Estúpidos hombres blancos 2.0

Un atardecer de 1997, descendí de un pequeño barco de madera en una isla del Océano Indico entre Quisanga y Pangane, Mozambique. Iba acompañado por Joseph Hanlon, el célebre autor de Mozambique: The Revolution Under Fire (1984), actualmente jubilado de Open University en Inglaterra. Joe era un estadounidense renegado, autor de varios libros y artículos contra el apartheid de Sud África. Yo lo había conocido en la provincia más inaccesible de Mozambique, Cabo Delgado, gracias a la trotamundos Nevi Castro y luego de compartir algunas cenas con Ntewane Machel, hijo del padre fundador de Mozambique, Samora Machel (muerto en otro de aquellos misteriosos accidentes aéreos de los años 80), y de Graça Simbine, meses después esposa de Nelson Mandela.

Luego de cien mudanzas, he perdido mis notas, pero algo quedó en mi segundo libro, Crítica de la pasión pura, 1998. También recuerdo los nombres, con la frescura de la juventud: Isla de Ibo, Matembo, Qurimba…

En diferentes islas fuimos recibidos por la alegría explosiva de los niños.

Que crianças tão simpáticas”, me comentó Joe, quien hablaba perfecto portugués.

Sim”, contesté. “Simpáticos e bastante inteligentes. Cumprimentaram-nos com Bem-vindos, estúpidos homens brancos’”.

En mis notas, intenté reflexionar sobre el hecho de que estas expresiones no significaban (no las sentía) un insulto, como podría significar que nosotros los llamásemos “negros estúpidos”, como escribió Theodore Roosevelt. En ese caso sería la confirmación de una opresión racista y colonialista. La conclusión era bastante obvia: había una clara desproporción de poder. El insulto de los niños (que, además, pasaba como broma) era una contra narrativa de resistencia. La expresión “estúpido hombre blanco” (asumo que, por pura coincidencia, fue usada más tarde por Michael Moore en uno de sus documentales “Stupid White Men”, de 2001) apenas calificaba como resistencia cultural. Como individuos, fuimos muy bien recibidos. Actualmente no existe ni traductor ni diccionario del makua (o macúa, variación del Bantú) al español, pero de lo que recuerdo de mis obreros del astillero de Pemba, de quien aprendí algo de macúa y maconde, sonaba como “nkuña nuku”.

Rodeados de campos de marihuana (zuruma) que los nativos no consumían ni traficaban, tuvimos largas conversaciones. Joe sabía de política latinoamericana más que yo, un arquitecto recién recibido y escritor aficionado, como cualquier escritor, que había llegado a Mozambique con mis propios prejuicios. Como casi cualquier uruguayo, detestaba el racismo, pero estaba convencido de que tenía mucho para enseñarle de tecnologías constructivas a mis obreros. Algo dejé, historias que no vienen al caso, pero cuando me fui, disimulando lágrimas, había recibido un baño de humildad: los nativos más pobres me habían enseñado que hay algo de la felicidad que los occidentales no conocemos, no podemos, ni queremos conocer.

Saltemos el Atlántico y casi un tercio de siglo. El 29 de octubre de 2025, durante un evento de Turning Point USA (organización política de derecha, fundada por el influencer Charlie Kirk a los 18 años para “promover los principios de libre mercado, gobierno limitado y libertad individual”), el vicepresidente de Estados Unidos afirmó: “Cuando los colonos llegaron al Nuevo Mundo, encontraron sacrificios infantiles generalizados”. Abolir esta monstruosa práctica fue “uno de los grandes logros de la civilización cristiana”. El vicepresidente J.D. Vance fue el mismo que dijo, en otra conferencia, que “los profesores son los enemigos”.

No sólo el término Nuevo Mundo es una grosera deformación eurocéntrica, sino que la afirmación sobre los sacrificios humanos en América del Norte es una confusión de rituales de algunos pueblos mesoamericanos, por lo general crónicas de soldados conquistadores como Bernal Díaz del Castillo que buscaban justificar no sólo la conquista sino sus propios métodos basados en la violencia y la crueldad. Del Castillo era un soldado semi analfabeto, autor de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, publicado en 1632. Las famosas cartas de Hernán Cortés que lo preceden son una confesión histórica del terrorismo aplicado en la conquista de los “pueblos bárbaros”. Cuando el padre Bartolomé de las Casas apareció con una contra narrativa, fue desacreditado y diagnosticado con problemas mentales, unos siglos más tarde.

Horror que compite con la brutalidad que, por entonces, se practicaba en Europa con niños y adultos. Torturas como sentar desnudo a un acusado de herejía en una filosa pirámide de madera (Silla de Judas) o torturar y ejecutar en plazas públicas como rituales de poder político-religioso, no sólo eran comunes, sino que están mucho mejor documentados―al mismo tiempo que ignorados. Este fanatismo político-religioso dejó varias decenas de miles de brujas ejecutadas como espectáculo popular. Pero el único horror es siempre el horror ajeno.

Por el contrario, los nativos americanos solían educar a sus niños sin recurrir al castigo físico, método que los americanos heredamos de las culturas europeas y que, hasta no hace mucho en las escuelas, se resumía con “la letra con sangre entra”. Por no seguir con el brutal trabajo infantil, hasta que fue abolido en las leyes hace menos de un siglo y gracias a las luchas sindicales y feministas de Estados Unidos, que necesitaron más de medio siglo para convertirse en ley (Fair Labor Standards Act, 1938). Por no seguir por el abuso sexual de menores, que hasta no hace mucho no existía ni como figura legal, ya que la práctica se mantenía en las sombras. Es más, hasta poco antes de entrar el siglo XX, el abuso sexual de menores tuvo que ser cuestionado echando mano a las leyes que prohibían la crueldad animal.  

En la producción cultural de los siglos pasados y, sobre todo, en la del siglo XX, como fue el caso de las novelas comerciales y las películas de Hollywood, los conquistados fueron deshumanizados de una forma radical. Incluso en películas decentes como The Mission (1984) que plantean una defensa a los nativos (guaraníes), éstos son representados siempre como ingenuos, como “nobles salvajes”, como pasivos actores de reparto sufriendo los conflictos del conquistador, del hombre blanco, de los imperios europeos. Los nativos son representados sin dientes y los europeos con sonrisas blancas, cuando la realidad fue exactamente la contraria, ya que quienes tenían aversión por la higiene eran los civilizados europeos, no los salvajes.

La cultura popular ha fosilizado varios mitos como, por ejemplo: “los nativos eran ingenuos y supersticiosos”; “los nativos seguían a sus caciques de forma ciega”; “hoy tenemos democracia y teléfonos celulares gracias a Occidente”. “Si Colón nunca hubiese descubierto América, todavía estaríamos saltando alrededor de una fogata, medio desnudos y con plumas en la cabeza”.

Cuando los expropiadores no inventaban fantasías sobre la maldad y la inferioridad ajena, acusaban sin ver la paja en sus propios ojos. Por ejemplo, uno de los jesuitas que describieron sus experiencias en América del Norte con mayor objetividad, escribió: los nativos “se inventan diferentes historias sobre la creación del mundo”. (Joseph de Jouvancy. Relations des Jésuites contenant ce qui s’est passé de plus remarquable dans les missions…, Vol. 33, 1610-1791, p. 286.)

Ahora, díganme en qué hemos evolucionado los estúpidos hombres blancos―incluidos aquí escuderos y cipayos que, de blancos, no tienen más que la camiseta. La respuesta suele centrarse en la evolución tecnológica, la cual ha sido en su abrumadora mayoría basada en miles de años de civilizaciones, ahora marginales, de “negros estúpidos”.

jorge majfud, octbre 2025

Sacrificios humanos y la política de la crueldad

Sacrificios humanos y la política de la crueldad

En la milenaria historia de los pueblos americanos se puede observar que las sociedades, naciones y repúblicas más pacíficas y democráticas incluían una equidad social y de género mucho mayor que aquellas otras que se distinguían por la violencia, la verticalidad y el predominio del patriarcado. Los incas y aztecas eran más violentos y patriarcales que los otros ejemplos disponibles. Por un lado el superávit de producción era acumulado en las elites dominantes a través de sus ejércitos. El dios de los aztecas, Huitzilopochtli, era el dios de la guerra que reemplazó a las deidades femeninas en el panteón de mitos para, luego de prometerles una tierra que ya estaba habitada, exigirles rituales de sacrificios humanos, los que cumplían la función política e imperial de impresionar a propios y ajenos. (*1)

Por otro lado, recordemos que en distintas culturas, la violencia y la guerra, desde los sacrificios rituales hasta la iniciación de los varones en la cultura de la guerra y la violencia como símbolo de masculinidad estaba directamente asociada a la dominación intra-social a través de la amenaza y el miedo inoculado al “extranjero”, al enemigo.

Cuando los imperios modernos surgieron, como fue el caso más reciente de Estados Unidos a finales del siglo XIX, el consenso radicaba en que los antimperialistas eran femeninos y cobardes, mientras que los imperialistas eran masculinos, violentos y siempre estaban dispuestos a iniciar alguna guerra. “Estoy a favor de casi cualquier guerra, y creo que este país necesita una”, decía Theodore Roosevelt, mientras el presidente McKinley era cuestionado en su sexualidad por no querer iniciar una contra España. (*2)

La guerra, una clase y una cultura violenta cumplen la funcionalidad de dominar las sociedades que la sostienen con el fin de perpetuar el poder de una elite que se beneficia de forma desproporcionada de esa sociedad que dice defender y proteger. Nada diferente a lo que ocurre hoy.

Los rituales de sacrificios humanos se suelen atribuir a los aztecas y otros pueblos mesoamericanos anteriores, no sin ironía y sin escándalo por los conquistadores que ejercieron una violencia varias veces mayor y cuando la civilizada Europa estaba en medio de su propios rituales religiosos de tortura y exterminio, como lo fueron por muchos siglos la conversión forzada, la Inquisición, las matanzas entre cristianos y la tortura y ejecuciones públicas de los ladrones pobres. A los sacrificios mesoamericanos se los etiquetó como barbarie y fanatismo, sin atender a la barbarie y el fanatismo de la nueva Europa capitalista que masacró infinitamente más vidas alrededor del mundo en base al fanatismo del dinero, algo aún más difícil de explicar que el sacrificio humano en nombre de algún dios lejano.

En cierta manera, los sacrificios humanos fueron reemplazados por rituales más abstractos y simbólicos, primero como sacrificio de animales y luego como ofrendas. Sin embargo, esta característica histórica y prehistórica, embebida en el código genético humano, no desapareció sino que se transformó. Hoy son los fascismos y las guerras de exterminio, que no solo son motivadas por intereses materiales sino que también son toleradas o justificadas por aquellos que no se benefician directamente, pero que reproducen el antiguo ritual del sacrificio de una minoría como forma de ejercitar esa energía violenta y, con frecuencia, genocida. Ese código genético que vive en lo más profundo de cada ser humano (en algunos bastante más que en otros) y, sobre todo, brilla cuando los individuos se funden en una horda, en una tribu urbana, en una secta social, en un partido político.

Como lo elaboramos en Moscas en la telaraña (2023), la comercialización de la existencia convirtió fortalezas ancestrales (la atención a los eventos negativos, el consumo de estimulantes, de calorías) en debilidades modernas. Igual, la violencia hacia el otro es tan antigua como la solidaridad, pero la primera es un reflejo de la sobrevivencia egoísta del individuo y la segunda hizo posible la sobrevivencia de las sociedades y una de las condiciones fundadoras de las civilizaciones.

La idea de libertad es antigua, pero casi nunca consideró la “igual-libertad”, una libertad ejercida desde el derecho ajeno. Siempre era la libertad del poderoso, la libertad el noble, del esclavista, del capitalista para decidir por los seres inferiores, los vasallos, los esclavos de grilletes, los esclavos asalariados. El concepto de “igual libertad” estuvo sugerido entre los primeros cristianos, cuando eran perseguidos, no perseguidores, pero se articula durante la Ilustración en Europa y como consecuencia doble de los humanistas y del profundo impacto que tuvo entre los conquistadores el mundo más democrático, más libre e igualitario de los nativos americanos. A principios del siglo XVI y, sobre todo a principios del siglo XVIII las ideas indígenas de América sobre la “igual libertad” (social, sexual, racial) y su antigua práctica democrática se hacen conscientes en Europa y se convierten en el centro del debate de la intelectualidad primero y de los pueblos más tarde.

Según Rousseau y sus seguidores contemporáneos, fue la invención de la agricultura, sobre todo con su creación de exceso de producción de alimentos, lo que puso final a las sociedades igualitarias. La disputa por la administración de ese exceso no sólo creó las primeras formas de Estado sino de clases sociales.

A esto debemos agregar la creación de religiones nacionalistas y más violentas sobre grupos más numerosos, capaces de imponer una coerción efectiva a través de una idea común del ser y del debe ser a través del miedo, el ritual, el terrorismo psicológico y el deber más allá de la vida propia.

Pero el descubrimiento europeo de América no sólo inspiró estas ideas utópicas o antieuropeas por parte de algunos filósofos de la Ilustración, de la misma creación idealista de Estados Unidos (en abierta contradicción con su realidad social de explotación, opresión y desigualdad), de los socialistas utópicos y de los socialistas científicos que le siguieron, sino que fueron un ejemplo que contradecía al mismo Rousseau sobre el pasaje de las sociedades igualitarias primitivas de los cazadores a las sociedades verticales de los agrícolas. En la naciones nativas de América podemos encontrar sociedades agrícolas, con sistemas altamente sofisticados e, incluso, más desarrollados que el europeo, con sociedades que no conocían la propiedad privada más allá del uso, menos para la posesión de la tierra que trabajaban de forma comunal, con una sociedad mucho más igualitaria, con un sistema religioso basado en la naturaleza, menos cohesivo y fanático que el europeo, y con un sistema político claramente más democrático.

El miedo a perder la propiedad privada de tierras y esclavos en la antigua Roma condujo a un fuerte incremento de las fuerzas punitivas (inexistentes en las complejas sociedades nativo-americanas, como la policía y los ejércitos) y, de forma simultánea, al deseo (y necesidad) del robo. No sin paradoja, la violencia y la represión fueron apoyadas y promovidas en nombre de la libertad, porque estaba ligada al poder de la propiedad privada de una minoría.

El capitalismo y, sobre todo el post capitalismo, han encontrado la piedra filosofal capaz de traducir de forma mágica el poder de los capitales en poder político, social, cultural y religioso. Este ejercicio de magia, además, es adictivo y es practicado por un único tipo psicológico entre cientos de otras características y habilidades humanas: la obsesión por la acumulación de dinero, su habilidad para acumularlo y su insensibilidad ante cualquier posible efecto negativo de esa adicción en el resto de la especie humana. En otras palabras, el prototipo ideal del exitoso multimillonario capaz de comprarse gobiernos enteros es alguien obsesionado con sus ganancias económicas. Un individuo radicalmente simplificado, monodimensional. ¿Qué perfil psicológico calza perfectamente en esta demanda funcional de crueldad, del ritual del sacrificio humano?

Uno de los aspectos de los psicópatas radica en su incapacidad por sentir compasión, empatía y un mínimo reflejo del dolor ajeno como propio. Esta incapacidad de emociones que explican la sobrevivencia de la especie humana y hasta animal, los lleva a lo contrario. De las pocas fuentes de placer a las que pueden recurrir para aliviar una vida insensible es el sexo (o sus substitutos) y el placer en el dolor ajeno.

Nos sorprendemos al observar cómo un presidente, un primer ministro, un senador o un exitoso hombre de negocios puede tomar decisiones que conducirán al dolor de miles, cuando no de millones de personas con un convencimiento seductor. Por lo general, se excusan en algo abstracto y arbitrario como la eficiencia y recurren a dar vuelta el significado de valores y emociones que llevan miles de años definidas de una forma simple y comprensible, como la compasión y solidaridad.

Un ejemplo contemporáneo son numerosos líderes sociales que el sistema capitalista ha encumbrado por su alta funcionalidad. La escritora Ayn Rand se puso al frente de la reacción contra la moral ganadora de la Segunda Guerra mundial que derrotó, militar y culturalmente al sadismo del fascismo en Occidente. En 2024, el presidente Milei de Argentina dijo en Washington que “la justicia social es violenta”. Un exabrupto encapsulado décadas atrás en píldoras para el consumo contra cualquier forma de sensibilidad social, como la de Ryan Ann 60 años antes: “la maldad es la compasión, no el egoísmo”.

No debemos sorprendernos de las políticas de la crueldad y tratar de justificarlas por fuera del sistema capitalista y por fuera de la más antigua psicología psicópata y del ritual del sacrificio humano: el dolor ajeno no es un efecto colateral de “medidas necesarias”; cumplen una función de control social y es el objeto de placer del psicópata y del ego colectivo que nunca lo reconocerá, ni siquiera ante un espejo. No es necesario tratar de entender, humanizando a estos exitosos individuos, como no es necesario entender por qué alguien puede violar a una persona y luego asesinarla. Ni siquiera un novelista necesita intentar sentir lo que siente el criminal. Basta con tomar nota de los hechos.

Las ideas de igual libertad y de democracia, aunque una tradición antigua en América, no dejan de ser algo reciente en la evolución humana. Es decir, no dejan de ser algo frágil desde el punto de vista neurológico, siempre ante el permanente acoso y amenaza del centro reptiliano de las cortezas más primitivas, más allá de la corteza frontal del cerebro humano. Todo eso que el capitalismo no limita sino todo lo contrario: reproduce, multiplica y concentra, sin ningún atisbo de emociones humanas, como un robot, como un Javier Milei, un Donald Trump o un Elon Musk―como el capital mismo.

Jorge Majfud. Resumen de un capítulo del libro Historia anticapitalista de Estados Unidos (a publicarse en 2025).


[1] Para ampliar sobre la mitología indoamericana y su sobrevivencia en América Latina, ver Majfud, Jorge. El eterno retorno de Quetzalcóatl: Una teoría sobre los mitos prehispánicos en América Latina y sus trazas en la literatura del siglo XX (2008) y el primer capítulo que escribimos para: Salomon, Carlos. The Routledge History of Latin American Culture. “Indigenous Cosmology and Spanish Conquest”, Jorge Majfud. United Kingdom, Routledge, Taylor & Francis, 2017.

[2] Majfud, Jorge. La frontera salvaje. 200 años de imperialismo anglosajón en América Latina. Rebelde editores, 2021, p. 180.

Jorge Majfud, febrero 2025.

Human sacrifices and the politics of cruelty

Throughout the millennial history of the American peoples, it can be observed that the most peaceful and democratic societies, nations, and republics included much greater social and gender equality than those that were characterized by violence, verticality, and the predominance of patriarchy. The Incas and Aztecs were more violent and patriarchal than the other examples available. On the one hand, surplus production was accumulated by the ruling elites through their armies. The Aztec god Huitzilopochtli was the god of war who replaced the female deities in the pantheon of myths in order to promise them a land that was already inhabited and then demand human sacrifice rituals, which served the political and imperial function of impressing both their own people and outsiders. (*1)

On the other hand, let us remember that in different cultures, violence and war, from ritual sacrifices to the initiation of men into the culture of war and violence as a symbol of masculinity, were directly associated with intra-social domination through the threat and fear instilled in the “foreigner,” the enemy.

When modern empires emerged, as was the case most recently with the United States at the end of the 19th century, the consensus was that anti-imperialists were feminine and cowardly, while imperialists were masculine, violent, and always ready to start a war. “I am in favor of almost any war, and I believe this country needs one,” said Theodore Roosevelt, while President McKinley was questioned about his sexuality for not wanting to start one against Spain. (*2)

War, a violent class and culture, serves to dominate the societies that sustain it in order to perpetuate the power of an elite that benefits disproportionately from the society it claims to defend and protect. This is no different from what is happening today.

Human sacrifice rituals are often attributed to the Aztecs and other earlier Mesoamerican peoples, not without irony and scandal by the conquistadors who exercised violence many times greater and when civilized Europe was in the midst of its own religious rituals of torture and extermination, such as forced conversion, the Inquisition, the killings among Christians, and the torture and public executions of poor thieves. Mesoamerican sacrifices were labeled as barbarism and fanaticism, without regard for the barbarism and fanaticism of the new capitalist Europe that massacred infinitely more lives around the world based on the fanaticism of money, something even more difficult to explain than human sacrifice in the name of some distant god.

In a way, human sacrifices were replaced by more abstract and symbolic rituals, first as animal sacrifices and then as offerings. However, this historical and prehistoric characteristic, embedded in the human genetic code, did not disappear but was transformed. Today, it is fascism and wars of extermination, which are not only motivated by material interests but are also tolerated or justified by those who do not benefit directly, but who reproduce the ancient ritual of sacrificing a minority as a way of exercising that violent and often genocidal energy. That genetic code lives deep within every human being (in some much more than in others) and, above all, shines when individuals merge into a horde, an urban tribe, a social sect, or a political party.

As we elaborated in Flies on the Web (2023), the commercialization of existence turned ancestral strengths (attention to negative events, consumption of stimulants, calories) into modern weaknesses. Similarly, violence towards others is as old as solidarity, but the former is a reflection of the selfish survival of the individual, while the latter made the survival of societies possible and was one of the founding conditions of civilizations.

The idea of freedom is ancient, but it almost never considered “equal freedom,” a freedom exercised from the rights of others. It was always the freedom of the powerful, the freedom of the noble, of the slave owner, of the capitalist to decide for inferior beings, vassals, slaves in chains, wage slaves. The concept of “equal freedom” was suggested among the early Christians, when they were persecuted, not persecutors, but it was articulated during the Enlightenment in Europe and as a double consequence of the humanists and the profound impact that the more democratic, freer, and more egalitarian world of the Native Americans had on the conquerors. At the beginning of the 16th century and, above all, at the beginning of the 18th century, the indigenous ideas of America about “equal freedom” (social, sexual, racial) and their ancient democratic practice became known in Europe and became the center of debate, first among intellectuals and later among the people.

According to Rousseau and his contemporary followers, it was the invention of agriculture, especially with its creation of excess food production, that put an end to egalitarian societies. The dispute over the administration of this excess not only created the first forms of the state but also social classes.

To this we must add the creation of nationalist and more violent religions over larger groups, capable of imposing effective coercion through a common idea of being and ought to be through fear, ritual, psychological terrorism, and duty beyond one’s own life.

But the European discovery of America not only inspired these utopian or anti-European ideas on the part of some philosophers of the Enlightenment, the idealistic creation of the United States (in open contradiction to its social reality of exploitation, oppression, and inequality), the utopian socialists and scientific socialists who followed, but also served as an example that contradicted Rousseau himself on the transition from primitive egalitarian societies of hunters to vertical societies of farmers. In the native nations of America, we can find agricultural societies with highly sophisticated systems that were even more developed than those in Europe, with societies that did not know private property beyond use, except for the possession of land that they worked communally, with a much more egalitarian society, with a religious system based on nature that was less cohesive and fanatical than the European one, and with a clearly more democratic political system.

The fear of losing private ownership of land and slaves in ancient Rome led to a sharp increase in punitive forces (nonexistent in complex Native American societies, such as police and armies) and, simultaneously, to the desire (and need) for theft. Paradoxically, violence and repression were supported and promoted in the name of freedom, because it was linked to the power of private property of a minority.

Capitalism, and above all post-capitalism, have found the philosopher’s stone capable of magically translating the power of capital into political, social, cultural, and religious power. This exercise in magic is also addictive and is practiced by a single psychological type among hundreds of other human characteristics and abilities: the obsession with accumulating money, the ability to accumulate it, and insensitivity to any possible negative effects of this addiction on the rest of the human species. In other words, the ideal prototype of the successful billionaire capable of buying entire governments is someone obsessed with their economic gains. A radically simplified, one-dimensional individual. What psychological profile fits perfectly with this functional demand for cruelty, for the ritual of human sacrifice?

One of the aspects of psychopaths lies in their inability to feel compassion, empathy, and even the slightest reflection of another’s pain as their own. This inability to feel emotions that explain the survival of the human and even animal species leads them to the opposite. Among the few sources of pleasure they can resort to in order to alleviate an insensitive life are sex (or its substitutes) and pleasure in the pain of others.

We are surprised to see how a president, prime minister, senator, or successful businessman can make decisions that will cause pain to thousands, if not millions, of people with seductive conviction. They usually excuse themselves with something abstract and arbitrary like “efficiency” and resort to turning the meaning of values and emotions that have been defined in a simple and understandable way for thousands of years, such as compassion and solidarity, on their head.

A contemporary example is the numerous social leaders whom the capitalist system has elevated for their high functionality. The writer Ayn Rand spearheaded the reaction against the winning morality of World War II, which defeated, militarily and culturally, the sadism of fascism in the West. In 2024, Argentine President Milei said in Washington that “social justice is violent.” An outburst encapsulated decades ago in pills for consumption against any form of social sensitivity, such as that of Ryan Ann 60 years earlier: “Evil is compassion, not selfishness.”

We should not be surprised by the politics of cruelty and try to justify them outside the capitalist system and outside the oldest psychopathic psychology and ritual of human sacrifice: the pain of others is not a side effect of “necessary measures”; it serves a function of social control and is the object of pleasure for the psychopath and the collective ego that will never recognize it, even in a mirror. It is not necessary to try to understand, humanizing these “successful individuals,” just as it is not necessary to understand why someone might rape a person and then murder them. Not even a novelist needs to try to feel what the criminal feels. It is enough to take note of the facts.

The ideas of equal freedom and democracy, although an ancient tradition in America, are still something recent in human evolution. That is, they are still fragile from a neurological point of view, always under the constant harassment and threat of the reptilian center of the most primitive cortices, beyond the frontal cortex of the human brain. Capitalism does not limit this, but rather reproduces, multiplies, and concentrates it, without any hint of human emotion, like a robot, like Javier Milei, Donald Trump, or Elon Musk—like capital itself.

Jorge Majfud. Summary of a chapter from the book Historia anticapitalista de Estados Unidos (Anti-Capitalist History of the United States, to be published in 2025).

[1] For more on Indo-American mythology and its survival in Latin America, see Majfud, Jorge. El eterno retorno de Quetzalcóatl: Una teoría sobre los mitos prehispánicos en América Latina y sus trazas en la literatura del siglo XX (2008) and the first chapter we wrote for: Salomon, Carlos. The Routledge History of Latin American Culture. “Indigenous Cosmology and Spanish Conquest”, Jorge Majfud. United Kingdom, Routledge, Taylor & Francis, 2017.

[2] Majfud, Jorge. La frontera salvaje. 200 años de imperialismo anglosajón en América Latina. Rebelde editores, 2021, p. 180.

Jorge Majfud, February 2025.