San Augustine, Florida. II

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Ponce de Leon Hall en Flagler College. Un pequeño campus con una mezcla de aqruitectura española (de la Alhambra, más precisamente) con el aire de templo sagrado de algunos edificios de Princeton U.

Flagler College Campus map

San Augustine, Florida. I

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Tomás de Mattos y más recuerdos desordenados

Una entrevista sobre el ultimo libro de Tomás de Mattos.

Tomás es un viejo amigo. Él no recuerda que fue por pocos meses uno de mis profesores de literatura en Tacuarembó, cuando yo era un chico de 13 o 14 años.

En 1996 Horacio Verzi, editor de Graffiti de Montevideo recién vuelto de su exilio, le envió mi primera novela Hacia qué patrias del silencio (Memorias de un desaparecido). Tomás me presentó esa novela en un salón con pocos concurrentes (siempre fui perezoso o apático a la hora de promocionar alguno de mis libros; alguno lo hice más llevado por la ola, como en aquellos salones llenos de gente y cámaras de televisión en España, por La reina de América; los últimos, ni siquiera han tenido presentación, ni  brindis ni alguna de todas esas cosas que los escritores hacen o solían hacer de forma solemne; tal vez algún día reincidiré).

No más de cuarenta personas fueron esa noche pero para mi fue un privilegio compartir ese día con Tomas y con Horacio. No se si en algún lado hay fotos de esos momentos. Tampoco guardo ejemplares de diarios o revistas. Allá por 1999 una amiga de Montevideo me pidió una breve colección de diarios donde habían publicado alguno de mis cuentos, entrevistas y artículos y la empleada los tiró a la basura pensando que eran diarios viejos. Desde entonces aprendí la sabia lección de aquella empleada domestica y no malgasto mi tiempo coleccionando esas cosas. Salvo alguna que otra, solo por ver como se imprimen en tal o cual país (creo que Milenio de Mexico ha sido uno de los más consecuentes (o tercos) conmigo; desde hace siete u ocho años no ha pasado un domingo sin publicarme algo). En mi último viaje a Uruguay, viaje por Copa, escala Panamá. Un lector iba leyendo Panamá América ese domingo, uno de los diarios que me publican. Le pedí a la azafata un ejemplar del PA y me dijo que todos estaban ocupados. Llegamos a Montevideo y nadie devolvió su ejemplar así que ni siquiera he visto el formato impreso de mis propios escritos.

Volví unas pocas veces más a la famosa casona de Tomás, en la calle 25 de Mayo, en Tacuarembó, no recuerdo por qué motivos o con que excusa.

En 1999 compré un apartamento muy pequeño en Montevideo, en el piso 14, el último piso de un edificio de Avenida Libertador y Cerro Largo. Unos meses después alguien me dijo, “¿Así que vivís en el mismo edificio de Tomas de Mattos?”. No tenía la menor idea que Tomás vivía en Montevideo también. Menos en el edificio en el cual pensé que había hecho un excelente negocio unos meses antes que me saliera una beca para hacer una maestría en Arquitectura en Nueva Zelanda. Renunciamos a la maestría, apostamos todo por vivir en Uruguay, y luego vino aquella crisis, la peor crisis de Uruguay en 100 años que nos golpeó tan duro.

A Tomas lo encontré tiempo después, caminando por allí o en el hall de entrada del edificio…

La facultad de Arquitectura de Uruguay

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Notas al pie de unas fotos

Querido amigo,

Estas fotos de diciembre de 2010 son de una visita reciente a la Facultad de Arquitectura del Uruguay

Entré a la facultad de Arquitectura de Uruguay en 1988 porque pensaba que nadie podía vivir de la literatura. Además, en mi infancia y adolescencia había sido un “pintor y matemático” con ciertas facilidades renacentistas. Hice un año paralelo en la Escuela de Bellas Artes pero no gané mucho allí y abandoné. Me pasaba que cada vez que oficializaba una inquietud creativa la mataba. De joven era fanático de Leonardo da Vinci y quería quedarme viviendo en ese mundo de mi taller solitario de Tacuarembó, rodeado de las esculturas de mi madre, de mis pinturas al oleo, de las fórmulas matemáticas del liceo.

Hice una buena primaria y una pésima secundaria. Como en Tacuarembó no había más que Quinto científico, tuve que ir a Montevideo a hacer Sexto de arquitectura.

Mi padre me metió en el Liceo Elbio Fernández, temeroso de que la capital era un hervidero de drogas y desorden. El Elbio tenía fama, era una de las secundarias de la clase alta uruguaya. Todos o casi todos dominaban inglés, menos yo, y con alguna frecuencia se burlaban del hijo del carpintero que venía del campo. “¿Ibas a caballo a tus clases?”, me preguntaban.

Ese año, 1987, en el Elbio, pasé de ser un mal estudiante a ser uno de los pocos de la clase que pudo salvar los exámenes para entrar a la universidad. Hasta la mitad de año tenía todas las materias bajas, perdidas. Me la pasaba leyendo a Sartre, Sábato, Austin, Einstein, Onetti, Mahfouz, Quiroga, Freud, Jung, Cortázar y una entrañable mezcla caótica de autores en los bares de la Ciudad Vieja. En Canelones y Ciudadela había uno donde la cocinera era una gallega llamada Lourdes; trabajaba como una bestia y cocinaba como los dioses, todos platos muy simples y económicos, con esos olores que volví a encontrar años después en Galicia y Asturias.

Algo pasó cuando ingresé a la universidad. En las clases duras, como las de matemática, mis compañeros se quejaban por unanimidad. “Qué enredo, no entiendo nada”, “no agarro ni las del piso”, se decían. Una clase tras la otra, lo mismo. En esa época, no sé ahora, lo normal era perder los exámenes. Yo me decía a mí mismo “no sé qué pasa, pero entiendo todo”. Desde chico recuerdo que tenía “saltos” y “caídas”. Un día, de repente, me sorprendía entendiendo todo con extrema facilidad lo que por mucho tiempo me pareció difícil.

La facultad me resultó muy fácil, aunque reconozco que tampoco hice grandes méritos para lucirme en los proyectos o para sacar buenas notas.

La vez que pasé peor, creo, fue cuando me gasté un dinero en dos libros de más y pasé cinco días sin comer. Como no comía tampoco dormía y como no comía ni dormía me olvidaba de afeitarme. Cuando llegaba a las clases, uno de mis mejores amigos, Maxi Meilán, me decía: “Che, Mafú, parecés un mendigo. Así, zaparrastroso, nunca vas a vender las rifas para el viaje”.

Y tenía razón. Debía vender diez números por día y no conseguía vender ni uno. Un día empezó a llover y me metí en el hall de un edificio. El portero me echó de allí, así que salí a caminar en la lluvia, resignado. Mientras me empapaba me decía, “no importa; en París me reiré de este mal día”.

Con el paso de los días aprendí algunas estrategias para vender números de lotería. Siempre fui pésimo haciendo negocios, pero aprendí rápido y logré vender en los comercios de Montevideo hasta quince números por día. Más de un año después, cuando subimos a la torre Eiffel con un grupo de compañeros de la facultad, comenzó a llover y bajamos corriendo. Una muy buena compañera de viaje me decía enojada, mientras nos empapábamos, “¿se puede saber qué tiene de gracioso? Nos estamos empapando y vos te reís como un demente”.

Más de la mitad del tiempo de aquellos años de facultad lo dedicaba a leer y a escribir cosas que no tenían nada que ver con la carrera. Mi padre, siempre discreto, no preguntaba mucho. “M’hijito, usted sabe lo que hace”, me decía cuando volvía a mi casa de Tacuarembó sin muchas noticias de progreso en mis estudios.

Liquidé todas las materias en 1992, menos dos. Dejé el apartamento que alquilaba a medias con una familia y me fui a la casa de mi padre, en Tacuarembó, desde donde seguí preparando el Proyecto final (la tesis) y el Practicantado. Todo 1995 fue el año del viaje, el año en que le dimos la vuelta al mundo. Éramos jóvenes, compartíamos los sueños de un grupo de románticos que se habían lanzado al mundo, casi sin compromisos de ningún tipo.

Practicantado se hizo absurdamente larga porque los profesores conseguían trabajo en otras partes y renunciaban (así vi la triste cárcel de Punta Carretas transformarse en un alegre mall, entre otros travestismos sociales y urbanos). Primero pensaba graduarme en 1994, luego a principios de 1995. Pero tuve que irme al viaje, al famoso “Viaje de arquitectura, G-88”. Me quedó la tercer y última prueba de Practicantado pendiente para mi regreso, a principios de 1996.

Cuando me recibí no se lo dije a nadie. No fue por desdén; estaba absorto con mi primera novela que mal reescribí más de diez o quince veces en una maquina antigua a la que tenía que colgar una botella con agua del lado izquierdo del carril porque no tenía dinero para comprar el resorte que movía el carril de una letra hacia la otra.

Salvé la última prueba en una obra del puerto de Montevideo y me fui a la casa de mi abuelo en Colonia. El viejo había perdido a la abuela pocos años antes y yo lo visitaba casi todos los meses. El mayor regalo que me daba cada vez eran sus historias viejas. Todavía conservo algunas grabaciones en cassetts de cinta que sobrevivieron a decenas de mudanzas.  Todavía conservo algo de esa fortuna, aparte de un océano insondable de recuerdos por donde buceo de vez en cuando para descubrir algún nuevo secreto.

Por entonces, yo tenía unas pocas obras en construcción pero tenía aún menos gastos. Vivía como un Gandhi, con poco y muchos libros.

Con todo, me recibí muy temprano. Por entonces el promedio eran 13 años. Cuando le digo a mis estudiantes en Estados Unidos que algunas carreras universitarias en Uruguay llevaban más de diez años, que había exámenes de matemática o de estabilidad que duraban nueve horas, que teníamos clases los sábados y a veces exámenes los domingos (sobre todo los de sociología y economía), les cuesta creerlo. En realidad algo andaba mal. Demasiado de todo para un mercado laboral que no necesitaba ni el 20 por ciento de todo aquel esfuerzo. Para conseguir un trabajo en aquella época se necesitaban “otras habilidades”.

Pero en fin, sin duda las universidades en las que he estado me han dejado siempre buenos recuerdos. Siempre agradecido.

Jorge Majfud

Con Eduardo Galeano

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En 2009 Eduardo Galeano vino a Estados Unidos a presentar su libro Espejos. Me invitó a cenar un día y yo lo llevé por los peores lugares de Filadelfia, como si conociera el área (el GPS no me dio buenas ideas gastronómicas). Finalmente terminamos en un restaurante de comida tejano-mexicana que tenía los ventiladores al mango por un anhelo exótico. Pedimos el menú y antes de que volviese la moza desaparecimos. Estuvimos más de cinco horas hablando sin parar, primero en un bar y luego en un pequeño restaurante de Filadelfia. Eduardo habló cuatro horas y yo casi el resto del tiempo. ¿Qué más se puede hacer con alguien que te confiesa detalles inéditos de Salvador Allende, Ernesto Guevara, Carlos Quijano, Juan Carlos Onetti y tantos personajes del siglo XX, como él mismo?

Una chica que pasaba por allí nos sacó estas dos fotos tan malas. ¿Por qué la gente se siente en la obligación de agacharse cada vez que quieren sacar una gran foto? De cualquier forma, gracias.

Cornel West

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En Lincoln University. El estilo opuesto a Noam Chomsky. La misma trinchera. Su energía f’isica e intelectual contagia.

Oferta curiosa: «el primer mes gratis»

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Cementerio en New Jersey:

«El primer mes GRATIS. Consulte detalles con el encargado»

No resistí dar vuelta para sacar estas fotos. Todavía me pregunto si alguien puso ese cartel en el lugar incorrecto (ofrecer el primer mes gratis es costumbre en el alquiler de casas) o si se trata de un cementerio privado vendiendo un pedazo de la eternidad.

New Jersey, Delaware.

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Pequeñas rutinas

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Delaware, Maryland 2008, 2009.

El otoño boreal

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2008

El museo de la casacada

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Washington, 2009. Uno de los mejores museos del hemisferio. Esa cascada de agua resiste el paso de los años; sólo lo advierte la nostalgia.

New Jersey

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2010

Pennsylvania II

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Invierno 2009

Pennsylvania

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Estas fotos las tomé desde la ventana de mi oficina. Sólo esto fue una razón suficiente para irme de Lincoln University, Pennsylvania, después de dos años. La luz de la nieve era excelente para leer. Pero tanta nieve se parecía demasiado a la soledad. Demasiado para el alma de un gaucho que sólo podía tolerar y admirar la soledad de la Pampa.

Princeton University (Noam Chomsky)

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Siempre amable, Chomsky. Hasta no hace mucho, me enviaba textos originales, sin publicar. Tengo decenas de páginas suyas que tal vez nunca pueda publicar.

NY, NY II

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Princeton

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Princeton, lo mejor de New Jersey.

NY, NY

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No sé como algunos soportan vivir en una ciudad tan interesante.

Para seguir caminando

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por Jacksonville, un domingo sin caminantes. 2010.

Mate, yerba Canarias y el New York Times

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S’abado con mate, yerba Canarias y el New York Times en Jacksonville Beach.