Crisis y civilización Post-anglosajona

Una civilización se basa en un sistema socioeconómico, como en el pasado antes del último sistema dominante, el capitalismo, lo fue el feudalismo. Cuando uno de sus componentes, sea el sistema económico o el sistema de valores culturales cambia, la civilización comienza a cambiar.

El capitalismo, sobre todo el capitalismo anglosajón ha muerto. Su sistema y estructura de poderes no tienen nada que ver con los siglos en los que reinó con brutal fuerza. Si no lo vemos es porque todo lo vemos a través de un pasado reciente y porque, de hecho, el capitalismo persiste como un zombi, como persistió el feudalismo por la mayor parte del tiempo en que el capitalismo dominó como paradigma. Estamos en el mismo momento cuando el capitalismo nació en el siglo XVII. Dos sistemas conviviendo, uno en declive y el otro en ascenso.

Si bien en este momento de la agonía y muerte del capitalismo no se vislumbran aún con claridad las alternativas (¿acaso John Locke llamó capitalismo a la era que ya se había iniciado casi un siglo antes?), podemos observar que sólo el traslado del centro geopolítico y económico del mundo anglosajón a China y a otros centros secundarios implicará, más que un cambio económico de sistema, un cambio económico de distribución de poder geopolítico y, consecuentemente, un cambio de paradigma cultural que tendrá efectos en la psicología y en la filosofía dominante en otras regiones―incluida la región anglosajona. En este caso, la transferencia será desde el paradigma materialista, utilitario, individualista del capitalismo anglosajón probablemente a un modelo más próximo a la filosofía confuciana o budista. Es decir, menos consumista, lo cual es, precisamente, lo que el maltrecho sistema ecológico está necesitando desesperadamente. De esta forma, se continuará el desplazamiento del centro civilizatorio de Este a Oeste, siguiendo el recorrido del sol e iniciado miles de años atrás―solo que ahora el Oeste del otro lado del océano Pacífico es, otra vez, el Este.

Aparte de la propia crisis de Estados Unidos en el siglo XXI, el cambio de centro geopolítico operará de ejemplo de que “otro mundo, otras formas de pensar y de vivir son posibles”, lo que facilitará una revolución inevitable en la cultura y en el sistema socioeconómico dentro mismo de Estados Unidos. Algo que por más de dos siglos hubiese sido imposible de imaginar, ocurrirá en este siglo que vivimos. Golpeadas por la degradación social, por su pérdida de privilegios globales (desde el geopolítico, el económico, el financiero, el monetario en base al dólar), por el acoso de las deudas de las generaciones anteriores y por la insatisfacción de una vida dedicada a un objetivo de éxito material que se revelará como un fracaso, las nuevas generaciones operarán un cambio radical en su concepción de sociedad y, sobre todo, existencial. ¿Es la producción y la acumulación de riquezas el objetivo supremo de un individuo que morirá en unas pocas décadas? ¿Qué sentido tiene ser los “número uno” del mundo? ¿Qué sentido tiene que en 1845 el expresidente Andrew Jackson, agonizando por una diarrea que lo estaba llevando a la muerte, hasta su último suspiro estaba tan preocupado por robarle California a México…? 

Preguntas que hasta hoy han sido tabúes, serán puestas sobre la mesa mañana. Y las respuestas no serán las que hoy da la abrumadora mayoría de los estadounidense, cegados por la propaganda corporativa de una elite financiera sino también por una mentalidad fanática que combina Jesús con Mammón como el café con leche. Una fiebre materialista, supremacista, de ganar a cualquier precio aunque para ello haya que matar a miles o millones y perder la vida en una empresa ciega que funciona como distracción neurótica.

Como dice un viejo refrán sobre las posibilidades vanas del optimismo de nuestro tiempo: “cuando pensamos que hay una luz al fondo del túnel, luego resulta que es otro tren”. Es cierto que en lo que se refiere a los seres humanos no hay muchas razones para ser optimistas, pero siempre hay, o debe haber espacio para imaginar un mundo mejor. Entonces, tal vez la esperanza, que a veces mata, a veces ayuda a vivir y hasta hace posible que sigamos luchando por una salida a nuestros problemas.

Por ejemplo, es posible que la nueva civilización cambie el paradigma de la guerra y la opresión del otro por un tiempo de mayor paz, de colaboración. Un cambio civilizatorio centrado en el individuo, en el egoísmo sobre todas las cosas como el resumido por Ayn Rand, por otro más asiático, más confuciano, más budista, más indígena americano centrado en valores comunitarios, menos materialistas, menos beligerantes en procura de un único absurdo llamado dinero―capitales, en el lenguaje de los poderosos de hoy.

Después de todo, después de tantos siglos de violenta historia, no estaría mal cambiar la filosofía del águila y del oso por la del panda―esa especie que parecería ser la más feliz del mundo. Sin idealizar, tanto la naturaleza como esos seres desprendidos de ella, los humanos, necesitamos de una nueva perspectiva, de un nuevo paradigma civilizatorio. No es una contradicción sino simplemente una paradoja que los nuevo necesita de lo viejo, como ser original significa ir al origen. Ese nuevo-antiguo son las filosofías orientales como el confusionismo. Algo que, como las mismas filosofías nativas del continente americano o de varias culturas africanas como el Ubuntu o la tradición pacifista del longevo reino de Nri, en el occidente post capitalista son demonizadas como socialistas o comunistas. En alguna medida lo son, pero ese nuevo-antiguo deberá crear una cultura y una civilización menos fanática, como lo ha sido la brutal civilización capitalista que, en su fanatismo, ha logrado colonizar hasta la misma idea de libertad, progreso a fuerza de opresión y miseria―económica y humana.

jorge majfud, mayo 2023

https://www.pagina12.com.ar/560528-jorge-majfud-con-victor-hugo-morales-la-palabra-libertad-ha-

Crise et civilisation post-anglo-saxonne

par Jorge Majfud

Une civilisation repose sur un système socio-économique, comme par le passé, avant le dernier système dominant, le capitalisme, il y avait le féodalisme. Lorsque l’une de ses composantes, qu’il s’agisse du système économique ou du système de valeurs culturelles, change, la civilisation commence à changer.

Le capitalisme, surtout anglo-saxon, est mort. Son système et sa structure de pouvoir n’ont rien à voir avec les siècles durant lesquels il a régné avec une force brutale. Si nous ne le voyons pas, c’est parce que nous voyons tout à travers le passé récent et parce que, en fait, le capitalisme persiste comme un zombie, comme le féodalisme a persisté pendant la plus grande partie du temps où le capitalisme a dominé en tant que paradigme. Nous sommes au même moment où le capitalisme est né au 17ème siècle. Deux systèmes coexistent, l’un en déclin et l’autre en plein essor.

Si, à ce stade de l’agonie du capitalisme, les alternatives ne sont pas encore clairement visibles (John Locke n’appelait-il pas capitalisme l’ère qui avait déjà commencé près d’un siècle plus tôt ?), nous pouvons observer que seul le transfert du centre géopolitique et économique du monde anglo-saxon vers la Chine et d’autres centres secondaires impliquera, plus qu’un changement économique de système, un changement économique de répartition du pouvoir géopolitique et, par conséquent, un changement de paradigme culturel qui aura des effets sur la psychologie et la philosophie dominante dans d’autres régions – y compris la région anglo-saxonne. Dans ce cas, le transfert se fera probablement du paradigme matérialiste, utilitaire et individualiste du capitalisme anglo-saxon vers un modèle plus proche de la philosophie confucéenne ou bouddhiste. En d’autres termes, un modèle moins consumériste, ce qui est précisément ce dont le système écologique en difficulté a désespérément besoin. Ainsi, le déplacement du centre de la civilisation de l’Est vers l’Ouest, suivant la trajectoire du soleil et commencé il y a des milliers d’années – sauf qu’aujourd’hui, l’Ouest de l’océan Pacifique est à nouveau l’Est – se poursuivra.

Outre la crise même des États-Unis au XXIe siècle, le changement de centre géopolitique servira d’exemple pour montrer qu’« un autre monde, d’autres façons de penser et de vivre sont possibles », ce qui facilitera une révolution inévitable de la culture et du système socio-économique à l’intérieur même des États-Unis. Quelque chose qu’il aurait été impossible d’imaginer pendant plus de deux siècles se produira au cours de ce siècle. Frappées par la dégradation sociale, par la perte des privilèges globaux (géopolitiques, économiques, financiers, monétaires et basés sur le dollar), par le harcèlement des dettes des générations précédentes et par l’insatisfaction d’une vie consacrée à un objectif de réussite matérielle qui s’avérera être un échec, les nouvelles générations subiront un changement radical dans leur conception de la société et, surtout, dans leur conception existentielle. La production et l’accumulation de richesses sont-elles l’objectif suprême d’un individu qui mourra dans quelques décennies ? Quel sens cela a-t-il d’être le «numéro un» dans le monde ? Quel sens cela a-t-il qu’en 1845, l’ancien président Andrew Jackson, mourant d’une diarrhée qui le conduisait à la mort, se soit préoccupé jusqu’à son dernier souffle de voler la Californie au Mexique… ?

Les questions qui ont été taboues jusqu’à aujourd’hui seront mises sur la table demain. Et les réponses ne seront pas celles données aujourd’hui par l’écrasante majorité des Usaméricains, aveuglés par la propagande corporatiste d’une élite financière mais aussi par une mentalité fanatique qui combine Jésus et Mammon comme le café avec le lait. Une fièvre matérialiste, suprématiste, qui veut gagner à tout prix, même si cela signifie tuer des milliers ou des millions de personnes et perdre sa vie dans une entreprise aveugle qui fonctionne comme une distraction névrotique.

Comme le dit le vieux dicton sur les vaines possibilités de l’optimisme de notre époque : « lorsque nous pensons qu’il y a une lumière au bout du tunnel, il s’avère que c’est un autre train ». Il est vrai qu’en ce qui concerne les êtres humains, il n’y a pas beaucoup de raisons d’être optimiste, mais il y a, ou devrait y avoir, toujours de la place pour imaginer un monde meilleur. Alors peut-être l’espoir, qui parfois tue, parfois aide à vivre et même permet de continuer à se battre pour sortir de ses problèmes.

Par exemple, il est possible que la nouvelle civilisation fasse passer le paradigme de la guerre et de l’oppression de l’autre à une époque de plus grande paix et de collaboration. Un changement de civilisation centré sur l’individu, sur l’égoïsme avant tout, comme le résume Ayn Rand, pour une civilisation plus asiatique, plus confucéenne, plus bouddhiste, plus indigène américaine, centrée sur les valeurs communautaires, moins matérialiste, moins belliqueuse dans la poursuite d’une seule absurdité appelée argent-capital, dans le langage des puissants d’aujourd’hui.

Après tout, après tant de siècles d’histoire violente, il ne serait pas mauvais de changer la philosophie de l’aigle et de l’ours pour celle du panda, cette espèce qui semblerait être la plus heureuse du monde. Sans idéaliser, la nature et les êtres qui en sont détachés, les humains, ont besoin d’une nouvelle perspective, d’un nouveau paradigme civilisateur. Ce n’est pas une contradiction mais simplement un paradoxe que ce qui est nouveau ait besoin de l’ancien, car être original, c’est aller à l’origine. Ce nouveau-ancien, ce sont les philosophies orientales telles que le confusionnisme. Quelque chose qui, comme les mêmes philosophies originaires du continent américain ou de diverses cultures africaines telles que l’Ubuntu ou la tradition pacifiste de l’ancien royaume de Nri, est diabolisé dans l’Occident post-capitaliste en tant que socialiste ou communiste. Dans une certaine mesure, elles le sont, mais ce nouvel-ancien doit créer une culture et une civilisation moins fanatique, que l’a été la brutale civilisation capitaliste qui, dans son fanatisme, a réussi à coloniser jusqu’à l’idée même de liberté, de progrès à force d’oppression et de misère – économique et humaine.

Jorge Majfud*

Jorge Majfud est Uruguayen, écrivain, architecte, docteur en philosophie pour l’Université de Géorgie et professeur de Littérature latinoaméricaine et de Pensée Hispanique dans la Jacksonville University, aux États-Unis d’Amérique. College of Arts and Sciences, Division of Humanities. Il est auteur des romans « La reina de América » (2001), « La ciudad de la Luna » (2009) et « Crise » (2012) ; LA FRONTERA SALVAJE :
200 años de fanatismo anglosajón en América Latina », entre d’autres livres de fiction et d’essai. Blog : Estudios Críticos

Traduit de l’espagnol pour El Correo de La Diáspora par : Estelle et Carlos Debiasi

Un comentario en “Crisis y civilización Post-anglosajona

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