风管道里有人监视。黑洞般的通风口既未显露监控摄像头的踪迹,也未证明其不存在。

那些被严苛道德规范长期抹去的六十年代淫秽对话,正以更体面的形式卷土重来。W公司用鲜红醒目的字体提醒着欢快排尿的乘客:世界正面临危机,需要你的协助。门对面的告示则警示着排泄者:警惕所有形式的解脱陷阱,时刻保持高度警觉。

他羞怯地收起阴茎,带着莫名的焦虑走了出去。若被人拦下盘问该如何应对?为何如此紧张?若无隐瞒之事,何来这般苍白的脸庞,何来这般出卖心迹的汗湿手掌?

洗手时他终于发现了——这次确实有个小型摄像头。或者说伪装成摄像头的装置,无所谓了。就像大型商场里悬挂的半球形装置。十个摄像头里,或许只有一个在监控。关键不在于它是否存在,而在于无人能确切断言其存在与否。这种对他人视线的不可知论,恰恰是遏制低级本能的最佳制约。这种监控无人能指控为侵犯隐私,因为所有场所都是公共区域——包括人们洗手的卫生间区域。摄像头(或摄像头的存在感)是为保障人们自身安全而设。事实上无人反对这种系统,恰恰相反。试想若没有这些监控点会多么可怕。偶尔敢于想象这种场景的人要么惊骇万分,要么写出畅销如热饼的厚重小说。

不知为何,22A突然意识到:去洗手间却无法排尿,或许并非什么异常现象。至少不那么可疑。这个念头让他平静下来。他摸了摸肚子,又摸了摸脑袋,试图回忆是否吃了什么不干净的东西,然后再次朝H门走去。

“怪物必须死。您怎么看?”

“什么怪物?”

——还能有哪个?胡子怪。

——哦,对,胡子怪,那个怪物……

——您怀疑它是怪物?

——我?不,我不怀疑。它就是怪物。

——那您为何要问哪个怪物?您在想老胡子怪吗?

——不,不是。倒也不是。

——还有哪个怪物配得上像审判胡子怪那样在法庭上受审?你能向《你新闻秀》的观众解释清楚吗?

——这个,我不知道……

——但你在犹豫。

——是的,当然,我在犹豫。我坚定地犹豫着。

——难以置信。你在想谁?

——我不能说。

——怎么不能说?我们难道不生活在自由世界吗?

——是的,先生。我们生活在自由世界。

——那就说出你的想法。

——我不能。

——难道你不能自由地说出胡子怪和老巫婆是两个怪物吗?

——是的,先生,我有权说,也有权重复。

——那呢?

——我有自由说出所有想法吗?

——当然。你为何犹豫?

——任何话语都可能被用来对付我。做个好人更稳妥。

——当然,自由与放纵不可混为一谈。

——是的,先生。

——你打算告诉我你在想什么吗?

——是的,先生。

——我在想,感谢上帝,独裁者终将受到正义审判?

——是的,先生。我始终认为所有独裁者都该接受审判。有些家伙总能逃脱惩罚,这让我有点难过。

——很好。问题在于我们不生活在完美的世界。但你的话很勇敢。当然,在巴巴苏西亚或巴巴维耶哈那样的恐怖独裁统治下,如此叛逆的行为根本不可能实现。

——是的,长官。

——你可曾意识到自己能自由表达观点?

——是的,长官。

——有人在逼你吐露不愿说的话吗?

——长官,没有。

——那么你明白自由的价值了吗?

——是的,先生。

——很好。现在回到演播室,继续《你新闻秀》节目,你就是主角。听见了吗,雷内?喂,你们听见了吗?

但他没有排队等候入场。他想确认自己是否足够自信。刹那间,他感觉好多了,恐慌的症状消失了。但他仍无法确信,即便被迫也要说出那个词。他深知只需千分之一秒就能说出口。正是这千分之一秒,曾夺走许多人的性命——那些无知者,那些不明白自己行为后果的无知者,竟敢开玩笑般使用那个词。他听说过一位外国参议员的案例:那人走进商店想买支钢笔。结账时店员竟问他这东西是做什么用的。她凭什么问这种问题?难道不知道钢笔通常是用来书写的吗?即便钢笔还有其他用途——比如性行为或早餐时夹面包——她又凭什么过问顾客购买自家店铺里这件小物件的用途?说到底,这不过是她日复一日在昏暗灯光下为陌生雇主工作的生意——那灯光让人分不清昼夜,如同工业化养鸡场里那些永远见不到变幻阳光的优秀蛋鸡。

“一支钢笔,小姐。”参议员本该这样回答。但他这个笨蛋却脱口而出那个词,仿佛讽刺能被法律认可似的。多蠢啊!讽刺只有智者才能领会。若那真是,参议员就不会说出口。他之所以说,正因那并非,而说出来本该很有趣——就像超现实主义者把烟斗摆进博物馆,标题写着这不是烟斗

参议员之所以幸运,只因他是参议员。他的国家支付了巨额赎金,使他在监禁数日后重获自由。而一个穷苦人呢?谁知道会怎样。穷苦人必须时刻警惕,既不能说错话,也不能流露出即将说错话的迹象。

刚到这个地步,他就意识到说脏话不过是稍不留神的事。是种轻微的背叛,就像生病的人常对自己身体做的那些事——毫无缘由地从阳台跳下去,或是亲吻大陆上最清教徒式的女人,而这个女人恰恰是那个可怜虫、那个生病的小恶魔的工作和生命的掌权者。

他几乎带着叛逆地站起身。站起身时他并未多想。突然间他发现自己已然站立,周围人群匆匆而过,目光却像看疯子般盯着他。他开始显得可疑,不仅对自己可疑,对其他人也是如此。他意识到,拖延和沉思非但无益,反而害了他。他将以糟糕的、极差的状态抵达H号门。他将面对所有职员中最丑陋的那位,并说出那句话。想得越多,成功的可能性就越大。难道他不是正想着要去H门,却突然发现自己猛地跳到灰色行李箱旁,周围的人都看着他经过吗?

突然间,他完全不记得之前的步骤,就站在H门的女警面前,她问他:

——有什么要申报的吗?

他用越来越长的沉默作答。

H号登机口的女性工作人员望向他,又望向警卫。警卫掏出腰间的通讯器走近。随即又有两名警卫出现。

女性工作人员重复了先前的问题。

“有什么要申报的吗?”

“和平。”他说道。

警卫们拽住他的双臂。他感觉液压钳正在切割他的肌肉,最终碾碎他的骨头。

“和平!”他这次嘶吼着,»一点点Paz,对,就是PazPaz,他妈的!Paz,你妈的!

警卫们用高安培电流将他制服。

他在法庭上被指控危害公共安全,后来又因及时用“和平”这个词掩盖了另一个词而被定罪——在这个特殊时期,“和平”同样危险。辩护律师以他近期在山上的创伤经历导致的精神异常为由,对判决提出上诉。

豪尔赫·马赫福德,佐治亚大学,2006年

La literatura del poder

La literatura del poder

 

El fetichismo nunca pudo estar exento de una narración que lo recorriese de pies a cabeza pero la imagen era el elemento central que lo definía. Con el mito, esta jerarquía se invirtió. La palabra oral era el centro y las imágenes derivaban de ella. Mucho más tarde la escritura rompió la forma circular y eterna del mito y creó la percepción lineal de la historia, marcada por un inicio y un final y construida por infinitas singularidades. En la Biblia, como en muchos otros escritos sagrados, el principio y el final del tiempo son dramáticos. Diferentes al mito, la creación y la destrucción no se repiten.

El Dios o los dioses que vencieron en el neolítico eligieron la palabra y maldijeron las imágenes. Pero las imágenes volvieron, de alguna forma, con el fetichismo o con la iconolatría católica y de las religiones periféricas.

En el siglo XX el fetichismo laico tuvo un regreso espectacular, pero el recurso del mito no cedió su espacio central. Por el contrario, los discursos sobre el dominio de la imagen son eso, discursos, narrativas que crean y recrean la nueva realidad.

La clase política dominante y la clase financiera están educadas en las universidades donde la palabra es alfa y omega. Sólo los consumidores de las clases manufactureras, quienes rara vez acceden a estos círculos de poder, están más expuestos a la lógica de la imagen, a la publicidad. Pero como la publicidad y la propaganda son resultados de una cultura letrada, de una crítica y de una técnica de producción, es la palabra la que gobierna. Aún en las fotografías de carteles y en los comerciales con imágenes mudas, es la referencia a una historia ya conocida la que da sentido y significado al caos fetichista. Significa que X es mejor que sus adversarios y su sentido es el mismo que en todos: seguir consumiendo, desodorantes, autos o presidentes.

La imagen de un bombardeo alude a una guerra. A esa imagen llamamoshecho y a esa guerra llamamos realidad. Pero ese fragmento cobra significado de un hecho gracias a la narración del periodista y, en un marco mayor, su sentido es justificar o condenar u ocultar una acción política.

Cuando una cadena como Fox News repitió sin pausa los argumentos del gobierno de George Bush para invadir Irak, una abrumadora mayoría de la población de Estados Unidos creyó en la veracidad de esos argumentos y la guerra se hizo realidad. Cuando la narración no pudo ser sostenida, no sólo por los hechos sino por una contranarración apoyada en esos hechos y en un creciente poder contestatario, el gobierno modificó su narratura para suturar la fractura anterior. Mientras no hay un reconocimiento pleno de un error, el error no existe. Y para que esto no ocurra lo mejor es realizar reconocimientos parciales, pequeños fracasos como forma de negociar la verosimilitud de la nueva narratura.

Cuando don Quijote es el rey, los gigantes malvados son destruidos por sus cañones y el delirante Sancho Panza que protesta que no hay gigantes muertos sino molineros destrozados entre los escombros es neutralizado por la verborragia realista y responsable de don Quijote rey. Neutralizado, en el mejor de los casos.

El poder secreto de la palabra, del discurso hegemónico, radica en declarar la importancia insobornable de los hechos. Pero no son los hechos los que construyen los hechos; son las palabras. Aunque las imágenes —sustitutos de los hechos— son cuidadas hasta en sus detalles mínimos, nada importan al lado del poder de lanarratura.

Las ceremonias de honor no toman su poder de las imágenes sino porque confirman, a través de un pequeño capítulo de la gran novela, la narración central. No importa si ese “soldado desconocido” murió por la libertad de un pueblo o al servicio de una dictadura bananera o de un imperio agresor. Lo que importa es la habilidad literaria del poder para integrar ese soldado a su propia ficción. No sólo para escribir y confirmar una historia sino, sobre todo, para consolidar un presente y un futuro conveniente donde haya más soldados desconocidos deseosos de dar su vida por la misma narratura, al tiempo que cualquier posible crítica o cuestionamiento al poder se convierte en inmoral.

La repetida frase “una imagen vale por mil palabras” es otra máscara reciclada de la narratura ideoléxica. Los hechos, los órdenes políticos nacionales y mundiales se mantienen no por las imágenes que pueden ser favorables o adversas a los principales poderes sino por lo que se dice de esas imágenes. Si vemos, leemos y escuchamos los mass media del mundo, podemos observar que las imágenes de la opresión y de la guerra, aún las más crueles, pueden mover la indignación de mucha gente pero rápidamente son absorbidas, neutralizadas por la narratura ideoléxica en forma de justificaciones o convirtiendo una invasión y una masacre en un puro acto de defensa de la paz.

Cuando Estados Unidos invadió Irak esgrimiendo razones que luego se probaron falsas, muchos diarios publicaron imágenes de niños muertos, despedazados por los bombardeos. Pero nada o casi nada importó esas imágenes. Lo mismo ocurre en cualquier otro conflicto mundial cuando se enfrenta un gran ejército a un ejército irregular o a la población civil. No importa de qué lado están la razón y la justicia. El verdadero campo de batalla es el campo dialéctico y, sobre todo, el narrativo. Toda la violencia nace o se legaliza ahí. Al poder de turno tampoco le importa la dialéctica en sí mismo, la lógica del discurso que justifique una determinada acción militar, sino la verbalización fracturada y repetida de una verdad construida para el caso. “El objetivo de nuestros ataques no es Y sino X”. Pero en el ataque a X mueren cientos, miles de Ys. “El objetivo es X”. Las fotos de los inocentes Ys agonizando no importan, ya que la verbalización de la realidad es más fuerte: “el objetivo es X”, un objetivo noble, justificable, la verdad, “el objetivo es X”, y punto.

A principios del año 2009, el ejército israelí bombardeó dos refugios de la ONU. La primera vez el gobierno declaró que se había tratado de un trágico error, como en tantas otras ocasiones. Los buenos se equivocan. Los malos no; son más efectivos. Después del segundo bombardeo, el secretario general de las Naciones Unidas dijo en la Radio Pública de Estados Unidos, “We demand a full explanation” (16 de enero de 2009). Las naciones del mundo exigen una narratura completa, de mayor calidad literaria.

Sea cual sea la respuesta, si es completa —a full explanation—, será suficiente. En cualquier caso será fotocopiada, copy and paste, por quienes apoyan una medida de fuerza y criticada por quienes se oponen a ella. Pero la crítica, la literatura subversiva, no tendrá efecto —al menos no inmediato— en la realidad. Porque la imagen, el hecho, están totalmente subordinados a la narrativa del poder, genio sin par de la literatura política.

El autor es la autoridad; el autor es el poder. Como Dios, el poder crea su mundo a partir del verbo. Y lo destruye cuando el mundo no sigue su palabra.

 

Jorge Majfud

Lincoln University, agosto 2009.

 

 

 

 

 

¿Por qué escribimos?

Ernesto Sabato

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¿Por qué escribimos?

Desde Uruguay me piden que responda en veinte líneas la antigua y nunca acabada pregunta ¿por qué escribes? Reincidiendo en un viejo defecto, en diez minutos excedí al límite sugerido y me tardé casi una hora tratando de comprimir y recortar por aquí y por allá. Imagino que otros medios que tantas veces me han tolerado excesos peores, reciban bien la respuesta original. Aquí va, así era.

Cuando comenzó el Renacimiento en Europa terminó en España. Este detalle se pasa por alto por los países que reivindican ser la cuna del Renacimiento y por España misma —o lo que quedó de España— por su afán de negar grandes méritos a la realidad anterior a Fernando e Isabel, por querer negar que la Reconquista no fue un simple período de transición a un estado de satisfacción política, moral e ideológica sino una montonera de siglos sobre los cuales se desarrolló una cultura renacentista en su sentido humanista, científico, multirracial, multirreligioso, multicultural y progresista de la palabra. Aunque ninguno de estos méritos posmodernos llegaba al ideal sin frecuentes contradicciones, lo cierto es que luego fueron aniquilados por los venerados Fernando e Isabel y sus sucesores. Sus efectos sobrevivieron hasta Franco. No pocos investigadores entienden que España no tuvo Renacimiento y que su continuación de la Reconquista europea en la Conquista americana fue, en realidad, la exportación de un espíritu renacentista con una mentalidad medieval. Pero no sólo el hombre renacentista fue aventurero, conquistador y dominador. También lo fue el hombre medieval, tal como lo prueban las cruzadas. La diferencia radica en el rasgo secular y capitalista del nuevo hombre renacentista. Con la Reconquista castellana se liquida la diversidad y la inquietud intelectual de la España centrada en Córdoba, en el hemisferio sur de la península, y se instala una cultura medieval que ya abandonaba el resto del continente.

Para inmortalizar tantas matanzas promovidas por la nobleza, muchas veces como un deporte en tiempos de aburrimiento y llevada adelante por la milicia —los “de a miles” que procedían de las clases de campesinos y carniceros—, aparecieron los biógrafos. Estos escritores casi siempre vivían del mecenazgo de la nobleza.

Un descendiente de judíos, como Fernando del Pulgar, en 1486 alabó a un noble viejo diciendo que el conde Cifuentes “era ijodalgo, de limpia sangre”. Es decir, sin abuelos judíos. Antes, en 1450, Fernán Pérez de Guzmán, había tenido la lucidez de reconocer que ese oficio de escribir estaba implícitamente bajo la influencia del poder de los reyes, razón por la cual se pasaban por crónicas las exageraciones adulatorias.

De cualquier forma este oficio de contar sobre otros pronto se convirtió en un oficio de contar sobre uno mismo. Mucho antes de los aventureros en América —quienes escribían sus relaciones a modo de cartas como parte de su búsqueda de fama y favores del rey— otros practicaron la confesión literaria. Estos escritores hablaban sobre ellos mismos y sobre los demás, pero en gran medida eran los árabes y judíos que iban quedando, ya que la nobleza no consideraba digno exponer su interioridad. Tampoco era digno trabajar con las manos o con el intelecto. Salvo las guerras promovidas por príncipes, duques y obispos, actividad eminentemente noble, fuente inagotable de honores, casi ningún otro trabajo era digno.

En tiempos de Cervantes la escritura ya era un oficio y un negocio, como lo demuestra Lope de Vega. Un buen oficio y un mal negocio para muchos, como hoy. En el siglo XX, en casi todo el mundo, la exposición del yo, de la interioridad del individuo se convirtió en un requisito de la literatura, de casi todo el arte. Como lo demuestran los mass media, los reality shows, ahora hay otras formas de exponer elyo individual. Incluso cuando la norma es que el yo ha dejado de ser individual —si alguna vez lo fue— para ser una repetición del mismo individualismo, una repetición estandarizada de un mismo yo. El valor ético y políticamente correcto es “ser uno mismo”, como si en eso hubiese algún merito y alguna diferencia.

Ernesto Sábato también exaltó el valor y la particularidad del yo como materia prima, al mismo tiempo que descubría que esa particularidad de la ficción moderna era lógica expresión de la soledad del siglo. Ese yo decía que escribía porque no era feliz; Borges, porque era feliz, al menos mientras escribía. Cortazar porque quería jugar. Onetti porque quería leerse a sí mismo.

Muchos otros escritores menores tenemos razones igualmente diversas. Ante la pregunta de por qué escribo quizás tenga muchas formas de responderla y ninguna definitiva. Podría decir, por ejemplo: empecé a escribir de niño para alegrar a mis abuelos que vivían lejos en el campo y no tenían televisión. Seguí escribiendo para reproducir la emoción que me provocó el descubrimiento de la literatura fuera del salón de clase. Después porque quería escapar del mundo. Hoy en día escribo porque sufro y me apasiona la complejidad del mundo que me rodea. Escribo porque quiero batalla con este mundo que no me conforma y escribo porque a veces quisiera refugiarme en algo que no está aquí y ahora, algo que está libre de la contingencia del momento, algo que se parece a un más allá humano o sobrehumano. Pero todo lo que escribo surge a partir de aquí y ahora, de mi inconformidad con el mundo, de una sospechosa necesidad de olvidarme de mí mismo al tiempo que, no sin reprochable contradicción, no me niego a que difundan mis trabajos, al tiempo que espero justificar mi vida a través de algunos lectores que han encontrado algo útil en lo que hago. Uno siempre puede hacer otra cosa, pero quien se siente escritor de verdad, sea bueno o sea malo, no puede dejar esto, esa obsesión de luchar contra la muerte sin saberlo.

Pero si las razones personales son suficientes para justificar lo que uno hace, nunca son suficientes razones para explicar por qué uno hace lo que hace. Desde una perspectiva más amplia, por ejemplo y retomando las reflexiones iniciales, vemos que finalmente no fue la nueva Edad Media española la que venció en el siglo XIX y en el XX sino el Renacimiento centroeuropeo, con su ambiguo foco en el humanismo y en el individualismo, en la nueva libertad del antiguo villano, otrora sumiso obediente, y la creciente tiranía del capital. No fue el odio que Santa Teresa profesaba a la libertad, su amor a la obediencia ciega a la jerarquía política y eclesiástica la que venció entre los escritores e intelectuales modernos, sino la herejía utópica de Tomás Moro y de humanistas como Erasmo de Róterdam. Todos aquellos escritores que creemos ejercer la libertad de pensamiento también somos,casi completamente, productos históricos, productos de esas batallas políticas, ideológicas y culturales. (También los más ortodoxos reaccionarios que se creen intérpretes de la palabra de Dios lo son.) La libertad intelectual está siempre en ese “casi”. Sabemos que somos prisioneros de nuestro tiempo, que nuestro tiempo es producto de una larga y pesada historia. Pero la sola sospecha funciona como una llave. A veces esa llave no puede abrir ninguna puerta, pero nos indica por donde mirar. Y basta el ojo de una cerradura para convertir esa “casi libertad” en una de las más vertiginosas aventuras humanas: la libertad de conocer, de formularse preguntas que logren cuestionar, si no desarticular, la gran prisión, la que no debe ser obra de ningún Dios bondadoso sino pura construcción humana —a veces en su nombre.

Jorge Majfud

Lincoln University

Milenio I, II (Mexico)

 

¿Para qué sirve la literatura?

Estoy seguro que muchas veces habrán escuchado esa demoledora inquisición “¿Bueno, y para qué sirve la literatura?”, casi siempre en boca de algún pragmático hombre de negocios; o, peor, de algún Goering de turno, de esos semidioses que siempre esperan agazapados en los rincones de la historia, para en los momentos de mayor debilidad salvar a la patria y a la humanidad quemando libros y enseñando a ser hombres a los hombres. Y si uno es escritor, palo, ya que nada peor para una persona con complejos de inferioridad que la presencia cercana de alguien que escribe. Porque si bien es cierto que nuestro financial time ha hecho de la mayor parte de la literatura una competencia odiosa con la industria del divertimento, todavía queda en el inconsciente colectivo la idea de que un escritor es un subversivo, un aprendiz de brujo que anda por aquí y por allá metiendo el dedo en la llaga, diciendo inconveniencias, molestando como un niño travieso a la hora de la siesta. Y si algún valor tiene, de hecho lo es. ¿No ha sido ésa, acaso, la misión más profunda de toda la literatura de los últimos quinientos años? Por no remontarme a los antiguos griegos, ya a esta altura inalcanzables por un espíritu humano que, como un perro, finalmente se ha cansado de correr detrás del auto de su amo y ahora se deja arrastrar por la soga que lo une por el pescuezo.

Sin embargo, la literatura aún está ahí; molestando desde el arranque, ya que para decir sus verdades le basta con un lápiz y un papel. Su mayor valor seguirá siendo el mismo: el de no resignarse a la complacencia del pueblo ni a la tentación de la barbarie. Para todo eso están la política y la televisión. Por lo tanto, sí, podríamos decir que la literatura sirve para muchas cosas. Pero como sabemos que a nuestros inquisidores de turno los preocupa especialmente las utilidades y los beneficios, deberíamos recordarles que difícilmente un espíritu estrecho albergue una gran inteligencia. Una gran inteligencia en un espíritu estrecho tarde o temprano termina ahogándose. O se vuelve rencorosa y perversa. Pero, claro, una gran inteligencia, perversa y rencorosa, difícilmente pueda comprender esto. Mucho menos, entonces, cuando ni siquiera se trata de una gran inteligencia.

© Jorge Majfud

Montevideo

Diciembre de 2000

 

What good is literature, anyway?

I am sure that you have heard many times this loaded query: «Well, what good is literature, anyway?» almost always from a pragmatic businessman or, at worst, from a Goering of the day, one of those pseudo-demigods that are always hunched down in a corner of history, waiting for the worst moments of weakness in order to «save» the country and humankind by burning books and teaching men how to be «real» men. And, if one is a freethinking writer during such times, one gets a beating, because nothing is worse for a domineering man with an inferiority complex than being close to somebody who writes. Because if it is true that our financial times have turned most literature into a hateful contest with the leisure industry, the collective unconscious still retains the idea that a writer is an apprentice sorcerer going around touching sore spots, saying inconvenient truths, being a naughty child at naptime. And if his/her work has some value, in fact he/she is all that. Perhaps the deeper mission of literature during the last five centuries has been precisely those things. Not to mention the ancient Greeks, now unreachable for a contemporary human spirit that, as a running dog, has finally gotten exhausted and simply hangs by its neck behind its owner’s moving car.

However, literature is still there; being troublesome from the beginning, because to say its own truths it only needs a modest pen and a piece of paper. Its greatest value will continue to be the same: not to resign itself to the complacency of the people nor to the temptation of barbarism. Politics and television are for that.

Then, yes, we can say literature is good for many things. But, because we know that our inquisitors of the day are most interested in profits and benefits, we should remind them that a narrow spirit can hardly shelter a great intelligence. A great intelligence trapped within a narrow spirit sooner or later chokes. Or it becomes spiteful and vicious. But, of course, a great intelligence, spiteful and vicious, can hardly understand this. Much less, then, when it is not even a great intelligence.

© Jorge Majfud

Realidad y ficción

Old books

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Realidad y ficción


El mercado de diversión y la literatura de conversión

Aceptemos la razón de que la literatura debe entretener. Pero ésta no es una razón suficiente, ni siquiera necesaria. Si esa fuese la función de la literatura —o de las literaturas—, ¿qué valor la diferenciaría de la lectura de Playboy o de la revistaCaras? ¿No es, acaso, muy divertido hurgar en las infidelidades de la princesa de Mona Co., en las extravagantes costumbres del actor mejor pagado de Hollywood o del Sol de México? ¿No es divertido enterarse cómo los semidioses tienen problemas igual que nosotros? No solo es divertido, cada tanto uno se puede hacer con algún pensamiento profundo, al estilo Luis Miguel: “no es cierto que vivo en un palacio; me duelen las cosas malas que pasan en el mundo y celebro las cosas buenas que hay en el mundo”.

Aceptemos la razón de que la literatura es emoción. Pero ¿qué valor la diferenciaría de un sueño cualquiera? ¿Por qué los libros de filosofía deben pensar y las novelas deben sentir? ¿No es este fenómeno otra dislocación, otra alineación típica de la Era Moderna que separó ética de estética, política de religión, arte de ciencia, hechos de ficción, verdad de imaginación, individuo de sociedad, hombre de naturaleza?

Aceptemos la razón de que la literatura es la expresión subjetiva del individuo contra la objetividad de la razón. Pero si fuese solo eso ¿qué valor la diferenciaría de la guía telefónica? También la guía telefónica de nuestro pueblo está llena de personajes, unos reales, otros ficticios, unos amados y otros insoportables, calles, nombres y números que representan muchas emociones para cada uno de nosotros. Sin embargo no nos referimos a la guía telefónica cuando hablamos de literatura.

Claro, alguien dirá que la concepción que estamos a punto de proponer considera a la literatura como algo por lo menos sagrado, un castillo en las nubes desde el cual se puede ver la realidad, una trinchera política donde se puede sufrirla. Y sí. Si este fuese un ensayo teológico comenzaría diciendo que la literatura es el medio que los dioses más importantes han elegido como medio de expresión a lo largo de la historia. Para liberar y para oprimir. En el siglo XX hubo muchos intentos de usar la televisión para el mismo propósito pero con tan pobres resultados que tarde o temprano terminaban recurriendo a la palabra, a la literatura. A mala literatura, pero a literatura al fin. Sin embargo no se trata de un ensayo teológico sino apenas un bosquejo sobre el valor de la literatura más allá de las distintas etapas de la historia y, sobre todo, más allá de los distintos usos y los mismos lugares que el mercado le ha asignado (ahora, muy sugestivamente se dice “nichos”; no capillas, ni bastiones, ni estante, ni vitrina, ni puestos de feria sino “nichos”).

Así como a los pueblos colonizados se les ha dado desde siempre la libertad de hacer lo que quieran dentro de unos limites específicos, es decir, se le ha dado libertades de guetos, de quilombos y de reservas, también ha habido una cruzada contra la literatura que cae mas allá de los limites del gueto ideológico del mercado, del consumismo y de la diversión, todos ejercicios de consolación, de domesticación y de obediencia social, no pocas veces en nombre de la rebeldía y la liberación. Porque si hay un recurso efectivo para la mansedumbre y la neutralización del oprimido es hacerle creer que es un rebelde. Un rebelde de gueto. Y de ahí la literatura de la complacencia.

Toda ficción, por fantástica que sea o pretenda ser, forma parte del mundo real, desde el momento en que, en lo más profundo, habla más de la realidad general del presente y la historia que de la fantasía particular de su autor. ¿De qué hablan inocentes fantasías llamadas Tarzán de los monos o King Kong sino de los valores racistas e imperialistas del mundo anglosajón de principios del siglo XX? Estas ficciones reproducen y confirman una realidad negándola con la máscara de la supuesta libertad creadora de su autor y, sobre todo, de la inocencia de la diversión. Por ello son etiquetadas como “historias fantásticas”. Otras ficciones, por el contrario, tienen la voluntad de mirar esa realidad a través de la no menos realista perspectiva de la ficción. ¿Qué son La metamorfosis de Kafka o Modern Times de Chaplin —una a través de la angustia y la otra a través del humor— sino dos agudísimas miradas sobre sus propios tiempos?

También así el periodismo de las grandes casas más tiene de ficción que narra la voz del poder internacional que de objetividad de una realidad concreta e independiente de ese poder. Y así como también hay un espacio —siempre minoritario, a veces microscópico— para el periodismo de denuncia y la crítica radical, también ha de haber un lugar para una literatura que no se conforme con la complacencia y la diversión.

Pero nuestra cultura del consumismo ha hecho de “la plena satisfacción del consumidor por un buen producto” un valor moral, ya sea cuando se trata de elegir presidentes, literatura, guerras lejanas, dietas, informativos, religiones o destapadores de botellas. Por si fuera poco, parte del consumo incluye la idea de la plena libertad del consumidor. Cuando el consumidor no queda complacido, tiene el derecho de cambiar de canal o de devolver el producto —excepto si son presidentes— y exigir el retorno del dinero.

Una vez alguien escribió un artículo exaltando la superioridad del sistema socialista sobre el capitalista en la producción industrial. Ernesto Che Guevara le contestó que los argumentos carecían de fundamento objetivo, que el propósito del Hombre Nuevo no consistía en competir en esa área de la pura producción de bienes materiales y que, sobre todo, no había que confundir deseo con realidad. Podemos observar que esta idea —hay un mundo real y otro ficticio— es cierta para los débiles. Cuando los débiles confunden deseo con realidad son derrotados. Cuando los fuertes confunden deseo con realidad la realidad es derrotada. De igual forma, la idea de que la historia es una narración basada en hechos y la ficción carece de ese fundamento, se comete una doble imprecisión. Primero, porque gran parte de la historia se basa en ficciones que proceden del poder; tanto la realidad como las percepciones sobre la realidad en gran medida son sus propias creaciones. Segundo, porque toda ficción basa su fenómeno en una realidad concreta, sea una realidad económica o una realidad virtual creada por el poder que deriva de esa economía o —en una visión no marxista, si se quiere—, una realidad creada por una tradición espiritual establecida en un momento critico de la historia, como puede serlo un libro sagrado, una constitución mítica como la de Estados Unidos o una variada plétora de mitos fundadores.

La literatura no escapa a nada de eso. Es ficción que forma parte de una realidad y, quiera o no, la expresa y la modifica. ¿Qué es El Quijote sino una parodia de una tradición literaria moribunda —la literatura de caballería— que expresa mejor que cualquier libro de historia la realidad de su época? Y como los seres humanos cambiamos, pensamos diferente, vemos el mundo de diversas formas y aun así somos los mismos seres humanos, más allá de las culturas y de los periodos de la historia, resulta casi inevitable que una obra como El Quijote, que haya ido tan lejos en la expresión de la razón y la locura humana, hable también de hombres y mujeres que no vivieron en su tiempo. Sí, El Quijote, a diferencia de otras novelas que han resistido la erosión de la historia, fue un éxito de ventas. Pero a diferencia de muchos otros éxitos de ventas de la época solo El Quijote es El Quijote. Porque hay algo más que pura diversión. Algo más. Ese algo más no puede ser formulado en las oficinas de marketing; ni siquiera es agotado por los mejores críticos. Y la historia paga ese algo más rescatando de vez en cuando una obra, más tarde o más temprano, del olvido.

De acuerdo, tampoco tenemos derecho nosotros a levantar a un obrero deslomado de un sillón confortable para decirle que esa película de acción, esa revista de Caras, esa novela con su happy ending, son instrumentos ideológicos, analgésicos que lo ayudan a olvidar su propia realidad, en lugar de exigirle recordar quién es y dónde está. No, dejen a ese pobre hombre, a esa pobre mujer que descanse. Pero no que descase en paz.

Un derecho similar tienen aquellos que reaccionan contra el prostíbulo que estratégicamente se llama “válvula de escape”.  ¿Por qué los escritores deberían ser meros consoladores, renunciando al más noble compromiso de incomodar con interrogantes radicales? ¿Es divertida la televisión que consume el pueblo? Aparentemente sí, de otra forma programas tan vacíos sobre la farándula no tendrían tanta audiencia. Esta excitación es el mayor anestésico colectivo. Como un músculo que se lo golpea varias veces para insensibilizarlo antes de vacunar la carne. ¿Qué ese gusto no es un producto biológico sino un gusto creado por la industria de la diversión? Sí. ¿Que ese producto inocente es lo menos inocente que existe en el mundo, como una dulce droga cuyos efectos son ocultos por la misma droga? También.

Al menos que por algún camino y en algún momento se haya perdido la inocencia. Entonces ya no basta el bombardeo de símbolos a los que diariamente es expuesta una población entera para volver a la época de la inocencia. Y es en esta ruptura, en esa perdida de la inocencia que la crítica radical tiene un rol decisivo.

Jorge Majfud

Lincoln University

Febrero 2009.

Inocencia del arte, ideología de la neutralidad

La idea de que el arte está más allá de toda realidad social se parece a la teología descarnada que proscribe interpretaciones políticas en la muerte de Jesús; o a las mitologías nacionalistas impuestas como sagrados valores universales; o a los templarios del idioma, que se escandalizan con la impureza ideológica de la lengua que usan los pueblos rebelados. En los tres casos, la reacción contra interpretaciones o deconstrucciones sociales, políticas e históricas tiene un mismo objetivo: la imposición social, política e histórica de sus propias ideologías. La misma “muerte de las ideologías” fue una de las ideologías más terribles ya que, al igual que los otros estados dictatoriales del status quo, presumía de pureza y de neutralidad.

En el caso del arte, dos ejemplos de esta ideología se tradujeron en la idea de “el arte por el arte”, en Europa, y del Modernismo en Hispanoamérica. Este último, si bien tuvo el mérito de reflexionar y practicar una visión nueva sobre los instrumentos de expresión, pronto se reveló como la “torre de marfil” que era. No sin paradoja, sus mayores representantes comenzaron cantándole a blancas princesas, inexistentes en el trópico, y terminaron convirtiéndose en las máximas figuras de la literatura comprometida del continente: Rubén Darío, José Martí, José E. Rodó, etc. Décadas más tarde, el mismo Alfonso Reyes reconocerá que en América latina no se puede hacer arte desde la torre de marfil, como en París. A lo sumo, en medio del realismo trágico se puede hacer realismo mágico.

Las torres de marfil nunca fueron construcciones indiferentes a la crudeza de la realidad del pueblo, sino formas nada neutrales de negación de la misma, por el lado de los artistas, y de consolidación de su estado, por el lado de las elites dominantes (políticamente dominantes, se entiende). Hay variaciones históricas: hoy la torre de marfil es una estratégica atalaya, un minarete o un campanario laico levantado por el mercado de consumo. El artista es menos el rey de su torre, pero su labor consiste en hacer creer que su arte es pura creación, incontaminada por las leyes del mercado o con la moral y la política hegemónica. Porque más que de contradicciones —como afirmaban los marxistas— el capitalismo tardío está construido de sutiles coherencias, de pensamiento único, etc. El capitalismo es consecuente con sus contradicciones.

La explicación de los más fieles consumidores de arte comercial es siempre la misma: buscan una forma sana de diversión que no esté contaminada de violencia o de política, todo eso que abunda en los informativos y en los escritores “difíciles”. Lo que nos recuerda que pocos partidos hay tan demagogos y populistas como el partido imperial del mercantilismo, con sus eternas promesas de juventud eterna, de satisfacción plena y de felicidad infinita. La idea de “diversión sana” lleva implícito el entendido de que la ficción fantástica o la ciencia ficción son géneros neutrales, aparte de la historia política del mundo y aparte de cualquier manipulación ideológica. Hay por lo menos cinco razones para este consenso: (1) también así pensaban grandes de la literatura, como Jorge Luis Borges; (2) escritores mediocres han confundido frecuentemente la profundidad o el compromiso del escritor con el panfleto político; (3) es lícito entender el arte desde esta perspectiva purista, porque el arte también es diversión y pasatiempo; (4) la idea de neutralidad es parte de la fuerza de una cultura hegemónica que es todo menos neutral; por último, (5) se confunde neutralidad con “valores dominantes” y a éstos con lo universal.

A partir de aquí, creo que es muy fácil advertir al menos dos grandes tipos de arte: (1) aquel que busca dis-traer, di-vertir. Es decir, aquel que procura “salirse del mundo”. Paradójicamente, la función de este tipo de arte es la inversa: el consumidor sale de su rutina laboral y entra en este tipo de ficción pasatista para recuperar energías. Una vez fuera de la sala onírica del cine, fuera del best-seller mágico, la obra no importa más que por su valor anecdótico. Es el olvido lo que importa: dentro de la obra se procura olvidar el mundo rutinario; al salir de la obra, se procura olvidar el problema planteado por la misma, ya que siempre es un problema inventado al comienzo (el muerto) y solucionado al final (el asesino era el mayordomo). Esta es la función del happy ending. Es una función socialmente reproductiva: reproduce la energía productiva y los valores del sistema que se sirve de ese individuo agotado por la rutina. La obra de arte cumple aquí la misma función que el prostíbulo y el autor es apenas la prostituta que cobra por el placer reparador.

Diferente es el tipo de arte problemático: no es confort lo que ofrece a quien entra en su territorio. No es olvido sino memoria lo que le reclama a quien sale de él. El lector, el espectador no olvidan lo expuesto en ese espacio estético porque el problema no ha sido solucionado. La gran obra no soluciona un problema porque no ha sido ella quien lo ha creado: es la exposición del problema existencial del individuo, lo que se llevará al salir de ella. Está claro que en un mundo consumista este tipo de arte no puede ser el prototipo ideal. Paradójicamente, la obra problemática es una implosión del autor-lector, una mirada hacia adentro que debería provocar una conciencia crítica en el exterior que lo rodea. La obra pasatista es lo inverso: es anestesia que impone el olvido del problema existencial reemplazándolo con la solución de un problema creado por la obra misma.

Quiero decir que, al reconocer las múltiples dimensiones y propósitos de una obra de arte —que incluye la diversión y el solo placer estético—, significa también reconocer las dimensiones ideológicas en cualquier producto cultural. Es decir, también una obra de “pura imaginación” está recargada de valores políticos, sociales, religiosos, económicos y morales. Bastaría con poner el ejemplo de la ciencia ficción en Julio Verne o de la literatura fantástica de Adolfo Bioy Casares. La invención de Morel (1940) calificada por Borges como perfecta, es también la perfecta expresión de un escritor de la clase alta argentina que podía darse el lujo del cultivo de la imaginación más descarnada en medio de una sociedad convulsionada por “la década infame” (1930-1943) Un lujo y una necesidad para una clase que no quería ver más allá de su estrecho círculo llamado “universal”. ¿Qué hay más alejado de los problemas de la Argentina del momento que una isla perdida en medio del océano, con una máquina reproduciendo la nostalgia de una clase alta, hedonista por donde se la mire, con un individuo perseguido por la justicia que busca un Paraíso sin pobres y sin obreros? ¿Qué más alejado de un mundo en medio del holocausto de la Segunda Guerra mundial?

La libertad, quizás, sea la principal característica diferencial del arte. Y cuando esta libertad no le da vuelta la cara a la realidad trágica de su pueblo, entonces la característica se convierte en conciencia moral. La estética se reconcilia con la ética. La indiferencia nunca es neutral; sólo la ignorancia es neutral, pero resulta un problema ético y práctico promoverla en nombre de alguna virtud.

Jorge Majfud

The University of Georgia

Julio 2007

The Terrible Innocence of Art

The idea that art exists beyond all social reality is similar to the disembodied theology that proscribes political interpretations of the death of Jesus; or to the nationalist mythologies imposed like sacred universal values; or the templars of language, who are scandalized by the ideological impurity of the language used by rebellious nations. In all three cases, the reaction against social, political and historical interpretations or deconstructions has the same objective: the social, political and historical imposition of their own ideologies. The very “death of ideologies” was one of the most terrible of ideologies since, just like the other dictatorial states of the status quo, it presumed its own purity and neutrality.

In the case of art, two examples of this ideology were translated in the idea of “art for art’s sake” in Europe, and in the Modernismo of Spanish America. This latter, although it had the merit of reflecting upon and practicing a new vision with regard to the instruments of expression, soon revealed itself to be the “ivory tower” that it was. Not without paradox, its greatest representatives began by singing the praises of white princesses, non-existent in the tropics, and ended up becoming the maximal figures of politically-engaged literature of the continent: Rubén Darío, José Martí, José Enrique Rodó, etc. Decades later, none other than Alfonso Reyes would recognize that in Latin America one cannot make art from the ivory tower, as in Paris. At most, in the midst of tragic realism one can make magical realism.

Ivory towers have never been constructions indifferent to the rawness of a people’s reality, but instead far from neutral forms of denial of that reality, on the artists’ side, and of consolidation of its state, on the side of the dominant elites (politically dominant, that is). There are historical variations: today the ivory tower is a watchtower strategy, a secular minaret or belltower raised by the consumer market. The artist is less the kind of his tower, but his labor consists in making believe that his art is pure creation, uncontaminated by the laws of the market or with hegemonic morality and politics. At the foot of the stock market tower run rivers of people, from one office to another, scaling in rapid elevators other glass towers in the name of progress, freedom, democracy and other products that spill from the communication towers. All of the towers raised with the same purpose. Because more than from contradictions – as the Marxists would assert – late capitalism is constructed from coherences, from standardized thought, etc. Capitalism is consistent with its contradictions.

The explanation of the most faithful consumers of commercial art is always the same: they seek a healthy form of entertainment that is not polluted by violence or politics, all that which abounds in the news media and in the “difficult” writers. Which reminds us that there are few political parties so demagogic and populist as the imperial party of commercialism, with its eternal promises of eternal youth, full satisfaction and infinite happiness. The idea of “healthy entertainment” carries an implicit understanding that fantasy and science fiction are neutral genres, separate from the political history of the world and separate from any ideological manipulation. There are at least five reasons for this consensus: 1) this is also the thinking of the literary greats, like Jorge Luis Borges; 2) mediocre writers frequently have confused the profundity or the commitment of the writer with the political pamphlet; 3) it is justifiable to understand art from this purist perspective, because art is also a form of entertainment and pastime; 4) the idea of neutrality is part of the strength of a hegemonic culture that is anything but neutral; lastly, 5) neutrality is confused with “dominant values” and the latter with universal values.

At this point, I believe that it is very easy to distinguish at least two major types of art: 1) that which seeks to distract, to divert attention (“divertir” means to entertain in Spanish). That is to say, that which seeks to “escape from the world.” Paradoxically, the function of this type of art is the inverse: the consumer departs from his work routine and enters into this kind of entertaining fiction in order to recuperate his energies. Once outside the oneiric lounge of the theater, outside the magical best-seller, the work of art no longer matters for more than its anecdotal value. It is the forgetting that matters: within the artwork one is able to forget the routine world; upon leaving the artwork, one is able to forget the problem presented by that work, since it is always a problem invented at the beginning (the murder) and solved at the end (the killer was the butler). This is the function of the happy ending. It is a socially reproductive function: it reproduces the productive energy and the values of the system that makes use of that individual worn out by routine. The work of art fulfills here the same function as the bordello and the author is little more than the prostitute who charges a fee for the reparative pleasure.

Different is the problematic type of art: it is not comfort that it offers to whomever enters into its territory. It is not forgetting but memory that it demands of he who leaves it. The reader, the viewer do not forget what is exhibited in that aesthetic space because the problem has not been solved. The great artwork does not solve a problem because the artwork is not the one who has created it: the exposition of the existential problem of the individual is what will lead to departure from it. Clearly in a consumerist world this type of art cannot be the ideal prototype. Paradoxically, the problematic artwork is an implosion of the author-reader, a gaze within that ought to provoke a critical awareness of one’s surroundings. The entertaining artwork is the inverse: it is anasthesia that imposes a forgetting of the existential problem, replacing it with the solution of a problem created by the artwork itself.

I mean to say that, recognizing the multiple dimensions and purposes of a work of art – which include entertainment and mere aesthetic pleasure – means also recognizing the ideological dimensions of any cultural product. That is to say, even a work of “pure imagination” is loaded with political, social, religious, economic and moral values. It would suffice to pose the example of the science fiction in Jules Verne or of the fantastical literature of Adolfo Bioy Casares. Morel’s Invention (1940), considered by Borges to be perfect, is also the perfect expression of a writer of the Argentine upper class who could allow himself the luxury of cultivating the starkest imagination in the midst of a society convulsed by the “infamous decade” (1930-1943). A luxury and a necessity for a class that did not want to see beyond its narrow so-called “universal” circle. What could be farther from the problems of the Argentina of the moment than a lost island in the middle of the ocean, with a machine reproducing the nostalgia of an unbelievably hedonistic upper class, with an individual pursued by justice who seeks a Paradise without poverty and without workers? What could be farther from from a world in the midst of the Holocaust of the Second World War?

Nevertheless, it is a great novel, which demonstrates that art, although it is not only aesthetics, is not only politics either, nor mere expression of the relations of power, nor mere morality, etc.

Freedom, perhaps, may be the main differential characteristic of art. And when this freedom does not turn its face away from the tragic reality of its people, then the characteristic turns into moral consciousness. Aesthetics is reconciled with ethics. Indifference is never neutral; only ignorance is neutral, but it proves to be an ethical and practical problem to promote ignorance in the name of some virtue.

Dr. Jorge Majfud

Translated by Dr. Bruce Campbell

La inmoralidad del arte, la maldad de los pobres

El pasado mes de octubre, en un encuentro de escritores en México, alguien del público me preguntó si pensaba que el sistema capitalista caería finalmente por sus propias contradicciones. Momentos antes yo había argumentado sobre una radicalización de la modernidad en la dimensión de la desobediencia de las sociedades. (*) Aunque aún debemos atravesar la crisis del surgimiento chino, la desobediencia es un proceso que hasta ahora no se ha revertido, sino todo lo contrario. Lo cual no significa abogar por el anarquismo (como se me ha reprochado tantas veces en Estados Unidos) sino advertir la formación de sociedades autárticas. El estado actual, que en apariencia contradice mi afirmación, por el contrario lo confirma: lo que hoy tenemos es (1) una reacción de los antiguos sistemas de dominación —toda reacción se debe a un cambio histórico que es inevitable— y (2) a la misma percepción de ese empeoramiento de las libertades de los pueblos, debida a un mayor reclamo, producto también de una creciente desobediencia. Mi respuesta al señor del público fue, simplemente, no. “Ningún sistema —dije— cae por sus propias contradicciones. No cayó por sus propias contradicciones el sistema soviético y mucho menos lo hará el sistema capitalista (o, mejor dicho, el sistema “consumista”, que poco se parece al capitalismo primitivo). El sistema capitalista, que no ha sido el peor de todos los sistemas, siempre ha sabido cómo resolver sus contradicciones. Por algo ha evolucionado y dominado durante tantos años”. Las contradicciones del sistema no sólo se resuelven con instituciones como las de educación formal; también se resuelven con narraciones ideológicas que operan de “costura” a sus propias fisuras.

Dos anécdotas me ocurrieron después, a mi regreso a Estados Unidos, las que me parecen sintomáticas de estas “costuras” del discurso que pretenden resolver las contradicciones del propio sistema que las genera. Y las resuelven de hecho, aunque eso no quiere decir que resistan a un análisis rápido. Veamos.

La primera ocurrió en una de mis clases de literatura, la cual había dejado a cargo de un sustituto por motivo de mi viaje. Una alumna se había retirado furiosa porque en la película que se estaba proyectando (Doña Bárbara, basada en el clásico de Rómulo Gallegos), había una escena “inmoral”. La muchacha, a quien respeto en su sensibilidad, furiosa argumentó que ella era una persona muy religiosa y la ofendía ese tipo de imágenes. Al contestarle que si quería comprender el arte y la cultura hispánica debía enfrentarse a escenas con mayor contenido erótico que aquellas, me respondió que conocía el argumento: algunos llaman “obra de arte” a la pornografía. Con lo cual uno debe concluir que el museo del Louvre es un prostíbulo financiado por el estado francés y Cien años de soledad es la obra de un pervertido libinidoso. Por citar algunos ejemplos amables. Aparentemente, el público anglosajón está acostumbrado a la exposición de muerte y violencia de las películas de Hollywood, a los violentos playstation games que compran a sus niños, pero le afecta algo más parecido a la vida, como lo es el erotismo. En cuanto a los informativos, ya lo dijimos, la realidad llega totalmente pasterizada.

—Si uno es estudiante de medicina —argumenté—, no tiene más remedio que enfrentase al estudio de cadáveres. Si su sensibilidad se lo impide, debe abandonar la carrera y dedicarse a otra cosa.

Pero el problema no es tan relativo como quieren presentarlo los “absolutistas” religiosos. Aunque no lo parezca, es muy fácil distinguir entre una obra de arte y una pornografía. Y no lo digo porque me escandalice esta última. Simplemente entre una y otra hay una gran diferencia de propósitos y de lecturas. La misma diferencia que hay entre alguien que ve en un niño a un niño y otro que ve en él a un objeto sexual; la misma diferencia que hay entre un “avivado” y un ginecólogo profesional. Si no somos capaces de ponernos por encima de un problema, si no somos capaces de una madurez moral que nos permita ver el problema desde arriba y no desde bajo, nunca podríamos ser capaces de ser ginecólogos, psicoanalistas ni, por supuesto, sacerdotes. Pero si hay sacerdotes que ven en un niño a un objeto sexual —faltaría que lo negásemos—, eso no quiere decir que el sacerdocio o la religión per se es una inmoralidad.

Por supuesto que semejantes argumentos sólo podrían provocarme una sonrisa. Pero no me hace gracia pretender simplificar al ser humano en nombre de la moral y no estoy dispuesto a hacerlo aunque me lo ordene el Rey o el Papa. Y entiendo que mantenerme firme en esta defensa es una defensa a la especie humana contra aquellos que pretenden salvarla castrándola de cuerpo y alma. Estos discursos moralizadores no dejan de ser sintomáticos de una sociedad que obsesivamente busca lavar sus traumas con excusas, para no ver la gravedad de sus propias acciones. Y sobre esto de “no querer ver lo que se hace” ya le dediqué otro ensayo, así que mejor lo dejo por aquí.

—Usted es demasiado liberal —me dijo más tarde R., mi alumna.

Luego el catecismo inevitable:

—¿Tiene usted hijos?

Me acordé de los viejos que siempre se escudan en su experiencia cuando ya no tienen argumentos. Como si vivir fuese algún mérito dialéctico.

—No, no aún —respondí.

—Si tuviera hijos comprendería mi posición —observó.

—¿Por qué, tiene usted hijos? —pregunté.

—No— fue la repuesta.

—Es decir que la pregunta anterior no la hizo usted, me la hicieron sus padres. ¿Con quién estoy hablando en este momento?

Opiné que para ser auténtico primero había que ser libre.

—En este mundo hay demasiada libertad —se quejó R.

—¿Cree usted en Dios? —pregunté, como un tonto.

—Sí, por supuesto.

—¿Cree por su propia voluntad o porque se lo han impuesto?

—No, no. Yo creo en Dios por mi propia voluntad.

—Es decir que la libertad sigue siendo una virtud, a pesar de todo…

Pocos días después, en otra clase, una de mis mejores alumnas me preguntó sobre el problema de las drogas en el mundo. Quería saber mi opinión sobre las posibles soluciones. La suya era que si Estados Unidos creaban trabajo en los países pobres de América Latina eso lograría terminar con el tráfico de drogas y quería saber si yo pensaba igual. Mi respuesta fue terminante (y tal vez pequé de elocuencia): no. Simplemente, no.

En la pregunta reconocí el viejo discurso hegemónico norteamericano: “nuestros problemas se deben a la existencia de malos en el mundo”. Una simplicidad a la medida de un público que antes se reconocía como ciudadano y ahora se reconoce como “consumidor”. Claro, no muy diferente es la teoría maniquea en América Latina: “todos nuestros males se los debemos al imperialismo yanqui”.

—¿Por qué no?—, preguntó sorprendida mi alumna, una muchacha con toda las buenas intenciones del mundo.

—Por la misma lógica del sistema capitalista —respondí—. Si los pobres tuviesen mayores y mejores oportunidades de trabajo eso mejoraría sus vidas, pero no eliminaría el narcotráfico, porque no son ellos los motores de este monstruoso mecanismo. La demonización de los productores es un discurso del todo estratégico —no entraré a explicar este punto tan obvio—, pero no sirve para resolver el problema ni lo ha resuelto nunca.

—¿Y cuál es la causa del problema, entonces?

—En el sistema capitalista, sobre todo en el capitalismo tardío (y dejemos de lado a Keynes por un momento), la oferta aparece siempre para satisfacer la demanda, ya sea de forma legal o ilegal. El objetivo de toda empresa es descubrir las “necesidades insatisfechas” (creadas, de forma creciente, por la propia cultura de consumo) y lograr infiltrarse en el mercado con una oferta a la medida. En español se habla de “nicho del mercado”, lo cual tiene lógicas connotaciones con la muerte. Si hay demanda de trabajadores, allí habrán inmigrantes ilegales para satisfacer la demanda y evitar que la economía se detenga. Al mismo tiempo, surgirán nuevas narraciones y nuevos “patriotas” que se organicen para salvar al país de estos sucios holgazanes venidos del sur para robarles los beneficios sociales.

Pocos pueden dudar de que los principales consumidores de drogas del mundo están en el mercado norteamericano y europeo, los dos polos del progreso mundial. La conclusión era obvia: los primeros responsables de la existencia del narcotráfico no son los pobres campesinos colombianos o peruanos o bolivianos: son los ricos consumidores del primer mundo. Aparte de los narcotraficantes, claro, que son los únicos beneficiados de este sistema perverso. Pero vaya uno a decirlo sin riesgo.

No deberíamos nosotros, minúsculos intelectuales, recordarle a los capitalistas cómo funcionan sus cosas. Ellos son los maestros en esto, aunque también son maestros en hacerse los tontos: nadie produce ni trafica algo que nadie quiere comprar. Mientras haya alguien que está interesado en comprar mierda de perro, habrá gente en el mundo que la recoja en bolsitas de nylon para su exportación. Pero culpar a las prostitutas por inmorales y absolver a los hombres por “machos” es parte del discurso ideológico de cada época. En este último caso, hubiese bastado la lucidez de Sor Juana Inés de la Cruz que a finales del siglo XVII se preguntaba «¿quién es peor / la que peca por la paga / o el que paga por pecar?» Claro que los puritanos no entendieron un razonamiento tan simple e igual la condenaron al infierno.

—Si es así, entonces ¿cuál es la solución? —preguntó otro alumno, sin convencerse del todo.

—La solución no es fácil, pero en cualquier caso está en la eliminación de la demanda, en la superación de la Cultura del Consumo. En una cultura que premia el consumo y el éxito material, ¿qué se puede esperar sino más consumo, incluido el de drogas y otros estimulantes que anestesien el profundo vacío que hay en una sociedad que todo lo cuantifica? La coca es usada en Bolivia desde hace siglos, y no podemos decir que la drogadicción haya sido un problema hasta que aparecieron los traficantes buscando satisfacer una demanda que se producía a miles de kilómetros de ahí. Yo recuerdo en un remoto rincón de África campos de marihuana que nadie consumía. Claro, apenas los nativos veían a un hombre blanco con un sombrero y unos lentes negros enseguida se la ofrecían con tal de ganarse unas monedas. Y hubiese bastado un pequeño ejército de esos consumidores extranjeros para activar el cultivo sistemático y la recolección de estas plantas hasta que unos años después pasaran por encima unos aviones arrojando pesticidas para combatir a la producción y a los miserables productores, culpables de todo mal del mundo.

La discusión terminó como suelen terminar todas las discusiones en Estados Unidos: con un formalismo democrático y consciente de las consecuencias pragmáticas: “Acepto su opinión pero no la comparto”

Hasta hoy espero argumentos que justifiquen esta natural discrepancia.

Jorge Majfud

The University of Georgia

Octubre, 2005.

(*) Normalmente, la Posmodernidad se definía en oposición a los valores característicos de la Modernidad: racionalismo, logocentrsmo europeo, metanarraciones absolutistas, etc. Por lo cual podemos entender a la Posmodernidad como una Antimodernidad. Pero esto es una simplificación. Hay elementos que significan aún hoy una continuación y una radicalización de la Modernidad: es lo que llamo la Sociedad Desobediente.

L’immoralité de l’Art, la méchanceté des pauvres

Par Jorge Majfud

Professeur à l’Université de Géorgie

Traduit de l’espagnol par:

Pierre Trottier

Au mois d’octobre passé, dans une rencontre d’écrivains à Mexico, quelqu’un du public me demanda si je pensais que le système capitaliste tomberait finalement de ses propres contradictions. Quelques moments auparavant, j’avais argumenté sur une radicalisation de la modernité dans la dimension de la désobéissance des sociétés.* Bien que nous devions encore traverser la crise de l’apparition chinoise, la désobéissance est un processus qui, jusqu’à maintenant, ne s’est pas atténué, tout au contraire. Ce qui ne signifie pas plaider pour l’anarchisme (comme on me l’a si souvent reproché aux États-Unis) mais observer la formation de sociétés “autartiques”. L’état actuel, qui en apparence contredit mon affirmation, la confirme au contraire: ce que nous avons aujourd’hui est (1) une réaction des vieux systèmes de domination –toute réaction est due à un changement historique qui est inévitable –et (2) la perception même de la dégradation des libertés des peuples, due à une plus grande réclame, produit aussi d’une croissante désobéissance. Ma réponse au monsieur du public fut simplement, non. Aucun système, dis-je, ne tombe de ses propres contradictions. Le système soviétique n’a pas tombé de ses propres contradictions, et encore moins ne le fera le système capitaliste (ou, pour mieux dire, le système de “consommation de masse”, qui ressemble peu au capitalisme primitif). Le système capitaliste, qui n’a pas été le pire de tous les systèmes, a toujours su comment résoudre ses contradictions. Ce n’est pas pour rien qu’il a évolué et dominé pendant tant d’années. Les contradictions du système non seulement se résolvent avec des institutions comme celle de l’éducation formelle; elles se résolvent aussi par des narrations idéologiques qui opèrent des “coutures” à ses propres fissures.

Deus anecdotes m’arrivèrent à mon retour aux États-Unis, de celles qui m’apparaissent symptomatiques de ces “coutures”,du discours que prétendent résoudre les contradictions de ce même système qui les génère. Et elles les résolvent de fait, quoique cela ne veut pas dire qu’elles résistent à une analyse rapide. Voyons.

La première arriva dans une de mes classes de littérature, laquelle avait été laissée à un substitut pendant mon voyage au Mexique. Une étudiante s’était retirée furieuse parce que sur le film qui était projeté (Doña Bárbara, basé sur le classique de Romulo Gallegos) se trouvait une scène “immorale”. La jeune fille, très sensible, argumenta furieuse qu’elle était une personne très religieuse et que ce type d’image l’offensait. A lui répondre que si elle voulait comprendre l’art et la culture hispanique, qu’elle devrait affronter des scènes avec de plus grands contenus érotiques que cette dernière, elle me répondit qu’elle connaissait l’argument: certains appellent “œuvre d’art” la pornographie. Avec lequel quelqu’un doit conclure que le musée du Louvre est une maison de tolérance financée par l’état français et que Cent années de solitude est l’œuvre d’un perverti libidineux. Pour citer quelques exemples aimables. Apparemment, le public anglo-saxon est accoutumé aux expositions de mort et de violence des films d’Hollywood , et aux jeux violents de playstation qu’il achète à ses enfants, mais, quelque chose qui ressemble plus à la vie, tel l’érotisme, l’affecte davantage. Et en ce qui concerne les contenus informatifs, nous l’avons déjà dit, la réalité arrive totalement pasteurisée.

Si quelqu’un est étudiant en médecine, argumentai-je, il n’a pas d’autre remède que d’affronter l’étude des cadavres. Si sa sensibilité lui fait trop obstacle, il doit abandonner la carrière et s’adonner à autre chose.

Mais le problème n’est pas aussi relatif comme veulent le présenter les “absolutistes” religieux. Quoiqu’il n’y paraisse, il est très facile de distinguer entre une œuvre d’art et celle pornographique. Et je ne dis pas cela parce que cette dernière me scandalise. Simplement, entre l’une et l’autre il y a une différence d’intentions et de lectures. La même différence qu’il y a entre quelqu’un qui voit un enfant comme un enfant, et un autre qui voit en lui un objet sexuel; la même différence qu’il y a entre un “excité” et un gynécologue professionnel. Si nous ne sommes pas capables de nous mettre au-dessus d’un problème, si nous ne sommes pas capables d’une maturité morale qui nous permet de voir le problème à partir d’en-haut et non d’en-bàs, jamais nous ne pourrons être gynécologue, psychanalyste ni, bien sûr, prêtre. Et s’il y a des prêtres qui voient dans des enfants des objets sexuels, il faudrait que nous les niions –cela ne veut pas dire que la prêtrise ou la religion “en soi” est une immoralité.

Il est certain que de semblables arguments ne pourraient me susciter qu’un sourire. Mais cela ne me plaît pas du tout prétendre réduire l’être humain au nom de la morale, et je ne suis pas disposé à le faire même si me l’ordonne le Roi ou le Pape. Et j’entends rester ferme dans cette défense: c’est une défense de l’espèce humaine contre ceux qui prétendent la sauver la castrant de son corps et de son âme. Ces discours moralisateurs ne cessent d’être symptomatiques d’une société qui obsessivement cherche à laver ses traumas avec des excuses pour ne pas voir la gravité de ses propres actions. Et sur cela de “ne pas vouloir voir ce qui se fait”, j’ai déjà dédié un autre essai meilleur que je ne le fais ici.

–Vous êtes trop libéral –me dit plus tard R., mon étudiante.

Par la suite le catéchisme inévitable:

–Avez-vous des enfants?

Je pensai aux vieilles personnes qui se retranchent toujours derrière leur expérience alors qu’elles n’ont plus d’arguments. Comme si vivre fut le fait de quelque mérite dialectique.

–Non, pas encore –répondis-je.

–Si vous aviez des enfants vous comprendriez ma position –observa-t-elle.

–Pourquoi, vous avez des enfants –demandai-je?

–Non, fut la réponse.

–C’est dire que la question antérieure ne vient pas de vous, elle vient de vos parents. Avec qui suis-je en train de parler en ce moment?

Je pensai que pour être authentique qu’il fallait d’abord être libre.

–Dans ce monde il y a trop de liberté– se plaignit R.

–Croyez-vous en Dieu? –demandai-je comme un bêta.

–Oui, bien sûr.

–Y croyez-vous par vous-même ou parce qu’on vous l’a imposé?

–Non, non je crois en Dieu par ma propre volonté.

–C’est dire que la liberté continue d’être une vertu malgré tout.

Peu de jours plus tard, dans une autre classe, une autre de mes étudiantes m’interrogea sur le problème des drogues dans le monde. Elle voulait connaître mon opinion sur les solutions possibles. La sienne était que si les États-Unis créaient du travail dans les pays pauvres d’Amérique Latine, cela aurait pour effet d’en finir avec le narcotrafic, et elle voulait savoir si j’opinais dans le même sens. Ma réponse fut formelle (et peut-être péchai-je d’éloquence): non. Simplement non.

Dans la question je reconnus le vieux discours hégémonique nord-américain: “nos problèmes sont dus à l’existence des méchants dans le monde”. Une simplicité à la mesure d’un public qui avant se reconnaissait citoyen et qui maintenant se reconnaît comme “consommateur”. Bien sûr, non moins différente est la théorie manichéenne en Amérique Latine: “tous nos maux sont dus à l’impérialisme yankee”.

–Pourquoi non –me demanda surprise mon étudiante, une jeune fille avec toutes les bonnes intentions du monde.

–Par la logique même du système capitalista – répondis-je–. Si les pauvres avaient de plus grandes et de meilleures opportunités de travail, cela améliorerait leurs vies, mais cela n’éliminerait pas le narcotrafic, parce que ce ne sont pas là les moteurs de ce monstrueux mécanisme. La démonisation des producteurs est un discours avant tout stratégique –je ne commencerai pas à expliquer ce point de vue d’une telle évidence –mais cela ne sert pas à résoudre le problème et ne l’a jamais fait.

–Et quelle est la cause du problème alors?

–Dans le système capitaliste, surtout dans le capitalisme tardif (et laissons de côté Keynes pour le moment), l’offre apparaît toujours afin de satisfaire la demande, que ce soit de façon légale ou illégale. L’objectif de toute entreprise est de découvrir les “nécessités insatisfaites” (crées, de façon croissante, par la propre culture de consommation), et de réussir à s’infiltrer sur le marché avec une offre sur mesure. En espagnol, on parle de “niche de marché”, ce qui possède des connotations logiques avec la mort. S’il y a une demande de travailleurs, il y aura là des travailleurs illégaux afin de satisfaire la demande et éviter que l’économie ne s’effondre. En même temps, surgiront de nouvelles narrations et de nouveaux “patriotes” qui s’organiseront afin de sauver le pays de ces sales paresseux venus du sud afin leurs voler leurs bénéfices sociaux.

Peu peuvent douter que les principaux consommateurs de drogues dans le monde sont sur le marché nord-américain et européen, les deux pôles du progrès mondial. La conclusion est évidente: les premiers responsables du narcotrafic ne sont pas les pauvres paysans colombiens ou péruviens ou boliviens: ce sont les riches consommateurs du premier monde. Mis à part les narcotrafiquants , ce sont bien sûr les uniques bénéficiaires de ce système pervers. Mais que quelqu’un le dise sans risque.

Nous devrions nous, minuscules intellectuels, rappeler aux capitalistes comment fonctionnent leurs choses. Ils sont les maîtres en cela, quoiqu’ils soient aussi les maîtres à faire les sots: personne ne produit quelconque trafic que personne ne veut acheter. Tant qu’il y aura quelqu’un intéressé à acheter de la merde de chien, il y aura des gens dans le monde qui la ramasseront et la mettront dans du nylon pour son exportation. Mais accuser les prostitués d’immoralité et absoudre les hommes d’être “mâles” fait partie du discours idéologique de chaque époque. Dans ce dernier cas, la lucidité de Sœur Jeanne Agnès de la Croix, à la fin du XVII è siècle, eut été suffisante, laquelle se demandait: “qu’est-ce qui est pire / celle qui pèche pour la paie / ou celui qui paie pour pécher”? Bien sûr que les puritains ne comprirent pas un raisonnement aussi simple et la condamnèrent à l’enfer.

–S’il en est ainsi, quelle est la solution? –demanda un autre élève, sans être persuadé du tout.

–La solution n’est pas facile mais, dans tous les cas, c’est dans l’élimination de la demande, dans le dépassement de la Culture de Consommation. Dans une culture qui récompense la consommation et le succès matériel, à quoi peut-on s’attendre sinon à plus de consommation, incluant celle des drogues et autres stimulants qui anesthésient le vide profond qu’il y a dans une société qui quantifie tout? La coke est utilisée en Bolivie depuis des siècles, et l’on ne peut pas dire que l’addiction à cette drogue aie été un problème jusqu’à ce qu’apparaissent les trafiquants cherchant à satisfaire une demande qui se produisait à des milliers de kilomètres de là. Je me souviens d’un lointain coin d’Afrique, de champs de marijuana dont personne ne consommait. Bien sûr, à peine les natifs voyaient un homme blanc muni d’un chapeau et de lunettes fumées, on lui offrait avec cela de se faire de l’argent. Et il y eut une petite armée suffisante de ces consommateurs étrangers pour activer la culture systématique et la collecte de ces plantes jusqu’à ce que, quelques années plus tard, des avions passent arroser ces champs de pesticides afin de combattre la production et les misérables producteurs coupables de tous les maux du monde.

La discussion se termina comme ont l’habitude de se terminer toutes les discussions aux États-Unis: par un formalisme démocratique et conscient des conséquences pragmatiques: “j’accepte votre opinion mais je ne la partage pas”.

Encore aujourd’hui j’attends des arguments qui justifient cette divergence naturelle.

Jorge Majfud

Professeur à l’Université de Géorgie

Traduit de l’espagnol par:

Pierre Trottier, octobre 2005

* Normalement, la Posmodernité se définit en opposition aux valeurs caractéristiques de la Modernité: rationalisme, logocentrisme européen, métanarrations absolutistes, etc. Sur quoi nous pouvons comprendre la Posmodernité comme une Antimodernité. Mais cela est une simplification. Il y a des éléments qui signifient encore aujourd’hui une continuation et une radicalisation de la Modernité: c’est ce que nous appelons la Société Désobéissante.

¿Para qué sirve la literatura?

Jorge Majfud’s books at Amazon>>

À quoi sert la littérature ? (French)

What good is literature, anyway? (English)

¿Para qué sirve la literatura? (II)

¿Para qué sirve la literatura?

Estoy seguro que muchas veces habrán escuchado esa demoledora inquisición “¿Bueno, y para qué sirve la literatura?”, casi siempre en boca de algún pragmático hombre de negocios; o, peor, de algún Goering de turno, de esos semidioses que siempre esperan agazapados en los rincones de la historia, para en los momentos de mayor debilidad salvar a la patria y a la humanidad quemando libros y enseñando a ser hombres a los hombres. Y si uno es escritor, palo, ya que nada peor para una persona con complejos de inferioridad que la presencia cercana de alguien que escribe. Porque si bien es cierto que nuestro financial time ha hecho de la mayor parte de la literatura una competencia odiosa con la industria del divertimento, todavía queda en el inconsciente colectivo la idea de que un escritor es un subversivo, un aprendiz de brujo que anda por aquí y por allá metiendo el dedo en la llaga, diciendo inconveniencias, molestando como un niño travieso a la hora de la siesta. Y si algún valor tiene, de hecho lo es. ¿No ha sido ésa, acaso, la misión más profunda de toda la literatura de los últimos quinientos años? Por no remontarme a los antiguos griegos, ya a esta altura inalcanzables por un espíritu humano que, como un perro, finalmente se ha cansado de correr detrás del auto de su amo y ahora se deja arrastrar por la soga que lo une por el pescuezo.

Sin embargo, la literatura aún está ahí; molestando desde el arranque, ya que para decir sus verdades le basta con un lápiz y un papel. Su mayor valor seguirá siendo el mismo: el de no resignarse a la complacencia del pueblo ni a la tentación de la barbarie. Para todo eso están la política y la televisión. Por lo tanto, sí, podríamos decir que la literatura sirve para muchas cosas. Pero como sabemos que a nuestros inquisidores de turno los preocupa especialmente las utilidades y los beneficios, deberíamos recordarles que difícilmente un espíritu estrecho albergue una gran inteligencia. Una gran inteligencia en un espíritu estrecho tarde o temprano termina ahogándose. O se vuelve rencorosa y perversa. Pero, claro, una gran inteligencia, perversa y rencorosa, difícilmente pueda comprender esto. Mucho menos, entonces, cuando ni siquiera se trata de una gran inteligencia.

© Jorge Majfud

Montevideo, Diciembre de 2000.

Litterae (Chile)

https://www.eldia.es/cultura/2015-09-26/17-libro-ya-es-acto-resistencia-vulgarizacion-cultura.htm

 

What good is literature, anyway?

I am sure that you have heard many times this loaded query: «Well, what good is literature, anyway?» almost always from a pragmatic businessman or, at worst, from a Goering of the day, one of those pseudo-demigods that are always hunched down in a corner of history, waiting for the worst moments of weakness in order to «save» the country and humankind by burning books and teaching men how to be «real» men. And, if one is a freethinking writer during such times, one gets a beating, because nothing is worse for a domineering man with an inferiority complex than being close to somebody who writes. Because if it is true that our financial times have turned most literature into a hateful contest with the leisure industry, the collective unconscious still retains the idea that a writer is an apprentice sorcerer going around touching sore spots, saying inconvenient truths, being a naughty child at naptime. And if his/her work has some value, in fact he/she is all that. Perhaps the deeper mission of literature during the last five centuries has been precisely those things. Not to mention the ancient Greeks, now unreachable for a contemporary human spirit that, as a running dog, has finally gotten exhausted and simply hangs by its neck behind its owner’s moving car.

However, literature is still there; being troublesome from the beginning, because to say its own truths it only needs a modest pen and a piece of paper. Its greatest value will continue to be the same: not to resign itself to the complacency of the people nor to the temptation of barbarism. Politics and television are for that.

Then, yes, we can say literature is good for many things. But, because we know that our inquisitors of the day are most interested in profits and benefits, we should remind them that a narrow spirit can hardly shelter a great intelligence. A great intelligence trapped within a narrow spirit sooner or later chokes. Or it becomes spiteful and vicious. But, of course, a great intelligence, spiteful and vicious, can hardly understand this. Much less, then, when it is not even a great intelligence.

© Jorge Majfud