La democracia liberal asesinada por los liberales

En julio de 2024, el partido republicano de Estados Unidos puso en la fórmula presidencial como vicepresidente de Donald Trump al joven libertario J. D. Vance (las iniciales y el apellido falso se deben a su prehistoria de escritor de un best seller barato, promovido por corporaciones conservadores). El joven se había convertido en senador por Ohio un año antes, bendecido y promovido por el poderoso lobby israelí AIPAC y por sus amigos multimillonarios de las corporaciones tecnológicas de San Francisco.

No por casualidad, el pensador que articula la retórica y ordena las ideas de Vance es el bloguero Curtis Yarvin, uno de los impulsores del Dark Enlightenment (Iluminismo Oscuro), según el cual las democracias son experimentos fallidos y la idea de igualdad es perversa. Es decir, variaciones de la psicopatología de la autora admirada por la derecha del siglo XX, Ayn Rand, quien afirmaba que el egoísmo es altruismo y la solidaridad un crimen.

Este nuevo poderoso movimiento libertario, ahora de forma más explícita, pregona una dictadura de las corporaciones tecnológicas, “basadas en el mérito” y el resto de los nadies (los nuevos negros) deben obedecer por su propio bien y prosperidad. ¿Vieron que los libertarios del Sur siempre están hablando de crecimiento y nunca les crece nada?

Básicamente se trata de eso: la eliminación de la libertad política de “los iguales” de abajo y la conveniente y universal libertad de los CEOs de arriba, de los elegidos, de los exitosos, de los poderosos. Yarvin y la ola de influencers postcapitalistas sostienen que la democracia estadounidense debe ser destruida. Como todos vienen del sector de la tecnología, piensan con esos parámetros: es necesario apretar el botón de reset o cambiar el harware de una forma violenta, no solo el sofware.

Mi crítica ha sido la misma desde hace un cuarto de siglo: el problema no es la democracia, sino la farsa de democracia que se vende como El fin de la historia. La democracia ya ha sido destruida por los lobbies y las corporaciones que compran y venden elecciones desde hace siglos desde la East India Company, fundada en 1600, los piratas privatizadores (privateers) hasta Microsoft y CrowdStrike. Como decía el gran manipulador de la propaganda Edward Bernays, mantener a la población en desconocimiento de cómo funciona el poder es la mejor forma de administrar una democracia.

En un mitin con J.D. Vance, poco después de que este fuera promovido a candidato a la vicepresidencia, el senador del estado de Ohio, George Lang, dijo que, si Trump perdía las elecciones, sería “necesaria una guerra civil para salvar al país” El lado humorístico lo agregó cando afirmó que ganarían la guerra si tenían a grupos de fanáticos como “Motociclistas por Trump” de su lado. Típica brabuconada (bravado) de borracho listo para ser noqueado por alguien más sobrio. Una metáfora geopolítica actual y los mismos argumentos de los esclavistas del Sur en el siglo XIX ante la “idea inmoral” de liberar a los esclavos, porque era un inaceptable ataque al sagrado derecho a la “propiedad privada”. Antes de ser mano de obra asalariada, los negros no descalzados eran propiedad privada.

Todo esto confirma lo que en Moscas en la telaraña analizamos como la continuidad de dos elementos alternos en las estructuras de poder a lo largo de distintos periodos y sistemas sociales, lo que podía resumirse tomando como ejemplo la Edad Madia: por un lado, los sistemas centralizados y, por el otro, los sistemas nobiliarios. En términos económicos, podemos verlo como monopolios monárquicos y oligopolios liberales.

Esto último se define en economía, desde Adam Smith, como “una competencia imperfecta” ―ya que Smith y los liberales del Iluminismo creían (o al menos profesaban) la idea de que la igualdad era algo bueno, algo muy anti feudal. Idea que ahora comienza a ser abandonada por los libertarios del norte próspero, rico, poderoso y decadente que deslumbra a los colonizados del Sur, desde adolescentes votantes hasta presidentes que no superaron los traumas de la adolescencia.

La “competencia imperfecta” es la observación desde una visión utópica del liberalismo y de liberales como Adam Smith: la aceptación de la igualdad básica como virtud social y de la competencia que premia a los individuos por sus méritos, pero sin destruir esa igualdad inicial, sin privilegios, como ser nacer en un hogar rico o en un país imperial. Dogmas cristalizados por la ingenuidad del siglo XVIII.

Estas contradicciones nunca fueron resueltas por el liberalismo sino todo lo contrario: fueron progresivamente agravadas (debido a la naturaleza acumulativa de poder del capitalismo) lo que lleva, irónicamente, a su opuesto ideal: al autoritarismo, sea a un neo feudalismo corporativo o a su opuesto dialéctico, una neo monarquía americana.

Por este Modelo de progresión inversa analizado antes, el surgimiento y maduración de uno de los sistemas conduce a su propia caída y reemplazo por el opuesto a través de continuidades de poderes y privilegios. Por ejemplo, el feudalismo se continuó con el liberalismo (los poderosos señores feudales se convirtieron en señores capitalistas) y continuaron su tradición de exigir “libertad de acción” de sus comarcas amenazadas por el poder absoluto del rey en Europa o del gobierno Federal en Estados Unidos. En la Era Moderna, le exigieron al poder centralizado (“autoritario”) que no limitase su poder de acción económica (“libertad―de empresa”), al tiempo que le exigían a esos mismos gobiernos centrales la protección del poder represivo y colonial de sus ejércitos. De ahí el amor de los liberales posmodernos por la fuerza represiva de la fuerza militar de los gobiernos que prefieren llamar “protección de un individuo ante la agresión de otro(s) individuo(s)”.

 Este sistema se llamó “democracias liberales”. Como en la antigua Atenas, los demócratas tenían esclavos y colonias dominadas por dictaduras y se presentaban a sí mismos (ante los esclavos y sus colonizados) como modelos de progreso, prosperidad y libertad. De hecho, como ya vimos antes, los esclavistas se justificaban en la prensa y en los congresos “democráticos” como los campeones del orden y la libertad. La libertad de la raza libre…

El extremo utópico de los filósofos iluministas por la igualdad es lo que imaginamos como democracia, algo que nunca se desarrolló completamente pero que encontró en la Era Moderna algunos ejemplos, como el de las democracias liberales con representantes en los congresos. Esto fue siempre limitado por el poder liberal, concentrado en la acumulación del capital del sistema capitalista.

Las ideas por las dictaduras corporativas de James Vance y de Curtis Yarvin, como las del Tea Party libertario, llegarán a las colonias. Para entonces no estará Milei en Argentina ni en otros países de América latina y los libertarios se trasformarán en partidarios abiertos de una dictadura de las (exitosas) corporaciones. Es decir, apoyarán ideas conocidas por la historia de aquellas comarcas, más que en Estados Unidos. Revindicarán nuevas dictaduras colonialistas que solucionen los problemas de las fallidas democracias.

La duda radica en si este proceso repetitivo no se degastará a si mismo. Sospecho que una ola inversa terminará por removerlos del poder y del discurso popular. Sospecho, deseo, que una nueva ola popular en los 30s o en los 40s termine con la dictadura de señores feudales y vasallos funcionales.

Jorge Majfud, julio 21, 2024

https://www.pagina12.com.ar/759709-la-democracia-liberal-asesinada-por-los-liberales

Liberal Democracy Murdered by Neoliberal Cons

In July 2024, the Republican Party in the United States selected the young libertarian J.D. Vance as Donald Trump’s vice-presidential running mate. Vance, who became a senator from Ohio the previous year, was promoted by the influential Israeli lobby AIPAC and his billionaire friends in Silicon Valley’s tech corporations. Not coincidentally, the thinker who shapes Vance’s rhetoric is Curtis Yarvin, a blogger and proponent of the “Dark Enlightenment,” which argues that democracies are failed experiments and that the idea of equality is perverse. This echoes the psychopathy of Ayn Rand, admired by conservatives in the 20th century, who claimed that selfishness is altruism and solidarity a crime.

This new libertarian movement explicitly advocates for a dictatorship of tech corporations, “merit-based,” whereby the rest (the new oppressed) must obey for their own good and prosperity. Haven’t you noticed that the libertarians in Latin America always talk about growth, yet nothing grows except violence and poverty? Essentially, it’s about stripping political freedom from the lower classes and ensuring the unlimited freedom of corporate CEOs. Yarvin and his wave of post-capitalist influencers argue for the destruction of American democracy. Since they come from the tech sector, they think in those terms: they believe a violent reset is necessary, changing not just the software but the hardware of society.

My critique has been consistent for a quarter of a century: the problem is not democracy, but the façade of democracy. True democracy has been destroyed or aborted by the lobbies and corporations that have bought and sold elections for centuries, from the East India Company, founded in 1600, to the privatizers and modern giants like Microsoft, CrowdStrike, BlackRock, Lockheed Martin… As the mastermind of propaganda Edward Bernays wrote a century ago, keeping the population ignorant of how power functions is the best way to manage a democracy. “The conscious and intelligent manipulation of the organized habits and opinions of the masses is an important element in a democratic society. Those who manipulate this unseen mechanism of society constitute an invisible government which is the true ruling power of our country. We are governed, our minds are molded, our tastes formed, and our ideas suggested, largely by men we have never heard of. It is they who pull the wires that control the public mind.” And years later: “The engineering of consent is the very essence of the democratic process, the freedom to persuade and suggest.”

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At a rally with J.D. Vance, shortly after he was promoted to vice-presidential candidate, Ohio state senator George Lang suggested that if Trump lost the election, a civil war would be necessary to save the country. He added humorously that their side would win with groups like “Bikers for Trump.” This bravado is typical of drunken threats soon to be knocked out by a soberer opponent, a geopolitical metaphor current with the same arguments used by Southern slaveholders of the 19th century to reject the “immoral” idea of freeing slaves, an attack on their sacred right to “private property.”

In Moscas en la telaraña (Flies in the web: History of the commercialization of existence and its means), we analyze the continuity of two alternating elements in power structures over different periods and social systems, illustrated during the Middle Ages by centralized systems and noble systems, or in economic terms, monopolies and oligopolies. Adam Smith, a liberal Enlightenment thinker, defined “imperfect competition,” accepting basic equality as a social virtue where competition rewards individual merit without destroying that initial equality, without privileges like being born into a rich family or an imperial country. These 18th-century ideas, crystallized by naivety, were never resolved but progressively worsened by the cumulative nature of capitalist power, leading ironically to its antithesis: authoritarianism.

Through this model of inverse progression, the maturation of one system leads to its downfall and replacement by its opposite through continuities of power and privilege. For instance, feudalism transitioned into liberalism (feudal lords became capitalist lords), demanding “freedom of action” from centralized power while seeking the repressive and colonial power of their armies. This is the reason for postmodern liberals’ love for police and military strength, euphemistically labeled “protection of one individual against another.”

This system emerged as “liberal democracies.” Like ancient Athens, democrats had slaves and colonies dominated by dictatorships but presented themselves (to slaves and colonies) as models of progress, prosperity, and freedom. Southern slaveholders justified their position in the democratic press and congresses as champions of law, order, and freedom—the law, the order, and the freedom of the free race.

The utopian extreme of Enlightenment philosophers was what we imagine as democracy, never fully developed but exemplified in the modern era by liberal democracies with representative congresses. This was always limited by liberal power, concentrated in capital accumulation. The corporate dictatorship ideas from J.D. Vance and Curtis Yarvin, similar to the libertarian Tea Party, will likely reach the colonies. By then, figures like President Javier Milei in Argentina or other Latin American countries will have transformed into open supporters of corporate dictatorships, embracing new colonialist regimes “to address the failures of democracies.”

However, whether this repetitive process will wear itself out is uncertain. I suspect and hope that a popular wave in the 2030s or 2040s will eventually end the dictatorship of feudal lords and their functional vassals.

Jorge Majfud