Compiten por la Medalla al Ridículo Mayor y no se ponen de acuerdo.
El subcomisionado de la policía de Nueva York, Kaz Daughtry, dijo a Newsmax el viernes que las autoridades recuperaron un “libro sobre terrorismo” del Hamilton Hall de Columbia. Mostrando el libro a la cámara, dijo: “Hay alguien, ya sea que haya pagado o no, pero está radicalizando a nuestros estudiantes”. Daughtry sostenía un libro titulado “Terrorismo: una introducción muy breve”, escrito por el renombrado historiador británico Charles Townshend. «Hay alguien detrás de esto», dijo Daughtry, antes de decir que la policía estaba investigando al «cerebro detrás de escena». Esta no es la primera vez que hace tales afirmaciones, sugiriendo que una fuerza externa fue responsable de la “radicalización” de los manifestantes estudiantiles.
Brown University ha anunciado un acuerdo entre la Universidad y los líderes estudiantiles que pondrá fin al campamento a cambio de una «desinversión» de la Universidad en acciones de la guerra. Exactamente lo que conversamos hace una semana (ver video abajo). Un éxito rotundo de los estudiantes, como en los 60s y en los 80s en su lucha contra otro apartheid, el de Sudfrica.
Después de discusiones entre líderes de la Universidad de Brown y estudiantes que han realizado un campamento en el campus de Brown desde el 24 de abril, las partes llegaron a un acuerdo que pondrá fin al campamento a las 5 p.m. el martes 30 de abril.
“La devastación y la pérdida de vidas en Medio Oriente han llevado a muchos a pedir un cambio significativo, al tiempo que plantean cuestiones reales sobre la mejor manera de lograrlo”, escribió Paxson. “Brown siempre se ha enorgullecido de resolver diferencias a través del diálogo, el debate y escuchándose unos a otros. No puedo tolerar el campamento, que violó las políticas de la Universidad. Además, me preocupa la escalada de la retórica incendiaria que hemos visto recientemente y el aumento de las tensiones en las universidades de todo el país. Aprecio los esfuerzos sinceros por parte de nuestros estudiantes para tomar medidas para evitar una mayor escalada”.
Los estudiantes acordaron poner fin al campamento y abstenerse de realizar nuevas acciones que violarían el código de conducta de Brown hasta el final del año académico, que incluye la graduación y el fin de semana de reunión.
La Universidad acordó que se invitará a cinco estudiantes a reunirse con cinco miembros de la Corporación de la Universidad de Brown en mayo para presentar sus argumentos para deshacer la donación de Brown de «compañías que facilitan la ocupación israelí del territorio palestino«. Además, Paxson solicitará al Comité Asesor sobre Gestión de Recursos Universitarios que proporcione una recomendación sobre el tema de la desinversión antes del 30 de septiembre, y esto se presentará a la Corporación para su votación en su reunión de octubre de 2024.
Otra disposición del acuerdo se relaciona con la aplicación del código de conducta de Brown a los estudiantes involucrados en el campamento. El establecimiento de tiendas de campaña y otras actividades relacionadas han violado una variedad de políticas, y si bien Brown continuará siguiendo sus procesos de conducta relacionados con actividades no autorizadas, los líderes de la Universidad acordaron que poner fin al campamento será visto favorablemente en los procedimientos disciplinarios.
El acuerdo también deja claro que se seguirán investigando las denuncias de parcialidad, acoso o discriminación recibidas durante el campamento. Además, si la Universidad recibe nueva información sobre cualquier infracción de conducta relacionada con el campamento o después del mismo, los estudiantes no estarán exentos de procedimientos de conducta por esas violaciones.
En 2024, gran parte de América Latina se encuentra en un escenario sociopolítico (no económico y menos militar) similar al que describimos sobre Estados Unidos en 2004. Nada extraño, si consideramos (1) su condición de neocolonia, asegurada por (2) su tradicional clase oligárquica, por (3) sus no menos tradicionales medios, con sus periodistas y sus intelectuales orgánicos; y (4) por el fanatismo de una parte significativa de su juventud, brutalizada por los medios fragmentadores de las redes sociales, todas plataformas en manos de los multibillonarios del Norte.
En Argentina y en otros países del Sur, las universidades públicas (y su autonomía) están bajo ataque, como otros servicios públicos, objeto de deseo del privatizador. El presidente Milei publicó que “La educación pública ha hecho muchísimo daño lavando el cerebro de la gente” y su vicepresidenta lo confirmó con una pregunta adulatoria: “¿Coincidís con las palabras del presidente Milei sobre el adoctrinamiento que se hace desde la educación pública?” Con complejo de hacendado citadino, el youtuber, ex peronistay diputado liberto Ramiro Marra llama vagos a los trabajadores que protestan en las calles, el mismo que meses antes recomendó vivir de los padres, porque nuestra existencia se debe a que ellos “estaban aburridos” y deben pagarlo con “financiamiento gratis”. La diputada Lilian Lemoine, luego de dedicarse al photoshop y a los videos pornos donde un hombre la obliga con una pistola a chuparse un control de videojuegos (“Siento el sabor de Mario en mi boca”) poco después le da lecciones sobre pedagogía a quienes llevan años enseñando, al tiempo que cuestiona si se les debe pagar a los docentes por “no hacer su trabajo”. Es la dictadura del lumpenado.
Ahora, envalentonados por la nueva inquisición, algunos jóvenes y adultos que no tuvieron suerte en el sistema académico han salido a acusar a la educación media y superior de adoctrinación, exigiendo un “equilibrio ideológico”, ese mismo equilibrio que no le exigen a las corporaciones que monopolizan el poder financiero, político, mediático y hasta teológico.
Desde hace generaciones, las estadísticas muestran que en Estados Unidos (como en casi todo el mundo), los profesores tienen ideas más de izquierda que el resto de la sociedad. Basta con mirar un mapa electoral para ver que esas islas de izquierdistas coinciden con los campus universitarios, rodeadas de mares de derechistas―cuando no neofascistas y miembros del KKK, como me tocó en Pensilvania.
Esta excepcionalidad siempre crispó el ánimo de los conservadores en el poder, quienes, derrotados por siglos en el mundo de las ideas, han reclamado siempre legislar para eliminar la libertad de cátedra. En 2004 escribíamos sobre las pretensiones de algunos legisladores de “equilibrar el currículum” de las universidades obligando a los profesores a enseñar la Teoría Creacionista junto con la Teoría de la Evolución. El poder hegemónico promueve la libertad de mercado porque nadie puede competir libremente con su poder financiero, pero como han sido desde siempre un fracaso académico e intelectual, se sienten mal con la libertad de cátedra. No aceptan la regulación del mercado, pero exigen la regulación de cátedra―y de la cultura en general. El argumento es que los profesores adoctrinan a la juventud, a una minoría de la juventud que ya tiene edad para beber alcohol, mirar pornografía y ser enviada a la guerra a matar y morir. Nada se dice de la adoctrinación de niños en edad preescolar enviados a los templos religiosos y a los templos mediáticos para una verdadera adoctrinación.
Los libertos ganan elecciones gritando libertad y gobiernan prohibiendo. En el siglo XIX, los esclavistas reconocían el derecho a la libertad de expresión, hasta que algunos comenzaron a escribir contra la esclavitud. A partir de entonces, comenzaron a prohibir libros, luego autores y, más tarde, los metieron en las cárceles de la democracia. Lo mismo comenzamos a vivir en Florida, Texas y otros estados hace unos años bajo gobiernos libertarios. Muy orgullosos de la libertad de expresión, hasta que los autores y las ideas inconvenientes comenzaron a ganar terreno en la población. Entonces las llaman adoctrinamiento.
Esta obscena asociación Jesús-Mamón y la doctrina de “los profesores adoctrinan a los estudiantes” se ha revitalizado en las colonias estratégicamente endeudadas. La comercialización de la vida concluye que un pensador es bueno si aumenta el ingreso monetario del lector. Si no, son empobrecedores. Pobreza y riqueza sólo se refieren a su valor de cambio. Este fanatismo y su necesaria infantilización de la sociedad están llegando a las universidades, uno de los últimos reductos donde el poder mercantilista no tenía el monopolio. Todo en nombre de la diversidad ideológica y del derecho de los estudiantes a afirmar que la Tierra es plana.
Cada vez más se confunde una universidad con un supermercado, donde el poder terraplanista del lumpenado no entra para ser desafiado en sus convicciones, sino para comprar lo que quiere y exigir satisfacción por su dinero. Así han convertido a los ciudadanos en consumidores y a los estudiantes en clientes. De ahí la necesidad de privatizar la educación para convertirla en reductos de libertad―del poder para adoctrinar más esclavos. Esta es una tradición que se remonta hasta Sócrates, quien fue ejecutado por la democracia ateniense acusado ser ateo, antidemocrático, y de lavar el cerebro de los jóvenes enseñándoles a cuestionar las verdades establecidas.
Por su parte, la izquierda, que siempre fue combativa desde sus pocas trincheras disponibles, se ha vuelto políticamente correcta, insoportablemente tímida, virginal, invirtiendo toda su sensibilidad en la micropolítica de las identidades. Mientras, los más viscerales fanáticos de derecha (recursos del incontestable poder financiero del Norte) continúan ganando elecciones. Los pueblos han sido desmovilizados y convertidos en consumidores. Han sido fragmentados para que consuman más. Las familias extendidas sólo compraban un televisor, no tres o cuatro (y hablan entre ellos), por lo que la fragmentación y la alienación de las relaciones sociales fue un recurso conveniente del capitalismo consumista. Divide, gobernarás y ellos consumirán más.
El orgullo de la elocuencia vacía acaparó los medios, luego la política, y ahora van por las universidades. Tienen muchas posibilidades de destruirlas, como los godos y vándalos destruyeron civilizaciones mucho más avanzadas. Lo peor que podemos hacer, como académicos, como activistas o como políticos es responderles con timidez; confundir la lucha de clases de la izquierda con el odio de clases de la derecha.
Desde hace siglos, los conservadores (hoy libertos) se quejan de que no están bien representados en las universidades. Se insultan y no lo ven. La solución es simple: pónganse a estudiar, carajo. Pero no; están demasiado ocupados pensando cómo van a hacer mucho dinero para convertirse en jefes y luego quejarse de que las universidades están infiltradas y no los representan. Claro que si alguien ama el dinero no va a ser tan tonto como para dedicar una vida a estudiar y hacer investigaciones por las cuales recibirá poco o ningún dinero. Es más fácil convertirse en un entrepreneur y expropiar los pocos éxitos de esos largos años de investigación gratuita, llena de fracasos, realizadas por “fracasados con el cerebro lavado”.
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