¿Hasta cuándo resistirá la Humanidad que se la asesine todos los días? Podemos ser irracionales la mayor parte de nutras vidas, pero nunca podemos permitirnos ese lujo o debilidad cuando estamos juzgando a otro y mucho menos cuando su vida depende de ese juicio. El silencio nos convertirá en el árbol que sostenga a los inocentes asesinados por la Ley
En otras oportunidades hemos recordado algunas de las interminables contradicciones de las ortodoxias y de las ortopraxias —ambas son, por lo menos, incompatibles. En nuestras propias culturas y sociedades, en nuestras propias historias y en nuestros presentes descubrimos caudales inagotables de crueldad y de hipocresía. No hay diálogo sin el Otro, y en el otro también descubrimos —era inevitable— tantas virtudes como abominables defectos, tanta incomprensión ajena como la hay en nosotros. Y lo que es peor: sordera. La Globalización no ha mitigado ese desconocimiento sino que lo ha agravado en muchos aspectos, porque la comprensión y el conocimiento no llegan necesariamente con los medios de comunicación sino con la comunicación entre los pueblos y entre los individuos. Cuando en África sonó el primer tambor para comunicar intenciones ajenas, éste facilitó la información a distancia, pero también la traición y la guerra: la destrucción del otro(1). Y esa comprensión del otro hoy está más amenazada, como puede estarlo el grito de un niño en un estadio de fútbol: se le ha otorgado el derecho de gritar sus verdades y sus angustias, pero ya nadie puede escucharlo en medio del griterío.
En rigor, no podemos conocer algo que previamente deformamos en el proceso de conocimiento. Esto sucede en la ciencia que se ocupa de las escalas infinitesimales, pero a escala humana no es inevitable. Por suerte, en nuestra escala humana todo, o casi todo, se puede cambiar, y esa es la gran tarea cuando nos enfrentamos a nuestras propias contradicciones y a las ajenas también.
También en el otro descubrimos brutales arbitrariedades. O lo que es peor: defectuosas virtudes, verdaderos monstruos celestiales. Como, por ejemplo, alguna vez recordamos y escribimos algunas líneas sobre la negativa del ayatolá Jomeini de mirar por la ventanilla del auto que lo llevaba desde el aeropuerto de París a su casa en el exilio, para evitar contaminarse con el corrupto Occidente que en ese mismo instante lo protegía de su propio gobierno. O su posterior condena a muerte al autor de un libro que nunca había leído, por supuesto, ya que ofendía a Dios. Siguiendo con ejemplos islámicos (Occidente los tiene también, y a montones) habíamos recordado que la frase de Mahoma que los mahometanos radicales más gustan olvidar es aquella que previene que “la tinta del sabio es más valiosa que la sangre del mártir”. Este deliberado olvido se hizo trágico en Argelia, cuando los más radicales islamistas advirtieron que “todo aquel que viva de la pluma morirá por la espada”. Y también pasaron de la letra a la acción. Esto, en rigor, es teología clásica; como no se pueden cambiar las escrituras, se interpreta: allí donde dice “blanco”, en realidad quiere decir “negro”. Con esta nueva interpretación, los fundamentalistas lograron destruir lo que sus antecesores habían construido en sus años de apogeo económico, religioso y cultural.
Para no quedarse atrás en este extraño proceso de santificación, recientemente y con motivo del concurso de Miss Mundo que se debía celebrar en Nigeria, la periodista Isioma Daniel fue condenada a muerte por un artículo en el cual expresaba que Mahoma hubiese elegido una de sus esposas entre las concursantes. No es necesario detenernos a probar que la posibilidad es alta. Esto no hace al centro del problema. Lo que no podemos dejar de contar son los doscientos muertos que dejaron los incidentes y, quizá más importante aún, la condena arbitraria de una persona por sus opiniones. ¿No fue el propio Mahoma, como Jesús, un perseguido por sus expresiones?
Por desgracia, del pasado imperio islámico, tolerante y humanista, conservador y renovador de las artes y las ciencias en los tiempos de la fanática Edad Media europea, apenas quedan escombros, y todos sirven para ser arrojados contra el pasado y contra el futuro por igual. Lo cual es, a todas luces, más una reacción contra Occidente –un Occidente que también tiene las manos teñidas de sangre– que una construcción propia. En Nigeria, por ejemplo, la “Shari’a” se impuso recién en el año 1999, en algunos estados del norte. Según este riguroso conjunto de leyes religiosas, el adulterio se paga con la lapidación y la opinión, aparentemente, con la “fatwa” de muerte. En esta situación se encuentran aún varios hombres y mujeres, entre las cuales la más conocida de los últimos meses fue el caso de Amira Lawal. Amira fue condenada a morir bajo una lluvia de piedras luego de dar el pecho a su hijo, prueba, inocente e irrefutable, del delito imputado a su madre divorciada. Por suerte, Amnistía Internacional logró presentar, ante el gobierno de Nigeria, una carta en oposición a tan salvaje condena, firmada por más de un millón de personas de todo el mundo, lo que persuadió a las autoridades para suspender lo que no se puede llamar ajusticiamiento, sino tortura primitiva o sadismo refinado en nombre de Dios. Sin embargo, este Código Sexual seguirá vigente. Como Amira, muchos hombres y muchas mujeres serán condenadas a morir bajo una lluvia de piedras, no arrojadas desde el cielo sino desde las manos de verdugos, cada uno de los cuales se considerará a sí mismo extensión de la mano de la justicia divina. Y todo por alguno de esos “delitos” sexuales que deberían ser jurisdicción exclusiva de Dios o de la privacidad del individuo. Claro, se podrá decir que también un hombre que mata a su mujer por celos (o viceversa) está cometiendo un crimen. De acuerdo. Pero, en todo caso, su acto es pasional e ilegal, y su drama afectará a su entorno, no mucho más. Sin embargo, cuando se ejecuta a una persona bajo una lógica del absurdo, rica en arbitrariedades y en contradicciones institucionalizadas, no sólo se está asesinando a una persona concreta sino a toda la dignidad humana y, por lo tanto, estamos ante la presencia de un crimen universal.
Se me podrá decir que en Estados Unidos y en China también existe la pena de muerte, y lo sé. Pero no distraigamos la discusión. También yo estoy totalmente en contra de la pena de muerte, ya sea en una silla eléctrica o bajo una lluvia de piedras. Mi razonamiento es simple: primero están los principios, y al final también. Y el primero de los principios será siempre la protección de la vida, o dejaremos de discutir cuando ya no haya humanidad. Luego, en apoyo a los principios elementales, existe una serie de principios más complejos y, por lo tanto, más difíciles de advertir. Por ejemplo, existe un principio elemental que es el principio de no-contradicción. Podemos ser irracionales la mayor parte de nutras vidas, pero nunca podemos permitirnos ese lujo o debilidad cuando estamos juzgando a otro y mucho menos cuando su vida depende de ese juicio.
Ahora, ¿por qué en este artículo me ocupo de Amira y de Isioma, cuando cada día mueren miles de niños de hambre o bajo el aséptico bombardeo de algún gobierno de turno? Porque de “los nuestros” nos ocupamos con frecuencia; porque no sólo estas mujeres aún no han muerto, no sólo porque aún se las piensa matar, sino también porque en este proceso se violan los principios más elementales sobre los cuales se construye cualquier forma de humanidad. Y, sobre todo, porque los crímenes de unos no justifican ni mitigan los crímenes de los otros. En esa trágica escalera de deducciones y contradicciones, se termina por negar y destruir lo que al comienzo era el objeto y el propósito de toda Ley. Así, se fabrican armas para proteger la Paz, se asesina para proteger la Vida, se persigue, se encarcela y se tortura para proteger la Libertad, se insulta a la razón y se impone la arbitrariedad religiosa para alcanzar la Justicia Humana… Uno de estos principios, tal vez uno de los más tímidos y vulnerables, dice que para llevar a cabo un acto de tamaño significado, como lo es el enjuiciamiento de un ser humano, se debe proceder con un mínimo de racionalidad. Y muchos saben que no soy un racional empedernido ni pongo a mi cultura ni a mis costumbres por encima de las otras que me son ajenas. Todo lo contrario. Entonces, ¿de qué “razón” estoy hablando?
Por lo general, las Sagradas Escrituras son arbitrarias. Y esta arbitrariedad no las descalifica cuando procede de una divinidad superior a la razón humana. Sin embargo, un juez o un teólogo que se arrogase la misma arbitrariedad en sus procedimientos estaría cometiendo, por lo menos, blasfemia o usurpación del poder divino. La única posibilidad que le queda es el camino de la racionalidad, aunque parta de principios arbitrarios, de la misma forma que un jugador de ajedrez procede con un razonamiento racional sin quebrantar las reglas de juego que, desde su fundación, son arbitrarias. Ahora, ¿a dónde quiero llegar?
Sabemos que para cualquier musulmán, Cristo es uno de los principales profetas, y que el Nuevo Testamento es uno de sus principales libros sagrados, que pueden estar después que el Corán en importancia pero que lo preceden y le dan sustento histórico y religioso. Sin embargo, de la misma forma que el cristianismo se basó siempre en las palabras de Cristo y en los Libros Sagrados para hacer precisamente todo lo contrario, en cada “fatwa” se repite la misma trágica historia. Me refiero a aquel momento superior de las Escrituras, cuando los maestros de ley y los fariseos arrastraron hasta Jesús a una mujer condenada a muerte. (San Juan 8, 3-11). Interrogados por el motivo, los judíos de la época argumentaron que aquella mujer había cometido adulterio y que, por lo tanto, debía morir bajo una lluvia de piedras, según las leyes dictadas por Moisés. Fue entonces cuando Jesús profirió esa frase que a diario se la usa casi vacía de significado: “el que esté libre de culpa que arroje la primera piedra”. Obviamente, todos se retiraron, ya que alguien que afirmara estar limpio de culpas estaría cometiendo una falta doble: la mentira y la soberbia. Cuando Jesús estuvo solo con la mujer adúltera, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los hombres que te trajeron? Ninguno te ha condenado. Yo tampoco te condeno”.
Está claro que no necesito explicar la metáfora. El que tenga ojos que la lea; el que tenga cabeza que la use. Es más; ni siquiera es necesario tomarla como metáfora. Probablemente, haya sido un hecho real y aleccionador para el resto de la humanidad, hasta el final de sus días sobre la faz de la Tierra. En el caso de Nigeria ni siquiera es necesario cambiar la palabra “piedra” por otra cosa, ni “mujer adúltera” por otra persona. No es necesario cambiar nada. Lo único que se necesita es un poco más de respeto por la humanidad toda. Lo único que necesitamos es poner a Dios en el cielo y a los hombres en la tierra y no confundir los roles que luego producen seres híbridos, deformaciones monstruosas, con barba o pulcramente afeitados, con túnicas o con uniformes, con corbatas o con polleras, como dioses mezquinos o como hombres que se creen dioses. Sin duda, la lección del nazareno es doble: ante la mujer condenada a muerte, Jesús no sólo recuerda la imperfección del resto de los hombres, sino -y aquí radica lo más importante- también deja en claro que la racionalidad debe ser el agente que revise y cambie las leyes preestablecidas, aunque éstas posean un origen divino.
Compañeros de viaje: aunque el absurdo y la injusticia nos abrumen, no debemos rendirnos. Denunciemos estas trágicas contradicciones y juicios arbitrarios, provengan de donde provengan, ya sea desde el Este o desde el Oeste, desde el Norte o desde el Sur, desde Arriba o desde Abajo. O nuestra existencia no tendrá mejor significado que el de un árbol que otros usan para ahorcar a un inocente.
¿Por qué el feminismo y los movimientos por los derechos de la mujer surgieron en Occidente? Creo que la respuesta es bastante sencilla: los derechos de la mujer devienen como problemática consciente luego de la declaración de los derechos del hombre, lo que podríamos fechar (sólo por comodidad intelectual) en los años de la Revolución Francesa. Sin embargo, nada de esto hubiese sido posible sin la previa revolución humanista y la revolución del Renacimiento la que, paradójicamente, aunque deliberadamente se eche al olvido, fue una consecuencia del comercio con la cultura islámica anterior. Estos derechos y libertades, establecidos explícitamente en Francia hace dos siglos, fueron confirmados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Tanto en 1948 como en 1979 (año de la Convención Internacional sobre la Abolición de todas las formas de discriminación contra la Mujer) quedó explícito e insoslayable que la mitad de la población del mundo había sido, hasta entonces, relegada en sus derechos como si se tratase de una especie animal diferente a la del hombre.
En el mundo islámico —para no entrar a complicar el análisis considerando esa gigantesca región humana que es el Este Asiático e, incluso, la mitad sur de África— no existió algo parecido. ¿Pero, por qué? Si bien en la Edad Media el mundo musulmán se encontraba más inclinado hacia un humanismo que era fanáticamente negado por la Iglesia en Europa, luego del Renacimiento el hombre comenzó a tomar un lugar central. Al mismo tiempo que la astronomía, la física, la biología y, finalmente, la psicología lo sacaba del centro material, al mejor modelo ptolemaico, la filosofía (en su camino hacia la epistemología y hacia la ética humanista) lo puso en el centro de todos los objetivos terrenales y metafísicos. Mientras tanto y del otro lado del Mar Mediterráneo, el mundo islámico giraba en otra dirección, volviendo más a las raíces religiosas que le habían sido propias al cristianismo europeo en su apogeo. De esa forma, la máxima mahometana que más gustan olvidar los fanáticos, “la tinta del sabio es más valiosa que la sangre del mártir” se convirtió en la más moderna, fanática y retrógrada —“el que viva de la pluma morirá por la espada”, la que he leído hace pocos años en el informe de una agencia de información internacional, llegada de Argelia, si mal no recuerdo. La historia es así: trágico-paradógica.
En el mundo islámico no existió nada parecido a la subversión del hombre a la autoridad divina, como sí ocurrió en la Europa del humanismo. No ha surgido dentro del seno de su cultura la reivindicación de los Derechos de la Mujer porque tampoco existió una reivindicación de los Derechos del Hombre. Esto, que puede parecer extraño a primera vista no lo es, ya que si bien las sociedades islámicas son predominantemente masculinas en su organización, el hombre no es el centro del derecho ni de la reflexión crítica de su propio destino, sino que está sometido a la fatalidad de la divinidad.
El feminismo tuvo, a mi entender, desde el siglo XIX un período heroico donde su lucha fue por el relamo de un reconocimiento de los derechos igualitarios de las mujeres. Ya pasados la mitad del siglo siguiente, se podría decir que ese reconocimiento fue logrado. Actualmente, aceptar públicamente la igualdad de los derechos de la mujer es una posición “políticamente correcta” —lo que, dicho sea de paso, no deja de ser una amenaza a la lucidez crítica de estas reivindicaciones—, tanto que es sostenida casi unánimemente, incluso en el seno de las sociedades más machistas de Occidente.
Sin embargo, ahora la lucha de las mujeres se orienta en otra sentido: lograr que ese reconocimiento se materialice (se da la paradoja que en el mundo islámico han existido muchas mujeres presidentes, pero ninguna en Norteamérica ni en la mayoría de los países occidentales). Para ello, existen multiplicidad de organizaciones estatales, privadas, ONGs, etc. que se están encargando del trabajo. Las estrategias son varias y los resultados dispares. Podemos reconocer algunas corrientes: 1) el clásico feminismo conbativo, otrora fructífero pero que, al haber obtenido su primer objetivo (el reconocimiento) se ha vuelto más bien inoperante y panfletario; 2) una corriente autocomplaciente en la cual se procura afirmar que las mujeres no sólo son víctimas de un tirano llamado, indiscriminadamente, Hombre, sino que además son buenas, sacrificadas, solidarias, inteligentes y bonitas. Esta ideología simplista tiene un campo fértil en Intrnet, en la televisión y hasta en simposiums y congresos muy bien organizados. Recientemente, en uno de éstos se llegó a la siguiente conclusión: “Hay que montar redes de mujeres ‘triunfadoras’ que pueda establecer una relación solidaria hacia el resto de mujeres que quieran ‘triunfar’.(…) Ser solidariaas. Hay que evitar decir «La culpa es de las mujeres» y evitar criticarnos entre nosotras” Todo esto acompañado por novelas proselitistas donde no se indaga en la condición humana (o mujereana) ni se incomoda con cuestionamientos o reflexiones molestas, sino todo lo contrario: se dice lo que las mujeres quieren oír decir de sí mismas lo que, por otro lado, le viene como anillo al dedo al siempre expansivo mercado de consumo; 3) una corriente que ve en el hombre no sólo al objeto de sus frustraciones personales sino su enemigo y rival con el cual es necesario competir: cuando exista igual número de científicas, de políticas, de conductoras de camiones, de ajedrecistas y de hombres que menstrúen y den a luz se habrá logrado el próximo objetivo; para esta corriente, está demás decir, o la naturaleza es injusta o el ciclo de reproducción de la mujer es una imposición cultural del macho que nunca quiso darle el pecho a sus críos; 4) un grupo que ha entendido que las mujeres deberían tener los mismos derechos que los hombres, pero éstos no se materializan porque existe una pesada herencia social, económica y cultural que estructura los símbolos y hasta los espacios físicos en función de un poder masculino. Dentro de este grupo, incluso, podemos encontrar mujeres que alcanzan a comprender que la herencia cultural del machismo también somete a los hombres, aunque de una forma menos evidente: el mayor acceso de las mujeres a las universidades también significa la presión laboral y exitista de la sociedad hacia los hombres; la sociedad tolera menos un hombre que estudia y es mantenido por su esposa que trabaja que la situación inversa, por no hablar de las presiones sexuales a la que están sometidos los adolescentes varones por parte de la sociedad y de sus propias madres.
De mi paso por la Universidad de la República del Uruguay siempre he rescatado muchas cosas. Una de ellas, por ejemplo, fue la total ausencia de discriminación de género entre nuestros compañeros de aula, hecho que ha sido reconocido en una pasada discusión con otros excompañeros. Si bien es cierto que las estadísticas pueden decir que hay más mujeres alumnas y menos académicas que hombres (es una realidad mundial, incluso en los países más desarrollados), es probable que el número de los dos grupos cambien y se equilibren en un futuro próximo. Sin embargo, creo que es valioso destacar que los varones estudiantes (y luego profesores) nunca nos sentimos disminuidos por tener a nuestro lado una compañera con un mejor rendimiento curricular que el nuestro, ni por tener a una académica grado cinco como jefa de cátedra, sino todo lo contrario: la mayor discriminación siempre estuvo en base a los méritos morales e intelectuales de cada uno, independientemente del sexo. Entiendo que esto sólo puedo referirlo, a título personal y que, sin duda, habrá testimonios contrarios. Sin embargo, rescato que exista el hecho en sí, el cual me gustaría ver ampliado a una escala más universal, a riesgo de estar cometiendo una nueva falta de orgullo o vanidad.
Como todo movimiento de resistencia, la lucha de las mujeres históricamente ha tenido un sustento sólido, justo y humano. Con el tiempo ha logrado importantes avances para la humanidad en general, con lógicos tropiezos y otros argumentos pobres que sólo han logrado confundir sus objetivos más nobles. Es de esperar que su lucha —crítica y autocrítica— siga siendo apoyada, no sólo por los hombres más inteligentes sino, también, por mujeres inteligentes. Tampoco ellas son perfectas.
Por esos días Agadir tuvo un encuentro, en principio intrascendente y casi rutinario, que lo hizo pensar sobre el escabroso ejercicio de olvidar. Fue una tardenoche mientras caminaba por la Empedrada, cerca de la puerta del camposanto. El viento había apurado y sacudía la copa de las palmeras. La arena se levantaba hasta las rodillas, borrando las piedras de la avenida en esa parte casi olvidada de la ciudad, anunciando otra tormenta y un nuevo desborde de la duna mayor sobre la muralla sur que protegía la ciudad. No obstante, la gente hacía las compras diarias y barría las veredas como si hubiese en ello algún resultado.
Doblando por San Jorge, Agadir vio acercarse una marcha de fieles, vestidos de negro desteñido y portando estandartes y banderas rojas con inscripciones doradas. Intentó leerlas pero casi no podía abrir los ojos. Tomaron por Empedrada y pasaron por delante de Agadir como si no existiera. Llevaban la mirada inmutable, marchaban como si fueran un ejército indiferente a la fuerza del viento. Aunque intentó mirar varias veces, apenas pudo ver sus rostros. No pudo reconocer a nadie; una oleada de arena le golpeó en la cara.
Entró por San Jorge y luego por Carmelita. En un callejón donde se cobijaba un burro, descubrió uno de los pocos autos de la segunda guerra que habían llegado a Amarabad, abandonado desde los tiempos de la independencia, ahora medio sumergido en la arena y casi irreconocible. Poco después, al pasar un estrecho arco de piedra, se cruzó con una mujer. Al principio reconoció una una joven hermosa, por su figura esbelta envuelta en paños y tratando de escapar de la fuerza del viento. La miró a los ojos y descubrió una mujer vieja o envejecida, sorprendida por el interés del hombre que avanzaba hacia ella.
Ella se detuvo y le dijo:
—Tú, buen mozo, cargas con una gran tristeza.
—Qué talento —dijo Agadir, procurando alejarse.
—Es un talento que me dio el Señor. Venga, hombre —insistió ella, siguiéndolo, con ese tono que era propio de los gitanos de extramuros— que te adivino la suerte.
—Mi suerte ya la conozco —dijo Agadir—. Si tienes un poco de la buena para darme, estaré agradecido.
—Te voy a adivinar el futuro por veinte dinas.
—No estoy interesado. Dame suerte de la buena y te doy diez dinas.
—Alé, buen hombre, que todo el mundo quiere saber su futuro.
—No todo el mundo.
—Dame veinte y te lo digo todo, todito. Venga, hombre. A ver…
Le tomó la mano derecha. Tenía la cara cruzada de arrugas, del tipo de arrugas abundantes y bien dibujadas de la gente que ha vivido gran parte de su vida extramuros. La arena se le pegaba en la boca y en los ojos, pero ella miraba como si nada.
—Vas a morir —dijo tajante.
—¿No diga? —dijo él—. Mujer. Todos sabemos eso. Unos pocos saben cuándo pero nadie sabe dónde.
—Dios sabe dónde y las adivinas sabemos cuándo. Vengan veinte dinas y te lo digo todo.
Tomó el dinero y estudió más de cerca la mano que se lo había dado, como si lo anterior hubiese estado anunciado en titulares y los detalles estuvieran en letra chica:
— A ver, buen hombre, te nos vas muy pronto. Este año, más tardar en la Navidad. Vas a morir en un sueño. De un sueño pal otro, que es lo mejor.
—¿Todo eso se ve acá? Mire que aún no me lavé las manos. ¿No puede ser que hay una basurita? Digo, tal vez una pequeña manchita que se pueda confundir con la muerte…
—Aquí veo todo y con claridad.
—Morir, y morir pronto, está dentro de lo realizable. No soy un ángel. Claro que eso de morir soñando es algo que no había pensado.
—Si te lo dice una adivina, no es sólo probable. Es seguro. Además, llevo cincuenta años en esto trabajo, y sé lo que digo: te vas morir.
—Al menos que vendas un poco de tu buena suerte —dijo Agadir, un poco nervioso, incomprensiblemente nervioso, como si el sol y la temperatura hubiesen caído de golpe y una ráfaga de aire frío comenzara a soplar. Una hora antes habría dicho que la muerte era el alivio tan largamente esperado. Pero uno se pone viejo y nostálgico y comienza a añorar el presente, todo eso que ve por última vez, como un viajero que abandona una casa querida, una ciudad, un país y sabe que no volverá del exilio. Miró hacia el centro: la gente caminaba inclinada hacia delante, con la cabeza envuelta en paños blancos que la arena y el viento se empeñaban en desenvolver. Era tiempo de buscar refugio, no de ponerse a conversar en la Empedrada sobre las consecuencias de no hacerlo.
—No puedo, buen hombre —dijo la gitana—. Suerte es lo que no puedo vender ni regalar. Ya no me queda de eso y tú puedes observarlo. Pero puedo hacer otra cosa. Si das veinte dinas más, puedo hacer que te olvides de lo que te dije. La gente no gusta de saber cuándo se va morir. Es una de las ignorancias más valiosas que las mantienen con vida y siempre empeñadas en grandes empresas. Esta noche y las que están por venir, vas querer olvidar lo que te dije, que si no lo hubiese visto en esta mano tuya no te hubiese dicho nada.
Un negocio redondo, dijo Agadir. Pero, de alguna forma, la adivina le había dicho la verdad sin saber que lo hacía. Pensó que era como cuando uno conserva la inquietante preocupación por un deber que ha olvidado realizar. Olvido algo importante, y no sé qué es. Como cuando uno conserva la inquietud, el temor, el miedo por un sueño que lo ha perturbado en la noche pero que ya no puede recordar a la mañana siguiente, por lo menos no en detalle, y pero persiste de una forma mucho peor, porque ahora es un secreto al que dejamos de tener acceso.
—De seguro unas cuadras más arriba —dijo Agadir—, hoy mismo, ayer o la semana anterior, otra adivina hizo su mismo trabajo, las dos cosas juntas, la revelación y el olvido, porque hace días ya que camino muy triste, por esta misma calle, y no sé por qué. Todo lo peor ya me ocurrió hace mucho tiempo. La música no es lo que era, las mujeres ya no me agitan el corazón. Como y bebo bien todos los días, mejor que antes. He dejado de buscar la felicidad. Si me haces olvidar lo que me has dicho, no me liberarás de mi tristeza, tendré veinte dinas menos y no sabré por qué estoy tan triste. Ahora, si sé que voy a morir, mi tristeza al menos está justificada.
La adivina balbuceó una maldición indescifrable y se perdió entre las nubes de arena.
Agadir había dejado de buscar la felicidad. Entonces sonrió contra el destino, y la tristeza y la muerte no tuvieron más que reconocer su derrota. Dicen que eso era la alegría.
Con creciente nerviosismo hacía figuras triangulares doblando el papelito donde decía 22-A. Trataba de pensar en las ventajas de la A o de la K sobre las letras intermedias. Estaba seguro que iba a pronunciar la palabra apenas se enfrentase con la mujer de la puerta H.
Esta certeza absurda lo había asustado tanto que sin mirar a ningún lado dio un paso y se salió de la fila. Fingió un malestar. Tomó su maleta y se dirigió al baño. Hizo varios movimientos sospechosos: tomó por un pasillo lleno de gente que se dirigía en dirección contraria; debió forcejear con diez o veinte personas que no advirtieron que alguien iba a contramano. Todos olían a perfume, a limpio. Los hombres llevaban trajes negros y azules. Hasta los homofóbicos llevaban medias y corbatas rosas, porque estaban de moda. Predominaban los perfumes dulces. Alguno, incluso, olía a sandía, pero sin el pegote que produce el azúcar de la sandía secada en la mano. Al menos cinco mujeres llevaban joyas auténticas, con predominancia del oro blanco. Todas se parecían. Todas debían ser hermosas, según los enormes anuncios de belleza de las vidrieras de los free shops. Labios carnosos de una boca que podría abrirse y tragar a una persona. Ojos gigantes de párpados sin arrugas.
Aunque había nacido allí, aunque había vivido cuarenta años allí, 22-A se sentía extranjero, o algo le llamaba la atención. Estaba perturbado por ofender la rigurosa rutina; ultimamente no había cumplido con los servicios habituales de los domingos; una reciente experiencia en la montaña —estuvo una semana sin conexión, alejado por un accidente climático de todos los índices que más ama— lo había mantenido bajo una leve pero sospechosa fiebre. Su nuevo estado se revelaba con enigmáticas freses, quizás pensamientos. “Un día para Dios —le decía a un amigo de la bolsa—; seis días para el Dinero”.
Tomó por otro pasillo sólo por salvarse de la corriente que lo arrastraba en un esfuerzo comprometedor. Aunque no sabía hacia dónde estaba la batería de baños que había usado media hora antes, caminó simulando seguridad. Después de varios cambios de dirección que debieron percibir las cámaras ocultas en oscuras esferas de navidad, dio con unos baños.
Entró en un gabinete arrastrando el carrito de su maleta y se forzó a orinar. Pero no tenía nada para hacer y temió que del ducto de aire lo estuviesen vigilando. Un agujero negro no revelaba la presencia de ningún ojo de vidrio. Ni su ausencia tampoco.
Los diálogos obscenos de los años sesenta que durante años fueron borrados por la rigurosa higiene moral en curso, comenzaban a regresar de una forma más digna. Con letras impresas de impecable color rojo, la empresa W quería recordarle al feliz orinante que el mundo estaba en peligro y necesitaba de su colaboración. Enfrente, en la puerta, otra leyenda prevenía al defecnate de turno de los engaños de toda forma de alivio y de la necesidad de una permanente alerta máxima.
Guardó el pene con pudor y salió, absurdamente nervioso. ¿Qué diría si alguien lo detenía y lo interrogaba? ¿Por qué estaba nervioso? Si no tuviese nada para ocultar no tendría motivos para esa palidez en el rostro, para ese sudor revelador en las manos.
Mientras se lavaba las manos pudo verlo. Esta vez sí, había una pequeña cámara. O fingía ser una cámara, no importa. Como esas semiesferas que cuelgan en las grandes tiendas. De diez, tal vez una tenga una cámara que vigila. Lo importante no es que exista o no, sino que nadie pueda afirmar con certeza si existe o no. Una especie de agnosticismo de la mirada ajena era el mejor freno a los instintos más bajos. Vigilancia que nadie podría acusar como violación de privacidad, porque todos aquellos eran lugares públicos, incluido el sector del baño donde la gente se lava las manos. Las cámaras (o la sospecha de las cámaras) estaban ahí para seguridad de la misma gente. De hecho nadie estaba en contra de este sistema, sino todo lo contrario. Habría que imaginar qué terrible sería si no existiesen esos puntos de control. Quienes de vez en cuando se atrevían a imaginarlo se horrorizaban o escribían voluminosas novelas que se vendían como pan caliente.
Por alguna razón, 22A comprendió que ir al baño y no poder orinar no podría ser nada extraordinario. Menos sospechoso. Esta idea lo calmó. Tocándose el estómago, luego la cabeza, tratando de pensar qué podía haberle hecho mal, salió de nuevo en dirección a la puerta H.
—El monstruo debe morir. ¿Qué opina usted?
—¿Cuál monstruo?
—¿Cuál más? Barbasucia.
—Oh, cierto, Barbasucia, el monstruo…
—Duda de que es un monstruo?
—¿Yo? No, no dudo. Es un monstruo.
—Entonces, ¿por qué pregunta cuál monstruo? ¿Estaba pensando en Barbavieja?
—Bueno, no. No precisamente.
—Qué otro monstruo podría merecer ser juzgado en un tribunal como el que juzgó a Barbasucia? ¿Puede explicárselo a la audiencia de Tú Noticias Show?
—Bueno, no sé…
—Pero duda.
—Sí, claro, dudo. Dudo firmemente.
—Increíble. ¿En quién está pensando?
—No puedo decirlo.
—¿Cómo que no puede? ¿No vivimos en un mundo libre, acaso?
—Yes, Sir. Vivimos en un mundo libre.
—Entonces diga lo que está pensando.
—No puedo.
—¿Acaso no es libre de decir que Barbasucia y Barbavieja son dos monstruos?
—Sí, señor, soy libre de decirlo y de repetirlo.
—¿Entonces?
—¿Soy libre de decir todo lo que pienso?
—Por supuesto. ¿Por qué lo duda?
—Cualquier cosa que diga podría ser usado en mi contra. Es mejor ser una buena persona.
—Claro, libertad y libertinaje no son lo mismo.
—Yes, Sir.
—¿Me va a decir lo que estaba pensando?
—Yes, sir.
—¿Estaba pensando que gracias a Dios los dictadores son juzgados por la justicia?
—Sí, señor. Siempre he pensado que todos los dictadores deberían ser juzgados. Me apena un poco que algunos se escapen siempre.
—Excelente. El problema es que no vivimos en un mundo perfecto. Pero sus palabras son muy valientes. Claro que semejante acto de rebeldía no hubiera sido posible bajo una dictadura monstruosa como la de Barbasucia o la de Barbavieja.
—Sí, señor.
—¿Se da cuenta que puede decirlo libremente?
—Sí, señor.
—¿Alguien lo está torturando para decir lo que no quiere decir?
—Señor, no señor.
—Comprende, entonces, el valor de la libertad?
—Sí, señor.
—Excelente. Volvemos a estudios y seguimos con Tú Noticias Show, donde Tú eres la estrella protagónica. ¿Me escucha Rene? ¿Aló me escuchan?
Pero no se puso en la fila que estaba esperando para ingresar. Quiso saber si estaba seguro de sí mismo. Por un instante se sintió mejor, ya no tenía los síntomas del pánico. Pero todavía no había alcanzado la certeza de que aunque lo obligaran, no iba a pronunciar la palabra. Sabía que bastaban fracciones de segundo para pronunciarla. Fracciones que habían sido fatales para mucha gente que, ignorantes del peligro, ignorantes de las consecuencias de sus actos, se habían atrevido a usarla en broma. Sabía del caso de un senador extranjero que había entrado en una tienda para comprar una pluma. Cuando pasó por la caja la empleada le preguntó qué era aquello. ¿Para qué diablos preguntó eso? ¿No sabía que una pluma se usa habitualmente para escribir? Aún si la pluma tenía otras funciones, por ejemplo sexuales o para servirse el pan en el desayuno, ¿qué le importaba a ella para qué quería ese objeto diminuto que se vendía en su propio negocio? Es decir, en el negocio de alguien que ella no conocía pero para el cual trabajaba día tras día bajo de aquellas luces que no permitían saber si era de día o de noche, como en los gallineros industrializados donde las buenas ponedoras no ven nunca la luz variable del sol.
Una pluma señorita. Eso debió responder el senador. Pero no, el muy torpe dijo la palabra, como si la ironía fuese reconocida por la ley. Qué tonto; la ironía sólo es reconocida por la inteligencia. Si aquello fuese aquello el senador no lo hubiese dicho. Lo dijo porque aquello no era aquello y decirlo debía ser gracioso, como cuando los surrealistas ponían en un museo una pipa y de título Esto no es una pipa.
El senador tuvo suerte porque era senador. Su país pagó una fortuna y lo dejaron libre después de varios días de cárcel. Un pobre diablo quién sabe qué. Un pobre diablo tiene que cuidarse mucho de no decir la mala palabra y, además, no parecer que está a punto de decirla.
Apenas llegó a este punto se dio cuenta que decirla era cuestión de una leve distracción. De una leve traición, de esas que un hombre o una mujer enferma suele ejercer contra su misma integridad física, arrojándose de un balcón sin razones o estampándole un beso a la mujer más puritana del continente, que al mismo tiempo es la jefa de quien depende el trabajo y la vida de un pobre diablo, un diablo enfermo.
Se puso de pié casi con rebeldía. Se puso de pié sin pensarlo. De repente se descubrió de pié, rodeado de gente que sin detener su marcha apurada lo miraba como si estuviese rayado. Comenzaba a parecer sospechoso, ahora ya no solo sospechoso para sí mismo sino para el resto de la gente. Se dio cuenta de que lejos de favorecerlo la prórroga y la meditación le estaban haciendo mal. En malas, en pésimas condiciones llegaría a la mujer de la puerta H. Se enfrentaría a la menos linda de todas las funcionarias y le diría la palabra. Cuanto más pensara más probabilidades tendría. ¿No había estado pensando en ir a la puerta H cuando de repente se vio a sí mismo parado, de un salto, al lado de su maleta gris y de las demás personas que lo veían pasar?
De repente, sin recordar los pasos anteriores, se encontró frente a la mujer de la puerta H que le preguntaba:
—¿Algo para declarar?
A lo que respondió con un silencio que sospechosamente se iba alargando.
La mujer de la puerta H lo miró y miró al guardia. El guardia se acercó sacando un transmisor de la cintura. Enseguida aparecieron dos más.
La mujer repitió la pregunta anterior.
—Algo para declarar?
—Paz —dijo.
Los guardias lo tomaron de los brazos. Sintió que unas pinzas hidráulicas le cortaban los músculos y finalmente le partían los huesos.
—Paz! —gritó esta vez— un poco de Paz, sí, eso es, Paz! ¡Paz, carajo! ¡Paz, la concha de tu madre!
Los guardias lo inmovilizaron con una dosis eléctrica de alto amperaje.
Fue acusado ante tribunales de atentar contra la seguridad pública y más tarde condenado por haber ocultado a tiempo la palabra con la palabra Paz, que también es peligrosa en estos tiempos especiales. La defensa apeló el fallo recurriendo a alteraciones psiquiátricas, producto de su traumática experiencia reciente en la montaña.
بقلق متزايد، كان يرسم أشكالاً مثلثة بثني الورقة الصغيرة التي كتب عليها 22-A. كان يحاول التفكير في مزايا الحرف A أو K على الحروف الوسطى. كان متأكداً من أنه سيقول الكلمة بمجرد أن يواجه المرأة عند الباب H.
هذه اليقين السخيف أخافه لدرجة أنه دون أن ينظر إلى أي مكان، خطا خطوة وخرج من الطابور. تظاهر بالمرض. أخذ حقيبته وتوجه إلى الحمام. قام بعدة حركات مشبوهة: سلك ممرًا مزدحمًا بالناس الذين يتجهون في الاتجاه المعاكس؛ واضطر إلى الصراع مع عشرة أو عشرين شخصًا لم يلاحظوا أن هناك شخصًا يسير في الاتجاه المعاكس. كان الجميع يفوح منهم رائحة العطر والنظافة. كان الرجال يرتدون بدلات سوداء وزرقاء. حتى المثليون كانوا يرتدون جوارب وربطات عنق وردية، لأنها كانت موضة. كانت العطور الحلوة هي السائدة. كان بعضها يفوح برائحة البطيخ، ولكن دون اللزوجة التي يسببها سكر البطيخ المجفف في اليد. كانت خمس نساء على الأقل يرتدين مجوهرات أصلية، مع غلبة الذهب الأبيض. كانت جميعهن متشابهات. كان من المفترض أن تكون جميعهن جميلات، وفقًا للإعلانات الضخمة عن الجمال في واجهات المتاجر الحرة. شفاه ممتلئة لفم يمكن أن يفتح ويبتلع شخصًا. عيون عملاقة بجفون خالية من التجاعيد.
على الرغم من أنه ولد هناك، وعلى الرغم من أنه عاش هناك أربعين عامًا، إلا أن 22-A كان يشعر بأنه غريب، أو أن هناك شيئًا ما يلفت انتباهه. كان منزعجًا من إخلاله بالروتين الصارم؛ ففي الآونة الأخيرة لم يقم بخدماته المعتادة أيام الأحد؛ وتجربة حديثة في الجبل —قضى أسبوعًا دون اتصال، بعيدًا عن كل المؤشرات التي يحبها بسبب حادث مناخي— أبقته تحت حمى خفيفة ولكنها مشبوهة. كان حالته الجديدة تتجلى في عبارات غامضة، ربما أفكار. ”يوم لله“، قال لصديق له في البورصة؛ ”ستة أيام للمال“.
اتخذ ممرًا آخر فقط لينجو من التيار الذي كان يجره في جهد محفوف بالمخاطر. على الرغم من أنه لم يكن يعرف أين توجد مجموعة الحمامات التي استخدمها قبل نصف ساعة، إلا أنه مشى متظاهرًا بالثقة. بعد عدة تغييرات في الاتجاه لا بد أن الكاميرات الخفية في كرات عيد الميلاد المظلمة قد التقطتها، عثر على الحمامات.
دخل إلى أحد المراحيض وهو يجر عربة حقيبته وأجبر نفسه على التبول. لكن لم يكن لديه ما يفعله وخشي أن يكونوا يراقبونه من خلال مجرى الهواء. لم يكشف ثقب أسود عن وجود أي عين زجاجية. ولا عن عدم وجودها أيضًا.
الحوارات الفاحشة في الستينيات، التي تم محوها لسنوات بسبب النظافة الأخلاقية الصارمة السائدة، بدأت تعود بشكل أكثر كرامة. بحروف مطبوعة باللون الأحمر النقي، أرادت شركة W أن تذكر المتبول السعيد بأن العالم في خطر ويحتاج إلى تعاونه. أمامه، على الباب، حذرت عبارة أخرى المتبول من خداع كل أشكال الراحة ومن ضرورة البقاء في حالة تأهب قصوى دائمة.
أخفى قضيبه بحياء وخرج، وهو يشعر بتوتر غير معقول. ماذا سيقول إذا أوقفه أحدهم واستجوبه؟ لماذا كان متوتراً؟ إذا لم يكن لديه ما يخفيه، فلن يكون هناك سبب لتلك الشحوب على وجهه، ولذلك العرق الكاشف على يديه.
بينما كان يغسل يديه، تمكن من رؤيتها. هذه المرة، كانت هناك كاميرا صغيرة. أو كانت تتظاهر بأنها كاميرا، لا يهم. مثل تلك الكرات نصف الكروية التي تتدلى في المتاجر الكبيرة. من بين عشرة، ربما تحتوي واحدة على كاميرا مراقبة. المهم ليس وجودها أو عدم وجودها، بل أن لا أحد يستطيع أن يؤكد بثقة ما إذا كانت موجودة أم لا. كان نوع من عدم اليقين بشأن نظرات الآخرين هو أفضل رادع للغرائز الدنيا. مراقبة لا يمكن لأحد أن يتهمها بانتهاك الخصوصية، لأن كل تلك الأماكن كانت أماكن عامة، بما في ذلك منطقة الحمام حيث يغسل الناس أيديهم. كانت الكاميرات (أو الشك في وجود الكاميرات) موجودة من أجل أمن الناس أنفسهم. في الواقع، لم يكن أحد يعارض هذا النظام، بل على العكس تمامًا. كان من الصعب تخيل مدى فظاعة الوضع لو لم تكن هناك نقاط مراقبة. أولئك الذين تجرأوا من حين لآخر على تخيل ذلك كانوا يشعرون بالرعب أو يكتبون روايات ضخمة كانت تباع كالخبز الساخن.
لسبب ما، أدرك 22A أن الذهاب إلى الحمام وعدم القدرة على التبول قد لا يكون أمراً غير عادي. أقل إثارة للريبة. هدأته هذه الفكرة. لمس بطنه، ثم رأسه، محاولاً التفكير في ما قد يكون أضر به، وخرج مرة أخرى متجهاً نحو الباب H.
—يجب أن يموت الوحش. ما رأيك؟
—أي وحش؟
—أي وحش آخر؟ بارباسويسيا.
—أوه، صحيح، بارباسويسيا، الوحش…
—هل تشك في أنه وحش؟
—أنا؟ لا، لا أشك. إنه وحش.
—إذن، لماذا تسأل أي وحش؟ هل كنت تفكر في باربافيجا؟
—حسنًا، لا. ليس بالضبط.
—أي وحش آخر يستحق أن يُحاكم في محكمة مثل تلك التي حاكمت بارباسوسيا؟ هل يمكنك أن تشرح ذلك لجمهور Tú Noticias Show؟
—حسناً، لا أعرف…
—لكنك تشك.
—نعم، بالطبع، أشك. أشك بشدة.
—لا يصدق. في من تفكر؟
—لا أستطيع أن أقول.
—كيف لا تستطيع؟ ألا نعيش في عالم حر؟
—نعم، سيدي. نحن نعيش في عالم حر.
—إذن قل ما تفكر فيه.
—لا أستطيع.
—ألا تحرر أن تقول إن بارباسوكيا وباربافيجا هما وحشان؟
—نعم، سيدي، أنا حر في أن أقول ذلك وأكرره.
—إذن؟
—هل أنا حر في قول كل ما أفكر فيه؟
—بالطبع. لماذا تشك في ذلك؟
—أي شيء أقوله يمكن أن يستخدم ضدي. من الأفضل أن أكون شخصًا صالحًا.
—بالطبع، الحرية والانحراف ليسا نفس الشيء.
—نعم، سيدي.
—هل ستخبرني بما كنت تفكر فيه؟
—نعم، سيدي.
—كنت أفكر أنه لحسن الحظ يتم محاكمة الديكتاتوريين أمام العدالة؟
—نعم، سيدي. لطالما اعتقدت أن جميع الديكتاتوريين يجب أن يحاكموا. يؤسفني قليلاً أن بعضهم يفلتون دائماً من العقاب.
—ممتاز. المشكلة هي أننا لا نعيش في عالم مثالي. لكن كلماتك شجاعة جداً. بالطبع، لم يكن مثل هذا العمل التمردي ممكنًا في ظل دكتاتورية وحشية مثل دكتاتورية بارباسوكيا أو باربافيجا.
—نعم، سيدي.
—هل تدرك أنه يمكنك قول ذلك بحرية؟
—نعم، سيدي.
—هل هناك من يعذبك لتقول ما لا تريد قوله؟
—لا، سيدي.
—هل تفهم إذن قيمة الحرية؟
—نعم، سيدي.
—ممتاز. نعود إلى الاستوديو ونواصل برنامج Tú Noticias Show، حيث أنت النجم الرئيسي. هل تسمعني يا رينيه؟ هل تسمعونني؟
لكنه لم يقف في الطابور الذي كان ينتظره للدخول. أراد أن يعرف ما إذا كان واثقاً من نفسه. للحظة شعر بتحسن، ولم يعد يعاني من أعراض الذعر. لكنه لم يصل بعد إلى اليقين بأنه حتى لو أُجبر على ذلك، فلن ينطق الكلمة. كان يعلم أن أجزاء من الثانية كافية لينطقها. أجزاء كانت قاتلة لكثير من الناس الذين، جاهلين بالخطر، جاهلين بعواقب أفعالهم، تجرأوا على استخدامها على سبيل المزاح. كان يعلم بحالة سيناتور أجنبي دخل متجرًا لشراء قلم. عندما مر على الكاشير، سألته الموظفة ما هو ذلك الشيء. لماذا سألت ذلك بحق الجحيم؟ ألم تكن تعلم أن القلم يستخدم عادة للكتابة؟ حتى لو كان للقلم وظائف أخرى، مثل الاستخدام الجنسي أو لتقديم الخبز في وجبة الإفطار، ما الذي يهمها في الغرض من هذا الشيء الصغير الذي تباعه في متجرها؟ أي في متجر شخص لا تعرفه ولكنها تعمل فيه يومًا بعد يوم تحت تلك الأضواء التي لا تسمح بمعرفة ما إذا كان النهار أو الليل، كما هو الحال في حظائر الدجاج الصناعية حيث لا ترى الدجاجات الجيدات أبدًا ضوء الشمس المتغير.
قلم يا آنسة. كان يجب أن يجيب السيناتور بذلك. ولكن لا، قال الكلمة الغبية، كما لو أن السخرية معترف بها قانونًا. يا له من أحمق؛ السخرية لا يعترف بها إلا الذكاء. لو كان ذلك ذلك لما قاله السناتور. قاله لأن ذلك لم يكن ذلك وكان من المفترض أن يكون قول ذلك مضحكاً، كما عندما وضع السرياليون غليوناً في متحف وعنونوه هذا ليس غليوناً.
كان السناتور محظوظاً لأنه كان سناتوراً. دفعت بلاده ثروة طائلة وأطلقوا سراحه بعد عدة أيام في السجن. مسكين، من يدري ماذا. على المسكين أن يحذر كثيراً من أن يقول الكلمة البذيئة، وأيضاً ألا يبدو أنه على وشك أن يقولها.
بمجرد وصوله إلى هذه النقطة، أدرك أن قولها كان مسألة إلهاء بسيط. خيانة بسيطة، من تلك التي يمارسها رجل أو امرأة مريضة ضد سلامتهما الجسدية، بالقفز من شرفة دون سبب أو بتقبيل المرأة الأكثر تحفظًا في القارة، والتي هي في الوقت نفسه رئيسة العمل والحياة لرجل مسكين، رجل مريض.
وقف على قدميه بتحدٍ تقريبًا. وقف على قدميه دون أن يفكر. فجأة وجد نفسه واقفًا، محاطًا بأشخاص ينظرون إليه وكأنه مجنون دون أن يتوقفوا عن مسيرتهم السريعة. بدأ يبدو مريبًا، ليس فقط بالنسبة لنفسه بل بالنسبة للآخرين أيضًا. أدرك أن التمديد والتأمل، بدلاً من أن يكونا في صالحه، كانا يضرانه. سيصل إلى المرأة عند الباب H في حالة سيئة، بل في حالة مزرية. سيواجه أقل الموظفات جمالاً ويقول لها الكلمة. كلما فكر أكثر، زادت فرصته. ألم يكن يفكر في الذهاب إلى البوابة H عندما وجد نفسه فجأة واقفاً، قافزاً، بجانب حقيبته الرمادية والأشخاص الآخرين الذين رأوه يمر؟
فجأة، دون أن يتذكر الخطوات السابقة، وجد نفسه أمام المرأة عند البوابة H التي سألته:
—هل لديك شيء تصرح به؟
فأجاب بصمت طويل بشكل مريب.
نظرت إليه المرأة عند البوابة H ثم نظرت إلى الحارس. اقترب الحارس وهو يخرج جهاز إرسال من حزامه. سرعان ما ظهر اثنان آخران.
كررت المرأة السؤال السابق.
”هل لديك ما تصرح به؟“
”السلام“ قال.
أمسكه الحراس من ذراعيه. شعر وكأن ملقطًا هيدروليكيًا يقطع عضلاته ويكسر عظامه في النهاية.
”سلام!“ صرخ هذه المرة، ”قليل من السلام، نعم، هذا هو، السلام! السلام، اللعنة! السلام، اللعنة عليك!“
أوقف الحراس حركته بجرعة كهربائية عالية الأمبير.
تم اتهامه أمام المحكمة بمخالفة الأمن العام، ثم أدين لاحقًا لإخفائه الكلمة بكلمة ”سلام“، التي تعتبر أيضًا خطيرة في هذه الأوقات الخاصة. استأنفت الدفاع الحكم باللجوء إلى الاضطرابات النفسية، الناتجة عن تجربته الصادمة الأخيرة في الجبل.
خورخي ماجفود، جامعة جورجيا، 2006
Слово
С нарастающим волнением он складывал бумажку, на которой было написано «22-A», в треугольные фигуры. Он пытался подумать о преимуществах буквы «A» или «K» перед промежуточными буквами. Он был уверен, что произнесет это слово, как только столкнется с женщиной у двери «H».
Эта абсурдная уверенность настолько испугала его, что, не глядя ни на кого, он сделал шаг и вышел из очереди. Он притворился, что ему плохо. Взял чемодан и направился в туалет. Сделал несколько подозрительных движений: пошел по коридору, полному людей, идущих в противоположном направлении; ему пришлось проталкиваться через десять или двадцать человек, которые не заметили, что кто-то идет в противоположном направлении. Все пахли духами, чистотой. Мужчины были одеты в черные и синие костюмы. Даже гомофобы носили розовые носки и галстуки, потому что это было модно. Преобладали сладкие духи. Некоторые даже пахли арбузом, но без липкости, которую оставляет на руках сахар из сушеного арбуза. По крайней мере пять женщин носили настоящие драгоценности, преимущественно из белого золота. Все они были похожи друг на друга. Все они должны были быть красивыми, судя по огромным рекламным плакатам в витринах магазинов беспошлинной торговли. Пухлые губы рта, который мог бы открыться и проглотить человека. Огромные глаза без морщин на веках.
Хотя он родился там, хотя прожил там сорок лет, 22-A чувствовал себя чужим, или что-то привлекало его внимание. Его беспокоило нарушение строгой рутины; в последнее время он не выполнял обычные воскресные обязанности; недавний опыт в горах — он пробыл неделю без связи, удаленный из-за погодного происшествия от всех индексов, которые он больше всего любит, — держал его в состоянии легкой, но подозрительной лихорадки. Его новое состояние проявлялось в загадочных фразах, возможно, мыслях. «Один день для Бога, — говорил он своему другу с биржи, — шесть дней для денег».
Он пошел по другому коридору, только чтобы спастись от потока, который увлекал его в компрометирующее усилие. Хотя он не знал, где находился туалет, которым он пользовался полчаса назад, он шел, делая вид, что уверен в себе. После нескольких изменений направления, которые, должно быть, зафиксировали скрытые камеры в темных рождественских шарах, он нашел туалеты.
Он вошел в кабинку, таща за собой чемодан на колесиках, и заставил себя помочиться. Но ему нечего было делать, и он боялся, что за ним наблюдают из вентиляционного канала. Черная дыра не выдавала присутствия каких-либо стеклянных глаз. Но и их отсутствие тоже.
Непристойные диалоги шестидесятых годов, которые в течение многих лет были стерты строгой моральной гигиеной, начали возвращаться в более достойной форме. Безупречным красным шрифтом компания W хотела напомнить счастливому мочащемуся, что мир в опасности и нуждается в его помощи. Напротив, на двери, другая надпись предупреждала деффектанта о ложности любой формы облегчения и о необходимости постоянной максимальной бдительности.
Он скромно спрятал пенис и вышел, бессмысленно нервничая. Что он скажет, если его остановят и допросят? Почему он нервничает? Если ему нечего скрывать, у него нет причин для такой бледности лица, для такого выдающего пота на руках.
Пока он мыл руки, он смог это увидеть. На этот раз да, там была маленькая камера. Или она притворялась камерой, неважно. Как те полусферы, которые висят в больших магазинах. Из десяти, может быть, одна имеет камеру наблюдения. Важно не то, есть она или нет, а то, что никто не может с уверенностью сказать, есть она или нет. Своего рода агностицизм постороннего взгляда был лучшим сдерживающим фактором для низменных инстинктов. Наблюдение, которое никто не мог бы обвинить в нарушении частной жизни, потому что все эти места были общественными, включая зону туалета, где люди моют руки. Камеры (или подозрение о наличии камер) были там для безопасности самих людей. На самом деле никто не был против этой системы, а наоборот. Можно только представить, как было бы ужасно, если бы этих контрольных точек не было. Те, кто время от времени осмеливался это представить, приходят в ужас или пишут объемные романы, которые расходятся как горячие пирожки.
По какой-то причине 22А понял, что пойти в туалет и не смочь помочиться не может быть чем-то необычным. Менее подозрительным. Эта мысль его успокоила. Потрогав живот, затем голову, пытаясь понять, что могло ему навредить, он снова вышел в направлении двери H.
—Чудовище должно умереть. Что вы об этом думаете?
—Какое чудовище?
— А какой еще? Бородач.
— Ах да, Бородач, монстр…
— Вы сомневаетесь, что он монстр?
— Я? Нет, не сомневаюсь. Он монстр.
— Тогда почему вы спрашиваете, какой монстр? Вы думали о Старухе?
— Ну, нет. Не совсем.
—Какое еще чудовище заслуживает суда, подобного тому, который был над Бородачом? Можете ли вы объяснить это зрителям Tú Noticias Show?
—Ну, я не знаю…
—Но вы сомневаетесь.
—Да, конечно, я сомневаюсь. Я твердо в этом уверен.
—Невероятно. О ком вы думаете?
—Я не могу сказать.
—Как это не можете? Разве мы не живем в свободном мире?
—Да, сэр. Мы живем в свободном мире.
—Тогда скажите, о чем вы думаете.
—Я не могу.
—Разве вы не свободны сказать, что Барбасусия и Барбавеха — два монстра?
—Да, сэр, я свободен сказать это и повторить.
—Тогда?
—Я свободен говорить все, что думаю?
—Конечно. Почему вы сомневаетесь?
—Все, что я скажу, может быть использовано против меня. Лучше быть хорошим человеком.
—Конечно, свобода и разврат — не одно и то же.
—Да, сэр.
—Вы скажете мне, о чем вы думали?
—Да, сэр.
—Я думал о том, что, слава Богу, диктаторы привлекаются к ответственности?
—Да, сэр. Я всегда считал, что все диктаторы должны быть привлечены к ответственности. Мне немного жаль, что некоторые из них всегда уходят от наказания.
—Отлично. Проблема в том, что мы не живем в идеальном мире. Но ваши слова очень смелые. Конечно, такой акт неповиновения был бы невозможен при чудовищной диктатуре, как диктатура Барбасучи или Барбавехи.
—Да, сэр.
—Вы понимаете, что можете говорить это свободно?
—Да, сэр.
—Кто-то пытает вас, чтобы вы сказали то, чего не хотите?
—Нет, сэр.
—Вы понимаете, значит, ценность свободы?
—Да, сэр.
—Отлично. Возвращаемся в студию и продолжаем Tú Noticias Show, где Tú — главная звезда. Ты меня слышишь, Рене? Алло, вы меня слышите?
Но он не встал в очередь, которая ждала, чтобы войти. Он хотел узнать, уверен ли он в себе. На мгновение он почувствовал себя лучше, симптомы паники исчезли. Но он все еще не был уверен, что даже если его заставили, он не произнес бы это слово. Он знал, что для его произнесения достаточно долей секунды. Долей, которые стали фатальными для многих людей, которые, не зная об опасности, не зная о последствиях своих действий, осмелились использовать его в шутку. Он знал о случае с иностранным сенатором, который зашел в магазин, чтобы купить ручку. Когда он подошел к кассе, продавщица спросила его, что это такое. Зачем, черт возьми, она спросила об этом? Разве она не знала, что ручка обычно используется для письма? Даже если у ручки были другие функции, например, сексуальные или для подачи хлеба на завтрак, какое ей дело, для чего ей нужен этот крошечный предмет, который продавался в ее собственном магазине? То есть в магазине человека, которого она не знала, но для которого работала день за днем под светом ламп, не позволяющих понять, день сейчас или ночь, как в промышленных курятниках, где хорошие несушки никогда не видят меняющегося света солнца.
Ручка, мисс. Так должен был ответить сенатор. Но нет, этот неуклюжий человек произнес это слово, как будто ирония признавалась законом. Какой глупец! Ирония признается только интеллектом. Если бы это было это, сенатор не сказал бы этого. Он сказал это, потому что это не было это, и сказать это должно было быть забавным, как когда сюрреалисты помещали в музей трубку с названием Это не трубка.
Сенатору повезло, потому что он был сенатором. Его страна заплатила целое состояние, и его освободили после нескольких дней тюрьмы. Бедный черт, кто знает что. Бедный черт должен очень осторожно следить за тем, чтобы не сказать плохое слово и, кроме того, не показать, что он собирается его сказать.
Как только он дошел до этого, он понял, что сказать это было делом легкого отвлечения. Легкого предательства, такого, которое больной мужчина или женщина обычно совершают против своей физической целостности, бросаясь с балкона без причины или целуя самую пуританскую женщину на континенте, которая в то же время является начальницей, от которой зависит работа и жизнь бедного черта, больного черта.
Он встал почти с бунтарством. Он встал, не задумываясь. Внезапно он обнаружил, что стоит, окруженный людьми, которые, не останавливаясь в своей спешке, смотрели на него, как на сумасшедшего. Он начинал казаться подозрительным, теперь уже не только для себя, но и для остальных людей. Он понял, что отсрочка и размышления не только не помогали ему, но и вредили. В плохом, в ужасном состоянии он подойдет к женщине у выхода H. Он столкнется с самой некрасивой из всех служащих и скажет ей слово. Чем больше он думал, тем больше у него было шансов. Разве он не думал о том, чтобы пойти к двери H, когда вдруг обнаружил, что стоит, вскочив, рядом со своим серым чемоданом и другими людьми, которые видели, как он проходит?
Внезапно, не помня предыдущих шагов, он оказался перед женщиной у двери H, которая спросила его:
—Есть что-то, что вы хотите заявить?
На что он ответил подозрительно затягивающимся молчанием.
Женщина у выхода H посмотрела на него, а затем на охранника. Охранник подошел, вынув из-за пояса передатчик. Сразу же появились еще двое.
Женщина повторила предыдущий вопрос.
—Есть что заявить?
—Мир, — сказал он.
Охранники схватили его за руки. Он почувствовал, как гидравлические клещи перерезают ему мышцы и, наконец, ломают кости.
«Мир!» — закричал он на этот раз. «Немного мира, да, вот именно, мира! Мир, черт возьми! Мир, мать твою!
Охранники обездвижили его с помощью высоковольтного электрического тока.
Он был обвинен в суде в покушении на общественную безопасность, а позже осужден за то, что вовремя скрыл слово словом «мир», которое в эти особые времена также является опасным. Защита обжаловала приговор, сославшись на психические расстройства, вызванные его недавним травматическим опытом в горах.
Sospechó, de golpe, lo que todos llegan a comprender, más tarde o más temprano: que era el único hombre vivo en un mundo ocupado por fantasmas, que la comunicación era imposible y ni siquiera deseable, que tanto daba la lástima como el odio, que un tolerante hastío, una participación dividida entre el respeto y la sensualidad eran lo único que podía ser exigido y convenía dar.
Juan Carlos Onetti, El astillero, 1961.
A la hora en que el día aún no ha perdido el calor exiguo de los últimos días del verano, cuando la gente termina de salir por fin de sus oficinas y los embotellamientos en las afueras de Manhattan comienzan a disolverse lentamente, a esa hora en que los comercios del downtown cierran sus puertas y bajan sus cortinas de acero hasta las casas de mascotas, adelantándose, con precaución y estrépito, a la oscuridad precoz de los atardeceres de un invierno que todavía no llega, un hombre ligero y sin prisa camina hacia el sur, escondido detrás de una barba blanca, casi amarilla por un misterioso efecto del atardecer, con la mirada fija en sus próximos dos pasos, tal vez pensativo o simplemente cansado, con una bolsa de tela gris en la espalda que deja adivinar el cuerpo ahora frío y tímido de un saxo. Luego se detiene. Deja de murmurar pensamientos largos e indescifrables, pensamientos que arrastran reflexiones poco claras sobre los efectos del atardecer en el ánimo melancólico de alguien que se narra a sí mismo su propia vida, y entra en un viejo edificio del Midtown, reciclado y extremadamente pulcro en su interior, alfombrado contra los pasos indiscretos, iluminado estratégicamente para que sus salas y pasillos dejen ver los pies y los cuerpos que entran y salen, disimulando con imprecisión los rostros que los acompañan. Un olor agradable de velas frutales llena cada recinto, mientras diferentes pantallas informan al cliente sobre los servicios accesibles esa noche.
El hombre de la barba blanca, ahora azul, se acerca a una de las máquinas y lee con cuidado. Con un dedo, también azul, elige una opción en la pantalla y la máquina le extiende un ticket que dice F. y, sin querer o sin pensarlo, como un hombre cansado que se sumerge distraídamente en un sueño profundo, continúa reflexionando sobre las cosas que lo envuelven y se introducen en esa repentina nostalgia, como un huracán mudo e invisible se introduce en una casa y extrae de ella los muebles, los pedazos de puertas, los cuadros que colgaron allí por años y los va desparramando por la ciudad. Diferentes pasillos lo conducen, como en un aeropuerto, a una pequeña puerta que vuelve a repetir F. Entra y deja el bulto en una pequeña mesita. Se sienta al lado y espera. Mira: la cámara F es pequeña y familiar, apenas más grande que un cuarto de baño y desprovista de los aparatos que se pueden encontrar en uno de esos.
Una de las paredes mayores es de vidrio y comunica visualmente con la otra cámara gemela, tan parecida a la anterior que cualquiera confundiría el cristal transparente con un espejo, si no fuera por el detalle de que del otro lado no se encuentra el que mira.
Espera que se encienda la luz violeta. Generalmente no demora más de tres o cuatro minutos, pero hay que considerar que a esta altura del año la gente está más concentrada en su trabajo. No tardará; de todas formas, no tardará en encenderse la luz y el tiempo sólo comenzará a correr desde entonces: cinco minutos. Y mientras repite “no tardará”, saca el saxo de la bolsa y comienza a tocar algunas notas sin demasiado orden. Sospecha del correcto funcionamiento de uno de los botones. El temor de que el instrumento se descomponga le recuerda los días de su juventud. Hasta que por fin se enciende la luz y aparece alguien.
Alguien. Como era de esperar, es una mujer. Más precisamente, una mujer joven, con uniforme de colegio, aunque nunca es posible determinar si lo que la persona lleva se corresponde realmente con alguna de sus actividades diarias o ha sido elegida para la ocasión. Casi siempre es así. Como la máscara de calavera que lleva puesta. Mucha gente opta por las máscaras, porque si bien Nueva York es infinita, siempre queda la posibilidad de que uno reconozca en la calle a alguien que pudo haber visto en un Confesionario, deformado por la luz azul pero en ocasiones reconocible por la fuerza de sus ojos.
[Por otra parte, todavía hay gente que siente timidez al desnudarse, ya sea en un lugar público o en su propia casa. Todos saben que en cada momento están siendo filmados o escuchados (por el gobierno o por uno de esos imperios privados que se han arrogado el derecho de decidir por los demás), aunque nadie advierta la presencia de alguna cámara o de algún micrófono oculto. Sin embargo, no todos se han acostumbrado a ese conocimiento con la suficiente naturalidad. Podría ocurrir que el funcionario de turno reconociera a la persona que, en su propia casa, se desnuda o se apresta a defecar en ese momento; o que no resistiera la tentación de publicar esas imágenes en la Red Global. Y si bien esto último es delito federal, nada garantiza que mañana o pasado aparezca el video de un cura católico masturbándose en algún rincón de Nueva Guinea o de la hija de un pobre profesor explorando su cuerpo virgen en su cuarto de San Pablo. Al fin y al cabo, el crimen también es delito federal y no por ello ni por todas estas medidas de seguridad ha disminuido. Tal vez ahora se pueda prevenirlo. Poco tiempo atrás, estudios neurológicos de laboratorio descubrieron que no sólo los sueños producen ondas energéticas en el cerebro sino también el pensamiento hablado. A partir de entonces resultó relativamente sencillo darse cuenta que cada palabra posee un nivel de energía y una frecuencia de onda particular, dependiendo de las lógicas variaciones de los dialectos y de la emotividad diferente que cada palabra tiene en distintas regiones de un mismo país. Y así como en la antigua informática una letra o un número eran la combinación de dos impulsos diferentes, lo que luego se transforma en palabras, en sonidos y en imágenes, se terminó por inventar un sistema decodificador del pensamiento hablado. Como en el pasado, esto tuvo importantes aplicaciones militares, casi exclusivamente. De la red de espionaje Echelon se pasó a espiar el pensamiento de cada individuo. Con el nuevo sistema, se procesaron nueve millones de pensamientos por segundo en todo el mundo. Dependiendo de determinados parámetros de pensamiento, el sistema seleccionaba aquellos que pudieran ser de interés del Gobierno, de la empresa financiadora de la Red o de algún funcionario de turno, motivado más por el azar y el aburrimiento que por intereses de Seguridad Nacional. Así que no sólo se espió a terroristas, a artistas, a posibles filósofos y a inventores de nuevas estrategias comerciales, sino también a conocidas estrellas del cine y de la vida diaria, creándose de esa forma un verdadero tráfico ilegal de fantasías eróticas, casi siempre producidas por mujeres, como solía ocurrir en el pasado con las imágenes de Internet. Sólo unos pocos advirtieron esta actividad secreta y omnipresente de la Inteligencia Militar—que terminaba por cumplir la profecía bíblica del Génesis—y la denunciaron diez minutos antes de ser detenidos por las Fuerzas del Orden. Los que la recibieron por la Red Global de Resistencia la callaron mientras pudieron. De este grupo, una minoría no fue enviada a manicomios, porque tuvieron la rara habilidad—esa habilidad tan particular de los seres humanos y que consiste en romper todas las reglas previsibles a fuerza de genialidad—de crear nuevas formas de pensamiento codificado. Como se comprenderá, no es posible describir qué tipo de forma pudieron ser esas, ya que ningún sistema de lectura pudo compararla con parámetros de pensamiento conocidos hasta el momento de la programación de dicho Dios-máquina. Pero todo ha sido advertido por los resultados: muchas personas en el mundo dejaron de pensar, por lo menos eso registran los sistemas de lectura de pensamientos más avanzados. O de hecho nunca pudieron hacerlo. Y es por esa misma falta de acostumbramiento al progreso de la Sociedad Global, que muchas personas pasaron de los lentes oscuros al uso de máscaras, del pensamiento libre a la distracción y el divertimento. Como el velo trae malos recuerdos a algunas personas, han proliferado otras formas de ocultamiento: hay máscaras para ir al baño, máscaras para dormir en días de calor o para hacer el amor de forma ilícita. Hay una máscara para cada cosa y ninguna deja traslucir algún aspecto de la personalidad de quién la lleva, lo que ha llevado a una perfección en el arte de borrar lo distinto. Porque si no es posible ocultarse del Gran Dios-máquina, por lo menos es posible que nuestros semejantes no nos reconozcan con facilidad, en caso de producirse el milagro de la fama. Sin embargo, en este proceso de abstracción del ser humano, siempre queda algún detalle insignificante que, a la larga, termina por convertirse en un elemento de máxima significación. A veces es un lunar en una nalga, otras veces cierto perfil de un muslo o de los hombros. Todo esto provocaba en la gente un sentimiento de tristeza e insatisfacción que se confundía con la felicidad. Sin embargo, nada de esto era inevitable. Como solía ocurrir antiguamente, tal vez se hubiese sido suficiente el sólo cuestionamiento del actual estado de cosas, de no ser porque Alguien lo había previsto transformándolo en una empresa por lo menos improbable, ya que los críticos y los filósofos habían sido exterminados, condenados al olvido o enterrados bajo una lápida con la misma e irrefutable inscripción: IDIOTA. Por el contrario, es posible que se continúe perfeccionando la solución inicial: no pasará mucho tiempo para que se vean por las calles personas ataviadas de pies a cabeza, sino por un denso paño negro como en Oriente, tal vez por sucesivas manipulaciones de la apariencia personal.]
Por un momento, el músico abandona sus pensamientos melancólicos y vuelve a la salita del confesionario. Mira a la joven con cuidado. A juzgar por sus piernas, se podría decir que aún no ha terminado la secundaria. Hay otros detalles que lo confirman: su timidez, por ejemplo. Ha pasado un minuto y aún se mantiene de pie, explorando con su máscara de muerte la cámara, como si fuese la primera vez que entra a una, mirando a través del cristal como si quisiera reconocer al hombre de barba blanca, sentado en una silla, contra la otra pared, con un saxo sobre las rodillas y con la mirada triste, fija en ninguna parte. Por un instante piensa que el hombre es ciego, pero es sólo una impresión pasajera. Sería absurdo y, además, acaba de mover los ojos hacia sus pies. Es decir, la está mirando. Eso le recuerda que el tiempo se va y hay que comenzar. Entonces tantea con una mano la solidez del cristal, como un movimiento instintivo y que sólo sirve para perder más tiempo. Sabe que tiene tres centímetros de espesor y que es antibalas, pero igual tantea con disimulada fuerza. Hubiese preferido que en su primera vez hubiese un hombre joven, aunque tiene sus ventajas: le da más asco y menos miedo. Luego verifica que ha cerrado la puerta con llave y comienza a desnudarse. Sin duda, es una joven vergonzosa. Sus caderas aún no se han destacado del resto del cuerpo: predomina su altura, cierto parecido con algún personaje de El Greco que ha visto la semana anterior en el MOMA, acentuado por esa luz fría del confesionario, a un paso de ser confirmada o descartada por un sentimiento trágico que amenaza con instalarse del otro lado del cristal. Podría ser su padre, su abuelo. Pero así es esto. “Deseas lo que condenas”, le había dicho la amiga. “Necesitas abrir una válvula de escape, y el sexo es la válvula de la moral” Pero la moral estaba ahí, para aumentar la tensión y el deseo, como ese vidrio que la protegía. La máscara no es lo más apropiado, piensa el músico. Una vez un hombre se suicidó en un confesionario. Pero es preferible no recordar esas cosas ahora; bastante tiempo le ha llevado limar las aristas filosas de algunos recuerdos. De acuerdo, el olvido es un arte de moda, aunque es mal practicado: los médicos nos obligan a recordar lo más desagradable de nuestra existencia, aquello que la sensibilidad echó a los sótanos de la memoria, al tiempo que la estupidez mediática se divierte destruyendo lo que queda en el salón principal.
Bien, no ha terminado de desnudarse completamente, pero se detiene. Observa otra vez a través del cristal. El viejo que le ha tocado en la gemela no se ha movido desde que ella entró. No está ciego. Tampoco está muerto. Podrían haberla engañado poniendo un maniquí, uno de esos hologramas animados que alguna vez estuvieron de moda, antes que volvieran los hombres de carne y hueso. Pero no; está tan vivo como triste. Su tristeza se contagia a través del vidrio. Es como la pobreza: salpica. Una amiga le había contado que los hombres, apenas las ven entrar, se pegan contra el cristal, casi siempre exponiendo lo suyo, y tarde o temprano terminaban por ensuciarlo. Incluso, una vez le había tocado una mujer que mordía el cristal como si estuviese rabiosa, allí mismo donde otros hombres habían hecho sus necesidades esparciendo su semen idiota. De esta historia le había quedado en la retina la imagen casi imposible de una mujer mordiendo un vidrio por el lado plano, hasta que en la casa de otra amiga descubrió a una perra haciendo lo mismo para pedirle a su dueña que le abriese la puerta del fondo.
Eso le habían contado de los hombres. No era el caso de este viejo. Así que se sintió segura del todo, y terminó por desnudarse. Se paró cerca del cristal y dio media vuelta, con la punta de los pies resistiéndose al giro. Luego se quedó mirándolo un instante. No había de qué temer, porque así como la seguridad de aquellos recintos era rigurosa, también lo era la higiene: un minuto después de desocupada la sala, se llenaba automáticamente con radiación desinfectante, por lo cual no había posibilidades de contagio alguno. De hecho, no se conocía ningún caso de contagio, por lo cual el Ministerio de Salud certificaba cada año la seguridad de los Confesionarios. Por otro o por el mismo lado, el Gobierno Central invirtió casi la mitad de su presupuesto anual en una campaña moralizadora que ya se ha integrado al consciente colectivo, y que consistió en promover la práctica de la masturbación. Sin duda, todos los estudios científicos habían demostrado las ventajas higiénicas de esta costumbre, a lo que hubo que agregar los beneficios de la clonación y de la reproducción asistida, más tarde llamada “reproducción controlada”. Una vez removida la vergüenza de ser filmado en un acto masturbatorio, gracias a la campaña remoralizadora del gobierno y de las instituciones privadas sobre Relaciones Sexuales, la pornografía adquirió un lugar predominante es la sociedad y en la psicología del ciudadano medio. Todo lo que significó un avance en la natural necesidad de libertad que existe en cada ser humano. No disminuyó el interés por el sexo sino todo lo contrario; sólo se produjo una verdadera revolución en la práctica sexual, con la curiosa eliminación del coito en la clase educada.
Él también la miraba, aunque ahora sus ojos demostraban sorpresa, más sorpresa que desinterés. Ella insistió y fue mucho más allá: con el corazón agitado, se sacó la máscara y lo miró a los ojos. Una sonrisa viva ocurrió en él, un segundo antes que sonara la chicharra. Excederse un minuto del tiempo límite significaría el pago de un ticket nuevo, por lo que la joven tomó apresuradamente la ropa que estaba en el suelo, se vistió y salió sin volver a mirar hacia atrás.
El músico salió sin la misma prisa, notando que la joven había olvidado su máscara en el piso. Imaginó que en ese preciso instante ella estaría saliendo por la Quinta, mientras su camino lo conducía lentamente a la Sexta. En la Quinta tal vez tomaría un taxi y se perdería entre los diez millones de anónimos que habitan la ciudad. No volvería a ver esa sonrisa que había esperado ver (eso lo pensaba ahora) durante años, desde que se inventaron los confesionarios. Durante años había visto mujeres de todo tipo, hombres a veces, ensayando y repitiendo esas poses que debían ser consideradas obscenas, esperando furiosas que él reaccionara intentando romper el cristal irrompible, o algo así, como si les hiciera falta algo del peligro que se evitaban en los confesionarios.
Para ser más exactos, había estado esperando esa sonrisa desde que llegó a Nueva York, cuarenta y tantos años atrás. Era la sonrisa, incluso diría que era la mirada, el gesto, la presencia fantasmal de aquella joven que amó cuarenta y tantos años atrás. Es decir que tal vez nunca había entrado nadie a la cámara gemela del confesionario, la última vez, sino su atormentada imaginación, afiebrada por el primer resfrío del invierno del año 2055, que casi lo mató, impidiéndole trabajar en el Central Park y, lo que era peor, sumergiéndolo en una profunda y comprensible nostalgia de viejo.
He suddenly suspected what everyone comes to understand sooner or later: that he was the only man alive in a world occupied by ghosts, that communication was impossible and not even desirable, that pity and hatred were equally irrelevant, that a tolerant weariness, a participation divided between respect and sensuality, was the only thing that could be demanded and should be given.
Juan Carlos Onetti, El astillero, 1961.
At a time when the day has not yet lost the meager warmth of the last days of summer, when people are finally leaving their offices and the traffic jams on the outskirts of Manhattan are slowly beginning to dissipate, at that hour when downtown shops close their doors and lower their steel curtains, all the way to the pet stores, cautiously and noisily anticipating the early darkness of the sunsets of a winter that has not yet arrived, a light and unhurried man walks south, hidden behind a white beard, almost yellow from a mysterious effect of the sunset, his gaze fixed on his next two steps, perhaps pensive or simply tired, with a gray cloth bag on his back that hints at the now cold and shy body of a saxophone. Then he stops. He stops murmuring long and indecipherable thoughts, thoughts that drag along unclear reflections on the effects of sunset on the melancholic mood of someone who narrates his own life to himself, and enters an old Midtown building, recycled and extremely neat inside, carpeted against indiscreet footsteps, strategically lit so that its rooms and corridors reveal the feet and bodies that enter and leave, vaguely concealing the faces that accompany them. A pleasant scent of fruity candles fills each room, while different screens inform the customer about the services available that night.
The man with the white beard, now blue, approaches one of the machines and reads carefully. With a finger, also blue, he chooses an option on the screen and the machine issues him a ticket that says F. And, without meaning to or thinking about it, like a tired man who drifts distractedly into a deep sleep, he continues to reflect on the things that surround him and enter into that sudden nostalgia, like a silent and invisible hurricane entering a house and removing the furniture, the pieces of doors, the paintings that hung there for years, and scatters them throughout the city. Different corridors lead him, as in an airport, to a small door that repeats F. He enters and leaves the package on a small table. He sits down next to it and waits. Look: the F chamber is small and familiar, barely larger than a bathroom and devoid of the fixtures found in one.
One of the larger walls is made of glass and visually connects to the other twin chamber, so similar to the previous one that anyone would mistake the transparent glass for a mirror, were it not for the detail that the viewer is not on the other side.
He waits for the violet light to come on. It usually takes no more than three or four minutes, but you have to consider that at this time of year people are more focused on their work. It won’t be long; in any case, it won’t be long before the light comes on and the time will only start running from then: five minutes. And as he repeats “it won’t be long,” he takes the saxophone out of its bag and begins to play a few notes without much order. He suspects that one of the buttons is not working properly. The fear that the instrument will break down reminds him of his younger days. Until finally the light comes on and someone appears.
Someone. As expected, it is a woman. More precisely, a young woman in a school uniform, although it is never possible to determine whether what the person is wearing actually corresponds to one of her daily activities or has been chosen for the occasion. It is almost always the case. Like the skull mask she is wearing. Many people opt for masks, because although New York is infinite, there is always the possibility that you will recognize someone on the street who you may have seen in a Confessional, distorted by the blue light but sometimes recognizable by the strength of their eyes.
[On the other hand, there are still people who feel shy about undressing, whether in a public place or in their own home. Everyone knows that they are being filmed or listened to at all times (by the government or by one of those private empires that have arrogated to themselves the right to decide for others), even if no one notices the presence of a hidden camera or microphone. However, not everyone has become accustomed to this knowledge with sufficient ease. It could happen that the official on duty recognizes the person who, in their own home, is undressing or preparing to defecate at that moment; or that they cannot resist the temptation to publish those images on the Global Network. And while the latter is a federal crime, there is no guarantee that tomorrow or the day after, a video will appear of a Catholic priest masturbating in some corner of New Guinea or the daughter of a poor teacher exploring her virgin body in her room in São Paulo. After all, crime is also a federal offense, and yet it has not decreased despite all these security measures. Perhaps now it can be prevented. Not long ago, neurological laboratory studies discovered that not only dreams produce energy waves in the brain, but so do spoken thoughts. From then on, it was relatively easy to realize that each word has a particular energy level and wave frequency, depending on the logical variations in dialects and the different emotionality that each word has in different regions of the same country. And just as in early computing, a letter or number was a combination of two different impulses, which were then transformed into words, sounds, and images, a system for decoding spoken thought was eventually invented. As in the past, this had important military applications, almost exclusively. The Echelon espionage network moved on to spying on the thoughts of each individual. With the new system, nine million thoughts per second were processed worldwide. Depending on certain thought parameters, the system selected those that might be of interest to the government, the company financing the network, or some official on duty, motivated more by chance and boredom than by national security interests. So not only were terrorists, artists, potential philosophers, and inventors of new business strategies spied on, but also well-known movie stars and everyday people, thus creating a veritable illegal trade in erotic fantasies, almost always produced by women, as was often the case in the past with images on the Internet. Only a few noticed this secret and omnipresent activity of Military Intelligence—which ended up fulfilling the biblical prophecy of Genesis—and denounced it ten minutes before being arrested by the Forces of Law and Order. Those who received it through the Global Resistance Network kept it quiet as long as they could. Of this group, a minority was not sent to mental hospitals because they had the rare ability—that ability so particular to human beings and which consists of breaking all predictable rules by force of genius—to create new forms of coded thinking. As you can understand, it is not possible to describe what kind of forms these might be, since no reading system could compare them with parameters of thought known at the time of the programming of said God-machine. But everything has been revealed by the results: many people in the world stopped thinking, at least according to the most advanced thought-reading systems. Or in fact, they were never able to do so. And it is because of this very lack of familiarity with the progress of Global Society that many people went from wearing dark glasses to wearing masks, from free thinking to distraction and entertainment. As the veil brings back bad memories for some people, other forms of concealment have proliferated: there are masks for going to the bathroom, masks for sleeping on hot days, or for making love illicitly. There is a mask for everything, and none of them reveal any aspect of the personality of the wearer, which has led to perfection in the art of erasing difference. Because if it is not possible to hide from the Great Machine God, at least it is possible that our fellow human beings will not easily recognize us, in the event of the miracle of fame. However, in this process of abstraction of the human being, there is always some insignificant detail that, in the long run, ends up becoming an element of utmost significance. Sometimes it is a mole on a buttock, other times a certain profile of a thigh or shoulders. All this caused people to feel a sense of sadness and dissatisfaction that was confused with happiness. However, none of this was inevitable. As was often the case in the past, perhaps it would have been enough to simply question the current state of affairs, had it not been for the fact that Someone had foreseen this, turning it into an unlikely undertaking, since critics and philosophers had been exterminated, condemned to oblivion, or buried under a tombstone with the same irrefutable inscription: IDIOT. On the contrary, it is possible that the initial solution will continue to be perfected: it will not be long before people are seen on the streets dressed from head to toe in thick black cloth, as in the East, perhaps due to successive manipulations of personal appearance.
For a moment, the musician abandons his melancholic thoughts and returns to the confessional room. He looks at the young woman carefully. Judging by her legs, one could say that she has not yet finished high school. There are other details that confirm this: her shyness, for example. A minute has passed and she is still standing, exploring the chamber with her death mask, as if it were her first time in one, looking through the glass as if she wanted to recognize the white-bearded man sitting in a chair against the other wall, with a saxophone on his knees and a sad look on his face, staring into space. For a moment, she thinks the man is blind, but it is only a passing impression. It would be absurd, and besides, he has just moved his eyes to her feet. In other words, he is looking at her. That reminds her that time is running out and she has to start. So she tests the solidity of the glass with one hand, as if by instinct, which only serves to waste more time. She knows it is three centimeters thick and bulletproof, but she still probes it with concealed force. She would have preferred a young man for her first time, although this has its advantages: it disgusts her more and frightens her less. Then she checks that she has locked the door and begins to undress. She is undoubtedly a shy young woman. Her hips have not yet stood out from the rest of her body: her height predominates, a certain resemblance to a character by El Greco she saw the week before at MOMA, accentuated by the cold light of the confessional, one step away from being confirmed or dismissed by a tragic feeling that threatens to settle on the other side of the glass. It could be her father, her grandfather. But that’s how it is. “You desire what you condemn,” her friend had told her. “You need to open an escape valve, and sex is the valve of morality.” But morality was there, to increase tension and desire, like the glass that protected her. The mask is not the most appropriate thing, thinks the musician. Once a man committed suicide in a confessional. But it’s better not to remember those things now; it has taken him long enough to smooth out the sharp edges of some memories. Okay, forgetting is a fashionable art, although it is poorly practiced: doctors force us to remember the most unpleasant aspects of our existence, those that sensitivity has relegated to the basements of memory, while media stupidity amuses itself by destroying what remains in the main hall.
Well, she hasn’t finished undressing completely, but she stops. She looks through the glass again. The old man she’s been paired with hasn’t moved since she came in. He’s not blind. Nor is he dead. They could have fooled her by putting in a mannequin, one of those animated holograms that were once fashionable, before flesh-and-blood men came back. But no; he is as alive as he is sad. His sadness is contagious through the glass. It’s like poverty: it splatters. A friend had told her that as soon as the men see them come in, they press themselves against the glass, almost always exposing themselves, and sooner or later they end up dirtying it. Once, she had even encountered a woman who bit the glass as if she were rabid, right where other men had relieved themselves, spreading their idiotic semen. This story had left her with the almost impossible image of a woman biting the flat side of the glass, until, at another friend’s house, she discovered a dog doing the same thing to ask its owner to open the back door.
That’s what they had told her about men. That wasn’t the case with this old man. So she felt completely safe and ended up undressing. She stood near the glass and turned around, her toes resisting the turn. Then she stood there looking at it for a moment. There was nothing to fear, because just as the security of those rooms was rigorous, so was the hygiene: a minute after the room was vacated, it was automatically filled with disinfectant radiation, so there was no possibility of contagion. In fact, there were no known cases of contagion, which is why the Ministry of Health certified the safety of the confessionals every year. On the other hand, or perhaps on the same side, the Central Government invested almost half of its annual budget in a moralizing campaign that has already become part of the collective consciousness, which consisted of promoting the practice of masturbation. Undoubtedly, all scientific studies had demonstrated the hygienic advantages of this habit, to which must be added the benefits of cloning and assisted reproduction, later called “controlled reproduction.” Once the shame of being filmed in a masturbatory act was removed, thanks to the moralizing campaign of the government and private institutions on sexual relations, pornography acquired a predominant place in society and in the psychology of the average citizen. All of this represented a step forward in the natural need for freedom that exists in every human being. Interest in sex did not diminish, quite the contrary; there was only a real revolution in sexual practice, with the curious elimination of intercourse in the educated class.
He was also looking at her, although now his eyes showed surprise, more surprise than disinterest. She insisted and went much further: with her heart racing, she took off her mask and looked him in the eyes. A lively smile appeared on his face, a second before the buzzer sounded. Exceeding the time limit by one minute would mean paying for a new ticket, so the young woman hurriedly picked up the clothes on the floor, got dressed, and left without looking back.
The musician left without the same haste, noticing that the young woman had forgotten her mask on the floor. He imagined that at that very moment she would be leaving via Fifth Avenue, while his path slowly led him to Sixth Avenue. On Fifth Avenue, she would probably take a taxi and disappear among the ten million anonymous people who inhabit the city. He would never see that smile again that he had hoped to see (he thought that now) for years, ever since confessionals were invented. For years he had seen women of all kinds, sometimes men, rehearsing and repeating those poses that must have been considered obscene, waiting furiously for him to react, trying to break the unbreakable glass, or something like that, as if they needed something of the danger they avoided in the confessionals.
To be more precise, he had been waiting for that smile since he arrived in New York, forty-odd years ago. It was the smile, I would even say the look, the gesture, the ghostly presence of that young woman he loved forty-odd years ago. In other words, perhaps no one had ever entered the twin chamber of the confessional the last time, except his tormented imagination, feverish from the first cold of the winter of 2055, which almost killed him, preventing him from working in Central Park and, worse still, plunging him into a deep and understandable old man’s nostalgia.
شك فجأة في ما سيتفهمه الجميع عاجلاً أم آجلاً: أنه كان الرجل الوحيد الحي في عالم محتل من قبل الأشباح، وأن التواصل كان مستحيلاً بل وغير مرغوب فيه، وأن الشفقة والكراهية لا فرق بينهما، وأن التسامح الممل، والمشاركة المقسمة بين الاحترام والجنس، كانا الشيء الوحيد الذي يمكن المطالبة به والمناسب تقديمه.
خوان كارلوس أونتي، El astillero، 1961.
في الوقت الذي لم يفقد فيه النهار بعد الحرارة الضئيلة لأيام الصيف الأخيرة، عندما ينتهي الناس أخيرًا من الخروج من مكاتبهم وتبدأ الاختناقات المرورية في ضواحي مانهاتن في التلاشي ببطء، في ذلك الوقت الذي تغلق فيه المتاجر في وسط المدينة أبوابها وتخفض ستائرها الفولاذية حتى متاجر الحيوانات الأليفة، متقدمة بحذر وضجيج على الظلام المبكر لغروب الشمس في شتاء لم يصل بعد، يمشي رجل خفيف وبدون عجلة نحو الجنوب، مختبئًا وراء لحية بيضاء، تكاد تكون صفراء بسبب تأثير غامض لغروب الشمس، ونظره ثابت على خطويه التاليتين، ربما متأملاً أو ببساطة متعباً، وحقيبة قماشية رمادية على ظهره توحي بجسد بارد وخجول لآلة ساكسفون. ثم يتوقف. يتوقف عن تمتمات أفكار طويلة وغير مفهومة، أفكار تجر تأملات غير واضحة حول تأثيرات الغروب على المزاج الميلانكولي لشخص يروي لنفسه قصة حياته، ويدخل مبنى قديمًا في ميدتاون، تم تجديده وأصبح أنيقًا للغاية من الداخل، ومغطى بالسجاد لمنع الأقدام من إحداث ضوضاء، ومضاء بشكل استراتيجي بحيث تسمح غرفه وممراته برؤية الأقدام والأجساد التي تدخل وتخرج، مع إخفاء الوجوه التي ترافقها بشكل غير دقيق. رائحة لطيفة من الشموع الفاكهية تملأ كل مكان، بينما تبلغ شاشات مختلفة العميل بالخدمات المتاحة في تلك الليلة.
الرجل ذو اللحية البيضاء، التي أصبحت زرقاء الآن، يقترب من إحدى الآلات ويقرأ بعناية. بإصبعه، الأزرق أيضًا، يختار خيارًا على الشاشة وتصدر الآلة تذكرة مكتوب عليها F. ودون قصد أو تفكير، كرجل متعب يغرق في نوم عميق دون انتباه، يواصل التفكير في الأشياء التي تحيط به وتدخل في تلك الحنين المفاجئ، مثل إعصار صامت وغير مرئي يدخل منزلًا ويخرج منه الأثاث وأجزاء الأبواب، واللوحات التي كانت معلقة هناك لسنوات، وتبعثرها في أنحاء المدينة. تقوده ممرات مختلفة، كما في المطار، إلى باب صغير يكرر حرف F. يدخل ويترك الحقيبة على طاولة صغيرة. يجلس بجانبها وينتظر. انظر: الغرفة F صغيرة ومألوفة، أكبر بقليل من الحمام وخالية من الأجهزة التي يمكن العثور عليها في أحدها.
أحد الجدران الكبيرة زجاجي ويتصل بصريًا بالغرفة التوأم الأخرى، المشابهة جدًا للأولى لدرجة أن أي شخص قد يخلط بين الزجاج الشفاف والمرآة، لولا أن الجانب الآخر لا يوجد فيه من ينظر.
ينتظر أن تضيء الضوء البنفسجي. عادة لا يستغرق الأمر أكثر من ثلاث أو أربع دقائق، ولكن يجب أن نأخذ في الاعتبار أن الناس في هذا الوقت من العام يكونون أكثر تركيزًا على عملهم. لن يستغرق الأمر وقتًا طويلاً؛ على أي حال، لن يستغرق الأمر وقتًا طويلاً حتى يضيء الضوء، ولن يبدأ الوقت في العد التنازلي إلا من ذلك الحين: خمس دقائق. وبينما يكرر ”لن يستغرق الأمر وقتًا طويلاً“، يخرج الساكسفون من الحقيبة ويبدأ في العزف على بعض النوتات دون ترتيب معين. يشك في أن أحد الأزرار يعمل بشكل صحيح. يخشى أن يتعطل الآلة الموسيقية، مما يذكره بأيام شبابه. حتى يضيء الضوء أخيرًا ويظهر شخص ما.
شخص ما. كما كان متوقعًا، إنها امرأة. بتعبير أدق، امرأة شابة، ترتدي زيًا مدرسيًا، على الرغم من أنه من المستحيل تحديد ما إذا كان ما ترتديه هذه المرأة يتوافق حقًا مع أي من أنشطتها اليومية أم أنه تم اختياره لهذه المناسبة. غالبًا ما يكون الأمر كذلك. مثل قناع الجمجمة الذي ترتديه. يختار الكثير من الناس الأقنعة، لأنه على الرغم من أن نيويورك لا حدود لها، إلا أن هناك دائمًا احتمال أن يتعرف المرء في الشارع على شخص قد يكون رآه في غرفة الاعتراف، مشوهًا بالضوء الأزرق ولكن يمكن التعرف عليه أحيانًا من قوة عينيه.
[من ناحية أخرى، لا يزال هناك أشخاص يشعرون بالخجل من التعري، سواء في مكان عام أو في منازلهم. الجميع يعلمون أنهم يتم تصويرهم أو التنصت عليهم في كل لحظة (من قبل الحكومة أو من قبل أحد تلك الإمبراطوريات الخاصة التي نسبت لنفسها الحق في اتخاذ القرارات نيابة عن الآخرين)، على الرغم من عدم وجود أي كاميرا أو ميكروفون مخفي. ومع ذلك، لم يعتد الجميع على هذا الأمر بشكل طبيعي. قد يتعرف الموظف المناوب على الشخص الذي يتعرى في منزله أو يستعد للتبرز في ذلك الوقت؛ أو قد لا يقاوم إغراء نشر تلك الصور على شبكة الإنترنت العالمية. وعلى الرغم من أن هذا الأخير يعد جريمة فيدرالية، فلا شيء يضمن ألا يظهر غدًا أو بعد غد فيديو لراهب كاثوليكي يستمني في زاوية ما في غينيا الجديدة أو لابنة أستاذ فقير تستكشف جسدها البكر في غرفتها في سان باولو. في النهاية، الجريمة هي أيضًا جريمة فيدرالية، ولم تنخفض بسبب ذلك أو بسبب كل هذه الإجراءات الأمنية. ربما يمكن الآن منعها. قبل وقت قصير، اكتشفت دراسات عصبية معملية أن الأحلام ليست وحدها التي تنتج موجات طاقة في الدماغ، بل الأفكار المنطوقة أيضاً. ومنذ ذلك الحين، أصبح من السهل نسبياً إدراك أن كل كلمة لها مستوى طاقة وتردد موجة معين، اعتماداً على الاختلافات المنطقية في اللهجات والعاطفة المختلفة التي تحملها كل كلمة في مناطق مختلفة من نفس البلد. وكما كان الحرف أو الرقم في الحوسبة القديمة عبارة عن مزيج من نبضتين مختلفتين، والتي تتحول بعد ذلك إلى كلمات وأصوات وصور، تم في النهاية اختراع نظام لفك تشفير الأفكار المنطوقة. كما في الماضي، كان لهذا تطبيقات عسكرية مهمة، بشكل حصري تقريبًا. انتقلت شبكة التجسس Echelon إلى تجسس على أفكار كل فرد. باستخدام النظام الجديد، تمت معالجة تسعة ملايين فكرة في الثانية في جميع أنحاء العالم. اعتمادًا على معايير معينة للتفكير، كان النظام يختار تلك الأفكار التي قد تهم الحكومة أو الشركة الممولة للشبكة أو أي موظف مناوب، مدفوعًا بالصدفة والملل أكثر من اهتمامات الأمن القومي. لذلك لم يتم التجسس فقط على الإرهابيين والفنانين والفلاسفة المحتملين ومخترعي الاستراتيجيات التجارية الجديدة، بل أيضًا على نجوم السينما والمشاهير في الحياة اليومية، مما أدى إلى خلق تجارة غير قانونية حقيقية للأوهام الجنسية، التي غالبًا ما تنتجها النساء، كما كان يحدث في الماضي مع الصور على الإنترنت. لم يلاحظ سوى قلة قليلة هذه النشاط السري والواسع الانتشار الذي تقوم به المخابرات العسكرية – والذي انتهى بتحقيق نبوءة سفر التكوين في الكتاب المقدس – وبلغوا عنه قبل عشر دقائق من اعتقالهم من قبل قوات الأمن. أما أولئك الذين تلقوها عبر شبكة المقاومة العالمية فقد صمتوا عنها قدر استطاعتهم. ومن بين هذه المجموعة، لم يتم إرسال أقلية إلى مصحات الأمراض العقلية، لأنهم كانوا يتمتعون بمهارة نادرة — تلك المهارة الخاصة بالبشر والتي تتمثل في كسر جميع القواعد المتوقعة بقوة العبقرية — وهي خلق أشكال جديدة من التفكير المشفر. وكما هو مفهوم، لا يمكن وصف شكل هذه الأشكال، لأن أي نظام قراءة لم يتمكن من مقارنتها بمعايير التفكير المعروفة حتى وقت برمجة آلة الإله المذكورة. لكن النتائج أظهرت كل شيء: توقف الكثير من الناس في العالم عن التفكير، على الأقل هذا ما سجلته أنظمة قراءة الأفكار الأكثر تقدمًا. أو في الواقع لم يتمكنوا من القيام بذلك أبدًا. وبسبب هذا الافتقار إلى التعود على تقدم المجتمع العالمي، انتقل الكثير من الناس من النظارات الشمسية إلى استخدام الأقنعة، ومن التفكير الحر إلى التسلية والترفيه. ونظرًا لأن الحجاب يثير ذكريات سيئة لدى بعض الناس، فقد انتشرت أشكال أخرى من الإخفاء: هناك أقنعة للذهاب إلى الحمام، وأقنعة للنوم في الأيام الحارة أو لممارسة الحب بشكل غير مشروع. هناك قناع لكل شيء ولا يكشف أي قناع عن أي جانب من جوانب شخصية من يرتديه، مما أدى إلى إتقان فن محو الاختلاف. لأنه إذا لم يكن من الممكن الاختباء من الإله-الآلة العظيم، فمن الممكن على الأقل ألا يتعرف علينا أقراننا بسهولة، في حالة حدوث معجزة الشهرة. ومع ذلك، في عملية تجريد الإنسان هذه، يبقى دائمًا بعض التفاصيل غير المهمة التي، على المدى الطويل، تصبح في نهاية المطاف عنصرًا ذا أهمية قصوى. أحيانًا تكون شامة على الأرداف، وأحيانًا أخرى شكل معين للفخذ أو الكتفين. كل هذا كان يثير في الناس شعورًا بالحزن وعدم الرضا الذي كان يختلط بالسعادة. ومع ذلك، لم يكن أي من هذا حتمياً. كما كان يحدث في الماضي، ربما كان يكفي مجرد التشكيك في الوضع الحالي، لولا أن شخصاً ما قد توقع ذلك وحوله إلى مهمة مستحيلة على الأقل، حيث تم إبادة النقاد والفلاسفة، أو الحكم عليهم بالنسيان أو دفنهم تحت شاهد قبر عليه نفس النقش الذي لا يقبل الجدل: أحمق. على العكس من ذلك، من الممكن أن يستمر تحسين الحل الأولي: لن يمر وقت طويل حتى نرى في الشوارع أشخاصاً يرتدون ملابس من الرأس إلى القدمين، ولكن من قماش أسود كثيف كما في الشرق، ربما بسبب التلاعب المتكرر بالمظهر الشخصي.
للحظة، يتخلى الموسيقي عن أفكاره الحزينة ويعود إلى غرفة الاعتراف. ينظر إلى الشابة بعناية. بناءً على ساقيها، يمكن القول إنها لم تنتهِ من الدراسة الثانوية بعد. هناك تفاصيل أخرى تؤكد ذلك: خجلها، على سبيل المثال. لقد مر دقيقة وهي لا تزال واقفة، تستكشف الكاميرا بوجهها المقنع، كما لو كانت تدخلها لأول مرة، تنظر من خلال الزجاج كما لو كانت تريد التعرف على الرجل ذي اللحية البيضاء، الجالس على كرسي، مقابل الجدار الآخر، مع ساكسفون على ركبتيه ونظرة حزينة، تحدق في الفراغ. للحظة، يعتقد أن الرجل أعمى، لكنها مجرد انطباع عابر. سيكون ذلك سخيفًا، علاوة على أنه قد حرك عينيه للتو نحو قدميه. أي أنه ينظر إليها. هذا يذكره بأن الوقت يمر ويجب أن يبدأ. ثم يتحسس بيده صلابة الزجاج، كحركة غريزية لا تؤدي إلا إلى إضاعة المزيد من الوقت. تعرف أن سمكه ثلاثة سنتيمترات وأنه مضاد للرصاص، لكنها تتحسسه بقوة خفية. كانت تفضل أن يكون أول رجل تراه شاباً، لكن هذا الوضع له مزاياه: فهو يثير اشمئزازها أكثر ويخيفها أقل. ثم تتأكد من أنها أغلقت الباب بالمفتاح وتبدأ في خلع ملابسها. لا شك أنها فتاة خجولة. لم تبرز وركاها بعد عن بقية جسدها: يغلب عليها طولها، وتشبه إلى حد ما إحدى شخصيات إل غريكو التي رأت الأسبوع الماضي في متحف موما، ويؤكد ذلك ضوء الغرفة البارد، على بعد خطوة من أن يتم تأكيده أو نفيه بواسطة شعور مأساوي يهدد بالاستقرار على الجانب الآخر من الزجاج. قد يكون والدها أو جدها. لكن هكذا هي الأمور. ”تريدين ما تدينين به“، قالت لها صديقتها. ”تحتاجين إلى فتح صمام تنفيس، والجنس هو صمام الأخلاق“. لكن الأخلاق كانت موجودة، لتزيد من التوتر والرغبة، مثل ذلك الزجاج الذي يحميها. القناع ليس هو الأنسب، يعتقد الموسيقي. ذات مرة انتحر رجل في غرفة الاعتراف. لكن من الأفضل عدم تذكر هذه الأشياء الآن؛ فقد استغرقه وقت طويل لتنعيم حواف بعض الذكريات الحادة. حسناً، النسيان فن عصري، وإن كان يُمارس بشكل خاطئ: الأطباء يجبروننا على تذكر أكثر ما في وجودنا كراهية، ما دفعته حساسيتنا إلى أقبية الذاكرة، بينما تستمتع غباء وسائل الإعلام بتدمير ما تبقى في الصالة الرئيسية.
حسنًا، لم تنتهِ من خلع ملابسها تمامًا، لكنها توقفت. تنظر مرة أخرى من خلال الزجاج. العجوز الذي وقع عليه الاختيار في التوأم لم يتحرك منذ دخلت. إنه ليس أعمى. كما أنه ليس ميتًا. كان بإمكانهم خداعها بوضع دمية، واحدة من تلك الهولوغرامات المتحركة التي كانت رائجة في يوم من الأيام، قبل عودة الرجال من لحم ودم. لكن لا؛ إنه حي بقدر ما هو حزين. حزنه ينتقل عبر الزجاج. إنه مثل الفقر: ينتشر. أخبرتها صديقة أن الرجال، بمجرد أن يرونهن يدخلن، يلتصقون بالزجاج، ويكشفون عوراتهم في أغلب الأحيان، وينتهي بهم الأمر بتلويثه عاجلاً أم آجلاً. حتى أنه في إحدى المرات، صادفت امرأة كانت تعض الزجاج كما لو كانت مسعورة، في المكان نفسه الذي أفرغ فيه رجال آخرون حاجاتهم ونثروا منيهم الغبي. من هذه القصة، بقيت في ذاكرتها صورة شبه مستحيلة لامرأة تعض زجاجاً من الجانب المسطح، إلى أن اكتشفت في منزل صديقة أخرى كلبة تفعل الشيء نفسه لتطلب من مالكتها أن تفتح لها الباب الخلفي.
هذا ما أخبره الرجال. لم يكن هذا هو الحال مع هذا العجوز. لذا شعرت بالأمان التام، وانتهت بتعريتها. وقفت بالقرب من الزجاج واستدارت، مع مقاومة أطراف أصابع قدميها للدوران. ثم وقفت تنظر إليه للحظة. لم يكن هناك ما تخاف منه، لأن الأمن في تلك الأماكن كان صارماً، وكذلك النظافة: بعد دقيقة واحدة من إخلاء الغرفة، كانت تملأ تلقائياً بالإشعاع المطهر، لذلك لم تكن هناك أي احتمالات للعدوى. في الواقع، لم تكن هناك أي حالات عدوى معروفة، لذلك كانت وزارة الصحة تشهد كل عام على سلامة غرف الاعتراف. من ناحية أخرى، استثمرت الحكومة المركزية ما يقرب من نصف ميزانيتها السنوية في حملة توعوية أصبحت جزءًا من الوعي الجماعي، وتتمثل في تشجيع ممارسة العادة السرية. لا شك أن جميع الدراسات العلمية قد أثبتت المزايا الصحية لهذه العادة، إلى جانب فوائد الاستنساخ والتكاثر المساعد، الذي سمي لاحقًا «التكاثر المتحكم فيه». وبمجرد إزالة الحرج من التصوير أثناء ممارسة العادة السرية، بفضل الحملة الأخلاقية التي شنتها الحكومة والمؤسسات الخاصة حول العلاقات الجنسية، اكتسبت المواد الإباحية مكانة بارزة في المجتمع وفي نفسية المواطن العادي. كل ذلك كان بمثابة تقدم في الحاجة الطبيعية للحرية الموجودة في كل إنسان. لم ينخفض الاهتمام بالجنس بل على العكس تمامًا؛ حدثت فقط ثورة حقيقية في الممارسة الجنسية، مع القضاء الغريب على الجماع في الطبقة المتعلمة.
كان هو أيضًا ينظر إليها، على الرغم من أن عينيه الآن تظهران الدهشة، دهشة أكثر من عدم الاهتمام. أصرت هي وذهبت إلى أبعد من ذلك: بقلب متوتر، خلعت القناع ونظرت في عينيه. ابتسم ابتسامة حية، قبل ثانية من سماع صوت الجرس. تجاوز الوقت المحدد بدقيقة واحدة يعني دفع غرامة جديدة، لذلك التقطت الشابة بسرعة الملابس التي كانت على الأرض، وارتدتها وخرجت دون أن تنظر إلى الوراء.
خرج الموسيقي دون نفس السرعة، ولاحظ أن الشابة نسيت قناعها على الأرض. تخيل أنها في تلك اللحظة بالذات كانت تخرج من الشارع الخامس، بينما كان طريقه يقوده ببطء إلى الشارع السادس. في الشارع الخامس ربما ستستقل سيارة أجرة وتضيع بين العشرة ملايين من المجهولين الذين يسكنون المدينة. لن يرى مرة أخرى تلك الابتسامة التي كان ينتظر رؤيتها (كان يفكر في ذلك الآن) لسنوات، منذ اختراع غرف الاعتراف. لسنوات، كان يرى نساء من كل الأنواع، وأحيانًا رجالًا، يتدربون ويكررون تلك المواقف التي يمكن اعتبارها فاحشة، وينتظرون بغضب أن يرد عليهم محاولين كسر الزجاج غير القابل للكسر، أو شيء من هذا القبيل، كما لو كانوا بحاجة إلى شيء من الخطر الذي يتجنبونه في غرف الاعتراف.
لأكون أكثر دقة، كان ينتظر تلك الابتسامة منذ وصوله إلى نيويورك، قبل أربعين عامًا. كانت الابتسامة، بل أقول النظرة، الإيماءة، الحضور الشبحي لتلك الشابة التي أحبها قبل أربعين عامًا. أي أنه ربما لم يدخل أحد الغرفة المزدوجة لغرفة الاعتراف، في المرة الأخيرة، سوى خياله المعذب، المحموم بسبب أول نزلة برد في شتاء عام 2055، التي كادت تقتله، مما منعه من العمل في سنترال بارك، والأسوأ من ذلك، غمرته بحنين عميق ومفهوم للشيخوخة.
خورخي ماجفود
مونتيفيديو، 2000
Пуп мира, 2055
Он внезапно понял то, что рано или поздно понимают все: что он был единственным живым человеком в мире, занятом призраками, что общение было невозможно и даже нежелательно, что жалость и ненависть не имели значения, что терпимое безразличие, разделенное между уважением и чувственностью, было единственным, что можно было требовать и что следовало давать.
Хуан Карлос Онетти, «Верфь», 1961.
В то время, когда день еще не утратил скудного тепла последних дней лета, когда люди наконец выходят из своих офисов, а пробки на окраинах Манхэттена начинают медленно рассасываться, в это время, когда магазины в центре города закрывают свои двери и опускают стальные занавеси, вплоть до домов с домашними животными, осторожно и шумно опережая раннюю темноту закатов еще не наступившей зимы, легкий и неторопливый мужчина идет на юг, скрытый за белой бородой, почти желтой от таинственного эффекта заката, с пристальным взглядом, устремленным на два следующих шага, возможно, задумчивый или просто уставший, с серой тканевой сумкой на спине, которая позволяет догадаться о холодном и скромном теле саксофона. Затем он останавливается. Перестает бормотать длинные и неразборчивые мысли, мысли, которые вызывают неясные размышления о влиянии заката на меланхоличное настроение человека, рассказывающего себе о своей жизни, и входит в старое здание в Мидтауне, переоборудованное и чрезвычайно аккуратное внутри, с ковровым покрытием, защищающим от нежелательных шагов, стратегически освещенное так, чтобы в его залах и коридорах были видны ноги и тела входящих и выходящих, нечетко скрывая лица, которые их сопровождают. Приятный запах фруктовых свечей наполняет каждое помещение, а различные экраны информируют клиента об услугах, доступных в эту ночь.
Мужчина с белой бородой, теперь синей, подходит к одному из автоматов и внимательно читает. Своим пальцем, тоже синим, он выбирает опцию на экране, и автомат выдает ему билет с буквой F. И, не желая и не задумываясь, как уставший человек, который рассеянно погружается в глубокий сон, он продолжает размышлять о вещах, которые его окружают и проникают в эту внезапную ностальгию, как беззвучный и невидимый ураган проникает в дом и выносит из него мебель, куски дверей, картины, которые висели там годами, и разбрасывает их по городу. Различные коридоры ведут его, как в аэропорту, к маленькой двери, на которой снова написано F. Он входит и оставляет сумку на маленьком столике. Садится рядом и ждет. Смотрите: камера F маленькая и уютная, чуть больше ванной комнаты и без приборов, которые можно найти в такой комнате.
Одна из больших стен стеклянная и визуально соединяется с другой камерой-близнецом, настолько похожей на предыдущую, что любой мог бы спутать прозрачное стекло с зеркалом, если бы не тот факт, что на другой стороне нет того, кто смотрит.
Он ждет, пока загорится фиолетовый свет. Обычно это занимает не более трех-четырех минут, но нужно учитывать, что в это время года люди более сосредоточены на своей работе. Это не займет много времени; в любом случае, свет загорится вскоре, и время начнет отсчитываться только с этого момента: пять минут. И пока он повторяет «не задержится», он достает саксофон из сумки и начинает играть несколько нот без особого порядка. Он подозревает, что одна из кнопок не работает. Страх, что инструмент сломается, напоминает ему о днях его молодости. Наконец загорается свет и появляется кто-то.
Кто-то. Как и следовало ожидать, это женщина. Точнее, молодая женщина в школьной форме, хотя никогда нельзя определить, действительно ли то, что на ней надето, соответствует какой-то из ее повседневных занятий или было выбрано специально для этого случая. Так бывает почти всегда. Как и маска черепа, которую она носит. Многие люди выбирают маски, потому что, хотя Нью-Йорк бесконечен, всегда есть вероятность, что на улице можно узнать кого-то, кого видели в «Исповедальне», деформированного синим светом, но иногда узнаваемого по силе его глаз.
[С другой стороны, все еще есть люди, которые стесняются раздеваться, будь то в общественном месте или у себя дома. Все знают, что в любой момент их могут снимать на камеру или прослушивать (правительство или одна из тех частных империй, которые присвоили себе право решать за других), хотя никто не замечает наличия камеры или скрытого микрофона. Однако не все привыкли к этому достаточно естественно. Может случиться так, что дежурный чиновник узнает человека, который в своем собственном доме раздевается или готовится к дефекации в этот момент; или не устоит перед соблазном опубликовать эти изображения в глобальной сети. И хотя последнее является федеральным преступлением, ничто не гарантирует, что завтра или послезавтра не появится видео, на котором католический священник мастурбирует в каком-нибудь уголке Новой Гвинеи, или дочь бедного учителя исследует свое девственное тело в своей комнате в Сан-Паулу. В конце концов, преступность также является федеральным преступлением, и ни это, ни все эти меры безопасности не привели к ее снижению. Возможно, теперь ее можно предотвратить. Некоторое время назад лабораторные неврологические исследования обнаружили, что не только сны производят энергетические волны в мозге, но и произнесенные мысли. С тех пор стало относительно легко понять, что каждое слово имеет свой уровень энергии и частоту волны, в зависимости от логических вариаций диалектов и различной эмоциональности, которую каждое слово имеет в разных регионах одной и той же страны. И так же, как в старой информатике буква или цифра были комбинацией двух разных импульсов, которые затем преобразовывались в слова, звуки и образы, в конце концов была изобретена система декодирования произнесенных мыслей. Как и в прошлом, это имело важные военные применения, почти исключительно. От шпионской сети Echelon перешли к шпионажу за мыслями каждого человека. С помощью новой системы по всему миру обрабатывалось девять миллионов мыслей в секунду. В зависимости от определенных параметров мышления система отбирала те мысли, которые могли представлять интерес для правительства, компании, финансирующей сеть, или какого-либо дежурного чиновника, движимого скорее случайностью и скукой, чем интересами национальной безопасности. Таким образом, шпионили не только за террористами, артистами, потенциальными философами и изобретателями новых коммерческих стратегий, но и за известными звездами кино и повседневной жизни, создавая таким образом настоящий незаконный трафик эротических фантазий, почти всегда создаваемых женщинами, как это часто происходило в прошлом с изображениями в Интернете. Лишь немногие заметили эту тайную и повсеместную деятельность военной разведки, которая в конечном итоге выполнила библейское пророчество из Книги Бытия, и сообщили о ней за десять минут до того, как были арестованы силами правопорядка. Те, кто получил ее через Глобальную сеть сопротивления, молчали, пока могли. Из этой группы меньшинство не было отправлено в психиатрические лечебницы, потому что они обладали редкой способностью — той способностью, которая так присуща людям и заключается в нарушении всех предсказуемых правил силой гениальности — создавать новые формы кодированного мышления. Как можно понять, невозможно описать, какими могли быть эти формы, поскольку ни одна система чтения не могла сравнить их с параметрами мышления, известными на момент программирования этой Бога-машины. Но все было замечено по результатам: многие люди в мире перестали думать, по крайней мере, так регистрируют самые передовые системы чтения мыслей. Или, по сути, никогда не могли этого делать. И именно из-за этой непривычки к прогрессу Глобального общества многие люди перешли от темных очков к маскам, от свободного мышления к развлечениям и развлечениям. Поскольку вуаль вызывает у некоторых людей неприятные воспоминания, появились другие формы сокрытия: есть маски для похода в туалет, маски для сна в жаркие дни или для незаконного занятия любовью. Для всего есть своя маска, и ни одна из них не пропускает ни одного аспекта личности того, кто ее носит, что привело к совершенству в искусстве стирания различий. Ведь если и невозможно скрыться от Великого Бога-машины, то, по крайней мере, можно сделать так, чтобы наши ближние не могли легко нас узнать, если произойдет чудо славы. Однако в этом процессе абстрагирования человека всегда остается какая-то незначительная деталь, которая в конечном итоге становится элементом максимальной значимости. Иногда это родинка на ягодице, иногда определенный профиль бедра или плеч. Все это вызывало у людей чувство печали и неудовлетворенности, которое смешивалось со счастьем. Однако ничто из этого не было неизбежным. Как это часто бывало в древности, возможно, было бы достаточно просто поставить под сомнение текущее положение вещей, если бы не то, что Кто-то предвидел это, превратив его в дело, по крайней мере, маловероятное, поскольку критики и философы были истреблены, обречены на забвение или похоронены под надгробной плитой с одной и той же неопровержимой надписью: ИДИОТ. Напротив, возможно, первоначальное решение будет продолжать совершенствоваться: не пройдет много времени, как на улицах появятся люди, одетые с ног до головы в плотную черную ткань, как на Востоке, возможно, в результате последовательных манипуляций с внешностью.
На мгновение музыкант отрывается от своих меланхоличных размышлений и возвращается в комнату исповедальной. Он осторожно смотрит на девушку. Судя по ее ногам, можно сказать, что она еще не закончила среднюю школу. Есть и другие детали, которые это подтверждают: ее застенчивость, например. Прошла минута, а она все еще стоит, исследуя камеру своей маской смерти, как будто впервые входит в нее, глядя через стекло, как будто хочет узнать человека с белой бородой, сидящего на стуле у другой стены, с саксофоном на коленях и грустным взглядом, устремленным в никуда. На мгновение она думает, что этот человек слеп, но это только мимолетное впечатление. Это было бы абсурдно, к тому же он только что перевел взгляд на ее ноги. То есть он смотрит на нее. Это напоминает ей, что время уходит и нужно начинать. Тогда она прощупывает рукой прочность стекла, как инстинктивное движение, которое только служит для потери времени. Она знает, что оно толщиной три сантиметра и пуленепробиваемое, но все равно прощупывает его с скрытой силой. Она бы предпочла, чтобы в первый раз это был молодой мужчина, хотя у этого есть свои преимущества: он вызывает у нее больше отвращения и меньше страха. Затем она проверяет, закрыла ли дверь на ключ, и начинает раздеваться. Без сомнения, она стеснительная девушка. Ее бедра еще не выделяются на фоне остальной части тела: преобладает ее рост, некоторое сходство с персонажем Эль Греко, которого она видела на прошлой неделе в МОМА, подчеркнутое холодным светом исповедальной, в шаге от того, чтобы быть подтвержденным или опровергнутым трагическим чувством, которое угрожает поселиться по ту сторону стекла. Это мог бы быть ее отец, ее дед. Но так и есть. «Ты желаешь то, что осуждаешь», — сказала ей подруга. «Тебе нужно открыть клапан, и секс — это клапан морали». Но мораль была там, чтобы усилить напряжение и желание, как то стекло, которое ее защищало. Маска — не самое подходящее, думает музыкант. Однажды мужчина покончил с собой в исповедальне. Но сейчас лучше не вспоминать об этом; ему потребовалось достаточно много времени, чтобы сгладить острые углы некоторых воспоминаний. Да, забвение — это модное искусство, хотя и плохо практикуемое: врачи заставляют нас вспоминать самое неприятное в нашей жизни, то, что чувствительность забросила в подвалы памяти, в то время как глупость СМИ развлекается, разрушая то, что осталось в главном зале.
Хорошо, она еще не закончила полностью раздеваться, но останавливается. Снова смотрит через стекло. Старик, который оказался ее соседом по каюте, не шевелился с тех пор, как она вошла. Он не слеп. И не мертв. Ее могли бы обмануть, поставив манекен, один из тех анимированных голограмм, которые когда-то были в моде, до того как вернулись люди из плоти и крови. Но нет, он так же жив, как и печален. Его печаль передается через стекло. Это как бедность: она брызгает. Одна подруга рассказала ей, что мужчины, как только видят их входящими, прижимаются к стеклу, почти всегда обнажая свои части тела, и рано или поздно загрязняют его. Однажды она даже встретила женщину, которая грызла стекло, как будто была в ярости, там же, где другие мужчины делали свои нужды, разбрызгивая свою идиотскую сперму. Из этой истории в ее памяти остался почти невозможный образ женщины, грызущей стекло с плоской стороны, пока в доме другой подруги она не обнаружила суку, делающую то же самое, чтобы попросить свою хозяйку открыть ей заднюю дверь.
Об этом ему рассказали мужчины. Но это не относилось к этому старику. Поэтому она почувствовала себя в полной безопасности и в конце концов разделась. Она встала рядом со стеклом и повернулась, с трудом поворачиваясь на носках. Затем она посмотрела на него на мгновение. Бояться было нечего, потому что так же, как и безопасность этих помещений, строгая была и гигиена: через минуту после того, как комната освобождалась, она автоматически заполнялась дезинфицирующим излучением, поэтому никакой возможности заражения не было. Фактически, не было известно ни одного случая заражения, поэтому Министерство здравоохранения ежегодно подтверждало безопасность исповедален. С другой стороны, центральное правительство инвестировало почти половину своего годового бюджета в морализаторскую кампанию, которая уже вошла в коллективное сознание и заключалась в поощрении практики мастурбации. Несомненно, все научные исследования доказали гигиенические преимущества этой привычки, к которым нужно было добавить преимущества клонирования и вспомогательной репродукции, позже названной «контролируемой репродукцией». После того как благодаря кампании по моральному возрождению, проводимой правительством и частными учреждениями по вопросам сексуальных отношений, было устранено чувство стыда за то, что тебя снимают на камеру во время мастурбации, порнография заняла доминирующее место в обществе и в психологии среднестатистического гражданина. Все это означало прогресс в естественной потребности в свободе, которая существует в каждом человеке. Интерес к сексу не уменьшился, а наоборот, произошла настоящая революция в сексуальной практике, с любопытным исчезновением полового акта в образованном классе.
Он тоже смотрел на нее, хотя теперь в его глазах было удивление, больше удивление, чем безразличие. Она настаивала и пошла еще дальше: с трепещущим сердцем она сняла маску и посмотрела ему в глаза. На его лице появилась живая улыбка за секунду до того, как прозвучал сигнал. Превышение лимита времени на одну минуту означало бы оплату нового билета, поэтому девушка поспешно подняла с пола свою одежду, оделась и вышла, не оглядываясь.
Музыкант вышел без такой спешки, заметив, что девушка забыла свою маску на полу. Он представил, что в этот самый момент она выходит на Пятую авеню, а его путь медленно ведет к Шестой. На Пятой она, возможно, возьмет такси и потеряется среди десяти миллионов анонимных жителей города. Он больше не увидит той улыбки, которую ждал увидеть (так он думал сейчас) в течение многих лет, с тех пор, как были изобретены исповедальни. В течение многих лет он видел женщин всех типов, иногда мужчин, репетирующих и повторяющих те позы, которые должны были считаться непристойными, с нетерпением ожидающих его реакции, пытаясь разбить небьющееся стекло или что-то в этом роде, как будто им не хватало той опасности, которой они избегали в исповедальнях.
Точнее говоря, он ждал этой улыбки с тех пор, как приехал в Нью-Йорк, сорок с лишним лет назад. Это была улыбка, я бы даже сказал, что это был взгляд, жест, призрачное присутствие той молодой женщины, которую он любил сорок с лишним лет назад. То есть, возможно, в последний раз в соседнюю камеру исповедальни никто не входил, кроме его мучимого воображения, лихорадочного от первой простуды зимы 2055 года, которая едва не убила его, не давая работать в Центральном парке и, что еще хуже, погрузив его в глубокую и понятную старостную ностальгию.
El doctor Uriburu había vuelto una noche de una casa de curación clandestina, en Gitanera, con una historia que nunca reveló en vida. Según él, no había ido allí en busca de mujeres sino de un camellero de nombre Ibrahim que lo engañaba vendiéndole falsas traducciones del árabe. Una de estas historias —«El primer hombre»— que el doctor retocó en su sintaxis, procedía de una columna de las cisternas de Garama. Como había explicado en otros folios, estas columnas estaban escritas en griego y en latín, en forma de apretada espiral que cubría todo el fuste como una cinta, de arriba a abajo.
Según esta historia, hubo una época en que los hombres y las mujeres poblaban el mundo sin saber por qué nacían y morían, como el resto de las cosas. En realidad, solían ver animales muertos, árboles incendiados por rayos fulminantes, hermanos abatidos, padres y madres agonizantes. Pero los ejemplos no eran lo suficientemente abrumadores como para temer el propio fin de cada uno. Lloraban por sus muertos, pero no los asustaba desaparecer.
Ocurrió un día que uno de ellos tuvo una idea extraordinaria, a todas luces inconcebible: él mismo, quien había visto morir a un hermano, también se iba a morir. Durante muchos días estuvo triste, sentado sobre una piedra al borde del río. Había comenzado a contemplar su imagen en el espejo del río (cuando todavía había ríos) y se había perdido más tarde en la contemplación de los árboles, del cielo que lo cubría, del sol poniéndose detrás del perfil de las montañas y las estrellas. Con la salida del nuevo sol no mejoró su situación.
Seguía triste, profundamente triste y no sabía por qué. Era sencillo; estaba triste porque había descubierto que la muerte lo esperaba en el cruce de algún camino. Pero para alguien que había vivido treinta años sin saberlo era un descubrimiento todavía oscuro. Casi no tenía palabras para explicar esta idea. Es decir, que aún más tiempo tardó en entender que todo camino conducía al mismo punto. Se dijo que este lugar era siempre triste, porque aunque era el punto común de todos los caminos allí siempre iba a llegar solo. Entonces comprendió por qué la gente lloraba cuando alguien querido partía hacia las estrellas, tan lejos que no podían volver a verlo nunca más.
Después de varios días de vagar por la soledad del desierto (cuando el desierto aún no era mortal para un hombre solo), concibió una nueva e inevitable idea: si le contaba a los demás por qué se encontraba en ese estado de pena, seguramente dejaría de sufrir. O su sufrimiento no sería tan pesado. Había descubierto que un hombre no puede sostener él sólo una revelación tan pesada, que debe compartirla con los demás, ya que ellos también compartían su mismo destino. Descubrió que, por esta razón, los demás son, de alguna forma, uno mismo.
Entonces se sonrió, por primera vez desde aquel terrible día, y subió hasta la aldea. Una columna de humo le indicó el camino. Debajo de esa columna, supo que otros hombres y otras mujeres (esas otras formas de sí mismo) asaban un cerdo salvaje.
“Un cerdo muerto”, pensó, por un momento con miedo.
En el camino se encontró con un joven que jugaba con una pluma de ganso y sintió que no podía esperar a llegar a la aldea para contar lo que le había ocurrido.
Al principio el joven de la pluma no comprendió, ya que siempre había pensado que algo ocurre cuando acontece afuera, como un ave que es derribada con una lanza o como una tormenta que arroja fuego sobre la montaña. Pero ¿cómo podía ocurrir algo adentro de una persona que no sea sólo el latido del corazón?
El hombre comprendió que el joven no había comprendido y se apresuró a llegar a la aldea.
Al día siguiente, el joven de la pluma, que había pasado la noche en la pradera, llegó a la aldea y supo que el hombre que le había contado la historia más extraña e inolvidable de su vida había sido asesinado. Mejor dicho, había sido sacrificado a los nuevos dioses de la montaña. Supo también que lo habían matado por algo que sabía, por algo que había descubierto por sí solo en el río, o quién sabe cuándo, según le dijeron. Entonces el joven sintió tanto miedo que huyó desesperado, consciente ahora de que poseía algo que los hombres querían o despreciaban. Y mientras huía, también supo que ese algo no era una piedra, ni era un fantasma ni era un demonio sino algo que había aprendido, algo que había descubierto y que llevaba consigo en alguna parte.
Trató de recordar qué era aquello que tanto aterraba a la aldea y recordó lo que le había ocurrido al primer hombre. Recordó que el hombre sabía que iba a morir, tal como ocurrió el día después. El hombre lo había predicho, por lo tanto era verdad.
Sin embargo, algo aún más terrible o maravilloso había ocurrido: el joven de la pluma también sabía que el primer hombre iba a morir, sin dudas, mucho antes de que la gente de la aldea se lo dijera. No tenía por qué dudarlo, porque por entonces no existía la mentira.
Entonces ya no pudo deshacerse de esa idea y la idea comenzó a propagarse como una epidemia: no sólo sabía que él se iba a morir, sino también todos los demás, de una forma o de otra, más tarde o más temprano. Lo nuevo, lo terrible no había sido tanto la muerte como la conciencia de llevarla adentro desde aquel día.
El joven siguió huyendo y, cada vez que se encontraba con alguien en el camino que le preguntaba por qué huía, contaba esta historia, porque aún no había aprendido a mentir. De forma que la idea de que todos moriremos algún día prendió tan fuerte en cada uno y contagió tan fácilmente a los demás, que pronto no hubo sobre la tierra ya nadie que no lo supiera.
Durante siglos los hombres buscaron un consuelo a su más profunda angustia, pero todas las respuestas parecieron pequeñas ante la muerte. Hasta que alguien, no se sabe quién, descubrió la verdad. Y como vieron que a todos servía como respuesta a los temores del primer hombre, la defendieron con su sangre y con la sangre de los demás, primero, y con la mentira después.
En el año de Barbaria se comenzaron los viajes anuales al año treinta y tres. Se eligió ese año porque, según las encuestas, la crucifixión de Cristo llamaba la atención de más gente en Occidente, y se pensó en este sector social por razones económicas, ya que los viajes al pasado no habían sido dirigidos ni mucho menos financiados por el gobierno de ningún país, como alguna vez ocurrió con los primeros viajes al espacio, sino por una empresa privada. El grupo financiero que hizo posible la maravilla de viajar por el tiempo fue Axa, a instancias de el Ordenador mayor de Tecnologías Blue, que sugirió infinitas ganancias por prestación de “servicios turísticos”, como en su momento se llamó. Desde entonces, varios grupos de treinta personas han viajado al año treinta y tres para presenciar la muerte del Nazareno, como antiguamente hacían los turistas comunes cuando en cada equinoccio se concentraban al pie de la pirámide de Chitchen-Itzá, para presenciar la formación de la serpiente con las sombras que la pirámide arrojaba sobre sí misma.
El mayor inconveniente que encontró Axa fue el reducido número de turistas que podían asistir al evento por vez, lo que generaba ganancias que no estaban acordes con las expectativas millonarias de la inversión, por lo que de a poco se fue llevando ese número hasta la cifra de cuarenta y cinco, a riesgo de llamar la atención de los antiguos pobladores de Jerusalén. Luego la cifra fue conservada sin alteraciones, a instancia de uno de los principales accionistas de la empresa que arguyó, razonablemente, que la conservación de ese hecho histórico en estado original era la base que justificaba los viajes, y que si cada grupo producía alteraciones en los hechos, ello repercutiría en un abandono del interés general por realizar ese tipo de viajes.
Con el tiempo se comprobó que cada alteración histórica de los hechos, por mínima que fuera, era casi imposible de reparar. Lo que ocurría cuando alguno de los viajantes no respetaba las reglas de juego y pretendía llevarse algún recuerdo del lugar. Como fue el caso más conocido de Adam Parcker que, con increíble destreza, logró recortar un trozo triangular de la túnica roja del Nazareno, probablemente en el momento en que éste cae rendido por el cansancio. El hurto no significó alguna alteración en las Sagradas Escrituras, pero le sirvió a Parcker para hacerse rico y famoso, ya que el diminuto trozo de lienzo pasó a costar una fortuna y no pocos de los viajeros que se tomaron la molestia y el gasto de retroceder miles de años lo hicieron para ver dónde le falta al Nazareno el “Triángulo de Parcker”.
Algunos pocos han puesto objeciones a este tipo de viajes que, aseguran, terminarán por destruir la historia sin que podamos advertirlo. En efecto, es así: por cada cambio que se introduce en un día cualquiera, infinitos cambios se derivan de él, siglo tras siglo, diluyéndose de a poco o multiplicándose en sus efectos. Para advertir un mínimo cambio en el año treinta y tres sería inútil recurrir a las Sagradas Escrituras, porque todas las ediciones, por igual, acusarían el golpe olvidando completamente el hecho original. Cabría una posibilidad de rastrear cada cambio proyectando otros viajes a años anteriores al año de Barbaria, pero a nadie le importaría un proyecto semejante y no habría forma alguna de financiarlo.
Tampoco importa ya la discusión sobre si la historia debe quedar como está o es lícito modificarla. Pero esto último es, en todo caso, peligroso, ya que es imposible prever los cambios resultantes que produciría cualquier alteración. Sabemos que cualquier cambio podría no ser catastrófico para la especie humana, pero sería catastrófico para los individuos: no seriamos nosotros los que estaríamos vivos ahora, sino cualquier otro.
En una posición contraria se encuentran los grupos religiosos más radicales. Los servicios de información de Barbaria han descubierto recientemente que un grupo de evangelistas, pertenecientes a la Iglesia Verdadera de Dios, de Sao Pablo, hará el viaje al año treinta y tres. Gracias a la limosna de sus fieles, el grupo ha logrado reunir la suma varias veces millonaria que cobra Axa por el ticket. Lo que aún no se ha podido confirmar son las intenciones del grupo. Se dice que pretenden hacer volar el Gólgota e incendiar Jerusalén en el momento de la Crucifixión, para que de esa forma lleguemos al tan ansiado Fin de los tiempos. Toda la historia desaparecería; todo el mundo, incluidos los judíos, reconocerían el error, se volverían al cristianismo en el año treinta y tres y el mundo entero viviría bajo el Reino de Dios, tal como estaba descrito en los Evangelios. Lo cual es discutido por otra gente.
Otros no se explican cómo los viajantes pueden presenciar la crucifixión sin tratar de evitarla. La respuesta teológica es obvia, por lo cual los menos interesados en evitar el martirio del Mesías son sus propios seguidores. Pero para los demás, que son la mayoría, Axa ha decretado sus propias reglas éticas: “De la misma forma que no evitamos la muerte de un siervo entre las garras de un león, cuando viajamos al África, tampoco debemos evitar las aparentes injusticias que se comenten con el Nazareno. Nuestro deber moral es conservar la naturaleza y la historia como están”. La crucifixión es patrimonio de la Humanidad, pero, sobre todo, sus derechos han sido adquiridos totalmente por Axa.
De hecho, los cambios serán cada vez más inevitables. Después de seis años de viajes al año treinta y tres, se pueden ver, a los pies de la cruz, tapas de refrescos y escrituras con lápiz químico en el palo mayor, algunas de las cuales rezan: “tengo fe en mi señor”, y otras sólo se limitan a poner el nombre de quien estuvo por allí, junto con la fecha de partida, para que las futuras generaciones de viajantes lo recuerden. Por supuesto, también la empresa comienza a ceder ante la presión de los clientes insatisfechos, apuntando a un mejoramiento radical en los servicios. Por ejemplo, Barbaria acaba de enviar un representante técnico al año veintiséis para que logre la producción de cinco mil metros cúbicos de asfalto y negocie con Pilatos la construcción de un corredor más confortable para vía Dolorosa, lo que hará menos fatigosa la recorrida de los viajantes y, además, sería un gesto misericordioso con el Nazareno que más de una vez se rompió los pies con las piedras que no veía en su camino. Se ha calculado que la mejora no significará cambios en las Sagradas Escrituras, ya que allí no se demuestra preocupación especial por el urbanismo de la ciudad.
Con estas medidas, Axa pretende ponerse a salvo de la lluvia de reclamos que viene sufriendo por supuestas insuficiencias del servicio, teniendo que enfrentar últimamente juicios muy costosos de clientes que han gastado una fortuna y no han regresado complacidos. El motivo de los reclamos no siempre es causado por el fuerte calor de Jerusalén, o por la congestión en la que se encuentra atrapada la ciudad el día de la crucifixión. Sobre todo se debe a las expectativas no satisfechas de los viajantes. La empresa se defiende diciendo que las Sagradas Escrituras no fueron escritas bajo su control de calidad, sino que son solo documentos históricos y, por lo tanto, exagerados. Allí donde muere el Nazareno, en lugar de haber una noche profunda y estremecedora apenas se oscurece el cielo por una concentración excesiva de nubes, y nada más. Los católicos han declarado que este hecho, como todos los referidos en los Evangelios, debe tomarse en su valor simbólico y no meramente descriptivo. Pero a la mayor parte de la gente no satisfizo la respuesta de Axa ni la del Papa Juan XXV, que salió en defensa de la multinacional, gracias a la cual la gente ahora puede estar más cerca de Dios.
في عام باربريا، بدأت الرحلات السنوية في العام الثالث والثلاثين. تم اختيار هذا العام لأنه، وفقًا للاستطلاعات، كان صلب المسيح يلفت انتباه المزيد من الناس في الغرب، وتم التفكير في هذا القطاع الاجتماعي لأسباب اقتصادية، حيث أن الرحلات إلى الماضي لم تكن مدارة أو ممولة من قبل حكومة أي بلد، كما حدث في بعض الأحيان مع الرحلات الأولى إلى الفضاء، بل من قبل شركة خاصة. المجموعة المالية التي جعلت من روعة السفر عبر الزمن أمرًا ممكنًا كانت Axa، بناءً على طلب كبير مهندسي التكنولوجيا في Blue، الذي اقترح أرباحًا لا حصر لها من تقديم ”الخدمات السياحية“، كما كانت تسمى في ذلك الوقت. منذ ذلك الحين، سافرت عدة مجموعات مكونة من ثلاثين شخصًا إلى عام 33 لمشاهدة موت الناصري، كما كان يفعل السياح العاديون في الماضي عندما كانوا يتجمعون عند كل اعتدال عند سفح هرم تشيتشن إيتزا لمشاهدة تشكيل الثعبان بظلال الهرم التي تلقيها على نفسها.
أكبر عائق واجهته شركة أكسا كان العدد المحدود من السياح الذين يمكنهم حضور الحدث في كل مرة، مما أدى إلى أرباح لم تكن متوافقة مع التوقعات المليونية للاستثمار، لذلك تم زيادة هذا العدد تدريجياً إلى خمسة وأربعين شخصاً، على الرغم من خطر لفت انتباه سكان القدس القدامى. ثم تم الحفاظ على هذا الرقم دون تغيير، بناءً على طلب أحد المساهمين الرئيسيين في الشركة الذي جادل، بشكل معقول، بأن الحفاظ على هذا الحدث التاريخي في حالته الأصلية هو الأساس الذي يبرر الرحلات، وأنه إذا تسبب كل مجموعة في تغييرات في الأحداث، فإن ذلك سيؤدي إلى تراجع الاهتمام العام بالقيام بهذا النوع من الرحلات.
مع مرور الوقت، ثبت أن أي تغيير تاريخي في الأحداث، مهما كان ضئيلاً، يكاد يكون من المستحيل إصلاحه. كان هذا يحدث عندما لا يحترم أحد المسافرين قواعد اللعبة ويحاول أخذ تذكار من المكان. كما كان الحال في القضية الأكثر شهرة لأدم باركر الذي تمكن، بمهارة مذهلة، من قص قطعة مثلثة من رداء الناصري الأحمر، ربما في اللحظة التي سقط فيها منهكًا من التعب. لم يؤد السرقة إلى أي تغيير في الكتاب المقدس، ولكنها ساعدت باركر على أن يصبح ثريًا ومشهورًا، حيث أصبح قطعة القماش الصغيرة تساوي ثروة، وقام العديد من المسافرين الذين تكبدوا عناء ونفقات العودة آلاف السنين إلى الوراء ليروا المكان الذي فقد فيه الناصري ”مثلث باركر“.
اعترض القليلون على هذا النوع من الرحلات التي، كما يؤكدون، ستؤدي في النهاية إلى تدمير التاريخ دون أن ندرك ذلك. في الواقع، هذا صحيح: فلكل تغيير يتم إدخاله في أي يوم، تنشأ عنه تغييرات لا حصر لها، قرنًا بعد قرن، تتلاشى تدريجيًا أو تتضاعف آثارها. للحصول على أدنى تغيير في عام 33، سيكون من العبث اللجوء إلى الكتب المقدسة، لأن جميع الطبعات، على حد سواء، ستتأثر بالضربة وتنسى تمامًا الحقيقة الأصلية. قد يكون من الممكن تتبع كل تغيير من خلال التخطيط لرحلات أخرى إلى سنوات سابقة لعام بارباريا، ولكن لن يهتم أحد بمشروع من هذا القبيل ولن يكون هناك أي وسيلة لتمويله.
كما أن الجدل حول ما إذا كان يجب أن تظل التاريخ كما هو أم أنه من المشروع تعديله لم يعد مهمًا. لكن هذا الأخير خطير في كل الأحوال، لأنه من المستحيل التنبؤ بالتغييرات الناتجة عن أي تعديل. نحن نعلم أن أي تغيير قد لا يكون كارثيًا للجنس البشري، لكنه سيكون كارثيًا للأفراد: لن نكون نحن من نعيش الآن، بل أي شخص آخر.
في الموقف المعاكس، توجد الجماعات الدينية الأكثر تطرفًا. اكتشفت أجهزة الاستخبارات في بارباريا مؤخرًا أن مجموعة من المبشرين، ينتمون إلى كنيسة الله الحقيقية في ساو باولو، ستقوم برحلة إلى عام 33. بفضل تبرعات أتباعها، تمكنت المجموعة من جمع الملايين التي تتقاضاها شركة أكسا مقابل التذكرة. ما لم يتم تأكيده بعد هو نوايا المجموعة. يقال إنهم يعتزمون تفجير الجلجثة وإحراق القدس في لحظة الصلب، حتى نصل إلى نهاية الزمان التي طال انتظارها. ستختفي كل التاريخ؛ سيقر الجميع، بما في ذلك اليهود، بالخطأ، وسيتحولون إلى المسيحية في عام 33، وسيعيش العالم بأسره تحت ملكوت الله، كما هو موصوف في الأناجيل. وهو ما يثير جدلاً بين آخرين.
لا يستطيع آخرون تفسير كيف يمكن للمسافرين أن يشهدوا الصلب دون محاولة منعه. الجواب اللاهوتي واضح، وهو أن أقل من يهتمون بتجنب استشهاد المسيح هم أتباعه أنفسهم. لكن بالنسبة للآخرين، الذين يشكلون الأغلبية، فقد فرضت أكسا قواعدها الأخلاقية الخاصة: «بالطريقة نفسها التي لا نمنع بها موت خادم بين مخالب أسد، عندما نسافر إلى إفريقيا، لا يجب أن نمنع الظلم الظاهر الذي يرتكب ضد الناصري. واجبنا الأخلاقي هو الحفاظ على الطبيعة والتاريخ كما هما». الصلب هو تراث للبشرية، ولكن، قبل كل شيء، حقوقه قد اكتسبتها أكسا بالكامل.
في الواقع، ستصبح التغييرات أكثر فأكثر حتمية. بعد ست سنوات من السفر إلى عام 33، يمكن رؤية أغطية المشروبات الغازية وكتابات بالقلم الكيميائي على العمود الرئيسي للصليب، بعضها يقول: ”أؤمن بربي“، والبعض الآخر يقتصر على كتابة اسم من كان هناك، مع تاريخ المغادرة، حتى يتذكره المسافرون في الأجيال القادمة. وبالطبع، بدأت الشركة أيضًا في الاستسلام لضغط العملاء غير الراضين، وتسعى إلى تحسين جذري في الخدمات. على سبيل المثال، أرسلت Barbaria للتو ممثلًا فنيًا إلى العام السادس والعشرين لإنتاج خمسة آلاف متر مكعب من الإسفلت والتفاوض مع بيلاطس على بناء ممر أكثر راحة لطريق Dolorosa، مما سيجعل رحلة المسافرين أقل إرهاقًا، بالإضافة إلى أنه سيكون لفتة رحيمة تجاه الناصري الذي كسر قدميه أكثر من مرة بسبب الحجارة التي لم يرها في طريقه. وقد تم حساب أن التحسين لن يعني تغييرات في الكتاب المقدس، حيث لا يظهر فيه اهتمام خاص بتخطيط المدينة.
من خلال هذه الإجراءات، تسعى شركة Axa إلى حماية نفسها من سيل الشكاوى التي تتعرض لها بسبب ما يُزعم أنه قصور في الخدمة، حيث تضطر مؤخراً إلى مواجهة دعاوى قضائية مكلفة للغاية من عملاء أنفقوا ثروة ولم يعودوا راضين. لا يكون سبب الشكاوى دائماً هو الحرارة الشديدة في القدس، أو الازدحام الذي تعاني منه المدينة في يوم الصلب. بل إن السبب الرئيسي هو توقعات المسافرين غير الملباة. وتدافع الشركة عن نفسها بالقول إن الكتب المقدسة لم تكتب تحت رقابة جودة الشركة، بل هي مجرد وثائق تاريخية، وبالتالي فهي مبالغ فيها. ففي المكان الذي مات فيه الناصري، بدلاً من أن تكون ليلة عميقة ومروعة، لا يحدث سوى أن السماء تصبح مظلمة بسبب تجمع مفرط للغيوم، ولا شيء أكثر من ذلك. أعلن الكاثوليك أن هذا الحدث، مثل جميع الأحداث المذكورة في الأناجيل، يجب أن يؤخذ بقيمته الرمزية وليس مجرد وصفية. لكن معظم الناس لم يرضوا عن رد شركة أكسا ولا عن رد البابا يوحنا الخامس والعشرين، الذي دافع عن الشركة متعددة الجنسيات، بفضلها أصبح الناس الآن أقرب إلى الله.
خورخي ماجفود
القدس، 1995
Эпоха Варварии
В год Варварии начались ежегодные путешествия в тридцать третий год. Этот год был выбран потому, что, согласно опросам, распятие Христа привлекало внимание большего числа людей на Западе, и этот социальный сектор был выбран по экономическим причинам, поскольку путешествия в прошлое не были организованы и тем более не финансировались правительством какой-либо страны, как это когда-то было с первыми космическими полетами, а частной компанией. Финансовой группой, которая сделала возможным чудо путешествий во времени, была Axa, по инициативе главного компьютера Blue Technologies, который предложил бесконечные прибыли от предоставления «туристических услуг», как это тогда называли. С тех пор несколько групп по тридцать человек в год путешествуют в тридцать третий год, чтобы увидеть смерть Назарянина, как раньше делали обычные туристы, когда в каждое равноденствие собирались у подножия пирамиды Чичен-Ица, чтобы увидеть образование змеи из теней, которые пирамида отбрасывала на себя.
Самым большим неудобством, с которым столкнулась Axa, было небольшое количество туристов, которые могли посетить мероприятие за раз, что приносило доход, не соответствующий миллионным ожиданиям от инвестиций, поэтому постепенно это число было доведено до сорока пяти, рискуя привлечь внимание старых жителей Иерусалима. Затем это число было сохранено без изменений по просьбе одного из основных акционеров компании, который обоснованно утверждал, что сохранение этого исторического факта в первоначальном виде было основой, оправдывающей поездки, и что если каждая группа будет вносить изменения в факты, это приведет к утрате общего интереса к такого рода поездкам.
Со временем выяснилось, что любое изменение исторических фактов, даже самое незначительное, было практически невозможно исправить. Это происходило, когда кто-то из путешественников не соблюдал правила игры и пытался увезти с собой какой-нибудь сувенир из этого места. Как в случае с самым известным Адамом Паркером, который с невероятной ловкостью сумел отрезать треугольный кусок красной туники Назарянина, вероятно, в тот момент, когда тот падал от усталости. Кража не повлияла на Священное Писание, но помогла Паркеру стать богатым и знаменитым, поскольку крошечный кусочек ткани стал стоить целое состояние, и многие путешественники, которые потрудились и потратили деньги, чтобы вернуться на тысячи лет назад, сделали это, чтобы увидеть, где у Назарянина отсутствует «треугольник Паркера».
Некоторые высказали возражения против такого рода путешествий, которые, по их утверждению, в конечном итоге разрушат историю, не давая нам этого заметить. Действительно, так и есть: каждое изменение, внесенное в любой день, приводит к бесконечным изменениям, век за веком, постепенно ослабляя или умножая свои последствия. Чтобы заметить минимальное изменение в тридцать третьем году, бесполезно обращаться к Священному Писанию, потому что все издания одинаково отреагируют на удар, полностью забыв о первоначальном факте. Была бы возможность отследить каждое изменение, планируя другие путешествия в годы, предшествующие году Варварии, но никому не было бы интересно такое предприятие, и не было бы никакой возможности его финансировать.
Уже не имеет значения и дискуссия о том, должна ли история оставаться такой, как есть, или ее можно изменять. Но последнее в любом случае опасно, поскольку невозможно предвидеть изменения, которые вызовет любое изменение. Мы знаем, что любое изменение может не быть катастрофическим для человеческого рода, но оно будет катастрофическим для отдельных людей: мы не будем теми, кто живет сейчас, а кем-то другим.
На противоположной позиции находятся наиболее радикальные религиозные группы. Разведывательные службы Барбарии недавно обнаружили, что группа евангелистов, принадлежащих к Истинной Церкви Бога в Сан-Паулу, отправится в путешествие в 33 год. Благодаря пожертвованиям своих верующих, группа смогла собрать многомиллионную сумму, которую Axa взимает за билет. Пока не удалось подтвердить намерения группы. Говорят, что они намерены взорвать Голгофу и поджечь Иерусалим в момент распятия, чтобы таким образом мы достигли столь желанного Конца времен. Вся история исчезнет; все, включая евреев, признают свою ошибку, обратятся в христианство в 33 году, и весь мир будет жить под властью Бога, как описано в Евангелиях. Что оспаривается другими людьми.
Другие не могут понять, как путешественники могут присутствовать при распятии, не пытаясь его предотвратить. Теологический ответ очевиден: те, кто меньше всего заинтересован в предотвращении мученической смерти Мессии, — это его собственные последователи. Но для остальных, которые составляют большинство, Акса установила свои собственные этические правила: «Так же, как мы не предотвращаем смерть слуги в лапах льва, когда путешествуем по Африке, мы не должны предотвращать кажущиеся несправедливости, совершаемые по отношению к Назарянину. Наш моральный долг — сохранить природу и историю в их нынешнем виде». Распятие является наследием человечества, но, прежде всего, его права были полностью приобретены Axa.
Фактически, изменения будут становиться все более неизбежными. После шести лет путешествий в тридцать третьем году у подножия креста можно увидеть крышки от напитков и надписи химическим карандашом на главном столбе, некоторые из которых гласят: «Я верю в своего Господа», а другие просто указывают имя того, кто был там, вместе с датой отправления, чтобы будущие поколения путешественников помнили об этом. Конечно, компания также начинает уступать давлению недовольных клиентов, стремясь к радикальному улучшению услуг. Например, Barbaria только что отправила технического представителя в 26 год, чтобы он обеспечил производство пяти тысяч кубометров асфальта и договорился с Пилатом о строительстве более удобного коридора для Via Dolorosa, что сделает путешествие паломников менее утомительным, а также будет милосердным жестом по отношению к Назарянину, который не раз ломал ноги о камни, которые не видел на своем пути. Было подсчитано, что это улучшение не повлечет за собой изменений в Священном Писании, поскольку там не проявляется особой заботы об урбанистике города.
Этими мерами Axa намеревается уберечься от потока жалоб, которые она получает из-за предполагаемых недостатков обслуживания, в последнее время сталкиваясь с очень дорогостоящими судебными разбирательствами со стороны клиентов, которые потратили целое состояние и не вернулись довольными. Причина жалоб не всегда заключается в сильной жаре Иерусалима или в пробках, в которых оказывается застрявшая город в день распятия. В основном это связано с неудовлетворенными ожиданиями путешественников. Компания защищается, заявляя, что Священное Писание не было написано под ее контролем качества, а является лишь историческими документами и, следовательно, преувеличенными. Там, где умирает Назарянин, вместо глубокой и тревожной ночи небо лишь слегка темнеет из-за чрезмерной концентрации облаков, и ничего больше. Католики заявили, что этот факт, как и все упомянутые в Евангелиях, следует рассматривать в его символическом, а не просто описательном значении. Но большинство людей не удовлетворили ни ответ Axa, ни ответ Папы Иоанна XXV, который выступил в защиту транснациональной корпорации, благодаря которой люди теперь могут быть ближе к Богу.
Cada vez que regreso a Uruguay me impacta lo previsible. No descubro novedades pero mi capacidad de asombro se renueva. Siempre he considerado que la sensibilidad es la mejor aliada de la razón: es aquello que nos sorprende lo que nos obliga a reflexionar. Es la intuición la que guía a la razón y no a la inversa, como se presume siempre. Sin las emociones el análisis se pierde, como un forense buscando el origen de la vida en una morgue. Y es eso, precisamente, en lo que se está convirtiendo nuestro querido país, pequeña región geográfica y humana con un pasado brillante: en una morgue donde sus directores discuten sobre el número de muertos, sobre las causas de cada fallecimiento, sobre cómo evitar el olor nauseabundo que se incrementa día a día sin dar suficiente tiempo de recuperación a las narices que se anestesian junto con los ojos que todavía miran pero ya no ven. De vez en cuando alguno de los directores de la morgue se queja de los cadáveres: hemos diseñado todo tipo de planes sociales, les hemos inyectado suero, el aire acondicionado ha mejorado, pero ellos se niegan a levantarse. Hay gente que prefiere seguir tirada en la calle a vivir como la gente.
Hace unos días murió un niño de hambre y otro de diarrea. Poco después los gusanos comieron vivo a un pequeño de trece meses. No es necesario entrar en detalles descriptivos. Bastará con apuntarlo y no dejarlo pasar como un fenómeno climático sino de verdadera injusticia social. Al mismo tiempo que todo esto ocurre, nuestro vicepresidente continúa su heroica batalla por demostrar que los criterios para medir la pobreza son erróneos y, por lo tanto, deberíamos considerar una cifra un poco más baja de la que publican los técnicos de la salud.
Pero estos niños muertos son niños de la periferia. Marginados. Son efectos colaterales. No duelen.
En este momento me interesa entrar en el pantano. Está en juego la relación con el otro y las instituciones en general, porque cada vez que un niño muere de hambre el Estado pierde su razón de ser. Y en esto hay que decir que el Estado ha perdido la razón reiteradamente. Si la mayor Institución que se ha dado la sociedad es capaz de reparar un semáforo cada vez que se descompone, ¿cómo no es capaz de evitar que un niño se muera de hambre? He escuchado muchas veces que un gran porcentaje de los seres humanos que duermen en las calles, con la cabeza apoyada en la vereda a cero grado centígrado, bajo la violencia del clima y bajo la violencia moral de ser vistos en esa degradación, se niegan a concurrir a un local donde tienen comida y colchones. Ergo esos individuos son responsables de su desgraciada condición. En inglés hasta suena distinguido: son homeless. Pero cuántos de nosotros no nos volveríamos dementes en situaciones de violencia semejantes y reiteradas como lo están esas personas?
Pero como los pobres son “responsables” de su pobreza, así como los alcohólicos y los drogadictos son responsables de su vicio, podemos dejarlos tirados y el mundo seguirá andando. Ahora, si un hombre amenaza con tirarse de un décimo piso, ¿qué hace el Estado? En teoría, ese hombre está en su derecho de hacer con su existencia lo que quiera. Sin embargo, a nadie se le ocurriría dejarlo ejercer su derecho. ¿Por qué? Siempre argüiremos que esa persona no está bien de la cabeza y, por lo tanto, debemos ayudarla a desistir de su intento. Entonces enviamos bomberos, policías y psicólogos para “persuadirlo” de su intento, no vaya a ser que ensucie la calle y cunda el mal ejemplo. ¿Está bien esto? Más allá de una discusión filosófica sobre el derecho, la intuición nos grita que sí. Entonces, ¿por qué dejamos a un hombre tirado en la calle? ¿Por qué la mayor organización de la sociedad, el Estado, no se hace responsable por cada niño que muere de hambre, en lugar de echarle la culpa a una madre que vive en un basurero y ya ha dejado de pensar?
Mal, esto es el árbol de hojas secas. Ahora tratemos le ver el bosque.
Durante décadas, el Río de la Plata fue un río de inmigrantes. Millones de hombres y mujeres bajaron de los barcos a esta tierra desconocida para plantar su raza y sus costumbres. En su gran mayoría eran europeos, representantes orgullosos de una cultura avanzada, de una historia llena de grandes imperios y ominosas dominaciones, que muchas veces se confundió con una raza inexistente: la raza blanca. Sin embargo, aquellos abuelos nuestros que bajaron de los barcos en su mayoría eran analfabetos, víctimas de las más obscenas persecuciones o delincuentes comunes. Por lo general, gente que no tenía muchas razones para sentirse orgullosa. No porque fueran pobres y analfabetos, sino porque venían de una Europa enferma, guerrera y puritana, la mayoría de las veces arrastrando profundos prejuicios, inútiles rigurosidades morales que se parecían más a la inhumanidad y a la mentira que a la sabiduría.
Un minúsculo hecho acontecido en el puerto de Buenos Aires retrata con perfecta economía algunos de aquellos conquistadores, que no carecieron de virtudes pero que por regla general hicieron todo lo posible por olvidar sus defectos, esos mismos que la antropología intentó disimular en los libros. El milagro me lo transmitió mi tío Caíto Albernaz, un campesino sin universidad pero con muchos libros al lado del arado y una inteligencia ética demasiado fina para ser escuchada sin fastidio, destruido hace ya muchos años por la dictadura militar. Yo era un niño aún y le escuché contar, con la misma brevedad, mientras escuchábamos el canto o la queja de un ave nocturna, inubicable en el extenso horizonte del atardecer: “Todavía con las valijas en las manos, un grupo de inmigrantes se cruzó con otro grupo de otra nacionalidad, probablemente de algún país periférico de Europa. Entonces, uno le dijo a otro: Nuestra lengua es mejor porque se entiende.”
Con el tiempo, esta iluminación de la ignorancia se fue ocultando bajo una espesa capa de cultura. Sin embargo, en lo más profundo de nuestro corazón occidental, aún sobrevive la actitud primitiva que considera nuestra propia lengua la mejor lengua, nuestra moral la mejor moral y, aunque nos duela, nuestros muertos las únicas víctimas. Y para darse cuenta de esto no es necesario una universidad sino la sensibilidad de aquel campesino que sabía escuchar a los pájaros.
Durante todo el siglo XX, uno de los principios éticos que justificó cada genocidio y cada matanza, en masa o a pequeña escala, fue aquel en el cual se establecía que “el fin justifica los medios”. Como era de esperar, los nobles fines nunca llegaron y, por ende, los medios terminaron por perpetuarse, es decir, los medios se impusieron como fines. (Así suele ocurrir con las Causas cuando se transforman en ideologías, o con la Fe cuando se transforma en dogma.) Lo cual es doblemente lógico, ya que si uno pretende defender la vida con la muerte, el uso de este último recurso hace imposible el logro perseguido. Al menos que el logro sea la resurrección indiscriminada.
Con el transcurso del tiempo, las retóricas y las ideologías han ido cambiando. Sólo cambiando; no han desaparecido en ningún momento. De hecho, el precepto de que “el fin justifica los medios” se encuentra tan vigente hoy como pudo estarlo en tiempos de Stalin o de Nerón. Ahora, de una forma más técnica y menos filosófica, se entiende el mismo concepto con la expresión “efectos colaterales”
Veámoslo un poco más de cerca. En los últimos cincuenta años se han venido realizando intervenciones militares, por parte de las mayores potencias mundiales, con el objetivo de mantener el Orden, la Paz, la Libertad y la Democracia. No vamos a ponerlo en duda —esto complicaría el análisis ya desde el comienzo—. En cada una de estas intervenciones en defensa de la vida ha habido muertos, por supuesto. A diferencia de las antiguas guerras, los muertos escasamente son militares (lo que hace de este oficio uno de los más seguros del mundo, más seguro que el oficio de periodista, de médico o de obrero de la construcción) y nunca son los promotores de tan arriesgadas empresas. Por regla común, los nuevos muertos son siempre civiles, algún viejo que no pudo correr a tiempo, algún joven inconsulto, sin voz ni voto, alguna mujer embarazada, algún feto abortado.
Miremos por un momento estos muertos que no nos tocan ni nos salpican. ¿Son muertos imprevistos? Creo que no. A nadie puede sorprender que en un ataque militar haya muertos. Los muertos y las guerras poseen lazos históricos, así como las guerras y los intereses corporativos. Tan previsibles son estos muertos que han sido definidos, en bloque, como “efectos colaterales”. No es cierto que las “bombas inteligentes” sean tontas; hasta un genio se equivoca, eso lo sabemos todos. Ahora, el problema ético surge cuando se acepta sin cuestionamientos que estos “efectos colaterales” son, de cualquier manera, inevitables y no detienen nunca la acción que los produce. ¿Por qué? Porque hay cosas más importantes que los “efectos colaterales”, es decir, hay cosas más importantes que la vida humana. O por lo menos de cierto tipo de vida humana.
Y aquí está el segundo problema ético. Aceptar que en un bombardeo la muerte de centenares de inocentes, hombres, niños y mujeres, puedan ser definidos como “efectos colaterales” es aceptar que existen vidas humanas de “valor colateral”. Ahora, si existen vidas humanas de valor colateral, ¿por qué se inicia una acción de este tipo en defensa de la vida? La razón y la intuición nos dice que el precepto lleva implícita la idea, no cuestionada, de que existen vidas humanas de “valor capital”.
Un momento. Ante tan grotesca conclusión, debemos preguntarnos si no hemos errado en nuestro razonamiento. Para ello, debemos hacer un ejercicio mental de verificación. Hagamos el experimento. Preguntémonos ¿qué hubiese ocurrido si por cada cinco niños negros o amarillos destrozados por un “efecto colateral” hubiesen muerto uno o dos niños blancos, con nombres y apellidos, con una residencia legible, con un pasado y una cultura común a la de aquellos pilotos que lanzaron las bombas? ¿Qué hubiese ocurrido si por cada inevitable “efecto colateral” hubiesen muerto vecinos nuestros? ¿Qué hubiese ocurrido si para “liberar” a un país lejano hubiésemos tenido que sacrificar cien niños en nuestra propia ciudad, como un inevitable “efecto colateral”? ¿Hubiese sido distinto? Pero cómo, ¿cómo puede ser distinta la muerte de una niña, lejana y desconocida, inocente y de cara sucia, a la muerte de un niño que vive cerca nuestro y habla nuestra misma lengua? Pero ¿cuál muerte es más horrible? ¿Cuál muerte es más justa y cuál es más injusta? ¿Cuál de los dos inocentes merecía más vivir?
Seguramente casi todos estarán de acuerdo en que ambos inocentes tenían el mismo derecho a la vida. Ni más ni menos. Entonces, ¿por qué unos inocentes muertos son “efectos colaterales” y los otros podrían cambiar cualquier plan militar y, sobre todo, cualquier resultado electoral?
Si bien parece del todo lícito que, ante una agresión, un país inicie acciones militares de defensa, ¿acaso es igualmente lícito matar a inocentes ajenos en defensa de los inocentes propios, aún bajo la lógica de los “efectos colaterales”? ¿Es lícito, acaso, condenar el asesinato de inocentes propios y promover, al mismo tiempo, una acción que termine con la vida de inocentes ajenos, en nombre de algo mejor y más noble?
Un poco más acá, ¿qué hubiese ocurrido si los gusanos dejaran de comer niños pobres y comenzaran a comer niños ricos? ¿Qué ocurriría si por una negligencia administrativa comenzaran a morir niños de nuestra heroica e imprescindible well to do class?
Una “limpieza ética” debería comenzar por una limpieza semántica: deberíamos tachar el adjetivo “colateral” y subrayar el sustantivo “efecto”. Porque los inocentes destrozados por la violencia económica o armada son el más puro y directo Efecto de la acción, así, sin atenuantes eufemísticos. Le duela a quien le duela. Todo lo demás es discutible.
Esta actitud ciega de la Sociedad del Conocimiento se parece en todo a la orgullosa consideración de que “nuestra lengua es mejor porque se entiende”. Sólo que con una intensidad del todo trágica, que se podría traducir así: nuestros muertos son verdaderos porque duelen.
Desde hace unos años tengo por costumbre no leer escritos o comentarios anónimos. Cierta vez, en el foro digital de un importante diario, pegué de forma anónima un texto sobre algunas virtudes del socialismo. No se trataba de un texto especialmente brillante, pero me interesó el experimento.
Una lluvia de respuestas y comentarios insultaron al autor del texto. Abundaban calificaciones como “retardado mental”, “analfaveto”, “idiota” y “pobre frustrado”.
El texto era de un señor llamado Albert Einstein, aquel humilde doctor en física que vivía ahí en frente, en la calle Mercer 112, entre los tupidos bosques de Princeton University.
Las malas lenguas dicen que no era buen esposo, pero nunca nadie confirmó algún tipo de retardo mental, de idiotismo o de frustración personal. Excepto los retardados mentales que a principios del siglo XX demostraron que la teoría de la relatividad era falsa porque se le había ocurrido a un judío.
***
El recurrente y sistemático compromiso en las redes sociales son los compromisos menos comprometidos de la historia. Hacer un clic perezoso para mostrar nuestro apoyo o nuestra condena hacia una causa sirve más de alimento a nuestros egos que a la causa. En el mejor de los casos sirve para un lavado clorhídrico de conciencia, para mostrar a los demás y demostrarnos a nosotros mismos todo lo bueno y políticamente correcto que somos o podemos ser.
Pero sin sacrificio no hay compromiso y por eso la sociedad virtual es incapaz de cualquier compromiso más allá del esnobismo, del voyeurismo y, ante todo, de ese narcisismo vacío como una cáscara de huevo llena de emociones prefabricadas que caben en el microscópico jeroglífico de dos puntos y un paréntesis.
Tal vez lo único real de una sociedad virtual es su propia frustración cuando, amparada en el anonimato, afloran las emociones reprimidas en sus formas más autenticas.
En las sociedades virtuales las virtudes son simbólicas, como los individuos, como su democracia y su libertad.
La insistencia sobre la libertad y la autenticidad, el valor prefabricado de ser-uno-mismo del nuevo individuo se parece a la publicidad de un auto pequeño que insiste sobre las virtudes de su gran espacio interior.
Y pese a tanto desencanto, todavía creo que alguna vez el juguete se convertirá en herramienta de acción y liberación.
***
Una buen aparte de la generación de la televisión se acostumbró a la propaganda fragmentada. Una buena parte de la generación de la era digital ya no puede vivir sin la microfisura, sin un permanente coitus interruptus.
El habitante de estos luminosos cementerios no puede bucear una hora en un mismo concepto, no puede leer doscientas páginas o cincuenta mil palabras, no puede retener conceptos abstractos. No se siente cómodo si no interrumpe lo que está haciendo con algún clic, algún update.
Sin embargo, el hombre microfragmentado posee un ego de hierro. Famoso por diez segundos, genio por tres palabras y un clic, su dialéctica es el insulto anónimo y los argumentos desarticulados en unos pocos párrafos. Porque solo su ego es más grande que su infinita pereza.
Me incluyo entre las dos generaciones; comparto, sufro y cada día lucho contra esos males que son los míos también. Porque la red luminosa es como un gran agujero negro que chupa todo lo que anda a su alrededor. La naturaleza sustituta comienza chupando el cerebro, luego el cuerpo y finalmente chupa al orgulloso individuo que ha dejado de ser un individuo.
***
Los conservadores más reaccionarios siempre estigmatiza todo lo intelectual y a todo intelectual que cuestione su concepto de realidad. Uno de sus placeres principales consiste en pensar y declarar sobre la inferioridad intelectual de los intelectuales. En muchos países suelen encabezar la lista de los diez idiotas más idiotas.
A los reaccionarios que confunden la realidad con lo que ven y lo que ven con lo que piensan que ven los obsesiona la necesidad de poseer una idea realista del universo, casi tan realista como la perspectiva que tienen los caballos y las vacas en el campo.
Como si el concepto de realidad de estos reaccionarios fuese la realidad misma y no una ilusión petrificada que en cerebros calcinados adquiere aspecto de una realidad incuestionable. Incuestionables como la planicie de la Tierra, las inmensas tortugas que sostenían el mundo, las brujas que producían mal tiempo y por lo cual en la vieja Europa se solían torturar hasta la muerte o simplemente quemarlas en la hoguera en nombre de la verdad y en defensa de la realidad.
***
Los arengadores radiales, portavoces e incitadores de la derecha norteamericana, se burlan del tono y del estilo de voz de Bill Clinton y de Noam Chomsky. Se ríen y se burlan con el tono y el estilo de voz de los pastores protestantes en plena faena.
***
Hace por lo menos diez mil años los mercados eran el centro de la vida de los pueblos. Allí se juntaban los colores y los olores de la experiencia humana, las ideas y las pasiones, el dinero y la plegaria al Supremo, la duda y la certeza.
Hace por lo menos diez mil años las artes y las religiones, las ciencias y las ideas, los idiomas y las historias se traficaban con las alfombras y los dátiles, las pieles y las perlas, la sal y el azúcar, los cuchillos y los espejos.
Ahora los mercados son historia silenciosa o ruidoso recurso de los turistas. Algo queda de lo que fue. Aunque sea una sombra colorida, un rumor bullicioso.
Ahora los mercados bursátiles son el centro donde van a morir las ideas y las pasiones, el dinero y la plegaria al Supremo, los idiomas y las historias, la experiencia humana y su memoria, la duda y la certeza.
Ahora los pueblos, si se pueden llamar pueblos, ahora los individuos, si se pueden llamar individuos, están ligados, enlazados a sus conexiones.
Ahora las redes sociales son los nuevos cementerios de la sociedad.
Sí, de vez en cuando es bueno visitar los cementerios, recordar familiares que ya no están, amigos que ya no son o no son lo que fueron.
Lo triste es quedarse a vivir allí en el cementerio, sin la experiencia humana, sin la vida de carne y hueso de las antiguas ciudades.
***
La historia, los pueblos, las masas, la propaganda masiva ha glorificado la guerra, ha honrado a sus soldados, ha venerado a sus héroes, ha premiado a sus administradores, ha agradecido a sus inventores, ha disculpado, ha protegido, ha perdonado a los promotores de crímenes en masa cuando no han tenido éxito ni han sido derrotados del todo, ha endiosado el pragmatismo de los estadistas que tuvieron éxito en perpetuar los peores crímenes contra la humanidad en nombre de alguna causa noble como Dios, la patria, la libertad o el derecho a la defensa propia luego que los enemigos se atrevieron a ejercer su derecho a la defensa propia.
Pero habrá que decirlo de forma más directa y objetiva. La guerra es una perfecta mierda. Y perdón por la palabra. La mierda no se merece semejante comparación. La mierda abona los huertos y las praderas y así produce y reproduce la vida. La guerra, en cambio, solo produce y reproduce muerte y más muerte.
En abril de 2010 un reconocido filósofo español convocó a una reunión cerrada en una universidad de Nueva York para discutir una posible reforma del hispanismo. En el amplio penthouse de la biblioteca principal nos reunimos en un círculo una decena de profesores de diversos estados invitados especialmente para la ocasión. En cada oportunidad se la nombró como “mesa redonda”. Estaban las sillas, la forma circular y la idea de un debate equitativo sobre el rancio espíritu conservador de la tradición hispanista que había impuesto un corpus arbitrario de textos consagrados. Todos coincidimos en el rechazo a gran parte de esa tradición, sobre todo a los valores impuestos por la cultura hegemónica que había surgido después del siglo XV, en detrimento de una modernidad ilustrada más rica y más diversa que le había precedido. Uno de los panelistas insistió en la necesidad de definir “lo que era” la ilustración y no lo que “no había sido”.
En la referida mesa redonda faltaba la mesa redonda. El ejemplo ilustraba mi posición expuesta en el libro Evolución y revolución de los signos. En la sala de discusión faltaba la mesa, pero el elemento ausente estructuraba el espacio y la idea. La fuerza del ausente era tal que aún presente en el mismo nombre, “la mesa redonda”, pasaba perfectamente inadvertido ante los ojos de una decena de especialistas en cultura y lenguaje.
Entiendo que de la misma forma los elementos ausentes pueden y suelen estructurar, inducir y controlar prácticas y pensamientos a un grado que se subestima a favor de una supuesta conciencia histórica, colectiva o individual. En el libro antes referido —acabado como tesis doctoral hace varios años y en prensa en el 2010— el elemento invisible como clave de búsqueda es el elemento reprimido por la conquista y las sucesivas colonizaciones territoriales y, sobre todo, morales y culturales. Es decir, ese océano casi desconocido del mundo equívocamente llamado “pre-hispánico”, que tradicionalmente se refiere a una cultura indígena que terminó con la llegada de los europeos al continente de los pájaros. Por ejemplo, ¿por qué se ha estudiado hasta el hastío las lecturas de Sor Juana Inés de la Cruz, sus influencias provenientes del Siglo de Oro español, y no se ha estudiado las relaciones de la niña Juana Inés con sus criadas indias? ¿Cómo explicar el feminismo de la monja rebelde recurriendo al misoginismo de los escritores españoles del siglo XVI y XVII? Incluida a la misma Santa Teresa, defensora de la sumisión femenina al poder masculino citada por la misma Sor Juana, más por conveniencia política que por convicción ideológica. ¿Por qué desestimar que la llamada cultura machista de México no era tal o era mucho menos machista y misógina que la Europa de la Edad Media y del Renacimiento?
Sin embargo, el espíritu amerindio sobrevivió, no a pesar de la violencia sino, quizás, por la violencia misma de una forma muchas veces subterránea, camuflada y travestida pero fortalecida, más allá del reconocimiento artesanal y de una tradición pintoresca, fácil de consumir por el turismo y la mentalidad museística y voyerista contemporánea. Una historia que en cierta medida fue la historia de los cristianos primitivos hasta la crisis mayor de su oficialización en el siglo IV, por razones imperiales, y la historia de moros y judíos conversos en el sur de España a partir del siglo XVI.
Una de las hipótesis que he manejado en el libro anterior considera que un elemento siempre presente en la cultura y la militancia del siglo XX procede de los primeros tiempos de esa región que hoy se conoce imprecisamente como América Latina; ni todo ni tanto de l’intellectuel engagé representado por Zola o Sartre. Esta actitud, esta práctica y concepción del compromiso y la militancia del intelectual latinoamericano hunde sus raíces en la conciencia traumática de la Conquista en el siglo XVI y los siglos de brutal colonización que le siguieron.
La experiencia de la violencia y de la ilegitimidad de todo orden social está presente desde las primeras crónicas de los conquistadores y se acentúa a medida que los nativos, criollos e indígenas se abocan a la tarea de autonarración y de reflexión sobre su identidad. Pero también hay una cosmogonía que no es europea.
Como si no se tratase solo de un producto de la Conquista sino de un rasgo peninsular, la atribución de queja e insatisfacción del pensamiento popular latinoamericano se puede rastrear sin dificultades desde los Diarios de Colón hasta las crónicas de los conquistadores. Queja e insatisfacción por las magras recompensas obtenidas del saqueo, según la injusta distribución que administraba la autoridad en Europa. Queja e insatisfacción por el saqueo y la corrupción de los mandos medios, nunca del rey.
Igual, del lado de los nativos americanos la queja y la desconfianza al poder será una tradición justificada por una permanente violencia física, moral y estructural que a su vez será contestada periódicamente con la violencia de la rebelión, de la revuelta y, en casos más excepcionales, articulados por el pensamiento moderno o ilustrado, de la revolución.
Esta represión por la fuerza de la violencia militar y eclesiástica, por la fuerza de la ideología de la esclavitud, del racismo y del clasismo de sociedades estamentales, se prolongó por más de tres siglos, más allá de las revoluciones o revueltas que dieron las independencias políticas a las nuevas repúblicas a principios del siglo XIX.
Las sociedades amerindias continuaron siendo fundamentalmente agrícolas, conservaron y adaptaron sus idiomas, sus mitos, sus prácticas de producción y reproducción y sus formas particulares de sentir y de pensar no europeos hasta bien entrado el siglo XX y, en muchos casos, hasta hoy en día. Pero también debieron adoptar, de forma ortopédica, una ideología y un corpus de valores hegemónicos que servían a su propia explotación, desde elaboradas teorías sobre la inferioridad racial de los colonizados hasta una sensibilidad estética que moldeó la percepción de la superioridad blanco-europea pasando por un corpus diverso de disquisiciones teológicas producidas en la metrópoli y de aleccionadores sermones de pueblo. Parte de esta ideología procuraba, precisamente, la desvalorización de aquello que lo distinguía del colonizador o de la posterior clase criolla dirigente.
Esa clase minoritaria que fundó las repúblicas de papel lo hizo basada en la cultura ilustrada de Europa mientras una población mayoritaria en vastas regiones de Perú, México y de las republicas centroamericanas hasta el siglo XX ni siquiera hablaban el español como primera lengua ni estaban enteradas del Siglo de las Luces, de la Libertad del Mercado o de la Dictadura del Proletariado más allá de las consecuencias bélicas en las que debían participar. Razón por la cual las democracias liberales por mucho tiempo y a lo largo de muchos pueblos apenas significó la legitimación de estados autoritarios al servicio de minorías dirigentes.
Es decir, aunque un estado presente de la sociedad y una forma de pensar no están rígidamente determinados por el pasado, como pueden estarlo las órbitas de los planetas, el presente tampoco es indiferente a su influencia. Cada paradigma, por radical que sea, es el resultado de una larga historia al mismo tiempo que sus individuos ejercemos parte de esa libertad a la que aspiran todas las liberaciones propuestas por la tradición humanista. Querámoslo o no, siempre partimos de una base preestablecida sobre la cual pensamos y sentimos. No inventamos ningún lenguaje; apenas nos valemos de él para conservarlo o para cambiarlo pero no podemos actuar libremente fuera de él, fuera de los parámetros mentales en los que vinimos al mundo. Apenas si podemos ver por el ojo de la cerradura en un intento de reflexión y autoanálisis.
Por si fuesen pocas limitaciones, uno de los mayores obstáculos en las academias radica en considerar una disciplina como un feudo limitado que promueve el estudio de todo lo que caiga dentro de los límites semánticos previamente establecidos por una tradición y se niega o rechaza a lidiar con todo lo que caiga o proceda más allá de sus muros. Esta concepción de las disciplinas académicas se agravó, especialmente en el campo literario, con el auge de las corrientes posmodernas —Barthes, Derrida, Lyotard— que consideraron a un texto como un cuerpo muerto, autorreferencial, un juego lingüístico o de signos sin trascendencia epistemológica ni existencial. Básicamente significa que si uno vuelve a su casa y la encuentra hecha cenizas, no debe relacionar las cenizas con un posible incendio y menos éste con las amenazas incendiarias del vecino, ya que las cenizas son lo que son y no hay nada detrás del fenómeno.
Ya desde el humanismo renacentista el autor dejó de ser la autoridad, Dios, para ser un medio de la razón y de la historia y, en última instancia, una opinión más sobre su propio texto, junto con la del lector. En el siglo XX simplemente se lo desautorizó hasta proclamar su muerte, ya que representaba —al menos algo representaba algo— un estorbo a la libertad del lector. Una vez muerto el autor, parte fundamental del contexto, sólo quedaba negar el contexto metaliterario primero —la realidad— y el mismo contexto literario después. Hasta llegar a la idea cadavérica de que un texto no tiene ningún referente y si lo tiene, es un simple esclavo de la idea.
El juego lingüístico y autoreferencial de un texto fue simultáneo a la lógica del consumo de símbolos y bienes del capitalismo americano y de la misma tecnología digital más tarde, donde la realidad no virtual y la lógica deductiva ha sido reemplazada por la dinámica de las inducciones que surgen de una segunda naturaleza construida por el programador en forma de reglas de juego, de convenciones, desde las operaciones de software hasta las mismas operaciones matemáticas de una planilla Excel. Ya no se trata de comprender una naturaleza unitaria sino las reglas fraccionadas de un juego dado. Comprender un sistema X no significa comprender un sistema Z porque al tratarse de un lenguaje (chino y bantú), de un juego (fútbol y beisbol), ambos sistemas pueden ser semejantes o incompatibles. La idea sobre el universo unitario donde “una piedra que cae y la Luna que no cae son un mismo fenómeno” ya no se aplica al mundo virtual, que es el nuevo mundo humano.
Por el contrario, no creo que una disciplina académica sea o deba ser un rodeo cerrado de especialistas, un juego o un idioma único, sino un punto de encuentro de todas las especialidades que le son ajenas. Un espacio de cruce, de choques y múltiples derivaciones. No un espacio cerrado, estático, autorreferencial. Por otra parte, también creo necesaria la rehabilitación de todo lo metaliterario como fuente principal de lo literario y lo literario como un espacio de cruce de la realidad múltiple. Esto significa una reivindicación del autor, del contexto y, sobre todo, del referente de cada texto, sea escrito, oral o visual, como el elemento que da origen y sentido final al texto.
De la misma forma, la historia en general y la historia latinoamericana en particular no debe ser vista simplemente como el resultado de lo que se desprende de los textos escritos con pretensiones de documentos. La historia latinoamericana es la historia de una tradición ilustrada sin ilustración. Es decir, basada en el uso y abuso del texto como reflejo único de la realidad que no reflejaba la realidad sino que la ocultaba, que continuaba reprimiendo la libertad y la diversidad humana en beneficio de la autoridad europea.
Por lo tanto, el estudio textual debe hacerse con un rigor hermenéutico y una forma de facilitar esta labor consiste en partir de hipótesis. Una hipótesis o clave de lectura fundamental es la irrelevancia cuando no la ausencia del componente indígena en toda la cultura, el pensamiento, la mentalidad y el “modus operandi” del continente.
De la misma forma que un idioma no se cambia en unas pocas generaciones, tampoco se cambia una forma de sentir y de pensar. Aún cuando un idioma se impone, como el español en América o el inglés en India, los pueblos multitudinarios siempre conservarán más o menos ideas y sobre todo valores, acciones y creencias que proceden de sus milenarias raíces históricas, siempre travestidas por una modernidad que ante todo es visible y casi por regla general es lo más superficial de una civilización. Para completar la paradoja y el ocultamiento de estas raíces, la misma cultura contemporánea reproduce en el área visual de su consumo lo más superficial de la cultura vernácula, como esas artesanías indígenas que se venden en Perú o en México y que son fabricadas en serie en China.
No deja de ser una paradoja que la historia siempre ha estudiado y representado la historia de la humanidad como una sucesión de hechos, casi siempre militares, casi siempre superficiales ara la historia profunda de los pueblos. Así también la historia del pensamiento se ha representado a sí misma como una sucesión de ideas que cambian, se transmiten o reaparecen cada tanto, casi siempre si no siempre, a través del hilo conductor de sus autores y lectores. Casi siempre influenciando pueblos enteros. Casi nunca a través de las subterráneas potencias de los pueblos, de las civilizaciones con sus formas de hacer y de sentir que definen o condicionan una idea, una corriente de pensamiento.
Igual las tecnologías: se considera que la imprenta en el siglo XV, la máquina a vapor del siglo XIX o Internet en el siglo XX provocaron revoluciones en las formas de sentir y de pensar de las sociedades pero no se considera por qué dichos inventos aparecieron en determinado momento y no antes cuando fueron posibles. Y si no fueron posibles por un estado x de la tecnología del momento, por qué la humanidad o un grupo representante de esa humanidad en determinado momento se obsesionó con dar una solución a un problema del que no dependía la sobrevivencia inmediata de la humanidad.
A partir de estas claves hermenéuticas de lecturas pueden releerse los textos que inventaron nuestras repúblicas y nuestras realidades, nuestros sueños y nuestros crímenes, desde el ensayo hasta la poesía y la ficción, desde Domingo Sarmiento hasta José Martí. En esta relectura deberemos tener como marco la idea de una ausencia —el texto no escrito— que, de una forma o de otra, se explicará y se revelará en la misma violencia suave de los textos escritos, como las iglesias construidas sobre los templos indígenas. Así los documentos históricos se evidencian aún más en su carácter literario, ficticio, como creadores de una realidad más real que la realidad. Como he sugerido anteriormente, es posible sospechar, sino descubrir, las huellas de Quetzalcóatl, Viracocha, de los mitos y de antiguas formas en los mismos escritos de los escritores comprometidos del siglo XX, desde Roque Dalton y Ernesto Guevara hasta Ernesto Cardenal y Eduardo Galeano.
Gracias por sus palabras. Usted sabe, en esto de conjeturar frente al océano infinito, turbulento o engañosamente en calma, hay mucho riesgo. La mayoría de las veces erramos. Nos cuesta mucho ver con claridad el pasado que, dicen, está hacia atrás; y mucho más nos cuesta ver el futuro que está delante. Y así vamos tropezando en la oscuridad, apenas guiados por una experiencia sobre el camino, nunca suficiente, a veces engañosa, a veces un obstáculo más para prever, para cambiar de rumbo a tiempo, para inventar caminos nuevos.
En lo que de verdad importa somos como niños que recién se han despertado y refriegan sus ojos para ver sin comprender que esa noche blanca es el sol que cae sobre el rio.
De lo único que podemos estar seguros es que si algún progreso es posible en la historia de esta pobre y soberbia especie animal, no podría ser sin la crítica abierta, sin prueba y error, sin conjeturas, sin tropezones.
En ciencias un prejuicio se llama hipótesis y es uno de los instrumentos para llegar a una verdad. En política y en moral un prejuicio es el instrumento principal que los más fuertes usan para confundir la verdad con sus propios intereses.
Comprendo cuando me dices que no es posible pensar cuando uno está angustiado tratando de sobrevivir. Sí, vivir y comprender no es la misma cosa. Pero sin vivir el dolor y la alegría no se puede comprender, o llegar a comprender, un solo grano de arena de todo este mar turbulento.
Claro, para pensar con alguna calma, sin las pasiones que nos aturden el entendimiento, también es importante pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad, al menos de forma relativa. No obstante el confort también anestesia. Lo demuestran muchos ciudadanos de Estados Unidos y de Europa, al menos hasta no hace mucho. Sin ir más lejos, lo demuestra la larga historia de las clases altas latinoamericanas, con raras excepciones como la de Manuel González Prada, por nombrar solo uno.
Pero para vivir plenamente hay que tomar el riesgo. Más cuando se vive en un tiempo tan interesante. En nuestro caso, estamos hechos en esa lucha y, al menos mientras tengamos el espíritu joven, no podemos (en realidad es siempre “no queremos”) renunciar a ella por compleja que sea.
Hoy venía a mi oficina por la autopista, formando parte de ese río feroz que atraviesa Filadelfia a las seis de la mañana, pensando que debía llegar a las X hora porque le había prometido una entrevista a una radio de Uruguay, y pensaba todo lo complejo que es este mundo al que respondemos. Y entonces recordé por qué años atrás decidí abandonar, después de muchos meses, las tranquilas aldeas de Mozambique, las playas más hermosas del planeta, las islas más en calma de la historia, esa alegría de los africanos pobres que carecen los afroamericanos ricos…
Y supe claramente por qué. Por eso, precisamente, porque eran tierras demasiado tranquilas para alguien que había nacido y se había criado entre la lucha dialéctica de tirios y troyanos, visitando las cárceles de la dictadura en Uruguay, pasando mensajes de esperanza a los presos que apenas se sostenían con la verdad o con las ilusiones de sus ideologías, con la fortaleza incontestable de sus convicciones morales. Mensajes clandestinos que para aquel niño, que algún familiar había elegido por su memoria, eran poemas. Poemas que, sabía, no eran inocentes, simple juegos de palabras. Aquel niño sabía que las palabras del poema eran cruciales para la esperanza, para la resistencia existencial, para la vida de muchos de aquellos condenados por la soberbia militar de la época.
Las costas del norte de Mozambique, el fin del mundo, como las llamaban los blancos, las aldeas que, de no ser por las minas personales que se sospechaban a lo largo de los caminos casi no recordaban la reciente guerra civil, eran demasiada tranquilidad para alguien que había crecido también en medio de dos fuegos cruzados entre revolucionarios y militares, entre los discursos oficiales en mi escuela, en mi liceo, y la realidad que los contradecía.
Y todo eso había sido tan triste en mi patria (es decir, en mi niñez) y, sin embargo, o por eso mismo, ya no podía ser otro e irme a una isla en el mar Índico a vivir en esa supuesta paz, en esa sencilla belleza.
Uno no se puede cambiar de cultura como se cambia de ropa, no importa a dónde vaya. Uno no deja en la casa de sus padres sus sueños y sus obsesiones por el mero hecho de viajar o de vivir del otro lado del mundo.
Ni siquiera cuando al regresar a mi país me volvieron a llamar de Alemania para continuar los supuestos planes de desarrollo, aprobados por los europeos, en aquellas aldeas. Ni siquiera acepté volver con los privilegios de vivir como un europeo con aire acondicionado en medio de la jungla o frente a las transparentes playas de Cabo Delgado donde cada mañana salen los pescadores con sus coros que se reflejan en el mar con increíble potencia.
Quizás sea por eso que cada semana entro en batalla dialéctica, sin que con ello gane nada material aparte de unos cuantos insultos y algunas otras palabras de apoyo como las suyas.
Me he prometido mil veces abandonar todo eso. Seguramente algún día lo haré. Pero mil veces los hechos, en algún rincón del mundo, me imponen, o no resisto a dedicarle toda la pasión de la que puedo ser capaz para comprenderlos, para denunciarlos, para sentirlos. El olvido no se impone. La indiferencia no es voluntaria.
Al final del día yo sé que mi elección, mi trabajo, como el de muchos, aunque a veces reciba el aliento y hasta el elogio de algún lector como vos, no es para nada heroico. Puede ser comprometido, riesgoso muchas veces, desalentador, pero para nada heroico.
Los verdaderos héroes son todos anónimos, en el mejor sentido de la palabra.
Lupita recoge el puñado de frutillas, pero las frutillas vuelven a resbalar de su mano. Por culpa de esta mano torpe, se queja Lupita, la pobre espalda ya no resiste más. La mano sucia, agrietada, casi no tiene movimientos, casi no duele. Pero la espalda y el vientre sí. Lupe intenta recoger las frutillas otra vez pero las frutillas se alejan como en un túnel. En media hora termina su jornada. Son ocho horas de reverencias sobre la tierra, bajo el sol que da vida a las frutillas.
Pero la media hora se estira como el túnel que aleja las cinco frutillas de su mano.
Dicen que en ningún lugar se producen frutillas tan grandes y rojas, aunque no saben como las de allá, decía Lupita. En el Wal Mart huelen mejor, decía José, por el aire acondicionado. No son frutillas, son frutotas, limpiecitas y ordenaditas en cajitas tranparentes.
Ayer fue igual. 110 grados desde el mediodía hasta las cinco de la tarde. A la sombra, dice Ramón, 110 grados a la sombra. Cuánto es eso, José? Como 40 o 45 grados de allá. Luego bajó a 105 y dicen que al terminar la chamba había 95 y el sol pegaba de abajo. Lo bueno es que el sol se mueve y no te quema siempre del mismo lado. A veces es como si pegara de abajo, decía Lupita. Y cuando pega de abajo es como si una cayera en un túnel oscuro y el sol es el final.
José se reía. Las cosas que una mujer se imagina cuando es tan jovencita. Ella le había alegrado la chamba, desde que llegó hacía dos semanas. José siempre se las arreglaba para trabajar en una línea cerca y ella se sentía más segura cuando lo veía aproximándose con sus manos que eran como máquinas de juntar frutillas. La máquina de piscar, le decían. Pero cuando pasaba cerca de Lupita era como si fuese más despacio, como un nadador que desacelera para descansar.
En una de esas lo perdió de vista. Lupita rogaba a Dios que corriera la última media hora, que llegara el final, que el José dijera “al fin terminamos por hoy”, aunque Lupe sabía que su canasta no se había llenado tan de prisa como ayer y que seguro le estaban poniendo un ojo por bajo rendimiento.
Pero las frutillas, grandes como cinco corazones palpitantes, seguían cayendo por las escaleras del templo y el sol no aflojaba. Hasta que su espalda se quebró y su cara fue a dar contra la tierra seca y un olor a sangre y frutilla, espeso como la sal del mar, borró el sol al final del túnel. Un río caliente corrió por sus piernas hasta regar la madre tierra que a esa hora era como un dragón sediento. “Miguelito”, fue lo último que dijo la Lupe, casi gritando pero sin poder gritar, dijo José.
Michael, dijo la máquina de piscar que no ha vuelto hoy, era el crío que la chica nueva llevaba en sus entrañas. Dicen que ahora andan buscando a quién entregarle la compensación por la finadita.
Un día de 1997 me encontraba navegando en un pequeño barco de madera en el océano Índico. Iba con Joseph Hanlon, un viejo lobo norteamericano nacionalizado británico, reconocido escritor y periodista de la BBC y reconocido opositor al apartheid en Sud África. También iba su esposa y un nativo makua que conocía aquellas aguas.
Después de haber recorrido cuarenta países, mi capacidad de sorpresa y ensoñación se habían renovado. Era el fin del mundo, el lugar donde se unían el cielo y el mar, el paraíso y el infierno. Nada más parecido que volar en un barco de madera. Allí las aguas son tan trasparentes que uno puede andar horas viendo pasar los corales en el fondo del mar como si fuesen países vistos desde un avión. Con frecuencia los delfines seguían nuestro vuelo jugando como niños y los peces voladores planeaban sobre la superficie del agua como si fuesen pájaros de cristal brillando bajo el sol.
Una tarde llegamos a una isla poblada por kimwanis. Nos alojamos en un antiguo edificio portugués. En Mozambique, después de la revolución de independencia y a pesar de que el gobierno era marxista, cualquiera podía comprar un extenso pedazo del paraíso por cincuenta dólares. El problema era habitar aquello.
Nosotros estábamos de paso y nos quedamos una o dos noches allí.
Esa noche los jóvenes kimwanis me invitaron a una fiesta que tendrían en un local cerca del mar. Un remedo torpe de los bailes en el mundo moderno. De alguna forma alguien había conseguido un disco viejo de Madonna y unas pocas lámparas que eran alimentadas por un generador de barco que hacía más ruido que el pasadiscos. Las jóvenes salvaban la originalidad de su pueblo con la belleza de sus capulanas.
Al regresar a la villa atravesamos el centro de la antigua ciudad colonial, totalmente abandonada. La avenida principal estaba cubierta de una arena blanca que reflejaba con intensidad la luz de la luna. Entonces recordé el relato de uno de los jefes de cuadrilla del astillero donde trabajábamos. El jefe lo había enviado unos meses a Alemania para aprender carpintería y al entrar en un shopping center se mareó con las luces y se perdió en el alucinante laberinto del consumo. Finalmente lo encontró la policía, temblando escondido en un baño, no sé si de hombres o de mujeres.
Para mí la experiencia era la contraria. Sumergido en ese cuadro surrealista casi no podía distinguir si caminaba sobre una avenida de arena o nadaba sobre las transparentes aguas del océano de corales. Las casas de aquella ciudad abandonada en una isla tropical fuera de todos los circuitos turísticos estaban ciegas y mudas, apretadas unas contra otras. Las sombras de los árboles y de los balcones eran de un negro impenetrable. Todo el paisaje era irreal, el silencio y los olores. Todo poseía una intensidad existencial imposible de encontrar en las ciudades modernas donde la sobreexcitación ha anestesiado toda sensibilidad.
Uno de los defectos de nuestro mundo desarrollado es el haberse convertido en eso: una jaula de luces y sonidos cada vez más repetidos y anestesiantes. Las luminarias enceguecen, los ruidos ensordecen, las comunicaciones incomunican.
No hace mucho un estudiante llamó a la puerta de mi oficina porque quería hablar conmigo sobre un curso. Venía hablando solo, por lo que pensé que debía llevar uno de esos teléfonos que muchos llevan incrustados en su cerebro por el lado del oído derecho. Un nuevo cyborg.
Por un momento dudé si realmente estaba hablando con alguien más al tiempo que me preguntaba por unos textos que debía leer para la semana. Llegando al límite de mi paciencia le pregunté si estaba hablando conmigo o con alguien más.
“Con los dos”, me dijo.
Traté de no perder las normas de civilidad y le dije que se desconectara o saliera de mi oficina. A lo cual se justificó con el cuento de la generación multiple-task.
“Oh, la Generación de Tareas Múltiples. Muy bien. Ahora, ¿podrías resumirme la conversación que acabamos te tener?
“Emm, so… Sí, usted me hablaba de un texto”.
“¿De qué texto?”
“Emm… I mean…”
Prolongué el silencio a propósito.
Desde el siglo pasado vengo argumentando acerca de las oportunidades históricas de una radicalización del humanismo en la expansión de la educación, la cultura y el poder político e ideológico de las clases populares a través de los nuevos sistemas interactivos de comunicación. Cada vez con más frecuencia debo desilusionarme ante estos groseros desvíos de una supuesta conscientização de la que hablaba Paulo Freire, de esa dulce utopía de la liberación de los hombres y mujeres sin poder a través de su independencia laboral y educativa. Cada vez con más frecuencia experimento esa frustración de que esta liberación es tan ilusoria como el conocimiento de alguien a través de una “sociedad virtual” como Facebookdonde hasta las emociones vienen prefabricadas y empaquetadas. Los viejos vicios de las grandes cadenas de televisión, como el adoctrinamiento a través de la propaganda, se reproducen también en Internet. Con el agravante de que ahora la dependencia no tiene horario ni tiene barreras económicas. Basta con estarconectado.
Con el agravante de que ahora la alineación se confirma a sí misma con la orgullosa superstición de un individuo finalmente liberado.
Sólo queda una esperanza: que esos torpes balbuceos, que toda esa alienación no sea otra cosa que la expresión de una etapa infantil en preparación de otra más madura.
“OK, ¿podrías al menos decirme de qué hablabas con tu amigo?”, pregunté.
“Asuntos personales”, contestó. Otra frase prefabricada.
“Para asuntos personales está la cafetería. No me haga perder el tiempo con teorías del Pato Donald. La Generación de las Tareas Múltiples no es otra cosa que el nombre elegante de una Generación de Mutilaciones Múltiples. Vaya, haga algo por la humanidad. Arroje ese anzuelo a la basura. Agarre un libro, un diario, una manzana, algo que sientan sus manos. Salga a mirar la luna. Apague las luces de su apartamento. Por favor, haga sign out, log off, shut down and turn off. Desconéctese. Escuche ciento cincuenta veces el silencio antes de volver”.
Cuando el muchacho se fue, probablemente manejando su Ford Explorer y escribiendo en su iPod con el pulgar derecho a algún otro cyborg en Japón o en España sobre lo que le acababa de ocurrir con su profesor, comprendí que mi fastidio se había multiplicado por otra razón adicional. El muchacho era una caricatura de mí mismo, de todos nosotros, de la nueva sociedad anónima de ciegos insectos que van a morir abrazados por el fuego de las luminarias.
La Biblia refiere que cierta vez los maestros de la ley llevaron ante Jesús a una mujer adúltera. Pretendían apedrearla hasta la muerte, según los obligaba la ley de Dios, que por entonces dicen que era también la ley de los hombres. Maestros y fariseos quisieron probar a Jesús, de lo cual se induce que Jesús ya era conocido por su falta de ortodoxia con respecto a las leyes más antiguas. Jesús sugirió que quien estuviese libre de pecado tirase la primera piedra. Así nadie pudo ejecutar la ley escrita.
De esta forma y de muchas otras, la misma Biblia se fue cambiando a sí misma, pese a ser una suma de libros inspiradas por Dios. Las religiones se han preciado siempre de ser grandes fuerzas conservadoras que, enfrentadas a los reformistas, se convirtieron en grandes fuerzas reaccionarias. La paradoja radica en que toda religión, toda secta ha sido fundada por algún subversivo, por algún rebelde o revolucionario. Por algo pululan los mártires, perseguidos, torturados y asesinados por los poderes políticos del momento.
Los hombres que perseguían a la adúltera se retiraron, reconociendo con los hechos sus propios pecados. Pero a lo largo de la historia el resultado ha sido diferente. Los hombres que oprimen, matan y asesinan a los presuntos pecadores siempre lo hacen justificados en alguna ley, en algún derecho y en nombre de la moral. Esta regla, más universal, fue la aplicada en el mismo ajusticiamiento de Jesús. En su época no fue el único rebelde que luchó contra el imperio romano. No por casualidad se lo crucificó junto con otros dos reos. Por asociación, se quiso significar que se estaba ajusticiando a un reo más. Ni siquiera a un disidente religioso. Ni siquiera a un disidente político. Invocando otras leyes, se sacó del medio al subversivo que ponía en cuestión la pax romana y el colaboracionismo de la aristocracia y las jerarquías religiosas de su propio pueblo. Todo fue realizado según las leyes. Pero la historia los reconoce hoy por sus métodos.
El gobierno de George Bush nos dio tema de sobra y a gran escala. Todas las guerras y las violaciones a las leyes nacionales e internacionales fueron acometidas en defensa de la ley y el derecho. Por sus intereses sectarios será juzgado por la historia. Por sus métodos se conocerán sus intereses.
En América latina, el papel de la iglesia católica ha sido casi siempre el papel de los fariseos y los maestros de la ley que condenaron a Jesús en defensa de las clases dominantes. No hubo dictadura militar, de origen oligarca, que no recibiera la bendición de obispos y de influyentes sacerdotes, legitimizando así la censura, la opresión o el asesinato en masa de los supuestos pecadores.
Ahora, en el siglo XXI, el método y los discursos se repiten en Honduras como un latigazo del pasado.
Por sus métodos los conocemos. El discurso patriota, la complacencia de una clase alta educada en la dominación de los pobres sin educación académica. Una clase dueña de los métodos de educación popular, como lo son los principales medios de comunicación. La censura; el uso del ejército en acción de sus planes; la represión de las manifestaciones populares; la expulsión de periodistas; la expulsión por la fuerza de un gobierno elegido por votación democrática, su posterior requerimiento ante Interpol, su amenaza al encarcelamiento de los disidentes si regresaban y su posterior negación por la fuerza a que regresen.
Para ver mejor este fenómeno reaccionario vamos a dividir la historia humana en cuatro grandes períodos:
1) El poder colectivo de la tribu concentrado en un miembro fuerte de una familia, por lo general un hombre.
2) Un período de expansión agrícola unificado por un tótem (algo así como un apellido vencedor) y luego un faraón o emperador. En este momento surgen las guerras y se consolidan los ejércitos más primitivos, no tanto para la defensa sino para la conquista de nuevos territorios productivos y para la administración estatal de la sobreproducción de su propio pueblo y la opresión de sus pueblos esclavos. Esta etapa se continúa con sus variaciones hasta los reyes absolutistas de Europa, pasando por la Era Feudal. En todos, la religión es un elemento central de cohesión y también de coacción.
3) En la Era Moderna tenemos un renacimiento y una radicalización del experimento griego de democracia representativa. Sólo que en este momento el pensamiento humanista incluye la idea de universalidad, de la igualdad implícita de todo ser humano, la idea de la historia como un proceso de perfeccionamiento y no de inevitable corrupción y el concepto de moral como un producto humano y relativo a un determinado tiempo. Y quizás la idea más importante, ya desde el filósofo árabe Averroes: el poder político no como la pura voluntad de Dios sino como el resultado de los intereses sociales, de clases, etc. El liberalismo y el marxismo son dos radicalizaciones (opuestas en sus medios) de esta misma corriente de pensamiento, que también incluye la teoría de la evolución de Charles Darwin. Este período de democracia representativa fue la forma más práctica de reunir las voces de millones de hombres y mujeres en una sola casa, el Congreso o Parlamento. Si el Humanismo es anterior a las técnicas de popularización de la cultura, también es potenciado por éstas. La imprenta, los libros de bolsillo, los periódicos a bajo precio en el siglo XIX, la necesaria alfabetización de los futuros obreros fueron pasos decisivos hacia la democratización. No obstante, al mismo tiempo las fuerzas reaccionarias, las fuerzas dominantes del período anterior, rápidamente conquistaron estos medios. Así, si ya no era posible demorar más la llegada de la democracia representativa, sí era posible dominar sus instrumentos. Los sermones medievales en las iglesias, funcionales en gran parte a los príncipes y duques, se reformularon en los medios de información y en los medios de la nueva cultura popular, como la radio, el cine y la televisión.
4) No obstante la ola democrática siguió su camino, con frecuencia regado en sangre por los sucesivos golpes reaccionarios. En el siglo XXI la ola del humanismo renacentista se continúa. Y con ella se continúan los instrumentos para hacerla posible. Como Internet, por ejemplo. Pero también las fuerzas contrarias, las reacciones de los poderes constituidos por las etapas anteriores. Y en la lucha van aprendiendo a usar y dominar los nuevos instrumentos. Cuando la democracia representativa no termina de madurar, ya surgen las ideas y los instrumentos para pasar a una etapa de democracia directa, participativa, radical.
En algunos países, como hoy en Honduras, la reacción no es contra esta última etapa sino contra la anterior. Una especie de reacción tardía. Aunque en apariencia implica una escala menor, tiene una trascendencia latinoamericana y universal. Primero porque significa un llamado de atención ante la reciente complacencia democrática del continente; y segundo porque estimula el modus operandi de aquellos reaccionarios que han navegado siempre contra las corrientes de la historia.
Antes anotamos las pruebas de por qué el presidente depuesto en Honduras no violó ninguna ley, ninguna constitución. Ahora podemos ver que su propuesta de una encuesta popular era un método de transición entre una democracia representativa hacia una democracia directa. Quienes interrumpieron este proceso pusieron reversa hacia la etapa anterior.
La cuarta etapa era intolerable para una mentalidad bananera que se reconoce por sus métodos.
Me preguntan si creo en Dios y me advierten que necesitan sólo una frase. Dos a lo sumo. Es fácil, sí o no.
Lo siento, pero ¿por qué insiste usted en someterme a la tiranía de semejante pregunta? Si de verdad les interesa mi respuesta, tendrán que escucharme. Si no, buenas tardes. Nada se pierde.
La pregunta, como tantas otras, es tramposa. Me exige un claro si o un clarono. Tendría una de esas respuestas bien claras si el dios por el que se me pregunta estuviese tan claro y definido. ¿Le gusta usted Santiago? Perdone, ¿cuál Santiago? ¿Santiago de Compostela o Santiago de Chile? ¿Santiago del Estero o Santiago Matamoros?
Bueno, mire usted, mi mayor deseo es que Dios exista. Es lo único que le pido. Pero no cualquier dios. Parece que casi todos están de acuerdo en que Dios es uno solo, pero si es verdad habrá que reconocer que es un dios de múltiples personalidades, de múltiples religiones y de mutuos odios.
La verdad es que no puedo creer en un dios que calienta los corazones para la guerra y que infunde tanto temor que nadie es capaz de mover una coma. Por lo cual morir y matar por esa mentira es una práctica común; cuestionarlo una rara herejía. No puedo creer y menos puedo apoyar un dios que ordena masacrar pueblos, que está hecho a la medida y conveniencia de unas naciones sobre otras, de unas clases sociales sobre otras, de unos géneros sobre otros, de unas razas sobre otras. Un dios que para su diversión ha creado a unos hombres condenados desde el nacimiento y otros elegidos hasta la muerte y que, al mismo tiempo, se ufana de su universalidad y de su amor infinito.
¿Cómo creer en un dios tan egoísta, tan mezquino? Un dios criminal que condena la avaricia y la acumulación del dinero y premia a sus avaros elegidos con más riquezas materiales. ¿Cómo creer en un dios de corbata los domingos, que grita y se hincha las venas condenando a quienes no creen en semejantes aparato de guerra y dominación? ¿Cómo creer en un dios que en lugar de liberar somete, castiga y condena? ¿Cómo creer en un dios mezquino que necesita la política menor de algunos fieles para ganar votos? ¿Cómo creer en un dios mediocre que debe usar la burocracia en la tierra para administrar sus asuntos en el cielo? ¿Cómo creer en un dios que se deja manipular como un niño asustado en la noche y sirve cada día los intereses más repudiables sobre la tierra? ¿Cómo creer en un dios que dibuja misteriosas imágenes en las paredes húmedas para anunciar a la humanidad que estamos viviendo un tiempo de odios y de guerras? ¿Cómo creer en un dios que se comunica a través de charlatanes de esquina que prometen el cielo y amenazan con el infierno al que pasa, como si fuesen corredores de bienes raíces?
¿De qué dios estamos hablando cuando hablamos de Dios Único y Todopoderoso? ¿Es el mismo Dios que manda fanáticos a inmolarse en un mercado el mismo Dios que manda sus aviones a descargar el infierno sobre niños e inocentes en su nombre? Tal vez sí. Entonces, yo no creo en ese dios. Mejor dicho, no quiero creer que semejante criminal sea una fuerza sobrenatural. Porque bastante tenemos con nuestra propia maldad humana. Solo que la maldad humana no sería tan hipócrita si se dedicara a oprimir y a matar en su propio nombre y no en nombre de un dios creador y bondadoso.
Un Dios que permite que sus manipuladores, que no tienen paz en sus corazones hablen de la paz infinita de Dios mientras van condenando a quienes no tienen fe. A quines no tienen fe en esa trágica locura que le atribuyen cada día a Dios. Hombres y mujeres sin paz que se dicen elegidos por Dios y van proclamándolo por ahí porque no les resulta suficiente que Dios los haya elegido por su dudosas virtudes. Esos terroristas del alma que van amenazando con el infierno, con voces suaves o a los gritos a quienes se atreven a dudar de tanta locura.
Un Dios creador del Universo que debe acomodarse entre las estrechas paredes de casas consagradas y edificios sin maleficios levantados por el hombre, no para que Dios tenga un lugar en el mundo sino para tenerlo a Dios en un lugar. En un lugar propio, es decir, privatizado, controlado, circunscripto a unas ideas, a unos párrafos y al servicio de una secta de autoelegidos.
Luego la acusación clásica para todo aquel que dude de los reales atributos de Dios establecidos por la tradición es la de soberbia. Los furiosos predicadores, en cambio, no se detienen un instante a reflexionar sobre su infinita soberbia de pertenecer y hasta de guiar y administrar el selecto club de los elegidos del Creador.
Lo único que le pido a Dios es que exista. Pero cada vez que veo estas hordas celestiales me acuerdo de la historia, cierta o ficticia, del cacique Hatuey, condenado a la hoguera por el gobernador de Cuba, Diago Velásquez. Según el padre Bartolomé de las Casas, un sacerdote lo asistió en sus últimas horas tratando de ganarlo para el cielo si se convertía al cristianismo. El cacique le preguntó si se encontraría allí con los hombres blancos. “Si —respondió el cura—, porque ellos creen en Dios”. Lo que fue razón suficiente para que el rebelde desistiera de aceptar la nueva verdad.
Entonces, si Dios es ese ser que camina detrás de sus seguidores en trance, la verdad, no puedo creer en él. ¿Para qué habría el Creador de conferir razón crítica a sus creaturas y luego exigirles obediencia ciega, temblores alucinados, odios incontrolables? ¿Por qué habría Dios de preferir los creyentes a los pensantes? ¿Por qué la iluminación habría de ser la pérdida de la conciencia? ¿No será que la inocencia y la obediencia se llevan bien?
¿Y todo esto quiere decir que Dios no existe? No. ¿Quién soy yo para dar semejante respuesta? Solo me preguntaba si el creador del Universo realmente cabe en la cáscara de una nuez, en la cabeza de un misil.
Jorge Majfud
Newark, mayo 2009.
Do You Believe in God? Yes or No.
Someone asks me whether I believe in God and indicates that a one sentence answer will do. Two at the most. It’s easy, yes or no.
I’m sorry, but why do you insist on subjecting me to the tyranny of such a question? If you are truly interested in my response, you will have to hear me out. If not, good day to you. Nothing is lost.
The question, like so many others, is tricky. It demands of me a clear yes or a clearno. I would have one of those very clear answers if the god about which I am being asked were so clear and well-defined. Do you like Santiago? Excuse me, which Santiago? Santiago de Compostela in Spain or Santiago, Chile? Santiago del Estero in Argentina or Santiago Matamoros?
Okay, look, my greatest desire is for God to exist. It’s the only thing I ask of him. But not just any god. It seems like almost everyone agrees that there is only one God, but if that is true then one must recognize that this is a god with multiple personalities, from multiple religions and with mutual hatred for one another.
The truth is that I cannot believe in a god who inflames the heart for war and who inspires such fear that nobody is capable of making even the slightest change. Which is why dying and killing for that lie is common practice; questioning it a rare heresy. I cannot believe, and much less support, a god who orders people massacred, who is made to the measure and convenience of some nations above others, of some social classes above others, of some genders above others, of some races above others. A god who for his own entertainment has created some men to be condemned from birth and others to be the select few until death, and a god who, at the same time, is praised for his universality and infinite love.
How does one believe in such a selfish, such a mean-spirited god? A criminal god who condemns greed and the accumulation of money and rewards the chosen greedy ones with greater material wealth. How does one believe in a god of neckties on Sunday, who shouts and swells with blood condemning those who don’t believe in such an apparatus of war and domination? How does one believe in a god who instead of liberating subjugates, punishes, and condemns? How does one believe in a small-minded god who needs the minor politics of a few of the faithful in order to gain votes? How does one believe in a mediocre god who must use bureaucracy on Earth to administer his business in Heaven? How does one believe in a god who allows himself to be manipulated like a child frightened in the night and who every day serves the most repugnant interests on Earth? How does one believe in a god who draws mysterious images on dank walls in order to announce to humanity that we are living in a time of hatreds and wars? How does one believe in a god who communicates through street-corner charlatans who promise Heaven and threaten Hell to passersby, as if they were real estate agents?
Which god are we talking about when we talk about the One and All Powerful God? Is this the same God who sends fanatics to immolate themselves in a market, the same God who sends planes to discharge Hell on children and innocents in his name? Perhaps so. Then, I don’t believe in that god. Rather, I don’t want to believe that such a criminal could be a supernatural force. Because we already have our hands full with our own human wickedness. It’s just that human evil would not be so hypocritical if it were to focus on oppressing and killing in its own name and not in the name of a kind and creative god.
A God who allows his manipulators – who have no peace in their hearts – to speak of the infinite peace of God while they go around condemning those without faith. Condemning those who have no faith in that tragic madness attributed every day to God. Men and women without peace who claim to be chosen by God and who go around proclaiming this because it’s not enough for them that God would have chosen them for their doubtful virtues. Those terrorists of the soul who go about threatening with Hell – sometimes softly and sometimes shouting – anybody who dares to doubt so much madness.
A God, creator of the Universe, who must fit between the narrow walls of consecrated homes and buildings uncursed by man, not so that God has a place but so that God can be put in a place. In a proper place, which is to say, privatized, controlled, circumscribed to a few ideas, a few paragraphs, and at the service of a sect of the self-chosen.
Of course, the classic accusation, established by tradition, for all those who would doubt the real attributes of God is arrogance. The furious preachers, in contrast, do not stop for an instant to reflect upon the infinite arrogance of their claim to belong to, and even guide and administer, the select club of those chosen by the Creator.
The only thing I ask of God is that he exist. But every time I see these celestial hordes I am reminded of the story, true or fictitious, of the indigenous chieftain Hatuey, condemned to be burned alive by the governor of Cuba, Diego Velásquez. According to father Bartolomé de las Casas, a priest was present for Hatuey’s final hours, offering him Heaven if he converted to Christianity. The chieftain asked if white men could be found there. “Yes,” responded the priest, “because they believe in God.” Which was sufficient reason for the rebel chief to refuse to accept the new truth.
Then, if God is that being who walks behind his followers in a trance, in all truthfulness, I cannot believe in him. Why would the Creator confer critical reason on his creatures and then demand of them blind obedience, hallucinatory trembling, uncontrollable hatreds? Why would God prefer believers to thinkers? Why would enlightenment mean the loss of consciousness? Could it be that innocence and obedience get along well?
And does all this mean that God does not exist? No. Who am I to give such a response? I was just wondering if the creator of the Universe really fits in a nutshell, in the head of a missile.
Desde Uruguay me piden que responda en veinte líneas la antigua y nunca acabada pregunta ¿por qué escribes? Reincidiendo en un viejo defecto, en diez minutos excedí al límite sugerido y me tardé casi una hora tratando de comprimir y recortar por aquí y por allá. Imagino que otros medios que tantas veces me han tolerado excesos peores, reciban bien la respuesta original. Aquí va, así era.
Cuando comenzó el Renacimiento en Europa terminó en España. Este detalle se pasa por alto por los países que reivindican ser la cuna del Renacimiento y por España misma —o lo que quedó de España— por su afán de negar grandes méritos a la realidad anterior a Fernando e Isabel, por querer negar que la Reconquista no fue un simple período de transición a un estado de satisfacción política, moral e ideológica sino una montonera de siglos sobre los cuales se desarrolló una cultura renacentista en su sentido humanista, científico, multirracial, multirreligioso, multicultural y progresista de la palabra. Aunque ninguno de estos méritos posmodernos llegaba al ideal sin frecuentes contradicciones, lo cierto es que luego fueron aniquilados por los venerados Fernando e Isabel y sus sucesores. Sus efectos sobrevivieron hasta Franco. No pocos investigadores entienden que España no tuvo Renacimiento y que su continuación de la Reconquista europea en la Conquista americana fue, en realidad, la exportación de un espíritu renacentista con una mentalidad medieval. Pero no sólo el hombre renacentista fue aventurero, conquistador y dominador. También lo fue el hombre medieval, tal como lo prueban las cruzadas. La diferencia radica en el rasgo secular y capitalista del nuevo hombre renacentista. Con la Reconquista castellana se liquida la diversidad y la inquietud intelectual de la España centrada en Córdoba, en el hemisferio sur de la península, y se instala una cultura medieval que ya abandonaba el resto del continente.
Para inmortalizar tantas matanzas promovidas por la nobleza, muchas veces como un deporte en tiempos de aburrimiento y llevada adelante por la milicia —los “de a miles” que procedían de las clases de campesinos y carniceros—, aparecieron los biógrafos. Estos escritores casi siempre vivían del mecenazgo de la nobleza.
Un descendiente de judíos, como Fernando del Pulgar, en 1486 alabó a un noble viejo diciendo que el conde Cifuentes “era ijodalgo, de limpia sangre”. Es decir, sin abuelos judíos. Antes, en 1450, Fernán Pérez de Guzmán, había tenido la lucidez de reconocer que ese oficio de escribir estaba implícitamente bajo la influencia del poder de los reyes, razón por la cual se pasaban por crónicas las exageraciones adulatorias.
De cualquier forma este oficio de contar sobre otros pronto se convirtió en un oficio de contar sobre uno mismo. Mucho antes de los aventureros en América —quienes escribían sus relaciones a modo de cartas como parte de su búsqueda de fama y favores del rey— otros practicaron la confesión literaria. Estos escritores hablaban sobre ellos mismos y sobre los demás, pero en gran medida eran los árabes y judíos que iban quedando, ya que la nobleza no consideraba digno exponer su interioridad. Tampoco era digno trabajar con las manos o con el intelecto. Salvo las guerras promovidas por príncipes, duques y obispos, actividad eminentemente noble, fuente inagotable de honores, casi ningún otro trabajo era digno.
En tiempos de Cervantes la escritura ya era un oficio y un negocio, como lo demuestra Lope de Vega. Un buen oficio y un mal negocio para muchos, como hoy. En el siglo XX, en casi todo el mundo, la exposición del yo, de la interioridad del individuo se convirtió en un requisito de la literatura, de casi todo el arte. Como lo demuestran los mass media, los reality shows, ahora hay otras formas de exponer elyo individual. Incluso cuando la norma es que el yo ha dejado de ser individual —si alguna vez lo fue— para ser una repetición del mismo individualismo, una repetición estandarizada de un mismo yo. El valor ético y políticamente correcto es “ser uno mismo”, como si en eso hubiese algún merito y alguna diferencia.
Ernesto Sábato también exaltó el valor y la particularidad del yo como materia prima, al mismo tiempo que descubría que esa particularidad de la ficción moderna era lógica expresión de la soledad del siglo. Ese yo decía que escribía porque no era feliz; Borges, porque era feliz, al menos mientras escribía. Cortazar porque quería jugar. Onetti porque quería leerse a sí mismo.
Muchos otros escritores menores tenemos razones igualmente diversas. Ante la pregunta de por qué escribo quizás tenga muchas formas de responderla y ninguna definitiva. Podría decir, por ejemplo: empecé a escribir de niño para alegrar a mis abuelos que vivían lejos en el campo y no tenían televisión. Seguí escribiendo para reproducir la emoción que me provocó el descubrimiento de la literatura fuera del salón de clase. Después porque quería escapar del mundo. Hoy en día escribo porque sufro y me apasiona la complejidad del mundo que me rodea. Escribo porque quiero batalla con este mundo que no me conforma y escribo porque a veces quisiera refugiarme en algo que no está aquí y ahora, algo que está libre de la contingencia del momento, algo que se parece a un más allá humano o sobrehumano. Pero todo lo que escribo surge a partir de aquí y ahora, de mi inconformidad con el mundo, de una sospechosa necesidad de olvidarme de mí mismo al tiempo que, no sin reprochable contradicción, no me niego a que difundan mis trabajos, al tiempo que espero justificar mi vida a través de algunos lectores que han encontrado algo útil en lo que hago. Uno siempre puede hacer otra cosa, pero quien se siente escritor de verdad, sea bueno o sea malo, no puede dejar esto, esa obsesión de luchar contra la muerte sin saberlo.
Pero si las razones personales son suficientes para justificar lo que uno hace, nunca son suficientes razones para explicar por qué uno hace lo que hace. Desde una perspectiva más amplia, por ejemplo y retomando las reflexiones iniciales, vemos que finalmente no fue la nueva Edad Media española la que venció en el siglo XIX y en el XX sino el Renacimiento centroeuropeo, con su ambiguo foco en el humanismo y en el individualismo, en la nueva libertad del antiguo villano, otrora sumiso obediente, y la creciente tiranía del capital. No fue el odio que Santa Teresa profesaba a la libertad, su amor a la obediencia ciega a la jerarquía política y eclesiástica la que venció entre los escritores e intelectuales modernos, sino la herejía utópica de Tomás Moro y de humanistas como Erasmo de Róterdam. Todos aquellos escritores que creemos ejercer la libertad de pensamiento también somos,casi completamente, productos históricos, productos de esas batallas políticas, ideológicas y culturales. (También los más ortodoxos reaccionarios que se creen intérpretes de la palabra de Dios lo son.) La libertad intelectual está siempre en ese “casi”. Sabemos que somos prisioneros de nuestro tiempo, que nuestro tiempo es producto de una larga y pesada historia. Pero la sola sospecha funciona como una llave. A veces esa llave no puede abrir ninguna puerta, pero nos indica por donde mirar. Y basta el ojo de una cerradura para convertir esa “casi libertad” en una de las más vertiginosas aventuras humanas: la libertad de conocer, de formularse preguntas que logren cuestionar, si no desarticular, la gran prisión, la que no debe ser obra de ningún Dios bondadoso sino pura construcción humana —a veces en su nombre.
Estoy seguro que muchas veces habrán escuchado esa demoledora inquisición “¿Bueno, y para qué sirve la literatura?”, casi siempre en boca de algún pragmático hombre de negocios; o, peor, de algún Goering de turno, de esos semidioses que siempre esperan agazapados en los rincones de la historia, para en los momentos de mayor debilidad salvar a la patria y a la humanidad quemando libros y enseñando a ser hombres a los hombres. Y si uno es escritor, palo, ya que nada peor para una persona con complejos de inferioridad que la presencia cercana de alguien que escribe. Porque si bien es cierto que nuestro financial time ha hecho de la mayor parte de la literatura una competencia odiosa con la industria del divertimento, todavía queda en el inconsciente colectivo la idea de que un escritor es un subversivo, un aprendiz de brujo que anda por aquí y por allá metiendo el dedo en la llaga, diciendo inconveniencias, molestando como un niño travieso a la hora de la siesta. Y si algún valor tiene, de hecho lo es. ¿No ha sido ésa, acaso, la misión más profunda de toda la literatura de los últimos quinientos años? Por no remontarme a los antiguos griegos, ya a esta altura inalcanzables por un espíritu humano que, como un perro, finalmente se ha cansado de correr detrás del auto de su amo y ahora se deja arrastrar por la soga que lo une por el pescuezo.
Sin embargo, la literatura aún está ahí; molestando desde el arranque, ya que para decir sus verdades le basta con un lápiz y un papel. Su mayor valor seguirá siendo el mismo: el de no resignarse a la complacencia del pueblo ni a la tentación de la barbarie. Para todo eso están la política y la televisión. Por lo tanto, sí, podríamos decir que la literatura sirve para muchas cosas. Pero como sabemos que a nuestros inquisidores de turno los preocupa especialmente las utilidades y los beneficios, deberíamos recordarles que difícilmente un espíritu estrecho albergue una gran inteligencia. Una gran inteligencia en un espíritu estrecho tarde o temprano termina ahogándose. O se vuelve rencorosa y perversa. Pero, claro, una gran inteligencia, perversa y rencorosa, difícilmente pueda comprender esto. Mucho menos, entonces, cuando ni siquiera se trata de una gran inteligencia.
I am sure that you have heard many times this loaded query: «Well, what good is literature, anyway?» almost always from a pragmatic businessman or, at worst, from a Goering of the day, one of those pseudo-demigods that are always hunched down in a corner of history, waiting for the worst moments of weakness in order to «save» the country and humankind by burning books and teaching men how to be «real» men. And, if one is a freethinking writer during such times, one gets a beating, because nothing is worse for a domineering man with an inferiority complex than being close to somebody who writes. Because if it is true that our financial times have turned most literature into a hateful contest with the leisure industry, the collective unconscious still retains the idea that a writer is an apprentice sorcerer going around touching sore spots, saying inconvenient truths, being a naughty child at naptime. And if his/her work has some value, in fact he/she is all that. Perhaps the deeper mission of literature during the last five centuries has been precisely those things. Not to mention the ancient Greeks, now unreachable for a contemporary human spirit that, as a running dog, has finally gotten exhausted and simply hangs by its neck behind its owner’s moving car.
However, literature is still there; being troublesome from the beginning, because to say its own truths it only needs a modest pen and a piece of paper. Its greatest value will continue to be the same: not to resign itself to the complacency of the people nor to the temptation of barbarism. Politics and television are for that.
Then, yes, we can say literature is good for many things. But, because we know that our inquisitors of the day are most interested in profits and benefits, we should remind them that a narrow spirit can hardly shelter a great intelligence. A great intelligence trapped within a narrow spirit sooner or later chokes. Or it becomes spiteful and vicious. But, of course, a great intelligence, spiteful and vicious, can hardly understand this. Much less, then, when it is not even a great intelligence.
Las teorías de la evolución después de Darwin asumen una dinámica de divergencias. Dos especies pueden derivar de una en común; cada tanto, estas variaciones pueden desaparecer de forma gradual o abrupta, pero nunca dos especies terminan confluyendo en una. No existe mestizaje sino dentro de la misma especie. A la larga, una gallina y un hombre son parientes lejanos, descendientes de algún reptil y cada uno significa una respuesta exitosa de la vida en su lucha por la sobrevivencia.
Es decir, la diversidad es la forma en que la vida se expande y se adapta a los diversos medios y condiciones. Diversidad y vida son sinónimos para la biósfera. Los procesos vitales tienden a la diversidad pero al mismo tiempo son la expresión de una unidad, la biósfera, Gaia, la exuberancia de la vida en lucha permanente por sobrevivir a su propio milagro en ambientes hostiles.
Por la misma razón la diversidad cultural es una condición para la vida de la humanidad. Es decir, y aunque podría ser una razón suficiente, la diversidad no se limita sólo a evitarnos el aburrimiento de la monotonía sino que, además, es parte de nuestra sobrevivencia vital como humanidad.
No obstante, hemos sido los humanos la única especie que ha sustituido la natural y discreta pérdida de especies por una artificial y amenazante exterminación, por la depredación industrial y por la contaminación del consumismo. Aquellos que sostenemos un posible aunque no inevitable “progreso de la historia” basado en el conocimiento y el ejercicio de la igual-libertad, podemos ver que la humanidad, tantas veces puesta en peligro de extinción por sí misma, ha logrado algunos avances que le ha permitido sobrevivir y convivir con su creciente fuerza muscular. Y aún así, nada bueno hemos agregado al resto de la naturaleza. En muchos aspectos, quizás en ese natural proceso de prueba y error, hemos retrocedido o nuestros errores se han vuelto exponencialmente peligrosos.
El consumismo es uno de esos errores. Ese apetito insaciable nada o poco tiene que ver con el progreso hacia una posible y todavía improbable era sin-hambre, post-escasez, sino con la más primitiva era de la gula y la codicia. No digamos con un instinto animal, porque ni los leones monopolizan la sabana ni practican el exterminio sistemático de sus victimas, y porque hasta los cerdos se sacian alguna vez.
La cultura del consumismo ha errado en varios aspectos. Primero, ha contradicho la condición antes señalada, pasando por encima de las diversidades culturales, sustituyéndolas por sus baratijas universales o creando una pseudo diversidad donde un obrero japonés o una oficinista alemana pueden disfrutar dos días de una artesanía peruana hecha en China o cinco días de las más hermosas cortinas venecianas importadas de Taiwán antes que se rompan por el uso. Segundo, porque también ha amenazado el equilibrio ecológico con sus extracciones ilimitadas y sus devoluciones en forma de basuras inmortales.
Ejemplos concretos podemos observarlos a nuestro alrededor. Podríamos decir que es una suerte que un obrero pueda disfrutar de las comodidades que antes les estaban reservadas sólo a las clases altas, las clases improductivas, las clases consumidoras. No obstante, ese consumo —inducido por la presión cultural e ideológica— se ha convertido muchas veces en la finalidad del trabajador y en un instrumento de la economía. Lo que por lógica significa que el individuo-herramienta se ha convertido en un medio de la economía como individuo-consumidor.
En casi todos los países desarrollados o en vías de ese “modelo de desarrollo”, los muebles que invaden los mercados están pensados para durar pocos años. O pocos meses. Son bonitos, tienen buena vista como casi todo en la cultura del consumo, pero si los miramos fijamente se rayan, pierden un tornillo o quedan en falsa escuadra. Ahora resulta un exotismo aquella preocupación de mi familia de carpinteros por mejorar el diseño de una silla para que durase cien años. Pero los nuevos muebles descartables no nos preocupan mayormente porque sabemos que han costado poco dinero y que, en dos o tres años vamos a comprar otros nuevos, lo que de paso da más interés y variación en la decoración de nuestras casas y oficinas y sobre todo estimulan la economía del mundo. Según la teoría en curso, lo que tiramos aquí ayuda al desarrollo industrial en algún país pobre. Por eso somos buenos, porque somos consumidores.
No obstante, esos muebles, aún los más baratos, han consumido árboles, han quemado combustible en su largo viaje desde China o desde Malasia. La lógica de “tírelo después de usar”, que es lo más razonable para una jeringa de plástico, se convierte en una ley necesaria para estimular la economía y mantener el PBI en perpetuo crecimiento, con sus respectivas crisis y fobias cuando su caída provoca una recesión del dos por ciento. Para salir de ella hay que aumentar la droga. Sólo Estados Unidos, por ejemplo, destina billones de dólares para que sus habitantes vuelvan a consumir, a gastar, para salir de la locura de la recesión y así el mundo pueda seguir girando, consumiendo y desechando.
Pero esos desechos, por baratos que sean —el consumismo está basado en mercaderías baratas, desechables, que hace casi inaccesible el reciclaje de productos duraderos— poseen trozos de madera, plástico, baterías, caños de hierro, tornillos, vidrio y más plástico. En Estados Unidos todo eso y algo más va a la basura —aún en este tiempo llamado “de gran crisis” por razones equívocas— y en los países pobres, los pobres van en busca de esa basura. A la larga, quien termina consumiendo toda la basura es la naturaleza mientras la humanidad sigue poniendo en suspenso sus cambios de hábitos para salir de la recesión primero y para sostener el crecimiento de la economía después.
Pero ¿qué significa “crecimiento de la economía”, ese dos o tres por ciento que obsesiona al mundo entero, de Norte a Sur y de Este a Oeste?
El mundo está convencido de que se encuentra en una terrible crisis. Pero el mundo siempre estuvo en crisis. Ahora es definida como crisis mundial porque (1) procede y afecta la economía de los más ricos; (2) el paradigma simplificado del desarrollo ha irradiado su histeria al resto del mundo, restándole legitimidad. Pero en Estados Unidos las personas siguen inundando las tiendas y los restaurantes y sus recortes no llegan nunca al hambre, aun en la gravedad de millones de trabajadores sin trabajo. En nuestros países periféricos una crisis significa niños en la calle pidiendo limosna. En Estados Unidos suele significar consumidores consumiendo un poco menos mientras esperan el próximo cheque del gobierno.
Para salir de esa “crisis”, los especialistas se exprimen el cerebro y la solución es siempre la misma: aumentar el consumo. Irónicamente, aumentar el consumo prestándole a la gente común su propio dinero a través de los grandes bancos privados que reciben la ayuda salvadora del gobierno. No se trata solo de salvar algunos bancos, sino, sobre todo, de salvar una ideología y una cultura que no sobreviven por sí solas sino en base a frecuentes inyecciones ad hoc: estímulos financieros, guerras que impulsan la industria y controlan la participación popular, drogas y diversiones que estimulan, tranquilizan y anestesian en nombre del bien común.
¿Realmente habremos salido de la crisis cuando el mundo retome un crecimiento del cinco por ciento mediante el estímulo del consumo en los países ricos? No estaremos preparando la próxima crisis, una crisis real —humana y ecológica— y no una crisis artificial como la que tenemos hoy? ¿Realmente nos daremos cuenta que ésta no es realmente una crisis sino sólo una advertencia, es decir, una oportunidad para cambiar nuestros hábitos?
Cada día es una crisis porque cada día elegimos un camino. Pero hay crisis que son una larga una via crusis y otras que son críticas porque, tanto para oprimidos como para opresores significa una doble posibilidad: la confirmación de un sistema o su aniquilación. Hasta ahora ha sido lo primero por faltas de alternativas a lo segundo. Pero nunca hay que subestimar a la historia. Nadie hubiese previsto jamás una alternativa al feudalismo medieval o al sistema de esclavitud. O casi nadie. La historia de los últimos milenios demuestra que los utópicos solían preverlo con exagerada precisión. Pero como hoy, los utópicos siempre han tenido mala fama. Porque es la burla y el desprestigio la forma que cada sistema dominante ha tenido siempre para evitar la proliferación de gente con demasiada imaginación.
Jorge Majfud
Lincoln University, febrero, 2009.
Crisi dei ricchi, via crucis dei poveri
Le teorie dell’evoluzione dopo Darwin assumono una dinamica divergente. Due specie possono discendere da una comune; ogni tanto, le specie stesse possono scomparire in forma graduale o drastica, ma mai due specie finiscono con il confluire in una sola. Non esiste meticciato se non all’interno della stessa specie. Nel lungo periodo, una gallina e un’uomo sono parenti lontani, discendenti di un qualche rettile ed entrambi rappresentano una risposta positiva della vita nella lotta per la sopravvivenza.
Cioé, la diversità è la forma in cui la vita si espande e si adatta ai diversi ambienti e alle diverse condizioni. Diversità e vita sono sinonimi per la biosfera. I processi vitali tendono alla diversità ma allo stesso tempo sono espressione di una unità, la biosfera, Gaia, l’esuberanza della vita nella sua permanente lotta per sopravvivere in ambienti ostili al suo stesso miracolo.
Per la stessa ragione la diversità culturale è un requisito per la vita dell’umanità. Ovvero, e comunque potrebbe essere una ragione sufficiente, la diversità non si limita solo a evitarci la noia della monotonia ma, inoltre, è parte della nostra sopravvivenza vitale come umanità.
Nonostante ciò, siamo stati noi esseri umani la unica specie che ha sostituito la naturale e prudente sostituzione di specie con un artificiale e minaccioso sterminio, con il saccheggio industriale e con la contaminazione del consumismo. Coloro tra noi che sostengono un possibile ma non inevitabile “progresso della storia” basato sulla conoscenza e l’esercizio dell’eguale-libertà, possono vedere che l’umanità, tante volte posta in pericolo di estinzione da se stessa, ha ottenuto alcuni successi che le hanno permesso di sopravvivere e di convivere con la propria crescente forza muscolare. E nonostante ciò, non abbiamo aggiunto niente di buono al resto della natura. In molti aspetti, in questo naturale processo di prove ed errori, forse siamo andati indietro o i nostri errori sono diventati esponenzialmente più pericolosi.
Il consumismo è uno di questi errori. Questo appetito insaziabile ha poco o niente a che fare con il progresso verso una possibile e comunque improbabile era senza-fame, post-scarsità, piuttosto ha a che vedere con una più primitiva era della gola e dell’avidità. Non diciamo che ha a che fare con un istinto animale, perchè nemmeno i leoni monopolizzano la savana né praticano lo sterminio sistematico delle proprie vittime, e perchè perfino i maiali si saziano solo di tanto in tanto.
La cultura del consumismo ha mostrato i suoi limiti in vari aspetti. Primo, ha contraddetto la condizione prima segnalata, superando le diversità culturali, sostituendole con i suoi ninnoli universali o creando una pseudo diversità dove un operaio giapponese o una meccanica tedesca possono utilizzare per due giorni un oggetto di artigianato peruviano fatto in Cina o possono godere cinque giorni della più bella tendina veneziana importata da Taiwan prima che si rompano per l’uso eccessivo. Secondo, perchè ha anche minacciato l’equilibrio ecologico con le sue estrazioni illimitate e le sue restituzioni sotto forma di spazzatura immortale.
Esempi concreti possiamo osservarli attorno a noi. Potremmo dire che è una fortuna che un operaio possa apprezzare le comodità che prima erano riservate solo alle classi agiate, le classi improduttive, le classi consumatrici. Nonostante ciò, questo consumo –indotto dalla pressione culturale e ideologica- si è convertito molte volte nella finalità del lavoratore e in uno strumento dell’economia. Il che, a rigor di logica, significa che l’individuo-strumento si è convertito in un mezzo dell’economia in quanto individuo-consumatore.
In quasi tutti i paesi sviluppati o in via di questo “modello di sviluppo”, i mobili che invadono i mercati sono pensati per durare pochi anni. O pochi mesi. Sono carini, hanno un bell’aspetto come quasi tutto nella cultura del consumo, ma se li fissiamo a lungo si rigano, perdono una vite o sono squadrati. Ogni giorno di più risulta esotica la preocupazione della mia familia di carpentieri per migliorare il disegno di una sedia perchè durasse cent’anni. Dei nuovi mobili usa-e-getta non ci si preoccupa molto perchè sappiamo che sono costati poco e che, in due o tre anni ne compreremo degli altri nuovi, il che comporta maggior interesse e trasformazione nella decorazione delle nostre case e dei nostri uffici e soprattutto stimola l’economia mondiale. Secondo la teoria in corso, ciò che buttiamo qui aiuta lo sviluppo industriale in qualche paese povero. Per questo ci sentiamo buoni, perchè siamo consumatori.
Ma questi mobili, anche quelli più economici, hanno consumato alberi, hanno bruciato combustibile nel loro lungo viaggio dalla Cina o dalla Malesia. La logia del “butto dopo aver usato”, che è la cosa più ragionevole per una siringa di plastica, diventa una legge necessaria per stimolare l’economia e mantenere il PIL in perpetua crescita, con le sue rispettive crisi e fobie quando la caduta provoca una recessione del due per cento. Per uscire dalla crisi bisogna aumentare la droga. I soli Stati Uniti, per esempio, destinano milioni di dollari perchè i suoi abitanti ritornino a consumare ed a spendere, destinano milioni di dollari per uscire dalla disperazione della recessione in modo che così il mondo possa continuare a girare, consumare e buttare.
Ma questi rifiuti, pur economici che siano –il consumismo è basato su della mercanzia economica, usa-e-getta, che rende quasi impossibile il riciclaggio di prodotti durevoli- possiedono pezzi di legno, plastica, batterie, canne di ferro, viti, vetro e ancora plastica. Negli Stati Uniti tutto ciò e anche di più va nella spazzatura –anche in questo tempo chiamato per ragioni equivoche “di grande crisi” – mentre nei paesi poveri, i poveri vanno alla ricerca della stessa spazzatura. Alla lunga, chi finisce con il consumare tutta la spazzatura è la natura mentre l’umanità continua a sospendere i cambiamenti nel proprio stile di vita al fine di uscire dalla recessione e al fine di sostenere la crescita dell’economia.
Ma cosa significa “crescita economica”, cosa significa questo due o tre per cento che ossessionano tutto il mondo, da Nord a Sud da Est a Ovest?
Il mondo è convinto che si trova in una terribile crisi. Ma il mondo è sempre stato in crisi. Ora la crisi è definita come mondiale perché (1) avanza e colpisce l’economia dei più ricchi; (2) il semplificato paradigma dello sviluppo ha diffuso la propria isteria al resto del mondo, contribuendo a darle legittimità. Ma negli Stati Uniti le persone continuano ad innondare i negozi e i ristoranti e i loro tagli non implicano mai la fame, sebbene siano in una situazione di gravità in cui milioni di lavoratori si trovano senza lavoro. Nei nostri paesi periferici una crisi significa bambini per la strada a chiedere elemosina. Negli Stati Uniti vuol dire consumatori che consumano un po’ meno mentre aspettano il prossimo ticket del governo.
Per uscire da questa “crisi”, gli specialisti si strizzano il cervello e la soluzione risulta sempre la stessa: aumentare il consumo. Ironicamente, aumentare il consumo prestando alla gente comune il suo stesso denaro attraverso le grandi banche private che ricevono l’aiuto salvifico del governo. Non si tratta solo di salvare alcune banche, ma, soprattutto, di salvare una ideologia e una cultura che da sole non sopravviverebbero se non ricevessero frequenti iniezioni ad hoc: stimoli finanziari, guerre che promuovono l’industria e controllano la partecipazione popolare, droghe e diversioni che stimolano, tranquillizzano e anestetizzano in nome di un bene comune.
Usciremo veramente dalla crisi quando il mondo ricomincerà una crescita del cinque per cento attraverso lo stimolo del consumo nei paesi ricchi? Non staremo preparando la prossima crisi?, una crisi reale –umana ed ecologica- e non una crisi artificiale come quella che subiamo oggi? Quando ci renderemo conto che questa non è veramente una crisi ma solo un’avvertenza, ovvero una opportunità per cambiare le nostre abitudini?
Ogni giorno rappresenta una crisi perchè ogni giorno scegliamo un percorso. Ma ci sono crisi che sono una lunga via crucis e altre che sono critiche perchè, sia per gli oppressi che per gli oppressori comportano una doppia possibilità: la conferma di un sistema o il suo annichilimento. Finora la prima ha prevalso sul secondo per mancanza di alternative. Ma non bisogna mai sottostimare la storia. Nessuno avrebbe mai pensato ad una alternativa al feudalesimo medioevale o al sistema schiavista. O quasi nessuno. La storia degli ultimi millenni dimostra che gli utopici l’avevano previsto con una precisione esagerata. Ma, come ai giorni nostri, gli utopici hanno sempre goduto di una cattiva fama. Perchè sono la denigrazione e il discredito le forme che ciascun sistema dominante ha sempre avuto per evitare la proliferazione di gente con troppa immaginazione.
di Jorge Majfud
Lincoln University
Febbraio 2009
Traduzione di Ruggero Fornoni
Niemals darf die Geschichte unterschätzt werden
Krise der Reichen, Kreuzweg für die Armen
Jorge Majfud
Übersetzt von Isolda Bohler
Die Evolutionstheorien nehmen nach Darwin eine Dynamik von Meinungsverschiedenheiten an. Zwei Arten können von einer gemeinsamen abstammen; immer wieder können diese Variationen allmählich oder abrupt verschwinden, aber niemals werden sich zwei Spezies zu einer vereinigen. Es gibt nur innerhalb der gleichen Spezies Artenmischung. Auf die Dauer gesehen sind die Henne und ein Mensch weitläufig verwandt, Nachkommen von irgendeinem Reptil und jeder von ihnen bedeutet eine erfolgreiche Antwort des Lebens im Kampf um sein Überleben.
Das heißt, die Vielfalt ist eine Form, in der sich das Leben entfaltet und sich an die verschiedenen Umweltbedingungen anpasst. Vielfalt und Leben sind für die Biosphäre Synonyme. Die lebenswichtigen Prozesse neigen zur Verschiedenartigkeit, aber sie sind gleichzeitig der Ausdruck einer Einheit, der Biosphäre. Gaia, die Überfülle des Lebens im permanenten Kampf um ihre eigenes Wunder in einer feindlichen Umgebung zu überleben.
Aus dem selben Grund ist die kulturelle Vielfalt eine Bedingung für das Leben der Menschheit. Das heißt, obwohl es ein ausreichender Grund wäre, begrenzt sich die Verschiedenartigkeit nicht nur darauf, uns vor der Langeweile der Monotonie zu bewahren, sondern sie ist außerdem Teil von unserem vitalen Überleben als Menschheit.
Trotzdem waren wir, die Menschen, die einzige Art, die den natürlichen und diskreten Verlust von Arten durch eine künstliche und bedrohliche Ausrottung ersetzt hat, durch die industrielle Verwüstung und durch die Umweltverschmutzung des Konsumdenkens. Jene, die wir einen möglichen, wenngleich nicht unvermeidlichen „Fortschritt in der Geschichte“ aufrechterhalten, der auf der Kenntnis und der Ausübung von Gleichheit – Freiheit basiert, können sehen, dass die Menschheit, die sich so viele Male aus eigenem Verschulden in der Gefahr des Aussterbens befand, einiges an Fortschritten erreichte, die ihr zu überleben und mit ihrer wachsenden Muskelkraft zusammenzuleben erlaubten. Und obgleich dies so ist, haben wir nichts Gutes dem Rest der Natur hinzugefügt. In vielen Aspekten haben wir uns vielleicht in diesem natürlichen Prozess der Prüfung und des Irrtums zurückentwickelt oder unsere Irrtümer sind zu großen Gefahren geworden.
Der Konsumzwang ist einer dieser Fehler. Dieser unersättliche Appetit hat nichts oder wenig mit dem Fortschritt auf eine mögliche oder noch unwahrscheinliche Ära ohne Hunger, post-Mangel, zu tun, sondern mit der primitivsten Ära der Gefräßigkeit und der Habsucht. Wir können nicht einmal sagen, aus einem tierischen Instinkt heraus, denn die Löwen monopolisieren weder die Savanne, noch praktizieren sie die systematische Ausrottung ihrer Opfer und sogar die Schweine fressen sich manchmal satt.
Die Kultur des Konsumdenkens irrte sich in verschiedenen Aspekten. Zuerst widersprach sie der zuvor aufgezeigten Bedingung, ging über die kulturellen Verschiedenheiten hinweg, indem sie die durch ihren universellen Schund ersetzte oder eine Pseudovielfalt schuf, mit der sich ein japanischer Arbeiter oder eine deutsche Büroangestellte zwei Tage an peruanischem Kunsthandwerk, hergestellt in China, erfreuen kann oder fünf Tage an den schönsten aus Taiwan importierten venezianischen Vorhängen, ehe sie durch den Gebrauch zerreißen. Zweitens, weil sie auch mit ihren unbegrenzten Extraktionen und ihren Rückgaben in Form von umweltbelastendem „unsterblichem“ Müll das ökologische Gleichgewicht bedrohten.
Konkrete Beispiele können wir in unserer Umgebung beobachten. Wir könnten sagen, es ist ein Glück, dass sich ein Arbeiter an den Bequemlichkeiten erfreuen kann, die früher nur für die obere Klasse reserviert waren, den unproduktiven Klassen, der Konsumentenklasse. Aber dieser Konsum – durch kulturellen und ideologischen Druck irregeführt – ist oft zum Zweck der Arbeit des Arbeiters und zu einem Wirtschaftsinstrument geworden. Was logischerweise bedeutet, dass sich das Individuum – Werkzeug in ein Mittel der Wirtschaft als Individuum – Kosument verwandelte.
In fast allen entwickelten Ländern oder in solchen, auf dem Weg zu diesem „Entwicklungsmodell“, sind die Möbel, die die Märkte überfluten, dafür gedacht, wenige Jahre zu halten. Oder wenige Monate. Sie sind hübsch, schön anzuschauen, wie fast alles in der Kultur des Konsums; wenn wir sie aber genau betrachten, bekommen sie Kratzer, verlieren eine Schraube oder verziehen sie sich. Jetzt kommen mir jene Sorgen meiner Familie von Schreinern, das Design eines Stuhles zu verbessern, damit der hundert Jahre halten konnte, fremd und sonderbar vor. Aber die neuen Wegwerfmöbel beunruhigen die Mehrheit nicht, denn wir wissen, dass sie wenig Geld kosteten und wir in zwei oder drei Jahren neue kaufen werden, was nebenbei mehr Abwechslung in unsere Häuser und Büros bringt, sie interessanter macht und v.a. kurbeln sie die Weltwirtschaft an. Gemäß der zur Zeit laufenden Theorie hilft das, was wir hier wegwerfen, der industriellen Entwicklung in einem armen Land. Deshalb handeln wir gut, denn wir sind Konsumenten.
Aber diese Möbel, auch die billigsten, konsumierten Bäume, verbrannten Brennstoffe im Laufe ihrer Reise von China oder von Malaysia. Die Logik von „nach Gebrauch wegwerfen“, die für eine Plastikspritze das vernünftigste ist, wird zu einem notwendigen Gesetz für den wirtschaftlichen Anreiz und zum Erhalt des BSP durch ständiges Wachstum, mit ihren jeweiligen Krisen und Phobien, wenn ihr Fallen eine Rezession von zwei % hervorruft. Um aus ihr herauszukommen, muss die Droge erhöht werden. Nur die USA beispielsweise bestimmen zwei Billionen Dollar, damit ihre Bewohner wieder konsumieren, wieder Geld ausgeben, um aus der Verrücktheit der Rezession herauszukommen und so kann sich die Welt weiter drehen, konsumierend und wegwerfend.
Aber diese Abfälle, auch wenn sie noch so billig sind, – der Konsumzwang basiert auf billigen Wegwerf- Handelswaren, die fast das Recycling von dauerhaften Produkten unerreichbar machen – bestehen aus Stücken von Holz, Plastik, Batterien, Eisenrohren, Schrauben, Glas und noch mehr Plastik. In den USA geht all dies und etwas mehr in den Müll – obgleich in dieser Zeit der aus falschen Gründen sogenannten „großen Krise“ – und in den armen Ländern, suchen die Armen in diesem Müll. Wer auf die Dauer den ganzen Müll konsumieren wird, ist die Natur, während die Menschheit weiterhin das Verändern ihrer Gewohnheiten in der Schwebe hält, um zuerst aus der Rezession zu kommen und danach das Wirtschaftswachstum aufrechterhalten zu können,.
Aber was bedeutet „wirtschaftliches Wachstum“? Diese zwei oder drei %, die der ganzen Welt von Nord nach Süd und von Ost nach West keine Ruhe lassen?
Die Welt ist davon überzeugt, dass sie sich in einer schrecklichen Krise befindet. Aber die Welt befand sich immer in Krise. Jetzt wird sie als eine weltweite Krise definiert, denn (1) kommt sie von der Wirtschaft der Reichen und betrifft diese; (2) strahlte das vereinfachte Paradigma der Entwicklung seine Hysterie auf den Rest der Welt aus, ihr Legitimität entziehend. Aber in den USA überschwemmen die Leute weiterhin die Läden und die Restaurants und die Kürzungen erreichen nie den Hunger, sogar in der schweren Situation von Millionen arbeitsloser Arbeiterinnen und Arbeiter. In unseren peripheren Ländern bedeutet eine Krise, Kinder auf der Straße, die um Almosen bitten. In den USA bedeutet sie, ein bisschen weniger konsumierende Konsumenten, während sie auf den nächsten Scheck der Regierung warten.
Die Spezialisten strengen ihr Gehirn an, wie aus dieser „Krise“ herauszukommen ist und die Lösung ist immer die gleiche: Der Konsum. Ironischerweise bedeutet den Konsum zu steigern, den gemeinen Leuten ihr eigenes Geld durch die großen Privatbanken zu leihen, denen die Regierung die rettende Hilfe zukommen lässt. Es handelt sich nicht nur um die Rettung einiger Banken, sondern v.a. um die Rettung einer Ideologie und einer Kultur, die nicht für sich allein überlebt, sondern nur aufgrund der häufigen ad hoc Injektionen: Finanzielle Anreize, Kriege, die die Industrie antreiben und die Teilnahme des Volks kontrollieren, Drogen und Vergnügungen, die im Namen des gemeinsamen Guten anregen, beruhigen und betäuben.
Sind wir wirklich aus der Krise gekommen, wenn die Welt wieder fünf % Wachstum mittels des Konsumanreizes in den reichen Ländern annimmt? Werden wir so nicht die nächste Krise vorbereiten, eine reale Krise – für die Menschen und die Ökologie – und keine künstliche Krise, wie die von heute? Werden wir wirklich merken, dass es tatsächlich keine Krise ist, sondern nur eine Warnung, d.h. eine Gelegenheit, unsere Gewohnheiten zu ändern?
Jeder Tag ist eine Krise, weil wir jeden Tag einen Weg wählen. Aber es gibt Krisen, die ein langer Leidensweg sind und andere, die Beurteilungen sind; denn sowohl für die Unterdrückten als auch für die Unterdrücker bedeuten sie eine doppelte Möglichkeit: Die Bestätigung eines Systems oder ihre Vernichtung. Bis jetzt war es die erste wegen des Fehlens von Alternativen für die zweite. Aber niemals sollte die Geschichte unterschätzt werden. Niemals hätte jemand eine Alternative zum mittelalterlichen Feudalismus oder zum Sklavensystem vorhergesehen. Oder fast niemand. Die Geschichte der letzten Jahrtausende zeigt, dass die Utopien sie mit übertriebener Genauigkeit vorherzusehen pflegten. Aber, wie auch heute, hatten die Utopisten einen schlechten Ruf. Da der Spott und die Herabsetzung die Form ist, die jedes herrschende System immer benutzte, um die Ausbreitung von Leuten mit zu viel Vorstellungskraft zu verhindern.
Jorge Majfud
Lincoln University
Crise pour les riches,
chemin de croix pour les pauvres
Auteur: Jorge Majfud
Traduit par Isabelle Rousselot, révisé par Fausto Giudice
Les théories de l’évolution post-Darwinienne supposent une dynamique de divergences. Deux espèces peuvent avoir pour origine une espèce commune ; de temps en temps, ces variations peuvent disparaître de façon progressive ou soudaine, mais deux espèces ne finissent jamais par confluer en une seule. In n’y a de métissage possible qu’au sein de la même espèce. Sur la longue durée, la poule et l’ homme sont des parents éloignés, tous deux descendants d’un reptile et chacun d’eux offre une réponse réussie de la vie dans sa lutte pour la survie.
En d’autres mots, la diversité est la forme dans laquelle la vie se développe et s’adapte aux divers environnements et conditions. La diversité et la vie sont synonymes pour la biosphère. Les processus vitaux tendent à la diversité mais en même temps, ils sont l’expression d’une unité, la biosphère, Gaia, l’exubérance de la vie dans sa lutte permanente pour la survie de son propre miracle dans des environnements hostiles.
Pour la même raison, la diversité culturelle est une des conditions à la vie de l’humanité. C’est-à-dire, et bien que cela puisse être une raison suffisante, la diversité ne se borne pas seulement à éviter l’ennui de la monotonie mais elle prend part en plus, de façon primordiale, à notre survivance en tant qu’humanité.
Néanmoins, nous, les êtres humains, sommes la seule espèce à avoir remplacé la perte naturelle et discrète des espèces par une extermination artificielle et dangereuse, avec une dégradation industrielle et la pollution du consumérisme. Ceux d’entre nous qui soutiennent un « progrès de l’histoire » possible même s’il nest pas inévitable, fondé sur le savoir et sur l’exercice de l’égal-liberté, peuvent voir que l’humanité, qui se place si souvent, elle-même, en danger d’extinction, a réalisé certaines avancées qui lui ont permis de survivre et de coexister avec son pouvoir musculaire croissant. Et ceci même si nous n’avons rien rajouté de bon au reste de la nature. À bien des égards, peut-être avons-nous, dans ce processus naturel d’expériences, régressé ou nos erreurs sont –elles devenues, de façon exponentielle, plus dangereuses.
Le consumérisme est une de ces erreurs. Cet appétit insatiable n’a peu ou rien à voir avec l’évolution vers une époque sans famine, post-pénurie, possible bien que peu probable et a, au contraire, tout à voir avec une ère plus primitive de cupidité et de gloutonnerie. On ne peut pas parler d’un instinct animal car même les lions n’accaparent pas la savane ni ne pratiquent une extermination systématique de leurs victimes et même les cochons connaissent parfois la satiété.
La culture de la société de consommation s’est fourvoyée de plusieurs façons. Premièrement, elle a contredit la condition susmentionnée, traversant les diversités culturelles, les remplaçant par ses babioles universelles ou créant une pseudo-diversité où un ouvrier japonais ou un employé de bureau allemand peuvent profiter pendant deux jours d’un produit de l’artisanat péruvien traditionnel fabriqué en Chine, ou pendant cinq jours, de magnifiques rideaux vénitiens importés de Taïwan, avant qu’ils ne se délabrent et ne soient plus utilisables. Deuxièmement, car elle a aussi menacé l’équilibre écologique avec ses extractions illimitées et ses rejets sous la forme de déchets immortels.
Nous pouvons en observer des exemples concrets tout autour de nous. Nous pouvons dire que c’est une chance qu’un travailleur puisse bénéficier des produits qui étaient auparavant réservés aux classes supérieures, aux classes improductives, aux classes consommatrices. Pourtant, cette consommation – provoquée par la pression culturelle et idéologique – a souvent été transformée en finalité du travailleur et en un instrument de l’économie. Ce qui signifie logiquement que l’individu en tant qu’outil a été transformé en un moyen de l’économie en tant qu’individu-consommateur.
Dans pratiquement tous les pays développés, ou ceux qui suivent ce « modèle de développement », le mobilier qui envahit les marchés, n’est pas prévu pour durer plus de quelques années. Ou quelques mois. Les objets du mobilier sont jolis, ils paraissent beaux comme presque tout dans la culture de la consommation, mais si on les regarde de plus près, ils sont rayés, il leur manque une vis ou ils sont un peu de travers. La préoccupation de ma famille de menuisiers d’améliorer la conception d’une chaise afin qu’elle dure une centaine d’années, paraît aujourd’hui exotique. Mais le nouveau mobilier jetable ne nous inquiète pas trop car nous savons qu’il nous coûte peu et que, dans deux ou trois ans, nous allons acheter de nouvelles choses, qui apporteront du coup un nouvel intérêt et du changement dans la décoration de nos maisons et bureaux et surtout, qui stimuleront l’économie mondiale. Selon la théorie actuelle, ce que nous jetons aide le développement industriel de certains pays pauvres. Donc nous sommes bons car nous sommes des consommateurs.
Et pourtant, ces objets de mobilier, même les meilleur marché, ont consommé des arbres et brûlé du carburant pendant leur long voyage depuis la Chine ou la Malaisie. La logique du « jeter après usage » qui est plutôt raisonnable lorsqu’il s’agit de seringues en plastique, devient une loi nécessaire pour stimuler l’économie et maintenir la croissance perpétuelle du PIB, avec les crises et les phobies qui l’accompagnent à chaque fois que sa chute provoque une récession de 2 %. Afin d’échapper à la récession, il faut augmenter la dose de drogue. Les USA à eux seuls, par exemple, consacrent des milliards de dollars pour que leurs résidents puissent continuer à consommer, à dépenser afin d’échapper à la folie de la récession et ainsi permettre au monde de continuer à tourner, à consommer et à jeter.
Mais ces rebuts, aussi bon marché qu’ils soient – le consumérisme est basé sur une marchandise bon marché, jetable qui rend le recyclage des produits durables presque inabordable – comprennent des morceaux de bois, de plastique, des piles, des vis, du verre et plus de plastique. Aux USA, tout cela et plus encore va à la poubelle – même dans cette période de ce qu’on appelle la « grande crise » pour des raisons douteuses – et aux pays pauvres, les pauvres qui vont récupérer ces déchets. À long terme, celle qui se retrouve à consommer tous ces déchets est la nature, tandis que l’humanité continue à reporter à plus tard tout changement de ses habitudes afin de, d’abord, sortir de la récession et pour, plus tard, soutenir la croissance de l’économie.
Mais quelle est la signification de cette « croissance de l’économie » de 2 à 3 % qui obsède le monde entier, du nord au sud et d’est en ouest ?
Le monde est convaincu de se trouver dans une crise terrible. Mais le monde a toujours été en crise. Maintenant la crise est définie comme étant mondiale car 1) elle a pour origine et affecte l’économie des plus riches ; 2) le paradigme simplifié du développement a irradié son hystérie dans le reste du monde, sapant sa légitimité. Mais aux USA les gens continuent d’envahir les magasins et les restaurants et leurs restrictions n’entraînent jamais la faim, même dans les cas les plus graves où des millions de travailleurs se retrouvent sans emploi. Dans nos pays périphériques, une crise signifie que des enfants mendient dans les rues. Aux USA, cela signifie plutôt que les consommateurs consomment un peu moins en attendant le prochain chèque du gouvernement.
Afin de sortir de cette « crise », les experts se creusent la cervelle et arrivent toujours à la même solution : augmenter la consommation. Ironiquement, augmenter la consommation signifie prêter aux gens ordinaires leur propre argent à travers les grosses banques privées qui reçoivent de l’aide du gouvernement. Il ne s’agit pas seulement de sauver quelques banques mais, surtout, de sauver une idéologie et une culture qui ne peuvent pas survivre seules sans injections fréquentes et de circonstance : stimulant financier, guerres pour promouvoir l’industrie et contrôler la participation populaire, drogues et divertissements qui stimulent, calment et anesthésient au nom du bien commun.
Serons-nous vraiment sortis de la crise quand le monde sera revenu à un taux de croissance de 5 % à travers la stimulation de la consommation dans les pays riches ? N’allons-nous pas préparer le terrain pour la prochaine crise, une vraie crise cette fois – humaine et écologique – et non pas une crise artificielle comme celle que nous traversons maintenant ? Allons-nous enfin réaliser que celle-ci n’est pas une vraie crise mais juste un avertissement, c’est à dire, une occasion de changer nos habitudes ?
Chaque jour est une crise car chaque jour nous choisissons une voie. Mais il y a des crises qui sont un long chemin de croix et d’autres qui sont décisives car, pour l’opprimé comme pour l’oppresseur, elles offrent une alternative : la confirmation d’un système ou son annihilation. Pour l’instant, c’est la première possibilité qui se produit à cause d’un manque d’alternatives à la seconde. Mais on ne doit jamais sous-estimer l’histoire. Personne n’aurait pu prévoir une alternative au féodalisme médiéval ou au système de l’esclavage. Enfin, presque personne. L’histoire du dernier millénaire démontre que les utopistes prévoient généralement l’avenir avec une précision exagérée. Mais, et c’est toujours le cas aujourd’hui, les utopistes ont toujours eu mauvaise réputation. Car la dérision et la décrédibilisation sont la forme qu’utilisent les systèmes dominants pour éviter la prolifération des gens avec trop d’imagination.
Jorge Majfud
Lincoln University
Crisis for the Rich, Via Crucis for the Poor
Theories of evolution after Darwin assume a dynamic of divergences. Two species can derive from one in common; every now and then, these variations can disappear gradually or abruptly, but two species never end up flowing together into one. There is no mixing except within a given species. In the long view, a hen and a man are distant relatives, descendants of some reptile, and each one represents a successful response by life in its struggle for survival.
In other words, diversity is the form in which life expands and adapts to diverse environments and conditions. Diversity and life are synonymous for the biosphere. Vital processes tend toward diversity but at the same time they are the expression of a unity, the biosphere, Gaia, the exuberance of life in permanent struggle for the survival of its own miracle in hostile surroundings.
For the same reason, cultural diversity is a condition for the life of humanity. That is to say, and even though it might be motive enough in itself, diversity is not limited merely to avoiding the boredom of monotony but instead is, besides, part of our vital survival as humanity.
Nevertheless, we humans are the only species that has replaced the natural and discrete loss of species with an artificial and threatening extermination, with industrial depredation and with the pollution of consumerism. Those of us who insist on a possible though not inevitable “progress of history” based on knowledge and the exercise of equal-liberty, can see that humanity, so often placing itself in danger of extinction, has achieved some advances that have allowed it to survive and abide its growing muscular power. And even so, we have added nothing good to the rest of nature. In many respects, perhaps in that natural process of trial and error, we have regressed or our errors have become exponentially more dangerous.
Consumerism is one of those errors. That insatiable appetite has little or nothing to do with progress toward a possible and yet improbable post-scarcity, hunger-free era, and everything to do with the more primitive era of greed and gluttony. Let’s not say with an animal instinct, because not even lions monopolize the savanna or practice systematic extermination of their victims, and because even pigs are sated sometimes.
The culture of consumerism has erred in several ways. First, it has contradicted the aforementioned condition, passing over cultural diversities, substituting them for its universal trinkets or creating a pseudo-diversity where a Japanese laborer or German office worker can enjoy for two days a piece of traditional Peruvian craftwork made in China, or for five days the most beautiful Venetian curtains imported from Taiwan, before they fall apart from use. Second, because it also has threatened the ecological balance with its unlimited extractions and its returns in the form of immortal garbage.
We can observe concrete examples all around us. We might say that it is good fortune that a worker could enjoy commodities that previously were reserved only for the upper classes, the unproductive classes, the consumer classes. Nonetheless, that consumption – induced by cultural and ideological pressure – often has been turned into the very purpose of the worker and an instrument of the economy. Which logically means that the individual-as-tool has been turned into a means of the economy as individual-as-consumer.
In almost all of the developed countries, or those following that “model of development,” the furniture that invades the markets is intended to last only a few years. Or a few months. The furniture items are pretty, they look good just like almost everything in the culture of consumption, but if we look closely they are scratched, missing a screw or our out of square. That preoccupation of my family of carpenters with improving the design of a chair so that it might last a hundred years turns out to be exotic now. But the new disposable furniture does not worry us too much because we know that it costs little and that, in two or three years we are going to buy some more new stuff, which happens to provide more interest and variation in the decoration of our homes and offices and above all stimulates the world economy. According to the current theory, what we throw away here aids the industrial development of some poor country. Thus we are good, because we are consumers.
And yet, those furniture items, even the cheapest ones, have consumed trees and burned up fuel in their long journey from China or from Malaysia. The logic of “dispose of it after use,” which is most reasonable for a plastic syringe, becomes a necessary law for stimulating the economy and maintaining the perpetual growth of GDP, with its respective crises and phobias whenever its fall provokes a recession of two percent. In order to escape the recession one must increase the dosage of the drug. The United States alone, for example, dedicates billions of dollars so that its residents might continue to consume, to spend, in order to escape the madness of the recession and thus allow the world to continue to turn, consuming and discarding.
But those discards, as cheap as they may be – consumerism is based on cheap, disposable merchandise that makes the recycling of durable products almost inaccessible – possess bits of wood, plastic, batteries, steel pipe, screws, glass and more plastic. In the United States all of that and more goes into the garbage – even in this time of what is called “great crisis” for the wrong reasons – and in the poor countries, the poor go out looking for that garbage. Over the long term, the one who ends up consuming all the garbage is nature, while humanity continues to suspend its changes of habit in order to get out of the recession first and in order to sustain the growth of the economy later.
But what is the meaning of “growth of the economy,” that two or three per cent with which the whole world is obsessed, from North to South and East to West?
The world is convinced that it finds itself in a terrible crisis. But the world was already in crisis. Now the crisis is defined as worldwide because 1) it proceeds from and affects the economy of the wealthiest; 2) the simplified paradigm of development has radiated its hysteria out to the rest of the world, undermining its legitimacy. But in the United States people are still flooding the stores and restaurants and their cut backs never involve hunger, even in the gravest cases of the millions of workers without jobs. In our peripheral countries a crisis means children begging in the streets. In the United States it tends to mean consumers consuming a little less while they await the next government check.
In order to get out of that “crisis,” the experts squeeze their brains and the solution is always the same: increase consumption. Ironically, increasing consumption by lending regular people their own money through the big private banks that receive rescue aid from the government. It’s not only a matter of saving a few banks, but, above all, of saving an ideology and culture that cannot survive on their own without frequent ad hoc injections: financial stimulus, wars that promote industry and control popular participation, drugs and entertainment that stimulate, tranquilize and anaesthetize in the name of the common good.
Will we have really emerged from the crisis when the world returns to a five percent growth rate through the stimulation of consumption in the wealthy countries? Will we not be laying the ground for the next crisis, a real – human and ecological – crisis and not an artificial crisis like the one we have now? Will we truly realize that this one is not truly a crisis but just a warning, which is to say, an opportunity for changing our habits?
Every day is a crisis because every day we choose a road. But there are crises that are a long via crucis and others that are critical because, for oppressed and oppressors alike, it means a double possibility: the confirmation of a system or its annihilation. So far it has been the first because of a lack of alternatives to the second. But one must never underestimate history. Nobody could have ever foreseen an alternative to medieval feudalism or to the system of slavery. Or almost nobody. The history of the most recent millennia demonstrates that utopians usually foresee the future with an exaggerated precision. But like today, the utopians have always had a bad reputation. Because mockery and disrepute are the form that every dominant system has always used to avoid the proliferation of people with too much imagination.
Cuando finalmente Quetzalcóatl logra la hazaña de crear una Nueva humanidad (“el Hombre Nuevo”), ésta también resulta imperfecta. La idea de “las cosas resultaron bastante mal”, según David Carrasco, es algo común en la cultura religiosa mesoamericana anterior a la colonización europea. Pero Quetzalcóatl de Tula, otra variación más humana del mismo mito, es sobre todo un organizador social; suprime la institución del sacrificio a las deidades anteriores e inaugura un tiempo de equilibrio material y espiritual.
Por esta razón, para el paradigma preeuropeo Quetzalcóatl es el símbolo de la autoridad legítima que es capaz de un orden creador en un mundo inestable y amenazado por la inercia de la materia. El rechazo a la codicia europea del oro, real o simbólica, es un principio que pasa por Tupac Amaru y llega hasta Ernesto Che Guevara. La colonización europea confirmará la percepción del poder político como una fuerza injusta y usurpadora, hasta convertir a toda forma de autoridad, como en el humanismo más radical, en ilegítimo. Pero esta idea ya angustiaba al mismo poder de Moctezuma en México tanto como al de Atahualpa en Perú. Y a todo usurpador de Quetzalcóatl/Viracocha, el justiciero.
Ya en la época de Chololan, Quetzalcóatl es reconocido como el dios de las masas, el que es capaz de integrar la gran estructura social. Sólo más tarde, en la imperial Tenotchitlán azteca —como Jesús en la imperial Roma de Constantino— es posible que se haya convertido en el dios de la clase alta. El retorno de Quetzalcóatl descubre la atmósfera de inestabilidad cósmica y de inferioridad cultural que marcaron la capital azteca, Tenotchitlán, desde su fundación.
La repetida idea de un imperio ostentando un poder ilegítimo surge, de forma muy particular, del poder mismo. Para revertirla, los aztecas recurren a la conmoción psicológica. En una ocasión invitan a representantes de pueblos vecinos a presenciar masacres rituales, como forma de sostener su poder mediante el terror de la fuerza. Esta política contuvo pero también potenció las energías de una rebelión que fue aprovechada por los españoles. Moctezuma, consciente de la ilegitimidad histórica de su imperio, ante la ilusoria llegada de Quetzalcóatl (Hernán Cortés), abandona el gran palacio y ocupa uno menor, en espera de la verdadera autoridad, la subyugada Tula. Con Moctezuma se da un hecho incomprensible para la historia de Occidente pero que nos revela un rasgo interior de la cultura mesoamericana: un gobernante que ostenta el poder absoluto y renuncia a él por una conciencia moral de ilegitimidad, por su propia mala conciencia. Lo que nos da una idea del significado prioritario del terror sagrado que unía al mesoamericano con el cosmos.
Quetzalcóatl no es el dios creador del Universo, sino un donador de la humanidad, como Prometeo, que da a los hombres y mujeres las artes, el conocimiento y los alimentos. Es decir, un reparador del caos o un servidor ante la necesidad natural del mundo. No es un dios que castiga a su creación, sino un dios limitado y frágil que lucha ante la adversidad en beneficio de una humanidad que ha sido castigada de antemano por fuerzas superiores. Pero es también un hombre concreto, la autoridad legítima, una autoridad máxima capaz de ordenar, regular y dar prosperidad a un pueblo permanentemente amenazado por el cosmos y por la violencia imperial de los dioses guerreros.
Si el mito o la voluntad de Prometeo es una herencia de la cultura ilustrada de Europa que se opuso o criticó la empresa Europea de conquista y colonización, el mito o la voluntad de Quetzalcóatl-Viracocha es la herencia de las masas populares que resistieron, se impusieron y dieron forma a la mentalidad de un continente que comparte más que un idioma. Según Carlos Fuentes, en El espejo enterrado (1992), Quetzalcóatl se convirtió en un héroe moral, como Prometeo; ambos se sacrificaron por la humanidad, les dieron a los mortales las artes y la educación. Ambos representaron la liberación, aún cuando ésta fue pagada con el sacrificio del héroe. El mismo Carlos Fuentes advierte este equivalente en dos pinturas del muralista mexicano José Clemente Orozco, una en Pomona Collage en Claremont, California y la otra en Baker Library en Dartmouth Collage, en Hanover. En la primera Prometeo simboliza el trágico destino de la humanidad y en la segunda Quetzalcóatl, el inventor de la humanidad que es exiliado al descubrir su rostro y deducir de él su destino humano, es decir, de alegría y dolor. Orozco sintetiza las dos figuras en un solo hombre pereciendo en la hoguera de su propia creación, en el Hospital Cabañas de Guadalajara.
También Jesús, como muchos otros, es dios-hecho-hombre. Pero a diferencia de Prometeo y Quetzalcóatl, Jesús es el único sobreviviente como protagonista de una religión viva. Los otros dos —ésta es una de las tesis centrales que ya desarrollamos en el espacio de libro— permanecerán en el inconsciente o en la cultura con la misma actitud, encarnada en los escritores comprometidos de la Guerra Fría o las revoluciones poscolonialistas, desde Ernesto Che Guevara hasta los teólogos de la liberación. Para estos últimos, fundadores de un movimiento teológico profundamente latinoamericano, el Jesús reivindicado no es el institucionalizado por la tradición imperial sino el Jesús ejecutado por el poder político, el (hijo de) Dios que se hizo hombre para ayudar a la humanidad oprimida por la religión y el imperio de la época, el Dios-hecho-hombre que desciende a la humanidad para impregnarla del conocimiento que la rescatará de la esclavitud. Según el códice Vaticano, “y así Tonacatecutli —o Citinatonali— envió a su hijo para salvar al mundo…” Esta salvación es una penitencia y un autosacrificio. También para la tradición cristiana, Jesús es el único gobernante legítimo que, como Prometeo y Quetzalcóatl, es cruelmente derrotado como individuo y como circunstancia, pero esta derrota significa la promesa de un regreso y el establecimiento de una nueva era de justicia, precedida por el caos final, por la distopía.
Si en el ciclo de la liberación humanista la conciencia precede al compromiso (I) y ésta a la acción (II), en Quetzalcóatl la conciencia es posterior a la creación de la nueva sociedad (III) y del Hombre nuevo (IV). Tanto Prometeo como Quetzalcóatl son hombres-dioses derrotados, porque su rasgo humano impone un grado de imperfección y de injusticia por parte de los dioses superiores (Zeus, Mictlantecuhtli, Tezcatlipoca). En ambos, como en Jesús, el simbolismo de la sangre es central, porque es el elemento más humano entre los elementos del universo —como el oro lo es del mundo material, desacralizado— contra los cuales debe luchar permanentemente para sobrevivir, para ascender a un orden superior o para evitar el caos, la destrucción final.
Pero si los humanismos de Prometeo y de Quetzalcóatl tienen elementos en común, también se oponen, reproduciendo la cosmología mesoamericana de los opuestos en lucha que crean y destruyen: Prometeo desafía la máxima autoridad para beneficiar a la humanidad. La historia del humanismo, como vimos, a partir del siglo XIII europeo integra una conciencia histórica de progresión, igualdad y libertad en el individuo-sociedad que se opondrá de forma radical al tradicional paradigma religioso basado en la autoridad y la decadencia de la historia según los cinco metales. El humanismo de Quetzalcóatl, si bien significa un desafío a los dioses superiores e inferiores en beneficio de la humanidad, su destino está marcado por la fatalidad de los ciclos y por su propia dualidad, por la acción heroica y la renuncia del exilio. Las autoridades destructivas son reemplazadas por otra autoridad, el hombre-dios que periódicamente es derrotado y sacrificado por fuerzas superiores. Como Ernesto Che Guevara. (Continúa)
Tanto la interpretación marxista de la historia como la más reciente de Alvin Toffler asumen que las condiciones materiales de producción en primer grado —y de relación y reproducción en segundo—, explican el resto de la cultura y, en un extremo, definen o inducen una forma general de ética y de pensamiento de una sociedad dada en un momento dado. La visión opuesta sobrevalora el poder de una determinada tradición de pensamiento. Para algunos, esta tradición está construida por “poderosos pensadores”, como Platón, Marx o Fanon, como si un individuo pudiese tener la facultad de observar y actuar sobre la historia desde fuera de la misma. Para otros, éstos son sólo productos sofisticados de una forma preexistente de pensamiento en proceso de maduración en una clase dominante.
Sin embargo, nada nos impide asumir (y muchos indicios nos indican) que la realidad es construida de forma simultánea por estas fuerzas múltiples, con frecuencia opuestas. Una ambigüedad tan fecunda como contradictoria podemos observar en la historia de lo que hoy llamamos América Latina, especialmente en la corriente de los intelectuales de izquierda y probablemente en el sector más popular de esta región cultural y espiritual. En una investigación más amplia, distinguimos y rastreamos dos influencias fundamentales en este paradigma continental, definido en el Diagrama de los cuadrantes: una procede de la tradición del Humanismo europeo y la otra de la tradición popular amerindia, ilustrada por el arquetipo mítico de Quetzalcóatl.
Los estudios y debates sobre qué es el humanismo y dónde comienza son casi infinitos. No obstante, podemos identificar algunos rasgos comunes desde su nacimiento en el siglo XIV como el cuestionamiento de la razón a la autoridad y la introducción de la historia, dimensión fundamental en el ser humano como un “estar siendo”. De ahí se derivan otras consecuencias, como la reversión del paradigma dedecadencia de los tiempos por su opuesto: la historia progresa y puede ser medida por la “igual libertad” de los individuos, nacidos iguales. Estos elementos serán básicos en las ideologías y en gran parte del paradigma de la Literatura del compromiso: la tradición de Hegel y Marx, de Gramsci y Fanon, etc.
Por otro lado, el recurrente concepto de liberación que se desprende del desafío de la razón y la igualdad como inherentes a cualquier ser humano, se radicalizará desde el Renacimiento. De la liberación individual, propia del misticismo asiático y europeo, del concepto del pecado individual como única forma de pecado concebible por la tradición de claustros y monasterios de sociedades estamentales, se pasará a una concepción social del pecado y de la liberación. De aquí procede la idea común de que la liberación ya no es un ejercicio de implosión sino de explosión. El individuo sólo se libera a través de la sociedad. Es una liberación moral que entiende que el individuo es el resultado de una historia y de una sociedad y que, por lo tanto, está comprometido y debe actuar en esa historia y en esa sociedad para obtener un mejor resultado. Esta mejora colectiva se asume como progresiva y también como revolucionaria, no en su sentido reaccionario de re-volver sino todo lo contrario: significa una obligación de avanzar más rapadamente en la eliminación de la opresión de clase, de nacionalidades, de raza, de género, de unos grupos sobre otros hacia la “liberación de la humanidad” sin exclusiones. De aquí surge el concepto moderno de revolución y sus falsos sustitutos, según esta concepción: la revuelta y la rebelión.
El objetivo sigue siendo el individuo, pero como este es un proceso histórico ningún individuo concreto puede completarlo. El individuo que encabeza este proceso —el héroe revolucionario— es un avanzado que ha tomado conciencia de este amplio contexto y pretende acelerarlo. No obstante nunca alcanzará su objetivo, lo que significa que, a afectos simbólicos y por medios reales, deberá ser sacrificado. No sólo el héroe revolucionario muere en la lucha que pone en movimiento este proceso, sino que cada individuo debe morir para fructificar en las generaciones posteriores, nacidas en sociedades nuevas, sociedades revolucionarias. El Hombre nuevo será aquel individuo que logre completar el proceso histórico en base a sus antecesores. El Hombre nuevo —Quetzalcóatl, Ernesto Che Guevara— es un renacido de las cenizas del héroe revolucionario en la sociedad nueva. Es un producto del progreso la historia que lucha por pasar del reino de la necesidad —y de la opresión— al reino de la libertad.
Al mismo tiempo, si el tiempo judeo-cristiano-musulmán y luego humanista es una línea con un principio y un final, el paradigma del compromiso también adquiere la naturaleza mítica del círculo. Más concretamente de los ciclos —conciencia, sacrificio, renacimiento, libración— que nunca se cierran y deben reiniciarse, aunque nunca en el mismo punto y estado. En el mismo sentido, el héroe se define como revolucionario pero es reconocido como rebelde.
A diferencia del estudio que podemos hacer sobre la tradición del humanismo, cualquier investigación sobre la tradición amerindia carece del mismo volumen y precisión de los documentos literarios, críticos y analíticos. Por un lado estos documentos eran pocos en comparación. Por el otro, fueron destruidos en gran parte de dos formas: por el fuego concreto de los conquistadores y por el fuego ideológico de la colonización. Sin embargo, no pudo haber sustitución ni eliminación de toda una civilización expresada en diferentes culturas prehispánicas sino, simplemente, represión. Esta represión por la violencia militar y eclesiástica, por la fuerza de la ideología de la esclavitud, del racismo y del clasismo de sociedades estamentales, se prolongó por más de tres siglos, más allá de las revoluciones que dieron las independencias políticas a las nuevas repúblicas a principios del siglo XVIII. Las sociedades amerindias continuaron siendo fundamentalmente agrícolas hasta el siglo XX pero debieron adoptar una ideología que servía a su propia explotación. Parte de esta ideología era, precisamente, la desvalorización de aquello que lo distinguía del colonizador o de la posterior clase criolla dirigente. Esa clase minoritaria que fundó las “repúblicas de papel” lo hizo basada en la cultura ilustrada de Europa. Una población mayoritaria que en países como Perú, Centro América o México hasta el siglo XX ni siquiera hablaba el español como primera lengua, no carecía de cultura.
A esta cultura la llamamos de forma simplificada “cultura popular”, con el objetivo de distinguirla de la políticamente dominante cultura ilustrada. Esta cultura popular, menos basada en el texto escrito que en prácticas, mitos, canciones, danzas y creencias propias fue despreciada por propios y ajenos hasta bien entrado el siglo XX. Hemos rastreado algunos elementos “míticos” de esta cultura en un corpus aparentemente ajeno o distante en el tiempo y en casos como el Cono Sur, distante en el espacio, como lo es la producción de la Literatura del compromiso. Aparte del reconocimiento de estos elementos comunes y coincidentes, entendemos que la razón de ese fenómeno radica en la inversión ideológica que se produce en el siglo XX y que forma parte del mismo proceso del humanismo, en este caso del humanismo de izquierda. Desde fines del siglo XIX podemos observar inversiones ideológicas como la “americanista” de José Martí, con respecto a la “europeísta” de Domingo Sarmiento, y más tarde la crítica más claramente marxista de González Prada y José Mariátegui. El proceso que lleva a una crítica abierta y radical a las oligarquías y los grupos en el poder político e ideológico que se expresaban desde la cultura ilustrada, procede desde esa misma cultura ilustrada. Pero su objetivo de reivindicación no es esa misma tradición sino el sujeto de opresión: el indio, el negro, el gaucho, el campesino en general y, en menor medida, el obrero urbano. Es decir, al igual que el humanismo del Renacimiento se acerca la “sabiduría popular” como objeto de estudio y conocimiento, descarándose de la tradición del latín y la elite eclesiástica y monárquica, los nuevos intelectuales latinoamericanos se acercan a esa “masa muda” para escuchar su voz y traducirla desde la cultura ilustrada, que sigue siendo el espacio privilegiado del poder ideológico.
Es en este proceso, entendemos, que confluyen dos paradigmas aparentemente contradictorios —el lineal del humanismo y el cíclico amerindio— para definir los rasgos más comunes de la Literatura del compromiso. De una forma simple lo podemos resumir en el Diagrama de los cuadrantes (fig. 1).
Aunque un estado presente de la sociedad nunca está rígidamente determinado por el pasado como pueden estarlo las órbitas de los planetas, el presente tampoco es indiferente a su influencia. Podemos asumir que cada paradigma, por radical que sea, es el resultado de una larga historia al mismo tiempo que sus individuos ejercemos parte de esa libertad a la que aspiran todas las liberaciones propuestas por la tradición humanista. En el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad participan las fuerzas materiales —nuevas tecnologías de producción y comunicación— y la maduración de una historia que es producto y es productora de esos cambios. El arte, la literatura y la cultura en general no pueden constituir reinos independientes de ese proceso material y espiritual, y por ello su análisis debe revelarnos algo más que sus propios objetivos manifiestos.
Jorge Majfud, Lincoln University
Mayo 2008
El humanismo, la última gran utopía de Occidente
Una de las características del pensamiento conservador a lo largo de la historia moderna ha sido la de ver el mundo según compartimentos más o menos aislados, independientes, incompatibles. En su discurso, esto se simplifica en una única línea divisoria: Dios y el diablo, nosotros y ellos, los verdaderos hombres y los bárbaros. En su práctica, se repite la antigua obsesión por las fronteras de todo tipo: políticas, geográficas, sociales, de clase, de género, etc. Estos espesos muros se levantan con la acumulación sucesiva de dos partes de miedo y una de seguridad.
Traducido a un lenguaje posmoderno, esta necesidad de las fronteras y las corazas se recicla y se vende como micropolítica, es decir, un pensamiento fragmentado (la propaganda) y una afirmación localista de los problemas sociales en oposición a la visión más global y estructural de la pasada Era Moderna.
Estas comarcas son mentales, culturales, religiosas, económicas y políticas, razón por la cual se encuentran en conflicto con los principios humanísticos que prescriben el reconocimiento de la diversidad al mismo tiempo que una igualdad implícita en lo más profundo y valioso de este aparente caos. Bajo este principio implícito surgieron los estados pretendidamente soberanos algunos siglos atrás: aún entre dos reyes, no podía haber una relación de sumisión; entre dos soberanos sólo podía haber acuerdos, no obediencia. La sabiduría de este principio se extendió a los pueblos, tomando forma escrita en la primera constitución de Estados Unidos. El reconocer como sujetos de derecho a los hombres y mujeres comunes (“We the people…”) era la respuesta a los absolutismos personales y de clase, resumido en el exabrupto de Luis XIV, “l’État c’est Moi”. Más tarde, el idealismo humanista del primer bosquejo de aquella constitución se relativizó, excluyendo la utopía progresista de abolir la esclavitud.
El pensamiento conservador, en cambio, tradicionalmente ha procedido de forma inversa: si las comarcas son todas diferentes, entonces hay unas mejores que otras. Esta última observación sería aceptable para el humanismo si no llevase explícito uno de los principios básicos del pensamiento conservador: nuestra isla, nuestro bastión es siempre el mejor. Es más: nuestra comarca es la comarca elegida por Dios y, por lo tanto, debe prevalecer a cualquier precio. Lo sabemos porque nuestros líderes reciben en sus sueños la palabra divina. Los otros, cuando sueñan, deliran.
Así, el mundo es una permanente competencia que se traduce en amenazas mutuas y, finalmente, en la guerra. La única opción para la sobrevivencia del mejor, del más fuerte, de la isla elegida por Dios es vencer, aniquilar al otro. No es raro que los conservadores de todo el mundo se definan como individuos religiosos y, al mismo tiempo, sean los principales defensores de las armas, ya sean personales o estatales. Es, precisamente, lo único que le toleran al Estado: el poder de organizar un gran ejército donde poner todo el honor de un pueblo. La salud y la educación, en cambio, deben ser “responsabilidades personales” y no una carga en los impuestos a los más ricos. Según esta lógica, le debemos la vida a los soldados, no a los médicos, así como los trabajadores le deben el pan a los ricos.
Al mismo tiempo que los conservadores odian la Teoría de la evolución de Darwin, son radicales partidarios de la ley de sobrevivencia del más fuerte, no aplicada a todas las especies sino a los hombres y mujeres, a los países y las sociedades de todo tipo. ¿Qué hay más darviniano que las corporaciones y el capitalismo en su raíz?
Para el sospechosamente célebre profesor de Harvard, Samuel Huntington, “el imperialismo es la lógica y necesaria consecuencia del universalismo”. Para nosotros los humanistas, no: el imperialismo es sólo la arrogancia de una comarca que se impone por la fuerza a las demás, es la aniquilación de esa universalidad, es la imposición de la uniformidad en nombre de la universalidad.
La universalidad humanista es otra cosa: es la progresiva maduración de una conciencia de liberación de la esclavitud física, moral e intelectual, tanto del oprimido como del opresor en última instancia. Y no puede haber conciencia plena si no es global: no se libera una comarca oprimiendo a otras, no se libera la mujer oprimiendo al hombre, and so on. Con cierta lucidez pero sin reacción moral, el mismo Huntington nos recuerda: “Occidente no conquistó al mundo por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino por la superioridad en aplicar la violencia organizada. Los occidentales suelen olvidarse de este hecho, los no-occidentales nunca lo olvidan”.
El pensamiento conservador también se diferencia del progresista por su concepción de la historia: si para uno la historia se degrada inevitablemente (como en la antigua concepción religiosa o en la concepción de los cinco metales de Hesíodo) para el otro es un proceso de perfeccionamiento o de evolución. Si para uno vivimos en el mejor de los mundos posibles, aunque siempre amenazado por los cambios, para el otro el mundo dista mucho de ser la imagen del paraíso y la justicia, razón por la cual no es posible la felicidad del individuo en medio del dolor ajeno.
Para el humanismo progresista no hay individuos sanos en una sociedad enferma como no hay sociedad sana que incluya individuos enfermos. No es posible un hombre saludable con un grave problema en el hígado o en el corazón, como no es posible un corazón sano en un hombre deprimido o esquizofrénico. Aunque un rico se define por su diferencia con los pobres, nadie es verdaderamente rico rodeado de pobreza.
El humanismo, como lo concebimos aquí, es la evolución integradora de la conciencia humana que trasciende las diferencias culturales. Los choques de civilizaciones, las guerras estimuladas por los intereses sectarios, tribales y nacionalistas sólo pueden ser vistas como taras de esa geopsicología.
Ahora, veamos que la magnífica paradoja del humanismo es doble: (1) consistió en un movimiento que en gran medida surgió entre los religiosos católicos del siglo XIV y luego descubrió una dimensión secular de la creatura humana, y además (2) fue un movimiento que en principio revaloraba la dimensión del hombre como individuo para alcanzar, en el siglo XX, el descubrimiento de la sociedad en su sentido más pleno.
Me refiero, en este punto, a la concepción del individuo como lo opuesto a la individualidad, a la alienación del hombre y la mujer en sociedad. Si los místicos del siglo XV se centraban en su yo como forma de liberación, los movimientos de liberación del siglo XX, aunque aparentemente fracasados, descubrieron que aquella actitud de monasterio no era moral desde el momento que era egoísta: no se puede ser plenamente feliz en un mundo lleno de dolor. Al menos que sea la felicidad del indiferente. Pero no es por algún tipo de indiferencia hacia el dolor ajeno que se define cualquier moral en cualquier parte del mundo. Incluso los monasterios y las comunidades más cerradas, tradicionalmente se han dado el lujo de alejarse del mundo pecaminoso gracias a los subsidios y las cuotas que procedían del sudor de la frente de los pecadores. Los Amish en Estados Unidos, por ejemplo, que hoy usan caballos para no contaminarse con la industria automotriz, están rodeados de materiales que han llegado a ellos, de una forma o de otra, por un largo proceso mecánico y muchas veces de explotación del prójimo. Nosotros mismos, que nos escandalizamos por la explotación de niños en los telares de India o en las plantaciones en África y América Latina consumimos, de una forma u otra, esos productos. La ortopraxia no eliminaría las injusticias del mundo —según nuestra visión humanista—, pero no podemos renunciar o desvirtuar esa conciencia para lavar nuestros remordimientos. Si ya no esperamos que una revolución salvadora cambie la realidad para que ésta cambie las conciencias, procuremos, en cambio, no perder la conciencia colectiva y global para sostener un cambio progresivo, hecho por los pueblos y no por unos pocos iluminados.
Según nuestra visión, que identificamos con el último estadio del humanismo, el individuo con conciencia no puede evitar el compromiso social: cambiar la sociedad para que ésta haga nacer, a cada paso, un individuo nuevo, moralmente superior. El último humanismo evoluciona en esta nueva dimensión utópica y radicaliza algunos principios de la pasada Era Moderna, como lo es la rebelión de las masas. Razón por la cual podemos reformular el dilema: no se trata de un problema de izquierda o derecha sino de adelante o atrás. No se trata de elegir entre religión o secularismo. Se trata de una tensión entre el humanismo y el trivalismo, entre una concepción diversa y unitaria de la humanidad y en otra opuesta: la visión fragmentada y jerárquica cuyo propósito es prevalecer, imponer los valores de una tribu sobre las otras y al mismo tiempo negar cualquier tipo de evolución.
Ésta es la raíz del conflicto moderno y posmoderno. Tanto el Fin de la historia como el Choque de civilizaciones pretenden encubrir lo que entendemos es el verdadero problema de fondo: no hay dicotomía entre Oriente y Occidente, entre ellos y nosotros, sino entre la radicalización del humanismo (en su sentido histórico) y la reacción conservadora que aún ostenta el poder mundial, aunque en retirada —y de ahí su violencia.
Las sociedades precolombinas eran matriarcales o al menos matrilineales, lo cual era una característica de las sociedades agrícolas. Los mapuches permitían la relación entre hermanos del mismo padre porque pertenecían a diferentes tótems. Los conquistadores españoles legislaron contra esta idea que consideraban una monstruosidad, pero los mapuches entendían lo mismo de los españoles que permitían el casamiento entre primos maternos. Para los mapuches, ésta era una relación incestuosa ya que ambos pertenecían al mismo tótem, no en cambio los primos paternos. Este sistema matrilineal se refleja también en la existencia de diosas mujeres, diosas de la fertilidad, como en Venezuela y otros pueblos o en la inexistencia del falo como símbolo de poder en México, quinientos años antes de Cristo.
Para el historiador Luis Vitale, la opresión de género no existía en la prehistoria porque ambos sexos realizaban las mismas tareas; “los primeros síntomas de opresión comienzan a manifestarse en la división del trabajo por sexo”.
Es probable que el sistema patriarcal no estaba tan avanzado en la América precolombina como lo estaba en la Europa del siglo XV. Mientras en Europa el feudalismo estaba basado en la propiedad privada, al mismo tiempo en América, aunque la mujer iba perdiendo espacio, aún mantenía más derechos debido a que el sistema de producción de las comunidades-base se mantenía entre pueblos como el inca o el azteca. En las crónicas de Cieza de León se ve una inversión de las funciones europeas en la región andina: la mujer trabaja la tierra y los hombres hacen ropa. Si bien es cierto que el inca y otros jefes mesoamericanos expresaban ya un tipo de organización masculina, en las bases de las sociedades indígenas las mujeres aún mantenían una cuota importante de poder que luego le será expropiado. ¿Cómo y cuando se produce el nacimiento del patriarcado y la consecuente opresión de la mujer? Más importante aun: ¿la opresión es un valor absoluto o relativo?
Del cambio de un sistema de subsistencia a un sistema donde la producción excedía el consumo, debió surgir no sólo la división del trabajo sino, también, la lucha por la apropiación de estos bienes excedentes. ¿Y quién sino los hombres estaban en mejores condiciones de apropiarse y administrar (en beneficio propio o en beneficio de la unificación de tribus) este exceso? No por una razón de fuerza doméstica, sino porque la misma sobreproducción —con sus respectivos períodos de escasez— necesitó de una clase de guerreros organizados que extendieran el dominio a otras regiones y proveyesen de esclavos para retroalimentar el nuevo sistema. Los ejércitos y las guerras serían así causa y consecuencia del patriarcado. Antes que para la defensa surgen para el ataque, para la invasión, con la lógica tendencia a sustituir al poder político por la fuerza de su propia organización armada. Y, como todo poder político y social necesita una legitimación moral, ésta fue proporcionada por mitos, religiones y una moral hecha a medida y semejanza del hombre y del sistema que lo beneficiaba y lo esclavizaba al mismo tiempo.
No obstante los nuevos imperios prehispánicos, en sus bases las mujeres continuaban compartiendo el poder y el protagonismo social que no tenían las europeas en sus propios reinos. La idea de la función “natural” de la mujer como ama de casa es resistida por las mujeres indo-americanas hasta que el modelo patriarcal europeo es impuesto por los conquistadores. Sin embargo, varios datos nos revelan que el patriarcado ya había surgido antes de la conquista en las clases altas, en la administración de los imperios. Varias crónicas y relatos tradicionales escritos en el siglo XVI —Cieza de León, pero ejemplo— nos refieren la costumbre de los oprimidos por los españoles a oprimir a sus propios hermanos más pobres, reproduciendo así la verticalidad del poder. También tenemos noticia por el Inca Gracilazo de la Vega, que el inca Auquititu ordenó perseguir a los homosexuales para que “en pública plaza [los] quemasen vivos […]; así mismo quemasen sus casas”. Y, con un estilo que no escapa al relato bíblico de Sodoma y Gomorra, “pregonasen por ley inviolable que de allí en delante se guardasen en caer en semejante delito, so pena de que por el pecado de uno sería asolado todo su pueblo y quemados sus moradores en general”. La persecución y ejecución de los homosexuales es un claro síntoma de un patriarcado incipiente, más si consideramos que no tenemos la misma historia de incineraciones de lesbianas. La valoración de la virginidad en la mujer es otro, pero este era mucho más raro y hasta inexistente entre los pueblos originarios de América.
Si bien podemos considerar que la división del trabajo pudo tener una función ventajosa para los dos sexos y para la sociedad en un determinado momento, también sabemos que el patriarcado, como cualquier sistema de poder, nunca fue democrático y mucho menos inocente en su moralización. En el mundo precolombino ese patriarcado incipiente se materializó en la presencia de jefes y caudillos indígenas que progresivamente fueron traicionando al resto de sus propias sociedades por un beneficio de género y de clase. Si bien es cierto que hubo algunos caudillos rebeldes —como Tupac Amaru—, también sabemos que los conquistadores se sirvieron de esta clase privilegiada para dominar a millones de habitantes de estas tierras. ¿Cómo se comprende que unos pocos de miles de españoles sometieran a civilizaciones avanzadísimas y gigantescas en número como la inca, la maya o la azteca, compuesta de millones de habitantes? Hubo muchos factores, como las enfermedades europeas —primeras armas biológicas de destrucción masiva—, pero ninguno de estos elementos hubiese sido suficiente sin la función servil de los caciques nativos. Éstos, para mantener el poder y los privilegios que tenían en sus sociedades se entendieron rápidamente con los blancos invasores. No es casualidad que en un mundo que luego se caracterizaría por frecuentes conductas machistas hayan surgido tantas mujeres rebeldes que, desde el nacimiento de América se opusieron al invasor y organizaron levantamientos de todo tipo. La traición de los caciques no fue sólo una traición de clase sino también una traición del patriarcado. No es casualidad que otra de las características que sufrimos aún hoy en América Latina sea, precisamente, la división. Esta división alguna vez fue un elemento estratégico de la dominación española sobre el continente mestizo; luego se convirtió en una institución psicológica y social, en una ideología que llevó a la formación de países y nacionalismos liliputienses o gigantescos egoísmos. La misma división que luego sirvió para mantener pueblos enteros en la más prolongada opresión.
Sin embargo, la idea de que la opresión surge con la división del trabajo —en este caso, división por sexos— es arbitraria si no asumimos que la opresión de la división del trabajo no radica en la división misma sino en la imposición de la misma. De otra forma, esta especialización podría entenderse como una colaboración estratégica. Ahora, ¿por qué la división debería darse por sexos? La respuesta positiva a esta pregunta dejaría de ser también arbitraria si consideramos un contexto neolítico o de expansión política, donde el trabajo agrícola y las luchas por la posesión de espacios y producción eran definidos por la fuerza y no por algún tipo de derecho más racional que sirviera a todos por igual. Lo cual indica que superado este contexto histórico la división del trabajo por sexos volvería ser parte de la arbitrariedad, impuesta por la violencia ideológica y moral del patriarcado. Queda, aun así, la posibilidad de la persistencia de una diferencia biológica que justifique, por ejemplo, el predominio masculino en el ajedrez o de la mujer en el lenguaje. Aun así, como las posible diferencias de inteligencias debidas al factor vagamente definido como “racial”, si existen son insignificantes cuando se comparan con las diferencias que impone una cultura o el nivel de educación de los individuos comparados.
Lo que podemos llamar “complejo de Malinche” aparece ya definido de otra forma en los versos acusatorios de Sor Juana en el siglo XVII. Es aquella mujer —y aquella sociedad— oprimida por un sistema patriarcal que se beneficia de las contradicciones del mismo sistema. Y es juzgada históricamente por las deficiencias morales de su manipulación, como si fuese un individuo aislado y no producto de un sistema y una mentalidad histórica que reproduce lo que condena.
Jorge Majfud
Lincoln University, agosto 2008
El sexo imperfecto. ¿Por qué Sor Juana no es Santa?
Cada poder hegemónico en cada tiempo establece los límites de lo normal y, en consecuencia, de lo natural. Así, el poder que ordenaba la sociedad patriarcal se reservaba (se reserva) el derecho incuestionable de definir qué era un hombre y qué era una mujer. Cada vez que algún exaltado recurre al mediocre argumento de que “así han sido las cosas desde que el mundo es mundo”, sitúa el origen del mundo en un reciente período de la historia de la humanidad.
Como cualquier sistema, el patriarcado cumplió con una función organizadora. Probablemente, en algún momento, fue un orden conveniente a la mayoría de la sociedad, incluida las mujeres. No creo que la opresión surja con el patriarcado, sino cuando éste pretende perpetuarse imponiéndose a los procesos que van de la sobrevivencia a la liberación del género humano. Si el patriarcado era un sistema de valores lógico para un sistema agrícola de producción y sobrevivencia, hoy ya no significa más que una tradición opresora y, desde hace tiempo, bastante hipócrita.
En 1583, el reverenciado Fray Luis de León escribió La perfecta casada como libro de consejos útiles para el matrimonio. Allí, como en cualquier otro texto de la tradición, se entiende que una mujer excepcionalmente virtuosa es una mujer varonil. “Lo que aquí decimos mujer de valor; y pudiéramos decir mujer varonil (…) quiere decir virtud de ánimo y fortaleza de corazón, industria y riqueza y poder”. Luego: “en el hombre ser dotado de entendimiento y razón, no pone en él loa, porque tenerlo es su propia naturaleza (…) Si va a decir la verdad, ramo de deshonestidades es en la mujer casta el pensar que puede no serlo, o que en serlo hace algo que le debe ser agradecido”. Luego: “Dios, cuando quiso casar al hombre, dándole mujer, dijo: ‘Hagámosle un ayudador su semejante’ (Gén. 2); de donde se entiende que el oficio natural de la mujer y el fin para que Dios la crió, es para que fuese ayudadora del marido”. Cien años antes de que Sor Juana fuese condenada por hablar demasiado y por defender su derecho de hablar, la naturaleza de la mujer estaba bien definida: “es justo que [las mujeres] se precien de callar todas, así aquellas a quienes les conviene encubrir su poco saber, como aquellas que pueden sin verg��enza descubrir lo que saben, porque en todas es no sólo condición agradable, sino virtud debida, el silencio y el hablar poco”. Luego: “porque, así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. (…) Así como la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades, sino para un oficio simple y doméstico, así les limitó el entender, por consiguiente les tasó las palabras y las razones”. Pero el moralizador de turno no carecía de ternura: “no piensen que las crió Dios y las dio al hombre sólo para que le guarden la casa, sino para que le consuelen y alegren. Para que en ella el marido cansado y enojado halle descanso, y los hijos amor, y la familia piedad, y todos generalmente acogimiento agradable”.
Ya en el nuevo siglo, Francisco Cascales, entendía que la mujer debía luchar contra su naturaleza, que no sólo estaba determinada sino que además era mala o defectuosa: “La aguja y la rueca —escribió el militar y catedrático, en 1653— son las armas de la mujer, y tan fuertes, que armada con ellas resistirá al enemigo más orgulloso de quien fuere tentada”. Lo que equivalía a decir que la rueca era el arma de un sistema opresor.
Juan de Zabaleta, notable figura del Siglo de Oro español, sentenció en 1653 que “en la poesía no hay sustancia; en el entendimiento de una mujer tampoco”. Y luego: “la mujer naturalmente es chismosa”, la mujer poeta “añade más locura a su locura. (…) La mujer poeta es el animal más imperfecto y más aborrecible de cuantas forma la naturaleza (…) Si me fuera lícito, la quemara yo viva. Al que celebra a una mujer por poeta, Dios se la de por mujer, para que conozca lo que celebra”. En su siguiente libro, el abogado escribió: “la palabra esposa lo más que significa es comodidad, lo menos es deleite.” Sin embargo, el hombre “por adorar a una mujer le quita adoración al Criador”. Zabaleta llega a veces a crear metáforas con cierto valor estético: la mujer en la iglesia “con el abanico en la mano aviva con su aire el incendio en que se abraza”. (1654)
En 1575, el médico Juan Huarte nos decía que los testículos afirman el temperamento más que el corazón, mientras que en la mujer “el miembro que más asido está de las alteraciones del útero, dicen todos los médicos, es el cerebro, aunque no haya razón en qué fundar esta correspondencia”. Hipócrates, Galeno, Sigmund Freud y la barra brava de Boca Juniors estarían de acuerdo. El sabio e ingenioso, según el médico español, tiene un hijo contrario cuando predomina la simiente de la mujer; y de una mujer no puede salir hijo sabio. Por eso cuando el hombre predomina, siendo bruto y torpe sale hijo ingenioso.
En su libro sobre Fernando, otro célebre moralista, Baltasar Gracián, dedica unas líneas finales a la reina Isabel. “Lo que más ayudó a Fernando —escribió el jesuita— [fue] doña Isabel su católica consorte, aquella gran princesa que, siendo mujer, excedió los límites de varón”. Aunque hubo mujeres notables, “reinan comúnmente en este sexo las pasiones de tal modo, que no dejan lugar al consejo, a la espera, a la prudencia, partes esenciales del gobierno, y con la potencia se aumenta su tiranía. (…) Ordinariamente, las varoniles fueron muy prudentes”. Después: “En España han pasado siempre plaza de varones las varoniles hembras, y en la casa de Austria han sido siempre estimadas y empleadas”. (1641)
Creo que la idea de la mujer varonil como mujer virtuosa es consecuente con la tolerancia al lesbianismo del sistema de valores del patriarcado que, al mismo tiempo, condenaba la homosexualidad masculina a la hoguera, tanto en Medio Oriente, en Europa como en entre los incas imperiales. Donde existía un predominio mayor del matriarcado, ni la virginidad de la mujer ni la homosexualidad de los hombres eran custodiadas con tanto fervor.
Una mujer famosa —beatificada, santificada y doctorada por la iglesia Católica— Santa Teresa, escribió en 1578: “La flaqueza es natural y es muy flaca, en especial en las mujeres”. Recomendando un extremo rigor con las súbditas, la futura santa argumentaba: “No creo que hay cosa en el mundo, que tanto dañe a un perlado, como no ser temido, y que piensen los súbditos que puedan tratar con él, como con igual, en especial para mujeres, que si una vez entiende que hay en el perlado tanta blandura… será dificultoso el gobernarlas”. Pero esta naturaleza deficiente no sólo impedía el buen orden social sino también el logro místico. Al igual que Buda, en su célebre libro Las moradas la misma santa reconocía la natural “torpeza de las mujeres” que dificultaba alcanzar el centro del misterio divino.
Es del todo comprensible que una mujer al servicio del orden patriarcal, como Santa Teresa, haya sido beatificada, mientras otra religiosa que se opuso abiertamente a esta estructura nunca haya sido reconocida como tal. Yo resumiría el lema de Santa Teresa con una sola palabra: obediencia, sobre todo obediencia social.
Santa Teresa murió de vieja y sin los martirios propios de los santos. Sor Juana, en cambio, debió sufrir la tortura psicológica, moral y, finalmente física, hasta que murió a los cuarenta y cuatro años, sirviendo a su prójimo en la peste de 1695. Pero nada de eso importa para canonizarla santa cuando “la peor de todas” cometió el pecado de cuestionar la autoridad. ¿Por qué no proponer, entonces, Santa Juana Inés de la Cruz, santa de las mujeres oprimidas?
Quienes rechazan los méritos religiosos de Sor Juana aducen un valor político en su figura, cuando no meramente literario. En otro ensayo ya anotamos el valor político de la vida y muerte de Jesús, históricamente negado. Lo político y lo estético en Santa Teresa —la “patrona de los escritores”— llena tanto sus obras y sus pensamientos como lo religioso y lo místico. Sin embargo, una posición política hegemónica es una política invisible: es omnipresente. Sólo aquella que resiste la hegemonía, que contesta el discurso dominante se hace visible.
Cuando en una plaza le doy un beso en la boca a mi esposa, estoy ejerciendo una sexualidad hegemónica, que es la heterosexual. Si dos mujeres o dos hombres hacen lo mismo no sólo están ejerciendo su homosexualidad sino también un desafío al orden hegemónico que premia a unos y castiga a otros. Cada vez que un hombre sale a la calle vestido de mujer tradicional, inevitablemente está haciendo política —visible. También yo hago política cuando salgo a la calle vestido de hombre (tradicional), pero mi declaración coincide con la política hegemónica, es transparente, invisible, parece apolítica, neutral. Es por esta razón que el acto del marginal siempre se convierte en política visible.
Lo mismo podemos entender del factor político y religioso en dos mujeres tan diferentes como Santa Teresa y Sor Juana. Quizás ésta sea una de las razones por la cual una ha sido repetidamente honrada por la tradición religiosa y la otra reducida al círculo literario o a los seculares billetes de doscientos pesos mexicanos, símbolo del mundo material, abstracción del pecado.
Jorge Majfud
Diciembre de 2006
Sexo y poder: para una semiótica de la violencia
En 1992 el chileno Ariel Dorfman estrenó su obra La Muerte y la Doncella. Aunque sin referencias explícitas, el drama alude a los años de la dictadura de Augusto Pinochet y a los primeros años de la recuperación formal de la democracia en Chile. Paulina Salas es el personaje que representa a las mujeres violadas por el régimen y por todos los regímenes dictatoriales de la época, de la historia universal, que practicaron con sadismo la tortura física y la tortura moral. La violación sexual tiene, en este caso y en todos los demás, la particularidad de combinar en un mismo acto casi todas las formas de violencia humana de la que son incapaces el resto de las bestias animales. Razón por la cual no deberíamos llamar a este tipo de bípedos implumes “animales” sino “cierta clase tradicional de hombre”.
Otro personaje de la obra es un médico, Roberto Miranda, que también representa a una clase célebre de sofisticados colaboradores de la barbarie: casi siempre las sesiones de tortura eran acompañadas con los avances de la ciencia: instrumentos más avanzados que los empleados por la antigua inquisición eclesiástica en europea, como la picana eléctrica; métodos terriblemente sutiles como el principio de incertidumbre, descubierto o redescubierto por los nazis en la culta Alemania de los años treinta y cuarenta. Para toda esta tecnología de la barbarie era necesario contar con técnicos con muchos años de estudio y con una cultura enferma que la legitimara. Ejércitos de médicos al servicio del sadismo acompañaron las sesiones de tortura en América del Sur, especialmente en los años de la mal llamada Guerra Fría.
El tercer personaje de esta obra es el esposo de Paulina, Gerardo Escobar. El abogado Escobar representa la transición, aquel grupo encargado de zurcir con pinzas las sangrantes y dolorosas heridas sociales. Como ha sido común en América Latina, cada vez que se inventaron comisiones de reconciliación se apelaron primero a necesidades políticas antes que morales. Es decir, la verdad no importa tanto como el orden. Un poco de verdad está bien, porque es el reclamo de las víctimas; toda no es posible, porque molesta a los violadores de los Derechos Humanos. Quienes en el Cono Sur reclamamos toda la verdad y nada más que la verdad fuimos calificados, invariablemente de extremistas, radicales y revoltosos, en un momento en que era necesaria la Paz. Sin embargo, como ya había observado el ecuatoriano Juan Montalvo (Ojeada sobre América, 1866), la guerra es una desgracia propia de los seres humanos, pero la paz que tenemos en América es la paz de los esclavos. O, dicho en un lenguaje de nuestros años setenta, es la paz de los cementerios.
Paulina lo sabe. Una noche su esposo regresa a casa acompañado por un médico que amablemente lo auxilió en la ruta, cuando el auto de Gerardo se descompuso. Paulina reconoce la voz de su violador. Después de otras visitas, Paulina decide secuestrarlo en su propia casa. Lo ata a una silla y lo amenaza para que confiese. Mientras lo apunta con un arma, Paulina dice: “pero no lo voy a matar porque sea culpable, Doctor. Lo voy a matar porque no se ha arrepentido un carajo. Sólo puedo perdonar a alguien que se arrepiente de verdad, que se levanta ante sus semejantes y dice esto yo lo hice, lo hice y nunca más lo voy a hacer”.
Finalmente Paulina libera a su supuesto torturador sin lograr una confesión de la parte acusada. No se puede acusar a Dorfman de crear una escena maniqueísta donde Paulina no se toma venganza, acentuando la bondad de las víctimas. No, porque la historia presente no registra casos diferentes y mucho menos éstos han sido la norma. La norma, más bien, ha sido la impunidad, por lo cual podemos decir que La Muerte y la Doncella es un drama, además de realista, absolutamente verosímil. Además de estar construido con personajes concretos, representan tres clases de latinoamericanos. Todos conocimos alguna vez a una Paulina, a un Gonzalo y a un Roberto; aunque no todos pudieron reconocerlos por sus sonrisas o por sus voces amables.
Un problema que se deriva de este drama trasciende la esfera social, política y tal vez moral. Cuando el esposo de Paulina observa que la venganza no procede porque “nosotros no podemos usar los métodos de ellos, nosotros somos diferentes”, ella responde con ironía: “no es una venganza. Pienso darle todas las garantías que él me dio a mí”. En varias oportunidades Paulina y Roberto deben quedarse solos en la casa. Sin la presencia conciliadora y vigilante del esposo, Paulina podría ejercer toda la violencia contra su violador. De esta situación se deriva un problema: Paulina podría ejercer toda la fuerza física hasta matar al médico. Incluso la tortura. Pero ¿cómo podría ejercer la otra violencia, tal vez la peor de todas, la violencia moral? “Pienso darle todas las garantías que él me dio a mí”, podría traducirse en “pienso hacerle a él lo mismo que él me hizo a mí”.
Es entonces que surge una significativa asimetría: ¿por qué Paulina no podría violar sexualmente a su antiguo violador? Es decir, ¿por qué ese acto de aparente violencia, en un nuevo coito heterosexual, no resultaría una humillación para él y sí una nueva humillación para ella?
El mi novela La reina de América (2001) cuando la protagonista logra vengarse de su violador, ahora investida con el poder de una nueva posición económica, contrata a hombres que secuestran al violador y, a su vez, lo violan en una relación forzosamente homosexual mientras ella presencia la escena, como en un teatro, la violencia de su revancha. ¿Por qué no podía ser ella quién humillara personalmente al agresor practicando su propia heterosexualidad? ¿Por qué esto es imposible? ¿Es parte del lenguaje ético-patriarcal que la víctima debe conservar para vengarse? ¿Deriva, entonces, tanto la violencia moral como la dignidad, de los códigos establecidos por el propio sexo masculino (o por el sistema de producción al que responde el patriarcado, es decir, a la forma de sobrevivencia agrícola y preindustrial)?
Octavio Paz, mejorando en El laberinto de la soledad (1950) la producción de su coterráneo Samuel Ramos (El perfil del hombre en la cultura de México, 1934), entiende que “quien penetra” ofende, conquista. “Abrirse (ser “chingado”, “rajarse”), exponerse es una forma de derrota y humillación. Es hombría no “rajarse”. “Abrirse”, significa una traición. “Rajada” es la herida femenina que no cicatriza. El mismo Jean-Paul Sarte veía al cuerpo femenino como portador de una abertura.
Opuesto a la virginidad de María (Guadalupe), está la otra supuesta madre mexicana: la Malinche, “la chingada”. Desde un punto de vista psicoanalítico, son equiparables —¿sólo en la psicología masculina, portadora de los valores dominantes?— la tierra mexicana que es conquistada, penetrada por el conquistador blanco, con Marina, la Malinche que abre su cuerpo. (El conquistador que sube a la montaña o pisa la Luna, ambos sustitutos de lo femenino, no clava solo una bandera; clava una estaca, un falo.) Malinche no hace algo muy diferente que los caciques que le abrieron las puertas al bárbaro de piel blanca, Hernán Cortés. Malinche tenía más razones para detestar el poder local de entonces, pero la condena su sexo: la conquista sexual de la mujer, de la madre, es una penetración ofensiva. La traición de los otros jefes masculinos —olvidemos que eran tribus sometidas por otro imperio, el azteca— se olvida, no duele tanto, no significa una herida moral.
Pero es una herida colonial. El patriarcado no es una particularidad de las antiguas comunidades de base en la América precolombina. Más bien es un sistema europeo e incipientemente un sistema de la cúpula imperial inca y azteca. Pero no de sus bases donde todavía la mujer y los mitos a la fertilidad —no a la virginidad— predominaban. La aparición de la virgen india ante el indio Juan Diego se hace presente en la colina donde antes era de culto de la diosa Tonantzin, “nuestra madre”, diosa de la fertilidad entre los aztecas.
Ahora, más acá de este límite antropológico, que establece la relatividad de los valores morales, hay elementos absolutos: tanto la víctima como el victimario reconocen un acto de violación: la violencia es un valor absoluto y que el más fuerte decide ejercer sobre el más débil. Esto es fácilmente definido como un acto inmoral. No hay dudas en su valor presente. La especulación, el cuestionamiento de cómo se forman esos valores, esos códigos a lo largo de la historia humana pertenecen al pensamiento especulativo. Nos ayudan a comprender el por qué de una relación humana, de unos valores morales; pero son absolutamente innecesarios a la hora de reconocer qué es una violación de los derechos humanos y qué no lo es. Por esta razón, los criminales no tienen perdón de la justicia humana —la única que depende de nosotros, la única que estamos obligados a comprender y reclamar.
Jorge Majfud
Diciembre de 2006
The University of Georgia
Les tortionnaires pleurent aussi
Mais ils ne comprennent pas ou ne veulent pas comprendre
L’oubli est une institution centrale dans tout type de mythe. Sur l’oubli on élève des statues et des monuments que le temps pétrifie et rend intouchables. Sous l’ombre de ces statues agonise la revendication des victimes. Un vieil exemple dans notre pays est le génocide indigène qui, pour plusieurs, est politiquement incovenable de reconnaître. Pour des raisons évidentes de mythologie nationale. On n’a pas entendu non plus le repentir public de ces hauts prêtres qui bénissaient les armes du dictateur Videla avant qu’il n’écrase son peuple; ou de ces autres prêtres qui légitimèrent de façons diverses et abondantes les dictatures de ce côté et de l’autre du Rio de la Plata. Ni de ces médecins qui collaborèrent dans des sessions systématiques de tortures.
N’espérons pas un repentir des criminels afin de les humilier. Ils s’humilièrent eus-mêmes. Mais ils ne réclament ni l’oubli ni le pardon, ni même n’ont eu la valeur de se repentir des crimes les plus bas qu’à connus l’humanité.
En 1979, Mario Benedetti publia au Mexique la brève oeuvre de théâtre “Pedro et le capitaine”. Je ne peux pas dire que ce soit le meilleur de Mario, à partir d’un point de vue strictement littéraire – supposant qu’en littérature puisse exister quelque chose de « strictement littéraire » — il nous sert comme témoignage politique et culturel d’une époque: le tortionnaire aux gants blancs retire la capuche à sa victime et lui confesse: “il y a quelques collègues qui ne veulent pas que le détenu les voit. Et ils ont en cela quelque raison. Le châtiment génère des rancunes et personne ne sait jamais ce qu’apportera le futur. Qui te dit qu’un de ces jours cette situation ne s’inversera pas et que ce ne sera pas toi qui sera là à m’interroger ? Il existe d’autres prédictions dans l’oeuvre de Benedetti, mais je me les réserve par pudeur devant le récent suicide d’un des militaires cités devant la justice. Cependant, le tortionnaire de Pedro reconnaît qu’une semblable possibilité était improbable: les terroristes d’état avaient pris leurs mesures.
Cependant, sur deux choses se trompèrent ceux qui pensèrent ainsi: premièrement l’impunité parfaite n’est pas possible; deuxièmement, ceux qui aujourd’hui interrogent ces monstres de notre civilisation jouissent de toutes les garanties d’une jugement avec défense, sans contraites physiques et sans menaces pour leurs familles – le point le plus faible de ceux qui supportèrent la torture jusqu’à la mort.
La seule torture des hommes – pour les appeler de quelque façon — comme le lieutenant colonel José Nino Gavazzo, comme le colonel Jorge « pajarito » [1] Silveira, comme le colonel Giberto Vàsquez, comme le colonel Ernesto Ramas, comme le colonel Luis Maurente, et comme les ex-policiers Ricardo « Conejo »[2] Medina et José Sande Lima, est l’exposition publique de leur manque de dignité, maintenant que nous écartons tout type de remord. Une autre oeuvre de théâtre a exprimé cette condition. Dans “La Mort et la Jeune Fille” (1992), Ariel Dorfman réfléchit par la voix d’un de ses personnages. Pauline, la femme violée, qui reconnaît dans un médecin son tortionnaire, projette un jugement clandestin et à un moment le menace: “Mais je ne vais pas vous tuer parce que vous êtes coupable, Docteur, je vais vous tuer parce que vous n’avez pas l’ombre d’un repentir. Je peux seulement pardonner à quelqu’un qui se repent véritablement, qui se lève devant ses semblables et dit: cela je l’ai fait, je l’ai fait et jamais plus je ne le referai”. Le supposé tortionnaire est finalement libéré afin de convivre parmi ses victimes. Je ne prends pas un exemple réel: je prends un exemple vraisemblable qui inclue des milliers d’exemples réels.
Cette obscène convivance de victimes et de victimaires a contaminé l’âme de nos sociétés. Ni la mort ni la réclusion du peu d’anciens assassins qui restent ne résolvent rien en soi. Mais la valeur de la justice est toujours absolue. Dans notre cas, au moins, suffirait quelconque des deux raisons: premièrement, l’impunité est un affront moral pour les victimes et le pire exemple pour le reste de la société ; deuxièmement, le soupçon et le présugé s’arrogent le droit de (pré) juger de la même façon tous ceux qui paraissent égaux, par quelque arbitraire ou circonstantielle condition, comme peut l’être le fait d’appartenir ou d’avoir appartenu à l’armée. Ceux qui sont libres de faute devraient être les premiers à se joindre à l’appel universellement légitime du reste de la société. Ou à se résigner à leur propre honte et à celle d’autrui.
Six militaires et deux ex-policiers ont été envoyé en prison pour la disparition d’une seule personne dans un pays voisin. Sans doute c’est un échantillon disproportionné. Mais c’est déjà cela, et si les lois du passé doivent peser sur les nouvelles générations, ce devrait être les historiens qui prennent à charge le travail que jamais les juges ne purent réaliser dans quelconque démocratie minimum. Comme l’a si bien suggéré le gouvernement actuel de Tabaré Vázquez, il n’y aura pas une « histoire officielle ». Cette réussite d’une démocratie mûre, est une possibilité qui n’est pas considérée par l’imagination de ceux qui s’indignent chaque fois qu’un professeur donne sa version des faits historiques les plus récents. Que préfèrent-ils, le silence complice? Ou peut-être la version unique, « officielle » des vieux terroristes d’état? Ou l’ingénue et machiavélique dialectique du “je sais ce que je dis parce que je l’ai vécu” ? (comme s’ils n’y avaient pas autant d’expériences opposées d’un même fait, autant de “je sais ce que je dis” contradictoires de personnes qui vécurent à un même époque).
Quoique les nouveaux historiens – considérés dans toute leur diversité sociale – n’ont pas le pouvoir d’administrer le châtiment, déjà avec la vérité nous aurons presque toute la justice que réclament ceux qui perdirent en 1989 la lutte contre la Loi d’Impunité ; la vérité que réclament les nouvelles générations qui doivent souffrir de nos vieux traumas, parce que l’histoire n’est pas ce qui est écrit dans les « textes uniques » , mais les idées et les passions des morts qui survivent, inévitablement, pour le bien ou pour le mal, chez les vivants.
Quoique les auteurs d’un terrorisme organisé sur tout un continent paient pour la disparition d’une seule personne et non pour la mort et la torture de milliers, c’est déjà cela ; parce que de cette façon, au moins, nous dérogeons à la vielle coutume selon laquelle un voleur de poules allait irrémédiablement en prison pendant que les génocides étaient toujours absous –comme si sur le marché du crime il y avait toujours un escompte pour les grossistes. Certains militaires devraient être reconnaissants qu’on puisse encore faire des discours publics en protestation à ceux qui réclament la vérité. La vaillance que la majorité d’entre-eux ne purent jamais mettre en preuve dans aucune guerre – exceptée celle dans les sessions de tortures et de viols de femmes – ressurgit avec tout l’orgueil de l’impunité. Ils jouissent d’un droit qu’ils nièrent violemment à un pays pendant plus d’une décade ; et stratégiquement, ils continuèrent à le lui nier vingt-cinq années de plus. Jusqu’à aujourd’hui. Un droit qui leur sert afin de protester à ce qu’ils entendent comme une « provocation », un dangereux « révisionisme », un incommode rappel, un affront à l’Institution. Un droit qui leur sert à démontrer qu’encore ils ne comprennent rien, ou qu’ils ne veulent rien comprendre. Ils ne comprennent pas que dans une démocratie minimum on ne peut vivre sans réviser le passé, sans exiger la vérité et la justice – selon une justice minimum. Encore, ils ne comprennent pas ou ne veulent pas comprendre.
Ils se trompent, d’un autre côté, ceux qui croient que ces horreurs ne vont pas se répéter à l’avenir. Cela a été cru par l’humanité depuis des temps antérieurs aux césars. Depuis ces temps l’impunité ne les pas empêchées: elle les a promues, complice d’une lâcheté ou de la complaisance d’un présent apparemment stable et d’une morale apparemment confortable.
Recientemente un grupo de investigadores españoles llegó a la concusión que la extinción de los neandertales hace más de veinte mil años —esos gnomos y enanitos narigones que pululan en los cuentos tradicionales de Europa— se debió a una inferioridad fundamental con respecto a los cromagnones. Según José Carrión de la Universidad de Murcia, nuestros antepasados homo sapiens poseían una mayor capacidad simbólica, mientras los neandertales eran más realistas y por lo tanto inferiores como sociedad. Nadie creería hoy en los mitos de aquellos abuelos nuestros, no obstante su utilidad se parece a la del geocentrismo ptolomeico que en su época sirvió para predecir eclipses.
Según una primitiva visión darwiniana —propia de los neoconservadores antidarwinianos—, el mundo sigue siendo una competencia entre neandertales y cromagnones. Sólo sirve ganar, porque “nuestros valores” son superiores, ya que son “los valores de Dios”. Otros pensamos lo contrario: este tipo de dinámica no podría llevar al éxito de los cromagnones sino a la extinción de ambos contendientes bajo la lógica arbitraria de Superman, según la cual “los buenos somos nosotros y por eso debemos aniquilar a los malos”. Hay una diferencia con nuestros tiempos: no estamos totalmente en aquella prehistoria y, si suscribimos mínimamente un posible progreso de la historia según los valores del humanismo, podemos interpretar que estas leyes darwinianas no se aplican en crudo en la especie humana o la cultura de cooperación y solidaridad es parte de la misma selección natural que ha superado el estado cavernícola.
No obstante todavía quedan en pié algunos principios de aquella época. Por ejemplo, la fortaleza que confiere una creencia sólida, sin importar su veracidad. Así se levantaron todos los imperios como el romano, el islámico y los subsiguientes europeos y americanos. Alguno de ellos tenía que estar teológicamente equivocado, pero todos tuvieron éxito gracias a algún tipo de fanatismo mesiánico. Así también se hundieron.
Si los antiguos mitos totémicos favorecieron a unas tribus sobre las otras, los modernos mitos sociales discriminan de forma más compleja favoreciendo a clases sociales, grupos o sectas financieras, intereses nacionales y a veces raciales, etc.
Veamos un ejemplo contemporáneo. No hace mucho alguien me señalaba con inconmovible obviedad la derrota del marxismo en el mundo.
—¿Por qué piensa usted que el marxismo ha fracasado? —pregunté.
—Basta con ver lo que ocurrió en la Unión Soviética y en los países socialistas y con terroristas como Che Guevara.
Este señor nunca había leído un solo texto de Marx o de sus continuadores, pero había visto mucha televisión y, sobre todo, había recibido algunos cursos sobre “lucha antisubersiva”, así que estaba dotado de una docena de lugares comunes sazonados con la elocuencia de la repetición.
—En realidad, sacar a un país analfabeto de la periferia y convertirlo por varias décadas en potencia mundial no parece un gran fracaso —comenté de puro contra, a pesar de mi profundo desprecio por los tiempos de Stalin y sus consecuentes.
—La lucha de clases, por ejemplo, es un acto criminal.
—Del todo de acuerdo. Sobre todo porque existe. Aunque ahora no se trate de princesas de sangre azul y campesinos criminales con cara de sapo.
Claro que ver a la Unión Soviética como el marxismo puesto en práctica es una arbitrariedad de propios y ajenos. De haber vivido Marx por entonces y en aquella tierra, igualmente hubiese sido exiliado a Inglaterra. No porque Inglaterra fuese un imperio bondadoso sino porque era un imperio arrogante, como todo imperio, que nunca se sintió amenazado por los intelectuales. Lo cual era una considerable ventaja para alguien que debía escribir un análisis histórico como El Capital para ser leído y discutido por los siglos por venir, aún cuando la Unión Soviética y el Imperio Británico hubiesen desaparecido.
Pero aún si asumiésemos que el marxismo ha fracasado como organización política eso no quiere decir que el marxismo haya fracasado como corriente de pensamiento y de acción social. Paradójicamente, donde más vivo está hoy en día el marxismo es en las universidades norteamericanas, donde, de una forma o de otra, se lo usa como uno de los más recurrentes instrumentos de análisis de la realidad. De esa realidad que no quieren ver los realistas neandertales. Y no se puede decir que estos centros viven en las nubes porque, aún medido según los valores tradicionales de los “pragmáticos hombres de negocios”, son estas universidades a través de sus diferentes rubros los centros económicos que directa e indirectamente dejan al país astronómicas ganancias económicas, sin contar cada uno de los inventos, sistemas e instrumentos contemporáneos que se usan en los rincones más remotos del planeta, para bien y para mal.
Dejando de lado este detalle, bastaría con situarse en el siglo XVIII o en el XIX para darse cuenta que eso que llaman “marxismo” no ha fracasado sino todo lo contrario. (Claro que el marxismo inspiró barbaridades. Pero los bárbaros y genocidas se inspiran de cualquier cosa. Si no pregúntenle a cualquier religión si en su historia no tienen toneladas de perseguidos, torturados y masacrados en nombre de Dios y la Moral.) Sin la herencia del marxismo, el pensamiento actual, aún el antimarxista, se encontraría desnudo y perdido en el mundo del siglo XXI. Y no sólo le pensamiento. Una buena parte de los logros y del reconocimiento de las igualdades de los oprimidos —de la humanidad oprimida— fueron acelerados por esta corriente radical, desde las exitosas luchas sociales en el siglo XIX por los derechos de los obreros, por el combate de la esclavitud en América y la de campesinos en las venenosas factorías de la Revolución Industrial en Europa, por los derechos igualitarios de la mujer hasta la rebelión de los pueblos colonizados en el siglo XX. Todas revisiones y reivindicaciones que se continuaron con éxito relativo y siempre precario en el siglo XXI hasta olvidar que en su momento fueron combatidas como propias del Demonio o de subversivos resentidos, no pocas veces condenados por esa “voz del pueblo” hecha por el sermón a medida del interés de una minoría en el poder.
Algunos intelectuales de derecha han publicado que todos esos progresos humanistas se lograron gracias al “buen corazón” de los hombres y mujeres de fe religiosa. No obstante, sus iglesias e instituciones no sólo estuvieron históricamente allí, condenando estas luchas de liberación como “corrupciones inmorales del progreso”, justificando represiones y matanzas durante los tiempos de barbarie sino que además sus esferas de acción casi siempre tenían sus centros en el poder mismo, no para criticarlo sino para legitimarlo. Lo cual no es una condición natural de ninguna iglesia en particular, sino una de esas plagas que transmiten los humanos en cualquier otra esfera social, tal como lo revelan los pocos Evangelios que nos quedaron.
Por otro lado, el rechazo epidérmico a la tradición del pensamiento marxista tampoco se debe únicamente a un aparente ateísmo, ya que los Teólogos de la liberación demostraron que se puede creer en Dios, ser cristiano y al mismo tiempo suscribir con coherencia un pensamiento marxista o, al menos, progresista de la historia. De hecho podemos entender el cristianismo primitivo como un humanismo radical, opuesto a las estructuras jerárquicas y políticas del cristianismo posterior, surgido bajo la bendición y a la medida política del emperador Constantino.
Hasta ese momento, el cristianismo nacido de un subversivo condenado a muerte, llevaba tres siglos de derrotas y persecución por parte del Imperio. Pero también tres de sus mejores siglos, antes del espectacular éxito político del año 313.
¿Cómo definimos la idiotez ideológica y quiénes pueden hacerlo?
1. La importancia de llamarse idiota
Hace unos días un señor me recomendaba leer un nuevo libro sobre la idiotez. Creo que se llamaba El regreso del idiota, Regresa el idiota, o algo así. Le dije que había leído un libro semejante hace diez años, titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano.
—Qué le pareció? —me preguntó el hombre entrecerrando los ojos, como escrutando mi reacción, como midiendo el tiempo que tardaba en responder. Siempre me tomo unos segundos para responder. Me gusta también observar las cosas que me rodean, tomar saludable distancia, manejar la tentación de ejercer mi libertad y, amablemente, irme al carajo.
—¿Qué me pareció? Divertido. Un famoso escritor que usa los puños contra sus colegas como principal arma dialéctica cuando los tiene a su alcance, dijo que era un libro con mucho humor, edificante… Yo no diría tanto. Divertido es suficiente. Claro que hay mejores.
—Sí, ese fue el padre de uno de los autores, el Nóbel Vargas Llosa.
—Mario, todavía se llama Mario.
—Bueno, pero ¿qué le pareció el libro? —insistió con ansiedad.
Tal vez no le importaba mi opinión sino la suya.
—Alguien me hizo la misma pregunta hace diez años —recordé—. Me pareció que merecía ser un best seller.
—Eso, es lo que yo decía. Y lo fue, lo fue; efectivamente, fue un best seller. Usted se dio cuenta bien rápido, como yo.
—No era tan difícil. En primer lugar, estaba escrito por especialistas en el tema.
—Sin duda —interrumpió, con contagioso entusiasmo.
—¿Quiénes más indicados para escribir sobre la idiotez, si no? Segundo, los autores son acérrimos defensores del mercado, por sobre cualquier otra cosa. Vendo, consumo, ergo soy. ¿Qué otro mérito pueden tener sino convertir un libro en un éxito de ventas? Si fuese un excelente libro con pocas ventas sería una contradicción. Supongo que para la editorial tampoco es una contradicción que se hayan vendido tantos libros en el Continente Idiota, no? En los países inteligentes y exitosos no tuvo la misma recepción.
Por alguna razón el hombre de la corbata roja advirtió algunas dudas de mi parte sobre las virtudes de sus libros preferidos. Eso significaba, para él, una declaración de guerra o algo por el estilo. Hice un amague amistoso para despedirme, pero no permitió que apoyara mi mano sobre su hombro.
—Usted debe ser de esos que defiende esas ideas idiotas de las que hablan estos libros. Es increíble que un hombre culto y educado como usted sostenga esas estupideces.
—¿Será que estudiar e investigar demasiado hacen mal? —pregunté.
—No, estudiar no hace mal, claro que no. El problema es que usted está separado de la realidad, no sabe lo que es vivir como obrero de la construcción o gerente de empresa, como nosotros.
—Sin embargo hay obreros de la construcción y gerentes de empresas que piensan radicalmente diferente a usted. ¿No será que hay otro factor? Es decir, por ejemplo, ¿no será que aquellos que tienen ideas como las suyas son más inteligentes?
—Ah, sí, eso debe ser…
Su euforia había alcanzado el climax. Iba a dejarlo con esa pequeña vanidad, pero no me contuve. Pensé en voz alta:
—No deja de ser extraño. La gente inteligente no necesita de idiotas como yo para darse cuenta de esas cosas tan obvias, no?
—Negativo, señor, negativo.
2. El Che ante una democracia imperfecta
Pocos meses atrás, una de las más serias revistas conservadoras a nivel mundial, The Economist (9 de diciembre 2006), reprodujo y amplió un estudio hecho por Latinobarómetro de Chile. Mostrando gráficas precisas, el estudio revela que en América Latina, la población del país que mayor confianza tiene en la democracia es Uruguay; la que menos confianza tiene en este ideal es Paraguay y varios países centroamericanos, a excepción de Costa Rica. Al mismo tiempo, la población que más se define “de izquierda” es Uruguay, mientras que la población que más se define “de derecha” se encuentra en los mismos países que menos confianza tienen en la democracia.
Según estos datos, y si vamos a seguir los criterios de las clásicas listas sobre idiotas latinoamericanos, habría que poner al Uruguay y algún otro país a la cabeza, de donde se deduce que tener confianza en la democracia es propio de retrasados mentales.
Estos retrasados mentales —los uruguayos, por ejemplo— tuvieron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX un sistema lleno de injusticias y de imperfecciones, como cualquier sistema social, pero fue uno de los países con menor tasa de analfabetismo del mundo, el país con la legislación más progresista e igualitaria de la historia latinoamericana. Este pueblo concretó gran parte de lo que ahora es maldecido como “Estado de bienestar”; bajo ese estado de deficiencia mental, la mujer ganó varios derechos políticos y legales que le fueron negados en otras países del continente hasta hace pocos años; su economía estaba por encima de la de muchos países de Europa y su ingreso per capita (mayor que el argentino, el doble que el brasileño, seis veces el colombiano o el mexicano) no tenía nada que envidiarle al de Estados Unidos —si es que vamos a medir el nivel de vida por un simple parámetro económico. No fue casualidad, por ejemplo, que durante medio siglo aquel pequeño país casi monopolizara la conquista de los diversos torneos mundiales de fútbol.
Si ese país entró en decadencia (económica y deportiva) a partir de la segunda mitad del siglo XX, no fue por radicalizar su espíritu progresista sino, precisamente, por lo contrario: por quedar atrapado en una nostalgia conservadora, por dejar de ser un país construido por inmigrantes obreros y devolver todo el poder político y social a las viejas y nuevas oligarquías, empapadas de demagogia conservadora y patriotera, de un autoritarismo de derecha que se agravó a fines de los ’60 y se militarizó con la dictadura de los ’70.
El mismo Ernesto Che Guevara, en su momento de mayor radicalización ideológica y después de enfrentarse a lo que él llamaba imperialismo en la reunión de la “Alianza para el Progreso” de Punta del Este, dio un discurso en el paraninfo de la Universidad de la República del Uruguay ante una masa de estudiantes que esperaban oír palabras aún más combativas. En aquel momento (17 de agosto de 1961), Guevara, el Che, dijo:
“nosotros iniciamos [en Cuba] el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa. Tengo las pretensiones personales de decir que conozco a América, y que cada uno de sus países, en alguna forma, los he visitado, y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas. Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico; y yo sé que los miembros del Gobierno del Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí en la Universidad y en el territorio del país que está bajo el gobierno uruguayo. De tal forma que eso es algo que no se logra ni mucho menos, en los países de América”.
El representante mítico de la revolución armada en América Latina daba la cara ante sus propios admiradores para confirmar y reconocer, sin ambigüedades, algunas radicales virtudes de aquella democracia:
“Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es, precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre por el hombre, ni siga la explotación del hombre por el hombre, lo que no en todos los casos sucederá lo mismo, sin derramar sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es que cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”. (Ernesto Guevara. Obra completa. Vol. II. Buenos Aires: Ediciones del plata, 1967, pág. 158)
El mismo Che, en otro discurso señaló que el pueblo norteamericano “también es víctima inocente de la ira de todos los pueblos del mundo, que confunden a veces un sistema social con un pueblo” (Congreso latinoamericano de juventudes, 1960, idem Vol. IV, pág. 74).
Un latinoamericano podría sorprenderse de la existencia de “izquierdistas” (aceptemos provisoriamente esta eterna simplificación) en Estados Unidos, porque la simplificación y la exclusión es requisito de todo nacionalismo. De la misma forma, los británicos vendieron la idea existista del libre mercado cuando ellos mismos se habían consolidado como una de las economías más proteccionistas de la Revolución industrial. La imagen de Estados Unidos como un país (económicamente) exitoso donde sólo existe el pensamiento capitalista es una falacia y fue creada artificialmente por las mismas elites conservadoras que monopolizaron los medios de comunicación y promovieron una agresiva política proselitista. Y, sobre todo en América Latina, por las clases conservadoras, enquistadas en el poder político, económico y moralista de nuestros pueblos desgastados.
Tampoco existe ninguna razón sólida para descartar la fuerza interventora de las superpotencias del mundo en la formación de nuestras realidades. Sí, seguramente América Latina es responsable de sus fracasos, de sus derrotas (no reconocer sus propias virtudes es uno de sus peores fracasos). Pero que nuestros pueblos sean responsables de sus propios errores no quita que además han sido invadidos, pisoteados y humillados repetidas veces. Quizás la primera sea una verdad incontestable, pero los pecados propios no justifican ni lavan los pecados ajenos.
Jorge Majfud
The University of Georgia
Marzo 2007
El Jesús que secuestraron los emperadores
¿Quien me presta una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
(Antonio Machado)
Hace unos días el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se refirió a Jesús como el más grande socialista de la historia. No me interesa aquí hacer una defensa o un ataque de su persona. Sólo quisiera hacer algunas observaciones sobre una típica reacción que causaron sus palabras por diversas partes del mundo.
Tal vez decir que Jesús era socialista es como decir que Tutankamón era egipcio o Séneca era español. No deja de ser una imprecisión semántica. Sin embargo, aquellos que en este tiempo se han acercado a mí con cara de espantados por las palabras del “chico malo” ¿lo hacían en función de algún razonamiento o simplemente en función de los códigos impuestos por un discurso dominante?
En lo personal, siempre me ha incomodado el poder acumulado en un solo hombre. Pero si el señor Chávez es un hombre poderoso en su país, en cambio no es él el responsable del actual orden que rige en el mundo. Para unos pocos, el mejor orden posible. Para la mayoría, la fuente de la violencia física y, sobre todo, moral.
Si es un escándalo imaginar a un Jesús socialista, ¿por qué no lo es, entonces, asociarlo y comprometerlo con la cultura y la ética capitalista? Si es un escándalo asociar a Jesús con el eterno rebelde, ¿por qué no lo es, en cambio, asociarlo a los intereses de los sucesivos imperios —exceptuando el más antiguo imperio romano? Aquellos que no discuten la sacralizad del capitalismo son, en gran número, fervientes seguidores de Jesús. Mejor dicho, de una imagen particular y conveniente de Jesús. En ciertos casos no sólo seguidores de su palabra, sino administradores de su mensaje.
Todos, o casi todos, estamos a favor de cierto desarrollo económico. Sin embargo, ¿por qué siempre se confunde justicia social con desarrollo económico? ¿Por qué es tan difundida aquella teología cristiana que considera el éxito económico, la riqueza, como el signo divino de haber sido elegido para entrar al Paraíso, aunque sea por el ojo de una aguja?
Tienen razón los conservadores: es una simplificación reducir a Jesús a su dimensión política. Pero esta razón se convierte en manipulación cuando se niega de plano cualquier valor político en su acción, al mismo tiempo que se usa su imagen y se invocan sus valores para justificar una determinada política. Es política negar la política en cualquier iglesia. Es política presumir de neutralidad política. No es neutral un observador que presencia pasivo la tortura o la violación de otra persona. Menos neutral es aquel que ni siquiera quiere mirar y da vuelta la cabeza para rezar. Porque si el que calla otorga, el indiferente legitima.
Es política la confirmación de un statu quo que beneficia a una clase social y mantiene sumergida otras. Es político el sermón que favorece el poder del hombre y mantiene bajo su voluntad y conveniencia a la mujer. Es terriblemente política la sola mención de Jesús o de Mahoma antes, durante y después de justificar una guerra, una matanza, una dictadura, el exterminio de un pueblo o de un solo individuo.
Lamentablemente, aunque la política no lo es todo, todo es política. Por lo cual, una de las políticas más hipócritas es afirmar que existe alguna acción social en este mundo que pueda ser apolítica. Podríamos atribuir a los animales esta maravillosa inocencia, si no supiésemos que aún las comunidades de monos y de otros mamíferos están regidas no sólo por un aclaro negocio de poderes sino, incluso, por una historia que establece categorías y privilegios. Lo cual debería ser suficiente para menguar en algo el orgullo de aquellos opresores que se consideran diferentes a los orangutanes por la sofisticada tecnología de su poder.
Hace muchos meses escribimos sobre el factor político en la muerte de Jesús. Que su muerte estuviese contaminada de política no desmerece su valor religioso sino todo lo contrario. Si el hijo de Dios bajó al mundo imperfecto de los hombres y se sumergió en una sociedad concreta, una sociedad oprimida, adquiriendo todas las limitaciones humanas, ¿por qué habría de hacerlo ignorando uno de los factores principales de esa sociedad que era, precisamente, un factor político de resistencia?
¿Por qué Jesús nació en un hogar pobre y de escasa gravitación religiosa? ¿Por qué no nació en el hogar de un rico y culto fariseo? ¿Por qué vivió casi toda su vida en un pueblito periférico, como lo era Nazareth, y no en la capital del imperio romano o en la capital religiosa, Jerusalén? ¿Por qué fue hasta Jerusalén, centro del poder político de entonces, a molestar, a desafiar al poder en nombre de la salvación y la dignidad humana más universal? Como diría un xenófobo de hoy: si no le gustaba el orden de las cosas en el centro del mundo, no debió dirigirse allí a molestar.
Recordemos que no fueron los judíos quienes mataron a Jesús sino los romanos. Aquellos romanos que nada tienen que ver con los actuales habitantes de Italia, aparte del nombre. Alguien podría argumentar que los judíos lo condenaron por razones religiosas. No digo que las razones religiosas no existieran, sino que éstas no excluyen otras razones políticas: la case alta judía, como casi todas las clases altas de los pueblos dominados por los imperios ajenos, se encontraba en una relación de privilegio que las conducía a una diplomacia complaciente con el imperio romano. Así también ocurrió en América, en tiempos de la conquista. Los romanos, en cambio, no tenían ninguna razón religiosa para sacarse de encima el problema de aquel rebelde de Nazareth. Sus razones eran, eminentemente, políticas: Jesús representaba una grave amenaza al pacífico orden establecido por el imperio.
Ahora, si vamos a discutir las opciones políticas de Jesús, podríamos referirnos a los textos canonizados después del concilio de Nicea, casi trescientos años después de su muerte. El resultado teológico y político de este concilio fundacional podría ser cuestionable. Es decir, si la vida de Jesús se desarrolló en el conflicto contra el poder político de su tiempo, si los escritores de los Evangelios, algo posteriores, sufrieron de persecuciones semejantes, no podemos decir lo mismo de aquellos religiosos que se reunieron en el año 325 por orden de un emperador, Constantino, que buscaba estabilizar y unificar su imperio, sin por ello dejar de lado otros recursos, como el asesinato de sus adversarios políticos.
Supongamos que todo esto no importa. Además hay puntos muy discutibles. Tomemos los hechos de los documentos religiosos que nos quedaron a partir de ese momento histórico. ¿Qué vemos allí?
El hijo de Dios naciendo en un establo de animales. El hijo de Dios trabajando en la modesta carpintería de su padre. El hijo de Dios rodeado de pobres, de mujeres de mala reputación, de enfermos, de seres marginados de todo tipo. El hijo de Dios expulsando a los mercaderes del templo. El hijo de Dios afirmando que más fácil sería para un camello pasar por el ojo de una aguja que un rico subiese al reino de los cielos (probablemente la voz griega kamel no significaba camello sino una soga enorme que usaban en los puertos para amarrar barcos, pero el error en la traducción no ha alterado la idea de la metáfora). El hijo de Dios cuestionando, negando el pretendido nacionalismo de Dios. El hijo de Dios superando leyes antiguas y crueles, como la pena de muerte a pedradas de una mujer adúltera. El hijo de Dios separando los asuntos del César de los asuntos de su Padre. El hijo de Dios valorando la moneda de una viuda sobre las clásicas donaciones de ricos y famosos. El hijo de Dios condenando el orgullo religioso, la ostentación económica y moral de los hombres. El hijo de Dios entrando en Jerusalén sobre un humilde burro. El hijo de Dios enfrentándose al poder religioso y político, a los fariseos de la Ley y a los infiernos imperiales del momento. El hijo de Dios difamado y humillado, muriendo bajo tortura militar, rodeado de pocos seguidores, mujeres en su mayoría. El hijo de Dios haciendo una incuestionable opción por los pobres, por los débiles y marginados por el poder, por la universalización de la condición humana, tanto en la tierra como en el cielo.
Difícil perfil para un capitalista que dedica seis días de la semana a la acumulación de dinero y medio día a lavar su conciencia en la iglesia; que ejercita una extraña compasión (tan diferente a la solidaridad) que consiste en ayudar al mundo imponiéndole sus razones por las buenas o por las malas.
Aunque Jesús sea hoy el principal instrumento de los conservadores que se aferran al poder, todavía es difícil sostener que no fuera un revolucionario. Precisamente no murió por haber sido complaciente con el poder político de turno. El poder no mata ni tortura a sus adulones; los premia. Queda para los otros el premio mayor: la dignidad. Y creo que pocas figuras en la historia, sino ninguna otra, enseña más dignidad y compromiso con la humanidad toda que Jesús de Nazaret, a quien un día habrá que descolgar de la cruz.
Debe estar conectado para enviar un comentario.