Para celebrar el éxito en las elecciones para renovar parte del Congreso, el presidente argentino Javier Milei saludó al presidente de Estados Unidos, quien le había prometido una fortuna de rescate a su plan económico si el pueblo lo apoyaba. No era una amenaza para el presidente sino para el pueblo.
“Cuente conmigo para dar la batalla por la civilización occidental”, le escribió Milei, eufórico por los resultados de las urnas.
Con el mismo entusiasmo y megalomanía, la ministra de Seguridad Nacional de Argentina, Patricia Bullrich, escribió:
“Vamos a cambiar la Argentina para siempre”.
El poder embriaga y la euforia nubla la memoria. Esa ha sido la historia de la Argentina por muchas generaciones.
No sólo de la Argentina. Veinticinco siglos antes, el lidio Creso, confiando en su talento para malinterpretar oráculos, le preguntó a la pitonisa de Delfos si debía atacar Persia. La respuesta fue:
“Si cruzas el río Halis, destruirás un gran imperio.”
Entusiasmado, Creso formó alianzas, cruzó el río y destruyó su propio imperio.
Los oráculos son mejores prediciendo el desastre que el éxito.
Cuentan algunas crónicas de la época que Ciro de Persia lo perdonó poco antes de ejecutarlo. Creso terminó sus días como consejero de Ciro.
Gracias Presidente @realDonaldTrump por confiar en el pueblo argentino. Usted es un gran amigo de la República Argentina. Nuestras Naciones nunca debieron dejar de ser aliadas. Nuestros pueblos quieren vivir en libertad. Cuente conmigo para dar la batalla por la civilización… pic.twitter.com/G4APcYIA2i
Vaya casualidad que por enésima vez Milei repite las mismas frases que salen de Washington y Tel Aviv de forma simultánea, como aquello de “En Gaza no hay inocentes”, etc.
Esta semana tuvimos “La cultura hebrea es la base de la moral y de la civilización occidental” (idea absurda que ignora el 99 por ciento de la historia global para crear esa ficción a la carté llamada “Occidente”), repetida de forma simultánea en destientos podios de distintos continentes. Todos podios de la extrema derecha, está de más decir.
No es que sean las mismas ideas. Son las mismas palabras y, por si fuese poco, están siemrpe cronometradas.
En Argentina, lo leyó Milei (Milei siempre lee sus discursos) y en Tel Aviv, salió de boca del embajador estadounidense Mike Huckabee, esta vez en un acto adulatorio a Netanyahu.
El patrón se repite año tras año de forma descarada. Claro, confían en el Amén interminable de sus esclavos privilegiados.
La misma vestimenta, los mismos colores, los mismos clichés–píldoras fáciles de consumir.
Los mismos crímenes.
Tal vez sea hora de fundar una religión basada en El Quijote. Además, dejaríamos de pagar impuestos, que no es poca cosa, sobre todo considerando que sirven para proteger a los ricos y para financiar guerras. Sería una religión irracional, como cualquier otra, pero al menos estaría llena de humanismo, solidaridad y compasión por los humanos. Claro, eso mientras no surja un idiota fanático, privatizador de la verdad, con su propia interpretación para justificar otras masacres.
Una de las preguntas más recurrentes de los argentinos al ver la foto del presidente Javier Milei y su hermana Karina cuando niños es “¿Qué traumas vivieron estas pobres criaturas?” Angelicales rubiecitos, como en las pinturas medievales y renacentistas. Al decir de Pamela David en 2016, “Macri tiene una familia blanca, hermosa y pura” que sacó a “toda la mugre”, es decir morochas como Cristina y ella misma. Claro que, como hizo la CIA después de Hitler, en todos los discursos había que reemplazar la acusación de negro por la de comunista. Ideas que coinciden con las del morocho Sarmiento, quien detestaba a los indios, sentía “simpatía para la raza de ojos azules” y quería “mejorar la raza” (típica expresión del colonizado, como la del vicepresidente y mulato brasileño Hamilton Mourão) importando europeos blancos para parecerse a Estados Unidos. Ideas que coinciden con la reconocida inspiración de Hitler, el estadounidense Madison Grant, el cual el New York Times reseñó en 1916: “Si eres rubio, perteneces a la mejor gente de este mundo. Pero todo se terminará contigo. Tus antepasados han cometido el pecado de mezclarse con las razas inferiores del sur. Como resultado, las mejores cualidades de los rubios, pertenecientes a la raza creadora de la mejor cultura, se ha ido corrompiendo…”
Veamos el factor freudiano antes de volver a los genes. La “psicología Disney” que criticábamos a principio de siglo, no sólo obligaba a los padres a evitarle cualquier frustración a sus hijos, al tiempo que los convencían de que eran Al-Juarismi, Leonardo da Vinci, Arthur Miller y Marilyn Monroe en uno, sino que, además, creó un ilimitado sentimiento de culpa en los padres que se tradujo en una permisividad tóxica.
Dejando de lado el posible sarcasmo de “¿Qué traumas vivieron estas pobres criaturas?”el mismo Milei dio varias entrevistas justificándose porque sus padres lo castigaban de chico, algo que casi todos en nuestra generación vivimos en diferentes grados y no justifica que alguien descargue todas sus frustraciones emocionales sobre el resto de la humanidad.
Aquí vuelvo a uno de los temas sobre la violencia moral en La reina de América (2001): un trauma es la fosilización de un significado autodestructivo. Siempre existe la posibilidad de resignificar nuestras memorias a través de la reflexión, la racionalización, la catarsis griega o de su des-cubrimiento en caso de un trauma reprimido, como diría el psicoanálisis freudiano. Por ejemplo, el sexo amoroso, el sexo comercial y una violación son exactamente el mismo acto físico, pero los tres se distinguen por su significado; y todo significado depende de una tensión entre el individuo, la sociedad y la historia.
En la novela Crisis (2012), volví sobre el significado de otras formas de violencia. Por ejemplo, sobre una asistente social (que el gobierno de Delaware ofrecía a toda familia con un recién nacido) que se escandalizaba cuando uno de los personajes le contaba que había visto cómo sus tíos y los trabajadores rurales de su abuelo (por entonces, peones) mataban los cerdos; su padre tuvo que sacarle el cuero a una vaca muerta para recuperar parte de su inversión. El personaje reflexionaba que ninguna de esas experiencias lo llevó a sentir placer o indiferencia por el dolor ajeno. El significado de aquellos hechos no era traumático; era claro y explicable: no se trataba del placer de matar un cerdo, sino de la necesidad de sobrevivencia de gente de campo―significado que un día podrá cambiar.
Luego el personaje comparó: “todos los soldados, generales, políticos y pastores que han participado y apoyado la última guerra en Irak fueron educados de niños según esos ‘métodos de no violencia’. ¿Cómo es que niños tan alejados de palabras fuertes, del rigor de los padres, son capaces de bombardear mercados y ciudades llenas de niños?”
Matar un hombre es una experiencia traumática, pero no es la misma experiencia si comprendemos que fue un accidente o en defensa propia. La homosexualidad era una condena de muerte hasta que la sociedad la resignificó; como alguien que sueña que mató a alguien y, al despertar, entiende que el significado y la angustia del hecho cambió con el cambio de estado de conciencia. De ahí que despertar es una liberación del significado que nos oprime.
Las naciones indígenas solían excluir la violencia en la educación de los niños. No la europea, hasta no hace mucho; pero muchos niños que sufrieron brutales palizas se convirtieron en padres cariñosos. Claro, no todos los individuos responden de igual forma, pero creo que en la representación autoindulgente del presidente argentino se omiten elementos que la ciencia neurológica ya ha probado irrefutables. No todo se explica por traumas infantiles. Existe una plétora de casos de criminales que se deben a condiciones genéticas. Suele ocurrir que las experiencias traumáticas de la infancia no son la causa de, por ejemplo, la psicopatía ni de casos mucho menos serios, sino la consecuencia. Especialmente cuando los padres no saben resolver la situación y, por falta de experiencia (es decir, el caso de casi todos los padres) recurren a alguna forma de violencia.
Es un mito que los niños siempre reflejan la educación de la casa. Hoy sabemos que la mayoría de sus particularidades neurológicas tienen más que ver con natura que con nurtura. La educación puede ayudar o empeorar los resultados. La injusticia social también. Por ejemplo (escribimos sobre esto hace una década), en Estados Unidos y en la mayoría de los países, los niños con desarrollo conflictivo o solo por confundir la C con la S, son derivados a un ejército de profesionales. Un aspecto negativo es la (auto) estigmatización de los jóvenes (lo veo en mis estudiantes) que se imponen límites porque han sido diagnosticados con X o Y. Cuando yo era joven, no existían esos diagnósticos. Ni maestros ni profesores ni nuestros padres nos preguntaban si podíamos hacer algo; simplemente nos mandaban a la guerra con un tenedor.
Sin embargo, que un niño o un adolescente pueda recibir la medicación o la terapia indicada para manejar un problema mientras su cerebro se estabiliza (algo que no llega hasta los 25 años en los varones) es mil veces mejor a que el joven resuelva sus problemas con alcohol, drogas o violencia. La injusticia social radica en que los pobres o muchos jóvenes de la clase media no tienen la misma oportunidad de disfrutar de los avances de las ciencias y, en lugar de un psicólogo, un psiquiatra y unas medicinas que, sin seguro, puede costar mil dólares por mes, terminan siendo expulsados de sus escuelas, internados en un juvenile detention center y, finalmente, arruinan vidas en el crimen o en la miseria. Probable caso de los hermanos Milei en un futuro no muy lejano.
Todos alguna vez nos cruzamos o nos cruzaremos con uno o varios psicópatas sin saber que lo son. Por ser grandes manipuladores, se representan como víctimas y salvadores mesiánicos. Suelen parecer angelicales o campeones de la efectividad. Suelen ser exitosos en profesiones de poder, como los grandes negocios o CEOs de grandes empresas.
Algunos, son elegidos por una mayoría o una gran minoría, como Netanyahu, Trump y Milei.
«What traumas did these poor children go through?»
One of the most common questions Argentines ask when they see the photo of President Javier Milei and his sister Karina as children is, «What traumas did these poor children go through?» Angelic little blonds, like in medieval and Renaissance paintings. As Pamela David said in 2016, «Macri has a white, beautiful, and pure family» that removed «all the filth,» meaning brunettes like Cristina and herself. Of course, as the CIA did after Hitler, in every speech, the accusation of «black» had to be replaced with that of «communist.» These ideas coincide with those of the dark-skinned Sarmiento, who detested Native Americans, felt «sympathy for the blue-eyed race,» and wanted to «improve the race» (a typical expression of the colonized, like that of the Brazilian mulatto vice president Hamilton Mourão) by importing white Europeans to resemble the United States. Ideas that coincide with Hitler’s acknowledged inspiration, the American Madison Grant, whom the New York Times reported in 1916: «If you are blond, you belong to the best people in this world. But it will all end with you. Your ancestors have committed the sin of intermingling with the inferior races of the South. As a result, the best qualities of blonds, belonging to the race that created the best culture, have been corrupted…» Let’s look at the Freudian factor before returning to genes. The «Disney psychology» we criticized at the beginning of the century not only forced parents to avoid any frustration in their children, while convincing them they were Al-Khwariism, Leonardo da Vinci, Arthur Miller, and Marilyn Monroe rolled into one, but it also created an unlimited sense of guilt in parents that translated into toxic permissiveness. Leaving aside the possible sarcasm of «What traumas did these poor creatures go through?» Milei himself gave several interviews justifying his parents’ punishment as a child, something that almost everyone in our generation experienced to varying degrees and that doesn’t justify someone taking out all their emotional frustrations on the rest of humanity. Here I return to one of the themes about moral violence in The Queen of America (2001): trauma is the fossilization of a self-destructive meaning. There is always the possibility of redefining our memories through reflection, rationalization, Greek catharsis, or its discovery in the case of repressed trauma, as Freudian psychoanalysis would say. For example, amorous sex, commercial sex, and rape are exactly the same physical act, but the three are distinguished by their meaning; and all meaning depends on a tension between the individual, society, and history. In the novel Crisis (2012), I returned to the meaning of other forms of violence. For example, about a social worker (whom the Delaware government offered to every family with a newborn) who was shocked when one of the characters told her he had seen his uncles and his grandfather’s farm workers (then farmhands) slaughter pigs; his father had to hide a dead cow to recoup part of his investment. The character reflected that none of those experiences led him to feel pleasure or indifference to the pain of others. The meaning of those events wasn’t traumatic; it was clear and explainable: it wasn’t about the pleasure of killing a pig, but about the need for survival of rural people—a meaning that may one day change.
The character then compared: “All the soldiers, generals, politicians, and pastors who participated in and supported the last war in Iraq were raised as children according to those ‘methods of nonviolence.’ How is it that children so far removed from strong words and the strictures of their parents are capable of bombing markets and cities full of children?” Killing a man is a traumatic experience, but it’s not the same experience if we understand that it was an accident or self-defense. Homosexuality was a death sentence until society redefined it; like someone who dreams they’ve killed someone and, upon awakening, understands that the meaning and anguish of the act changed with their changed state of consciousness. Hence, awakening is a liberation from the meaning that oppresses us. Indigenous nations used to exclude violence from children’s education. Not so long ago, European ones; but many children who suffered brutal beatings grew up to be loving parents. Of course, not all individuals respond the same way, but I believe the Argentine president’s self-indulgent portrayal omits elements that neurological science has already irrefutably proven. Not everything can be explained by childhood trauma. There are a plethora of cases of criminals due to genetic conditions. It often happens that traumatic childhood experiences are not the cause of, for example, psychopathy or much less serious cases, but rather the consequence. Especially when parents don’t know how to resolve the situation and, due to lack of experience (which is the case with almost all parents), resort to some form of violence. It’s a myth that children always reflect their upbringing at home. Today we know that most of their neurological peculiarities have more to do with nature than nurture. Education can help or worsen outcomes. So can social injustice. For example (we wrote about this a decade ago), in the United States and in most other countries, children with developmental difficulties, or simply because they confuse their C with their S, are referred to an army of professionals. One negative aspect is the (self-)stigmatization of young people (I see it in my students) who impose limits on themselves because they’ve been diagnosed with X or Y. When I was young, these diagnoses didn’t exist. Neither teachers nor professors nor our parents asked us if we could do anything; they simply sent us to war with a fork. However, the fact that a child or adolescent can receive the appropriate medication or therapy to manage a problem while their brain stabilizes (something that doesn’t happen until age 25 in men) is a thousand times better than the young person solving their problems with alcohol, drugs, or violence. The social injustice lies in the fact that many poor or middle-class young people don’t have the same opportunity to enjoy the advances of science, and instead of a psychologist, a psychiatrist, and medication that, without insurance, can cost a thousand dollars a month, they end up being expelled from their schools, placed in a juvenile detention center, and ultimately ruin lives in crime or misery. A likely case of the Milei brothers in the not-too-distant future. We all come across or will come across one or more psychopaths at some point without knowing it. Because they are great manipulators, they portray themselves as victims and messianic saviors. They often appear angelic or champions of effectiveness. They are usually successful in powerful professions, such as big business or CEOs of large companies. Some are elected by a majority or a large minority, like Netanyahu, Trump, and Milei.
Con el lema “Argentina será el faro que ilumina el mundo” se lanzó en un salón oscuro el brazo armado de los libertarios de Javier Milei. Milei, que no se cansa de atribuirse “las fuerzas del cielo” tampoco soporta la luz, por lo cual siempre da sus discursos a media luz como un cuadro de Rembrandt pero sin tanto arte.
Entre las claroscuras declaraciones, se encuentran chatarras recicladas como:
“Las fuerzas del cielo es el brazo armado de La Libertad Avanza. […] La guardia pretoriana del presidente Javier Milei. Sus soldados más leales, los que estuvieron al principio y los que van a estar hasta el final defendiendo el proyecto de país de Javier Milei y sus ideales”. Esta tradiciónde odio y violencia no es ajena a la Argentina, donde en los años 70s se fundó el brazo paramilitar de la Triple A, responsable de secuestros, asesinatos y apoyo logístico y moral de la Dictadura Militar de Rafael Videla.
El fascismo italiano de “Dio, patria e familia” o el de Franco, ahora en la Argentina de los libertarios y con toda la estética nazi en un ambiente oscuro y con las banderas verticales y marrones–el color histórico de los nazis de Hitler.
Primero secuestran a Dios, a las Patrias y a las Familias y luego si alguien lo critica se esconden como cobardes detrás de sus tres Escudos No Humanos para apalear al resto de los humanos que no se suman a su delirio mesiánico.
Como Hitler, también estos ideólogos rudimentarios, apenas capaces de escribir libros mediocres y llenos de plagios (como lo hizo Adolf Hitler en su libro Mi lucha y Javier Milei en sus pocos libros), se sienten legitimados por un sistema electoral y por unos electores movidos por sus propias frustraciones.
En 2024, gran parte de América Latina se encuentra en un escenario sociopolítico (no económico y menos militar) similar al que describimos sobre Estados Unidos en 2004. Nada extraño, si consideramos (1) su condición de neocolonia, asegurada por (2) su tradicional clase oligárquica, por (3) sus no menos tradicionales medios, con sus periodistas y sus intelectuales orgánicos; y (4) por el fanatismo de una parte significativa de su juventud, brutalizada por los medios fragmentadores de las redes sociales, todas plataformas en manos de los multibillonarios del Norte.
En Argentina y en otros países del Sur, las universidades públicas (y su autonomía) están bajo ataque, como otros servicios públicos, objeto de deseo del privatizador. El presidente Milei publicó que “La educación pública ha hecho muchísimo daño lavando el cerebro de la gente” y su vicepresidenta lo confirmó con una pregunta adulatoria: “¿Coincidís con las palabras del presidente Milei sobre el adoctrinamiento que se hace desde la educación pública?” Con complejo de hacendado citadino, el youtuber, ex peronistay diputado liberto Ramiro Marra llama vagos a los trabajadores que protestan en las calles, el mismo que meses antes recomendó vivir de los padres, porque nuestra existencia se debe a que ellos “estaban aburridos” y deben pagarlo con “financiamiento gratis”. La diputada Lilian Lemoine, luego de dedicarse al photoshop y a los videos pornos donde un hombre la obliga con una pistola a chuparse un control de videojuegos (“Siento el sabor de Mario en mi boca”) poco después le da lecciones sobre pedagogía a quienes llevan años enseñando, al tiempo que cuestiona si se les debe pagar a los docentes por “no hacer su trabajo”. Es la dictadura del lumpenado.
Ahora, envalentonados por la nueva inquisición, algunos jóvenes y adultos que no tuvieron suerte en el sistema académico han salido a acusar a la educación media y superior de adoctrinación, exigiendo un “equilibrio ideológico”, ese mismo equilibrio que no le exigen a las corporaciones que monopolizan el poder financiero, político, mediático y hasta teológico.
Desde hace generaciones, las estadísticas muestran que en Estados Unidos (como en casi todo el mundo), los profesores tienen ideas más de izquierda que el resto de la sociedad. Basta con mirar un mapa electoral para ver que esas islas de izquierdistas coinciden con los campus universitarios, rodeadas de mares de derechistas―cuando no neofascistas y miembros del KKK, como me tocó en Pensilvania.
Esta excepcionalidad siempre crispó el ánimo de los conservadores en el poder, quienes, derrotados por siglos en el mundo de las ideas, han reclamado siempre legislar para eliminar la libertad de cátedra. En 2004 escribíamos sobre las pretensiones de algunos legisladores de “equilibrar el currículum” de las universidades obligando a los profesores a enseñar la Teoría Creacionista junto con la Teoría de la Evolución. El poder hegemónico promueve la libertad de mercado porque nadie puede competir libremente con su poder financiero, pero como han sido desde siempre un fracaso académico e intelectual, se sienten mal con la libertad de cátedra. No aceptan la regulación del mercado, pero exigen la regulación de cátedra―y de la cultura en general. El argumento es que los profesores adoctrinan a la juventud, a una minoría de la juventud que ya tiene edad para beber alcohol, mirar pornografía y ser enviada a la guerra a matar y morir. Nada se dice de la adoctrinación de niños en edad preescolar enviados a los templos religiosos y a los templos mediáticos para una verdadera adoctrinación.
Los libertos ganan elecciones gritando libertad y gobiernan prohibiendo. En el siglo XIX, los esclavistas reconocían el derecho a la libertad de expresión, hasta que algunos comenzaron a escribir contra la esclavitud. A partir de entonces, comenzaron a prohibir libros, luego autores y, más tarde, los metieron en las cárceles de la democracia. Lo mismo comenzamos a vivir en Florida, Texas y otros estados hace unos años bajo gobiernos libertarios. Muy orgullosos de la libertad de expresión, hasta que los autores y las ideas inconvenientes comenzaron a ganar terreno en la población. Entonces las llaman adoctrinamiento.
Esta obscena asociación Jesús-Mamón y la doctrina de “los profesores adoctrinan a los estudiantes” se ha revitalizado en las colonias estratégicamente endeudadas. La comercialización de la vida concluye que un pensador es bueno si aumenta el ingreso monetario del lector. Si no, son empobrecedores. Pobreza y riqueza sólo se refieren a su valor de cambio. Este fanatismo y su necesaria infantilización de la sociedad están llegando a las universidades, uno de los últimos reductos donde el poder mercantilista no tenía el monopolio. Todo en nombre de la diversidad ideológica y del derecho de los estudiantes a afirmar que la Tierra es plana.
Cada vez más se confunde una universidad con un supermercado, donde el poder terraplanista del lumpenado no entra para ser desafiado en sus convicciones, sino para comprar lo que quiere y exigir satisfacción por su dinero. Así han convertido a los ciudadanos en consumidores y a los estudiantes en clientes. De ahí la necesidad de privatizar la educación para convertirla en reductos de libertad―del poder para adoctrinar más esclavos. Esta es una tradición que se remonta hasta Sócrates, quien fue ejecutado por la democracia ateniense acusado ser ateo, antidemocrático, y de lavar el cerebro de los jóvenes enseñándoles a cuestionar las verdades establecidas.
Por su parte, la izquierda, que siempre fue combativa desde sus pocas trincheras disponibles, se ha vuelto políticamente correcta, insoportablemente tímida, virginal, invirtiendo toda su sensibilidad en la micropolítica de las identidades. Mientras, los más viscerales fanáticos de derecha (recursos del incontestable poder financiero del Norte) continúan ganando elecciones. Los pueblos han sido desmovilizados y convertidos en consumidores. Han sido fragmentados para que consuman más. Las familias extendidas sólo compraban un televisor, no tres o cuatro (y hablan entre ellos), por lo que la fragmentación y la alienación de las relaciones sociales fue un recurso conveniente del capitalismo consumista. Divide, gobernarás y ellos consumirán más.
El orgullo de la elocuencia vacía acaparó los medios, luego la política, y ahora van por las universidades. Tienen muchas posibilidades de destruirlas, como los godos y vándalos destruyeron civilizaciones mucho más avanzadas. Lo peor que podemos hacer, como académicos, como activistas o como políticos es responderles con timidez; confundir la lucha de clases de la izquierda con el odio de clases de la derecha.
Desde hace siglos, los conservadores (hoy libertos) se quejan de que no están bien representados en las universidades. Se insultan y no lo ven. La solución es simple: pónganse a estudiar, carajo. Pero no; están demasiado ocupados pensando cómo van a hacer mucho dinero para convertirse en jefes y luego quejarse de que las universidades están infiltradas y no los representan. Claro que si alguien ama el dinero no va a ser tan tonto como para dedicar una vida a estudiar y hacer investigaciones por las cuales recibirá poco o ningún dinero. Es más fácil convertirse en un entrepreneur y expropiar los pocos éxitos de esos largos años de investigación gratuita, llena de fracasos, realizadas por “fracasados con el cerebro lavado”.
“Milei insta a Maduro a realizar elecciones libres en Venezuela” rezan los titulares del continente. Para redondear el efecto propagandístico, les ofreció refugio a los opositores, como si sus vidas corriesen peligro, como sí era el caso de sus admiradas dictaduras liberales, como la de Pinochet, admirada por sus admirados Milton Friedman y Friedrich von Hayek quien, en Chile, 1981, lo dejó más que claro: “Prefiero una dictadura liberal a una democracia que no respete el liberalismo”.
No voy a defender aquí la proscripción de políticos a las elecciones de ningún país, pero recordemos que la empresaria María Corina Machado, por su conocido historial golpista y entreguista, también hubiese sido proscrita de las elecciones en muchos países como en Estados Unidos. Vayamos más allá de la adoctrinación histórica y sistemática de los medios hegemónicos y del discurso cristalizado por siglos de tradición imperial (Entre los ideoléxicos secuestrados y de mayor efectividad están “libertad” y “adoctrinación” y que urge rescatar sin timideces).
Observemos que tampoco las elecciones son libres cuando las corporaciones compran políticos con miles de millones de dólares en donaciones, les escriben las leyes, llevan de vacaciones a los jueces de la Suprema Corte, dominan los medios creadores de realidades paralelas y son los primeros en contratar mercenarios tipo Team Jorge que manipulan a los electores al mejor postor―que, no por casualidad, suelen compartir la misma ideología de los grandes negocios, todo en nombre de “freedom, freedom” (“la libertad, carajo”) y contra la “adoctrinación de niños inocentes”.
La hipócrita invocación a “nosotros somos una democracia” ha servido desde el siglo XIX para que los imperios occidentales impongan su brutalidad genocida en las colonias a las que vampirizaban y exterminaban, con un récord de cientos de millones de muertos. Historia que continúa hoy con los niños esclavos en África y en gran parte de las naciones estratégicamente endeudadas, fanatizadas y adoctrinadas del Sur Global. El mismo argumento que usa el Estado de Israel y los cristianos sionistas para justificar las históricas violaciones a los derechos humanos de los palestinos desde hace un siglo. Les cuesta entender la confusión estratégica creada por la maquinaria propagandística imperial. Algo tan simple como el hecho de que yo pueda poner un maldito voto en mi país no me legitima para imponer mi voluntad a otros países, sean o no democracias liberales. Mucho menos a bombardearlos y masacrarlos en nombre de la democracia y la libertad.
Al menos en algo estoy de acuerdo con Vargas Llosa, quien aseguró que todas las dictaduras son malas. Claro, así, en abstracto. Pero no todas las dictaduras son iguales. No estoy de acuerdo en decir que la dictadura de Pinochet o de Castro fueron la misma cosa. Hay diferencias radicales y no se trata de “la prosperidad”, porque una fue creada y financiada por El imperio del momento; la otra fue acosada, invadida, bloqueada, demonizada, hambreada y saboteada por décadas con bombas, armas biológicas y atentados terroristas de todo tipo―ampliaré en mi próximo libro a publicarse este año, aunque me han dicho que no alcanzaré a verlo.
Las múltiples dictaduras del Sur desde el siglo XIX fueron dictaduras coloniales y bananeras, apoyadas por los imperios del Atlántico Norte. En América Latina, todas fueron hijas de Washington y sus jefes, las transnacionales. Como ya explicamos varias veces, la Revolución cubana no sólo fue una revolución independentista contra la dictadura pro-mafia y pro-Washington de Batista, sino también contra un historial de humillantes intervenciones, apropiaciones y privatizaciones de la isla. Como bien lo advirtió Ernesto Che Guevara, si permitían una democracia abierta iban a ser destruidos como lo fue la democracia de Árbenz en Guatemala, por lo que la solución era prevenir la manipulación de los medios por parte de los “campeones de la libertad”. El fiasco de Bahía Cochinos le dio la razón, invasión y bloqueo que derivó en la asociación con la Unión Soviética.
La misma historia del golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002, del cual participaron empresarios como Corina Machado y fueron apoyados por la prensa nacional e internacional, como el New York Times, razón por la cual Chávez fue contra estos lobbies y conglomerados cleptofascistas que evangelizan todos los días en nombre de la libertad, paradoja similar a los terroristas como los Contra o los del Batallón Atlácatl que eran definidos por Reagan como “freedom fighters”.
Como ya dijimos, las peores dictaduras racistas, genocidas e imperialistas fueron orgullosas democracias. ¿Estoy contra las democracias? Por el contrario, estoy a favor de la democratización de las democracias, en contra de ese discurso y ritual vacío creado por sus medios hegemónicos.
Hace pocos días, un carguero derrumbó el puente sobre la bahía de Baltimore matando a seis personas. A la prensa le tomó varios días decir que todos eran trabajadores que estaban reparando el puente durante la noche. Le costó más tiempo decir que eran de Guatemala, El Salvador, Honduras y México. Nunca mencionó que algunos de ellos eran indocumentados. Pero basta con que un solo indocumentado en algún lugar del país cometa un crimen para aparecer en todos los medios. Luego las masas repiten el evangelio según el capitalismo que criminaliza sus propios Desechos Humanos (los trabajadores), sobre todo los más pobres que ni pueden votar.
Ayer, una amiga venezolana había ido a un gimnasio y escuchó que dos hombres hacían músculos mientras miraban Fox News. Uno dijo:
―Los venezolanos que vienen están todos en la lista del FBI.
Obviamente, si ese fuese el caso, no iban a ser tan tontos de venir aquí. Excepto si, como fue por décadas el caso de la mafia cubana (Bosch, Posada Carriles, Ricardo Morales y cientos más) trabajaron para la CIA.
Otros explican que “los venezolanos vienen huyendo de la dictadura de Maduro”. No dicen que Washington promovió esa inmigración cortando la década de crecimiento económico y reducción de la pobreza de Hugo Chávez con sucesivos bloqueos comerciales, restricción de créditos que hicieron explotar la inflación y se cobraron la vida de decenas de miles durante la pandemia debido a la prohibición de Washington de permitirle a Venezuela el retiro de treinta toneladas de su propio oro de los bancos de Londres.
Similar historia de la ley “Pies secos, pies descalzos” que garantizaba que los cubanos no fuesen a tramitar visas legales al consulado estadounidense en La Habana, sino que arriesgaran sus vidas en el mar emigrando de forma ilegal, porque al llegar a Florida tenían residencia automática y Miami tenía propaganda segura.
“Los socialistas tienen una doble vara”, remató el presidente argentino. “Si los dictadores son de ellos está todo bien”. Al presidente se le cayó su propia doble vara. Podría recordar la máxima de Jesús, aquello de la paja en el ojo ajeno, pero tal vez no la recuerda. Milei no se cansa de mencionar a Moisés (a pesar de que no era un liberal, sino un dictador que distribuyó a dedo tierra ajena, jamás en régimen de propiedad privada), pero no cita a Jesús porque es demasiado comunista para su gusto.
Una nota mínima sobre el discurso «Mi moto alpina derrapante» de Milei en su asunción como presidente de Argentina ayer:
Los recortes de las ayudas sociales y las bajas compulsivas de salarios son recesivas y suelen provocar un efecto dominó, como ya lo probó Macri y tantos otros neoliberales de las colonias. Salarios más bajos solo significan mayores beneficios empresariales a corto plazo, pero no necesariamente se corresponden con más empleos de peor calidad sino, en muchos casos, retiros anticipados o, simplemente, migración a la economía de subsistencia y del mercado negro. Por no seguir con los efectos obvios de una contracción del consumo ―dejo de lado, por un momento, mi crítica a la civilización del consumo como raíz de todos los problemas.
Como fórmula de crecimiento económico, ha fracasado siempre. Que (en el mejor de los casos) en un par de años estas medidas antipopulares y criminales por donde se las mire puedan producir un fuerte crecimiento económico que llamarán «Milagro económico» o algo parecido, será la consecuencia natural de una inevitable recuperación luego de la recesión. Si te caes porque alguien te ha pegado un tiro en una pierna, y no te mueres desangrado, lo más probable es que, tarde o temprano, te levantes. En el mejor de los casos, como ha ocurrido siemrpe en América Latina, todos los mal llamados «milagros económicos» que surgieron del aumento de la pobreza terminaron en una forma u otra de crisis, catástrofes y vuelta a empezar.
En los centros imperiales (que siempre son puestos como ejemplo por cipayos y neocolonialistas) no son tan tontos para hacer eso. Mantienen a la población trabajadora en estado de necesidad, pero no aplican ninguna política de shock estilo Fujimori y tanto otros. De hecho, en Estados Unidos imprimimos o creamos dinero de la nada para que los aburridos consumidores salgan a gastarlo y así reactiven la economía nacional―a costa de sustraer valor de las colonias dolarizadas. Pero como todavía somos el centro financiero e imperial del mundo, a los capitalistas marginales no se les ocurre decir que somos la capital de la irresponsabilidad fiscal, sino, por el contrario, todo un ejemplo de progreso y libertad responsable. Para los títeres políticos de siempre que siempre se venden como novedad, todo «ajuste responsable» significa más sufrimiento para los de abajo y «esperar a la nueva crisis para comprar barato» para los de arriba.
Diferente a Fujimori y a Menem, hay algo que se le debe reconocer a Milei y que revindican sus votantes: como todo loco, es bastante más honesto que los psicópatas. Ha dicho desde siempre lo que haría como presidente y es lo que, aparentemente, intenta hacer, aunque la Teoría (Doctrina) del Garrote Antiinflacionario no es tan clara como puede parecerle a un cavernícola. Pero se ajusta perfectamente a la psicología del cavernícola que todos llevamos dentro, que muchos dejan suelto en un acto de catársis colectiva, y que ya detallamos en “Moscas en la telaraña” …
Claro, los Milenials Mileistas argumentarán que «a largo plazo » todo estará mejor, pero como dijo alguna vez el economista John Maynard Keynes, «a largo plazo estaremos todos muertos».
Uno de los recursos principales de Milei es tomarle examen a los demás sobre los libros que él leyó.
Ante el natural desconocimiento de teorías viejas, oscuras y superadas por la misma academia, su contrincante, frecuentemente un periodista u otro político, se siente obligado a no responder y, paso seguido, es acusado de ignorante a los gritos.
Es la técnica de un mal profesor, sólo que hasta un mal profesor nunca rompe con la regla de oro, que es tomar exámenes a sus alumnos sobre textos y temas previamente asignados y, menos aún, intenta desesperadamente y a los gritos demostrar que es el único listo en un mar de ignorantes.
Esta técnica, que el candidato de la extrema derecha argentina repite con todas sus variaciones en cada oportunidad que tiene, es tan efectiva ante un electorado desprevenido y educado en la violencia psicológica de los nuevos medios, como profundamente deshonesta, hoy y en tiempos de la antigua Grecia.
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