El racismo y los refugiados del capitalismo hegemónico

 Las crisis de refugiados en la frontera sur de Estados Unidos no son consecuencia de ninguna invasión exterior que pone en peligro la Seguridad Nacional. Ni siquiera son la consecuencia de “políticas blandas de Washington”, tal como repiten hasta el hastío los políticos y los grandes medios de este país. Son consecuencia de la intersección de diferentes contradicciones del capitalismo hegemónico actual. 

Por un lado, tenemos la ley de la oferta y la demanda y, por el otro, una larga tradición de intervencionismos por parte de la superpotencia que, desde el siglo XIX, sin tregua y en nombre de la lucha contra la corrupción, promovió la corrupción en “las caóticas repúblicas de negros”. En nombre de la libertad, de la democracia, de la paz y de los derechos humanos impuso una prolífica lista de protectorados, de dictaduras civico militares, de terrorismo paramilitar y de escuadrones de la muerte hasta en las llamdas democracias. La crisis de la frontera, como la repiten y magnifican la prensa y los políticos, no es una crisis para Estados Unidos. Es una crisis sólo para los pobres y desplazados por el mismo sistema del capitalismo hegemónico que los demoniza. 

Para resolver las contradicciones del capitalismo, los efectos indeseables de la venerada Ley de la oferta y la demanda, están las leyes de los políticos al servicio de las corporaciones y en nombre de la defensa de todo un país. En este sentido, todas las leyes son anticapitalistas, ya que contradicen, limitan o impiden la expresión inmediata de la oferta (el trabajo inmigrante) y la demanda (el consumo nacional). Es aquí donde el imperialismo aparece para intentar resolver las contradicciones de su propia ideología y, aparte de sus leyes, aparecen las narrativas de “nuestras fronteras” que hay que “defender de la invasión” de los pobres y la altruista “lucha desinteresada por la libertad” a través de intervenciones más allá de las fronteras ajenas. En la ficticia libertad del mercado, la libertad sólo es aceptada cuando aquellos que tienen poder imponen su libertad sobre sus liberados. Por estas mismas razones, en países como Estados Unidos, desde hace más de un siglo las leyes son escritas por las corporaciones capitalistas, para protegerse de las consecuencias no deseadas de la libertad del libre mercado y, sobre todo, para protegerse de la libertad de los de abajo, es decir, de los pobres, de las razas inferiores, de los países periféricos.

Terminada la excusa del comunismo (ninguno de esos “países de mierda” es comunista sino más capitalistas que Estados Unidos), se vuelve a las excusas raciales y culturales del siglo anterior a la Guerra fría. En cada trabajador de piel oscura se ve un criminal, un violador; no un ser humano, no una oportunidad de desarrollo mutuo. Las mismas leyes de inmigración tienen pánico a los trabajadores pobres. Cualquiera que haya solicitado una visa sabe que antes de presentarse a una embajada de Estados Unidos, en cualquier parte del mundo, debe eliminar la palabra trabajo del vocabulario personal. Se puede ser un perfecto zángano con dinero, y presumir de ello, pero nunca un trabajador pobre.

Mientras en Estados Unidos la Seguridad social y la Salud pública continúan bajo ataque mediático, bajo la progresiva desfinanciación de los gobiernos con el objetivo de transferir sus recursos al Pentágono y para promover la cobertura privada de salud y de seguridad, más de 60.000 estadounidense mueren cada año por adicciones a las drogas, la mayoría por prescripciones médicas de opioide. En 2017, según el National Institute on Drug Abuse del Gobierno de Estados Unidos, 47.000 personas murieron por sobredosis de opioides. La epidemia de esta droga se había iniciado en los años 90 cuando las poderosas farmacéuticas le aseguraron a los médicos que su producto no producía adicción, pese a estudios que contradecían esta afirmación. La campaña de propaganda y manipulación de los médicos se pareció mucho a la inventada por Edward Bernays medio siglo antes para vender cigarrillos, huevos, tocino y golpes de Estado. 

Pero nadie recuerda nada. Sólo ven unos pocos miles de pobres de a pie, amenazando con destruir con sus penes y vaginas al país más poderoso del mundo. Mientras el negocio de las cárceles privadas (que reciben millones de dólares del gobierno federal) florece en el borde sur del país, la inmigración ilegal y los refugiados legales son criminalizados por pobres y por el pecado de no ser caucásicos. El negocio, como cualquier otro negocio, tiene como único objetivo aumentar el número de clientes. El problema es que aquí los clientes son hombres y mujeres pobres en búsqueda de una vida decente, en búsqueda de un poco de paz y de trabajo duro, que es lo único tan terrible que saben hacer. Cuando no son refugiados. Como la desesperación ajena y la indignación propia es un negocio, las empresas carcelarias inflan los días y las semanas y los meses y los candidatos a criminales, aunque sean niños, que deben pasar detenidos sin necesidad, contra las leyes internacionales, pero en cumplimiento de las leyes del país de las leyes.

Desde 1980, la emigración desesperada desde el Triángulo norte se ha multiplicado por diez. No porque las fronteras se hayan abierto o porque las condiciones de viaje ahora sean mejores, ya que los migrantes siguen usando sus piernas como principal medio de transporte y las fronteras se han militarizado exponencialmente. El terrorismo paramilitar financiado por las corporaciones del norte, las guerras de Washington en los ochenta y sus golpes de Estado 2.0 en el nuevo siglo han producido un efecto inmediato y persistente. Para 2020 el flujo de migrantes que intentan escapar a la violencia y la miseria de los neoprotectorados ultracapitalistas de América Central (Guatemala, El Salvador y Honduras), sumarán casi el 90 por ciento del total. Como no se puede culpar al comunismo (para peor, del “régimen de Nicaragua” sólo procede el siete por ciento de los migrantes) y los neoprotectorados ultracapitalistas no son países bloqueados, se culpa a su cultura enferma. Cuando no directamente a la raza maldita. Como respuesta, Washington se resiste a recibir esos peligrosos refugiados, sean niños o mujeres pobres. No por mero accidente, la superpotencia de los compasivos cristianos recibe cien veces menos refugiados por cada mil habitantes que Líbano e, incluso, seis veces menos que la empobrecida y bloqueada Venezuela.

Sin indicios de cambio, los políticos en Estados Unidos continúan alertando del peligro de terroristas entre los pobres que buscan asilo. Nada mejor que asustar al pueblo con una invasión inexistente para no hablar de la violencia y de las históricas matanzas del terrorismo de los supremacistas blancos. Nada mejor que asustar a la clase media con el peligro de los pobres de piel oscura para no ver que dos hombres, Jeff Bezos y Elon Musk, ya poseen más riqueza que el cuarenta por ciento de la población de la superpotencia, mientras los sintecho y la precarización del trabajo de los esclavos asalariados continúa creciendo. Todo lo que produce la defensa furiosa de los de abajo a los benefactores de arriba con clichés como “los holgazanes quieren invadirnos para vivir del gobierno”, “los pobres me roban con los impuestos” y “la solución no está en sacarle a los ricos sino en ayudarlos a prosperar”, como si los ricos no hubiesen secuestrado suficiente de todo el progreso de la historia y de todo el trabajo de los de abajo que los sostienen y los defienden como si fuesen dioses. 

El racismo, el negocio de explotar a los de abajo no se crea ni se destruye; solo se transforma. 

Jm, marzo 2021

https://www.pagina12.com.ar/337914-el-racismo-y-los-refugiados-del-capitalismo-hegemonico?amp=1

Racism and the refugees of hegemonic capitalism

Jorge Majfud

Translated by  Andy Barton

The refugee crises on the Southern U.S. border are not the result of any foreign invasion that endangers national security. Nor are they the result of Washington’s ‘weak policymaking’, as repeated to the point of exhaustion by the politicians and mass media of the country. Instead, they are the result of an intersection between different contradictions within the current hegemonic capitalism.

On the one hand, we have the law of supply and demand, and on the other, a long tradition of interventionism by a superpower that, since the 19th century, without pause for respite and in the name of the fight against corruption, promoted exactly that in the ‘chaotic Black republics’. In the name of freedom, of democracy, of peace and of human rights, it established a prolific list of protectorates, civil-military dictatorships, paramilitary terrorists and death squads, even in the purported democracies. The border crisis, as it is repeated and magnified by the press and by politicians, is not a crisis for the United States. It is only a crisis for the poor and those displaced by the same system of hegemonic capitalism that demonises them. To solve capitalism’s contradictions, viz., the undesirable consequences of the hallowed law of supply and demand, there lie the policies for the benefit of corporations and in the name of the defence of an entire country. In this sense, all of the laws are anticapitalist, since they contradict, limit or impede the immediate expression of supply (immigrant labour) and demand (national consumption). It is here where imperialism rears its head in an attempt to solve the contradictions of its own ideology; aside from its laws, narratives emerge about ‘our borders’ that must be ‘defended from the invasion’ of the poor, as well as the altruistic ‘selfless fight for freedom’ through interventions beyond foreign borders. In the fictitious free market, freedom is only accepted when it is imposed by those in power upon their liberated subjects. For these very reasons, in countries such as the United States, for more than a century, the laws are written by capitalist corporations to protect themselves from the unwanted consequences of the free market, and above all, from the freedom of those below them; in other words, from the poor, from ‘inferior’ races and from peripheral countries. Without the excuse of communism to rely on (none of those ‘shithole countries’ is communist and is in fact even more capitalist than the United States), the focus shifts back to the racial and cultural excuses of the century before the Cold War. Each worker with black skin is viewed as a criminal, a rapist; not a human being, not an opportunity for mutual aid. The immigration laws are sent into a state of panic by poor workers. Anyone who has applied for a visa knows that before appearing at a U.S. embassy, in any part of the world, the word “work” must be eliminated from the vocabulary of the individual in question. You can be the archetypal rich freeloader, and boast about it, but never a poor worker.

Meanwhile, in the United States, Social Security and public health continue to sustain media attacks in the context of their progressive defunding by governments, with the aim of transferring further resources to the Pentagon and promoting private health and social security cover. More than 60,000 Americans die every year due to drug addictions, the majority because of opioid prescriptions. In 2017, according to the U.S. governments’ National Institute on Drug Abuse, 47,000 people died due to opioid overdoses. This drug epidemic began in the ‘90s when powerful pharmaceuticals assured doctors that their products did not lead to addiction, despite the studies which contradicted this assertion. The propaganda campaign and mass manipulation of doctors was closely reminiscent of Edward Bernays’ invention half a century prior to sell cigarettes, eggs, bacon and coups d’état.But no one remembers any of this. They just see a few thousand ordinary poor people threatening to destroy the most powerful country on earth with their penises and vaginas. While the private prison industrial complex (which receives millions of dollars of federal funding) flourishes along the southern border of the country, illegal immigration and the legal refugees are criminalised both for being poor and for the sin of not being Caucasian. The prison business, like any other, exists for the sole purpose of increasing the number of clients. The problem is that here the clients are poor men and women searching for a better life, for a bit of peace and for hard work, which is the only wretched thing they know how to do. That is, when they are not refugees. Given that the desperation of others and individualised anger is a business, the prison enterprises drag out the days, the weeks and the months, turning sufferers into criminals, even if they are children, who must also be unnecessarily detained: against international laws but in compliance with the laws of the country of laws.

Since 1980, desperate emigration from the Northern Triangle (Honduras, Guatemala, Salvador) has increased tenfold. This is not because the borders have opened or because the conditions during the journey have now improved, since the migrants continue to use their feet as the primary mode of transport, and the borders have been militarised exponentially. Paramilitary terrorism financed by corporations from the North, Washington’s wars in the ‘80s and their coups d’état 2.0 in the new century have generated an immediate and sustained effect. By 2020, the flow of migrants attempting to escape the violence and the misery of the ultracapitalist neo-protectorates of Central America (Guatemala, El Salvador and Honduras) would constitute 90% of the total. As it is impossible to blame communism (even worse, only 7% of the migrants come from the “Nicaraguan regime”), and the ultracapitalist neo-protectorates are not sanctioned countries, it is their culture which receives the blame. That is, when the colour of their skin is not blamed directly. In response, Washington refuses to take in these dangerous refugees, be they poor children or women. It is not a coincidence that the superpower of compassionate Christians receives 100 times fewer migrants per thousand inhabitants than Lebanon; it even receives six times fewer migrants than the impoverished and sanctioned Venezuela. With no sign of things changing, politicians in the United States continue to sound the alarm about the terrorist threat posed by the poor who seek asylum. Nothing beats scaring the public with an imaginary invasion to avoid talking about the violence and the historic massacres perpetrated by white supremacist terrorists. Nothing beats scaring the middle class with the dangers presented of poor people with black skin to avoid the realisation that two men, Jeff Bezos and Elon Musk, already have more wealth than a combined 40% of the superpower’s population. Meanwhile, the numbers of the homeless and the labour precarity of the salaried slaves continues to grow; all of which produces a furious defence of the benefactors from above by those from below, with clichés such as ‘those parasites want to invade us to live off the government’, ‘the poor are stealing my tax dollars’ and ‘the solution is not getting rid of the rich but instead helping the others to prosper’, as if the wealthy had not already hoarded enough from all of history’s advances and from all of the work of those below, who in turn support them and defend them as if they were gods. Racism, the business of exploiting those from below, is neither created nor destroyed; it is only transformed.

http://tlaxcala-int.org/article.asp?reference=31155

Le racisme et les réfugiés du capitalisme hégémonique

Jorge Majfud
Translated by  Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي

Les crises de réfugiés à la frontière sud des USA ne sont pas la conséquence d’une quelconque invasion étrangère mettant en danger la sécurité nationale. Ils ne sont même pas la conséquence des « politiques douces de Washington », comme le répètent ad nauseam les politiciens et les grands médias de ce pays. Elles sont la conséquence de l’intersection de diverses contradictions du capitalisme hégémonique d’aujourd’hui.

D’une part, nous avons la loi de l’offre et de la demande et, d’autre part, une longue tradition d’interventionnisme de la part de la superpuissance qui, depuis le XIXème  siècle, sans relâche et au nom de la lutte contre la corruption, a encouragé la corruption dans « les chaotiques républiques de Nègres ». Au nom de la liberté, de la démocratie, de la paix et des droits de l’homme, elle a imposé une cohorte prolifique de protectorats, de dictatures civilo-militaires, de terrorisme paramilitaire et d’escadrons de la mort, y compris dans les soi-disant démocraties. La crise frontalière, telle que répétée et amplifiée par la presse et les politiciens, n’est pas une crise pour les USA. C’est une crise uniquement pour les pauvres et les déplacés par le même système de capitalisme hégémonique qui les diabolise.

Pour résoudre les contradictions du capitalisme, les effets indésirables de la sacrosainte loi de l’offre et de la demande, il y a les lois des politiciens au service des entreprises et au nom de la défense de tout un pays. En ce sens, toutes les lois sont anticapitalistes, car elles contredisent, limitent ou empêchent l’expression immédiate de l’offre (le travail immigré) et de la demande (la consommation intérieure). C’est ici que l’impérialisme semble essayer de résoudre les contradictions de sa propre idéologie et, en marge de ses lois, apparaissent les récits de « nos frontières » à « défendre contre l’invasion » par les pauvres et la « lutte altruiste pour la liberté » par des interventions au-delà des frontières étrangères. Dans la liberté fictive du marché, la liberté n’est acceptée que lorsque ceux qui ont le pouvoir imposent leur liberté à ceux qui sont libérés par eux. Pour ces mêmes raisons, dans des pays comme les USA, depuis plus d’un siècle, les lois sont écrites par les entreprises capitalistes, pour se protéger des conséquences indésirables de la liberté du libre marché et, surtout, pour se protéger de la liberté de ceux qui sont en bas de l’échelle, c’est-à-dire les pauvres, les races inférieures, les pays périphériques.

Une fois l’excuse du communisme passée (aucun de ces « pays de merde » n’est communiste, mais plus capitaliste que les USA), on revient aux excuses raciales et culturelles du siècle précédant la guerre froide. Tout travailleur à la peau foncée est considéré comme un criminel, un violeur ; pas un être humain, pas une opportunité de développement mutuel. Les lois sur l’immigration elles-mêmes sont terrifiées par les travailleurs pauvres. Quiconque a déjà demandé un visa sait qu’avant de se présenter à une ambassade des USA, où que ce soit dans le monde, il doit éliminer le mot « travail » de son vocabulaire personnel. Vous pouvez être un parfait tire-au-flanc avec de l’argent, et vous en vanter, mais jamais un travailleur pauvre.

Alors qu’aux USA, la Sécurité sociale et la Santé publique continuent d’être attaquées médiatiquement, de faire l’objet d’un définancement progressif de la part du gouvernement afin de transférer leurs ressources au Pentagone et de promouvoir les couvertures privées en matière de santé et de sécurité, plus de 60 000 USAméricains meurent chaque année de toxicomanie, la plupart à cause de prescriptions d’opioïdes. En 2017, selon l’Institut national sur l’abus des drogues du gouvernement usaméricain, 47 000 personnes sont mortes d’une surdose d’opioïdes. L’épidémie de ce médicament a commencé dans les années 1990, lorsque de puissantes sociétés pharmaceutiques ont assuré aux médecins que leur produit n’entraînait pas de dépendance, malgré des études qui contredisaient cette affirmation. La campagne de propagande et la manipulation des médecins ressemblaient beaucoup à celle inventée par Edward Bernays un demi-siècle plus tôt pour vendre des cigarettes, des œufs, du bacon et des coups d’État.

Mais personne ne se souvient de rien. Ils ne voient que quelques milliers de pauvres gens à pied, menaçant de détruire le pays le plus puissant du monde avec leurs pénis et leurs vagins. Alors que l’industrie pénitentiaire privée (qui reçoit des millions de dollars du gouvernement fédéral) prospère dans la partie sud du pays, l’immigration illégale et les réfugiés légaux sont criminalisés parce qu’ils sont pauvres et parce qu’ils ne sont pas de race blanche. Le business, comme tout business, a pour seul objectif d’augmenter le nombre de ses clients. Le problème est qu’ici, les clients sont des hommes et des femmes pauvres à la recherche d’une vie décente, à la recherche d’un peu de paix et de travail, qui est la seule chose terrible qu’ils savent faire. Quand ils ne sont pas des réfugiés. Comme le désespoir des autres et la propre indignation sont un business, les sociétés pénitentiaires gonflent les jours, les semaines et les mois et les candidats criminels, même s’il s’agit d’enfants, qui doivent être détenus inutilement, contre les lois internationales, mais dans le respect des lois du pays des lois.

Depuis 1980, l’émigration désespérée du Triangle Nord (Honduras, Guatemala, Salvador) a été multipliée par dix. Non pas parce que les frontières se sont ouvertes ou que les conditions de voyage sont désormais meilleures, car les migrants continuent d’utiliser leurs jambes comme principal moyen de transport et les frontières se sont militarisées de manière exponentielle. Le terrorisme paramilitaire financé par les entreprises du Nord, les guerres de Washington dans les années 1980 et ses coup d’État 2.0 dans le nouveau siècle ont produit un effet immédiat et persistant. En 2020, le flux de migrants tentant d’échapper à la violence et à la misère des néo-protectorats ultra-capitalistes d’Amérique centrale (Guatemala, Salvador et Honduras) représentera près de 90 % du total. Puisque le communisme ne peut être blâmé (pour aggraver les choses, seuls sept pour cent des migrants proviennent du « régime nicaraguayen ») et que les néo-protectorats ultra-capitalistes ne sont pas des pays soumis à un blocus, c’est leur culture malade est mise en cause. Quand ce n’est pas directement la race maudite. En réponse, Washington résiste à l’accueil de ces dangereux réfugiés, qu’il s’agisse d’enfants ou de femmes pauvres. Ce n’est pas un hasard si la superpuissance des chrétiens compatissants accueille cent fois moins de réfugiés par mille habitants que le Liban et même six fois moins que le Venezuela, appauvri et soumis à un blocus.

Sans aucun signe de changement, les politiciens usaméricains continuent de mettre en garde contre le danger des terroristes parmi les pauvres demandeurs d’asile. Rien de mieux que de faire peur au peuple avec une invasion inexistante pour éviter de parler de la violence et du massacre historique du terrorisme suprémaciste blanc. Rien de mieux que d’effrayer la classe moyenne avec le danger des pauvres à la peau foncée pour éviter de voir que deux hommes, Jeff Bezos et Elon Musk, possèdent déjà plus de richesses que quarante pour cent de la population de la superpuissance, tandis que les sans-abri et la précarisation du travail d’esclave salarié continuent de croître. Tout cela produit la défense furieuse contre ceux d’en bas par les bienfaiteurs d’en haut avec des clichés comme «les fainéants veulent nous envahir pour vivre aux crochets du gouvernement», « es pauvres me volent mes impôt » et « la solution n’est pas de prendre aux riches mais de les aider à prospérer », comme si les riches n’avaient pas suffisamment détourné tous les progrès de l’histoire et tout le travail de ceux d’en bas qui les soutiennent et les défendent comme s’ils étaient des dieux.

Le racisme, l’exploitation de ceux qui sont en bas de l’échelle, n’est ni créé ni détruit, il est seulement transformé.

3 comentarios en “El racismo y los refugiados del capitalismo hegemónico

  1. POR LA PAZ MUNDIAL
    Susana Merino (suemerino@gmail.com)

    Dado que según algunos informes el 65% de los habitantes del planeta Tierra profesan o al menos adhieren a una u otra de las tres religiones monoteístas o Abrahámicas, creo basándome en las recientes y auspiciosas iniciativas del papa Francisco de contactar con los más prestigiosos representantes del islamismo , que todos los creyentes de una u otra fe, deberíamos impulsar la realización de algo así como un Concilio ecuménico de las tres religiones cuyo objetivo principal debiera ser el acordar una manifiesta, permanente y decidida oposición a toda clase de conflictos bélicos cualesquiera fueren sus motivos o pretextos.
    Todas ellas, el cristianismo, el islamismo y el judaísmo incluyen el mandamiento de “no matar” y pese a ello no solo han convalidado muchas guerras a través del tiempo sino que hasta las han auspiciado en nombre de la fe, un contrasentido que debe ser absolutamente erradicado y desterrado y que seguramente podría tener mayor repercusión en el mundo político si sus más altos dirigentes se pronunciaran contra las guerras partiendo de sus propias convicciones y de la influencia que pudieran ejercer sus más altos dignatarios en el resto de la población.
    Creo que las recientes visitas del Papa Francisco a Egipto y a Irak y sus encuentros con el Patriarca de la Iglesia Copta Ortodoxa Tawadros II y con el Gran Imán de la Universidad y Mezquita Al-Azhar constituyen un valiente y valioso anticipo que quienes profesamos en profundidad los principios religiosos de origen bíblico no debemos pasar por alto, sino que por el contrario debemos afianzar con nuestra colaboración y nuestro más ferviente apoyo.
    POR UN CONCLAVE O UN CONCILIO UNIVERSAL INTERRELIGIOSO PERMANENTE QUE DESTIERRE TOTALMENTE LAS GUERRAS Y AUSPICIE LA PAZ.

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  2. También me parece, Sra.Merino, es necesario tener en cuenta al budismo, que no es una religión y eso le sirvió para no caer en las garras de la política y convertirse en brazo armado de intereses ajenos a su esencia.Para el budismo, las leyes de la oferta y la demanda y aún la paz que puede haber en este mundo,están sujetas al cambio y la sucesión de la generación y la muerte,esta tiene por opuesto el nacimiento.Lo que puede lograr que el hombre no se apegue a lo perecedero,es el conocimiento.Ya Aristóteles en su metafísica afirmaba que la esencia no cambia, sino el fenómeno.Cuanto más perecible y efímera es una cosa, más apego despierta, pues se conjura su pérdida con su incremento, de ahí que se ansie cada vez más poder y más riqueza y nunca sean suficientes.Creo también que el aporte de Marx no es desdeñable,pues el hombre en este mundo no puede renunciar a la apropiación del mundo y la naturaleza sin transformar a su vez,las relaciones sociales en las que produce.El llamado socialismo real fracasó simplemente por eso.No fue capaz de crear más y mejores productos ni mejores relaciones sociales.Nos guste o no, la increíble tecnología de hoy día se desarrolló en el mundo capitalista.El socialismo vendrá por resultado, no por decreto o voluntad política

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  3. Pregunto a algún filósofo que me aclare este punto: toda actividad humana, sea productiva, artística, científica etc,¿alcanza la esencia o esta tiene otros caminos?Porque tiempo y espacio son condiciones de una insuperable imperfección.De ahí la Iluminación para los budistas o la Gracia para los cristianos. Para Marx, la » esencia»humana se produce y transforma a a partir de la contradicción histórica, pero su fin es la liberación: supone que el comienzo de»la historia humana» es tal cuando finaliza la opresión.El camino de la piedad es la crueldad, lo que no veo es porqué ni como una conduzca a la otra, simplemente porque ya una no tenga lugar, o sea, el valor no pueda incrementarse más mediante la explotación.Pero el alcance del humano a una vida sin tiempo ni espacio, viva y verdadera toca más a una visión religiosa, pues mientras estos dos fenómenos existan como ámbito existencial,lo perfecto no es posible: el viaje al centro de la esfera,es como el drama de Sísifo o esta tendencia es ya lo máximo y en ella estamos?

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