La opinión pública es un producto de consumo

Washington DC. 15 de agosto de 1953El presidente Dwight Eisenhower firma la autorización para la Operación PBSuccess con la cual la CIA ha decidido derrocar al presidente de Guatemala, Jacobo Árbenz, inventando la historia de la amenaza comunista. En palabras del nieto de Theodore Roosevelt, Kermit Roosevelt Jr, quien un año antes había participado con éxito en el derrocamiento de otro presidente democráticamente electo, Mohamed Mossadegh, “Guatemala será otro Irán”. En Guatemala, sólo cuatro de los 61 congresistas electos son comunistas y su influencia en el ejército, como en cualquier otro ejército latinoamericano, es cero. No sin ironía, son los comunistas quienes aconsejan al presidente la opción de una reforma capitalista, es decir, que las tierras a expropiar no pasen a manos del gobierno sino a las manos de los agricultores guatemaltecos.

El 3 de diciembre de 1953, la CIA aprueba un presupuesto de tres millones de dólares para esta operación, al que luego agregará otros cuatro millones y medio.[1] En apoyo, John Foster Dulles nombra embajador de Guatemala a John Peurifoy, un estudiante fracasado de West Point que quería ser presidente de Estados Unidos y que, con ese objetivo, había logrado el puesto de ascensorista en el Capitolio a través de un favor especial de un congresista conocido. Dulles huele que el ex ascensorista tiene lo que él necesita: una paranoia confiable sobre “el peligro rojo”. En diciembre, poco después de la llegada del nuevo embajador Peurifoy, el subjefe de la embajada de Estados Unidos en Guatemala y diplomático sobreviviente, William L. Krieg, completa su informe y afirma que las fuerzas reaccionarias y oligárquicas son “vagabundos de primer orden… parásitos que sólo piensan en el dinero”, mientras que los comunistas “trabajaban duro, tienen ideas y son conscientes del propósito de su trabajo”, aparte de ser “honestos y comprometidos”. La tragedia, agrega Bill Krieg, es que “las únicas personas que están comprometidas con el trabajo duro son aquellas que, por definición, son nuestros enemigos”.

Por esas cosas del destino, casi todos los involucrados en la planificación del golpe de Estado contra Árbenz son inversores de la United Fruit Company: el Secretario de Estado, John Foster Dulles; el director de la CIA, Allen Dulles; el asistente del Secretario de Estado de Asuntos Interamericanos y hermano del ex director de la United Fruit Company, John Moors Cabot; el senador y embajador ante la ONU, Henry Cabot Lodge; la secretaria del presidente Eisenhower, Ann Whitman, esposa de Edmund Whitman, director de prensa de la CIA; Walter Bedell Smith, Subsecretario de Estado, quien será parte de la junta directiva de la United Fruit Company.

Las razones económicas son profundas y extensas, pero fáciles de comprender. En 1936, el actual Secretario de Estado, John Foster Dulles, como abogado de la firma Sullivan & Cromwell había madurado en Wall Street el monopolio bananero de la United Fruit Company para Guatemala, todo con la invalorable asistencia y ayuda del dictador de turno, el general Jorge Ubico.[2] Desde entonces, John también había sido el representante de Railways of Central America y de Electric Bond & Share. Ahora, junto con su hermano, el director de la CIA Allen Dulles, echa mano al poderoso aparato del Estado de la mayor potencia mundial para evitar que los pobres en algún lugar remoto del mundo se hagan con un trozo minúsculo de tierra de su propio país para producir alimentos básicos y amenazar la autoridad de los exitosos del Norte. La fiesta de la UFCo en Guatemala había acabado en 1944 cuando el profesor de filosofía Juan José Arévalo y su “Socialismo espiritual” inspirado en Franklin Roosevelt ganó las primeras elecciones libres de ese país. Con la desconocida democracia se inició un raro período de reformas que le pusieron límite a los regalos de tierras y a las exoneraciones impositivas que beneficiaron a El Pulpo durante la dictadura de Jorge Ubico. Recurriendo a su clásico método de hacer decir a otros lo que él quería que el pueblo repitiera, de la misma forma que antes les había puesto un cigarrillo en la boca de las cantantes de ópera, el propagandista mercenario Edward Bernays le pone una banana en las manos a las estrellas de Hollywood y comienza el maquillaje de El Pulpo. Como siempre, la campaña propagandística de Bernays es todo un éxito.

No sólo se trata de reducir costos de producción a fuerza de subsidios y de salarios de hambre. La ideología de los negocios necesita de una psicología y de una ética a su servicio. La casi absoluta dependencia de los trabajadores a compañías como la UFCo evitaban que los pobres se pudiesen retirar a sus propias tierras, dejando de ser trabajadores asalariados y consumidores desesperados. Mucho antes de sus matanzas en América latina, la UFCo supo que debía inocular el deseo por las cosas materiales en sus asalariados del sur. Esta no era una idea nueva, para nada. Un siglo antes, para decretar la abolición de la esclavitud tradicional en sus posesiones del Caribe, los ingleses habían diseñado un tipo de esclavitud deseada por los nuevos esclavos. El 10 de junio de 1833, un miembro del Parliament Rigby Watson lo había puesto en términos muy claros: “Para hacerlos trabajar y crearles el gusto por los lujos y las comodidades, primero se les debe enseñar, poco a poco, a desear aquellos objetos que pueden alcanzarse mediante el trabajo. Existe un progreso que va desde la posesión de lo necesario hasta el deseo de los lujos; una vez alcanzados estos lujos, se volverán necesidades en todas las clases sociales. Este es el tipo de progreso por el que deben pasar los negros, y este es el tipo de educación al que deben estar sujetos”. La UFCo tomó nota y lo puso en práctica. En 1929, su periodista más promocionado (y amigo de Henry Ford), Samuel Crowther, informó que en América Central “la gente trabaja sólo cuando se les obligaba. No están acostumbrados, porque la tierra les da lo poco que necesitan… Pero el deseo por las cosas materiales es algo que debe cultivarse… Nuestra publicidad tiene el mismo efecto que en Estados Unidos y está llegando a la gente común, porque cuando aquí se desecha una revista, la gente las recoge y sus páginas publicitarias aparecen como decoración en las paredes de las chozas de paja. He visto los interiores de las cabañas completamente cubiertos de páginas de revistas estadounidenses… Todo esto está teniendo su efecto en despertar el deseo de consumo en la gente”. Samuel Crowther consideraba al Caribe como el lago del Imperio americano, el cual protegía y dirigía el destino de sus países para gloria y desarrollo de todos.

Pero el desarrollo no llega, sino todo lo contrario. Tampoco el deseo por el consumo de cosas materiales llega con la fuerza que llega el deseo por la libertad y la democracia que recorre América latina y, a este punto, ya ha derribado varias dictaduras. Con la elección de Jacobo Árbenz, un capitán de la clase alta pero con esa manía de algunos de mirar hacia abajo, las reformas del profesor Arévalo se continuaron sin llegar a radicalizarse. Durante su gobierno se habían formado cientos de comités de campesinos pobres para discutir y administrar las nuevas tierras, lo que entonces fue visto como un signo inequívoco de comunismo o de algo igualmente peligroso. Cuando Árbenz asumió la presidencia, el 70 por ciento de la población era analfabeta, índice que ascendía hasta el 90 por ciento entre la población indígena, es decir, más del 60 por ciento de los guatemaltecos que eran sometidos a trabajos forzados con una remuneración inexistente por tradición y una expectativa de vida de 38 años. Entre la UFCo y la oligarquía criolla, el dos por ciento de la población era dueña del 72 por ciento de las tierras, en un país cuya economía casi exclusivamente se basaba en la agricultura.

La tensión y el conflicto de intereses creado por el período democrático de 1944-1954 alcanzó a cobrarse la vida de dos terratenientes, pero esto no alcanzó a detener el proceso de democratización del país. En 1950, Árbenz había comenzado un plan de reforma agraria que afectó el 1,3 por ciento de la superficie disponible para la agricultura. La reforma incluyó la expropiación de una fracción menor de tierras improductivas en manos de la UFCo, tierras que la compañía había recibido de las dictaduras anteriores a Arévalo.[3] El Pulpo no aceptó que se le pagase el valor que él mismo había declarado en sus impuestos (2,98 dólares por acre) y reclamó la suma de 75 dólares por acre.

Derrocado el presidente democrático y reemplazado por el general Castillo Armas, uno de los tantos títeres que nunca son difíciles de encontrar, Edward Bernays, la CIA y el gobierno de Eisenhower continuarán el esfuerzo de lavar la imagen del dictadorcillo nervioso. Antes del exitoso golpe de Estado, el general de bigotes estilo Hitler era conocido de Washington. En 1946 había completado un curso de entrenamiento en Fort Leavenworth, Kansas y en 1950 había fracasado en su intento de golpe de Estado contra Arévalo. En 1953 la CIA lo había localizarlo en Honduras y lo había llevado a una sesión de entrenamiento en Opa-Locka, en Florida. Luego le había pagado 3.000 dólares mensuales (29,000 dólares al valor de 2020) más provisiones para sus 140 hombres. Cada acción en la que participaron Castillo Armas y sus hombres terminaron en derrota y con varios muertos. A la CIA nunca le importó porque este grupo no era operativo; sólo representaba la segunda excusa principal para mantener a la prensa ocupada.

Ahora el vicepresidente Richard Nixon lo invitará a Washington para hablar en la televisión sobre el gobierno comunista de Árbenz, derribado por el pueblo guatemalteco que nunca aceptó la mentira y la intervención extranjera (la escenografía de fondo mostrará una cruz como lanza de San Jorge sobre la hoz y el martillo). El general nervioso le dice a Nixon: “Dígame lo que quiere que yo haga y lo haré de inmediato”. En los años y en las décadas por venir, las sucesivas dictaduras de Guatemala no podrán disimular los cientos de miles de masacrados que seguirán como consecuencia de los salvadores planes de Washington. Uno sólo de estos, el dictador Efraín Ríos Mont, ordenará la masacre de 18.000 indígenas en 1982. Poco después, en su visita al infierno tropical, el presidente Ronald Reagan elogiará al genocida como ejemplo de la lucha por la libertad en Guatemala y contra “el régimen” sandinista de sus vecinos nicaragüenses. Las iglesias más poderosas de Estados Unidos, como el Club700, también apoyarán al hermano evangélico hasta su muerte en 2018.

Pese a la brutal campaña, la CIA reconoce que, tanto en Guatemala como en América latina, los comunistas son una fuerza menor. El mismo diagnóstico hará la Agencia y algunos ejércitos latinoamericanos, como el argentino, antes de lanzarse a la aventura de salvar a sus países con más golpes de Estado. En 1954, de los 61 legisladores guatemaltecos, sólo cuatro son comunistas. Excepto en los sindicatos de trabajadores donde, por razones obvias, tienen algún protagonismo. Como desde hace un siglo, el problema central no es el comunismo sino la desobediencia que convenientemente es calificada como comunismo. Antes de que Árbenz fuera electo presidente, la embajada de Estados Unidos le había enviado una lista al presidente Juan José Arévalo con nombres que debían ser removidos de su gobierno, pero el presidente, con una actitud insólita, había ignorado la petición. Amenazar los beneficios de una empresa estadounidense con la excusa de una ley aprobada por algún congreso bananero era otra clara demostración de insubordinación. El mismo investigador del Departamento de historia de la CIA, el profesor Nicholas Cullather, concluirá décadas después que la United Fruit Company acostumbraba a reportar ganancias y valores muy inferiores a las reales para evadir impuestos, pero Edward Bernays convenció al Congreso de Estados Unidos y a la opinión pública de lo contrario: “no se trataba de bananas sino de comunismo”. Desde el arranque, la idea era muy convincente. “Donde vean que se habla o se critica a la United Fruit Company, deben sustituir el nombre de la empresa por el del país, Estados Unidos”. Algunos reportes califican a Jacobo Árbenz como un político conservador. Los militares estadounidenses en Guatemala tampoco ven ningún “peligro comunista”, pero, como en la invasión de México 110 años antes, proceden contra sus propias opiniones en nombre de la eficacia, el deber y el honor. Hasta que décadas después a algunos se les revuelva la conciencia y comiencen a decir lo que piensan.

En este momento, Edward Bernays es el asesor de la empresa en cuestión (la United Fruit Company), el propagandista más importante del siglo e inventor de las Relaciones Públicas modernas. Él mismo elige a los periodistas que considera menos informados del Times, Newsweek, The New York Times y del Chicago Tribune y los envía a Guatemala con todo pago por la United Fruit Company para “reportar sobre actividades comunistas” en América Central. En el viaje a Guatemala, entre habanos y mucho whisky, los organizadores se encargan de cristalizar el dogma entre los periodistas: todos iban a cubrir los eventos de un país que había sido tomado por una dictadura marxista. Los rusos prefieren el vodka. Luego de inoculados, al llegar al país real la visión de los reporteros se adapta al dogma, no a la realidad, y rápidamente se traducen en titulares en la prensa estadounidense y en la Opinión Pública del País Libre.

El único periodista que se atreverá a mencionar la razonable reforma agraria del presidente Jacobo Árbenz y el malestar de la población con la transnacional estadounidense es Sydney Gruson, del New York Times. Poco después, el director de negocios del New York Times recibirá la visita de su amigo, el director de la CIA, Allen Dulles, y Sydney Gruson será retirado del tema América Central.

Sin haber puesto nunca un pie en Guatemala, Bernays sabe de qué se trata todo. Ese es su oficio: no sólo saber lo que otros ignoran sino hacerles creer lo que sus clientes quieren que otros crean. Bernays es un viejo mercenario y es tan bueno que su salario anual (cien mil dólares, sin contar las extras) es superior al de cualquier presidente de Estados Unidos. Sobrino de Sigmund Freud, su interés no es tanto el estudio de la mente ajena sino el dinero que se deriva de su manipulación. En 1924 había convencido al presidente Calvin Coolidge de cocinar panqueques para sus seguidores durante su campaña de reelección, tradición populista que sobrevivirá como un dogma hasta el siglo XXI. En 1927, con su campaña “Antorchas de la libertad” había logrado que las mujeres se pusieran a fumar para aumentar las ganancias de los cigarrillos Lucky Strike. Hasta las feministas desprevenidas cayeron en su trampa. El gran Bernays es también el responsable de que los estadounidenses desayunen huevos con tocino, lo cual logró para aumentar las ventas de tocino de su cliente, la Beech-Nut Packing Company de Nueva York. Es también una de las mentes maestras en la venta de guerras y golpes de Estado, como este en Guatemala. No solo Adolf Hitler había leído con admiración el libro The Passing of the Great Race (La derrota de la raza superior) del estadounidense Madison Grant, a quien escribió agradeciendo por haberle provisto de su biblia política, sino que también su futuro ministro de propaganda, Joseph Goebbels, tenía los libros de Edward Bernays en un lugar accesible de su biblioteca (sí, Goebbels también tenía amigos judíos). En los años cuarenta, Bernays había sido contratado por la United Fruit Company, conocida por sus tentáculos como El Pulpo, transnacional que regía sobre el Caribe y América Central desde el siglo XIX con presupuestos mayores que los de cualquiera de las repúblicas bananeras en las cuales operaba libremente.

Ahora, la estrategia es clara: es necesario sacudir el fantasma del comunismo una vez más. Medios no faltan y no se desestima ninguno. Es muy fácil ser un genio cuando sobra el dinero. El poderoso agente de la CIA Howard Hunt Jr. visita a los obispos católicos de Estados Unidos y los convence sobre el peligro guatemalteco, por lo que los obispos no se demoran en condenar el comunismo del presidente Árbenz. El 9 de abril de 1954, una carta pastoral llega a manos del arzobispo Mariano Rossell y Arellano y luego, otras más elaboradas, a los obispos de Guatemala alertando de las peligrosas fuerzas “enemigas de Dios y la Patria”. Rossell y Arellano será decisivo en la destrucción de la democracia y el Estado de derecho en su país y dejará su cargo de arzobispo, como suele ocurrir, cuando se muera en 1964. Poco antes del golpe de Estado, el 4 de abril de 1954, ordenará tallar un Jesús de madera, luego reproducido en bronce, el que será bautizado como el Cristo de Esquipulas. Así, Jesús, quien en vida detestaba las armas tanto como prefería a los pobres y marginados, será usado como “Comandante en jefe” de las fuerzas fascistas del Movimiento de Liberación Nacional contra el gobierno de Árbenz y en favor del imperio estadounidense, sin considerar que Jesús fue ejecutado por el imperio de turno como un simple criminal, junto con otros dos y por razones políticas, no religiosas. La declaración del arzobispo reza: “alzamos nuestras voces para alertar a los católicos que la peor doctrina atea de todos los tiempos (el comunismo anticristiano) continúa su avance descarado en nuestro país, disfrazándose de movimiento de reforma social para las clases más necesitadas… Todo católico debe luchar contra el comunismo por su misma condición de católico… Son gente sin nación, escoria de la tierra, que han recompensado la generosa hospitalidad de Guatemala predicando el odio entre clases con el fin de saquear y destruir nuestro país por completo”. Los talking points funcionan a la perfección en castellano. El fanatismo católico se parece mucho a su viejo enemigo, el fanatismo protestante.

Menos poderosos, los principales sindicatos de Guatemala todavía apoyan al presidente. Aunque Árbenz no fuese comunista, aunque como en cualquier país de América Latina los comunistas fuesen una minoría muy menor, convencer a la gente en Estados Unidos y en Guatemala que sí lo era, no significa ningún problema.[4] El derecho de otros pueblos a ser lo que se les antoje ser, incluso comunistas, ni siquiera está sobre la mesa. Sin la más mínima prueba, las radios y los principales diarios comienzan a publicar la novela de Washington: “Estamos convencidos de los lazos entre Guatemala y Moscú”. Más que suficiente. Al fin y al cabo, un país con una agencia ultrasecreta como la CIA siempre sabe más que el resto de los mortales y se reserva el derecho a proveer pruebas “por razones de seguridad”.

En la OEA, el representante de Guatemala, Guillermo Toriello Garrido, protesta contra la resolución del organismo acerca del derecho de otras naciones a intervenir en caso de que se constate la influencia del comunismo. La resolución es presentada a instancias del director de la CIA, Allen Dulles, quien en la misma reunión de Caracas califica de ejemplar la dictadura venezolana de Marcos Pérez Jiménez. En medio del ruido internacional, Toriello alcanzaba a ver con claridad lo que millones no pueden ni podrán: “es muy penoso que cualquier movimiento nacionalista o independiente deba ser calificado así [de comunista], como también cualquier acción antiimperialista o antimonopólica… Y lo más crítico de todo es que aquellos que califican de tal manera la democracia, lo hacen a fin de destruir esa misma democracia”.

México, Argentina y Uruguay son los únicos que apoyan los argumentos de Toriello, critican todo tipo de intervencionismo y se oponen a la “Declaración de Caracas”. Pero se abstienen de votar. Guatemala queda sola. La resolución 93 impulsada por Washington es contundente y se propone “adoptar las medidas necesarias para proteger la independencia política [de los países americanos] contra la intervención del comunismo internacional, que actúa por los intereses del despotismo foráneo, y reitera la fe del pueblo de América en el efectivo ejercicio de la democracia representativa”. La literatura política del poder, conocida como Realismo o Realpolitik, está dotada de una infinita libertad de imaginación patriótica.

Mientras tanto, en Opa-Locka, Florida, la campaña ficticia de Radio Liberación continúa preparando a la opinión pública para la etapa final, mientras finge ser una radio rebelde que opera desde la selva guatemalteca. Como complemento, y como será una larga tradición en el continente, la CIA y la USIA plantan, a fuerza de dólares, al menos 200 artículos en distintos diarios latinoamericanos denunciando el peligro comunista en Guatemala.[5] Es solo una parte del plan. Aunque los oficiales estadounidenses consideran que las políticas de Árbenz son “democráticas y conservadoras”, Guatemala ni siquiera logra los créditos del Banco Mundial para llevar a cabo su reforma agraria. Algunos hacendados guatemaltecos están furiosos y solicitan el auxilio del dictador nicaragüense Anastasio Somoza quien, durante su visita al presidente Truman en la Casa Blanca en abril del año pasado, le había informado, en su buen inglés: “sólo envíenme las armas y limpiaré Guatemala para ustedes de un plumazo”.

Desde el triunfo de Árbenz en las elecciones de 1950, Washington se ha abstenido de vender armas al nuevo gobierno. Un sacrificio terrible pero por una buena causa. En 1953 había bloqueado la compra de material defensivo de Canadá y Alemania, pero ahora le entrega las mejores armas al exilio guatemalteco en Honduras y Nicaragua. El 9 de febrero, en colaboración con el FBI, la CIA concreta su Operación Washtub, por la cual planta armas soviéticas en la costa de Nicaragua para que sean descubiertas por los pescadores y la dictadura de Somoza pueda acusar a Guatemala de planes comunistas en la región.

Sin más opciones, el presidente Árbenz (como hará Patrice Lumumba en el Congo, siete años más tarde) recurrirá a Checoslovaquia. El 5 de mayo de 1954, el MS Alfhem escandinavo llegará a puerto Barrios con un cargamento de armas que resultarán obsoletas y una nueva excusa para la intervención de Washington. En junio, la CIA bombardeará con Napalm el barco británico Springfjord en puerto San José, el que resultará ser un cargamento de algodón y café de la compañía estadounidense Grace Line, razón por la cual será uno de los pocos errores por los cuales la CIA será demandada. El 27 de mayo de 1954, el dictador amigo Anastasio Somoza informa a la prensa que, aparte de las armas encontradas, se disponen de fotografías del submarino soviético que las cargaba, con destino a Guatemala.

En 1987, el mayor John R Stockwell, oficial de la CIA involucrado en la operación, reconocerá que “la matanza de 85.000 guatemaltecos a manos de gobiernos apoyados por Estados Unidos no ha hecho nuevos amigos para este país, se los puedo asegurar… Al final, la UFCo quebró y su presidente se suicidó”. Otro agente de la CIA, miembro activo de la operación en Guatemala, el coronel de la marina Philip Clay Roettinger, es el encargado de entrenar a los soldados en Honduras y llevar al general Castillo Armas, “ese hombrecillo nervioso”, a la presidencia. En 1986, Roettinger reconocerá que “nadie en el gobierno pensaba que Guatemala podría ser alguna amenaza para Estados Unidos… la única amenaza que el gobierno guatemalteco podía suponer era para los intereses de la United Fruit Company; esa era la única razón”. Años después del golpe, Roettinger lo abandonará todo y se mudará a Guanajuato, México.[6]

Las cosas tampoco resultaron muy bien para el nuevo dictador, el general Castillo Armas. Antes de ser asesinado en 1957, el general del bigote estilo Hitler será honrado por la Universidad de Columbia con un doctorado honorario por su “lucha por la democracia” (razón por la cual Rómulo Gallego devolverá su título conferido por la misma institución). Castillo Armas visitará Washington y participará en un programa televisivo con el vicepresidente Richard Nixon. Con la escenografía de una hoz y un martillo atravesados por la lanza implacable de la cruz, Nixon dirá: “la de Guatemala ha sido una rebelión del pueblo contra un régimen comunista… en otras palabras, el régimen de Jacobo Árbenz no era un gobierno de Guatemala sino uno controlado por fuerzas extranjeras”. El general y máximo dictador de Guatemala, Castillo Armas, responde a todo que “yes, yes”. No entiende inglés ni entiende nada de lo demás. Sólo sabe que su fuerza de represión procede de los miembros del régimen de Jorge Ubico (un nazi sin disimulos en un país de indios), que su régimen ha prohibido al escritor ruso Fiódor Dostoyevski, por subversivo, y que hace pocos años atrás alguien le dijo que, tal vez, Estados Unidos podía ayudarlo a ser presidente después de perder las elecciones con el maldito Jacobo Árbenz.

El 29 de diciembre de 1996 la ONU auspiciará un acuerdo de Paz en Guatemala. Para entonces, el dos por ciento de la población será dueña de la mitad de la tierra cultivable en Guatemala. 200.000 personas habrán sido asesinadas bajo sucesivas dictaduras militares, 93 por ciento de ellos ejecutados o masacrados por los Soldados de la patria. En 1999, el presidente Bill Clinton visitará el país y reconocerá la responsabilidad de su país en la destrucción de la democracia en 1954 y las sucesivas ayudas a los militares genocidas. “El apoyo de Estados Unidos al ejército de Guatemala y a la inteligencia involucrada en la violencia en Guatemala fue un error que no debe volver a repetirse”, dice. Las mismas lágrimas caerán en 2010 cuando la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, reconozca la barbaridad cometida por Washington al realizar experimentos con sífilis y gonorrea en los pobres de Guatemala en los años cuarenta. Como siempre, todo, cuando ya no le importe a nadie ni tenga ninguna consecuencia para las víctimas. Ni para el poder.

O casi.

Joge Majfud


[1] En total, 73 millones de dólares al valor de 2020.

[2] Las compañías estadounidenses dominaban la política y la economía de la región desde el siglo pasado. A mediados del siglo XX, Samuel Zemurray, fundador de Cuyamel Fruit Company, autor del golpe de Estado de Honduras en 1911 y más tarde director de UFCo, había reconocido que “en Honduras un legislador vale menos que una mula”.

[3] El gobierno había propuesto nacionalizar 95.000 hectáreas regaladas por el dictador Jorge Ubico a la UFCo, apenas el doble del área del rancho que del presidente estadounidense Lyndon Johnson en Chihuahua en los años 70, contra la ley y la constitución mexicana.

[4] Como en la mayoría de los países latinoamericanos de la época, la Unión Soviética no tenía una embajada y su presencia era, en comparación a la omnipresente presencia (legal e ilegal, gubernamental y privada) de Estados Unidos, insignificante e irrelevante. Al igual que Patrice Lumumba en el Congo y otros líderes del Tercer mundo que fueron arrinconados por las políticas exteriores de Europa y Estados Unidos, Árbenz echará mano a la ayuda checoeslovaca, cuando sea demasiado tarde.

[5] Plantar artículos de opinión en los grandes medios latinoamericanos no será la única práctica recurrente de la CIA. Otra costumbre que será descubierta por los investigadores muchas décadas después incluirá la introducción de armas en grupos amigos o enemigos para que sean descubiertas por la desprevenida prensa local.

[6] Según consta en los archivos de la CIA en una “Copia desinfestada” en 2011 de un artículo del 16 de marzo de 1986, el coronel Roettinger escribirá que Árbenz era más capitalista que socialista, un presidente que pretendía cambiar el capitalismo dependiente por un “Estado capitalista moderno”, es decir, demasiado independiente. En “For a CIA Man, It’s 1954 Again” Roettinger se lamentará, “nuestro éxito condujo a 31 años de dictadura militar y a 100.000 personas asesinadas, aparte de destruir las necesarias reformas económicas y sociales en ese país… ahora el presidente Ronald Reagan nos dice lo mismo que nos dijo en Florida el director de la CIA de entonces, Allan Dulles, que nuestra lucha es contra el comunismo…

Jorge Majfud. La frontera salvaje: 200 años de fanatismo anglosajón en América latina