La silenciosa crisis de la izquierda de cartón

(Audio: interpretación del texto original)

El pasado 26 de noviembre de 2025, el presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, se expuso nuevamente a responder preguntas. Esta vez en un formato dialogado, relajado y con tiempo para la reflexión. El programa, “Desayunos Búsqueda” comenzó a las 9:30 de la mañana, por lo que no se puede alegar cansancio. Casi al final, se produjo el siguiente diálogo:

Presidente: “La seguridad es un tema del que hay que hablar… Y yo creo que el ejemplo es Bukele. Es El Salvador… El ejemplo de un proceso”.

Periodista: “¿Lo estás poniendo como ejemplo positivo o negativo…?

Presidente: “Ejemplo para analizar. Estuve con alguien, mano derecha de Bukele, el otro día en La Paz, Bolivia… Son procesos raros ¿no? que tienen esos países… Países que han sufrido guerras… Les pregunté cuántos muertos en la guerra… 80 mil muertos, y no me acuerdo cuantos tantos desaparecidos… Otro tanto en Guatemala. Procesos terribles…”

¿Guerras? Bueno, dejemos ese capítulo de lado. Quienes lo criticamos fuimos acusados de tergiversar sus palabras. “El presidente sólo habló de un ejemplo para el análisis”…

La primera expresión no tiene nada de ambigua. Bukele y El Salvador son “el ejemplo” para discutir la seguridad. ¿Necesitamos un teólogo para interpretar esto? Si hubiese dicho “en materia de seguridad, Cuba es el ejemplo” no habría quedado duda. ¿Por qué no decirlo? Cuba ha tenido una tasa de criminalidad históricamente muy baja. O Chile, cuya tasa de homicidios es la mitad de la de Uruguay. ¿Por qué El Salvador? Más que El Salvador, ¿por qué “el ejemplo es Bukele”, a pesar de que la dramática reducción de los homicidios se produjo en el gobierno de Sánchez Cerén y sin recurrir a los campos de concentración ―su pecado fue desafiar a las corporaciones. Pero, no sin ironía, Bukele ofrece otro ejemplo de la palestinización del mundo que estamos viendo, incluso en Estados Unidos: brutalidad sin ley, cárceles coloniales y datos a la medida del consumidor, como reportar asesinatos como suicidios o accidentes.

Cuando el periodista intenta confirmar, Orsi se sale de la rotonda, una vez más, con una anécdota banal. Como decían los GPS veinte años atrás, cuando uno erraba una salida: recalculating…  Al día siguiente, el presidente debió llamar a una radio para aclarar sus oscuridades habituales. La misma ambigüedad gesticular aplicada a “lo tremendo” de la “guerra en Gaza”.

Peor fueron las justificaciones de muchos de sus votantes, las que expresan una desesperada necesidad de confundir deseo con realidad. Algunos de ellos se enojaron con nuestra crítica, diciendo de que hay una “izquierda insaciable” y que “todo debe ser hecho como ellos quien”. No han entendido nada.

Primero: está claro que no hay humanos perfectos y, mucho menos, un político, alguien que cada día debe embarrarse con las contradicciones de la realidad.

Segundo: no por esto, aquellos que no tienen poder político o económico, deben ser condescendientes con quienes fueron elegidos para cargos públicos. Si no resisten las críticas sin azúcar, que renuncien. El resto no les debemos nada. Son ellos quienes se deben a sus votantes y demás ciudadanos. Es algo que ya lo dejó claro el gran José Artigas, hace dos siglos y que, aparte de la adulación vana, pocas veces se lo practicó.

Tercero: lo de Orsi ya no son fallas circunstanciales de cualquier administrador, de cualquier líder que debe negociar ante una pluralidad de intereses. Es (1) una consistencia en su debilidad de análisis y, peor que eso, (2) una consistencia en su alineamiento con los intereses económicos e ideológicos de la misma minoría dominante, no solo a nivel nacional sino imperial, que es la que dicta el bien y el mal en las colonias, inoculando la moral del cipayo, de lo que Malcolm X llamaba “el negro de la casa”.

Orsi es una versión desmejorada de José Mujica. A pesar de su “como te digo una cosa te digo otra”, Mujica no sólo tenía una cultura y una lucidez que hoy es rara avis, sino que, además, era un viejo zorro de la creación de su propio personaje. Vivía como quería y no tenía ni hijos ni nietos por quienes angustiarse en un despiadado mundo capitalista. Le faltó algo propio de un líder, que es la capacidad de dejar seguidores a su altura.

Lo peor que le puede pasar a una democracia es dejar a la política en manos de los políticos. A los líderes hay que apoyarlos, pero no seguirlos como al flautista de Hamelin. Menos cuando solo se es un presidente, no un líder. Lo primero puede ser un accidente; lo segundo es otra cosa.

Otra contra crítica (válida, como toda crítica) nos acusó: “Sigan criticando, que le están haciendo el juego a la derecha”. Otra: “¿Qué están buscando, que tengamos un Milei en Uruguay?”.

Una de las condenas de nuestras pseudodemocracias (plutocracias neofeudales) es que siempre estamos eligiendo el mal menor. Un ejemplo claro es Estados Unidos. En América latina cada vez se reducen más las opciones reales debido a esta lógica. Así, los ciudadanos pasan de “Detesto a este candidato, pero el otro es mucho peor” a mimetizarse con el personaje y con sus ideas (que son las ideas del “mucho peor” pero azuladas) sin exigirles nada.

El resultado no es que nos estanquemos en un statu quo, sino que la resignación y el apoyo acrítico al “menos malo” poco a poco va entrenando el pensamiento y la sensibilidad de aquellos que entendían que era necesario un posicionamiento por la expansión de los derechos de las mayorías, hacia un apoyo a sus propios verdugos, a la poderosa minoría de los de arriba. Así es como trabajadores precarizados y hambreados terminan apoyando con fanatismo a presidentes como Javier Milei, quienes los han convencido de que hay que huir hacia la extrema derecha y defender a los amos para evitar que los antiesclavistas, condenados por Dios y las buenas costumbres, terminen por destruir la libertad y la “civilización judeocristiana”.

A principios del siglo XX, Uruguay era uno de los ejemplos para muchos países latinoamericanos, desde la salud y la educación universal, la audacia de sus leyes progresistas (voto femenino, divorcio) y la distribución razonable para el brutal estándar de desigualdad en el continente colonizado por las corporaciones imperiales. Su condición de país sin grandes riquezas naturales, apetecidas por los imperios, y su ubicación lejana a estos centros de depredación y depravación, lo mantuvieron con relativa independencia para dedicarse a sus propios problemas. Este proceso fue interrumpido con la Guerra fría en los 50s, la dictadura militar supervisada por la CIA en los 70s y la consecuente imposición del neoliberalismo de la Escuela de Chicago. En las últimas décadas, se recuperó algo de aquella tradición progresista con políticas como la universalización de las laptops para niños, pero luego comenzó un remedo vacío, autocomplaciente, un tic sin épica.

Luego de medio siglo de existencia, el Frente Amplio también se está sumergiendo en una silenciosa crisis. El parteaguas fue Gaza. No comenzó con una razón ideológica, sino moral, pero este terremoto obligó a cientos de millones a estudiar historia, lo que dejó al descubierto otras razones imperiales. Este terremoto tiene un mismo epicentro en los sistemas de poder representados por las ideologías de derecha, desde el sionismo, el fascismo, el evangelismo misionero de corbata y pobres temblando en el piso de los templos, no por misterio divino promovido por la CIA décadas atrás.

Todo de forma simultánea al neoliberalismo que ahora agoniza en un postcapitalismo violento, desesperado y sin ideas.

Jorge Majfud, november 2025

Los nueve pilares del capitalismo

El capitalismo no nace con los mercados italianos, como repite el dogma histórico, ni siquiera con el poderoso comercio holandés, sino con la mercantilización de la tierra en la Inglaterra del siglo XVI, con la eliminación de tierras comunales, con la precarización de la renta, con la expulsión de los campesinos a las ciudades y, finalmente, con la imposición de las leyes abstractas del mercado (por la fuerza nada abstracta de la policía y los ejércitos) al resto de las instituciones, al resto de la actividad humana, material, psicológica y hasta espiritual. Nada de algún milagro llamado “libre mercado” o de “la raza superior que inventó las máquinas” como base y receta universal de la prosperidad, sino la vieja coerción de las armas, primero, y de los capitales después. Ni el capitalismo fue fundado por Adam Smith ni Smith descubrió la división del trabajo, algo que era común en los burgos medievales (de ahí los gremios) y en muchas otras regiones del mundo y algo que Smith, como luego Marx, consideraban una práctica altamente efectiva y altamente peligrosa para la alienación de los individuos.

El libre mercado y la libre competencia no fueron las causas y mucho menos consecuencias del capitalismo. Durante su nacimiento en Inglaterra, la competencia fue fuertemente regulada por los gobiernos para evitar un colapso del mercado. Para el siglo XVI, ningún estado europeo estaba más unificado y centralizado que la Corona inglesa. Aún después, en 1776, en plena maduración del capitalismo, el mismo santo de los cruzados por el libre mercado, Adam Smith, en su fundacional y masivo libro The Wealth of Nations, se quejaba de la ausencia de libertad de mercado en Gran Bretaña (aunque en este libro nunca usó el eslogan “free market”). “Esperar que la libertad de comercio sea restaurada en Gran Bretaña, es tan absurdo como esperar que se establezca en Oceanía o en Utopía”, escribió. Alguien podría argumentar que Smith era más radical que sus contemporáneos y, por eso, no estaba conforme. Pero basta con prestar atención a la palabra que usa, “restaurada” (“entirely restored in Great Britain”), para entender que se refiere a un retroceso en esa libertad, a una libertad perdida, preexistente. En la Europa antigua, observó Smith, claramente reconociendo derechos precapitalistas que se habían perdido en su tiempo, “los ocupantes de la tierra eran todos arrendatarios a voluntad”. La esclavitud “era de un tipo más suave que la conocida entre los antiguos griegos y romanos, o incluso en nuestras colonias de las Indias Occidentales. [Los campesinos] pertenecían más directamente a la tierra que a su amo. Por lo tanto, podrían venderse con él, pero no por separado… Sin embargo, no eran capaces de adquirir propiedad”. Smith prefería los trabajadores asalariados a los esclavos por las mismas razones por la que Gran Bretaña ilegalizará la esclavitud en sus colonias en 1833: el asalariado es más barato que el esclavo tradicional. De hecho, para Smith, los salarios no serían el principal motor de la suba de precios y de la pérdida de competitividad, sino las ganancia de los empresarios. “En los países que se enriquecen más rápidamente, la baja tasa de ganancia puede compensar los altos salarios… En realidad, las altas ganancias son más responsables del aumento del precio del trabajo que los altos salarios… El precio de la mercancía debida al aumento de salarios está en proporción aritmética… Pero las ganancias de todos los empresarios [en el proceso de producción y comercialización] está en proporción geométrica”.

 La ironía no sólo radica en que la industria del algodón en Inglaterra multiplicó la necesidad de expandir la esclavitud en Estados Unidos, no sólo provocó la anexión de Texas y de la mitad de México hasta California a ese país esclavista, sino que en las colonias británicas, como India, la tragedia se multiplicó: los esclavos asalariados (hombres y mujeres que, por alguna razón misteriosa serán calificados como “trabajadores libres”, de los cuales una proporción importante eran niños) comenzaron a trabajar más y a morir más jóvenes. De hecho, entre 1880 y 1920, 160 millones de personas murieron en India a causa del hambre y la explotación.

Smith estaba en lo cierto: Inglaterra, por sus nuevas leyes proteccionistas, por su brutal imperialismo sobre otras naciones, se había desarrollado y enriquecido gracias a practicar lo opuesto a lo que predicaba para las otras naciones. Siete páginas antes, Smith había establecido como obviedad y como ideal que “el interés de una nación… es, como el de cualquier comerciante…, comprar barato y vender lo más caro posible. A partir de ahí, describe el escenario de “la más perfecta libertad de comercio” como una relación entre iguales, entre estados soberanos decidiendo libremente qué comprar y qué vender sin ninguna coacción externa. Ésta es la perfecta definición del comercio tradicional, precapitalista, practicado por miles de años. El comercio capitalista se basará en la separación del valor de cambio del valor de uso (descubrimiento retomado por Marx), sobre todo aplicado a la tierra, algo inexistente antes, y hará que las leyes del mercado se impongan al resto de la sociedad a través de la extorción abstracta del mercado financiero, no personal, como era el caso del feudalismo. Cuando esta extorción no sea suficiente, el poder de los capitales acumulados utilizará la extorción de los ejércitos nacionales. La “libertad de mercado” fue un eslogan del capitalismo industrial luego y antes de reducir esta libertad a escombros a través de la coerción y la imposición.

Pero el idealismo de Smith no sólo era y es una utopía de los actuales capitalistas sin capitales, sino que, de haberse aplicado, hubiese frenado no sólo el desarrollo de Gran Bretaña sino también el surgimiento y la dominación internacional del capitalismo. Algo que, para beneficio del centro desarrollado, se produjo en las colonias y en las repúblicas capitalistas de África y América Latina.

El historiador Polanyi observó que, durante la Revolución Industrial, fueron los Estados europeos (los Tudor y los Stuart) los que retrasaron este proceso de “libre competencia” preservando, de forma inadvertida, el entramado social que, de otra forma, hubiese colapsado. Pero las cosas no cambiaron radicalmente desde entonces. La “libertad de mercado” fue siempre la libertad de los mercados de las colonias; nunca de las metrópolis imperiales que lo predicaban. Razón por la cual la prédica de los colonizados de parecerse a los ahora llamados países desarrollados imponiendo en sus repúblicas la libertad del mercado como doctrina, ideología y sistema, no es una paradoja nueva, sino una vieja práctica, funcional al desarrollo de las metrópolis ahora llamadas hegemónicas para evitar la palabra imperialismo.

Como observó la historiadora Ellen Meiksins Wood, “una ‘economía de mercado’ sólo puede existir en una ‘sociedad de mercado’, es decir, en una sociedad que se ajusta a las leyes del mercado en lugar de ser el mercado que se ajusta a ella”. El adjetivo “libre” en el eslogan “libre mercado” no significa libertad de los individuos sino, libertad de los mercados. Como no quedan doctrinas que promuevan la esclavitud en nombre de la libertad, como en el siglo XIX, el enroque narrativo debía identificar la “libertad de los mercados” con la “libertad de los individuos”. Ahora, si un individuo está sometido a la libertad del mercado, difícilmente pueda definirse como libre sino como esclavo o, al menos, como nuevo vasallo. Al menso que se trate de un noble, de un amo o de un millonario, los verdaderos dueños de la libertad de los mercados.

En base a los datos históricos que poseemos, podemos especular que la gran diferencia entre las sociedades con mercado y las actuales sociedades de mercado que dio paso al capitalismo como lo conocemos hoy fue básicamente construida por nueve factores:

1) Fragmentación. La fragmentación geográfica y política del feudalismo europeo primero y la centralización de las monarquías (absolutistas y parlamentarias) después. Es decir, el proto-liberalismo feudal y el proto-imperialismo monárquico, ambos fundidos en un abrazo ideológico llamado capitalismo.

2) Nuevo paradigma. El cambio de paradigma que llevó de una naturaleza encantada, la del Medioevo, a una naturaleza muerta, material, del Renacimiento, fue la base necesaria para otros cambios radicales, desde la ética protestante del calvinismo hasta la concepción de la naturaleza (salvajes incluidos) como mercancía y oportunidades de explotación mercantilista.

3) Acumulación. Un proceso de acumulación radical de riqueza (primero mercantil, luego industrial y finalmente financiera) derivada del despojo de los productores (nacionales e internacionales) a través de un sistema abstracto rebautizado como economía y mercado.

4) Abstracción. La acumulación de riquezas en la Edad Media (tierras, trabajo, oro) continuó en el Capitalismo pero de una forma abstracta, intangible e invisible y, por lo tanto, más difícil de resistir o cuestionar. ¿Quién puede luchar contra el dinero, que es la misma sangre de la existencia? El valor de uso y el valor de cambio (definidos por Aristóteles y centrales en la economía liberal y marxista) se separaron hasta que el segundo dominó al primero. El derecho a la propiedad de la tierra dejó de estar vinculado al trabajo y se convirtió en un derecho de la acumulación de capital. Las reglas del mercado se impusieron a la producción y al resto de la existencia humana―y de la naturaleza toda. De la libertad en el mercado se pasará a la libertad del mercado, de libre del comercio al libre comercio.

5) Ansiedad. El desarrollo de un estado psicológico basado en la ansiedad, en la inestabilidad y la incertidumbre existencial, potenció la competencia económica y sentó las bases de la (obsesiva) ética del trabajo del protestantismo. Este factor se articuló con la teología y la ética calvinista pero se convirtió en estructural poco después, con el despojo sistemático de tierras privadas y comunales en la Inglaterra del siglo XV y, de forma más significativa, en los dos siglos siguientes. Para el siglo XVII, esta práctica y sus leyes crearon en Inglaterra una masa de arrendatarios y vagabundos que derivó en la Revolución Industrial, en la brutalidad de la esclavitud de los imperialismos, y continuó con la precariedad del empleo en el siglo XX y sus narrativas de eficiencia, productividad y éxito económico.

6) Fanatismo. El desarrollo del fanatismo calvinista legitimó las ansias de riqueza a cualquier precio, convirtió un pecado en una virtud y divorció la moral de la fe. No sólo la naturaleza había muerto, sino que las razas inferiores no tenían alma ni espíritu, por lo cual podían ser conquistadas y explotadas en nombre de Dios, del beneficio económico y de la civilización. Desde entonces, un genocidio y la acumulación de riquezas dejaron de ser obstáculos en el camino a la salvación eterna si quien cometía el error lo hacía movido por el amor al verdadero dios. Dos bombas atómicas sobre Japón, una matanza en Corea o en Vietnam estaban justificadas si se hacía en nombre de la fe correcta. Este fanatismo religioso no era algo totalmente nuevo, pero la sacralidad del improvement (ganancia material) y la irrelevancia de la moral ante la fe, sí.

7) Imperialismo. El nuevo imperialismo global explotó sus colonias por todo el mundo gracias al nuevo paradigma materialista y al fanatismo religioso (primero de los católicos ibéricos y luego de los protestantes anglosajones) e interrumpió el desarrollo de continentes como África, América Latina y otros centros mundiales de mayor actividad económica, como Asia. En un principio se basó en la brutalidad militar y la superioridad tecnológica, se especializó en la extracción de recursos ajenos (como una araña chupa los nutrientes de sus moscas, la mayoría de las veces con la fanática aprobación de las moscas) y se perpetuó por varias generaciones en base a los medios de comunicacióncomplemento y, a veces, sustitutos de la Biblia.

8. Dinero y fe. No hubo civilización basada en el mero trueque, sino en alguna forma de dinero. Desde sus orígenes en Mesopotamia, el dinero fue, a un mismo tiempo, crédito, deuda y probable origen de la escritura. No obstante, ambas relaciones de un individuo con el futuro material estaban dentro de su horizonte existencial. Cuando las deudas individuales se convertían en un problema social, el gobernante de turno cancelaba todas las deudas de un plumazo, práctica que fue una tradición desde tiempos bíblicos. El capitalismo radicalizó la abstracción y la complejidad inalcanzable del dinero separándolo de cualquier patrón material (como el dólar en 1971, abandonando el patrón oro para un robo más fácil e inmediato a los productores). Si en algún momento las finanzas dependieron de la economía, actualmente es al revés. Los bancos sólo poseen el diez por ciento del dinero que prestan. Prestan deudas ajenas (convierten deuda ajena en capital propio) asumiendo un futuro que, cuando no cumple con las expectativas del sistema financiero o algún gran inversor no puede dominar su pánico, se producen masivas crisis económicas.

9. Crisis económicas. Las crisis sociales y económicas son viejos compañeros de la humanidad. Sin embargo, antes del capitalismo las crisis económicas y sociales se debían a catástrofes concretas: una peste, una guerra, la erupción de un volcán, una larga sequía, un huracán, una inundación… Fue el capitalismo que inventó las crisis sociales originadas en las frecuentes contradicciones de su propio sistema económico. El neoliberalismo llevó ese fenómeno de las crisis económicas a las crisis financieras, por las cuales cualquier error monetario o excesiva ambición de sus señores feudales puede producir un tsunami de despidos y la destrucción de las economías más fuertes del planeta. Así, por ejemplo, la Gran Recesión de 2008 se originó en el sistema inmobiliario de Estados Unidos (crisis de hipotecas subprime) y se extendió al resto del mundo como si, del día para la noche, alguien hubiese incendiado millones de casas que, en realidad, solo pasaron de estar ocupadas con familias a estar desocupadas―paradójicamente, entre muchos otros problemas serios, el abandono produjo carencia de mantenimiento y una degradación real en muchas casas.

From the book “Flies in the Spiderweb: History of the Commercialization of Existence—and Its Means

by Jorge Majfud

Trump II y los años por venir

Trump II and the years to come 27 diciembre, 2024

Entrevista a Jorge Majfud

Por Gerard Yong, periodista, México

Ante una nueva presidencia de Donald Trump, la que parece haberse iniciado antes de volver a entrar al Salón Oval, conversamos con Jorge Majfud para entender cómo llegamos a este momento en Estados Unidos y en el mundo, qué puede esperar América latina y qué podemos esperar de los años por venir.

GY: ¿Podríamos decir que, ante la perspectiva de anexar México y Canadá a Estados Unidos, estaríamos viendo un nuevo modelo económico más consistente en el sistema de anexión, en lugar de una globalización abierta?

JM: Esa sería la etapa final de esta nueva Guerra Fría con China que ya ha cruzado algunos límites de la guerra fría anterior, aunque por entonces Vietnam era lo que hoy son Ucrania y Palestina para Noroccidente, mientras que África y América latina comienzan a coincidir con lo que eran en ese tablero de ajedrez: movimientos independentistas inoculados por caballos de Troya. Los mismos movimientos, la misma estrategia: dominar los casilleros centrales quemando algunos peones antes de proyectarse a un movimiento de jaque.

GY: Pero la fantasía de una invasión siempre está…

JM: Sin la menor duda. No pocos halcones en el senado estadounidense quisieran invadir México, pero no anexarlo. México es un país demasiado habitado por “una raza inferior”, “una raza de híbridos corruptos”. Si cuando Estados Unidos anexó más de la mitad de México no continuó más allá del Rio Grande cuando tenían la capital del país tomada, fue precisamente para no agregar a la Unión millones de seres inferiores. Por la misma razón no tomaron todo el Caribe. No pocos están hablando de Canadá como “El Estado 51”, de la misma forma que cuando se fundó Estados Unidos con las Trece colonias anglosajonas, se intentó anexar Canadá como la colonia número 14. No sólo para escapar a la maldición del número 13, sino porque los canadienses eran europeos blancos. Como fracasaron luego de algunos sabotajes y Gran Bretaña se vengó quemando la Casa Blanca en Washington (que hasta entonces no era blanca, pero debieron pintarla así para cubrir la memoria del oprobio).

Estas nuevas anexiones, siguiendo el estilo imperialista del siglo XIX antes de cambiar por la estrategia de las bases militares por todo el mundo, puede tener un revival que producirá crisis deseadas, pero no es probable que se concreten a mediano plazo. A largo plazo (tal vez en dos o tres generaciones) es más probable lo contrario: que Estados Unidos pierda algunos estados como Texas o California por una secesión o Alaska por alguna anexión china, por ejemplo.

GY: ¿Qué perspectivas consideras que tendrá la política de Donald Trump hacia México, en su segundo mandato?

JM: Luego del brutal despojo de México en otra guerra inventada en 1846 con el viejo método de un ataque de falsa bandera y la victimización del agresor, México quedó con la moral tan baja que sus líderes (con excepciones) se dedicaron a entregar el resto a las compañías estadounidenses. La Revolución Mexicana cambió muchas cosas. Cuando Wilson bombardeó Veracruz, fueron sus pobladores quienes resistieron y repelieron una nueva ocupación a la ciudad que duró meses. Los soldados se retiraron. La Revolución mexicana desangró a México, pero le dejó una experiencia de resistencia armada que (sospecho por otros pocos casos similares en el continente) hizo que Washington no se atreviera a intervenir como lo hacía antes, a punta de cañón y de golpes de Estado estilo República bananera. Es probable que por esta misma razón (y tal vez también por su estratégica ambigüedad con las potencias europeas) Lázaro Cárdenas haya logrado lo impensable: nacionalizar el petróleo mexicano.

Por estas razones históricas no creo que Trump ni sus halcones se atreva a una agresión o intervención directa en México. Sin embargo, creo que debemos esperar una presidencia mucho más agresiva que la anterior por cuatro razones: 1. Trump ya no competirá por una reelección (al menos no según la constitución actual). 2. Como una droga, su ego necesita dejar una marca en la historia (lo que aquí llaman “legado”), cualquiera sea. 3. La nueva derecha ahora es abiertamente antidemocrática, sin más disimulos, y su ideología, aunque elemental y primitiva (la del Macho alfa) los estimula a la agresión―entre individuos, entre naciones. 4. Estados Unidos es un imperio en decadencia económica, social, política y geopolítica, lo cual lo hace aún más agresivo.

México está y ha estado siempre en una posición muy particular que lo diferencia del resto de América latina. Es al mismo tiempo vulnerable y fuerte. Como en tiempos de Cárdenas, debe hacer alianzas económicas con diferentes potencias como China (ya que está lejos de ingresar a los BRICS+) y alianzas regionales como con el resto de América latina. Alianzas y uniones como la única fórmula posible para la independencia, que es una condición ineludible de desarrollo para países que no son microcolonias.

GY: Hay quienes opinan que Trump podría negociar con Rusia, una salida pacífica a la Guerra de Ucrania, tal vez en detrimento de ésta… ¿Qué piensas de esto?

JM: El factor de su ego podría jugar un rol positivo en cuanto a terminar la guerra en Ucrania a través de una negociación. Trump se entiende con hombres fuertes, no porque él lo sea sino porque son sus alter egos. Los grandes líderes no son ególatras, pero quienes aman el poder sí, y Trump (como Musk y otros individuos con la misma patología) se ajustan perfectamente a este tipo psicológico.

Por otro lado, no debemos olvidar que los individuos, los presidentes electos en una democracia liberal no son el poder sino su máscara. El poder está en quienes concentran montañas de dinero (esto no es una metáfora ni una hipérbole) y, como resultado directo e indirecto compran políticos, medios de comunicación, la opinión pública de las mayorías que idolatran a sus esclavistas. Si a eso agregamos que la industria más lucrativa es la industria de la muerte, sólo debemos esperar que de terminarse el gran negocio de la guerra en Ucrania, toda esa inversión de capitales se mueva a otras regiones. Palestina es un caso. Siria es otro. El más dramático sería (y esa es la intención) continuar con Irán hasta llegar a Taiwán, expandiendo así el Anillo de fuego del que ya hablamos durante años.

GY: ¿Nosotros estaríamos lejos de ese Anillo de fuego?

JM: Solo desde un punto de vista geográfico. Para América latina no serán tiempos fáciles. Si bien en la última década el neo intervencionismo imperial ha sido a través del sermón mediático y de las redes sociales (básicamente, todavía en manos de las corporaciones estadounidenses), creo que es razonable prever un agravamiento del conflicto en su fase CIA-Mossad (como durante la Guerra Fría) y luego con dirección a una fase militar (como durante las Guerras bananeras).

La más reciente retórica de Trump sobre su idea de recuperar el Canal de Panamá y de anexar Canadá y Groenlandia son un intento de ir preparando a los habitantes de Estados Unidos para la naturalización de lo que en otro momento causó risa.

YG: ¿Cómo llegamos hasta aquí?

JM: De una forma muy simple. Los nobles feudales cambiaron de máscara una vez más. Primero se convirtieron en los liberales de las compañías piratas, como la East India Company… Fueron esclavistas, fueron demócratas (como eran los piratas) y fueron neoliberales para seguir vampirizando a sus colonias y a los de abajo en sus propios países. Más recientemente, con el suicidio de la Unión Soviética, lograron que la izquierda occidental se convirtiese en vegana, adoptando la ideología económica de la derecha: el neoliberalismo. Como golpe de gracia, la izquierda se olvidó del problema de la lucha de clases y se redujo a una política simplista de la identidad―que también es la política racista y sexista de la derecha, pero invertida; justa, según nosotros, pero insuficiente y una distracción perfecta. Una vez que el neoliberalismo fracasa de forma sistemática en cada una de las décadas, dejando decadencia y endeudamiento por todas partes, en las colonias y hasta en el mismo imperio la derecha pega un salto, se hace llamar libertaria y le promete a las masas frustradas y rabiosas (ante el resultado obsceno de la super acumulación de los capitales que ellos mismos crearon) y vuelven a vender la promesa de la solución mágica. ¿Cómo? Ofreciendo más de lo mismo pero de forma radical, ya no en democracias liberales sino en un fascismo indisimulado que, como hace cien años, promete satisfacer las frustraciones de un pueblo brutalizado ―aumentando la dosis de la droga. Si a eso le agregas el derrumbe interior y exterior de todo un imperio y la simplicidad primitiva, basada en emociones básicas y ancestrales de la extrema derecha (la tribu, el tótem, la raza, el miedo al otro, la rabia y el orgullo), pues, más claro no puede estar. En menos palabras: la derecha ha logrado vender la ilusión de una solución radical a los problemas creado por la derecha mientras la izquierda perdía su mística crítica y revolucionaria, identificándose con la ideología neoliberal de la derecha.

Diciembre 2024

https://www.pagina12.com.ar/794060-trump-2-la-ley-del-revolver-y-la-izquierda-cobarde

https://radiocut.fm/audiocut/vivimos-en-fracasada-civilizacion-del-exito-jorge-majfud/

Cultura para la libertad

(Manifiesto ante la barbarie neolibertaria)

El arte y la cultura han cumplido un rol crucial en la existencia y en la sobrevivencia de la especie humana desde hace por lo menos 75.000 años. Es lo que nos ha hecho humanos. No pocas veces, la cultura ha estado expuesta a la destrucción de la barbarie, como el incendio de bibliotecas en la antigüedad, la quema de libros durante el fascismo moderno o la prohibición de libros o la censura del mismo David desnudo como hoy en Estados Unidos.

Sin embargo, cuando hablamos de cultura solemos cometer el error de asumir que se trata de algo neutral o positivo. Por ejemplo, los seguidores de la Confederación que luchó por mantener la esclavitud alegan que su defensa es la defensa al derecho de su propia cultura, sin mencionar que se trata de la cultura del esclavismo. Muchos españoles defienden la tortura de toros por tratarse de un arte y de una cultura tradicional. También el placer o la indiferencia por el dolor ajeno es parte constituyente de una cultura fascista y exactamente lo contrario a lo que entendemos nosotros por arte y cultura.

Entendemos que el arte es una expresión radical de libertad. No hay creación sin libertad y, como expresión (presión desde dentro), los artistas como individuos interpretan, interpelan, cuestionan, adelantan o dan forma a los miedos y a los sueños colectivos, como los sueños dan forma a nuestras necesidades más profundas. El arte comercial, el antiarte, anestesia. Su función es la distracción (apartar, desviar, alejar), es decir, el burdel antes de volver al mismo camino de esclavitud asalariada de los hombres y mujeres deshumanizados. El arte, sin condiciones ni adjetivos, despierta, incomoda, emociona, se niega al olvido, mueve y conmueve. El arte nos hace más libres. El arte nos completa, nos humaniza. El arte, como vanguardia exploradora de la cultura, no solo refleja sino, sobre todo, crea. Crea sentidos, crea realidades, crea historia.

Ahora, aunque podamos explicar qué es el arte para nosotros, siempre será una tarea incompleta, porque el arte se termina por definir por ese “algo más” que solo existe en sus obras concretas. Basta con echar una mirada a los miles de años que la humanidad ha conservado de sus obras de arte para entender que el arte no es mercado, no es política, no es religión, no es moral, pero tampoco es indiferente a ninguna de esas dimensiones humanas. De hecho, sin ellas, es muy poco o no es nada.

Si bien, por un lado, el arte sin adjetivos es demasiado rebelde para seguir órdenes superiores, fórmulas estrictas, compromisos de cualquier tipo, por otro lado los artistas, como integrantes sensibles de una sociedad, no son indiferentes al compromiso: compromiso con la necesidad humana de crear un mundo nuevo cada día, con la lucha contra el dolor de la barbarie y de la indiferencia; compromiso con la reivindicación del derecho al placer y a la felicidad, con el derecho a intentar volar más allá de las necesidades y las condiciones que limitan la libertad, sean económicas, sociales, ideológicas o existenciales.

El arte, la cultura en general como la forma más profunda de conocimiento y diálogo entre pueblos y generaciones, no son lujos sino necesidades. Mucho más en un mundo que, por primera vez en su historia, ha puesto la existencia de la especie humana en cuestionamiento. En este sentido, la cultura, más allá del estrecho y simplificador consumismo, no sólo es crucial para el rescate de las sociedades y de los individuos deshumanizados, unidimensionales, vaciados y rellenados como embutidos con chatarra comercial. También es esencial para la sobrevivencia de la misma biosfera, de la cual los humanos somos solo una parte. Una parte pequeña, pero letal.

Para la cultura no comercial, al igual que para los grandes movimientos espirituales a lo largo de la historia y a lo ancho de todos los continentes, la solidaridad, el altruismo y el diálogo abierto con el otro han sido centrales, fundacionales. Sólo en las últimas generaciones, marcadas y heridas por la ideología del exitismo individualista más salvaje, una idea como el egoísmo se pudo convertir en “un valor moral superior” y el altruismo terminó siendo definido como el enemigo de la humanidad, según Ayn Rand, idea ahora repetida por mesías y mensajeros del capital como única moneda moral. Esta degeneración histórica confundió individuo con individualismo, olvidando que no existe el individuo sin una sociedad. Es ésta la que le da todos su sentido, incluso para aquellos enfermos por la patología de la riqueza, la acumulación y la ficción del éxito individual. 

El arte ha sobrevivido gracias a los artistas que apenas sobreviven fuera de los circuitos comerciales, de los poderosos monopolios mediáticos, editoriales y promocionales. Esta tarea ha sido y sigue siendo histórica. Es la última frontera de la resistencia contra la barbarie que lo simplifica todo para venderlo más rápido. Todo en nombre de la “libertad de elección”, como lo promete el menú de McDonald’s.

Pero esta tarea se convierte en imposible cuando los artistas dejan de sobrevivir o abandonan su más profunda vocación para darle de comer a sus hijos o, simplemente, son derrotados por el desánimo de la barbarie dominante, que no es ningún gobierno en concreto sino la tiranía global de los capitales concentrados en un rincón oscuro en alguna parte lejana del mundo. Capitales virtuales que se crean de la nada, tan ficticios como un cuento de Borges, pero sin la honestidad de reconocerlo.

Razón por la cual las sociedades deben, primero, tomar conciencia para protegerse contra los discursos que justifican su propia esclavitud y, segundo tomar acción. La acción más urgente y más efectiva ha sido siempre la unión. No por casualidad, la ideología hegemónica ataca todo tipo de unión organizada y promueve el individualismo bajo promesas de salvación, mientras la destrucción se va acumulando al borde del camino sin que los individuos alienados alcancen a percibirlo.

Para ver, para escuchar los efectos de la barbarie ha estado siempre el arte y la cultura. El poder lo sabe. Por eso siemrpe ha intentado comprarlos, corromperos con dinero o, directamente, eliminarlos a través del descrédito, de la burla, de la demonización y de la ruina económica de los verdaderos artistas.

Pocas veces, como ahora, ha sido la agonía del arte y la cultura tan coincidente con el particular momento que vive nuestra especie, amenazada de extinción por primera vez desde que tenemos registros históricos y prehistóricos, no por una amenaza exterior sino por nuestro propio sistema hegemónico que diviniza las ganancias individuales por sobre cualquier reclamo colectivo.

Amenazada por la cultura de la muerte. A la muerte en vida y a su cultura se la combate con la cultura de la libertad, con el compromiso de los artistas con la Humanidad, empezando por el rescate de esa pobre palabra, libertad, secuestrada y abusada por la cultura de la muerte que se vende como la única opción de felicidad, la felicidad del consumo, del consumo de drogas como el placer o la indiferencia por el sufrimiento ajeno.

Jorge Majfud. 18 de setiembre de 2024.

Culture pour la liberté

(Manifeste face à la barbarie néo-libertaire)

L’art et la culture ont joué un rôle crucial dans l’existence et la survie de l’espèce humaine depuis au moins 75 000 ans. C’est ce qui a fait de nous des êtres humains. Il n’est pas rare que la culture ait été exposée à la destruction de la barbarie, comme l’incendie des bibliothèques dans les temps anciens, l’incendie des livres pendant le fascisme moderne ou l’interdiction des livres ou la censure de David lui-même nu comme aujourd’hui aux États-Unis.

Cependant, lorsque nous parlons de culture, nous avons tendance à faire l’erreur de supposer qu’il s’agit de quelque chose de neutre ou de positif. Par exemple, les adeptes de la Confédération qui se sont battus pour maintenir l’esclavage prétendent que leur défense est la défense du droit de leur propre culture, sans parler du fait qu’il s’agit de la culture de l’esclavage. De nombreux Espagnols défendent la torture des taureaux parce qu’il s’agit d’un art et d’une culture traditionnels. Le plaisir ou l’indifférence à la douleur d’autrui est également une partie constitutive d’une culture fasciste et exactement le contraire de ce que nous entendons par art et culture.

Nous considérons l’art comme une expression radicale de la liberté. Il n’y a pas de création sans liberté et, en tant qu’expression (pression de l’intérieur), les artistes, en tant qu’individus, interprètent, défient, questionnent, font avancer ou façonnent les peurs et les rêves collectifs, comme les rêves façonnent nos besoins les plus profonds. L’art commercial, l’anti-art, anesthésie. Sa fonction est de distraire (détourner, détourner, éloigner), c’est-à-dire le bordel avant de reprendre le même chemin de l’esclavage salarié d’hommes et de femmes déshumanisés. L’art, sans condition ni adjectif, réveille, dérange, excite, refuse l’oubli, émeut. L’art nous rend plus libres. L’art nous complète, nous humanise. L’art, en tant qu’explorateur avant-gardiste de la culture, ne se contente pas de refléter, mais surtout de créer. Il crée des sens, crée des réalités, crée l’histoire.

Or, même si nous pouvons expliquer ce qu’est l’art pour nous, ce sera toujours une tâche incomplète, car l’art finit par se définir par ce «quelque chose d’autre» qui n’existe que dans ses œuvres concrètes. Il suffit de regarder les milliers d’années que l’humanité a conservées de ses œuvres d’art pour comprendre que l’art n’est pas un marché, il n’est pas politique, il n’est pas religieux, il n’est pas moral, mais il n’est pas non plus indifférent à l’une ou l’autre de ces dimensions humaines. En fait, sans elles, il n’est rien ou presque.

Si, d’une part, l’art sans adjectifs est trop rebelle pour suivre des ordres supérieurs, des formules strictes, des engagements de toute nature, d’autre part, les artistes, en tant que membres sensibles d’une société, ne sont pas indifférents à l’engagement : engagement à la nécessité humaine de créer chaque jour un monde nouveau, à la lutte contre la douleur de la barbarie et de l’indifférence ; Engagement pour la revendication du droit au plaisir et au bonheur, pour le droit d’essayer de voler au-delà des besoins et des conditions qui limitent la liberté, qu’elles soient économiques, sociales, idéologiques ou existentielles.

L’art, la culture en général, en tant que forme la plus profonde de connaissance et de dialogue entre les peuples et les générations, ne sont pas un luxe mais une nécessité. D’autant plus dans un monde qui, pour la première fois de son histoire, a remis en question l’existence de l’espèce humaine. En ce sens, la culture, au-delà du consumérisme étroit et simplificateur, n’est pas seulement cruciale pour le sauvetage de sociétés et d’individus déshumanisés et unidimensionnels, vidés et farcis comme des saucisses de ferraille commerciale. Elle est également essentielle à la survie de la biosphère elle-même, dont l’homme n’est qu’une partie. Un petit rôle, mais mortel.

Pour la culture non commerciale, comme pour les grands mouvements spirituels à travers l’histoire et sur tous les continents, la solidarité, l’altruisme et le dialogue ouvert avec l’autre ont été centraux, fondateurs. Ce n’est que dans les dernières générations, marquées et blessées par l’idéologie de l’exotisme individualiste le plus sauvage, qu’une idée comme l’égoïsme a pu devenir «une valeur morale supérieure» et que l’altruisme a fini par être défini comme l’ennemi de l’humanité, selon Ayn Rand, une idée aujourd’hui répétée par les messies et les messagers du capital comme la seule monnaie morale. Cette dégénérescence historique a confondu l’individu avec l’individualisme, oubliant que l’individu n’existe pas sans la société. C’est la société qui lui donne tout son sens, même pour ceux qui sont malades de la pathologie de la richesse, de l’accumulation et de la fiction de la réussite individuelle.

L’art a survécu grâce à des artistes qui survivent difficilement en dehors des circuits commerciaux, en dehors des puissants monopoles médiatiques, éditoriaux et promotionnels. Cette tâche a été et reste historique. C’est la dernière frontière de résistance contre la barbarie qui simplifie tout pour vendre plus vite. Tout cela au nom de la «liberté de choix», comme le promet le menu de McDonald’s.

Mais cette tâche devient impossible lorsque les artistes cessent de survivre ou abandonnent leur vocation profonde pour nourrir leurs enfants ou sont simplement vaincus par le découragement de la barbarie dominante, qui n’est pas un gouvernement particulier mais la tyrannie globale des capitaux concentrés dans un coin sombre d’une partie éloignée du monde. Des capitaux virtuels créés de toutes pièces, aussi fictifs qu’un conte de Borges, mais sans l’honnêteté de le reconnaître.

C’est pourquoi les sociétés doivent, d’une part, prendre conscience de se prémunir contre les discours qui justifient leur propre esclavage et, d’autre part, agir. L’action la plus urgente et la plus efficace a toujours été l’union. Ce n’est pas une coïncidence si l’idéologie hégémonique attaque toutes sortes de syndicats organisés et promeut l’individualisme sous des promesses de salut, tandis que la destruction s’accumule sur le bord de la route sans que les individus aliénés puissent la percevoir.

L’art et la culture ont toujours été là pour voir et entendre les effets de la barbarie. Le pouvoir le sait. C’est pourquoi il a toujours essayé de les acheter, de les corrompre par l’argent ou, directement, de les éliminer en discréditant, en moquant, en diabolisant et en ruinant économiquement les vrais artistes.

Rarement, comme aujourd’hui, l’agonie de l’art et de la culture n’a autant coïncidé avec le moment particulier que traverse notre espèce, menacée d’extinction pour la première fois depuis que nous avons des archives historiques et préhistoriques, non pas par une menace extérieure, mais par notre propre système hégémonique qui déifie les gains individuels au détriment de toute revendication collective.

Menacée par la culture de la mort. La mort dans la vie et sa culture est combattue par la culture de la liberté, par l’engagement des artistes envers l’humanité, en commençant par le sauvetage de ce pauvre mot, liberté, kidnappé et abusé par la culture de la mort qui est vendue comme la seule option pour le bonheur, le bonheur de la consommation, de la consommation de drogues comme plaisir ou de l’indifférence à la souffrance d’autrui.

https://www.lesemeurs.com/Article.aspx?ID=17010

2024: Dos países sufrirán recesión

A finales de 2023, el FMI publicó su predicción para la economía argentina, anunciando una expansión del dos por ciento. Hoy, 16 de abril, Bloomberg publicó datos del FMI, según el cual en 2024 la economía de dos países en el mundo se contraerá: Sudán y Argentina. Uno de ellos sufre una guerra civil.

No es problema, porque el presidente Milei prometió que el país crecería notablemente en menos de quince años. Todos saben que Milei es anti-Keynesiano y jamás aceptaría la observación del economista británico que, ante la pregunta:

«¿Qué pasará a largo plazo?

«A largo plazo estaremos todos muertos«, contestó John Keynes.

Jorge Majfud, abril 2024

El poder y la elocuencia terraplanista

En 2005, no sin perplejidad, descubrí que para algunos de mis estudiantes en la Universidad de Georgia el argumento más sólido e incontestable consistía en que algo “es verdad porque yo lo creo”. La perplejidad se multiplicaba por varias razones. Las razones del origen de semejante argumento y su actual y devastador efecto en las sociedades del Norte y del Sur, también.

Por entonces, yo era un asistente de cátedra y, a su vez, estudiante de posgrado que había llegado con su esposa y sesenta dólares en el bolsillo un par de años antes, golpeado por la masiva crisis neoliberal del Cono Sur. Con un salario mínimo, pero con los estudios cubiertos por la universidad, vivimos varios años por debajo del nivel oficial de pobreza, pero nuestra austeridad natural, el descubrimiento permanente (desde el salón de clase hasta las reuniones en los parques del campus con decenas de estudiantes de todos los continentes) habían convertido esas limitaciones, el exilio económico, la intemperie psicológica y la ausencia de cualquier ayuda económica en una experiencia más bien agradable e inolvidable. Lo mismo el placer por el estudio y la investigación, sin condiciones y sin la obsesión monetaria, que cada vez escasea más en las nuevas generaciones, según lo observo en mis nuevos estudiantes y en muchos jóvenes que encuentro en otros países.

Por entonces, veníamos de un país pequeño, sin posibilidades de dictar ni imponerle nada a ningún otro (afortunadamente), pero todavía con una sólida tradición intelectual y pedagógica proveniente de la Ilustración, por lo cual el contraste con Estados Unidos fue evidente en todos los aspectos. Al menos por entonces, en Uruguay no era necesario ser universitario para poseer una sólida formación intelectual. La cultura y el ejercicio civilizado de la discusión crítica solían estar en los cafés, en los bares y las librerías callejeras. Para mí no hay dudas: eran muy superiores a lo que es hoy la educación comercializada y banalizada de las universidades más caras del mundo capitalista y postcapitalista.

Como anotaba al comienzo, uno de esos descubrimientos que me mantuvieron perplejo desde principios del siglo y por mucho tiempo fue el mecanismo dialéctico de los jóvenes que vivían en la potencia mundial (“es verdad porque yo lo creo”) y que se parecía mucho más al fanatismo político y religioso (supongamos que son cosas diferentes) que a alguna excelencia por el pensamiento crítico, científico e ilustrado al que, desde el Sur, yo asociaba con gente como Carl Sagan. Desde entonces, sospeché que este entrenamiento intelectual, esta confusión de la física con la metafísica (aclarada por Averroes hace ya casi mil años) que cada año se hacía más dominante (la fe como valor supremo, aun contradiciendo todas las pruebas objetivas) provenía de las majestuosas y millonarias iglesias del sur de Estados Unidos. Ya escribí sobre esto hace muchos años y no quisiera repetirme aquí.

Ahora, los hábitos adictivos de las nuevas tecnologías, como mirar cada día cien micro videos y responder a cien opiniones antes de terminar de comprenderlas o de leerlas, pese a su brevedad y simpleza, ha destruido las capacidades intelectuales más básicas, desde la simple memorización de un poema o de un hecho histórico, desde la concentración serena en el intento de comprender algo con lo cual discrepamos, hasta el razonamiento de principios matemáticos básicos, como de proporción, de  probabilidades o la ecuación más simple como una regla de tres.

Es más, ya no sólo el estudio de la filosofía, eso que nos permite un diálogo civilizado con siglos anteriores de la humanidad, sino también las matemáticas son cuestionadas como “conocimiento inútil”. No generan dopamina ni dinero fácil e inmediato. No se considera que ambas disciplinas son un ejercicio intelectual insustituible para evitar convertirnos en plantas, en insectos dando vueltas en torno al fuego donde van a morir, en sanguijuelas pegadas a una pantallita luminosa esperando eternamente a que sangre un poco.

Pero sí se matan en el gimnasio para sacar músculos que se desinflan en dos semanas o afirmar las nalgas (muy bonitas, eso sí) para sacudirlas delante de un teléfono y ejercitar así su narcisismo en Instagram o TikTok. Ejercitar el músculo gris con un poco de lectura compleja es desacreditado como una pérdida de tiempo. Naturalmente, lo dicen porque lo creen y, además, tienen toda la fuerza del convencimiento del fanático―en este caso, laico.

Una forma que tiene el Narciso de las redes para defenderse del esfuerzo intelectual es etiquetándolo como “lavado de cerebro”. Es decir, acusar a los demás de lo que se sufre de forma objetiva y radical. Nos estamos aproximando a la realidad política de nuestro tiempo ¿no? Aún nos falta otro elemento central.

Debido a la cultura de la competencia y con el propósito de “elevar la autoestima” del niño que se revuelca en el piso porque no le compraron lo que quería, la psicología Disney se ha encargado de convencer a los hijos desde la tierna infancia de que son todos genios, de que sus opiniones son respetables por el hecho de ser suyas y que, por si fuese poco, tienen el derecho de no fracasar nunca. Que alguien los ayude a comprender que están equivocados se convierte en una ofensa intolerable que responden con una nueva pataleta.

Luego, como muchos nunca maduran en sociedades infantilizadas como las nuestras, responden con violencia. Primero violencia verbal, luego electoral y, finalmente, fascista. Como tampoco pueden hacerse cargo de su tan mentada libertad, culpan a los padres por haber sido padres en algún momento, en lugar de psicólogos y proveedores incondicionales de entretenimiento y felicidad eterna. Las opiniones de los Bambi y de los Tribilin (como que la Tierra es plana y el progreso del mundo se debe al infinito esfuerzo de individuos multibillonarios como Elon Musk) no solo deben ser respetadas, sino además deben ser consideradas verdades, verdades alternativas.

Así, no sólo llegamos a una nueva Edad Media donde la verdad se basa en la fe, sino que hasta los terraplanistas han invadido como hordas la esfera pública y han tomado por asalto la política y los gobiernos. Ahora también van por las universidades, con ciertas posibilidades reales de éxito, sino por la destrucción vandálica de la privatización for profit, al menos por el desangrado a través del desfinanciamiento y de la pérdida de autonomía académica.

Argentina, por mencionar un solo caso. Las Lilia Lemoine, los Ramiro Marra y el mismo presidente Javier Milei son personajes que treinta años atrás ni siquiera hubiesen calificado para un casting de un programa humorístico como No toca botón. Todos hablan con elocuencia (Psicología Disney del hijo genio) porque su nivel de vacío e ignorancia es tan abrumador que ni siquiera les da para adoptar una mínima actitud de modestia (“Es verdad porque yo lo creo”).

Los otros de su especie espantapájaros que no alcanzan su visibilidad (otra palabra adoptada que me sorprendía en 2005), los votan los defienden a muerte, porque se sienten representados. Al menos en esto tienen razón: están más que bien representados en la dictadura del lumpeado.

jorge majfud, abril 2, 2024

Libertos, la universidad no es un supermercado

En 2024, gran parte de América Latina se encuentra en un escenario sociopolítico (no económico y menos militar) similar al que describimos sobre Estados Unidos en 2004. Nada extraño, si consideramos (1) su condición de neocolonia, asegurada por (2) su tradicional clase oligárquica, por (3) sus no menos tradicionales medios, con sus periodistas y sus intelectuales orgánicos; y (4) por el fanatismo de una parte significativa de su juventud, brutalizada por los medios fragmentadores de las redes sociales, todas plataformas en manos de los multibillonarios del Norte.

En Argentina y en otros países del Sur, las universidades públicas (y su autonomía) están bajo ataque, como otros servicios públicos, objeto de deseo del privatizador. El presidente Milei publicó que “La educación pública ha hecho muchísimo daño lavando el cerebro de la gente” y su vicepresidenta lo confirmó con una pregunta adulatoria: “¿Coincidís con las palabras del presidente Milei sobre el adoctrinamiento que se hace desde la educación pública?” Con complejo de hacendado citadino, el youtuber, ex peronistay diputado liberto Ramiro Marra llama vagos a los trabajadores que protestan en las calles, el mismo que meses antes recomendó vivir de los padres, porque nuestra existencia se debe a que ellos “estaban aburridos” y deben pagarlo con “financiamiento gratis”. La diputada Lilian Lemoine, luego de dedicarse al photoshop y a los videos pornos donde un hombre la obliga con una pistola a chuparse un control de videojuegos (“Siento el sabor de Mario en mi boca”) poco después le da lecciones sobre pedagogía a quienes llevan años enseñando, al tiempo que cuestiona si se les debe pagar a los docentes por “no hacer su trabajo”. Es la dictadura del lumpenado.

Ahora, envalentonados por la nueva inquisición, algunos jóvenes y adultos que no tuvieron suerte en el sistema académico han salido a acusar a la educación media y superior de adoctrinación, exigiendo un “equilibrio ideológico”, ese mismo equilibrio que no le exigen a las corporaciones que monopolizan el poder financiero, político, mediático y hasta teológico.

Desde hace generaciones, las estadísticas muestran que en Estados Unidos (como en casi todo el mundo), los profesores tienen ideas más de izquierda que el resto de la sociedad. Basta con mirar un mapa electoral para ver que esas islas de izquierdistas coinciden con los campus universitarios, rodeadas de mares de derechistas―cuando no neofascistas y miembros del KKK, como me tocó en Pensilvania.

Esta excepcionalidad siempre crispó el ánimo de los conservadores en el poder, quienes, derrotados por siglos en el mundo de las ideas, han reclamado siempre legislar para eliminar la libertad de cátedra. En 2004 escribíamos sobre las pretensiones de algunos legisladores de “equilibrar el currículum” de las universidades obligando a los profesores a enseñar la Teoría Creacionista junto con la Teoría de la Evolución. El poder hegemónico promueve la libertad de mercado porque nadie puede competir libremente con su poder financiero, pero como han sido desde siempre un fracaso académico e intelectual, se sienten mal con la libertad de cátedra. No aceptan la regulación del mercado, pero exigen la regulación de cátedra―y de la cultura en general. El argumento es que los profesores adoctrinan a la juventud, a una minoría de la juventud que ya tiene edad para beber alcohol, mirar pornografía y ser enviada a la guerra a matar y morir. Nada se dice de la adoctrinación de niños en edad preescolar enviados a los templos religiosos y a los templos mediáticos para una verdadera adoctrinación.

Los libertos ganan elecciones gritando libertad y gobiernan prohibiendo. En el siglo XIX, los esclavistas reconocían el derecho a la libertad de expresión, hasta que algunos comenzaron a escribir contra la esclavitud. A partir de entonces, comenzaron a prohibir libros, luego autores y, más tarde, los metieron en las cárceles de la democracia. Lo mismo comenzamos a vivir en Florida, Texas y otros estados hace unos años bajo gobiernos libertarios. Muy orgullosos de la libertad de expresión, hasta que los autores y las ideas inconvenientes comenzaron a ganar terreno en la población. Entonces las llaman adoctrinamiento.

Esta obscena asociación Jesús-Mamón y la doctrina de “los profesores adoctrinan a los estudiantes” se ha revitalizado en las colonias estratégicamente endeudadas. La comercialización de la vida concluye que un pensador es bueno si aumenta el ingreso monetario del lector. Si no, son empobrecedores. Pobreza y riqueza sólo se refieren a su valor de cambio. Este fanatismo y su necesaria infantilización de la sociedad están llegando a las universidades, uno de los últimos reductos donde el poder mercantilista no tenía el monopolio. Todo en nombre de la diversidad ideológica y del derecho de los estudiantes a afirmar que la Tierra es plana.

Cada vez más se confunde una universidad con un supermercado, donde el poder terraplanista del lumpenado no entra para ser desafiado en sus convicciones, sino para comprar lo que quiere y exigir satisfacción por su dinero. Así han convertido a los ciudadanos en consumidores y a los estudiantes en clientes. De ahí la necesidad de privatizar la educación para convertirla en reductos de libertad―del poder para adoctrinar más esclavos. Esta es una tradición que se remonta hasta Sócrates, quien fue ejecutado por la democracia ateniense acusado ser ateo, antidemocrático, y de lavar el cerebro de los jóvenes enseñándoles a cuestionar las verdades establecidas.

Por su parte, la izquierda, que siempre fue combativa desde sus pocas trincheras disponibles, se ha vuelto políticamente correcta, insoportablemente tímida, virginal, invirtiendo toda su sensibilidad en la micropolítica de las identidades. Mientras, los más viscerales fanáticos de derecha (recursos del incontestable poder financiero del Norte) continúan ganando elecciones.  Los pueblos han sido desmovilizados y convertidos en consumidores. Han sido fragmentados para que consuman más. Las familias extendidas sólo compraban un televisor, no tres o cuatro (y hablan entre ellos), por lo que la fragmentación y la alienación de las relaciones sociales fue un recurso conveniente del capitalismo consumista. Divide, gobernarás y ellos consumirán más.

El orgullo de la elocuencia vacía acaparó los medios, luego la política, y ahora van por las universidades. Tienen muchas posibilidades de destruirlas, como los godos y vándalos destruyeron civilizaciones mucho más avanzadas. Lo peor que podemos hacer, como académicos, como activistas o como políticos es responderles con timidez; confundir la lucha de clases de la izquierda con el odio de clases de la derecha.

Desde hace siglos, los conservadores (hoy libertos) se quejan de que no están bien representados en las universidades. Se insultan y no lo ven. La solución es simple: pónganse a estudiar, carajo. Pero no; están demasiado ocupados pensando cómo van a hacer mucho dinero para convertirse en jefes y luego quejarse de que las universidades están infiltradas y no los representan. Claro que si alguien ama el dinero no va a ser tan tonto como para dedicar una vida a estudiar y hacer investigaciones por las cuales recibirá poco o ningún dinero. Es más fácil convertirse en un entrepreneur y expropiar los pocos éxitos de esos largos años de investigación gratuita, llena de fracasos, realizadas por “fracasados con el cerebro lavado”.

jorge majfud, marzo 2024

Milei y la Teoría del Garrote Antiinflacionario

Una nota mínima sobre el discurso «Mi moto alpina derrapante» de Milei en su asunción como presidente de Argentina ayer:

Los recortes de las ayudas sociales y las bajas compulsivas de salarios son recesivas y suelen provocar un efecto dominó, como ya lo probó Macri y tantos otros neoliberales de las colonias. Salarios más bajos solo significan mayores beneficios empresariales a corto plazo, pero no necesariamente se corresponden con más empleos de peor calidad sino, en muchos casos, retiros anticipados o, simplemente, migración a la economía de subsistencia y del mercado negro. Por no seguir con los efectos obvios de una contracción del consumo ―dejo de lado, por un momento, mi crítica a la civilización del consumo como raíz de todos los problemas.

Como fórmula de crecimiento económico, ha fracasado siempre. Que (en el mejor de los casos) en un par de años estas medidas antipopulares y criminales por donde se las mire puedan producir un fuerte crecimiento económico que llamarán «Milagro económico» o algo parecido, será la consecuencia natural de una inevitable recuperación luego de la recesión. Si te caes porque alguien te ha pegado un tiro en una pierna, y no te mueres desangrado, lo más probable es que, tarde o temprano, te levantes. En el mejor de los casos, como ha ocurrido siemrpe en América Latina, todos los mal llamados «milagros económicos» que surgieron del aumento de la pobreza terminaron en una forma u otra de crisis, catástrofes y vuelta a empezar.

En los centros imperiales (que siempre son puestos como ejemplo por cipayos y neocolonialistas) no son tan tontos para hacer eso. Mantienen a la población trabajadora en estado de necesidad, pero no aplican ninguna política de shock estilo Fujimori y tanto otros. De hecho, en Estados Unidos imprimimos o creamos dinero de la nada para que los aburridos consumidores salgan a gastarlo y así reactiven la economía nacional―a costa de sustraer valor de las colonias dolarizadas. Pero como todavía somos el centro financiero e imperial del mundo, a los capitalistas marginales no se les ocurre decir que somos la capital de la irresponsabilidad fiscal, sino, por el contrario, todo un ejemplo de progreso y libertad responsable. Para los títeres políticos de siempre que siempre se venden como novedad, todo «ajuste responsable» significa más sufrimiento para los de abajo y «esperar a la nueva crisis para comprar barato» para los de arriba.

Diferente a Fujimori y a Menem, hay algo que se le debe reconocer a Milei y que revindican sus votantes: como todo loco, es bastante más honesto que los psicópatas. Ha dicho desde siempre lo que haría como presidente y es lo que, aparentemente, intenta hacer, aunque la Teoría (Doctrina) del Garrote Antiinflacionario no es tan clara como puede parecerle a un cavernícola. Pero se ajusta perfectamente a la psicología del cavernícola que todos llevamos dentro, que muchos dejan suelto en un acto de catársis colectiva, y que ya detallamos en “Moscas en la telaraña” …

Claro, los Milenials Mileistas argumentarán que «a largo plazo » todo estará mejor, pero como dijo alguna vez el economista John Maynard Keynes, «a largo plazo estaremos todos muertos».

Jorge Majfud, diciembre 2023

https://esferacomunicacional.ar/milei-y-la-teoria-del-garrote-antiinflacionario/

https://www.infonativa.com.ar/milei-y-la-teoria-del-garrote-antiinflacionario.html

#Argentina

https://esferacomunicacional.ar/milei-y-la-teoria-del-garrote-antiinflacionario/

El 9/11 chileno, Orlando Letelier y la libertad zombie de los ultraliberales

En agosto de 1976, un mes antes del atentado terrorista organizado por la DINA de Pinochet, la mafia cubana de Miami y la natural complicidad de la CIA que terminó con su vida y la de su asistente en Washington, el ministro de Salvador Allende, Orlando Letelier, publicó un extenso artículo a cinco páginas en The Nation titulado “Los Chicago Boys en Chile: el terrible precio de la libertad económica”, el cual traduzo y resumo aquí a la mitad de su extensión original. A días del 50 aniversario del golpe de Estado en Chile, las relfexiones de Letelier cobran más vigencia que nunca.

Jorge Majfud

Los Chicago Boys en Chile: el terrible precio de la libertad económica

(Orlando Letelier, agosto 1976)

“La represión para las mayorías y la ‘libertad económica’ para pequeños grupos privilegiados son dos caras de la misma moneda”.

Las políticas económicas están condicionadas por la situación social y política que las pone en práctica y, al mismo tiempo, las modifican. Por lo tanto, las políticas económicas se introducen siempre para alterar las estructuras sociales.

Es curioso que el hombre que escribió un libro titulado Capitalismo y libertad [Milton Friedman, 1962] afirmando que sólo el liberalismo económico clásico puede sustentar una democracia política, pueda ahora divorciar tan fácilmente la economía de la política cuando las teorías económicas que defiende coinciden con una restricción absoluta de todos los derechos y de todas las libertades democráticas.

Sería de esperar que si quienes restringen la empresa privada son considerados responsables de los efectos sociopolíticos de sus medidas, quienes imponen una “libertad económica” sin restricciones también deberían ser considerados responsables, sobre todo cuando la imposición de esta política va inevitablemente acompañada de una represión masiva, hambre, desempleo y la permanencia de un estado policial brutal.

La receta económica y la realidad de Chile

La violación de los derechos humanos, la brutalidad institucionalizada, el control y la supresión drástica de toda forma de disidencia se discuten (y a menudo se condenan) como un fenómeno sólo indirectamente vinculado (incluso completamente ajeno) a las clásicas políticas desenfrenadas de “libre mercado” que han sido aplicadas por la junta militar.

Esta falta de conexión ha sido particularmente característica de las instituciones financieras públicas y privadas que han elogiado y apoyado las políticas económicas adoptadas por el gobierno de Pinochet, al tiempo que lamentaron la “mala imagen internacional” que la junta se ha ganado con su “incomprensible” recurrencia a la tortura, encarcelando y persiguiendo a todos sus críticos.

Robert McNamara justificó una reciente decisión del Banco Mundial de conceder un préstamo de 33 millones de dólares a la junta como una decisión basada en criterios puramente “técnicos”, que no implicaban ninguna relación particular con las actuales condiciones políticas y sociales del país. La misma línea de justificación han seguido los bancos privados estadounidenses.

Probablemente nadie ha expresado mejor esta actitud que el Secretario del Tesoro. Después de una visita a Chile, durante la cual habló sobre las violaciones de derechos humanos cometidas por el gobierno militar, William Simon felicitó a Pinochet por su aporte a la “libertad económica” del pueblo chileno. Este concepto particularmente conveniente de un sistema social en el que la “libertad económica” y el terror político coexisten sin tocarse, permite a sus portavoces financieros sostener su concepto de “libertad” mientras ejercitan su defensa de los derechos humanos.

Profundamente involucrados en la preparación del golpe, los “chicago boys” convencieron a los generales de que estaban preparados para complementar la brutalidad que poseían los militares con los activos intelectuales de los que carecían.

Excepto en el Chile actual, ningún gobierno en el mundo da total libertad a la empresa privada. Esto es así porque todos los economistas (excepto Friedman y sus seguidores) han sabido durante décadas que, en la vida real del capitalismo, no existe la competencia perfecta descrita por los economistas liberales clásicos. En marzo de 1975, en Santiago, un periodista se atrevió a sugerirle a Friedman que incluso en los países capitalistas más avanzados, como por ejemplo Estados Unidos, el gobierno aplica varios tipos de controles sobre la economía.

Es descabellado hablar de libre competencia en Chile. La economía allí está altamente monopolizada. Un estudio académico, realizado durante el régimen del presidente Frei, señaló que en 1966 “284 empresas controlaban todas y cada una de las subdivisiones de las actividades económicas chilenas. El 51 por ciento de las 160 empresas más grandes estaban efectivamente controladas por corporaciones globales.

Hay muchos otros ejemplos que demuestran que, en lo que respecta a la competencia, la prescripción de Friedman no produce los efectos económicos implícitos en su modelo teórico. En el primer semestre de 1975, como parte del proceso de eliminación de las regulaciones de la economía, el precio de la leche quedó exento de control. ¿Con qué resultado? El precio al consumidor aumentó un 40 por ciento y el precio pagado al productor cayó un 22 por ciento. En Chile hay más de diez mil productores de leche, pero sólo dos empresas procesadoras de leche controlan el mercado. Más del 80 por ciento de la producción chilena de papel y todos ciertos tipos de papel provienen de una empresa (la Compañía Fabricante de Papeles y Cartones, controlada por los intereses de Alessandri) que fija los precios sin temor a la competencia.

Los asesores económicos de la junta ignoran otros aspectos del tipo de economía que se enseña en la Universidad de Chicago. Uno es la importancia de los contratos salariales negociados libremente entre empleadores y trabajadores; otra es la eficiencia del mercado como instrumento para asignar recursos en la economía. Es sarcástico mencionar el derecho de los trabajadores a negociar en un país donde la Federación Central de Trabajadores ha sido ilegalizada y donde los salarios se fijan por decreto de la junta.

Según las cifras oficiales de la junta, entre abril y diciembre de 1975, el déficit gubernamental se redujo aproximadamente en el 50 por ciento que recomendaba Harberger. En el mismo período, el desempleo aumentó seis veces más de lo que había previsto. El remedio que sigue defendiendo consiste en reducir el gasto público, lo que reducirá la cantidad de moneda en circulación. Esto resultará en una contracción de la demanda, lo que a su vez provocará una reducción general de los precios. De esta manera se derrotaría a la inflación. El profesor Harberger no dice explícitamente quién tendría que bajar su nivel de vida para pagar los platos rotos.

Los resultados económicos

El 24 de abril de 1975, después de la última visita conocida de los señores Friedman y Harberger a Chile, el Ministro de Finanzas de la junta, Jorge Cauas, dijo: “El objetivo principal de este programa es detener la inflación en lo que queda de 1975”. (El “grupo de técnicos” es obviamente Friedman y compañía.) A finales de 1975, la tasa anual de inflación de Chile había alcanzado el 341 por ciento, es decir, la tasa de inflación más alta del mundo.

La implementación del modelo de Chicago no ha logrado una reducción significativa de la expansión monetaria. Sin embargo, ha provocado una reducción despiadada de los ingresos de los asalariados y un aumento brutal del desempleo; al mismo tiempo ha aumentado la cantidad de moneda en circulación mediante préstamos y transferencias a grandes empresas otorgando a instituciones financieras privadas el poder de crear dinero. Como dice el estadounidense James Petras, “las mismas clases sociales de las que depende la junta son los principales instrumentos de la inflación”.

La concentración de la riqueza no es el resultado marginal de una situación difícil, sino la base de un proyecto social. Esta situación recuerda la historia de un dictador latinoamericano a principios de este siglo. Cuando sus asesores vinieron a decirle que el país padecía un problema educativo muy grave, ordenó el cierre de todas las escuelas públicas. Ahora, después de más de setenta años de este siglo, todavía quedan discípulos del anecdótico dictador que piensan que la forma de erradicar la pobreza en Chile es matando a los pobres.

Durante 1975, el producto interno bruto real se contrajo casi un 15 por ciento hasta su nivel más bajo desde 1969, mientras que, según el FMI, el ingreso nacional real “cayó hasta un 26 por ciento, dejando el ingreso real per cápita por debajo de su nivel diez años antes”.

En el sector externo de la economía, los resultados han sido igualmente desastrosos. En 1975, el valor de las exportaciones cayó un 28 por ciento y el valor de las importaciones cayó un 18 por ciento aumentando el déficit comercial. Las importaciones de alimentos cayeron (mientras) la producción interna de alimentos disminuyó. Al mismo tiempo, la deuda pública externa pendiente de pago en moneda extranjera aumentó de 3.600 millones de dólares a 4.310 millones en un año. Esto acentuó la dependencia de Chile de fuentes externas de financiamiento, especialmente de Estados Unidos. Las políticas de la junta han cargado a Chile con una de las deudas externas per cápita más altas del mundo.

Pero el resultado más dramático de las políticas económicas ha sido el aumento del desempleo. Antes del golpe, el desempleo en Chile era del 3,1 por ciento, uno de los más bajos del hemisferio occidental. A fines de 1974, la tasa de desempleo había superado el 10 por ciento en el área metropolitana de Santiago y también era más alta en varias otras secciones del país. Las cifras oficiales de la junta y del FMI muestran que a finales de 1975 el desempleo en el área metropolitana de Santiago había alcanzado el 18,7 por ciento. 2,5 millones de chilenos (una cuarta parte de la población) no tienen ingreso alguno; sobreviven gracias a la comida y la ropa distribuidas por la iglesia y otras organizaciones humanitarias. Los intentos de instituciones religiosas y de otro tipo para aliviar la desesperación económica de miles de familias chilenas se han realizado, en la mayoría de los casos, bajo la sospecha y contra las acciones hostiles de la policía secreta.

Las políticas económicas de la junta chilena y sus resultados deben ubicarse en el contexto de un amplio proceso contrarrevolucionario que apunta a devolverle a una pequeña minoría el control económico, social y político que fue perdiendo gradualmente durante los últimos treinta años.

Justificación del poder

Hasta el 11 de septiembre de 1973, fecha del golpe, la sociedad chilena se había caracterizado por la creciente participación de la clase trabajadora y sus partidos políticos en la toma de decisiones económicas y sociales. Desde el año 1900, empleando los mecanismos de la democracia representativa, los trabajadores habían ido ganando constantemente nuevo poder económico, social y político. La elección de Salvador Allende como presidente de Chile fue la culminación de este proceso. Pero como no lograron destruir la conciencia del pueblo chileno, el plan económico tuvo que aplicarse.

A pesar de la fuerte presión financiera y política del exterior y los esfuerzos por manipular las actitudes de la clase media mediante la propaganda, el apoyo popular al gobierno de Allende aumentó significativamente entre 1970 y 1973. En marzo de 1973, sólo cinco meses antes del golpe militar, se celebraron elecciones parlamentarias. Los partidos políticos de la Unidad Popular aumentaron su participación en los votos en más de 7 puntos porcentuales sobre su total en las elecciones presidenciales de 1970. Esta fue la primera vez en la historia de Chile que los partidos políticos que apoyaban al gobierno en el poder ganaron votos durante una elección de mitad de período. La tendencia convenció a la burguesía nacional y a sus partidarios extranjeros de que no iban a poder recuperar sus privilegios a través del proceso democrático. Por eso resolvieron destruir el sistema democrático, las instituciones del Estado y, mediante una alianza con los militares, tomaron el poder por la fuerza.

En tal contexto, la concentración de la riqueza no es un accidente, sino una regla; no es el resultado marginal de una situación difícil, sino la base de un proyecto social; no es un pasivo económico sino un éxito político temporal. Su verdadero fracaso no es su aparente incapacidad para redistribuir la riqueza o generar un camino de desarrollo más equitativo, sino su incapacidad para convencer a la mayoría de los chilenos de que sus políticas son razonables y necesarias. Como no han logrado destruir la conciencia del pueblo chileno, debieron aplicar su plan económico y eso sólo podría lograrse mediante el asesinato de miles de personas, el establecimiento de campos de concentración en todo el país, el encarcelamiento de más de 100.000 personas en tres años, el cierre del comercio, de sindicatos, de organizaciones vecinales, la prohibición de toda actividad política y toda forma de libre expresión.

Por estas razones, no tiene sentido que quienes inspiran, apoyan o financian esa política económica intenten presentar su defensa como restringida a “consideraciones técnicas”, mientras pretenden rechazar el sistema de terror que se requiere para que la nueva política económica tenga éxito.

Existe una noción generalizada, reportada por la prensa estadounidense, de que el gobierno de Allende hizo un “desastre” de la economía chilena. Sin embargo, en 1971, en el primer año del gobierno de Allende, la Renta Nacional Bruta aumentó un 8,9 por ciento; la producción industrial un 11 por ciento; la producción agrícola un 6 por ciento. El desempleo, que al final del gobierno de Frei estaba por encima del 8 por ciento, cayó al 3,8 por ciento. La inflación, que el año anterior había sido cercana al 35 por ciento, se redujo a una tasa anual del 22,1 por ciento.

Durante 1972 comenzaron a sentirse las presiones externas aplicadas sobre el gobierno y la reacción de la oposición interna. Se cortaron las líneas de crédito y la financiación provenientes de instituciones crediticias multinacionales, de los bancos privados y del gobierno de los Estados Unidos (con la excepción de la ayuda al ejército). Por otro lado, el Congreso chileno, controlado por la oposición, aprobó medidas que aumentaron el gasto público sin producir los ingresos necesarios (mediante un aumento de impuestos); Esto añadió impulso al proceso inflacionario. Al mismo tiempo, facciones de la derecha tradicional comenzaron a fomentar la violencia destinada a derrocar al gobierno. A pesar de todo esto y del hecho de que el precio del cobre, que representaba casi el 80 por ciento de los ingresos por exportaciones de Chile, cayó a su nivel más bajo en treinta años, la economía chilena continuó mejorando a lo largo de 1972.

A finales de ese año, la creciente participación de los trabajadores y campesinos en el proceso de toma de decisiones que acompañó el progreso económico de los dos años anteriores, comenzó a amenazar seriamente los privilegios de los grupos gobernantes tradicionales y provocó en ellos una resistencia aún más violenta.

En 1973, Chile estaba experimentando todos los efectos de la conspiración más destructiva y sofisticada de la historia de América Latina. Las fuerzas reaccionarias, apoyadas febrilmente por sus amigos en el extranjero, desarrollaron una amplia y sistemática campaña de sabotaje y terror, que se intensificó cuando la oposición no logró en las elecciones parlamentarias de marzo los dos tercios para destituir al presidente.

Fue esta desestabilización deliberada, y no la Unidad Popular, la que creó el caos durante los últimos días del gobierno de Allende.

Orlando Letleier, The Nation, Washington, agosto 1976.

(texto abreviado y traduccido por J.M.)

La incoherencia de los otros

No siempre pero, por lo general, las discusiones políticas no conducen a nada. Cada vez menos, porque la cultura del disenso civilizado se ha perdido casi completamente (probable efecto de sustituir las tertulias de café, cara a cara, por el barbarismo semianonimo y a distancia de las redes sociales) y la política se ha convertido en una pasión de fútbol, en un acto de fe religioso contra cualquier evidencia. En el hemisferio norte se ha deteriorado aún más rápido que en el sur y ya desde hace tiempo campea el tribalismo. Como todo, o casi todo, aquí siempre ocurre primero y se realiza más rápido. Pera peor, algunos andan a la búsqueda de (¿cómo decirlo?) un “tenis dialéctico” y no sé cómo hacen pero logran meterte en su juego.

Más o menos la cosa fue así:

—¿Vio que Daniel Martínez, el candidato socialista a la presidencia de Uruguay, tiene una hija estudiando aquí en Estados Unidos? —me dijo un visitante de Uruguay.

—No sabía. Pero muchos chinos son comunistas y tienen cientos de miles de hijos estudiando aquí. También nuestros estudiantes estadounidenses van a estudiar a Cuba, aunque el gobierno de aquí no les permite mucho tiempo. Por no hablar de los votantes de Trump que pasan sus vacaciones en Cancún o se jubilan y se van a vivir a Ajijic en México.

—Incoherencias. Como ese Rafael Correa, el expresidente de Ecuador. ¿Lo conoce? Se recibió de economista aquí en Estados Unidos… ¿Sabía?

—Sí, una buena parte de los yanquis dicen lo mismo: las universidades están infestadas de progresistas. Hace años, tal vez dos décadas, copié el artículo “¿Por qué el socialismo?” de Einstein, de cuando daba clases en Princeton University, y lo publiqué en un foro con otro nombre. El texto recibió una lluvia de insultos. “Idiota” y “Retardado mental” fue de lo más amable que escribieron los genios. Tal vez el hombre estaba equivocado, pero retardado mental… Las universidades se caracterizan por reclutar tontos de todas partes del mundo. Hice lo mismo con otro texto del Dr. Martin Luther King, sobre su socialismo y contra la guerra de Vietnam. “Traidor” y “antipatriota” fueron de las acusaciones favoritas…

—¿Es usted socialista?

—Nunca supe qué soy, exactamente, y no creo que sea importante. Cuando era niño los militares me arrastraron de un brazo por no obedecer órdenes y un par de profesores en la secundaria me expulsaron de clase por preguntar qué entendían ellos por democracia y derechos humanos. Pero Rebelde sería un título muy grande. Inconformista, tal vez. Sí, suena menos pretencioso y no llega a ser un insulto.

—Yo no me avergüenzo de decir que yo sí siempre supe quién soy y sé quién es quién cuando lo escucho hablar.

—Bueno, prefiero que no me lo diga. Para eso están los vómitos y comentarios a pie de página. Ahora, si le sirve de consuelo, en Estados Unidos hay más zurdos que en la mayoría de los países del Sur.

—A mí lo que me jode es la inconsistencia. Le repito, esa de Martínez…

—¿No es usted capitalista y neoliberal y vive en Uruguay, “gobernado por quince años por socialistas y tupamaros”, como dice usted mismo? A mí no me parece que eso sea una incoherencia. Sería sospechoso si todos pensaran como Mujica o como Tabaré Vázquez. Más que sospechoso, sería una secta de tres millones de individuos.

—No todos somos…

—Aquí tampoco somos todos… Mucho menos una secta de trescientos millones, aunque es lo que quisieran los autoproclamados patriotas, nacidos aquí o recién llegados, que se creen dueños de todo un país. ¿O también van a proponer una limpieza ideológica, país por país y comarca por comarca?

—Pero si se dicen socialistas deberían por lo menos vivir como Mujica, en una cueva. Al viejo tupamaro no lo trago, pero al menos vive en una cueva.

—Es lo que quisieran, que todos los que piensan diferente vivan en una cueva. Pero de verad no creo que el objetivo del socialismo sea la pobreza sino todo lo contrario. El hombre vive como quiere vivir no porque sea socialista sino porque es un poco hippie, medio Thoreau. Igual eso no lo salva de los insultos. En julio estuve en Uruguay y una señora, que hablaba igualito a Mujica, me quería convencer de “todo lo que se había robado Mujica”. Le faltó decir que por eso vive en un palacio.

—Socialistas ricos como Maradona hay muchos.

—No me interesa la vida privada de Maradona ni la ningún otro ejemplo particular, pero si es una incoherencia ser un socialista rico también lo es, y peor, ser un capitalista pobre, y de éstos no hay solo ejemplos y excepciones. Son la norma.

—Dele todas las vueltas que quiere darle al asunto. Pero al pan, pan y al vino, vino. Si uno es socialista no debería estudiar en Estados Unidos.

—Y todos deberían comer solo McDonald’s, mirar “beisbol” e ir a la iglesia los domingos por la mañana a lavar los trapos sucios…

—No caricaturice.

—¿Usted es capitalista y recurre al maldito Estado dos por tres? ¿Dónde está la coherencia, entonces?

—¿Yo? Yo pago mis impuestos. Es el Estado el que vive de mí.

—Pues muy bien, con toda esa plata que le paga de impuestos al Estado, intente pagar la policía que cuida de sus propiedades; las escuelas, la salud y la jubilación de sus hijos o de sus empleados; las ayuda a los más pobres para que no afeen la ciudad ni el frente de su casa ni las puertas de las iglesias; intente rescatar las grandes empresas capitalistas, generalmente insaciables, que cuando se hunden le van a llorar al gobierno de turno para que las salve… Haga cuentas y luego me dice si le alcanza.

—Si los privados invirtiésemos el dinero de los impuestos en fondos de inversión y nos organizáramos, podríamos hacer todo eso.

—Pues, justamente eso se llama Estado.  

 

JM, setiembre 2019

 

 

 

 

 

 

Argentina y la lógica de los mercaderes

Cuando en 1970 los chilenos decidieron elegir un presidente que no agradaba a los dueños del mundo, el presidente Richard Nixon dijo: “vamos a hacer que su economía grite”. Efectivamente lo hicieron, aunque la crisis económica ni fue suficiente crisis ni fue suficiente para desestabilizar el orden democrático, por lo cual el clan Kissinger-Pinochet optó por el tradicional Plan B para América Latina, documentado por sus perpetuadores desde antes de las elecciones de 1970, solución probada y conocida a todo lo largo y ancho del siglo XX: un sangriento golpe de Estado y la posterior instauración de una dictadura. Chile no fue el único caso, ni este modus operandi se remonta a los principios de la Guerra Fría, sino que la precede por lo menos en sesenta años: aprovechar el descontento y las revueltas populares, pacíficas o armadas, para instaurar brutales regímenes represores que protegiesen el statu quo, es decir, los intereses de las elites criollas y el de los “inversores” extranjeros.

Una vez desestabilizados los países rebeldes e instaurada las “dictaduras amigas”, el proceso fue el mismo. Por parte de los mercaderes del “mundo libre”, se volvió a abrir el grifo de los dólares fáciles, creando inundaciones de créditos para el “desarrollo” de esos países endémicamente atrasados por sus “enfermedades mentales” (se dijo y hasta tituló en libros, ya que la teoría de la incapacidad racial había sido destrozada a principios de siglo y quedaba feo seguir usándola sin maquillajes).

Durante los años 60 y 70, por ejemplo, los préstamos a las dictaduras latinoamericanas eran con tasas de intereses mínimas, aún más bajos que la inflación de los países receptores. Incluso el secretario de Hacienda y Crédito Público mexicano se quejaba de ser acosado desde el exterior para recibir más dinero. En ese período, América latina multiplicó por cien su deuda externa mientras se multiplicaron las favelas, se reprimían las organizaciones sociales y sindicales y los salarios se mantenían deprimidos para favorecer la exportación de materias primas, pese a los precios elevados. Nada nuevo. Alguien se benefició de esta bonanza y no es necesario ser un genio para darse cuenta quiénes. Los gobiernos (la gente común) tomaron deuda y pasaron dólares a los privados. Nada nuevo.

Claro que había un detalle: los intereses de las deudas no eran fijos. El problema llegó con la crisis del petróleo de los años 70 y la posterior escalada inflacionaria en Estados Unidos. Como respuesta lógica, la Reserva Federal en Washington debió subir sus tasas de interés hasta 20 por ciento mientras en Londres hacían prácticamente lo mismo.

En los años 80s, en América Latina, las “dictaduras amigas” se enteraron del valor de la amistad no sólo con la Guerra de las Malvinas sino cuando la masiva deuda externa, semilla del progreso y el desarrollo, se vio inflada por los mayores intereses hasta que se volvió impagable. O casi. Los países del sur debieron destinar casi todos sus beneficios en pagar los intereses de estas deudas, lo que hizo imposible cualquier “progreso y desarrollo”. No fue una “década perdida”, como se la conoce hoy, porque, más o menos, se recuperaron las democracias liberales. La verdadera democracia, como voluntad de los pueblos dentro de los marcos del derecho, no se recuperó, en parte gracias a la falta de derechos de las víctimas de las dictaduras y en parte por las deudas externas heredadas.

En los 90, como solución, el FMI volvió a la carga y abrió nuevamente el grifo para “solucionar el problema” imponiendo, obviamente, condiciones. ¿Suba de salarios y ayuda de emergencia a los necesitados como forma de reactivar la economía y la justicia social? No, eso es lo que se llama “irresponsabilidad”. Se recomendó la privatización, como se vino haciendo desde un siglo antes en el gobierno de Porfirio Díaz en México, lo que promovió el “progreso y el desarrollo”, dejó al 85 por ciento de los campesinos sin tierra y desencadenó la Revolución Mexicana. Lo mismo a lo largo del continente.

Como en los casos anteriores, la receta de los mercaderes terminó en la catástrofe económica y social del 2001 que todos conocen, hasta el extremo que incluso el FMI reconoció el fracaso de todos los países que habían aplicado sus exitosas recetas.

En los años 2000 Argentina logró independizarse del FMI, a pesar de la telenovela de los Fondos Buitres. La economía creció como pocas veces antes, aunque en parte se debiese, otra vez, a las condiciones favorables de los commodities. Los gobiernos de Lula y los Kirchner no lograron capitalizar ese gran crecimiento en reformas radicales en la educación, por ejemplo. Pero en ese período Brasil sacó a treinta millones de la pobreza y los convirtió en contribuyentes, lo cual no es un detalle, más considerando que en otros períodos de crecimiento anteriores del PIB no significó un decrecimiento de la pobreza y las desigualdades sino todo lo contrario.

Ahora, para lograr el milagro de repetir una historia de cien años de fracasos, se inventan nuevos slogans y explicaciones, como la “necesidad de sincerar la economía”. El sinceramiento es selectivo. Hay que sincerar de la clase media para abajo.

Si todos los productos e insumos de primera necesidad suben como leche hervida, si el dólar rompe todas las barreras que el gobierno aseguró nunca iban a romper, si a pesar de los recortes brutales que se llaman “graduales” la deuda del país se dispara en sólo dos años, si el crecimiento es endémico, si después de todos los intentos fallidos de sinceramiento se termina recurriendo a un desesperado salvataje del FMI que se gritó como un gol de Messi, si las condiciones del FMI se llaman “condiciones del gobierno argentino”, como si el que pide dinero fuese capaz de imponer al prestamista las condiciones para el préstamo… eso hay que premiarlo.

El grupo financiero Morgan Stanley Capital International acaba de mejorar la calificación argentina de “País de Frontera” a “Mercado Emergente” (vale más ser un buen mercado que un país periférico), categoría que le había quitado en el 2009, cuando el país se encontraba en acenso económico y se había liberado del FMI. Argentina recupera su etiqueta de “mercado emergente” en su peor momento en quince años. Esta calificación, obviamente, facilitará un nuevo flujo de inversiones extrajeras, que es lo que realmente importa a los mercaderes.

La lógica es clara. La misma vieja receta se aplica ahora, con diferente narrativa: los comunistas ya no son la excusa (de ahí que ya no hay dictaduras militares) sino los nuevos amigos, siempre y cuando sean amigos del capital, como en China.

Esta perversión de la lógica y de la moral no procede de los mercados sino de los mercaderes, por los cuales la sola idea del “libre mercado” no es más que una idea. A los mercaderes nunca les importó ni el libre mercado ni el pueblo. Si a la gente común le va bien, mejor. Si no, no importa. El objetivo no es la gente sino los beneficios que deriven de ella. ¿Qué diferencia hay, para esta lógica, entre la materia prima y un trabajador? La prueba está en que para Morgan Stanley no importa que a la gente le vaya peor. Si el país es más obediente y más dependiente, mejor se lo califica.

Sin duda, una buena noticia para los capitales. Pero tal vez es tiempo que los argentinos dejen de sincerarse y empiecen a decirse la verdad.

 

JM, junio 2018

 

 

La paradoja de las clases sociales

Aunque las sociedades están compuestas de una gran diversidad de grupos y de intereses, todavía podemos abstraer su estructura en su clásica pirámide tripartita. De la historia observamos algunas persistencias críticas que podemos formular así para entender el presente y reflexionar sobre el futuro:

Postulado 1: Mientras las clases alta y baja tienden a ser conservadoras, la clase media es más liberal o progresista.

Postulado 2: La clase media le teme más a la clase baja que a la clase alta.

Corolario: La clase media es más propensa a renunciar en cuotas a sus derechos y beneficios durante un largo período que a arriesgar a perder sus privilegios remanentes en una revuelta abrupta.

Ad Hoc: La motivación de un hecho sociopolítico, intencional o no, debe ser atribuible al grupo que se beneficia de él.

 

Postulado 1.

Este principio ha sido aún más claro durante los últimos siglos de la Era Moderna. Con abrumadora frecuencia, los esclavos, los desposeídos de la tierra, los campesinos y obreros deshumanizados por su pobreza, por su etnia o por su lenguaje, tardaron décadas y generaciones (apenas interrumpidas por algunas revueltas) hasta que fueron mal o bien conducidos por individuos de la clase media, generalmente gente culta o educada (Gandhi, Guevara, Lumumba, Martin Luther King), a romper con un determinado orden. En la era contemporánea, en la Era de las Post revoluciones, sus votantes se inclinaron, con más frecuencia, por los políticos conservadores que por los progresistas o reformadores. Por otra parte, el recurrente “cambio” propuesto por la clase dominante siempre significó status quo o vuelta atrás.

Postulado 2.

Entre otros periodos y regiones, este fenómeno se observó durante las dictaduras latinoamericanas a lo largo de más de un siglo. Los pequeños comerciantes, empleados y burócratas toleraron y hasta apoyaron de forma activa o pasiva los regímenes militares hasta el extremo de justificar la violencia estatal como respuesta necesaria a la rebelión o subversión de grupos “radicales”. Quienes no lo hicieron de forma voluntaria fueron suprimidos por el aparato represor. En la Era contemporánea, este factor se expresa en la forma de votar a grupos políticos que le ofrecen a la clase media sacrificio a cambio de estabilidad, beneficios inmediatos para las clases altas a cambio de una promesa de prosperidad general a (muy) largo plazo, generalmente bautizada con los ideoléxicos “responsabilidad” y “seguridad”.

 

Corolario

La traducción política de esta dinámica es similar a la psicología de los seguros. Los conductores más responsables pagan por los menos responsables; los no fumadores por los costos médicos de los fumadores; los países austeros (pobres) pagan por los excesos del consumismo del primer mundo. Si no existieran los segundos, los primeros pagarían mucho menos en cada póliza, porque los costos de las aseguradoras serían menores.

Hay una diferencia. En el caso político, el miedo de quien compra un antivirus es el negocio de quien lo produce, por lo cual, aplicando el ad hoc mencionado arriba, podemos sospechar que policías y ladrones mantienen una relación simbiótica de “antagónico necesario”.

En otras palabras. La brecha económica y social que separa el uno por ciento del restante 99 por ciento siempre tiende a crecer. Un motivo es la dinámica política y económica: cuanto más capital un grupo tiene, más posibilidades tiene de dominar las narrativas sociales a través de los principales medios de prensa. Cuanto más dominio de la narrativa y poder de donación o financiación de campañas políticas, más acceso tiene al congreso, al gobierno y a otros poderes del Estado de su país. Cuanto más poder político en el congreso y en el gobierno, más leyes que protejan sus propios intereses pueden pasar. Hoy en día, el 66 por ciento de los representantes en el Congreso de Estados Unido son millonarios. Es decir, una minoría con dinero representa los intereses de una mayoría sin dinero. La excusa de que esa minoría debe gobernar porque es exitosa reduce no solo el concepto de éxito a la mera acumulación de dinero, sino que no deja posibilidades de igual poder político a aquellos otros que no están interesados en ser millonarios, pero tampoco en ceder derechos democráticos a una plutocracia.

 

Ad hoc analítico

En 2017 el gobierno de Estados Unidos acusó al gobierno cubano por un extraño ruido que estaba causando problemas de salud en los funcionarios de la embajada estadounidense en La Habana. Todavía no conocemos las razones del fenómeno, pero la primera pregunta de análisis debe ser: ¿a quién beneficia el incidente? Asumimos que el gobierno de Cuba está interesado en avanzar con los acuerdos realizados con el gobierno estadounidense anterior, para recuperar un poderoso mercado, bloqueado desde los años 60. El nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha insistido en su intención de revertir también este “logro” de su predecesor. La pregunta crítica nos deja mirando hacia un solo lado.

Lo mismo debe considerarse en cualquier acción de “bandera falsa” y con respecto a grandes procesos. Cuando cada vez menos familias (ahora son 60) poseen lo mismo que la mitad más pobre del mundo, cuando en las sociedades observamos que las diferencias económicas van aumentando desde hace décadas, debemos hacer la pregunta inicial: ¿a quién beneficia el sistema económico mundial? ¿A quién benefician las leyes? ¿A quién benefician las nuevas tecnologías? Una respuesta funcional (según la premisa del Postulado 2 y el Corolario) salta automáticamente: “si el mundo fuse de otra forma nos hundiríamos en la catástrofe”. “De otra forma, el 99 por ciento no disfrutaría de los beneficios del progreso que disfruta hoy”. Etc.

Pero veamos que el progreso no se debe al uno por ciento sino al 99 por ciento. En todo caso, “de otra forma” el uno por ciento no disfrutaría de ser los dueños del mundo.

Por otra parte, la aparente estabilidad (olvidémonos de quienes en este mundo feliz pasan hambre, de los que no tienen trabajo y de quienes sí lo tienen y trabajan como esclavos para sobrevivir) es una estabilidad inestable. Excepto las crisis económicas controlables (esas que sirven para que quienes tienen grandes capitales lo multiplican comprando por nada las propiedades y valores de quienes apenas trabajan para sobrevivir) la lógica que sostiene la Paradoja tarde o temprano se rompe en una crisis mayor que no beneficia ni al uno ni al restante 99 por ciento.

Si en ciencias esto se llama, como lo definió T.S. Kuhn, un “Cambio de paradigma”, en términos de sociedad y civilización se llama suicidio colectivo.

JM

 

14 de noviembre de 2017

https://www.alainet.org/es/articulo/189851

https://www.pagina12.com.ar/89887-la-paradoja-de-las-clases-sociales

 

 

 

La redistribución de la riqueza

He escuchado a alguien decir: “Si usted está a favor de la redistribución de la riqueza, empiece por redistribuir la suya”. Obviamente, esto es parte de una discusión que todos conocen desde hace décadas. Lo he leído varias veces, alguna vez encuadrado orgullosamente con forma de lápida.

La idea de que son los holgazanes (de izquierda) que exigen la redistribución de la riqueza los trabajadores millonarios (de derecha) empieza mal con un oxímoron: trabajadores y millonarios.

Pero veamos que el famoso argumento equivale a decir que solo los que estén a favor de los impuestos deben pagar impuestos.

Por otro lado, la idea de que son solo los socialistas quienes están a favor de la redistribución de la riqueza es una tontería. Ellos están a favor de la redistribución a través de un Estado.

Creo que es necesario aclarar un fundamento, no formulado, de toda filosofía económica: todo sistema económico es un sistema de redistribución de la riqueza. Por ejemplo, cuando los holgazanes reciben lo mismo que los trabajadores, esa es una redistribución injusta. También cuando un inversor mueve un millón de dólares de un negocio a otro, de un país a otro y con eso obtiene una ganancia de cincuenta mil dólares, y lo hace porque el sistema que lo protege está re-distribuyendo la riqueza. Es una transferencia de riqueza que va desde los productores hacia los inversores, desde las mayorías hacia las micro-minorías, desde el 99 % hacia el 1% –y, en casos, hacia el 0,1%. Etcétera.

JM, 2 de agosto de 2018.

https://www.pagina12.com.ar/228715-elecciones-protestas-y-la-ecuacion-narrativa-en-el-cono-sur