El mayor peligro de las inteligencias artificiales no consiste en que sean robots dictadores, gobernantes globales, soldados impiadosos como el interpretado por Arnold Schwarzenegger en la película The Terminator (1984). Es decir, robots antropomórficos que podamos ver y tocar, como Sophia y otras variaciones más humanizadas y atractivas. No, esas serán acompañantes, sustitutos de los humanos semi robotizados, cyborgs, quienes no pueden escuchar, comprender y tener sexo con otros seres humanos deshumanizados por el consumismo de cosas y sensaciones.
No se trata de eso ni de ninguna dictadura tradicional reemplazada por máquinas. El mayor poder de la inteligencia artificial radica en que es invisible y, más aún, imperceptible y, no en pocos casos, incomprensible. No solo no se tratará de cuerpos físicos, metálicos o de silicona, algo que podemos ver y tocar, sino lo contrario. Esta evolución no darwiniana (por diseño inteligente, no de un dios sino de los humanos) producirá seres inorgánicos que interactuarán con los humanos de una forma indistinguible de la interacción entre humanos a través de las redes digitales y de información. De hecho, hace años que ya tenemos ejemplos de esta realidad que llegará a dominar la humanidad. Si actualmente los bots, las redes sociales, los centros de Big Data son usados para manipular la opinión pública por otros humanos, el paso hacia su independencia es mucho más pequeño de lo que la Humanidad se imagina en este momento… No solamente es pequeño, sino que será imperceptible―como el momento en que una persona agotada pasa de la conciencia a su primer sueño.
Esta realidad de un gobierno global en manos de la Inteligencia Artificial ya se encuentra en pleno desarrollo y práctica. No me refiero solo a los bots acompañantes ni a las promocionadas y todavía muy primitivas herramientas de consulta, como ChatGPT. Consideremos que los actuales amos del mundo, quienes manejan más capital de lo que vale toda la economía global, hace años que dejan en manos de estas herramientas virtuales el juego de las inversiones en las mayores bolsas del mundo, como la de Londres y Wall Street. Si esto hacen con lo que más quieren y atesoran, sus propios capitales, imagínense lo que harán con las masas humanas―simples números y abstractas ecuaciones.
jorge majfud, del libro Moscas en la telaraña

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