Con el de arriba nervioso

Cuando en diciembre de 2024 se informó del asesinato del CEO de UnitedHealthcare en una calle de Nueva York, camino a una convención de inversores, los medios comentaron sin cesar sobre el brutal crimen de una persona importante. Poco después, ocurrió un fenómeno que puso nervioso a los millonarios CEOs como Brian Thompson y desconcertó al resto. El asesino se convirtió en una especie de Zorro justiciero. Cuando se supo que la bala que lo había matado tenía la inscripción Delay, Deny, Defend (Retrasar, Negar, Defender) ya no quedaron dudas. El asesino había actuado por venganza contra la práctica más conocida y odiada de las mafias de los lobbies de la salud que se presentan como “industria de seguros de salud”, un oxímoron triple.

Solo UnitedHealth Group está valuado en 500 billones de dólares, más que toda la economía de Colombia. Su récord en salud es cuestionable. Ya en 2009, un estudio de la Universidad de Harvard había concluido que “45.000 personas mueren cada año a causa de la industria de seguros médicos privados”. Eso pasa cuando una necesidad básica deja de ser un derecho para convertirse en un negocio, una mercancía que empobrece a todo un pueblo al tiempo que enriquece a menos del uno por ciento.

La imprevista reacción popular, que tiene un antecedente en otro período de obscenas diferencias sociales (la Edad de Oro antes de la Gran Recesión de finales del siglo XIX) puso nerviosos a muchos. La justicia reaccionó de la misma forma que entonces: acusó a Luigi Mangione no de asesinato, sino de terrorismo. Todas los períodos de orgías de millonarios fueron acompañadas con este tipo de violencia y terminaron en quiebres sociales.

Ninguna de las orgías anteriores compite con la actual. A pesar de que Elon Musk no fue elegido nunca por nadie, su fortuna no sólo ha comprado medios de manipulación masiva, como Twitter, sino presidentes como Trump, a quien le donó 250 millones de dólares para su campaña electoral. Trump le retribuyó con un cargo gubernamental de poder político y social extremo, aparte del que ya tenía con su compañía de satélites, apoyada por la CIA. Desde las alturas de ese poder (y desde sus noches bajo los efectos de las drogas) Musk, el hijo del apartheid de Sud África, el inmigrante más peligroso de Estados Unidos, ahora nombrado como Jefe del Department of Government Efficiency en el próximo gobierno, ha mencionado dos medidas para solucionar los problemas del país: deportar a los inmigrantes pobres (no blancos) y recortar los seguros sociales para la clase trabajadora.

Un paso más hacia el Gran Quiebre. Las crisis económicas son un invento del capitalismo (antes eran producidas por factores externos a la economía), pero es lícito sospechar que también son parte del plan de saqueo a las clases trabajadoras. Las crisis económicas son grandes inversiones para los millonarios (los únicos capitalistas), por las cuales siempre compran todo a precio de necesidad y eso explica por qué, luego de una pérdida inicial, en menos de diez años multiplican sus capitales y su poder político. Hasta que se les va la mano, como en 1929, y más que una crisis producen una depresión, la que suele levantar a los de abajo y forzar cambios políticos e ideológicos que luego llaman radicales.

¿Radicales? Un trabajador de la construcción en Estados Unidos, trabajando cinco días a la semana, bajo el sol en verano y sobre la nieve en invierno, necesitaría 45 millones de años para ahorrar la fortuna que Elon Musk amasó en menos de veinte años. Eso si no se endeuda antes. Hace 45 millones de años, los Himalayas todavía no existían. El actual territorio de India comenzaba a colisionar con Asia y todavía faltaban más de 44 millones de años para que los Homo sapiens comenzaran a caminar por el continente africano.

El sistema que produce toda esta pornografía ideológica no es nuevo. Es el mismo que existía hace exactamente cien años en Europa y Estados Unidos: una persecución feroz de la maquinaria propagandística de la oligarquía contra las tradicionales organizaciones de trabajadores y los reclamos de seguridad social. En Estados Unidos, hace cien años, sindicatos obreros y hasta parte de la iglesia católica (irlandesa) habían ganado la opinión pública sobre la necesidad de un salario mínimo, de un seguro de desempleo y de la prohibición del trabajo infantil.

Hace cien años las diferencias sociales promovidas desde Wall Street (el mayor centro de acumulación de capitales desde la esclavitud) comenzaban a alcanzar máximos históricos. En ambas márgenes del Atlántico Norte, el fascismo comenzó a seducir a las masas insatisfechas que sentían el problema y sus frustraciones, pero no las comprendía. Todo terminó de la forma más conocida por la historia. Un quiebre radical. En este caso fue una catástrofe económica que agravó la situación de miseria y de injusticia social.

Hasta que F. D. Roosevelt echó mano a lo que se supone es la primer forma de prevenir estos problemas: la implementación de políticas sociales (socialistas, según críticos de entonces), como la creación del Seguro Social, de subsidios para los de abajo, del reconocimiento al derecho a huelga y de la intervención feroz del Estado en la economía a través de obras públicas. Funcionó, aunque el sistema que había provocado la catástrofe sobrevivió. Todo lo contrario a las recomendaciones neocoloniales de austeridad (“sinceramiento”) prescritas por el FMI.

Europa procedió de forma similar, con fuertes intervenciones de los estados, desde la Alemania nazi hasta la comunista Unión Soviética. En ambos casos, resultó en un abrumador éxito económico, aunque el resto de la historia no fue igualmente brillante. Estados Unidos e Inglaterra debieron tragarse sus simpatías por Hitler y aliarse a Stalin, sobre todo cuando la Unión soviética comenzó a mostrar signos de una fulminante contraofensiva a la invasión alemana.

Las obsesiones del sistema capitalista, ahora desenfrenado, se vuelven a repetir con las mismas características de hace un siglo. Pero como somos cavernícolas con mayor poder tecnológico, no aprendemos nada de las historia ni de nuestros propios monstruos porque cada generación tiende a olvidar, no sólo la historia sino el dolor de los abuelos que debieron atravesar por traumas nacionales y globales. Cada generación se cree en la cúspide del entendimiento y subestima a las anteriores sin siquiera considerar que no sólo nuestra super tecnología ha sido inventada casi toda por las generaciones anteriores sino que las nuevas generaciones tienden a ser insensibles a las tragedias de los abuelos. Más aún si el desprecio a la educación, al conocimiento, a la cultura y al pensamiento crítico están de moda.

¿Será que el péndulo de la historia cambia de dirección cada tres generaciones? ¿Será que cada generación que aprecia la civilidad, el valor de la solidaridad y la empatía, es precedida por una que sufrió su destrucción, precedida a su vez de otra que la despreció?

Al parecer estamos en esta generación del desprecio, orgullosa del mito más perverso de la historia del capitalismo: “el desenfrenado egoísmo del individuo es beneficioso para la sociedad”. La sociedad-archipiélago de islas alienadas. Generación que será seguida por la crisis, el fascismo y la rebelión de los de abajo.

¿Cómo es posible que la mayoría de las personas adopten, con tanta pasión y convicción, las ideas de una minoría? La respuesta la dio Karl Marx en el siglo XIX: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época”. La clase dominante, aunque no sume ni el uno por ciento de la sociedad, como es el caso actual, no sólo posee (se ha apropiado) de los medios de producción, de todas las invenciones de la Humanidad a lo largo de siglos, sino que también posee los medios de financiación, los medios políticos y los medios de comunicación. Así ha sido desde la Antigua Roma, desde los sermones de los sacerdotes que interpretaban la Biblia para una congregación de analfabetos en las ricas catedrales financiadas por los señores feudales, hasta sus herederos, los liberales, en posesión de la imprenta, luego de la radio, luego de la televisión, luego de Internet, luego de las redes sociales, luego de la inteligencia artificial…

Si algo está claro es que este sistema no tiene futuro. Su estrategia es prolongar la agonía de los de abajo y el champagne de los de arriba hasta donde sea posible.

JM, diciembre 2024.

https://www.pagina12.com.ar/791607-con-el-de-arriba-nervioso

Occidentales, occidentalistas y psicoccidentalismo

Eso que desde el Renacimiento se llama Occidente, por más de mil años fue apenas una idea vaga y profundamente contradictoria del continente más violento del mundo. La mente tribal necesita aliados y enemigos en una permanente partición del mundo en dos (nosotros y ellos, el Bien y el Mal), como en cualquier torneo deportivo. Banderas, símbolos y mitos extendieron la barbarie de las tribus hasta fantasías mayores llamadas pueblos elegidos, razas superiores y naciones civilizadas.

El Occidente moderno no se forma ni con los antiguos griegos ni con la caída de Roma. Surge con el imperialismo capitalista en el siglo XVI y se radicaliza con el protestantismo, la fiebre del oro y la sociopatía de la conquista perpetua, la sumisión de los pueblos inferiores y la obligación de salvar al mundo imponiendo nuestras ideas, nuestras supersticiones, nuestro poder financiero, policial, y la eliminación de cualquier posible poder o visión diferente del mundo. Se asienta en el fanatismo supremacista que no vive ni deja vivir.

La reacción de esa fantasía llamada Occidente (hoy la OTAN) ante la mayor crisis existencial de su historia moderna es pasar por encima de todos sus sermones (igualdad, libertad, democracia, derechos humanos) para dejar al descubierto su verdadero rostro: si no podemos imponernos por la propaganda, por las finanzas, por el acoso económico, lo haremos por la fuerza del cañón.

Exactamente así surgió el Occidente capitalista: en el nombre de la libertad del mercado, fueron a destruir la libertad del mercado del por entonces Primer Mundo (India, Bangladesh y China), imponiéndole sus propias reglas a fuerza de cañón, de corrupción (que inoculó guerras fratricidas, como en India) y a fuerza de la adicción de drogas como el opio en China. En India se aprovecharon de un sistema de castas más radical que el de la Edad Media europea, creando colaboracionistas arriba y cipayos abajo. Tradición que continúa hoy. Basta con echar una mirada a los políticos en Inglaterra y Estados Unidos.

Según Jacob Helberg, experto en seguridad nacional y asesor de política exterior de Palantir “Ucrania, es la oportunidad de cumplir la misión de Palantir Technologies: defender a Occidente y joder a nuestros enemigos”. Enemigos. Para los CEOs de Palantir, como Karp, existe un imperativo moral en proporcionar a los gobiernos occidentales la mejor tecnología emergente. Por esta buena razón, “los Estados deben colaborar más con el sector tecnológico” ―las corporaciones privadas. El otro dueño de Palantir, Peter Thiel, naturalmente expresa la vieja fijación occidentalista: “A diferencia del mundo físico, en ciberseguridad es muy fácil atacar y muy difícil defenderse”. Así que vamos por lo primero (el viejo “ataque preventivo”), ya que la existencia humana se define por el conflicto y la guerra y la salida no es la paz o la negociación sino la exterminación del adversario.

Para el psicoccidentalismo, no hay lugar para dos “machos alfa”―otra de las nuevas metáforas centrales de la Nueva Derecha para expresar la vieja obsesión europea; si nosotros ganamos y dictamos, el mundo está en paz. Como para los mega negocios, competencia significa exterminar al competidor. Una visión diferente sería la negociación para un bien común, como negocian las pequeñas empresas, como cooperan los seres humanos que no están enfermos de esta psicopatía del individualismo.

Por esta razón, se ve a China como el enemigo a destruir, como fue destruida en la Guerra del Opio. Aunque la estrategia ha sido demonizar y acosar primero a la gran región que la circunvala (Rusia-Irán) a través de sus bastiones principales (Ucrania-Israel-India-Taiwán), los políticos ya no ocultan que China es el verdadero objetivo. ¿Por qué? Porque posee una economía demasiado exitosa y, aunque aún no ha disparado ni un tiro para convertirse en la primera potencia mundial (lo opuesto a cómo se construyó y se mantuvo el Occidente capitalista), sólo su éxito no alineado a nuestros intereses la definen como nuestro enemigo, el Imperio del Mal. No hace falta decir que ésta es la forma más directa de llegar a una guerra con China, la cual no esperará a último momento para invertir toneladas de capitales en su complejo militar y en más bombas nucleares.

Como tantos otros generales y congresistas estadounidenses, Mike Gallagher asumió el cargo de director de negocios de defensa de la empresa Palantir. El mismo Gallagher publicó en mayo de 2024, un artículo en Foreign Affairs titulado “No Substitute for Victory: America’s Competition With China Must Be Won, Not Managed” (“No hay sustituto para la victoria: la competencia de Estados Unidos con China debe ganarse, no gestionarse”), para lo cual Washington debe “rearmar al ejército estadounidense para reducir la influencia económica de China” y su “estrategia malévola”… Psicoccidentalismo estilo John Wyne.

El Instituto Quincy, teniendo en cuenta la sinofobia de Gallagher y Karp (director ejecutivo de Palantir), aseguró que nos dirigimos a una guerra contra China. No aclara que somos nosotros los que hemos decidido ir hacia ese violento escenario que dejará grandes beneficios (económicos y políticos) a empresas como Palantir y hundirá al resto del mundo en una crisis total, incluido Occidente ―sobre todo Occidente. Una guerra por Taiwán es el escenario deseado por Occidente, pero les resultará más económico y estratégico inventar una guerra entre China e India por Kashmir… Bueno, mejor no darles ideas.

Para ir haciendo boca, el candidato a vicepresidente J.D. Vance, dijo que contrarrestar a China será una prioridad de política exterior para Donald Trump, algo que se puede leer como un libreto recibido de gente mejor preparada, informada y poderosa que el aprendiz Vance, amigo de los millonarios de Palantir y otras tecnológicas, sus principales donantes.

El imperio estadounidense ya no podrá contar con la imposición del dólar, por lo que deberá sacar ventaja de las armas dotadas de inteligencia artificial, algo que ya está siendo probado en Ucrania y Palestina. En 2024, el Ministerio de Defensa de Israel llegó a un acuerdo con Thiel y Karp para “aprovechar la tecnología avanzada de Palantir en apoyo de misiones relacionadas con la guerra”. Si en el pasado se experimentaba con drogas y sífilis en América Latina, ahora se prueba la efectividad de toda este avance de la inteligencia para eliminar sin asco hombres, niños y mujeres para probar la efectividad de las nuevas armas y el impacto en la opinión pública que, se calcula, dejará de importar porque parte del plan es eliminar las incómodas elecciones de las disfuncionales democracias liberales―ver nuestro análisis de Curtis Yarvin. 

Es la vieja mentalidad occidental es eso que, ahora sin máscaras, vemos en Israel masacrando sin límites porque “solo nosotros importamos”, “los demás son salvajes”, “somos la raza superior y debemos ser obedecidos”, además, “somo los preferidos de Dios” y tenemos un “destino manifiesto”. La vida ajena no tiene valor. Lo único que importa es ganar, yt ganar a cualquier precio.

Ahora, la experiencia indica que toda esta super tecnología multimillonaria es una gran ventaja bélica, pero no está dando los resultados esperados. Ni en Ucrania ni en Palestina ni en el resto del mundo vigilado y manipulado. Uno de los talones de Aquiles de las High Tech son las Low Tech, es decir, cuanto menos sofisticada es una tecnología, más difícil de dominar o predecir a sus usuarios. Por eso se recurre a la fuerza bruta del bombardeo, como el israelí.

La Tercera Guerra Mundial, la última Guerra Mundial, es el Plan A. Debemos imaginar un Plan B e invertir todas las fuerzas de los sin poder para resistir a los psicópatas y a los mercaderes de la muerte.

Jorge Majfud, octubre 2024.

Crisis y civilización Post-anglosajona

Una civilización se basa en un sistema socioeconómico, como en el pasado antes del último sistema dominante, el capitalismo, lo fue el feudalismo. Cuando uno de sus componentes, sea el sistema económico o el sistema de valores culturales cambia, la civilización comienza a cambiar.

El capitalismo, sobre todo el capitalismo anglosajón ha muerto. Su sistema y estructura de poderes no tienen nada que ver con los siglos en los que reinó con brutal fuerza. Si no lo vemos es porque todo lo vemos a través de un pasado reciente y porque, de hecho, el capitalismo persiste como un zombi, como persistió el feudalismo por la mayor parte del tiempo en que el capitalismo dominó como paradigma. Estamos en el mismo momento cuando el capitalismo nació en el siglo XVII. Dos sistemas conviviendo, uno en declive y el otro en ascenso.

Si bien en este momento de la agonía y muerte del capitalismo no se vislumbran aún con claridad las alternativas (¿acaso John Locke llamó capitalismo a la era que ya se había iniciado casi un siglo antes?), podemos observar que sólo el traslado del centro geopolítico y económico del mundo anglosajón a China y a otros centros secundarios implicará, más que un cambio económico de sistema, un cambio económico de distribución de poder geopolítico y, consecuentemente, un cambio de paradigma cultural que tendrá efectos en la psicología y en la filosofía dominante en otras regiones―incluida la región anglosajona. En este caso, la transferencia será desde el paradigma materialista, utilitario, individualista del capitalismo anglosajón probablemente a un modelo más próximo a la filosofía confuciana o budista. Es decir, menos consumista, lo cual es, precisamente, lo que el maltrecho sistema ecológico está necesitando desesperadamente. De esta forma, se continuará el desplazamiento del centro civilizatorio de Este a Oeste, siguiendo el recorrido del sol e iniciado miles de años atrás―solo que ahora el Oeste del otro lado del océano Pacífico es, otra vez, el Este.

Aparte de la propia crisis de Estados Unidos en el siglo XXI, el cambio de centro geopolítico operará de ejemplo de que “otro mundo, otras formas de pensar y de vivir son posibles”, lo que facilitará una revolución inevitable en la cultura y en el sistema socioeconómico dentro mismo de Estados Unidos. Algo que por más de dos siglos hubiese sido imposible de imaginar, ocurrirá en este siglo que vivimos. Golpeadas por la degradación social, por su pérdida de privilegios globales (desde el geopolítico, el económico, el financiero, el monetario en base al dólar), por el acoso de las deudas de las generaciones anteriores y por la insatisfacción de una vida dedicada a un objetivo de éxito material que se revelará como un fracaso, las nuevas generaciones operarán un cambio radical en su concepción de sociedad y, sobre todo, existencial. ¿Es la producción y la acumulación de riquezas el objetivo supremo de un individuo que morirá en unas pocas décadas? ¿Qué sentido tiene ser los “número uno” del mundo? ¿Qué sentido tiene que en 1845 el expresidente Andrew Jackson, agonizando por una diarrea que lo estaba llevando a la muerte, hasta su último suspiro estaba tan preocupado por robarle California a México…? 

Preguntas que hasta hoy han sido tabúes, serán puestas sobre la mesa mañana. Y las respuestas no serán las que hoy da la abrumadora mayoría de los estadounidense, cegados por la propaganda corporativa de una elite financiera sino también por una mentalidad fanática que combina Jesús con Mammón como el café con leche. Una fiebre materialista, supremacista, de ganar a cualquier precio aunque para ello haya que matar a miles o millones y perder la vida en una empresa ciega que funciona como distracción neurótica.

Como dice un viejo refrán sobre las posibilidades vanas del optimismo de nuestro tiempo: “cuando pensamos que hay una luz al fondo del túnel, luego resulta que es otro tren”. Es cierto que en lo que se refiere a los seres humanos no hay muchas razones para ser optimistas, pero siempre hay, o debe haber espacio para imaginar un mundo mejor. Entonces, tal vez la esperanza, que a veces mata, a veces ayuda a vivir y hasta hace posible que sigamos luchando por una salida a nuestros problemas.

Por ejemplo, es posible que la nueva civilización cambie el paradigma de la guerra y la opresión del otro por un tiempo de mayor paz, de colaboración. Un cambio civilizatorio centrado en el individuo, en el egoísmo sobre todas las cosas como el resumido por Ayn Rand, por otro más asiático, más confuciano, más budista, más indígena americano centrado en valores comunitarios, menos materialistas, menos beligerantes en procura de un único absurdo llamado dinero―capitales, en el lenguaje de los poderosos de hoy.

Después de todo, después de tantos siglos de violenta historia, no estaría mal cambiar la filosofía del águila y del oso por la del panda―esa especie que parecería ser la más feliz del mundo. Sin idealizar, tanto la naturaleza como esos seres desprendidos de ella, los humanos, necesitamos de una nueva perspectiva, de un nuevo paradigma civilizatorio. No es una contradicción sino simplemente una paradoja que los nuevo necesita de lo viejo, como ser original significa ir al origen. Ese nuevo-antiguo son las filosofías orientales como el confusionismo. Algo que, como las mismas filosofías nativas del continente americano o de varias culturas africanas como el Ubuntu o la tradición pacifista del longevo reino de Nri, en el occidente post capitalista son demonizadas como socialistas o comunistas. En alguna medida lo son, pero ese nuevo-antiguo deberá crear una cultura y una civilización menos fanática, como lo ha sido la brutal civilización capitalista que, en su fanatismo, ha logrado colonizar hasta la misma idea de libertad, progreso a fuerza de opresión y miseria―económica y humana.

jorge majfud, mayo 2023

https://www.pagina12.com.ar/560528-jorge-majfud-con-victor-hugo-morales-la-palabra-libertad-ha-

The book La frontera salvaje by Jorge Majfud explores the history of the expansion of the Thirteen Colonies over indigenous nations and Latin America, shedding light on the imperialism of the United States over the past two hundred years. The author delves into the deep-seated issues of racism, religious fanaticism, and economic interests that have shaped US interventionism in the region and beyond. By tracing the roots of these actions, the book not only explains the past but also predicts the future actions of the world’s most powerful economic and military force. Through a critical analysis of historical events and contemporary narratives, the book reveals the underlying logic behind US wars, expansionism, and interventionist practices. It serves as a powerful critique of US imperialism and sheds light on the ongoing impact of past actions on present and future global relations.

Crise et civilisation post-anglo-saxonne

par Jorge Majfud

Une civilisation repose sur un système socio-économique, comme par le passé, avant le dernier système dominant, le capitalisme, il y avait le féodalisme. Lorsque l’une de ses composantes, qu’il s’agisse du système économique ou du système de valeurs culturelles, change, la civilisation commence à changer.

Le capitalisme, surtout anglo-saxon, est mort. Son système et sa structure de pouvoir n’ont rien à voir avec les siècles durant lesquels il a régné avec une force brutale. Si nous ne le voyons pas, c’est parce que nous voyons tout à travers le passé récent et parce que, en fait, le capitalisme persiste comme un zombie, comme le féodalisme a persisté pendant la plus grande partie du temps où le capitalisme a dominé en tant que paradigme. Nous sommes au même moment où le capitalisme est né au 17ème siècle. Deux systèmes coexistent, l’un en déclin et l’autre en plein essor.

Si, à ce stade de l’agonie du capitalisme, les alternatives ne sont pas encore clairement visibles (John Locke n’appelait-il pas capitalisme l’ère qui avait déjà commencé près d’un siècle plus tôt ?), nous pouvons observer que seul le transfert du centre géopolitique et économique du monde anglo-saxon vers la Chine et d’autres centres secondaires impliquera, plus qu’un changement économique de système, un changement économique de répartition du pouvoir géopolitique et, par conséquent, un changement de paradigme culturel qui aura des effets sur la psychologie et la philosophie dominante dans d’autres régions – y compris la région anglo-saxonne. Dans ce cas, le transfert se fera probablement du paradigme matérialiste, utilitaire et individualiste du capitalisme anglo-saxon vers un modèle plus proche de la philosophie confucéenne ou bouddhiste. En d’autres termes, un modèle moins consumériste, ce qui est précisément ce dont le système écologique en difficulté a désespérément besoin. Ainsi, le déplacement du centre de la civilisation de l’Est vers l’Ouest, suivant la trajectoire du soleil et commencé il y a des milliers d’années – sauf qu’aujourd’hui, l’Ouest de l’océan Pacifique est à nouveau l’Est – se poursuivra.

Outre la crise même des États-Unis au XXIe siècle, le changement de centre géopolitique servira d’exemple pour montrer qu’« un autre monde, d’autres façons de penser et de vivre sont possibles », ce qui facilitera une révolution inévitable de la culture et du système socio-économique à l’intérieur même des États-Unis. Quelque chose qu’il aurait été impossible d’imaginer pendant plus de deux siècles se produira au cours de ce siècle. Frappées par la dégradation sociale, par la perte des privilèges globaux (géopolitiques, économiques, financiers, monétaires et basés sur le dollar), par le harcèlement des dettes des générations précédentes et par l’insatisfaction d’une vie consacrée à un objectif de réussite matérielle qui s’avérera être un échec, les nouvelles générations subiront un changement radical dans leur conception de la société et, surtout, dans leur conception existentielle. La production et l’accumulation de richesses sont-elles l’objectif suprême d’un individu qui mourra dans quelques décennies ? Quel sens cela a-t-il d’être le «numéro un» dans le monde ? Quel sens cela a-t-il qu’en 1845, l’ancien président Andrew Jackson, mourant d’une diarrhée qui le conduisait à la mort, se soit préoccupé jusqu’à son dernier souffle de voler la Californie au Mexique… ?

Les questions qui ont été taboues jusqu’à aujourd’hui seront mises sur la table demain. Et les réponses ne seront pas celles données aujourd’hui par l’écrasante majorité des Usaméricains, aveuglés par la propagande corporatiste d’une élite financière mais aussi par une mentalité fanatique qui combine Jésus et Mammon comme le café avec le lait. Une fièvre matérialiste, suprématiste, qui veut gagner à tout prix, même si cela signifie tuer des milliers ou des millions de personnes et perdre sa vie dans une entreprise aveugle qui fonctionne comme une distraction névrotique.

Comme le dit le vieux dicton sur les vaines possibilités de l’optimisme de notre époque : « lorsque nous pensons qu’il y a une lumière au bout du tunnel, il s’avère que c’est un autre train ». Il est vrai qu’en ce qui concerne les êtres humains, il n’y a pas beaucoup de raisons d’être optimiste, mais il y a, ou devrait y avoir, toujours de la place pour imaginer un monde meilleur. Alors peut-être l’espoir, qui parfois tue, parfois aide à vivre et même permet de continuer à se battre pour sortir de ses problèmes.

Par exemple, il est possible que la nouvelle civilisation fasse passer le paradigme de la guerre et de l’oppression de l’autre à une époque de plus grande paix et de collaboration. Un changement de civilisation centré sur l’individu, sur l’égoïsme avant tout, comme le résume Ayn Rand, pour une civilisation plus asiatique, plus confucéenne, plus bouddhiste, plus indigène américaine, centrée sur les valeurs communautaires, moins matérialiste, moins belliqueuse dans la poursuite d’une seule absurdité appelée argent-capital, dans le langage des puissants d’aujourd’hui.

Après tout, après tant de siècles d’histoire violente, il ne serait pas mauvais de changer la philosophie de l’aigle et de l’ours pour celle du panda, cette espèce qui semblerait être la plus heureuse du monde. Sans idéaliser, la nature et les êtres qui en sont détachés, les humains, ont besoin d’une nouvelle perspective, d’un nouveau paradigme civilisateur. Ce n’est pas une contradiction mais simplement un paradoxe que ce qui est nouveau ait besoin de l’ancien, car être original, c’est aller à l’origine. Ce nouveau-ancien, ce sont les philosophies orientales telles que le confusionnisme. Quelque chose qui, comme les mêmes philosophies originaires du continent américain ou de diverses cultures africaines telles que l’Ubuntu ou la tradition pacifiste de l’ancien royaume de Nri, est diabolisé dans l’Occident post-capitaliste en tant que socialiste ou communiste. Dans une certaine mesure, elles le sont, mais ce nouvel-ancien doit créer une culture et une civilisation moins fanatique, que l’a été la brutale civilisation capitaliste qui, dans son fanatisme, a réussi à coloniser jusqu’à l’idée même de liberté, de progrès à force d’oppression et de misère – économique et humaine.

Jorge Majfud*

Jorge Majfud est Uruguayen, écrivain, architecte, docteur en philosophie pour l’Université de Géorgie et professeur de Littérature latinoaméricaine et de Pensée Hispanique dans la Jacksonville University, aux États-Unis d’Amérique. College of Arts and Sciences, Division of Humanities. Il est auteur des romans « La reina de América » (2001), « La ciudad de la Luna » (2009) et « Crise » (2012) ; LA FRONTERA SALVAJE :
200 años de fanatismo anglosajón en América Latina », entre d’autres livres de fiction et d’essai. Blog : Estudios Críticos

Traduit de l’espagnol pour El Correo de La Diáspora par : Estelle et Carlos Debiasi