¿Qué hemos aprendido de los estudiantes?

Una de las manifestaciones naturales de cualquier poder social fosilizado en el ápice de la pirámide social es la división de los de abajo. La variación capitalista de esta antigua ley, divide et impera, radicó en la inoculación explícita del racismo y en la desmovilización, desarticulación y desmoralización de cualquier organización social que no fuera el gremio de los millonarios, esos que pueden hacer huelgas de capitales cuando se les cante (en nombre del sagrado derecho a la propiedad privada de sus capitales) y presionar a los pueblos con la necesidad y el hambre cada vez que éstos deciden hacer lo mismo: unirse para defender sus derechos individuales, sus intereses de clase, su dignidad de pueblos colonizados.

El masivo movimiento de protesta de los estudiantes estadounidenses contra la masacre en Gaza que, en una medida importante encendió la mecha para otros levantamientos en otros países occidentales, aparece como un fenómeno paradójico. Al menos así me lo han expresado los periodistas que me han consultado sobre el tema.

Como toda paradoja, es una lógica que parece contradictoria: en el país donde sus ciudadanos son reconocidos por su ignorancia geopolítica, por su desinterés, cuando no insensibilidad por sus propias guerras imperialistas y su patriotismo ciego, por su adicción al consumo y su fanatismo militarista y religioso, las protestas estudiantiles pertenecen a una tradición que se inició en los años 60 con los movimientos antibélicos, continuó en los 80 con sus protestas contra el apartheid en Sud África y, más tarde, con varias reivindicaciones y demandas de desinversión de los administradores de sus poderosas universidades en el negocio de la guerra, de las cárceles privadas y de la contaminación ecocida.

Como en todos los casos, se trató de desacreditarlos como jóvenes irresponsables y fantasiosos, cuando fueron, precisamente esos jóvenes, los mejor informados y los más valientes de su sociedad, pese a que no proceden de un grupo sumergido por la violencia de las necesidades básicas. Lo cual tampoco es difícil de explicar: no sólo el conocimiento no comercializado, no solo el idealismo menos corrupto de los jóvenes explica esta reacción, sino que nadie puede imaginarse un sindicato de homeless organizándose para demandar mejores condiciones de vida, no porque sean productivos sino por la simple razón de ser seres humanos.  

Pero creo que hay otra razón que explica este fenómeno y, probablemente, sea una de las razones principales. Como anoté al principio, la división de los de abajo fue siempre un arma de dominación de los arriba. Podría detenerme en una infinidad de ejemplos cruciales en los últimos dos siglos, pero la regla es tan básica que pocos la cuestionarían. Una de sus traducciones, la desmovilización, fue y es una política no escrita pero enquistada en el propio sistema capitalista: primero desmovilización por el desmantelamiento y demonización de las organizaciones sociales, como los sindicatos de trabajadores. Segundo, a través del consuelo de las iglesias que en su casi totalidad apoyaron o justificaron el poder económico, político y social. Tercero, a través de la única secularización sagrada que fue permitida: el consumismo y el dogma del individualismo. El egoísmo y la avaricia, por siglos dos pecados entre los cristianos comuneros de los primeros tres siglos de existencia en la ilegalidad, y pecados morales en la mayoría de las filosofías sociales de la antigüedad, en el siglo XVI se convirtieron en virtudes sagradas para complacer y apoyar la fiebre de la nueva ideología capitalista.

Pero volvamos al caso específico de los estudiantes estadounidenses. Cualquiera que ha sido estudiante o profesor en Estados Unidos tiene una idea clara de cómo funciona la vida de los campuses. Aunque algunos proceden de las clases más altas y no necesitan becas ni préstamos porque sus padres les pagan la carrera en su totalidad, la gran mayoría toma dinero de su propio futuro para pagar las matrículas más caras del mundo. Otros, con más suerte o mérito inicial, reciben becas. En cualquier caso, sin distinción de clases pese a estar insertados en un sistema nacional y global ferozmente segregacionista, donde los privilegios y la lucha de clases no son menos feroces, en los campuses estas diferencias se atenúan hasta casi desaparecer. Ese es el primer punto.

El segundo punto, igual de contradictorio con el resto de la realidad social, radica en la permanente interacción social, grupal, casi familiar de los estudiantes universitarios. Una gran parte (a veces una gran mayoría) vive en los apartamentos del campus. La que no, es como si viviera allí. En mis clases, por ejemplo, apenas un diez porciento procede de la ciudad donde se encuentra la universidad, a pesar de que Jacksonville tiene un millón de habitantes. La mayoría procede de estados tan lejanos como Nueva York o California y de continentes tan diferentes como Europa, América Latina, África y Asia. Me sorprendería si el próximo semestre no tengo una clase con este patrón. Esta maravillosa diversidad (cierto, los pobres son una minoría, pero los hay debido a las becas) produce una conciencia humana y global que no se ve en el fanatismo provinciano de gran parte del resto de la sociedad y que es más conocido en el resto del mundo, porque lo ridículo y absurdo suele popularizarse y viralizarse de forma más rápida.

El tercer punto (para estas reflexiones es el primero) radica en que esta forma de vida no sólo expone a los jóvenes a pensamientos diferentes en sus clases, sino a formas de vida diferentes en la convivencia con sus compañeros extranjeros, desde la distracción del deporte, de las barbacoas en los parques hasta algunas fiestas excesivas en sus fraternidades y sororidades con sus bromas extremas—un día llegué a mi oficina cuando el sol comenzaba a despuntar y, en el camino, me encontré con bombachas y soutiens colgando de un árbol que precedía la entrada a un edificio donde suelo dar clases. Cosas de jóvenes.

Como profesor, he sido miembro de diferentes comités, como el de estudiantes y, aunque mi crítica al sistema universitario estadounidense radica en que no es tan democrático como el de Europa o América latina porque, por ejemplo, los estudiantes no votan, de todas formas, se las arreglan para organizarse y exigir reclamos que consideran justos y necesarios.

Es decir, los estudiantes no están desinformados, desmovilizados, desorganizados y atemorizados como lo estarán cuando se conviertan en un engranaje de la maquinaria. Esto los hace peligrosos para el sistema, todo lo que explica sus poderosas protestas en 50 campuses en todo el país por una causa de derechos humanos que consideraron justa, necesaria y urgente.

El ejemplo de los estudiantes sin más poder que su propia unión debe ser entendido con la seriedad que merece. El primero en entender esto fue el poder político (económico y mediático), razón por la cual no solo permitió la violencia contra los estudiantes, sino que los reprimió con irracional violencia, deteniendo a 3.000 de ellos y a ninguno de los fascistas quienes iniciaron la violencia en los capuces.

Un corolario consiste en la urgente necesidad de que el resto de la sociedad vuelva a organizarse en grupos y uniones, no sólo sindicatos de trabajadores, sino uniones de todo tipo, desde los comités políticos de base hasta los comités barriales. Esto puede ser realizado con los mismos instrumentos de división y desmovilización que se ha usado en su contra: la tecnología digital.

Tendremos un nuevo mundo cuando los individuos se integren a distintos grupos, a distintas asambleas, aunque sean virtuales, para discutir, para escuchar, para proponer, para sentir la pertenencia a algo más allá de la pobre individualidad del consumo. Si los humanos somos egoístas, no somos menos altruistas. Cuando identificamos una causa justa, luchamos por ella más allá de nuestros propios intereses. Ejemplos hay de sobra.

¿Volveremos a entender que el interés común de la humanidad, de la especie es, al menos a largo plazo, el interés más importante del individuo? En la recuperación de este sentido comunitario, de este involucramiento radica la salvación del individuo y de la humanidad.

Con el tiempo, esta multiplicidad de comunidades a distintos niveles y con distintos intereses lograrán que las donaciones voluntarias y los impuestos impuestos dejen de fluir a los ultramillonarios que compran presidentes, senadores, ejércitos y la misma opinión mundial. Porque los ricos no donan, invierten. Cuando no invierten en políticos, en jueces y en periodistas, invierten en el mercado de la moral. Por regla, no por excepción, los ricos siempre tienen una motivación personal para donar.

Los humanos nos movemos por el interés propio y por una causa colectiva. No hace falta aclarar cuál, en términos políticos e ideales, es la derecha y cuál es la izquierda. En todo caso, ambos intereses son humanos y deben ser considerado en la ecuación que hará de esta especie ansiosa, violenta e insatisfecha algo mejor. Para eso, la mayoría debe dejar de ser una clase descartable, irrelevante.

Jorge Majfud, mayo 2024.

https://www.pagina12.com.ar/741730-que-hemos-aprendido-de-los-estudiantes

Qu’avons-nous appris des étudiants ?

L’une des manifestations naturelles de tout pouvoir social fossilisé au sommet de la pyramide sociale est la division de ceux qui se trouvent en bas. La variante capitaliste de cette ancienne loi, divide et impera, était enracinée dans l’inoculation explicite du racisme et dans la démobilisation, la désarticulation et la démoralisation de toute organisation sociale qui n’était pas la guilde des millionnaires, ceux qui peuvent faire pression sur les peuples avec le besoin et la faim chaque fois qu’ils le décident. Faire de même : s’unir pour défendre leurs droits individuels, leurs intérêts de classe, leur dignité de peuples colonisés.

Le mouvement de protestation massif des étudiants américains contre le massacre de Gaza, qui, dans une large mesure, a allumé la mèche pour d’autres soulèvements dans d’autres pays occidentaux, apparaît comme un phénomène paradoxal. C’est du moins ce que m’ont dit les journalistes qui m’ont consulté sur le sujet.

Comme tout paradoxe, c’est une logique qui semble contradictoire : dans le pays où ses citoyens sont reconnus pour leur ignorance géopolitique, pour leur désintérêt, voire leur insensibilité pour leurs propres guerres impérialistes et leur patriotisme aveugle, pour leur addiction à la consommation et leur fanatisme militariste et religieux, les manifestations étudiantes appartiennent à une tradition qui a commencé dans les années 1960 avec les mouvements anti-guerres. Elle s’est poursuivie dans les années 1980 avec ses protestations contre l’apartheid en Afrique du Sud et, plus tard, avec diverses revendications et demandes de désinvestissement par les administrateurs de ses puissantes universités dans le commerce de la guerre, des prisons privées et de la pollution écocidaire.

Comme dans tous les cas, on a tenté de les discréditer en les qualifiant de jeunes irresponsables et fantaisistes, alors que ce sont précisément ces jeunes qui étaient les mieux informés et les plus courageux de leur société, bien qu’ils ne proviennent pas d’un groupe submergé par la violence des besoins fondamentaux. Ce qui n’est pas difficile à expliquer non plus : non seulement les connaissances non marchandes, non seulement l’idéalisme moins corrompu des jeunes expliquent cette réaction, mais personne ne peut imaginer un syndicat de sans-abri s’organiser pour réclamer de meilleures conditions de vie, non pas parce qu’ils sont productifs mais pour la simple raison d’être des êtres humains.

Mais je pense qu’il y a une autre raison à cela, et c’est probablement l’une des principales raisons. Comme je l’ai noté au début, la division de ceux qui sont en bas a toujours été une arme de domination de ceux qui sont en haut. Je pourrais m’attarder sur une myriade d’exemples cruciaux au cours des deux derniers siècles, mais la règle est si fondamentale que peu de gens la remettraient en question. L’une de ses traductions, la démobilisation, était et est une politique non écrite mais enracinée dans le système capitaliste lui-même : d’abord la démobilisation par le démantèlement et la diabolisation des organisations sociales, telles que les syndicats ouvriers. Deuxièmement, par la consolation des Églises qui soutenaient ou justifiaient presque entièrement le pouvoir économique, politique et social. Troisièmement, par la seule sécularisation sacrée qui était autorisée : le consumérisme et le dogme de l’individualisme. L’égoïsme et la cupidité, pendant des siècles deux péchés chez les communards chrétiens des trois premiers siècles d’existence dans l’illégalité, et les péchés moraux dans la plupart des philosophies sociales de l’antiquité, devinrent au XVIe siècle des vertus sacrées pour plaire et soutenir la fièvre de la nouvelle idéologie capitaliste.

Mais revenons au cas spécifique des étudiants américains. Quiconque a été étudiant ou enseignant aux États-Unis a une idée claire du fonctionnement de la vie sur le campus. Alors que certains viennent des classes supérieures et n’ont pas besoin de bourses ou de prêts parce que leurs parents paient l’intégralité de leurs frais de scolarité, la grande majorité prend de l’argent de leur propre avenir pour payer les frais de scolarité les plus chers du monde. D’autres, avec plus de chance ou de mérite initial, reçoivent des bourses. En tout cas, sans distinction de classe bien qu’insérées dans un système national et mondial farouchement ségrégationniste, où les privilèges et la lutte des classes ne sont pas moins féroces, sur les campus ces différences s’atténuent au point de presque disparaître. C’est le premier point.

Le deuxième point, tout aussi contradictoire avec le reste de la réalité sociale, réside dans l’interaction sociale permanente, de groupe, presque familiale des étudiants universitaires. Une grande partie (parfois une grande majorité) vit dans des appartements sur le campus. Dans mes cours, par exemple, seulement dix pour cent viennent de la ville où se trouve l’université, même si Jacksonville compte un million d’habitants. La plupart viennent d’États aussi éloignés que New York ou la Californie et de continents aussi différents que l’Europe, l’Amérique latine, l’Afrique et l’Asie. Je serais surpris si le semestre prochain je n’avais pas de cours avec ce modèle. Cette merveilleuse diversité (c’est vrai, les pauvres sont une minorité, mais il y en a à cause des bourses) produit une conscience humaine et globale qui ne se voit pas dans le fanatisme provincial d’une grande partie du reste de la société et qui est mieux connue dans le reste du monde, car le ridicule et l’absurde ont tendance à devenir populaires et viraux plus rapidement.

Le troisième point (car ces réflexions sont le premier) est que ce mode de vie expose non seulement les jeunes à des pensées différentes dans leurs classes, mais aussi à des modes de vie différents dans la vie avec leurs pairs étrangers, de la distraction du sport, des barbecues dans les parcs à des fêtes excessives dans leurs fraternités et sororités avec leurs blagues extrêmes – un jour, je suis arrivé à mon bureau alors que le soleil se levait. En chemin, je suis tombée sur des culottes et des soutiens suspendus à un arbre qui précédaient l’entrée d’un bâtiment où j’enseigne habituellement. Des trucs de jeunes.

En tant que professeur, j’ai été membre de différents comités, comme le comité des étudiants, et bien que ma critique du système universitaire américain soit qu’il n’est pas aussi démocratique que celui de l’Europe ou de l’Amérique latine parce que, par exemple, les étudiants ne votent pas, ils parviennent toujours à s’organiser et à exiger des revendications qu’ils jugent justes et nécessaires.

C’est-à-dire que les élèves ne sont pas désinformés, démobilisés, désorganisés et effrayés comme ils le seront lorsqu’ils deviendront des rouages de la machine. Cela les rend dangereux pour le système, ce qui explique leurs puissantes manifestations sur 50 campus à travers le pays pour une cause des droits de l’homme qu’ils jugeaient juste, nécessaire et urgente.

L’exemple des étudiants qui n’ont pas d’autre pouvoir que leur propre syndicat doit être compris avec le sérieux qu’il mérite. Le premier à comprendre cela a été le pouvoir politique (économique et médiatique), c’est pourquoi il a non seulement permis la violence contre les étudiants, mais les a réprimés avec une violence irrationnelle, arrêtant 3 000 d’entre eux et aucun des fascistes qui ont initié la violence dans les quartiers.

Un corollaire est le besoin urgent pour le reste de la société de se réorganiser en groupes et en syndicats, pas seulement des syndicats de travailleurs, mais des syndicats de toutes sortes, des comités politiques de base aux comités de quartier. Cela peut se faire avec les mêmes instruments de division et de démobilisation qui ont été utilisés contre eux : le numérique.

Nous aurons un monde nouveau où les individus seront intégrés dans différents groupes, différentes assemblées, même virtuelles, pour discuter, écouter, proposer, se sentir appartenir à quelque chose au-delà de la pauvre individualité de la consommation. Si les humains sont égoïstes, nous ne sommes pas moins altruistes. Lorsque nous identifions une cause juste, nous nous battons pour elle au-delà de nos propres intérêts. Il y a beaucoup d’exemples.

Comprendrons-nous un jour à nouveau que l’intérêt commun de l’humanité, de l’espèce, est, au moins à long terme, l’intérêt le plus important de l’individu ? Dans la récupération de ce sens de la communauté, de cette implication, réside le salut de l’individu et de l’humanité.

Au fil du temps, cette multiplicité de communautés à différents niveaux et avec des intérêts différents fera en sorte que les dons volontaires et les taxes imposées cesseront d’affluer vers les ultra-millionnaires qui achètent des présidents, des sénateurs, des armées et l’opinion mondiale elle-même. Parce que les riches ne donnent pas, ils investissent. Lorsqu’ils n’investissent pas dans les politiciens, les juges et les journalistes, ils investissent dans le marché de la moralité. En règle générale, et non l’exception, les riches ont toujours une motivation personnelle pour faire un don.

Les humains sont motivés par leur intérêt personnel et une cause collective. Il n’est pas nécessaire de clarifier qui, en termes politiques et idéaux, est de droite et qui est de gauche. Dans tous les cas, les deux intérêts sont humains et doivent être pris en compte dans l’équation qui rendra cette espèce anxieuse, violente et insatisfaite meilleure. Pour cela, la majorité doit cesser d’être une classe jetable et non pertinente.

Jorge Majfud, 31 Mai 2024

El estado y las corporaciones

La double bonne affaire du chômage (French)

El doble negocio de la desocupación

 

 

Sugar, Sugar

Los pobres desempleados e improductivos que viven de la ayuda del Estado en realidad no son un mal negocio para las grandes empresas. No sólo ayudan a mantener los sueldos deprimidos, según ya se sabía en el siglo XVIII, sino que, además, en nuestra civilización de las cosas son consumidores perfectos. La ayuda que estos pobres desempleados reciben del Estado va destinada completamente al consumo de bienes básicos o de diversion y dis-track-tion, lo que significa que las megaempresas aún así continúan haciendo un gran negocio con el dinero de los contribuyentes. Por supuesto, todo tiene su arte y su línea de naufragio.

Por otro lado, esta realidad sirve para una crítica o un discurso en principio aceptable y enquistado en la conciencia popular del mundo rico, producto del bombardeo mediático: mientras las grandes compañías producen (en varios sentidos de la palabra) y generan puestos de trabajo, los holgazanes se benefician de ellas a través del Estado. Las grandes compañías son las vacas sagradas del progreso capitalista y el Estado con sus holgazanes son las lacras que impiden la aceleración de la economía nacional.

En primera instancia es verdad. Este mecanismo no sólo mantiene una cultura de la pereza en las clases más bajas esperando esa ayuda del Estado (cuando existe un sistema de seguro social como en Estados Unidos) sino que además alimenta el odio de las clases trabajadoras que deben resignarse a seguir pagando sus impuestos para mantener a ese margen de desocupados que básicamente significan una carga y también una permanente amenaza de mayor criminalidad y más gastos en prisiones. Lo cual también es cierto, ya que es más probable que un desocupado profesional se dedique a alguna actividad criminal que un trabajador activo.

Este odio de clases mantiene el status quo y, por ende, el dinero sigue fluctuando de la clase trabajadora a la clase ejecutiva, entre otros medios, vía holgazanes-desocupados. Si esos desocupados estuviesen en el circuito de trabajo, probablemente consumirían menos y exigirían mejores salarios y educación. Estarían mejor organizados, no tendrían tanto resentimiento por aquellos que se levantan temprano para ir a sus trabajos, serían menos víctimas de la demagogia de los políticos populistas y de las sectas empresariales que son, en definitiva, las dueñas del capital y, sobre todo, del know-how social –los know-why y los know-what son irrelevantes.

Para alguien que debe vender un mínimo anual de toneladas de azúcar a la industria de la alimentación, por decirlo de alguna forma, un trabajador nunca será una mejor opción que un desocupado mantenido por el Estado. Para los empresarios de la salud, tampoco. Algunos estudios recientes indican que el consumo de azúcar en las gaseosas es tan perjudicial para el hígado como el consumo de alcohol, ya que el hígado de cualquier forma debe metabolizar el azúcar (glucólisis), por lo cual tomar una soda, en última instancia y sin considerar las alteraciones de la conducta, es lo mismo que beber whisky (Nature, Dr. Robert Lustig, Univ. of California). Una Coca-Cola ni siquiera tiene las ventaja que tiene el vino para la salud. Sin embargo, en los últimos años la proporción de azúcar en las bebidas y la cantidad que consume cada individuo ha ido aumentando en el mundo entero, a pesar que nuestro organismo sólo tuvo tiempo de evolucionar para tolerar el azúcar de las frutas, una temporada al año. Los especialistas consideran que ese aumento del consumo se debe a la presión política de las compañías que están involucradas en la comercialización del azúcar. Como consecuencia, en Estados Unidos y en muchos otros países tenemos poblaciones cada vez más obesas y más enfermas, lo que de paso significa mayores ganancias para la industria de la salud y los laboratorios farmacéuticos.

Pero así funciona la lógica del capitalismo tardío, que es la lógica global hoy en día: si no hay consumo no hay producción y sin ésta no hay ganancias. Sería mucho más saludable para los consumidores si los vendedores de alimentos a base de sabrosos shocks de sal-azúcar, asaltaran a cada consumidor antes de entrar a un supermercado. Pero esto, como el incremento de impuestos, es políticamente incorrecto y demasiado fácil de visualizar por parte de los consumidores. Siempre me llamó la atención el hecho universal de que los drogadictos roban y matan a personas honestas para comprar drogas y no roban ni asaltan a los mismos vendedores de drogas, lo cual sería un camino más directo e inmediato para una persona desesperada. Pero la respuesta es obvia: siempre es más fácil asaltar a un trabajador honesto que a un delincuente que conoce el rubro. Por lo general, esto último es casi imposible, al menos para un consumidor común.

El objetivo primario de cualquier empresa son las ganancias y todo lo demás son discursos que intentan legitimar algo que no puede ser cambiado dentro de la lógica puramente capitalista. Cuando esta lógica funciona sin trabas, se llama progreso. Las compañías progresan y como consecuencia progresan los individuos –hacia la destrucción propia y ajena.

Recientemente la ciudad de Nueva York prohibió la venta de las botellas gigantes de soda alegando que estimulaban el excesivo consumo de azúcar. Este tipo de medidas nunca sería tomada, ni siquiera propuesta, por una empresa privada cuyo objetivo es vender, al menos que venda agua mineral. Pero en este caso la prohibición explícita de una empresa sobre otra iría contra las leyes del mercado, razón por la cual esta lucha normalmente se produce según las leyes de Darwin, donde los más fuertes devoran a los más débiles.

Estos límites a la “mano invisible del mercado” sólo pueden establecerlos los gobiernos. Lo mismo ocurrió con la lucha contra el tabaquismo. Los gobiernos suelen estar infestados, inoculados por los lobbies de las grandes corporaciones y suelen responder a sus intereses, pero no son monolitos y cada tanto recuerdan su razón de ser según los preceptos modernos. Entonces se acuerdan de que existen para la población, y no al revés, y actúan en consecuencia reemplazando las ganancias por la salud colectiva.

Las libertades no han progresado por las corporaciones empresariales y financieras sino a pesar de estas. Han progresado a lo largo de la historia por aquellos que se han opuesto a los poderes hegemónicos o dominantes del momento. Siglos atrás esos poderes eran las iglesias o los Estados totalitarios, como los antiguos reyes y sus aristocracias, como en la Unión Soviética y sus satélites. Desde hace varios siglos hasta hoy, cada vez más, esos poderes radican en las corporaciones que son las que poseen el poder en forma de capitales. Cualquier verdad que salga de los grandes medios estará controlada de forma directa o de forma sutil –por ejemplo, a través de la autocensura– por estas grandes firmas, que son las que mantienen los medios a través de los anuncios publicitaros. Los medios ya no sobreviven, como en el siglo XIX y gran parte del siglo XX, de la venta de ejemplares. Es decir, los grandes medios cada vez dependen menos y, por lo tanto, cada vez se deben menos a la clase media y trabajadora. La Era digital podrá un día revertir este proceso, pero por el momento los individuos aislados se limitan a reproducir noticias y narrativas sociales prefabricadas por los grandes medios que básicamente viven de los anuncios publicitarios de las grandes empresas y corporaciones. Es decir, los superyós sociales. El control es indirecto, sutil e implacable. Cualquier cosa que vaya contra los intereses de los anunciantes significará la retirada de capitales y, por ende, la decadencia y el fin de esos medios, que dejarán lugar a otros para cumplir su rol de marionetas.

Con algunas excepciones, ni los pobres ni los trabajadores pueden hacer lobbies en los parlamentos. En tiempos de elecciones, son los las corporaciones quienes pondrán miles de millones para elegir un candidato o el otro. Ninguno de los candidatos cuestionará la realidad básica que sostiene la existencia de esta lógica pero cualquiera de ellos que sea elegido y luego electo –o viceversa– estará hipotecado en sus promesas cuando asuma el poder y deberá responder en consecuencia: ninguna empresa, ningún lobby pone millones de dólares en algún lugar sin considerar eso como una inversión. Si lo ponen para combatir el hambre en África será una inversión moral, “lo que les sobra”, como dijera Jesús refiriéndose a las limosnas de los ricos. Si lo ponen en un candidato presidencial será, obviamente, una inversión de otro tipo.

El poder desproporcionado de estas corporaciones, muchas secretas o discretas son el peor atentado contra la democracia en el mundo. Pero pocos podrán decirlo sin ser etiquetados de idiotas. O aparecerán en algunos grandes medios voceros del establishment, porque cualquier medio que se precie de democrático deberá pagar un impuesto a su hegemonía permitiendo que se filtren algunas opiniones verdaderamente críticas. Estas, claro, son excepciones, y entrarán en conflicto con un público acostumbrado al sermón diario que sostiene el punto de vista contrario. Es decir, serán entendidas como productos infantiles de aquellos que no saben “cómo funciona el mundo” y defienden a los holgazanes desocupados que viven del Estado, mientras éste vive de y castiga a las grandes empresas más exitosas. Sobre todo en tiempos de crisis, el Estado las castiga con rebajas de impuestos, préstamos sin plazo y rescates sin límites.

Desde la última gran crisis económica de 2008 en Estados Unidos, por ejemplo, las grandes empresas y corporaciones no han parado de aumentar sus ganancias mientras la reducción del empleo ha sido débil y un caballito de batalla para la oposición al gobierno. Los economistas más consultados por los grandes medios llaman a esto “aumento de la productividad”. Es decir, con menos trabajadores se obtienen mayores beneficios. Los trabajadores que sobran como consecuencia del aumento de productividad son derivados a la esfera del maldito Estado que debe asegurar que –aunque desmoralizados o por eso mismo– sigan consumiendo con el dinero de la clase media para aumentar aún más las ganancias de los mercaderes de las elites dominantes que, sin pagar esos salarios pero sin dejar de venderles las mismas baratijas y las mismas sodas azucaradas y las mismas chips saladas, verán aumentadas aún más la efectividad, la productividad y las ganancias de sus admirablemente exitosas empresas.

Nosotros podemos llamar a todo este mecanismo perverso “el doble negocio de la desocupación” o “los milagros de las crisis financieras”.

 

Jorge Majfud

Jacksonville University

majfud.org

La Epoca (Bolivia)

Milenio I (Mexico)

Milenio II Nac, Mny (Mexico)

Bitacora / La Republica (Uruguay)

La Republica II (Uruguay)