Una teoría de la desocialización y el sadomasoquismo político

Según diferentes estudios, la autoestima de los niños ha crecido de forma acelerada a partir de los años 80s. En 1998 (Crítica de la pasión pura) escribíamos que los padres estaban obsesionados con hacerle creer a sus hijos que son Newton, Picasso y Marilyn Monroe y que, en la base de todo, estaba el miedo al fracaso en una civilización hiper competitiva. Las publicaciones de autoayuda también se habían multiplicado, lo cual solo había autoayudado a sus autores a vender muchos libros.

Cada vez más, el foco está puesto en la idea de que la felicidad llega con el éxito individual (“tú puedes”, “antes que nada, ámate a ti mismo”) y éste procede de la competencia. Es decir, tanto las ideas del éxito como de la autoestima se basan en el fracaso y la humillación de casi todo el resto, por lo que no es casualidad que los pueblos voten a líderes narcisistas que los representan.

¿Cómo llegamos hasta aquí? Durante la mayor parte de la historia, la propiedad privada se limitó a aquellos bienes de uso personal, como podía serlo una casa o las herramientas del herrero. La sola existencia milenaria del comercio indica una forma de propiedad que era reconocida por el que intercambiaba una ceda de China por un ámbar con una hormiga dentro, una planta anticonceptiva de silfio (origen del corazón) por un afrodisíaco, una cabra por diez shekels de Sumeria o un esclavo por mil denarios en el Imperio Romano. Pero la propiedad privada era muy restringida y, en algunos casos, inexistente. Cuando existía, no se aplicaba a tierras lejanas ni a cualquier cosa abstracta, como lo fue a partir del siglo XVII la compra de un centésimo de una empresa que explotaba los recursos del otro lado del mundo.

En la Edad Media europea, la propiedad privada ya existía de forma extensiva, pero era un privilegio restringido a la clase noble. Los campesinos, artesanos, sirvientes y milicianos eventuales no tenían nada: ni tierras, ni apellidos. Con todo, tenían más derechos que los esclavos de grilletes (y derechos que muchos esclavos asalariados de hoy no tienen) a ocupar las tierras del señor. No podían ser desalojados, no por altruismo ajeno, sino porque los siervos eran más importantes que la tierra que trabajaban.

La creación de dinero como forma de interacción social y el surgimiento de la burguesía democratizó (la posibilidad de) el acceso a la propiedad privada, tanto de tierras como de capitales. También desconectó a los siervos de una tierra que nunca fue de ellos. La popularización del dinero independizó a los individuos de la tierra y de su clase social. En este caso, la posibilidad de ascender de clase social produjo un poderoso impacto en la imaginación del individuo, mucho más que en la realidad.

Pronto, los nobles medievales se reorganizaron hasta convertirse en los liberales que luchaban contra toda centralización del poder (las monarquías, los Estados socialistas) que limitaba su propio poder de comprar y vender cosas y seres humanos. Es decir, los nobles-liberales lucharon contra la pérdida de control social producida por la pérdida del monopolio de la propiedad privada. En Francia se opusieron a las monarquías. En Inglaterra se asociaron a la monarquía. Los Estados modernos que, en teoría, habían surgido para proteger a los ciudadanos comunes del abuso de los poderosos, fue inmediatamente secuestrado por estos poderosos que monopolizaron los capitales, las finanzas y las inversiones, pero no podían monopolizar la violencia policial y militar (como sí lo habían hecho en la Edad Media) y decidieron comprarla. Como (casi) siempre, la sobreproducción llevó a una concentración del poder y de la violencia por parte de una minoría que tomó diferentes formas: minorías producto de la intersección de condiciones particulares como la etnia (el tótem), el sexo y la clase social.

Una de las novedades que introdujo el capitalismo fue el valor de cambio independiente al valor de uso. Éste fue un nuevo paso hacia la abstracción a través de la disociación-dislocación de la realidad. La economía se separó de la producción y luego las finanzas se separaron de la economía, hasta llegar al extremo de las monedas virtuales y de la “creación de capitales” de la nada―es decir, de la substracción de valor ajeno de una forma tan simbólica como la de un arzobispo medieval construía una lujosa catedral o de un faraón se consideraba hijo de algún dios y convencía a miles de obreros para mover millones de rocas de varias toneladas cada una para construir una cosa tan abstracta como una pirámide para proteger algo tan irrelevante como su propia tumba.

Ahora, observemos que si en la Edad Media europea la propiedad privada estaba concentrada en una elite noble; si el capitalismo destruyó la concentración basada exclusivamente en la herencia de clase, casi al mismo tiempo comenzó a reproducir el orden anterior bajo nuevos conceptos y con las nuevas tecnologías. Cuando la propiedad privada se universaliza, irónicamente las nuevas minorías usan el nuevo sistema para incrementar la concentración de poder. En el México de la segunda mitad del siglo XIX, la privatización de tierras comunales terminó con el despojo del 80 por ciento de los campesinos, ya que, si la tierra se puede adquirir con dinero, también se puede perder por dinero. Lo mismo ocurrió en las reservas indígenas en Estados Unidos durante el mismo período. Lo mismo ocurrió cuando se liquidó el sistema de esclavitud de grilletes y los esclavos liberados se convirtieron en esclavos asalariados. La misma suerte corrieron los blancos pobres. Británicos y estadounidenses lo dijeron de forma explícita: la nueva forma de mantener a los negros en un sistema de esclavitud es inocularle el deseo por cosas que no necesitan. (ver La frontera salvaje o “Consumismo, otra herencia del sistema esclavista”)

Volvamos al factor psicológico. La clave no está solo en el deseo sino en el miedo. Esta incertidumbre del mañana basado en la posesión de una propiedad privada creó un nuevo individuo que desesperadamente comenzó a buscar su propia acumulación, por miserable que fuese, para su sobrevivencia y la de su familia. Ansiedad y fanatismo que le produjo tanto dolor como placer. La acumulación a cualquier costo se convirtió en una práctica sadomasoquista de la cual el individuo ya no pudo volver.

Si observamos otras experiencias, como el de los nativos americanos (socialmente más avanzados que los europeos antes de su destrucción), podemos ver que el centro de la vida social del individuo estaba en la sociedad misma. Incluso sus sueños y deseos podían ser materia política. La introducción del dogma de la propiedad privada y de la sobrevivencia basada en la acumulación individual (“la avaricia de uno es la prosperidad de todos”) operó una desocialización del individuo. Sus relaciones sociales pasaron a depender o a administrarse por el filtro del interés propio en la acumulación. Incluso el menos avaro de cualquier sociedad fue obligado a esta práctica caníbal.

Los individuos se desocializaron y, al desocializarse, se deshumanizaron. 

Jorge Majfud, mayo 2025.

(Resumen de un capítulo del próximo libro a publicarse en 2025).

Teología del dinero IV

El secuestro de la moral

 

 

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 1.    La violencia de las simplificaciones

Durante años he leído y estudiado diferentes tesis que intentan probar, como un teólogo prueba lo que nunca intentó cuestionar, cápsulas del tipo “la propiedad es el robo”. Esta afirmación resulta tan verdadera como falsa, dependiendo de dónde se aplique; no obstante, el espiritu de partido necesita simplificar para tomar posición combativa.

Como es la regla, una vez que un ideoléxico está consolidado se ponen cosas diferentes dentro de una misma bolsa. Por ejemplo, dentro de “propiedad privada” o de “éxito” cabe una diversidad de ideas y cosas con valores frecuentemente opuestos. “Éxito” significa muchas cosas, pero dentro de un mundo creado por la narrativa conservadora norteamericana, significa acumulación ilimitada de capitales financieros y de poder político y religioso.

Pero “éxito”, aún dentro de un estrecho marco capitalista, también puede referirse a un inventor que se hace rico al mismo tiempo que beneficia a millones de personas con el resultado de sus ideas. ¿Qué tiene que ver el éxito económico y social de un innovador con el éxito de un especulador de bolsa que se hace millonario arruinando a vida de miles sino de millones de personas? ¿Qué tiene que ver aquel “mercado” que historicamente ha expandido la cultura y el bienestar material de los pueblos con aquel otro “mercado” que ha esclavizado continentes cuando no ha destruido y prostituido culturas enteras?

Por otro lado, el modesto éxito de un pequeño empresario o artesano es normalmente despreciado por aquellos otros que, por ejemplo, se consideran creadores sólo porque escriben poesía o novelas, pintan cuadros o hacen alguna forma de música. Sin embargo, un creador puede ejercer su genio en cualquier actividad, con un lápiz, sobre un teclado, en un taller de bicicletas o revolucionando la forma en que la gente usa una cerradura o un simple jabón. Un poema, si realmente tiene valor, puede expandir la experiencia existencial de un individuo, de una sociedad, levantándola de la miseria de los actos meramente animales, como comer y reproducirse. Pero también un simple proceso de purificación de agua puede sacar de la miseria material a pueblos enteros. Las dos son creaciones humanas, aunque se refieren a diferentes aspectos vitales de la existencia.

Entonces, en un mundo diverso, en lo personal no me preocuparía que alguien invierta toda su creatividad para convertirse en un millonario exitoso. Como escritor, por ejemplo, no me interesa en lo más mínimo hacer fortuna ni mido el éxito de mi trabajo por la venta de mis libros. Sí me interesa que quienes aman el lujo y el dinero no lo obtengan explotando a los demás. Algo que es muy difícil, argumentará alguien. Pero no imposible, y así como no creo que debamos imponer a todos mi desprecio por el lujo y las joyas, tampoco sería justo que quienes aman el dinero y consideran fracasados a quienes no pertenecen a esa religión, impongan sus reglas de juego a una sociedad por la simple virtud del poder excesivo que emana de sus cuentas bancarias y sus influyentes amigos.

Veamos cómo la pasión de unos se puede traducir en el martirio de otros.

 

 

2. Robo para la corona

Ahora, dentro de esta relatividad de un mundo vasto, complejo y diverso, podemos observar ciertos patrones históricos que nos aportan pistas para comprender la “normalidad” de nuestro presente. El poder, que puede llegar a ser un agente constructivo, con más frecuencia ha sido opresivo y destructor. En Estados Unidos, por ejemplo, los grupos más conservadores son los grupos más religiosos, que son los grupos más ricos o aquellos grupos que trabajan y repiten con pasión un discurso en defensa de las clases altas, conservadoras y religiosas. Cuando un pobre defiende con tanta pasión el derecho a la acumulación ilimitada de capitales, lo hace como si fuese condición y consecuencia del “éxito del capitalismo”. Generalmente este pobre es republicano, religioso y conservador, ya que no rico.

Naturalmente, los partidarios del egoísmo como virtud del capitalismo ortodoxo deben recurrir a un had hoc que pueda unir este impulso individualista con el altruismo religioso y humanista del que presumen ser los campeones: la compasión, una especie de impuesto moral que no se paga por obligación al Estado laico sino personalmente o a través de una iglesia, de forma voluntaria y cuando sobra. De esa forma se puede ver la mano que arroja las limosnas en la puerta de la iglesia mientras los pobres repiten “que Dios se lo pague”. Un negocio redondo por donde se lo mire.

Entonces, se da la paradoja de que los partidarios del egoísmo como virtud del éxito económico y divino son también los más fanáticos practicantes de una religión como la crisitiana, que desde su fundación y de forma explícita en sus Escrituras opta por los pobres y condena el mercado y la riqueza. El humanismo renacentista había revindicado el comercio como una legítima actividad humana, rescatándola de la maldicion católica (que no se aplicaba de obispos para arriba); pero más tarde el calvinismo logró que Dios reconociera la riqueza como signo de virtud moral y metafísica y condenara a los pobres por sus vicios o por no haber sido elegidos antes de nacer.

El patrón histórico ha sido siempre el mismo: cada vez que una revolución religiosa es hecha por los de abajo, por los marginados que en cierto momento se convierten en mayoría y su conciencia rebelde madura y triunfa en el discurso social, dicha revolución es secuestrada por los ricos y poderosos. No otra cosa ocurrió con la rebelión de los pobres y marginados iniciada por Jesús contra el establishment de los poderosos fariseos, colaboracionistas de un imperio ocupante como lo era el imperio romano de la época. No otra cosa ocurrió tres siglos después cuando los perseguidos cristianos se convirtieron en mayoría y de ahí en religión oficial del Imperio, legalizada estratégicamente por un emperador brutal como Constantino e institucionalizada luego de una forma aún más brutal por siglos de violencia física y moral, administrada por una policía dogmática que tuvo sus peores tiempos en la Inquisición, persiguiendo a su vez a todo lo que no se parecía a sí mismo o amenazaba los privilegios de reyes, príncipes, duques, abismos, cardenales, papas y otros administradores del poder y la riqueza social del momento. No otra cosa ocurrió con la rebelión de Lutero cuando reivindicó los derechos del individuo sobre el poder arbitrario y concentrado de los papas. No otra cosa ocurrió cuando los perseguidos peregrinos trajeron a América sus nuevas sectas y sus formas menos aristocráticas de organización social y unos siglos después terminaron convirtiéndose en las doctrinas dominante de los políticos y de los empresarios en el poder.

No otra fue la historia de los Estados modernos, que surgieron como revoluciones de los de abajo o a favor de los de abajo contra el abuso arbitrario de los de arriba. Sin embargo, ahora cuando vemos que la mayoría de los “representantes” pertenecen a la minúscula minoría más rica del país (bajo la excusa del ser “exitosos”), vemos que los Estados modernos están dirigidos por aquellos por los cuales surgieron los Estados modernos en defensa del resto más numeroso y menos poderoso de la sociedad.

Entonces, de forma casi invariable la historia nos muestra que los ricos son especialistas en secuestrar Estados, religiones y narrativas sociales. En consecuencia, no es extraño que algunos desconfíen de los hermosos discursos que elogian el “éxito” de los ricos que están en el poder mientras se presentan como los salvadores de la moral, la religión, y además, como beneficiarios de los pobres que no saben cuidarse a sí mismos.

 

Jorge Majfud

Jacksonville Univeristy

majfud.org

Milenio (Mexico)

La Republica (Uruguay)