Las fronteras mentales del tribalismo

«Race mixing is communism» (1958). Cohabitation multiethnique c’est propagande déculturée et sans projet (2004).

2000 ans d’Historie qui nous ont civilisés

Hace un tiempo, en un ensayo anterior, critiqué la valoración ética del patriotismo. Un lector francés que leyó una traducción de este artículo hecha por el escritor Pierre Trottier —La maladie morale du patriotismo[1]— Escribió un largo alegato a favor de las fronteras nacionales. Su fundamentación giró en torno a la siguiente idea: Los países tienen distintas culturas, cada uno concibe diferente la «libertad» y, por lo tanto, no es posible considerar el mundo como una «tabla rasa», ignorando las diferencias culturales. De las diferencias culturales se concluye en la necesidad de las fronteras y, más aun, de los valores «patrióticos».

[…] c’est à que servent les frontières: à defender des espaces de liberté dont la valeur diffère d’un côté et de l’autre. L’abolition des frontières viendra quand l’humanité se sera dissoute dans le même moule culturel universel, unique, et total (Oulala/Le Monde, 29 de agosto de 2004).

Sin negarle el derecho voltaireano, entiendo que este lector no comprendió que mi crítica al «patriotismo» —tal como es entendido hoy y creo ha sido bandera nacionalista en toda la Era Moderna— no ignoraba las diferencias culturales sino, precisamente, las tenía en cuenta. Cosa que no hace el autor de estas palabras en su respuesta, cuando dice que no todas las libertades valen igual, lo cual es bien sabido en los países con conflictos étnicos y culturales, menos por «nous, pauvres français idéalistes décérébrés par la propagande de la cohabitation multiethnique et culturallment diverse, festive et altermondiste, métisse et deculturée, déracinée et sans projet».

En otro lugar hemos analizado cómo la retórica ideológica procura identificar unos símbolos con otros, unas ideas con otras sin una relación causal o necesaria entre ellas, de forma que se logra una valoración negativa del adversario identificándolo con un concepto negativo. Es el ejemplo de las pancartas que en los años cincuenta, en el sur de Estados Unidos, podían leerse en contra de la integración racial: «Race mixing is communism» (es decir, literalmente, «integración racial es comunismo»).

Aquí estamos ante al mismo método, el cual se podría resumir de esta forma, aunque esta vez en francés: «cohabitation multiethnique» es (1) «propagande», (2) «déculturé», (3) «et sans project».

Por si la asociación arbitraria con el objetivo de identificar al adversario —o, en el mejor caso, a la idea adversaria—, no hubiese sido suficiente, el método ideológico cierra su retórica con una frase que, sin nombrarlo, alude a una expresión acuñada por el nazi Hermann Wilhelm Goering hace sesenta años: «Peut-être avez-vouz envie de sortir votre revolver quand vous entendez le mot ‘Culture’?»  (En español, la intolerante frase traducida del alemán sería: «cuando oigo la palabra ‘cultura’ saco el revólver»)

No obstante, luego de haber atacado el mismo concepto de diversidad cultural, al final mi lector francés pretende identificarse a sí mismo con los defensores de la ‘Culture’, en general, cuando en su caso omitió, deliberadamente, escribir el adjetivo «française» al lado del sustantivo en singular. (El criminal Goering sólo podía concebir «Cultura», con mayúscula y en singular; mientras que nosotros preferimos el plural «culturas»; la diferencia no es simplemente gramatical, sino de vida o muerte, tal como lo demuestra la historia.) De acuerdo con el conjunto de su artículo, lo único que ha demostrado defender, antes que nada, es su propia cultura, en el entendido que los demás harán lo mismo porque el mundo es «un combat que je suis prêt à embrasser face à la menace du totalitarisme intellectuel, celui qui joue au révisionnisme des 2000 ans d’Historie qui nous ont civilisés».

Mi tribu es el centro del mundo

No me voy a detener recordando estos arbitrarios y simplificados «dos mil años de historia» europea, cruzados por una multitud de culturas «impuras» —de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur—, de intolerancia religiosa, de totalitarismo francés —dentro y fuera de fronteras— y de libertad y derechos humanos, también franceses.

Ahora demos un paso más allá. Observemos que la «otredad» no tendría mucho sentido si el «otro» fuera un reflejo especular de nosotros mismos. El desafío y la virtud de nuestro mundo consiste, entonces, no en enfrentarnos con otras culturas y otras sensibilidades éticas sino en aprender a dialogar con las mismas. Ninguna de ellas podría fundamentar un derecho superior o natural sobre la otra, tal como lo sostienen explícitamente algunos intelectuales del centro, como Oriana Fallaci. Sólo la fuerza es capaz de establecer esta diferencia jerárquica, pero recordemos que en un mundo que se ha cerrado en su geografía, la fuerza puede lograr victorias económicas y militares, pero no la justicia necesaria para la paz y el progreso sostenido de la humanidad. Para no hablar sólo de justicia como fin en sí misma.

Por supuesto que en esta diversidad cultural —a la cual no estamos tan acostumbrados como presumimos; aún nos pesa la sensibilidad moderna de «mi tribu como centro del mundo»— es posible siempre y cuando unos y otros sen capaces de compartir ciertos presupuestos morales. Para entenderme con un chino, con un norteamericano o con un mozambiqueño no necesito exigirle que se vista como yo, que acepte mi preferencia de Sartre sobre Hegel, o de Buda sobre John Lennon o que modifique su política impositiva. Incluso no debería ser necesario, para reconocer al «otro», que el otro comparta mis tendencias sexuales, mi heterosexualidad, por ejemplo. Sí es rigurosamente necesario que ambos, el otro y yo, compartamos algunos axiomas morales como alguno de aquellos que se encuentran resumidos en la Segunda tabla del Decálogo de Moisés: «no matarás; no robarás; no calumniarás…»

Pero observemos que estos preceptos —que también son prejuicios que podemos llamar positivos o fundamentales, ya que no necesitan ser confirmados por un análisis o pensamiento— no son propios únicamente de la tradición judeo-cristiano-musulmana. Muchas otras religiones, en muchas otras civilizaciones que se desconocían mucho antes de Moisés, ya observaban estos mismos mandamientos. Si bien el psicoanálisis nos advierte que «se prohíbe aquello que se desea»[2] también es cierto que podemos reconocer una «cultura común» que ha ido consolidado normas interiorizadas que se reflejan en una determinada conducta individual y social que nos pone a salvo de la incomunicación y la destrucción. Además, que la tendencia a la conservación de la vida es mayor que la tendencia humana a la destrucción y al genocidio se demuestra con la misma existencia de la raza humana. Sería inimaginable concebir una ciudad de diez millones de habitantes, por «monstruosa que parezca» controlada por el miedo y una fuerza represiva infinita. Es decir, sería inimaginable concebir apenas una avenida en Nueva Delhi, en Estambul, en París o en Nueva York sin una «conciencia ética» fuerte y compleja que facilitara la vida y la convivencia, mejor que cualquier sistema de tránsito facilita el flujo vertiginoso de los vehículos por una red compleja de autopistas.

Las culturas no necesitan fronteras

Ahora, si estos argumentos no fueran suficientes para contestar a las observaciones de mi lector francés, procuraría expresarme con un ejemplo tomado, precisamente, de una gran ciudad cualquiera. Pongamos una que suele ser paradigmática por su cosmopolitismo: mi admirada Nueva York. Para este análisis, dejemos de lado por el momento consideraciones geopolíticas —de las cuales ya nos hemos ocupado varias veces y nos seguiremos ocupando en otros ensayos—. Observemos sin prejuicios ideológicos esta región del mundo, como un laboratorio, como un experimento posible de ser extendido a una posible sociedad global sin fronteras nacionales. No hablo aquí de exportar una ideología —¡sálveme Dios!— sino de advertir una situación humana posible, que no se diferencia mucho de otros ejemplos como la Bagdad de las Mil y una noches o la Alejandría egipcia que albergó la biblioteca más grande del mundo antiguo, además de africanos, romanos, griegos, semitas, judíos y comerciantes de todo el mundo —hasta que las masacres de algunos césares, que nunca faltan, terminaron con la población y con su ejemplo.

En Nueva York podremos reconocer una gran variedad de culturas conviviendo en un área relativamente pequeña, donde se hablan más de una docena de idiomas, donde hay más restaurantes italianos que en Venecia o más restaurantes chinos que en Xi’an, sin contar sinagogas, mezquitas, e iglesias de todo tipo. En un artículo anterior anoté que muchas veces esta convivencia no resulta en un conocimiento del «otro», pero creo que sigue siendo un valioso progreso el hecho de que sean capaces de convivir sin agredirse por sus diferencias.

Ahora ¿qué rescato de esta metáfora llamada Nueva York? Muchas cosas. Pero para estas reflexiones, entiendo que resulta un ejemplo en que una gran diversidad cultural —política, económica, ética, religiosa, filosófica o artística— es totalmente posible en un área tan pequeña como Manhattan. Y, no obstante, ni el barrio chino, ni el italiano ni el irlandés necesitan de ningún sentimiento patriótico para sobrevivir como comunidad barrial ni para salvaguardar la existencia pacífica de la ciudad entera. Lo único que necesitan es compartir unos pocos principios morales, muy básicos, como aquellos que anotamos más arriba. Principios que, por supuesto, no compartían quienes estrellaron los aviones en el World Trade Center en el 2001[3] ni aquellos higiénicos jefes y soldados que violaron prisioneros en Irak o suprimieron aldeas en Viet Nam «porque molestaban demasiado». Pero observemos que una confusión también criminal se produce cuando el mundo musulmán es identificado con este tipo de mentalidad intolerante, «terrorista». De esa forma, identificamos al enemigo en el otro, en la otra cultura y, por lo tanto, justificamos nuestro pulcro, higiénico y estúpidamente orgulloso patriotismo, echando de esa forma más basura sobre la humanidad.

Por supuesto que el mundo no es Nueva York, y muchos lo festejarán. No obstante, con este ejemplo no me refiero a ciertos «valores nacionalistas» que deberían ser extendidos por el mundo sino todo lo contrario: la superación de estos valores arbitrariamente sectarios, tribales que amenazan a la «otredad» y, con ello, a la raza humana.

El ensayo en cuestión —La enfermedad moral del patriotismo— ha sido reproducido en muchos medios y ha sido recibido de muchas formas. Con elogios y con insultos, con comprensión y con «rabia y orgullo». Mientras tanto, procuro repetir sobre el teclado lo que fue capaz de hacer el francés Philippe Petit, aquel francés que, con cierto aire delicado, caminando sobre el vacío, de una torre a la otra nos dejó una lección para la posteridad: el equilibrio y el miedo, la serenidad y el vértigo desesperado, todo, está en la mente humana. De ella depende dejarnos caer en el imponente vacío o sonreírle a los pájaros.

Jorge Majfud

The University of Georgia, agosto de 2004

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[1] Centre des medias alternatifs du Québec, julio 2004

[2] Sigmund Freud, Tótem y Tabú, La interpretación de los sueños; C. G. Jung, Man and His Symbols, etc.

[3] Precisamente allí donde en los ’70 el francés Philippe Petit realizó, a mi entender, una de las más perfectas metáforas del espíritu humano: cruzar de una torre a la otra, caminando por una cuerda, recostándose sobre la misma, sobre el absorbente vacío, para mirar el cielo y los pájaros con una sonrisa en los labios.

https://www.voltairenet.org/article122037.html

https://www.ensayistas.org/curso3030/textos/ensayo/patriotismo-r.htm

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Les frontières mentales du tribalisme

Jorge Majfud

Université de Géorgie

Traduction de l’espagnol par: Pierre Trottier

« Race mixing is communism » (1958). Cohabitation multiethnique

c’est propagande déculturée et sans projet (2004).

2000 ans d’Histoire qui nous ont civilisés.

 

Il y a quelque temps, dans un essai antérieur, je critiquai l’évaluation éthique du patriotisme. Un lecteur français qui lut une traduction de cet article faite par l’écrivain Pierre Trottier – La maladie morale du patriotisme[1] – écrivit un long plaidoyer en faveur des frontières nationales. Ses fondements tournaient autour de l’idée suivante : les pays possèdent différentes cultures, chacune d’entre-elles conçoit la « liberté » et, pour le moment, il n’est pas possible de considérer le monde comme une « table rase », ignorant les différences culturelles. Des différences culturelles, on conclue dans la nécessité des frontières et, plus encore, des valeurs « patriotiques ».

[ …] c’est à ce que servent les frontières : à défendre des espaces

de liberté dont la valeur diffère d’un côté et de l’autre. L’abolition

des frontières viendra quand l’humanité se sera dissoute dans le

même moule culturel universel, unique, et total ( Oulala/ Le

Monde, 29 août 2004 ).

Sans nier le droit voltairien, je comprends que ce lecteur n’a pas compris que ma critique du « patriotisme » – tel qu’on l’entend aujourd’hui, et dont je crois qu’il a été la bannière nationaliste dans toute l’Ère Moderne – n’ignorait pas les différences culturelles mais, précisément, les prenait en compte. Chose que ne fait pas l’auteur de ces paroles dans sa réponse, lorsqu’il dit que ce ne sont pas toutes les libertés qui sont égales, ce qui est bien connu dans les pays vivant des conflits ethniques et culturels, moins pour « nous, pauvres français idéalistes décérébrés par la propagande de la cohabitation multiethnique et culturellement diverse, festive et altermondiste, métissée et déculturée, déracinée et sans projet ».

En une autre occasion, nous avons analysé comment la rhétorique parvient à identifier des symboles avec d’autres, des idées avec d’autres, sans une relation causale ou nécessaire entre elles, de façon qu’on obtient une évaluation négative de l’adversaire, l’identifiant par un concept négatif. C’est l’exemple des pancartes sur lesquelles, dans les années cinquante dans le sud des États-Unis, on pouvait lire le refus de l’intégration racial : « Race mixing is communism » ( c’est-à-dire, littéralement « l’intégration raciale est du communisme » ). Dans le contexte où se produisaient ces manifestations, « communisme » avait une connotation avec le mal et, à ce moment, on établissait un lien entre les significations consolidées d’une idée – le communisme – et les significations instables d’une autre idée en discussion – l’intégration raciale -. Cependant, dans un autre contexte ou pour d’autres personnes, ce qui devait représenter une offense « l’intégration raciale et le communisme » avait une évaluation opposée : pour un marxiste, le communisme était inconcevable sans une intégration raciale, pour lequel l’accusation pouvait – devait – se comprendre comme la révélation d’une vertu de son idéologie. La même simplification porta, du temps de la Guerre Froide, à ce que quelconque soldat puisse justifier une mort ou un massacre d’un dissident avec la fabrication d’un texte marxiste, quoique aucun d’eux n’eut lu un seul paragraphe de Marx ou connu l’un de ses proches. C’est donc dire que la pire politique se prévalait de ses méthodes simplificatrices afin de commettre et justifier les pires crimes contre l’humanité.

Ici nous sommes devant la même méthode, laquelle se pourrait résumer de cette façon, quoique cette fois en français : « cohabitation multiethnique »  est (1) propagande, (2) déculturée, (3) et sans projet.

Par cela, l’association arbitraire avec l’objectif d’identifier l’adversaire – ou, dans le meilleur des cas, l’idée adversaire -, n’eut pas été suffisante, la méthode idéologique boucle sa rhétorique par une phrase qui, sans la nommer, fait allusion à une expression rendue célèbre par le nazi Hermann Wilhelm Goering il y a soixante ans : « Peut-être avez-vous envie de sortir votre révolver quand vous entendez le mot ‘’ Culture ‘’ ? » ( En espagnol, la phrase intolérante traduite de l’allemand serait : « cuando oigo la palabra ‘’ Cultura ‘’ saco el revolver » ).

Cependant, à la suite d’avoir attaqué le même concept de diversité culturelle, en finissant mon lecteur français prétend s’identifier lui-même avec les défenseurs de la ‘’ Culture ‘’, en général, lorsque dans son cas il omit délibérément d’écrire l’adjectif « française » à côté du substantif au singulier ( le criminel Goering pouvait concevoir seulement la « Culture » avec une majuscule et au singulier; pendant que nous, nous préférons le pluriel « cultures »; la différence n’est pas simplement grammaticale, mais de vie ou de mort, telle que le démontre l’histoire). En accord avec l’ensemble de son article, ce qu’il nous semble défendre uniquement, avant tout, est sa propre culture, sous-entendant que les autres feront la même chose parce que le monde est « un combat que je suis prêt à embrasser face à la menace du totalitarisme intellectuel, celui qui joue au révisionnisme des 2000 ans d’Histoire qui nous ont civilisés ».

Ma tribu est le centre du monde

Je ne vais pas m’arrêter à rappeler ces arbitraires et simplifiés « deux mille ans d’histoire » européenne, traversées par une multitude de cultures « impures » -d’Orient et d’Occident, du Nord et du Sud, – d’intolérance religieuse, de totalitarisme français – à l’intérieur comme hors des frontières – et de liberté et de droits humains, aussi français.

Mais, faisons un pas de plus. Nous observons que « l’autreté » n’aurait pas beaucoup de sens si « l’autre » n’était un reflet spéculaire de nous-mêmes. Le défi et la vertu de notre monde consiste alors, non à nous affronter à d’autres cultures et d’autres sensibilités éthiques, mais d’apprendre à dialoguer avec ces mêmes. Aucune d’entre-elles pourrait fonder un droit supérieur ou naturel sur l’autre, tel que le soutiennent quelques intellectuels du centre, comme Oriana Fallaci. Seule la force est capable d’établir cette différence hiérarchique, mais rappelons que dans un monde qui s’est formé par sa géographie, la force peut obtenir des victoires économiques et militaires, mais non pas la justice nécessaire afin d’obtenir la paix et le progrès soutenu pour l’humanité. Pour ne pas parler seulement de justice comme fin en soi.

Bien sûr que cette diversité culturelle – à laquelle nous ne sommes pas aussi accoutumés que nous le présumons, encore que la sensibilité moderne de « ma tribu comme centre du monde » nous pèse – est toujours possible lorsque les uns et les autres sont capables de partager certains présupposés moraux. Pour m’entendre avec un chinois, avec un nord-américain ou avec un mozambiquien, je n’ai pas besoin de lui exiger que sa vision soit comme la mienne, qu’il accepte ma préférence de Sartre sur Hegel, ou de Bouddha sur John Lennon, ou qu’il modifie sa politique d’imposition fiscale. Même, il ne devrait pas être nécessaire, afin de reconnaître « l’autre », que l’autre partage mes tendances sexuelles, mon hétérosexualité, par exemple. Il est nécessaire que tous deux, l’autre et moi, partagions quelques axiomes moraux comme certains de ceux que l’on trouve résumés dans la Seconde table du Décalogue de Moïse : « tu ne tueras point; tu ne voleras point; tu ne calomnieras point…».

Mais, remarquons que ces préceptes – qui aussi sont préjugés que nous pouvons les appeler positifs ou fondamentaux, qui n’ont même pas besoin d’être confirmés par une analyse ou une réflexion – ne sont pas uniquement le propre de la tradition judéo-christiano-musulmane. Beaucoup d’autres religions, dans beaucoup d’autres civilisations qui ne se connaissaient pas, bien avant Moïse, déjà observaient ces commandements. Si bien que le psychanaliste nous avertit « qu’on interdit celui qui se désire »[2] de telle sorte qu’il est certain que nous pouvons reconnaître une « culture commune » qui a été consolidée par des normes intériorisées qui se reflètent dans une conduite individuelle et sociale déterminée, et qui nous préserve de l’incommunication et de la destruction. De plus, que la tendance à la conservation de la vie est plus grande que la destruction et le génocide, se démontre par l’existence même de la race humaine. Il serait inimaginable de concevoir une ville de dix millions d’habitants, aussi monstrueuse qu’elle paraisse, contrôlée par la peur et une force répressive infinie. C’est dire, il serait inimaginable de concevoir une personne à New Delhi, à Istanbul, à Paris ou à New York sans une « conscience éthique » forte et complexe, qui faciliterait la vie et la cohabitation, plus grande que quelconque système de circulation facilitant le flux vertigineux des véhicules sur un réseau complexe d’autoroutes.

Les cultures ne nécessitent pas de frontières

Maintenant, si ces arguments n’ont pas été suffisants pour répondre aux observations de mon lecteur français, j’essayerai de m’exprimer par un exemple pris, précisément, dans une grande ville quelconque. Prenons-en une qui a l’habitude d’être paradigmatique par son cosmopolitisme : mon admirée New York. Pour cette analyse, laissons de côté, pour le moment, les considérations géopolitiques – desquelles déjà nous nous sommes occupées souvent et dont nous continuerons à nous occuper dans d’autres essais -. Observons sans préjugés idéologiques cette région du monde comme un laboratoire, comme une expérience susceptible d’être étendue à une éventuelle société globale, sans frontières nationales. Je ne parle pas ici d’exporter une idéologie – Dieu m’en préserve! – mais de faire remarquer une situation humaine possible, qui ne se différencie pas beaucoup de d’autres exemples, telle la Bagdad des Mille et une nuits ou de l’Alexandrie égyptienne qui abrita la bibliothèque la plus grande du monde antique, en plus des africains, des romains, des grecs, des sémites, des juifs et des commerçants de tout le monde – jusqu’à ce que les massacres des quelques césars, qui jamais ne manquent, en terminent avec la population et avec leur exemple.

Dans New York, nous pourrons reconnaître une grande variété de cultures vivant en commun dans une aire relativement petite, où l’on parle plus d’une douzaine de langues, où il y a plus de restaurants italiens qu’à Venise ou plus de restaurants chinois qu’à Xi’an, sans compter les synagogues, les mosquées et les églises de tout type. Dans un article antérieur, je notai que souvent cette cohabitation ne résultait pas en une connaissance de « l’autre », mais je crois que cela continue d’être un progrès précieux du fait qu’ils soient capables de convivre sans s’agresser pour leurs différences.

Maintenant, que tirer de cette métaphore de New York? Plusieurs choses. Mais, pour ces réflexions, j’entends que cet exemple de grande diversité culturelle -politique, économique, éthique philosophique ou artistique – est totalement possible dans un espace aussi petit que Manhattan. Et cependant, ni le quartier chinois, ni l’italien, ni l’irlandais n’ont besoin d’aucun sentiment patriotique afin de survivre comme communauté de quartier, ni afin de sauvegarder l’existence pacifique de la cité entière. Ce qu’ils ont besoin est de partager quelques rares principes moraux, très basaux, comme ceux que nous avons évoqués plus haut. Principes, bien sûr, que ne partageaient pas ceux qui lancèrent leurs avions sur les Tours Jumelles en 2001[3], ni ces hygiéniques chefs et soldats qui violèrent les prisonniers en Irak ou supprimèrent des villages au Vietnam « parce qu’ils dérangeaient trop ». Mais nous observons qu’une grande confusion aussi criminelle se produit lorsque le monde musulman est identifié à ce type de mentalité intolérante, « terroriste ». De cette façon, nous identifions l’ennemi dans l’autre, dans l’autre culture et, à ce moment, nous justifions notre propre, hygiénique et stupide orgueil patriotique, déversant de cette façon plus d’ordures sur l’humanité.

Bien sûr que le monde n’est pas New York, et beaucoup s’en réjouissent. Cependant, par cet exemple, je ne me réfère pas à certaines « valeurs nationalistes » qui devraient être étendues de par le monde mais, au contraire : au dépassement de ces valeurs arbitrairement sectaires, tribales, qui menacent « l’autreté » et, avec cela, la race humaine.

L’essai en question – La maladie morale du patriotisme – a été reproduit dans plusieurs médias et a été reçu de plusieurs façons. Avec des éloges et des insultes, avec compréhension et avec « rage et orgueil ». Entre-temps, je vais tâcher de reproduire sur le clavier ce que fut capable de faire le français Philippe Petit, ce français qui, avec un certain air délicat, cheminant sur le vide, d’une tour à l’autre, nous laissa une leçon pour le postérité : l’équilibre et la peur, la sérénité et le vertige désespéré, tout, est dans l’esprit humain. De cela dépend de nous laisser tomber dans l’imposant vide ou de sourire aux oiseaux.

© Jorge Majfud

Université de Géorgie

30-08-2004

Traduit de l’espagnol par :

Pierre Trottier, octobre 2004

Trois-Rivières, Québec, Canada

[1] Centre des Médias Alternatifs du Québec, juillet 2004

[2] Sigmund Freud, Totem et Tabou, L’interprétation des rêves; C.G. Jung, L’Homme et ses symboles, etc.

[3] Précisément là où, dans les années 70, le français Philippe Petit réalisa, selon moi, une des plus parfaite métaphore de l’esprit humain : traverser d’une tour à l’autre, cheminant par une corde, se renversant sur le dos, sur l’absorbant vide, regarder le ciel et les oiseaux avec un sourire sur les lèvres.

La muralla comienza a derrumbarse

Los miembros del consejo de Iowa City aprobaron una resolución para boicotear a empresas, como Boeing y Caterpillar, por ser cómplices del genocidio en Gaza, donde imágenes de niños muriendo de hambre se están transmitiendo en los noticieros nacionales. La resolución se aprobó por unanimidad, tras un gran apoyo público.


Tarde, pero está llegando. Quienes eligieron el lado seguro del presente, cayeron en el lado equivocado de la historia.
En 2024 las protestas universitarias y los reclamos estudiantiles por “desinversión” de las universidades en compañías israelíes fue demonizada como “comunistas”, “inmaduros”, “abusadores de la democracia”, “comprados”, “pro-Hamas”, “antisemitas” y hasta “terroristas”.

Miles fueron castigados con detenciones, cárcel, expulsión, secuestro, deportaciones, y criminalización por su derecho de conciencia y valentía moral. Todo esto puede sonar extraño en “la democracia líder del Mundo Libre” según todos los clichés, pero es estrictamente factual y es necesario ponerlo por escrito para que no haya confusiones.

Esos que estuvieron en la peligrosa vanguardia de los Derechos Humanos y sufrieron todo el castigo de la arrogancia del poder, no serán compensados por el daño que han recibido. Serán minimizados u olvidados, mientras los acomodaticios de siempre volverán a acomodarse con rechazos tardíos y a la corriente de una ola que se llevará muchas cosas más allá de Gaza.

Jorge Majfud, agosto 2025

https://www.pagina12.com.ar/596611-jorge-majfud-sobre-el-ataque-de-hamas-a-israel-los-conflicto

https://x.com/majfud/status/1956301029294719307

Carta abierta: ¿A qué le tienen miedo?

Quienes hoy callan por miedo o por conveniencia, mañana repetirán que siempre estuvieron contra el genocidio. Justo cuando decirlo no sirva para nada, excepto, otra vez, para sus intereses personales.

Señor presidente de Uruguay, Yamandú Orsi Martínez,

Señora vicepresidenta Ana Carolina Cosse,

Señor canciller Mario Israel Lubetkin,

Señora ministra de Defensa Sandra Lazo,

Señoras y señores de La Embajada de Dios:

Quiero pensar que los Derechos Humanos, cuando no son una excusa para invadir algún país o para ejercer el poder hegemónico de algún imperio, no tienen ideología partidaria. No obstante, y en base a la dramática historia en Uruguay y en América Latina, creo que es oportuno dirigirme a algunos de ustedes como hombres y mujeres de izquierda que, en su mayoría, solía significar un compromiso, no sólo con las ideas sino con los valores humanistas, aquellos valores que la derecha neoliberal de ayer negaba con disimulo y que hoy su hijo no reconocido, el fascismo, desprecia con orgullo: los valores de igualdad, de justicia social, de solidaridad, de tolerancia a las ideas diferentes y de intolerancia a la moral racista, sexista, clasista e imperialista de los esclavistas de turno.

En Uruguay, en particular los hombres y mujeres de izquierda que resistieron la dictadura hicieron de los Derechos Humanos una bandera innegociable, al punto de ser acusados y despreciados por esto mismo.

Ahora, ¿cuál es la diferencia entre apoyar la dictadura militar en Uruguay y apoyar el genocidio en Palestina? Ambas fueron y son brutalidades imperialistas, pero la segunda es mil veces mayor en muertos, masacrados, amputados, traumatizados, torturados, hambreaos y desaparecidos. La segunda, aparte de ideológica, es profundamente racista y varias veces más antigua.

Canciller Lubetkin: para desestimar una resolución del Frente Amplio, referida al genocidio en Gaza, usted ha resumido el pensamiento y los valores de este nuevo gobierno de izquierda travestida, que cada día abandona más sus ideales en nombre de un pragmatismo que, como siempre, sirve a los ideales de los poderosos: “Una cosa es la fuerza política, otra cosa es el gobierno; nosotros estamos gestionando el gobierno”.

¿No le dio un poquito de vergüenza tanta arrogancia para alguien que ni es del FA ni fue electo por el pueblo? A mí me recordó a Nixon cuando decidió remover a Allende porque los chilenos habían votado “de forma irresponsable”. La misma arrogancia y desprecio que explica el resto de la tragedia de los palestinos y de muchos otros pueblos sin poderosas agencias secretas.

Interrogada sobre la decisión de Uruguay (de su gobierno) de comprar armamento de Israel, la ministra Sandra Lazo respondió, con obviedad: “Le vamos a comprar (armamento) a los que generen mejores precios y calidad. Uruguay no tienen enemigos”. Palabras y filosofía de la neutralidad ante la barbarie, escondidas detrás del pragmatismo pro-business que era la regla en los años 30 para justificar los negocios con Hitler y, más recientemente, con los regímenes fascistas de Pinochet, de Videla y de decenas de otros dictadores mercenarios del viejo genocida imperialismo global. Lo cual, en el caso de una integrante del ex grupo guerrillero y marxista del MPP como usted, no deja de ser una paradoja múltiple.

Hasta ayer nos quedaba una esperanza, pero la vicepresidente Cosse, reconocida por una claridad intelectual que no abunda en los gobiernos de turno, la terminó por rematar, cuando se negó a condenar el genocidio en Gaza, tomando silencios, titubeos y adjetivos del presidente Orsi, reciclando “tremendo” en “tragedia” para no decir nada, para no hacer nada, para no señalar a nada ni a nadie: “creo en la autodeterminación de los pueblos… el pueblo israelí deberá encontrar su camino, como todos los pueblos del mundo, y yo eso lo voy a respetar a rajatabla”.

¿Y el derecho a la autodeterminación del colonizado, de la víctima de apartheid, de las decenas de miles de niños masacrados, de las ejecuciones por diversión, de la hambruna diseñada sin disimulo y cada vez con menos excusas?

¿De verdad esta izquierda se siente mejor del lado del supremacismo y de los bombardeos imperialistas?

¿Por qué siempre les tiembla la conciencia cuando se les pregunta algo sobre Israel y respiran aliviados cuando los periodistas vuelven a sus áreas de seguridad, como la pobreza infantil y la corrupción ajena?

¿Qué diferencia a esta “izquierda” latinoamericana de los amables progresistas pro-genocidio y pro-imperialistas de los Barack Obama y de las Kamala Harris?

Cuando trabajaba en Mozambique en compañía de algunos europeos, o de viaje por Alemania, siempre me llamaba la atención que nunca nadie había tenido un padre o un abuelo nazi. En el caso de la dictadura uruguaya, fuimos duros en nuestras críticas contra los colaboracionistas e implacables con quienes participaron en torturas y desapariciones. No así con aquellos que debieron guardar silencio porque sus vidas y la de sus hijos dependía de ello.

No es el caso hoy. Quienes hoy callan por miedo o por conveniencia, mañana repetirán que siempre estuvieron contra el genocidio. Justo cuando decirlo no sirva para nada, excepto, otra vez, para sus intereses personales.

La debilidad moral en este caso es infinitamente peor. Al menos que los políticos, los empresarios y los empleados negacionistas entiendan que sus puestos o sus beneficios dependen de su silencio cómplice. Al menos que sea simple cobardía autoinfligida. Alguna razón habrá que no sean sólo excusas clásicas de genocidas nazis como “ellos son ratas y debemos exterminarlos” y “tenemos derecho a defendernos”. O de pro genocidas más recientes, repitiendo con desfachatez moral en la televisión abierta de Uruguay que “en Gaza no hay inocentes”, o que “Dios nos dio derechos especiales hace tres mil años” y toda esa dialéctica criminal que los pobres de espíritu que no pertenecen al club veneran en los templos, temerosos de un infierno que no existe, según el mismo creador del Universo.

Los uruguayos, los charrúas europeos como Tabaré (el Guillermo Tell de la Suiza de América), que con alguna razón nos enorgullecemos de la civilidad democrática de sus habitantes, también le hemos dado a América latina, y desde la izquierda, mandaderos como el Secretario de la OEA, Luis Almagro. Ahora confirmamos esa nueva tradición de lo que Malcolm X llamaba “el negro de la casa”, es decir, el esclavo, celoso guardián de sus amos.

Señores electos y no electos (pero elegidos) del gobierno:

Aunque este gobierno logre ser el más exitoso de la Historia, ni todo el cloro del mundo podrá quitarle la vergonzosa mancha de su posición cómplice ante el genocidio en Palestina.

Les quedará estampado

en la indeleble memoria

de todos los anales

de la historia.

Claro, todos podemos equivocarnos mil veces con ideas complejas, pero no es necesario ser un genio para tener principios morales claros. La neutralidad es el principal rasgo de los cobardes. Una cobardía doble cuando se la quiere justificar con tartamudeos dialécticos.

Llámense un minuto a silencio y reflexionen sobre qué dirían los mejores uruguayos que dio la historia, desde José Artigas hasta Eduardo Galeano, por mencionar solo dos. La lista de los peores, hoy en los basurales de la historia, es más larga, pero no recomiendo tomarla como referencia y mucho menos continuar ampliándola.

Cómo nos juzgará la historia es demasiado obvio, pero irrelevante en este momento. Quienes todavía creen que Dios creó el Universo y la Humanidad y luego se dedicó a instigar a un pueblo a exterminar a otros discreparán, pero con fanáticos no hay razonamiento posible.

Lo que importa ahora es actuar en base a los principios morales más básicos, despreciando el miedo a las listas negras y a los menos negocios. Si algo es solo conveniente a nuestros intereses personales y sectarios, seguramente no es moral.

¿Podemos, los humanos de aquí abajo, esperar una reacción de su parte, aunque sea too little, too late?

Jorge majfud, julio 2025

Imagínese

Imagínese que usted es un creyente devoto y llega al Paraíso, ese invaluable penthouse con un jardín donde los niños juegan con leones y los leones comen pasto, como en las ilustraciones de esas revistas que usted recibe todas las semanas.

Imagínese que a sus seres más queridos (su esposa, su amante, su madre, su padre o sus hermanos) les toca el Infierno solo por no haber rezado lo suficiente, por haber dudado demasiado o por haber decidido hacer el bien sin esperar ninguna recompensa más allá de la muerte.

Imagínese que a usted no le importa nada de eso, porque se ha ganado el Paraíso en buena ley, y allí usted está obligado a disfrutar de una felicidad eterna, de una paz infinita.

Imagínese que luego de tanto esfuerzo y de tanta indiferencia usted se encuentra compartiendo el Paraíso con muchos de aquellos que le indicaron a usted el camino de la verdad y la salvación, en una iglesia, en un canal de televisión, en un gobierno elegido por las Fuerzas del Cielo.

Imagínese que se encuentra allí con un emperador sanguinario como Constantino, solo por haber hecho del cristianismo la religión oficial.  

Imagínese que se encuentra con los cruzados que violaron mujeres y quemaron pueblos enteros en su camino a liberar Jerusalén.

Imagínese que se encuentra con Torquemada, con Inocencio IV, el papa que legalizó la tortura; con los reyes católicos y con conquistadores como Hernán Cortés y Francisco Pizarro.

Imagínese que se encuentra con piadosos traficantes de esclavos, como el rey Juan III de Portugal o con otros creyentes intachables, como los reyes esclavistas de la civilizada Europa.

Imagínese que se encuentra con incineradores de mujeres acusadas de brujería, como el inglés Matthew Hopkins y el americano Cotton Mather.

Imagínese que se encuentra con devotos exterminadores de negros, como los líderes del Ku Klux Klan, como los seguidores de las cruces de fuego.

Imagínese que se encuentra con el rey genocida de Bélgica, Leopoldo II, y con otros genocidas británicos como Winston Churchill. Todos piadosos, intachables creyentes y temerosos del Señor.

Imagínese que se encuentra con líderes y presidentes de inquebrantable fe, como Harry Truman, quien le agradeció a Dios las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; con Curtis LeMay y otros piadosos generales que arrasaron Corea y Vietnam, luego de exterminar a  más de un millón de humanitos bajo las bombas y bajo la lluvia naranja de las más avanzadas armas químicas.

Imagínese que se encuentra con honorables ministros y secretarios de Estado de los imperios de turno, como Robert McNamara, Henrry Kissinger; con mayordomos del imperio salvador, como los generales Augusto Pinochet y Rafael Videla, todos héroes devotos de la santa civilización judeocristiana que usted y su secta apoyaron con tanta pasión contra los enemigos de la verdadera fe.

Imagínese que se encuentra allí con todos esos curas, pastores y televangelistas, pedófilos y puteros, pro vidas amantes de las guerras y pro muerte auto proclamados custodias de la palabra del Señor. (Imagínese que el precio del Paraíso y de la vida eterna requiriesen más que palabras.)  

Imagínese que, gracias a todo el oro del mundo, usted también logre divisar en la santa larga fila a genocidas como Benjamín Netanyahu y a los muy valientes soldados mataniños de su reino que, a pesar de su desprecio por su hijo, fueron premiados por ese mismo dios, complacido por tantos adulones, distribuyendo compasión por los servicios prestados en el más acá.

Imagínese que masacrar decenas de miles de niños por orden de un dios celoso y sediento de sangre sea un mérito premiado por un dios que, por si fuese poco, es el juez y administrador de ese paraíso que le vendieron a precio de ganga, a precio de cerrar los ojos ante la injusticia humana, a precio de liquidación: arrodillarse en una iglesia con aire acondicionado y vitrales bonitos, darle limosnas a los pobres y sonreírle a los condenados al infierno.

Imagínese que usted, como tantos otros millones, lograron convencerse de su propia bondad a fuerza de rezar y que, por si fuese poco, convencieron al Creador del Universo de que se merecen la absolución de su infinita cobardía y el premio de su no menos infinito crimen contra la Humanidad.

Ahora, imagínese que se encuentra con ese ejército de fanáticos de yugulares hinchadas y de genocidas amantes del poder y del dinero, sólo porque creían lo mismo que usted, como ese señor desconocido que reza arrodillado al lado suyo en la iglesia.

Imagínese que eso es el Paraíso que le han prometido desde antes de aprender a hablar y que todo eso deberá vivirlo por el resto de la Eternidad.

Imagínese, por un momento, que en realidad eso es el Infierno que usted se imaginó para los demás, para gente que no va a rezar a ningún templo, que no quieren ni creen en una vida eterna y que no justifican las matanzas de seres humanos bajo las millonarias bombas de quienes dicen que están haciendo el trabajo de Dios.

Imagínese que Dios, luego de crear el Universo, quedó exhausto y necesita ayuda de piadosos criminales como usted.

Imagínese que a su dios le importa más la moral que la adulación universal.

Imagínese, por un instante, que tal vez usted estaba equivocado y que, por su maldito fanatismo, millones de seres humanos deben sufrir la tortura de este mundo, que es el único infierno conocido.

Jorge Majfud, diciembre 2024.

https://www.pagina12.com.ar/791380-imaginese

Principios y resultados

Según los votantes de Donald Trump, el hecho de que su candidato apoye el racismo y la xenofobia son problemas que no deben distraernos del objetivo principal que es ganar primero las elecciones y luego resolver esos problemas.

Según los votantes de Kamala Harris el hecho de que su candidato apoye el genocidio en Gaza, la ocupación en Palestina y los bombardeos en el Líbano son problemas que no deben distraernos del objetivo principal que es ganar primero las elecciones y luego resolver esos problemas.

En las elecciones de Estados Unidos (y en la de muchos otros países) nos hemos acostumbrado, desde hace mucho, a que primero debemos ganar las elecciones para luego seguir nuestros principios ideológicos, éticos y morales. ¿No se supone que una política decente debe proceder al revés? ¿Primero los principios éticos y morales, luego los resultados?

¿No será que algún margen de los votantes priorizan los principios sobre los resultados y ese margen puede decidir los resultados electorales, al menos una vez en la vida?

Sospecho, quiero pensar que sí.

Jorge Majfud, octubre 2024

Fábula con moraleja

Una de las muchas preguntas que se derivan de este tipo de fenómenos (ver video más abajo) registrados múltiples veces es:

¿Por qué esos dos patos, saliendo de su esfera de confort, se arriesgan a defender a un integrante débil de otra especie, si ya era una víctima fácil para un tercer grupo más numeroso y fuerte?

Es la misma pregunta que nos hacemos los humanos ante las posiciones heroicas de muchos de nuestros semejantes. Las respuestas pueden ser muchas (sobre todo las provenientes de la Teoría de la evolución, parecen ser obvias) pero el acto en sí, en la historia humana, se llama coraje y valor moral.

jorge majfud, agosto 2024.

La moral de los perros

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Artist and dog arrive by Melbourne Express (ta...

Image by State Library of New South Wales collection via Flickr

La moral de los perros

El arzobispo Antonio Chedraui se ha hecho célebre en los mass media de México por su posición contra los matrimonios del mismo sexo. En diferentes sermones, discursos y entrevistas ha repetido que no pretende meterse en la vida privada de nadie. Su objetivo, como el de tantos otros, es la defensa de la familia. No aclara a cuál familia o a la familia de quién se está refiriendo, lo que demuestra que la simplificación no es un método exclusivo de los políticos. Por lo pronto podemos inferir que no se trata de defender la familia de Luis y Mario ni la de María y Luisa sino la familia de José María y María José.

El arzobispo y sus seguidores respetan a aquellos que se han desviado del camino. Según ellos, gays y lesbianas pueden practicar sus placeres en la intimidad sin que la Iglesia y los guardianes de la buena moral intenten impedírselo. Finalmente, tienen permiso oficial.

Pero éste no es realmente el punto central. Ni en tiempos de la más cruda inquisición, los guardianes de la moral tenían esta facultad de impedir una relación sexual. Por el contrario, muchos de ellos fueron reconocidos practicantes del sexo ilícito. De vez en cuando encarcelaban o quemaban vivo a algún pecador hereje, pero estos detalles, que servían para controlar la sociedad valiéndose del terrorismo y la tortura, no impidieron nunca el amor equivocado.

El punto en discusión radica en si nosotros, los heterosexuales, vamos a seguir disfrutando de todos los derechos civiles mientras se los negamos por ley a los homosexuales. Si realmente no nos queremos meter en sus vidas privadas, ¿por qué les negamos derechos humanos según sus prácticas sexuales? Incluso, se los negamos aunque de hecho una pareja gay o lesbiana vivan juntos y nunca tengan relaciones sexuales. ¿Acaso no existe el amor sin sexo, ese amor platónico que tanto recomienda el Papa? Según la Iglesia y quienes se oponen a los matrimonios del mismo sexo, no.  Lo niegan con sus mismos actos. ¿Acaso no hay matrimonios heterosexuales que nunca o casi nunca tienen relaciones sexuales? Sí, de otra forma los psicólogos no tendrían tanto trabajo. No practican el sexo pero de cualquier forma son reconocidos por las leyes que los protegen.

Es decir, la oposición al matrimonio del mismo sexo no busca impedir la práctica pecaminosa, porque de hecho no puede. Lo único que procura y de hecho ha logrado siempre es prevenir que algunos seres humanos tengan los mismos derechos civiles que gozan los demás. Esto no es otra cosa que más del castigo divino que los religiosos han pretendido administrar durante siglos. No están dispuestos a perder ese privilegio de ser los policías de Dios. Su método es simple y efectivo: confundir la tradición con la naturaleza.

Ahora, ¿cómo definimos qué es normal y qué no?

El arzobispo Antonio Chedraui tiene la respuesta. El 19 de enero de 2010 porMilenio Televisón dictó cátedra. “Lo anormal no puede ser normal”. Por si no había sido claro y contundente, lo repitió dos veces. La periodista de Milenio —donde publicamos cada domingo desde hace años nuestras perplejidades—, con la modestia propia de un fiel que está ante un santo, le agradeció la claridad.

Motivado, el arzobispo volvió a la carga con uno de sus argumentos preferidos. “¿Usted vio alguna vez un animal, un perro teniendo relaciones sexuales con otro perro del mismo sexo?” dijo, poco antes de que se escuchara un ladrido.

El arzobispo giró su cabeza para ver al pobre animalito, ese fiel amigo recluido entre las altas murallas de su patio privado. Ladró una vez más. El animalito lo debía considerar un dios, por lo que el ladrido debía ser una plegaria.

En realidad el arzobispo no es Dios, sino su vocero en la tierra.

“¿Vio alguna vez un perro teniendo relaciones sexuales con otro perro del mismo sexo?”, insistió.

Entonces pensé que quizás en el Cono Sur los animales son más promiscuos o pervertidos que en México. En mis vacaciones en la granja de mi abuelo muchas veces observé alguna que otra vaca montando otras vacas, algún que otro perrito besando o lamiendo el pene de otro perro, razón por la cual recibió un terrible palazo de mi parte.

Lo que sí no he visto nunca, en ninguna parte del mundo, fue a ningún animalito de Dios practicando el celibato por voluntad propia.

Claro que quizás no puedo hablar con propiedad porque todavía no conozco la Antártida ni el país de los recientemente desaparecidos bo de las islas Andaman.

Claro que los animales no son seres humanos y no podemos comparar. Los humanos son superiores porque practican el celibato, la castración, la persecución de brujas y todo tipo de anormales, siempre en nombre de la buena moral. Cuando no en nombre de Dios.

Jorge Majfud

6 de febrero de 2010

Milenio , II (Mexico)

La Gaceta Mercantil (Argentina)

 

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Nuestro idioma es mejor porque se entiende

 

Intolérance en France : « Notre langue est meilleure parce qu’elle est comprise » (French)

Nuestro idioma es mejor porque se entiende

En Francia continúa y se profundiza la discusión y el rechazo al uso de la nicáb y la burca en las mujeres musulmanas. Quienes proponen legislar para prohibir el uso de este tipo de atuendo exótico y de poco valor estético para nosotros, van desde los tradicionales políticos de la extrema derecha europea hasta la una nueva izquierda alérgica, como es el caso del alcalde comunista de Vénissieux. Los argumentos no son tan diversos. Casi siempre insisten sobre los derechos de las mujeres y, sobre todo, la “defensa de nuestros valores” occidentales. El mismo presidente francés, Nicolás Sarkozy, dijo que “la burka no es bienvenida al territorio de la Republica Francesa”. Consecuente, el estado francés le negó la ciudadanía a una mujer marrueca por usar velo. Faiza Silmi es una inmigrante casada con un ciudadano francés y madre de dos niños franceses.

Para el ombligo del mundo, las mujeres medio vestidas de Occidente son más libres que las mujeres demasiado vestidas de Medio Oriente y más libres que las mujeres demasiado desnudas de África. No se aplica el axioma matemático de transitividad. Si la mujer es blanca y toma sol desnuda en el Sena es una mujer liberada. Si es negra y hace lo mismo en un arroyo sin nombre, es una mujer oprimida. Es el anacrónico axioma de que “nuestra lengua es mejor porque se entiende”. Lo que en materia de vestidos equivale a decir que las robóticas modelos que desfilan en las pasarelas son el súmmum de la liberación y el buen gusto.

Probablemente los países africanos, como suele ocurrir, sigan el ejemplo de la Europa vanguardista y comiencen a legislar más estrictamente sobre las costumbres ajenas en sus países. Así, las francesas y las americanas que ejerzan su derecho humano de residir en cualquier parte del mundo deberán despojarse de sus sutiens y de cualquier atuendo que impida ver sus senos, tal como es la costumbre y son los valores de muchas tribus africanas con las que he convivido.

Todas las sociedades tienen leyes que regulan el pudor según sus propias costumbres. El problema radica en el grado de imposición. Más si en nombre de la libertad de una sociedad abierta se impone la uniformidad negando una verdadera diferencia, quitando a unos el derecho que gozan otros.

Si vamos a prohibir el velo en una mujer, que además es parte de su propia cultura, ¿por qué no prohibir los kimonos japoneses, los sombreros tejanos, los labios pintados, los piercing, los tatuajes con cruces y calaveras de todo tipo? ¿Por qué no prohibir los atuendos que usan las monjas católicas y que bien pueden ser considerados un símbolo de la opresión femenina? Ninguna monja puede salir de su estado de obediencia para convertirse en sacerdote, obispo o Papa, lo cual para la ley de un estado secular es una abierta discriminación sexual. La iglesia Católica, como cualquier otra secta o religión, tiene derecho a organizar su institución como mejor le parezca, pero como nuestras sociedades no son teocracias, ninguna religión puede imponer sus reglas al resto de la sociedad ni tener privilegios sobre alguna otra. Razón por la cual no podemos prohibir a ninguna monja el uso de sus hábitos, aunque nos recuerden al chador persa.

¿Cubrir el rostro atenta contra la seguridad? Entonces prohibamos los lentes oscuros, las pelucas y los tatuajes, los cascos de motocicletas, las mascarillas médicas. Prohibamos los rostros descubiertos que no revelan que ese señor tan elegante en realidad piensa robar un banco o traicionar a medio pueblo.

Al señor Sarkozy no se le ocurre pensar que imponer a una mujer quitarse el velo en público puede equivaler a la misma violencia moral que sufriría su propia esposa siendo obligada a quitarse los sutiens para recibir al presidente de Mozambique.

En algunas regiones de algunos países islámicos —no en la mayoría, donde las mujeres extranjeras se pasean con sus pantalones cortos más seguras que por un barrio de Filadelfia o de San Pablo— la nicáb es obligatoria como para nosotros usar pantalones. Como individuo puedo decir que me parece una de las peores vestimentas y como humanista puedo rechazarla cuando se trata de una imposición contra la voluntad explícita de quien lo usa. Pero no puedo legislar contra un derecho ajeno en nombre de mis propias costumbres. ¿En qué suprime mis derechos y mi libertad que mi vecina se haya casado con otra mujer o que salga a la calle ataviada de pies a cabezas o que se tiña el pelo de verde? Si en nombre de la moral, de los valores de la libertad y del derecho voy a promover leyes que obliguen a mi vecina a vestirse como mi esposa o le voy a negar derechos civiles que gozo yo, el enfermo soy yo, no ella.

Esta intolerancia es común en nuestras sociedades que han promovido los Derechos Humanos pero también han inventado los más crueles instrumentos de tortura contra brujas, científicos o disidentes; que han producido campos de exterminio y que no han tenido limites en su obsesión proselitista y colonialista, siempre en nombre de la buena moral y de la salvación de la civilización.

Pero las paradojas son una constante natural en la historia. La antigua tradición islámica de relativa tolerancia hacia el trabajo intelectual, la diversidad cultural y religiosa, con el paso de los siglos se convirtió, en muchos países, en una cultura cerrada, machista y relativamente intolerante. Los Estados Unidos, que nacen como una revolución laica, iluminista y progresista, con el paso del tiempo se convirtieron en un imperio conservador y enfermo de una ideología mesiánica. Francia, la cuna del iluminismo, de las revoluciones políticas y sociales, en los últimos tiempos comienza a mostrar todos los rasgos de sociedades cerradas e intolerantes.

El miedo al otro hace que nos parezcamos al otro que nos teme. Las sociedades españolas o castellanas lucharon durante siglos contra los otros españoles, moros y judíos. En el último milenio y antes de las olas migratorias del siglo XX, no había en Europa una sociedad mas islamizada ni con un sentimiento más antiislámico que en España.

En casi todos los casos, estos cambios han resultado de la interacción de un supuesto enemigo político, ideológico o religioso. Un enemigo muchas veces conveniente. En nuestro tiempo es la inmigración de los pueblos negros, una especie de modesta devolución cultural a los abrasivos imperios blancos del pasado.

Pero resulta que ahora una parte importante de esta sociedad, como en Estados Unidos y en otros países llamados desarrollados, nos dicen y nos practican que “nuestros valores” radican en suprimir los principios de igualdad, libertad, diversidad y tolerancia para mantener una apariencia occidental en la forma de vestir de las mujeres. Con esto, solo nos estamos demostrando que cada vez nos parecemos más a las sociedades cerradas que criticamos en algunos países islámicos. Justo cuando se ponen a prueba nuestros valores sobre la real tolerancia a la diversidad, se concluye que esos valores son una amenaza para nuestros valores.

El dilema, si hay uno, no es Oriente contra Occidente sino el humanismo progresista contra el sectarismo conservador, la sociedad abierta contra la sociedad cerrada.

Los valores de Occidente como los de Oriente son admirables y despreciables. Es parte de una mentalidad medieval trazar una línea divisoria —“o están con nosotros o están contra nosotros”— y olvidar que cada civilización, cada cultura es el resultado de cientos y miles de años de mutua colaboración. Consideremos cualquier disciplina, como las matemáticas, la filosofía, la medicina o la religión, para comprender que cada uno de nosotros somos el resultado de esa infinita diversidad que no inventaron los posmodernos.

Nada bueno puede nacer de la esquizofrenia de una sociedad cerrada. La principal amenaza a “nuestros valores” somos nosotros mismos. Si criticamos algunas costumbres, algunas sociedades porque son cerradas, no tiene ningún sentido defender la apertura con una cerradura, defender nuestros valores con sus valores, pretender conservar “nuestra forma de ser” copiando lo peor de ellos.

Ahora, si vamos a prohibir malas costumbres, ¿por qué mejor no comenzamos prohibiendo las guerras y las invasiones que solo en el último siglo han sido una especialidad de “nuestros gobiernos” en defensa de “nuestros valores” y que han dejado países destruidos, pueblos y culturas destrozadas y millones y millones y millones de oprimidos y masacrados?

Jorge Majfud

Lincoln University

setiembre 2009

La Republica (Uruguay)

Las trampas de la Moral

Spaniards executing Tupac Amaru in 1572, drawi...

Image via Wikipedia

Why Culture Matters (English)

Las trampas de la Moral

Mujeres, homosexuales y la traición del patriarcado latinoamericano

Hace pocos días, en una entrevista de televisión, la madre del candidato presidencial que lidera las encuestas en Perú, Ollanta Humala, declaró que la primera acción de gobierno de su hijo debería consistir en ejecutar un par de homosexuales para que se termine la inmoralidad del mundo. Por su parte, su padre reconoció que había hecho a su hijo militar para que llegue al poder. Su hijo, un centímetro más estratégico, les recomendó que no hablaran más hasta el día de las elecciones.

La confianza de esta señora madre en un acto “simbólico” por parte de su hijo, además de criminal, es un monumento a la ingenuidad. De esta forma se supone que si el hijo de María no pudo acabar con la inmoralidad del mundo sí podrá hacerlo el hijo de la señora Humala, recurriendo a una moral farisea que el mismo Jesús condenó repetidas veces. Otros puntos son aun más trágicos y significativos: la común escala de valores de los moralistas de la Inquisición, según la cual el asesinato y la abolición de los derechos humanos son necesarios para imponer la Moral en el mundo —la moral de criminales, está de más decirlo.

Desmoraliza verificar que la alternativa a una tradición política conservadora en América Latina, basada en una cultura de abusos —de clase, de sexo y de raza— sea tan mezquina como ésta que, para peor, pretende venderse como “revolucionaria”. ¿Cómo es posible que países como Perú, con culturas indígenas tan ricas, sigan presentando alternativas tan estrechas, propias de la vieja deformación colonialista al servicio de imperios extranjeros? Elegir entre Fujimori, Alan García, Ollanta Humala y Lourdes Flores es como elegir entre negro y oscuro, entre Oeste y Oriente. ¿Dónde están los Salomón de nuestros pueblos? ¿Dónde están nuestros pueblos?

Este hecho es también significativo por provenir de una mujer, de la madre de un supuesto “líder indígena” que no es más que otro militar autoritario con un discurso diferente pero con la misma mentalidad de mesianismo moralizante de otros tiempos. Es una prueba más de la traición del patriarcado que sirvió como instrumento principal en la brutal conquista y colonización de nuestros pueblos indígenas, que aspiran liberarse usando las mismas cadenas que antes los oprimían. Trataré de explicar esta tesis, brevemente.

Por una infinidad de datos, entiendo que el sistema patriarcal no estaba tan avanzado en la América precolombina como lo estaba en la Europa del siglo XV. Si bien es cierto que el Inca y otros jefes mesoamericanos expresaban ya un tipo de organización masculina, en las bases mayoritarias de las sociedades indígenas las mujeres aún mantenían una cuota de poder que luego le será expropiado. ¿Cómo y cuando se produce el nacimiento del patriarcado y la consecuente opresión de la mujer? Podríamos dar una explicación de perfil marxista, que por el momento se me ocurre como la más clara: del cambio de un sistema de subsistencia a un sistema donde la producción excedía el consumo, surgió no sólo la división del trabajo sino, también, la lucha por la apropiación de estos bienes excedentes. ¿Y quién sino los hombres estaban en mejores condiciones de apropiarse y administrar (en beneficio propio) este exceso? No por una razón de fuerza doméstica, sino porque la misma sobreproducción —con sus respectivos períodos de escasez— necesitó de una clase de guerreros organizados que extendieran el dominio a otras regiones y proveyesen de esclavos para retroalimentar el nuevo sistema. Los ejércitos, entonces, serían causa y consecuencia del patriarcado; antes que para la defensa surgen para el ataque, para la invasión, con la lógica tendencia a sustituir al poder político por la fuerza de su propia organización armada. Y, como todo poder político y social necesita una legitimación moral, ésta fue proporcionada por mitos, religiones y una moral hecha a medida y semejanza del hombre.

En muchas comunidades de base de la América precolombina, las mujeres continuaban compartiendo el poder y el protagonismo social que no tenían las mujeres blancas en sus propios reinos. Según el historiador Luis Vitale, la idea de la función “natural” de la mujer como ama de casa es resistida por las mujeres indo-americanas hasta que el modelo patriarcal europeo es impuesto por los conquistadores.[1] Sin embargo, varios datos nos revelan que el patriarcado ya había surgido antes de la conquista en las clases altas, en la administración de los imperios. Varias crónicas y relatos tradicionales escritos en el siglo XVI —Cieza de León, pero ejemplo[2]— nos refieren la costumbre de los oprimidos por los españoles a oprimir a sus propios hermanos más pobres, reproduciendo así la verticalidad del poder. También tenemos noticia por el Inca Garcilaso de la Vega, que el inca Auquititu ordenó perseguir a los homosexuales para que “en pública plaza [los] quemasen vivos […]; así mismo quemasen sus casas”. Y, con un estilo que no escapa al relato bíblico de Sodoma y Gomorra, “pregonasen por ley inviolable que de allí en delante se guardasen en caer en semejante delito, so pena de que por el pecado de uno sería asolado todo su pueblo y quemados sus moradores en general.”[3]

La inhumana persecución y ejecución de los homosexuales es un claro síntoma de un patriarcado incipiente, más si consideramos que no tenemos la misma historia de incineraciones de lesbianas. El peligro de las mujeres al orden patriarcal se expresó de otras formas, no tanto por su práctica lésbica.

Ahora, ¿a qué me refiero con el título de este ensayo? Si bien podemos considerar que la división del trabajo pudo tener una función ventajosa para los dos sexos y para la sociedad en un determinado momento, también sabemos que el patriarcado, como cualquier sistema de poder, nunca fue democrático ni mucho menos inocente en su moralización. En el mundo precolombino ese patriarcado incipiente se materializó en la presencia de jefes y caudillos indígenas que progresivamente fueron traicionando al resto de sus propias sociedades. Si bien es cierto que hubo algunos caudillos rebeldes —como Tupac Amaru—, también sabemos que los conquistadores se sirvieron de esta clase privilegiada para dominar a millones de habitantes de estas tierras. ¿Cómo se comprende que unos pocos de miles de españoles sometieran a una civilización avanzadísima y gigantesca en número como la inca, la maya o la azteca, compuesta de millones de habitantes? Hubo muchos factores, como las enfermedades europeas —primeras armas biológicas de destrucción masiva—, pero ninguno de estos elementos hubiese sido suficiente sin la función servil de los caciques nativos. Éstos, para mantener el poder y los privilegios que tenían en sus sociedades, y para confirmar el patriarcado, se entendieron rápidamente con los blancos invasores. No es casualidad que en un mundo que luego se caracterizaría por el machismo hayan surgido tantas mujeres rebeldes que, desde el nacimiento de América se opusieron al invasor y organizaron levantamientos de todo tipo. La traición de los caiques no fue sólo una traición de clase sino también una traición del patriarcado. No es casualidad que otra de las características que sufrimos aún hoy en América Latina —y que analizáramos en un ensayo anterior— sea, precisamente, la división. Esta división alguna vez fue un elemento estratégico de la dominación española sobre el continente mestizo; luego se convirtió en una institución psicológica y social, en una ideología que llevó a la formación de países y nacionalismos liliputienses o gigantescos egoísmos. La misma división que luego sirvió para mantener pueblos enteros en la más prolongada opresión. La misma división que muestran los llamados “latinos” en Estados Unidos, según sus intereses personales más inmediatos.[4]

Entiendo que en el fondo toda la filosofía y los movimientos sociales del siglo XX —especialmente de su segunda mitad— y de nuestro principio de siglo, consiste en una lucha por el poder. La necesidad de definir si el hombre y la mujer son iguales o son diferentes, desde una posición o desde otra, apunta a una reivindicación o a una reacción. Por mucho tiempo las reivindicaciones feministas han sido más efectivas en el mundo anglosajón. Aparentemente, en Estados Unidos las mujeres habrían logrado un nivel de “igualdad” de derechos y una “anulación” de la cultura machista que aún no habrían alcanzado otros países, como muchos de América Latina. No obstante, sin negar cierto nivel de logros, estas “conquistas” pueden ser más virtuales que de hecho. Podemos pensar que el ingreso de las mujeres del primer mundo al mercado laboral fue una necesidad del sistema capitalista y que, por lo tanto, esta “liberación” puede escribirse entre comillas en muchos casos. Por si los hechos fuesen poco, y no sin paradoja, la retórica del patriarcado ha renacido en el centro del mundo anglosajón. Phillip Longman, por ejemplo, es uno de los portadores de la idea de que le patriarcado es la etapa por venir en el centro del mundo. Su teoría se asienta en la verificación que el componente poblacional es crucial para mantener un poder (imperial), desde la antigüedad greco-latina hasta los tiempos modernos. ¿Por qué? Simplemente porque mantener a la mujer en sus tradicionales funciones de madre, monja y prostituta se corresponde directamente con un aumento de la tasa de natalidad. Una prueba de esta tendencia sería, según Longman, las pasadas elecciones norteamericanas del año 2004: los estados con las tasas de natalidad más alta votaron por los conservadores triunfantes, mientras que los estados liberales, con pocos hijos, votaron por los fracasados Demócratas. (Otro estudio reveló que los estados con un rendimiento intelectual —SAT— más bajo votaron por los ganadores, mientras las ciudades universitarias votaron por los perdedores; pero este dato no se menciona).

Otra estrategia típica de los reaccionarios es ver los problemas de forma sincrónica e ignorar la perspectiva diacrónica. Si yo elimino la historia de un problema, lo que tenemos hoy se convierte en un estado “natural”, permanente y, por lo tanto, incuestionable. Por ejemplo, los más tolerantes promueven debates bajo la pregunta “¿son diferentes los hombres y las mujeres?” “¿Esta diferencia es biológica o cultural?” Pero estas preguntas, como casi todas, si no impone una respuesta restringen el conjunto de respuestas posibles. Dar dos opciones y exigir una respuesta es como trazar una línea rígida en el suelo y preguntar de qué lado están los demás. Si no están con nosotros están contra nosotros. No se permiten alternativas. Esta costumbre de negar la complejidad de la realidad es una burda estrategia ideológica que funciona a la perfección en política, pero un intelectual que se respete no puede aceptar sin rebeldía esta imposición de la ignorancia. Por lo tanto, debemos rebelarnos contra el precepto según el cual a “una pregunta no se debe responder con otra pregunta”. Respondamos a esa pregunta con otra pregunta: ¿eso que llamamos “hombre” o “mujer” es lo mismo hoy que fue hace tres mil o diez mil años? ¿Es la mujer francesa del siglo XVI la misma mujer del imperio inca o azteca de la misma época? La “mujer” ¿no puede ser a un mismo tiempo una realidad biológica y además una realidad cultural? ¿Esta necesidad de “definir” un género, ¿es una pretensión totalmente inocente, filosóficamente desinteresada?

Por la historia sabemos que eso que llamamos “hombre” o “mujer” nunca fueron exactamente la misma “cosa” ni nunca fueron absolutamente cosas diferentes. No obstante, en el debate por una definición determinada subyace el objetivo principal, no declarado: la lucha por el poder, por al liberación o por la opresión estratégica. Los responsables no son personas concretas ni es una simple estructura social, producto de una realidad económica donde se lucha por los beneficios materiales: son ambos. Pero si no podemos cambiar con una revolución un sistema económico social —en nuestro caso, el capitalismo tardío y el viejo patriarcado— que redacta los discursos y prescribe una Moral a su medida, tal vez todavía conservemos el derecho de desobedecer las retóricas usando esa vieja costumbre de cuestionar y bombardear dogmas usando argumentos. Tal vez así el pensamiento vuelva a ponerse al servicio de una búsqueda de la verdad y no al servicio del poder de turno o al servicio de las ambiciones personales.

 

 

 

© Jorge Majfud

 

Athens, marzo 2006.

 

 

 

[1] Luis Vitale. La mitad invisible de la historia. El protagonismo social de la mujer iberoamericana. Buenos Aires: Sudamericana-Planeta, 1987, pág. 47.

[2] Pedro de Cieza de León La crónica del Perú. Edición de Manuel Ballesteros. Madrid: Historia 16, 1984 [Sevilla, 1553]

[3] Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales. Prólogo, edición y cronología de Aurelio Miro Quesada. Sucre, Venezuela: Biblioteca Ayacucho, 1976, pág. 147. Tanto el canibalismo de los pueblos al norte de Perú, como la acusación de sodomía de muchos de ellos, son relatados por Pedro de Cieza de León en La crónica del Perú, capítulos xix, xlix y lxiv. En este último, por ejemplo, Cieza de León dice: “Lo cual yo tengo que era así porque los señores ingas fueron limpios en esto [en el pecado de la sodomía] y también los demás señores naturales”. Sin embargo, en toda la gobernación de Popayán tampoco alcancé que cometiesen este maldito vicio, porque el demonio debía contentarse con que usasen la crueldad que cometían de comerse unos a otros […]” (Cieza, 269)

[4] Recientemente se realizó en Estados Unidos la demostración más numerosa de “latinos” en defensa de sus derechos e intereses. Cientos de miles de hispanos de todas las nacionalidades llenaron las calles de varias ciudades, desde el Oeste hasta el Este, pasando por  varios estados del centro. Una verdadera exposición de “unión”. Sin embargo, Miami, donde se encuentra una de las comunidades “latina” más numerosas del país, brilló por su ausencia. Aparentemente nadie ha señalado aún este significativo hecho.

 

 

 

 

Les pièges de la morale

Jorge Majfud

Université de Géorgie

traduit de l’espagnol par :

Pierre Trottier

 

Il y a quelques jours, dans une entrevue télévisée, la mère du candidat présidentiel qui conduit les enquêtes au Pérou, Ollanta Humala, déclara que la première action du gouvernement de son fils devrait consister à exécuter un couple d’homosexuels afin qu’on en termine avec l’immoralité du monde. Pour sa part, son père a reconnu qu’il avait fait de son fils un militaire afin qu’il arrive au pouvoir. Son fils, un centimètre plus stratégique, leurs avait recommandé de ne pas parler jusqu’au jour des élections.

La confiance de cette mère en un acte « symbolique » de la part de son fils, en plus d’être un acte criminel, est un monument d’ingénuité. De cette façon, on suppose que si le fils de Marie ne put en terminer avec l’immoralité du monde, lui pourra le faire, ce fils de madame Humala, faisant appel à une morale pharisienne que même Jésus condamna de façon répétée. D’autres points de vue sont malgré tout tragiques et significatifs : la commune échelle de valeur de l’Inquisition, selon laquelle l’assassinat et l’abolition des droits humains sont nécessaires afin d’imposer la Morale dans le monde – peut-on en dire plus ?

Cela démoralise de constater que l’alternative a une tradition politique conservatrice en Amérique Latine, basée sur une culture d’abus – de classe, de sexe et de race – et soit si mesquine comme celle qui, pire, prétend se vendre comme « révolutionnaire ». Comment est-il possible que des pays comme le Pérou, avec des cultures indigènes si riches, continuent de présenter des alternatives si étroites, propres de la vielle déformation colonialiste au service des empires étrangers ? Choisir entre Fujimori, Alan Garcia, Ollanta Humala et Lourdes Flores est comme choisir entre noir et obscur, entre l’Ouest et l’Orient. Où sont les Salomon de nos peuples ?

Ce fait est aussi significatif de provenir d’une femme, de la mère d’un supposé “leader indigène” qui n’est pas plus qu’un autre militaire autoritaire avec un discours différent mais avec la même mentalité de messianisme moralisant des autres temps. C’est une preuve de plus de la trahison du patriarcat qui a servi comme instrument principal dans la brutale conquête et la colonisation de nos peuples indigènes, qui aspirent à se libérer, utilisant les mêmes chaînes qui avant les opprimaient. J’essayerai d’expliquer cette thèse, brièvement.

Avec une infinité de données, je comprends que le système patriarcal n’était pas si avancé dans l’Amérique pré-colombienne comme il l’était dans l’Europe du XV è siècle. Encore que l’Inca et les autres chefs méso-américains exprimaient déjà un type d’organisation masculine sur les bases des sociétés indigènes, les femmes maintenaient encore une quote-part du pouvoir qui, par la suite leur sera exproprié. Comment et quand se produisit la naissance du patriarcat et la conséquente oppression de la femme ? Nous pourrions donner une explication de profil marxiste qui, pour le moment, m’apparaît comme étant la plus claire : du changement d’un système de subsistance à un système où la production excédait la consommation, a surgit non seulement la division du travail mais aussi la lutte pour l’appropriation de ces biens excédents. Et qui, sinon l’homme, était en de meilleures conditions d’administrer (en son bénéfice propre) cet excédent ? Non par raison de force domestique, mais parce que la même sur-production – avec ses périodes respectives de pénuries – nécessita une classe de guerriers organisés qui étendront la domination sur d’autres régions et se pourvoiront d’esclaves afin de rétro-alimenter le nouveau système. Les armées seraient alors la cause et la conséquence du patriarcat; avant la défense elles surgiront pour l’attaque, pour l’invasion, avec la tendance logique de se substituer au pouvoir politique par la force de leurs propres organisations. Et, comme tout pouvoir politique et social a besoin d’une légitimation morale, celle-ci fut fournie par les mythes, les religions et une morale faite à la mesure et à la ressemblance de l’homme.

Dans beaucoup de communautés de base de l’Amérique pré-colombienne, les femmes continuaient de partager le pouvoir et le rôle social principal que n’avaient pas les femmes blanches dans leurs propres royaumes. Selon l’historien Luis Vitale, l’idée de la fonction « naturelle » de la femme comme maîtresse de maison est supportée par les femmes indo-américaines jusqu’à ce que le modèle patriarcal européen soit imposé par les conquistadors. Cependant, plusieurs données nous révèlent que le patriarcat était déjà apparu avant la conquête chez les classes hautes, dans l’administration des empires. Plusieurs chroniques et récits traditionnels écrits au XVI è siècle – Cieza de Leòn, par exemple – nous rapportent la coutume des opprimés par les Espagnols à opprimer leurs propres frères plus pauvres, reproduisant ainsi la verticalité du pouvoir. Aussi, nous avons la nouvelle de l’Inca Gracilazo de la Vega, que l’Inca Auquititu avait l’habitude de persécuter les homosexuels et “qu’on les brûlait vifs sur la place publique […]; parallèlement, qu’on brûlait leurs maisons”. Et, avec un style qui n’échappe pas au récit biblique de Sodome et Gomorrhe, “ il fut annoncé publiquement, comme loi inviolable, que sur son domaine on se garde bien de commettre un semblable délit, sous peine que pour le péché d’un seul serait dévasté tout un peuple et brûlés ses habitants en général “.

L’inhumaine persécution et exécution des homosexuels est un évident symptôme d’un patriarcat naissant, plus si nous considérons que nous n’avons pas la même histoire d’incinérations de lesbiennes. Le danger des femmes pour l’ordre patriarcal s’est exprimé sous d’autres formes, pas tant par sa pratique lesbique.

Maintenant, à quoi me référé-je avec le titre de cet essai ? Nous pouvons aussi bien considérer que la division du travail put avoir une fonction avantageuse pour les deus sexes et pour la société à un moment déterminé; nous savons aussi que le patriarcat, comme quelconque système de pouvoir, ne fut jamais démocratique, ni moins innocent dans sa moralisation. Dans le monde pré-colombien, ce patriarcat naissant s’est matérialisé par la présence de chefs et de caciques indigènes qui progressivement furent trahis par le reste de leurs propres sociétés. Quoiqu’il est certain qu’il y eût quelques caciques rebelles – comme Tupac Amaru -, nous savons aussi que les conquistadors se servirent de cette classe privilégiée afin de dominer des millions d’habitants de ces terres. Comment peut-on comprendre que quelques milliers d’espagnols furent capables de soumettre une civilisation très avancée et gigantesque en nombre comme celles des Incas, des Mayas ou des Aztèques, composées de millions d’habitants ? Il y eut plusieurs facteurs, comme les maladies européennes – premières armes biologiques de destruction massive -, mais aucun de ces éléments n’eut été suffisant sans la fonction servile des caciques indigènes. Ces derniers, afin de maintenir le pouvoir et les privilèges qu’ils avaient sur leurs sociétés, et afin de confirmer le patriarcat, s’entendirent rapidement avec les envahisseurs blancs. Ce n’est pas par hasard que dans un monde qui, par la suite, se caractérisera par le machisme, aient surgis tant de femmes rebelles qui, à partir de la naissance de l’Amérique, s’opposèrent à l’envahisseur et organisèrent des soulèvements de toutes sortes. La trahison des caciques ne fut pas seulement une trahison de classe, mais aussi une trahison du patriarcat. Ce n’est pas par hasard qu’une autre des caractéristiques dont nous souffrons encore aujourd’hui en Amérique Latine – et que nous analyserons dans un essai postérieur – soit, précisément, la division. Cette division fut quelques fois un élément stratégique de la domination espagnole sur le continent métis; par la suite elle se convertit en une institution psychologique et sociale, en une idéologie qui mena à la formation de pays et de nationalismes lilliputiens ou à des égoïsmes gigantesques. La même division qui, par la suite, a servit afin de maintenir des peuples entiers dans l’oppression la plus prolongée. La même qui montre ceux qu’on appelle « latinos » aux États-Unis, selon leurs intérêts personnels les plus immédiats .

Je comprends que dans le fond toute la philosophie et les mouvements sociaux du XX è siècle – spécialement de sa seconde moitié – et de notre début de siècle, consiste dans une lutte pour le pouvoir. La nécessité de définir si l’homme et la femme sont égaux ou différents, à partir d’une position ou d’une autre, vise à une revendication ou à une réaction. Depuis longtemps, les revendications féministes ont été plus effectives dans le monde anglo-saxon. Apparemment, aux États-Unis, les femmes auraient obtenu un niveau « d’égalité » de droits et une « annulation » de la culture machiste que n’auraient pas encore atteints d’autres pays, comme plusieurs pays en Amérique Latine. Néanmoins, sans nier un certain degré d’obtention, ces “conquêtes” peuvent être plus virtuelles qu’effectives. Nous pouvons penser que le revenu des femmes du premier monde sur le marché du travail fut une nécessité du système capitaliste, et que par conséquent, cette “libération” peut s’écrire entre guillemets dans plusieurs cas. Comme si les faits fussent peu, et non sans paradoxes, la rhétorique du patriarcat a repris naissance dans le centre du monde anglo-saxon. Phillip Longman, par exemple, est un des porteurs de l’idée que le patriarcat est l’étape à venir dans le centre du monde. Sa théorie s’asseoit sur la vérification que la composante villageoise est cruciale afin de maintenir un pouvoir (impérial) à partir de l’antiquité gréco-latine jusqu’aux temps modernes. Pourquoi ? Simplement parce que maintenir la femme dans ses traditionnelles fonctions de mère, de nonne et de prostituée correspond directement avec une augmentation du taux de natalité. Une preuve de cette tendance serait, selon Longman, les dernières élections américaines de 2004 : les états avec les taux de natalité les plus hauts votèrent pour les conservateurs qui ont triomphés, pendant que les états libéraux, avec peu d’enfants, votèrent pour les démocrates. ( Une autre étude a révélé que les états avec un rendement intellectuel – SAT – bas votèrent pour les gagnants, pendant que les cités universitaires votèrent pour les perdants; mais on ne mentionne pas ces données).

Une autre stratégie typique des réactionnaires est de voir le problème de façon synchrone et d’ignorer la perspective diachronique. Si j’élimine l’histoire d’un problème, ce que nous avons aujourd’hui est un état « naturel », permanent et, par conséquent, inquestionnable. Par exemple, les plus tolérants promeuvent les débats sur la question “ est-ce que les hommes et les femmes sont différents ? Cette différence, est-elle biologique ou culturelle ? “ Mais ces questions, comme presque toutes, si l’on n’ impose pas une réponse, restreignent l’ensemble des réponses possibles. Donner deux options et exiger une réponse est comme tracer une ligne rigide sur le sol et demander de quel côté sont les autres. S’ils ne sont pas « avec nous », ils sont « contre nous ». On ne se permet pas d’alternatives. Cette coutume de nier la complexité de la réalité est une grossière stratégie idéologique qui fonctionne à la perfection en politique, mais un intellectuel qui se respecte ne peut accepter sans révolte cette imposition de l’ignorance. Par conséquent, nous devons nous rebeller contre le précepte selon lequel “ on ne doit répondre à une question par une question “. Répondons à cette question par cette autre question : ce que nous appelons « homme » ou « femme », est-ce le même aujourd’hui qu’il y a trois mille ou dix mille années ? Est-ce que la femme française du XVI è siècle était la même femme de l’empire inca ou aztèque du même siècle ? La « femme », ne peut-elle pas être à la fois une réalité biologique et en plus une réalité culturelle ? Cette nécessité de “définir” un genre, est-ce une prétention totalement innocente, philosophiquement désintéressée ?

Par l’histoire nous savons que ce que nous appelons “homme” ou “femme” ne furent jamais exactement la même “chose”, ni ne furent jamais absolument des choses différentes. Cependant, dans le débat pour une « définition » déterminée, l’objet principal est sous-jacent, non déclaré : la lutte pour le pouvoir, pour la libération ou pour l’oppression stratégique. Les responsables ne sont pas des personnes concrètes, ni une simple structure sociale, produit d’une réalité économique où on lutte pour les bénéfices matériels : ce sont les deux. Mais si nous ne pouvons pas changer avec une révolution un système économique social – dans notre cas, le capitalisme tardif et le vieux patriarcat – qui rédige les discours et prescrit une Morale à sa mesure, peut-être que nous conservons encore le droit de désobéir aux rhétoriques utilisant cette coutume de questionner et de bombarder les dogmes avec des arguments. Peut-être ainsi le penser en viendra à se mettre au service d’une recherche de la vérité et non au service du pouvoir en place et au service des ambitions personnelles.

 

Jorge Majfud

27 mars 2006

Traduit de l’espagnol par :

Pierre Trottier, avril 2006

Trois-Rivières, Québec, Canada

 

 

 

 

Women, Gays, and the Treason of Latin American Patriarchy

A few days ago, in a television interview, the mother of the presidential candidate who leads the polls in Peru, Ollanta Humala, declared that the first action of her son’s administration should consist of executing a couple of homosexuals in order to put an end to the immorality in the world. For his part, the candidate’s father acknowledged that he had raised his son to be a military man so that he could rise to power. The son, a centimeter more strategic, recommended that they not speak further until election day.

The confidence of this righteous mother in a “symbolic” act carried out by her son, besides being criminal, is a monument to naivety. Only naively could one assume that even though Mary’s son was unable to put an end to the immorality of the world, Mrs. Humala’s son would indeed be able to do so, thus turning to a Pharisean morality that Jesus repeatedly condemned. Other points are even more tragic and meaningful: a scale of values shared with the Spanish Inquisition’s moralists, according to which assassination and the abolition of human rights are necessary to impose Morality on the world – the morality of criminals, needless to say.

It is demoralizing to confirm that the alternative to a conservative political tradition in Latin America, based on a culture of abuses – of class, sex, and race – could be so small-minded as this, an alternative that, to make things worse, attempts to sell itself as “revolutionary.” How is it possible that countries like Peru, with such rich indigenous cultures, could continue to present such limited alternatives, products of the old colonialist deformation at the service of foreign empires? Choosing between Fujimori, Alan García, Ollanta Humala and Lourdes Flores is like choosing between black and dark. Where are the Solomons of our people? Where are our people?

The comment referenced above is also significant because it comes from a woman, from the mother of a supposed “indigenous leader” who is just another authoritarian military man with a different discourse but with the same messianic, moralizing mentality from other times. It is further evidence of a betrayal by the patriarchy that served as the main instrument in the brutal conquest and colonization of our indigenous peoples, who now aspire to liberate themselves using the same chains that oppressed them before. I will try to explain this thesis, briefly.

Based on endless data, I understand that the patriarchal system was not as advanced in pre-Columbian America as it was in the Europe of the 15th century. If indeed it is true that the Inca and other Mesoamerican chiefs represented by then a kind of masculine organization, at the majoritarian base of the indigenous societies women still maintained a degree of power that would later be expropriated from them. When and how was the birth of the patriarchy produced, with the resulting oppression of women? We might offer an explanation from a Marxist perspective, which strikes me as the clearest on this point: with the shift from a subsistence economy to a system where production exceeded consumption, there emerged not only a division of labor but, also, struggle over the appropriation of surplus goods. And who other than the men were in better position to appropriate and administer (to their own benefit) this surplus? Not because of strength within the household, but because overproduction itself – with its respective periods of scarcity – required a class of organized warriors who could extend control to other regions and provide slaves for nourishing the new system. The armies, therefore, would be cause and consequence of the patriarchy; before serving for defense they emerged for the purposes of attack, with the logical habit of substituting political power for the strength of its own armed organization. And, since any political and social power needs moral legitimacy, this latter was provided for through myths, religions and a morality cut to the measure and appearance of man.

In many of the base communities of pre-Columbian America, the indigenous women continued sharing a power and social agency that white women were denied in their own kingdoms. According to the historian Luis Vitale, the idea of the “natural” function of the woman as housewife was resisted by Indo-american women until the patriarchal European model was imposed.[1] Nonetheless, several facts reveal to us that the patriarchy had already emerged in the upper classes prior to the conquest, in the administration of the indigenous empires. Several chronicles and traditional stories written in the 16th century – Cieza de León, for example[2] – refer us to the custom among those oppressed by the Spaniards of oppressing their own poorer brothers, thereby reproducing the verticality of power. We also learn from the Inca Garcilaso de la Vega that the Inca Auquititu ordered the pursuit of homosexuals so that “in the public plaza [they] be burned alive […]; and their houses burned in the same way.” And, with a style comparable to the biblical story of Sodom and Gomorra, “that it be proclaimed as inviolable law that hence forth they shall refrain from committing such crimes, under penalty of the sin of one causing the destruction of his entire town and the razing of its homes in general.”[3]

The inhuman persecution and execution of homosexuals is a clear symptom of the incipient patriarchy, even more so if we consider that we don’t have the same history of incinerating lesbians. The danger that women posed to the patriarchal order was expressed in other forms, not so much by their practice of lesbianism.

Now, what am I referring to in the title of this essay? If indeed we can assume that the division of labor had an advantageous function for both sexes and for society in a given moment, we also know that patriarchy, like any other system of power, was never democratic nor, much less, innocent in its moralizing. In the pre-Columbian world the incipient patriarchy materialized in the presence of indigenous chiefs and caudillos who began to increasingly betray the rest of their own societies. If indeed it is true that there were a few rebel caudillos – like Tupac Amaru -, we also know that the European conquistadors made use of this privileged class in order to dominate millions of inhabitants of the region. How else can one comprehend that a few thousand Spaniards could subjugate a numerically gigantic and incredibly advanced civilization such as Incan society, composed of millions? There were many factors, like the European diseases – the first biological weapons of mass destruction -, but none of these elements would have been sufficient without the servile role of the native chieftains. These latter, in order to maintain the power and privileges they enjoyed in their societies, and in order to reaffirm the patriarchy, quickly reached an understanding with the white invaders. It is no coincidence that in a world later characterized by its machismo there would have emerged so many rebellious women who, from the birth of America opposed the invaders and organized every manner of uprising. The betrayal by the chieftains was not only a class-based betrayal but also the treason of the patriarchy. It is no accident that another one of the defining characteristics that we continue to suffer today in Latin America – analyzed in a previous essay – would be, precisely, our dividedness. This division was once a strategic element for Spanish domination of the mestizo continent; later it became a psychological and social institution, an ideology that led to the formation of countries and Lilliputian nationalisms or gigantic egoisms. The same division that later served to prolong the oppression of entire peoples. The same division that the so-called “Latinos” demonstrate in the United States, according to their personal and most immediate interests.[4]

In the social philosophy and social movements of the 20th century – especially the second half – and of our current century, I see a fundamental struggle for power. The need to define whether man and woman are equal or different, from one position to the next, indicates either a demand or a reaction. For a long time feminist demands have been more effective in the Anglo-Saxon world. Apparently, in the United States women have achieved a level of “equality” of rights and “annulment” of the machista culture that has not been reached in other countries, like many in Latin America. Nonetheless, without denying a certain level of achievement, these “conquests” may be more virtual than real. We can reasonably note, for example, that the inclusion of First World women in the labor market was a necessity of the capitalist system and that, therefore, this “liberation” can be placed in quotation marks in many cases. As if social reality were irrelevant, and not without paradox, the rhetoric of patriarchy has experienced a renaissance in the Anglo-Saxon world. Phillip Longman, for example, is one of the purveyors of the idea that the patriarchy is the coming order in the economic center of the world. His theory is based on the assertion that the demographic component has been crucial to maintaining (imperial) power, from Greco-Roman antiquity to modern times. Why? Simply because limiting women to their traditional roles as mother, nun and prostitute shows a direct correlation with an increase in the birth rate. Proof of this tendency, according to Longman, would be the U.S. elections in 2004: the states with the highest birth rates voted for the triumphant conservatives, while the liberal states, with fewer children, voted for the failed Democrats. (Another study showed that the states with lower intellectual performance – SAT scores – voted for the winners, while university towns voted for the losers; but this fact receives no mention from Longman.)

Another strategy typical of the reactionaries is to look at problems synchronically and ignore the diachronic perspective. If I eliminate the history of a problem, what exists today becomes a “natural,” permanent, and therefore unquestionable, state. For example, the more tolerant conservatives promote debates under the question “Are men and women different?” and “Is this difference biological or cultural?” But these questions, like most debate questions, restrict the set of possible answers, when they don’t impose one outright. Giving two choices and demanding a response is like tracing a rigid line on the floor and asking on which side people stand. This habit of denying the complexity of reality is a reductive ideological strategy that works perfectly well in politics, but a self-respecting intellectual cannot accept without resistance such an imposition of ignorance. Therefore, we must resist the precept according to which “a question should not be answered with another question.” Let’s respond to those questions with another question: What we’re calling “man” or “woman,” is that the same today as it was three thousand or ten thousand years ago? Is the French woman of the 16th century the same woman of the Incan or Aztec empire of the same period? This “woman,” couldn’t she be at the same time a biological reality and a cultural reality as well? This need to “define” a gender, is that a totally innocent, philosophically disinterested desire?

From history we know that what we’re now calling “man” or “woman” were never exactly the same “thing” nor absolutely different things. Nevertheless, in the debate over a fixed definition there is an underlying, unstated, main objective: a power struggle, for either liberation or strategic oppression. The proponents of this struggle are neither concrete people nor simply a social structure, product of an economic reality where struggle is engaged over material benefits: they are both. But if we cannot change through revolution the social and economic system – in our case, late capitalism and the old patriarchy – which authors the discourses and prescribes a Morality tailored to its own needs, perhaps we should still reserve the right to disobey the rhetoric, using the old custom of questioning and bombarding dogma with rational argument. Perhaps in this way thought might once again be placed at the service of a search for truth instead of serving power or personal ambition.

Jorge Majfud

The University of Georgia, March 2006

Translated by Bruce Campbell

Minneapolis, April 2006

 

 

[1] Luis Vitale. La mitad invisible de la historia. El protagonismo social de la mujer iberoamericana. Buenos Aires: Sudamericana-Planeta, 1987, p. 47.

[2] Pedro de Cieza de León La crónica del Perú. Edición de Manuel Ballesteros. Madrid: Historia 16, 1984 [Sevilla, 1553]

[3] Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales. Prólogo, edición y cronología de Aurelio Miro Quesada. Sucre, Venezuela: Biblioteca Ayacucho, 1976, p. 147. Both the canibalism of the northern peoples of Peru and the accusation of sodomy against many of them are related by Pedro de Cieza de León in La crónica del Perú, chapters xix, xlix y lxiv.

[4] Recently the United States witnessed the largest demonstration ever of “Latinos” in defense of their rights and interest. Hundreds of thousands of Hispanics of all nationalities filled the streets of several cities, from west to east, and including several states in the center of the country. A true exhibit of “unity.” Nevertheless, Miami, home of one of the largest “Latino” communities in the country, was conspicuously absent.