Democracia Directa

Netting

Netting (Photo credit: Oberazzi)

 

Hacia una Democracia Directa

 

A finales del siglo XX observábamos la inminencia de un quiebre del sistema socioeconómico del mundo desarrollado y el levantamiento de masas sin líderes definidos, una nueva forma de procesar la información y una desmilitarización de la moral y del pensamiento.

También sugerimos dos alternativas a esta gran crisis: (a) una mayor represión, producto de la reacción del antiguo orden, o (b) un avance hacia la democracia directa.

En los años 90 estábamos convencidos que Internet iba a ser ese gran instrumento de liberación de las masas y los pueblos. Veinte años más tarde ese optimismo ha sido defraudado en parte por una cultura que no ha acompañado estos cambios técnicos. Las redes sociales, por ejemplo, todavía son juguetes antes que herramientas para una democracia directa. Obviamente, cada uno hace con su vida lo que quiera, pero aquí estamos hablando desde un punto de vista histórico.

En una próxima etapa deberíamos tener en funcionamiento las Asambleas Ciudadanas, redes capaces de habilitar a los individuos no sólo a dar una opinión intrascendente y catártica sino a tomar decisiones, de la misma forma que un individuo toma una decisión cuando usa su tarjeta de crédito para pagar una cuenta, para comprar un artículo, un servicio o donar algo para las víctimas de una catástrofe.

En dos palabras, el objetivo sigue siendo el mismo: la democracia directa, que es una variación de un sistema anárquico. Esta Sociedad Desobediente, Democracia Directa o Anarquía Organizada no implica la inexistencia de jerarquías sino la potencialización de la “igual-libertad”, en oposición de la igualación de los regímenes absolutistas o de la tiranía de la libertad de los más fuertes de un sistema basado en el libre mercado (de dudosa existencia en cuanto a su adjetivo), tal como lo conocemos hoy.

Si hacemos un rápido e incompleto resumen de esas ideas ya adelantadas hace años, éstas podrían ser:

1. Democracia directa. Las democracias representativas, que fueron un gran progreso de la historia a partir principalmente de la Revolución americana, están ahora obsoletas y más bien son el principal obstáculo reaccionario para el avance de una democracia directa. Los representantes no representan y los representados no deciden sobre problemas concretos aparte de decidirse por un candidato o por un partido político.

2. Sistema de asambleas y voto electrónico. La experiencia de decisión y consecuencia produce individuos y sociedades más libres y responsables. Pero la frecuencia de votación cada dos o cuatro años, establecida por la realidad del siglo XVIII, en nuestro tiempo no tiene más fundamentos que excusas.

3. Atomización del poder. Sin poder no hay libertad, por lo que la garantía de una libertad igualitaria implica un equilibrio en la cuota de poder que cada individuo posee en una sociedad. Por el contrario, la diferencia relativa de poder produce amos y esclavos, gobernantes y gobernados, acreedores y deudores vitalicios. También facilita la violencia civil y militar de dos formas: a) el poder concentrado de los gobiernos, de las corporaciones y de las mafias privadas debe luchar por conservar y aumentar el poder que posee; 2) es más probable y tiene consecuencias más graves el ataque a un poder central, como a un gobierno o a una institución, que el ataque a un poder que no posee una cabeza ni está concentrado en el espacio.

4. Liberación de fidelidades preestablecidas. El sentimiento de pertenecia a un grupo es natural pero también ha sido un instrumento para limitar el pensamiento y secuestrar el compromiso de los individuos. El sentido exacerbado de clan, de secta, de partido o de nacionalidad refuerza la necesidad de conflicto permanente para evitar que los adversarios tomen el poder. Se puede argumentar que una mayor liberalización de la vida social lleva al fortalecimiento de elites, pero la historia de los últimos siglos muestra, no sin dolor y excepciones, que a mayor libertad individual ha aumentado la igualdad de oportunidades y derechos. Las crisis se dan por ciertas diferencias sociales que en cierto momento se vuelven intolerables para la mayoría.

5. Impuesto selectivo. Una forma práctica de acelerar los cambios hacia una democracia directa es introducir una reforma en los sistemas de impuestos, según la cual un porcentaje pueda ser destinado a diferentes causas, instituciones, políticas o programas sociales. Así, cada año el contribuyente podrá decidir a quién quita apoyo y a quién se lo da según su propio criterio y no según la imposición de un partido político o de un aparato burocrático. De esta forma cada ciudadano podría ejercer a una escala minúscula pero acumulada el mismo hábito que actualmente las corporaciones realizan cuando deciden sus donaciones.  

6. Promoción de un Índice de Desarrollo Social en reemplazo del PIB. Es cierto que con una caída del PIB de un país se destruyen empleos. Esto genera tensión social y la primera solución es lograr que el PIB vuelva a crecer. Pero podemos juzgar el éxito de este paradigma dominante por sus resultados a largo plazo. La idea nunca cuestionada de que para que haya empleos y estabilidad social el PIB debe crecer ilimitadamente ha sido una ilusión y una adicción sostenida a duras penas y no ha evitado crisis de todo tipo, como las crisis económicas, crisis laborales, sociales y ecológicas. El problema no radica en la mera generación de riqueza sino en una distribución más democrática (no por parte de un Estado burocrático, con tendencia a la corrupción, sino por individuos más independientes). La ambición ilimitada produce tanta riqueza para los fuertes como pobreza para los débiles y estas diferencias generan más violencia física, económica y moral.

7. Cambio de valoración social. A una distribución más democrática del poder social (político y económico) debería acompañar un cambio de cultura que se aleje de la ansiedad del consumismo como signo de éxito, promovido por la publicidad capitalista.

8. Mayor conciencia holística, ecologista y existencialista. ¿A dónde vamos tan apurados?

9. Disminución del poder de la economía en la vida de los individuos. Este cambio individual no está desconectado de un cambio cultural. Un individuo que toma la decisión de combatir su visión exitista del mundo seguramente hará un gran cambio en su vida, pero no evitará que los exitistas que lo rodean terminen por afectarlo de forma directa, como a través de la pérdida de su empleo por “falta de ambiciones” o la destrucción del medio ambiente.

Ningún individuo, ningún país podría cambiar esta realidad por sí solo. Ignorar las reglas que rigen la realidad que rodea a un individuo o a un país es simplemente exponerse al exterminio propio. Por lo tanto, cualquier cambio deberá ser gradual y simultáneo. El objetivo es una democracia directa y los caminos son múltiples, recorriendo desde la economía y la cultura de las sociedades globales hasta las sensibilidades individuales.

 

Jorge Majfud

Jacksonville University

Julio 2012

majfud.org

Milenio (Mexico)

 

 

 

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La generación FaceNoBook

La generación FaceNoBook

Profile shown on Thefacebook in 2005

Quizás una de las décadas más fructíferas y conflictivas de los últimos cien años haya sido la década de los sesenta. 

Fue el apogeo y el canto del cisne de un espíritu joven que, sin embargo, dejó algunas herencias como los movimientos de reivindicación de las minorías y de las mayorías débiles o marginadas del centro del poder, como el pensamiento poscolonialista, entre otros. Ese espíritu joven, en gran medida nacido en la misma región geográfica donde se ejercitaba el poder internacional e intercultural, fue impulsado por el alto porcentaje de jóvenes en Europa y Estados Unidos como clara consecuencia del baby boom (de la misma forma podemos explicar la “primavera árabe” y el eterno “otoño chino”). Acompañando los mismos números demográficos, ese espíritu vital fue mortalmente herido por la previsible reacción conservadora de los 70 y 80 que se extiende hasta nuestros días.

En 1969, Adolfo Bioy Casares, uno de los pocos conservadores lúcidos de la época, aunque nunca tan lúcido como su amigo Jorge Luis Borges, publicó una novela que puede leerse como crítica social: Diario de la guerra del cerdo. Antes, la genial Invención de Morel pretendió ser literatura pura o “perfecta” (interpretación fantástica de la realidad literaria, nunca desdeñable y nunca única) y sin quererlo retrató el espíritu de su propia clase social en 1940, ostentosa heredera de una Argentina prospera en clara decadencia, amenazada por una Argentina obrera, la de los descamisados, que trataba de sacar la cabeza del fango de la miseria y la inexistencia.

La guerra del cerdo, sin embargo, es una necesaria metáfora que funciona de contra balance ante los excesos de una época. En esta novela, los viejos son perseguidos y eliminados por bandas de jóvenes. Paradójicamente, en la Argentina real de la época, la práctica era la inversa. Así, una vez más, una crítica y una reivindicación totalmente justa, servía para ejercitar o mantener otras injusticias, lo que nos revela la infinita complejidad de cualquier realidad. Complejidad que nunca será comprendida por los ortodoxos de todo tipo (pocas cosas más heterodoxas que el conjunto de los ortodoxos que se odian a muerte).

Desde el ensayo, Ortega y Gasset se ocupó extensamente del conflicto de generaciones. En la vereda opuesta, Ernesto Che Guevara, casi en sus cuarenta, un día, presenciando un grupo de estudiantes, también reconoció: “había olvidado yo que hay algo más importante que la clase social a la que pertenece el individuo: la juventud…” (Obras) Los ejércitos más poderosos del mundo también lo saben. Además de sus clases sociales, basta con ver las edades de los soldados que históricamente van a morir al frente, muchas veces sin edad suficiente para consumir alcohol.

En el caso del eterno conflicto de las generaciones, tradicionalmente han habido dos grupos antagónicos: los viejos, que aseguran que ya no hay moral o todo está en decadencia, sólo porque la moral en curso no es la de ellos o sus valores e ideas sobre las virtudes de una sociedad no se entienden con las nuevas en curso. De este tipo de percepciones nos hemos ocupado antes.

Por el otro lado, están aquellos que se inician en el mundo, aquellos que se representan a sí mismo colonizando el presente y el futuro (no siempre es la generación más joven o la más vieja, depende de la lógica de la historia; cuando éramos niños, teníamos que esperar que nuestros padres terminasen de ver el informativo para ver los dibujitos; ahora los padres tenemos que esperar que los niños terminen de ver los dibujitos para ver el informativo; siempre hay una generación jodida).

Concretamente, la generación actual (la Generación FaceNoBook) ha planteado diferentes dilemas o, mejor dicho, se ha encontrado en medio de un dilema planteado por la generación anterior, la generación que inventó el presente, un mundo de conexiones virtuales y todo lo que hace la realidad de los jóvenes de hoy.

En el caso concreto de la educación, de los hábitos intelectuales y de lectura, podemos hacer una crítica a la nueva generación: la twitterización del pensamiento puede ser un proceso interesante si no fuese toda la habilidad que poseen o ejercitan. La nueva generación de la hiperfragmentación no debería juzgar con tanta liviandad que los libros o los hábitos intelectuales de los mayores están obsoletos.

No hay progreso sin memoria y quien desdeña la experiencia de generaciones anteriores es un primitivo vestido de astronauta. Aunque se hayan inventado nuevas formas de practicar el sexo, eso no significa que como lo hacían los abuelos, los romanos o los antiguos egipcios haya sido una forma inferior a la actual.

Algunos consejos tampoco pasan de moda y valen tanto para los antiguos griegos como para los modernos twitteros: la soberbia sólo oculta ignorancia. Las ideas de los antiguos griegos se siguen usando hoy en día, no solo en filosofía, de la cual sentaron las bases, sino en política y, en gran medida, en las ciencias teóricas (como las ideas de que la materia, compuesta de átomos, es fuego, energía; como la psiquis humana, compuesta de una parte racional y otra irracional; como los organismos que evolucionan según funciones, etc.)

Cambiar es parte de una permanencia más profunda y, en el mejor de los casos, siempre fue producto de un pasado, de una memoria, de una herencia más intelectual que material. Habitamos las ciudades de los muertos y sus ideas nos habitan cada día. Despreciar todo lo que fue por todo lo que es, es una actitud además de soberbia perezosa, porque implica una grave falta de crítica, y el pensamiento crítico nunca ha sido, hasta ahora, complaciente y menos autocomplaciente. El pensamiento crítico es un invento antiguo, no de esta generación; todas las generaciones lo han usado en mayor o menor medida, lo que demuestra cuán reaccionario se puede ser cuando en base a la pereza intelectual y en nombre de lo nuevo se olvida de dónde venimos y sobre qué antiguos pilares está sentado el presente. Esa amnesia, esa complacencia es la mayor amenaza, no sólo de esta generación.

Una vez más, en lo verdaderamente humano, en lo importante, no hay muchas novedades. La idea de ser diferentes y originales tampoco es novedoso. Sólo que aquellos que carecen de memoria y aprecio por el pasado creen que el mundo ha comenzado con ellos. No advierten que el mundo podría terminar con ellos, de forma imperceptible, eso sí, si los robots se siguen pareciendo cada vez más a los seres humanos y los humanos insisten en parecerse cada vez más a los robots.

Jorge Majfud

Mayo 2012

majfud.org

Milenio , B (Mexico)

Claridad (Puerto Rico)

La Republica (Uruguay)

https://www.informa-tico.com/30-07-2012/generacion-post-facebook-democracia-directa

La muerte del individuo

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Image via Wikipedia

La mort de l’individu (French)

La muerte del individuo

El individuo virtual y sus identidades

Es un lugar común en nuestras instituciones las políticas para ahorrar papel reemplazándolo por archivos PDF, etc. Está claro que las tecnologías electrónicas han hecho posible no sólo una mayor democratización mundial de la información y de algunos medios digitales de producción sino que, además, han evitado que esa masiva popularización del acceso a la participación de la vida moderna (que fastidiaba a Ernest Renan en el siglo XIX y a Ortega y Gasset a principios del XX) no se traduzca en una catástrofe ecológica mayor de la que ya tenemos.

Sin embargo, este mundo virtual no es tan “environmentally friendly” (“amable con el ambiente”) como se pretende. Todo tiene un precio. Usando el correo electrónico ahorramos energía y evitamos una contaminación mayor que si enviásemos cartas de papel por correo postal. Pero seguramente en la era del correo tradicional no enviábamos ni recibíamos cientos de cartas por día.

Desde hace algunos años sabemos que hacer una brevísima investigación on line usando un buscador como Google emite tanto dióxido de carbono como al hervir una caldera. Consideramos que una búsqueda razonable emite 7 gramos de CO2, lo que más o menos se corresponde con la aclaración de Google que dice que cuando uno aprieta “search” solo se consume/libera 0.2 gramos.

Esta referencia ecológica puede ilustrarnos un problema semejante a nivel psicológico y social cada vez que consideramos la “nueva libertad” y las nuevas posibilidades de comunicación de los individuos por el mero hecho de estar conectados. Ya hemos escrito mucho sobre este punto y no vamos a repetir. Pero ahora me interesa molestar un poco más sobre el problema central de este fenómeno del individuo-conectado.

Hace unos días, mientras esperaba en un mall o centro comercial (lo que en español latinoamericano se dice “shopping center”, tan equivoco como la palabra “plaza” usada en Estados Unidos) me detuve a descansar. En un instante dejé de mirar toda la gente que estaba buscando cosas para comprar y observé el resto de la gente que no estaba comprado cosas. Delante de mí pasó un padre seguido de tres niños, con un iPhone en una mano, el pulgar explorando la diminuta pantalla y sus ojos absortos en una lista de mensajes recibidos. Una chica entro a una tienda y revisó varias camisas sin dejar de leer su correo. Dos chicas más, repitiendo la misma práctica, se cruzaron increíblemente sin chocarse. En el nivel de abajo dos jóvenes y un hombre mayor reposaban en cuatro sillones. Cada uno tenía un BlackBerry, un iPad, un iPod y un iPud en una mano, sobre una rodilla, o en la mesita de al lado. (El insistente prefijo “i” puede referir “intelligent” o, ¿por qué no?, “yo” en inglés, algo así como “yo-Telefono”, “yo-Cosa”; porque cuando el mercado insiste con un símbolo, es porque el verdadero significado es el contrario.) Ninguno resistió más de un minuto sin revisar algo. Casi siempre cambiaban de postura y se ponían a escribir, tal vez contestaban un correo o chateaban con alguien que no debía ser ninguno de los otros dos que estaban al lado.

Siempre pensé que el fenómeno de las comunicaciones había puesto de relieve, a un nivel crítico, alguna obsesión histórica o natural de la humanidad por la comunicación. Algo así como el impulso de los insectos en la noche que orbitan alrededor del fuego y van a morir incinerados allí mismo. Al fin al cabo, la gente habla y escribe, en gran medida, no porque tenga algo importante o crucial que decir, sino por el solo hecho, placer o necesidad de sentirse comunicados, desde un novelista hasta un médico o un mecánico.

Todo lo cual parecería ser algo muy humano: la comunión sería el clímax de este impulso de comunicación.

Estuve media ahora observando, tratando de descifrar el fenómeno que nos engloba. Tratar de dar respuestas a cada fenómeno que cae alrededor también es otra obsesión. Pero yo no quería resolver esa cuestión antes de tener una idea, al menos vaga, una tímida hipótesis, del fenómeno que había atrapado a el resto de la gente que no estaba comprando, consumiendo (fenómeno más primitivo y más fácil de explicar).

Para responder a esta pregunta había que preguntarse primero por qué el fenómeno de hablar por teléfono y, sobre todo, de textear, ha reemplazado de forma tan dramática el simple acto de hablar cara a cara, con lo interesante que debe ser sentir con todos los sentidos a un semejante, a otro ser humano.

¿Cómo explicar, entonces, la contradicción de este impulso histórico de comunicación con la incomunicación resultante?

Entonces creí encontrar la lógica de esta aparente contradicción. En el mundo de la comunicación digital no sólo se destila en su estado más puro el acto de la comunicación, que requiere la distancia como obstáculo de placer, sino que el acto es una confirmación del individuo aislado, alienado, por la supresión del otro, por la objetivización del sujeto.

En este mundo, el otro se ha multiplicado de forma exponencial y proporcionalmente se ha diluido la comunión con cualquiera de ellos. El otro es menos sujeto y mas objeto, desde el momento en que yo, como individuo, puedo decidir cuándo eliminarlo. Es decir, en todo momento me protege la conciencia o la percepción de que el otro no amenazará mi espacio individual con una visita incómoda de la que no puedo deshacerme. Así, el otro está bajo control.

Los jóvenes y el viejo estaban allí, comunicándose con alguien más, con muchos más, pero su espacio vital, sus individualidades estaban protegidas por un simple botón (que ni siquiera es un botón) capaz de eliminar la presencia del otro, capaz de ponerlo entre paréntesis o de arrastrarlos a un tiempo posterior, un tiempo de calendario que depende del individuo-aislado-que-se-comunica.

Al mismo tiempo, esta paradoja genera otra contradicción aparente que es parte de la misma lógica. Tampoco el individuo-aislado-que-se-comunica es un individuo en el sentido tradicional. Primero, porque su existencia virtual puede adquirir varias identidades simultaneas. El sujeto se autocosifica con una máscara. Segundo, porque su “verdadera identidad” (más exactamente su “identidad oficial”) puede ser robada. El robo de identidad es uno de los terrores crecientes de la nueva civilización digital. Una vez que alguien le roba la identidad a Juan Rosas-Z con carnet número X, ni el pesado peso del gobierno más poderoso del mundo puede hacer mucho. Juan Rosas-Z deja de ser Juan Rosas-Z y adquiere los delitos que alguien más, que ahora se llama Juan Rosas-Z ha cometido en alguna parte del mundo. En algunos casos, se ha verificado que esta pesadilla ha llevado a mucha gente a cambiar su nombre oficial, su identidad, para detener la ola de actos cometidos por su fantasma.

El otro, el fantasma que ha perdido su condición humana de sujeto, ahora forma parte de un mundo fantasmagórico donde vive el individuo que tiene a los otros bajo control pero ha perdido el control sobre si mismo.

Queda una esperanza, claro. El individuo-colectivo-humano se ha suicidado muchas veces y muchas veces ha renacido con viejas y nuevas obsesiones. Tal vez sea su forma natural de reinventarse cada quinientos años.

Jorge Majfud

Enero 2011.

Jacksonville University

Panamá América

Cambio 16

Milenio

La República

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