Dos años atrás me encontré con una colega de regreso de su visita a Francia. Se lamentaba que París ya no era la París que recordaba de veinte años atrás.
―Hay más problemas sociales ―dijo, palabras más o menos.
―Cierto, en 2013 vi más gente sin techo en algunos barrios ―comenté.
―Hay más inmigrantes.
―No eran inmigrantes los que me pedían dinero.
―No es que esté contra la inmigración ―aclaró―. El problema es el reemplazo de la cultura europea por otra que no es propia…
―Como la europea que reemplazó a los nativos aquí y en otras colonias. Además, si no es por el robo y el genocidio (como fue el caso de todas las conquistas imperiales) no veo el problema de que personas diferentes terminen ocupando nuestro lugar…
Nunca entendí ese narcisismo colectivo que reclama el derecho a que nuestra raza, nuestra cultura, incluso nuestro apellido se perpetúe. ¿Qué importa si en una o dos generaciones mi etnia, mi cultura es reemplazada por chinos, congoleños, rusos, suecos o bolivianos? O tememos que las nuevas mayorías nos traten como nosotros tratamos a las minorías? ¿O es simple narcisismo, según el cual mis creencias, mi sangre, mi esperma, mi sudor y mis excrementos son los preferidos de algún dios igualmente narcisista?
Una respuesta repetitiva a esta pregunta es la que dio el líder del partido de extrema derecha holandés Geert Wilders. Wilders ha insistido que “Nuestros valores de libertad, democracia y Derechos Humanos son incompatibles con el islam”. Otros argumentos basados en el odio racial y cultural fueron articulados por la famosa periodista italiana, Oriana Fallaci después del 9/11: “Aunque fuesen absolutamente inocentes, aunque entre ellos no haya ninguno que quiera destruir la Torre de Pisa o la Torre de Giotto, ninguno que quiera obligarme a llevar el chador, ninguno que quiera quemarme en la hoguera de una nueva Inquisición, su presencia me alarma”. Respondimos a esto en “El lento suicidio de Occidente” (2002), advirtiendo del mayor peligro de este lado del mundo: nuestros propios monstruos, responsables de las peores catástrofes de la historia moderna.
A principios del 2024, Elon Musk fue entrevistado por Wilders. Musk repitió sus obsesiones, que ni siquiera son suyas. Al igual que en sus tweets con millones de micro lecturas (la dimensión justa del slogan y la propaganda), no se ha cansado de demonizar a los inmigrantes. Inmigrantes pobres y de piel oscura, no inmigrantes blancos como él o como el medio millón de anglosajones que viven en Estados Unidos sin papeles y a nadie asusta.
Otra obsesión de Musk es la reproducción de la raza blanca. Cuando los pobres oscuros tienen muchos hijos, aunque sean futuros esclavos asalariados, se llama invasión o irresponsabilidad de la mentalidad de pobre. “La culpa es siempre de los pobres”. Su padre, un empresario millonario gracias al apartheid de Sud África, compartía la misma obsesión: el sexo con muchas mujeres y la paternidad prolífica con un par de ellas.
Nada algo nuevo. Proviene del período de las conquistas de las compañías privadas anglosajonas en el resto del mundo, a partir del siglo XVII y, de una forma más articulada, de una ideología racista que justificaba el colonialismo, el robo y la exterminación en masa de negros y amarillos, según la cual (1) la raza anglosajona era superior y tenía derecho a esclavizar a las inferiores, pero (2) las razas inferiores eran evolutivamente más exitosas y su número asustaba a los invasores. Esta mentalidad justificó incontables masacres en Asia y África a manos de Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda y Alemania y el despojo de las naciones nativas en América, primero, y de las nuevas repúblicas americanas después.
Más tarde, fueron los nuevos inmigrantes o hijos de inmigrantes (siempre rechazados y perseguidos por los viejos inmigrantes) que se convirtieron en nativistas xenófobos. Como hoy, muchos inmigrantes necesitan ser 500 por ciento estadounidenses para sentirse un 80 por ciento. De ahí el “complejo de cola de león” de muchos que se envuelven en la bandera de las barras y estrellas y se suman a cualquier símbolo o ritual jingoísta.
En 1843 Lewis Levin fundó el Partido Nativista, más conocido como el Partido No Sé Nada. A pesar de pertenecer a un pueblo históricamente perseguido en Europa, el pueblo judío, Levin organizó protestas antiinmigrantes, alguna de las cuales terminó con el asesinato de decenas de irlandeses, la quema de casas y de iglesias católicas. Por entonces, los irlandeses no solo eran católicos, pobres e antiimperialistas, sino que no eran considerados verdaderos blancos. Ninguno de estos crímenes fue juzgado y Levin fue elegido representante por Pensilvania. Desde su banca, continuó su lucha contra los inmigrantes (indeseados), responsables de la decadencia de América.
Los esclavistas del sur y los racistas ricos del norte, como Theodore Roosevelt (“los negros son una raza perfectamente estúpida”, 1895) continuaron expandiéndose hacia Australia y volvieron a Europa hasta inspirar al mismo Hitler, quien plagió el libro del estadounidense Madison Grant en Mein Kampf.
Ahora, estas ideas son punta de lanza de los líderes políticos que repiten las mismas ideas: “estamos ante un genocidio blanco”, los inmigrantes están provocando “el Gran Reemplazo” y “debemos defendernos expulsando a los invasores”. Estos eslóganes medievales son muy efectivos porque son fácilmente reproducidos en las redes sociales y atraen a los lectores educados en la cultura depresiva de la hiper fragmentación de la dopamina. Sobre todo, cuando se percibe una profunda decadencia de los imperios occidentales que ya no pueden mantener sus niveles de vida a través de la vampirización de sus colonias y reaccionan con violencia. Para la mentalidad fascista, que necesita mirar al pasado en busca de refugio, de solidez y autoestima, es el opio ideal.
La idea de que lamentaremos que la cultura occidental (anglosajona) sea reemplazada por la china o la islámica solo se basa en la vieja propaganda. No en los hechos. Occidente no inventó ni la libertad, ni la democracia ni los Derechos Humanos. Muchas naciones nativas en América conocían los tres valores antes que Europa. La famosa democracia griega, como la estadounidense, poseía esclavos y eran imperios. Nadie puede siquiera definirse como demócrata si no es, al mismo tiempo, antiimperialista.
Difícil superar la violenta tradición de Europa. Si comenzásemos con las cruzadas (los ISIS de la época que vandalizaron el centro del mundo desarrollado, el islámico) deberíamos seguir con la Inquisición; las guerras religiosas; las conversiones forzadas; las cámaras de tortura; las masacres en la colonias; la destrucción del libre mercado y de sociedades prosperas como Bangladesh, India y China, interrumpiendo una precoz revolución industrial, bombardeando e inoculando la adicción a las drogas, como en China, inventando la esclavitud hereditaria y basada en el color de piel, exterminando a varios cientos de millones de seres humanos en Asia, África y en América; produciendo las dos mayores guerras mundiales de la historia; exterminando pueblos desarmados o vencidos en cámaras de gas o bajo bombas atómicas; destruyendo las libertades, las democracias y los Derechos Humanos en todas (todas) las colonias y protectorados; imponiendo brutales dictaduras nacionales para ejercer la brutal dictadura imperial de las democracias occidentales…
¿Sigo?
Jorge Majfud, agosto 16, 2024.
https://www.pagina12.com.ar/761823-noroccidente-la-cuna-de-la-libertad-la-democracia-y-los-dere

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