El poder, el gran narrador

En el otoño del 2003, volvía de mis clases en la University of Georgia caminando al pequeño estudio que alquilaba con mi esposa en un apartamento de 190 Baxter Dr. No sin ironía, UGA nos había rescatado de la crisis neoliberal en América del Sur. Cubría todos mis estudios de posgrado al tiempo que me pagaba un salario de subsistencia para dar unas clases muy básicas a los nuevos estudiantes.

Por unos años vivimos en un estudio mínimo, durmiendo en el piso, comiendo enlatados y sin usar el aire acondicionado para no pasarnos del presupuesto. Con todo, fueron años felices. Casi tan felices como en Mozambique en 1997 o cuando le dimos la vuelta al mundo en nueve meses como estudiantes de arquitectura en 1995, gracias a la cooperativa estudiantil de Viajes de fin de carrera de la Facultad de Arquitectura de Uruguay, la que debe estar por cumplir sus 75 años de tradición. Todo, siempre sin contar con una cuenta bancaria. “¿Cómo el hijo de un carpintero puede visitar treinta países en solo un año”, me preguntaron los guardias que me interrogaron por una hora en el aeropuerto de Tel Aviv, en octubre de 1995, con destino a Roma y poco antes del asesinato de Yitzhak Rabin―como siempre, estaban buscando en el lugar equivocado.

Solía caminar los cuarenta minutos de regreso al estudio a las 7:00 de la noche, a veces bajo la lluvia. Como nunca había estudiado inglés, caminaba prendido a una radio que no siempre entendía.

―¿Por qué no pides un préstamo y te compras un auto ―insistían mis colegas.

―¿Para qué endeudarme, si puedo caminar? ―era mi respuesta.

Caminaba con una radio de bolsillo que había comprado en un Dollar Tree por un dólar. Diferente a los medios escritos, todos los programas de radio eran ultraconservadores, como los de Rush Limbaugh. Todos tenían el mismo tono de los pastores en sus escenarios eclesiásticos, como el pastor de una iglesia al que a veces íbamos con mi esposa porque su esposa solía invitarnos a conocer otros hispanos, la mayoría ilegales. Dejé de ir cuando el pastor nos invitó a cazar ciervos con unos rifles que me provocaban repugnancia.

Recuerdo la defensa que entonces se le hacía en uno de esos programas radiales un representante del Estado de Georgia para “prohibir la enseñanza de teorías en lugar de hechos”. Publiqué algunos artículos sobre este momento en el diario Milenio de México antes que decidieran (luego de diez años de colaboraciones semanales) borrarme por completo y sin ninguna explicación, disculpa o agradecimiento.

El representante de Georgia calificaba de teoría a la Teoría de la evolución. Si se llama teoría, es teoría, como Nazi (Nacional Socialismo) es socialismo y el repollo nace del rehuevo. El creacionismo y el (por entonces) más reciente Diseño inteligente (apoyado por George Bush) no eran teorías sino hechos, registrados en la Biblia. La idea de que un texto debe ser interpretado en su contexto no entraba en la ecuación, menos cuando franceses ateos (por entonces estaba de moda Derrida en las universidades) revindicaban la muerte del autor, la libertad de cualquier interpretación y hasta el vacío mismo de un texto. Escribí algo que todavía me parece obvio: el lector puede entender lo que quiera de un texto, pero el sentido de la escritura es limitar la libertad de interpretación (ver La narrativa de lo invisible).

Segunda obviedad: toda creencia es una teoría también. La diferencia entre la Teoría de la Creación en siete días y la Teoría de la Evolución es que una no necesita datos, ni hechos, ni nada más que fe.

Ahora permítanme saltar veinte años gardelianos para intentar comprender el problema desde un punto de vista menos epistemológico y más psicológico, que es el que importa en la dinámica social, política, mediática.

Suelo iniciar muchas de mis clases en Jacksonville University con la presentación de un estudiante, para ver cómo entienden los jóvenes un tema y para no condicionarlos de entrada con lo que, supuestamente, sé o entiendo yo sobre el mismo. De todas formas, ellos saben desde el primer día cómo pienso sobre determinados temas globales. Se los aviso como obligación de honestidad: “Muchachos, no esperen de mí ninguna neutralidad. Vivir en una sociedad es estar comprometido con determinados valores, lo que significa que para mí algunas cosas están bien y otras mal. Lo mismo cualquiera de ustedes.

Eso no quiere decir que los hechos no existan independientemente de las opiniones personales, sino que cada hecho es siempre interpretado por alguien. (Por otra parte, así les doy la oportunidad a algunos que no resisten una perspectiva diferente a que abandonen el curso a tiempo y busquen algo que les confirme en su fe, como en sus iglesias.)

En la primavera de 2024 estuvimos discutiendo el caso de Operación Sinsonte (Operation Mockingbird, organizada por la CIA para crear opinión en todo el hemisferio) y las diferentes formas de manipulación de los hechos a través de las narrativas sociales. Uno de mis puntos resistidos por los estudiantes consistía en la idea de que un individuo es siempre vulnerable a creer, a aceptar como hecho aquella afirmación que procede de la autoridad que presentara los hechos con obviedad.

No hubo acuerdo, lo cual está bien. La clase continuó con la presentación del día, a cargo de una estudiante. Me fui al fondo del salón para escuchar. A un costado, observé que uno de los estudiantes comenzaba a dormirse. Unos minutos después, estaba completamente knockout. Cuando terminó la presentación de Ingrid y luego de los aplausos de sus compañeros, noté que Christian no se despertaba. Algunos de mis estudiantes compiten en atletismo se levantan a las cuatro de la madrugada para ir al gimnasio o para hacer remo en el rio que está al borde del campus. Aproveché para poner dos sillas sobre la mesa en la que dormía, con el silencio cómplice de sus compañeros.

Christian se despertó quince o veinte minutos más tarde. Cuando despertó, comenzó a bajar las sillas con discreción.

―Christian, ¿por qué has puesto las sillas sobre la mesa? ―pregunté.

Christian dudó un momento y dijo:

―Es que quería tener un poco de privacidad.

―No vuelvas a poner la sillas sobre la mesa ―le dije―. Es una fata de respeto.

―Lo siento, profesor ―dijo Christian―. Le aseguro que no volverá a pasar.

El salón se llenó de un silencio tenso. Ni risas ni protestas, hasta que le aclaré a Christian lo que realmente había pasado y que todos sus compañeros sabían. Él había aceptado sin cuestionar un hecho establecido por la autoridad, en este caso, el profesor.

Cuando terminó la clase, Christian fue el último en irse.

―Discúlpame ―le dije―. No era mi intención hacerte sentir mal, sino ilustrar nuestra discusión anterior.

―Por el contrario, profesor ―dijo Christian―. You blow my mind. No he podido dejar de pensar que eso mismo es lo que hacemos todos los días…

En fin, pensé, qué buena la actitud de Christian.

No estaba tan seguro si el resto de la sociedad lo podía entender de la misma manera.

jorge majfud, agoto 6 2024

https://www.pagina12.com.ar/760263-el-poder-el-gran-narrador

https://esferacomunicacional.ar/el-poder-el-gran-narrador/

Libertad de expresión en tiempos de la esclavitud (I y II)

Freedom of speech ends where true power begins 

El primero de enero de 1831 apareció en Massachusetts The Liberator, el primer periódico abolicionista del país y, más tarde, defensor del sufragio femenino. Por entonces, los esclavistas de Georgia ofrecieron una recompensa de 5.000 dólares (más de 160.000 dólares al valor de 2023) por la captura de su fundador, William Lloyd Garrison. Naturalmente, así es como reacciona el poder a la libertad y la lucha por los derechos ajenos, pero este intento de censura violenta no era por entonces la norma legal. La libertad de expresión establecida por la Primera Enmienda se aplicaba a los hombres blancos y nadie quería violar la ley a plena luz del día. Para corregir esos errores siempre estuvo la mafia, el paramilitarismo y, más tarde, las agencias seretas que están más allá de la ley―cuando no el acoso legal bajo otras excusas.

En su primer artículo, Garrison ya revela el tono de una disputa que se anuncia como algo de larga data: “Soy consciente de que muchos se oponen a la dureza de mi lenguaje; pero ¿no hay motivo, acaso? Seré tan duro como la verdad y tan intransigente como la justicia. Sobre este tema, no quiero pensar, ni hablar, ni escribir con moderación. ¡No! Dígale a un hombre cuya casa está en llamas que dé una alarma moderada, que rescate moderadamente a su esposa de las manos del violador, que rescate gradualmente a su hijo del fuego…[i]

The Liberator, ejerciendo su derecho a la libertad de prensa, comenzó a enviar ejemplares a los estados del sur. La respuesta de los gobiernos sureños y de los esclavistas no fue prohibir la publicación, ya que iba contra la ley―una ley que fue hecha para que unos hombres blancos y ricos se protegieran de otros hombres blancos y ricos que nunca se imaginaron que esta libertad podía amenazar de alguna forma la existencia del poder político de todos los hombres blancos y ricos.

En lugar de violar la ley se recurrió a un viejo método. No es necesario romper las reglas cuando se pueden cambiarlas. Es así como funciona una democracia. Claro que no todos tenían, ni tienen, las mismas posibilidades de operar semejante milagro democrático. Quienes no pueden cambiar las leyes suelen romperlas y por eso son criminales. Quienes pueden cambiarlas son los primeros interesados en que se cumplan. Excepto cuando la urgencia de sus propios intereses no admite demora burocrática o, por alguna razón, se ha establecido una mayoría inconveniente, a la que aquellos en el poder acusan de irresponsable, infantil o peligrosa.

En principio, como no se podía abolir directamente la Primera enmienda, se limitó las pérdidas. Carolina del Norte aprobó leyes prohibiendo la alfabetización de los esclavos.[1] Las prohibiciones continuaron y se extendieron por los años 1830s a otros estados esclavistas, casi siempre justificándose en los desórdenes, protestas y hasta disturbios violentos que habían inoculado los abolicionistas entre los negros con literatura subversiva.

La propaganda esclavista no se hizo esperar y se distribuyeron posters y panfletos advirtiendo de elementos subversivos entre la gente decente del Sur y de los peligros de las pocas conferencias sobre el tema tabú. El acoso a la libertad de expresión, sin llegar a su prohibición, también se daba en las mayores ciudades del Norte. Uno de los panfletos proesclavistas fechado el 27 de febrero de 1837 (un año después de que Texas fuese arrancada a México para reestablecer la esclavitud) invitaba a la población a reunirse frente a una iglesia de la calle Cannon en Nueva York, donde un abolicionista iba a dar una charla a las siete de la noche. El anuncio llamaba a “silenciar este instrumento diabólico y fanático; defendamos el derecho de los Estados y la constitución del país”.[ii]

Las publicaciones y las conferencias abolicionistas no se detuvieron. Por un tiempo, la forma de contrarrestarlas no fue la prohibición de la libertad de expresión sino el incremento de la propaganda esclavista y la demonización de los antiesclavistas como peligrosos subversivos. Más tarde, cuando el recurso de la propaganda no fue suficiente, todos los estados del Sur comenzaron a adoptar leyes que limitaban la libertad de expresión de ideas revisionistas. Solo cuando la libertad de expresión (libertad de los blancos disidentes) se salió de control, recurrieron a leyes más agresivas, esta vez limitando la libertad de expresión con prohibiciones selectivas o con impuestos a los abolicionistas. Por ejemplo, en 1837, Missouri prohibió las publicaciones que iban contra el discurso dominante, es decir, contra la esclavitud. Rara vez se llegó al oprobio de encarcelar a los disidentes. Se los desacreditaba, se los censuraba o se los linchaba bajo alguna buena razón como la defensa propia o la defensa de Dios, la civilización y la libertad.

Luego de estallar la Guerra Civil, el Sur esclavista escribió su propia constitución. Como lo hicieran los tejanos anglosajones apenas separados de México y por las mismas razones, la constitución de la Confederación estableció la protección de la “Institución peculiar” (la esclavitud) al mismo tiempo que incluyó una cláusula en favor de la libertad de expresión. Esta cláusula no impidió leyes que la limitaban para un lado ni que el paramilitarismo de las milicias esclavistas (origen de la policía sureña) actuaran a su antojo. Como en el “We the people” de la Constitución de 1789, como originalmente la Primera enmienda de 1791, esta “libertad de expresión” no incluía a gente que ni era “the people” ni eran humanos completos y responsables. Se refería a la raza libre. De hecho, la constitución del nuevo país esclavista establecía, en su inciso 12, casi como una copia de la enmienda original de 1791: “El Congreso no hará ninguna ley con respecto al establecimiento de una religión, o que prohíba el libre ejercicio de la misma; o coartando la libertad de expresión, o de prensa; o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y solicitar al Gobierno la reparación de agravios”.[iii] Más justo, equitativo y democrático, imposible… El secreto estaba en que, otra vez, como casi un siglo antes, eso de “el pueblo” no incluía a la mayoría de la población. Si alguien lo hubiese observado entonces, sería acusado de loco, de antipatriota o de peligroso subversivo. Es decir, algo que, en su raíz, no ha cambiado mucho en el siglo XXI.[2]

Para cuando el sistema esclavista fue legalmente ilegalizado en 1865, gracias a las circunstancias de una guerra que estuvo a punto de perderse, The Liberator ya había publicado 1820 números. Aparte de apoyar la causa abolicionista, también apoyó el movimiento por los derechos iguales de las mujeres. La primera candidata mujer a la presidencia (aunque no reconocida por ley), Victoria Woodhull, fue arrestada días antes de las elecciones de 1872 bajo el cargo de haber publicado un artículo calificado como obsceno―opiniones contra las buenas costumbres, como el derecho de las mujeres a decidir sobre su sexualidad. Como ha sido por siglos la norma en el Mundo libre, Woodhull no fue arrestada por ejercer su libertad de expresión en un país libre, sino bajo excusas de infringir otras leyes.

Con todo, esta no es una característica exclusiva del Sur esclavista ni de Estados Unidos en su totalidad. El Imperio británico procedió siempre de igual forma, no muy diferente a la “democracia ateniense”, veinticinco siglos atrás: “somos civilizados porque toleramos las opiniones diferentes y protegemos la diversidad y la libertad de expresión”. Claro, siempre y cuando no crucen determinados límites. Siempre y cuando no se conviertan en un verdadero peligro para nuestro poder incontestable.

En este sentido, recordemos sólo un ejemplo para no hacer de este libro una experiencia voluminosamente imposible e impublicable. En 1902, el economista John Atkinson Hobson publicó su ya clásico Imperialism: A Study donde explicó la naturaleza vampiresca de Gran Bretaña sobre sus colonias. Hobson fue marginado por la crítica, desacreditado por la academia y la gran prensa de la época. No fue detenido ni encarcelado. Mientras el imperio que él mismo denunciaba continuaba matando a millones de seres humanos en Asia y en África, ni el gobierno ni la corona británica se tomaban la molestia de censurar directamente al economista. No pocos, como ocurre hoy en día, lo señalaban como ejemplo de las virtudes de la democracia británica. Algo similar a lo que ocurre hoy en día con aquellos críticos del imperialismo estadunidense, más si viven en Estados Unidos: “miren, critica al país en el que vive; si viviese en Cuba no podría criticar al gobierno”. En otras palabras, si alguien señala los crímenes de lesa humanidad en las múltiples guerras imperiales y lo hace en el país que permite la libertad de expresión, eso es una prueba de las bondades democráticas del país que masacra a millones de personas y tolera que alguien se atreva a mencionarlo.

¿Cómo se explica todas esas aparentes contradicciones? No es tan complicado. Un poder imperial, dominante, sin respuesta, sin temor a la pérdida real de sus privilegios, no necesita la censura directa. Es más, la aceptación de la crítica marginal probaría sus bondades. Se la tolera, siempre y cuando no crucen el límite del verdadero cuestionamiento. Siempre y cuando el dominio hegemónico no esté decadencia y en peligro de ser reemplazado por otra cosa.

Ahora veamos esos contraejemplos del poder hegemónico y de sus mayordomos. ¿Por qué no te cas a Cuba donde la gente no tiene libertad de expresión, donde no existe la pluralidad de partidos políticos?

Para comenzar, sería necesario que señalar que todos los sistemas políticos son excluyentes. En Cuba no permiten a partidos liberales participar de sus elecciones, las cuales son tachadas de farsa por las democracias liberales. En los países con sistemas de democracia liberal, como Estados Unidos, las elecciones básicamente son elecciones de un partido único llamado Demócrata-Republicano. No existe ninguna posibilidad de que un tercer partido pueda desafiar seriamente a Partido Único porque éste es el partido de las corporaciones, que son la elite que tiene el poder real del país. Por otro lado, si, por ejemplo, en un país como chile gana las elecciones un marxista como el actual presidente Gabriel Boric, a nadie se le ocurre siquiera imaginar que ese presidente va a salirse del marco constitucional, el cual prohíbe la instauración de un sistema comunista en el país. Lo mismo ocurre en Cuba, pero hay que decir que no es lo mismo.

Ahora, volvamos a la lógica de la libertad de expresión en distintos sistemas de poder global. Para resumirlo, creo que es necesario decir que la libertad de expresión es un lujo que, históricamente, no se han podido dar aquellas colonias o repúblicas que luchaban por independizarse de la libertad de los imperios. Bastaría con recordar el ejemplo de la democracia guatemalteca, destruida por la Gran Democracia de Estados Unidos en 1954 porque su gobierno, democráticamente electo decidió aplicar las leyes soberanas de su propio país, las que no convenían a la megacorporación United Fruit Company. La Gran Democracia no dudó en instalar otra dictadura, la que dejó cientos de miles de muertos a lo largo de décadas.

¿Cuál fue el problema principal de la democracia de Guatemala en los 50s? Fue su libertad de prensa, su libertad de expresión. Por ésta, el imperio del Norte y la UFCo lograron manipular la opinión pública de ese país través de una campaña de propaganda deliberadamente planeada y reconocida por sus propios perpetuadores―no por sus mayordomos criollos, está de más decir.

Cuando esto ocurre, el joven médico argentino, Ernesto Guevara, se encontraba en Guatemala y debió huir al exilio en México, donde se encontró con otros exiliados, los cubanos Fidel y Raúl Castro. Cuando la Revolución cubana triunfa, Ernesto Guevara, para entonces El Che, lo resumió notablemente: “Cuba no será otra Guatemala” ¿Qué quería decir con esto? Cuba no se dejará inocular como Guatemala a través de la “prensa libre”. La historia le dio la razón: Cuando en 1961 Washington invade Cuba en base al plan de la CIA que aseguraba que “Cuba será otra Guatemala”, fracasa estrepitosamente. ¿Por qué? Porque su población no se sumó a la “invasión libertadora”, ya que no pudo ser inoculada por la propaganda masiva que permite la “prensa libre”. Kennedy lo supo y se lo reprochó a la CIA, la cual amenazó con disolver y terminó disuelto.

La libertad de expresión es propia de aquellos sistemas que no pueden ser amenazados por la libertad de expresión, sino todo lo contrario: cuando la opinión popular ha sido cristalizada, por una tradición o por la propaganda masiva, la opinión de la mayoría es la mejor forma de legitimación. Razón por la cual esos sistemas, siempre dominante, siempre imperiales, no le permiten a sus colonias el mismo derecho que les otorgan a sus ciudadanos.

Cuando Estados Unidos se encontraba en su infancia y luchando por su sobrevivencia, su gobierno no dudó en aprobar una ley que prohibía cualquier critica al gobierno bajo la excusa de propagar ideas e información falsa―siete años después de aprobar la famosa Primera Enmienda, que no surgió de la tradición religiosa sino de la ilustración antirreligiosa europea. Naturalmente, esa ley de 1798 se llamó Sedition Act.

Estos recursos del campeón de la libertad de expresión se repitió otras veces a lo largo de su historia, siempre cuando las decisiones y los intereses de un gobierno dominado por las corporaciones de turno sintió sus intereses amenazados seriamente. Fue el caso de otra ley también llamada Sedition Act, la de 1918, cuando hubo una resistencia popular contra la propaganda organizada por maestros como Edward Bernays en favor de intervenir en la Primera Guerra Mundial―y así asegurarse el cobro de las deudas europeas. Hasta pocos años antes, las duras críticas antimperialistas de escritores y activistas como Mark Twain fueron demonizadas, pero no hubo necesidad de manchar la reputación de sociedad libre poniendo en la cárcel a un reconocido intelectual, como en 1846 habían hecho con David Thoreau por su crítica a la agresión y despojo de México para expandir la esclavitud, bajo la perfecta excusa de no pagar impuestos. Ni Twain ni la mayoría de los críticos públicos lograron cambiar ninguna política ni revertir ninguna agresión imperialista en Occidente, ya que eran leídos por una minoría fuera del poder económico y financiero. En ese aspecto, la propaganda moderna no tenía competencia, por lo tanto la censura directa a esos críticos hubiese entorpecido sus esfuerzos de vender agresiones en nombre de la libertad y la democracia. Por el contrario, los críticos servían para apoyar esa idea, por la cual los mayores y más brutales imperios de la Era Moderna fueron orgullosas democracias, no desprestigiadas dictaduras.

Sólo cuando la opinión pública estuvo dudando demasiado, como durante la Guerra fría, surgió el macartismo con sus persecuciones directas y más tarde el asesinato (indirecto) de líderes por los derechos civiles y la represión violenta con presos y muertos en universidades cuando la crítica contra la Guerra de Vietnam amenazó con traducirse en un efectivo cambio político―de hecho, el congreso de los 70s fue el más progresista de la historia, haciendo posible la investigación de la comisión Pike-Church contra el régimen de asesinatos y propaganda de la CIA. Cuando dos décadas más tarde se produce la invasión de Afganistán e Irak, la crítica y las manifestaciones públicas se habían convertido en intrascendentes y autocomplacientes, pero la nueva magnitud de la agresión imperial a partir de 2001 hacían necesario tomar nuevas medidas legales, como en 1798.

La historia rimó de nuevo en 2003, sólo que en lugar de Sedition Act se llamó Patriot Act, y no sólo estableció una censura directa sino otra mucho peor: la censura indirecta y frecuentemente invisible de la autocensura. Más recientemente, cuando la crítica al racismo, a la historia patriótica y a los demasiados derechos a las minorías sexuales comenzaron a expandirse más allá de lo controlable, se volvió al recurso de la prohibición por ley. Caso de las últimas leyes de Florida, promovidas por el gobernador Ron DeSantis directamente prohibiendo libros revisionistas y regulando el lenguaje en las escuelas y universidades públicas―como para empezar. La creación de un demonio llamado woke para sustituir la pérdida del demonio anterior llamado musulmanes.

Mientras tanto, los mayordomos, sobre todo los cipayos de las colonias, continúan repitiendo clichés creados generaciones antes: “cómo es que vives en Estados Unidos y críticas a ese país, deberías mudarte a Cuba, que es donde no se respeta la libertad de expresión”. Luego de sus clichés se sienten tan felices y tan patriotas que da pena incomodarlos con la realidad.

El 5 de mayo de 2023, se realizó la ceremonia de coronación del rey Carlos III de Inglaterra. El periodista Julián Assange, prisionero por más de una década por el delito de haber publicado una parte menor de las atrocidades cometidas por Washington en Irak, le escribió una carta al nuevo rey invitándolo a visitar la deprimente prisión de Belmarsh, en Londres, donde agonizan cientos de presos, algunos de los cuales fueron reconocidos disidentes. A Assange se le permitió el sagrado derecho de la libertad de expresión generosamente otorgado por el Mundo libre. Su carta fue publicada por distintos medios occidentales, lo que prueba las bondades de Occidente y las infantiles contradicciones de quienes critican al Mundo libre desde el Mundo libre. Pero Assange sigue funcionando como ejemplo de linchamiento. También durante la esclavitud se linchaban a unos pocos negros en público. La idea era mostrar un ejemplo de lo que le puede pasar a una sociedad verdaderamente libre, no destruir el mismo orden opresor eliminando a todos los esclavos.


[1] Las leyes no prohibieron explícitamente que los esclavos aprendieran a leer y escribir. Prohibieron que quienes sabían hacerlo les enseñaran a leer y escribir a los esclavos. De la misma forma, hoy en día no hay leyes que prohíban la educación de nadie, sino todo lo contrario. Pero diversas políticas hacen que la educación sea inaccesible para quienes, por ejemplo, no pueden pagarla, al mismo tiempo que se estimula el comercio del entretenimiento, de la distracción, es decir, del ejercicio opuesto a la educación.

[2] Esta interpretación quedaba grabada a fuego por la misma constitución de 1861 que, al mismo tiempo que consolidaba el derecho a la esclavitud, trataba de erradicar el mal ejemplo de “negros libertos” que podían ser introducidos desde el norte y a los cuales, en gran medida, se los exportó a Haití y a África, donde fundaron Liberia. La sección 9 establecía: “Queda prohibida la importación de negros de raza africana de cualquier país extranjero que no sean los Estados o Territorios esclavistas de los Estados Unidos de América; el Congreso está obligado a aprobar leyes que impidan efectivamente esta posibilidad”.


[i] William Lloyd Garrison’s The Liberator. 11 de setiembre de 2015. http://www.accessible-archives.com/collections/the-liberator/

[ii] Abolitionists and Free Speech. (2021). Mtsu.edu. http://www.mtsu.edu/first-amendment/article/2/abolitionists-and-free-speech

[iii] Avalon Project. Constitution of the Confederate States; March 11, 1861. Yale University. avalon.law.yale.edu/19th_century/csa_csa.asp

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Orfeo

El complejo de Orfeo

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Si el presidente o el primer ministro de un poderoso país

arrasa una horrible ciudad con alas de fuego

para salvar la vida y la civilización

para liberar a la victimas

y castigar a los fanáticos

 

Si el presidente o el primer ministro de un poderoso país

masacra a su pueblo o a un pueblo ajeno

para salvar el orden del caos invasor

para defenderse del ataque artero

de los que comen basura

 

podrá ser llamado héroe, hermano, o padre salvador

podrá ser maldecido por malditos de poca fe

podrá ser castigado con chorros de tinta

pero nunca dejará de ser

el presidente o el primer ministro de un poderoso país

 

No por masacrar horribles bestias de siete años

el presidente o el primer ministro de un poderoso país

perderá su puesto ni acortará sus días

en la profesión de administrar el poder de los demás

en la costumbre de secuestrar la opinión ajena

 

Pero si se descubre, ¡ay, si se descubre!

 

que el presidente o el primer ministro de un poderoso país

pronunció palabras ofensivas o denigrantes

contra la raza azul o la etnia amarilla,

contra el sexo derecho o el sexo izquierdo

contra la religión de las víctimas o la superstición de los pobres,

o hizo el amor en otro lugar o por el lado equivocado

 

el presidente o el primer ministro de un poderoso país

renunciará honorablemente a su cargo

para no ser expulsado del grupo de los poetas de dios

para que dios no se ofenda con un verso mal contado

para salvar la moral de todo un pueblo civilizado

 

Porque el presidente o el primer ministro de un poderoso país

puede salvar o arruinar su carrera por lo que dice,

no por lo que hace.

El presidente o el primer ministro de un poderoso país

nunca dejará de ser el presidente o el primer ministro de un poderoso país

por el numero con ceros de horribles muertos de siete años.

 

Horribles hombres y mujeres abortados a los siete años

Seres deformes sin cabezas y sin piernas, sin sueños, insensibles, inexistentes

que el presidente o el primer ministro de un poderoso país

decidió suprimir sin querer, porque era necesario

porque la vida siempre está primero

para seguir siendo el presidente o el primer ministro de un poderoso país

 

para seguir siendo el poeta maldito

que cuida esas palabras

que cuidan los hechos

que protegen la vida, el derecho y la civilización de los hombres

amenazados por aquellos otros horribles hombres y mujeres de siete años

sin cabezas, sin piernas y mirando sin mirar

 

mirando sin mirar

la mano salvadora y justiciera

el verbo que se hace luz y crea el mundo y protege a sus dueños

a través de los versos que como salmos repiten los verdaderos fieles

del presidente o del primer ministro de un poderoso país

Jorge Majfud

 

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La marca país

El soylent verde y sus síntoma lingüísticos

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Los países ya no son países. Ni siquiera compañías. Son productos. De ahí que últimamente se insista tanto en hablar de “la marca Grecia”, “la marca España” o “la marca México”. Mejor dicho, los grandes medios hablan de marcas en lugar de países, ya que la gente común no usa este lenguaje. No todavía, porque sabemos que es cuestión de tiempo.

Probablemente el más reciente sinceramiento lingüístico que ha inundado los grandes medios de comunicación (y que en español muchas veces son anglicismos inadvertidos por el uso sistemático) comenzó cuando se comenzó a llamar “consumidores” a los ciudadanos, cuando los derechos humanos dejaron lugar a los “derechos de los consumidores” y a las oportunidades de trabajo simplemente se los reconoció como “nichos del mercado”, primero, y “nichos” a secas, después.

A partir de la comprensible exigencia sobre “la calidad del producto” y de “un mundo más eficiente”, se fue dibujando un ser monodimensional que lógicamente abandonó otras no menos obsesivas disputas ideológicas por algo menos heroico y conformista, pero no menos peligroso, como lo es la obsesión por un nirvana llamado “éxito” que, en última instancia, se reduce a un par de números estadísticos, cuyo rey y santo es el PIB de un país. Ahora no sólo los gobiernos están obsesionados con medírsela y comparárselas con la del vecino, sino que cada “consumidor” necesita asegurarse que la sociedad anónima de consumidores que integra es capaz de realizar el milagro complementario de que los “consumidores” mantengan fuertes tasas de “producción” y “crecimiento”.

Sabemos que todo lenguaje es la expresión de muchas dimensiones materiales y existenciales, pero los poderes dominantes en cada momento son los agentes principales de su manipulación y colonización semántica (de la creación y mutación de ideoléxicos). Un lenguaje refleja y reproduce valores. Esto es fácil comprenderlo e, incluso, es relativamente muy simple probarlo en, por lo menos, la evolución que desde la Edad Media han seguido los actuales idiomas de origen europeo. Todo lo cual nos sugiere que el lenguaje, aun siendo un cuerpo vivo, es al mismo tiempo un objeto arqueológico y un instrumento de predicción. No es sólo un instrumento o un medio de comunicación sino, además, el campo de batalla de diferentes grupos sociales e históricos con valores e intereses en conflicto. Por lo tanto, también es el trofeo principal del ganador, es decir, de aquellos que ejercen un poder que, aun sin ser absoluto, es dominante por la sola razón de su diferencia.

Basta echar una mirada a Grecia o a España para comprobar cómo la naturaleza del poder social ya no se expresa de formas tan directas y visuales como en el pasado, a través de ejércitos en las calles y de gobiernos dictatoriales. Eso ya había quedado claro a finales del siglo XX. También parecía bastante claro que el poder ejercido a través de algo tan simbólico y virtual como el dinero, cada vez iba a necesitar menos de estos recursos. Por entonces, veíamos cómo organismos como el FMI y otros bancos presionaban o tomaban las decisiones por los gobiernos más débiles de America latina. Aunque sugerimos que un día estos dioses sordos serían ignorados por aquellos países que entraban en crisis, no nos imaginamos que quince años después las víctimas de la tiranía financiera serían los propios países europeos.

Estos países no sólo han perdido autonomía política y monetaria, no sólo sus gobiernos no gobiernan sino que se han reducido al rol de interlocutores, sino que hasta el más humilde ciudadano (o “consumidor”, como un hincha de fútbol que paga por su entrada pero no puede incidir en el resultado del partido más allá de unos gritos desesperados) suspira por el buen o mal humor de los índices bursátiles, de las primas de riesgo, del crecimiento del producto bruto y de la brutalidad de una tiranía del “realismo economicista” que ya no necesita presidentes militares ni exiliados ni presos políticos. En alguna medida, todos son presos financieros y los jóvenes exiliados monetarios.

Mientras termino de bosquejar estas pocas notas, escucho en la televisión española, una vez más, como al comienzo, que la huelga de infomativistas en Grecia, en solidaridad con la clausura de la televisión pública (antes las clausuras de medios en países pequeños eran hechas por gobiernos salvadores con un señor vestido de militar al estilo Fidel Castro o Rafael Videla) “es un golpe importante para la marca Grecia”.

Mientras tanto, los verdaderos tiranos, los magos del mundo de las finanzas que pueden hacer algunos billones de dólares, de euros o de bites en un sólo día, los dueños de la prosperidad, de la verdad, del realismo y de la realidad, festejan en sus castillos de cristal el sano y natural ciclo económico que lleva de crisis en crisis. Todo lo bueno que disfrutamos hoy en día se lo debemos a ellos y a su sagrado sistema de poderes. No a Arquímedes, ni a Newton, ni a Voltaire, ni a Jefferson, ni a Pasteur, ni a Martin L. King, ni a los millones de hombres y mujeres de las ciencias, de las humanidades, de las industrias, de las pequeñas o de las más innovadoras empresas. Las crisis mundiales son lo mejor que puede pasarles a estos mercaderes de carne humana. Son numerosas las pruebas (basta mirar sus balances) de que estas crisis tienen el maravilloso efecto de multiplicar sus capitales, mientras el resto de los verdaderos productores (conocidos como consumidores) financia sus inversiones con los impuestos que el maldito Estado les garantiza para proteger sus aventuras, mientras el resto pierde sus casas o endeuda a sus hijos.

Como cerdos destinados a la chacinería, primero los consumidores aprenden a ejercitar su hambre voraz. Hasta que llega la temporada de ajustes y sacrificios, y se les reclama esa carne tan preciada en los banquetes. Por algo todavía hay empresas intentando patentar el genoma humano. Todo lo que recuerda a aquella conocida película norteamericana de ciencia ficción de 1973, Soylent Green, que predecía para 2022 una catástrofe ecológica y la comercialización camuflada de carne humana bajo el aspecto de un derivado del plancton, según la propaganda, soylent verde.

Jorge Majfud

junio 2013

Milenio (Mexico)

La Gaceta (Argentina)

La Republica (Uruguay)

Naufragando entre las marcas (majfud) tv 5 Publicidad (majfud) tv 4 Publicidad (majfud) tv 3 Publicidad (majfud) tv 2 Publicidad (majfud) 1

La literatura del poder

La literatura del poder

 

El fetichismo nunca pudo estar exento de una narración que lo recorriese de pies a cabeza pero la imagen era el elemento central que lo definía. Con el mito, esta jerarquía se invirtió. La palabra oral era el centro y las imágenes derivaban de ella. Mucho más tarde la escritura rompió la forma circular y eterna del mito y creó la percepción lineal de la historia, marcada por un inicio y un final y construida por infinitas singularidades. En la Biblia, como en muchos otros escritos sagrados, el principio y el final del tiempo son dramáticos. Diferentes al mito, la creación y la destrucción no se repiten.

El Dios o los dioses que vencieron en el neolítico eligieron la palabra y maldijeron las imágenes. Pero las imágenes volvieron, de alguna forma, con el fetichismo o con la iconolatría católica y de las religiones periféricas.

En el siglo XX el fetichismo laico tuvo un regreso espectacular, pero el recurso del mito no cedió su espacio central. Por el contrario, los discursos sobre el dominio de la imagen son eso, discursos, narrativas que crean y recrean la nueva realidad.

La clase política dominante y la clase financiera están educadas en las universidades donde la palabra es alfa y omega. Sólo los consumidores de las clases manufactureras, quienes rara vez acceden a estos círculos de poder, están más expuestos a la lógica de la imagen, a la publicidad. Pero como la publicidad y la propaganda son resultados de una cultura letrada, de una crítica y de una técnica de producción, es la palabra la que gobierna. Aún en las fotografías de carteles y en los comerciales con imágenes mudas, es la referencia a una historia ya conocida la que da sentido y significado al caos fetichista. Significa que X es mejor que sus adversarios y su sentido es el mismo que en todos: seguir consumiendo, desodorantes, autos o presidentes.

La imagen de un bombardeo alude a una guerra. A esa imagen llamamoshecho y a esa guerra llamamos realidad. Pero ese fragmento cobra significado de un hecho gracias a la narración del periodista y, en un marco mayor, su sentido es justificar o condenar u ocultar una acción política.

Cuando una cadena como Fox News repitió sin pausa los argumentos del gobierno de George Bush para invadir Irak, una abrumadora mayoría de la población de Estados Unidos creyó en la veracidad de esos argumentos y la guerra se hizo realidad. Cuando la narración no pudo ser sostenida, no sólo por los hechos sino por una contranarración apoyada en esos hechos y en un creciente poder contestatario, el gobierno modificó su narratura para suturar la fractura anterior. Mientras no hay un reconocimiento pleno de un error, el error no existe. Y para que esto no ocurra lo mejor es realizar reconocimientos parciales, pequeños fracasos como forma de negociar la verosimilitud de la nueva narratura.

Cuando don Quijote es el rey, los gigantes malvados son destruidos por sus cañones y el delirante Sancho Panza que protesta que no hay gigantes muertos sino molineros destrozados entre los escombros es neutralizado por la verborragia realista y responsable de don Quijote rey. Neutralizado, en el mejor de los casos.

El poder secreto de la palabra, del discurso hegemónico, radica en declarar la importancia insobornable de los hechos. Pero no son los hechos los que construyen los hechos; son las palabras. Aunque las imágenes —sustitutos de los hechos— son cuidadas hasta en sus detalles mínimos, nada importan al lado del poder de lanarratura.

Las ceremonias de honor no toman su poder de las imágenes sino porque confirman, a través de un pequeño capítulo de la gran novela, la narración central. No importa si ese “soldado desconocido” murió por la libertad de un pueblo o al servicio de una dictadura bananera o de un imperio agresor. Lo que importa es la habilidad literaria del poder para integrar ese soldado a su propia ficción. No sólo para escribir y confirmar una historia sino, sobre todo, para consolidar un presente y un futuro conveniente donde haya más soldados desconocidos deseosos de dar su vida por la misma narratura, al tiempo que cualquier posible crítica o cuestionamiento al poder se convierte en inmoral.

La repetida frase “una imagen vale por mil palabras” es otra máscara reciclada de la narratura ideoléxica. Los hechos, los órdenes políticos nacionales y mundiales se mantienen no por las imágenes que pueden ser favorables o adversas a los principales poderes sino por lo que se dice de esas imágenes. Si vemos, leemos y escuchamos los mass media del mundo, podemos observar que las imágenes de la opresión y de la guerra, aún las más crueles, pueden mover la indignación de mucha gente pero rápidamente son absorbidas, neutralizadas por la narratura ideoléxica en forma de justificaciones o convirtiendo una invasión y una masacre en un puro acto de defensa de la paz.

Cuando Estados Unidos invadió Irak esgrimiendo razones que luego se probaron falsas, muchos diarios publicaron imágenes de niños muertos, despedazados por los bombardeos. Pero nada o casi nada importó esas imágenes. Lo mismo ocurre en cualquier otro conflicto mundial cuando se enfrenta un gran ejército a un ejército irregular o a la población civil. No importa de qué lado están la razón y la justicia. El verdadero campo de batalla es el campo dialéctico y, sobre todo, el narrativo. Toda la violencia nace o se legaliza ahí. Al poder de turno tampoco le importa la dialéctica en sí mismo, la lógica del discurso que justifique una determinada acción militar, sino la verbalización fracturada y repetida de una verdad construida para el caso. “El objetivo de nuestros ataques no es Y sino X”. Pero en el ataque a X mueren cientos, miles de Ys. “El objetivo es X”. Las fotos de los inocentes Ys agonizando no importan, ya que la verbalización de la realidad es más fuerte: “el objetivo es X”, un objetivo noble, justificable, la verdad, “el objetivo es X”, y punto.

A principios del año 2009, el ejército israelí bombardeó dos refugios de la ONU. La primera vez el gobierno declaró que se había tratado de un trágico error, como en tantas otras ocasiones. Los buenos se equivocan. Los malos no; son más efectivos. Después del segundo bombardeo, el secretario general de las Naciones Unidas dijo en la Radio Pública de Estados Unidos, “We demand a full explanation” (16 de enero de 2009). Las naciones del mundo exigen una narratura completa, de mayor calidad literaria.

Sea cual sea la respuesta, si es completa —a full explanation—, será suficiente. En cualquier caso será fotocopiada, copy and paste, por quienes apoyan una medida de fuerza y criticada por quienes se oponen a ella. Pero la crítica, la literatura subversiva, no tendrá efecto —al menos no inmediato— en la realidad. Porque la imagen, el hecho, están totalmente subordinados a la narrativa del poder, genio sin par de la literatura política.

El autor es la autoridad; el autor es el poder. Como Dios, el poder crea su mundo a partir del verbo. Y lo destruye cuando el mundo no sigue su palabra.

 

Jorge Majfud

Lincoln University, agosto 2009.

 

 

 

 

 

elocuencia de la ignorancia

La elocuencia imperial de la ignorancia

 

Cierta vez alguien llamó a una radio de Georgia para opinar sobre los problemas más importantes que angustian al mundo. El locutor, como es su costumbre, lo interrumpió —Oh, man; wait-wait-wait! Stop!— diciendo que en menos de quince segundos le definiría qué es el socialismo y en qué consiste el capitalismo. Efectivamente, en quince segundos, o en menos, dio dos definiciones “completas y absolutas” de lo que es uno y lo que es el otro. Entusiasta, agregó: “y todo esto, que le hubiera llevado años en cualquier universidad, lo ha aprendido usted en quince segundos. Y gratis”. No podía faltar esta observación final, ya que se corresponde con la primera, en un mundo formado y deformado por la cultura del consumo rápido y sistemático, además del odio disimulado por las universidades. La anécdota me recuerda cuando alguien en Grecia —se atribuye la anécdota a Platón, pero este dato me parece dudoso y poco significativo— definió al hombre como “un animal bípedo e implume” y Diógenes arrojó entre la multitud un pollo desplumado: “he aquí al hombre”, ironizó.

Este es el nivel de la inteligencia para los ideólogos que se ocultan cobardes detrás del falso disfraz del pragmatismo. Su epistemología equivaldría a decir que uno es capaz de definir qué es el mundo en quince segundos. O en menos: el mundo es una esfera. ¿O miento? Bueno, casi una esfera. Y lo he dicho en menos de diez segundos. Ahora, ¿no será que el mundo es algo más que una esfera? En un mundo donde predomina la mentalidad del consumo —todavía entiendo que es una tara propia de la transición histórica—, ser capaces de simplificar, de no molestar con conceptos complejos es toda una virtud. Al fin y al cabo, como bien entiende N. García Canclini, el comercio ha sustituido a la política al tiempo que los consumidores han sustituido al ciudadano moderno. Siguiendo el ejemplo de nuestro sabio locutor, uno podría tener toda una taxonomía de conceptos, resumida en una sola línea cada una y, al momento de que alguien pregunte por una cosa o por la otra podríamos contestar con gran obviedad: “a es c”. Y punto. Esta seguridad siempre da la sensación de conocimiento. De hecho, es un tipo de conocimiento: es conocimiento chatarra, como las hamburguesas hechas con yeso y carne de lombrices son un tipo de comida. Pero si nuestras sociedades de la información están lejos de algún tipo sustentable de conocimiento, están aún más lejos de cualquier tipo de sabiduría.

 

El Poder y la Universidad: una contradicción sin solución

Sin la duda no habría libertad y sin libertad no tendríamos academia sino una comité político, una iglesia o una secta, donde necesariamente se deben excluir determinadas propuestas: si uno pertenece a un partido conservador no podría insistir en posiciones liberales; si uno pertenece a la iglesia católica no debería insistir con preceptos budistas, no podría negar o cuestionar la autoridad del Papa, etc. Todo lo contrario se espera de la academia: excepto el principio de “libertad de cátedra”, nada se puede prescribir, nada se debe excluir de sus cuestionamientos: ni la política, ni la religión, ni la economía, ni el arte, ni el sexo, ni nada. No tendría ningún sentido proscribir la teoría de Darwin, el marxismo o el creacionismo bajo argumentos morales, políticos o religiosos. Incluso si advertimos que los académicos tienen una tendencia A o B no podríamos nunca legislar para cambiar esa tendencia —en teoría, producto de la misma libertad intelectual— con la excusa de buscar un “equilibrio”. Un “equilibrio” que siempre es planteado por el poder político cuando advierte que está representado por una minoría en algún sector de la sociedad. Por ejemplo, en Estados Unidos se ha propuesto muchas veces una ley para “equilibrar” el desproporcionado número de profesores liberales, es decir, de “izquierdistas” —tendencia que se repite en la mayoría de las universidades de Occidente. Claro, en algún momento podríamos pensar que la idea de promover el equilibrio, aunque no sea un resultado espontáneo, podría llegar a ser excelente: imaginen las universidades con más empresarios conservadores y las grandes compañías que controlan los países con más intelectuales de izquierda… Es curioso que un grupo numeroso e influyente de partidarios del libre mercado no sea igualmente partidario de la libertad de cátedra: allí donde se prescribe la mano invisible del mercado se prescribe la regulación de la producción intelectual. Donde se proclama la libertad del capital se condena el libre tránsito de los trabajadores y de las ideas.

Una vez alguien me dijo, considerando que nuestra universidad es una isla de “liberales” en medio de un mar de conservadores, que si los contribuyentes supieran cuáles son los temas que se estudian en los departamentos de humanidades, al poco tiempo se quedarían sin recursos. Podríamos pensar que esta es una idea “razonable” que normalmente es aplicada a la enseñanza primaria y hasta en la enseñanza media: el Estado tiene una cierta idea de qué es bueno y qué es malo, qué es “conveniente” ensañar y qué no; no sólo para aumentar la producción de esa sociedad sino para controlarla dentro de un determinado paradigma social, político y moral. Esto depende, claro, de qué tipo de Estado estamos hablando. Lo bueno y lo malo varían si consideramos China o Francia, Cuba o México, el sistema feudal o el sistema capitalista, el capitalismo industrial o el capitalismo posindustrial.

No obstante, cualquier universidad que se precie de un mínimo de dignidad, coherente con su historia milenaria, no puede basarse en la imposición de tabúes ideológicos o prescripciones paradigmáticas —lo cual no significa que la academia no sufra de estas mismas limitaciones, ya que es parte de una sociedad—. La academia desaparece, literalmente, cada vez que el Estado o el mercado de bienes y males, con sus intereses propios, prescriben o proscriben algo, por mínimo que sea. La paradoja de la academia es que no puede (ni debe) ser económicamente autosuficiente al mismo tiempo que no debería ser ideológicamente dependiente de la mano que le provee los recursos necesarios para su existencia, ya sea pública o privada. Claro que la asignación de recursos por parte del Estado a un área o a la otra, que las donaciones privadas a un campo y no al otro, dirigen con frecuencia el rumbo de la actividad intelectual. Pero si eso es lo que realmente ocurre no es por ello que se define históricamente la academia y mucho menos el pensamiento. Claro que un estado, una institución, puede negarle recursos económicos a sus universidades, argumentando que allí se generan ideas contrarias a sus propios intereses. Claro que puede hacerlo. ¿Y por qué no lo hace? Porque desde ese momento el Estado no puede ser considerado un estado democrático que promueve el libre pensamiento y la nvestigación. Por esta razón, la relación que une al Estado y a la Universidad es una relación mutuamente interesada, basada en una irresoluble contradicción.

 

Elocuencia y barbarie: las estrategias del poder

La Academia —la pretendida libertad de cátedra— nunca ha estado más amenazada que en tiempos de estratégicas luchas políticas. Cuando el proselitismo del miedo, principal instrumento del discurso hegemónico, invade todos los rincones de la sociedad, se hace invisible y se perpetúa bajo la idea de un orden “natural”, atemporal. Son los tiempos en que la ignorancia y la apatía del pueblo son sistemáticamente organizadas por la propaganda y la elocuencia de los arengadores públicos. Son los tiempos en que la violencia de la uniformidad quema hombres, mujeres y libros. Recordemos apenas un ejemplo, que la historia se ha empecinado en borrar de la memoria humana.

La famosa Escuela de traductores de Toledo se desarrolló durante gran parte del siglo XII gracias a un período de tolerancia racial, política y religiosa, en una región dominada y arrasada sucesivamente por árabes y godos. El método de esta Escuela consistía en traducir los libros de ciencia y filosofía del árabe a la lengua romance española. El mediador era, por lo general, un judío que leía árabe y recitaba en lengua vulgar para que un cristiano lo escribiese en latín. Así conocieron en Occidente a Ptolomeo, Aristóteles, Euclides, Avicena, Plotino, las enciclopedias de medicina, etcétera. También llegaron a Toledo en aquella época el inglés Abelardo de Bath y el francés Pierre le Venerable, abad de Cluny, quien le encargó al judío Pedro de Toledo la traducción del Corán al latín, la cual fue acabada en 1143. El más famoso traductor fue Gherard de Cremona, un italiano que tradujo al latín 87 obras, entre ellas el Almagesto de Ptolomaios. Al mismo tiempo trabajaban los pensadores aristotélicos en Al-Andalus, como el famoso Averroes. El célebre rey cristiano Alfonso X el Sabio, inspirado por la cultura de las cortes taifales, especialmente de la toledana e impulsado por colaboradores judíos, inició más tarde las traducciones arábigo-españolas, a la lengua romance. Pero éstos no eran excepciones. Otras familias de judíos también se dedicaron a traducir textos árabes —al tiempo que producían sus propias novedades—. En Cataluña, Jacob Ibn Tiddlon (Propacius Iudaeus) fue traductor y autor de Almanach, obra leída y admirada por Copérnico, Calvius y Kepler. No deberíamos olvidar, además, que, como dice Reyna Pastor, “Azarquiel, en un principio reputado forjador, llegó a ser el astrónomo y matemático más famoso de su época. Discutió a Ptolomeo, descubrió el movimiento de los planetas alrededor del Sol y el recorrido elíptico de Mercurio usando instrumentos de su invención: […] especies de astrolabios. A ello debe agregarse las llamadas ‘Tablas toledanas’, base de las ‘Tablas Alfonsinas’ de Alfonso el Sabio”.[1] La lista de sabios y de obras es inabarcable y sería aún mayor si el dictador Almanzor no hubiese quemado los cuatrocientos mil volúmenes de la biblioteca de Córdoba.[2] Bastaría con decir que España fue el principal centro intelectual de Europa y que gracias a esta libertad y respeto intelectual por la diversidad no sólo se salvó gran parte de la cultura antigua sino que, además, se impulsó los cambios que llevaron a Europa a un auge civilizatorio que ya todos conocemos.

Como es vieja costumbre de la historia, el fanatismo religioso —miserable esclavo de otras preocupaciones más terrenales— acabó con este período de paz y de florecimiento cultural. A partir de 1180, cesa en la iglesia el nombramiento de obispos extranjeros y comienza una etapa signada por un sentimiento nacionalista que, al decir de Amarill Chanady al referirse a América Latina, es siempre producto de una negación violenta sobre el otro, de una obligación de olvidar en búsqueda de una unidad[3]. A finales del siglo XII se unifican las iglesias hispanas y romana. En 1188, pensando en la necesidad de una “guerra santa”, el papa Clemente III envía una carta al obispo de Toledo prometiendo perdón de todos los pecados para aquellos que luchen contra los sarracenos, al igual que para aquellos que mueran en la Cruzada. En una carta del 29 de octubre de 1192 al arzobispo de Toledo, su sucesor, el papa Celestino III, citando a la Biblia, decreta: “No es contrario a la fe católica exterminar y perseguir a los sarracenos”.[4] Mucho después de la expulsión de los moros de Toledo, y como consecuencia de la larga Reconquista, en 1391 se practicará una nueva matanza que reducirá la población judía a la mitad. Una vez más Dios es secuestrado en nombre de intereses políticos. La víctima, como siempre, no será sólo la Academia sino, lo que es peor, el ser humano.

Algo me dice que nuestros tiempos no se diferencian mucho de aquella Edad Media, llena de oscuridades pero no tan oscura como se la representan en las escuelas primarias. Vivimos en el imperio de las simplificaciones; no en la Edad Media de Alfonso el Sabio sino en la de Pedro el Terrible; no en la Edad Media de la brillante Córdoba o de la Toledo tolerante sino de las Cruzadas y la Guerras Santas, de los héroes que luchan por salvar la Civilización en nombre de Dios, tirando bombas y arengando a los fieles contra el infiel.

Los necios han puesto el mundo entre dos cáscaras de nuez y han proclamado su conocimiento absoluto. Ya no queda nada por discutir. Just do it. Los nacionalismos, los estrechos patriotismos, los discursos bélicos destruyen cada día la necesaria serenidad del pensamiento. Demagogos y maquiavelos excitan la sangre y anestesian el alma. El objetivo inmediato es ganar, destruir al enemigo, un enemigo previamente creado —ese perfecto aliado de los viejos opresores que nunca falla. El objetivo a largo plazo es mantener las cosas como están.

Claro que siempre es posible salirse de la prisión de las cosas obvias. Cuando Diógenes, el filósofo vagabundo de Atenas fue capturado y llevado como esclavo a Creta le preguntaron qué era lo que mejor sabía hacer: “Mandar”, dijo el padre del cinismo.

 

 

© Jorge Majfud

The University of Georgia, abril 2006.

 

 

[1] Pastor de Togneri, Reyna. Del Islam al Cristianismo. En las fronteras de dos formaciones económico-sociales: XI-XIII. Barcelona: Ediciones Península, 1975, pág. 77.

[2] Aguilar Gavilán, Enrique. Historia de Córdoba. Madrid: Sílex, 1995, pág. 42.

[3] Chanady TA \s «Chanady» , Amarill. Latin American Identity and Constructions of Difference. Minneapolis: University of Minessota Press, 1994, pág. xix. Chandy también cita a Renan y a Homi Bhabha, quienes hacen la misma observación: “As Renan TA \l «Renan» \s «Renan» \c 1  writes, ‘unity is always affected by means of brutality.’ What that means is not only that the nonhegemonic sectors of society are ‘obligated to forget’, and concomitantly obligated to adopt dominant cultural paradigms in several spheres, but that ‘forgetting’ is the result of marginalization and silencing, if not annihilation”; “Being obligated to forget became the basis of remembering the nation” (xx).

[4] Pastor de Togneri, Reyna, pág. 173.