Freedom Fighters: Contras y Talibanes

RT

2 de febrero de 1983: los muyahidín (por entonces llamados «freedom fighters» o «luchadores por la libertad») son recibidos en la misma Casa Blanca por el presidente Ronald Reagan.

Luego de la derrota en Vietnam, el ex secretario de Estado Henry Kissinger y la ex socialista y futura halcón de la derecha del gobierno de Reagan, Jeane Kirkpatrick, manifestaron que, para recuperar el prestigio perdido, Estados Unidos debía inventar alguna guerra que pudiesen ganar. Según Kirkpatrick, Nicaragua era una buena candidata, pero mejor aún era Granada, una isla en el Caribe de apenas cien mil habitantes, cuyo presidente había cometido la osadía de declarar que su país era independiente y soberano y, por lo tanto, podía tener comercio con quien se le antojase. La gloriosa invasión y la liberación de los estudiantes estadounidenses que no querían ser liberados de una tiranía inexistente, tuvo lugar en 1983 y hasta los burócratas que nunca abandonaron sus escritorios en Washington recibieron medallas al valor en la guerra.

La estrategia procede de los primeros años del siglo XIX, cuando Washington quiso anexar Canadá y terminó con la casa de gobierno en llamas (a partir de ahí pintada de blanco, para esconder la infamia del humo), por lo que decidió expandirse hacia el oeste y hacia el sur, tierra de razas inferiores y desarmadas. A finales del mismo siglo, luego de predecir «una explosión» en Cuba y un año antes de inventar el mito del hundimiento del USS Maine, en 1897, apenas nombrado secretario adjunto de la marina por el presidente McKinley, el futuro presidente Theodore Roosevelt le escribió a un amigo: “estoy a favor de casi cualquier guerra, y creo que este país necesita una”. Nada mejor que ser ofendidos a noventa millas de distancia por un imperio que se caía a pedazos como lo era España, armados con barcos de madera para defenderse de navíos metálicos y con tecnología de última generación.

En su tercer película, en 1988, Rambo (Sylvester Stallone) luchará codo a codo con estos valerosos “freedom fighters” de la exótica Afganistán. La misma catarsis de frustración de Vietnam, la misma historia de la superpotencia militar que, por sí sola, sólo podía derrotar pequeñas islas tropicales como Filipinas o Granada y, para peor, en 1961 fue derrotada por una de ellas y sin ayuda, Cuba.

Como tantos otros grupos «rebeldes», los talibán son una creación, aunque no original, de la CIA. En los años 70 y 80 Washington se propuso derrocar al gobierno socialista del escritor Nur Muhammad Taraki. La secular República Democrática de Afganistán, presidida por una breve lista de intelectuales de izquierda, sobrevivió a duras penas de 1978 a 1992, cuando fue destruida por los talibán. Si Muhammad Taraki y otros que le sucedieron habían luchado por establecer la igualdad de los derechos de las mujeres (como en 1956 otro socialista árabe, Gamal Nasser en Egipto), los talibán irían por el camino contrario. 

Como lo recoge el mismo New York Times en un obituario olvidado, Osama bin Laden había recnocido: «Allí [en Tora Bora] recibí voluntarios que venían del reino saudí y de todos los países árabes y musulmanes. Establecí mi primer campamento donde estos voluntarios fueron entrenados por oficiales paquistaníes y estadounidenses. Las armas fueron proporcionadas por los estadounidenses, el dinero por los saudíes”. El complejo de Tora Bora, donde se escondían los miembros de Qaeda, había sido creado con ayuda de la CIA para funcionar como base para los afganos que luchan contra los soviéticos y contra el gobierno de la época. Aunque los muyahadin y los taliban no fueron un mismo grupo, como Osama Bin Laden y como muchos otros, el fundador de los Talibán, Mohammed Omar, fue un muyahid. 

Un año antes de recibir a los muhayadin en la blanquísima Casa Blanca, el mismo presidente Ronald Reagan había visitado a uno de sus «dictadores amigos», el genocida guatemalteco Efraín Ríos Montt, y lo había reconocido como un ejemplo para la democracia de la región. Lo mismo habían hecho poderosos pastores, fanáticos como Pat Robertson del Club700. Entre las proezas del dictador Ríos Montt se incluye el haber masacrado a más de 15.000 indígenas a los que se les había ocurrido la mala idea de defender sus tierras, codiciadas por las corporaciones extranjeras y la tradicional oligarquía criolla. Poco después, el presidente Reagan, hoy elevado a la categoría de mito por republicanos y demócratas por algo que no hizo (la desarticulación final de la Unión Soviética), calificará a los Contras de América Central (los militares de la derrotada dictadura de Somoza en Nicaragua), también como «freedom fighters”.

Cuando el Congreso de Estados Unidos prohíba más millones de dólares al grupo terrorista de los Contras, la administración Reagan venderá en secreto armas a Irán a través de Israel; el dinero lavado será depositado en un banco suizo y luego transferido a los Contra en Honduras.

Como los muyahidín, los Contras fueron entrenados y financiados por la CIA y, poco después, se convertirán en las maras que asolan América Central y, en casos, los mismos Estados Unidos.

Cuando los entrenadores vuelvan a su país, Estados Unidos, se dedicarán a “proteger la frontera” de los invasores pobres que vienen en busca de trabajo. De pura nostalgia, muchos de esos pobres serán cazados como si se tratase de
revolucionarios en su propia tierra.

Cuando en agosto de 2021 los Talibán tomen decenas de ciudades y, finalmente Kabul, en apenas una semana, pulularán los análisis de prensa en Estados Unidos, tratando de explicar lo inexplicable, luego de veinte años de guerra, ocupación, cientos de miles de muertos y cientos de billones de dólares. Todos, o casi todos, harán gala de su radicalismo analítico y comenzarán o culminarán con la advertencia: comencemos por el «very beginning» (el principio del principio) de esta historia: los ataques terroristas del 11 de setiembre de 2021.

Como había dicho el mismo Ronald Reagan en la Biblioteca del Congreso, el 24 de marzo de 1983 para celebrar la conquista del Oeste Salvaje: “los estadounidenses no creían del Oeste lo que era verdad sino lo que para ellos debía ser verdad”.

Claro que también hubo estadounidenses dispuestos a decirles a los fanáticos las verdades que son, no las que deberían ser. Claro que muy pocos agradecieron semejante favor. Todo lo contrario.

 

JM, agosto 2021

 

 

 

https://debateplural.com/inicio/2021/08/21/contras-y-talibanes/

«Freedom Fighters»: Contras und Taliban

 

Präsident Reagan mit Vertretern der afghanischen Mudjahedin am 2. Februar 1983 im Weißen Haus

QUELLE:MICHAEL EVANS LIZENZ:PUBLIC DOMAIN

Jorge Majfud

Nach der Niederlage in Vietnam sagten der frühere Außenminister Henry Kissinger und die ehemalige Sozialistin und spätere Ultrarechte in der Regierung von Ronald Reagan, Jeane Kirkpatrick, dass die USA einen Krieg erfinden müssten, den sie gewinnen könnten, um verlorenes Prestige zurückzugewinnen.

Kirkpatrick zufolge war Nicaragua ein guter Kandidat, aber noch besser war Granada, eine Karibikinsel mit kaum 100.000 Einwohnern, deren Präsident so unverschämt war zu erklären, dass sein Land unabhängig und souverän ist und daher mit jedem Handel treiben könne, mit dem es Lust hatte.

Die glorreiche Invasion und Befreiung US-amerikanischer Studenten, die sich nicht von einer nicht existierenden Tyrannei befreien lassen wollten, fand 1983 statt, und selbst die Bürokraten, die ihren Schreibtisch in Washington nie verließen, erhielten Medaillen für Tapferkeit im Krieg.

Die Strategie stammt aus dem frühen 19. Jahrhundert, als Washington Kanada annektieren wollte und damit endete, dass der Amts- und offizielle Regierungssitz des Präsidenten der Vereinigten Staaten in Flammen aufging (danach wurde er weiß gestrichen, um die Schande des Brandes zu verbergen), so dass er beschloss, nach Westen und Süden zu expandieren, in Gebiete von «minderwertigen und unbewaffneten Rassen».

Am Ende desselben Jahrhunderts, nachdem er «eine Explosion» in Kuba voraussagte und ein Jahr vor der Erfindung des Mythos vom Untergang der USS Maine im Jahr 1897, schrieb der gerade zum stellvertretenden Marineminister von Präsident Willian McKinley ernannte und zukünftige Präsident Theodore Roosevelt an einen Freund: «Ich bin für fast jeden Krieg, und ich denke, dieses Land braucht einen».

Es gibt nichts Besseres, als neunzig Meilen entfernt von einem auseinanderbrechenden Imperium wie Spanien angegriffen zu werden, mit Holzschiffen bewaffnet, um sich gegen Metallschiffe und modernste Technologie zu verteidigen.

In seinem dritten Film, 1988, wird Rambo (Sylvester Stallone) Seite an Seite mit diesen tapferen «freedom fighters» (Freiheitskämpfern) des exotischen Afghanistan kämpfen. Dieselbe Katharsis der Frustration von Vietnam, dieselbe Geschichte der militärischen Supermacht, die im Alleingang nur kleine tropische Inseln wie Grenada besiegen konnte und zu allem Überfluss 1961 von einer dieser Inseln, nämlich Kuba, ohne Hilfe besiegt wurde.

Wie so viele andere «Rebellen»-Gruppen sind auch die Taliban eine Schöpfung der CIA, wenn auch keine originäre. In den 1970er und 1980er Jahren versuchte Washington, die sozialistische Regierung des Schriftstellers Nur Muhammad Taraki zu stürzen. Die säkulare Demokratische Republik Afghanistan, die von einer kleinen Gruppe linker Intellektueller geführt wurde, überlebte nur knapp von 1978 bis 1992, als sie von den Taliban zerstört wurde.

Wie die New York Times selbst in einem vergessenen Nachruf berichtet, hatte Osama bin Laden eingestanden: «Dort [in Tora Bora] habe ich Freiwillige empfangen, die aus dem saudischen Königreich und aus allen arabischen und muslimischen Ländern kamen. Ich richtete mein erstes Lager ein, in dem diese Freiwilligen von pakistanischen und US-amerikanischen Offizieren ausgebildet wurden. Die Waffen wurden von den Amerikanern geliefert, das Geld von den Saudis».

Das Tora Bora-Gebiet, in dem sich Qaida-Mitglieder versteckten, war mit Hilfe der CIA als Stützpunkt für die Afghanen eingerichtet worden, die gegen die Sowjets und die damalige Regierung kämpften. Obwohl die Mudjahedin und die Taliban nicht ein und dieselbe Gruppe waren, war der Gründer der Taliban, Mohammed Omar, ein Mudjahedin wie Osama Bin Laden und viele andere.

Ein Jahr bevor er die Mudjahedin im Weißen Haus empfing, hatte Präsident Ronald Reagan persönlich einen seiner «Diktatorenfreunde», den völkermordenden Guatemalteken Efraín Ríos Montt, besucht und ihn als ein Beispiel für die Demokratie in der Region anerkannt. Das Gleiche taten mächtige Pastoren, Fanatiker wie Pat Robertson vom The 700 Club.

Zu den Heldentaten des Diktators Ríos Montt gehörte das Massaker an mehr als 15.000 Indigenen, die auf die schlechte Idee kamen, ihr Land zu verteidigen, das von ausländischen Konzernen und der traditionellen kreolischen Oligarchie begehrt wurde.

Kurz darauf stellte Präsident Reagan, der heute von Republikanern und Demokraten für etwas, das er nicht getan hat (die endgültige Zerschlagung der Sowjetunion), zum Mythos erhoben wird, die Contras in Mittelamerika (Soldaten der gestürzten Somoza-Diktatur in Nicaragua) ebenfalls als «Freiheitskämpfer» dar.

Als der US-Kongress weitere Millionen Dollar für die terroristischen Contras untersagte, wird die Reagan-Regierung heimlich über Israel Waffen an den Iran verkaufen; das gewaschene Geld wird in einer Schweizer Bank deponiert und dann an die Contras in Honduras überwiesen werden.

Wie die Mudjahedin wurden auch die Contras von der CIA ausgebildet und finanziert und werden bald darauf zu den Maras, die Mittelamerika und in einigen Fällen auch die USA selbst heimsuchen.

Wenn die Ausbilder in ihr Heimatland, die USA, zurückkehren, werden sie «die Grenze» vor den armen Eindringlingen schützen, die auf der Suche nach Arbeit kommen. Aus reiner Nostalgie werden viele dieser armen Menschen eingemeindet, als wären sie in ihrem eigenen Land Revolutionäre.

Als die Taliban im August 2021 in kaum einer Woche Dutzende Städte und schließlich Kabul einnehmen, sprießen in den USA die Presseanalysen nur so und versuchen, das Unerklärliche zu erklären, nach 20 Jahren Krieg, Besatzung, Hunderttausenden von Toten und Hunderten von Milliarden Dollar. Alle, oder fast alle, zeigen ihre analytische Radikalität und beginnen oder enden mit der Warnung: Beginnen wir mit dem «very beginning» (dem Anfang vom Anfang) dieser Geschichte, den Terroranschlägen vom 11. September 2021.

Wie Ronald Reagan selbst am 24. März 1983 in der Library of Congress anlässlich der Eroberung des Wilden Westens sagte: «Die Amerikaner glaubten vom Westen nicht, was wahr war, sondern was für sie wahr sein sollte».

Natürlich gab es auch US-Amerikaner, die bereit waren, den Fanatikern die Wahrheiten zu sagen, die sind, nicht die, die sein sollten. Natürlich waren nur sehr wenige für einen solchen Gefallen dankbar. Ganz im Gegenteil.

https://amerika21.de/analyse/253667/kabul-game-over

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2 comentarios en “Freedom Fighters: Contras y Talibanes

  1. La situación de las mujeres y sus derechos civiles,en una sociedad integrista como la musulmana,serán ahora enarbolados por la prensa,como la debacle, y quieren mostrar la causa civilizadora de la ocupación militar ahora en retirada.Pero la secularizacion de la sociedad en Afganistán no fue propuesta por nadie, como condición de esa retirada y ese «alto valor occidental».¿Que hay de verdad y conveniencia en ello?

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