El peligro eran los votos, no las balas

El peligro eran los votos, no las balas

En 1957 Howard Hunt fue asignado a Montevideo. Hunt era uno de los cerebros de la​​ CIA en la campaña de propaganda que culminó con el derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala tres años antes. Poco después, el mismo Árbenz llegó con su familia y alquiló una casa a pocas cuadras de la residencia de Hunt. Ambos coincidieron en una reunión social pero Hunt, copa en mano, no le reveló la verdad a su víctima, a quien en 2007 todavía llamaba “dictador”. 

El nuevo embajador de Estados Unidos, John Woodward, le había dicho que esperaba que no hiciera en Uruguay lo que había hecho en Guatemala. Hunt, seguro de su impune independencia, le informó que su único objetivo era que los comunistas no llegasen al gobierno en Uruguay, a lo que el embajador Woodward respondió: “vas a encontrar más comunistas en Texas que en todo el Uruguay”.

Según Hunt y el embajador anterior, el presidente conservador Luis Batlle era antiamericano; el hecho de que Uruguay fuese uno de los tres países de América Latina que tenían una embajada de la Unión Soviética era suficiente prueba. Por esta razón, Hunt había reclutado a Benito Nardone, un periodista aficionado y político mediocre, sin preparación pero con una gran audiencia rural gracias a su programa de CX4 Radio Rural. Contra todos los pronósticos, Nardone ganó las elecciones presidenciales de 1958.

En los años sesenta, las protestas sociales se habían incrementado al igual que las acciones secretas de Washington. Los cargos más importantes de la policía habían sido reemplazados por individuos entrenados por la CIA, según sus propios agentes, y la tortura en las comisarías se había convertido en práctica conocida. En Argentina y en el resto del continente, las guerrillas sesentistas se fundaron más de una década después que Washington decidiera inocular los ejércitos del sur. En Uruguay, entre 1963 y 1965 se fundó el grupo guerrillero Tupamaros, lo que le dio una excelente excusa a las fuerzas de represión en un contexto de fuerte decadencia económica y social. Aunque los tupamaros de indígenas solo tenían el nombre, un análisis secreto del Departamento de Estado sobre las actividades subversivas fechado el 31 de diciembre de 1976 afirmaba que “el terrorismo en América Latina tiene raíces indígenas”.

Pero el mayor temor de Washington y de la oligarquía criolla no eran los tupamaros sino el Frente Amplio. No eran las balas, sino los votos que herían mil veces más los intereses de las transnacionales y de las elites criollas. El 27 de agosto de 1971, la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires le envió un telegrama secreto al Departamento de Estado detallando la preocupación del gobierno militar de Alejandro Lanusse sobre las elecciones en Uruguay. La embajada preveía que el gobierno argentino, con o sin la ayuda de Brasil, intervendría en Uruguay de forma secreta para evitar un triunfo del Frente Amplio en las elecciones “a través de un autogolpe comandado por el presidente Jorge Pacheco Areco”. En marzo de 1970, Pacheco Areco se había reunido con el dictador argentino Juan Carlos Onganía, y en febrero del año siguiente con su sucesor, el general Levingston. Poco después, Argentina le envió equipos especializados en interrogatorios. En diciembre de 1970 y en julio de 1971, hubo contactos entre las cúpulas de Argentina y Brasil. Los agregados militares de Brasil informaron a sus pares de Estados Unidos (USMILAT) que desde mucho antes, durante las pasadas dictaduras de Onganía y Artur da Costa e Silva, existía un acuerdo para intervenir en Uruguay cuando ellos lo considerasen necesario. 

Sin embargo, el mismo Lanusse enfrentaba una fuerte oposición popular en Argentina y la opción de una intervención directa fue sustituida por el apoyo al presidente Pacheco Areco para un autogolpe que impidiese la toma de poder por parte del Frente Amplio en caso de una votación favorable a la izquierda, como había ocurrido en Chile un año atrás y para lo cual Washington ya había resuelto un nuevo golpe de Estado. Señalando fuentes directas vinculadas a los altos mandos, la Embajada de Estados Unidos reportó: “este plan ya se encuentra en marcha”. Más adelante: “los recientes eventos en Bolivia, en los cuales el gobierno de Argentina estuvo involucrado, han alentado a sus militares a repetir la misma solución” (Se refiere al golpe de Estado del general ultraconservador Hugo Banzer contra el general progresista J.J.Torres) “La embajada espera que el gobierno de Argentina haga lo necesario para apoyar militar y económicamente al gobierno de Uruguay contra la amenaza de un posible triunfo del Frente Amplio”.

El 27 de noviembre de 1971, el secretario ejecutivo del Departamento de Estado, Theodore Eliot, informó que Washington estaba preocupado por la posibilidad de que el nuevo partido de izquierda de Uruguay pudiese ganar la intendencia de Montevideo. Echando recurso a una estrategia más indirecta que la usada en Chile, intervino en el proceso electoral propagando información conveniente, plantando editoriales e inoculando las fuerzas de represión locales. 

En un memorándum dirigido a Henry Kissinger, Theodore Eliot informó sobre las buenas posibilidades que tenía su candidato, Pedro Bordaberry, aunque también advirtió que en Uruguay “el fenómeno de los Tupamaros es básicamente una revolución de la clase media en contra de un sistema que no ofrece oportunidades de participación”. 

Para las elecciones de 1971, Washington y Brasilia ya se habían encargado de que el Frente Amplio obtenga una mala votación y que el Partido Blanco (el partido de Nardone, ahora posicionado a la izquierda con su candidato nacionalista Wilson Ferreira Aldunate) pierda las elecciones. Luego de meses de recuento de votos y de denuncias de fraude, Bordaberry resultará vencedor y entregará el país a la dictadura militar dos meses antes del golpe en Chile. Este mismo año, en la Casa Blanca, Richard Nixon, Henry Kissinger, Vernon Walters y otros funcionarios le agradecieron personalmente al dictador brasileño Emílio Garrastazu Médici por la manipulación de las elecciones en Uruguay, como antes habían colaborado con Chile.

En Argentina, la decepción de los peronistas por el nuevo peronismo de derecha y la experiencia subversiva creada por la dictadura de Onganía en los 60 habían formado el cóctel perfecto para el caos y, sobre todo, para una nueva excusa de las fuerzas de represión. ¿Qué mejor que el desorden para los profesionales del orden? Pocos meses antes de las elecciones de 1976, los militares decidieron dar un nuevo golpe de Estado y evitar el triunfo del ala izquierda del peronismo, reagrupada detrás de Héctor Cámpora, candidato que se preveía como vencedor. 

En Uruguay, el golpe de Estado de 1973 tampoco tuvo como objetivo derrotar a los tupamaros que ya habían sido derrotados. Había que eliminar la amenaza de una opción popular por la fuerza de los votos. En Chile, el golpe de Estado no fue posible antes del triunfo de Allende, sino después. Esta fue la diferencia. 

Años después, las elites en el poder político y social no se cansarán de repetir que, de no haber sido por los grupos rebeldes de izquierda como los Tupamaros, las dictaduras militares nunca hubiesen existido. Esta fabricación se convertirá en un dogma. Como los traumas de las dictaduras, sobrevivirá en las generaciones por venir. 

JM, setiembre 2020

https://www.huffingtonpost.es/entry/el-peligro-eran-los-votos-no-las-balas_es_5f863bc9c5b6c4bb5470beb2

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La generación 2001 y la violencia

En medio de la crisis del Cono Sur que se inició en el año 2001 y se profundizó en el 2002, todos se horrorizaban, con cierta dosis de inevitable acostumbramiento, por los niños que comían basura o se drogaban con pegamento debajo de los puentes. No eran casos aislados. Fue una epidemia súbita que arrojó a casi un veinte por ciento de los hijos de la clase media a la miseria y el abandono, debido al descalabro de la economía, al desempleo masivo y de los ya debilitados planes sociales de los gobiernos anteriores que, tanto en Uruguay como, sobre todo, en Argentina, se habían alineado a las recetas privatizadoras del FMI.

¿Dónde están hoy esos niños? ¿Desaparecieron? No.

Todo presente tiene un pasado, y aunque la gran mayoría de ellos hayan salido a flote, hacia una vida digna de lucha y trabajo, basta con un pequeño porcentaje para crear un fuerte estado de inseguridad debido a delitos crecientes en número y crueldad. Como solución, no pocos miran los tiempos de la dictadura militar con nostalgia, por el simple hecho que, por entonces, crímenes y violaciones de todo tipo, física, moral y económica, simplemente no salían en las noticias y quienes las denunciaban, desaparecían o perdían sus trabajos, en el mejor caso.

Por entonces, en medio de nuestras propias urgencias y necesidades, advertimos varias veces, con el pudor de estar terriblemente equivocados, que aquella crisis se podía superar en cinco años con un nuevo orden económico, que la economía de cualquier país se podía recuperar en un breve período, pero los efectos sociales siempre tienen consecuencias que persisten de diversas formas y son, por lejos, muy difíciles de resolver. El sermón dirigido a un delincuente, producto de una infancia deshumanizada por todas sus condiciones de inicio, sean familiares o sociales, no funciona. La inevitable cárcel, cuando no posee los onerosos recursos que realmente necesitaría, suele ser una universidad donde los delincuentes hacen posgrados.

Lo que por entonces repetíamos, literalmente (y estoy seguro que muchos pensaban igual), era que la situación de aquellos numerosos niños de la calle y de las precarias periferias eran “una bomba de tiempo programada para reventar en quince años”. Ahora, los políticos, tanto en la oposición como en el gobierno, repiten que “los delincuentes ya no tienen códigos”. La afirmación parece inocente, considerando que la definición de delincuencia es la de romper reglas y códigos, pero desde al menos un punto de vista está expresando una verdad: existe una degradación profunda de valores humanos (y no sólo entre los delincuentes). ¿No es lógico, entonces? ¿Qué se puede esperar de niños que fueron previamente deshumanizados por las más horrendas condiciones de educación social, desarrollo biológico y crecimiento personal?

Muchos se acordarán de esta metáfora de la bomba de tiempo, sobre todo en algunas reuniones familiares antes de irnos del país. Claro que este no es el único factor de la violencia social (tal vez hablar de “violencia social” es una redundancia). Es necesario considerar, al menos, otros factores como:

1) La cultura consumista y sus efectos violentos en muchos otros países, alguno de los cuales distan mucho de ser pobres, como en Estados Unidos. El efecto ampliamente estudiado de las crecientes desigualdades sociales que en el individuo, en una cultura consumista, importan más que los ingresos absolutos.

2) Los efectos de la creciente soledad del individuo, facilitada y generada por la adicción infantil y adolescente a ciertas tecnologías como los “teléfonos inteligentes”. La amistad y la muerte han sido banalizadas por los juegos interactivos y por las redes sociales. El otro ha sido deshumanizado, se lo puede bloquear, silenciar, desaparecer con un solo clic. En este sentido, el mouse es un arma implacable. Así, igual, es la fragilidad de una amistad virtual, con pocas excepciones.

3) Los efectos de las redes sociales que (esta ha sido una especulación personal, sin datos científicos) han amplificado las frustraciones y el odio de eso que a veces es un individuo y a veces ni siquiera lo es, o es un individuo con múltiples identidades, es decir, neurótico. De hecho, este mismo artículo será compartido y no en pocas ocasiones recibiré la clásica lista de insultos y acusaciones que antes no ocurría por el simple hecho de que los lectores estaban obligados a digerir lo leído, sin la ansiedad de la respuesta inmediata, y solían discutirlo cara a cara con algún conocido, lo cual aumentaba el sentido de respeto y responsabilidad; no de forma anónima, como si fuesen múltiples vómitos y compulsiones. Nada de esto puede ser neutral a la hora de explicar la violencia, sea la criminalidad callejera o las conductas políticas de los votantes que cada día adoptan más y más una conducta tribal, en el sentido negativo de la palabra, como lo son la xenofobia, el racismo, el sexismo y el irracional odio a los pobres.

4) También existen las razones históricas (como pasadas guerras civiles, dictaduras recientes) y sus efectos culturales (impunidad, deshumanización).

5) O el más comprensible factor económico. Para eso bastaría con considerar países como Venezuela (desde las profundas crisis de los 80s y 90s hasta la fecha, aunque con diferente color ideológico), Honduras, Guatemala y El Salvador (con estados fallidos desde principios del siglo pasado, con una ausencia crónica de los servicios sociales más elementales, pero con ejércitos omnipresentes, siempre listos para reprimir en nombre de los intereses de las clases exportadoras y de las compañías transnacionales, hoy “inversores”), países con guarismos de violencia muy alejados de la realidad del Cono Sur.

Ahora, volviendo al factor concreto de la Generación 2001, la realidad muestra que, sin llegar a “niveles latinoamericanos” de desigualdad y violencia, la bomba de tiempo ha explotado en los dos países del extremo Sur. Uno, el Uruguay, con una prosperidad económica (a muchos les disgusta esta palabra cuando se habla de un país que en el exterior se convirtió en símbolo de una alternativa de perfil bajo), un país que lleva quince años sin recesión y con una notable disminución de la pobreza. El otro, Argentina, con una nueva crisis fabricada cuidadosamente en dos años por las mismas políticas que produjeron la gran crisis del 2001.

Cuando menciono que, pese a este serio problema los niveles de violencia y desigualdad en Uruguay están muy lejos de casi cualquier otro país latinoamericano, me responden, con obviedad: “Nosotros no debemos compararnos con ningún otro país. Debemos compararnos con nosotros mismos, con el Uruguay que fue”. Precisamente, “el Uruguay que fue” no puede ser, porque el pasado es un país extranjero. Comparar los Estados Unidos de hoy y los de Lincoln o los de F. D. Roosevelt es comparar un país donde los únicos con derechos de ciudadanía eran los blancos y los demás esclavos desechables. Si alguna comparación es válida, es aquella que nos pone en el contexto real, el contexto presente en la región y en el mundo. En el pasado están nuestros orígenes, pero nosotros no estamos allí, ni podemos ser lo que fuimos, ni como individuos ni como sociedad.

El actual gobierno, sea el uruguayo o el argentino, tienen la principal responsabilidad en la búsqueda de soluciones a un problema específico (el de la G2001) que ya no depende de ninguna prosperidad económica. Pero no se debe olvidar que el origen del problema nació junto con sus actuales protagonistas, en su mayoría adolescentes y jóvenes, muy jóvenes aun, como el siglo.

 

JM, agosto 2018

Argentina y la lógica de los mercaderes

Cuando en 1970 los chilenos decidieron elegir un presidente que no agradaba a los dueños del mundo, el presidente Richard Nixon dijo: “vamos a hacer que su economía grite”. Efectivamente lo hicieron, aunque la crisis económica ni fue suficiente crisis ni fue suficiente para desestabilizar el orden democrático, por lo cual el clan Kissinger-Pinochet optó por el tradicional Plan B para América Latina, documentado por sus perpetuadores desde antes de las elecciones de 1970, solución probada y conocida a todo lo largo y ancho del siglo XX: un sangriento golpe de Estado y la posterior instauración de una dictadura. Chile no fue el único caso, ni este modus operandi se remonta a los principios de la Guerra Fría, sino que la precede por lo menos en sesenta años: aprovechar el descontento y las revueltas populares, pacíficas o armadas, para instaurar brutales regímenes represores que protegiesen el statu quo, es decir, los intereses de las elites criollas y el de los “inversores” extranjeros.

Una vez desestabilizados los países rebeldes e instaurada las “dictaduras amigas”, el proceso fue el mismo. Por parte de los mercaderes del “mundo libre”, se volvió a abrir el grifo de los dólares fáciles, creando inundaciones de créditos para el “desarrollo” de esos países endémicamente atrasados por sus “enfermedades mentales” (se dijo y hasta tituló en libros, ya que la teoría de la incapacidad racial había sido destrozada a principios de siglo y quedaba feo seguir usándola sin maquillajes).

Durante los años 60 y 70, por ejemplo, los préstamos a las dictaduras latinoamericanas eran con tasas de intereses mínimas, aún más bajos que la inflación de los países receptores. Incluso el secretario de Hacienda y Crédito Público mexicano se quejaba de ser acosado desde el exterior para recibir más dinero. En ese período, América latina multiplicó por cien su deuda externa mientras se multiplicaron las favelas, se reprimían las organizaciones sociales y sindicales y los salarios se mantenían deprimidos para favorecer la exportación de materias primas, pese a los precios elevados. Nada nuevo. Alguien se benefició de esta bonanza y no es necesario ser un genio para darse cuenta quiénes. Los gobiernos (la gente común) tomaron deuda y pasaron dólares a los privados. Nada nuevo.

Claro que había un detalle: los intereses de las deudas no eran fijos. El problema llegó con la crisis del petróleo de los años 70 y la posterior escalada inflacionaria en Estados Unidos. Como respuesta lógica, la Reserva Federal en Washington debió subir sus tasas de interés hasta 20 por ciento mientras en Londres hacían prácticamente lo mismo.

En los años 80s, en América Latina, las “dictaduras amigas” se enteraron del valor de la amistad no sólo con la Guerra de las Malvinas sino cuando la masiva deuda externa, semilla del progreso y el desarrollo, se vio inflada por los mayores intereses hasta que se volvió impagable. O casi. Los países del sur debieron destinar casi todos sus beneficios en pagar los intereses de estas deudas, lo que hizo imposible cualquier “progreso y desarrollo”. No fue una “década perdida”, como se la conoce hoy, porque, más o menos, se recuperaron las democracias liberales. La verdadera democracia, como voluntad de los pueblos dentro de los marcos del derecho, no se recuperó, en parte gracias a la falta de derechos de las víctimas de las dictaduras y en parte por las deudas externas heredadas.

En los 90, como solución, el FMI volvió a la carga y abrió nuevamente el grifo para “solucionar el problema” imponiendo, obviamente, condiciones. ¿Suba de salarios y ayuda de emergencia a los necesitados como forma de reactivar la economía y la justicia social? No, eso es lo que se llama “irresponsabilidad”. Se recomendó la privatización, como se vino haciendo desde un siglo antes en el gobierno de Porfirio Díaz en México, lo que promovió el “progreso y el desarrollo”, dejó al 85 por ciento de los campesinos sin tierra y desencadenó la Revolución Mexicana. Lo mismo a lo largo del continente.

Como en los casos anteriores, la receta de los mercaderes terminó en la catástrofe económica y social del 2001 que todos conocen, hasta el extremo que incluso el FMI reconoció el fracaso de todos los países que habían aplicado sus exitosas recetas.

En los años 2000 Argentina logró independizarse del FMI, a pesar de la telenovela de los Fondos Buitres. La economía creció como pocas veces antes, aunque en parte se debiese, otra vez, a las condiciones favorables de los commodities. Los gobiernos de Lula y los Kirchner no lograron capitalizar ese gran crecimiento en reformas radicales en la educación, por ejemplo. Pero en ese período Brasil sacó a treinta millones de la pobreza y los convirtió en contribuyentes, lo cual no es un detalle, más considerando que en otros períodos de crecimiento anteriores del PIB no significó un decrecimiento de la pobreza y las desigualdades sino todo lo contrario.

Ahora, para lograr el milagro de repetir una historia de cien años de fracasos, se inventan nuevos slogans y explicaciones, como la “necesidad de sincerar la economía”. El sinceramiento es selectivo. Hay que sincerar de la clase media para abajo.

Si todos los productos e insumos de primera necesidad suben como leche hervida, si el dólar rompe todas las barreras que el gobierno aseguró nunca iban a romper, si a pesar de los recortes brutales que se llaman “graduales” la deuda del país se dispara en sólo dos años, si el crecimiento es endémico, si después de todos los intentos fallidos de sinceramiento se termina recurriendo a un desesperado salvataje del FMI que se gritó como un gol de Messi, si las condiciones del FMI se llaman “condiciones del gobierno argentino”, como si el que pide dinero fuese capaz de imponer al prestamista las condiciones para el préstamo… eso hay que premiarlo.

El grupo financiero Morgan Stanley Capital International acaba de mejorar la calificación argentina de “País de Frontera” a “Mercado Emergente” (vale más ser un buen mercado que un país periférico), categoría que le había quitado en el 2009, cuando el país se encontraba en acenso económico y se había liberado del FMI. Argentina recupera su etiqueta de “mercado emergente” en su peor momento en quince años. Esta calificación, obviamente, facilitará un nuevo flujo de inversiones extrajeras, que es lo que realmente importa a los mercaderes.

La lógica es clara. La misma vieja receta se aplica ahora, con diferente narrativa: los comunistas ya no son la excusa (de ahí que ya no hay dictaduras militares) sino los nuevos amigos, siempre y cuando sean amigos del capital, como en China.

Esta perversión de la lógica y de la moral no procede de los mercados sino de los mercaderes, por los cuales la sola idea del “libre mercado” no es más que una idea. A los mercaderes nunca les importó ni el libre mercado ni el pueblo. Si a la gente común le va bien, mejor. Si no, no importa. El objetivo no es la gente sino los beneficios que deriven de ella. ¿Qué diferencia hay, para esta lógica, entre la materia prima y un trabajador? La prueba está en que para Morgan Stanley no importa que a la gente le vaya peor. Si el país es más obediente y más dependiente, mejor se lo califica.

Sin duda, una buena noticia para los capitales. Pero tal vez es tiempo que los argentinos dejen de sincerarse y empiecen a decirse la verdad.

 

JM, junio 2018

 

 

La violencia moral en «La reina de América» (Laurine Duneau)

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La reina de America

La violencia moral en «La reina de América» de Jorge Majfud

Laurine Duneau, Université d’Orléans

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La reina de América fue escrita entre 1999 y 2000 y publicada en 2002 en Tenerife, España. En una primera lectura, esta novela trata de una joven española que a principio de los años sesenta es forzada por su padre a emigrar a América del Sur por razones económicas, pero como consecuencia de un amor frustrado en el barco que la llevaba a Buenos Aires y por la muerte abrupta de su padre poco antes de arribar a Buenos Aires, termina siendo arrastrada a la prostitución en Montevideo.

Coincidentemente, los años sesenta significaron cierta recuperación económica de España, debido a una mayor apertura del régimen militar de la época, mientras, de forma simultánea comenzaban a marcar un fuerte declive económico del Cono Sur. Pero, por entonces, la dirección de los emigrantes era todavía hacia el sur.

Aunque los temas pueden considerarse universales (los conflictos sociales e individuales que se derivan de la inmigración, el predominio del poder masculino en distintas esferas sociales, la brutalidad política y la búsqueda de justicia), la novela en sí los aborda desde dramas concretos, individuales y desde múltiples puntos de vista. Para enfatizar este aspecto, el autor no recurre sólo a la narración de múltiples voces sino que, con frecuencia, las mezcla en la misma página con las narraciones de los medios de prensa, orales y escritos, desde los cuales se filtra la voz oficial del poder político o de la cultura popular.

Uno de estos temas centrales es la violencia en sus diversas formas; la violencia que se produce en una sociedad y se materializa en sus individuos. La novela pone especial atención en la violencia moral.

Para el análisis de La reina…, vamos a seguir algunos ejes que me parece importante poner en evidencia. Primero, vamos a analizar el peritexto (títulos, subtítulos, prefacio, dedicatoria, notas). Después, seguiremos con la representación del extranjero; en esta parte cabe subrayar las referencias a Uruguay (país omnipresente en la obra) y a Argentina (donde vive otro de los protagonistas, Jacobsen, y desde donde se inicia la narración de Consuelo, la hija de la prostituta, como una especie de confesión con múltiples flash-backs). Ambos países son uno solo en términos culturales pero también fueron uno solo para las dictaduras que en los años setenta actuaron en complicidad. En una tercera parte, veremos más bien las nociones de «violencia» que están presentes a lo largo de la historia. Y, por fin, tendremos una suerte de entrevista con el autor, ya que tuve la suerte hablar con él a lo largo de mi lectura.

I) Análisis del peritexto

La reina de América tiene riqueza en cuanto al peritexto ya que los títulos, capítulos y subcapítulos son importantes de la narración. También tiene al principio una cita que analizaremos, sin olvidar poner el acento sobre el incipit, es decir, aquella primera palabra o frase que desde el comienzo representa el resto del texto y que por lo general nos adelanten el espíritu del texto.

A) El título de la novela

El título de esta novela es paradójico. Una paradoja es una figura lógica que consiste en afirmar algo en apariencia absurdo por chocar contra las ideas corrientes, adscritas al buen sentido, o a veces opuestas al propio enunciado en que se inscriben. Según la definición del propio autor, «toda paradoja, es apenas una contradicción aparente con una lógica interna»1. Efectivamente, no hay reinas en América (si no consideramos Canadá con su reina en Inglaterra). Este título es una manera de anunciar el viejo sueño de «hacerse la América», propia de los inmigrantes europeos de los últimos siglos, que en muchos casos simplemente fue una cruel pesadilla. En uno de los pasajes más crueles de la obra, se desarrolla un matrimonio entre Mabel, la prostituta, la protagonista aludida por el título, y un imaginario Jacobsen, el joven de origen danés que Mabel había conocido en el barco y que la resistencia primero y luego la muerte inesperada del padre de ella, en Montevideo, convertiría en una ausencia obsesiva. El «príncipe de Dinamarca» es, irónicamente, un anarquista, y la «princesa Mabel», futura reina de América, una prostituta. Esta boda es real en la obra pero es una farsa, una mise-en-scène en un hospital psiquiátrico con el propósito de consolar a Mabel, que entonces ya había caído en la demencia. Todas las amigas de Mabel están presentes pero el novio es imaginario.

Tanto el matrimonio como el título son fraudulentos, como las esperanzas de Mabel y como su aventura americana. En realidad, la reina no es más que una prostituta demente, una pobre mujer humillada por todas las formas posibles, lo que se aprecia a lo largo de casi toda la obra.

B) Análisis de la cita

Si seguimos el orden cronológico en el cual aparecen los elementos del peritexto, entraremos en el análisis de la cita antes de que comience la historia. La cita es la siguiente: «Pero yo creo que en un mundo doloroso el placer no es un lujo sino una necesidad» (129). Esta frase es una reflexión de Consuelo, al promediar el libro, pero el autor la elige para encabezar la novela. El significado nos aporta una clave: en un mundo lleno de dolor, físico y moral, el placer, intelectual o físico, como el sexo (de los enamorados o el sexo comercial del prostíbulo de Mabel) son necesarios para sobrevivir o, al menos, es comprensible. De la misma forma, son comprensibles los vicios de aquellos que han caído en desgracia doble, ya que no es suficiente el dolor de caer al margen de una sociedad que además los juzga y condena, como será también el caso del mendigo que se baña en la fuente del obelisco de Montevideo ante el escándalo y el desprecio de quienes pasan por allí.

C) Los capítulos

Como vimos antes, esta obra se divide en capítulos.

Los capítulos: I AtardecerII NocheIII MadrugadaIV Amanecer son las diferentes etapas de la noche hasta la salida del sol el día después. Al principio el lector puede pensar que estas etapas de la noche tienen relación con Mabel y su trabajo nocturno, pero viendo la estructura misma de la narración de Consuelo, vemos que también se refieren a esas horas de continuas confesiones que hace la hija de Mabel ante el anciano y casi paralítico Jacobsen, que aparentemente se limita a escuchar. Aunque el autor no es la «palabra oficial» de su propia obra, creo que resulta interesante conocer su propia opinión sobre este punto. En el transcurso de mi investigación, me confesó que para él estos títulos son, de hecho,

el ciclo de un día que se reproduce en varios años de los protagonistas, es decir, es el ciclo vital, psicológico y espiritual de luz y sombra, de razón y locura, se vigilia y sueño. También marca el drama de un proceso de progresiva locura (de Mabel y de Consuelo) sometidas a un mundo irracional, autoritario, doloroso (el ciclo, el proceso político de una dictadura que nace y luego muere pero de la que quedan sus consecuencias en la sociedad), con mucha violencia moral, más que física, violencia que en gran medida procede de los valores del patriarcado.

No es casualidad que bajo cada capítulo hay un título que caben analizar.

D) Los títulos de los capítulos

Los títulos le dan unidad a la aparente diversidad de escenas.

En el primero, Atardecer, tenemos el subtítulo «El pecado original». Aunque se refiere al origen de un acto, es un juicio religioso que puede ser ambiguo. En una primera lectura se puede pensar que este título hace referencia a Mabel, a su profesión. En efecto, desde un tradicional punto de vista religioso, el sexo es un pecado y la prostitución mucho más. Por otra parte, la historia se inicia y se desencadena con la huida de España del padre de Mabel, arruinado por los malos negocios. En su huida, el padre arrastra a su joven hija al exilio, la que se enamora en el barco que la lleva a Buenos Aires. Este amor no sólo enfurece al padre, sino que aparentemente provoca su muerte en el puerto de Montevideo, como consecuencia de un ataque al corazón. A partir de entonces, la joven nunca olvidará su amor frustrado y su culpa por la muerte de su padre, y su vida será una verdadera caída en el infierno. También podemos entender que este «pecado original», desde un punto de vista secular, puede entenderse como más violencia, ya que el juicio popular y tradicionalista criminaliza a la víctima. Entonces, el pecado original también puede ser entendido como el pecado que la sociedad comete contra «la pecadora».

El segundo capítulo, Noche, se subtitula «El Anticristo» el que, obviamente, también hace referencia a la religión y sobre todo al «anticristo» que lleva Consuelo en su vientre y del cual lucha por abortar. Ella siente que lleva «la culpa» dentro de su cuerpo y lo expresa de esta forma: «A mí me había tocado cargar con el semen fértil del Diablo y por días enteros estuve obsesionada con liberarme del Anticristo».

Pero, en realidad ¿quién es el Anticristo? ¿Ese inocente que finalmente es abortado (bajo la presión de su padre, el violador, para no hacerse responsable del «producto»? ¿Es el violador o es la sociedad con su cultura machista que produce esos monstruos? Bajo esta lectura crítica, el padre, que en las tradiciones religiosas y psicológicas son la representación de la autoridad, de la ley y representante o sustituto de lo divino, sería todo lo contrario: el padre es el Anticristo, el representante del mal, el instrumento del dolor y de la injusticia.

El tercer título, Madrugada, se subtitula «El eclipse de la razón» y ya no tiene relación con la caída moral, que comienza casi simultáneamente con la novela, sino con el colapso psicológico, con la caída en la locura de Mabel y posteriormente de su hija, Consuelo. Ambos derrumbes psicológicos pertenecen a tiempos diferentes pero coinciden en el mismo espacio literario; la locura de Mabel, la madre, como experiencia narrada, y la locura de Consuelo, la hija, como parte de la misma narración del colapso de su madre. Según el diccionario de la real Academia Española, un eclipse es una «ocultación transitoria total o parcial de un astro por interposición de otro cuerpo celeste» o, en su segunda acepción, es la «ausencia, evasión, desaparición de alguien o algo». Las dos acepciones de la palabra corresponden bien a la psicología de los personajes en ese momento de la novela.

Poco antes de este eclipse o colapso de ambas mujeres, Mabel le entrega la custodia de su hija a Vicente, su primo (quien emigró tiempo después de Mabel pero logró hacer fortuna en una empresa de demoliciones). A partir de entonces, Mabel ya no va a ver a su madre y Consuelo lo resume de esta forma:

Las pocas veces que intenté visitarla al apartamento de la Aguada no la encontré, y me quedé más bien con ganas de no volver más por aquellos barrios que me recordaban la infancia y la humillación, la escuela, el liceo y la miseria. La mentira.
(166)                

Consuelo ya no verá a su madre sino para negarla. Cuando finalmente encuentra a su madre una noche, mientras caminaba con sus compañeros de estudio, el encuentro es el más perfecto y dramático desencuentro:

Hubo un tiempo en que me olvidé de ella y no volví a buscarla. Y pensé que ella tampoco lo hacía. Hasta llegué a pensar que había enganchado algún tipo y que había tenido otros hijos. Pero me equivocaba. Un día la vi en una esquina oscura, cerca de facultad. Yo iba con unos amigos que se rieron de ella porque tenía pintura de labios hasta las orejas y una enorme peluca rubia.Ella debió reconocerme, porque se quedó mirándome un momento. Reconocí sus ojos grandes y asustados que me miraban. La vi más gorda y más vieja, con menos clientes quizá, o con clientes más baratos, con una minifalda roja, espantosa, que le dejaba ver la punta de la bombacha. Pero yo comprendí, después, que ese maquillaje excesivo y de mal gusto no era otra cosa que un disfraz para que yo no la reconociera. Había ido a verme salir de facultad y parecía que tenía frío, aunque no hacía frío.
(167)                

A partir de entonces, Consuelo ya no tiene a nadie con qué contar, está completamente perdida. Además, sale con un muchacho, Abayubá, a quien por alguna razón que no alcanza a comprender admira, pero definitivamente no lo quiere.

Yo sufría porque no lo quería y él sufría por quererme igual. Me daba lástima, pero no amor. Pensé que era algo que podía llegar a aprender con el tiempo, pero me equivoqué: sólo aprendí a complacer, a mentir.
(141)                

Consuelo se encuentra perdida, sufriendo a una aparente incapacidad para querer. Por algún tiempo se aferra a Abayubá, quien a su vez tuvo que sufrir los cambios imprevistos de Consuelo, que por momentos lo enamoraba y por momentos lo castigaba con el silencio y con una indiferencia sin respuestas. Por su parte, Abayubá era más consciente de los problemas sociales que lo afectan que de las complejidades psicológicas de los individuos, según dejó escrito en una carta, antes de suicidarse: «mi tristeza no era una tristeza de mujer. Yo no necesitaba un psicólogo; necesitaba un fusil».

En la oscuridad de este eclipse, Consuelo explora o navega como un barco sin timón en búsqueda de su identidad.

Llegué a pensar que era media rarita; lesbiana, en una palabra. Y me dejé atormentar un largo tiempo por esa idea, hasta que realmente tuve la oportunidad de tener algo con una compañera del colegio y tampoco me gustó nada.
(142)                

Tal vez esta sea una de las constantes psicológicas en Consuelo, que nunca alcanzará a saber qué es lo qué quiere.

En cuanto a Mabel, está perdiendo la razón, está hundiéndose en un círculo infernal de las formas de prostitución más peligrosa, aquellas que le permiten su pobreza, su edad y su nula autoestima. Es, sin duda, el personaje que más sufre la crueldad en sus formas más diversas.

Finalmente, el último capítulo, Amanecer, lleva otro título paradójico, ya que está desprovisto de todas las implicaciones positivas que comúnmente se le atribuyen a esta apalabra. El subtítulo es «El juicio final» y es, en realidad, una falta de juicio: es el final para Mabel y para Consuelo quienes, definitivamente «pierden el juicio», es decir que pierden la razón.

Mabel muere y su lápida continúa el engaño, el absurdo, quizás como en cualquier caso:

Reina de AméricaMadrid – 2 de julio de 1942Montevideo – 21 de octubre de 1983.
(210)                

En su paso por Buenos Aires hacia Estados Unidos, Consuelo encuentra a Jacobsen y comienza la narración de La reina de América. Al terminar la novela, Consuelo reconoce: «ahora voy a emigrar, como lo hizo el abuelo Rodrigo, que también se había venido de lejos para escapar de tanta locura» (138).

Pero, como la anterior, como todas, la fuga es ilusoria. La historia sugiere que Consuelo ya ha caído en la locura y no saldrá de ella. Sólo repetirá la historia de su abuelo, de su madre, incluso sus mismas esperanzas de no repetir antiguos fracasos.

En el breve párrafo final, se mezclan dos espacios, el gato que consuelo ahoga en una fuente de la casa de Jacobsen en Buenos Aires, lo cual refleja su locura casi infantil, y un basurero en Montevideo, donde una rata come parte de la cata que Mabel había escrito para Jacobsen, la cual nunca llegó al destinatario:

El gato asoma un poco a la superficie rompiendo, lentamente, el espejo de agua oscura que no se aclara con las primeras luces de la mañana, y ahí se quedará, casi como un pequeño bulto de hojas de roble, hasta que alguien decida limpiar la fuente. Por su parte, la rata da vuelta sobre su cuerpo y comienza a roer el papel por el lado donde dice ¿O es que la Eternidad se… mientras caen unas gotas del cielo. Pero la lluvia no es lo suficientemente fuerte y la rata continúa comiendo: Eternid…»
(248)                
E) El incipit

El incipit, la primera frase con la que comienza la novela, dice:

Mi madre era una prostituta hermosa -terminó por decir Consuelo, peinando con fuerza los pelos de camello de un pequeño mamut, mientras él miraba la acacia gigante y movía la cabeza sin querer-, hermosa como yo, según decía un novio que tuve, un imbécil que se había acostado primero con ella hasta que se aburrió y no le pareció mal reclamar a la hija y un día se metió en mi cuarto y en mi cama cuando yo ni siquiera sabía su nombre y todavía creía en las historias románticas que leía en las novelas de Corín Tellado.
(9)                

En este incipit encontramos la primera persona del singular. La hija, Consuelo, está hablando de su madre y de sí misma, a quien se define como ingenua. Elincipit tiene una función de resumen y plantea la situación y el tono de la narración: una hija y su madre prostituta. Además sabemos que existe otro personaje; un «imbécil» que se ha acostado con las dos. ¿Violó a la hija? Este primer párrafo ya anuncia la violencia moral que va a ser el núcleo de la novela. Inmediatamente da información sobre el papel de la mujer. Pero, pueden surgir preguntas como ¿quién es el «él» en la frase «mientras él miraba la acacia gigante» (9)? ¿Por qué movía la cabeza sin querer? Y ella, ¿por qué está peinando un mamut? En este inicio de la obra, Consuelo le habla a un hombre (que no conocemos por el momento) en primera persona. Apenas podemos pensar que este hombre es viejo o enfermo por su manera de mover la cabeza sin querer. No podremos saber que Consuelo, la voz narradora al inicio, está en Buenos Aires, hablándole a Jacobsen, el amor idealizado de Mabel, hasta muy avanzada la novela.

Después de haber analizado el peritexto, vamos a ver las representaciones del extranjero en la obra. Como ya hemos dicho, en la obra, los dos países presentes son Argentina y Uruguay.

II) Representación del «extranjero»

Podemos ver al extranjero a través de las alusiones a sus dictaduras.

En este libro construido con diferentes voces, aparecen voces en cursivas que representan las narraciones de los medios de comunicación más omnipresentes como la radio y la televisión. La radio difunde las novedades en cuanto al fútbol y la televisión se hace presente fundamentalmente por la publicidad.

En Argentina y en Uruguay en esa época se usó el fútbol para disimular los problemas políticos de las dictaduras (como en el Mundial de Fútbol de Argentina 78).

Por otra parte, las dictaduras de ambos países actuaron en complicidad al igual que lo hicieron algunos medios de comunicación. Estas voces oficiales o dominantes en la sociedad de la época, se van filtrando entre el drama personal de cada personaje, como si en principio no estuviesen relacionados.

En la celda de al lado a la de Jacobsen [encarcelado por segunda vez, esta vez por un delito real], el Pelado chista y pide silencio, pero Saporitti [un locutor de radio] recuerda que el año próximo se realizará el Campeonato Mundial de Fútbol en la Argentina, por primera vez, y debemos estar preparados para mostrar una buena imagen al mundo… A lo que casi todo el piso Segundo de la cárcel responde, sin hacer caso del Pelado:¡Argentina va’ salir Campeóóón!¡Argentina va’ salir Campeóóón!

Se lo dedicamo’ a todos

¡La puta madre que los-pa-rió!

(172)                

Las alusiones a equipos de fútbol de un lado y del otro, el anuncio de las tormentas, los comentarios periodísticos sobre las actividades de la moda en los balnearios más conocidos de ambos países, ayudan a establecer esta fuerte y trágica relación cultural y política entre Argentina y Uruguay, entre sus capitales, Buenos Aires y Montevideo, separados y unidos por un ancho río.

Los problemas políticos en relación con las dictaduras en la época eran numerosos y no vamos a enumerarlos aquí. Pero podemos ver brevemente algunos ejemplos.

La primera vez Jacobsen es detenido por razones políticas, acusado de anarquista pero sin haberle probado alguna actividad organizada. Es detenido en Buenos Aires, después de su viaje a Montevideo en búsqueda de Mabel. Durante su último viaje a Montevideo, logra su objetivo de encontrar a Mabel, a quién descubre en un restaurante con otro hombre (en realidad con un cliente). A su regreso a Buenos Aires, los servicios de inteligencia del ejército argentino lo detienen. En su interrogatorio reconoce haber ido en búsqueda de una mujer, pero la explicación suena cursi y difícil de creer para los oídos de los militares quienes deciden comprobar la existencia de Mabel. Cuando logran localizarla, la obligan a fotografiarse teniendo relaciones sexuales con los militares de menor rango. En una sesión de interrogatorio en Buenos Aires, el coronel libera a Jacobsen porque, le informa, ha descubierto que su declaración anterior era inverosímil pero verdadera. Como venganza, el coronel obliga a Jacobsen a reconocer a la prostituta de la fotografía, lo que para Jacobsen es un doloroso descubrimiento.

Finalmente Jacobsen, después de descubrir el Ford Falcón del coronel estacionado cerca de un restaurante, toma venganza y mata al coronel en un parque de Buenos Aires y es encarcelado por última vez. En la cárcel, el mundo exterior se filtra a través de una radio que, al mismo tiempo, es escuchada del otro lado del Río de la Plata, en Montevideo.

Siempre relacionado con la dictadura y los problemas de la época, también se ve Argentina a través de su famoso coche Ford Falcón presente en el libro. Los Ford Falcón fueron célebres en los años setenta porque eran usados por el ejército para secuestrar disidentes o sospechosos de serlo2. En La reina de América, antes de la intervención de los militares, Jacobsen había descubierto a Mabel bajando de un Ford Falcón rojo, con un cliente.

Hay también un secuestro pero esta vez no por razones políticas (al menos no de una forma explícita). El hombre, el contador Soto Lorenzo, dueño de una radio funcional a la dictadura uruguaya. A esa altura del relato, Mabel se encuentra en clara decadencia física y psicológica y sube al auto del contador pidiendo ayuda:

Un árbol la sostiene un momento hasta que parece recuperarse y continúa caminando. Cruza una luz roja y, al llegar a la placita triangular de Blanes, un Ford Falcon rojo o verde se detiene y un hombre calvo le hace señales desde adentro. Mabel duda, siente frío otra vez y finalmente entra.Lléveme a mi casa, por favor señor -dice Mabel, mirando hacia delante, y la voz se le quiebra. Adentro siente un calor que no la alivia: el aire está espeso, la radio dice muy fuerte que los estudiantes universitarios, todavía dominados por ideologías extranjeras, se niegan a concurrir a sus clases.Esto le hace muy mal al país, pero sobre todo a ellos mismos, que no comprenden ciertas cosas porque no alcanzaron a vivirlas…

Ya veremos adónde -dice el hombre, sonriéndole y mirando con atención por el espejo, para dejar pasar un auto que le venía haciendo señales con las luces.

Lo siento, señor, no estoy trabajando hoy.

¿A sí? ¿Y la ropa adónde está?

Teniente General Bonino Pérez, muchas gracias por sus declaraciones para radio Libertad.

No, no, por nada. El agradecido soy yo.

Buenas noches.

Ahora el estado del tiempo: inestable, desmejorando por el norte. Se prevén tormentas eléctricas… Hay restos de humo o aliento de cigarrillos y alcohol, y no olvide: Coca-Cola, la chispa de la vida.

(170)                

Pero el contador Soto Lorenzo la lleva a una zona de pinares sobre una playa periférica y la obliga a tener sexo, diciendo que ella es una prostituta. Mabel saca la pequeña pistola que siempre lleva consigo y lo mata. La radio presentará este hecho de una forma que enaltece la figura de la aparente víctima.

SANGUINETTI .-   (Con voz afectada, firme y pareja.) Ampliando la información ya adelantada por nuestro Informativo Central de las nueve horas, estamos en condiciones de informarles que el contador Soto Lorenzo fue cobardemente asesinado de tres balazos a sangre fría.
LARREA.-  El contador Soto Lorenzo, que se había desempeñado hasta el momento como director de esta radio y como Consejero de Estado, fue ultimado de tres balazos a quemarropa en una zona próxima a Lomas de Solymar.
SANGUINETTI .-  Las autoridades arrestaron en las últimas horas a una mujer de iniciales M. M. Z, sobre la cual caen las principales sospechas. La mencionada mujer, estaría vinculada a movimientos subversivos que operaron hasta hace pocos años en ambas márgenes del Plata.
LARREA.-  M. M. Z., de nacionalidad española, había sido vinculada por los Servicios de Inteligencia de Argentina con el grupo maoísta ERRP, que operaba desde la ciudad porteña de Buenos Aires, más precisamente en el barrio de la Floresta. Fuentes no oficiales, dan cuenta de una posible relación de la misma mujer, M. M. Z., con el asesinato en la ciudad de Buenos Aires del coronel Máximo Otegui, consumado hace siete años, en 1972.
(188)                

Estas dictaduras llevaron a violencias de todo tipo. Y en La reina de América, sentimos las tensiones en tiempos de dictaduras y somos lectores y testigos de la violencia moral, omnipresente en toda la obra.

III) La violencia moral

Como vimos, uno de los temas centrales de la novela consiste en este tipo de violencia y su relación con la violencia física. Apenas en el incipit nos informamos que la narradora es violada por un cliente de su madre. La violación o la agresión sexual inician el primer capítulo y es una de las traducciones de esta violencia moral que subyace en toda la novela. Es el ejemplo de una violencia tanto física como moral ya que abre una herida difícil de curar. Según el mismo autor, la violencia física engendra heridas que un día llegan a desaparecer gracias a la cicatrización pero las consecuencias de la violencia moral son mucho más perdurables y más difíciles de visualizar.

Mabel también ha sido violada por un hombre que se creyó en el derecho de desconocer su dolor por ser prostituta. En este caso el abuso de poder es físico (la fuerza del hombre sobre la mujer enferma), social (ella es una prostituta callejera y él un contador reconocido) y moral (la autoestima se ha reducido al mínimo, hasta ser identificada con un objeto sin derecho a la piedad).

Al comienzo de la narración, Consuelo aparece peinando con fuerza un mamut de una forma que revela cierta perturbación o neurosis. El principio y el final de la novela coinciden en el tiempo y en el espacio, y la protagonista (y una de las narradoras principales) confirma esta inestabilidad psíquica cuando ahoga a Voltaire, el gato de Jacobsen, el que pocos años antes había sido rescatado de las aguas en una bolsa de nylon.

Toda la historia que Consuelo narra a Jacobsen es una regresión a un pasado lleno de violencia en el que, como su madre, ha sido sexualmente abusada. Pero Consuelo logra vengarse del Tito (su violador), el que a su vez es violado por un sicario que ella había contratado3. Aquí, la violencia no está en la penetración física del hombre sino en su humillación delante de ella. La humillación, por supuesto, violencia moral y en este caso sirve al propósito de la venganza de la víctima.

IV) Extracto de una entrevista con el autor

Me puede decir ¿cuál fue el contexto en el que escribió el libro? ¿Y si tuvo impacto en la escritura de su libro?

Mi contexto como autor en el momento de escribir la novela fue a fines de los ’90, sin ninguna violencia particular. Una vida normal. Pero yo creo que la «herida» viene de mi infancia, ya que tuve que vivir la violencia moral de la dictadura (y la violencia física también). Eso está resumido en «Tecnología de la Barbarie».

En su libro se mezclan muchas voces con una tercera persona dominante, ¿cómo lo explica?

Sí, correcto. La tercera persona es dominante y luego aparecen muchas otras voces narrativas cuando aparecen diferentes personajes. Incluso algunos medios como la radio se entremezclan (como un juego de cartas) en un contrapunto. En el caso de la radio o la TV, sus voces se distinguen porque están en «italics» (o cursivas).

Yo sospecho que en esa técnica puede haber algo de Los caminos de la libertad, de Sartre. Recuerdo que cuando era muy joven me impresiono mucho «El aplazamiento» (lo leí en español). Sartre combinaba magistralmente varios espacios de forma simultánea en un solo párrafo.

Cuando en su libro se habla de Abayubá, a este chico le gusta mucho Sartre también. ¿Tiene algo que ver con usted?

Tenés razón. Tiene algo de mí pero también de algunos muchachos como yo, que conocí en Montevideo en 1988, 1989. Ellos no iban al liceo (secundaria) ni a la universidad, pero eran bohemios, lectores empedernidos de Jean-Paul Sartre. Cada personaje tiene algo del autor y de muchas otras personas, en diferentes proporciones.

¿Entonces tienen todos sus personajes algo de usted?

No sé si mi «yo» está desparramado entre personajes como Mabel y Consuelo. Puede que haya algo del autor en cada una, pero sospecho que muy poco, desde un punto de vista concreto, como lo es ser mujeres abusadas sexualmente. Nunca he sido mujer ni he sido abusado sexualmente. Pero ellas encarnan todas mis frustraciones sobre la violencia y la injusticia social. Pocas cosas hay más dolorosas, para mí, que el sufrimiento de un niño o de una mujer por razones de violencia moral como lo es la humillación. Tal vez uno soporta más fácilmente la humillación de un verdugo, pero nunca la de alguien inocente, alguien que de principio es más débil, en una familia o en una sociedad…

Como los sueños (al menos es lo que comúnmente asumimos en nuestra civilización occidental), el autor origina cada personaje y cada situación de forma inconsciente o, al menos, con un diálogo intuitivo con su propia conciencia, según una realidad concreta y según una naturaleza general, que es común a todos los seres humanos. Todos tenemos esperanzas y temores, todos tenemos cierto sentimiento de justicia y de venganza, todos amamos y odiamos (aunque en proporciones diferentes; en lo personal he tratado siempre de controlar algún sentimiento tan horrible como es el odio, pero creo nadie puede decir que está libre de haberlo experimentado), etc.

Cuando menciona en un momento de La reina de América «el uruguayo», «es culpa del uruguayo». ¿Quién es? ¿Es un hombre tipo que vive en Uruguay?

En Uruguay siempre se habla de «el uruguayo», que es una especie de personaje inexistente, invisible, que aparentemente contiene todas las características típicas de «un uruguayo». Tradicionalmente se le echa la culpa de todos los defectos, algo así como «chivo expiatorio» (o «cabeza de turco»).

¿Por qué haber elegido un nombre indígena para Abayubá?

En los 60, Uruguay y Argentina «descubren» América Latina (que en realidad se refiere a la «América indígena») y su sentimiento de culpa por su «europeísmo» anterior. Especialmente entre los grupos de izquierda (y tal vez como consecuencia de la Revolución Cubana) todo lo indígena comenzó a ser reivindicado y pasó a ser símbolo de resistencia y de legitimidad. No por casualidad el anterior presidente de Uruguay se llamaba Tabaré Vázquez. Pero al mismo tiempo sigue siendo un valor ambiguo, ya que lo indígena nunca ha dejado de ser étnica y culturalmente marginal. En Uruguay, además, tenemos la triste conciencia de que los indios charrúas fueron exterminados, por lo cual es una ironía que se hable de «garra charrúa» para referirse a los jugadores de fútbol que representan a nuestro país.

Para terminar, ¿por qué usted eligió siempre hablar de fútbol por la radio y de una probable tormenta (meteorología) que está a punto de llegar?

Primero, porque en Argentina y en Uruguay por esa época se usó el fútbol para disimular los problemas políticos de las dictaduras (como en el Mundial de Fútbol de Argentina 78). Segundo, supongo que fue porque expresaba (igual que cuando se habla de moda) un contraste dramático entre la frivolidad de «lo que estaba ocurriendo» en los medios y la tragedia de los individuos como Mabel. Es un contraste, un contrapunto que evidencia la crueldad social, la indiferencia hacia las tragedias que muchas veces los pueblos no ven o no quieren ver. En el caso de los reportes meteorológicos, es por una razón opuesta a la del Romanticismo del siglo XIX. Para aquella corriente literaria, la naturaleza se conmovía junto con las emociones de los individuos. Como La reina de América es una novela más bien cruel, el tiempo, el clima es más bien indiferente a los sufrimientos humanos. Esa indiferencia con que se da el reporte del clima, las tendencias de la moda y los resultados del fútbol representan la indiferencia del contexto con los personajes que sufren.

Bibliografía
  • Diario El País de Madrid, 23 de abril de 1985.
  • Diario La República de Montevideo, 3 de agosto de 2011.
  • Majfud, Jorge, La reina de América, Tenerife, Baile del Sol, 2002.

Notas

 1. Diario La República de Montevideo, 3 de agosto de 2011.

 

2.«Una numerosa partida de Ford Falcon de color verde destinada a la Policía Federal fue requisada por los grupos de tareas destinados al chupamiento callejero de personas (chupar: secuestrar); el Falcon, un coche grande, robusto, vulgar, verde, sin matrículas, con dos antenas y tres tipos dentro sembró el terror en las áreas urbanas. Familias enteras desaparecieron en los chupaderos: los hijos, los padres, los abuelos, los hijos de los hijos… La desaparición de niños secuestrados junto con sus padres, o nacidos en prisión, es otro de los dramas añadidos de las posguerras argentinas» («En el corazón de las tinieblas», Diaro El País de Madrid, 23 de abril de 1985).

3. Según el autor hay un límite entre venganza y justicia; aunque sus métodos y convivencias sociales de uno y del otro son distintos, ambos perciben objetivos casi idénticos.

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La reina de America

 

Una entrevista

Jorge Majfud: «Un novelista no puede tener pudor ni carecer de principios morales»

Cultura y Espectáculos Diario de Avisos,  Santa Cruz de Tenerife, 17 de enero de 2003

 

Jorge Majfud (Tacuarembó, Uruguay, 1969) movió los cimientos de la literatura uruguaya con una primera novela, Hacia qué patrias del silencio (memorias de un desaparecido), donde hablaba sin tapujos de la represión en su país, de los desaparecidos y la dictadura.

Texto: Mª Luisa Pedrós
Foto: Javier Ganivet
 

Después de ese libro, este arquitecto apasionado por el conocimiento, emprendió la tarea de redefinir los límites de la moral en Crítica de la pasión pura, un ensayo de 1998 inédito aún en España. Su segunda novela, La reina de América, abandona el tono filosófico de sus trabajos anteriores para narrar una historia descarnada: la de una joven española que emigra en los sesenta a la América de la bonanza y que a su llegada al continente ve cómo la vida le juega una mala pasada que solo le deja el recurso de la prostitución. 
Por esos extraños juegos de relaciones, Baile del Sol, una pequeña y modesta editorial tinerfeña, puso los ojos sobre la obra de Majfud y en 2001 publicó Hacia qué patrias del silencio y ahora edita La reina de América. Estos días, Majfud visita Tenerife para promocionar la obra. Ayer, en una apretada jornada, dio una rueda de prensa, concedió entrevistas y participó en el ciclo Diálogos en vivo, donde habló frente al periodista Fernando Delgado sobre el arte de fabular. 
Majfud es un hombre de gestos sosegados, casi suspendidos en el aire. Le gusta hablar. Dice que esa es una de sus grandes pasiones: hablar, y pensar. Escuchándolo se tiene la sensación de que no es la misma persona que escribe La reina de América, un libro duro, de lenguaje directo y descarnado. «En mi vida privada soy puritano, pero en la ficción no puedo permitírmelo». 

– Dicen de usted que que tiene vocación de filosofar. Un comentario así habría acabado con su carrera literaria en España. 
«Sí, parece que hoy en día es peligroso pensar. Se nos está imponiendo una cultura de la chatarra donde lo único que le queda al individuo es la capacidad de reflexionar, de preguntarse, de filosofar, en definitiva. La actitud de reflexión es única y siempre es valiosa. Solamente en las culturas donde hay dogmas de pensamiento, económicos o militares, es una actividad desprestigiada. Me cuesta creer que Occidente haya renunciado a una de las características que lo han definido: la valentía individual de cuestionar las cosas. Sinceramente, si para que mis libros se vendieran tuviera que renunciar a eso, no lo haría. Frente a esa mercantilización de la cultura, a esa banalización de la literatura, hay un grupo de escritores que practicamos la resistencia. No nos oponemos a que se publique Corín Tellado, pero nos negamos a que eso se venda a la altura de Saramago, por citar el nombre de un resistente». 

– Un periodista le preguntó a raíz de la salida de Hacia qué patrias de silencio si se sentía un outsider por sus temas y la postura que adopta ante ellos, y usted contestó que no lo sabía. Con La reina de América en la calle, ¿ya tiene hecha esa reflexión? 
«Creo que estuvo en lo cierto, pero aún siendo un outsider pongo el acento en el tiempo que me ha tocado vivir. En el Cono Sur, sobre todo en la década de los 90, ha habido una predilección especial por la historia de siglos pasados, como para evitar analizar esta. Ya lo dijo Francis Fukuyama: «Ha llegado el fin de la historia». No estoy de acuerdo, queda historia para rato porque queda mucho por construir, pero también por destruir. No estoy de acuerdo con la evasión, quiero vivir este tiempo trágico que nos ha tocado y aceptarlo como un desafío». 
– Hábleme de esta frase suya:»Un intelectual útil al partido no es un intelectual, es un payaso entrenado para ganar». 
«En Uruguay la presión para que el intelectual se ponga al servicio del poder es inmensa. Para que cualquier arquitecto, profesor o escritor viva desahogadamente, tiene que pactar con el poder. Muchas veces se me han acercado para pedirme que participe en esto o en aquello y me he dado cuenta que son concesiones, no puedo hacerlo porque no sólo estoy traicionando la confianza de mucha gente, sino la mía propia. Nosotros tenemos dos grandes resistentes que se han negado a dar ese paso: Eduardo Galeano y Mario Benedetti. La gente cree que para los dos ha sido fácil; nadie sabe por lo que han pasado. Nadie recuerda que Benedetti pagó sus primeros ocho libros de su bolsillo». 

– La Reina de América rompe cierta idea romántica sobre la emigración española al continente. 
«Existe el mito del europeo que viajaba a hacer las Américas, a triunfar. Muchos lo lograron, pero otros tantos fracasaron y encontraron una realidad aún peor que la que abandonaban. Eso le pasa a Mabel. Sola y obligada a prostituirse y sometida a un sistema represor del que no escapa porque es violada por un poderoso. Fue duro escribir sobre eso, porque requiere ser muy directo, y yo en mi vida privada soy pudoroso, pero no puedo ser pudoroso cuando en la ficción trato un tema en profundidad. Un novelista no puede tener pudor». 

– En la trama, los años de represión en Uruguay se filtran como un rumor ¿Su sociedad ha superado ya las consecuencias de la dictadura? 
«El miedo persiste, a pesar de que creo improbable una vuelta a la dictadura militar porque no hay interés internacional para eso; sin embargo, la sociedad uruguaya mantiene el miedo. No sabemos dónde están nuestros desaparecidos, ni cómo desaparecieron. Las respuestas se han silenciado y ese silencio es malo porque esa es una deuda moral de nuestra sociedad». 

– Una de las características de la obra es la experimentación técnica:salto de un hecho a otro sin avisos, diálogos sin los guiones tradicionales… ¿Fue deliberada? 
«La técnica sale espontáneamente como necesidad del momento creativo, pero más tarde me sucedió que tomé conciencia de lo que estaba haciendo y seguí empleando la técnica de una manera más consciente». 

– La literatura que llega a España desde América lo hace principalmente de Cuba y Méjico, ¿son esos países los que actualmente generan literatura en el continente o es política editorial? 
«A lo largo de los viajes que he hecho por Hispanoamérica me ha sorprendido descubrir que en literatura existen islas. Los escritores que son reconocidos en el Cono Sur no son conocidos en absoluto en España y a la inversa. En el Río de la Plata no conocemos esos escritores cubanos ni mejicanos. Es una literatura fragmentada en su propio conocimiento».

 

Información complementaria

 

«Los sudamericanos somos europeos en el exilio»

 

Majfud parafrasea a Borges al hablar de la política española con los emigrantes americanos: «Los sudamericanos somos europeos en el exilio».

 

  «El Río de la Plata fue muy receptivo con la emigración española cuando España estaba muy mal y nosotros estábamos muy bien»

 

«Creo que más tarde o más temprano, Europa tendrá que admitir que nos necesita. Hasta ahora, este fenómeno se trata de una manera maniquea, en blancos o negros. El Río de la Plata fue muy receptivo con la emigración española cuando España estaba muy mal y nosotros estábamos muy bien. Nunca nadie les pidió un solo papel. Sé que las cosas han cambiado, y que el orden mundial es otro, pero desde el punto de vista humanitario sería lógico que los españoles fueran condescendientes y ayudaran a esos hijos de España».

Recuerda cómo los que llegaron a Uruguay fueron «acogidos» hasta que se integraron en una sociedad donde «aún casi todos sus dirigentes hablan con acento español». «Para nosotros no hubo diferencias, y quizá porque no teníamos una cultura ancestral, formamos una sociedad plural y mixta»; pero frente a esto, el escritor está convencido de que España no debería temer nada. «Ustedes tienen una cultura lo suficientemente arraigada como para que nosotros desequilibremos esa identidad».

Desde que llegó a Tenerife ha recopilado todas las informaciones publicadas sobre emigración. «Se trata como un tema económico o humanitario, pero no hay un discurso desprejuiciado».

«Hablan de nosotros como prostitutos, delincuentes y corruptos y olvidan que toda la dirigencia de nuestros países son hijos de españoles o de italianos, no pertenecen a ninguna otra cultura muy distinta; somos, como decía Borges, europeos en el exilio. No somos una raza aparte, somos consecuencia de algo». Entre los recortes guarda uno durísimo que habla de los latinoamericanos que podrán optar a la nacionalidad española dejando atrás «latrocinio, machismo, narcotráfico, corrupción, vagancia, irresponsabilidad, prostitución»… No puede seguir leyendo: «No tenemos un gen destructivo, somos náufragos».                             

 

 

 

Ricos nobles, pobres villanos

Money, Money, Money

Ricos nobles, pobres villanos

 

 

Otra ayuda para los bancos

 

El gobierno de España planea a poner 19 mil millones de euros como “rescate adicional” en Bankia SA, cuyos bonos fueron recientemente declarados bonos basura por Standard & Poors. Lo que significa que cada familia española, que actualmente está sufriendo recortes de todo tipo, va a poner aproximadamente otros 1500 euros para rescatar una empresa recientemente nacionalizada, lo cual también significa que quienes vendieron hicieron un excelente negocio.

A la gente, no se les pregunta si quieren recortar servicios públicos ni se les pregunta si quieren seguir poniendo su dinero para salvar bancos y millonarios. 

Sólo se les dice que hay que ser más responsables y gastar menos.

Igual que en Argentina en el 2001 y que en Estados Unidos más recientemente. Cada vez que hay una crisis se recortan los servicios a la gente común y además se les pide que colaboren con ayudas especiales a los bancos y las corporaciones en general, que cuando no son privadas han sido estatizados en ruina por gobiernos benefactores de millonarios.

Algún día los pueblos dejarán de confundir generosidad con estupidez.

 

Capitalismo y religión

El capitalismo y la economía del libre mercado son el más perfecto equivalente práctico e ideológico de la Teoría de la evolución, donde las leyes premian al más fuerte y justifican la aniquilación del más débil. De hecho, es muy posible que las distintas teorías evolucionistas del siglo XIX se hayan inspirado en las teorías económicas del siglo XVIII, aparte de los griegos, claro.

Por otro lado, como si se tratase de una broma de algún dios o demonio, el comunismo está mucho más próximo a la religión judeocristiana donde el Estado representa al padre, aquel que interviene periódicamente en las leyes del mundo material o poniendo en suspenso las reglas del mercado para proteger, al menos en teoría, a los más débiles.

No deja de ser una magnífica y trágica paradoja que los conservadores de hoy odien al Estado tanto como aman el libre mercado.

Pero el odio al Estado se puede entender por dos razones: primero, es un sustituto secular del Padre; segundo, las donaciones para los pobres a través de los impuestos pueden conducir a la salvación de algún grupo humano desconocido, pero no a la salvación individual. Según los neoconservadores, Dios sólo puede ver las limosnas que arrojan los fieles al salir de una iglesia y odia los impuestos, sobre todo aquellos que pagan los ricos. Los ricos son los que siempre dejan las mejores limosnas, lo que prueba la generosidad de los que han sido elegidos antes de nacer.

De la misma forma, llueve porque nacen las plantas.

Tal vez esta idea o la confusión que protege a los ricos de pagar más impuestos y predica el desprendimiento y el sacrificio entre los pobres se podría entender si recordamos que Jesús elogió las dos monedas que daba la viuda y despreció las limosnas que los ricos echaban en el arca del Tesoro, porque aquella daba lo que necesitaba y éstos arrojaban lo que les sobraba, según Lucas. Pero jamás se entendería la preferencia de Dios por los ricos ni la preferencia de los ricos por las limosnas en lugar de los impuestos, si recordamos una intervención más explícita del carpintero de Nazaret, cuando afirmó que de las posibilidades de que un rico pudiese subir al cielo sin desprenderse de sus riquezas eran las mismas que tenían un camello o una soga de atar barcos de pasar por el ojo de una aguja.

Pero como sabemos que las religiones se basan en la negación de sus propios textos sagrados (poner la otra mejilla significa bombardear por las dudas; ser rico significa ser uno de los elegidos por el Dios de los pobres), para explicar semejantes paradojas tenemos que recurrir más a la psicología o a los intereses más diabólicos del egoísmo y la avaricia sin límites que al mismo Jesús de Nazaret o a la mera razón humana.

 

Arribistas y abajistas.

Si alguien se posiciona en uno de los extremos del espectro ideológico aparece como cojo o como tuerto: aparece como alguien que no puede ver “la otra cara” de la realidad. Entonces, aquellos que se ubican al medio, abusando de la misma metáfora horizontal, se ubican en el eje de la balanza y, consecuentemente, son representados como equilibrados.  Aunque este centro es virtual, porque inevitablemente depende de la distancia en que puedan estar los extremos. En ocasiones, ambos extremos, izquierda y derecha, podrían están perfectamente ubicados en un rincón cualquiera de los dos extremos, por lo que ser de izquierda podría significar ser un conservador reaccionario en un contexto, o  un revolucionario progresista en otro.

Estamos atrapados, históricamente, de una ilusión visual que oculta otra realidad, probablemente una realidad más lógica, más verdadera y, por eso mismo, diabólicamente soslayada. La dicotomía y la lucha entre izquierda y derecha usa un artilugio geométrico de alta neutralidad (la horizontalidad) para ocultar el hecho de que nuestros diversos sistemas políticos son, en última instancia, una encarnizada lucha entre arriba y abajo, entre las imponentes clanes, sectas, familias, lobbies o corporaciones que presionan, conducen gobiernos, eligen presidentes y, por otro lado (el lado de abajo) los trabajadores y consumidores comunes, que no sólo consumen artículos, muchas veces innecesarios, sino, sobre todo, consumen narrativas, moralidades, valores, verdades prefabricadas por la ingeniería de los arribistas, que son quienes ostentan un poder desproporcionado a su número. De otra forma, ninguna forma de esclavitud hubiese existido nunca. La mera fuerza sería inútil sin una moral para los esclavos que son representados a la izquierda de un espectro horizontal, democrático.


JM

Milenio , II , III (Mexico)

 

La venganza y la justicia

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cine pilitico

La venganza y la justicia

Pocas cosas hay más estimulantes que las preguntas. Siempre les digo a mis estudiantes que cuando no tengan preguntas pueden considerar que están intelectualmente muertos. Con cierta frecuencia recibo colecciones de preguntas de otros estudiantes, casi todos, vaya a saber por qué, de universidades de Europa. Hoy, por ejemplo, me dispuse a contestar una larga lista de una estudiante de una conocida universidad de Francia, que está haciendo un posgrado en literatura y su trabajo final consiste en un análisis de La reina de América.

Cada vez que respondo este tipo de preguntas y comentarios, viejos fantasmas de la dictadura de mi país resurgen y, como si los lectores más lejanos fuesen mis mejores psicoanalistas, sin querer me revelan o me proveen de indicios sobre esas verdades que gritan en códigos de sueños pero que ni el mismo autor es capaz de comprender plenamente cuando se deja llevar por las emociones de una historia, por las pasiones de sus personajes. Al menos no de forma racional.

En La reina de América abunda la crueldad, es decir, la violencia moral. He dicho muchas veces que me parece que hay pocas violencias más terribles como la violencia moral, porque uno puede recuperarse de un golpe en la cara pero difícilmente pueda recuperarse de un golpe moral. Las dictaduras uruguaya y argentina fueron especialmente especialistas en este tipo de violencia que abunda en esa novela y en algunas otras, no por casualidad. Muchos presos políticos y muchos policías y militares de aquella época me confesaron historias de una innecesaria y cruel creatividad. Por alguna razón, no difícil de analizar, muchas de ellas tienen alguna relación con el sexo. Algunas, ya las he mencionado en novelas y artículos y este no es el momento de volver a ellas.

Pero no sólo las dictaduras practicaron la crueldad. Las post dictaduras ejercitaron este tipo de violencia moral de formas diferentes, si no por abuso de poder, por carecer de él. El miedo tiene la universal facultad de destrozar individuos y sociedades por igual. La impunidad fue una de esas formas y, quizás, por esta razón, varios personajes de la novela mencionada optaron por diferentes formas de venganza.

Por supuesto que yo, como autor, soy incapaz de matar un gato ahogado en una fuente, pero mis personajes han ejercido esta locura de forma reiterada. Una de las protagonistas y la narradora principal de La reina de América, Consuelo, la hija de la inmigrante prostituta, no sólo ahoga un gato en una fuente sino que venga su propia violación con la violación de su violador, haciendo uso de una especie de sicario que sodomiza a su violador en un galpón de la Aguada, ante su propia presencia, tiempo después de haber heredado las propiedades de su tío. El dinero la inviste del poder necesario para ejercitar, por su parte, más violencia moral. Pero también uno de los protagonistas, que debe presenciar las fotografías de su amada siendo abusada por los militares que lo investigan, termina haciendo justicia por cuenta propia en un parque de Buenos Aires.

Una obra de ficción es un testimonio de un momento histórico, como un sueño revela una insatisfacción real. En este caso, creo, es el producto de una injusticia largamente institucionalizada en el Cono Sur, aunque con algunas enmiendas. La ficción es, como los sueños, la realización de actos que nuestra moral condena en su conciencia; es la revelación de frustraciones individuales y colectivas, como bien lo articulara Ernesto Sábato décadas atrás.

Ahora, por otro lado, en un plano más racional y analítico, también podemos enfocar un momento nuestra atención en las trágicas diferencias entre justicia y venganza.

Es políticamente correcto pedir justicia y condenar la venganza. Al menos en el discurso público, todos se cuidan de rechazar cualquier proximidad con esta práctica y deseo que todos condenamos a la luz del día. Sin embargo, creo que en lo más profundo, aunque son practicas distintas, no son dos categorías ontológicas ni morales tan diferentes. Porque la justicia es una venganza institucionalizada, y la venganza una justicia personalizada.

Claro que la primera es superior, ya que su propósito es conducir a una sociedad por un camino conveniente y justo, mientras que la segunda pone el énfasis en las emociones personales, que con frecuencia pueden producir injusticias. El problema es que cuando una sociedad falla grave y sistemáticamente garantizando la justicia más básica, como ocurrió en Uruguay con leyes que dieron inmunidad a los violadores de los Derechos Humanos, los sentimientos que afloran pueden estar my relacionados con los deseos de venganza. Como ocurre en La reina de América, el contexto social no garantiza esa justicia básica, razón por la cual los personajes con frecuencia recurren a la venganza.

En lo personal no estoy a favor de la venganza. No porque la considere de una categoría radicalmente diferente a la justicia, sino porque la considero peligrosa como práctica social e individual. Pero la ficción es un sueño colectivo, y por lo tanto es la expresión de frustraciones (colectivas y personales) con soluciones o desenlaces semejantes a los sueños, donde en ocasiones cometemos actos repudiables y en ocasiones realizamos deseos frustrados.

La justicia tiene la función de evitar agresiones y el quebrantamiento de la regla de oro (“no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”); pero la venganza también. Al fin y al cabo, la justicia es, aparte de un sentimiento antiguo muy relacionado con la venganza, una institución socialmente sofisticada, con reglas y leyes impersonales que exigen la sumisión de las pasiones. Pero cuando la justicia falla como institución y como práctica del poder, los individuos vuelven su mirada a su antepasado más primitivo, la venganza, precisamente, en búsqueda de esa justicia que no llega. Si en nuestro mundo contemporáneo las víctimas normalmente se contienen, es debido a un entrenamiento psicológico y moral que han recibido de una educación, de una cultura civilizada y, frecuentemente, por la esperanza de que el viejo refrán sea cierto: “la justicia tarda pero llega”.

Este refrán, probablemente, es, como muchos, aleccionador, moralizante. Es decir, es una moraleja, tipo medieval, que pretende prevenir determinadas conductas indeseables. No es necesariamente la verdad porque, en el fondo, toda justicia que tarda no llega. Bastaría con considerar la excarcelación de un inocente al final de su vida que es compensado con una suma abultada de dinero. ¿Qué tiene eso de justicia? El único refrán verdadero en este caso es “peor es nada”, pero nunca “la justicia tarda pero llega”, porque “justicia que tarda” es, en sí mismo, un oxímoron cuando se aplica a seres mortales. La justicia sólo es justicia cuando se realiza a tiempo. Lo cual, casi nunca es materialmente posible, pero al menos en un Estado de Derecho se compensa con la inmediata protección de la víctima, con su reparación moral, que incluye el castigo al victimario, y con el ejemplo social.

En un Estado donde no reina el derecho, a la víctima le queda otra forma de justicia que todos condenamos por conveniencia propia. Por ello, rara vez, sino nunca, la víctima procede como procedería la justicia si el derecho y el poder estuviesen distribuidos entre todos por igual.

Jorge Majfud

Jacksonville University, marzo 2012.

majfud.org

Milenio , B (Mexico)

La Republica (Uruguay)

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El hijo de la novia

cine pilitico

Dirección: Juan José Campanella.

Guión: Juan José Campanella

El hijo de la novia (2001)

Introducción En El hijo de la novia hay una sátira inicial al mundo contemporáneo representado, fundamentalmente, en la figura de Rafael (Darín) y su ya clásica relación que éste mantiene con su teléfono celular. Como no podía ser de otra forma, la sociedad se filtra en las historias familiares y personales, pero en este caso también lo hace de una forma consciente: la crisis económica argentina, la corrupción de las relaciones públicas, etc. Sin embargo subsiste -y es razón de ese mismo conflicto- la tradición de la amistad y “la familia”, acentuada en el Río de la Plata (concretamente Buenos Aires) por la tradición italiana. Los personajes pertenecen a una familia de inmigrantes italianos, típica. Pero la crisis (la encrucijada) no sólo es económica sino que, además, representa un cambio en las relaciones personales. Las nuevas formas de vida se filtran entre las viejas para producir un cambio negativo, la mayoría de las veces. En El hijo de la novia ese cambio está representado por el estresante mundo de los negocios que exigen al hijo vivir por y para su trabajo, en contraste con el idílico mundo de su padre quien, junto con su madre, pudo iniciar el restaurante y desarrollarlo de forma romántica, entes que puramente materialista. Aún así, la locura de la carrera no es suficiente. Apenas da para no caerse en la crisis económica y ante la competencia foránea pero a un muy alto precio: la salud de Rafael y el deterioro de sus relaciones afectivas. Éstas, no sólo están representadas en su incapacidad de comunicación con sus parejas y su hija ¾la cual se siente ignorada¾, sino también en su relación con su madre.

Sin embargo, aquí aparece otra dimensión de El hijo de la novia, la cual traspasa el presente del protagonista: el comercio emotivo con su madre, a través de los signos afectivos, ha sido igualmente insatisfactorio y, cuando parecía haber sido resuelto por una hiperactividad laboral, en procura del éxito, se revela inmutable, como una deuda pendiente que, a causa de la enfermedad de su madre, parece imposible de pagar.

Creo que se debe anotar además las permanentes contrastes e inversiones que se dan en El hijo de la novia. Existen notables inversiones de los focos temáticos, de los planos discursivos -la filmación y las escenas “secundarias”-, la inversión del sentido religioso -el rito religioso en la iglesia-, la inversión del camino iniciado por el padre es revertido por éste mismo, la aparente “traición” del amigo que sirve para llamar la atención sobre su relación amorosa, su -clásico- regreso al pasado en rescate del presente, todo lo cual expresa una inversión en el sentido de la vida: ¿cuál es el objetivo de nuestras acciones? ¿El éxito o los afectos? ¿Escuchar o ser oídos? Etc.

Desarrollo

El hijo de la novia comienza con una escena que sabemos -por su técnica narrativa y fotográfica, por su vestuario, por intuición- pertenece a la infancia de alguno de los protagonistas. Niños jugando con una pelota vieja, en un escenario marginal, destruido, casi cementerio, vistiendo camisetas de los clubes de fútbol de Buenos Aires, Boca y River, desarrollan un “pequeño” conflicto de poder infantil. Es momento en que aparece el Zorro (Rafael Belverdere, en su infancia) con una onda o gomera para hacer justicia. Podría ser intencional el hecho de que El Zorro viste la camiseta de Boca Juniors -representante de lo popular, al extremo- y es perseguido por su clásico oponente deportivo y barrial, River Plate, -los “millonarios”-. Ésta, como muchas otras escenas en la película son de corte clásico: el niño justiciero se convertirá en otra cosa, pero jamás olvidará su pasado ideal y se encargará de traducirlo y repetirlo como legitimación de sus actos futuros. Cuando se convierta en empresario gastronómico, le recordará a su padre (o, mejor dicho, pondrá en boca de su padre) que él le enseñó a luchar por “ideales”. A lo cual su padre (Héctor Alterio) se lo negará haciendo uso de la parodia y el humor.

Luego de las imágenes nostálgicas de la infancia -marca de fábrica del Río de la Plata, de la filosofía del tango, del cariño protector de “la nona”- irrumpe el presente con toda su locura (también arquetípica): el mismo dueño de los ojos azules come apurado, al mismo tiempo que trabaja, ordena y habla por su celular en todo momento y en cualquier lugar. Acentuando esta imagen de la alineación posmoderna, el teléfono celular es borrado de la imagen mediante el uso del micrófono y el audífono (lo que facilita hablar sin dejar de “trabajar”), lo cual refuerza una imagen patética: el nuevo trabajador, el empresario habla solo, está tan alienado como su madre. O más ¾como en muchas partes de la película se sugerirá.

Inversiones

Cuando algunos especuladores le ofrecen vender el restaurante a Rafael, procuran persuadirlo diciéndole que es un tiempo de crisis. A lo que Rafael responde:

Rafael: -¿Cuándo no hubo crisis? Siempre hubo crisis. Vivimos en permanente crisis.

Es decir, la crisis -la excepción- es lo normal, la regla. Lo excepcional en un mundo disparatado, que ha perdido el sentido de su acción, es la regla.

Cuando la madre de Rafael le pregunta reiteradamente a su nieta cómo se llama, y ésta responde: “Victoria”, enseguida su padre, Rafael, le explica que “la abuela repita las cosas porque está enferma”, a lo que la hija -marginal por su edad- le responde, con gesto cansado: “Ya lo sé; me lo has repetido cientos de veces”. La inversión cosite, claro está, en la conclusión: el alienado, el que no comprende y repite, es Rafael.

Cuando Rafael golpea a un empleado porque es lento e ineficaz, lo hace en nombre de “El paladín de la justicia”, remedando humorísticamente la “Z” del héroe infantil. Sin embargo, su acción violenta se dirige a un individuo marginal, sin poder. Es una “Z” que se hace no al trasero del poderoso sino sobre la cabeza del desposeído.

El amigo que regresa toma por un momento su lugar en su familia, lo que le hace reaccionar; primero negándolo, luego reconociéndolo. Por otro lado, también el amigo sale en busca de los amigos luego de perder a su familia: busca llenar una carencia provocada por una tragedia, y lo hace a través de la sustitución.

Cuando el padre va a pedirle a su mujer que se case con ella, ella le responde con un insulto, lo cual es casi una norma en este personaje de Norma Aleandro. Y más tarde, al final, se desarrolla el siguiente diálogo, que no, molesta a ninguno:

Padre: -¿Dónde vamos de luna de miel?

Madre: -A la mierda.

Padre: -Yo voy a estar a tu lado

Madre: -Qué pesado.

Contrastes

Aparecerán varios contrastes. Usando la técnica fotográfica, se reforzarán símbolos:

La pareja de ancianos enamorados es alternativamente mostrada con el hijo de fondo, hablando frenéticamente por su teléfono celular. A las palabras calmas y comprensivas del padre contrasta la incomprensión del hijo y su vocabulario lleno de insultos y exabruptos del hijo.

Cuando los tres llegan de regreso al geriátrico, la madre dice: “Yo a tu papá no lo dejo aquí”. Luego de entrar, su imagen se superpondrá con la imagen del rostro de su hijo reflejada en la puerta de vidrio, lo cual supone un cuestionamiento: no queda claro si es “lógico” si la madre debe estar allí o con su familia, pero en todo momento se le hecha la culpa a “esa enfermedad” que sufre su madre: la pérdida de la memoria, que le impide vivir entre los demás.

El festejo del cumpleaños de la madre lo hacen el hijo y el padre en ausencia de la homenajeada, que aún vive en la misma ciudad. Esta significativa ausencia es multisignificante: la madre ha muerto en alguna forma, es el pasado que se ha ido. Ambos brindan con el mejor champagne a mirando una ausencia, mientras dicen: “Feliz cumpleaños, mami”. Pero, al mismo tiempo, el festejo es absurdo, carece del sujeto, quienes lo han organizado han perdido el sentido de la ceremonia, no por la demencia de la madre sino de ellos mismos, lo cual será revertido, en parte, hacia el final, lo cual comienza a fraguarse en este preciso instante.

Cuando el padre le revela su intención de casarse por iglesia, el hijo le cuestiona: “¿Qué pasó con tus principios [1], papi?”

Son satíricos los contrastes que Campanella hace del cura con su calculadora. También en la personificación del sacerdote como un actor, como un profesional del espectáculo, lo cual será presentado dos veces: la primera en cuerpo del cura que hace las pruebas de sonido con su discurso; la segunda con el actor-cura, en el casamiento montado para la madre.

Problemática psicológica

El protagonista principal, Rafael, hará explícita sus conflictos emocionales. El quiebre de la relación con su madre ¾la mama, la nona protectora¾ a consecuencia de una desobediencia suya ¾el haber abandonado la carrera de abogacía¾ dejará una huella profunda en él, en el hijo no reconocido, no aceptado por su madre. Pero el hijo tratará de demostrarle, a toda costa, que él “no es un inútil”, a pesar que no llegó a ser “m’ijo el dotor[2]. De nada servirá que su padre cuestione esta interpretación grabada en su consciente-inconsciente: “¿Quién te dijo que eras el inútil de la familia?”

En este caso conflicto de Rafael será, sobre todo, egoísta pero atendible: Él necesita que su madre le reconozca su valor, pero ella ya no puede hacerlo [3]. De todas formas, se empeña en obtener un signo de este reconocimiento y lo que obtiene es una confesión: también la madre sufrió el “desamor” de su madre [4].

Este reconocimiento es parte de la carencia, y Campanella tendrá otras oportunidades de expresarlo de forma diferente. Cuando el padre propone a su hijo su deseo de casarse por la Iglesia con su madre, Rafael le dice que es una locura, porque no se va a dar cuanta de nada. Si no se da cuanta no tiene significado, valor. A lo que el  padre confirma. “algo se va a dar cuanta, aunque sea un poquito”. Incluso después del ataque al corazón, cuando procura efectuar un cambio en su vida, reconoce otra vez la importancia del reconocimiento ajeno: “Tanto laburo[5] para ser alguien y tengo un restorant que no le interesa a nadie”.

Ahora, ¿cómo se supone que Rafael procuró superar este conflicto, esta carencia de reconocimiento maternal? A través de la obsesiva realización laboral. Una actividad que no sólo le impediría detenerse a pensar ¾el querer y creer que debía estar en todos los detalles de su negocio¾ sino que, además, le procuraría éxito: “Me ha ido mucho mejor que unos cuantos profesionales que conozco”, dice Rafael, lo cual no sólo es una realidad social en Argentina, sino un objetivo del personaje que necesita compararse con lo que estima más importante (resultado del modelo materno). Ahora, esta desesperada carrera por demostrar ese éxito laboral que, supuestamente, supliría la carencia, el protagonista necesita estar solo. Los otros y sus afectos significan un obstáculo en su carrera competitiva. Esto no sólo se refleja en la relación con su exmujer, sino con todos los demás. A su novia le propone “más libertad”, a pesar de que la quiere [6], a su hija le advierte: “No te pongas hincha pelotas[7] que de vos no me puedo divorciar”.

Para mantener este orden mecánico, también las relaciones familiares, fragmentadas pro las separaciones, divorcios, desencuentros, nuevas uniones, deben estructurarse como los negocios: “Hoy es jueves ¾dice la hija¾; me toca con papá”. Acto seguido, y después de una disputa de posesión, el padre se la lleva corriendo, con la misma urgencia que lleva con sus asuntos profesionales.

Todos los demás personajes, pese a esta fragmentación familiar, logran recomponer nuevas relaciones. Incluso su novia establece una amistad con su hija que no logra él mismo, y lo mismo se puede decir del nuevo novio o compañero de su exmujer[8].

Pero el  ataque al corazón debe suponer un dramático llamado de atención. Significará una inflexión en su vida, lo cual se hace patente apenas despierta en la cama del hospital. Entonces reconoce que uno de sus sueños es “irse a la mierda”.

Esa es su solución inicial: ante el conflicto irresuelto, huye. El trabajo obsesivo también era una forma de huida, por lo cual no es en este momento cuando reconduce su vida. Irse a México a curar caballos es un cambio más de forma que de contenido.

Pero Rafael también huye del amor. “Estar enamorado son cosas de chicos”.

Su verdadero cambio lo hará desde adentro, cuando se replantee sus relaciones amorosas y familiares.

Simbología

Considero que en El hijo de la novia la simbología no está forzada, aunque tampoco se profundiza en esta posibilidad artística.

Aparecen ciertas recurrencias a los colores, como las paredes azules siempre en contraste con alguna vestimenta femenina roja. También son azules muchas de las vestimentas, incluida la túnica que usa Rafael cuando sale de su habitación (como un fantasma portando su propio suero) y, al darse vuelta muestra las nalgas. Es violeta ¾es decir, azul mas rojo¾ la remera que usa en otras ocasiones. También es azul el cuaderno de poesía de la hija.

En el momento en que Rafael sufre el infarto ¾inflexión de la trama y en la vida del protagonista¾ éste cae sobre le retrato de su madre, lo cual constituye casi una alegoría, un poco inverosímil pero aceptable como narración semiótica. Luego despertará de su ataque al escuchar la voz de su madre que lo llama.

Al regreso de Rafael, después del ataque, los amigos lo reciben con una torta con forma de corazón y una flecha atravesándola. Quizá lo más significativo sea la única vela que la corona, lo cual significaría un renacer ¾aunque considero que esta simbología no es trascendente para el resto de la película.

Más interesante es la asimilación del teléfono vibrador ¾que está en el bolsillo izquierdo de la camisa de Rafael¾  con un ataque al corazón. Al mismo tiempo, éste sirve para contrastar con el silencio de la iglesia. Precisamente, Campanella hace una toma muy alta en este recinto para subrayar la pequeñez del hombre que camina hacia el altar.

Cuando finalmente Rafael firma la venta del restaurante, al sacar el papel del contrato la cámara se queda con su imagen reflejada en la mesa de vidrio: su cabeza está para abajo, invertida. Recurso que se repetirá cuadno vuelva por última vez al restaurante: las sillas están todas patas para arriba, luego de la limpieza de los pisos.

Las alusiones al psicoanálisis son frecuentes. Por ejemplo, cuando Rafael discute con su exesposa ésta le dice: “el índice de las obras de Freud te describen”. También Rafael le dirá a su novia: “Llevame a la cama, pero no al diván”. Por otra parte, serán constantes las alusiones a terapias, etc.

Sin embargo, creo que la simbología más importante de El hijo de la novia -y la que estructura una trama subterránea- es la que se refiere a la zaga de El Zorro [9], el justiciero. Éste aparecerá reiteradamente, ya desde el inicio en el juego de los niños, luego en el mundo de los adultos, con frecuentes alusiones a cada personaje -como el del sargento García, etc.-, o en las películas que Rafael verá en soledad en sus momentos de crisis existencial.

El Zorro es un justiciero y, como todos los arquetipos de la época, es un solitario -como El Llanero, etc.-. Para este arquetipo, el éxito y la justicia dependen de un solo hombre y, por si fuese poco, es posible.

Sólo el amigo recurrirá a esta historia para contradecir al discurso positivista del héroe infantil: “Los de catorce siguen fregando a los de ocho”. Pero el Sargento García ha descubierto la triste verdad y, además, ha sido derrotado: “Yo no tengo familia, Rafael, vos sí”.

Incluso, los personajes secundarios de El Zorro se repiten en El hijo de la novia: por ejemplo, cuando al final Rafael -el Zorro, don Diego- le juega una broma a su amigo -el sargento García- jugando con su inocencia: lo entrevera con su exmujer, mintiéndole que ella estaba interesada en el cura que él representaba.

Finalmente, Rafael hace una declaración-confesión a través del portero eléctrico -a través de una imagen azul, fría-. Lo que no pudo hacer sin intermediarios, lo hace usando la tecnología que antes lo mantenía esclavizado.

Contexto histórico social

La relación de la historia y la memoria es compleja y conflictiva en cualquier sociedad y, probablemente, lo es aún más en sociedades latinoamericanas como la rioplatense. Especialmente cuando sus historias más recientes están atravesadas por las peores violaciones a los Derechos Humanos que no pudimos ver detrás del Orden Salvador.

¿Qué recordar y qué olvidar? ¿Es bueno recordar o sólo sirve para atarnos al pasado? Hasta el momento, preguntas de este género no han sido nunca consideradas desde el discurso oficial y público sin una fuerte dosis de carga ideológica. En ocasiones, la izquierda política se ha servido de la memoria para su propia reivindicación; por otro lado, la derecha -autodefinida, no sin razón, como eterno “centro”- ha manipulado el olvido como forma de aumentar su radio de dominación económica, bajo la amenaza del “regreso al desorden” que, contradiciendo a la bandera brasileña, nos impida alcanzar el “progreso”. Y en esta carrera hacia el progreso -confundido sistemáticamente con el modelo materialista del primer mundo- todo es válido. Incluso el olvido.

Como bien lo expresa Marina Pianca[10] “no es sólo lo que recordamos sino lo que hacemos a partir de ese recuerdo”. Seguido, Pianca nos advierte que esta ideología del olvido -reconocible en la posmodernidad y, sobre todo, con la aparición meteórica de los legitimadores del poder, del orden actual, del orden inevitable, del mejor de los mundos posible, como F. Fukuyama- no es una novedad, sino que había sido advertida ya en 1966 por Ángel Rama[11] bajo el nombre de “apaciguamiento ideológico”.

En el caso del Río de la Plata, el olvido fue organizado por la clase política y confirmado, de alguna forma, por gran parte de la población. En Argentina se llamó “Punto Final”, e incluyó el clásico perdón que está reservado siempre para mayoristas del crimen; en Uruguay ni siquiera existió la oportunidad de iniciar juicios contra los violadores de los Derechos Humanos, ya que una previa ley de amnistía a los supuestos subversivos debía legitimar una amnistía posterior a los militares que llegó con una ley conocida como Ley de la Impunidad, la cual fue confirmada por la población en un referéndum que dividió al país en dos. [12] (la cual será, seguramente, replebiscitada en el año 2005, a pesar del mecanismo jurídico-penal que prácticamente niega esta posibilidad).

En El hijo de la novia subyace esta problemática, quizá con mayor fuerza que la más actual “crisis económica”, que también es aludida explícitamente. Quizás Norma Aleandro represente a la Argentina: ese pasado de inmigrante, casi romántico, hermoso, que se ha enfermado de olvido. Al mismo tiempo su hijo -los argentinos- luchan por lograr su reconocimiento y lo hace a través del olvido, sin que este mecanismo sea más efectivo que pernicioso. El discurso del éxito, como lo llama Pianca, fue una marca profunda en la Argentina de los años ’90, con su sueño de estar ya en el “primer mundo” -promesa del presidente Carlos Saul Menem-. Es necesario olvidar para progresar, para evitar el conflicto, el pasado. En El hijo de la novia existe no sólo este conflicto de memoria-olvido sino también de tradición-modernidad. La tradición -la familia- está salpicada por elementos de la vida norteamericana, como lo son la exposición en primeros planos de Burguer King y de la Coca-Cola. Lo nuevo del primer mundo es la imagen de progreso que ha sido impuesta por una ideología dominante, una ideología del éxito -creo que no fue un detalle simbólico menor la obsesión del gobierno de Menem por mantener la paridad 1 peso = 1 dólar, por enviar su ejército a apoyar la invasión de Irak en 1991-; y es, al mismo tiempo, el olvido como requisito previo.

Pero “el pasado vuelve como una ola”.

Cuando un inspector de tránsito lo detiene por conducir hablando por teléfono, Rafael mentirá una situación que lo justifique (el embarazo de una mujer). Como es la norma, procurará salir del paso mediante el uso de la “coima”. Sin embargo, el billete que le extiende al oficial es falso, lo cual es advertido por éste. La escena es una exposición satírica pero realista de la mentira, la simulación y la falsificación, características de las sociedades latinoamericanas y, quizás sobre todo, de la argentino-italiana.

Como es constante en el cine latinoamericano, la Iglesia es un tema recurrente y objeto de sátira. Unos excelentes diálogos hacen uso de una fina dialéctica para contradecirla.[13]

 Jorge Majfud


[1] Debemos suponer, anticlericales, probablemente ateos.
[2] Alusión a la clásica obra teatral del mismo título del dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez.
[3] Rafael: -Levanté el restaurante. Cuando podía demostrarle algo que podía hacer, se enfermó.
[4] Madre: -Mami no me llama nunca. Rafael: -¿Te acordaste de la abuela? Madre: -Ella no me quiere.
[5] Deformación del italiano “laboro”, muy popular en el argot rioplatense.
[6] Creo que la forma de presentar esta propuesta no esta bien resuelta, pero eso no hace al análisis psicológico sino a la realización formal del guión.
[7] Una carencia fundamental de las traducciones a pie de imagen consiste en no “representar” el espíritu del lenguaje porteño. Hay groseras simplificaciones que resultan en una castración absoluta de la expresión original.
[8] No me refiero a un cambio de sexo. Probablemente el término más justo sería exesposa.
[9] Serie norteamericana popular entre los niños del Río de la Plata durante los años ’60 y ’70.
[10] La política de la dislocación (o retorno a la memoria del futuro).
[11] Ángel Rama, revista Marcha, Montevideo 20 de mayo 1966.
[12] También aquí se podría aplicar las palabras de Marina Pianca: “Los que continuaron tercamente preguntando, indagando, parecieron señalados como arqueólogos subversivos, desenterradores de muertos o, simplemente, provocadores”. Pg. 130.

[13] Cuando le niegan la posibilidad de que su padre se case con su madre, a causa de su enfermedad, el cura le argumenta razones de “discernimiento”. A lo cual Rafael responde: para ser católico hay que razonar; pero mi mamá no razonaba cuando la bautizaron. Claro, había que conseguir nuevos clientes”.

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Fiction from Argentina

[«fascinates» is another right word for both a misunderstanding and a misjudgment]

Decir que la literatura argentina que vuelve su mirada a los horrores de la dictadura “fascina a los novelistas” es una frivolidad y demuestra lo poco que algunos británicos que escriben sobre literatura rioplatense conocen de esos escritores, como el citado Ernesto Sábato. Se puede decir que a los lectores de Agatha Christie les fascinan las historias de crímenes y misterios artificiales, propio de la literatura policial clase B. Pero aplicar la misma regla, o la misma sensibilidad para calificar la literatura posdictadura en América latina es definitivamente una frivolidad y una grave imprecisión critica. Sería como decir que a un paciente que concurre al psicoanalista le fascina su pasado. No debemos reducir la literatura a una función psicológica pero tampoco excluir esta valiosa e inegable dimensión, entre tantas otras, como la espiritual, la politica, la erotica, y la estrictamente estetica en un sentido restringito del arte de juntar palabras, sonidos, ideas e imágenes. Los escritores, los artistas en general, como los lectores, cuando no son sólo instrumentos de diversión o de marketing literario, son pacientes, chamanes y exorcistas de esos monstruos. Que además usen un medio artístico con valores estéticos no disminuye su condición de “médiums” entre un pasado horrible y un presente que lucha por sanar y recuperar una existencia plena, entre otras formas, a través del arte. La estética es parte de esa necesidad de exploración y, si se me permite la especificidad, de exorcismo y curación.

J.M.

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The Economist

Ernesto Sábato, who died in April at the age of 99, described his task as a “slow descent into hell”. Ever since “Never Again”, his 1984 report on the “dirty war”, generations of Argentine novelists have followed Sábato into the inferno.

The price of love

The junta’s policy of eliminating its enemies still fascinates Argentina’s novelists

Nov 26th 2011

The Argentine dream

Purgatory. By Tomás Eloy Martínez. Translated by Frank Wynne. Bloomsbury; 273 pages; $17 and £16.99. Buy from Amazon.comAmazon.co.uk

An Open Secret. By Carlos Gamerro. Translated by Ian Barnett. Pushkin Press; 286 pages; $15 and £10. Buy fromAmazon.comAmazon.co.uk

Open Door. By Iosi Havilio. Translated by Beth Fowler. And Other Stories; 213 pages; £10. Buy from Amazon.co.uk

7 Ways to Kill a Cat. By Matías Néspolo. Translated by Frank Wynne. Harvill Secker; 246 pages; £10.99. Buy from Amazon.co.uk

IT SEEMS appropriate now that Argentina’s investigation into the fate of itsdesaparecidos—the 8,960 people officially known to have “disappeared” under the military dictatorship of 1976-83—was headed by a writer. Ernesto Sábato, who died in April at the age of 99, described his task as a “slow descent into hell”. Ever since “Never Again”, his 1984 report on the “dirty war”, generations of Argentine novelists have followed Sábato into the inferno.

For Argentine society, the chapter never closes. Continuing revelations about hundreds of adopted children who were abducted with their parents, or born in custody, have resulted in DNA tests and legal challenges by a campaigning group, “Grandmothers of the Plaza de Mayo”. Two of these fine recent novels revisit events during the junta. The others—both exceptional debuts—focus on a disturbing present, yet are haunted by unexplained disappearances.

Tomás Eloy Martínez (pictured above), a prominent journalist, novelist and academic who spent years in exile and died in 2010, is known for his explorations of the psychology of Peronism, among them “Santa Evita” (1995). In “Purgatory” (2008), his last novel, an Argentine cartographer in suburban New Jersey senses that her husband has returned to her, no older than when he disappeared 30 years earlier. After years of searching, she remains impervious to evidence of his death as it would confirm that her father, a cheerleading propagandist for the junta, connived in his killing. The novel alludes to the mixture of hypocrisy and collusion that characterised that period, and the banal sentimentality of its distractions—flying saucers, soap operas, fatherland and fútbol (the infamous 1978 World Cup hosted and won by Argentina). The heroine’s state of denial and her ghostly and erotic delusions mirror a country still struggling with reality.

Craven complicity is at the heart of Carlos Gamerro’s “An Open Secret”, a literary thriller first published in 2002 that has the makings of a classic. The perfect crime is “one committed in the sight of everyone—because then there are no witnesses, only accomplices.” A veteran of the war in the Falklands (or Malvinas as they are known in Argentina) returns in the 1990s to his hometown in the pampas to probe the disappearance in custody of a troublesome young journalist during the weekend of Diego Maradona’s football debut 20 years earlier. He finds a “conspiracy of chattiness” rather than of silence, over a murder the whole town was in on.

Mr Gamerro, who was born in 1962, departs from a previous generation’s reverence for eyewitness testimony and memorialising the dead. The tone is hard-boiled, its cynicism alleviated by rare lyrical flights, and the desaparecido emerges as a spoilt mama’s boy and unsavoury womaniser. The “involuntary martyr” is no hero. The perspective is that of a generation seeking the unadulterated truth about their parents and grandparents during the “dirty war”—and hence their own identity. Amid the torrential self- justification of the townsfolk, from barbers to bankers, the subject becomes language itself, which is used to excuse and obfuscate. The stark epigraph is from William Burroughs: “To speak is to lie/To live is to collaborate.”

The bereaved mother in “An Open Secret” appears mad, though the madness is all around her. In “Open Door” by Iosi Havilio, who was born only in 1974, Argentina resembles an asylum. A young veterinary assistant relates how her female lover went missing. She fears that she may have seen her commit suicide off a bridge in Buenos Aires’s old port. Between trips to the morgue to identify corpses, she visits a pampas village named Open Door, after the psychiatric hospital that was founded there in 1898 as an “agricultural work colony”. In the countryside she moves between two partners: an ageing gaucho—whose name is the same as his ailing horse, Jaime—and an amoral, druggie country girl with plaits.

As sexual encounters unfold in the woman’s alienated voice, the characters merge with the village “loonies”. Events, like interchangeable lovers, have equal weight, from a stable fire to the brewing of maté tea, in an ambiguous tale that verges on dark comedy. A suspected UFO turns out to be the spotlit film set for a commercial. In an asylum without walls, there is “nothing to limit the illusion of absolute liberty”; ultimate control is when people no longer feel they are being coerced. With skill and subtlety, the novel hints that a whole society might labour under an illusion of liberty, manipulated by forces outside the frame.

What those malign forces might be is more explicit in “7 Ways to Kill a Cat” by Matías Néspolo, another debut novelist of Mr Havilio’s generation. His shantytown tale from southern Buenos Aires, which recalls the “City of God” slum in the Rio favelas, is set during Argentina’s 2001 financial crash, with protesters defying tear gas, from teachers to lorry drivers. It opens in a barrio at the “wolf’s mouth”, where the asphalt and streetlights give out, with two peso-less youths butchering a cat for meat. As they become embroiled in a lethal turf war between drug lords, the narrator, Gringo, probes the mystery of his mother’s disappearance, and that of his cousin—a reformed gangster turned pavement hawker.

Gringo, torn between moral scruples and the need to “look after number one”, learns that there are only two ways to kill a cat: civilised or savage. A police crackdown on the marchers prompts him to retaliate in what he sees as a “seriously civilised fashion”. One of the characters in “An Open Secret” claims bitterly that in Argentina, “the winners make history and the losers write it.” To judge from these novels that scour the past and mourn the future, it seems nobody won.

Spurce: The Economist

Educación

Para un debate sobre la educación

El debate sobre la educación es permanente en todo el mundo y es bueno que así sea. En los peores casos no sólo es permanente sino que orbitan sobre los mismos temas y las mismas realidades porque rara vez conducen a cambios importantes. En Estados Unidos los profesores se quejan de que las nuevas generaciones invierten menos tiempo en el estudio que las anteriores, lo cual es malo pero no es una prueba de que no se esté produciendo algo positivo de forma simultánea. Igual en América Latina.

Con frecuencia se citan las pruebas internacionales como la de PISA. Estas pruebas son importantes porque nos dan una idea y una regla estandarizada para evaluar realidades y culturas tan disímiles (todavía diferentes, a pesar de la americanización de la vida en el mundo emergente). No obstante, no se debe exagerar su importancia. La idea de que si un país alcanza altos escores en matemáticas es un país que está haciendo las cosas muy bien es parte del viejo mito renacentista que todavía rige las percepciones y las opiniones populares y profesionales.

Las matemáticas son una nobilísima creación y expresión del espíritu, pero si una persona no se dedica a ella como profesión generalmente son, por lo menos, poco útiles en términos laborales y hasta en términos personales, más allá del ejercicio intelectual, como estudiar idiomas o filosofía. Una persona que estudia matemáticas diez horas por día no necesariamente será un mejor esposo, amigo, gerente de banco, mecánico, médico, presidente, cocinero, amante, pacifista, ingeniero o lo que se le ocurra; sin duda será, en el mejor de los casos, un buen matemático.

Cuando en otros países comento que en el Uruguay de los ’90 dábamos exámenes de matemáticas y de otras disciplinas relacionadas que duraban entre siete y nueve horas, deben hacer un esfuerzo por creerme. Sí, finalmente dominábamos y nos apasionábamos por todo tipo de ecuaciones y a veces hasta nos creíamos muy inteligentes. Pero era una inteligencia al servicio de una insensatez: la creencia de que bajo ese rigor intelectual extremo seríamos mejores profesionales.

Por supuesto que no estoy proponiendo la ignorancia, sino aclarar el propósito y los objetivos de cualquier instrucción. Sin ser un especialista en la materia como Shakira (recientemente nombrada Asesora de Educación por el presidente Obama) y hablando sólo desde mi experiencia como estudiante y profesor en casi todos los niveles y en diferentes países, desde los ciclos básicos de escuelas secundarias con estudiantes muy pobres hasta universidades con alumnos con todos los recursos económicos a su disposición.

Lo más breve que puedo decir es que, así como casi todas las etapas de una persona desde su nacimiento hasta su adolescencia están muy claras y definidas, por lo cual cualquier padre bien informado puede ir comprobando día a día los cambios de su hijo simplemente siguiendo los descubrimientos de la psicología moderna (que no son muchos y con frecuencia en el campo prescriptivista se han revelado patéticas), de igual forma se puede seguir una serie de confirmaciones en el resto de la vida, con la complejidad de que a partir de la adolescencia va incrementándose una variable impredecible: una mayor conciencia y un inevitable uso de la libertad individual.

Basado en esto creo que apenas un estudiante entra en la educación secundaria su instrucción debe ser básicamente social. El antiguo sistema militarista, autoritario, excesivamente reglamentado, ha producido realidades opuestas, donde ya no se reconoce una autoridad legítima, por lo cual se confunde, producto de la inmadurez, revuelta con revolución. No importa tanto si el joven todavía no sabe resolver una ecuación de segundo grado (el único tipo de ecuación que le será útil en su vida adulta son las ecuaciones de primer grado). Así como la adquisición de un segundo idioma es crucial entre los cuatro y siete años, creo que un adolescente de doce años debe desarrollar su inteligencia social. Uno de esos instrumentos que combinan habilidades sociales con habilidades de expresión y comprensión emocional del individuo es el teatro. La instrucción deportiva también lo es, pero la práctica de teatro, incluso a un nivel básico, educa el espíritu, las emociones, las habilidades y la comprensión social, que es crítica a esa edad. Hay otras herramientas, claro, pero son complementarias, no intercambiables: por ejemplo, el deporte, las artesanías (incluido el diseño de páginas web, siempre y cuando no sea el único alimento intelectual), etc.

Más tarde, cerca de los quince o dieciséis años, las habilidades y las necesidades (y por consecuencia los intereses) de los jóvenes se centran más en aspectos políticos y “renacentistas”. Creo que es ahí donde las humanidades, las artes, las ciencias y las matemáticas deben ser centrales en los programas.

Pero me temo que en países como Uruguay y Argentina todavía el espíritu es demasiado rígido, casi escolástico. Incluso los programas (pre) universitarios no se basan en la elección individual de cursos. Los exámenes todavía testean más  la memorización y el dominio del método, de un modus operandi, que la creatividad.

No es raro porque la enseñanza misma se basa en que conocer es memorizar. En el otro extremo están los que creen que no es necesario ejercitar la memoria, ya que todo está en Google o en Wikipedia. Esta idea es absurda por la misma razón: no se trata de memorizar datos muertos: la memoria humana toma lo que el individuo en su integridad le interesa. A una gran curiosidad sigue una gran cultura. Es este interés lo que se debe estimular a través de la propuesta de trabajos creativos. Por otro lado, la memoria no es un disco duro donde se almacenan datos. Una memoria, sea una fecha, un hecho histórico, un valor astronómico o un dato sobre la conducta de los monos es un permanente estímulo a la especulación intelectual y, por ende, un acto de creación en potencia. Wikipedia, Google, no pueden crear nada nuevo por sí solos, razón por la cual ninguno de tantos proyectos de “trabajo colaborativo” nunca, o al menos no hasta ahora en la Era Digital, han creado nada mas allá de sus inmensos bancos de datos. Las ideas revolucionarias siempre han surgido de individuos o grupos pequeños interactuando muy próximos unos de otros.

Entonces, lo básico: crear una educación basada en la creatividad: en la experimentación y exploración de los estudiantes a través de pequeños proyectos, y en la investigación permanente de los profesores. Para todo eso se necesita “tiempo libre”, es decir “agendas flexibles”. Se me dirá que eso es más común en Estados Unidos porque aquí hay más infraestructuras y recursos. Cierto. También hay una cultura que estimula la invención de cosas, aunque tienen terribles carencias en otras áreas.

Como no me sobra espacio en este artículo, voy a terminar sugiriendo unos pocos puntos prácticos, muy simples pero básicos, sólo para comenzar:

1) Estructurar los ciclos por habilidades y necesidades: a) social y emocional; b) intelectual y productiva; etc.

2) Disminuir las horas de instrucción en clase por profesor. Esto no debe implicar la reducción de sus sueldos sino todo lo contrario, para evitar el múltiple empleos y dignificar la profesión de aquellos que son claves en la formación del individuo. Es mejor no tener educación que tener una educación mala. Las cargas horarias de 40 y 60 horas semanales para poder sobrevivir son absurdas y atentan contra la calidad de la educación. Por el contrario, se convierten en un consumismo inefectivo que impide cualquier progreso y estimulo intelectual de los docentes que (des)fallecen en la rutina interminable de la repetición.

3) Exigir o incrementar la producción de proyectos alternativos (de invención, de investigación o de actualización docente) por parte de los profesores, sin horarios pero con resultados concretos.

4) Disminuir el número de materias que cada alumno toma por ciclo. El actual exceso es ridículo y hace que cada clase sea apenas una anécdota fastidiosa para el estudiante.

5) Incrementar la exigencia de proyectos particulares de los estudiantes, con acento en la invención y la investigación personal o de grupos pequeños.

Jorge Majfud

majfud.org

Noviembre 2011, Jacksonville University

Milenio (Mexico)

La Republica (Uruguay)

La Primera (Peru)

https://www.alainet.org/es/active/50979

https://www.lr21.com.uy/opinion/480452-para-un-debate-sobre-la-educacion

 

Ventanas, de Eduardo Galeano

Prólogo a Ventanas

En el antiguo mundo árabe se acostumbraba grabar con letras de oro los mejores versos de los mejores poetas. Como el precioso metal ha sido una maldición en nuestro continente, la voz de Eduardo Galeano no podría dibujarse en él. Por el contrario, parece del todo apropiado que este libro de cerámica recoja sus palabras en el elemento original donde los antiguos sumerios, hace tres mil años, grabaron sus primeros poemas y con el cual, dicen muchas historias, los dioses crearon a los hombres y a las mujeres para que se buscaran por toda la eternidad y, eventualmente, se pudieran encontrar una vez convertidos en mortales.

Pero esta búsqueda del amor y del sentido perdido de las cosas no es, para Galeano, una vía dolorosa sino el recurso principal de los caminantes.

Pocos grandes escritores en el último siglo han cultivado como él la poesía en prosa. Sus palabras acarician las cosas simples, a veces con la delicadeza de un padre y otras veces con la delicadeza de un amante. Su ironía, en cambio, nunca ha perdido el filo necesario ante la barbarie. Así ha sobrevivido a dictadores y al violento pendular de la historia, y así continúa con su vocación de cazar dragones sin perder la alegría necesaria para cada renacimiento.

Antes de cambiar de vocación, los libros de bolsillo nacieron como manuales para las guerras. Este libro de cerámica, en cambio, nació de la tierra para que hablase de la vida. Ahora venimos él para revivir aquel profundo espíritu que reconocía en un espacio público, abierto, el valor de la palabra maestra, que nunca es sólo palabra, que cuando vale, vale por todo lo que no es.

Galeano ha querido que se titule Ventanas. Creo que es un nombre apropiado para un libro que extrañamente no se puede mover pero nos mueve para leerlo.

Pasarán por aquí y por estas palabras los ojos ávidos y los labios susurrando y las manos sensuales y el viento sin prisa pasarán y seguirán pasando para que el mundo recupere su espíritu y no se detenga y no se caiga en la materia muerta, como querían los primeros hombres y mujeres de este continente.

Aquí, lector, te detienes un instante para que las palabras te caminen.

Aquí se yerguen los pasos, como si fuesen palabras, de un viejo caminante.

Jorge Majfud

Libro>>

Ventanas, de Eduardo Galeano

De la colección 1 m² de poesía
se terminó de imprimir en Abril de 2011
en Cerámica Zanon Bajo Control Obrero
Parque industrial Neuquén
Patagonia Argentina
http://www.obrerosdezanon.com.ar
http://www.fasinpat.com.ar

 

Jorge Majfud’s books at Amazon>>

Eva Peron

Biography of Eva Duarte de Perón >>

Santa Evita. by Tomas Eloy Martinez (May 1, 1998)

Documentos

Discursos de Eva Perón (audios)

27/01/1947 Mensaje a la mujer argentina
23/09/1947 Anuncio de la Ley del Voto Femenino (audio)
26/06/1948 Discurso inauguración de trabajos para provisión de agua corriente en Lomas de Zamora
01/05/1949 Discurso Día del Trabajador
16/12/1949 Acto organizado por la comisión Auxiliar Femenina de la Confederación General del Trabajo en el Teatro Colón
01/05/1950 Discurso Día del Trabajador
04/05/1950 Discurso sobre civismo ante el Partido Peronista Femenino
01/05/1951 Discurso Día del Trabajador
22/08/1951 Discurso de Renunciamiento (texto y audio)
01/05/1952 Discurso Día del Trabajador

(fuente: Sitio del Partido Peronista (Argentina)


“Mis queridos descamisados”

Eva Perón

 

 

Otra vez estamos aquí reunidos los trabajadores y las mujeres del pueblo: otra vez estamos los descamisados en esta plaza histórica del 17 de Octubre de 1945, para dar la respuesta al líder del pueblo, que esta mañana al concluir el mensaje dijo: «Quienes quieran oír que oigan; quienes quieran seguir que sigan». Aquí está la respuesta mi general. Es el pueblo trabajador, es el pueblo humilde de la Patria, que aquí y en todo el país está de pie y lo seguirá a Perón, el líder del pueblo porque ha levantado la bandera de la redención y de justicia de la masa trabajadora.
Lo seguirá contra la oposición’ de los traidores de adentro y de afuera; que en la oscuridad de la noche, quieren dejar el veneno de sus víboras en el alma y en el cuerpo de la Patria. Pero no lo conseguirán, porque aquí estamos los hombres y las mujeres del Pueblo, mi General, para custodiar vuestro sueño y para vigilar vuestra vida, que es la vida de la Patria, porque es la vida de las futuras generaciones que no nos perdonarán jamás que no hubiéramos cuidado a un hombre de los quilates del General Perón, que acuñó los sueños de todos los argentinos y en especial del pueblo trabajador.

Si es preciso haremos justicia con nuestras propias manos. Yo le pido a Dios no permita a esos insensatos levantar la mano contra Perón, ¡porque guay de ese día!, mi General, yo saldré con el Pueblo trabajador, yo saldré con, las mujeres del Pueblo, yo saldré con los descamisados de la Patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista; porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar más por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora; porque nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven A sus amos de las metrópolis extranjeras y entregan al Pueblo de su Patria cm la misma tranquilidad con que han vendido el país y sus conciencias; porque nosotros vamos a cuidar a Perón más que si fuera nuestra propia vida; porque nosotros cuidamos una causa que es la causa del Pueblo, que es la causa de la Patria, que es la causa de los ideales que hemos tenido en nuestros corazones, durante tantos años.

Hoy, gracias a Perón, estamos de pie virilmente. Los hombres se sienten más hombres, las mujeres nos sentimos más dignas, porque dentro de la debilidad de algunos y de la fortaleza de otros, está el espíritu y el corazón de los argentinos para servir de escudo en defensa de la vida de Perón. Yo, después, de un largo tiempo que no tomo contacto con el Pueblo como hoy, quiero decir estas cosas a mis descamisados, a los humildes que llevo tan dentro de mí corazón que en las horas felices, en las horas de dolor, en las horas inciertas, siempre levanté la vista a ellos, porque ellos son puros – por ser puros ven con los ojos del alma y saben apreciar las cosas extraordinarias corno el General Perón. Yo quiero hablar hoy, a pesar de que el General me pide que sea breve, porque quiero que mi Pueblo sepa que estamos dispuestos a morir por Perón y que sepan los traidores que ya no vendremos aquí a decirle presente a Perón, como el 22 de setiembre, sino que iremos a hacemos justicia por nuestras propias manos.,

Compañeros, compañeras: otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy, como mañana. Estoy con ustedes para ser ese puente de amor y felicidad que siempre he tratado de ser entre ustedes y el Líder de los trabajadores.

Estoy otra vez con ustedes como amiga y como hermana y he de trabajar día y noche por hace felices a los descamisados, porque sé que cumplo así cm la Patria y con Perón, he de estar noche y día trabajando por mitigar los dolores y restañar heridas, por que sé que cumplo con esa legión de argentinos que está labrando su página en la historia de la Patria. Y así como este primero 1º de mayo glorioso, mi general, quisiéramos venir muchos y mucho años, dentro de muchos siglo que vengan las futuras generaciones para decirle en el bronce o su vida o en la vida de su bronce que estamos presentes, mi general, con usted. Antes de termina compañeros, quiero darles un mensaje: que estén alertas. el enemigo acecha no perdona jamás que un argentino, que argentino, que un hombre de bien, el General Perón, esté trabaja por el bienestar de su pueblo la grandeza de la Patria. Los vendepatrias de adentro, que se venden por cuatro monedas ésta también, al acecho para dar el golpe en cualquier momento.

Pero nosotros somos el pueblo y yo sé que estando el Pueblo alerta somos invencibles porque somos la Patria misma.”

1º de Mayo de 1952

Eva Perón (fragmentos)

Discurso de Eva Perón

Último discurso de Eva Perón

Una Evita de Hollywood

Borges en Nueva York

Jorge Luis Borges, Beatriz Guido y Marta lynch

Jorge Luis Borges, Beatriz Guido y Marta lynch

Borges en el corazón

«Ahora, todo el mundo está en mi interior», decía el escritor cuando la ceguera le iba permitiendo aislarse paulatinamente de las interferencias del mundo. A los 25 años de su muerte, el gran cronista estadounidense Gay Talese rememora la entrevista en la que lo conoció en Nueva York

Lo que sigue es la reproducción del relato que escribí de mi única entrevista con Borges, que tenía entonces 62 años (y su madre, de 85), que llevamos a cabo en un hotel de Nueva York (creo que era el Algonquin, en la Calle 44 Oeste) y se publicó en The New York Times el 31 de enero de 1962. En aquella época, yo tenía 30 años y era redactor delTimes; aquel día mi redactor jefe me ordenó que fuera a entrevistar a Borges, cuya obra conocía por supuesto; me sentí ligeramente nervioso ante la perspectiva de conocer a la gran figura literaria en persona.

Lo primero que me impresionó fue su aparente estado de alerta, sentado muy recto en una silla tapizada de respaldo alto

Junto a él se sentaba su madre, que, a pesar de tener 85 años, no aparentaba más de 60 y que era de una belleza asombrosa

Nos encontramos en el vestíbulo del hotel, a la hora acordada, y, aunque yo sabía que era ciego, lo primero que me impresionó fue su aparente estado de alerta, la impresión que daba de enterarse de todo, sentado muy recto en una silla tapizada de respaldo alto, desde donde parecía observar las idas y venidas de docenas de huéspedes que recorrían el ruidoso vestíbulo. Junto a él se sentaba su madre, que, a pesar de tener 85 años, no aparentaba más de 60 y que, podría añadir, era de una belleza asombrosa para tener cualquier edad. Pensé que no podía haber sido más bella ni cuando tenía 25 años; porque, a los 85, irradiaba una vitalidad y una energía intemporales, y la suave piel de su rostro era la de una mujer bien conservada que (no me cabía la menor duda) debía de dedicarse a diario a mantener su atractivo; seguro que pasaba horas delante de un espejo con el fin de satisfacer su deseo de representar la perfección para todas las personas con las que se encontrase. Durante la entrevista que hice a su hijo, no pude evitar mirarla mientras nos escuchaba y, a veces, introducía alguna palabra para subrayar lo que estaba diciendo él.

La entrevista no duró más de media hora; he aquí, reproducido, el artículo que escribí en aquella memorable ocasión, en 1962, cuando conocí a Borges y a su inolvidable madre.

Como su padre y su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo, Jorge Luis Borges se ha quedado poco a poco ciego. Pero hasta la ceguera, dice, tiene ventajas.

«Antes, el mundo exterior interfería demasiado», me decía este intelectual argentino de 62 años ayer en Nueva York. «Ahora, todo el mundo está en mi interior. Y veo mejor, porque puedo ver todas las cosas que sueño. Fue una ceguera gradual, nada trágica», continuó. «Si uno se queda ciego de pronto, el mundo se le hace añicos. Pero si primero pasa por un crepúsculo, el tiempo fluye de manera diferente. No es preciso hacer nada. Uno puede quedarse sentado. Las personas ciegas tienen mucha dulzura. Las sordas, en cambio, no. Las personas sordas son muy impacientes. A veces, la gente se ríe de los sordos. Nadie se ríe de un ciego».

«El jueves», dijo el doctor Borges, «doy una conferencia en… ¿En? ¿Cómo se llama ese sitio?».

«Yale», dijo su madre.

«Eso es, Yale», siguió él. «Voy a hablar sobre William Henry Hudson, un escritor inglés nacido en Argentina. Y el 6 de febrero, estaré en Harvard. El 12 de febrero, en la Universidad de Columbia. Y el 14 de febrero, en Princeton. Hablaré de clásicos argentinos como el magnífico poema Martín Fierro, que trata de un gaucho y fue escrito en 1872 por Hernández. El gaucho es un personaje realista pero poco romántico; también presentaré al otro gran poeta argentino, Lugones, que tradujo a Homero al español».

Durante toda su gira de conferencias, el doctor Borges contará con la ayuda de una memoria extraordinaria, casi absoluta -otra consecuencia de la ceguera-, y de su madre, que, a sus 85 años, parece tan dinámica y se conserva tan bien como una de esas atractivas mujeres de 60 años dadas al narcisismo, algo que no parece ser el caso de la señora Borges. La madre de Borges, como su hijo, pasó la mayor parte de sus años prerrevolucionarios en Buenos Aires luchando contra Juan Perón, y en una ocasión pasó una semana en la cárcel por participar en una manifestación contra él.

«Los escritores sufrieron mucho con el dictador», asegura el doctor Borges, aunque igual de mala era la situación en Argentina hace 30 años, «cuando nos leíamos las obras y nos lavábamos la ropa unos a otros». Pero hoy los escritores han progresado, y en especial él. Es autor de 30 libros de ensayo, poesía y relato, y su primera recopilación traducida al inglés saldrá publicada esta primavera en New Directions, bajo el título Labyrinth.

«No creo que Perón supiera que había literatura en su país», opina el doctor Borges. «Nos puso todos los obstáculos posibles, pero lo que más le importaba, en realidad, era agitar a todo el mundo en contra de Estados Unidos y mandar a la gente a la cárcel».

Aunque el doctor Borges no puede adivinar las consecuencias a largo plazo de la última reunión de la Organización de Estados Americanos en Punta del Este, Uruguay, dice que, «por desgracia», Fidel Castro parece afianzado, y «los comunistas son muy listos».

«Los estadounidenses son siempre unos incomprendidos», añade. «Si dan dinero, la gente piensa que es un soborno. Si no lo dan…», reflexiona, «quizá sea mejor».

La madre del doctor Borges miró su reloj y le recordó que tenían una cita en otro lugar unos minutos después. Me puse de pie, les di la mano a los dos y les agradecí que me hubieran dedicado su tiempo. Volví corriendo al edificio de The New York Times, que estaba a solo dos manzanas, con la esperanza de escribir algo que hiciera justicia al rato que había pasado con aquel extraordinario hombre de letras y su madre. También pensé en lo que había dicho sobre las personas ciegas, sobre todo esta frase inolvidable: «Ahora, todo el mundo está en mi interior… Y veo mejor, porque puedo ver todas las cosas que sueño».

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. Gay Talese (Ocean City, Nueva Jersey, 1932) ha publicado recientemente en España Honrarás a tu padre (traducción de Patricia Torres Londoño. Alfaguara. Madrid, 2011. 640 páginas. 21.50 euros) y el año pasado Retratos y encuentros (Alfaguara) y La mujer de tu prójimo (Debate).

[Fuente: diario El Pais, de Madrid]

La clausura existencial y la clausura política en la literatura latinoamericana

(Texto completo con notas al pié)

Bibliografía IV 

La clausura existencialista

El tono existencialista dominante en la literatura del Cono Sur de mediados de siglo XX coincide con una estética sin fe, escéptica o nihilista. Esta no es sólo la influencia europea del existencialismo y el surrealismo sino una síntesis que, como el tango rioplatense, tiene características propias. “Si el hombre europeo tiene motivos de angustia [ante la crisis de la Modernidad], los argentinos los tenemos en mayor grado, ya que no habíamos terminado de definir nuestra nación cuando el mundo en que surgió se viene abajo” (Sábato, Apologías, 110). Este escepticismo, diferente al de Jorge Luis Borges, no se resuelve en un juego esteticista o en la especulación nihilista.[1] Más bien se aproxima a la reflexión filosófica, pero no tiene fe en una verdad transformadora a través de la inmersión social. Por el contrario, se burla de la vulgarización del vulgo desde un plano superior, aunque pesimista. Mario Benedetti, desde una ideología y una conciencia de clase diferente, comenzará percibiendo la clausura existencial antes de cualquier intento por romperla. En Poemas de la oficina (1953-1956) describe este mundo exterior que no se diferencia de su mundo interior. Reflexionando sobre sus sueños y su sueldo en sus manos, poetiza: “aquella esperanza que cabía en un dedal, / evidentemente no cabe en este sobre […] que me pagan, es lógico, [por] dejar que la vida transcurra” (Invetnario, 217). En otro poema, “Hermano”, repite esta idea del transcurrir rutinario hacia ninguna parte: “siempre en el mismo cargo / siembre en el mismo sueldo” (Invetnario, 228). Eduardo Nogareda, en el prólogo a La tregua (1960) cita a Josefina Ludmer[2] según la cual “el rasgo esencial en las novelas de Benedetti es la no existencia de procesos de transformación (del héroe ni del relato): las escenas de apertura (del relato, del estado del héroe) y de desenlace son las mismas, narran el mismo estado; en el medio se encuentra la esperanza de rescate y de salvación pero fracasa [,] es negada” (Tregua, 55). Nogareda complementa esta idea: “el hecho —profusamente comentado por la crítica— de que La tregua carezca de una verdadera progresión en las acciones, es otro aspecto relacionado con el tema de la fatalidad y, consecuentemente del pesimismo, ya que éstas son dos ramas del mismo árbol” (56).

Lo mismo podríamos observar de las novelas de Juan Carlos Onetti, El Pozo (1939), El astillero (1960), por poner sólo dos ejemplos. Como dijimos antes, ni Juan Carlos Onetti ni su obra pueden enmarcarse dentro de la Literatura del compromiso ni junto a los escritores comprometidos, aunque la vida pública de Onetti haya estado cruzada de referencias políticas. El autor y su obra —sus personajes, sus tramas— están clausurados por el escepticismo. No hay salida en El pozo (1939), ni en El Astillero (1963) ni en Los adioses (1954), ni en Juntacadáveres (1964) sino la resignación en la distopía. El tono precozmente existencialista de El pozo, tan semejante a La náusea (1938) de Jean Paul Sartre o El túnel (1948) de Ernesto Sábato se corresponden con las metáforas cerradas de sus títulos. El astillero es otra gran metáfora pero esta vez paradójica: no se construyen barcos ahí, se los destruye lentamente, como la llovizna va borrando el contorno de los rostros. No se parte hacia ninguna parte sino hacia la nada, como en Los adioses.

Casi lo mismo podemos observar en las tres novelas de Sábato, El túnel (1949), Sobre héroes y tumbas (1960) y Abaddón, el exterminador (1974). La primera, con un desarrollo de novela policial y una poética existencialista, está explícitamente clausurada. La desesperación kafkiana y la nada de Jean Paul Sartre no derivan en la libertad creadora sino en la angustia, en le néant y en la nausée: “hubo un único túnel, oscuro y solitario, el mío” (Túnel, 4). El pintor Juan Pablo Castel se obsesiona con una mujer que parece comprender su obra y termina matándola. No es casualidad que la idea de salida y de ventana —es decir, ansiadas grietas de la clausura—, que de hecho articula la conexión entre los dos protagonistas, es central en la narración al mismo tiempo que imposible o frustrada. Aparte del rasgo fuertemente narcisista del personaje, importa recordar que éste desarrolla la metáfora del túnel mencionando que por momentos sus paredes eran de un grueso cristal por donde podía verse aquella mujer. La concepción del individuo aislado, alienado, es exaltada por la estética existencialista, más que por su propia filosofía. Desde el punto de vista de la Literatura del compromiso, podemos juzgar esta novela como el ejemplo radical de la alienación que, al haberse desgarrado el individuo de los otros, de su sociedad, busca la utopía de una comunicación con otro. Ese otro es, naturalmente, implicado en cuerpo y alma, en su sexo y en su “compresión” hasta que se confunda consigo mismo. La fusión de los amantes, que el en Romanticismo decimonónico era igualmente tormentoso e imposible, pero cuyas muertes significaban la salida y la unión definitiva, en El túnel no es más que la integración del elemento femenino al ego del protagonista, al alter ego de Sábato.

En sus otras novelas, este problema es advertido pero nunca solucionado. El mismo Ernesto Sábato reconoce que el pesimismo de la tercera parte de Sobre héroes y tumbas (1961), el “Informe sobre ciegos”, lo había preocupado. Le preocupaba la imagen que tendrían los lectores si él se moría antes de terminar la novela. Razón por la cual se apresura a escribir la cuarta y última parte con un tono esperanzador. De forma contradictoria, luego afirma que había decidido llevar a Martín[3] al suicidio, pero que éste decide salvarse. Quizás sea una forma de poner en términos congruentes lo que no lo es: Sábato afirma que sus personajes están vivos, y aunque él racionalmente es pesimista, la esperanza “que nace del pesimismo” es propia de una de sus verdaderas partes (un personaje, entiende el autor, es como en los sueños, una verdad incuestionable). Martín, el personaje que representa la pureza aún sin corromper de la adolescencia, es “pesimista en cierne como corresponde a todo ser purísimo y preparado a esperar Grandes Cosas de los hombres en particular y de la Humanidad en general, ¿no había intentado ya suicidarse a causa de esa especie de albañal que era su madre?” (Héroes, 26).

Sábato es consciente de esta clausura y procura crear en Martín una puerta de salida formulada en la nunca precisada idea de esperanza. Con su típico tono ensayístico, el alter ego de Sábato en Sobre héroes y tumbas reflexiona sin muchas esperanzas sobre la esperanza: “La ‘esperanza’ de volver a verla (reflexionó Bruno con melancólica ironía). Y también se dijo: ¿no serán todas las esperanzas de los hombres tan grotescas como estas? Ya que, dada la índole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de producirse, sólo nos proporcionarían frustración y amargura” (Héroes, 26). Alejandra —Argentina— le dice a Martín: “Vos sabés que antes se estilaba tener a algún loco encerrado en alguna pieza del fondo” (43). Pero la novela total, con su contrapunto de paralelos entre el pasado (la marcha de Lavalle) y el presente indican que ese “antes” significa “siempre”, pero de formas diferentes.[4] La loca, la Escolástica, vive recluida en una habitación guardando la cabeza de su padre. Toda la casa de Alejandra participa de la historia argentina y, al mismo tiempo, representa la historia congelada, un museo vivo de la locura y la decadencia. De forma repetida, a Martín, el observador inocente, “aquella casa le parecía ahora, a la luz del día, como un sueño” (90). La inversión de los elementos es un rasgo del surrealismo de entreguerras, como la cabeza del comandante Acevedo “metida en una caja de sombreros” (90). Martín se siente fascinado por esta realidad pero escapa hacia el sur cuando Alejandra se incinera, en un acto simbólico de purificación, en el mismo mirador. Como la ventana de El túnel donde se podía ver una misteriosa mujer, ese mirador se abre hacia la nada, hacia el absurdo trágico del pasado, de un presente sin futuro.[5] No hay nada más allá sino “una esperanza” verbalizada. Es paradójico y significativo que el capítulo paradigmático es el famoso “Informe sobre ciegos” cuando uno de los elementos arquitectónicos principales de la casa de Alejandra es el mirador. Este elemento es típico del pasado, pero además representa la visión, la observación y el aislamiento de quienes lo habitan, como una torre medieval. Es decir, como en Borges, se concibe el acto intelectual como un ejercicio de observación, una intervención intelectual para ver lo que los ojos no pueden ver (los ojos de los ciegos).[6] Si no se trata de la torre de marfil del modernismo y del art pour l’art, es la torre de hierro que representa el sentido trágico de la fatalidad del héroe en un mundo imposible de cambiar. Lo cual significa una diferencia radical con el paradigma de la Literatura del compromiso, más propensa a considerar la intelectualidad del mundo como la caverna de Platón o como la torre de Segismundo, de La vida es sueño (1635): la realidad existe, pero ha sido alienada por una cultura enceguecedora, por la ilusión, por le sueño que reproduce la explotación y retarda la toma de conciencia. Sobre todo, la Literatura del compromiso mantendrá su fe en intervenir y cambiar la realidad a través de la literatura y la toma de conciencia.

Desde las primeras páginas, el protagonista adolescente de Sobre héroes y tumbas, Martín, añora huir al Sur, hacia la pureza del “frío, limpieza, nieve, soledad, Patagonia” (Sábato, Héroes, 31). Es la misma fuga que realiza cien años antes otro Martín, el gaucho Martín Fierro, el personaje mítico de la literatura y la tradición popular del Cono Sur. Fierro huye de la civilización junto con su amigo Cruz, para convivir con los indios. La amistad entre dos hombres es exaltada como antídoto contra la decepción del mundo, representada en la corrupción de la civilización y la pérdida de la mujer. El viaje final de Martín al Sur, en compañía del humilde camionero Busich, es parte de una idea repetida en Sábato: la sociedad, la civilización, la cultura se ha corrompido. Pero ya no hay indios sino soledad patagónica. Queda la amistad, la única forma de redención, a falta de la solidaridad colectiva. Martín, desposeído de todo, busca trabajo y es humillado por el gran empresario que le descarga un largo discurso sobre el progreso y la patria. Martín (Nacho, en Abaddón, el Exterminador) baja de la alta oficina y, simbólicamente, vomita en la calle. Será, por el contrario, la calle, el espacio de los desheredados, con su filosofía tanguera, de bares y esquinas rotas donde encontrará la solidaridad de otro personaje que representa la derrota, la humildad y la solidaridad. Humberto J, D’Arcángelo represetna el tipo de ética opuesta a los empresarios Molinari de Sobre héroes y tumbas (1961) y a Rubén Pérez Nassif de Abaddón el exterminador (1974). El semi-analfabeto D’Arcángelo es el otro gran amigo y protector de Martín —después de Bruno, significativamente el intelectual—, cuya filosofía coincide con la de Discépolo. D’Arcángelo: “Aquí, a este paí hay que avivarse. O te avivá o te jodé para todo el partido” (95).

Para adelante no hay salida, por lo que es necesario volver hacia atrás y de ahí sus repetidos elogios a la autenticidad del “hombre común” (representado aquí por el camionero Busich y por D’Arcángelo), dos personajes semianalfabetos que no han sido corrompidos por el pensamiento y la civilización. No han sido corrompidos por el éxito sino purificados por la pobreza y el fracaso. Algo así como una variación urbna del “buen salvaje”.

En el caso del hiperintelectualismo de Abaddón, el exterminador, su carácter de novela-ensayo alcanza un valor estético semejante a Rayuela. Pero si para Cortázar la literatura era un ejercicio lúdico, para Sábato tiene un carácter sagrado que hay que salvar de la prostitución (es decir, de la desacralización del dinero). No obstante, persiste el carácter clausurado, hermético de misteriosas sociedades, casi medievales, potencias del mal y la oscuridad que buscan destruir el mundo. Lo político es secundario a un orden metafísico, cósmico que, como en el antiguo mundo azteca, debe ser salvado por la fuerza de sacrificios individuales. Este mártir suele ser el artista-vidente (Sábato, que es autor y personaje desdoblado en Sabato) y toda figura excepcional, capaz de subir a las cumbres de la filosofía occidental y luego bajar a los reinos del mundo demoníaco para volver a ascender en un proceso de purificación del héroe campbelliano (en sus novelas, los personajes principales siempre descienden a lugares cerrados como sótanos, cloacas y surrealistas bajomundos). El mundo de las novelas de Sábato está signado por el simbolismo de los ciegos. Si en “Nuestro pobre individualismo” (1946) Jorge Luis Borges dice que para el carácter argentino, la idea de los Lamed Wufniks —según la cual el mundo sobrevive por la intervención de 36 sabios que se desconocen entre sí—, es incomprensible para un argentino que descree del bien oculto, lo mismo podemos entender en la novelística de Sábato: el Mal —como el demiurgo de los gnósticos cristianos del siglo III— es quien gobierna el mundo y no busca su cambio, la destrucción, sino la perpetuación del orden, porque es un orden infernal basado en el dolor, la injusticia y la angustia. Contra eso nada se puede hacer, porque también representa la condición inmanente del inconsciente humano, lo opuesto a la utopía racional del futuro consciente: la moral del Hombre nuevo. Cuando Bruno regresa a Capitán Olmos es un regreso al pasado y al fracaso. El alter ego del autor, Bruno, después de un largo periplo por el mundo, vuelve a su pueblo de provincia, Capitán Olmos (Rojas, para el autor) y encuentra que los sagrados espacios de la infancia son “ridículamente pequeños”. Los sueños se han perdido junto con la inocencia. Visita el cementerio de su pueblo y reconoce a familias enteras. Al salir, con melancolía, poetiza su concepción existencial de una clausura incontestable: la lápidas son “piedras ensimismadas […] testigos de la nada / certificados del destino final / de una raza ansiosa y descontenta / abandonadas minas / donde en otro tiempo / hubo explosiones / ahora telarañas” (Abaddón, 471). El paradigma de la novela —y de su autor— se resume en el último párrafo: “Pero también alguna vez se dijo (pero quién, cuándo) que todo un día será pasado y olvidado borrado: hasta los formidables muros y el gran foso que rodeaba la inexpugnable fortaleza”.[7]

Ante la realidad que rodea al autor, esgrime repetidas veces el mismo lema: “resistir”. Pero tampoco aquí hay salida. La condición humana no se puede cambiar; la condición política y cultural no depende de una revolución social sino de una resistencia individual. Como ese “¿Y entonces qué?” de Hombres y engranajes (1951), que no alcanza a responder en el capítulo final. Como en la obra de teatro La isla desierta (1938) de Roberto Arlt, no hay salida, pero en ésta no hay tenues sustitutos de la esperanza sino una frontal crítica social y cultural al racionalismo de la Modernidad. No obstante, la condición humana (lo inmanente) y su razón histórica (supongamos que pueden ser considerados dos cosas diferentes, como lo hace Sábato), están presentes en esta doble clausura político-existencial. “Un terremoto universal sacude los cimientos de la civilización, esa civilización que fue edificada sobre los principios de los llamados Tiempos Modernos” (Apologías, 109). La crisis del hombre no radica sólo en la eterna angustia del yo aislado sino en los errores del nosotros que acentuó la alienación. La crisis es universal y es particular, porque “si el hombre europeo tiene motivos de angustia, los argentinos los tenemos en mayor grado, ya que no habíamos terminado de definir nuestra nación cuando el mundo en que surgió se viene abajo” (110).

La clausura política

La Literatura del compromiso, en gran parte desde una crítica marxista, descartará tanto la idea metafísica de una lucha del Bien contara el Mal como la idea de “hombre común” como sinónimo de autenticidad. El hombre común es parte de la corrupción de la cultura materialista (para el cosmos amerindio) o de la cultura capitalista (para el humanismo marxista). Es un hombre alienado por el sistema de producción y por la cultura masiva que lo adapta para la reproducción del mismo sistema. Sólo la crítica es capaz de romper el círculo en el cual está encerrado el hombre común, yendo más allá de las ideas prefabricadas para su opresión.

Alrededor de la jaula (1966) de Haroldo Conti, comparte los dos tipos de clausuras, la existencial y la política. “Debe ser aburrido estar adentro”, le dice Milo a Ajeno, el perro enjaulado. “Bueno, no te creas que se está mejor aquí afuera” (Jaula, 65). La fórmula del existencialismo rioplatense es la de El pozo (1939) de Onetti. Pero aquí la trampa natural de una cavidad en la tierra, una depresión, se traduce en una metáfora similar y diferente: “Allí estaba la jaula. El tiempo y la tristeza” (Jaula, 197). El tiempo y la tristeza son los mismos, pero ahora la visualización de ambos, la jaula, es una evidente obra humana con el único propósito de oprimir seres vivos. La clausura existencial, quizás como en el mismo Jean-Paul Sartre, busca una salida a la fatalidad del ser, de la nada, y encuentra un pasaje comunicante en la clausura política. “Aquello no era otra cosa que un vulgar calabozo y el conjunto una cárcel bien disimulada en ese viejo y simpático jardín” (40). Es decir, la condición humana puede estar definida de antemano, pero parte de esa condición es su libertad, aunque sea una libertad frustrada. La libertad implica primero una toma conciencia de su estado y luego una toma de acción. La primera es expresada con una clausura política, la crítica a un estado dado por otros hombres y mujeres. No es naturaleza sino historia. Por lo tanto, la angustia existencialista se convierte en esperanza política y en esta transición se produce el compromiso que, en nuestro diagrama, marca el pasaje del primer cuadrante al segundo.

—¿No te parece chica esta jaula, pa? [dice el Joven]

—Claro que sí. [dice el viejo]

—¿No podemos hacer algo?

—¿Qué, por ejemplo?

—Hablar con el director.

—No creo que resulte.

El chico lo miraba firme a los ojos.

—Como quieras, pero no cero que resulte. (33)

Haroldo Conti nos da un indicio, planteando primero la clausura existencial como una jaula y luego el recuerdo de un origen corrompido por la civilización (por la historia): “Al caer la tarde los barrotes se desvanecían y si los pájaros seguían allí era porque les daba lo mismo estar en una que otra parte. Un buen día, cuando recordaran, iban a remontar el vuelo y desaparecerían para siempre hacia aquellas regiones cuyo camino habían extraviado entre la gente” (Jaula, 29). Las verdaderas rejas que encierran los pájaros —hombres y mujeres— son mentales, culturales, y sólo pueden desaparecer con una conciencia nueva de los mismos. Al mismo tiempo, la metáfora alude a un origen perdido, corrompido; no a la progresión.

Finalmente el muchacho rompe las reglas y roba al perro para liberarlo de la jaula y planea su fuga (su propia liberación). Al igual que Martín Fierro (1875), al igual que Martín, el joven protagonista de Sobre héroes y tumbas (1960), —quizás, al igual que Ernesto Guevara— Milo intenta huir por los caminos laberínticos hacia aquellas regiones fronterizas donde la opresiva racionalidad del civilización no deja salidas a la jaula. Es una fuga hacia el origen y la regeneración. El éxito de la rebelión, como en los otros casos, es momentáneo. No logra superar la realidad opresiva y es atrapado por la policía. Su situación es peor que al comienzo, pero ahora su conciencia está marcada por la experiencia de la liberación.

Otra gran novela de los sesenta, Rayuela (1963) de Julio Cortázar comparte el paradigma de clausura de la literatura anterior. Horacio Oliveira, luego de divagar por el mudo, por el arte y por una maraña diletante de ideas filosóficas, termina sus días en un manicomio de Buenos Aires, perdido en un laberinto de hilos que teje en su cuarto para protegerse, lo que puede entenderse como materialización psicológica o metafórica de sus interminable hilado físico e intelectual en París, como ilusoria protección de una realidad amenazante, que ha perdido su norte y su oriente.[8] Aquí la jaula, la clausura, es una ilusoria protección del individuo irreversiblemente alienado. Es el individuo corrompido por la civilización quien ha terminado por cerrar las últimas puertas. No hay regreso al origen ni salida hacia la utopía del futuro.

Recurriendo a metáforas de signo inverso, Cristina Peri Rossi expresará la misma clausura. Sólo la recurrencia al tema político, a la historia, sugieren todavía una puerta entreabierta, un hilo de luz, una fisura en la sólida clausura existencial. Al igual que Julio Cortázar, Peri Rossi es frecuentemente asociada como intelectual comprometida. Su historia personal, el exilio de ambos en Europa, su crítica abierta a las dictaduras de América Latina o sus esporádicos apoyos a las izquierdas del continente justifican esta identificación. Pero en la mayor parte de sus obras el paradigma difiere de aquel que hemos identificado como propio o común de los escritores comprometidos más radicales. En La nave de los locos (1984), la puerta ya está cerrada. La temática política es fácilmente reconocible, sobre todo por sus paralelos con la historia reciente del Cono Sur, y se encuentra enlazada con un surrealismo que se encarga de convertir en pesadilla cualquier opción. Ni siquiera el exilio —esa fuga tan recurrente entre nosotros, los latinoamericanos, que inició el hombre-dios Quetzalcóatl mil años atrás— es una salida sino un nuevo camino a la pesadilla. Uno de los personajes principales, Equis, consigue trabajo controlando la lista de mujeres que son conducidas en un ómnibus para abortar. La idea de matadero, de desacralización de la carne y la imposibilidad de escapar a un sistema, son llevados al extremo ético y estético. Al igual que en El hombre que se convirtió en perro (1965) de Marco Denevi, o de los nuevos cadetes que en La ciudad y los perros (1966) de Vargas Llosa son obligados a caminar en cuatro patas, a ladrar y morderse entre sí, los protagonistas de La nave de los locos deben aceptar con naturalidad su propia deshumanización —su metamorfosis psíquica y social— a cambio de la sobrevivencia. Pero la distopía nunca será un estado de madurez sino de la arbitrariedad del poder o de la ignorancia. No hay hombre nuevo sino hombre viejo, decrépito y caduco. “Ninguna comprobación puede asegurar que la persistencia en una creencia, mito o idea guarde relación alguna con la madurez, pero los viejos están convencidos de ello” (Peri, Nave, 88). La literatura, la poesía, en el mejor caso, ahora es un débil instrumento de denuncia y testimonio de la derrota. La ironía y la parodia prevalecen. La fe se ha perdido. La distopía ha vencido y la literatura se ha prostituido al enemigo. Ya no es un instrumento de lucha, de resistencia y cambio, sino de legitimación.

Vercingetróix observó que los oficiales y soldados tenían no sólo predisposición a la violencia, sino también a la poesía y al relato; muchas veces los sobrevivientes recibían la orden de reunirse en el patio, y el comandante —con la voz turbada por la emoción y los ojos centellantes— les leía sus poemas, escritos en la soledad del campo cubierto de polvo de cemento. El aplauso era obligatorio y había sanciones y castigos para aquellos que aplaudieran sin entusiasmo suficiente o de manera poco sincera. Los poemas versaban sobre el amor a la patria, la belleza de la bandera, el honor de las Fuerzas Armadas, la encarnizada lucha contra los oscuros enemigos, el sol, el apostolado militar, las buenas costumbres y el espíritu cristiano. (Nave, 62)

La metáfora del mar, persistente en la obra de Cristina Peri Rossi, deja de representar la aventura de la navegación colectiva hacia un puerto futuro y se transforma en un permanente naufragio, donde cada individuo se aferra a los escombros más próximos que encuentra.[9] En el poemario Descripción de un naufragio (1975) es la historia la que naufraga. “Y en biquini vimos pasar / en síntesis la historia, / era una puta rubia. (185) […] Ella se entregaba a los banqueros en Londres / y entrenaba a los agentes de la CIA en California (Poesía, 187).

Así, la apertura del horizonte marino es, definitivamente, una nueva clausura: el náufrago está atrapado en la inmensidad, que es lo mismo, aunque la metáfora sea una perfecta inversión, que estar atrapado en una celda de dos por uno, como en el caso de Mauricio Rosencof. En Jorge Guillén, la clausura expresada por la cárcel es una forma de apertura, ya que la puerta es imponente pero no infranqueable; si está cerrada para el frágil individuo, no lo está para el pueblo:

Paloma, dile a mi novia

que cuando venga a mi entierro,

toque bien duro la puerta,

porque la puerta es de hierro. (Popular, 83)

Pero en Rosencof, aunque la clausura sigue siendo política, la derrota histórica le ha devuelto sus rasgos existenciales que la aproximan a la fatalidad y la desesperanza. Tanto en Las cartas que no llegaron (2002) como en El bataraz (1995) de Mauricio Rosencof, la narración se proyecta desde la celda de una prisión. Al mismo tiempo que testimonio y ficción, las dos obras recogen la experiencia del autor como preso político en Uruguay, durante la dictadura militar (1973-1984). En Las cartas que no llegaron, relato autobiográfico, hay un recurrente paralelismo del fracaso del padre judío, que escapa del holocausto de la soñadora Europa y el fracaso del hijo en los ’70, a través del fracaso de la utopía del compromiso. En los ’90 se cierra el optimismo utópico de los ’60. La risa del revolucionario se ha convertido en mueca de dolor. La progresión en repetición. La utopía en distopía. La combatida concepción de Hesíodo y de las religiones tradicionales, según la cual todo pasado fue mejor, es ahora un amargo reconocimiento. “Todo tiempo pasado fue mejor, Tito. Está escrito y en coplas. De donde se deduce que nuestro futuro es fulero, por cuanto un día añoraremos este hoy” (Bataraz, 131). La liberación se ha rendido ante la clausura política, primero y existencial, después. El círculo se cierra con la percepción de que el Hombre nuevo ha dejado lugar al primitivo Hombre lobo.

—Eso. Ese es el tema, Tito. El Hombre es lobo del Hombre.

—Hombre del Hombre, che. ¿Dónde viste a un lobo hacerte fumar por el culo, vuelta y vuelta? (165)

El Testimonio es un reconto de la distopía, de la muerte de la esperanza. En El bataraz, el prisionero es sistemáticamente torturado, lo que produce una ruptura con el mundo humano, con la fe del compromiso y es sustituido por un lazo afectivo con un gallo, el Tito. “El Ser Humano, Tito, está muy por debajo de la escala zoológica. Pero como la historia la escribe el ganador, los tigres no pueden revindicar su mejor condición muscular, el águila su vuelo, los delfines su gracia natatoria” (108). También el Hombre lobo es moralmente inferior: “aun las que llamamos bestias no atormentan al prójimo” (109). Aparte del claustrofóbico espacio físico, la clausura se refiere a la historia como distopía y a la misma psicología, entre lúcida y delirante del narrador. La aparente liberación se produce por la puerta de la locura. Las dos últimas líneas de El Bataraz no dejan dudas: “y ahora qué chau, entro en órbita, total infinita para y jamás ya está. / Y ahora, que hagan lo que quieran” (190). Lo diferencia de la locura de Horacio Oliveira, de Rayuela, que mientras que la locura de este es un caer hacia adentro de la espiral, la locura de El Bataraz es una especie de liberación budista. Uno se encierra para escapar del mundo mientras que el otro escapa de su encierro. Esta evasión por la muerte no es una aspiración al utópico Paraíso de las religiones tradicionales ni es la fusión mística del revolucionario con el pueblo futuro, sino la mera forma de acabar con el dolor de una clausura sin otras salidas.

El mismo paradigma —la violencia de la clausura política— enmarca el cosmos de Ana Terra (1949), de Érico Veríssimo, una saga que recuerda a Cien años de soledad (1966) pero sin el elemento fantástico y con referencias históricas precisas (1777-1811). Cuando la madre de la protagonista muere asesinada por un asalto de los temidos castellanos que disputaban la frontera con los portugueses, Ana no llora. Por el contrario, “seus olhos ficaram secos e ela estava até alegre, porque sabia que a mãe finalmente tinha deixado de ser escrava” (Terra, 82). Esta novela, como Incidente em Antares (1971), ambientada en la historia del naciente Brasil, está cruzada de referencias políticas propias de la época de su autor. Cuando el hijo de Maneco Terra, el padre de Ana, quiso acompañar al guerrillero Bandeira que luchaba contra los castellanos, el padre responde que mejor que andar tirando tiros es agarrar una azada y ponerse a trabajar la tierra. “Isso é que é trabalho de homem”. El hijo repite el discurso que elogia las virtudes de un patriota a lo que el padre contesta: “Patriota? Ele está mas é defendendo as estâncias que tem. O que quer é retomar suas terras que os castelhanos invadiram. Pátria é a casa da gente” (18). Esta idea del guerrero patriota que no lucha por un beneficio colectivo sino por el suyo propio pero con un discurso inverso, se repetirá otras veces a lo largo de la novela. Al final, es explícito. Cuando Ana Terra emigra a otras regiones fronterizas de Brasil y se instala en tierras de un hacendado llamado Ricardo Amaral, un breve período de paz es interrumpido nuevamente por una nueva guerra entre España y Portugal. Su hijo debe partir. Ana interviene para excusar a su hijo del servicio militar pero el hacendado no le concede este beneficio. Otra vez las mujeres quedan solas y Ana reflexiona: “Guerra era bom para homens como o Cel. Amaral e outro figurões que ganhavam como recompensa de seus serviços medalhas e terras, ao passo que os pobres soldados às vezes nem o soldo receberiam” (133). Cuando uno de los jefes regresa diciendo “agora todos esses campos até o rio Uruguai são nossos”, Ana vuelve a sacudir la cabeza, resignada y vuelve a preguntarse: “para que tanto campo? Para que tanta guerra? Os homens se matavam e os campos ficavam desertos. Os meninos cresciam, faziam-se homens e iam para outras guerras. Os estancieiros aumentavam as suas estâncias. As mulheres continuavam esperando. Os soldados morriam ou ficavam aleijados” (137).

Tanto por la corriente humanista como por la amerindia, expresado en la literatura por la reivindicación de la cultura y la raza oprimida, la desobediencia se traducirá en rebeldía y política revolucionaria. En Los ríos profundos (1958) de José María Arguedas, podemos ver una postura de la narración a favor del indio. El alzamiento de las mujeres cholas se expresa en el robo de la sal de los sacerdotes, mientras el cura dice hablar por Dios repitiendo una conducta tradicional Ernesto dice que las indias robaron la sal para los pobres pero el cura moraliza contra el pecado del robo. Doña Felipa es la chola guerrillera mientras el padre Linares y el Viejo representan las dos figuras autoritarias que Ernesto enfrenta: el clero y el poder social. Según Conejo Polar, en esta novela se advierte la superación de la obediencia de la palabra divina (Arguedas, Ríos, 273).

Hay una gran semejanza entre Los ríos profundos (1958) de María José Aguedas y La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa y Un oscuro día de justicia (1970) de Rodolfo Walsh. El internado, la violencia machista, el racismo. Los tres se desarrollan en instituciones tradicionales de enseñanza, lugares herméticos y violentos. Esta violencia es administrada siempre por una estructura opresiva. Cuando no es militar pertenece a la iglesia católica. Es decir, instituciones verticales. Cualquier forma de desobediencia será una reacción contra la legitimidad moral de la autoridad institucional y, sobre todo, ideológica.

En la lectura de Un oscuro día… la referencia a la coyuntura política puede perderse completamente en otro contexto, pero es concreta e ineludible en su escritura. Uno de los mandos medios de este colegio de irlandeses en Argentina, el celador Gieltry, promueve peleas de boxeo entre sus pupilos. La opresión de la violencia, la clausura espacial y moral, se resuelve con la tradicional contradicción de la práctica opresiva y el discurso moralizador. “El celador Gieltry había subido apenas un minuto para verlos arrodillarse en sus camisones y recitar la oración nocturna que imploraba a Dios la paz y el sueño o al menos, la merced de no morir en pecado mortal” (Walsh, Oscuro, 24). Incluso, la contradicción se resuelve con una dialéctica darviniana, con una racionalización de la distopía:

El celador Gieltry estaba preocupado. Sabía naturalmente que el Ejercicio era cruel y casi intolerable para Collins, pero había visto la crueldad inscripta en cada callejón de lo creado como la rúbrica personal de Dios: la araña matando la mosca, la avispa matando la araña, el hombre matando todo lo que se le ponía a su alcance, el mundo un gigantesco matadero hecho a Su imagen y semejanza, generaciones encumbrándose y cayendo sin utilidad, sin propósito, sin vestigio de inmortalidad surgiendo en parte alguna, ni una sola justificación del sangriento simulacro. (40)

Hasta que uno de los pupilos, Collins, golpeado varias veces por el Gato, se revela y decide llamar a su tío Malcom. Éste promete darle una paliza al Celador, la que se cumple un domingo. Sin embargo, por saludar a su “pueblo” cuando ya había vencido, recibe un golpe a traición del celador y es finalmente derrotado. La metáfora se vincula con el Che Guevara y el pueblo que espera un héroe, de forma errónea. Según Rodolfo Walsh, en la entrevista que le hizo Ricardo Piglia en 1970, este cuento comenzó a ser escrito antes y se terminó un mes después de la muerte de Guevara. En esta historia aparece “una nota política, la primera más expresamente política” (56). El párrafo políticamente más explícito de Un oscuro día es casi una moraleja medieval: “el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los miedos, el silencio, la astucia y la fuerza, mientras un último golpe lanzaba al querido tío Malcom al otro lado de la cerca donde permaneció insensible y un héroe en la mitad del camino” (52).

Esta derrota final deja estratégicamente inconforme al lector que esperaba su happy ending. La función del final donde el lector es derrotado, consiste en derivarlo fuera del mundo literario, hacia una toma de conciencia sobre la otra realidad que lo afecta: la verdadera realidad, para el escritor comprometido. Esta derrota se diferencia del hermetismo de clausura existencial al convertirse en clausura política.

Mario Benedetti, refiriéndose a La ciudad y los perros (1966) de Mario Vargas Llosa, observa que “hay en los cadetes del Colegio Leoncio Prado una actitud gregaria que sin embargo tiene poco que ver con la camarería o la fraternidad; más bien se trata de una promiscuidad de soledades” (Cómplice, 228). En la gran metáfora realista de la clausura social que construye Vargas Llosa, hay apenas una fisura. Los individuos han sido corrompidos por las instituciones, las han corrompido o el proceso es recíproco. Sin embargo, escribe Benedetti en su crítica de 1967, “después de toda una historia en que lo inhumano aparece a cada vuelta de hoja”, la recuperación del Jaguar, el más violento de los cadetes, “es uno de los pocos rasgos esperanzados de la novela. En cierto modo, resulta esclarecedor que Vargas Llosa, frente a la posibilidad de rescatar a uno de sus personajes, se haya decidido por el Jaguar, alguien que no proviene de Miraflores sino de la delincuencia, de un pobre sedimento social” (230).

Por su parte, Hombres de maíz (1949), novela de un maduro estilo que después se conocerá como “realismo mágico”, ya había realizado el ejercicio artístico de integrar la imaginación con una fuerte implicación política que será propia de los escritores comprometidos: la ubicación del mundo marginal, especialmente el mundo indígena en el centro ético de la obra. Sin embargo —o por ello mismo— esta centralidad ética se realiza desde una periferia del poder, que representa el progreso material de aquellos hacendados que sustituyen la cultura del cultivo de sobrevivencia (representados por el cacique Gaspar Ilom) por la explotación de la tierra en pos de una siempre creciente plusvalía (representados por Coronel Chalo Godoy). Según el Popol Vuh, el hombre está hecho de maíz, y enriquecerse con su explotación extensiva es una forma de sacrilegio. El cacique Ilom es sacrificado pero su cuerpo o su espíritu —para la cultura mesoamericana eran uno en el hombre— se esparce como el fuego.

La clausura de la distopía es histórica en la Literatura del compromiso —producto de la derrota— y es constitucional en las instituciones vencedoras. En los ’70 vence el paradigma antihumanista del militarismo sintetizado en las palabras de un sargento, según La granada (1965) de Rodolfo Walsh: “yo no podría vivir fuera de un cartel. Cuando me pongo ropa civil, me parece que soy una mujer” (Granada, 12). En esta obra, se registra la oposición de la moral del soldado y la del revolucionario, según era entendido por Ernesto Che Guevara. Uno, parte de un engranaje, matador a sueldo; el otro, investido por la fuerza moral de sus ideales. En La granada se parodia la preocupación militar por las técnicas de la muerte, no por las razones de la guerra. Se elogia las virtudes de un nuevo explosivo como si se tratase de un descubrimiento científico, despojado de cualquier vínculo ideológico. En Los oficios terrestres, en cambio, no es posible descubrir una postura marcadamente político-ideológica en ninguno de los relatos sino un estado de violencia general y permanente, propia de la clausura distópica.

Otra obra de teatro argentina, La mueca (1970) de Eduardo Pavlovsky, plantea la dualidad de la crítica social al tiempo que mantiene su clausura. El experimento consiste en lo que hoy podaría definirse como un contemporáneo reality show dentro de la obra. Un director de cine, el Sueco, se propone registrar la espontaneidad de un matrimonio burgués. Su propósito manifiesto es la exploración estética, pero todo el fondo de la obra alude a la ética y a una forma social que parece estar cuestionada por la hipocresía del matrimonio. El mundo se ha desacralizado:

SUECO: […] Aníbal, escribí esto. Nuestros pequeños egoísmos y apetencias diarias los que nos han desviado del camino. El hombre ha perdido su posibilidad de trascender. Tenemos que llevar nuestra realidad cotidiana a un estado de absoluta pureza. (Mueca, 25)

La historia ha decaído en la corrupción, la humanidad ha descendido a un estadio inferior de la cual es necesario rescatarla. No se trata de proyectar sociedades perfectas, como lo hicieron los socialistas utópicos del siglo XIX sino de rescatarla de la catástrofe.

FLACO: Pintura del Renacimiento. No te cansás de mirarla… arte sin violencia.

SUECO: Otra época, Flaco, otros mundos, otros hombres. Yo preferiría no ser violento, pero estamos hecho añicos y tenemos que reconstruirnos, pedazo a pedazo. (26)

Sin embargo, este proyecto fracasa cuando se pretende aplicar a un hombre definitivamente corrompido por su cultura. Luego de desenmascarada la moral burguesa de la pareja, éstos se conforman fingiendo una sonrisa final, lo que significa una continuidad de la hipocresía expuesta uno al otro.[10] Nada ha cambiado en la escena, aunque ese pesimismo tenga por objetivo reforzar la crítica en los espectadores, es decir, en los actores reales. Esta idea aparece al final de La muerte y la doncella (1992) de Ariel Dorfman, cuando la obra no es cerrada con un telón sino con un espejo que baja. Los actores —la mujer violada por el régimen dictatorial y el médico torturador— se han sentado entre el público. Público y actores ahora se contemplan, porque son la misma cosa: ellos son la víctima y el torturador, la mala conciencia de una obra que no ha tenido un happy ending.

La idea de restauración del orden anterior, presente desde La vida es Sueño (1635) es común en la literatura crítica latinoamericana. El sad ending puede entenderse como una provocación crítica a algo que no podía ser resuelto ni modificado por la obra de arte sino por la nueva conciencia del espectador-lector de un problema expuesto. Un prototipo de este modelo de obra crítica es La isla desierta (1939) de Roberto Arlt. La obra de arte es la salida de la rutina a un estado excepcional, que puede ser una acción o una conciencia. Pero este desvío es corregido por la realidad, porque la realidad no es la obra de arte sino su materia prima. Esto le da un carácter circular a cada obra. La diferencia puede radicar en si ese círculo está cerrado o abierto. En el primer caso estamos en la clausura existencial y en el segundo en la clausura política.

La rebelión de los muertos de la novela de Érico Veríssimo, Incidente em Antares (1971), culmina con la prohibición por ley de las huelgas por parte del nuevo gobierno. Un artículo en el diario dice que a partir de entonces la relación entre obreros y patrones son armónicas y no están contaminadas de política partidaria. La policía cerró algunos bares por ser lugares de reuniones de comunistas (481). Luego un padre censura a su hijo, que estaba aprendiendo a leer, por leer un graffiti que decía “li-ber…” El niño, la utopia castrada por el padre, es “puxando com força, a mão do filho, levou-o quase quase de arresto, rua abaixo”. La referencia política es central.

Sin embargo, esta idea de la clausura política es, al mismo tiempo, una negación de la clausura existencial. El orden antiguo se reinstala pero queda claro que se trata de una obra humana, que además es injusta.


[1] Borges es la nostalgia del pasado inquieto en un presente inmóvil y un futuro inexistente, tal vez diluido en el olvido —en la memoria extinguida— de un poeta muerto. En Borges la justicia es una cuestión de honor y la infamia sólo fama burlada. La justicia no tiene nada que ver con los derechos humanos o los problemas del humanismo sino con el éxito y la derrota de la nobleza. Es el código medieval que enmarca su universo; no los códigos plebeyos ni siquiera de la inquieta burguesía.

[2] Los nombres femeninos: asientos del trabajo ideológico, en Recopilación de textos sobre Mario Benedetti, Serie Valoración Múltiple, Casa de las Américas, La Habana 1976, pág. 168)

[3] La literatura “problemática” del Río de la Plata abunda en protagonistas con nombre Martín (Martín Fierro, Martín de Sobre héroes y tumbas, Martín de La tregua, Martín de Alrededor de la jaula). En todos, el rasgo dramático de cada uno parecería sugerir una referencia insospechada con el mártir existencialista, aquel que busca la liberación por medio de una fuga individual.

[4] “Noche y día huyendo hacia el norte, hacia la frontera” (Sábato, Héroes, 74); “(esa marcha desesperada, esa miseria, esa desesperanza, esa derrota total)” (77).

[5] Con frecuencia Sábato menciona la inestabilidad de esa “zona de fractura” que es el Río de la Plata, una región sin pasado, sin las sólidas piedras de México y Perú: “hablo de la literatura del Río de la Plata, no de la argentina en general. Yo considero que esta zona del mundo es una zona de fractura. Hay aquí una doble fractura en el espacio y en el tiempo. En el tiempo, como integrantes de la cultura occidental que hoy hace crisis, estamos sufriendo un cataclismo [Pero además] aquí, en Buenos Aires, no somos ni propiamente europeos ni propiamente americanos” (Sábato, Siglo, 74). Originalmente en El escarabajo de Oro, 1962). De forma coincidente, dos años más tarde el mexicano Leopoldo Zea, en América como conciencia (1953) observa que la crisis latinoamericana coincide con la crisis de legitimidad de Europa: “El hombre de América que había confiadamente vivido, durante varios siglos, apoyado en las ideas y creencias del hombre de Europa, se encuentra de golpe frente a un abismo: la cultura occidental que tan segura parecía, se conmueve y agita, amenazando desplomarse” (Zea, 30). El alter ego de Juan Carlos Onetti reflexiona, en El pozo (1939) que “si uno fuera una bestia rubia, acaso comprendiera a Hitler. Hay posibilidades para una fe en Alemania; existe un antiguo pasado y un futuro, cualquiera que sea. Si uno fuera un voluntarioso imbécil se dejaría ganar sin esfuerzo por la nueva mística germana. ¿Pero aquí? Detrás de nosotros no hay nada. Un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos” (Pozo, 31) Si Argentina y Uruguay quisieron negar a sus indígenas por un prejuicio racial europeísta, luego se lamentan de no poseer pirámides mayas o aztecas o el alto Machu Pichu. Por otra parte, que estas construcciones, que estas culturas no hayan tenido su centro en el Río de la Plata no sgnifica que el Río de la Plata carezca de esta historia. Ni el Coliseo de roma ni la torre Eiffel ni la batalla de Waterloo tuvieron lugar sobre toda Europa. La creencia común entre los intelectuales del Cono Sur, sobre una supuesto vacío histórico de su región geográfica, los lleva a la acentuación de la angustia existencial, producto de una creación como cualquiera otra.

[6] Según una anécdota histórica, cuando un desconocido le dijo a Platón que podía ver caballos pero no algo así como una “caballosidad” o escencia del caballo, el filósofo le contestó: “eso es porque usted tiene ojos pero no inteligencia”. No importa si la historia es real o no. Vale como metáfora del proceso intelectual en búsqueda de la verdad o de los secretos del Cosmos. Esta metáfora es común de la actividad intelectual, desde los antiguos griegos hasta las ciencias modernas. La inteligencia es aquello que permite ver lo que está más allá de lo visible: el noun o logos. Es “la verdad gusta de ocultarse” de Heráclito; las formas de Platón, etc.

[7] “Est ubi gloria nunc Babylonia? nunc ubi dirus / Nabugodonosor, et Darii vigor, illeque Cyrus… / Nunc ubi Regulus? aut ubi Romulus, aut ubi Remus? / Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemos” (Bernardo Morliacense, De comtemptu mundi, Poema del siglo XII). Ernesto Cardenal plantea esta misma poética de “ubi est”, pero, a diferencia del final absoluto en Sábato, de la decepción por la Roma perdida (“sólo palabras tenemos”), Cardenal mantiene su fe en la sobrevivencia de la palabra “De estos cines, Claudia, de estas fiestas, / de estas carreras de caballos, / no quedará nada para la posteridad, / sino los versos de Ernesto Cardenal para Claudia” (Antología, 45). En otro momento confirma la misma idea para otra mujer: “Cuando no haya más amor ni rosas de Costa Rica / recordarás, Myriam, esta triste canción” (47).

[8] El uso estético de las ideas de la historia de la filosofía, aumentado por las especulaciones propias de la ficción, es semejante al de Jorge Luis Borges. Pero éste lo ejerció sobre el cuento y la poesía, dos géneros que en su brevedad interrumpen una implicancia existencial que puede ser más propio de la novela. En Rayuela, los personajes van cobrando vida y, más allá de ser una mera construcción intelectual, a pesar o por su mismo intelectualismo, se invisten de carne y huesos. Sus peripecias termina por ser vividas por el lector que se familiariza con sus personajes. Razón por la cual el trágico final de sus personajes no es una simple conclusión borgeana sino producto de una experiencia empática.

[9] Cabrera Infante ensaya en Vista del amanecer en el trópico (1974) un recorrido por la explotación del continente, en una línea que va desde Bartolomé de las Casas y Huamán Poma de Ayala hasta Eduardo Galeano. Pero la clausura aquí se manifiesta en la percepción poética de una naturaleza que recuerda la miserable escala de las pasiones humanas: “Y ahí estará. Como dijo alguien, esa triste, infeliz y larga isla estará ahí después del último indio y después del último español y después del último africano y después del último americano y después del último de los cubanos, sobreviviendo a todos los naufragios y eternamente bañada por la corriente del golfo: bella y verde, imperecedera, eterna” (Amanecer, 233).

[10] Con el recurso relajante del humor, Jacobo Langsner expone un concierto de pequeñas hipocresías en la comedia Esperando la carroza (1962). Nadie quiere hacerse cargo de la abuela, mama Cora, y cada familia hace lo posible por pasársela a la otra. En un momento Susana observa que Emilia no puede hacerse cargo, porque “es viuda y sé que no tiene para comer”, a lo que Antonio, el hermano, responde: “Por eso no voy a verla. No puedo soportar que pase hambre (Langsner, Carroza, 39).Cuando suponen muerta a la abuela, se disputan el cadáver.

La clausura existencialista en la literatura del Cono sur

onetti

Juan Carlos Onetti

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La clausura existencialista I

Bibliografía IV 

 

El tono existencialista dominante en la literatura del Cono Sur de mediados de siglo XX coincide con una estética sin fe, escéptica o nihilista. Esta no es sólo la influencia europea del existencialismo y el surrealismo sino una síntesis que, como el tango rioplatense, tiene características propias. “Si el hombre europeo tiene motivos de angustia [ante la crisis de la Modernidad], los argentinos los tenemos en mayor grado, ya que no habíamos terminado de definir nuestra nación cuando el mundo en que surgió se viene abajo” (Sábato, Apologías, 110).

Este escepticismo, diferente al de Jorge Luis Borges, no se resuelve en un juego esteticista o en la especulación nihilista. Más bien se aproxima a la reflexión filosófica, pero no tiene fe en una verdad transformadora a través de la inmersión social. Por el contrario, se burla de la vulgarización del vulgo desde un plano superior, aunque pesimista.

Mario Benedetti, desde una ideología y una conciencia de clase diferente, comenzará percibiendo la clausura existencial antes de cualquier intento por romperla. En Poemas de la oficina (1953-1956) describe este mundo exterior que no se diferencia de su mundo interior. Reflexionando sobre sus sueños y su sueldo en sus manos, poetiza: “aquella esperanza que cabía en un dedal, / evidentemente no cabe en este sobre […] que me pagan, es lógico, [por] dejar que la vida transcurra” (Invetnario, 217). En otro poema, “Hermano”, repite esta idea del transcurrir rutinario hacia ninguna parte: “siempre en el mismo cargo / siembre en el mismo sueldo” (Invetnario, 228).

Eduardo Nogareda, en el prólogo a La tregua (1960) cita a Josefina Ludmer según la cual “el rasgo esencial en las novelas de Benedetti es la no existencia de procesos de transformación (del héroe ni del relato): las escenas de apertura (del relato, del estado del héroe) y de desenlace son las mismas, narran el mismo estado; en el medio se encuentra la esperanza de rescate y de salvación pero fracasa [,] es negada” (Tregua, 55). Nogareda complementa esta idea: “el hecho —profusamente comentado por la crítica— de que La tregua carezca de una verdadera progresión en las acciones, es otro aspecto relacionado con el tema de la fatalidad y, consecuentemente del pesimismo, ya que éstas son dos ramas del mismo árbol” (56).

Lo mismo podríamos observar de las novelas de Juan Carlos Onetti, El Pozo (1939), El astillero (1960), por poner sólo dos ejemplos. Como dijimos antes, ni Juan Carlos Onetti ni su obra pueden enmarcarse dentro de la Literatura del compromiso ni junto a los escritores comprometidos, aunque la vida pública de Onetti haya estado cruzada de referencias políticas. El autor y su obra —sus personajes, sus tramas— están clausurados por el escepticismo. No hay salida en El pozo (1939), ni en El Astillero (1963) ni en Los adioses (1954), ni en Juntacadáveres (1964) sino la resignación en la distopía. El tono precozmente existencialista de El pozo, tan semejante a La náusea (1938) de Jean Paul Sartre o El túnel (1948) de Ernesto Sábato se corresponden con las metáforas cerradas de sus títulos. El astillero es otra gran metáfora pero esta vez paradójica: no se construyen barcos ahí, se los destruye lentamente, como la llovizna va borrando el contorno de los rostros. No se parte hacia ninguna parte sino hacia la nada, como en Los adioses.

Casi lo mismo podemos observar en las tres novelas de Sábato, El túnel (1949), Sobre héroes y tumbas (1960) y Abaddón, el exterminador (1974). La primera, con un desarrollo de novela policial y una poética existencialista, está explícitamente clausurada. La desesperación kafkiana y la nada de Jean Paul Sartre no derivan en la libertad creadora sino en la angustia, en le néant y en la nausée: “hubo un único túnel, oscuro y solitario, el mío” (Túnel, 4). El pintor Juan Pablo Castel se obsesiona con una mujer que parece comprender su obra y termina matándola. No es casualidad que la idea de salida y de ventana —es decir, ansiadas grietas de la clausura—, que de hecho articula la conexión entre los dos protagonistas, es central en la narración al mismo tiempo que imposible o frustrada. Aparte del rasgo fuertemente narcisista del personaje, importa recordar que éste desarrolla la metáfora del túnel mencionando que por momentos sus paredes eran de un grueso cristal por donde podía verse aquella mujer. La concepción del individuo aislado, alienado, es exaltada por la estética existencialista, más que por su propia filosofía. Desde el punto de vista de la Literatura del compromiso, podemos juzgar esta novela como el ejemplo radical de la alienación que, al haberse desgarrado el individuo de los otros, de su sociedad, busca la utopía de una comunicación con otro. Ese otro es, naturalmente, implicado en cuerpo y alma, en su sexo y en su “compresión” hasta que se confunda consigo mismo. La fusión de los amantes, que en Romanticismo decimonónico era igualmente tormentoso e imposible, pero cuyas muertes significaban la salida y la unión definitiva, en El túnel no es más que la integración del elemento femenino al ego del protagonista, al alter ego de Sábato.

(Continua)

La clausura existencialista II

En sus otras novelas, este problema es advertido pero nunca solucionado. El mismo Ernesto Sábato reconoce que el pesimismo de la tercera parte de Sobre héroes y tumbas (1961), el “Informe sobre ciegos”, lo había preocupado. Le preocupaba la imagen que tendrían los lectores si él se moría antes de terminar la novela. Razón por la cual se apresura a escribir la cuarta y última parte con un tono esperanzador. De forma contradictoria, luego afirma que había decidido llevar a Martín al suicidio, pero que éste decide salvarse. Quizás sea una forma de poner en términos congruentes lo que no lo es: Sábato afirma que sus personajes están vivos, y aunque él racionalmente es pesimista, la esperanza “que nace del pesimismo” es propia de una de sus verdaderas partes (un personaje, entiende el autor, es como en los sueños, una verdad incuestionable). Martín, el personaje que representa la pureza aún sin corromper de la adolescencia, es “pesimista en cierne como corresponde a todo ser purísimo y preparado a esperar Grandes Cosas de los hombres en particular y de la Humanidad en general, ¿no había intentado ya suicidarse a causa de esa especie de albañal que era su madre?” (Héroes, 26).

Sábato es consciente de esta clausura y procura crear en Martín una puerta de salida formulada en la nunca precisada idea de esperanza. Con su típico tono ensayístico, el alter ego de Sábato en Sobre héroes y tumbas reflexiona sin muchas esperanzas sobre la esperanza: “La ‘esperanza’ de volver a verla (reflexionó Bruno con melancólica ironía). Y también se dijo: ¿no serán todas las esperanzas de los hombres tan grotescas como estas? Ya que, dada la índole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de producirse, sólo nos proporcionarían frustración y amargura” (Héroes, 26). Alejandra —Argentina— le dice a Martín: “Vos sabés que antes se estilaba tener a algún loco encerrado en alguna pieza del fondo” (43). Pero la novela total, con su contrapunto de paralelos entre el pasado (la marcha de Lavalle) y el presente indican que ese “antes” significa “siempre”, pero de formas diferentes. La loca, la Escolástica, vive recluida en una habitación guardando la cabeza de su padre. Toda la casa de Alejandra participa de la historia argentina y, al mismo tiempo, representa la historia congelada, un museo vivo de la locura y la decadencia. De forma repetida, a Martín, el observador inocente, “aquella casa le parecía ahora, a la luz del día, como un sueño” (90). La inversión de los elementos es un rasgo del surrealismo de entreguerras, como la cabeza del comandante Acevedo “metida en una caja de sombreros” (90). Martín se siente fascinado por esta realidad pero escapa hacia el sur cuando Alejandra se incinera, en un acto simbólico de purificación, en el mismo mirador. Como la ventana de El túnel donde se podía ver una misteriosa mujer, ese mirador se abre hacia la nada, hacia el absurdo trágico del pasado, de un presente sin futuro. No hay nada más allá sino “una esperanza” verbalizada. Es paradójico y significativo que el capítulo paradigmático es el famoso “Informe sobre ciegos” cuando uno de los elementos arquitectónicos principales de la casa de Alejandra es el mirador. Este elemento es típico del pasado, pero además representa la visión, la observación y el aislamiento de quienes lo habitan, como una torre medieval. Es decir, como en Borges, se concibe el acto intelectual como un ejercicio de observación, una intervención intelectual para ver lo que los ojos no pueden ver (los ojos de los ciegos). Si no se trata de la torre de marfil del modernismo y del art pour l’art, es la torre de hierro que representa el sentido trágico de la fatalidad del héroe en un mundo imposible de cambiar. Lo cual significa una diferencia radical con el paradigma de la Literatura del compromiso, más propensa a considerar la intelectualidad del mundo como la caverna de Platón o como la torre de Segismundo, de La vida es sueño (1635): la realidad existe, pero ha sido alienada por una cultura enceguecedora, por la ilusión, por le sueño que reproduce la explotación y retarda la toma de conciencia. Sobre todo, la Literatura del compromiso mantendrá su fe en intervenir y cambiar la realidad a través de la literatura y la toma de conciencia.

Desde las primeras páginas, el protagonista adolescente de Sobre héroes y tumbas, Martín, añora huir al Sur, hacia la pureza del “frío, limpieza, nieve, soledad, Patagonia” (Sábato, Héroes, 31). Es la misma fuga que realiza cien años antes otro Martín, el gaucho Martín Fierro, el personaje mítico de la literatura y la tradición popular del Cono Sur. Fierro huye de la civilización junto con su amigo Cruz, para convivir con los indios. La amistad entre dos hombres es exaltada como antídoto contra la decepción del mundo, representada en la corrupción de la civilización y la pérdida de la mujer. El viaje final de Martín al Sur, en compañía del humilde camionero Busich, es parte de una idea repetida en Sábato: la sociedad, la civilización, la cultura se ha corrompido. Pero ya no hay indios sino soledad patagónica. Queda la amistad, la única forma de redención, a falta de la solidaridad colectiva. Martín, desposeído de todo, busca trabajo y es humillado por el gran empresario que le descarga un largo discurso sobre el progreso y la patria. Martín (Nacho, en Abaddón, el Exterminador) baja de la alta oficina y, simbólicamente, vomita en la calle. Será, por el contrario, la calle, el espacio de los desheredados, con su filosofía tanguera, de bares y esquinas rotas donde encontrará la solidaridad de otro personaje que representa la derrota, la humildad y la solidaridad. Humberto J, D’Arcángelo represetna el tipo de ética opuesta a los empresarios Molinari de Sobre héroes y tumbas (1961) y a Rubén Pérez Nassif de Abaddón el exterminador (1974). El semi-analfabeto D’Arcángelo es el otro gran amigo y protector de Martín —después de Bruno, significativamente el intelectual—, cuya filosofía coincide con la de Discépolo. D’Arcángelo: “Aquí, a este paí hay que avivarse. O te avivá o te jodé para todo el partido” (95).

Para adelante no hay salida, por lo que es necesario volver hacia atrás y de ahí sus repetidos elogios a la autenticidad del “hombre común” (representado aquí por el camionero Busich y por D’Arcángelo), dos personajes semianalfabetos que no han sido corrompidos por el pensamiento y la civilización. No han sido corrompidos por el éxito sino purificados por la pobreza y el fracaso. Algo así como una variación urbna del “buen salvaje”.

(Continúa)

La clausura existencialista III

En el caso del hiperintelectualismo de Abaddón, el exterminador, su carácter de novela-ensayo alcanza un valor estético semejante a Rayuela. Pero si para Cortázar la literatura era un ejercicio lúdico, para Sábato tiene un carácter sagrado que hay que salvar de la prostitución (es decir, de la desacralización del dinero).

No obstante, persiste el carácter clausurado, hermético de misteriosas sociedades, casi medievales, potencias del mal y la oscuridad que buscan destruir el mundo. Lo político es secundario a un orden metafísico, cósmico que, como en el antiguo mundo azteca, debe ser salvado por la fuerza de sacrificios individuales. Este mártir suele ser el artista-vidente (Sábato, que es autor y personaje desdoblado en Sabato) y toda figura excepcional, capaz de subir a las cumbres de la filosofía occidental y luego bajar a los reinos del mundo demoníaco para volver a ascender en un proceso de purificación del héroe campbelliano (en sus novelas, los personajes principales siempre descienden a lugares cerrados como sótanos, cloacas y surrealistas bajomundos).

El mundo de las novelas de Sábato está signado por el simbolismo de los ciegos. Si en “Nuestro pobre individualismo” (1946) Jorge Luis Borges dice que para el carácter argentino, la idea de los Lamed Wufniks —según la cual el mundo sobrevive por la intervención de 36 sabios que se desconocen entre sí—, es incomprensible para un argentino que descree del bien oculto, lo mismo podemos entender en la novelística de Sábato: el Mal —como el demiurgo de los gnósticos cristianos del siglo III— es quien gobierna el mundo y no busca su cambio, la destrucción, sino la perpetuación del orden, porque es un orden infernal basado en el dolor, la injusticia y la angustia. Contra eso nada se puede hacer, porque también representa la condición inmanente del inconsciente humano, lo opuesto a la utopía racional del futuro consciente: la moral del Hombre nuevo.

Cuando en Abaddon el Exterminador (1974) Bruno, unos de los personajes centrales de Sobre héroes y tumbas (1961), regresa a Capitán Olmos, es un regreso al pasado y al fracaso. El alter ego del autor después de un largo periplo por el mundo, vuelve a su pueblo de provincia, Capitán Olmos (Rojas, para el autor) y encuentra que los sagrados espacios de la infancia son “ridículamente pequeños”. Los sueños se han perdido junto con la inocencia. Visita el cementerio de su pueblo y reconoce a familias enteras. Al salir, con melancolía, poetiza su concepción existencial de una clausura incontestable: la lápidas son “piedras ensimismadas […] testigos de la nada / certificados del destino final / de una raza ansiosa y descontenta / abandonadas minas / donde en otro tiempo / hubo explosiones / ahora telarañas” (Abaddón, 471). El paradigma de la novela —y de su autor— se resume en el último párrafo: “Pero también alguna vez se dijo (pero quién, cuándo?) que todo un día será pasado y olvidado borrado: hasta los formidables muros y el gran foso que rodeaba la inexpugnable fortaleza”.

Durante los ochenta y noventa, y ante la realidad que lo rodea, el autor esgrime repetidas veces el mismo lema: “resistir”, lo que se oficializa en el titulo y tema central de su último libro, publicado con casi noventa años, La resistencia (2000), bastante inferior a todo lo escrito anteriormente. Tampoco aquí hay una salida clara o próxima, más allá de la esperanza del condenado.

La condición humana no se puede cambiar; la condición política y cultural no depende de una revolución social sino de una resistencia individual. Como ese “¿Y entonces qué?” de Hombres y engranajes (1951), que no alcanza a responder completamente en el capítulo final y que aparece casi como un apéndice obligatorio de alguien que alguna vez abrazó las utopías políticas y sociales propias de la Modernidad. También en Sábato, ese posmoderno precoz, sintetiza las contradicciones centrales de esta Era moderna: el pesimismo del artista creador y el optimismo del revolucionario racionalista.

Como en la obra de teatro La isla desierta (1938) de Roberto Arlt, tampoco hay salida en la literatura de Sábato sino un túnel, un camino oscuro de concientización y al mismo tiempo de pesimismo: el final luminoso del túnel oscuro, del laberinto borgeano, es una utopía necesaria o llegará cuando ya no importe. Que es como decir que no hay salida. Por momentos, no hay tenues sustitutos de la esperanza sino una frontal crítica social y cultural al racionalismo de la Modernidad.

No obstante, la condición humana (lo inmanente) y su razón histórica (supongamos que pueden ser considerados dos cosas diferentes), están presentes en esta doble clausura político-existencial. Si hay salida es a través de una destrucción apocalíptica, una visión cristiana sin paraíso en el cielo o sin un cielo claro y despejado. Como el fuego de Alejandra Vidal Olmos que limpia y purifica sin saber qué orden o qué nuevo mundo aguarda más allá. “Un terremoto universal sacude los cimientos de la civilización, esa civilización que fue edificada sobre los principios de los llamados Tiempos Modernos” (Apologías, 109).

Así, la crisis del hombre no radica sólo en la eterna angustia existencialista del yo aislado sino en los errores del nosotros que acentuó la alienación. La crisis es universal y es particular, porque “si el hombre europeo tiene motivos de angustia, los argentinos los tenemos en mayor grado, ya que no habíamos terminado de definir nuestra nación cuando el mundo en que surgió se viene abajo” (110).

Bibliografía IV 

Jorge Majfud

majfud.org

Milenio , B, (Mexico)

Milenio II (Mexico)

Milenio III ,  B (Mexico)



Uruguay propone compensar a Paraguay por la guerra de la Triple Alianza.

MINISTROS DE CULTURA. ARGENTINA APOYO LA INICIATIVA Y BRASIL LA RECHAZO

A fines del siglo XIX, más de un millón de paraguayos murieron en una guerra regional. En el marco del Mercosur, Uruguay propuso reconocer esa «herida histórica». Brasil se negó a hacerlo.

César Barrios

Guerra entre vecinos. Miles de paraguayos muertos y un país destruido. Guerra entre vecinos. Miles de paraguayos muertos y un país destruido.

Brasil se opuso a que, dentro del Mercosur, prosperara una iniciativa uruguaya mediante la cual se pretende saldar la deuda moral que Argentina, Uruguay y el país norteño tienen con Paraguay por la Guerra de la Triple Alianza, desarrollada entre 1864 y 1870.

En un encuentro desarrollado en Paraguay semanas atrás y previo a la 32º reunión de ministros de Cultura del Mercosur, el representante uruguayo en el encuentro, propuso en nombre del gobierno uruguayo «saldar la deuda moral respecto de la herida histórica que significó la Guerra de la Triple Alianza para la plena y efectiva integración cultural». Quien hizo el planteo fue el director de Cultura del MEC, Hugo Achugar, que en diálogo con LA REPÚBLICA sostuvo que de esta manera se pensaba saldar con lo que el presidente Mujica considera una «deuda histórica y moral».

Si bien el tema fue analizado en la reunión, no se tomó posición y se llevó al encuentro de los ministros de Cultura que se realizaría días después. Debido a complicaciones por la ceniza volcánica, el ministro uruguayo Ricardo Ehrlich no pudo concurrir al encuentro y la defensa de la posición uruguaya la llevó adelante el embajador Juan Enrique Fischer.

Argentina se mostró de acuerdo con saldar la deuda moral, pero Brasil se opuso. Su representante dijo que el ámbito no era el adecuado para tratar el tema, y que la guerra de la Triple Alianza era para su pais «una cuestión de Estado».

El senador Sergio Abreu, durante la segunda presidencia de Lula Da Silva hizo gestiones para que se devolviera el cañón que es trofeo de guerra. Abreu por descendencia tiene vínculos tanto con la sangre brasileña como con la paraguaya. Según relató había visto ese trofeo de guerra en una visita a Río de Janeiro y consideró que era momento para hermanar a los países que están dentro del tratado de integración regional.

[fuente>>]

The Technology of Barbarism

Prisionero

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Tecnología de la barbarie (Spanish)

The Technology of Barbarism

           Uncle Caíto was about thirty years old when they took him in 1972. They said that he had collaborated with some Tupamaro guerrillas who were running loose in the countryside where he worked.

           I remember him as balding and with a big mustache. He still stuttered whenever he was nervous.

           If he were still alive, we would probably fight a lot, due to political disagreements. Why did you get involved in that? How could you not realize that the Russians had their dictatorship too, their own crimes, their own injustices, their own excrement?

           Of course, it’s easy to think that now. It’s easy to solve the problems of the past. If we had only seen where we were going with the same clarity with which we look behind us, where it is too late for us to do anything. But that’s the human condition: we learn at the same rate that we cease needing to learn. We learn to raise a child when that child has already grown or we truly understand a parent when he is already an old man or is no longer with us.

They took Uncle Caíto in a field in Tacuarembó, Uruguay, and they dragged him behind a horse as if his body was a plow. They tried to drown him several times in a creek. He was not able to confess anything because he knew less than the soldiers who wanted to know something, and to have a little fun as well; because the days were long and their salaries were meager.

Maybe Caíto made up a name or a place or some detail to make things easy on himself for a moment.

He had to spend some time in prison. One visiting day he confessed to his mother that he had become a Tupamaro there inside. At least from then on the military dictatorship had a reason for holding him.

Military justice must have had other reasons for using pleasure and entertainment through the suffering of others, the way respectable spectators receive pleasure from the torture of an animal in a bullfight.

The military personnel at that time were quite ingenious when they were bored. I have proposed several times the creation of a Museum of the Cold War, as a monument to the human condition. However, I have always been told that this would be somewhat inconvenient, something that would not promote understanding among all Uruguayans. Maybe that is why there are so many museums about the Charrúa indians where pottery and little arrows from those sympathetic savages is collected, but not a single one about the Charrúa holocaust carried out by some of those heroes who still gallop like multiplied ghosts on their bronze horses through the streets of many cities. I am certain that the material of such a museum would be diverse, with so many declassified documents here and there (those sterile psychoanalytical confessions that democracies make every thirty years to relieve their existential conflicts), with so many sexual toys and other curiosities so instructive for students and scholars.

For example. One day the soldiers punished a prisoner and pretended that they had castrated him. Then they came by Caíto’s cell and showed him a kidney-shaped surgical basin filled with blood.

“Today we castrated this guy”, said one of them. “Tomorrow it’s your turn.”

The next day Caíto’s groin was monstously swollen. He had spent the entire night trying to hide his testicles.

I heard this story from some of those who had been imprisoned with him. That was when I remembered and understood why my grandmother Joaquina had told someone, secretly, that they had not been able to find her son’s testicles. When I was little I had imagined that my uncle suffered from a congenital defect and that was why he had never had children.

They told his wife, Marta, something similar:

“Today we castrated him. Tomorrow we shoot him.”

Of course, the soldiers of the fatherland did neither of these things. They didn’t go to such extremes because in Uruguay the disappearances were not as common as in Argentina or in Chile. We Uruguayans were always more moderate, more civilized. More subtle. We always felt so small between Brazil and Argentina, and always so relieved and so proud of not engaging in the barbarities practiced by our stepbrothers. At the end of the day, if one does not speak of such things, they do not exist, like in García Lorca’s The House of Bernarda Alba: “silence, silence, silence I said…”

In those days my brother and I were in our grandparents’ house in the countryside. I was three years old and my brother almost doubles that. We were playing on the patio, next to the wheels of a wagon, when we heard a very loud noise. I remember the patio, the wagon, the tree and almost everything else. We went running and were the first to arrive at Aunt Marta’s room. Our aunt was laying face up on the bed, with a hole in her chest.

An adult immediately dragged us outside to avoid the inevitable.

The assumption was we would be traumatized, turned into delinquents or something of the kind.

I don’t know about the trauma, but I can testify that the most outside the law I have been in my life was when I was five years old. I climbed the control tower of a prison and set off the alarms. After the commotion of security guards chasing after me, they brought me down hanging from one arm.

Caíto died not long after being set free. This is an ironic manner of speaking. He was held in the largest prison for political prisoners, in a town called Libertad (or Freedom). Let’s just say, to be precise, he died in the countryside, shortly after leaving prison, at the age of 39. Perhaps from a heart attack, like the doctor said, or from a blow to the head, as his mother believed, or from both. Or from all the other things.

If he were alive today, we would be arguing all the time about politics. I would be throwing his mistakes in his face. He would be calling me “petty bourgeois” or something equally deserved. Or maybe I’m wrong and we would continue being the good friends we were until he died.

Because ultimately what matters most are not political arguments. The sadism they practiced on him has no ideology, although eventually it may serve left-wing or right-wing dictatorships, democracies of the North or those of the South.

The Caítos and the Martas of Uruguay are not considered very important. They weren’t disappeared, and they died of natural causes or committed suicide. On the other hand, those soldiers with a sense of humor who played at castrating prisoners today are probably poor little old men who make sure that their grandchildren don’t watch violence on television, while they explain to them that violence is a lack of morality in today’s society, and has resulted from a loss of fundamental family values.

 Squawk Back (USA)

Jorge Majfud

majfud.org


El camino de la soledad

Ernesto Sabato

Ernesto Sabato

Ayer hubiera cumplido cien años. El escritor argentino Ernesto Sabato murió el pasado 30 de abril dejando tras de sí unos pocos, pero fundamentales, textos para la literatura en español. También el ejemplo de una postura moral y una personalidad retraída, alejada de las luces de la fama. DOCUMENTO: Páginas inéditas salvadas del fuego.

Niebla en Buenos Aires la semana en que Ernesto Sabato hubiera cumplido cien años.

«Esa necesidad casi patólogica de ternura hace que comprenda y sienta de tal manera a los desvalidos y desamparados»

A él le gustaban los días soleados. Le dijo un día a Elvira González Fraga: «¡Cómo te puede gustar el otoño!».

Y, sin embargo, parecía que Sabato, el autor apesadumbrado de Sobre héroes y tumbas, era, iba a ser, un hombre para el otoño, o para el más oscuro invierno. Para los días grises que hay ahora sobre Buenos Aires, donde murió poco antes de ser centenario, el último 30 de abril.

Un hombre de otoño, o de invierno. En su autobiografía, Antes del fin, que apareció a finales de los años ochenta, Ernesto Sabato escribió: «De alguna manera, nunca dejé de ser el niño solitario que se sintió abandonado, por lo que he vivido bajo una angustia semejante a la de Pessoa: ‘Seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta».

¿Era, tan solo, ese ser de otoño? No, ni mucho menos. Elvira, que lo conoció en 1962 y que luego tomó contacto más continuado con él a partir de 1982, hasta que se convirtió en su compañera infatigable, tiene esa imagen del hombre apesadumbrado, pero también la evidencia de que Sabato apostaba por la vida, «disfrutaba de los gozos pequeños, aunque hubiera sombras grandes».

Pero en los libros, en las apariciones públicas, en lo que la gente veía del Sabato público persiste esa imagen del hombre verdaderamente abrumado por el desastre del mundo, que él abordó en sus libros, en sus discursos y en sus cuadros. Dejó de escribir, y empezó a dictar, en torno a 2004, aunque dejó de publicar novelas a partir de Abaddón el exterminador, que apareció en 1974, y ya no pintó más desde 2008, dos años antes de su muerte.

Hay un momento preciso en que dejó de sentirse capaz de competir, desde su edad, con los que eran más jóvenes. Fue en Lanzarote, adonde fue a visitar, con Elvira, a sus amigos José Saramago y Pilar del Río, en 2002, en uno de sus más largos viajes por España. Vio entonces a Saramago en plenitud, y él mismo se vio disminuido, acariciado ya por las temibles heridas de la edad. Desde ese momento ya Sabato dejó de ser para sí mismo el que había sido. Ya estaba junto a un muro sin puerta, verdaderamente.

Aun así, siguió pidiendo colores, y Elvira se los siguió dando, para pintar, que fue la ocupación más duradera entre las que animaron su vida. «Él apretaba el tubo de pintura, y que saliera el color ya era para él una fiesta». Siguió buscando lectura, y ella le leyó, «sin que él me lo pidiera», libros suyos, El túnel, Sobre héroes y tumbas, pero también algunos textos de sus autores favoritos: Juan Rulfo, Flaubert, Kafka, Stendhal, Dostoievski… En un tiempo había descubierto la actuación como una de las bellas artes que le animaban, «y hacía un espléndido Pedro Páramo, bordaba esa obra de Rulfo, le gustaba decirla, era Pedro Páramo en persona, brutal, no te lo podés creer…». Y hacía también de borracho, «hacía de Quijote, y de Sancho… Le fascinaba el final del Quijote,cuando Sancho Panza le explica al caballero que todo aquello por lo que luchaba no era la utopía sino la realidad».

¿Y cuando ella le leía sus textos qué pasaba? «Ah, se quedaba mirando, pensativo, mirando hacia la nada. Era la actitud de un chico extasiado ante un pensamiento que no dominaba, o quizá tenía el semblante de un herido de guerra».

Un hombre acosado que tenía miedo de su propia alegría. Su padre era descendiente de montañeses sicilianos, «acostumbrados», como explicaba el propio Sabato en sus memorias, «a las asperezas de la vida; en cambio mi madre, que pertenecía a una antigua familia albanesa debió soportar las carencias con dignidad». Por decirlo rápido, esa procedencia educó a Sabato en la aspereza y en el rigor. Cuenta Elvira que cuando su novela más celebrada, Sobre héroes y tumbas, apareció en la lengua de los ancestros de su madre, el entonces joven novelista fue con la edición reciente a la casa de los padres. La madre apartó el libro escrito en albanés y pasó a hablarle de los problemas de sus tíos. Y, antes, cuando regresaba del colegio con notas sobresalientes, aquel padre de ascendencia siciliana firmaba sin ver el resultado del esfuerzo de Ernesto.

Matilde Kusminsky-Richter, la esposa de Sabato, madre de sus hijos Jorge (que fue ministro de Educación de Alfonsín, y murió en accidente en 1995) y Mario, cineasta, escribió una vez en una carta al escritor Carlos Catania, que la colocó en la introducción de su libro de conversaciones con Ernesto: «… Sabato es un hombre terriblemente conflictuado, inestable, depresivo, con una lúcida conciencia de su valer, influenciable ante lo negativo y tan ansioso de ternura y de cariño como podría serlo un niño abandonado. Esta necesidad casi patológica de ternura hace que comprenda y sienta de tal manera a los desvalidos y desamparados».

En sus libros autobiográficos, incluido el último, España en los diarios de mi vejez, que apareció en 2004, el propio Sabato avala lo que Matilde escribe a continuación en esa carta a Catania: «Pero también -y debo subrayar que cada vez menos- es arbitrario y violento, y hasta agresivo, aunque creo que estos defectos son producto de su impaciencia (…). Para escribir, para liberarse de sus obsesiones y traumas necesita verse rodeado de un muro de cariño, de comprensión y de ternura (…) ha sido desde niño un alma meditativa, un artista».

Tenía, en efecto, «un interior melancólico, pero al mismo tiempo rebelde y tumultuoso». Aflora esa intimidad en sus novelas, y en el espacio público; pero en la intimidad adoraba la música, la perfección de la belleza, el vino, las comidas contundentes a las que al final tuvo que renunciar para poder luchar por la vida, que se le prolongó casi hasta los cien años. Pero en ningún momento renunció a ese sentimiento de urgencia imperativa con la que se condujo ante el arte y ante la vida. «Todo debía ser urgente», cuenta Elvira, «hasta un vaso de vino. ¡Alcánzame un vaso de vino, es urgente!».

Como un niño junto a un muro sin puerta. Escribió Sabato: «La educación que recibimos (él era el décimo de once hermanos) dejó huellas tristes y perdurables en mi espíritu (…) La severidad de mi padre, en ocasiones terrible, motivó, en buena medida, esa nota de fondo de mi espíritu, tan propenso a la tristeza y a la melancolía». Pero, como el padre, «debajo de la aspereza en el trato» Sabato mostraba «un corazón cándido y generoso».

Que afloraba cuando no había escritores alrededor. Se distanció de Jorge Luis Borges por motivos políticos (y bien que lo sintió Sabato, dice en sus memorias), pero volvieron a verse, esporádicamente, con distancia, e incluso compartieron un libro de conversaciones; y fue amigo hasta la muerte de José Saramago, que viajó «como en peregrinación» a Santos Lugares, la casa de Ernesto, y este fue con Elvira a verles a Pilar y a José en Lanzarote… Pero sus afinidades literarias eran clásicas y del pasado, y la vida no lo llevó por saraos o ferias. Su sentimiento de urgencia no lo convertían en un asistente cómodo a los festejos.

Pero sí se sentía cómodo en los pueblos o en su propia soledad, ante la pintura, con la música. Un día fue a Londres, una ciudad de Catamarca fundada en 1500. ¿Cómo puede llamarse Londres un sitio como este, que tiene su propia personalidad?, preguntó Sabato a un campesino que desconocía la existencia de Inglaterra. «¿Sabe usted, don Ernesto, de algún otro sitio donde haya londrinos?».

La vida literaria fue su objetivo pero también su horror, la buscó y huyó de ella con las mismas pasiones, a veces autodestructivas. ¿Quemó libros? Por lo menos, los descartó, no los hizo publicar, los quemó, pues, en cierto modo. Dejó de escribir novelas cuando su obra Abaddón el exterminador fue recibida con desdén por la crítica. Y el retraimiento lo hizo un hombre feliz con poco, y por tanto huraño con muchos. Le fascinaban las multitudes que le aclamaban (en España, por ejemplo) cuando ya era un mito artístico y político, sobre todo a raíz de su trabajo civil al frente de la comisión que estudió el horror con que los militares argentinos sometieron a este pueblo a un cruento e inolvidable invierno. Pero nunca recuperó la ilusión por el proyecto literario.

Elvira González Fraga dice que era un hombre de proyectos, los buscaba; estar con jóvenes, ayudarles a salir adelante desde la Fundación que ella dirige. Ese era un afán. ¿Los otros? Seguir viviendo. Nunca se dio por vencido, ni cuando empezó a padecer la afasia que le dejó sin habla dos años antes de morir. Sin habla pero con conciencia. Un día le pusieron las imágenes de Haití, aquel horror. Y él asistió desde su butaca inmóvil, con sus ojos asustados, como si tuviera urgencia por reclamar ayuda ante el desastre.

¿Era un hombre apesadumbrado? Sí, pero ese no era el único Sabato. «Él sentía que todo el mundo debía estar abrumado por lo que ocurría en la vida. Pero no estaba tan solo triste. Le gustaba la vida», dice Elvira, «y lo que más le gustaba era sentirse en su surco, feliz consigo mismo, y hablando con gente como aquella de Londres».

Él terminó la parte más rabiosamente autobiográfica de Antes del fin con estas palabras: «Quienes han unido a su actitud combatiente una grave preocupación espiritual; y, en la búsqueda desesperada del sentido, han creado obras cuya desnudez y desgarro es lo que siempre imaginé como única expresión para la verdad».

Fue su pasión, conseguir eso. Y aunque parecía un hombre llorando junto a un muro, la vida era su proyecto. Su amigo canario Óscar Domínguez le habló en el París surrealista del suicidio, cuando Sabato aun no había escrito Sobre héroes y tumbas. Y Ernesto le respondió a Óscar, que finalmente se suicidó: «No, Óscar, tengo otros proyectos».

Ese Sabato de los otros proyectos era el que se encerraba en su casa a escribir, a pintar, a escuchar música y a esperar que se fuera el otoño, esa estación triste que se parece más al semblante de un niño junto a un muro sin puerta que al proyecto que animaba al hombre que aquel niño hubiera querido ser.

Todos los libros citados de Sabato en este reportaje han sido publicados por Seix Barral.

Capítulos e ideas

Sabato quería que sus novelas tuvieran un aire sinfónico. Y cuando no lograba ese propósito las dejaba a un lado. ¿Las quemaba? Las descartaba al menos, dice Elvira González Fraga, su compañera de tantos años, a quien le regaló algunas partes de La fuente muda. «Él tenía mucho sentido musical y sus libros fueron sinfonías que él me explicaba muy detenidamente. Él introdujo Informe sobre ciegos en Sobre héroes y tumbasporque precisaba ese ritmo para alcanzar lo que él creía que era el esplendor sinfónico». La fuente muda debe su título a un verso de Antonio Machado. «Y yo no la vi quemar; en realidad, yo no vi quemar ninguno de sus libros. Como todos los que escribió, esta novela le llevó a hacer un trabajo previo muy grande, pero si no alcanzaba esa perfección que buscaba las dejaba ahí, nos las seguía».

Escribió Sabato en Antes del fin: «Por mi propensión a las llamas, hubo veces en las que me arrepentí; obras que hoy recuerdo con nostalgia, como El hombre de los pájaros y la novela que escribí durante mi periodo surrealista, La fuente muda, título que tomé de un verso de Antonio Machado, y de la que sobreviven pocos capítulos y algunas ideas. Quienes conocen mis reticencias y contradicciones saben lo difícil que es soportarme en cualquier empresa. Así lo sufrieron todos los que, desde distintas partes del mundo, me han solicitado autorización para trabajar en mis novelas.

 

25 años después de Jorge Luis Borges

Jorge Luís Borges 1951

Jorge Luís Borges 1951. Image via Wikipedia

En el río eterno de Borges

Por:Winston Manrique Sabogal

Si a uno le preguntan por un escritor que represente o simbolice el libro y el mundo de la literatura es casi seguro que entre los elegidos esté Jorge Luis Borges (1899-1986). Su pensamiento y su creación literaria y su figura pasaron a ser, aún ya en vida, sinónimo de pasíon y sabiduría literaria. Sin duda es uno de los autores en español más importantes del siglo XX, y uno de los más queridos por los lectores y más admirado por los propios escritores.

Por eso hoy, cuando se cumplen 25 años de su fallecimiento, quiero rendirle un homenaje, agradecerle los infinitos momentos de placer y enseñanza, y me gustaría que entre todos lo recordemos. Yo empecé a leer a Borges por el final. O casi. Fue con el cuento La intrusa, cuando estaba haciendo las prácticas de periodismo en Bogotá. Aunque sabía de qué trataban un buen número de sus relatos, así como de su fama, prestigio y querencia por parte de los lectores me parecía que al saber sus historias y oír tanto hablar de él no me iba a descubrir mayor cosa. ¡Error! ¡Craso error!. Después de La intrusa desandé el camino borgeano. Y con motivo del centenario de su nacimiento, 24 de agosto de 1899, escribí un reportaje en EL PAÍS titulado La última tarde Borges en Buenos Aires. Fue mi primer homenaje público a quien nos ha legado más qu elibros, historias, las del El Aleph o Ficciones con tanto cuentos maravillosos en todos los sentidos, y tan adelantados para su tiempo que por eso gozan de una luminosidad admirable.

Y aunque me gusta muchísimo el Borges de los relatos, el Borges oral, el Borges de las conferencias con sus teorías y reflexiones sobre la literatura, la vida, la Historia, el tiempo, el espacio o la inmortalidad, Todo él confluye en el Borges poeta. Por eso voy a reproducir uno de sus poemas donde condensa gran parte de su universo siempre en expansión:

Arte poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua 
y recordar que el tiempo es otro río, 
saber que nos perdemos como el río 
y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño 
que sueña no soñar y que la muerte 
que teme nuestra carne es esa muerte 
de cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo 
de los días del hombre y de sus años, 
convertir el ultraje de los años 
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso 
un triste oro, tal es la poesía 
que es inmortal y pobre. La poesía 
vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara 
nos mira desde el fondo de un espejo; 
el arte debe ser como ese espejo 
que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios, 
lloró de amor al divisar su Itaca 
verde y humilde. El arte es esa Itaca 
de verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable 
que pasa y queda y es cristal de un mismo 
Heráclito inconstante, que es el mismo 
y es otro, como el río interminable.

Con estos versos del cosmos borgeano rindo homenaje a ese hombre que escribió que alguien es inmortal mientras se le recuerde: «La inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos. (…) Sé muchos poemas anglosajones de memoria. Lo único que no sé es el nombre de los poetas. ¿Pero qué importa eso? ¿ Qué importa si yo, al repetir poemas del siglo IX, estoy sintiendo algo que alguien sintió en ese siglo? Él está viviendo en mí en ese momento, yo no soy ese muerto. Cada uno de nosotros es, de algún modo, todos los hombres que han muerto antes. No sólo los de nuestra sangre».

Poco más que decir. ¿Y tú, con qué verso o poema o idea de Borges quieres hacerlo hoy más inmortal?

 

Fotografía de Grete Stern

Pd. La última tarde Borges en Buenos Aires, por Winston Manrique

[Fuente>>]

Osama y los peligros de la perspectiva cónica

perspective

Image by jmsmytaste via Flickr

 

Osama y los peligros de la perspectiva cónica

Sin quererlo, en 1690 Sor Juana Inés de la Cruz demostró, con su vida y con su muerte, que una persona puede ser terriblemente censurada mediante la publicación de sus propios textos. Algo semejante se podría considerar sobre la censura de los medios de comunicación. No es necesario silenciar a alguien para censurarlo. Nadie prohíbe que un aficionado grite en un estadio repleto de gente, pero tampoco nadie, o casi nadie lo va a escuchar. Si tuviese algo importante que decir o que gritar estaría en la misma, o en casi la misma situación que alguien que ha sido amordazado en una sala silenciosa.

Algo semejante ocurre con la importancia de cada evento global. En este siglo es casi imposible una dictadura al estilo del siglo XX, digamos una dictadura absoluta de algún general en alguna república bananera o de un gran país como Estados Unidos o la Unión Soviética donde había diferentes concepciones sobre la libertad de expresión; en uno, el Estado era dueño de la verdad y de las noticias; en el otro, los millonarios y los gerentes de las grandes cadenas de información eran los dueños de casi toda la libertad de expresión.

Con el arribo y casi instalación de la Era digital, también aquellos modelos de censura se volvieron obsoletos. No la censura. Los individuos reclamaron y en muchos casos obtuvieron cierta participación en la discusión de los grandes temas. Sólo que ahora se parecen a aquel aficionado de fútbol que grita en un estadio enardecido. Su voz y sus palabras virtuales se pierden en océanos de otras voces y de otras palabras. De vez en cuando, casi siempre por una relevante frivolidad como demostrar la habilidad de morderse un ojo o por haber tenido el mérito de crear la peor canción del mundo o la mejor teoría conspiratoria (imposible de probar y de refutar), algunos saltan a la fugaz celebridad de la que hablaba Andy Warhol. Siempre he sospechado que las teorías conspiratorias son creadas y promovidas por los supuestos perjudicados. Como decía uno de mis personajes en Memorias de un desaparecido (1996): “no existe mejor estrategia contra un rumor verdadero que inventar otro falso que pretenda confirmarlo”.

Pero claro, esta teoría de una “fabrica de conspiraciones” no deja de pertenecer al mismo género de las teorías conspiratorias. El mecanismo y la trampa se basan en una premisa: de cada mil teorías conspiratorias, una es, o debe ser, verdad.

Como la teoría X ha tomado estado público, no se la puede suprimir. La mejor forma es hacerla desaparecer entre un mar de absurdos semejantes.

Ahora, dejemos de lado por un momento el problema de si existe un grupo, un gobierno o una agencia que mueve los hilos de la percepción mundial (que es lo mismo que mover los hilos de la realidad). Vamos a asumir que todo se trata de una creación colectiva en la que todos participamos, como una macro cultura, como una civilización o como un sistema sobrenatural que suele recibir diversos nombres, algunos muy gastados.

En su lugar podemos concentrarnos en los hechos. Por ejemplo, un hecho es que, al igual que en cualquier otro período de la historia, “nosotros somos los buenos y ellos son los malos”, lo que justifica nuestro accionar brutal o explica por qué somos víctimas del sistema en cuestión.

Pero si volvemos al punto concreto de la censura (uno de los instrumentos principales de cualquier poder dominante) veremos que en nuestro tiempo queda una forma posible y devastadora por su alta eficacia: la promoción de “lo que es importante”.

Un rápido y reciente ejemplo es la muerte o asesinato de Osama Bin Laden. Cierto, yo tampoco me negué a responder a entrevistas de radio de muchos países y hasta en diversos idiomas. En todos de los casos fue más por un gesto de amabilidad que de convicción. Sin embargo, esta vez me abstuve de escribir sobre el tema.

En mi modesta opinión, entiendo que se ha cumplido una vez más el mecanismo de la censura contemporánea: el exceso de discusión y pasión con que las partes disputan la verdad sobre un tema nos inhabilita para concentrarnos en otros temas y, sobre todo, para valorar la importancia de unos temas sobre otros. Es como si alguien o algo decidieran qué es importante y qué no, como alguien o algo decide qué estilo o qué color de ropa debe llevarse en una temporada.

Por ejemplo, no hubo medio de comunicación en que periodistas, lectores y usuarios de todo tipo, color y nacionalidad discutieran apasionadamente durante semanas sobre la legitimidad del ajusticiamiento de bin Laden. Por supuesto que todo puede y debe ser revisado. Pero si bien es legítimo un debate de este tipo, se torna globalmente trágico cuando observamos que el foco de atención ha determinado y definido lo que es importante. Sin embargo, ¿qué importa si un personaje nefasto (ficticio o real) como bin Laden fue bien o mal ejecutado cuando ni se menciona lo indiscutible: el asesinato de niños y otros inocentes como rutinarios efectos colaterales?

En el caso de la ejecución de bin Laden, al menos esta vez Estados Unidos procedió de una forma realmente quirúrgica, como falsamente se ha proclamado en otras ocasiones. La vida de los niños que moraban en la casa fue preservada, más allá, obviamente, de la experiencia traumática. Mas allá de que esta opción debió ser estratégica y no humanitaria, recordemos que no hace muchos años, meses, se optaba por bombardear el objetivo sin importar los “efectos colaterales”, es decir, sin importar la presencia de inocentes, muchas veces niños. Esta tragedia ha sido tan común en la historia contemporánea que las autoridades afectadas se limitaban apenas a reclamar mejores explicaciones de peores barbaridades antes de echarlas al olvido colectivo.

Para no irnos muy lejos bastaría con mencionar el reciente bombardeo a la casa del dictador libio (o llámenlo como quieran) Muammar Gaddafi por parte de la OTAN. En este bombardeo no murió el “objetivo”. La operación quirúrgica mató, asesinó, a varias personas, entre ellas el hijo de Gaddafi, y a tres de sus nietos. Pero estos niños, aunque no lo crean, tenían nombres y edades: Saif, de 2 años; Carthage, de 3; y Mastura, de 4 meses. Lo peor es que no son excepciones. Son la regla.

¿Quién recuerda sus nombres? ¿A quién le importa?

En esto no hay relativismos: un niño es un ser inocente sin importar la circunstancia, la identidad, la religión, la ideología o cualquier acción de sus padres. Un niño es siempre (siempre) inocente y lo es sin atenuantes, por más que como padres muchas veces nos hagan perder la paciencia.

Si la policía de cualquiera de nuestros países civilizados arrojase una bomba en la casa del peor de los asesinos, del peor de los violadores y matase a tres niños, seguramente habría una revuelta popular en ese país. Si el gobierno hubiese dado la orden de semejante procedimiento, seguramente caería en menos de veinticuatro horas y sus responsables serían llevados ante pulcros tribunales.

Pero como lo mismo se les hizo a niños pertenecientes a pueblos barbaros, salvajes, atrasados, entonces la acción se convierte en un simple “efecto colateral” y sus autores son apreciados como líderes responsables y valerosos que defienden la civilización, la libertad y, en definitiva, la vida de los inocentes.

Y para que la discusión no tome el centro de todas las discusiones, alguien o algo decide que lo realmente importante es discutir sobre la forma o la legitimidad de la ejecución de un tipo que había hecho meritos suficientes para terminar como terminó.

Jorge Majfud

11 de mayo de 2011.

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