El pasado 26 de noviembre de 2025, el presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, se expuso nuevamente a responder preguntas. Esta vez en un formato dialogado, relajado y con tiempo para la reflexión. El programa, “Desayunos Búsqueda” comenzó a las 9:30 de la mañana, por lo que no se puede alegar cansancio. Casi al final, se produjo el siguiente diálogo:
Presidente: “La seguridad es un tema del que hay que hablar… Y yo creo que el ejemplo es Bukele. Es El Salvador… El ejemplo de un proceso”.
Periodista: “¿Lo estás poniendo como ejemplo positivo o negativo…?
Presidente: “Ejemplo para analizar. Estuve con alguien, mano derecha de Bukele, el otro día en La Paz, Bolivia… Son procesos raros ¿no? que tienen esos países… Países que han sufrido guerras… Les pregunté cuántos muertos en la guerra… 80 mil muertos, y no me acuerdo cuantos tantos desaparecidos… Otro tanto en Guatemala. Procesos terribles…”
¿Guerras? Bueno, dejemos ese capítulo de lado. Quienes lo criticamos fuimos acusados de tergiversar sus palabras. “El presidente sólo habló de un ejemplo para el análisis”…
La primera expresión no tiene nada de ambigua. Bukele y El Salvador son “el ejemplo” para discutir la seguridad. ¿Necesitamos un teólogo para interpretar esto? Si hubiese dicho “en materia de seguridad, Cuba es el ejemplo” no habría quedado duda. ¿Por qué no decirlo? Cuba ha tenido una tasa de criminalidad históricamente muy baja. O Chile, cuya tasa de homicidios es la mitad de la de Uruguay. ¿Por qué El Salvador? Más que El Salvador, ¿por qué “el ejemplo es Bukele”, a pesar de que la dramática reducción de los homicidios se produjo en el gobierno de Sánchez Cerén y sin recurrir a los campos de concentración ―su pecado fue desafiar a las corporaciones. Pero, no sin ironía, Bukele ofrece otro ejemplo de la palestinización del mundo que estamos viendo, incluso en Estados Unidos: brutalidad sin ley, cárceles coloniales y datos a la medida del consumidor, como reportar asesinatos como suicidios o accidentes.
Cuando el periodista intenta confirmar, Orsi se sale de la rotonda, una vez más, con una anécdota banal. Como decían los GPS veinte años atrás, cuando uno erraba una salida: recalculating… Al día siguiente, el presidente debió llamar a una radio para aclarar sus oscuridades habituales. La misma ambigüedad gesticular aplicada a “lo tremendo” de la “guerra en Gaza”.
Peor fueron las justificaciones de muchos de sus votantes, las que expresan una desesperada necesidad de confundir deseo con realidad. Algunos de ellos se enojaron con nuestra crítica, diciendo de que hay una “izquierda insaciable” y que “todo debe ser hecho como ellos quien”. No han entendido nada.
Primero: está claro que no hay humanos perfectos y, mucho menos, un político, alguien que cada día debe embarrarse con las contradicciones de la realidad.
Segundo: no por esto, aquellos que no tienen poder político o económico, deben ser condescendientes con quienes fueron elegidos para cargos públicos. Si no resisten las críticas sin azúcar, que renuncien. El resto no les debemos nada. Son ellos quienes se deben a sus votantes y demás ciudadanos. Es algo que ya lo dejó claro el gran José Artigas, hace dos siglos y que, aparte de la adulación vana, pocas veces se lo practicó.
Tercero: lo de Orsi ya no son fallas circunstanciales de cualquier administrador, de cualquier líder que debe negociar ante una pluralidad de intereses. Es (1) una consistencia en su debilidad de análisis y, peor que eso, (2) una consistencia en su alineamiento con los intereses económicos e ideológicos de la misma minoría dominante, no solo a nivel nacional sino imperial, que es la que dicta el bien y el mal en las colonias, inoculando la moral del cipayo, de lo que Malcolm X llamaba “el negro de la casa”.
Orsi es una versión desmejorada de José Mujica. A pesar de su “como te digo una cosa te digo otra”, Mujica no sólo tenía una cultura y una lucidez que hoy es rara avis, sino que, además, era un viejo zorro de la creación de su propio personaje. Vivía como quería y no tenía ni hijos ni nietos por quienes angustiarse en un despiadado mundo capitalista. Le faltó algo propio de un líder, que es la capacidad de dejar seguidores a su altura.
Lo peor que le puede pasar a una democracia es dejar a la política en manos de los políticos. A los líderes hay que apoyarlos, pero no seguirlos como al flautista de Hamelin. Menos cuando solo se es un presidente, no un líder. Lo primero puede ser un accidente; lo segundo es otra cosa.
Otra contra crítica (válida, como toda crítica) nos acusó: “Sigan criticando, que le están haciendo el juego a la derecha”. Otra: “¿Qué están buscando, que tengamos un Milei en Uruguay?”.
Una de las condenas de nuestras pseudodemocracias (plutocracias neofeudales) es que siempre estamos eligiendo el mal menor. Un ejemplo claro es Estados Unidos. En América latina cada vez se reducen más las opciones reales debido a esta lógica. Así, los ciudadanos pasan de “Detesto a este candidato, pero el otro es mucho peor” a mimetizarse con el personaje y con sus ideas (que son las ideas del “mucho peor” pero azuladas) sin exigirles nada.
El resultado no es que nos estanquemos en un statu quo, sino que la resignación y el apoyo acrítico al “menos malo” poco a poco va entrenando el pensamiento y la sensibilidad de aquellos que entendían que era necesario un posicionamiento por la expansión de los derechos de las mayorías, hacia un apoyo a sus propios verdugos, a la poderosa minoría de los de arriba. Así es como trabajadores precarizados y hambreados terminan apoyando con fanatismo a presidentes como Javier Milei, quienes los han convencido de que hay que huir hacia la extrema derecha y defender a los amos para evitar que los antiesclavistas, condenados por Dios y las buenas costumbres, terminen por destruir la libertad y la “civilización judeocristiana”.
A principios del siglo XX, Uruguay era uno de los ejemplos para muchos países latinoamericanos, desde la salud y la educación universal, la audacia de sus leyes progresistas (voto femenino, divorcio) y la distribución razonable para el brutal estándar de desigualdad en el continente colonizado por las corporaciones imperiales. Su condición de país sin grandes riquezas naturales, apetecidas por los imperios, y su ubicación lejana a estos centros de depredación y depravación, lo mantuvieron con relativa independencia para dedicarse a sus propios problemas. Este proceso fue interrumpido con la Guerra fría en los 50s, la dictadura militar supervisada por la CIA en los 70s y la consecuente imposición del neoliberalismo de la Escuela de Chicago. En las últimas décadas, se recuperó algo de aquella tradición progresista con políticas como la universalización de las laptops para niños, pero luego comenzó un remedo vacío, autocomplaciente, un tic sin épica.
Luego de medio siglo de existencia, el Frente Amplio también se está sumergiendo en una silenciosa crisis. El parteaguas fue Gaza. No comenzó con una razón ideológica, sino moral, pero este terremoto obligó a cientos de millones a estudiar historia, lo que dejó al descubierto otras razones imperiales. Este terremoto tiene un mismo epicentro en los sistemas de poder representados por las ideologías de derecha, desde el sionismo, el fascismo, el evangelismo misionero de corbata y pobres temblando en el piso de los templos, no por misterio divino promovido por la CIA décadas atrás.
Todo de forma simultánea al neoliberalismo que ahora agoniza en un postcapitalismo violento, desesperado y sin ideas.
Le Mémorial de l’Amérique latine, fondation culturelle de São Paulo dédiée à la valorisation de la diversité et à l’intégration des peuples latino-américains, m’a invité à répondre dans une courte vidéo à la question « Que signifie être latino ? » Peu de choses sont plus stimulantes que les questions, et peu de questions sont plus difficiles à répondre que les plus simples.
Je commencerai par la conclusion : il faut remplacer le concept d’identité par celui de conscience. Aucun de ces deux mots n’a ni n’aura de résolution épistémologique définitive, mais ils ont une signification sociale et historique (et surtout politique) assez claire.
Cette conscience n’est pas une réalité métaphysique, abstraite et universelle, mais spécifique, concrète et multiple. Je fais référence à la conscience de la situation, de l’appartenance et de l’être, comme la conscience de classe, la conscience de genre, la conscience d’être une colonie, la conscience d’être un travailleur salarié, la conscience d’être latino, la conscience de s’identifier à une étiquette imposée par le pouvoir…
Pendant des décennies, la recherche et la confirmation d’une identité ont été la lampe d’Aladin qui allait ouvrir la voie à la libération de chaque groupe social et de chaque individu en particulier. Mais l’identité, comme le patriotisme, sont des émotions collectives et, par conséquent, idéales pour la manipulation de n’importe quel pouvoir. D’autant plus lorsqu’il s’agit d’une dynamique de fragmentation. Pour ses ennemis et ses promoteurs, un projet de distraction.
Les pouvoirs dominants manipulent mieux les émotions que les idées. Lorsque ces idées se libèrent du bruit des passions et se reflètent dans leurs propres miroirs, et non dans les miroirs du pouvoir qu’elles n’ont pas, elles commencent à se rapprocher d’une conscience concrète.
La récente obsession pour l’identité ethnique (et, par extension, pour les différents groupes marginalisés ou subalternes au pouvoir) a été précédée il y a plus d’un siècle par l’obsession pour l’identité nationale. En Amérique latine, elle était le produit du romantisme européen. Ses intellectuels ont créé sur le papier (des constitutions au journalisme et à la littérature) les nations latino-américaines. Comme la diversité des républiques semblait chaotique et arbitraire, avec des pays créés à partir de rien par des divisions et non par des unions, une idée unificatrice était nécessaire. Les religions et les concepts raciaux n’étaient pas assez forts pour expliquer pourquoi une région devenait indépendante d’une autre, de sorte que la culture a dû créer artificiellement ces êtres uniformes. Même plus tard, lorsque l’Empire espagnol a mis fin à son long déclin en 1898 avec la perte de ses dernières colonies tropicales au profit des États-Unis, le pays (ou plutôt son intelligentsia) s’est plongé dans l’introspection. Les discours et les publications sur l’identité de la nation, sur ce que signifiait être espagnol, ont détourné l’attention de la douleur causée par la blessure ouverte. Une situation similaire à celle que connaît l’Europe aujourd’hui, mais sans intellectuels capables de traiter et de créer quelque chose de nouveau.
Au-delà de la recherche désespérée ou de la confirmation d’une identité (comme un croyant se rend chaque semaine à son temple pour confirmer quelque chose qui, supposément, n’est pas en danger de se perdre), les identités sont souvent l’imposition d’un pouvoir extérieur et, parfois, la revendication de ceux qui y résistent. L’Afrique ne s’appelait pas Afrique jusqu’à ce que les Romains lui donnent ce nom et mettent dans cette petite boîte un univers de nations, de cultures, de langues et de philosophies différentes. Il en va de même pour l’Asie : aujourd’hui, les Chinois, les Indiens et les Arabes, séparés par des océans, des déserts et les plus hautes montagnes du monde, sont définis comme asiatiques, tandis que les Russes blancs de l’Est sont européens et les Russes moins caucasiens du centre sont asiatiques, sans qu’un grand accident géographique ne les sépare, et encore moins une culture radicalement différente. Pour les Hittites, Assuwa était l’ouest de la Turquie actuelle, mais pour les Grecs, c’était l’univers humain diversifié et inconnu à l’est de l’Europe. Il en va de même pour l’Amérique, comme tout le monde le sait.
En général, l’identité est le reflet du regard des autres et, lorsqu’il est déterminant, ce regard provient du pouvoir. Plus récemment, la signification des termes « hispanique » et « latino » aux États-Unis (et, par extension, dans le reste du monde) est une invention de Washington, non seulement comme moyen de classer bureaucratiquement cette diversité, mais aussi comme réaction instinctive de sa propre culture fondatrice : classer les couleurs humaines, diviser au nom de l’unité, rendre visibles des fictions pour masquer la réalité. Une tradition avec une fonctionnalité politique claire, depuis des siècles.
La politique des identités a connu un succès relatif pour deux raisons opposées : elle exprimait les frustrations de ceux qui se sentaient marginalisés et attaqués ― et qui, en fait, l’étaient ― et, d’autre part, c’était une stratégie ancienne que les gouverneurs et les esclavagistes blancs des Treize Colonies pratiquaient consciemment : promouvoir les divisions et les frictions entre les groupes sociaux sans pouvoir par le biais de la haine mutuelle.
Bien qu’il s’agisse d’une création culturelle, d’une création de la fiction collective, l’identité est une réalité, tout comme le patriotisme ou la passion fanatique pour une religion ou une équipe de football. Une réalité stratégiquement surestimée.
Pour les raisons susmentionnées, il serait préférable de revenir à parler de consciences, comme nous le faisions il y a quelques décennies, avant que la superficialité ne nous colonise. Conscience d’immigrant, conscience de persécuté, conscience de stéréotypé, conscience de racialisé, conscience de sexualisé, conscience de colonisé, conscience de classe, conscience d’esclave, conscience d’ignorant ― même si cette dernière semble être un oxymore, j’ai connu dans ma jeunesse des personnes humbles et sages, qui avaient atteint cette conscience et agissaient et parlaient avec une prudence que l’on ne voit pas aujourd’hui chez ceux qui vivent dans la fête au sommet du graphique de Dunning-Kruger.
La conscience d’une situation particulière n’est ni source de division ni sectaire, de la même manière que la diversité ne s’oppose pas à l’égalité, mais au contraire. C’est l’or et la poudre d’une société en route vers toute forme de libération. L’identité, en revanche, est beaucoup plus facile à manipuler. Il vaut mieux œuvrer à clarifier et à élever la conscience collective et individuelle, plutôt que de simplement adopter une identité, comme un sentiment tribal, sectaire, au-dessus de toute conscience collective, humaine. Bien sûr, parvenir à une prise de conscience nécessite un travail moral et intellectuel, parfois complexe, et va à l’encontre de ce que la psychologie appelle « l’intolérance à l’ambiguïté » ― en 1957, Leon Festinger l’a appelé « dissonance cognitive ».
À l’inverse, pour adopter une identité, il suffit de se reposer sur des couleurs, des drapeaux, des tatouages, des symboles, des serments et des traditions adaptées au consommateur, superflues ou inventées par quelqu’un d’autre qui finira par tirer profit de toute cette division et de cette frustration étrangère.
L’identité est une réalité symbolique, stratégiquement surestimée. Comme le patriotisme, comme un dogme religieux ou idéologique, une fois fossilisée, elle est beaucoup plus susceptible d’être manipulée par autrui. Elle devient alors un sac de force ― conservateur, car il empêche ou limite la créativité issue d’une conscience critique et libre.
Travailler et prendre conscience de cette manipulation exige un effort supplémentaire. Cela nécessite de contrôler les instincts les plus primitifs et destructeurs, tels que l’ego débridé ou la haine d’un esclave pour ses frères et l’admiration pour ses maîtres ― la morale fiévreuse du colonisé.
No quisiera hacer una reseña del libro de poemas de Susana Lavega Belloni, Desde la pradera, porque he abandonado esa práctica hace muchos años y las urgencias del presente me inhabilitan para alguna prolijidad propia de un verdadero crítico; profesión, lamentablemente, extinguida por la inflación descontrolada de las opiniones arbitrarias y del éxito del escándalo sobre el análisis revelador. Me limitaré a unas pocas observaciones, sin gran valor, de un lector agradecido.
Creo que la poesía de Lavega no pude dejar indiferente a ningún lector que no haya sido embrutecido por la cultura del vacío. Tiene la rebeldía temática y la osadía estilística de los poetas del siglo XX, con algo del último Rubén Darío, del penúltimo Pablo Neruda, del malogrado Roque Dalton, del duro y amable torrente de Mario Benedetti. Tiene eso que alguna vez llamamos “La estética de la ética” algo que la frivolidad y la indiferencia social de este siglo va olvidando, pero que un día renacerá, como una Bella Ciao en cada invierno de la historia.(1)
Creo que parte de su belleza y valor radica en la tensión entre individuo y sociedad. No es que el arte solipsista haya alguna vez logrado separar al artista de su sociedad, de su clase social; logró convencer y convencerse de que no le importaba, y que era posible algo tan imposible como un individuo sin sociedad.
Lavega Belloni acumula varios méritos. Por ejemplo, creo que es muy difícil convertir la obscenidad y hasta la blasfemia en arte (es decir, no en mero insulto sino en provocación sensible, reflexiva y sin pedir permiso). La poeta lo ha logrado sin arrepentimientos. Sus poemas no le tienen miedo a la contingencia ni a la brevedad del presente, porque, a diferencia de los falsos universalistas de papel (aquellos poetas que adornan viejas estatuas con nuevos laureles), saben que las particularidades del presente, con todos sus nombres y todos sus crímenes, son condiciones y maldiciones que acompañan a la especie humana desde tiempos que no podemos fechar.
Su poesía es un Guernica en medio de una brutalidad miles de veces peor que la brutalidad que memorizó Picasso para la historia. Nos toca a nosotros ser espectadores impotentes de ese genocidio, multiplicado por mil. De esa indiferencia, multiplicada por diez mil. De esa complicidad, multiplicada por millones. Nos toca presenciar, con vana indignación, el derrumbe de civilización, sin la reacción de las brigadas antifascistas de entonces.
Los poemas de Susana interpelan. No obligan: exigen sentir el mundo desde los desechos de la historia, pero, también, desde la sonrisa de una niña o de una mujer que juega a ser un ser humano entre los escombros. Por momentos acusa y, por momentos, como en su poema “Cuatro de la madrugada”, revive la magia de estar vivo más allá de la indiferencia, en un mundo que intenta no serlo y no puede―en fin, de un prostíbulo barato, para no dar más vueltas.
Lavega es una de esas poetas ideales para desatar dos aficiones muy uruguayas que son como la vida y la muerte: por un lado, la profundidad de una intelectualdiad exigente, y, por el otro, la calculada indiferencia, la aficción al ninguneo contra aquellos demasiado diferentes.
Jorge Majfud, agosto 2025.
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(1) Para un análisis más detallado sobre Dalton y «La estética de la ética», ver nuestro estudio introductorio a Los testimonios, de Roque Dalton, publicado por Baile del Sol, España, 2007)
Desde EEUU, nos comunicamos con el profesor y analista Jorge Majfud, para hablar y reflexionar sobre la situación en medio oriente y “la brutalidad de este genocidio”.
Majfud señaló este genocidio tiene una diferencias con anteriores, muy remarcable que “nos interpela a todos y nos debería dar vergüenza. Primero la altísima documentación de todo tipo posible, desde testimonios a imágenes, estamos sobreinformados y por otro lado la total incapacidad de la mayoría del mundo que esta profundamente indignado, como seres humanos sin compromiso con el poder, con el dinero, ni compromisos políticos, seres humanos de verdad que están totalmente indignados y al mismo tiempos son materialmente incapaces de hacer mucho o prácticamente nada para evitarlo”.
La tercer diferencia, agregó el analista “es que esos que cometieron genocidios como el de Ruanda no han tenido la capacidad de sabotaje, acoso, listas negras, manipular la opinión o comprar políticos como hacen en EEUU o de presionar políticos o acosar políticos de cuarta categoría internacional como son los nuestros en Uruguay, que por lo menos podrían tener la primera categoría moral de decir no podemos hacer mucho pero somos seres humanos dignos”.
Quienes hoy callan por miedo o por conveniencia, mañana repetirán que siempre estuvieron contra el genocidio. Justo cuando decirlo no sirva para nada, excepto, otra vez, para sus intereses personales.
Señor presidente de Uruguay, Yamandú Orsi Martínez,
Señora vicepresidenta Ana Carolina Cosse,
Señor canciller Mario Israel Lubetkin,
Señora ministra de Defensa Sandra Lazo,
Señoras y señores de La Embajada de Dios:
Quiero pensar que los Derechos Humanos, cuando no son una excusa para invadir algún país o para ejercer el poder hegemónico de algún imperio, no tienen ideología partidaria. No obstante, y en base a la dramática historia en Uruguay y en América Latina, creo que es oportuno dirigirme a algunos de ustedes como hombres y mujeres de izquierda que, en su mayoría, solía significar un compromiso, no sólo con las ideas sino con los valores humanistas, aquellos valores que la derecha neoliberal de ayer negaba con disimulo y que hoy su hijo no reconocido, el fascismo, desprecia con orgullo: los valores de igualdad, de justicia social, de solidaridad, de tolerancia a las ideas diferentes y de intolerancia a la moral racista, sexista, clasista e imperialista de los esclavistas de turno.
En Uruguay, en particular los hombres y mujeres de izquierda que resistieron la dictadura hicieron de los Derechos Humanos una bandera innegociable, al punto de ser acusados y despreciados por esto mismo.
Ahora, ¿cuál es la diferencia entre apoyar la dictadura militar en Uruguay y apoyar el genocidio en Palestina? Ambas fueron y son brutalidades imperialistas, pero la segunda es mil veces mayor en muertos, masacrados, amputados, traumatizados, torturados, hambreaos y desaparecidos. La segunda, aparte de ideológica, es profundamente racista y varias veces más antigua.
Canciller Lubetkin: para desestimar una resolución del Frente Amplio, referida al genocidio en Gaza, usted ha resumido el pensamiento y los valores de este nuevo gobierno de izquierda travestida, que cada día abandona más sus ideales en nombre de un pragmatismo que, como siempre, sirve a los ideales de los poderosos: “Una cosa es la fuerza política, otra cosa es el gobierno; nosotros estamos gestionando el gobierno”.
¿No le dio un poquito de vergüenza tanta arrogancia para alguien que ni es del FA ni fue electo por el pueblo? A mí me recordó a Nixon cuando decidió remover a Allende porque los chilenos habían votado “de forma irresponsable”. La misma arrogancia y desprecio que explica el resto de la tragedia de los palestinos y de muchos otros pueblos sin poderosas agencias secretas.
Interrogada sobre la decisión de Uruguay (de su gobierno) de comprar armamento de Israel, la ministra Sandra Lazo respondió, con obviedad: “Le vamos a comprar (armamento) a los que generen mejores precios y calidad. Uruguay no tienen enemigos”. Palabras y filosofía de la neutralidad ante la barbarie, escondidas detrás del pragmatismo pro-business que era la regla en los años 30 para justificar los negocios con Hitler y, más recientemente, con los regímenes fascistas de Pinochet, de Videla y de decenas de otros dictadores mercenarios del viejo genocida imperialismo global. Lo cual, en el caso de una integrante del ex grupo guerrillero y marxista del MPP como usted, no deja de ser una paradoja múltiple.
Hasta ayer nos quedaba una esperanza, pero la vicepresidente Cosse, reconocida por una claridad intelectual que no abunda en los gobiernos de turno, la terminó por rematar, cuando se negó a condenar el genocidio en Gaza, tomando silencios, titubeos y adjetivos del presidente Orsi, reciclando “tremendo” en “tragedia” para no decir nada, para no hacer nada, para no señalar a nada ni a nadie: “creo en la autodeterminación de los pueblos… el pueblo israelí deberá encontrar su camino, como todos los pueblos del mundo, y yo eso lo voy a respetar a rajatabla”.
¿Y el derecho a la autodeterminación del colonizado, de la víctima de apartheid, de las decenas de miles de niños masacrados, de las ejecuciones por diversión, de la hambruna diseñada sin disimulo y cada vez con menos excusas?
¿De verdad esta izquierda se siente mejor del lado del supremacismo y de los bombardeos imperialistas?
¿Por qué siempre les tiembla la conciencia cuando se les pregunta algo sobre Israel y respiran aliviados cuando los periodistas vuelven a sus áreas de seguridad, como la pobreza infantil y la corrupción ajena?
¿Qué diferencia a esta “izquierda” latinoamericana de los amables progresistas pro-genocidio y pro-imperialistas de los Barack Obama y de las Kamala Harris?
Cuando trabajaba en Mozambique en compañía de algunos europeos, o de viaje por Alemania, siempre me llamaba la atención que nunca nadie había tenido un padre o un abuelo nazi. En el caso de la dictadura uruguaya, fuimos duros en nuestras críticas contra los colaboracionistas e implacables con quienes participaron en torturas y desapariciones. No así con aquellos que debieron guardar silencio porque sus vidas y la de sus hijos dependía de ello.
No es el caso hoy. Quienes hoy callan por miedo o por conveniencia, mañana repetirán que siempre estuvieron contra el genocidio. Justo cuando decirlo no sirva para nada, excepto, otra vez, para sus intereses personales.
La debilidad moral en este caso es infinitamente peor. Al menos que los políticos, los empresarios y los empleados negacionistas entiendan que sus puestos o sus beneficios dependen de su silencio cómplice. Al menos que sea simple cobardía autoinfligida. Alguna razón habrá que no sean sólo excusas clásicas de genocidas nazis como “ellos son ratas y debemos exterminarlos” y “tenemos derecho a defendernos”. O de pro genocidas más recientes, repitiendo con desfachatez moral en la televisión abierta de Uruguay que “en Gaza no hay inocentes”, o que “Dios nos dio derechos especiales hace tres mil años” y toda esa dialéctica criminal que los pobres de espíritu que no pertenecen al club veneran en los templos, temerosos de un infierno que no existe, según el mismo creador del Universo.
Los uruguayos, los charrúas europeos como Tabaré (el Guillermo Tell de la Suiza de América), que con alguna razón nos enorgullecemos de la civilidad democrática de sus habitantes, también le hemos dado a América latina, y desde la izquierda, mandaderos como el Secretario de la OEA, Luis Almagro. Ahora confirmamos esa nueva tradición de lo que Malcolm X llamaba “el negro de la casa”, es decir, el esclavo, celoso guardián de sus amos.
Señores electos y no electos (pero elegidos) del gobierno:
Aunque este gobierno logre ser el más exitoso de la Historia, ni todo el cloro del mundo podrá quitarle la vergonzosa mancha de su posición cómplice ante el genocidio en Palestina.
Les quedará estampado
en la indeleble memoria
de todos los anales
de la historia.
Claro, todos podemos equivocarnos mil veces con ideas complejas, pero no es necesario ser un genio para tener principios morales claros. La neutralidad es el principal rasgo de los cobardes. Una cobardía doble cuando se la quiere justificar con tartamudeos dialécticos.
Llámense un minuto a silencio y reflexionen sobre qué dirían los mejores uruguayos que dio la historia, desde José Artigas hasta Eduardo Galeano, por mencionar solo dos. La lista de los peores, hoy en los basurales de la historia, es más larga, pero no recomiendo tomarla como referencia y mucho menos continuar ampliándola.
Cómo nos juzgará la historia es demasiado obvio, pero irrelevante en este momento. Quienes todavía creen que Dios creó el Universo y la Humanidad y luego se dedicó a instigar a un pueblo a exterminar a otros discreparán, pero con fanáticos no hay razonamiento posible.
Lo que importa ahora es actuar en base a los principios morales más básicos, despreciando el miedo a las listas negras y a los menos negocios. Si algo es solo conveniente a nuestros intereses personales y sectarios, seguramente no es moral.
¿Podemos, los humanos de aquí abajo, esperar una reacción de su parte, aunque sea too little, too late?
“Uruguay aims to ‘bring some young Palestinians from the West Bank’ to train them in agriculture through a FAO program, said Lubetkin” (Channel 12, Uruguay, June 6, 2025)
On Monday, May 12, 1919, the British Minister of War, future Prime Minister and hero of World War II, Winston Churchill, referring to his own practice of gassing Arab protesters and rebels, wrote:
“I do not understand this squeamishness about the use of gas. We have definitely adopted the position at the Peace Conference of arguing in favour of the retention of gas as a permanent method of warfare (…) I am strongly in favour of using poisoned gas against uncivilised tribes. The moral effect should be so good that the loss of life should be reduced to a minimum. It is not necessary to use only the most deadly gasses: gasses can be used which cause great inconvenience and would spread a lively terror…”
Of the Hindus, he said they were animals who worshipped elephants. Consistent with this, he was directly and knowingly responsible for the famine that killed millions in Bengal in 1943, shortly before he signed an alliance agreement with Stalin in Iran to fight against Nazism.
These words from the British hero and defender of freedom and human rights, these supremacist ideas and actions were not new at the time and did not provoke any scandal. Supremacist and messianic racism, like the Manifest Destiny of O’Sullivan and The White Man’s Burden of Kipling, which in the 19th century justified and promoted the slaughter of “uncivilized peoples” and “inferior races,” were the precursors to Hitler and Nazism. Hitler plagiarized entire paragraphs from Madison Grant for Mein Kampf and thanked him for the inspiration. The popularity of Nazism in countries like England and the United States was deep and widespread, especially among wealthy businessmen and powerful politicians, until they began to lose World War II, and suddenly the Nazi criminals were just a handful of lunatics, not a complicit and cowardly mass of beautiful and superior civilized people with sudden amnesia.
A hundred years later, the history of suppressing the uncivilized, inferior races, and peoples cursed by God is a thousand times worse, and, as then, it seems like it’s not such a big deal. But the real-time information available is also a thousand times greater, so the responsibility and shame (or shamelessness) are multiplied a thousandfold.
Currently, Uruguay is one of those examples that do not quite reach the level of tragedy solely due to its military and propagandistic inability to do so much harm. Not because we are a superior people, as our government so kindly insists on making clear with its own example. Which does not exempt us from the shame of the cowardice of denial or moral wavering in the face of the most tragic events of contemporary history. Cowardice and denial from which those thousands of Uruguayans who do not tremble before the fascists of the moment are exempt, those who terrorize with total impunity from right to left—in that order.
After Uruguayan President Yamandú Orsi refused his party’s (the left-wing coalition Frente Amplio) request to define the massacres in Gaza as genocide, he defended himself by saying that his focus is on actions, not words, and that he prefers not to talk about “the war” and instead offer “concrete solutions,” such as sending powdered milk and rice to Gaza… The Israeli embassy in Uruguay labeled the Frente Amplio’s criticism of the genocide in Gaza as “expressions of disguised hatred” and warned of “dangerous consequences.” B’nai B’rith called the FA’s brief statement a “grave moral failure.”
Due to prior criticism from artists and left-wing activists regarding the wavering of their own government, the president once again tried to put out the fire with more fuel. In a new statement to the newspapers, he said he condemned the “military escalation” and that Netanyahu’s offensive “fuels antisemitism” and generates “weariness” in “important sectors” of the Israeli people.
It is quite obvious that the Zionist genocide can fuel, among other things, antisemitism, as it has always been the Zionists themselves who, for political, geopolitical, and ideological reasons, have strategically confused and identified Zionism with Judaism (like identifying the KKK with Christianity), which is why even the hundreds of thousands of Jews who actively oppose the massacres of Palestinians and apartheid in Israel can end up being blamed for something they condemn.
But what about the hundreds of thousands of Palestinians massacred, mutilated, traumatized, and starved? Are they not the direct victims of the hatred and violence that insists that “in Gaza there are no innocents, not even children,” which justifies exterminating them before they become “terrorists”? Could it be that the European settlers who claim to be descendants of a man named Abraham who lived 4,000 years ago in what is now Iraq are the real antisemites? A man who first had a child with his slave at the request of his infertile wife. But the son of Abraham and the slave produced the lineage of the Arabs. When something went wrong, Sarah had her son at the age of 90 by a miracle of the Lord, the one who produced the lineage of the Israelites (according to the same tradition that identifies those Israelites from 3,000 years ago with the current ones) as an improved version of his brother’s race. But let’s leave this surreal line of reasoning, which is only obvious to fanatics in perpetual trance.
The mere idea of sending milk and rice to Gaza under the slogan of “actions, not words” hides a profound ignorance of what happens with humanitarian aid in Palestine or, more likely, denialism and a well-known fear of criticizing the powerful who are committing genocide—let’s say massacre, so as not to offend the sensitivity of the killers and their apologists.
Of course, if you mention it, the automatic argument is “I haven’t seen you condemn the October 8th attack.” Which is false and paradoxical, since it is always said by those who have never condemned and will never condemn the repeated massacres and systematic violation of human rights against Palestinians and other neighbors since World War II, when the same Zionists proudly identified themselves as terrorists.
Uruguayan Chancellor Mario Lubetkin (former Director of Institutional Communication for FAO in Latin America) has come out to put out the fire (now a blaze) of criticism from his political base by announcing plans to allow “some young Palestinians from the West Bank” to come to the country to train in sustainable agriculture. In another radio program, he stated that the Palestinian youth could “think about the day after” by becoming entrepreneurs and starting their own start-ups.
The day after what? Why do we, the Western masters, have to tell them what they must do to civilize themselves, how to indoctrinate themselves and adapt to progress and submission to Anglo-Saxon capitalism? Of course, to exile them again, far from their land and their own sovereign decisions as individuals and as a people.
Beyond the murky conscience of Uruguay’s Foreign Ministry, many do not understand or imagine that in Palestine there are thousands of bilingual professionals and academics whose schools and universities were bombed to rubble. In Israel, they are considered beasts of burden, and in the West, they believe they can teach them how to plant olive trees.
At the beginning of 2024, I met with the International Affairs officers at my university in the United States to propose the creation of “humanitarian scholarships” for students affected by armed conflicts. While the idea was very well received, it sank into the apathy of donors. But what a great idea, that of taking Palestinians out of Palestine to teach them how to cultivate other lands! How had it not occurred to them before? It’s not about giving scholarships to the youth who lost everything under the bombs so they can prepare and wage an international struggle for the sovereignty of their people, but so they can learn to cultivate the land, other lands that have nothing to do with their own, which they know like the back of their hand and have cultivated for thousands of years in a more than sustainable way.
Where is the mantra we Western professors hear with toxic frequency about the need to “train global leaders”? Every time I criticize this colonialist slogan in a meeting, many struggle to understand me.
Displacing Palestinian youth to learn “sustainable agriculture” in Uruguay is such a good idea that it resembles the “Final Solution,” which members of Netanyahu’s cabinet—and the majority of Israelis—talk about so much; according to a survey by the Israeli newspaper Haaretz, 82 percent of the population supports the forced expulsion of Palestinians from Gaza.
At this point, I don’t know what’s worse, having a Trump in Argentina or a Biden in Uruguay.
Compañeros de ruta. Mientras trabajo para mis cursos y exploro más para mi próximo libro, voy como puedo revisando mensajes―algo que no me molesta sino lo contrario; mi único problema es el tiempo. Tengo los correos (mi correo personal, el de la universidad, los correos de Twitter, WApp y no mucho más) llenos de mensajes de Uruguay. No puedo contestar todos, así que aquí va un intento general:
Con la excepción de algunos ministros, senadores, representantes y militantes hoy en el gobierno de Uruguay (amigos en los cuales confío en base a las pruebas que me proveen cada vez que es necesario y que puedo verificar), todo ha sido, por el momento, una sorpresiva decepción, sobre todo en política internacional.
O hay un cambio radical en el actual gobierno o habrá que esperar otros cinco años para que la izquierda vuelva a ser la izquierda uruguaya. Remontar será más difcil que la carga de Sísifo. Aparte, son cinco años, toda una vida!
Es muy desmoralizador, porque el partido de los de arriba, con sus simplificaciones y sus poderosos medios de difusión y propaganda, siempre tendrán las de ganar―al menos mientras este orden mundial, violento y anacrónico, no se termine de colapsar.
Más testimonios personales sobre el terrorismo de Estado durante la dictadura uruguaya. (Sí, claro que vamos a joder con la memoria hasta quye estemos muertos) No he reparado en el hecho hasta ahora (salvo algunos momentos en TV Ciudad de Uruguay) algunas de estas historias personales han estado por años en inglés (alguna las recordé diez años atrás en un panel sobre tortura, al lado de un general de la guerra de Irak), pero no en español. Bueno, aquí va algo de una conversación más larga con Roberto Saban.
Interview with Uruguayan American author Jorge Majfud by Brazilian journalist Raúl Fitipaldi
Raúl Fitipaldi: In this Great Homeland of political, social, and economic exiles due to imperialism and capitalism, how were our childhoods condemned?
Jorge Majfud: As in every one of the tragedies that have struck different peoples on different continents, there is a generation marked by fire, with the same fire with which the previous generation was marked, the one that witnessed and suffered the events. It is the generation of children who had to live and grow up in that context of witnesses being forced into silence. We are the Silent Generation, not only because our elders always, for fear of reprisals, insisted that we not speak in school or public about everything we inevitably knew, but also because of the silence and indifference of most of the post-dictatorship media, the cultural apparatus, and, more recently, because of the forced indifference of the new generation, who are tired of their parents or grandparents insisting on remembering.
RF: Why these changes?
JM: It’s natural to a certain extent, but also, in a highly political case like the rescue of memory, it has been under strategic attack: it bears the mark of secret agencies (those great storytellers, those truly invisible hands of the market and politics) and the mark of the capital of lobbies and corporations, gods unattainable by mere mortals. It’s not said, or it’s scarce, that someone who remembers the Jewish Holocaust of 80 years ago is politicized. However, any other vindication of memory is discredited as a political act and, worse still, as an act of corruption. Memory isn’t something that is rescued once and for all; it must be kept alive, or it dies. In Argentina, for example, there is a strategic discussion about whether there were 15,000 or 30,000 disappeared, as if 15,000 or 10,000 disappeared would in any way mitigate the brutality on a national and international scale, as was the case with Operation Condor.
RF: The pain of yesterday’s children isn’t taken very seriously either.
JM: As is often the case with the pain of children in general. Like when girls had their ears pierced. «They weren’t suffering.» Like bulls in a bullfight, they can’t express themselves, so they don’t suffer, or their suffering isn’t real, just as was the case with the suffering of women, the poor, Indigenous people, and Black people. Children who take any experience, no matter how brutal, as something normal couldn’t complain; therefore, their suffering wasn’t real, profound, or human-like that of an actual human being. Not without irony, it is precisely the generation most vulnerable in their emotions, memories, fears, and anxieties that is least considered in social narratives and historical analyses. The paradox is multiple since Generation Zero is the one that will have to deal with national traumas in a more profound and more lasting way. As if that tragedy weren’t enough, the chronological experience of a child has nothing to do with that of an adult. From the ages of five to fifteen or from ten to twenty, the existential period is equivalent to an entire lifetime. From 45 to 55, for example, is a different, less extensive period, barely a single stage, sometimes brief, rarely so profound as to leave an indelible mark on individuals.
RF: Have dictatorships been something like a permanent memory that feeds back into our memories and keeps us alert for any fascist outbreak?
JM: Only relatively. Although Latin American countries share a similar history of dispossession, colonization, and imperialist brutality, not all suffered equally or to the same extent. The people who had the misfortune of being born on soil rich in the resources needed to develop the northwestern empires throughout the Modern Era were the ones who suffered the most, for the longest, and who ended up poorer, more corrupt, and with more economic, political, and social violence. On the other hand, a financial dictatorship can be brutal in disposing of an entire country and the world as a whole (as is today’s Ultra Capitalism, as a prelude to Post Capitalism). Still, it is rarely experienced on an emotional, traumatic level due to its high level of abstraction. This is why resistance to its rule is minimal, almost impossible, and can only be experienced through its consequences, which are rarely attributed to its cause. Therefore, both trauma and learning are not inevitable but depend on a militancy of memory.
RF: Today, you dedicate yourself to teaching and cultivating memory through literature. Do you think children and young people today understand the fascist messages conveyed by figures like Trump, Bolsonaro, Meloni, Milei, and Bukele, among others?
JM: There’s always a group that understands this, that reclaims memory, but to answer that question, let’s look at the problem for a moment in general, social, and historical terms.
An individual reproduces their ancestors’ ancestral hopes and fears as if they were something new. What we feel now was felt by hundreds of generations before us. The same fire also integrates this ahistorical factor. The fire of yesterday and the fire of today are the same fires. On the other hand, generations don’t experience, politically speaking, the same thing as their predecessors. Unlike the existential, ahistorical condition of the individual, from a social and historical dynamic, I suspect that generations experience three different levels of the same trauma, the same tragedy. As I’ve explained elsewhere, we have:
1. A generation is seduced by fascist violence to resolve its deep frustrations.
2. The next generation suffers profound trauma due to massive war or fascist dictatorships (generally, fascisms are dictatorships that serve capitalist empires, but it is not impossible to find examples of fascism that claim to be leftist or in the form of liberal democracies; basically, fascism is nationalist, anti-intellectualist, yearns for the past, is reactionary, and needs to control public and private life, usually through censorship, fear, and the fragmentation of work and concepts, privileging faith, propaganda, and impassioned sermons over criticism and complex analysis).
3. The third generation—that of children, like the protagonist in The Same Fire and ours in the military dictatorships of Latin America during the Cold War—retains an awareness of brutality and works to expose the traumas of the previous generation. The recovery of memory is its main tool of dehumanization.
4. The fourth generation repeats the first. If it does not forget or deny the tragedy of the second generation, at least it does not feel it. They are more willing to ignore or downplay historical events and the memory of their grandparents, something we are clearly seeing today in many countries, both satellites and Argentina, with the attack on enlightened education, against those who insist on remembering those who disappeared during the last dictatorship, as in empires themselves (this is the case of the United States and its cultural and police reaction to historical revisions, which are «unpatriotic»). So, this generation begins to play with fascism once again, as did the generation that preceded their grandparents, until the next generation must suffer and repeat the catastrophe and traumas of the second generation.
RF: Can you explain a little more about what you mean by history and memory?
JM: Of course, history and memory are not the same thing. The former, especially official histories, the histories fossilized by the cultural industry, such as cinema, commercial literature, the press, and social narratives in general, are made up of strategic forgettings. Power can never tell its story without forgetting, without forgetting. For example, when John Wayne’s iconic film The Alamo dramatizes the heroic resistance of Anglo settlers in Texas, it omits the detail that they weren’t fighting for freedom but to reinstate slavery where the Mexicans had outlawed it. The same goes for the Two Demons Theory or the «We Were at War» theory imposed by the CIA through its militaristic narrators in Latin America. Official history is always mythological, from its narrative to its monuments, with heroes going into battle dressed like they were for a gala ball and riding expensive white horses, which was like going to war in Ukraine in a Lamborghini.
Now, when someone appears trying to rescue the memory buried along with the corpses of glorious historical events, they are accused of being unpatriotic, a heretic, or a dangerous radical who wants to destroy the West.
But that’s not all. The omissions of official histories also occur in very subtle and effective ways, such as when, at best, a newspaper tells all the facts but dedicates a headline to what a politician said and a small-print note on the fifth page about a genocide. In other words, even when the story doesn’t hide relevant facts, it effortlessly defines what is essential and what is irrelevant, with a consistency that causes the irrelevant to eventually disappear from the collective consciousness.
Another way is through politicians’ simplistic but demagogic narratives. Two or three days ago, Italian Prime Minister Giorgia Meloni stated, «A process of Islamization is taking place in Europe that is far removed from the values of our civilization.» Millions applauded this logic, which we criticized in «The Slow Suicide of the West» when, in 2002, we responded to another famous Italian woman with the same ideas, Oriana Fallaci.
The most obvious things are not seen, just as we tend not to see our noses because they are too close to our eyes. The West rises with «rage and pride» at the Islamization of the West for being something that is «very far from the values of our civilization,» when it has been the West that has invaded every corner of the world throughout Asia, Africa, and America for the last five centuries and up until yesterday, with its armies and missionaries to impose by force of sword, whip, cannon, and banks the strategic Christianization of everything else that was neither Christian nor shared «our values.» In other words, it is not just a matter of strategic forgetfulness but also of the eternal presumption that our laws, our policies, our religion, our race, our culture, and our morals are superior, special, and therefore, must be applied by force and with bloodshed to others (in the name of love and freedom), but never the other way around. The golden rule of international and intercultural relations, reciprocity, has never been applied when it meant a danger to the interests of the powerful. Then, the dispossessed, oppressed, and massacred react. We demonize them to continue killing them, as we did with the natives around the world and continue to do with any independent rebel.
RF: What fears does the adult Jorge Majfud recreate as heirs to the Condor Plan period, the Trujillos, Ríos Montt, Somozas, Pinochet, Videla, «Goyo» Álvarez, and other more recent monsters like Janine Agnes?
JM: They are the fears of returning to the second generation, the ones that must suffer the traumas and brutality of fascism, as I told you before. At my age, I don’t have many personal fears. Not even death worries me. I’m concerned about the suffering of the new generation, our children, who will have to pay not only the massive debts that generations have created for the benefit of a micro-elite but also the consequences of this global injustice that, sooner or later, ends in a painful, though necessary and inevitable, revolution or rebellion, with tragedy multiplied by the reaction of fascists like those you just mentioned, who are ultimately only functional lackeys, banana republic generals who carry out the dirty work that our generation witnessed firsthand, such as kidnapping, torture, rape, murder, and disappearance. These things don’t happen on a battlefield where two equals face each other, but rather in the cowardly dungeons of the «saviors of the homeland» or in the camps of poor refugees who are emotionlessly massacred by the intelligent, multi-million-dollar bombs of the same powerful psychopaths as always.
RF: Why do we need to read your new book, The Same Fire?
JM: I don’t think anyone needs to read any of my books, regardless of the genre. I only propose problems, sometimes possible solutions, when it comes to analytical books or essays. Regarding novels, I propose many things, not solutions or entertainment. Suppose there’s someone there who’s interested, fine. If not, there’s no drama, either.
What people need (and always from my point of view, which is not the point of view of any chosen person, but quite the opposite) is that people need to be less submissive and more decisive in their search for truth, from the social to the individual, from ethics to aesthetics, from a sense of justice to a sense of dignity and worth.
El tío Carlos de “El mismo fuego” es el Juan Carlos real que se comió la tortura en los campos de Tacuarembó, el suicidio de su reciente esposa que no soportó el espectáculo, y siete años sin siquiera saber qué eran los Tupamaros más allá de haberles dado comida en el campo. Murió poco después de ser liberado, en 1982, a los 39 años. Ni él ni la tía Marta cuentan como víctimas ni como desaparecidos de la dictadura uruguaya. Nosotros tampoco.
En el Penal de Libertad, el tío Carlos le confesó a su madre que se había hecho “tupa” allí adentro, donde había conocido la solidaridad de obreros, médicos, matemáticos, artistas y todo tipo de gente que solían castigar en “El Pozo” por esconder un pedazo de pan.
El documento que dejo aquí es un registro de la dictadura de una de mis muchas entradas donde pasaba información en el patio de niños y que es básicamente el tema del niño de “El mismo fuego”. https://youtube.com/watch?v=zBnbm2Nj1AQ… El niño memorioso que pasaba mensajes en la cárcel del Tio Carlos es el autor. Esta entrada es una de la muchas, allá en el departamento de San José y otras anteriores en Salto y Rivera (Uruguay).
Si hay un axioma existencial que la izquierda uruguaya debe tener en cuenta es el de no convertirse en un Nuevo PSOE o en un nuevo Democratic Party. Esa es la fórmula perfecta para (1) la derrota ideológica y moral y (2) y la derrota política en manos de los siempre más estratégicos movimientos fascistas enmascarados.
La historia contemporánea demuestra qué les pasa a las izquierdas cada vez que intentan hacer buena letra con el poder establecido. La última década confirma qué le pasa a la izquierda cuando renuncia a sus principios históricos de lucha sin concesiones por la expansión de los derechos humanos y su lucha de clase (una lucha para nada violenta como sí lo es la de facto lucha de clase ejercida por la derecha y el fascismo) contra el imperialismo que se permea hasta en la ética de un niño de primaria.
Es decir, es un axioma al mismo tiempo moral y de sobrevivencia.
El 17 de febrero de 2025, a días del traspaso presidencial en Uruguay, el diario El País de Montevideo tituló (lo que hizo con frecuencia en los últimos cinco años): “Lacalle Pou cierra su gobierno como el presidente mejor valorado de Sudamérica, según consultora argentina”.
El problema central no es la confiabilidad de la encuesta de opinión sino la creación de opinión por parte de los medios dominantes, algo harto estudiado en la academia norteamericana desde hace más de un siglo.
Con trágicas excepciones, una característica histórica de Uruguay ha sido su estabilidad. Uno de los éxitos que se atribuye el gobierno saliente es el crecimiento económico. No obstante, en los últimos años el PIB de Uruguay creció por debajo de países tan distintos como Perú, Brasil, Venezuela o Republica Dominicana. A un precio muy alto: aumentó la deuda pública y las pérdidas del banco del Estado; aumentó la pobreza infantil y se erosionó el equilibrio social, otra de las características más reconocidas del país, aumentando la brecha entre ricos y el resto. A un crecimiento del PIB per cápita corresponde una pérdida de ingresos del 90 por ciento de la población.
Uruguay fue el país con mayor muertos per cápita en el mundo debido a la pandemia (NYT, 14 de mayo de 2021) pero el gobierno vendió la “responsabilidad individual” como un rotundo éxito. A pesar de que en 2024 hubo un cuatro por ciento más de asesinatos que en 2019, el gobierno lo vendió como una exitosa reducción de homicidios.
Por si esta realidad no fuese suficiente para calificar al gobierno de Lacalle Pou como fracaso, se podría agregar la lista más larga de casos de corrupción desde la última dictadura:
El jefe de custodia presidencial y amigo cercano del presidente fue condenado por corrupción, clientelismo, tráfico de influencia y manejo indebido de recursos del Estado. Senadores y sindicalistas fueron espiados por mercenarios contratados por allegados al presidente. Su ministra de Vivienda (esposa del senador y líder del partido militarista Cabildo Abierto) entregó acceso a viviendas públicas a dedo. El presidente defendió a uno de sus senadores más antiguos por ser su amigo, hasta que fue condenado por pedofilia y por usar los recursos del Estado para su práctica deprecatoria de años. Mientras, otro de los intendentes de su partido compraba favores sexuales a cambio de acceso al gobierno local a través de pasantías. Se privatizó el Puerto de Montevideo. Se registró un incremento del tráfico de drogas por ese y otros puntos de entrada al país. Obligó a Antel, la empresa estatal de telecomunicaciones, a que permita el uso de su fibra óptica, la mejor del continente, para que las empresas privadas compitan con Antel. Su ministro de defensa compró por 22 millones de euros aviones militares obsoletos de España, los que ni siquiera sirvieron para apagar incendios forestales debido a la inutilidad de las aeronaves. Otorgó contratos a empresas privadas sin licitación. También hubo clientelismo político, contrataciones de militares retirados, cobros inflados en al menos una intendencia de su mismo partido. Cedió a la presión del lobby de la tabacalera Montepaz para flexibilizar las leyes antitabaco de gobiernos anteriores (una denuncia logró revertir este beneficio empresarial) y facilitó préstamos ilícitos a ganaderos. Sus ministros mintieron en el Parlamento al ser interpelados por la entrega de un pasaporte a un narcotraficante detenido en Dubai por usar un pasaporte paraguayo falso, sabiendo que le estaban haciendo el favor a un conocido y peligroso narcotraficante. Un periodista amigo del presidente entrevistó al beneficiado para su programa de televisión, aunque éste continúa prófugo y buscado por Interpol. Luego el presidente autorizó el envío de 450 kilos de pescado congelado de Emiratos Árabes por vuelo diplomático y a nombre de su jefe de seguridad. Cuando el pescado fue descubierto en proceso de putrefacción y un periodista le preguntó para “qué era tanto pescado”, el presidente, con su típica obviedad y cinismo de señorito de clase alta, respondió. “Para comerlo”. Es probable que tampoco supiera nada más que esta historia surrealista. La fiscal que reconoció haber protegido al presidente de “una manada inescrupulosa que intentó dañar su imagen” en el proceso de investigación de varios de estos casos, poco después se sumó a la campaña electoral del partido del presidente.
El Financial Times de Londres calificó la serie de escándalos con el narcotráfico, el espionaje político y la corrupción como una amenaza a “la reputación del país como faro de estabilidad en América Latina”. Lo mismo publicaron otros diarios europeos y estadounidenses. El Mundo de España lo resumió: “El oasis de tranquilidad política que suele ser Uruguay en el convulsionado Cono Sur ya no es tal”.
Fue el presidente más caro de América latina, con un salario de 25.000 dólares mensuales (el salario del presidente de Brasil es 6.300). El costo de la residencia presidencial que los presientes anteriores rechazaron ocupar, ascendió a 400.000 dólares anuales, sin contar con viajes pagos por el Estado para su esposa, lo cual no corresponde por ley ya que en Uruguay no existe la figura de Primera Dama.
Pese a todo su historial de corrupción (o al menos de ingenuidad), una encuestadora lo define como el presidente con mejor imagen en el continente para que la prensa conservadora lo venda como “el mejor presidente”. Tal vez la imagen era lo mejor que tenía y cuidada, como su costosa y obsesiva lucha contra la calvicie, sus horas de gimnasio, su gusto por las selfies, el surf y las Harley Davidson. Con frecuencia salió a caminar por la principal avenida de Montevideo o almorzó en restaurantes populares, una vieja tradición de los presidentes y que no habla bien de él sino de sus adversarios y de la sociedad. Un antiguo capital político uruguayo.
Ahora, esos medios que lograron que un gobierno plagado de corrupción y fracasos apareciera como las Carmelitas Descalzas VIP harán lo mismo con cualquier gobierno que priorice a la clase trabajadora y lo venderá como corrupción o como comunismo infiltrado. Cualquier intento de limitar el monopolio de las corporaciones privadas de la oligarquía será empaquetado, etiquetado y vendido como dictadura.
El País, el diario de la dictadura y de las elites criollas en Uruguay, no se diferencia en nada al resto de sus aliados de clase del continente desde hace más de un siglo. Ellos son los únicos que sobreviven a todas las crisis económicas y a las crisis políticas. Los únicos que reciben el apoyo de las grandes empresas, nacionales y transnacionales, de la CIA y de sus dóciles gobiernos criollos, sean de izquierda o de derecha. Ejemplos más radicales y trágicos hemos visto en el resto del continente. Los corruptos son siempre aquellos líderes que se atreven a limitar el control político de las elites financieras de los países.
¿Se entiende lo que quiero decir con atender el tradicional problema comunicacional de los gobiernos populares? Bastaría con garantizar la independencia cultural y periodística a través de la independencia económica de cualquier medio público o privado, para que esos medios se conviertan en el objetivo a bombardear.
Mi abuelo era un granjero que no leía libros, pero (como la mayoría de su generación) estimaba la educación como el principal instrumento de liberación. Igual, la generación que lo siguió. Mis padres, aparte de comerciantes y obreros, eran docentes de secundaria y de la Escuela Industrial. Entre sus trofeos contaban haber tenido de alumnos a artistas ahora clásicos en Uruguay, como Eduardo Darnauchans y Eduardo Larbanois.
Mi padre y su suegro mantuvieron un diálogo intenso, sobre todo por teléfono, ya que vivían en extremos opuestos del Uruguay, aún dos décadas después de la muerte de mi madre y hasta la muerte de mi abuelo. Más allá de sus diferencias ideológicas (mi abuelo socialista, mi padre capitalista), ambos coincidían en ciertos valores básicos. Rasgo de tolerancia que es más pronunciado en Uruguay que en otros países del hemisferio y que, en gran medida, procede de la cultura de la Ilustración promovida desde el siglo XIX por la educación gratuita de J.P. Varela y J. Batlle y Ordóñez.
Ambos eran consumidores de noticias de la prensa, pero casi nunca leían libros. Aun así, el respeto por la educación ilustrada era incuestionable. Mi padre, como carpintero, cambiaba deudas por libros.
―¿Por qué libros ―le decía yo de niño― si nunca los lees?
―No importa ―decía él―. Los libros no le hacen mal a nadie y, tarde o temprano, le servirán a alguien.
En su pequeña biblioteca dominaban Shakespeare, las enciclopedias y los libros técnicos, algunos de los cuales eran soviéticos traducidos al español. Cuando los soldados rompieron el cielorraso de mi habitación buscando “material subversivo” de mi abuelo, no se les ocurrió tomarse la molestia de abrir un libro de la biblioteca.
Las dictaduras fascistas del continente impusieron la idea de que los libros podían ser peligrosos. No sólo los quemaban, sino que desaparecían a sus lectores. Esta idea, en realidad había sido inoculada por la CIA (entre las operaciones más conocidas estuvo Mockingbird), aplicando las teorías del marxista Antonio Gramsci, mientras se culpaba a los gramscianos de “lavar el cerebro” de la gente culta. Gramsci había hecho un diagnóstico de la realidad, de la misma forma que la lucha de clases era, antes que una prescripción, un diagnóstico histórico y social de Marx. De hecho, hay que ser ciego para no verlo en la actualidad.
Se le atribuye al nazi Göring la fase: “cuando oigo la palabra cultura, saco mi revolver”. A principios de los 60, recuerda el premio Nobel Cesar Milstein, un ministro del gobierno militar decía que en la Argentina las cosas no se iban a arreglar hasta que no se expulsaran a dos millones de intelectuales. Cuando, en la década de los sesenta se expulsó a Milstein y a todo un grupo de intelectuales, la Argentina se encontraba a la par de Australia y Canadá. El fascismo, siempre tan torpe con las ideas, atribuyó el subdesarrollo de América latina al hecho de que los pobres leían Las venas abiertas de América latina de Galeano. Galeano dedicó su vida a criticar a los poderosos; los poderosos nunca se defendieron, porque otros dedicaron sus vidas a criticar a Galeano.
El neofascismo actual es una simple expresión del orden neofeudal de la economía mundial y de las frustraciones de los imperios en decadencia, como hace cien años. Pero sus estrategias se han actualizado: ya no se queman libros ni se secuestran escritores, como durante la Alemania nazi o el Chile de Pinochet. Ahora se los presenta como inútiles o irrelevantes―cuando no se los prohíbe por ley, como en Estados Unidos.
Los influencers han multiplicado la ilusión de la libertad atomizada de los entrepreneurs que, por cien o por mil dólares (sin aporte a la jubilación, sin derecho a vacaciones, salud o educación) humillan a un mendigo por unos cientos de likes.
El otro látigo golpea contra las universidades y las escuelas públicas, que la familia Bush comenzó a privatizar en los 80s con su modelo de escuelas charter. Como siempre, la genialidad fue vampirizar dinero de los odiados Estados para desfinanciar la educación pública y presentar a la privada como solución.
Desde entonces, el odio y el desprecio por las universidades, paradójicamente surgido contra el sistema universitario más prestigioso del mundo, agregó una nueva estrategia. Escritores como Andrés Oppenheimer la resumieron en el cliché “Necesitamos más ingenieros y menso filósofos”. ¿Por qué no “necesitamos más ingenieros y menos exitosos hombres de negocios, lobbies y sectas financieras”?
Mi primer título universitario fue el de arquitecto. Por el sistema de educación de Uruguay, pude dedicarme varios años al cálculo de estructuras de hormigón armado y un tiempo menor a ser profesor de matemáticas de bachillerato. Podemos estar de acuerdo en que Estados Unidos, Europa o América Latina necesitan más ingenieros, pero ¿desde cuándo la ingeniería y la filosofía son incompatibles? ¿Por qué un ingeniero no puede ser un filósofo y viceversa?
El centro del problema se llama educación, no entrenamiento secuestrado por los intereses ideológicos de los dueños del mundo. El ataque a las humanidades, a la filosofía, a las artes no procede ni de los científicos ni de los ingenieros con una cultura amplia; procede de los “exitosos hombres de negocios” que son siempre hombres y siempre exitosos porque logran secuestrar a los Estados que odian.
Esta ideología utilitaria tiene, como objetivo no declarado, confirmar y controlar esclavos asalariados. Exactamente lo mismo sermoneaban y practicaban los esclavistas del siglo XIX en nombre de la libertad: los esclavos debían especializarse en una actividad única, productiva, útil, que agradase a Dios, por su propio bien y por el bien de su país. Cada vez que un esclavo aprendía a leer, se lo castigaba. Si escribía sus memorias, como fue el caso de Juan Manzano, eran torturados. Si el esclavo prosperaba se lo aplaudía. Si dedicaba su tiempo libre a alguna forma de educación inútil, liberadora, humanista, se lo demonizaba. Por eso, muchos esclavos eran firmes defensores del sistema esclavista y perseguían a aquellos hombres libres que se atrevían a cuestionar los significados de libertad que procedía de todo un sistema. Los amos ni siquiera se molestaban en moralizar, porque siempre tenían adulones profesionales que lo hacían mejor.
Hemos vuelto a ese momento. En Uruguay, el ataque a la educación ilustrada y liberadora tiene sus promotores. También sus defensores, como mi amigo Pablo Romero García, uno de los expertos más informados sobre educación, pero con el pecado de ser profesor de filosofía. Encomenderos como el presidente Milei en Argentina y su horda de bárbaros antiilustrados han atacado las universidades públicas (independientes del capital nobiliario) desde el primer día. Como no tienen ideas, se dedican a copiar lo que en Estados Unidos ya comienza a ser viejo y a crear demonios para presentarse como santos salvadores―como en la Edad Media.
Mientras, en Estados Unidos, los capitalistas libertarios continúan culpando de todos sus males al socialismo (surgido de las universidades) y promueven la anti-Ilustración, el utilitarismo esclavista como solución final. La solución de la barbarie y la esclavitud―siempre en nombre de la libertad, claro.
El arte y la cultura han cumplido un rol crucial en la existencia y en la sobrevivencia de la especie humana desde hace por lo menos 75.000 años. Es lo que nos ha hecho humanos. No pocas veces, la cultura ha estado expuesta a la destrucción de la barbarie, como el incendio de bibliotecas en la antigüedad, la quema de libros durante el fascismo moderno o la prohibición de libros o la censura del mismo David desnudo como hoy en Estados Unidos.
Sin embargo, cuando hablamos de cultura solemos cometer el error de asumir que se trata de algo neutral o positivo. Por ejemplo, los seguidores de la Confederación que luchó por mantener la esclavitud alegan que su defensa es la defensa al derecho de su propia cultura, sin mencionar que se trata de la cultura del esclavismo. Muchos españoles defienden la tortura de toros por tratarse de un arte y de una cultura tradicional. También el placer o la indiferencia por el dolor ajeno es parte constituyente de una cultura fascista y exactamente lo contrario a lo que entendemos nosotros por arte y cultura.
Entendemos que el arte es una expresión radical de libertad. No hay creación sin libertad y, como expresión (presión desde dentro), los artistas como individuos interpretan, interpelan, cuestionan, adelantan o dan forma a los miedos y a los sueños colectivos, como los sueños dan forma a nuestras necesidades más profundas. El arte comercial, el antiarte, anestesia. Su función es la distracción (apartar, desviar, alejar), es decir, el burdel antes de volver al mismo camino de esclavitud asalariada de los hombres y mujeres deshumanizados. El arte, sin condiciones ni adjetivos, despierta, incomoda, emociona, se niega al olvido, mueve y conmueve. El arte nos hace más libres. El arte nos completa, nos humaniza. El arte, como vanguardia exploradora de la cultura, no solo refleja sino, sobre todo, crea. Crea sentidos, crea realidades, crea historia.
Ahora, aunque podamos explicar qué es el arte para nosotros, siempre será una tarea incompleta, porque el arte se termina por definir por ese “algo más” que solo existe en sus obras concretas. Basta con echar una mirada a los miles de años que la humanidad ha conservado de sus obras de arte para entender que el arte no es mercado, no es política, no es religión, no es moral, pero tampoco es indiferente a ninguna de esas dimensiones humanas. De hecho, sin ellas, es muy poco o no es nada.
Si bien, por un lado, el arte sin adjetivos es demasiado rebelde para seguir órdenes superiores, fórmulas estrictas, compromisos de cualquier tipo, por otro lado los artistas, como integrantes sensibles de una sociedad, no son indiferentes al compromiso: compromiso con la necesidad humana de crear un mundo nuevo cada día, con la lucha contra el dolor de la barbarie y de la indiferencia; compromiso con la reivindicación del derecho al placer y a la felicidad, con el derecho a intentar volar más allá de las necesidades y las condiciones que limitan la libertad, sean económicas, sociales, ideológicas o existenciales.
El arte, la cultura en general como la forma más profunda de conocimiento y diálogo entre pueblos y generaciones, no son lujos sino necesidades. Mucho más en un mundo que, por primera vez en su historia, ha puesto la existencia de la especie humana en cuestionamiento. En este sentido, la cultura, más allá del estrecho y simplificador consumismo, no sólo es crucial para el rescate de las sociedades y de los individuos deshumanizados, unidimensionales, vaciados y rellenados como embutidos con chatarra comercial. También es esencial para la sobrevivencia de la misma biosfera, de la cual los humanos somos solo una parte. Una parte pequeña, pero letal.
Para la cultura no comercial, al igual que para los grandes movimientos espirituales a lo largo de la historia y a lo ancho de todos los continentes, la solidaridad, el altruismo y el diálogo abierto con el otro han sido centrales, fundacionales. Sólo en las últimas generaciones, marcadas y heridas por la ideología del exitismo individualista más salvaje, una idea como el egoísmo se pudo convertir en “un valor moral superior” y el altruismo terminó siendo definido como el enemigo de la humanidad, según Ayn Rand, idea ahora repetida por mesías y mensajeros del capital como única moneda moral. Esta degeneración histórica confundió individuo con individualismo, olvidando que no existe el individuo sin una sociedad. Es ésta la que le da todos su sentido, incluso para aquellos enfermos por la patología de la riqueza, la acumulación y la ficción del éxito individual.
El arte ha sobrevivido gracias a los artistas que apenas sobreviven fuera de los circuitos comerciales, de los poderosos monopolios mediáticos, editoriales y promocionales. Esta tarea ha sido y sigue siendo histórica. Es la última frontera de la resistencia contra la barbarie que lo simplifica todo para venderlo más rápido. Todo en nombre de la “libertad de elección”, como lo promete el menú de McDonald’s.
Pero esta tarea se convierte en imposible cuando los artistas dejan de sobrevivir o abandonan su más profunda vocación para darle de comer a sus hijos o, simplemente, son derrotados por el desánimo de la barbarie dominante, que no es ningún gobierno en concreto sino la tiranía global de los capitales concentrados en un rincón oscuro en alguna parte lejana del mundo. Capitales virtuales que se crean de la nada, tan ficticios como un cuento de Borges, pero sin la honestidad de reconocerlo.
Razón por la cual las sociedades deben, primero, tomar conciencia para protegerse contra los discursos que justifican su propia esclavitud y, segundo tomar acción. La acción más urgente y más efectiva ha sido siempre la unión. No por casualidad, la ideología hegemónica ataca todo tipo de unión organizada y promueve el individualismo bajo promesas de salvación, mientras la destrucción se va acumulando al borde del camino sin que los individuos alienados alcancen a percibirlo.
Para ver, para escuchar los efectos de la barbarie ha estado siempre el arte y la cultura. El poder lo sabe. Por eso siemrpe ha intentado comprarlos, corromperos con dinero o, directamente, eliminarlos a través del descrédito, de la burla, de la demonización y de la ruina económica de los verdaderos artistas.
Pocas veces, como ahora, ha sido la agonía del arte y la cultura tan coincidente con el particular momento que vive nuestra especie, amenazada de extinción por primera vez desde que tenemos registros históricos y prehistóricos, no por una amenaza exterior sino por nuestro propio sistema hegemónico que diviniza las ganancias individuales por sobre cualquier reclamo colectivo.
Amenazada por la cultura de la muerte. A la muerte en vida y a su cultura se la combate con la cultura de la libertad, con el compromiso de los artistas con la Humanidad, empezando por el rescate de esa pobre palabra, libertad, secuestrada y abusada por la cultura de la muerte que se vende como la única opción de felicidad, la felicidad del consumo, del consumo de drogas como el placer o la indiferencia por el sufrimiento ajeno.
Jorge Majfud. 18 de setiembre de 2024.
Culture pour la liberté
(Manifeste face à la barbarie néo-libertaire)
L’art et la culture ont joué un rôle crucial dans l’existence et la survie de l’espèce humaine depuis au moins 75 000 ans. C’est ce qui a fait de nous des êtres humains. Il n’est pas rare que la culture ait été exposée à la destruction de la barbarie, comme l’incendie des bibliothèques dans les temps anciens, l’incendie des livres pendant le fascisme moderne ou l’interdiction des livres ou la censure de David lui-même nu comme aujourd’hui aux États-Unis.
Cependant, lorsque nous parlons de culture, nous avons tendance à faire l’erreur de supposer qu’il s’agit de quelque chose de neutre ou de positif. Par exemple, les adeptes de la Confédération qui se sont battus pour maintenir l’esclavage prétendent que leur défense est la défense du droit de leur propre culture, sans parler du fait qu’il s’agit de la culture de l’esclavage. De nombreux Espagnols défendent la torture des taureaux parce qu’il s’agit d’un art et d’une culture traditionnels. Le plaisir ou l’indifférence à la douleur d’autrui est également une partie constitutive d’une culture fasciste et exactement le contraire de ce que nous entendons par art et culture.
Nous considérons l’art comme une expression radicale de la liberté. Il n’y a pas de création sans liberté et, en tant qu’expression (pression de l’intérieur), les artistes, en tant qu’individus, interprètent, défient, questionnent, font avancer ou façonnent les peurs et les rêves collectifs, comme les rêves façonnent nos besoins les plus profonds. L’art commercial, l’anti-art, anesthésie. Sa fonction est de distraire (détourner, détourner, éloigner), c’est-à-dire le bordel avant de reprendre le même chemin de l’esclavage salarié d’hommes et de femmes déshumanisés. L’art, sans condition ni adjectif, réveille, dérange, excite, refuse l’oubli, émeut. L’art nous rend plus libres. L’art nous complète, nous humanise. L’art, en tant qu’explorateur avant-gardiste de la culture, ne se contente pas de refléter, mais surtout de créer. Il crée des sens, crée des réalités, crée l’histoire.
Or, même si nous pouvons expliquer ce qu’est l’art pour nous, ce sera toujours une tâche incomplète, car l’art finit par se définir par ce «quelque chose d’autre» qui n’existe que dans ses œuvres concrètes. Il suffit de regarder les milliers d’années que l’humanité a conservées de ses œuvres d’art pour comprendre que l’art n’est pas un marché, il n’est pas politique, il n’est pas religieux, il n’est pas moral, mais il n’est pas non plus indifférent à l’une ou l’autre de ces dimensions humaines. En fait, sans elles, il n’est rien ou presque.
Si, d’une part, l’art sans adjectifs est trop rebelle pour suivre des ordres supérieurs, des formules strictes, des engagements de toute nature, d’autre part, les artistes, en tant que membres sensibles d’une société, ne sont pas indifférents à l’engagement : engagement à la nécessité humaine de créer chaque jour un monde nouveau, à la lutte contre la douleur de la barbarie et de l’indifférence ; Engagement pour la revendication du droit au plaisir et au bonheur, pour le droit d’essayer de voler au-delà des besoins et des conditions qui limitent la liberté, qu’elles soient économiques, sociales, idéologiques ou existentielles.
L’art, la culture en général, en tant que forme la plus profonde de connaissance et de dialogue entre les peuples et les générations, ne sont pas un luxe mais une nécessité. D’autant plus dans un monde qui, pour la première fois de son histoire, a remis en question l’existence de l’espèce humaine. En ce sens, la culture, au-delà du consumérisme étroit et simplificateur, n’est pas seulement cruciale pour le sauvetage de sociétés et d’individus déshumanisés et unidimensionnels, vidés et farcis comme des saucisses de ferraille commerciale. Elle est également essentielle à la survie de la biosphère elle-même, dont l’homme n’est qu’une partie. Un petit rôle, mais mortel.
Pour la culture non commerciale, comme pour les grands mouvements spirituels à travers l’histoire et sur tous les continents, la solidarité, l’altruisme et le dialogue ouvert avec l’autre ont été centraux, fondateurs. Ce n’est que dans les dernières générations, marquées et blessées par l’idéologie de l’exotisme individualiste le plus sauvage, qu’une idée comme l’égoïsme a pu devenir «une valeur morale supérieure» et que l’altruisme a fini par être défini comme l’ennemi de l’humanité, selon Ayn Rand, une idée aujourd’hui répétée par les messies et les messagers du capital comme la seule monnaie morale. Cette dégénérescence historique a confondu l’individu avec l’individualisme, oubliant que l’individu n’existe pas sans la société. C’est la société qui lui donne tout son sens, même pour ceux qui sont malades de la pathologie de la richesse, de l’accumulation et de la fiction de la réussite individuelle.
L’art a survécu grâce à des artistes qui survivent difficilement en dehors des circuits commerciaux, en dehors des puissants monopoles médiatiques, éditoriaux et promotionnels. Cette tâche a été et reste historique. C’est la dernière frontière de résistance contre la barbarie qui simplifie tout pour vendre plus vite. Tout cela au nom de la «liberté de choix», comme le promet le menu de McDonald’s.
Mais cette tâche devient impossible lorsque les artistes cessent de survivre ou abandonnent leur vocation profonde pour nourrir leurs enfants ou sont simplement vaincus par le découragement de la barbarie dominante, qui n’est pas un gouvernement particulier mais la tyrannie globale des capitaux concentrés dans un coin sombre d’une partie éloignée du monde. Des capitaux virtuels créés de toutes pièces, aussi fictifs qu’un conte de Borges, mais sans l’honnêteté de le reconnaître.
C’est pourquoi les sociétés doivent, d’une part, prendre conscience de se prémunir contre les discours qui justifient leur propre esclavage et, d’autre part, agir. L’action la plus urgente et la plus efficace a toujours été l’union. Ce n’est pas une coïncidence si l’idéologie hégémonique attaque toutes sortes de syndicats organisés et promeut l’individualisme sous des promesses de salut, tandis que la destruction s’accumule sur le bord de la route sans que les individus aliénés puissent la percevoir.
L’art et la culture ont toujours été là pour voir et entendre les effets de la barbarie. Le pouvoir le sait. C’est pourquoi il a toujours essayé de les acheter, de les corrompre par l’argent ou, directement, de les éliminer en discréditant, en moquant, en diabolisant et en ruinant économiquement les vrais artistes.
Rarement, comme aujourd’hui, l’agonie de l’art et de la culture n’a autant coïncidé avec le moment particulier que traverse notre espèce, menacée d’extinction pour la première fois depuis que nous avons des archives historiques et préhistoriques, non pas par une menace extérieure, mais par notre propre système hégémonique qui déifie les gains individuels au détriment de toute revendication collective.
Menacée par la culture de la mort. La mort dans la vie et sa culture est combattue par la culture de la liberté, par l’engagement des artistes envers l’humanité, en commençant par le sauvetage de ce pauvre mot, liberté, kidnappé et abusé par la culture de la mort qui est vendue comme la seule option pour le bonheur, le bonheur de la consommation, de la consommation de drogues comme plaisir ou de l’indifférence à la souffrance d’autrui.
La revolución no siempre está presente en todas sus letras; sí está presente en la cosmovisión del poeta; en la preocupación moral con que éste asume ahora su realidad. (Mario Benedetti, Crítica cómplice, 214)
En el siglo XIX, el siglo de las independencias y del predominio romántico en Iberoamérica, de rebeliones y exaltación a la individualidad nacional, la obediencia social —de clase, de sexo y de raza— continuaba siendo un paradigma fundamental. El libertador Simón Bolívar, como muchos otros, en sus momentos de mayor producción intelectual dudó sobre la conveniencia de un sistema democrático para América Latina, no porque no tuviese fe en la teoría que se había practicado en Estados Unidos sino porque dudaba de las condiciones culturales de los pueblos acostumbrados a obedecer.[1] Para Bolívar las divisiones son propias de las guerras civiles entre conservadores y reformadores. “Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos, aunque más vehementes e ilustrados” (Doctrina, 74). Entre estos últimos, estaban intelectuales liberales como Estaban Echeverría, autor de El dogma socialista (1846): “Nosotros no exigimos obediencia ciega, dice San Pablo, nosotros enseñamos, probamos, persuadimos: Fidessuadenda non imperanda, repite San Bernardo” (155). Más adelante: “la España nos recomendaba respeto y deferencia a las opiniones de las canas, y las canas podrán ser indicio de vejez, pero no de inteligencia y razón. […] La España nos enseñaba a ser obedientes y supersticiosos y la Democracia nos quiere sumisos a la ley, religiosos y ciudadanos” (173).
Un intelectual como Juan Bautista Alberdi todavía entendía el progreso como el aumento de los mercados y la obediencia laboriosa de sus individuos. “La industria es el calmante por excelencia” (Bases, 73). El mismo pensador que en 1842 afirmaba ante un público de universitarios en Montevideo que “la tolerancia es la ley de nuestro tiempo” (Ideas, 64), en 1852, en sus Bases para las constituciones, insistía en la sumisión de la mujer que recuerda a La perfecta casada[2] (1583) de Fray Luis de León: “su instrucción no ha de ser brillante. No debe consistir en talentos e ornato y lujo exterior […] no ha venido al mundo para ornar el salón, sino para hermosear la soledad fecunda del hogar. Darle apego a su casa es salvarla” (Bases, 73).[3] Cuatro años antes Andrés Bello había advertido, desde una perspectiva humanista, que “las constituciones políticas escritas no son a menudo verdaderas emanaciones del corazón de una sociedad, porque suele dictarlas una parcialidad dominante” (246). Las diferencias de clases impregnan todo el pensamiento de los intelectuales de la época, mientras que las diferencias raciales aparecen de forma explícita. Para Domingo F. Sarmiento, reconocido pedagogo de la época además de intelectual y presidente de la nación argentina, la educación se reducía a la imposición de la disciplina, de la autoridad. “El sólo hecho de ir siempre á la escuela, de obedecer á un maestro, de no poder en ciertas horas abandonarse a sus instintos, y repetir los mismos actos, bastan para docilizar y educar á un niño, aunque aprenda poco” (Berdiales, 56). Su idea de la infancia (“un niño no es más que un animal que se educa y dociliza”, 56) será también su idea del gaucho, del campesino y de todas las clases marginales o subalternas de su época. El mismo Alberdi, respondiendo al Sarmiento de Facundo, en 1865 demuestra el progresivo cambio de paradigma. El poder —entendido como el ejercicio político de una minoría en la cúspide de la pirámide social—, y luego la obediencia que lo realiza, ya no es percibido como manifestación de Dios o como fuerza organizadora de la sociedad sino como un mal necesario destinado a decaer. Según Alberdi, “el poder ilimitado de los recursos y medios de gobierno de toda la nación absorbidos en Buenos Aires, corrompió a Rosas como hubiera corrompido al mejor hombre, armado de este poder sin límites” (Barbarie, 29).
Como vimos en El eterno retorno de Quetzalcoatl (2008), una característica que nace con el humanismo seis siglos antes es su rechazo a la autoridad; primero a la autoridad intelectual, luego a la autoridad política.[4] Este rechazo —basado en los principios de razón e historia contra autoridad y naturaleza— provocará profundas reacciones, especialmente cuando este paradigma se había consolidado en su expresión teórica y en su retórica política, como en la España del siglo XIX. Además de intelectuales anarquistas como Pi i Margall, la poesía es en algún momento concebida en un rol opuesto al tradicional. De la antigua elegía o alabanza al vencedor, a los poemas por encargo en adulación del rey, se pasa a la idea de que el poeta “jamás usa sus conceptos en adular el poder” (Zorrilla, 1208).[5]
Este rechazo se transforma en un tópico del pensamiento del siglo XX: el poder y las posibles formas de liberación de su imposición arbitraria. El pensamiento posmoderno, con sus diversas y contradictorias manifestaciones —el poscolonialismo, el feminismo, las reivindicaciones de minorías sexuales y raciales, la concepción de la historia como un devenir sin objetivo, la multiplicidad de puntos de vista, la micropolítica y las teorías de la narración, el estructuralismo y el antiestructuralmismo— ha reincidido en una fuerte crítica al poder como principal elemento creador de la realidad. De ser una particularidad desde el primer humanismo del Renacimiento, se convierte en un principio “natural” del intelectual (prometeico) moderno y posmoderno: según Edward Said, una de las principales actividades intelectuales del siglo XX ha sido el cuestionamiento y sobre todo la tarea de “undermining of authority” (Representations, 91). Así, no sólo ha desaparecido el consenso sobre lo que constituye la realidad objetiva, según Said, sino además toda una serie de autoridades tradicionales, incluida Dios o la supuesta voluntad de Dios (91).
Para que esto sea posible, el individuo antes debe ser representado como libre y racional (dos dimensiones centrales del sujeto moderno). Como observó Cascardi, este punto de vista conduce a la idea de un individuo como un “espectador ideal”, independiente del fenómeno que observa. El individuo es visto como alguien que se ha liberado de las condiciones de un mundo encantado o del encantamiento de la naturaleza, tanto como de la necesidad de obediencia a una autoridad exterior. Al mismo tiempo, este individuo aparece como agente de cambio de ese mundo exterior que, como consecuencia, debe derivar a un estado conformado por individuos libremente asociados (60).[6] Razón por la cual el surgimiento de este nuevo sujeto tiende a reemplazar la autoridad religiosa por una práctica social basada en normas (127).
En la misma línea pero mucho antes, en 1599, un intelectual de la corte y del clero, Juan de Mariana, advertía a Felipe III sobre los inconvenientes de la tiranía en desmedro de la monarquía, que era la mejor forma de gobierno posible. Antes no había leyes, pensaba Mariana, y se confiaba en los reyes. Pero por desconfianza a los príncipes, “se creyó que para obviar tan grande inconveniente podían promulgarse leyes que fuesen y tuviesen para todos igual autoridad e igual sentido” (469). No obstante, la autoridad política debía ser ejercida por un noble, porque “la nobleza como la luz deslumbra, no sólo a la muchedumbre, sino hasta los magnates, y sobre todo enfrenta la temeridad de los que tengan un corazón rebelde” (473). Más adelante el consejero le recuerda al príncipe que Enrique III de Castilla decía temer más al pueblo que a los enemigos (478). Juan de Mariana era a un mismo tiempo religioso católico y humanista —casi una norma en los intelectuales de su época—, y esta ambigüedad se manifiesta a lo largo de sus páginas. Por ejemplo, la idea tradicional del poder descendiendo de Dios sobre el rey y de éste al pueblo, es invertida con estas palabras: “Los pueblos le han trasmitido su poder [al rey], pero se han reservado otro mayor para imponer tributo; para dictar leyes fundamentales es indispensable siempre su consentimiento” (481); “el poder real, si es legítimo, ha sido creado por el poder de los ciudadanos” (485). Y otra vez una objeción de facto que no sugiere una posible progresión histórica sino lo contrario: “el pueblo no se guía desgraciadamente por la prudencia sino por los ímpetus de su alma” (485).[7]
La Era moderna terminó de sustituir esta idea de autoridad personal, hereditaria, por los preceptos humanistas de igualdad y libertad. Pero esta dinámica también se construye por una aparente contradicción: por un lado, el Estado moderno representa todas aquellas promesas de superar las jerarquías religiosas y la confianza en la equidad y las libertades individuales, pero por otra parte también revela cierta incertidumbre sobre la naturaleza de estas virtudes, lo que deriva en la manipulación y control del Estado (Cascardi, 180).[8] Según la tradición hobbesiana, las acciones humanas no están motivadas por el bien sino por el deseo. La guerra es una expresión de este impulso, fuente del poder humano. La diferencia relativa de poder entre dos seres humanos significa un poder absoluto cuando decide un conflicto a favor de una de las partes; el reconocimiento de esta diferencia se convierte en honor y prestigio (214). Es decir, el poder se consolida y legitima culturalmente. Por esta razón, si se puede entender esta diferencia de poder como inherente a la condición humana, también se puede entender como una creación artificial, al menos en su expresión social, y por lo tanto mutable.
La legitimidad del poder social establecido deja de ser expresión indiscutible de Dios (a través de la clase clerical, noble o aristocrática) y comienza a ser radicalmente cuestionado. A mediados del siglo XIX Pi i Margall adelantaba lo que un siglo después reconoceremos en Michel Foucault: “el derecho de penar, simple atributo del poder, es tan místico y tan inconsistente como el poder mismo. La ciencia no lo explica, el principio de soberanía individual lo niega” (Reacción, 260). Si para el psicoanálisis la civilización es la expresión de la violencia primitiva, la sublimación de los instintos salvajes o la materialización de tabúes como el incesto, muchos humanistas han criticado este estado actual como si se tratase de una corrupción temporal de la concepción contraria: la “naturaleza” original de los seres humanos radica en la igualdad, la libertad se sostiene por su racionalidad, pero aún no ha sido expresada plenamente: el objetivo de la civilización no es oprimir sino liberar —del estado de necesidad al de libertad. Para Pi, “un ser que lo reúne todo en sí es indudablemente soberano. El hombre, pues, todos los hombres son ingobernables. Todo poder es un absurdo. Todo hombre que extiende la mano sobre otro hombre es un tirano. Es más: es un sacrílego” (Pi, 246). Trazando un típico paralelismo entre el individuo y las naciones o pueblos, antes había recordado: “entre dos soberanos no caben más que pactos. Autoridad y soberanía son contradictorias. A la base social autoridad debe, por lo tanto, sustituirse la base social contrato. Lo manda así la lógica” (146). Para que la verdadera libertad del individuo social sea alcanzada, “dividiré y subdividiré el poder, lo movilizaré, y lo iré de seguro destruyendo” (249). La concepción inversa dominó los siglos anteriores y fue formulada en 1599 por Juan de Mariana. Aunque advirtiendo que las monarquías suelen degenerar en tiranías, el intelectual religioso argumenta a favor de la monarquía, ya que en el pueblo los malos son más que los buenos y no conviene dividir el poder en un orden democrático. “No se pesan los votos, se cuentan, y no puede suceder de otra manera” (Mariana, 471).[9]
En el caso del humanismo radical, la revolución es una forma de progresión por saltos[10] y el objetivo principal es el individuo pero siempre a través de la asociación con los otros: “el pueblo no debe agradecer anda a nadie. El pueblo se lo merece todo a sí mismo” (Pi, 450). En el siglo XX ya no quedan dudas sobre la naturaleza política del poder. Para Edward Said la autoridad no es un fenómeno misterioso o natural; simplemente se forma y se irradia, es un instrumento de persuasión, posee un determinado estatus, establece cánones estéticos y valores morales. La autoridad se confunde con las ideas que eleva a categoría de verdad, “it is virtually indistinguishable from certain ideas it dignifies as true, and from traditions, perceptions, and judgments it forms, transmits, reproduces” (Orientalism, 19).
La revolución y también la revuelta popular —la violencia— están así ideológicamente justificados en el siglo XIX. No obstante, los poderes políticos del momento también buscarán la legitimación de su dominación. En tiempos de la democrática Atenas de Pericles parecía legítimo justificar la dominación del imperio por el uso de la fuerza invocando la defensa del interés propio. La misma legitimidad, pero a la rebelión del oprimido, la hace explícita Bartolomé de las Casas cuando justifica la violencia de los indígenas, como en el caso del cacique Erniquillo. (Rebelión, 16). Semejante, en un artículo publicado por The New York Daily Tribune[11],Karl Marx señala que el gobierno británico admitía la existencia de tortura en India con propósitos de dominación y recaudación, encubriéndose en la excusa de que esas eran prácticas de algunos oficiales hindúes (160). Por esta opresión, justifica la violencia del pueblo oprimido por el poder colonial. “And if the English could do these things in cold blood, is it surprising that the insurgent Hindus should be guilty, in the fury of revolt and conflict, of the crimes and cruelties alleged against them?” (Journalism, 164). Un siglo más tarde, Jean Paul Sartre lo confirma: no se trata de condenar toda la violencia sino sólo la violencia inútil. “La question n’est donc pas de condamner toute la violence, mais seulement de condamner la violence inutile” (Sartre, 56). Pero este reconocimiento llevará, especialmente a los intelectuales comprometidos a definir la pertinencia y la dimensión de los fines y los medios[12]. Estas ideas son tomadas o continuadas por los intelectuales latinoamericanos, como Paulo Freire: la violencia no procede de la rebelión o de la aspiración de liberación sino de las condiciones establecidas por la tradición. “Una vez establecida la relación opresora está instaurada la violencia” (Freire, 48).
El Estado es reconocido como medio de neutralizar los poderes tradicionales y, también, como expresión de éstos mismos poderes. Pero el ejercicio del poder ya no será entendido únicamente como ejercicio de la violencia del Estado sino de una práctica cultural, de una cultura hegemónica. Para Antonio Gramsci, en la Era moderna esa lucha se expresa en la educación formal, “essa è lotta per l’egemonia nell’educazione popolare” (Quaderi, VII, 930). Pero la lucha se establece también entre dos categorías de intelectuales; es una lucha por subordinar el clero, como categoría típica de intelectual, a la órbita del Estado, es decir, “della classe dominante (libertà dell’insegnamento, organizzazione giovanili, organizzazione femminini, organizzazione professionali)” (930).
Ahora, de la misma forma que una clase intelectual es reemplazada por otra para perpetuar una determinada dominación de clase, la violencia del oprimido —la revuelta— sustituye la violencia del revolucionario perpetuando el status quo. Para Fanon, la tensión oprimido-opresor se libera periódicamente de esta forma; “la tension musculaire du colonisé se libère périodiquement dans des explosions sanguinaires : luttes tribales, lutes de çofs, luttes entre individus” (Damnés, 19). Razón que justificaría una nueva creación ideológica por parte del opresor: la no violencia: “la bourgeoise colonialiste […] introduit cette nouvelle notion qui est à proprement parler une création de la situation coloniale: la non ‘violence’” (Damnés, 25). La burguesía colonial, dice Fanon, también es aliada en este “travail de tranquillisation des colonisés” por medios más tradicionales, por medio de la religión. “Tous les saints qui ont tendu la deuxième joue, qui ont pardonné les offenses, qui ont reçu sans tressaillir les crachats et les insultes sont expliqués, donnés en exemples” (30).
Pero llega un momento de conciencia incipiente (“certain stade de développement embryonnaire de la conscience”) en donde se comprende que entre opresores y oprimidos todo se resuelve por la fuerza (34). Uno de los medios de esta respuesta violenta a la violencia de la opresión, entiende Fanon, fue descubierta por los rebeldes norteamericanos contra el imperio británico y luego retomada por los españoles (“qu’animait une foi nationale inébranlable”) bajo la dominación napoleónica: “découvrirent cette fameuse guérilla”. La guerrilla sería también el instrumento protagonista de las revoluciones latinoamericanas —si no consideramos las revueltas de los caciques indígenas contra los colonos españoles, siglos antes—, entendida en el mismo valor estratégico que anotaría Fanon: “la guérilla du colonisé ne serait rien comme instrument de violence opposée à d’autres instruments de violence, si elle n’était pas un élément nouveau dans le processus global de la compétition entre trusts et monopoles” (28). Al igual que en tiempos de Bartolomé de las Casas, los rebeldes guerrilleros se refugiarán en las sierras, en oposición violenta al dominio de la burguesía colonial, asentada en la ciudad puerto. Y ésta será, también, la práctica y la teoría de Ernesto Che Guevara en los años ’60 y la fórmula novelística de Los ríos profundos (1958) de José María Arguedas.
Todo este proceso de la “violencia liberadora” estaría en lógica relación con la evolución del humanismo europeo. Para Edward Shils, es en Occidente donde la separación entre la religión y otras actividades intelectuales ha sido más pronunciada, donde surgió entre los intelectuales un mayor sentimiento de distancia de la autoridad. Incluso en África y Asia donde la tradición intelectual de Occidente ha sido más fuerte, el rechazo a la autoridad y, por extensión a la tradición, ha sido mayor, produciéndose una suerte de paradoja: la tradición de la desautorización de la tradición, “the tradition of distrust of secular and ecclesiastical authority—and in fact of tradition as such—has became the chief secondary tradition of the intellectuals” (Shils, 17). Primero en Occidente y luego en Oriente, la principal vocación de los intelectuales, observa Shils, ha radicado en la enunciación y búsqueda de un ideal. El liberal moderno y constitucional ha sido, sobre todo, una creación de los intelectuales con afinidades burguesas, en medio de sociedades dominadas por una aristocracia militar y terrateniente. Otro ideal ha sido el cultivo de la política ideológica, revolucionaria, “working outside the circle of constitutional traditions” (9).
Esta nueva tradición, emanada de la crítica secular del humanismo, gradualmente va ganando terreno de forma que aquellas fuerzas que representan su negación deben aprender el lenguaje del adversario, la apariencia de sus valores, para tener algún éxito o legitimación en su empresa reaccionaria. Citando a Crozier, Huntington y Watanuki en un informe sobre la “Crisis de la democracia y su gobernabilidad” (“The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission”), Edward Said observa que la Comisión examinó el legado de la inquieta década de los ’60 preocupada por su efecto político en las masas, sobre sus demandas y aspiraciones. Aquí radica el problema que los autores llaman “gobernabilidad”, desde el momento en que las masas han dejado de ser tan dóciles como antes, “this has produced the problem of what the authors call ‘governability’ since is clear that the population at large is no longer so docile as it once was” (Said, World, 173).[13] Aparentemente, Said retoma el pensamiento de Antonio Gramsci y concluye que hay dos tipos de intelectuales que las sociedades democráticas de nuestro tiempo producen: los tecnócratas, “policy-oriented”, llamados “intelectuales responsables”, y los intelectuales políticamente peligrosos, intelectuales tradicionales, “value oriented”. En este segundo grupo es donde se supone que estan los intelectuales del humanismo crítico. No para legitimar o justificar lo existente, sino para desafiar a la autoridad y la legitimidad de las instituciones establecidas; “it is the members of this group that supposedly ‘devote themselves to the derogation of leadership, the challenging of authority, and the unmasking and delegitimation of established institution’” (173).
Al mismo tiempo, esta tarea de desafío al poder —central en el pensamiento del siglo XX— asume que la crítica del intelectual es hecha desde el mismo espacio del pueblo a quien pretende representar: desde fuera —o desde abajo— de ese poder. Un personaje del novelista brasileño Érico Veríssimo, en la novela Incidente em Antares (1971), recuerda que “durante a era hitlerista os humanistas alemães emigraram. Os tecnocratas ficaram com as mãos e as patas livres” (144). Más adelante, el mismo personaje reflexiona: “Quando o presidente Truman e os generais do Pentágono se reuniram, no maior sigilo, para decidir si lançavam ou não a primeira bomba atômica sobre uma cidade japonesa aberta… imaginas que eles convidaram para essa reunião algum humanista, artista, cientista, escritor ou sacerdote?” (145). Otro personaje responde al primero que el bombardeo a Dresden dejó más muertos que Hiroshima, y fue ordenado por un humanista, Churchill. Pero el anterior le responde que Churchill no es precisamente la idea de humanista que tiene en mente (145).
El intelectual humanista, casi siempre el intelectual de izquierda, es quien ha sido dotado con la espada de la crítica y con la habilidad de cortar y desenmascarar. La verdad se encuentra cubierta por el velo del poder. El poder —expresado en la autoridad y en una cultura hegemónica— debe ocultar su verdadero rostro porque sus intereses son contrarios a los intereses del resto de la humanidad, de su liberación individual y colectiva.
[1] En su famosa “Carta de Jamaica” (1815) a Henry Cullen, confiesa: “En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina” (Doctrina, 67). Luego, citando a Montesquieu: “Es más difícil sacar a un pueblo de la servidumbre que subyugar a uno libre” (67). “El Perú, por el contrario [a la rebeldía del Río de la Plata], encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos […]; el alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad: se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas” (71). Idea que repetirá el ensayista ecuatoriano Juan Montalvo medio siglo después.
[2] Este famoso libro del religioso, inmerso en una cultura misógina y escrito como manual para las mujeres, abunda en virtudes de este tipo: “Porque, así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. […] Porque el hablar nace del entender […], por donde así como la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades, sino para un oficio simple y doméstico, así les limitó el entender, por consiguiente les tasó las palabras y las razones” (154). Santa Teresa de Jesús, amiga de Fray Luis de León, repetiría con fervor ideas semejantes sobre su propio sexo. Por otra parte, la insistencia en el carácter de “naturaleza” es semejante a las “leyes eternas” de la Iglesia. Razón por la cual la introducción de la historia por parte de los humanistas, elemento dinámico de formación de hombres y mujeres, se convierte en uno de lis factores de conflicto ideológico más importantes de toda la Modernidad.
[3] La misma idea es reformulada en el siglo XXI por nuevos teóricos del noepatriarcado en Estados Unidos: el patriarcado favorece el aumento de la tasa de natalidad y, por ende, la producción y predominio de un país a largo plazo (Longman, 56-59).
[4] Ver Pedro Abelardo de Bath en Las desventuras del conocimiento científico: una introducción a la epistemología. Gregorio Klimovsky. Buenos Aires: A-Z editora, 1994.
[5] En su juventud, Leonardo Fernández de Moratín, intentó salir de la oscuridad del obrador de joyas donde trabajaba con algunos poemas adulatorios a los oficiales de la corte. Escribe odas a los “serenismos infantes” por el nacimiento de los hijos mellizos del rey, como era costumbre. Luego escribió otros versos adulatorios para un ministro de la corte que le agradeció con 300 ducados. Moratín había seguido la tradición al enterarse que había un músico poeta que lo hacía con frecuencia, a pesar que Moratín consideraba ignorante al ministro y sin talento al colega (referido por John Dowling en su prólogo a La derrota de los pedantes, 1789).
[6] “In representing the world from such a position, the subject may be seen as one who has freed thralldom to the ‘enchantments’ of nature as well as from the need for obedience to external authority or control. Second, and closely allied to the position of the subject as ‘ideal spectator’, is a view of the self as an agent of change in external world. […] The third element of this account expresses the social consequences of the first two: a state comprised of subjects will be regard as a free association of equal individuals whose corporate identity is confirmed by the success of individual social and economic aims” (Cascardi, 127).
[7] La ambivalencia de Mariana es permanente; no sólo refleja las tensiones del paradigma humanista y la tradicional concepción religiosa del orden jerárquico, sino probablemente también se deba a razones prácticas del momento. Notas como la siguiente parecen sugerirlo: “Los antepasados dotaron de riquezas a las clases dirigentes y al clero para que defendieran la patria y la religión y así lo hicieron. Por lo tanto están errados aquellos que quieren despojar a los obispos de sus riquezas” (488) “Debe además procurar el príncipe que queden intactas las inmunidades y los derechos de los sacerdotes. No los sujete nunca a las penas civiles por más que lo merezcan” (492). Mariana afirmaba que las riquezas de las iglesias aumentaban la majestad de la religión, la que era imprescindible para la sobrevivencia del reino. Las iglesias pobres son decadentes y corruptas, porque ante la grandeza de la riqueza los fieles se impresionan, “pues nos dejamos llevar de los sentidos […] nos avergonzamos más de nuestras faltas ante las cosas graves” (492). Por lo tanto, le recomienza al príncipe que no toque esas fortunas sin antes gravar al pueblo con impuestos y lo haga sólo como último recurso, mientras a los obispos les recomienda generosidad con los pobres. Etcétera. Este valor estratégico que se opone al humanismo y, sobre todo, al humanismo prometeico, es expresado en la novela-ensayo de José Cadalso, Carta marruecas (1789): “los que pretenden disuadir al pueblo de muchas cosas que cree buenamente, y de cuya creencia resultan efectos útiles al estado, no se hacen cargo de lo que sucedería si el vulgo se metiese a filósofo y quisiese indagar la razón de cada establecimiento. El pensarlo me estremece, y es uno de los motivos que me irrita contra la secta hoy reinante, que quiere revocar en duda cuanto ahora se ha tenido por más evidente que una demostración de geometría. […] La tradición y la revelación son, en dictamen de éstos, unas meras máquinas que el Gobierno pone en uso según parece conveniente. […] Pero yo les digo: aunque supongamos por un minuto que todo lo que decís fuese cierto, ¿os parece conveniente publicarlo y que todos lo sepan? La libertad que pretendéis gozar no sólo vosotros mismos, sino esparcir por todo el orbe, ¿no sería el modo más corto de hundir al mundo en un caos moral espantoso, en que se aniquilasen todo el gobierno, economía y sociedad” (294). Estos valores surgentes del humanismo se oponen a la creencia del protagonista principal de esta historia, Gazel, el viejo consejero: “Yo nací para obedecer, y para esto basta amar a su rey y a su patria: dos cosas a que nadie me ha ganado hasta ahora” (108).
[8] “The modern State embodies […] the rejection of social hierarchies, a belief in the equalities of all before the procedures of the law [but also] the authoritarian structure of State reflects the fact that the subjects are radically uncertain about the nature of virtue and values; as a result, it indicates their susceptibility to manipulation and control” (Cascardi, 180).
[9] En la legitimación del orden heredado, Mariana argumenta a favor de la monarquía hereditaria, asumiendo que los elegidos del pueblo se transforman en soberbios y arrogantes, como los nuevos ricos, por lo cual es mejor aquel que ya viene de cuna real (472).
[10] “La libertad, permítaseme la expresión, es la verdadera válvula del vapor revolucionario” (Pi, 274).
[11] “Torture as a Financial Institution in British India”, The New York Daily Tribune. 17 de setiembre de 1857.
[12] “…je condamne la violence quand elle n’est pas pour une certaine fin et quand elle n’est pas le minimum nécessaire pour arriver à cette fin -, cela vous entraîne dis-je, nécessairement, vous écrivant, à poser le problème de la fin” (Sartre, 57).
[13] Edward Said cita a M. J. Crozier, S. P. Huntington, and J. Watanuki, The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission (New York: New York University Press, 1975). (Said, World, 173).
Por millones de años, la naturaleza se ha servido del placer para impulsar a los individuos a tomar riesgos, a invertir energías que en principio no resultaban en ninguna ganancia, como sí lo eran la defensa o la alerta ante un peligro inminente, de la que ya hablamos más arriba. Una acción que no provee de un beneficio inmediato debe ser premiada por el placer. Ese ha sido el caso del sexo (gracias a la diversidad genética fue posible una evolución más rápida y, por lo tanto, una adaptación más efectiva a los cambios del ambiente) y, muy probablemente, podemos especular, ha sido también el caso del sadismo y de la burla.
El sadismo, el placer por el dolor ajeno, es otro impulso primitivo que ha saltado desde los rincones marginales de la sociedad civilizada (desde los rincones oscuros de algún barrio pobre o desde los rincones iluminados de alguna oficina rica) hasta las pantallas del mundo entero.
Excepto en las cárceles secretas que mantienen dictaduras y democracias, este sadismo no se trata del sadismo físico de la tortura, sino de un sadismo de baja intensidad. Pero esta baja intensidad es el requisito para mantener esas energías oscuras dentro de los marcos legales y hasta morales de las sociedades. Al mismo tiempo, estos dos factores (baja intensidad y legalidad) convierten al sadismo en un fenómeno ubicuo y transparente, de forma que se naturaliza y se extiende hasta convertirse en un fenómeno global y transcultural.
Como los reflejos anteriores, también esta debilidad es explotada por el mercado y por el poder de turno. Con un agregado y un nuevo incentivo: en un mundo despiadado donde todos los individuos están desesperados por buscar una fuente de sobrevivencia, el sadismo, el bully ya no es un ejercicio gratuito sino que suele transformarse en una fuente de ingresos. Me refiero a los youtubers que han desarrollado y multiplicado este mercado. Los youtubers, sean millones de fracasados que pierden años tratando de hacer cien dólares o sean esos pocos exitosos que hacen miles de dólares con cada video burlándose de alguien más, no dejan de representar y ser parte de los estratos bajos de la pirámide del poder. En la cúspide están los dueños de las plataformas, los grandes inversionistas que le dan una mejor utilidad a esta cultura de la burla permanente y frivolidad sin saciedad. Esta cultura vacía provee la sensación de libertad y de satisfacción, no muy diferente a la que puede sentir un drogadicto. De hecho, varios estudios muestran o demuestran que la sobreexcitación de los videojuegos o de actividades similares sin límites son tan adictivas como la cocaína. Esta cultura del vacío y el entretenimiento perenne no sólo evita el pensamiento crítico en un porcentaje suficiente de la sociedad (sobre todo jóvenes), sino que, además, les destruye el hábito al pensamiento no fraccionado.
Otra virtud que en el pasado debió servir para salvar a la tribu de la carga de los débiles y para reproducir los genes de los más fuertes que ahora se ha trasformado en una debilidad tóxica, explotada por los poderosos del momento según las reglas y las leyes del sistema dominante (el capitalismo), a favor de sus propias tribus de clase y en contra del resto de la humanidad.
JM.
Moscas en la telaraña: Historia de la comercialización de la existencia―y sus medios (Spanish Edition), Jorge Majfud 2023.
By Sumit Gupta, PhD. Jawaharlal Nehru University, NewDelhi
The quest for the betterment of social and economicstatus has led human beings to move from one place to another from time immemorial. In this process, immigrants often encounter various changes and challenges that, at times, are easy to adapt and overcome, but in the majority of the cases, they find themselves struggling to adjust to the social, cultural, and political changes that they experience in the foreign land. And in order to adjust to a new country, they undergo a series of changes, like adapting to new cultures, customs, norms, and languages. The process of adjusting to the new culture and environment often leads to assimilation, discrimination, acculturation, alienation, and social exclusion. The present article aims to explore the above-mentioned harsh realities and the unrevealed face of the global world through the narratives of India and Latin America. The researcher will also attempt to see whether the undocumented immigrants only face the harsh realities in the new land and are unable to fulfil their ‘American dream’. Or is it the same situation for immigrants who enter the USA legally? The two works, Transmission and Crisis, reveal the grim reality of the globalised world, where injustice and discrimination go hand in hand in the name of progress and development. The chosen works deal with the problems of immigrants and the working class in the USA. The present article also attempts to highlight the socio-cultural problems— problems of assimilation, exploitation and discrimination—that immigrants encounter in new land, apart from the economic issues.
The chosen works highlight the experiences of people who leave their native places to settle in developed countries in the hope of a promising career and a better life. In both works, one witnesses that the protagonists see America as a land of fortune, where they can fulfil their dream of becoming rich. As described by James Truslow Adams, an American historian, in his book The Epic of America, the American dream is:
«That dream of a land in which life should be better and richer and fuller for every man, with opportunity for each according to his ability or achievement. It is a difficult dream for the European upper classes to interpret adequately, and too many of us ourselves have grown weary and mistrustful of it. It is not a dream of motor cars and high wages merely, but a dream of a social order in which each man and each woman shall be able to attain to the fullest stature of which they are innately capable, and be recognized by others for what they are, regardless of the fortuitous circumstances of birth or position.» (404)
Therefore, our protagonists see America as a land of fortune, as described by James Truslow, where immediate success is guaranteed for them, but the moment they arrive in America, their hopes, dreams, and the image that they were carrying in their minds of America turn out to be a deception. Since, they find themselves in an appalling position compared to their native places, as the work they find in the new land is exploitative and underpaid.
In Transmission, Hari Kunzru, through his protagonists, reveals the bitter truth of the globalised world. His protagonists, Arjun Mehta, a software engineer and Guy Swift, head of the company Tomorrow, are shown as the victims of the present global order, where opportunities are for a few and disappointments for the majority, like our protagonists. Arjun, on receiving a job from Data bodies, which sends him to the US, finds himself in jeopardy, as initially he could not get the job, and when he gets it in spite of doing the job wholeheartedly, due to a financial crisis, he will be the first one to lose the job, as he is an outsider. In order to prove his worth and save his job, he creates a virus and plans to resolve it to show the company his capabilities and importance, but things don’t go as planned, and he becomes the cyber terrorist. He soon realises that the American dream was a deception, as the unfolding situations in the new land embitter his expectations and hopes from the new land. Similarly, Guy Swift also becomes the victim of the virus that Arjun creates, as he is arrested by the police due to his wrong identification with some transgressor due to the havoc created by the virus in their computer systems.
In Crisis, Jorge Majfud deals with the issues of immigrants, specifically Latin-American immigrants in the USA. As one starts reading the novel, the harsh reality and experiences of immigrants unfold. The work deals succinctly with the problems that immigrants face in the new land. Rejection, discrimination, assimilating to a new culture, earning a livelihood, and a lack of health facilities are the principal obstacles that generally immigrants face in the neo space. In Crisis, one also witnesses that the protagonists, like María Isabel Vásquez Jiménez, Guadalupe, Lupita, and others, see the USA as the only solution to the extreme poverty and economic problems that they face in their respective countries. The protagonists of Majfud represent the agony and despair of immigrants, who, in search of an enhanced life, leave their homeland without realising that obstacles in the new land are waiting for them. Mostly, the immigrants are considered outsiders by the host country and even seen as a social threat. They are not easily welcomed by the host country due to differences in cultural and social status.
As, Wang remarks, “In fact, in the early stage, even with the help of policy, the poor were exploited by the rich under the appealing of the American dream. Hence, the American dream is misleading and even can be seen as a trap for cheap labour force” (35). Hence, immigrants are often manhandled by the companies, who use them as cheap labour without granting them any rights. For example, in the novel Crisis, one observes the harsh realities that immigrants facein thenew land. Thenovel begins with the description of MaríaIsabel Vásquez Jiménez, who, from México, enters the USA and dies working in an exploitative condition in the vineyard due to a heart attack. Thestory of María Isabel in Crisis represents the exploitative nature of the big corporations that exploit these helpless people who leave their native places due to extreme poverty and hunger. The story of María Isabel represents the treatment that immigrants get in developed countries. To quote from the novel:
«Quizás nunca podamos imaginar los miedos de María al dejar su pueblo con tan pocos años y tan poco conocimiento del mundo exterior, sus nervios al llegar a Putla para contactar a un coyote, el vértigo y el cansancio de su paso por la ilegalidad…Pero algo salió mal. El 14 de mayo el termómetro marcó casi cuarenta grados centígrados a la sombra. Después de nueve horas bajo el sol despiojando retoños de las vides, María se sintió mareada. Tambaleándose, caminó hacia su novio y antes de llegar se desplomó… Dos días después, María y su hijo de dos meses de vientre murieron de insolación.» (Majfud 8-9)
This episode throws light on the extreme inhuman conditions under which immigrants work. They are only seen as cheap labour in the new land, and their exploitation is done for economic benefits. And the immigrants who leave their country in the hope of a better future and economic prosperity find themselves entrapped in the vicious cycle of cruelty. Therefore, the immigrants without any social or legal rights in the new place often live an isolated life because the fear of deportation always haunts their minds.
Therefore, in both novels, one observes that the protagonists see the USA, as described by James Truslow, as aland of prosperity and fortune wherethey will not betroubled by the problems they were facing in their homelands. But in reality, when they get the chance to live their «American Dream,» they find America totally opposite of what they have watched, heard, and read on television, in the news, and in books. Their optimism about the new land soon turns into dejection. They see themselves trapped in a net of false hopes and promises, where they are seeing themselves turning into cheap labour. The difficulties, harsh realities, hardships, and physical and psychological traumas that immigrants go through are very well reflected by one of the characters of Hari Kunzru. Arjun Mehta, who wants to fulfil his American Dream, moves to America, but the reality turns out to be different from what he expected. He finds himself jobless for a year. In the novel, one observes the deceptive and exploitative sides of Arjun’s job in the new land, when he is informed about the nature of his job. To quote from the novel:
Good. Until the second day, when Arjun asked where he would be working and was told that the job Databodies had guaranteed him was not in fact guaranteed at all. He would have to interview by phone with potential clients. Until at his induction meeting he shook the hand of a man who seemed like a clone of Sunny Srinivasan…who coldly informed him that until he successfully secured a post, Databodies would pay him a grand total of $500 a month, half of which would be taken back as rent for the house-share. Arjun reminded him of the $50,000 a year his contract guaranteed. Sunny’s brother-in-law shrugged. If you don’t like it, he said, you can always go back home. You’ll owe us for your visa and ticket, and we’ll have to charge you an administrative fee for the inconvenience. Ten thousand should cover it. Rupees? No, bhai, dollars. (Hari Kunzru 40)
This eye-opening event in a foreign land acquaints him with the realities of the globalised world, where his «American Dream» turns out to be a nightmare. Like other immigrants, he also experienced a long period of unemployment. And even after getting the job, the fear of termination bothers him, so he creates a virus deliberately imagining that after finding a solution to the problem, he will get a stable position in the company. And ultimately, he gets consumed by the very thing that attracted him. Likewise, the protagonists of Majfud also express the bitter experiences, difficulties, and pains faced by undocumented immigrants in the USA. The protagonists of Majfud are also from economically backward regions and also desire better living conditions and better employment, but in reality, like Arjun Mehta and Guy Swift, the protagonists of Majfud also meet the same fate. They also see themselves in the new land without social and legal rights. The protagonists of Majfud expose the truth of the globalised world, where people from developing countries get trapped in the false promises and opportunities claimed by globalisation, and they are exploited and used as cheap labour. And many times, due to extreme exploitative working conditions, they even lose their lives. In the novel, María Isabel, a Mexican girl, reflects the exploitative nature of big corporations, who use them as cheap labour without granting them any legal or social rights. The immigrants who are without documents or enter America illegally are generally the first preference of the companies, as they are not given any legal rights and are also underpaid. Without any legal or social rights, they are massively exploited. They are generally in demand as cheap labour but not accepted as citizens. As Navarro remarks, “Without the availability of a large pool of cheap exploitable migrant labour, the country’s economy would come to a halt—in short, an economic paralysis would occur. Undeniably, undocumented workers perform jobs that most U.S. domestic workers refuse to perform” (xxxii).
So, here one notes that the illegal immigrants are accepted for the sole purpose of their exploitation and the benefit of the big corporates. As Lenin rightfully asserts, “There can be no doubt that dire poverty alone compels people to abandon their native land, and that the capitalists exploit the immigrant workers in the most shameless manner…” (qtd. in Smith 31). Both works represent the same preoccupation, i.e., the condition of immigrants in the USA. The protagonists of both novels, who leave their homelands in the search of a better future and prosperity, are seen struggling for the basic amenities rather than the bright future and success they had imagined before coming to America. They often feel isolated, dejected, and alienated and live in constant fear of deportation. They are often maltreated and exploited due to a lack of social security, and people often take advantage of their situations by exploiting and harassing them. In Crisis, one observes how Nacho is treated badly and cruelly in public gatherings. As reflected in one of the events of the novel, Nacho is invited to a birthday party, and while leaving the party, he kisses and hugs Lilian, which is a common custom in most Hispanic countries. But his kissing and hugging resulted in a cultural shock for the Lilian family. They accuse him of sexual harassment and deliberately threaten him that they are going to call the migration police since they know that Nacho’s parents were undocumented immigrants. The above incident sheds light on the challenges that immigrants face in day-to-day life in the new land. The host country sees these immigrants as others, and the people of the host country never accept their culture and customs; rather, the immigrants are expected to learn everything about the host country, thus, in the process, immigrants are forced to disregard their own culture and traditions, leading to assimilation. ‘‘Ellos siempre avanzan así, no respetan el espacio personal. Dicen que los latinos son así, pero si vienen a este país deben comportarse según las reglas de este país’’ (Majfud 46). Thus, these disrespectful incidents force immigrants to live isolated lives. The novel also highlights other issues, like the fear that haunts every immigrant’s mind. And due to this fear, many times they are vulnerable to physical and psychological suffering. In the novel, Nacho is always seen as afraid of the police, and when someone steals his wallet in the metro while he was going to the airport to catch his flight, rather than making a police complaint, he returns back to his home, fearing they might deport him, as his parents were undocumented immigrants. The novel highlights the traumas that many immigrants face throughout their lives. As reflected in the novel, Nacho, who is not an illegal immigrant, always lives in fear of deportation, and many times criminals take advantage of their fear by targeting them.
The above analysis of two works exposes the problems faced by both legal and illegal immigrants in America. In both works, one observes how the protagonists try their best to achieve prosperity and a better life through determination and hard work, but soon they witness their ´American Dream´ turning into a nightmare. We see our protagonists fall into two categories: those who don’t see any hope of progress and growth in their own country, and are suffering from extreme poverty. The second category of protagonists are like Arjun Mehta, who wants to go to America to improve his financial as well as social status. But in both cases, the protagonists fail to achieve their dreams because of the capitalist system,which always sees them as cheap labour and a source of profits. Big corporations always keep immigrants in subordinate positions so that they can be easily exploited. The analysed works reveal that neither of the two categories of immigrants achieves their goals. As in both cases, the protagonists are seen as cheap labourers in the new land, and they are struggling for their daily bread instead of a content and respectable job.
HISPANIC HORIZON. Journal of the Centre of Spanish, Portuguese, Italian&LatinAmericanStudies, 2019.
Adams, James T. «The Epic of America, 433 p.» Boston, Little (1931).
Alba, Richard. “Mexican Americans and the American Dream.” Perspectives on Politics, vol. 4, no. 2, 2006, pp. 289–96. JSTOR, http://www.jstor.org/stable/3688267.
Empecemos por algo que, a esta altura, ya debe estar más que claro, aunque apenas una década atrás era calificado de delirium tremens, como todo lo que se sale un poco del ilusionismo colectivo. Las corporaciones actuales funcionan como feudos medievales por los cuales los señores dueños de vidas y tierras se reparten los reinos cuyas coronas, sus gobiernos, poco pueden hacer para limitar su poder. Por el contrario, y sobre todo a partir del nacimiento del capitalismo con el enclosure (cercado) en la Inglaterra del siglo XVI, estas coronas fueron y son funcionales a los nuevos señores feudales, los liberales.
En Estados Unidos, las corporaciones están en los comités de redacción de leyes, son importantes donantes de los candidatos de los dos partidos en perpetua disputa por la distracción popular, gracias a las leyes y a las decisiones judiciales que, por ejemplo, en 2010 eliminaron el tope máximo de donación permitido a las corporaciones bajo el argumento de que atentaba contra la libertad de expresión (Citizens United v. Federal Election Commission). Prácticamente todo el sistema político y cultural, desde los centros del poder hegemónico anglosajón hasta las neocolonias del Sur Global, desde legisladores, presidentes, jueces y, consecuentemente medios de comunicación, todos están a favor o bajo presión de las principales corporaciones a las que sus esclavos intelectuales, servilmente, atribuyen cualquier forma de progreso y bienestar social.
Pero este poder no se limita a las fronteras nacionales de aquellos países en los cuales tienen residencia declarada y personería jurídica reconocida. Su poder se extiende de diferentes formas al resto del mundo, tanto financieras como legales. Años atrás detallamos casos de extraterritorialidad judicial, como el que en 2018 afectó a la ejecutiva de la empresa china de telecomunicaciones Huawei. El primero de diciembre de 2018, en tránsito hacia México, Meng Wanzhou fue detenida en Vancouver, Canadá, por la guardia canadiense y con la asistencia de agentes estadounidenses bajo la acusación de haber hecho negocios con Irán, en violación con las leyes… de Estados Unidos (“El verdadero fraude financiero”). Luego fue acusada de fraude y sobreseída en 2022, año en que pudo regresar a su país. No es mi intención hacer una defensa de la señora Wanzhou y mucho menos de la compañía Huawei, sino de ilustrar cómo funciona el imperialismo―en este caso, judicial y financiero. Debería estar de más aclarar esto, pero con los años he aprendido que nunca se debe subestimar el poder masivo de rémoras y escuderos.
Gracias a las leyes aprobadas bajo extorciones en los gobiernos, nacionales y extranjeros, las corporaciones privadas (algunas con dos veces más capital que todo el PIB de países como Francia o Brasil) poseen inmunidad y hasta soberanía, mucho más soberanía que los mismos Estados soberanos, ya que pueden demandar a gobiernos pero no ser demandadas por éstos. Gracias a su poder financiero, los países atrapados en la convenientemente diseñada telaraña de deudas y en la necesidad de desarrollo eternamente interrumpido por las superpotencias noroccidentales hacen hasta lo imposible por atraer sus inversiones y luego por mantenerlos contentos para que no se vayan. Son esas mismas megacorporaciones las que escriben la letra chica de los TLC (“Tratados de Libre Comercio”) que les asegura su libertad expoliar recursos naturales y recursos humanos, para restringir derechos y expandir obligaciones ajenas, para usar y tirar trabajadores libremente, los cuales, una vez descartados, no tendrán ninguna libertad de cruzar fronteras como lo hacen los gerentes, los miembros de los poderosos directorios (board of trustees) y sus inversiones carroñeras que luego venderán a los gobiernos y a los políticos cipayos como inversiones para el desarrollo o, peor aún, como préstamos salvadores.
Estos Tratados de Libre Comercio, que estas corporaciones logran que los gobiernos firmen sin conocimiento popular (y cuyas negociaciones sólo se conocen cuando ocurre una filtración, como la de WikiLeaks en 2013), suelen establecer la libertad casi absoluta de los capitales de invasión. Su poder de extorción es máximo: cuando se les antoja, entran en un país y, cuando algo no les gusta, como algún derecho ganado por los trabajadores, se van sin avisar, descalabrando la economía de países grandes y chicos. Otra vez, el secuestro de las palabras, como aquí “libertad de comercio” es tal que logran imponer una realidad contraria a la obsecuente prédica: “libertad para imponer el poder incontestable de sus capitales; libertad para imponer y manipular gobiernos; libertad para silenciar y desacreditar a cualquier crítico; libertad para inocular su ideología parasitaria en el fanatismo servil de los esclavos voluntarios, cuya mayor libertad se limita a poseer la palabra libertad, una combinación de cinco fonemas vacíos por repetición.
Cualquier forma de regulación que limite esta “libertad de inversión” para asegurar condiciones de estabilidad para los países cautivos, es saboteada como una amenaza contra “la libertad” y el “libre mercado”, propia de los fracasados países comunistas, etc. El mismo Banco Mundial, cuyo declarado propósito es ser un “banco de desarrollo” para “apoyar con préstamos a los países subdesarrollados”, no sólo no tiene expertos en desarrollo en su cúpula sino que trabaja para los especuladores financieros, demostrando que, en la práctica, su verdadero objetivo son los negocios de las corporaciones y la protección de los grandes capitales. Con regularidad, el Banco Mundial publica rankings de países según su docilidad ante los inversionistas trasnacionales ―uno de los tantos rankings mundiales dictados por el norte según sus intereses y de los que el Sur Global debe liberarse. Su publicación principal, Doing Business, alerta en tiempo real a los especuladores cada vez que un país se aparta un centímetro del dogma corpofeudal: en América del Sur el congreso del país X ha aprobado un proyecto de ley reconociendo un derecho laboral; en África, el país Y enfrenta manifestaciones populares contra el dictador amigo N; en Asia, una encuesta sugiere que el 60 por ciento de la población de Z está a favor de la regulación bancaria; etc. Whisky en una mano y el mouse en la otra, los inversores mueven sus capitales de un país a otro generando el “pánico de los mercados” en los países X, Y y Z y sus políticos criollos explican la crisis por “la falta de libertad de los mercados” y, como suele decir el escritor Mario Vargas Llosa, por “no estar en el camino correcto” y “por no votar bien” a favor de la libertad, del desarrollo y de la prosperidad capitalista que, si por algo se ha destacado a lo largo de cuatro siglos es en promover la riqueza (desarrollo) de las potencias colonialistas y la muerte y la miseria (subdesarrollo) en los países colonizados.
Siempre es recomendable la autocrítica. El único problema es que, desde finales del siglo XIX, la izquierda (es decir, las opciones alternativas al poder real) nunca ha parado de hacer autocrítica hasta en política partidaria, donde, si de algo sirve, es para perder elecciones.
La derecha, en cambio, mucho más elemental y estratégica, por lo general, sigue el principio de la unión de la cosa nostra y de los grandes capitales y, en lo discursivo, aplica, desde siempre el manual de la CIA: «no importa si te descubren mintiendo; debes negarlo a cualquier precio y ante cualquier evidencia«.
En 1957 Howard Hunt fue asignado a Montevideo. Hunt era uno de los cerebros de la CIA en la campaña de propaganda que culminó con el derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala tres años antes. Poco después, el mismo Árbenz llegó con su familia y alquiló una casa a pocas cuadras de la residencia de Hunt. Ambos coincidieron en una reunión social pero Hunt, copa en mano, no le reveló la verdad a su víctima, a quien en 2007 todavía llamaba “dictador”.
El nuevo embajador de Estados Unidos, John Woodward, le había dicho que esperaba que no hiciera en Uruguay lo que había hecho en Guatemala. Hunt, seguro de su impune independencia, le informó que su único objetivo era que los comunistas no llegasen al gobierno en Uruguay, a lo que el embajador Woodward respondió: “vas a encontrar más comunistas en Texas que en todo el Uruguay”.
Según Hunt y el embajador anterior, el presidente conservador Luis Batlle era antiamericano; el hecho de que Uruguay fuese uno de los tres países de América Latina que tenían una embajada de la Unión Soviética era suficiente prueba. Por esta razón, Hunt había reclutado a Benito Nardone, un periodista aficionado y político mediocre, sin preparación pero con una gran audiencia rural gracias a su programa de CX4 Radio Rural. Contra todos los pronósticos, Nardone ganó las elecciones presidenciales de 1958.
En los años sesenta, las protestas sociales se habían incrementado al igual que las acciones secretas de Washington. Los cargos más importantes de la policía habían sido reemplazados por individuos entrenados por la CIA, según sus propios agentes, y la tortura en las comisarías se había convertido en práctica conocida. En Argentina y en el resto del continente, las guerrillas sesentistas se fundaron más de una década después que Washington decidiera inocular los ejércitos del sur. En Uruguay, entre 1963 y 1965 se fundó el grupo guerrillero Tupamaros, lo que le dio una excelente excusa a las fuerzas de represión en un contexto de fuerte decadencia económica y social. Aunque los tupamaros de indígenas solo tenían el nombre, un análisis secreto del Departamento de Estado sobre las actividades subversivas fechado el 31 de diciembre de 1976 afirmaba que “el terrorismo en América Latina tiene raíces indígenas”.
Pero el mayor temor de Washington y de la oligarquía criolla no eran los tupamaros sino el Frente Amplio. No eran las balas, sino los votos que herían mil veces más los intereses de las transnacionales y de las elites criollas. El 27 de agosto de 1971, la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires le envió un telegrama secreto al Departamento de Estado detallando la preocupación del gobierno militar de Alejandro Lanusse sobre las elecciones en Uruguay. La embajada preveía que el gobierno argentino, con o sin la ayuda de Brasil, intervendría en Uruguay de forma secreta para evitar un triunfo del Frente Amplio en las elecciones “a través de un autogolpe comandado por el presidente Jorge Pacheco Areco”. En marzo de 1970, Pacheco Areco se había reunido con el dictador argentino Juan Carlos Onganía, y en febrero del año siguiente con su sucesor, el general Levingston. Poco después, Argentina le envió equipos especializados en interrogatorios. En diciembre de 1970 y en julio de 1971, hubo contactos entre las cúpulas de Argentina y Brasil. Los agregados militares de Brasil informaron a sus pares de Estados Unidos (USMILAT) que desde mucho antes, durante las pasadas dictaduras de Onganía y Artur da Costa e Silva, existía un acuerdo para intervenir en Uruguay cuando ellos lo considerasen necesario.
Sin embargo, el mismo Lanusse enfrentaba una fuerte oposición popular en Argentina y la opción de una intervención directa fue sustituida por el apoyo al presidente Pacheco Areco para un autogolpe que impidiese la toma de poder por parte del Frente Amplio en caso de una votación favorable a la izquierda, como había ocurrido en Chile un año atrás y para lo cual Washington ya había resuelto un nuevo golpe de Estado. Señalando fuentes directas vinculadas a los altos mandos, la Embajada de Estados Unidos reportó: “este plan ya se encuentra en marcha”. Más adelante: “los recientes eventos en Bolivia, en los cuales el gobierno de Argentina estuvo involucrado, han alentado a sus militares a repetir la misma solución” (Se refiere al golpe de Estado del general ultraconservador Hugo Banzer contra el general progresista J.J.Torres) “La embajada espera que el gobierno de Argentina haga lo necesario para apoyar militar y económicamente al gobierno de Uruguay contra la amenaza de un posible triunfo del Frente Amplio”.
El 27 de noviembre de 1971, el secretario ejecutivo del Departamento de Estado, Theodore Eliot, informó que Washington estaba preocupado por la posibilidad de que el nuevo partido de izquierda de Uruguay pudiese ganar la intendencia de Montevideo. Echando recurso a una estrategia más indirecta que la usada en Chile, intervino en el proceso electoral propagando información conveniente, plantando editoriales e inoculando las fuerzas de represión locales.
En un memorándum dirigido a Henry Kissinger, Theodore Eliot informó sobre las buenas posibilidades que tenía su candidato, Pedro Bordaberry, aunque también advirtió que en Uruguay “el fenómeno de los Tupamaros es básicamente una revolución de la clase media en contra de un sistema que no ofrece oportunidades de participación”.
Para las elecciones de 1971, Washington y Brasilia ya se habían encargado de que el Frente Amplio obtenga una mala votación y que el Partido Blanco (el partido de Nardone, ahora posicionado a la izquierda con su candidato nacionalista Wilson Ferreira Aldunate) pierda las elecciones. Luego de meses de recuento de votos y de denuncias de fraude, Bordaberry resultará vencedor y entregará el país a la dictadura militar dos meses antes del golpe en Chile. Este mismo año, en la Casa Blanca, Richard Nixon, Henry Kissinger, Vernon Walters y otros funcionarios le agradecieron personalmente al dictador brasileño Emílio Garrastazu Médici por la manipulación de las elecciones en Uruguay, como antes habían colaborado con Chile.
En Argentina, la decepción de los peronistas por el nuevo peronismo de derecha y la experiencia subversiva creada por la dictadura de Onganía en los 60 habían formado el cóctel perfecto para el caos y, sobre todo, para una nueva excusa de las fuerzas de represión. ¿Qué mejor que el desorden para los profesionales del orden? Pocos meses antes de las elecciones de 1976, los militares decidieron dar un nuevo golpe de Estado y evitar el triunfo del ala izquierda del peronismo, reagrupada detrás de Héctor Cámpora, candidato que se preveía como vencedor.
En Uruguay, el golpe de Estado de 1973 tampoco tuvo como objetivo derrotar a los tupamaros que ya habían sido derrotados. Había que eliminar la amenaza de una opción popular por la fuerza de los votos. En Chile, el golpe de Estado no fue posible antes del triunfo de Allende, sino después. Esta fue la diferencia.
Años después, las elites en el poder político y social no se cansarán de repetir que, de no haber sido por los grupos rebeldes de izquierda como los Tupamaros, las dictaduras militares nunca hubiesen existido. Esta fabricación se convertirá en un dogma. Como los traumas de las dictaduras, sobrevivirá en las generaciones por venir.
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