
Cuando Estados Unidos cayó en la mayor depresión económica de su historia, retiró sus fuerzas militares de ocupación de varios países del Caribe y América Central. En su lugar puso a marionetas, todos elegidos por una misma característica psicológica: eran psicópatas desesperados por adular al poder para ser protegidos por el Imperio y violar, sin restricciones, todos los derechos humanos conocidos y por conocer. Fueron los casos de Rafael Trujillo en República Dominicana, Papa Doc Duvalier en Haití, Anastasio Somoza en Nicaragua, Antonio Machado en Cuba, Juan Vicente Gómez en Venezuela, entre otros…
Luego vino la Segunda Guerra Mundial, la que no sólo ayudaría a la economía estadounidense a recuperarse, sino que, al final, siendo la única de los tres aliados que no sufrió destrucción, dejaría a Estados Unidos con una supremacía industrial, bélica, económica y mediática que no se podía comparar con los escombros de Europa y Japón.
Washington prácticamente se olvidó de América Latina, primero con su depresión y luego con la Segunda Guerra. De forma elegante pero estratégica, Roosevelt llamó este período “política del buen vecino”. Como consecuencia directa, muchos países latinoamericanos recuperaron derechos civiles, sindicales, libertad de expresión y una decena de democracias―aunque siempre limitadas. Los países latinoamericanos fueron el principal bloque fundador de las Naciones Unidas. Los psicópatas del Caribe y de América Central permanecieron, pero muchas otras dictaduras amigas cayeron, como la dictadura bananera de Jorge Ubico en Guatemala, la que fue reemplazada por una revolución democrática.
Apenas terminada la Segunda Guerra, donde principal vencedor fue la Unión Soviética, Washington creó la CIA y su nueva estrategia de dominación global como continuación del brutal y genocida Imperio británico. Como los imperios están basados en la ahora de moda psicología del macho alfa, en el planeta no hay lugar para dos lobos líderes de la manada.
El fanatismo capitalista-anglosajón entiende que se debe eliminar toda posible competencia, aunque deban morir miles o millones de subhumanos negros. Esa fue la política desde el siglo XVI. En el siglo XIX, la nueva estrategia repitió viejos tácticas. Una fue la táctica del ajedrez: cada adversario debe asegurarse el dominio de ciertos casilleros. En el caso de Estados Unidos, esos casilleros intocables siempre fueron los países que llamó su “patio trasero”, formalizados con la Doctrina Monroe y actualizada cada una o dos generaciones agregándoles nuevos derechos para el agresor. Es una doctrina, no un tratado o una ley internacional. Es decir, una ley propia para ser aplicada sobre los demás. Los casilleros son los estratégicamente divididos. Los pueblos, peones. En apariencia, se presenta como una lucha entre piezas blancas contra piezas negras, pero ésta es solo una distracción woke, funcional al verdadero poder: el objetivo es la defensa y triunfo del rey, al precio de la muerte de los peones, esas piecitas anónimas, sin rostro, que siempre son enviadas al frente―porque las reglas deben ser respetadas.
En 1952, Stalin les envió tres propuestas diferentes a las tres potencias militares de la OTAN (el sueño de Hitler, que décadas después sería dirigida por dos de sus comandantes) para evitar una guerra fría, proponiéndoles una Alemania unificada, con su sistema de democracia liberal occidental, no desmilitarizada pero independiente de cualquier alianza. Las tres propuestas fueron rechazadas sin mucha discusión.
El conflicto y la guerra siempre fueron un gran negocio para los poderosos: control interno en sus países, ceguera tribal, nacionalista, y lavado de dineros públicos con la privatización de la industria bélica, algo que el mismo presidente y general Eisenhower denunció en 1961 en su mensaje de despedida como el mayor peligro para cualquier democracia.
Poco después de creada la CIA y la demonización del vencedor aliado, herido y exhausto, Washington volvió a poner su mirada matadora en América Latina. Otra vez, debía asegurarse las casillas de la doctrina Monroe. Pero esta vez las invasiones militares estilo Guerras Bananeras fueron pocas. La invasión de marines a República Dominicana en 1965 fue uno de esos casos.
Para continuar haciendo lo mismo que se venía haciendo desde hacía un siglo, se introdujeron dos novedades: para justificar intervenciones e invasiones, ya no se podía declarar que se lo hacia para defender a la civilización de los negros. Luego de la derrota del supremacismo nazi, tan popular en la elite empresarial estadounidense, eso quedaba feo, inapropiado. Se reemplazó la palabra negro por comunista.
La segunda innovación fue reemplazar el Pentágono por la CIA ; se reemplazó los marines por los medios de comunicación. Como bien lo resumió antes de morir en 2007 el poderoso agente Howard Hunt, interventor y destructor de democracias en varios países, desde México, Guatemala hasta Uruguay, “Nuestra principal arma no escupía balas, sino palabras”. Como lo practicó uno de sus amigos, el inventor de la propaganda moderna Edward Bernays y es ley central de toda manipulación de la opinión: nuestras palabras sí, pero siempre por la boca de algún servidor.
¿Resultado? Para los años 60, la decena de democracias recuperadas gracias a la distracción de Washington en los 40 se habían vuelto a perder. La brutalidad del militarismo criollo llegó hasta el Cono Sur. Estas dictaduras no tenían límites económicos ni morales, por lo que podían masacrar a cientos de miles de personas (sobre todo indios, negros, pobres o blancos rebeldes) con la poderosa venia y legitimidad de Washington. Una María Corina Machado nunca hubiese estado 25 años conspirando contra su gobierno y pidiendo una intervención militar en su propio país. El primer día hubiese sido secuestrada, torturada, violada y luego arrojada al mar, como era la norma.
El aparato de propaganda recibió tsunamis dólares y el intervencionismo secreto de los agentes golpistas y propagandistas de la CIA llegó, ya a finales de los 40, al extremo sur, aquellos países por décadas considerados rebeldes y fuera de la manipulación de las trasnacionales estadounidenses: Uruguay, Argentina y Chile. Para los 50 ya habían inoculado ejércitos, gremios, instituciones de educación y elecciones.
Luego del suicidio de la Unión Soviética, los lobbies de Washington comenzaron a buscar un nuevo enemigo de forma desesperada. Lo encontraron en Medio Oriente, por lo que, sobre todo a partir de 2001, descuidaron a América latina una vez más. Ese año también coincide con la catástrofe neoliberal impuesta por (el Consenso de) Washington, la que dejó a casi todos los países quebrados, endeudados y con niños en las calles hurgando la basura.
Como en los 40, los latinoamericanos estaban arrodillados, pero, ahora, tenían las manos libres una vez más. Comenzaron a ocuparse de sus problemas reales sin la masiva propaganda de la CIA y sin el acoso militar de Washington. Una ola de gobiernos de izquierda (más o menos independentistas) subió al poder político. Como consecuencia, el continente vivió una Década dorada, donde los milagros económicos no se vendían en los medios del Norte, como había sido el caso de las dictaduras financiadas de Chile y Brasil que, al tiempo que aumentaban sus PIB también aumentaba la pobreza, las favelas y las villas miserias.
De 2002 a 2012 varios países (como Argentina y Brasil) pagaron casi toda las deudas creadas y nacionalizadas por las dictaduras militares o por las democracias bananeras. Algo que, por entonces, se consideraba un imposible. Como en tiempos del Dollar Diplomacy, los acreedores tampoco querían el pago total sino de los intereses.
Países como Ecuador, Bolivia y Venezuela (el “eje del mal” latinoamericano) experimentaron crecimientos económicos históricos con fuertes inversiones sociales e histórica reducción de la pobreza. Se intentó explicar esto con el boom de las comodities, lo cual fue solo una parte de la bonanza: por siglos, América Latina vivió decenas de bonanza de precios de materias primas. Una de las más conocidas fue la bonanza de Venezuela en los 70, debido a la crisis del petróleo, la que terminó con el aliado de Ronald Reagan, el socialdemócrata Jaime Lusinchi, el giro neoliberal del segundo Andrés Pérez, la sangrienta crisis social del Caracazo en 1989, el salvataje de G. H. Bush, el endeudamiento, el crecimiento acelerado de la pobreza y el inicio de la emigración en los 90.
La Década próspera de América Latina terminó por las mismas razones de siempre. Para 2012 , Washington entendió que China se estaba saliendo del libreto con un desarrollo que recordaba a las primeras décadas de la Unión Soviética. Además de ser comunista, no se la podía bloquear ni quebrar (como hicieron los británicos en el siglo XIX, con algunos cañones y mucho opio) por lo que se volvió a mirar a los casilleros del Sur del ajedrez.
Desde entonces, no sólo (1) los bloqueos económicos, financieros a países como Venezuela se volvieron brutales, sino que (2) se radicalizó las viejas prácticas de la CIA y sus fundaciones satélites para hackear la opinión pública, una vez más.
Como es un área donde la presencia musulmana es irrelevante, se volvió a la retórica ya metastatizada del “peligro del comunismo”. Es más, se llega a las afirmaciones apasionadas de “estamos cansados del comunismo” contra los gobiernos incómodos, como si hubiese existido alguna vez un gobierno comunista en alguno de esos países. Nunca lo hubo, ni siquiera cuando declarados marxistas como Salvador Allende José Mujica o Gabriel Boric fueron electos.
Actualmente, los recursos económicos de la CIA para su principal trabajo son varias veces superiores que durante la Guerra fría. De hecho, son ilimitados. Ni siquiera los congresistas de Estaos Unidos saben cuánto dinero reciben y, menos, cuántas falsas rebeliones y complotes contra independentistas promueven cada día en el mundo. Sabemos, apenas por filtraciones, que su presupuesto son decenas de miles de millones y que poseen hoy más recursos tecnológicos más avanzados del planeta para hackear la psicología de los esclavos voluntarios del sur.
Se puede decir que la ola de elecciones ganadas por la derecha para 2025 tiene múltiples causas, pero nunca se podrá decir que la CIA, las agencias secretas de otros organismos como el Pentágono, la agencias como la DEA o la USAID y el Mossad no tienen nada que ver. Tienen mucho que ver, escuchar, decir y hacer.
Como en el pasado, se da la paradoja de que las colonias son más fáciles de manipular que las metrópolis. Hoy, según las encuestas, el 70 por ciento de los estadounidenses está en contra de cualquier intervención en Venezuela que podría causar una guerra civil u otro gobierno títere. Menos de la mitad (entre 34 y 40 por ciento) de los latinoamericanos lo está. Así piensan y así votan por candidatos admiradores de Hitler, de Pinochet y de Margaret Thatcher. No solo porque todos los títeres neofascistas y supremacistas en los gobiernos tienen ojos azules, supongo. Pero hay miradas que matan: cada vez que Washington miró a América latina, hubo una conmoción de extrema derecha.
De hecho, en este momento te están mirando y escuchando. Pero no te preocupes, no es nada personal y no te van a extorsionar con algún escándalo sexual, porque eso lo reservan a sus servidores más importantes, y tú no eres importante para ellos. La información recabada sirve para la ingeniería global, para el aparato más perfecto de propaganda y manipulación mental que haya conocido la humanidad.
Erik Prince, fundador de Blackwater lo dijo en Off Leash, sin capucha: “Si tantos de estos países en el mundo son incapaces de gobernarse a sí mismos, es hora de que volvamos a ponernos el sombrero imperial, para decir: vamos a gobernar esos países… Sí, hay que volver al colonialismo”.
¿Alguien piensa que el grupo mercenario Blackwater, uno de los socios socio del verdadero poder político financiero, invierte sólo en la bolsa de valores? Por nombrar sólo a uno de la docena de otros psicópatas supremacistas en la punta de la pirámide, como Elon Musk, Larry Ellison, Larry Fink, los muchachos de Palantir, y el resto de la secta que controla el tráfico financiero y acumulan más riqueza que el 90 por ciento de la población mundial.
La estrategia es el acostumbramiento a la violencia, a la barbarie y al despojo. Es decir, a la palestinización del mundo. ¿Y entonces? Bueno, al resto de la humanidad no nos quedan muchos recursos, pero lo que queda es claro. Conciencia, unión y rebelión. Sólo queda resistir―como palestino.
Jorge Majfud, diciembre 2025




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