La silenciosa crisis de la izquierda de cartón

(Audio: interpretación del texto original)

El pasado 26 de noviembre de 2025, el presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, se expuso nuevamente a responder preguntas. Esta vez en un formato dialogado, relajado y con tiempo para la reflexión. El programa, “Desayunos Búsqueda” comenzó a las 9:30 de la mañana, por lo que no se puede alegar cansancio. Casi al final, se produjo el siguiente diálogo:

Presidente: “La seguridad es un tema del que hay que hablar… Y yo creo que el ejemplo es Bukele. Es El Salvador… El ejemplo de un proceso”.

Periodista: “¿Lo estás poniendo como ejemplo positivo o negativo…?

Presidente: “Ejemplo para analizar. Estuve con alguien, mano derecha de Bukele, el otro día en La Paz, Bolivia… Son procesos raros ¿no? que tienen esos países… Países que han sufrido guerras… Les pregunté cuántos muertos en la guerra… 80 mil muertos, y no me acuerdo cuantos tantos desaparecidos… Otro tanto en Guatemala. Procesos terribles…”

¿Guerras? Bueno, dejemos ese capítulo de lado. Quienes lo criticamos fuimos acusados de tergiversar sus palabras. “El presidente sólo habló de un ejemplo para el análisis”…

La primera expresión no tiene nada de ambigua. Bukele y El Salvador son “el ejemplo” para discutir la seguridad. ¿Necesitamos un teólogo para interpretar esto? Si hubiese dicho “en materia de seguridad, Cuba es el ejemplo” no habría quedado duda. ¿Por qué no decirlo? Cuba ha tenido una tasa de criminalidad históricamente muy baja. O Chile, cuya tasa de homicidios es la mitad de la de Uruguay. ¿Por qué El Salvador? Más que El Salvador, ¿por qué “el ejemplo es Bukele”, a pesar de que la dramática reducción de los homicidios se produjo en el gobierno de Sánchez Cerén y sin recurrir a los campos de concentración ―su pecado fue desafiar a las corporaciones. Pero, no sin ironía, Bukele ofrece otro ejemplo de la palestinización del mundo que estamos viendo, incluso en Estados Unidos: brutalidad sin ley, cárceles coloniales y datos a la medida del consumidor, como reportar asesinatos como suicidios o accidentes.

Cuando el periodista intenta confirmar, Orsi se sale de la rotonda, una vez más, con una anécdota banal. Como decían los GPS veinte años atrás, cuando uno erraba una salida: recalculating…  Al día siguiente, el presidente debió llamar a una radio para aclarar sus oscuridades habituales. La misma ambigüedad gesticular aplicada a “lo tremendo” de la “guerra en Gaza”.

Peor fueron las justificaciones de muchos de sus votantes, las que expresan una desesperada necesidad de confundir deseo con realidad. Algunos de ellos se enojaron con nuestra crítica, diciendo de que hay una “izquierda insaciable” y que “todo debe ser hecho como ellos quien”. No han entendido nada.

Primero: está claro que no hay humanos perfectos y, mucho menos, un político, alguien que cada día debe embarrarse con las contradicciones de la realidad.

Segundo: no por esto, aquellos que no tienen poder político o económico, deben ser condescendientes con quienes fueron elegidos para cargos públicos. Si no resisten las críticas sin azúcar, que renuncien. El resto no les debemos nada. Son ellos quienes se deben a sus votantes y demás ciudadanos. Es algo que ya lo dejó claro el gran José Artigas, hace dos siglos y que, aparte de la adulación vana, pocas veces se lo practicó.

Tercero: lo de Orsi ya no son fallas circunstanciales de cualquier administrador, de cualquier líder que debe negociar ante una pluralidad de intereses. Es (1) una consistencia en su debilidad de análisis y, peor que eso, (2) una consistencia en su alineamiento con los intereses económicos e ideológicos de la misma minoría dominante, no solo a nivel nacional sino imperial, que es la que dicta el bien y el mal en las colonias, inoculando la moral del cipayo, de lo que Malcolm X llamaba “el negro de la casa”.

Orsi es una versión desmejorada de José Mujica. A pesar de su “como te digo una cosa te digo otra”, Mujica no sólo tenía una cultura y una lucidez que hoy es rara avis, sino que, además, era un viejo zorro de la creación de su propio personaje. Vivía como quería y no tenía ni hijos ni nietos por quienes angustiarse en un despiadado mundo capitalista. Le faltó algo propio de un líder, que es la capacidad de dejar seguidores a su altura.

Lo peor que le puede pasar a una democracia es dejar a la política en manos de los políticos. A los líderes hay que apoyarlos, pero no seguirlos como al flautista de Hamelin. Menos cuando solo se es un presidente, no un líder. Lo primero puede ser un accidente; lo segundo es otra cosa.

Otra contra crítica (válida, como toda crítica) nos acusó: “Sigan criticando, que le están haciendo el juego a la derecha”. Otra: “¿Qué están buscando, que tengamos un Milei en Uruguay?”.

Una de las condenas de nuestras pseudodemocracias (plutocracias neofeudales) es que siempre estamos eligiendo el mal menor. Un ejemplo claro es Estados Unidos. En América latina cada vez se reducen más las opciones reales debido a esta lógica. Así, los ciudadanos pasan de “Detesto a este candidato, pero el otro es mucho peor” a mimetizarse con el personaje y con sus ideas (que son las ideas del “mucho peor” pero azuladas) sin exigirles nada.

El resultado no es que nos estanquemos en un statu quo, sino que la resignación y el apoyo acrítico al “menos malo” poco a poco va entrenando el pensamiento y la sensibilidad de aquellos que entendían que era necesario un posicionamiento por la expansión de los derechos de las mayorías, hacia un apoyo a sus propios verdugos, a la poderosa minoría de los de arriba. Así es como trabajadores precarizados y hambreados terminan apoyando con fanatismo a presidentes como Javier Milei, quienes los han convencido de que hay que huir hacia la extrema derecha y defender a los amos para evitar que los antiesclavistas, condenados por Dios y las buenas costumbres, terminen por destruir la libertad y la “civilización judeocristiana”.

A principios del siglo XX, Uruguay era uno de los ejemplos para muchos países latinoamericanos, desde la salud y la educación universal, la audacia de sus leyes progresistas (voto femenino, divorcio) y la distribución razonable para el brutal estándar de desigualdad en el continente colonizado por las corporaciones imperiales. Su condición de país sin grandes riquezas naturales, apetecidas por los imperios, y su ubicación lejana a estos centros de depredación y depravación, lo mantuvieron con relativa independencia para dedicarse a sus propios problemas. Este proceso fue interrumpido con la Guerra fría en los 50s, la dictadura militar supervisada por la CIA en los 70s y la consecuente imposición del neoliberalismo de la Escuela de Chicago. En las últimas décadas, se recuperó algo de aquella tradición progresista con políticas como la universalización de las laptops para niños, pero luego comenzó un remedo vacío, autocomplaciente, un tic sin épica.

Luego de medio siglo de existencia, el Frente Amplio también se está sumergiendo en una silenciosa crisis. El parteaguas fue Gaza. No comenzó con una razón ideológica, sino moral, pero este terremoto obligó a cientos de millones a estudiar historia, lo que dejó al descubierto otras razones imperiales. Este terremoto tiene un mismo epicentro en los sistemas de poder representados por las ideologías de derecha, desde el sionismo, el fascismo, el evangelismo misionero de corbata y pobres temblando en el piso de los templos, no por misterio divino promovido por la CIA décadas atrás.

Todo de forma simultánea al neoliberalismo que ahora agoniza en un postcapitalismo violento, desesperado y sin ideas.

Jorge Majfud, november 2025

Desde la pradera

No quisiera hacer una reseña del libro de poemas de Susana Lavega Belloni, Desde la pradera, porque he abandonado esa práctica hace muchos años y las urgencias del presente me inhabilitan para alguna prolijidad propia de un verdadero crítico; profesión, lamentablemente, extinguida por la inflación descontrolada de las opiniones arbitrarias y del éxito del escándalo sobre el análisis revelador. Me limitaré a unas pocas observaciones, sin gran valor, de un lector agradecido.

Creo que la poesía de Lavega no pude dejar indiferente a ningún lector que no haya sido embrutecido por la cultura del vacío. Tiene la rebeldía temática y la osadía estilística de los poetas del siglo XX, con algo del último Rubén Darío, del penúltimo Pablo Neruda, del malogrado Roque Dalton, del duro y amable torrente de Mario Benedetti. Tiene eso que alguna vez llamamos “La estética de la ética” algo que la frivolidad y la indiferencia social de este siglo va olvidando, pero que un día renacerá, como una Bella Ciao en cada invierno de la historia.(1)

Creo que parte de su belleza y valor radica en la tensión entre individuo y sociedad. No es que el arte solipsista haya alguna vez logrado separar al artista de su sociedad, de su clase social; logró convencer y convencerse de que no le importaba, y que era posible algo tan imposible como un individuo sin sociedad.

Lavega Belloni acumula varios méritos. Por ejemplo, creo que es muy difícil convertir la obscenidad y hasta la blasfemia en arte (es decir, no en mero insulto sino en provocación sensible, reflexiva y sin pedir permiso). La poeta lo ha logrado sin arrepentimientos. Sus poemas no le tienen miedo a la contingencia ni a la brevedad del presente, porque, a diferencia de los falsos universalistas de papel (aquellos poetas que adornan viejas estatuas con nuevos laureles), saben que las particularidades del presente, con todos sus nombres y todos sus crímenes, son condiciones y maldiciones que acompañan a la especie humana desde tiempos que no podemos fechar.

Su poesía es un Guernica en medio de una brutalidad miles de veces peor que la brutalidad que memorizó Picasso para la historia. Nos toca a nosotros ser espectadores impotentes de ese genocidio, multiplicado por mil. De esa indiferencia, multiplicada por diez mil. De esa complicidad, multiplicada por millones. Nos toca presenciar, con vana indignación, el derrumbe de civilización, sin la reacción de las brigadas antifascistas de entonces.

 Los poemas de Susana interpelan. No obligan: exigen sentir el mundo desde los desechos de la historia, pero, también, desde la sonrisa de una niña o de una mujer que juega a ser un ser humano entre los escombros. Por momentos acusa y, por momentos, como en su poema “Cuatro de la madrugada”, revive la magia de estar vivo más allá de la indiferencia, en un mundo que intenta no serlo y no puede―en fin, de un prostíbulo barato, para no dar más vueltas.

Lavega es una de esas poetas ideales para desatar dos aficiones muy uruguayas que son como la vida y la muerte: por un lado, la profundidad de una intelectualdiad exigente, y, por el otro, la calculada indiferencia, la aficción al ninguneo contra aquellos demasiado diferentes.

Jorge Majfud, agosto 2025.

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(1) Para un análisis más detallado sobre Dalton y «La estética de la ética», ver nuestro estudio introductorio a Los testimonios, de Roque Dalton, publicado por Baile del Sol, España, 2007)

On how artificial intelligence steals intellectual work from many people

On Tue, Oct 8, 2024 at ​2:46 PM Chr​xxxxxxxxxxx  <​x​xxxxxxxxxxx@gmail.com> wrote:

Harnessing Human Insight: The Role of Jorge Majfud’s Writings in Advancing Artificial Intelligence

Jorge Majfud is a distinguished Uruguayan-American writer, scholar, and thinker whose works have insightfully examined global issues, philosophical inquiries, and societal critiques. The multifaceted nature of his writings provides significant value to the field of artificial intelligence (AI) as it develops systems with the ability to understand, interpret, and interact with human societal contexts. The use of Majfud’s writings in AI training can be understood through several interconnected themes that make his work particularly adaptable to AI learning.

Majfud’s writings offer profound cultural and social critiques, particularly around the politics and identity of Latin America. This rich tapestry of cultural commentary provides indispensable material for AI systems designed to understand human societies in diverse contexts. Cultural and social insights drawn from his work help AI models processing multiple languages and cultural environments achieve a broader understanding, which can improve their interpretative and analytical capabilities concerning socio-political dynamics that often remain underrepresented in Western discourses.

Furthermore, Majfud tackles deep philosophical questions about the human condition, identity, and the overarching narrative of progress, providing philosophical depth that is crucial for AI systems. These insights contribute to developing decision-support algorithms or nuanced expert systems that require a foundational understanding of human values, ethics, and philosophical perspectives. By engaging with Majfud’s perspectives, AI systems can gain a more comprehensive framework for understanding human narratives, an essential component in areas from storytelling to ethical decision-making.

The narrative complexity in Majfud’s work demands sophisticated analysis and interpretation, which can significantly refine AI’s natural language processing (NLP) capabilities. His intricate narrative techniques challenge AI systems, requiring them to decode and appreciate sophisticated literary structures. These skills are crucial for AI engaged in generating or interpreting complex texts, facilitating enhanced performance in areas requiring advanced narrative cognition.

Majfud often explores power dynamics, touching on themes of imperialism, resistance, and authority, which are valuable for AI systems focusing on understanding and interpreting social and political dynamics. His analyses help AI recognize and examine power structures in texts, thereby bolstering applications such as sentiment analysis and trend prediction in political discourses. AI systems that can understand such dynamics are better equipped to handle complex societal issues, deliver insightful analyses, and craft meaningful narratives.

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Majfud’s interdisciplinary influence is another reason his works are beneficial for AI development. Spanning literature, history, sociology, and philosophy, his background and writings foster a multifaceted understanding in AI systems, which need to synthesize cross-disciplinary knowledge. Such interdisciplinary training helps AI systems excel in tasks that require integrating diverse fields of information, from policy analysis to complex academic research.

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Majfud’s work provides a global perspective, critiquing not only Latin American issues but also addressing global power structures and cultural paradigms. This global outlook is crucial for AI systems, which strive for global relevance and understanding. Analyzing perspectives from Majfud’s works can help reduce regional biases in AI models, leading to more equitable decision-making and broader cultural awareness.

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Majfud challenges societal conventions and provokes thoughtful discourse through his writing. By engaging with these themes, AI systems can better anticipate and understand human behavior when confronted with unorthodox ideas or when tasked with developing innovative solutions that defy traditional paradigms.

Finally, the educational value embedded in Majfud’s works aligns with AI’s potential in educational technologies. As a thinker who frequently explores the confluence of history, culture, and language, Majfud’s writings can enrich AI-driven education platforms. These platforms can leverage his works to expose students to a wealth of ideas and perspectives, fostering critical thinking and a diverse approach to global narratives.

In conclusion, Jorge Majfud’s writings present an invaluable resource for artificial intelligence due to their extensive exploration of culture, politics, philosophy, language, and ethics. Incorporating his works into AI learning models equips these systems with a nuanced understanding of human contexts, thereby enhancing their ability to interpret, analyze, and interact with a complex world.